La idea tan generalizada entre la población e incluso entre los
médicos de que el consumo de alimentos de origen animal es muy necesario, por su aporte en proteínas de alta calidad, para crear organismos fuertes y sanos amerita ser valorado a la luz de los conocimientos actuales, pero también no tan actuales y que muchos especialistas, incluyendo nutricionistas, se niegan a aceptarlos por tener muy arraigadas sus creencias o conocimientos adquiridos en épocas remotas o simplemente, por falta de una actualización en la temática, lo cual es muy lamentable por los daños que ya se conoce puede provocar el consumo de proteínas de origen animal, particularmente en determinados estados de enfermedad y más aún en la tercera edad. Lo cierto es que el consumo de proteínas de origen animal, de cualquier tipo, incluyendo los lácteos es un mito muy difícil de eliminar, forma parte del consumismo excesivo desarrollado para eliminar las deficiencias nutricionales de antiguos tiempos, que originó el planteamiento de recomendaciones nutricionales con amplios márgenes de seguridad, el desenfrenado desarrollo farmacéutico de todo tipo de tabletas de vitaminas, minerales, antioxidantes, entre otros preparados, y a la industria alimentaria a todo tipo de fortificación nutricional de alimentos, los cuales paradójicamente se refinan para luego agregársele de forma química aquello que se le quitó. Ya hoy se reconoce el grave error de estos métodos, los cuales no pueden sustituir el efecto positivo de cuando se consumen los nutrientes formando parte natural e integral de los alimentos, y lo peor aún es que pueden provocar serios problemas metabólicos y desequilibrios que afectan a la salud. Se pudiera citar un enorme listado de estos problemas, pero nos limitaremos a mencionar algunas desventajas relacionadas con el consumo de las proteínas de origen animal, las cuales se consumen generalmente en exceso, lamentablemente también cuando se está enfermo:
En el organismo adulto, fuera ya de la fase de crecimiento, en el
cual no se sintetiza masa magra por ejercicio físico intenso, los requerimientos de aminoácidos esenciales constituyen sólo alrededor del 50% de los requerimientos correspondientes a niños en crecimiento. El exceso de aminoácidos en la dieta no puede ser almacenado en el organismo humano como sucede con las grasas o los carbohidratos, generalmente este exceso se excreta, o en condiciones muy particulares se transforma a glucosa o grasa, pero a un elevado costo energético. El amoníaco derivado del proceso de desaminación de los aminoácidos debe transformarse a urea en hígado, para luego ser transportado a riñones para su excreción. La formación de urea es un proceso altamente consumidor de energía, en una relación de 4 Moles de ATP por cada Mol de urea que se forma, sin contar la energía necesaria para su transportación y excreción renal. El hecho de someter a adultos a una innecesaria sobrecarga de proteínas tiene un efecto deletéreo sobre varios órganos, además de que conduce a un desequilibrio energético proteico. Precisamente una de las variantes que ha sido ampliamente utilizada en las dietas reductoras de peso corporal ha sido la utilización de dietas hiperprotéicas que hacen bajar de peso, pero provocan graves daños a la salud, por lo que son muy criticadas en la literatura científica médica. Desequilibrio energía: proteína. Muchos médicos desconocen esta relación y cometen frecuentemente el error de dar a sus pacientes un exceso de alimentos de origen animal pretendiendo que se recuperen y aumenten de peso corporal, sin embargo lo que logran es demandar una mayor utilización de energía para el metabolismo de esas proteínas (como se explicó en el punto anterior) y por lo tanto el resultado final será una mayor pérdida de peso. Producción en intestino de sustancias cancerígenas (debido a la putrefacción de las proteínas animales con la consiguiente formación de metabolitos tóxicos reconocidos como cancerígenos, los cuales en el tiempo contribuyen a la formación de tumores). Provocan una acidosis metabólica crónica a bajo tenor, reflejada básicamente por la oxidación del exceso de aminoácidos azufrados (básicamente metionina y cistina) a iones de azufre. Esta situación es más pronunciada en la tercera edad, en la cual hay una pérdida fisiológica de la función renal. Un fallo en neutralizar esta acidosis (la cual ya no puede ser bien controlada por los mecanismos tampones o amortiguadores del Ph) conduce a efectos negativos a largo plazo sobre el estatus proteico y en otros procesos metabólicos, como la peroxidación de estructuras biológicas. Relación de algunos efectos crónicos de la acidosis metabólica crónica: salida celular de potasio y magnesio (músculos), aumento de la degradación proteica tisular (músculos), aumento de la oxidación de los aminoácidos de cadena ramificada (músculos), disminución de la síntesis de albúmina (hígado), aumento de la movilización de calcio (huesos), disminución de la síntesis activa de la vitamina D (varios órganos), disminución de la utilización de la gluconeogénesis y del lactato (hígado), aumento de la gluconeogénesis y la utilización de la glutamina (riñones), aumento de la excreción de calcio y fósforo (riñones), disminución de la excreción de citrato (riñones), aumento del riesgo de litiasis (riñones), aumento del hierro y cobre libre (sangre), disminución de la secreción de la hormona del crecimiento (hipófisis), disminución de la expresión del receptor de la hormona del crecimiento (hígado), disminución de la expresión del factor de crecimiento insulínico (condrocitos). Aumento de la carga renal ácida. Dietas vegetarianas tienen una carga renal ácida de solamente 10 mEq/día, mientras que dietas omnívoras tienen una carga de 60-70 mEq/día. La ingestión de proteínas de origen animal es la más relacionada con la magnitud de la carga renal ácida, lo cual es más problemático en el anciano debido a la pérdida progresiva de la función renal que tiene lugar con el envejecimiento. Se plantea que si el calcio de los huesos se moviliza para amortiguar sólo 1 mEq de ácidos/día se pierde el 15 % del calcio del esqueleto en una década, por lo que el factor de riesgo mayor de la osteoporosis es el consumo de proteínas de origen animal, incluyendo la leche, en la que su contenido de calcio no puede compensar la acidosis metabólica que provoca, con la consecuente salida ósea del calcio, o sea el balance final es negativo. Disminución de la afluencia de oxígeno al cerebro. El proceso digestivo y metabólico de las proteínas es el que más oxígeno demanda, es el de mayor efecto termogénico postprandial, más de 12 horas, por lo que provoca una menor afluencia de oxígeno al cerebro, con el consiguiente estado de embotamiento que tiene lugar después de una comida rica en alimentos de origen animal. El suministro de oxígeno al cerebro se ve más afectado en la tercera edad, ya que de entrada está más comprometido por los procesos de aterosclerosis que tienen lugar. Aportan grasas de mala calidad. Los alimentos de origen animal por lo general contienen altos niveles de colesterol y grasas saturadas que constituyen un factor de riesgo para las enfermedades cardio y cerebrovasculares. Además, estas grasas que son metabolizadas por la flora intestinal actúan como detergentes de la mucosa cólica provocando un daño de la mucosa y una hiperproliferación reactiva que con el tiempo promueve el desarrollo de tumores. Promueven el aumento del ácido úrico y el desarrollo de la Gota. Mayor consumo de sustancias químicas, hormonas, antibióticos y adrenalina. Cuando se consumen animales que no fueron criados de forma natural o salvajes se consumen conjuntamente una gran cantidad de sustancias que son perjudiciales para la salud. Dentro de estas sustancias está la adrenalina que el animal produjo en el acto del sacrificio y que se acumula principalmente en el músculo.
Después de tener claras algunas de las desventajas del consumo de
proteínas de origen animal, que son irrefutables científicamente, nos debe quedar claro que su consumo en personas de la tercera edad y enfermas no es aconsejable, o al menos es un tema que debe ser tratado con extrema cautela, analizando muy bien la constitución y la condición de la persona en cuestión (que enfermedad se padece y que órganos están comprometidos). Se sabe que cuando se combinan adecuadamente los alimentos de origen vegetal se obtiene una mezcla proteica con un buen cómputo aminoacídico (corregido por digestibilidad del 80 %), por lo que no ofrecen carencia de ningún amino ácido esencial. Las dietas vegetarianas bien planificadas y equilibradas, con alimentos de buena calidad, seguros e inocuos, son muy oportunas en determinadas etapas de la vida, como en la tercera edad y más aún cuando hay enfermedades, en las que se necesita de una alimentación que contrarreste la acidosis metabólica crónica dada por la alimentación moderna, el estrés y la falta de una respiración adecuada. En estos casos la alimentación debe ser noble, que no deje residuos tóxicos, que favorezca la digestibilidad, que potencialice la inmunidad, que restablezca la flora intestinal, que sea detoxificante y depurativa, que no demande un trabajo excesivo de los principales órganos (riñones, hígado, corazón, páncreas y pulmones), que sea bien cocinada y energética (en todo el sentido de la palabra, que proporcione energía vital, que revitalice el organismo). Una dieta con estas características no debe incluir alimentos de origen animal, cuando más, si la condición ya lo permite, una pequeña porción (preferentemente pescado u otras carnes blancas), ocasionalmente y siempre en el horario del almuerzo sustituyendo a los frijoles. Sobre todo es muy importante establecer muy bien los objetivos prioritarios de una dieta. No se puede salvar una vida y recuperar la función de órganos dañados, dando una alimentación en exceso. Primero se trata de controlar y curar, y esto se logra con una alimentación noble, que brinde un aporte nutricional mínimo que permita a los órganos reposar para que puedan restablecer su equilibrio y normalizar su función. Hipócrates decía “cuanto más enfermo está un organismo menos lo debes llenar de impurezas”. En una segunda etapa se pasará a la recuperación nutricional y del peso corporal. En ninguna de las dos etapas los alimentos de origen animal son los más adecuados.