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El ascenso de China como potencia mundial. Entrevista.

Au Loong-Yu
11/03/2019

El rápido ascenso de China como un nuevo centro de acumulación de capital ha aumentado el conflicto
con los Estados Unidos. Ashley Smith, de ISR, entrevistó al activista y académico Au Loong Yu sobre
la naturaleza de la emergencia de China como un nuevo poder imperial y sobre qué significa para el
sistema-mundo.

Uno de los más importantes desarrollos en el sistema-mundo de las últimas décadas ha sido el
ascenso de China como nuevo poder en el sistema-mundo. ¿Cómo ha ocurrido esto?
El crecimiento de China es el resultado de una combinación de factores desde su reorientación en la
producción dentro del capitalismo global en la década de 1980. Primero, en contraste con el bloque
soviético, China encontró un camino para beneficiarse, con un giro de ironía histórica, de su legado
colonial. Gran Bretaña controló Hong Kong hasta 1997, Portugal controló Macau hasta 1999 y los EE.
UU. continúan usando Taiwán como un protectorado.
Estas colonias y protectorados conectaron a China con la economía-mundo incluso antes de su entrada
total dentro del sistema-mundo. En la era de Mao, Hong Kong proveyó alrededor de un tercio de la
moneda extranjera de China. Sin Hong Kong, China no habría sido capaz de importar tanta tecnología.
Tras el final de la Guerra Fría, durante el mandato de Deng Xiaoping, Hong Kong fue muy importante
para la modernización de China. Deng usó Hong Kong para conseguir mayor acceso aún a moneda
extranjera, para importar todo tipo de cosas, incluyendo alta tecnología, y tomar ventaja de su fuerza de
trabajo cualificada, como directivos profesionales.
China usó Macau primero como un sitio ideal para contrabando de bienes dentro de la China continental,
aprovechando la notoria falta de aplicación legal de la isla. Y así China utilizó la Casino City como
plataforma ideal para la importación y exportación de capital. Taiwán fue muy importante no solo en
términos de inversiones de capital, sino que más significativa en la larga carrera fue su transferencia de
tecnología, primera y principalmente en la industria de semiconductores. Los inversores hongkoneses y
taiwaneses fueron también una de las razones clave para el rápido crecimiento de las privincias chinas
de Jiangsu, Fujian y Guandong.
Segundo, China poseía lo que el revolucionario ruso Leon Trotsky llamó el «privilegio del atraso
histórico». El Partido Comunista de Mao se valió de su pasado como país precapitalista, una herencia de
fuerte estado absolutista que podría reutilizar y usar para su propio proyecto nacional de desarrollo
económico. También se valió de un campesinado precapitalista atomizado, el cual estaba acostumbrado
a un absolutismo de dos mil años, para exprimir trabajo de ellos en una así llamada acumulación primitiva
desde 1949 hasta la década de 1970.
Más tarde, desde la década de los ochenta en adelante, el Estado chino movió su fuerza de trabajo del
campo a las grandes ciudades para trabajar como mano de obra barata en zonas de exportación. Crearon
casi 300 millones de trabajadores rurales migrantes como esclavos en fábricas altamente explotadoras.
Así, el atraso del estado absolutista chino y de sus relaciones de clase ofrecieron a la clase dominante
china ventajas para desarrollar un capitalismo tanto estatal como privado.
Este atraso de China también hizo posible que se saltara etapas de desarrollo reemplazando medios y
métodos de desarrollo arcaicos por los capitalistas avanzados. Un buen ejemplo de esto es la adopción
de China de alta tecnología en telecomunicaciones. En lugar de seguir cada paso de las sociedades
capitalistas avanzadas, comenzando con el uso de líneas telefónicas para comunicación en línea, instaló
cable de fibra óptica a través del país casi al mismo tiempo.
El liderazgo chino estaba muy interesado en modernizar su economía. Por un lado, por razones
defensivas, buscaban asegurarse que el país no fuera invadido ni colonizado como cien años atrás. Por
otro, por razones ofensivas, el Partido Comunista busca restaurar su estatus como gran potencia,
reanuadando el así llamado mandato celestial. Como resultado de todos estos factores, China ha logrado
la modernización capitalista que tomó cien años en otros países.

China es ahora la segunda economía más grande en el mundo. Pero esto es contradictorio. Por un
lado, muchas de las multinacionales son responsables de su propio crecimiento, ya sea directamente
o a través de subcontrataciones de firmas taiwanesas o chinas. Por el otro, China está desarrollando
rápidamente su propia industria como campeones nacionales en el sector estatal y privado. ¿Cuáles
son sus fortalezas y sus debilidades?
En mi libro China’s Rise, digo que China tiene dos dimensiones de desarrollo capitalista. Una es lo que
llamo acumulación dependiente. El capital extranjero avanzado ha invertido enormes sumas de dinero a
lo largo de los últimos treinta años inicialmente en industrias de trabajo intensivo y más recientemente
en las de capital intensivo. Esto desarrolló a China pero la mantuvo al final de la cadena global de valor,
incluida la alta tecnología, como la terrible fábrica mundial. El capital chino recaudó una pequeña parte
del beneficio, yendo la mayoría a EE. UU., Europa, Japón y otras potencias capitalistas avanzadas y sus
multinacionales. El mejor ejemplo de esto es el teléfono móvil de Apple. China simplemente ensambla
todas las partes, las cuales son en su mayoría diseñadas y fabricadas fuera del país.
Pero hay una segunda dimensión, la acumulación autónoma. Desde el comienzo el estado ha ido
concienzudamente guiando la economía, financiando investigación y desarrollo y manteniendo un
control indirecto sobre el sector privado, el cual da cuenta ahora de más del 50% del PIB. En los puestos
de mando de la economía, el estado mantiene el control a través de las empresas de propiedad estatal. Y
el estado está realizando sistemáticamente ingeniería inversa para copiar le tecnología occidental y
desarrollar así sus propias industrias.
China tiene otras ventajas que otros países no tienen; es enorme, no solo en dimensiones del territorio,
sino también en poblacion. Desde la década de 1990, China ha sido capaz de tener una división del trabajo
en tres partes del país. Guandong es una zona de exportaciones de trabajo intensivo. El delta Zhejiang
está también orientado a la exportación, pero más de capital extensivo. Alrededor de Pekín, China ha
desarrollado su industria de alta tecnología, comunicación y aviación. Esta diversificación es parte de la
estrategia a conciencia del estado para desarrollarse como una potencia económica.
Al mismo tiempo, China sufre de debilidades también. Si miras su PIB, China tiene el segundo más
grande en el mundo. Pero si mides su PIB per cápita, sigue siendo un país de ingresos medios. Se ven
también debilidades incluso en areas donde está alcanzando a potencias capitalistas. Por ejemplo, el
teléfono móvil Huawei, el cual es ahora una marca mundial, fue desarrollado no solo por propios
científicos chinos, sino también contratando científicos japoneses. Esto muestra que China fue y sigue
siendo dependiente de recursos humanos extranjeros para investigación y desarrollo.
Otro ejemplo de debilidad fue revelado cuando la compaía de telecomunicaciones china ZTE fue acusada
por la administración de Trump de violar sus sanciones comerciales a Irán y Corea del Norte. Trump
impuso un veto comercial a la compañía, denegando el aceso de software y componentes de alta
tecnología diseñados por EE. UU., amenazando a la empresa con el colapso inmediato. Xi y Trump
resolvieron un acuerdo para salvar la compaía, pero la crisis de ZTE sufrida manifiesta el problema actual
de China de desarrollo dependiente.
Este es el problema que China está tratando de sobrepasar. Pero incluso en alta tecnología, donde hay un
intento de ponerse al día, su tecnología de semiconductores está dos o tres generaciones detrás de los
Estados Unidos. Se está tratando de sobrepasarla con un incremento enorme de inversión en investigación
y desarrollo, pero si miras de cerca los grandes números de patentes chinas, estos están todavía en su
mayoría no en alta tecnología sino en otras áreas. Por lo tanto, sigue sufriendo de debilidad tecnológica
autóctona. Donde se está poniendo al día a gran velocidad es en inteligencia artifical, y esta es un área
por la que los EE. UU. están muy preocupados, no solo en términos de competición economica, sino
también militar, donde la inteligencia artificial juega un creciente rol central.
Por encima de estas debilidades económicas, China sufre de otras políticas. China no tiene un sistema
gubernamental que asegure la sucesión pacífica del poder de un mandatario al siguiente. Deng Xiaping
estableció un sistema de límites del liderazgo colectivo que comenzó a superar este problema de sucesión.
Xi ha abolido este sistema y reinstituido el mandato de un hombre sin mandato límite. Esto podría
establecer más luchas entre facciones por la sucesión, desestabilizar el régimen y potencialmente
comprometer el ascenso económico.

Xi ha modificado dramáticamente la estrategia de China en el sistema-mundo fuera de la cautelosa


comenzada por Deng Xiaoping y sus sucesores. ¿Por qué está Xi haciendo esto y cuál es su
programa para el reconocimiento de China como una gran potencia?
La primera cosa que hay que entender es la tensión en el Partido Comunista sobre su proyecto en el
mundo. El Partido Comunista Chino es una gran contradicción. Por un lado, hay una fuerza por la
modernización económica. Por otro lado, ha heredado un muy fuerte elemento de cultura política
premoderna. Esto ha sentado las bases de conflictos entre facciones dentro del régimen.
A comienzo de la década de los 1990 hubo un debate entre los grandes elencos de la burocracia sobre
qué facción debería tener el poder. Un grupo es el así llamado sangre azul, los hijos de los burócratas que
gobernaron el estado tras 1949 –la segunda generación roja de burócratas. Son fundamentalmente
reaccionarios. Desde que Xi ha llegado al poder, la prensa habla sobre el retorno de «nuestra sangre»,
que significa que la sangre de los viejos cuadros ha sido reencarnada en la segunda generación.
El otro grupo es el de los nuevos mandarines. Sus padres y madres no fueron cuadros revolucionarios.
Fueron intelectuales o gente que lo hizo bien en su educación y consiguieron un ascenso. Normalmente
ascendían a través de la Liga de la Juventud Comunista de China. No es casual que el liderazgo del
partido de Xi haya humillado pública y repetidamente a la Liga en los años recientes. El conflicto entre
los nobles sangre-azul y los mandarines es una nueva versión de un viejo patrón; estas dos facciones han
estado en tensión por dos mil años de absolutismo y mandato burocrático.
Entre los mandarines, hay algunos con orígenes humildes, como Wen Jiabao, quien gobernó China de
2003 a 2013, que era un poco más «liberal». Al final de su mandato, Wen dijo que China debería aprender
de Occidente la democracia representativa, arguyendo que las ideas occidentales como los derechos
humanos poseían cierta clase de universalismo. Por supuesto, esto era mayormente retórica, pero es muy
diferente a Xi, quien trata la democracia y los así llamados «valores occidentales» con desprecio.
Ganó en su lucha contra los mandarines, consolidó su poder y ahora promete que los nobles de sangre
azul mandarán para siempre. Su programa es fortalecer la naturaleza autocrática del estado en casa,
declarar China como una potencia en el extranjero y afianzar su poder en el mundo, a veces en desafío a
los Estado Unidos.
Pero tras las crisis de ZTE, Xi efectuó un poco de retirada táctica, ya que dicha crisis expuso las
debilidades persistentes chinas y el peligro de declararse demasiado rápido como gran potencia. De
hecho, hubo un arrebato de críticas a uno de los asesores de Xi, un economista llamado Hu Angang,
quien defendió que China era ya económica y militarmente un rival para los EE. UU. y podría por tanto
desafiar a Washington en el liderazgo del mundo. ZTE demostró que es simplemente falso que China
esté a la par con lo EE. UU. Desde entonces, muchos liberales comenzaron a criticar a Hu. Otro bien
conocido académico liberal, Zhang Weiying, cuyos escritos fueron censurados el pasado año, fue
autorizado a publicar en línea sus discursos.
Existía ya un caluroso debate entre estudiosos de diplomacia. La línea fuerte argumenta a favor de una
posición más dura en relación con los EE. UU. Los liberales, sin embargo, defendían que el orden
internacional es un «templo» y que si pudiera acomodarse el ascenso de China, Pekín debería ayudar a
construir ese templo en lugar de demolerlo y construir uno nuevo. Este ala diplomática fue marginalizada
cuando Xi eligió ser más de línea dura, pero recientemente su voz ha reemergido. Desde el conflicto de
ZTE y la guerra comercial, Xi ha realizado algunos ajustes tácticos y ha reculado un poco en su previa y
descarada proclamación del estatus de gran potencia de China.

¿Cuánto de esto es una retirada temporal? También, ¿cómo el Plan China 2025 y la Franja y la
Ruta de la Seda intervienen en el proyecto a largo plazo de Xi de lograr un estatus de gran
potencia?
Déjame decir claramente que Xi es un reaccionario sangre azul. Él y el resto de su grupo están
determinados a restaurar la hegemonía del pasado imperial chino y reconstruir el así llamado mandato
celestial. El estado de Xi, la academia china y los medios de comunicación han producido una gran
cantidad de ensayos, disertaciones y artículos que glorifican este pasado imperial como parte de la
justificación de su proyecto de convertirse en una gran potencia. Su estrategia de largo plazo no será
disuadida fácilmente.
La facción de Xi es también consciente de que antes de que China pueda lograr su ambición imperial
debe eliminar el peso de su legado colonial, i. e., encargarse de Taiwán y cumplir la histórica tarea del
PCC de la unificación nacional primero. Pero esto llevará necesariamente tanto una dimensión de defensa
china (incluso los EE. UU. reconocen que Taiwán es «parte de China») como también una rivalidad
interimperialista. En vistas de la «unificación con Taiwán», por no hablar de una ambicion global, Pekín
debe primero tratar las debilidades persistentes de China, especialmente en su tecnología, su economía y
su falta de aliados internacionales.
Esto es por lo que aparece el China 2025 y la Franja y la Ruta de la Seda. A través del China 2025 quieren
desarrollar sus capacidades tecnológicas independientes y ascender en la cadena de valor mundial.
Quieren usar la Franja y la Ruta de la Seda para construir infraestructuras por toda Eurasia, en línea con
los intereses chinos. Al mismo tiempo, debería estar claro que la Franja y la Ruta son también un síntoma
de los problemas chinos de sobreproducción y sobrecapacidad. Están usando la Franja y la Ruta para
absorver todo su exceso de capacidad. No obstante, ambos proyectos son centrales en el plan imperialista
chino.

Ha habido un gran debate en la izquierda internacional sobre cómo entender la emergencia de


China. Algunos decían que es un modelo y aliado para el desarrollo del «tercer mundo». Otros ven
a China como un estado subordinado en un imperio estadounidense informal que regula el
capitalismo mundial neoliberal. Otros lo ven como una potencia imperial en crecimiento. ¿Cuál es
tu punto de vista?
China no puede ser un modelo para países en desarrollo. Su ascenso es el resultado de factores muy
concretos que he mencionado previamente y que otros países del tercer mundo no poseen. No creo que
sea incorrecto decir que China es parte del neoliberalismo mundial, especialmente cuando ves que China
dice que reemplazará a los EE. UU. como guardian del libre comercio de la globalización.
Pero el decir que China es una parte del capitalismo neoliberal no captura la imagen completa. China es
una distinta potencia capitalista estatal y en expansión, la cual no desea ser un segundón de los EE. UU.
China es así un componente del neoliberalismo global y también una potencia capitalista estatal, que se
destaca frente al resto. Esta peculiar combinación significa simultáneamente beneficios del orden
neoliberal y representa un desafio para él y para el estado estadounidense que lo supervisa.
El capital occidental es irónicamente responsable de su problema. Sus estados y capitales llegaron a
entender el desafío de China demasiado tarde. Inundaron de inversiones el sector privado o iniciaron
aventuras con las compañías estatales en China. Pero no eran del todo conscientes de que el estado chino
está siempre detrás incluso de las corporaciones privadas. En China, incluso si una compañía es
genuinamente privada, debe responder a las demandas que le pone el estado.
El estado chino ha usado esta inversion privada para desarrollar su propia capacidad estatal y privada y
comenzar así su reto tanto al capital estadounidense como al japonés y al europeo. Es de todos modos
naif acusar al capital público y privado chino de robar propiedad intelectual. Es lo que planearon hacer
desde el principio.
Así, los estados y empresas capitalistas avanzadas permitieron la emergencia de China como ascendente
potencia imperial. Su peculiar naturaleza de capitalista estatal la hace particularamente agresiva y
tendencial a actualizarse y provocar a las potencias que invirtieron en ella.

En los Estados Unidos está en crecimiento un consenso entre los dos partidos capitalistas de que
China es una amenaza para el poder imperial estadounidense. Y tanto China como EE. UU. están
estimulando un nacionalismo contra el otro. ¿Cómo caracterizarías la rivalidad entre EE. UU. y
China?
Hace algunos años, muchos analistas dijeron que había un debate entre dos bandos sobre si colaborar
con China o confrontarla. Llamaron a esto una lucha de «osos panda que abrazan versus dragones
asesinos». Hoy día los dragones asesinos están en el asiento del conductor de la diplomacia china.
Es cierto que hay un creciente consenso entre demócratas y republicanos contra China. Incluso
prominentes liberales estadounidenses golpearon a China esos días. Pero muchos de esos políticos
liberales deberían ser culpados por esta situación en primer lugar. Recordar que después de la Masacre
de Tiananmén de 1989 fueron políticos liberales como Bill Clinton en los EE. UU. y Tony Blair en Gran
Bretaña los que perdonaron al Partido Comunista Chino, reabrieron relaciones comerciales y fomentaron
flujos de inversion dentro del país.
Por supuesto, se trataba de rellenar los libros de contabilidad de las multinacionales occidentales, que
cosecharon grandes benedicios de la explotación del trabajo barato en las fábricas chinas. Pero también
creyeron verdaderamente, si bien ingenuamente, que la creciente inversión llevaría a China a aceptar las
reglas como un estado subordinado dentro del capitalismo neoliberal global y «democratizarse» a la
imagen de Occidente. Esta estrategia ha fracasado, permitiendo el crecimiento de China como rival.
Los dos bandos de pandas de abrazan versus dragones asesinos encuentran a su vez sus teóricos en la
academia. Hay tres escuelas principales de política exterior. En la cima de ellas, cada escuela tiene su
propio panda que abraza y dragón asesino, que pueden denominarse también optimistas y pesimistas.
Dentro del lado optimista, diferentes escuelas argumentan diferentes perspectivas. Mientras los
internacionalistas liberales piensan que el comercio democratizaría China, por el contrario, los realistas
defienden que incluso si China tiene sus propias ambiciones estatales de retar a los EE. UU., es todavía
demasiado débil para ello. La tercera escuela es el constructivismo social; creen que los compromisos
económicos y sociales internacionales transformarían China.
En el pasado, la mayoría de políticos compraron el discurso de los liberales optimistas. Los liberales
fueron cegados por su propia creencia de que el comercio podría cambiar China hacia un estado
democrático. El ascenso de China ha llevado a todas las escuelas optimistas a una crisis, ya que sus
predicciones sobre China han resultado erróneas. China se ha convertido en una potencia emergente que
ha comenzado a ponerse al día y a retar a los EE. UU.
Ahora es el lado pesimista de estas tres escuelas el que está tomando el terreno. Los pesimistas liberales
ven ahora que el nacionalismo chino es mucho más fuerte que la influencia positiva del comercio y la
inversión. Los pesimistas realistas creen que China está rápidamente reforzándose y que nunca se
comprometerá con Taiwán. Los constructivistas sociales pesimistas creen que China es muy rígida en
sus propios valores y rechazará el cambio.
Sin embargo, si la escuela pesimista está ahora en lo cierto, sufre también de una gran debilidad. Asume
que la hegemonía estadounidense está justificada y es correcta, ignora el hecho de que los EE. UU. son
actualmente un cómplice del gobierno autoritario chino y su régimen de fábricas esclavistas, y por
supuesto nunca examina cómo la colaboración y rivalidad entre los EE. UU. y China ocurre dentro de un
profundamente contradictorio y volátil capitalismo global, y junto a todo esto un conjunto de relaciones
de clase mundiales. No hay sorpresa para nosotros; los pesimistas son ideólogos de la clase dominante
estadounidense y su imperialismo.
China está moviéndose en una trayectoria imperialista. Estoy en contra de la dictadura del Partido
Comunista, de su aspiración a convertirse en gran potencia y sus reclamos en el Mar de la China
Meridional. Pero no pienso que sea correcto pensar que China y los EE. UU. estén en el mismo barco.
China es un caso especial ahora mismo; existen dos lados de este crecimiento. Un lado es común entre
estos dos países –ambos son capitalistas e imperialistas.
El otro lado es que China es el primer país imperialista que fue previamente un país semicolonial. Esta
es una diferencia con los EE. UU. y cualquier otro país imperialista. Tenemos que tener esto en cuenta
en nuestro análisis para entender cómo China funciona en el mundo. Para China hay siempre dos niveles
de asuntos. Uno es la legítima defensa propia de un antiguo país colonial bajo el derecho internacional.
No debemos olvidar que hasta la década de 1990 aviones de combate estadounidenses volaron por la
frontera sur de China y derribaron un avión chino, matando al piloto. Este tipo de eventos naturalmente
recuerdan al pueblo chino su penoso pasado colonial.
Gran Bretaña hasta recientemente controlaba Hong Kong y el capital internacional sigue ejerciendo
enorme influencia allí. Un ejemplo de imperialismo occidental ha ocurrido recientemente. Un reportaje
reveló que justo antes de retirarse Gran Bretaña de Hong Kong disolvieron su policía secreta y la
reasignaron dentro de la Comisión Independiente Contra la Corrupción (ICAC). La ICAC disfrutó de
gran popularidad aquí ya que hace Hong Kong un lugar menos corrupto. Pero solo la cabeza del gobierno
hongkonés, elegido en su momento desde Londres y ahora elegido desde Pekín, nombra el comisionado,
mientras que el pueblo no tiene en absoluto ninguna influencia sobre él.
Pekín fue muy consciente de que la ICAC podría se usada para disciplinar al estado chino y sus capitales.
Por ejemplo, en 2005 la ICAC procesó a Liu Jinbao, la cabeza del Banco de China en Hong Kong. Parece
que Pekín está tratando de tomar el control de la ICAC, pero el público se mantiene en la oscuridad sobre
esta poderosa lucha. Por supuesto, debemos estar felices de que la ICAC vaya contra gente como Liu
Jinbao, pero debemos también reconocer que puede ser utilizado por el imperialismo occidental para
avanzar en su agenda. Al mismo tiempo, Pekín, afianzando su control, significaría la consolidación por
parte del estado y los capitalistas chinos, algo que no sirve a los intereses de las masas trabajadoras
chinas.
Existen otros vestigios coloniales del pasado. Los EE. UU. básicamente mantienen Taiwán como un
protectorado. Deberíamos, por supuesto, oponernos a la amenaza china de invadir Taiwán; deberíamos
defender el derecho de autodeterminación de Taiwán. Pero debemos también ver que los EE. UU. usan
Taiwán como una herramienta para proteger sus intereses. Este es el lado oscuro del legado colonial que
motiva al Partido Comunista a comportarse de manera defensica contra el imperialismo estadounidense.
China es un emergente país capitalista pero uno con debilidades fundamentales. Yo diría que el Partido
Comunista Chino tiene por delante obstáculos fundamentales antes de poder convertirse en un país
imperialista estable y sustentable. Es muy importante ver no solo las coincidencias entre los EE. UU. y
China como países imperialistas, sino también las particularidades chinas.

Obviamente para los socialistas en los EE. UU., nuestro principal deber es el de oponerse al
imperialismo estadounidense y contruir solidaridad con los trabajadores chinos. Esto significa que
debemos oponernos a la implacable China atacando no solo a la derecha sino también a todos los
liberales e incluso al movimiento laborista. Pero no deberíamos caer en la trampa de dar apoyo
político al régimen chino, sino a los trabajadores del país. ¿Cómo te aproximas a esta situación?
Debemos contar con la mentira usada por la derecha estadounidense de que los trabajadores chino han
robado el trabajo de los obreros estadounidenses. Esto no es cierto. La gente que realmente tiene el poder
de decidir no son los trabajadores chinos sino el capital estadounidense como Apple, que elige ensamblar
sus teléfonos en China. Los trabajadores chinos no tienen absolutamente nada que decir sobre tales
decisiones. Actualmente, son víctimas, no gente que debería ser acusada de la pérdida de empleos en
Estados Unidos.
Como he dicho, Clinton, no los gobernantes o trabajadores chinos, fue el culpable de la exportación de
estos trabajos. Fue el gobierno de Clinton el que trabajó con el régimen asesino chino tras la Plaza de
Tiananmén para permitir a las grandes corporaciones estadounidenses invertir en China a una escala
masiva tal. Y cuando se perdieron los empleos en los EE. UU., los que aparecieron en China no eran el
mismo tipo de empleos en absoluto. Los empleos estadounidenses perdidos en en automóvil y acero eran
sindicalizados y tenían buenas pagas y beneficios, pero aquellos creados en China no eran otra cosa que
empleos semiesclavos. A pesar de los conflictos de hoy, los grandes líderes de los EE. UU. y China, no
los trabajadores de cada país, pusieron en su lugar el mísero orden mundial neoliberal que existe.

Una cosa que debemos hacer aquí en los EE. UU. es ayudar a poner en movimiento a los
trabajadores chinos en huelgas para poder construir solidaridad entre trabajadores
estadounidenses y chinos. ¿Existen otras ideas e iniciativas que se puedan tomar? Hay un peligro
real de nacionalismo fomentado en ambos países contra los trabajadores del otro país. Parece que
arreglar esto muy importante. ¿Qué piensas?
Es importante para la izquierda del resto del mundo reconocer que el capitalismo chino tiene un legado
colonial y que existe todavía. Así, cuando analizamos las relaciones entre China y los Estados Unidos,
debemos distinguir estas partes legítimas de «patriotismo» fomentadas por el Partido. Hay un elemento
de patriotismo de sentido común en el pueblo que es el resultado del último siglo de intervención imperial
de Japón, potencias europeas y de los Estados Unidos.
Esto no significa que nos acomodemos a este patriotismo, debemos distinguir esta forma del
nacionalismo reaccionario del Partido Comunista. Y Xi está ciertamente tratando de estimular el
nacionalismo en favor de sus grandes aspiraciones de poder, al igual que los mandatarios estadounidenses
están haciendo al cultivar apoyo popular para las aspiraciones del régimen de mantener China sometida.
Dentro de la gente común el nacionalismo ha decaído en lugar de incrementarse ya que desprecian al
Partido Comunista Chino y muchos de ellos no confían en su nacionalismo y odian su gobierno
autocrático. Un ejemplo gracioso de esto es una reciente encuesta que preguntó al pueblo si apoyaría a
China en una guerra con los Estados Unidos. La respuesta de los internautas fue realmente interesante.
Uno de ellos dijo: «Sí, apoyo una guerra de China contra los EE. UU., pero primero enviando primero a
los miembros del Politburó a luchar, después a los del Comité Central y después al Partido Comunista
Chino entero. Y después de que ganen o pierdan, al menos seríamos libres». Los censores, por supuesto,
inmediatamente eliminaron estos comentarios, pero es un indicativo de la profunda desafección con el
régimen.
Esto significa que hay una base entre los trabajadores chinos para construir una solidaridad internacional
con los trabajadores estadounidenses. Pero esto requiere que los trabajadores estadounidenses se opongan
al imperialismo de su propio gobierno. Solo esta posición construiría confianza entre los trabajadores
chinos.
Las amenazas del imperialismo estadounidense son reales y conocidas en China. La Marina
estadounidense acaba de mandar dos barcos de guerra al Estrecho de Taiwán en una clara provocación a
China. La izquierda estadounidense debe oponerse a este militarismo para que el pueblo chino entienda
que te opones a la agenda imperialista estadounidense en la cuestión de Taiwán –aunque se debe
reconocer también el derecho de Taiwán a comprar armas de los EE. UU. Si el pueblo chino escucha esta
fuerte voz antiimperialista de la izquierda estadounidense, se podría ganar algo más para los intereses
comunes internacionales contra los imperialismos estadounidenses y chinos.

Au Loong-Yu
veterano activista, escritor y miembro de Pioneer, una organización socialista de Hong Kong.
Fuente:
https://isreview.org/issue/112/chinas-rise-world-power
Traducción:
Roberto Álava

http://www.sinpermiso.info/textos/el-ascenso-de-china-como-potencia-mundial-
entrevista?fbclid=IwAR0FtQcX0BgkZDsEWDXtYozmDfX0TZN8F8W-
AEkGKcOHF1P8bKhukmr5jF4

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