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La Odisea

FRAGMENTO:

Entretanto la sólida nave en su curso ligero

se enfrentó a las Sirenas: un soplo feliz la impelía

mas de pronto cesó aquella brisa, una calma profunda

se sintió alrededor: algún dios alisaba las olas.

Levantáronse entonces mis hombres, plegaron la vela,

la dejaron caer al fondo del barco y, sentándose al remo,

blanqueaban de espumas el mar con las palas pulidas.

Yo entretanto cogí el bronce agudo, corté un pan de cera

y, partiéndolo en trozos pequeños, los fui pellizcando

con mi mano robusta: ablandáronse pronto, que eran

poderosos mis dedos y el fuego del sol de lo alto.

Uno a uno a mis hombres con ellos tapé los oídos

y, a su vez, me ataron de piernas y manos

en el mástil, derecho, con fuertes maromas y, luego,

a azotar con los remos volvieron al mar espumante.

Ya distaba la costa no más que el alcance de un grito

y la nave crucera volaba, mas bien percibieron

las Sirenas su paso y alzaron su canto sonoro:

"Llega acá, de los dánaos honor, gloriosísimo Ulises,

de tu marcha refrena el ardor para oír nuestro canto,

porque nadie en su negro bajel pasa aquí sin que atienda

a esta voz que en dulzores de miel de los labios nos fluye.

Quien la escucha contento se va conociendo mil cosas:


los trabajos sabemos que allá por la Tróade y sus campos

de los dioses impuso el poder a troyanos y argivos

y aún aquello que ocurre doquier en la tierra fecunda".

Tal decían exhalando dulcísima voz y en mi pecho

yo anhelaba escucharlas. Frunciendo mis cejas mandaba

a mis hombres soltar mi atadura; bogaban doblados

contra el remo y en pie Perimedes y Euríloco, echando

sobre mí nuevas cuerdas, forzaban cruelmente sus nudos.

Cuando al fin las dejamos atrás y no más se escuchaba

voz alguna o canción de Sirenas, mis fieles amigos

se sacaron la cera que yo en sus oídos había

colocado al venir y libráronme a mí de mis lazos.

Cantar del Mío Cid.

CANTAR 3º La cobardía de los Infantes de Carrión

En Valencia estaba el Cid y los que con él son;

con él están sus yernos, los infantes de Carrión.

Echado en un escaño, dormía el Campeador,

cuando algo inesperado de pronto sucedió:

salió de la jaula y desatóse el león.

Por toda la corte un gran miedo corrió;

embrazan sus mantos los del Campeador

y cercan el escaño protegiendo a su señor.

Fernando González, infante de Carrión,

no halló dónde ocultarse, escondite no vio;


al fin, bajo el escaño, temblando, se metió.

Diego González por la puerta salió,

diciendo a grandes voces: «¡No veré Carrión!»

Tras la viga de un lagar se metió con gran pavor;

la túnica y el manto todo sucios los sacó.

En esto despertó el que en buen hora nació;

a sus buenos varones cercando el escaño vio:

«¿Qué es esto, caballeros? ¿ Qué es lo que queréis vos?»

«¡Ay, señor honrado, un susto nos dio el león».

Mío Cid se ha incorporado, en pie se levantó,

el manto trae al cuello, se fue para el león;

el león, al ver al Cid, tanto se atemorizó que,

bajando la cabeza, ante mío Cid se humilló.

Mío Cid don Rodrigo del cuello lo cogió,

lo lleva por la melena, en su jaula lo metió.

Maravillados están todos lo que con él son;

lleno de asombro, al palacio todo el mundo se tornó.

Mío Cid por sus yernos preguntó y no los halló;

aunque los está llamando, ninguno le respondió.

Cuando los encontraron pálidos venían los dos;

del miedo de los Infantes todo el mundo se burló.

Prohibió aquellas burlas mío Cid el Campeador.

Quedaron avergonzados los infantes de Carrión.

¡Grandemente les pesa esto que les sucedió!


Persiles y Sigismunda
Fragmento:

"Curáronse los heridos y, dentro de ocho días, estuvieron para ponerse en camino y llegar a
Roma, de donde habían venido cirujanos a verlos. En este tiempo, supo el duque cómo su
contrario era príncipe heredero del reino de Dinamarca, y supo asimismo la intención que tenía
de escogerla por esposa. Esta verdad calificó en él sus pensamientos, que eran los mismos que
los de Arnaldo. Parecióle que la que era estimada para reina lo podía ser para duquesa; pero
entre estos pensamientos, entre estos discursos e imaginaciones se mezclaban los celos, de
manera que le amargaban el gusto y le turbaban el sosiego. En fin, se llegó el día de su partida,
y el duque y Arnaldo, cada uno por su parte, entraron en Roma, sin darse a conocer a nadie, y
los demás peregrinos de nuestra compañía, llegando a la vista de ella, desde un alto montecillo
la descubrieron, e hincados de rodillas, como a cosa sacra, la adoraron, cuando de entre ellos
salió una voz de un peregrino que no conocieron, que, con lágrimas en los ojos, comenzó a decir
de esta manera: ¡Oh grande, oh poderosa, oh sacrosanta alma ciudad de Roma! A ti me inclino,
devoto, humilde y nuevo peregrino, a quien admira ver belleza tanta. Tu vista, que a tu fama se
adelante, al ingenio suspende, aunque divino; de aquel que a verte y adorarte vino con tierno
afecto y con desnuda planta. La tierra de tu suelo, que contemplo con la sangre de mártires
mezclada, es la reliquia universal del suelo. No hay parte en ti que no sirva de ejemplo de
santidad, así como trazada de la ciudad de Dios al gran modelo. Cuando acabó de decir este
soneto el peregrinó se volvió a los circunstantes, diciendo:
-Habrá pocos años que llegó a esta santa ciudad un poeta español, enemigo mortal de sí mismo
y deshonra de su nación, el cual hizo y compuso un soneto en vituperio de esta insigne ciudad y
de sus ilustres habitadores; pero la culpa de su lengua pagara su garganta, si le cogieran. Yo, no
como poeta, sino como cristiano, casi como en descuento de su cargo, he compuesto el que
habéis oído. -Yo apostaré que la diosa Venus, como en los tiempos pasados, vuelve a esta
ciudad a ver las reliquias de su querido Eneas. Por Dios, que hace mal el señor gobernador de no
mandar que se cubra el rostro de esta movible imagen. ¿Quiere, por ventura, que los discretos se
admiren, que los tiernos se deshagan y que los necios idolatren?
Con estas alabanzas, tan hipérboles como no necesarias, pasando adelante el gallardo escuadrón,
llegó al alojamiento de Manasés, bastante para alojar a un poderoso príncipe y a un mediano
ejército. "
La Diana
FRAGMENTO:

"No fue solo esto lo que Arsileo aquella noche al son de su arpa cantó, que así como
Orfeo al tiempo que fue en demanda de su ninfa Eurídice con el suave canto enterneció
las furias infernales, suspendiendo por gran espacio la pena de los dañados, así el mal
logrado mancebo Arsileo suspendía y ablandaba no solamente los corazones de los que
presentes estaban, mas aun a la desdichada Belisa que desde una azotea alta de mi
posada le estaba con grande atención oyendo. Y así agradaba al cielo, estrellas y a la
clara luna, que entonces en su vigor y fuerza estaba, que en cualquiera parte que yo
entonces ponía los ojos, parece que me amonestaba que le quisiese más que a mi vida.
Mas no era menester amonestármelo nadie, porque si yo entonces de todo el mundo
fuera señora, me parecía muy poco para ser suya. Y desde allí, propuse de tenerle
encubierta esta voluntad lo menos que yo pudiese. Toda aquella noche estuve pensando
el modo que tendría en descubrirle mi mal, de suerte que la vergüenza no recibiese
daño, aunque cuando este no hallara, no me estorbara el de la muerte. Y como cuando
ella ha de venir, las ocasiones tengan tan gran cuidado de quitar los medios que podrían
impedirla, el otro día adelante con otras doncellas, mis vecinas, me fue forzado ir a un
bosque espeso, en medio del cual había una clara fuente adonde las más de las siestas
llevábamos las vacas, así porque allí paciesen, como para que, venida la sabrosa y fresca
tarde, cogiésemos la leche de aquel día siguiente, con que las mantecas, natas y quesos
se habían de hacer. Pues estando yo y mis compañeras asentadas en torno de la fuente, y
nuestras vacas echadas a la sombra de los umbrosos y silvestres árboles de aquel soto,
lamiendo los pequeñuelos becerrillos que juntos a ellas estaban tendidos, una de
aquellas amigas mías, bien descuidada del amor que entonces a mí me hacía la guerra,
me importunó, so pena de jamás ser hecha cosa de que yo gustase, que tuviese por bien
de entretener el tiempo, cantando una canción. Poco me valieron excusas, ni decirles
que los tiempos y ocasiones no eran todos unos para que dejase de hacer lo que con tan
grande instancia me rogaban; y al son de una zampoña que la una de ellas comenzó a
tañer, yo triste comencé a cantar estos versos. "

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