I.- Aclaración
L
os editores de este texto, tuvieron la gentileza de solicitarme un aporte
acerca de la dinámica de la relación de Marcelo Diamand con la Unión
Industrial Argentina –UIA–. En el núcleo, el objetivo temático es legítimo,
por cuanto, por un lado, Diamand fue miembro de la entidad durante muchos años,
a la par que su discurso “teórico” o “doctrinal” supuso la visión de una estrategia
de desarrollo que computaba muy especialmente al sector manufacturero, y, por
el otro, la UIA revestía y reviste como la principal entidad representativa de ese
sector.
El pedido de los editores me significó un enorme halago. Marcelo, permítaseme
aquí esta forma “suelta” de mención, que reiteraré de vez en cuando, además de
haber sido para mí –y aún lo es– un relevante orientador intelectual, también fue,
y me enorgullezco al respecto, un muy buen amigo personal. En fin: fue maestro
y amigo; la mejor síntesis.
Sin embargo, por estos mismos motivos, les expliqué a los editores lo más
claramente posible, que estaba fuera de mi alcance el cumplimiento cabal de la
tarea encomendada. Por de pronto, porque Diamand fue efectivamente miembro
histórico de la UIA, lo que no es mi caso, más allá de mi condición actual de
asesor económico de la entidad. Por otra parte, con Diamand nos veíamos con
una frecuencia irregular, mezclándose instancias intensas con otras más laxas.
No pertenecí orgánicamente, por ejemplo, al CERE, que era su ámbito orgánico
de reflexión. Y, finalmente, el pretender llenar “huecos” con un estudio serio,
Trabé relación personal con Diamand en 1983. El doctor Italo Luder había
sido elegido como candidato del justicialismo de cara a las elecciones presiden-
ciales de ese año. Luder, en la instancia precomicial, decidió crear una comisión
de economía de seis miembros: Alberto Sojit, Leopoldo Tettamanti, Eduardo
Setti, Roberto Lavagna, Marcelo Diamand y yo, para recibir asesoramiento en la
materia. Diamand no constituía en aquel entonces lo que cabía llamar un “com-
pañero peronista” o alguien “estrictamente del palo” en el slang político de la
época, pero, existían afinidades de pensamiento y ya se lo respetaba muchísimo
en lo intelectual.
El trabajo de la citada comisión, por razones obvias, fue breve. Y, los con-
tactos que tuve con Diamand, resultaron espaciados. Pero, sentaron el inicio de
nuestro vínculo, el que se proyectó duradero en el tiempo.
Vale la pena detenerse unos instantes en la forma en la que, a los 33 años de
edad, percibía a Diamand. Me encontraba en los tramos finales de una etapa (de
alrededor de 10 años) muy dedicada al esfuerzo académico. Incluida la direc-
ción de la carrera de Economía de la Universidad de El Salvador y una intensa
experiencia de formación, y de actividad docente, en la Universidad Católica de
la Plata.
En el terreno de las ideas, estaba consustanciado con la Teoría del Desarrollo.
Y, en esta esfera, uno advertía los “padres fundadores”, los “pioneros” a escala
internacional, colosos tales como P. Rosenstein-Rodan, R. Nurkse, W. Rostov,
A. Hirschmann, H. Chenery, J. Schumpeter, G. Myrdal, F. Perroux. Y teníamos
los grandes referentes domésticos: A. Ferrer, R. Frigerio, N. Argentato, G. Di
Tella, M. Diamand.
Entre nuestros referentes, obviamente había matices. Di Tella fue emigrando
progresivamente hacia poses más “ortodoxas”, con su enfoque “a la Herschel-
Ohlin”. Frigerio y Argentato, aun con sus diferencias, trasuntaban la óptica de
2 Entre los integrantes de esta corriente, recuerdo, entre otros, a mi entrañable amigo José Censa-
bella, toda una leyenda empresaria, a Samuel Kait y a Horacio Rieznik.
3 Los contactos con otros economistas durante aquella experiencia, además de lo atinente a
Diamand, fueron enriquecedores, más allá de las diferencias que podían existir en su caso. Con
varios de ellos quedamos muy amigos: vgr., P. Challú, R. Dealecsandris, Rieznik. Recuerdo
también con estima a Benito Legerén, que venía por Confederaciones Rurales Argentinas, y
que luego fuera presidente de la entidad. Lamentablemente, Benito falleció en marzo de 2005.
Siempre sentí que así nos privamos del concurso de un interlocutor que podría haber ayudado
en el conflicto cárnico, que caló tanto en la relaciones entre el gobierno y el ruralismo.
4 Con De la Fuente, siempre hubo una “buena onda” personal. Pertenecía al MIA, pero, era un
convencido del enfoque de Diamand. Con respecto a Favelevic, con el que nos conocimos cuan-
do él presidía la UIA, la relación comenzó siendo muy cortés, pero algo distante. Se podía decir
que proveníamos de “galaxias distintas”, y, probablemente, incidía cierto recelo. Sin embargo,
años después –allá por mediados de los ’90–, con Robby “confraternizamos” en la trinchera del
Encuentro de Economistas Argentinos, y aquella distancia quedó sepultada. Favelevic se erigió
en un referente industrial que abierta y valientemente se manifestaba a favor del reemplazo de
la convertibilidad.
7 Quizás, en las respectivas posiciones citadas en el texto principal, latían algunas precomprensio-
nes o visiones básicas en lo teórico de cada uno de nosotros. El pensamiento de Diamand, por
ejemplo, fue un factor en permanente actualización. Existían, claro, premisas referenciadoras
fuertes. En principio, Diamand se inclinaba hacia la versión “contraccionista” de la devalua-
ción, tal como luce en el Capítulo 6 de su maratónica obra Doctrinas económicas, desarrollo
e independencia. Vinculado ello con la mayor incidencia del llamado “efecto ingreso” y con
los desenlaces inflacionarios de tipo “pass through-costos”. Planteándose el fenómeno, en
general, en el seno de los planes estabilizatorios del FMI de ese entonces (con una remisión
destacada al tipo de cambio de “equilibrio agropecuario”). De paso, el marco de trasfondo, lo
daba el esquema de Bretton Woods, con un juego concerniente a capitales, preferentemente,
“compensatorios”. Diamand asumió conceptualmente la devaluación en el capítulo 10 de
aquella obra, bajo su célebre óptica “compensada”, apuntando a que, mediante una devaluación
nominal, reduciendo aranceles (altos en aquella época) e imponiendo derechos de exportación
sobre las ventas externas agrarias, sólo terminaban mejorando en sustancia el cambio exportador
industrial y el “financiero”. Creo no violentar la percepción de Marcelo en el sentido de in-
clinarse hacia una visión más bien restrictiva acerca del mecanismo devaluatorio, colocando
especial cuidado en la operatoria de compensación, y subyaciendo el optimismo acerca de
la sintonía fina de un sistema de cambios diferenciales y del Estado (con su poder fiscal),
gestionando el asunto. A su vez, en un marco así, parecía facilitarse la política de ingresos y
relativizarse una eventual tensión sobre el salario real.
Por mi lado, yo estaba muy impactado por la “globalización financiera” posterior
al régimen de Bretton Woods formal, con su enorme carga de volatilidad y su incidencia en
términos de violentos bandazos en materia de posicionamientos cambiarios, pudiéndose llegar
a crudísimas y nefastas apreciaciones del tipo de cambio real, “bancables” con bastante per-
durabilidad a través de las nuevas formas del endeudamiento externo. Esto, como rebote, nos
colocaba ante el inapelable estrés de probables e indispensables devaluaciones correctoras, de
fuerte intensidad.
Naturalmente, aquí se proyectaba un tremendo desafío sobre los alcances del recurso
compensatorio y de las formas de concebir la políticas de ingresos (desdolarización; adminis-
tración de la dicotomía transables/no transables), con, presumiblemente, el riesgo de mayores
presiones iniciales sobre el salario real. Además, aparecía el tipo de cambio “subsidiando” al
sector fiscal (ayudando a la recaudación de recursos) y no al revés.
Referencias bibliográficas