Para eso tenemos que remontarnos a «La era del vacío», escrito en 1983, en
donde Lipovetsky entra de lleno en su tema favorito: el individualismo
contemporáneo. La llamada modernidad comienza entrado el siglo XX, la
época de las ideologías y de las vanguardias, de las revoluciones, de las masas, se
creía en el futuro, en la ciencia y en la técnica, se rompió con las jerarquías de
sangre y la soberanía sagrada.
Pero esa etapa posmoderna, que dura hasta principios de los noventa, de paso a
una nueva época: la hipermodernidad. Hipercapitalismo,
hiperindividualismo, hiperpotencia, hiperterrorismo, hiperrealismo,
hipercomunicaciones, hiperrentabilidad, hipermercado, hiperplacer: todo es híper
en una sociedad basada en el mercado, en la técnica y en el individuo, y donde no
existen proyectos alternativos de peso a la escalada del neoliberalismo
del «siempre más» (y siempre más rápido). Y, lógicamente,
también hipernarcisismo, un narciso que se tiene por maduro, responsable,
eficaz, adaptable, ético y profesional.
Pero, ¿es realmente maduro cuando se niega a aceptar la edad adulta?, ¿es
responsable cuando se producen despidos colectivos, destrucción de la ecología,
corrupción?, ¿es adaptable cuando se niega a renunciar a ninguna ventaja
adquirida? (el miedo tan presente en nuestras sociedad, a renunciar a lo adquirido,
pero también ante la incertidumbre, ante la precariedad en el trabajo), ¿es eficaz
cuando nunca ha existido tanta depresión, ansiedad, angustía y tentativas de
suicidio?