SIGNO DE IDENTIDAD CULTURAL Fuera de Guatemala, literariamente hablando, no existimos. Nadie conoce nuestra literatura, ni a nuestros escritores. Se salvarán unos cuantos autores, que llegan fácilmente a contarse con los dedos de una mano El encabezado de este artículo podrá resultar absurdo al lector, sobre todo al lector guatemalteco. Poner en entredicho la existencia de una literatura que, en rigor, existe como tal desde hace cinco siglos, desde el Popol Vuh y las Crónicas de Bernal Díaz hasta la última generación de escritores, que se expresa en blogs y cuelga sus primicias en páginas personales de la web, puede también parecer una broma, sino una provocación. Los lectores habituados a frecuentar la literatura guatemalteca no se platean la cuestión; para ellos es un hecho indiscutible que ésta existe, tanto como es un hecho para ellos la existencia de una tradición literaria guatemalteca. Como en cualquier tradición literaria normalmente constituida, encontramos ahí obras que abordan todos los géneros con mayor o menor fortuna.
Esta tradición se apoya a su vez en una historia que explica su desarrollo
y su transformación a lo largo del tiempo, siempre dentro de su propia especificidad. Esta historia, en su desarrollo, va instaurando un canon de obras y de autores que muestra el nivel alcanzado por la literatura (llamémosla ahora) nacional a lo largo del tiempo. Finalmente, tales obras y autores, que el canon literario señala como las cimas representativas de su tiempo, son lo que normalmente llamamos nuestros clásicos. Como se ve, no hay la menor duda sobre la existencia de la literatura guatemalteca, está viva e, incluso, en ciertos momentos de su historia pasada y presente, ha llegado a brillar y hasta a deslumbrar. Debo confesar que el título de este artículo tiene su origen en una pregunta que me hizo un amigo francés, bromeando, al constatar que la presencia de libros de autores guatemaltecos traducidos al francés (exceptuando unas poquísimas excepciones a lo largo de todo un siglo) era ínfima. Moviendo la cabeza para demostrar su incredulidad, mi amigo exclamó: “Pero dime, ¿existe realmente la literatura guatemalteca?” De manera que el título hace referencia exclusivamente a su improbable existencia fuera de las fronteras del país. Porque es ahí donde surge, primero, la duda y, luego, la constatación: fuera de Guatemala, literariamente hablando, no existimos. Nadie conoce nuestra literatura, ni a nuestros escritores, menos aún nuestra variada tradición literaria. Se salvarán unos cuantos autores, que llegan fácilmente a contarse con los dedos de una mano, y es posible que puedan sobrar algunos dedos. Hasta el momento, incluso si los problemas de publicación y distribución han mejorado notoriamente en Guatemala durante las últimas dos décadas, la situación sigue siendo la misma para nuestra literatura. Bastaría con acercarse a cualquiera de las librerías mejor surtidas del Distrito Federal, como la Gandhi, El Sótano o la librería de FCE, y echar una ojeada a los estantes de literatura hispanoamericana. Sin duda encontraremos ahí todos los libros de Tito Monterroso, y casi todos los de Luis Cardoza y Aragón, quienes, para los mexicanos, son autores más suyos que nuestros. Seguramente estarán algunos títulos de M. A. Asturias, porque es imposible no tomarlo en cuenta. Probablemente, habrá uno o dos títulos de Mario Monteforte Toledo, porque él, como Monterroso y Cardoza, vivió, trabajó y publicó en ese país durante muchos años, aunque hoy ya no se le reedite y empiece a caer en el olvido. Es probable que haya algún libro de Carlos Illescas, pero en el estante de poesía mexicana, por las mismas razones que los anteriores. Y con un poco de suerte, encontraremos algún libro de Dante Liano, de Rodrigo Rey Rosa y tal vez de Eduardo Halfon, y esto, gracias al poder de penetración que poseen en el mercado del libro las editoriales españolas en las que estos tres autores fueron editados. A partir de ahí, sobreviene un vacío. Y si hago mención del Distrito Federal en primer lugar, es porque México -y en particular su capital-, ha sido, desde siempre, tanto un destino obligado como un centro de acogida para la cultura guatemalteca, con todas las dificultades que supone el expatriamiento y el exilio.
En Centroamérica, la situación es otra muy distinta. El escaso interés que
demuestran los lectores centroamericanos por conocer las obras literarias de sus vecinos del Istmo, es también una consecuencia de la falta de un mercado editorial; la situación se agrava entre los lectores de los demás países del continente. Me interesaría saber qué idea se hará (si es que llega a hacerse una idea) un boliviano o un argentino sobre nuestra literatura. Seguramente andará en la luna. Desde hace una década, más o menos, algunas importantes editoriales españolas e hispanoamericanas han instalado antenas en distintos países de Centroamérica con el propósito de romper con este mutuo desconocimiento y ofrecer a verdaderos dispositivos de edición y distribución. Sin embargo, sus políticas editoriales han resultado erróneas hasta hoy, por dos razones fundamentales: La primera es que se reducen a publicar y promover a los autores locales, pero dentro del mercado local; es de suponer que el objetivo de esta estrategia comercial es sondear si el libro, como producto, a través de sus ventas en el mercado interno, se revela susceptible de ser explotado comercialmente ya sea en otros países de Cetro y Sudamérica o, mejor aún, en España. En el caso de Guatemala, es rarísimo que una obra literaria supere sus expectativas comerciales, puesto que, por una parte, al no existir una red establecida de comentaristas que se encargue de hacer publicidad al libro a través de las páginas culturales de los periódicos y de revistas literarias desde el momento en que sale a la venta, éste tardará mucho tiempo en ser conocido por el público. Como consecuencia, al no haber sido superadas las expectativas comerciales, el libro tampoco será promovido fuera del país.
La segunda razón es que, generalmente, estos editores piden novelas, y
novelas que además sean inéditas. En este caso, poner como condición, para publicar una novela, que ésta sea inédita, es caer igualmente en un absurdo, y hasta resulta un contrasentido, porque, como ya he explicado, la tragedia de nuestra literatura es que gran parte de sus mejores obras narrativas (sin mencionar los otros géneros) ya publicadas son totalmente desconocidas fuera de nuestras fronteras, es decir, inéditas para los lectores no guatemaltecos. Para romper el círculo vicioso, yo sugeriría a estos editores que reconsiderasen sus políticas editoriales y que se abriesen más a la difusión de obras tanto de nuestros jóvenes talentos inéditos, como a las de los autores con obra editada y reconocida, porque, fuera de nuestras fronteras, ya sea en las culturas de los demás países de lengua española, o bien en literaturas en lenguas extranjeras, todos participan de una misma y dramática situación: la de no existir.