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El caso Vegas Pérez

Inglaterra, julio de 1972

En los meses estivales, la temperatura promedio de Londres alcanza los


180 centígrados, agradable sin duda alguna. El niño Carlos Vicente Vegas Pérez
aprovechaba el clima benigno para jugar, corretear y charlar con sus amigos
londinenses. Se conocían muy bien porque habían estudiado juntos toda la
escuela primaria.
Carlos Vicente haría el próximo año lectivo en Venezuela para luego regresar a
Londres a proseguir la secundaria. Junto a él estaba su padre, el arquitecto
Martín Vegas quien a su vez daba los toques finales a su tesis de post grado
sobre purificación del medio ambiente.
Cuando llegó el día de regresar a Caracas, Carlos Vicente se despidió de sus
amigos con la promesa de un cercano reencuentro. Mientras tanto procurarían
mantener el contacto por correspondencia.

Maitana, viernes 23 de febrero de 1973 – 2:00 a.m.

Lucía Figuera, una de las 60 personas que habitaban el caserío de Maitana,


despertó sobresaltada por el ruido de un carro; no era normal que a esa hora
alguien transitara por allí. Al sentir que paraban frente a su rancho se levantó
del catre y con los nervios de punta levantó la tranca para salir a ver qué
pasaba.
Pudo ver a la distancia un pequeño auto europeo que avanzaba lentamente por
el camino pedregoso hasta situarse varios metros más abajo, justo al borde de
un profundo barranco. Oyó voces y pasos que se perdían entre el follaje.
De pronto llegó el ruido de algo que caía, arrastrando consigo pequeños
guijarros; al final un golpe seco. En ese momento se sintió un poco ridícula,
parada como estaba en medio de la oscuridad y el frío aguijoneante.
– Lo que sea que esté pasando aquí afuera no es problema mío – se reprochó.
Al regresar al catre notó que el carro se alejaba y todo iba quedando en silencio.
Caracas, jueves 22 de febrero de 1973 – 4:30 p.m.

Carlos Vicente, despierto joven de 13 años, tercer hijo del matrimonio Vegas-
Pérez, destacado estudiante del colegio El Peñón de Baruta y amante de las
actividades físicas decidió salir a comprar un par de historietas de las que era
asiduo lector; su madre Trina, luego de entregarle algunas monedas lo despidió
amorosa sin saber que era la última vez que veía a su pequeño con vida.

Caracas, viernes 2 de marzo de 1973 – La hora del LSD

En marzo de 1973 los acontecimientos mundiales llevaban un ritmo


vertiginoso. En Chile, el presidente Salvador Allende enfrentaba a una feroz
oposición que lo llevaría a la muerte unos meses después, los gobiernos
europeos escandalizados por la decisión del presidente Nixon de abandonar el
patrón oro exigían garantías sobre el dólar, en la ciudad de Jartum militantes
palestinos daban muerte al embajador estadounidense, en Londres un auto
bomba estallaba frente a la Corte Central Criminal y en la América melómana
se lloraba la muerte del grande de la música afrolatina, Tito Rodríguez.
En Venezuela al mismo tiempo, el ambiente era un pastel psicodélico; el primer
gobierno socialcristiano llegaba a su año postrero y el gobernador de Caracas,
Guillermo Álvarez Bajares, se daba el lujo de prohibir la película El último
tango en París del director Bernardo Bertolucci, ese mismo gobernante en un
improvisado set de cartón piedra ceñía una corona de oropel en la frente de la
joven Migdalia Mota, vecina del humilde barrio de Chapellín, para nombrarla
Migdalia I Reina del Carnaval. La campaña electoral estaba en su apogeo, el
bachiller Carlos Andrés Pérez prometía “democracia con energía” mientras que
el candidato oficialista Lorenzo Fernández ofrecía seguir “con lo bueno de lo
actual”. Las calles hervían de jóvenes melenudos que copiaban una moda ya
extinguida en otras latitudes, el ácido lisérgico corría como agua debajo del
puente en discotecas y urbanizaciones. Los chicos de la clase media caraqueña
descubrían los efectos de una droga que diez años atrás diera tanto de que
hablar en los países nórdicos.
En un apartamento del este de la ciudad, uno de estos muchachos tenía un
pésimo viaje; pese a estar en un piso alto sentía que los sonidos de la calle se
arremolinaban frente a sus ojos hincándolos furiosamente mientras un fétido
olor penetraba en su habitación llenándola de un alucinante color púrpura.
Sentía un frío tremendo alternado por sucesivas olas de calor. Los objetos se
encogían y estiraban frente a sus ojos y aquella maldita fetidez purpurina le
taladraba los oídos. Con la percepción espacio-temporal totalmente alterada, el
joven de pronto se veía en otro sitio; en un sitio que lo aterraba. Cuando sus
manos que no parecían formar parte de su cuerpo levantaban la colcha de la
cama, veía una figura encadenada, una silueta humana en posición prenatal.
La cama ya no era una cama sino el maletero de un carro, y desde allí la silueta
distorsionada le gritaba desde el pútrido olor de la muerte. El muchacho con el
cerebro colmado de ácido trataba de enfocarse en la figura pero los rayos de luz
que salían de las cadenas le golpeaban la vista hasta enceguecerlo.

Caracas, jueves 22 de febrero de 1973 – 7:30 p.m.

En la quinta Algarrobo ubicada en la avenida principal del Mirador del Este,


había inquietud, después de tres horas Carlos Vicente no regresaba. El centro
comercial Santa Marta, lugar a donde había ido a comprar las revistas, solo
distaba 800 metros de la vivienda. No se justificaba la tardanza. Cuando llegó
Martín Vegas, Su esposa le comunicó la angustiosa noticia: el niño salió
temprano al centro comercial y no había vuelto. De inmediato salieron a
buscarlo, no estaba en las inmediaciones.
Bajaron al centro comercial y preguntaron al señor Julio Brillemburg que si
había visto a Carlos Vicente. – ¡No! – fue la desconsoladora respuesta.
Regresaron a casa por si el niño aparecía.
La oscuridad de la noche les generó una angustia que se prolongaría durante
seis dolorosos días para culminar en un trágico desenlace. Con los corazones
oprimidos se sentaron a esperar a su hijo. Los trémulos labios de Trina
susurraron una oración.

Caracas, jueves 22 de febrero de 1973 – 10:30 p.m.

El timbre del teléfono rompió el expectante silencio en la quinta Algarrobo. La


domestica atendió la llamada y desde el otro lado de la línea una voz clara y
fuerte le dijo:
– Deseo hablar con el señor de la casa para darle noticias de su hijo Carlos
Vicente.
La empleada corrió hasta la habitación del arquitecto y tocó bruscamente la
puerta.
– ¡Un señor que desea hablar con usted asegura tener noticias de Carlitos!
Cuando Martín Vegas levantó el auricular escuchó las siguientes palabras:
– Tenemos a su hijo, no deseamos hacerle daño alguno, solo queremos que nos
pague por su libertad la suma de 150.000 bolívares.
El padre sintió vértigo, su esposa que había corrido a su lado lo miraba
asustada, él no sabía cómo dar aquella terrible noticia. La abrazó y ella supo
que algo malo pasaba. Martín siguió hablando.
– Por favor, no vayan a hacerle nada. Estoy en condiciones de hacerles llegar el
dinero, en la forma que ustedes crean conveniente.
– Perfecto. Primero que nada, cero contactos con la policía, el dinero nos lo va
entregar en billetes de cien y cincuenta que no tengan seriales continuos. Esos
billetes tampoco pueden ser nuevos, solo dinero usado. Volveremos a llamar
para indicarle el sitio y la hora de la entrega.
– Ustedes tienen la última palabra, estoy angustiado por la suerte de mi
muchachito, por lo que les pido que la entrega sea lo más rápida posible.
– Ok doctor y recuerde, si de verdad quiere volver a ver a su hijo nada de
policías. Estaremos en contacto.
Al colgar, apenas tuvo tiempo de atajar a su desvanecida esposa.

Caracas, viernes 23 de febrero de 1973 – 9:00 p.m.

Luego de 24 horas, la incertidumbre había destrozado el ánimo de los esposos


Vegas Pérez. Las ojeras se acentuaban en la palidez de sus rostros y un rictus
de dolor les torcía las comisuras de los labios.
La noche anterior pese a la orden de los secuestradores, el arquitecto se
comunicó con la policía. Decidió hacerlo luego de consultar con sus hermanos.
Los detectives prometieron realizar la investigación bajo la más estricta
reserva.
La señora Trina sentada en la estancia que servía de recibo, miraba con
ansiedad el aparato telefónico. Su esposo se paseaba de un lado a otro y su hijo
Federico, mayor que Carlos Vicente, tenía la cabeza hundida entre las manos.
De a ratos miraba de soslayo a sus padres y un relámpago de bochorno se
asomaba en sus ojos.
Por fin sonó un timbrazo, el arquitecto levantó la bocina y la voz que tanto
esperaban preguntó con cierto azoro:
– ¿Qué ha pasado?
Martín gritó desconcertado
-¿Cómo que qué ha pasado? Tenemos 24 horas esperando a que nos llamen.
Queremos resolver lo de la entrega del dinero para que devuelvan a nuestro
hijo…
Al advertir la intensidad del tono en que había hablado, el arquitecto bajó la
voz y quedamente suplicó:
– Señor por favor, estamos en sus manos, dígame el sitio donde debemos llevar
el dinero.
La voz, ahora con más aplomó dijo:
– Escuche bien, el lunes a las 11 de la noche, su esposa debe llevar un maletín
con el dinero a la plaza La Castellana, dígale que estacione frente a la discoteca
que está allí. Un carro color azul va a pasar a esa hora encendiendo y apagando
las luces tres veces, va a ser la señal para que su esposa se acerque y nos
entregue la plata. Háganlo así y le garantizamos que el martes a las 7 de la
mañana tendrán de nuevo a su hijo con ustedes.
Martín Vegas quiso saber si no podía ser antes pero el que le hablaba fue
terminante.
– ¡El lunes a las 11 de la noche y nada de policías!
En un edificio cercano, la conversación había sido captada y grabada por un
equipo de la Policía Técnica Judicial. Cada uno de los hombres de aquel
comando improvisado, escuchaba la voz del raptor tratando de captar en ella
los más mínimos detalles: el acento, las inflexiones, el tono. Todos estuvieron
de acuerdo en que se trataba de un joven, alguien que rondaba los 20 años; era
además caraqueño y por la manera de expresarse deducían que se trataba de
alguien con un cierto nivel de educación. No eran las típicas maneras del
delincuente marginal.
Esos detalles, asociados a otros que ya venían procesando, daban a los
detectives una visión de lo que enfrentaban. No era hampa común; pero
tampoco delincuencia organizada ni guerrillas. El ridículo monto que habían
exigido lo decía. El chico secuestrado era de familia pudiente, misma que podía
llegar a pagar sumas millonarias si así se lo exigían.
– ¿De qué se trataba entonces? ¿Por qué pedir tan poco cuando se estaban
metiendo en un asunto tan gordo como aquel de un secuestro? – Se preguntaba
en voz alta Fermín Mármol León, comisario jefe de la PTJ.
– Esta gente no parece saber muy bien lo que hace. – apuntó uno de sus
hombres
– Así es. Vamos a escuchar bien esta grabación muchachos, agucen los oídos;
presten atención a los sonidos de fondo. Cuando el tipo habla se oye algo que
golpea. Parecen olas, tal vez hayan hecho la llamada desde algún litoral o
quizás sea otra cosa. Hagamos una copia de esta grabación para enviarla al
FBI, allá tienen equipos más avanzados que los nuestros y seguramente
puedan ayudarnos.
Mientras escuchaba la cinta una y otra vez, Mármol León repreguntaba por
qué demonios, aquellos peculiares secuestradores pedían tan risible suma.

Caracas, lunes 26 de febrero de 1973 – 3:00 p.m.

Luego de un infernal fin de semana sin saber de su hijo, los Vegas-Pérez


recibieron una llamada telefónica. Esta vez atendió la madre. Le informaron
que los planes habían cambiado. Ahora ella debía esa noche al restaurante Don
Sancho en El Rosal y una vez allí debía estar atenta pues la llamarían al
teléfono del negocio para darle instrucciones.
La angustiada mujer, acompañada de Ricardo, llegó a la hora convenida.
Ordenó un bocadillo que nunca consumió. A cuello alzado vigilaba la barra y al
oír el timbre saltó de la silla. El encargado anunció que la llamada era para
ella. Con el corazón saliendo por su boca tomó el auricular.
– ¿Trajo usted el dinero?
– Si, acá lo tengo señor. Dígame dónde debo entregarlo.
– Lo siento señora – fue la respuesta glacial – pero no puedo recibirlo pues
usted no vino sola
Creyendo ser víctima de una broma cruel la mujer intentó protestar, pero el
delincuente la atajó secamente.
– Vaya usted a casa y espere allá mis instrucciones.
Desolada regresó a esperar la llamada, esta vez no tardaron mucho. Ahora le
ordenaron llevar el dinero, a las 10:30 de esa misma noche, al estacionamiento
de la fuente de soda El Mirador en la plaza Altamira. Debía depositar el
maletín en uno de los contenedores de basura y regresar a casa. Allá le dirían
cuál sería el siguiente paso.
De nuevo en “Algarrobo” esperó con los nervios destrozados. Rezó para que
acabara la pesadilla y poder estrechar y besar otra vez a su niño.
El teléfono sonó y la misma voz, esta vez alterada le dijo:
– ¡No cumplieron con el trato!
La mujer que ya no aguantaba la tensión, preguntó llena de pánico.
– ¿Qué dice señor? Yo dejé el dinero en el sitio que me indicó. ¡No sea cruel,
nosotros cumplimos, por favor devuélvame a mi hijo!
– Lo siento señora pero cuando llegamos a buscar el dinero, la policía estaba
allí.
– Le aseguro que la policía no sabe absolutamente nada de esto, tal vez fue una
casualidad que estuviera alguna patrulla por allí cuando ustedes llegaron.
– Bien, hagamos lo siguiente: Regrese sola a buscar el maletín y llévelo hasta
La Castellana en su carro. Antes de llegar dígale a algún taxista que la siga, va
a dejarnos el carro con las llaves puestas y el maletín dentro. Aborde el taxi y
regrese a su casa. En dos horas más o menos puede pasar a buscar su carro por
la avenida principal de Los Palos Grandes. Mañana a las 7 tendrán a su hijo de
vuelta.
En el edificio donde funcionaba el comando, los comisarios Mármol León y
Manuel Molina Gásperi seguían paso a paso todo lo acontecido. Tenían la orden
de no intervenir hasta que el niño fuera liberado; luego de eso podían cazar a
aquella pandilla de malnacidos. Los billetes fueron fotografiados uno a uno,
solo sería cuestión de esperar a que los pusieron a circular para llegar hasta
ellos.
Mármol León ordenó retirar todo el patrullaje de la zona donde iba a ser
retirado el maletín para propiciar que las cosas siguieran por buen cauce y sin
nuevos tropiezos. Mientras sus hombres tomaban café, desplegó un plano de la
ciudad sobre una de las mesas. Trazó un círculo en un punto del este para
establecer el perímetro de acción de los delincuentes. Todo se había
desarrollado entre el Mirador, El Rosal, Altamira, La Castellana y Los Palos
Grandes. León se volvió a su compañero para decirle:
– Estos tipos no salen del este, Molina Gásperi. Parecen moverse solo en el
terreno que conocen.
– Así es, sabemos que no es hampa común ni guerrilla, y por la forma
chambona en que han manejado el pago del rescate es indudable que tampoco
es hampa organizada. Estos tipos no son profesionales. Tal vez sea un grupo de
“niños bien” con alguna deuda por drogas, la cantidad que pidieron nos lo dice.
Un detective que sorbía un café recalentado terció en la conversación – Sí es
como dice Molina entonces tienen que ser conocidos de la familia; la
desesperación los llevó a cometer el secuestro en un medio que conocen, con
una familia que conocen.
Mármol León que coincidía con todo lo dicho ordenó activar la brigada contra
drogas para allanar y detener a los distribuidores y consumidores conocidos de
la zona este. Alguien debía saber quién debía esos 150.000 bolívares.
Caracas, jueves 1 de marzo de 1973 – 11:30 a.m.

Al ver que habían pasado más de 24 horas sin tener noticias de su hijo luego de
pagar el rescate, la familia Vegas Pérez decidió consignar la denuncia de
manera oficial en la sede central de la PTJ. Los detectives que ya manejaban la
información de manera confidencial procedieron a tomarla. Para la tarde
habían organizado una conferencia de prensa en la oficina del doctor Juan
Andrés Vegas Pacheco, tío del niño, quien iba a hacer el anuncio a los medios
de comunicación en torno al caso.
A esa misma hora llegaban a Caracas datos más exactos del cadáver
encontrado en Maitana, ya se había hecho un examen detallado y se sabía que
se trataba de un adolescente, que la data de muerte pasaba de 6 días y que los
zapatos que calzaba eran de fabricación estadounidense. Los detectives de
Caracas comenzaron a cotejar aquellos datos con los de las personas
desaparecidas o secuestradas que estaban en sus archivos.

Caracas, jueves 1 de marzo de 1973 – 3:00 p.m.

La oficina del doctor Juan Andrés Vegas Pacheco se ubicaba en el octavo piso
del edificio Alfa en Santa Sofía; la antesala del despacho hervía de periodistas
que no sabían gran cosa, solo que se iba a hacer el anuncio público de una
persona secuestrada, presumían que por el nivel social del convocante, debía de
tratarse de algo gordo.
Cuando el doctor se disponía a recibirlos, lo llamó por teléfono su hermano
Martín, lo que le dijo le dejó helado: habían encontrado a su sobrino, pero
muerto. Consternado salió de su oficina para anunciar que suspendía la rueda
de prensa y que toda la información del caso sería suministrada de ahora en
adelante por la PTJ. Al poco rato llegó Mármol León para sostener una
entrevista en privado.
Los periodistas fueron reconvocados para las 6 de la tarde a la sala de prensa
de la PTJ donde serían recibidos por los doctores Fulvio Parodi Arias y
Guillermo Rosquette, subdirector y secretario general de ese cuerpo policial. El
motivo era anunciar el secuestro y asesinato del niño Carlos Vicente Vegas
Pérez.

Caracas, viernes 2 de marzo de 1973 – La prensa

El primer fin de semana de marzo los periódicos reseñaron la terrible noticia


del secuestro y asesinato de un niño. La tarde anterior periodistas de todos los
medios estuvieron presentes en la conferencia ofrecida por la directiva de la
Policía Técnica Judicial. Reproducimos a continuación parte de la nota ofrecida
por el diario El Nacional a sus lectores:
“Honda conmoción causó en la familia Vegas Pérez, así como en la colectividad
venezolana el anuncio de que el cadáver hallado cerca de la autopista Coche-
Las Tejerías es del niño secuestrado el pasado 22 de febrero en la urbanización
Santa Marta.
Los esposos Vegas Pérez, sus otros hijos y demás familiares no creían las
noticias que recibían sobre la horrible tragedia. A la quinta Algarrobo
comenzaron a llegar numerosas personas amigas para manifestar sus
condolencias. Varios miembros de la familia viajaron ayer mismos a la ciudad
de Los Teques a fin de reconocer en la morgue del hospital policlínico el cadáver
del pequeño Carlos Vicente.
El lugar donde estaba el cuerpo del menor de 13 años fue exhaustivamente
pesquisado por los detectives de la PTJ. Se informó que en el mismo barranco
hallaron entre hojas secas cierta cantidad de marihuana envuelta en papel de
periódico, lo que hace presumir a los investigadores que entre el grupo de
secuestradores había individuos adictos a las drogas”.
Juan Martín Echeverría, director de la policía científica, no estuvo presente en
la rueda de prensa del día anterior, pues desde el primer momento asumió la
dirección de las investigaciones.
En la autopsia que practicaron los doctores Armando Domínguez y Jack Castro
se determinó que el muchacho había muerto el mismo día del secuestro
asfixiado con monóxido de carbono; el cuerpo no presentaba heridas ni por
armas de fuego ni cortantes y se descubrió la presencia en el organismo de un
tranquilizante, seguramente usado por los secuestradores para sedar al niño; lo
peculiar era que los componentes de aquel sedante habían sido sacados del
mercado varios años atrás.
Estos nuevos elementos reforzaron la hipótesis que ya tenían los
investigadores: Aquel crimen había sido cometido por gente inexperta,
probablemente jóvenes que necesitaban una cantidad precisa de dinero para
pagar alguna deuda de drogas.
Basados en la información que manejaban reconstruyeron mentalmente todo lo
acaecido el día del rapto:
Luego de secuestrar al chico en las inmediaciones del centro comercial Santa
Marta, lo subieron a un vehículo y lo sacaron de Caracas. Se detuvieron en
algún paraje solitario para atar sus manos con cadenas y como no tenían un
sitio de retención decidieron meterlo en el maletero.
Más tarde, al darse cuenta de que el niño había muerto, decidieron abandonar
su cuerpo en Maitana. Sin embargo no desistieron del plan de cobrar el dinero.
Fue por eso que al llamar a la familia el viernes 23 de febrero a las 9 de la
noche, el secuestrador se mostraba nervioso y lo primero que preguntó fue:
“¿Qué ha pasado? Pues temía que el cuerpo hubiera sido localizado, al ver que
no era así continuaron con su macabro plan.
En los días posteriores se realizó el descarte entre los enemigos, amigos,
conocidos, empleados, ex empleados y relacionados de los Vegas Pérez. Se supo
que unos días antes del secuestro la familia ofreció una fiesta y surgió un
incidente con un grupo de muchachos que no habían sido invitados pese a ser
amigos de Federico Vegas, hermano mayor de la víctima. Cuando se profundizó
la investigación, se descubrió además que todos tenían o habían tenido
problemas por consumo de drogas, incluido el propio Federico.
El domingo 5 de marzo a las dos de la tarde un juez, un fiscal y varios
detectives realizaron la inspección ocular de una quinta en Bello Monte; en
aquel inmueble un joven, empleado bancario para más señas tenía alquilada
una habitación. Esta persona apodada “El Chamaco” había sido detenida el
sábado 4 a la salida de un cine.
Igualmente se detuvo al hijo de un conocido jurista. El fiscal primero del
Ministerio Público, doctor Iván Martínez Zerpa se presentó en horas del
mediodía en la central de la Policía Técnica Judicial y al salir de allí fue
abordado por los reporteros. A la pregunta de cuál era el nivel social de los
sospechosos, Martínez Zerpa contestó que estaban entre la llamada clase media
y alta, aprovechó para anunciar igualmente que ya había una identificación
casi definitiva de los autores y que era posible que los participantes en el
secuestro fueran tres personas.
En aquella oportunidad se conoció también que en la inspección hecha al
vehículo que la señora Trina utilizó para pagar el rescate se localizó una huella
digital, trascendió de manera extraoficial que pertenecía a un joven de 20 años
de edad, con antecedentes criminales.
Lo que siguió fue una persecución de jóvenes melenudos en el este de Caracas,
la División contra Drogas trabajaba a la par con la División contra Homicidios
en allanamientos, detenciones e interrogatorios. En un momento se llegó a
detener hasta 50 jóvenes por día. Muchas discotecas fueron allanadas y los
informantes y fichados por tráfico de drogas entraban y salían de la central
detectivesca.
El 8 de marzo, Manuel Molina Gásperi jefe de la División de Operaciones,
anunció que contaban con buenos elementos para dar por cerrado el caso. Sin
embargo pasaron los días y no ocurrió nada.
En algún momento, se especuló que el secuestro había sido planificado como
parte de una película que aspiraba a tener una buena dosis de realismo, este
dato llevó a la detención del cineasta Diego Rísquez quien fue interrogado y fue
a dar con sus huesos a la cárcel modelo de Caracas.

Caracas, domingo 1 de abril de 1973 – Juego trancado

Al llegar abril no se tenía nada en claro, las informaciones eran vagas; lo único
que se sabía era que estaban involucrados los hijos de algunas familias
pudientes. Algunos apellidos de alcurnia se filtraban a la calle y esto no hacía
más que aumentar la molestia de la gente que se preguntaba si aquel crimen
también quedaría impune. Este día se publicó en un diario de circulación
nacional la declaración de un alto funcionario de la PTJ que pidió no ser
identificado, según el declarante “Algo grave entorpecía las investigaciones”.
Ese algo tenía que ver con los apellidos notables que salieron a relucir en las
pesquisas, para la policía el juego se había trancado. No resultaba nada fácil
tener que lidiar con los padres indignados de los “niños bien” del este.
Caracas, lunes 16 de abril de 1973 – Apellidos

A estas alturas era difícil ocultar lo que en las calles era vox populi. Las
autoridades comenzaron a dar los primeros datos de las personas que hasta los
momentos habían sido detenidas e interrogadas: José Luis “Caramelo”
Branger, Diego Baptista Zuloaga, Javier Paredes, Gonzalo “Fafa” Capecci, el
hermano de la víctima Federico Vegas Pérezy un muchacho que usaba muletas
pues le habían amputado una pierna, este joven se llamaba Omar Cano y lo
conocían como “El Chino”. Era él el que llevaba la mayor parte de la acusación
ya que la PTJ había encontrado indicios que lo inculpaban como autor material
del homicidio.
A “Caramelo” Branger lo detuvieron por presunto encubrimiento. La detención
se basó en unas declaraciones dadas por él al periodista Samuel Robinsón de la
revista Bohemia. En la entrevista habría dicho que los secuestradores eran
tres; al ser detenido e interrogado negó haberlo dicho, pero con la
comparecencia del periodista quien afirmó que si le había declarado aquello, el
joven quedó detenido.
En los días siguientes seguían saliendo nombres, otros presuntos implicados
eran: Diego Molinari, Nicomedes Zuloaga, Julio Morales, Alfredo Luis Parilli
Pietri (pariente de la primera dama Alicia Pietri de Caldera) y la joven Orietta
Cabrices. La información que aportó esta chica involucraba de manera directa
a Parilli Pietri y fue clave para esclarecer el caso.

Caracas, viernes 11 de mayo de 1973 – Los autos de detención

Este día fue de intenso movimiento en los tribunales, una multitud de


periodistas y curiosos se arremolinó en las afueras para presenciar la
comparecencia de los implicados. Era tal el movimiento, que se encomendó a la
brigada anti motines de la Policía Metropolitana que acordonara el sector.
El juez instructor, doctor José Francisco Cumare Nava dictó auto de detención
a Omar José Cano Lugo (a) “El Chino” como presunto autor material y de
Alfredo Luis Parilli Pietri, como presunto autor intelectual. Igualmente
prohibió la salida del país de la ciudadana Orietta Cabrices. Ese mismo día el
juez interrogó a dos importantes testigos: María Alejandra Delfino La Cruz y
Alexia Josefina Felizola, la primera de ellas oyó decir al chino Cano que había
inyectado al niño Vegas Pérez y que cuando vio que este había muerto decidió
abandonar el cadáver en un barranco.
Mientras tanto los detectives descubrieronpor medio de un informante, un
joven que se dedicaba al menudeo de cocaína en las urbanizaciones del este,
que efectivamente había una deuda por drogas y que el monto ascendía a
150.000 bolívares. Con todos estos datos se pudiera pensar que los culpables del
monstruoso crimen pagarían su culpa pero ocurrió un hecho que permitió a los
abogados defensores preparar una salida para sus clientes.
Luego de conocida la medida del juez, un grupo de reporteros abordó al
comisario Fermín Mármol León, hombre clave en las investigaciones, para
requerir su opinión en torno a la decisión. Mármol León declaró que compartía
las decisiones y en particular la que afectaba al “Chino” Cano. De inmediato los
padres de los detenidos interpusieron una demanda al comisario por violación
del secreto sumarial. El comisario fue citado por el juez ordenándole
presentarse al término de la distancia o de lo contrario sería arrestado por
desacato. Luego de recriminarle duramente, el juez ordenó que no se
pesquisara nada sin su expreso conocimiento y consentimiento. El equipo de
detectives liderado por Mármol León terminó marginado de las investigaciones.
Luego de esto, el proceso entró en un letargo de 8 meses, el país se metió de
lleno en las elecciones presidenciales y no sería sino hasta el año nuevo que se
sabría algo.
El martes 8 de enero de 1974, la corte superior segunda en lo penal del Distrito
Federal y Estado Miranda revocó los autos de detención a los 7 indiciados por el
secuestro y muerte de Carlos Vicente Vegas por detectar “fallas sustanciales en
la instrucción y sustanciación del proceso”. Solo se confirmaron dos autos de
detención por tenencia y tráfico de estupefacientes, esta medida afectaba a
Omar “Chino” Cano Lugo y a Gonzalo “Fafa” Capecci. El resto de los detenidos
quedaba en libertad, entre ellos Alfredo Luis Parilli Pietri quien había sido
señalado como el autor intelectual.
Otro crimen impune. El score final quedaba así: Justicia 0 – Poderes fácticos 4.
Como dato curioso está el hecho de que el sacerdote Luis Ramón Biaggi,
acusado en 1961 por la violación y asesinato de su hermana y luego liberado de
toda culpa por un tribunal, escribió el libro “Verdades y mentiras en el caso
Vegas”, este libro apareció en 1982, pero no fue el único ya que Federico Vegas,
hermano de la víctima y también presunto implicado en el crimen publicó
“Historia de una segunda vez”, este joven luego de pasar por la manos de varios
siquiatras cultivó una carrera literaria que tuvo más penas que glorias. Omar
Cano Lugo “El Chino” también hizo su aporte literario con la obra “La verdad
sobre el caso Vegas” en la que compila parte del expediente, este libro
precisamente por esa característica se convirtió en una pieza de colección y
sigue siendo muy cotizado. Omar Cano se dedicó en sus años de madurez a la
pintura, inquietud nacida en sus años de prisión.
Por su parte el cineasta Román Chalbaud puso a la consideración del público el
film “Cangrejo”, basándose en los elementos de ficción de la novela 4 Crímenes
4 Poderes de Fermín Mármol León.
Queremos agradecer a los lectores de Crónicas del Tánatos la amplia recepción
que ha tenido esta serie: “4 Crímenes, 4 Poderes los casos reales en los que se
basó Fermín Mármol León” y les invitamos a leer en este mismo blog el ensayo
“4 Crímenes, 4 Poderes, de la realidad a la ficción” en el que profundizamos en
detalles, que no dejan de ser de interés para el público.

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