rosariofe@yahoo.com; sandraescudero@gmail.com
Durante el siglo XIX, la descripción de los huesos fue el punto central para
el tratamiento de las colecciones osteológicas, donde el uso de la craneometría era
la herramienta principal que permitía craneotipologías, las que eran utilizadas para
realizar un “ranking” de razas (Armelagos 2003; Riel-Salvatore y Clark 2001). La
tipología racial era el factor que definía los estudios durante el siglo XIX y
principios del XX, poniéndose especial atención en el mejoramiento y rigurosidad
de las técnicas osteométricas.
En la década de 1930, hubo un intento de de acercar la paleoepidemiología a
los estudios osteológicos a través de una metodología de análisis cuantitativos,
observándose las lesiones en huesos y describiendo patologías (Armelagos 2003).
A mediados del siglo XX, más precisamente en la década de 1950, hubo una
tentativa de avance en la disciplina, donde los estudios de carácter clasificatorios
siguieron siendo utilizados pero se pretendió ingresar a un nivel explicativo sobre
los fenómenos biológicos del hombre (Washburn 1951).
En este período se replantearían algunas cuestiones vinculadas a la
metodología utilizada para establecer diferenciaciones raciales, ya que la
osteología de la época presentaba dificultades en varios aspectos tales como las
determinaciones óseas en las poblaciones vivas, y las inconsistencias en la lógica
de las medidas osteométricas entre otras (Armelagos et al. 1982). En este sentido,
la utilización de los estudios en relación a los marcadores sanguíneos abría una
serie de posibilidades para los estudios poblacionales, siendo utilizados como
marcadores raciales.
Si bien en esta década hubieron críticas hacia el interior de la antropología
física, los estudios continuaron teniendo un carácter descriptivo y tipológico, con
cuestionamientos metodológicos pero escasos aportes teóricos. El uso de
nomenclaturas osteológicas para definir determinadas modificaciones óseas, o la
descripción de las posiciones de inhumaciones mencionaban el estado en el que se
encontraban los elementos, pero no explicaban el por qué de ese estado. En este
sentido la disciplina había quedado “atrapada” en los lineamientos teóricos
historicistas de la arqueología “tradicional” (Armelagos 2003).
A principios de la década de1970, desde la arqueología surgieron nuevos
cuerpos teóricos relacionados al tratamiento de la información que pueden brindar
los restos esqueletales humanos. El interés se centró en las prácticas mortuorias y
su valor social, donde se pretendía a nivel general integrar los datos osteológicos
con la información de los contextos funerarios para un discurso antropológico
diferente (Binford 1971; Brown 1971; Saxe 1970).
Para Saxe (1970), la persona social se encuentra determinada por el sistema
social al que pertenece, por lo que las prácticas mortuorias se hallan
interrelacionadas con aspectos heterogéneos del sistema sociocultural.
Binford (1971) por su parte propuso que las variaciones en el contexto
funerario se debían al tratamiento diferencial del cuerpo en relación al sexo, edad,
estatus social, linaje, y lugar de la muerte del individuo. Por otra parte tanto para
este autor como para Saxe (1970) existen relaciones directas entre las cantidades
de tiempo, esfuerzo y bienes invertidos en relación al status social del individuo
fallecido, por lo cual de aumentar la complejidad social, por ende aumentará la
complejidad de la práctica mortuoria.
Feuillet Terzaghi, M. R. y S. Escudero 2007 Estudio y Potencial de las Prácticas Mortuorias en la
Provincia de Santa Fe. Pacarina Revista de Arqueología y Etnografía Americana I:177-182.
FhyCs, UNJu Publicación Especial Actas del XVI Congreso Nacional de Arqueología
Argentina. San Salvador de Jujuy.
Durante los años 70, y como consecuencia de estos postulados, los datos
del contexto funerario y la información osteológica se fueron integrando para
brindar explicaciones diferentes a las de décadas anteriores, puesto por ejemplo
que si las características de la organización social poseen vínculos con el referente
biológico de los sistemas de parentesco, esto es dable de observar a partir de los
datos osteológicos (Lane y Sublett 1972).
Posteriormente los enfoques que iniciaron en la década de 1970 se fueron
consolidando, las determinaciones osteológicas y los estudios acerca de las
prácticas mortuorias se interrelacionaron para brindar explicaciones más
completas, por ejemplo en relación a la demografía, linaje, dieta, estatus de salud,
e interacción de los individuos con el medio entre otros (Braun 1979; Shyrock
1987).
Las metodologías y técnicas osteológicas sufrieron revisiones importantes,
donde la información contenida en los restos humanos a partir de nuevas
tecnologías aplicadas al estudio de la osteología permite recuperar información
complementaria que ayuda a la reconstrucción de los estilos de vida en las
diferentes sociedades del pasado (Armelagos 2003; Krogman e Iscan 1986;
Larsen 2002).
Por otra parte, a partir de la década de los noventa, a los cambios técnicos se
suman nuevos enfoques teóricos, como los propuestos por autores tales como
Buikstra y Cook, 1980 (Bush y Zvelebil 1991). Fundamentalmente, a partir de la
bioantropología se pretende tener acceso a las condiciones biológicas de las
poblaciones y sus consecuencias para la reproducción biológica y cultural de la
sociedad por un lado y por el otro tener en cuenta los efectos selectivos de la
cultura de la población bajo estudio y su supervivencia.
En la provincia de Santa Fe, los estudios bioarqueológicos de alguna manera
han reflejado la evolución de los principales abordajes cuya síntesis se presentó
más arriba.
Desde la segunda mitad del siglo XIX y hasta al menos la década de 1980,
las investigaciones enfatizaron otras bases materiales presentes en el registro
arqueológico (particularmente, la cerámica), más que el estudio de restos
esqueletales. No obstante, cuando éstos se encontraban presentes, las principales
preocupaciones en relación a los materiales esqueletales humanos localizados en
el territorio provincial estuvieron marcadas por una doble preocupación: por un
lado, un constante reclamo en cuanto a la necesidad de determinar el origen
antrópico o natural de las elevaciones en que se localizan los enterratorios, y por
otro lado, específicamente en lo que atañe a los restos, por los estudios
craneológicos que sostienen una perspectiva analítica racial (entre otros, Lafón
1971;Vignati 1923, 1939, Viola sf).
Así por ejemplo, de Aparicio (Frenguelli y de Aparicio 1923:122), en su
presentación de los paraderos del río Malabrigo, adscribió étnicamente los restos
esqueletales presentes en los sitios a los Mbayá-Guaycurú, “antepasados de los
actuales caduveo.”, en tanto Frenguelli (1920) señaló que los restos del Cululú le
recordaban los cráneos pampeanos; por su parte, en su análisis de los restos del
sitio “Barrancas del Paranacito”, la determinación antropométrica y ergológica le
permitió a Lafón (1972:10-11), “(…) intentar la caracterización de quiénes fueron
Feuillet Terzaghi, M. R. y S. Escudero 2007 Estudio y Potencial de las Prácticas Mortuorias en la
Provincia de Santa Fe. Pacarina Revista de Arqueología y Etnografía Americana I:177-182.
FhyCs, UNJu Publicación Especial Actas del XVI Congreso Nacional de Arqueología
Argentina. San Salvador de Jujuy.
Bibliografía citada
Armelagos, G. J. 2003 Bioarchaeology as anthropology. In Archaeology Is
Anthropology. S. D.
Gillespie and D. L. Nichols, eds. Pp.:27-40. Archaeological Papers of the
American Anthropological Association 13. Arlington, VA: American
Anthropological Association.
Feuillet Terzaghi, M. R. y S. Escudero 2007 Estudio y Potencial de las Prácticas Mortuorias en la
Provincia de Santa Fe. Pacarina Revista de Arqueología y Etnografía Americana I:177-182.
FhyCs, UNJu Publicación Especial Actas del XVI Congreso Nacional de Arqueología
Argentina. San Salvador de Jujuy.