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sentido moral

Este sentido moral es, sin duda, el más inmediato, el que antes se le ocurre a quien lee la
sentencia. De hecho, parece que estuvo muy extendido en Grecia, y desde luego ha sido el
predominante a partir de entonces en la cultura occidental.
Como muestra de la inveterada vigencia de esta máxima como consejo moral, valgan dos
ejemplos, uno del siglo XII y otro de comienzos del siglo XVII. Ellos demuestran bien que la
sentencia conócete a ti mismo no ha perdido vigencia a todo lo largo de la cultura occidental, y
que se ha entendido generalmente como aviso moral. Así como el «médico, cúrate a ti mismo»
avisa sobre la necesidad de cuidar la salud del cuerpo, el «conócete a ti mismo» es un aviso
similar a propósito de la salud del espíritu.
En los años finales de su vida, Pedro Abelardo, el gran dialéctico de la Universidad de París,
escribió un libro titulado Ética seu liber Scito te ipsum, «Ética o libro llamado Conócete a ti
mismo». En él no encontrará el lector nada parecido a lo que Sócrates dedujo de esa máxima.
La tesis de Abelardo es que toda la vida moral gira en torno a la intención. Ella es la que
diferencia el vicio o la mala acción y la culpa moral, el pecado. El vicio es un hábito negativo y
la mala acción un acto negativo. Pero ni ese hábito ni ese acto pueden considerarse sin más
«morales». Para que algo sea moral es preciso que haya consentimiento, intención. Abelardo
está muy preocupado en toda esta obra por la moral sexual, sobre la que tiene una concepción
muy tolerante y abierta. La delectación sexual no tiene para él significado moral negativo, ya
que es una tendencia de la naturaleza humana. Lo estrictamente moral es la intención, el
consentimiento. De ahí que escriba: «Ninguna delectación natural de la carne ha de
considerarse pecado. Y es claro también que no se ha de hacer reos de culpa a quienes se
deleitan en la ejecución de cuanto produce necesariamente un deleite. Pongamos el caso de un
religioso atado con cadenas y obligado a yacer entre mujeres. La blandura del lecho y el
contacto con las mujeres que le rodean le arrastran a la delectación, no al consentimiento. ¿Se
atreverá alguien a calificar de culpa esta delectación nacida de la naturaleza?». Saber esto es
conocerse a uno mismo. El conocimiento más profundo que podemos tener de nosotros
mismos es el de nuestras tendencias y el de nuestras intenciones. Confundir ambas cosas es un
profundo dislate, por más que se encuentre muy extendido. Los seres humanos se fijan sólo en
los actos extremos y confunden la acción mala con la culpa moral y el vicio con el pecado.
Abelardo piensa que esto es un craso error. Los hombres se fijan en lo externo, pero Dios juzga
las intenciones.

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