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La sociedad industrial y su futuro (el caso Unabomber) /1


Traducción de Ricardo A. Hill, Ph.D.

Este texto, publicado el 29 de septiembre de 1995, fue enviado al New York Times y
al Washington Post por la persona identificada por el FBI como el Unabomber, o quien las
autoridades han implicado en tres asesinatos y 16 bombazos. Ante la amenaza de que se
enviara una bomba «con la intención de matar», el Procurador General y el Director del FBI
recomendaron la publicación.

El consejo de redacción de Subjetividad y Cultura considera que el material es de gran interés


pero su extensión, más de 160 cuartillas, nos obliga a sintetizarlo. En el próximo número
publicaremos una segunda parte, sobre las estrategias y los procesos revolucionarios. Quien
tenga interés en obtener una versión completa del texto, asumiendo el compromiso de citar la
fuente y el traductor, puede enviarnos los datos de su correo electrónico o, en su caso, un
disquete y el importe de correo.

Unabomber es mucho más que un síntoma de la decadencia del imperio norteamericano.


Tampoco es posible descalificarlo por loco o exaltado. Se puede no estar de acuerdo
con muchas de sus afirmaciones pero es una persona analítica, reflexiva, conocedora de los
temas de su interés. Su texto está ilustrado con ejemplos históricos y actuales; sus premisas,
que cuestionan nuestra civilización, generan razonamientos complejos y dan pie a
demostraciones directas y ad absurdum. En su texto, sin que se comprometa con ninguna,
resuenan las más diversas tradiciones revolucionarlas. En fin, todo un conjunto de
provocaciones intelectuales para los preocupados por el destino de la humanidad.

La Revolución Industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la raza humana. Ellas
han acrecentado considerablemente las expectativas de vida de los habitantes de los
países «avanzados», pero han desestabilizado la sociedad, han sometido a los seres humanos
a indignidades, han llevado a un amplio sufrimiento psicológico (en el Tercer Mundo a un
sufrimiento físico también) y han infligido un daño severo a la naturaleza. Su continuo
desarrollo afectará cada vez más incluso a los países «avanzados».

Por lo tanto, abogamos por una revolución contra el sistema industrial. Ésta puede o no hacer
uso de violencia; puede ser súbita o gradual, no podemos predecirlo. Pero señalaremos, en
una forma muy general, las medidas que aquellos que odian el sistema industrial deberían
tomar para prepararle el camino a la revolución. Ella no deberá ser política. Su objetivo no será
derrocar gobiernos sino las bases económicas y tecnológicas de la sociedad.

La psicología del izquierdismo moderno

Una de las mayores manifestaciones de la locura de nuestro mundo es


el izquierdismo. Durante la primera mitad del siglo XX el izquierdismo podía ser identificado con
el socialismo. Hoy el movimiento está fragmentado y no parece claro quién puede ser llamado
izquierdista. Cuando hablamos de izquierdistas tenemos en mente principalmente a los

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socialistas, a los colectivistas, a los feministas, a los homosexuales y a los discapacitados, a


los protectores de los animales y a otros por el estilo. Pero no todos los miembros de estos
movimientos son izquierdista. El izquierdismo no es tanto un movimiento o una ideología como
un tipo psicológico.

Trataremos de caracterizar, burdamente, las dos tendencias psicológicas que creemos son su
principal fuerza promotora. Las llamaremos «sentimientos de inferioridad» y
«sobresocialización».

Por «sentimientos de inferioridad» entendemos un amplio espectro de rasgos relacionados


(posiblemente más o menos reprimidos): baja autoestima, sentimientos de impotencia,
tendencias depresivas, derrotismo, culpa, etcétera.

Los sentimientos de inferioridad son pronunciados entre los activistas de los derechos de las
minorías, pertenezcan o no a los grupos cuyos derechos defienden. Son hipersensibles a
las palabras usadas para hablar de ellas. Los términos «negro», «oriental» o «minusválido» no
tienen originalmente una connotación peyorativa. Los mismos activistas establecieron
las connotaciones negativas. Algunos defensores de los derechos de los animales llegan a
rechazar el término mascota e insisten en reemplazarlo por «compañero animal». Los
antropólogos izquierdistas parecen paranoicos frente a cualquier cosa que pudiera sugerir que
alguna cultura primitiva es inferior a la suya (no queremos sugerir que sean inferiores, nos
limitamos a señalar su susceptibilidad).

Los más sensibles respecto a la terminología «políticamente incorrecta» no son los habitantes
de los guetos, los inmigrante asiático, las mujeres violadas o los discapacitados sino una
minoría de activistas. Y muchos de ellos ni siquiera pertenecen a ningún grupo «oprimido» sino
que provienen de los estratos privilegiados de la sociedad: profesores con empleo seguro y
salarios confortables, machos blancos heterosexuales, de clase media o media alta.

Los izquierdistas se identifican con los débiles y tienden a odiar cualquier cosa que tenga la
imagen de ser fuerte, buena o exitosa. Ellos odian América, a la civilización occidental, a los
machos blancos, a la racionalidad. Sus razones no corresponden a sus motivos reales, dicen
que odian el Occidente porque es guerrero, imperialista, sexista, etnocéntrico y muchas
otras cosas pero, cuando esas mismas faltas aparecen en los países socialistas o en
las sociedades primitivas, encuentran excusas o, a lo sumo, las admiten de mala gana.

Los filósofos izquierdistas modernos tienden a dejar de lado la razón, la ciencia, la realidad
objetiva. Insisten en que todo es culturalmente relativo. Se puede cuestionar los
fundamentos del conocimiento científico y el concepto de realidad objetiva, pero ellos
están emocionalmente implicados en su ataque a la verdad y la realidad. Sus sentimientos de
inferioridad son tan profundos que no puede tolerar que algunas cosas se clasifiquen
como exitosas o superiores y otras como fracasadas o inferiores. Ejemplos de esto es
su rechazo al concepto de enfermedad mental, a los tests de coeficiente intelectual, a las
explicaciones genéticas de las habilidades o del comportamiento humano. Para ellos, si
una persona es «inferior», la culpa es de la sociedad que la ha educado de manera apropiada.

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Y de ahí su colectivismo: sólo pueden sentirse fuertes como miembros de una gran
organización o de un movimiento de masas.

Los izquierdistas de tipo "sobresocializado" aducen que su activismo está motivado por la
compasión y por principios morales. Pero su hostilidad y su deseo de poder son demasiado
evidentes, muchas de sus conductas no están racionalmente calculadas para beneficiar a los
que pretenden ayudar. Por ejemplo, ¿tiene sentido pedir acción afirmativa en términos hostiles
o dogmáticos? Obviamente sería más productivo tomar un camino más diplomático y
conciliador, que hiciera concesiones verbales y simbólicas a la gente blanca que se siente
discriminada por la acción afirmativa en favor de los negros. Pero esto no satisfaría sus
necesidades emocionales, incluso cuando su actitud intensifica el odio racial. Ellos, si
no existieran problemas raciales, los inventarían.

La sobresocialización puede conducir a la baja autoestima, al derrotismo, a la culpa. Uno de los


medios más importantes de socialización de los niños es haciéndolos sentirse avergonzados de
su comportamiento. Si esto se exagera, o si un chico es especialmente susceptible, termina
sintiéndose avergonzado de sí mismo. La mayoría de la gente tiene una cantidad significativa
de comportamiento travieso; miente, comete pequeños robos, infringe leyes de tráfico, pierden
tiempo en el trabajo, hace trampas, etcétera. La persona sobresocializada no puede siquiera
tener pensamientos «impuros», está atada con cadenas psicológicas y gasta su vida corriendo
por los carriles que la sociedad le ha tendido. Pensamos que la sobresocialización se una de
las peores crueldades que los seres humanos se infligen.

Los izquierdistas tratan de liberarse de sus cadenas psicológicas rebelándose. Por lo general,
ellos toman un principio moralmente aceptado, lo adoptan como propio y luego acusan a los
demás de violarlo. No se rebelan contra los valores profundamente arraigados en la
sociedad (o, por lo menos, de sus clases media y altas), como la igualdad racial y entre
sexos, la ayuda a los pobres, etcétera. Pero justifican su hostilidad reclamando (con
cierto grado de verdad) que la sociedad no los preserva.

Muchos izquierdistas promueven la acción afirmativa para que los negros ocupen mejores
puestos y tengan mejores escuelas. Miran la forma de vida de la «clase baja» negra como
una desgracia social y quieren integrarla al sistema. Dirán que la última cosa que desean es
hacer del hombre negro una copia del blanco, que buscan preservar la cultura afro-
americana. Pero, ¿en qué consiste la preservación de la cultura afro-americana? ¿En
comer estilo-negro, en escuchar música estilo-negro o en usar ropa estilo-negro? Sólo pueden
contemplar los aspectos superficiales, respecto a todo lo esencial, quieren hacer del negro
un blanco clasemediero. Para probar que el negro es tan bueno como el blanco, quieren
convertirlo en un técnico, en un ejecutivo o en un científico que se pase la vida trepando por la
escalera del status. Quieren que los padres negros sean «responsables» y que las pandillas
negras dejen de ser violentas. Por más que lo nieguen, asumen los valores del sistema.

Y si se involucran en la violencia, ellos reclaman estar peleando contra el racismo o algo


parecido.

Los problemas de los izquierdistas son los de nuestra sociedad como un todo. Sufren de baja

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autoestima, de tendencias depresivas, de derrotismo y, por el otro, nos dicen hasta cómo
comer, cómo hacer ejercicios, cómo hacer el amor, cómo educar a nuestro hijos, etcétera.

Las actividades substitutivas

Usamos el término para designar una acción dirigida hacia un objetivo artificial que la gente se
auto-impone para tener alguna meta por la cual trabajar.

Considérese el caso hipotético de un hombre quien puede tener todo lo que quiere con sólo
desearlo. Las aristocracias ociosas, que no tienen necesidad de esforzarse, se hacen
aburridas, hedonistas y desmoralizadas. Uno debe tener objetivos y, además, una cuota
razonable de éxito en su logro.

En la sociedad industrial moderna sólo es necesario un esfuerzo mínimo para satisfacer las
necesidades básicas. Es suficiente pasar por un programa de entrenamiento, para adquirir
alguna pequeña habilidad, ir a trabajar a tiempo y esforzarse lo mínimo indispensable para
mantener el empleo.

Los únicos requisitos son una cantidad moderada de inteligencia y, más que todo, simple
obediencia. Si uno tiene eso, la sociedad se hace cargo de uno desde la cuna hasta la
tumba. No dejamos de reconocer que hay una clase baja que no puede hacer frente a
sus necesidades físicas, pero estamos hablando aquí de la sociedad en general.

Entonces, no es sorprendente que la sociedad moderna esté llena de actividades substitutivas.


Éstas incluyen el trabajo científico, el logro atlético, el trabajo humanitario, la creación artística y
literaria, el trepar la escalera corporativa, la adquisición de dinero y bienes materiales más allá
del punto en el cual cesan de dar alguna satisfacción física adicional. En el caso de
los científicos, el dinero, el status y la gratificación de pertenecer a un movimiento de masas
juegan un papel muy importante. También el activismo social, cuando se dirige a aspectos que
no son importantes para el propio individuo. Como el caso de los activistas blancos
que trabajan por los derechos de las minorías no-blancas.

Para muchos, las actividades substitutivas son menos satisfactorias que la búsqueda de
objetivos reales. La gente implicada nunca está satisfecha, nunca descansa. Sin embargo, no
hay actividades substitutivas PURAS, para mucha gente ellas pueden estar motivadas por
necesidades en parte válidas.

La autonomía

La gente necesita un mayor o menor grado de autonomía para trabajar por sus propios
objetivos. Sin embargo, la mayoría no necesita tener iniciativa, dirección y control como
individuos aislados. Es suficiente actuar como miembro de un grupo pequeño o, en su caso, de
una poderosa institución o de un movimiento de masas.

Un individuo, a quien le faltan objetivos o poder, se afilia a un movimiento o a una organización,


adopta sus objetivos como propios y eso le basta. Cuando alguno de esos objetivos

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es alcanzado, aunque sus esfuerzos personales hayan jugado sólo un papel insignificante, se
siente poderoso a través de su identificación con ese movimiento u organización. Este
fenómeno fue explotado por los fascistas, los nazis y los comunistas. Nuestra sociedad lo usa
también, aunque menos cruelmente: en el ejército, las corporaciones, los partidos políticos, las
organizaciones humanitarias, y los movimientos religiosos o ideológicos. En particular
los movimientos izquierdistas tienden a atraer a las personas que están buscando satisfacer su
necesidad de poder.

Las fuentes de problemas sociales

Atribuimos los problemas sociales y psicológicos a las condiciones anormales presentes en la


moderna sociedad industrial: la excesiva densidad de la población, el aislamiento de la
naturaleza, la rapidez excesiva del cambio social y la quiebra de las comunidades de pequeña
escala, la familia extendida, la aldea o la tribu.

Los conservadores están locos cuando se quejan de la decadencia de los valores tradicionales
pero apoyan con entusiasmo el progreso tecnológico y el crecimiento económico. Nunca se les
ocurre que los cambios rápidos y drásticos en la tecnología y la economía quiebran
inevitablemente los valores tradicionales.

En la sociedad moderna la lealtad de un individuo debe ser al sistema y no a sus expensas. La


sociedad industrial avanzadas sólo puede tolerar pequeñas comunidades castradas, domadas
y convertidas en sus instrumentos.

El hombre moderno tiene la sensación, ampliamente justificada, de que el cambio le es


impuesto, mientras que el de fines del siglo XIX tenía el sentimiento, también justificado, de que
él mismo creaba el cambio, por su propia elección.

El hombre moderno debe satisfacer no sólo sus necesidades básicas sino también las
artificiales, aquellas creadas por la industria de la publicidad y del mercado, y a través
de actividades substitutivas.

Hoy la gente vive más en virtud de lo que el sistema hace para ellos que en virtud de lo que
ellos hacen para sí mismos. Las oportunidades tienden a ser las que el sistema provee y deben
ser explotadas de acuerdo con las reglas, las regulaciones y las técnicas prescritas por
expertos. Nuestras vidas dependen de decisiones tomadas por otras personas que usualmente
ni siquiera conocemos y no tenemos ningún control sobre ellas. Las amenazas al individuo
moderno tienden a ser hechas-por-el-hombre.

En aspectos que son irrelevantes al funcionamiento del sistema podemos generalmente hacer
lo que nos plazca. Podemos creer en cualquier religión, mientras no favorezca un
comportamiento peligroso o podemos acostarnos con cualquiera, siempre y cuando
practiquemos «sexo seguro». Pero en todos los asuntos importantes el sistema tiende a
regular cada vez más nuestro comportamiento.

El control es a menudo ejercido a través de coerción indirecta o a través de presión o

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manipulación psicológicas, por organizaciones no gubernamentales o por el sistema como una


totalidad. La propaganda no se limita a los comerciales y los anuncios, el contenido de la
programación de entretenimiento es, por ejemplo, una poderosa forma de propaganda.

La naturaleza de la libertad

Libertad significa estar en control, ya sea como individuo o como miembro de un grupo
pequeño, de los propios asuntos de vida o muerte. Libertad significa tener poder; no el de
controlar otras personas sino el de controlar las circunstancias de su propia vida. Uno no tiene
libertad cuando algún otro tiene poder sobre uno, sin importar cuan benévolo, tolerante y
permisivo pueda ser. El grado de libertad personal está determinado más por su estructura
económica y tecnológica que por sus leyes o sus formas de gobierno.

Por ejemplo, la libertad de prensa es de muy poca utilidad para el ciudadano promedio. Los
medios masivos de comunicación están en su mayoría bajo el control de grandes
organizaciones. Si bien cualquiera que tenga un poco de dinero puede tener algo impreso
o puede distribuirlo por Internet, lo que tenga que decir se va a empantanar en el vasto material
puesto por los medias y no tendrá ningún efecto práctico.

Tomemos nuestro caso como ejemplo. Si nunca hubiéramos hecho nada violento y
hubiéramos sometido este material a un editor, probablemente no hubiera sido aceptado. Si
hubiera sido aceptado y publicado, probablemente no hubiera atraído la atención, porqu es más
divertido mirar la televisión que leer un ensayo sobrio. Aún si estos escritos hubieran tenido
muchos lectores, la mayoría lo hubiera olvidado rápidamente. Para llegar al público, tuvimos
que matar gente.

Los derechos constitucionales no sirven para garantizar mucho más que la concepción
burguesa de la libertad. El hombre «libre» burgués tiene libertad económica porque eso
promueve el crecimiento y el progreso, tiene libertad de prensa porque la crítica pública
restringe la mala conducta de los líderes políticos; tiene el derecho a un juicio justo porque la
detención arbitraria sería mala para el sistema.

Además, la libertad está limitada por controles psicológicos de los cuales la gente está
inconsciente. Y más aún, muchas de las ideas de la libertad dependen más de las
convenciones sociales que de necesidades reales.

Las restricciones a la libertad son inevitables

El sistema, para funcionar, tiene que regular estrechamente el comportamiento humano hacia
formas cada vez más alejadas del padrón natural del comportamiento humano. Sin embargo,
podría ser que las reglamentaciones formales tendieran a ser reemplazadas por
herramientas psicológicas (propaganda, técnicas educativas, programas de «salud
mental», etcétera) que nos hagan desear lo que el sistema requiere de nosotros.

Cuando el límite de la resistencia humana ha sido sobrepasado, la sociedad se resquebraja,


su funcionamiento se hace ineficiente: rebelión, crimen, corrupción, ausentismo, depresión y

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otros problemas mentales.

Nuestra sociedad reduce a la gente a condiciones que los hacen terriblemente infelices y luego
les da drogas antidepresivas. Los programas de «salud mental», las técnicas de «intervención»,
la psicoterapia, los diversiones masivas (radio, tv, prensa, etcéiera) y todo lo demás están
ostensiblemente designados para beneficiar a los individuos, pero en la práctica sirven para-
inducirlos a sentir y a pensar como el sistema lo requiere.

El control tecnológico sobre el comportamiento humano no será probablemente introducido


con una intención totalitaria o con un deseo consciente de restringir la libertad humana. Cada
nuevo paso en la afirmación del control será tomado como una respuesta racional a los más
diversos problemas; alienación, baja autoestima, depresión, hostilidad; consumo de
drogas, violación, abuso infantil, corrupción política, odio racial, conflictos ideológicos
o terrorismo.

El control sobre el comportamiento humano será introducido no por una decisión calculada de
las autoridades sino a través de un proceso de evolución social. Será imposible de resistir el
proceso, porque cada avance en sí mismo, se considerará benéfico, o por lo menos un mal
menor.

Tal vez sea impracticable que todos tengamos electrodos insertados en las cabezas. Pero los
pensamientos y los sentimientos humanos están tan abiertos a la intervención biológica que el
control del comportamiento humano es principalmente un problema técnico.

Más allá de la ideología política o social que pretenda guiar el sistema tecnológico, el
comportamiento humano tiene que ajustarse a sus necesidades. El sistema no está guiado por
ideologías sino por necesidades técnicas.

Y la tecnología moderna es un todo unificado en el cual cada parte es dependiente de la otra.


Usted no puede desprenderse de las «malas» y retener sólo las «buenas».

Si usted cree que el gran gobierno interfiere demasiado en su vida ahora, sólo espere a que
empiece a regular la constitución genética de sus hijos.

Ningún código que reduzca la ingeniería genética a un rol menor puede mantenerse de pie por
mucho tiempo, porque la tentación de usar el inmenso poder de la biotecnología será
irresistible. Muchas de sus aplicaciones parecerán obvia e inequívocamente buenas, como
eliminar las enfermedades físicas y mentales. Es inevitable que la ingeniería genética llegue a
ser usada extensivamente y en formas consistentes con las necesidades del sistema industrial-
tecnológico.

El progreso tecnológico marcha en una sola dirección, no puede revertirse. Cuando se


introduce una innovación técnica, la gente ya no puede vivir sin ella, a menos que sea
reemplazada por otra aún más avanzada. Y más aún, el sistema como un todo se hace
dependiente.

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Ningún arreglo social (leyes, instituciones, costumbres o códigos éticos) puede proveer una
protección permanente contra la tecnología. Tarde o temprano éste se quebrará.

La tecnología es una fuerza social más poderosa que la aspiración por la libertad. Pero parece
que en las próximas décadas el sistema industrial-tecnológico pasará por severas tensiones
originadas por problemas económicos, ambientales y, especialmente, debido a disturbios en el
comportamiento humano. Esperamos que las tensiones causen su quebrantamiento o que, por
lo menos, lo debiliten de modo que una revolución se haga posible.

Pelear cada amenaza a la libertad por separado sería fútil. El éxito sólo puede esperarse
peleando contra el sistema tecnológico como un todo. Pero eso es revolución, no reforma.

Continuará...

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