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LA METROPOLIS Y LA VIDA MENTAL

Georg Simmel, uno de los grandes pensadores urbanos, capaz de presentar la nueva
vida urbana de manera sencilla. Su trabajo “la metrópolis y la vida mental”, se despliega
entre el individuo y la sociedad.
Simmel se enfoca concretamente en el encuentro violento entre el mundo interno del
individuo y el mundo externo de la sociedad y las ciudades.
Los problemas más profundos de la vida moderna, son el preservar la autonomía e
individualidad de su existencia; al demandar la especialización del hombre y de su
trabajo, hace que cada hombre dependa más directamente de las actividades
complementarias de todos los demás.
La preocupación básica que encontramos es el que la persona se resista a ser suprimida
y destruida en su individualidad por cualquier razón social, política o tecnológica.
¿Cómo la personalidad se acomoda y se ajusta a las exigencias de la vida social?
En cuanto al carácter intelectualista, la vida rural descansa más en relaciones
emocionales que la metrópolis.
La persona intelectualmente sofisticada es indiferente a toda forma genuina de
individualidad, dado que las relaciones resultan de ellas no pueden ser cubiertas.
En los grupos pequeños el trato se vuelve “le sirve al cliente que ordena el producto,
de tal manera que el productor y el consumidor están relacionados y se conocen”
A comparación de la metrópolis que es a través de anonimato, los intereses son
casuales, casi despiadados.
La mente moderna se ha vuelto cada vez más calculadora. Las relaciones y los negocios
del metropolitano cada vez son más variadas y complejas. La puntualidad la exactitud
y el cálculo se imponen sobre la vida.
Exclusivo de la metrópolis: “blasse”; como consecuencia de la indiferencia, por excitar
los nervios durante demasiado tiempo provocando sus reacciones más fuertes hasta
que finalmente se vuelen incapaces.
En la nueva sociedad el dinero se convierte en el común desarrollador de todos los
valores y vacía. Las grandes ciudades propician la mercantilización de las cosas de
manera más impresionante y con mayor énfasis.
En la vida metropolitana se crea una reserva de omisión, un rechazo y extrañeza
mutuos que se convertirán en odio y lucha en el momento mismo de un contacto.
La fase más temprana que consigna ello es la siguiente: Un círculo relativamente
pequeño que está cerrado firmemente frente y contra otros círculos vecinos, extraños
o, de alguna forma antagónica. Sin embargo, este círculo es ceñidamente coherente y
solo le permite a cada uno de sus miembros un estrecho campo para el desarrollo de
sus cualidades individuales.
Hoy en día un hombre de la metrópoli se siente restringido cuando llega a un pueblo
chico, porque se vigila más a profundidad su conducta, logros y opiniones.
Se dice que el hombre metropolitano es “libre” en un sentido espiritualizado y
refinado, en contraste con la mezquindad y los prejuicios. Es obvio que esto se de bajo
ciertas condiciones, ya que se llega a sentir la soledad y la desubicación.
Una ciudad consiste en la totalidad de efectos que extienden más allá de sus confines
inmediatos; solos que dentro de ellos es donde se expresa su existencia.
Al mismo tiempo, la concentración de individuos y su lucha por clientes obligan a la
persona a especializarse en una función de la que no puede ser fácilmente desalojada
por otra. Este proceso promueve la diferenciación, el refinamiento y el
enriquecimiento de las necesidades del público.
Encontramos mucha diferencia en cuanto a la escasez u brevedad de los contactos
interpersonales en la metrópoli a comparación con las relaciones sociales que se tienen
en ciudades pequeñas.

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