Esta situación es la que ha llevado, como apuntaba, a que nunca haya habido
reparo en adoptar medidas y leyes contra el racismo, la xenofobia, el
terrorismo… es cierto que algunas les ha costado mucho, sobre todo las que
protegen los derechos de quienes desde el machismo consideran “diferentes e
inferiores”, pero las han respetado en su formalidad porque las personas que
pueden ser condenadas en caso de delinquir incluyen tanto a hombres como a
mujeres.
De repente, el hombre que era medida de todas las cosas para repartir culpas
entre hombres y mujeres, lo cual le ha permitido caminar por la historia
ejerciendo la violencia contra ellas sin apenas consecuencias, ha pasado a ser
la referencia exclusiva de la violencia de género, tanto por ejercerla como por
crear una cultura que entiende que es “normal”, tal y como reveló el
Eurobarómetro de 2010 al mostrar que un 3% de la población de la UE piensa
que hay motivos para que los hombres ejerzan la violencia contra las mujeres.
Por eso sus argumentos son tan gráficos y reveladores cuando dicen que la
Ley Integral contra la Violencia de Género, al centrarse en los hombres como
agresores, es como si se tomara a los musulmanes como terroristas yihadistas
o los vascos como terroristas de ETA. Pero se equivocan y desenmascaran
porque las leyes contra el terrorismo se centran en quien está alrededor de las
posiciones y estrategias terroristas y, por tanto, van contra las personas que
forman parte de esos grupos y actúan en su nombre. Cuando esas personas son
condenadas lo son por ser terroristas, no por ser musulmanes o vascos. Y la
ley contra la violencia de género actúa contra las personas que la ejercen, que
son aquellos hombres que de manera voluntaria deciden acudir a ella desde su
masculinidad y bajo las referencias de una cultura que la ha normalizado,
tanto que según la Macroencuesta de 2015 el 44% de las mujeres que la sufren
no la denuncian porque a violencia vivida “no es lo suficientemente grave”,o
sea, porque la consideran “normal”, lo cual no es una decisión individual, sino
una idea impuesta por la cultura machista. Por o tanto la Ley Integral contra la
Violencia de Género no condena a hombres por ser hombres, sino por ser
maltratadores o asesinos.
Si una mujer u otro hombre ejerce una violencia en contextos similares, pero
sin el amparo de una cultura que la normaliza, la respuesta de la ley es la
misma, pero no por ello forma parte del mismo tipo de violencia y de sus
circunstancias, como si un budista o un musulmán al margen de un grupo
terrorista ponen una bomba en un lugar público, serían unos asesinos, pero no
unos terroristas, porque el terrorismo no está definido por la condición de
quien lo lleva a cabo, sino por la ideología criminal que lo sustenta. En
cambio, la violencia de género sí se define sobre su autor: aquel hombre que a
partir de la cultura machista decide desarrollar una conducta violenta sobre las
mujeres, porque es esa condición la referencia que históricamente ha creado la
cultura para ejercerla desde la normalidad. Pero la condena es por ser violento,
no por ser hombre.
A muchos hombres les cuesta aceptarlo, aunque lo entienden tan bien que no
quieren perder el privilegio de acudir a esta violencia para imponer sus
criterios dentro de la relación de pareja. Por eso “su lucha” es para derogar la
Ley Integral, no para pedir más medios y recursos con las “otras violencias”.