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CAPÍTULO 6

Diamand, la Unión Industrial y demás…


a la luz de mi experiencia personal

Eduardo Luis Curia1

I.- Aclaración

L
os editores de este texto, tuvieron la gentileza de solicitarme un aporte
acerca de la dinámica de la relación de Marcelo Diamand con la Unión
Industrial Argentina –UIA–. En el núcleo, el objetivo temático es legítimo,
por cuanto, por un lado, Diamand fue miembro de la entidad durante muchos años,
a la par que su discurso “teórico” o “doctrinal” supuso la visión de una estrategia
de desarrollo que computaba muy especialmente al sector manufacturero, y, por
el otro, la UIA revestía y reviste como la principal entidad representativa de ese
sector.
El pedido de los editores me significó un enorme halago. Marcelo, permítaseme
aquí esta forma “suelta” de mención, que reiteraré de vez en cuando, además de
haber sido para mí –y aún lo es– un relevante orientador intelectual, también fue,
y me enorgullezco al respecto, un muy buen amigo personal. En fin: fue maestro
y amigo; la mejor síntesis.
Sin embargo, por estos mismos motivos, les expliqué a los editores lo más
claramente posible, que estaba fuera de mi alcance el cumplimiento cabal de la
tarea encomendada. Por de pronto, porque Diamand fue efectivamente miembro
histórico de la UIA, lo que no es mi caso, más allá de mi condición actual de
asesor económico de la entidad. Por otra parte, con Diamand nos veíamos con
una frecuencia irregular, mezclándose instancias intensas con otras más laxas.
No pertenecí orgánicamente, por ejemplo, al CERE, que era su ámbito orgánico
de reflexión. Y, finalmente, el pretender llenar “huecos” con un estudio serio,

1 Presidente del Centro de Análisis Social y Económico.

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exhumando y “revolviendo” antecedentes, demandaría un tiempo que no está a
disposición.
En consecuencia, la solución que ensayo, y que adelanté a los editores, es la
de intentar una aproximación “impresionista” apoyada en lo que me tocó palpar
en las instancias efectivas de interacción con Diamand. Sustentada en lo que fue
la experiencia de amigo y colega en distintas esferas y en diversas ocasiones. La
visión, sin duda, carecerá de una estricta organicidad y se hallará teñida por mis
particulares apreciaciones. Es una mirada oblicua sobre su andar tanto en la UIA
como en otros ámbitos. Ojalá que el lector, aplicando siquiera el “principio de
caridad” del que habla el filósofo Donald Davidson, pueda sacar algo en limpio
del intento en cuestión.

II.- Mi primer contacto personal con Diamand

Trabé relación personal con Diamand en 1983. El doctor Italo Luder había
sido elegido como candidato del justicialismo de cara a las elecciones presiden-
ciales de ese año. Luder, en la instancia precomicial, decidió crear una comisión
de economía de seis miembros: Alberto Sojit, Leopoldo Tettamanti, Eduardo
Setti, Roberto Lavagna, Marcelo Diamand y yo, para recibir asesoramiento en la
materia. Diamand no constituía en aquel entonces lo que cabía llamar un “com-
pañero peronista” o alguien “estrictamente del palo” en el slang político de la
época, pero, existían afinidades de pensamiento y ya se lo respetaba muchísimo
en lo intelectual.
El trabajo de la citada comisión, por razones obvias, fue breve. Y, los con-
tactos que tuve con Diamand, resultaron espaciados. Pero, sentaron el inicio de
nuestro vínculo, el que se proyectó duradero en el tiempo.
Vale la pena detenerse unos instantes en la forma en la que, a los 33 años de
edad, percibía a Diamand. Me encontraba en los tramos finales de una etapa (de
alrededor de 10 años) muy dedicada al esfuerzo académico. Incluida la direc-
ción de la carrera de Economía de la Universidad de El Salvador y una intensa
experiencia de formación, y de actividad docente, en la Universidad Católica de
la Plata.
En el terreno de las ideas, estaba consustanciado con la Teoría del Desarrollo.
Y, en esta esfera, uno advertía los “padres fundadores”, los “pioneros” a escala
internacional, colosos tales como P. Rosenstein-Rodan, R. Nurkse, W. Rostov,
A. Hirschmann, H. Chenery, J. Schumpeter, G. Myrdal, F. Perroux. Y teníamos
los grandes referentes domésticos: A. Ferrer, R. Frigerio, N. Argentato, G. Di
Tella, M. Diamand.
Entre nuestros referentes, obviamente había matices. Di Tella fue emigrando
progresivamente hacia poses más “ortodoxas”, con su enfoque “a la Herschel-
Ohlin”. Frigerio y Argentato, aun con sus diferencias, trasuntaban la óptica de

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desarrollo más “mercadointernista puro”. Ferrer ya hablaba del “modelo inte-
grado y abierto” y Diamand batallaba con el criterio de la restricción externa y de
la estructura productiva desequilibrada, ofreciendo las variantes más equilibradas.
En rigor, en aquel momento, yo provenía de las variantes mercadointernistas más
crudas, en proceso de deslizamiento hacia las posiciones más sintéticas.

III.- Una experiencia al inicio del gobierno de Alfonsín

Luego del efímero tránsito de la comisión económica creada por Luder, me


reencontré con Diamand en la parte final de 1984, en medio de especiales circuns-
tancias, las que permitieron una interacción entre ambos de mayor frecuencia e
intensidad. Ya aparecía Diamand como miembro de la UIA, lo que posibilitaba
apreciar su incidencia en los medios industriales.
El marco general del asunto lo deparaba el agitado devenir del primer año del
gobierno del doctor Alfonsín, recuperada la democracia en el país. La constela-
ción de resortes en juego era harto compleja, y aquí no viene a cuento detenerse
demasiado en los detalles.
Sintéticamente, avanzando la segunda mitad de 1984, la gestión del por
entonces ministro de Economía, B. Grinspun, parecía penetrar en su fase de
agotamiento. La situación económica del país era delicada: escaso dinamismo
económico, desequilibrios fiscales, inflación elevada, altas tasas de interés, pro-
blemas salariales, factores que se recortaban sobre el espinoso trasfondo de la
temática de la deuda externa. Grinspun había iniciado su desempeño levantando
una posición “beligerante” en el ámbito de esa temática, impetrando la cuota de
corresponsabilidad de los bancos acreedores en el asunto, en aras de una nego-
ciación adecuada, buscando, de paso, eludir la ingerencia del FMI. El planteo
no prosperó, y, en setiembre de 1984, el ministro pegó un giro, acercándose al
organismo internacional. De todos modos, la situación económica general distaba
de encauzarse.
En paralelo, se advertía una férvida dinámica de reposicionamiento insti-
tucional en el plano de las entidades de representatividad económica y social,
coincidente con el tránsito inicial de la restauración democrática.
Así, por ejemplo, en 1983 apareció el llamado “grupo de los 9”, una agrupa-
ción informal constituida por grandes empresarios nacionales, que tomaban dis-
tancia de las posturas características del Consejo Económico Empresario (CEA),
muy ligada al pensamiento neoliberal, y que había mantenido fluidas relaciones
con la gestión de Martínez de Hoz durante el régimen militar. Justamente, el ex
ministro de Economía provenía de esa entidad.
El “grupo de los 9” fue el embrión de lo que se llegó a conocer más tarde
como los “capitanes de industria”, un intento de conformación de una “alta bur-
guesía industrial nacional”, que alcanzó su clímax en 1989, y que luego fue

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debilitándose. Aquel grupo era coordinado de facto por Livio Guillermo Khül,
quien, además de sus intereses empresarios específicos, había sido por un corto
lapso ministro de Industria y Minería de la presidencia de Viola. Asimismo, pilo-
teó la redacción colectiva de un interesante trabajo de aliento intitulado Política
Industrial para la Argentina. En ese trabajo se podía vislumbrar cierta influencia
de las ideas de Marcelo Diamand.
En paralelo, en un plano más formal, la UIA operaba un proceso de reafir-
mación institucional, de cara a las elecciones de la entidad. Se amplió el espectro
de su integración, con lo que se perfiló una dinámica de convivencia entre dos
grandes sectores internos: el Movimiento Industrial Argentino –MIA– y el Movi-
miento Industrial Nacional –MIN–. Apelando a una dicotomía quizás simplista,
porque no dejaban de existir “entrecruzamientos” según los temas debatidos,
el primero traducía un matiz más “liberal”, mientras el otro registraba una ver-
tiente más “nacional”. En este último confluían empresarios que provenían de
la corriente desarrollista más tradicional2, algunos peronistas “sueltos” (como
el bodeguero Arnaldo Etchart) y algunos sectores independientes. Aquí revestía
Marcelo Diamand y desde aquí se fue extendiendo su influencia intelectual.
Mientras, la Confederación General del Trabajo –CGT–, avanzando en su
proceso de renormalización, mostraba una conducción de hecho, unificada
(convergían la CGT Brasil y la CGT Azopardo), a través de un cuatriunvirato:
Triaca, Baldassini, Ubaldini y Borda. Ya se había planteado en 1984 una ruda
confrontación entre el gobierno radical y la CGT con relación al “proyecto de
ley Mucci” sobre la organización gremial, proyecto que finalmente fracasó en
el parlamento.
Volviendo a la gestión económica, el desempeño de Grinspun penetraba clara-
mente en una fase de rendimientos decrecientes, incluida la incidencia del abrupto
giro desde posiciones hostiles al FMI al establecimiento de un acuerdo con esta
entidad en setiembre de 1984. Sumando esto a diversos conflictos con los sectores
empresarios y gremiales, en vista del ríspido clima, el gobierno decidió abrir un
canal conciliador a través del ministerio del Interior, convocando a las distintas
entidades empresarias y a la CGT a una “mesa de concertación”.
En pocas líneas, recuérdese que la concertación alcanzó “vida propia” por
un momento, interactuando en la elaboración de orientaciones económicas una
abigarrada constelación de entidades empresarias de la industria, de la banca, de
la construcción, del comercio y del campo, con la CGT, conformándose así el
llamado “grupo de los 11”. A mí, junto a Horacio Pericoli, nos tocó representar
a la CGT. Diamand, por su parte, integraba la delegación de la UIA por el sector
minoritario, el MIN3.

2 Entre los integrantes de esta corriente, recuerdo, entre otros, a mi entrañable amigo José Censa-
bella, toda una leyenda empresaria, a Samuel Kait y a Horacio Rieznik.
3 Los contactos con otros economistas durante aquella experiencia, además de lo atinente a
Diamand, fueron enriquecedores, más allá de las diferencias que podían existir en su caso. Con

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Sin dudas, con semejante diversidad representativa, y con lineamientos ideo-
lógicos más de una vez contrastantes (hasta con matices dentro de las mismas
entidades), llegar a un acuerdo implicaba algo así como buscar “la cuadratura del
círculo”. Piénsese, por ejemplo, a la UIA, preocupada por el tipo de cambio real,
el nivel de tasas de interés y los controles de precios; a la CGT, por la defensa de
los salarios reales, la ocupación y por resortes que hacían a su proceso de normali-
zación (el tema de las obras sociales); al ruralismo, por la no imposición de reten-
ciones; a las agrupaciones comerciales, por el control de precios; a las entidades
de la construcción, por lo que se podía salvar en términos de inversión pública.
Mézclese todo esto con la referencia a la necesidad de corregir los desequilibrios
estatales y con el agobiante trasfondo del tópico de la deuda externa.
La resultante fue un documento que suscribieron todos los integrantes del
grupo: el denominado “documento de los 20 puntos”. Jugando respecto del docu-
mento con aquello de la botella “medio vacía-medio llena”, en la parte llena, se
registraba la esforzada tarea para aproximar consensos dentro de una dinámica
que se hacía eco de los problemas y retos sustantivos que enfrentaba la economía
en aquella época, recalcándose que se requerían acciones de fondo. En la parte
vacía, había que anotar que no pocas veces los acuerdos puestos en el papel lucían
forzados y que “operacionalizar” la propuesta demandaba un paso adicional, de
tenor más expeditivo y tensionante, cercano a las decisiones concretas.
De todos modos, la proyección del “grupo de los 11” se quebró cuando el
gobierno de Alfonsín lanzó el Plan Austral, una típica experiencia de “choque
heterodoxo”, enfoque muy de moda en la época, que colocaba gran énfasis en
el tratamiento de la llamada “inflación inercial”. Durante un lapso, el Plan Aus-
tral, más allá que nunca me convenció a pleno, contó con un éxito palmario en
el ámbito de los objetivos perseguidos. Frente a las orientaciones que contenía
el “documento de los 20 puntos”, el esquema oficial tenía la innegable ven-
taja de mostrar, auspiciosamente, la faz expeditiva y de rigor decisional en lo
macroeconómico. Pero, a la vez, dicho esquema gambeteaba el tratamiento de
cuestiones de fondo que el documento citado, por lo menos, insinuaba. Gambeta
que se terminó pagando después.

IV.- Palpitando “lo que se viene” a fines de los ’80

Concluida la experiencia concertativa aludida, la relación personal con Dia-


mand continuó, aunque los contactos se espaciaron. Las veces que conversamos,

varios de ellos quedamos muy amigos: vgr., P. Challú, R. Dealecsandris, Rieznik. Recuerdo
también con estima a Benito Legerén, que venía por Confederaciones Rurales Argentinas, y
que luego fuera presidente de la entidad. Lamentablemente, Benito falleció en marzo de 2005.
Siempre sentí que así nos privamos del concurso de un interlocutor que podría haber ayudado
en el conflicto cárnico, que caló tanto en la relaciones entre el gobierno y el ruralismo.

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constituyeron una buena ocasión para ahondar aspectos analíticos tanto en el
plano teórico como en el relativo a la realidad en curso. Las categorías de su
“sistema” siempre rondaban esas circunstancias.
Adviértase, por lo demás, que allá por 1986-87, aún cuando el Plan Austral
seguía proyectando una onda positiva, el tópico de las cuestiones más de fondo,
“estructurales”, o como se las quiera llamar, estaban pidiendo pista.
El Banco Mundial, por ejemplo, levantaba la bandera de las “reformas estruc-
turales”, con el peculiar sesgo que se otorgaba a las mismas: las privatizaciones, la
liberalización comercial, la desregulación laboral, entre otros temas, merodeaban
aquí y allá. Aunque la relación no dejaba de registrar algunas tensiones, aquella
entidad y el FMI –en un orden macro más básico– se repartían, y a la par inte-
graban, sus roles: surgía el “ajuste estructural”. La cuestión de la deuda externa,
asimismo, jugaba como un elemento soterraño insoslayable.
Nosotros, ante esto, no podíamos hacernos los distraídos. El desarrollo indus-
trial argentino, por ejemplo, quedaba colocado en el tapete. Piénsese que el país
aún arrastraba restricciones cuantitativas a las importaciones. Irrumpiendo los
renovados vientos aperturistas, ¿cuál sería la entidad y el vigor de los mismos?
No se podían dilatar demasiado los posicionamientos. El propio gobierno radi-
cal comenzaba a vérselas con el asunto. Y, algunos planteos que circulaban en
el país, enganchados en general con las poses externas, lucían un eficientismo
cerril. El Consenso de Washington y el incordio del endeudamiento externo iban
perfilando su presión.
Justamente, en 1987, si mal no recuerdo, la UIA organizó una reunión anual
en Mar del Plata, en las instalaciones del Hotel Provincial, que se preparaba
para su reapertura comercial. Dicha reunión conformaba una circunstancia que
se ubicaba en el tramo de transición entre las presidencias en aquella entidad de
Roberto Favelevic, y la de Eduardo de la Fuente4 como su sucesor.
En la organización del evento pesaba el ingeniero Kühl, a quien cité antes.
Uno de los orientadores de los llamados “capitanes de industria”, que ejercía
influencia en la UIA. Desempeñó cargos formales en la entidad, pero, sobre todo,
tratándose de una persona muy mesurada en el manejo de su exposición pública,
su influencia, creo, gravitaba más en el plano de la reflexión y de la orientación
general.
Con Kühl –que teníamos un amigo en común, Alberto Jorge Triaca– nos
reuníamos de tanto en tanto en su escritorio, comentando la situación económica

4 Con De la Fuente, siempre hubo una “buena onda” personal. Pertenecía al MIA, pero, era un
convencido del enfoque de Diamand. Con respecto a Favelevic, con el que nos conocimos cuan-
do él presidía la UIA, la relación comenzó siendo muy cortés, pero algo distante. Se podía decir
que proveníamos de “galaxias distintas”, y, probablemente, incidía cierto recelo. Sin embargo,
años después –allá por mediados de los ’90–, con Robby “confraternizamos” en la trinchera del
Encuentro de Economistas Argentinos, y aquella distancia quedó sepultada. Favelevic se erigió
en un referente industrial que abierta y valientemente se manifestaba a favor del reemplazo de
la convertibilidad.

98 ENSAYOS EN HONOR A MARCELO DIAMAND


y general del país. En realidad, también teníamos en común el reconocimiento
del ascendiente doctrinal que proyectaba Diamand.
Recuerdo, justamente, que conversamos en una oportunidad sobre la para-
dójica circunstancia de que Diamand, a pesar de su recio discurso industrialista
dotado de un alto respaldado en lo teórico, fuera todavía –en aquel momento–
objeto de una resistencia no desdeñable, aunque menguante, en los propios
medios industriales. Kühl me dijo que ello era una especie de “maldición”, que
ya antes había salpicado a otros industrialistas: Frondizi-Frigerio, más allá de las
diferencias de pensamiento existentes entre éstos y Diamand. En síntesis: un mar-
xista de aquella época habría dicho que faltaba conciencia de clase. Coincidimos
también en que había una serie de facetas que signaban la vida y personalidad
de Marcelo, un ser humano irreprochable por donde se lo abordara, que, trase-
gadas en una supuesta “visión bienpensante” traducida en términos de “linaje”,
sostenida por determinados círculos conspicuos, aportaban a aquel fenómeno.
Pero, dejemos este tema así.
Retornando a aquella reunión de la UIA en Mar del Plata, Kühl confiaba que,
ante la problemática en ciernes, la presencia de Diamand en aquélla, estando
ya más afiatado en el seno de la entidad, permitiría avanzar en la instalación de
determinados ejes temáticos de tenor estratégico para el devenir industrial. Y me
extendió la invitación a mí –que, en rigor, más allá de mis relaciones dimensio-
nadas en el ámbito industria, no dejaba de ser un outsider en la UIA–, un poco
para oficiar de “bastonero” de Diamand.
En el seno de aquella reunión, cada uno trató de cumplir su rol lo mejor posi-
ble. Algo se logró en la instalación temática. La concurrencia en las comisiones
era muy heterogénea, habiendo una propensión a la dispersión. Las conclusiones,
por su lado, tuvieron algo de “pastiche”, dado el alto grado de compromiso entre
posiciones enfrentadas que registraba.
Pero, vale aquí un aspecto anecdótico que ayuda a caracterizar un perfil.
En las discusiones en las que participaba, Diamand combinaba llamativamente
la rigurosidad conceptual y la apacibilidad de estilo. Naturalmente, al poseer
un sistema de pensamiento de propia factura, ello facilitaba la articulación de
las piezas discursivas. Era ducho en “levantar hipotecas” asociadas a posturas
adversas, las que parecían semblantear en el inicio a los debates. Exhumaba una
gran resistencia para soportar largos debates –la detentación de un tiempo “casi
infinito”–, retomando una y otra vez sus hilaciones argumentales conocidas –res-
tricción externa, la estructura productiva desequilibrada, el rol de la industria,
etc.–, a pesar de las dispersiones que podían verificarse en el devenir de las dis-
cusiones. Siempre lo percibí manteniendo el “eje”, sin alterarse. Creo que jamás
lo observé exaltado. Prestaba gran atención al esfuerzo de persuasión, instancia
ésta en el fondo, como bien señalaba Keynes, que presta el marco principal para
la dirimisión de las contiendas argumentales sobre economía. Estaba conciente
que, en no pocos ámbitos, le correspondía lidiar con un preconcepto hacia su

PRIMERA PARTE / El pensamiento de Marcelo Diamand... 99


papel e influencia que le era hostil. Por otra parte, sin disponerse a ceder un
ápice en lo fundamental, no dejaba de estar abierto a conciliaciones operativas
que pudieran tener utilidad.

V.- Vicisitudes siendo “Menem candidato”

En el nuevo capítulo de interacción densa con Diamand, algunos de los rasgos


de la problemática económica argentina de los ’80, alcanzarán gran significa-
ción a modo de trasfondo. Finalizando aquella década, la que implicó una gran
frustración para el país, éste se precitaba lisa y llanamente hacia un proceso de
hiperinflación. La descomposición del manejo de la economía agudizaba las debi-
lidades del gobierno del Dr. Alfonsín, circunstancia que se reflejó en el triunfo de
Carlos Menem en 1989 y en el adelantamiento de la entrega de la administración
gubernamental, que fijada para diciembre de ese año, se efectivizó en el mes de
julio.
Venía acompañando a Menem como referente económico desde finales de
1987, en el ámbito de la lucha interna con el sector de Antonio Cafiero. Además
de los aportes de carácter conceptual, me ocupaba de establecer contactos de la
corriente menemista, y del propio Menem, con medios empresarios, en especial a
nivel bancario e industrial. Entiendes bien: Menem, en tanto tal, por sus múltiples
actividades públicas, no requería de presentación alguna; en rigor, era archico-
nocido. El dato nuevo, era su rol de precandidato presidencial por el peronismo,
y en este plano, al inicio, había desventajas con relación a su contrincante en la
interna.
Obviamente, una de las preocupaciones iniciales era articular el contacto
con la UIA. En su momento, se realizó la reunión en cuestión, a la que asistió
Menem, en la sede de la entidad. En aquel entonces, Eduardo de La Fuente era
su presidente, con quien había establecido una relación fluida. También operó a
favor de la reunión Arnaldo Etchart, miembro de la conducción. Naturalmente,
lo tenía prevenido a Diamand del encuentro, y su participación en el mismo fue
importante para ayudar siquiera, dentro del estilo de la misma, a bocetar una
“agenda industrial”, integrante de la política general. También me preocupaba
un mayor estrechamiento del conocimiento entre Menem y Diamand.
Pensaba que en el caso de un eventual triunfo de Menem en la interna
peronista, como ocurrió finalmente, el aporte de Diamand sería relevante de
cara a los retos que se cernían, algo que ya se tocó más arriba. Un reto que, en
definitiva, alcanzaba al propio mensaje de Diamand.
La revolución que planteaba éste, suponía en principio un Estado activo,
que se aplicaba a políticas con orientación pro desarrollo, lo que entrañaba per-
feccionar nuestro crecimiento industrial, rebasando el puro mercadointernismo
y proyectando una mayor integración productiva, más permeable al empleo de

100 ENSAYOS EN HONOR A MARCELO DIAMAND


mano de obra. De allí, por ejemplo, su insistencia en los tipos de cambio diferen-
ciales. En el fondo, se trataba de superar el péndulo argentino. Frente a todo esto,
la realidad en curso nos topaba con una experiencia de hiperinflación, incluido
un Estado quebrado, con poca aptitud para el activismo, y harto endeudado. En
paralelo, cundían en el medio internacional las manifestaciones de diversa índole
de cuño neoliberal. Se acentuaban, así, tendencias que provenían de tiempo antes,
como ya se comentó.
En el seno de un contexto de este tenor, el leit motiv dominante pasaba por el
arreglo de la deuda, negociar con los bancos acreedores al respecto sin olvidar
la participación de los organismos internacionales, y “decidirse en masa” por
la apertura, las desregulaciones y las privatizaciones. Se perfilaba la visión del
“ajuste estructural”, bajo una impronta estereotipada. Así las cosas, no había lugar
para “el peronismo del 45” –Diamand mismo recomendaba perfeccionar la matriz
de evolución industrial de aquel entonces–, pero, sobre todo, lo que asomaba, era
un “tocar a degüello” encabalgando sobre posturas neoliberales.
Menem terminó imponiéndose en la interna del peronismo, y se erigió en el
candidato presidencial por esta fuerza. Y Diamand se sumó a las huestes de eco-
nomistas que rodeaban a Menem. En rigor, se trataba de elementos que llegaban
desde fuentes u orígenes distintos. El núcleo duro de esos equipos consistió en
una comisión de seis miembros, integrada por Cavallo, Diamand, Lavagna, Fri-
geri, Di Tella y yo. A la vez, estos referentes contaban con sus propios equipos.
En verdad, con una actitud más prescindente de Frigeri y de Lavagna, la
dinámica de la comisión, mientras tuvo andadura, quedaba asociada en gran
parte a los recios debates –por momentos, “bataholas”– en materia de orientación
estratégica entre al dupla Cavallo-Di Tella y la dupla Diamand-Curia.
Justamente, yo tenía pensado trabajar sobre un diseño estratégico, tarea en la
cual, Diamand participó como co-coordinador del proyecto. Muchos amigos y
colegas se integraron en el esfuerzo5.
Debíamos interpretar a cabalidad la situación, y dar una respuesta en tér-
minos del proceso de industrialización del país, luego de décadas críticas, y en
momentos en los que arreciaban los planteos de demolición respaldados en el
Consenso de Washington y promovidos por los organismos internacionales. Con
conciencia de los limitados grados de libertad que suponía el estado de fuerte
endeudamiento externo.
Estábamos contestes que se debían abordar en lo esencial tres grandes frentes.
Así surgió la obra Desarrollo con Justicia, en cuya dirección participó Diamand,
publicada a inicios de 1989, y que presenté al entonces candidato Menem.
Un primer frente, debía apuntar a reconstituir los cuadros macroeconómicos
básicos del país: encauzar la cuestión de la deuda, parar la hiper, resolver la

5 Acompañaron en el texto mencionado: Borgonovo, Cartas, Carrillo, Challú, Dealecsandris,


C. García Martínez, Geretto, Ghersa, Iglesias, Landro, Lascano, Lemir, Olarra Giménez, Z.
.Pereyra, Pérez Latorre, Petrei, Rappoport, Rieznik, Saccone, saravia, Savino y Torre.

PRIMERA PARTE / El pensamiento de Marcelo Diamand... 101


quiebra estatal, tender a remonetizar, superar el desparramo y volatilidad de las
tasas de interés y del tipo de cambio. En todo este frente, urgían medidas heroicas:
enfoques extremos, tales como el de punción monetaria o el de convertibilidad.
Esta temática, por sus características, se trató por cuerda separada, y no formó
parte de aquella obra. Tampoco se la dio a conocer públicamente.
Los otros dos frentes, sí fueron abarcados en el texto citado. Por un lado, en
varios capítulos se enfocaban diseños de privatizaciones y de desregulaciones en
diversos ámbitos, apelando a fórmulas prudenciales que no implicaran el directo
desguace de la conducción estatal, buscando asegurar el control de los procesos
involucrados y aspirando a no generar monopolios privados.
El frente restante concernía a la producción, con un capítulo relevante, dedi-
cado al sector industrial. Aquí se debía empalmar muy estrictamente con la óptica
otorgada a la política cambiaria. En toda esta área, Diamand cumplió un papel
particularmente gravitante.
La idea era reformular mecanismos tales como la admisión temporaria, el
compre nacional, la promoción industrial, la aplicación de aranceles, apuntando
a superar lacras operativas que habían distorsionado el empleo de estos instru-
mentos, reforzando las condiciones de monitoreo y los criterios de exigencia en
materia de coste/beneficio. Lo importante era corregir abusos, tratando de que la
remisión a los mismos no amparara la directa supresión de los usos legítimos.
Un punto interesante era el relativo a los aranceles. En una situación afligente
de endeudamiento de arrastre, más la necesidad de renegociación del mismo y el
clima de ideas imperante a nivel mundial y nacional, el recorte de aranceles y de
trabas a las importaciones, lucía ineludible. El reto era, entonces, proceder con la
mayor razonabilidad posible, exhibiendo un enfoque al respecto. El documento
sentaba las bases de un programa de reducción paulatina de los aranceles, aten-
diendo al progreso de la productividad, empalmando con una definida política
cambiaria de cambio alto que fungiera como soporte del proceso. El temor era
que terminaran convergiendo en el tiempo, algo que después sucedió, las medi-
das de apertura –reducción arancelaria– y un tipo de cambio apreciado. Surgía
de este modo algo así como un criterio de “protección real”, dinámicamente
concebido. Incluso, se avanzó en una modelización matemática del asunto, que
corrió por cuenta de quien fuera mi alumno –en la Licenciatura de Economía de
la Universidad del Salvador– y amigo, Emilio Colombo, recientemente fallecido
en momentos en que encaraba su participación en este texto.
Es obvio, examinando la evolución posterior, que nuestros planteos no pros-
peraron. Por decirlo de alguna forma, fue la orientación de Cavallo-Di Tella la
que concluyó primando, “por paliza”. En toda la rotación que aquéllos desarro-
llaron durante el “menemato” por diversos destinos: Cancillería-Embajada en los
EE.UU.-Ministerio de Economía-Cancillería, según el caso, ellos constituyeron
la dupla protagónica que articuló, a un primer nivel intelectual, el diagrama

102 ENSAYOS EN HONOR A MARCELO DIAMAND


estratégico básico del planteo económico y de relaciones externas asociadas, que
signó la experiencia de los ’90.
Vale aquí una anécdota. Cuando Menem aún era candidato, luego de una de
las tantas reuniones agotadoras “internas” de discusión económica, en las que nos
entreverábamos las dos duplas: Cavallo-Di Tella vs. Diamand-Curia, a la salida
de la misma, yo le expresé a Diamand que aún tenía confianza de que nuestro
planteo prevaleciera finalmente, sin desmedro de que se articularan alianzas muy
complejas y hasta tensas, en las que la otra postura permanecería en acecho.
Entonces, Marcelo me espetó: “No seas ingenuo, porque, justamente, lo probable
es lo inverso; atendiendo al modo de ser de Menem y de sus principales acólitos,
la otra propuesta tiene todas las de ganar en tanto luce más simple, ‘redonda’,
poseedora de ribetes cuasi mágicos, y, por lo demás, es más coincidente con las
ideas dominantes”. Diamand, una persona que se desenvolvía por aquel entonces
mucho más marginalmente en el menemismo que yo, adquiría, no obstante, la
perspectiva para visualizar con más verismo el futuro.
Es probable que Menem, antes de “depositarse” en los brazos de la dupla
aludida, haya entendido a la gestión de los representantes de Bunge y Born como
un ensayo de transición, pensando en el aporte del grupo de los “capitanes de
industria”. Ensayo que, como es sabido, resultó un chasco.
Pero, también viene al caso otra anécdota que trasunta el estado de los espíri-
tus en aquella época. Desempeñándome al inicio del gobierno de Menem como
Secretario de Gestión Económica, aconsejé a Roig y después a Rapanelli el
nombramiento de Diamand como asesor ministerial –antes se había nombrado
Secretario de Comercio Interior a mi amigo Pabló Challú, que integraba mi
equipo–, dado sus salientes antecedentes y el hecho de que la cuestión industrial
iba a constituir un capítulo relevante. Parecía algo congruente con una gestión
que provenía del sector industrial y del núcleo de los “capitanes de industria”. La
amable respuesta fue por la negativa; en todo caso, se me dijo que podía nom-
brar a Diamand como asesor de mi Secretaria. Ahora bien, quien sí era asesor
ministerial, y “bajaba línea” en la cuestión industrial, entre otras, era Enrique
Szewach, de FIEL.

VI.- Diamand y una crítica de la convertibilidad desde el seno


de la UIA

El último tramo en el que tuve la oportunidad de reciprocar con Marcelo


Diamand con vistas a algún cometido determinado, fue el que corrió a partir de
1993 hasta aproximadamente 1998.
Se había creado en el seno de la UIA la “Fundación Unión Industrial Argen-
tina”, la que estaba provista de un Consejo Académico, al frente del cual fue
nombrado el propio Diamand. Aquel abordaría en un plano más bien académico

PRIMERA PARTE / El pensamiento de Marcelo Diamand... 103


temas relevantes del quehacer industrial y de la política económica en general.
Finalmente, en el ámbito de la principal entidad industrial argentina, en el plano
formal, se producía un cabal reconocimiento de la significación intelectual que
expresaba Marcelo.
Diamand se desempeñaba secundado por Hugo Nochteff. Se apostó a una
integración amplia del Consejo. Formaron parte de él, pasaron por él o die-
ron exposiciones ad hoc figuras tales como Conesa, Cuello, Chojo Ortiz, Valle,
Frenkel, Martínez, Lascano, Poli, Rieznik, Machinea, Donato, y el que escribe,
entre otros. También participaron algunos ex presidentes de la UIA.
Aludir a un Consejo Académico, sin duda, sonaba ampuloso. No obstante,
operaban límites efectivos no desdeñables. Al avanzar los 90, las características
del debt led growth model, con sus implicancias de desindustrializacion relativa y
de desempleo ganaban en evidencia. La negatividad de la pauta cambiaria se tor-
naba crecientemente palpable. Pero, tan palpable o más, se perfilaba la apologética
y sacralización del régimen de convertibilidad, con dicha pauta cambiaria como
su factor axial. El 1x1 se erigía en un icono, asociado a una onda de consumismo
en buena medida artificial, el cual, electoralmente, se identificaba en el imaginario
colectivo con el célebre “voto cuota”. El Consenso de Washington actuaba como
marco teórico de trasfondo, con el FMI y los círculos financieros y bienpensantes
en general del exterior batiendo palmas a raudal. El tandem Menem-Cavallo se
hallaba en su pináculo, oficiando el último de sumo sacerdote, mientras Menem
articulaba la mágica fórmula de respaldo político. Aquellos que se oponían públi-
camente a la estrategia dominante y a la apologética asociada, que no sobraban
en número, eran prácticamente objeto de un virtual ostracismo. Conesa y yo, por
ejemplo, vivenciamos directamente el asunto.
El sector productivo que expresaba la UIA, no era precisamente, como tal, y
más allá de algunos rubros que lograban un trato especial, el sector de atención
preferencial por parte de la estrategia en curso. Pero, en definitiva, había que
“salvar la ropa” lo mejor posible. La oposición frontal quedaba descartada y las
quejas funcionaban, más bien, a manera de “la procesión que va por dentro”. Por
supuesto, Cavallo tenía un pleno y detallado conocimiento de las circunstancias.
Lo que priorizaba era que las quejas no arreciaran públicamente, y, cuando estaba
a su alcance, arrimaba un placebo de dispar escala, según las instancias. Cabe
recodar, por ejemplo, el paquete anunciado en la reunión del teatro Cervantes de
1992, como así también el acuerdo de Ouro Preto con Brasil.
Bajo este clima general, y que abarcaba a la propia UIA, le tocaba jugar a Dia-
mand, con el Consejo Académico a cuestas. Lo menos que podía hacer al plantear
la agenda de los temas a debatir, incluyendo los debates mismos y la publicación
de las conclusiones, era “andar con pies de plomo”. Pero, de todos modos, se las
ingenió para proyectar un plan de trabajo que fue in crescendo, en paralelo con el
ascenso de los rasgos problemáticos de la convertibilidad. Comenzó con tópicos
que “orillaban” el núcleo duro de la convertibilidad; no lo alcanzaban, pero, lo

104 ENSAYOS EN HONOR A MARCELO DIAMAND


rodeaban de cerca. En este orden, recuerdo particularmente el Cuaderno nº 5 de
1994, referido a “La política comercial externa”. Sus contenidos chocaban con la
orientación que seguía la “política industrial” del inefable Cavallo, asociada, por
citar un caso arquetípico, al llamado régimen de “especialización industrial”, una
verdadera elegía al desmembramiento del tejido industrial y a la importación.
La plasmación de la crisis que se rotuló el “efecto tequila”, fungió como
un catalizador y acelerador. Dio pie a que se experimentara “en vivo” la aguda
exposición a determinados shocks externos que padecía la convertibilidad, inte-
ractuando con las gruesas deficiencias que iba acumulando la práctica del régi-
men. Argentina fue uno de los países que más sufrió el impacto negativo de
aquel efecto.
A la postre, el país, y la propia convertibilidad, “sobrevivió” en ese entonces
a la crisis de marras. De todas maneras, la huella dejada, era profunda. Distintos
factores ayudaron particularmente a zafar de la crisis: la mejora en los términos
del intercambio, la mayor actividad de la economía brasileña y la concomitante
revaluación de su moneda, y la depreciación del dólar frente al marco y al yen.
A esta altura de los acontecimientos, ya podían esgrimirse dos premisas básicas
que el mismo Consejo Académico suscribía en 1995-1996: que en lo esencial,
la crisis, en su manifestación doméstica, “se originó fundamentalmente en los
desequilibrios acumulados durante los últimos años”6, y que los factores “rela-
jadores” del impacto eran, en gran medida, “exógenos al modelo”.
Sumando motivos, la situación fue madurando como para encarar en el Con-
sejo Académico un enfoque más frontal del régimen económico de la conver-
tibilidad, llegando hasta el propio “núcleo duro”. En rigor, de hecho, esta discu-
sión siempre se presentaba en las reuniones del Consejo. Pero, no se las articulaba
formalmente, ni decantaban en un paper específico. Ahora, Diamand detectaba
la oportunidad, y valientemente dispuso abrir el debate formal.
Claro, visto en retrospectiva, 15 años después, aludir a una “decisión valiente”
en tanto se colocaba un determinado tópico en la agenda de discusión de un grupo
de reflexión, suena a una exagerada dramatización. No obstante, si se es receptivo
de la perspectiva de aquella época, y dados los elementos que se señalaron más
arriba –que decantaban en la postulación colectiva de la convertibilidad cual un
tótem, asimilando, a la vez, cualquier discusión sobre el régimen a un tabú–, se
concluiría que no hay una dramatización redundante. Ciertamente, la recurrencia
a una Fundación UIA, con un Consejo Académico, permitía, en su caso, el dis-
claimer o descargo en el sentido de que “las opiniones del Consejo Académico
no representan la opinión institucional de la UIA”. Sin embargo, operando una
instancia comprometida del sector industrial, buscando aprovechar lo más posible
los placebos que provenían de las autoridades nacionales y de las propias circuns-
tancias exógenas, siempre se estaba muy expuesto a las reprimendas y castigos

6 Ver el Cuaderno nº 7 del Consejo Académico de la Fundación UIA, agosto de 1995.

PRIMERA PARTE / El pensamiento de Marcelo Diamand... 105


indiscriminados de un Cavallo todopoderoso, que entendía poco de sutilezas
y de la regla del disclaimer. El riesgo era menos en lo referido a los opinantes
particulares –que asumían sus propias responsabilidades y consecuencias– que
en lo concerniente al involucramiento institucional.
Corresponde señalar en cuanto a los debates que se encararon acerca del tema
concreto, que los mismos llevaron un tiempo bastante extendido, ocupando prác-
ticamente todo 1996, acusando asimismo una fuerte intensidad. Los participantes,
se podía afirmar, comulgaban en el diagnóstico, incluyendo la idea del “agota-
miento vital” de la convertibilidad, tal como se la conocía, considerándola con
“escasas chances para servir de sustento a un despliegue serio y sostenido en un
marco de economía abierta…”. Sin embargo, a la hora de la terapia recomendada,
se perfilaron algunas diferencias sustantivas insuperables, con lo que se combino
con Diamand en asumir esa diversidad. Así, en el Cuaderno nº 8 de noviembre de
1996, intitulado La Economía Argentina Actual. Debate y Propuestas, que reco-
gió las conclusiones del debate, se reflejaron dos corrientes, una, que bocetaron
en la redacción Conesa, Martínez, Valle y yo, y otra, cuya redacción corrió por
cuenta de Diamand, Nochteff y Poli.
Simplificando, la primera postura partía como premisa básica de la ruptura
de la convertibilidad, abandonando la paridad cambiaria nominal fija de 1x1. Se
consideraba que a esa altura de las circunstancias, los desequilibrios eran muy
marcados como para tratar de encararlos meramente con políticas industriales
y comerciales específicas, útiles en sí mismas, pero incapaces de alcanzar por
propio imperio la magnitud correctiva que se requería. A partir de allí, el régimen
alternativo emergente suponía correspondencias muy fuertes en términos de polí-
tica de ingresos, de desdolarización tarifaria de servicios públicos y de una severa
negociación del endeudamiento externo, incluyendo en el menester al FMI. En
síntesis: se plantaban las primeras semillas de lo que, más tarde, con la evolución
ulterior y la plena degradación de la convertibilidad, se conoció como las tres D:
depreciación (devaluación)-desdolarización (pesificación)-default.
La otra posición, postulaba el abandono de la paridad fija como un paso sub-
siguiente a un esquema previo, que se asumía ahora, que fungiera a manera de
preparación al respecto, creando las condiciones propicias de mejora económica,
capaces en perspectiva de disminuir los costos y aumentar los beneficios de una
salida posterior de la convertibilidad. Luego, se colocaba el acento en “políticas
más selectivas que mejoren la situación económica…”, las que se respaldaban en
determinados grados de libertad que se computaban en el ámbito de la política fis-
cal, monetaria y de comercio exterior. En otras palabras, y como se menciona en
el documento, se perfilaban una estrategia de shock y otra de tenor gradualista.
Durante el dilatado lapso que llevó la discusión, en algunas ocasiones nos
reunimos con Diamand a solas, aprovechando la circunstancia para referirnos
más coloquialmente, “cambiando figuritas”, al tema en cuestión. Efectivamente,
Marcelo percibía la tremenda descomposición en lo productivo y en lo social

106 ENSAYOS EN HONOR A MARCELO DIAMAND


que se estaba desplegando al conjuro de la convertibilidad, pero, a la vez, lo
sobrecogía las severas implicancias que podía despertar, a su entender, la terapia
de shock; de allí, el enfoque selectivo, gradualista. Miraba con pesar el con-
senso dominante, y dejaba sentado que la UIA, entidad de la que era miembro,
no podía, en lo institucional, desligarse a pleno del clima vigente. Por mi parte,
atendiendo a una posición que venía sosteniendo desde años atrás, no sólo el daño
ya verificado, sino, y sobre todo, la perspectiva que cabía “descontar” a futuro
con el continuismo, ameritaban diseñar una alternativa de tenor gestáltico –de
cambio de régimen– lo más ordenada que fuera posible7. En el fondo, creo que
Diamand “sabía” en sus adentros que, en términos efectivos, no había lugar para
el gradualismo, como yo “sabía” en mi interior que, en función de terquedad
apologética de las principales dirigencias a favor de la convertibilidad, una salida
ordenada del régimen era asimilable a la parábola bíblica del rico, el camello y
el “ojo de la aguja”.

7 Quizás, en las respectivas posiciones citadas en el texto principal, latían algunas precomprensio-
nes o visiones básicas en lo teórico de cada uno de nosotros. El pensamiento de Diamand, por
ejemplo, fue un factor en permanente actualización. Existían, claro, premisas referenciadoras
fuertes. En principio, Diamand se inclinaba hacia la versión “contraccionista” de la devalua-
ción, tal como luce en el Capítulo 6 de su maratónica obra Doctrinas económicas, desarrollo
e independencia. Vinculado ello con la mayor incidencia del llamado “efecto ingreso” y con
los desenlaces inflacionarios de tipo “pass through-costos”. Planteándose el fenómeno, en
general, en el seno de los planes estabilizatorios del FMI de ese entonces (con una remisión
destacada al tipo de cambio de “equilibrio agropecuario”). De paso, el marco de trasfondo, lo
daba el esquema de Bretton Woods, con un juego concerniente a capitales, preferentemente,
“compensatorios”. Diamand asumió conceptualmente la devaluación en el capítulo 10 de
aquella obra, bajo su célebre óptica “compensada”, apuntando a que, mediante una devaluación
nominal, reduciendo aranceles (altos en aquella época) e imponiendo derechos de exportación
sobre las ventas externas agrarias, sólo terminaban mejorando en sustancia el cambio exportador
industrial y el “financiero”. Creo no violentar la percepción de Marcelo en el sentido de in-
clinarse hacia una visión más bien restrictiva acerca del mecanismo devaluatorio, colocando
especial cuidado en la operatoria de compensación, y subyaciendo el optimismo acerca de
la sintonía fina de un sistema de cambios diferenciales y del Estado (con su poder fiscal),
gestionando el asunto. A su vez, en un marco así, parecía facilitarse la política de ingresos y
relativizarse una eventual tensión sobre el salario real.
Por mi lado, yo estaba muy impactado por la “globalización financiera” posterior
al régimen de Bretton Woods formal, con su enorme carga de volatilidad y su incidencia en
términos de violentos bandazos en materia de posicionamientos cambiarios, pudiéndose llegar
a crudísimas y nefastas apreciaciones del tipo de cambio real, “bancables” con bastante per-
durabilidad a través de las nuevas formas del endeudamiento externo. Esto, como rebote, nos
colocaba ante el inapelable estrés de probables e indispensables devaluaciones correctoras, de
fuerte intensidad.
Naturalmente, aquí se proyectaba un tremendo desafío sobre los alcances del recurso
compensatorio y de las formas de concebir la políticas de ingresos (desdolarización; adminis-
tración de la dicotomía transables/no transables), con, presumiblemente, el riesgo de mayores
presiones iniciales sobre el salario real. Además, aparecía el tipo de cambio “subsidiando” al
sector fiscal (ayudando a la recaudación de recursos) y no al revés.

PRIMERA PARTE / El pensamiento de Marcelo Diamand... 107


Como se dijo antes, el debate y las conclusiones fueron recogidos en un
Cuaderno del Consejo Académico de la Fundación UIA. En rigor, así como el
esfuerzo de dedicación y de argumentación desarrollado en el Consejo Aca-
démico fue casi ciclópeo –y valorable, por qué no decirlo, la decisión de sus
miembros, empezando por la del propio Diamand–, la repercusión pública fue
prácticamente nula. Algo penoso, pero, fácilmente explicable en función de las
condiciones prevalecientes.
Adviértase que si bien estaban operando algunos foros, ubicados, por decirlo
así, en el underground, que perfilaban posturas rupturistas con respecto a la
convertibilidad, el Consejo Académico de la Fundación UIA traducía, aunque
fuere por aproximación, un rango institucional más conspicuo y formal. Ni esto
fue suficiente para horadar el “manto de silencio” gravitante en aquel momento.
Es probable que el documento haya tenido una circulación restringida, recoleta.
Pero, no tomó estado público. Quedó, finalmente, como un cuaderno más, entre
otros, producido –y archivable– por el Consejo Académico de la Fundación UIA.
En sí, por los distintos elementos que pesaron en la discusión, se trató, a mi
entender, de uno de los hitos más importantes verificados en los ’90 de “debate
en caliente” acerca del régimen de convertibilidad como un todo, diferenciable
de aquella serie de documentos ulteriores a la caída de la convertibilidad, que
recogen la célebre “predicción ex post” de la que solemos hacer gala los econo-
mistas. Documentos que, incluso, se dan el lujo de ignorar en el análisis un hito
como el señalado (hay otros casos que corren igual suerte).

VII.- Diamand: “nuestro clásico”

Luego del referido debate que culminó en la redacción del Cuaderno nº 8, y


que ocupó prácticamente a todo 1996, sostuve encuentros adicionales con Dia-
mand, pero, atendiendo a una intensidad decreciente. Por lo demás, sobrevolaba
la impresión de que el Consejo Académico había dado “todo lo que podía dar”.
Se habían enfocado varios temas importantes, concluyendo en la profunda dis-
cusión sobre el propio régimen de convertibilidad como tal. Mientras, el régimen
de convertibilidad continuaba su curso en concreto, meciéndose en un alivio
transitorio, hasta rematar en su desmoronamiento final. Este curso, obviamente,
no era el que planteaba la corriente 1, pero, a la par, tampoco condecía con lo
establecido por la corriente 2. ¿Entonces…?
De alguna forma, se cumplía un ciclo de alrededor de 15 años, durante el cual
tuve la enorme satisfacción de tratar personalmente, gozando de su amistad, a
Marcelo Diamand. Siendo “compinches” en más de una ocasión en operativos
vinculados al quehacer político-económico. Algunas de estas circunstancias, liga-
das o no a la UIA, han sido materia de vivencial relato aquí.

108 ENSAYOS EN HONOR A MARCELO DIAMAND


Desde ya, en un plano más estrictamente intelectual, el ciclo pinta más largo.
Comenzó antes de conocer a Marcelo personalmente, puesto que venía exami-
nando su obra previamente al contacto directo, y se proyecta hacia delante, aun
sin su presencia física, porque continúa su influjo como fuente de inspiración.
Todo esto se explica porque, en sustancia, Diamand es un clásico; “nuestro
clásico”. No en tanto a la adscripción a lo que llamamos la escuela clásica de la
economía, sino porque es alguien al que “volvemos recurrentemente” como refe-
rencia de pensamiento. Como dice Giddens, un clásico es alguien que efectuó en
el pasado un aporte fundador, siendo que los temas que enfocó siguen pertinentes
en el momento presente, con un horizonte analítico abierto que ahora mismo
destila fuerza inspirativa. Podría aducirse que Diamand perfila un “programa
de investigación” a lo I. Lakatos o una “tradición” en la acepción dinámica que
expresa A. MacIntyre.
La obra de Diamand, respetando el núcleo vital de su mensaje, se presta
maleable a los tratamientos que afinan tanto la presentación formalizada –él
no insistió particularmente en esta dimensión8– de aquélla como las categorías
involucradas. Pero, a no equivocarse: la riqueza fundamental y el poder sugerente
de la obra en cuestión, reside en el frente eminentemente sustantivo. Marcelo
fue un artífice de la teoría económica aplicada, de cara al caso argentino. Aquel
núcleo persiste en su validez para, buceando en su procesamiento analítico,
ensayar respuestas actualizadas a renovados desafíos que plantea el desarrollo
económico tangible de la Argentina. Creer, a la inversa, que la gran contribu-
ción coetánea estribaría meramente en ornamentar en el ámbito formalizado la
obra de Diamand, sería incurrir en la misma chapucería de Krugman, con toda
su innegable eminencia y su augusta condición de premio Nobel, cuando alega
cándidamente que la primera gran fase de la teoría del desarrollo a nivel mundial
tendió a debilitarse por limitaciones de formalización, porque, en cambio, hoy,
sí, podemos darnos el lujo de atender a las propiedades de convexidad de las
formulaciones “a lo Dixit-Stiglitz”.
En resumen: Diamand, como nuestro clásico, nos da pie para usar mejor la
“caja de instrumentos”, pero, sobre todo, nos sigue inspirando para “resolver
problemas”; o, por lo menos, para intentarlo.

Referencias bibliográficas

DIAMAND, M. (1973) Doctrinas económicas, desarrollo e independencia, Editorial Paidós,


Buenos Aires.
DIAMAND, M. y N. CROVETTO (1988) “La estructura productiva desequilibrada y la doble
brecha”, CERE, Buenos Aires.

8 Ver Diamand y Crovetto, 1988.

PRIMERA PARTE / El pensamiento de Marcelo Diamand... 109

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