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LA CONVERSACIÓN CON PAPÁ

Por Steve Biddulph


Traducido por Laura E. Asturias

La reconciliación entre padre e hijo es un asunto de vital importancia en nuestros tiempos. En este artículo,
originalmente publicado en el diario australiano Sydney Morning Herald, Steve Biddulph analiza la
necesidad de que padres e hijos compongan su relación y ofrece algunas sugerencias útiles sobre cómo
podemos realizar esta sanación intergeneracional.

Cuando imaginamos a nuestros propios hijos e hijas ya crecidos/as y haciéndose camino en


la vida, esperamos que continuarán siendo nuestros/as amigos/as, y que seguiremos
compartiendo calidez y placer con ellos/as hasta el final de nuestra vida. Aun que no parece
una esperanza exagerada, el pasado nos dice que las cosas no han ido bien, particularmente
entre los padres y sus hijos adultos. Algunos/as terapeutas y escritores/a sugieren hoy en día
que, si queremos tener paz espiritual y buenas relaciones intergeneracionales, tendremos
primero que arreglar las cosas con nuestros

padres. A muchas personas no nos resulta alentador esperar "olvidar el pasado". La idea de
lograr una seria honestidad con nuestro padre o nuestra madre parece abrumadora. Y si no
lo crees, la próxima vez que estés con un grupo de hombres y quieras explorar la
profundidad de las aguas, pregúntales cómo se llevan con su padre. He hecho esto con
varios miles de hombres este año y puedo revelar los resultados.

En Australia, muchos hombres (alrededor del 30 por ciento) raras veces (si es que ocurre)
hablan con su padre. "Está en el pasado", "No tiene sentido", "Es una pérdida de tiempo".
Padre e hijo están prácticamente separados. Otros (30 por ciento) aún ven a su padre pero
ambos mantienen una relación hostil, punzante. Estos hombres podrían decir que están
cerca de su padre, pero cada intercambio es negativo, lleno de descalificaciones, como dos
osos que se arañan. Las mujeres que los aman observan con desolación y ven los resultados
en orgullos heridos y residuos de tensión.

Otro 30 por ciento de hombres australianos, los "hombres buenos", tiene una cierta amistad
con su padre; se visitan cada dos semanas, pero raras veces hablan de algo más profundo
que la cortadora del césped; se da una curiosa mezcla de gran aburrimiento y el anhelo de
algo que nunca sucede. Esto nos deja el 10 por ciento adicional (si es que llevas la cuenta).
El 10 por ciento de los hombres (como máximo) tiene una relación verdaderamente
significativa con su padre. Para ellos, un padre es un aliado, una fuente de apoyo
emocional. Cuando se ven abrumados de problemas, hablan con su padre. Esta clase de
relación es rara en las familias modernas, pero ¿debería ser la norma? Las mujeres también
tienen diferencias con su padre, y a veces con su madre, aunque en menor grado.
Ocasionalmente, también los hermanos y las hermanas se han separado. Es posible, cuando
hay amor, sanar estas rupturas, y es importante para nuestra felicidad el que lo hagamos.

Desde que escribí mi último libro, Manhood (Masculinidad), he recibido una gran cantidad
de cartas, muchas de ellas reportando cambios entre hombres adultos y su padre. Es un área
de enorme poder emocional para los hombres -- supuestamente el sexo no emocional -- y
las cartas lo reflejan. Más de alguna vez mi esposa me encontró llorando en la terraza
mientras leía mi correo matutino. Más y más hombres y mujeres están lanzándose al vacío
y nadando hacia la otra playa, en busca del ser humano detrás de la máscara de su padre.

A los 41 años, Gerard, un amigo mío, estaba teniendo problemas en su vida. Su matrimonio
tambaleaba, su carrera se estaba desintegrando. Sus hijos tenían problemas en la escuela.
Como a veces ocurre con hombres de esta edad, su vida parecía derrumbarse. Pero no eran
sus problemas presentes lo que llenaba su mente mientras daba vueltas en la cama por la
noche o esperaba furioso en los atolladeros de tráfico hacia el trabajo. Sus pensamientos lo
devolvían una y otra vez a escenas de su niñez, todas las cuales tenían un tema en común:
estaba recordando, con profundo

resentimiento, las formas en que su padre lo había tratado y ciertos episodios se repetían en
su mente. Se preguntaba si estaba perdiendo la razón.

Cuando hablamos, le pregunté si su padre aún estaba vivo, y me respondió que sí, aunque
casi nunca se veían. Le pregunté si había pensado en decirle todas estas cosas a él. En
momentos de crisis, a veces es más fácil analizar nuevas posibilidades. Mi amigo aceptó la
sugerencia y compró un boleto hacia Perth. Cuando llegó a la casa de sus padres, las cosas
fueron naturalmente incómodas. Durante la cena, cuando Gerard empezó a hablar de su
niñez, la expresión del padre se tornó dura y, después de algunos segundos, el hombre
simplemente se levantó y salió de la habitación. Mi amigo se enfureció y caminó tras él,
quien, para su sorpresa, tomó las llaves del auto y salió sin decir palabra. Fue imposible
hablar con él. Pasados algunos días, mi amigo, desalentado, tomó el largo vuelo de regreso
a casa.

Meses después, la madre lo llamó para decirle que su padre estaba en cuidado intensivo en
el hospital, tras un grave infarto, y que no se veía nada bien. Mi amigo se armó de valor,
voló de nuevo a Perth, tomó un taxi hacia el hospital y entró a la habitación donde estaba su
padre. Él recuerda un sentimiento extraño, como si su cuerpo se estuviera incendiando.
Junto a la cama del anciano, empezó a decirle, "¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué hiciste
aquello?"

El viejo se sentó en la cama y empezó a defenderse. Salieron a luz partes de la historia que
antes habían faltado. Hablaron durante varias horas. A veces fue incómodo, otras no.
Eventualmente las cosas llegaron a un final natural. Los dos hombres se dieron la mano y
se dijeron "adiós", sabiendo que podría ser un verdadero "adiós". Mi amigo regresó a casa y
me contó que estaba tremendamente complacido de haber tenido esa conversación, en
particular porque su padre murió un poco tiempo después. La próxima vez que vi a Gerard,
su cara se había suavizado y parecía más lento, más en paz consigo mismo. Además, su
vida estaba empezando a funcionar.

Por supuesto, las confrontaciones en un lecho de muerte no son la mejor manera de llegar a
esto. Y la iniciativa no tiene que ser siempre de la persona más joven. Hoy en día, hombres
y mujeres mayores también están iniciando estas conversaciones. Preguntan a sus hijas e
hijos, "¿Qué piensas ahora de tu niñez?" "¿Hay algo que siempre quisiste decirme o
preguntarme?" "¿Qué no te he dicho que pudiera aclararte las cosas?" Son valientes
personas que cosechan toda clase de beneficios a partir de esta mayor honestidad y de la
resolución de los viejos malentendidos.

¿Cómo puedes saber si realmente necesitas hablar con tu padre o tu madre? He aquí una
pequeña prueba. Imagina que, repentinamente, te enteras de que tus padres murieron en un
accidente. Se han ido y nunca más volverás a hablarles. Pasado el choque inicial, ¿cómo te
sientes? ¿Qué cosas lamentas no haberles preguntado? ¿O no haberles dicho? ¿Qué se
quedó sin decir? El que pienses apenas unos pocos minutos en esto es suficiente para saber
que tienes una tarea por delante.

Recuperando la comunicación

El recuperar la comunicación con un padre, una madre u otro miembro de la familia, y


hacerlo en forma segura, requiere de un verdadero cuidado. Esto es lo que hemos aprendido
de muchas personas que han emprendido ese viaje.

En primer lugar, debes determinar cuál será el escenario. Aléjate de ambientes familiares.
Encuentra un territorio neutro: es una buena idea salir todo un día o un fin de semana
juntos. Las buenas conversaciones no ocurren como en las películas: vienen poco a poco y
necesitan espacio para digerir lo que se está diciendo. El padre, en particular, responde
mejor haciendo algo junto con su hijo. La actividad compartida relaja a los hombres y
reduce la intensidad de una confrontación directa.

Si ya pasas mucho tiempo cerca de tus padres, las oportunidades surgirán espontáneamente.
Surgirán viejos patrones de conducta que te resultarán profundamente irritantes o
perturbadores. Escoge el momento y luego habla. Describe la conducta y el efecto que ésta
tiene en ti. "Cuando me comparas con mi hermano, me siento muy mal. Recuerdo que lo
hacías frecuentemente cuando yo era niño y esto me hacía odiar a mi hermano aunque él es
una buena persona. No quiero que vuelvas a hacerlo". No esperes ser escuchado la primera
vez. Podrías encontrar una total negación, de modo que debes tener listos algunos ejemplos
que ilustren lo que quieres decir. Acorralada de esta forma, la otra persona podría tener una
rabieta, escenificar un colapso emocional, amenazarte con echarte de la casa ¡y aun
desheredarte!

Un hombre recuerda haber escrito una carta en la que le decía a su padre que éste había sido
crítico y negativo a lo largo de toda su niñez, y que deseaba poder escuchar algún elogio;
escribió que lo amaba pero que no se sentía en absoluto cerca de él. El padre respondió
diciendo, "Si eso es lo que sientes, obviamente no hay lugar para mí en tu vida. No te
molestaré nunca más". El hijo escribió de nuevo y dijo "No seas estúpido -- estos son
cambios pequeños pero importantes. Encontrémonos y trabajemos en ello". El nacimiento
de un varoncito había sido el disparador de todo este episodio, y a ambos les interesaba
arreglar las cosas.

Algunos programas de televisión nos han acondicionado a pensar que todo se resuelve
abrazándonos y diciendo "te amo". Los detalles son importantes, como lo es hacer el
trabajo que se requiere, y no sólo llegar a nuestro destino. Dos series de preguntas parecen
ser centrales en esta conversación. La primera, "¿Cómo eran las cosas para ti/ustedes
cuando nosotros/as éramos pequeños/as; qué estabas/estaban realmente experimentando;
cuál fue la historia completa que no se nos podía decir a los hijos y las hijas?" Y la segunda
serie va aún más atrás en el tiempo: ¿Cuál fue la historia emocional de nuestro padre y
nuestra madre; cómo fue su niñez; cuáles fueron sus experiencias en tiempo de guerra; cuál
fue la verdad acerca de su matrimonio? Es decir, los detalles que fueron removidos de la
"historia oficial", removiéndonos a nosotros/as, en el proceso, de las verdaderas personas
que él y/o ella eran.

Ésta deberá ser una conversación sólo entre dos personas -- la buena comunicación raras
veces tiene lugar en grupos, especialmente en grupos familiares. Cuando toda la familia
está reunida, los viejos patrones suelen tomar control y abrumar las buenas intenciones
individuales. Ocasionalmente, dos hermanos o hermanas pueden confrontar a un padre o
una madre si están del mismo lado y la tarea es difícil. Es conveniente que ni tu pareja ni
tus hijos/as estén presentes en ese momento; de lo contrario, tu padre/madre sentirá que
debe guardar las apariencias.

Sospecho que no podrás hacer este trabajo si eres muy joven -- digamos, menor de 30 años.
Se debe alcanzar cierto grado de independencia emocional, y también de humildad que no
es común entre personas jóvenes. Es muy útil tener tu propio hogar y una pareja que apoye
lo que estás haciendo. Si dependes material o emocionalmente de tus padres, difícilmente
podrás darte el lujo de hurgar en el hormiguero. Si sufriste abuso o descuido en tu niñez, si
has intentado suicidarte o estás bajo cuidado psiquiátrico, primero concéntrate en
recuperarte y conseguir apoyo, ya que de esta forma el encuentro con tu padre/madre será
más beneficioso. Si tienes dudas, busca consejería.

¿Yo también tengo que hacerlo?

¿Deben todas las personas hacer este trabajo? Probablemente. Esta tarea con tu
padre/madre podría ser el ritual más importante de la mitad de tu vida, el paso final hacia
una adultez completa. Al menos esta es mi impresión. Conforme esta necesidad llega a la
mentalidad colectiva, podemos imaginar a millones de padres y madres mayores esperando,
con preocupación, por La Conversación (al igual que, como adolescentes, esperamos por
La Plática sobre El Sexo). Y talvez esperen con mucha anticipación, ya que, al fin y al
cabo, una clase de "libreta de calificaciones" sobre el final de la niñez casi siempre redime
a todo el mundo.

Mucho pesar le espera a la persona más joven que piense que podrá juzgar el desempeño de
su padre/madre sin algún autoanálisis o sin compartir la responsabilidad. Seguramente
tendrás cóleras, dolores y heridas que querrás declarar, pero empieza con el compromiso de
comprender la historia de la experiencia de la otra persona. Disponte a escuchar en qué
difieren sus recuerdos de los tuyos y por qué actuó como lo hizo.
A un amigo mío se le diagnosticó cáncer cuando sus hijos tenían cuatro y seis años. Se
sentía tremendamente irritable todo el tiempo y experimentaba arranques casi violentos por
tener que contener su tensión. Aun así, no se sentía capaz de decirles a sus hijos la
verdadera razón de sus temores. El cáncer fue tratado exitosamente, y dos años después mi
amigo continúa bien. Ahora él se pregunta si debería explicarles a sus hijos la razón de esos
arranques. Uno de ellos aún se orina en la cama, como lo ha hecho desde ese tiempo.
Simplemente no existe una vida familiar sin complicaciones.

Debemos hacer lo mejor posible por explicar lo que nos ocurre, y también acercarnos a la
otra persona conforme la edad y la experiencia facilitan la comprensión. Demasiadas
personas adultas muestran una actitud paternalista hacia su padre/madre, racionalizando
que él y ella "hicieron lo mejor que podían", lo cual, en la práctica, significa una fachada
vitalicia de conducta cortés que cubre heridas subyacentes que deberían ser exploradas.

Se debe esperar alguna resistencia o, al menos, una hábil negación. Comentarios tales como
"todo está en el pasado" o "tú no comprendes" deberían ser confrontados con "¿Qué es lo
que no comprendo? Dame la oportunidad de entender". Indudablemente, éste es un
ejercicio peligroso. Enfrentar las heridas causadas accidental o intencionalmente, hace que
éstas se abran de nuevo.

Podrías temer algún daño físico o emocional, ya sea en ti o en tu padre/madre. Si éste es el


caso, podrías empezar sólo con cuestiones pequeñas. Si te percatas de que estás perdiendo
el hilo del asunto, sal a caminar un poco o llama a una persona de confianza antes de
continuar la conversación. La primera vez que quise hablar con mis padres acerca de
algunos aspectos de mi niñez, me sentí profundamente atemorizado. Mi pareja me ayudó
con dos cuestiones. La primera fue preguntarme qué sería lo peor que podía ocurrir.
Respondí que una separación total, lo cual no era probable. Y dado que mis padres y yo nos
habíamos distanciado bastante, yo tenía poco qué perder y mucho por ganar. La segunda
cuestión consistía en mantener un ojo puesto en la meta, y recordar que la meta de esto (y
conviene destacarlo, en el curso de la conversación, tantas veces como sea necesario) era
simplemente llegar a un mejor lugar, tener un resultado en que ambas partes ganaran algo.

Las recompensas

Lo que al final se obtiene es perspectiva -- el más glorioso de los dones mentales. Una vez
que los resentimientos han sido eliminados, lo que a menudo queda es una profunda
apreciación hacia nuestro padre y nuestra madre, aun por el mero cuidado físico que nos
dieron. Otra razón importante para arreglar las cosas con él y ella es que se lo debemos.
Muchas personas mayores se van a la tumba sintiendo que le fallaron a otro ser humano,
precisamente por estas brechas intergeneracionales. Saben que no les gustan a sus hijos o
hijas, que no tienen su respeto, y esto les provoca gran amargura y tristeza.

Un hombre me escribió esta semana desde Inglaterra, a donde fue para despedirse de su
padre. Cito lo siguiente de su carta: "Permanecimos sentados, las tres últimas semanas de
su vida, en un espléndido silencio, pero en total entendimiento. Sólo me hablaba para
decirme que no era muy bueno para conversar. Lo más increíble fue que, hacia el final, tuve
que ayudarlo a ir al baño, y en esos momentos nos tomábamos de la mano, en una forma en
que yo nunca le he tomado la mano a nadie. Creo que comprenderás cuando digo que se
invirtieron los papeles de padre/hijo. Aun ahora, mientras escribo, me invade esta sensación
de bienestar".

He dicho suficiente.
Fuente:
Manhood Online

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