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PAULA CALVET, LAURA CUCHÍ, IGNACIO KOLAKOVIC, DARÍO LUQUE, ROSA VISO

BOSQUE, Ignacio (1983): "La morfología", en Abad y García (coord.), Introducción


a la Lingüística, Madrid, Alhambra, pp. 115-153. ISBN: 8420509361.
Si bien la lingüística del último tercio de siglo se vio determinada por un profundo interés
en la sintaxis,1 la publicación de una nueva obra de Noam Chomsky (1974) propició el
retorno a la dicotomía bloomfieldiana entre morfología y sintaxis, ahora
interrelacionadas. De esta diferenciación se hace eco el manual de Introducción a la
Lingüística, en especial en su segundo capítulo, que estructura los niveles de estudio de
la lingüística descriptiva según un criterio jerárquico en el que la morfología, en tanto que
estudio interno de las palabras, precede a la sintaxis, concebida como estudio de sus
relaciones —el texto, sin embargo, pondrá en duda dicha diferenciación—. Esta
distinción viene motivada también, como avisa la Presentación, por el vacío heurístico
en campos como la morfología o la psicolingüística (Abad y García, 1983, p. X).

Es en este contexto en el que conviene resaltar la singularidad del capítulo La morfología,


redactado por Ignacio Bosque. El interés del autor por esta disciplina nace tardíamente,
cuando la docencia lo acerca a temas como la coordinación de los segmentos
morfológicos o la estructura de los verbos derivados (Fernández et al., 2014). Su tema
principal de investigación, la morfosintaxis, determina una concepción de la morfología
estrechamente ligada a la disciplina sintáctica. Muestra de ello son los dos primeros
subapartados del texto, Definición y Delimitación, en los cuales se enumeran una serie de
tesis que, en nuestra opinión, contribuyen a un ‘embrutecimiento conceptual’ de la
morfología lingüística y que, por ello, habrían constituido un perfecto paréntesis de
transición entre morfología y sintaxis o, en su defecto, un capítulo aparte.

Es sintomática, pues, la aparición del concepto de ‘sintaxis’2 ya en la primera página,


donde Bosque trata de definir ‘morfología’. Esta definición inicial resulta inútil, en vistas
del consiguiente recorrido terminológico y estructuralista en torno al concepto de
‘morfema’. Es ahí donde realmente reside la definición de la morfología, mediante
ejemplos más ilustrativos que el párrafo inicial. No en vano, como avisa el título del
manual, se trata de una introducción, de manera que las disertaciones en torno a los límites
de la disciplina, especialmente cuando el lector aún no ha profundizado en la misma, no
son convenientes. Mediante la delimitación del concepto de ‘morfema’ (y su vínculo con
el de ‘alomorfo’), el autor logra una breve incursión en la historiografía lingüística, al
mismo tiempo que se plantea la primera problemática de la disciplina: qué es un morfema
y cuáles son sus límites.

Este primer problema está en sintonía con la delimitación del concepto de ‘palabra’,
donde convergen nuevamente la morfología y la sintaxis. En este segundo subapartado,
titulado Delimitación, el autor incurre en una ejemplificación excesiva de la problemática
planteada en torno al campo sintáctico, teniendo en cuenta que no es este el tema del

1
Nos referimos a las teorías generativistas.
2
La conexión entre morfología y sintaxis, que no negamos, es preferible en artículos dedicados
únicamente al tema, para no difuminar la unidad de la morfología. Vid. VARELA, S.; PIERA, C. (1999):
“Relaciones entre morfología y sintaxis”, en Demonte y Bosque: Gramática descriptiva de la lengua
española, vol. 2. (pp. 4367-4422).

1
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artículo. No obstante, se salda con la justificación del Congreso de París (1948), si bien
este empeño en unir ambas disciplinas sigue causando una infravaloración de la
morfología, frente a la omnipresente sintaxis e incluso a la fonología. No queda claro, sin
embargo, por qué estas disertaciones se incluyen precisamente en este apartado, y no en
los correspondientes a las distintas disciplinas. Muestra ello, posiblemente, un estigma de
infravaloración de la morfología, respecto a sus disciplinas conectas.

Mayor importancia requiere, ahora sí, el subapartado titulado La segmentación, donde


Bosque se adentra en la aplicación práctica —esto es, el proceso de segmentación de una
palabra en morfemas— de la teoría mostrada hasta ahora —morfemas y alomorfos—.
Como la presentación de la segmentación sería algo básico, lo que realmente desarrolla
el autor son las problemáticas que esta presenta y que los usuarios del manual pueden
encontrarse al aplicar el proceso. De esta manera, desestima una metodología, la de la
partición mediante guiones3, para proponer el uso de paréntesis, si bien resultaría más
práctico el uso de cajas o recuadros gráficos, pues generarían sencillez tanto en su
escritura como en su lectura. Asimismo, incide en la importancia del orden y la jerarquía,
que determinan la semántica y la formación de las palabras.
En ocasiones, no obstante, es difícil seguir la argumentación de Bosque debido a la
nomenclatura diversa que utiliza, de la cual a veces no especifica los sinónimos ni la
procedencia (como es el caso de ‘morfema pontemanteau’ o ‘amalgama’). De igual
manera, la alternancia terminológica de distintas corrientes añade cierta dificultad de cara
a la comprensión, pues el lector se halla obligado a utilizar un cuadro complementario,
donde se manifiestan los equivalentes terminológicos entre la gramática tradicional y los
escritos de Vendryes, Martinet, Pottier, Gleason y Hjelmslev. Ello conduce al autor al uso
de conceptos como ‘raíz’ y ‘lexema’ sin terminar de decantarse por uno. Quizás mediante
esta alternancia Bosque pretende incidir en el carácter introductorio del texto —con lo
cual se incluirían diversas tradiciones4—, pero acaba incurriendo en un caos
terminológico que podría haberse saldado con una pequeña aclaración inicial sobre su
uso.

Tras mucho hablar de morfemas, es en el cuarto subapartado, Clases de morfemas, donde


Bosque se adentra en su categorización interna. Para ello, introduce varios criterios
fundamentales que determinan la clasificación de los morfemas, como su posición o
distribución respecto de la palabra, o su naturaleza gramatical. Establece, además, un
último criterio, que viene a ser más bien un importante detalle informativo: la distinción
entre morfema y morfo. El texto ya había hecho referencia a estos dos conceptos con
anterioridad, pero hasta ahora no se había incidido en la necesidad de esa abstracción. El
autor se apoya en esta explicación para desarrollar la noción de ‘morfema cero’, cuya
dicotomía entre cero morfológico y cero alomórfico está perfectamente ejemplificada en
el texto. Sin embargo, Bosque vuelve a extrapolar los conceptos al campo de la sintaxis,

3
A pesar de ello, los textos académicos aún hoy tienden a segmentar mediante el uso de guiones.
4
Hacia el final del texto (cap. 7), el propio autor reconocerá su apego al estructuralismo, con lo cual no
se justifica el uso de terminología de la gramática tradicional, como ‘raíz’.

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mediante una extraña explicación en torno a la recategorización —que no creemos que


pueda explicarse, en este caso, mediante la ausencia de ceros morfológicos5—.

En el mismo nivel de importancia, este subapartado introduce tres conceptos clave. El


primero, esencial para la crítica, es el de ‘morfema discontinuo’, adaptación de lo que
Martinet llama ‘parasíntesis’, si bien Bosque no llega a justificar el cambio terminológico
que realiza. Los otros dos conceptos, que son los ‘morfemas flexivos’ y los ‘morfemas
derivativos’, están estratégicamente situados en este punto de la información, pues así
permiten introducir los que serán los dos siguientes subapartados del texto. La conexión
de ideas, en este momento, se hace mucho más clara que entre los puntos anteriores, que
parecían dar vueltas en torno a los mismos temas.

Es a continuación, en el subapartado de La flexión, donde Bosque propone la evidente


distinción entre morfemas flexivos y lenguas flexivas; las segundas están determinadas
por la existencia de los primeros, en una especie de causalidad. Mediante estos conceptos,
el autor evidencia la importancia de la morfología en la constitución de las lenguas y, con
esto, su incidencia en el habla. Para ello, se adentra en una ejemplificación de la
morfemática flexiva que recorre el género, el número, el caso y, más brevemente, el
tiempo y el aspecto. No obstante, en este subapartado el autor abandona el uso de la
segmentación en los ejemplos, con lo cual estos pierden la claridad que se mantenía en
las páginas anteriores (quizás debido al uso de ejemplos en lenguas extranjeras).

Curiosamente, un punto tan importante en la determinación de los morfemas flexivos


como son las reglas de concordancia no se desarrolla tanto como otro en apariencia menos
importante, como la tipología de las lenguas —que incluye ejemplos e incluso un
gráfico—. Es también este uno de los únicos puntos del texto en el que Bosque se permite
alguna referencia a la diacronía, sobre todo en relación a la reminiscencia del caso del
sistema latino o griego, que en español hemos mantenido mediante el uso de la
preposición o la paráfrasis sintáctica.

En La derivación existe un mayor nivel de complejidad. A pesar de que los morfemas


derivativos comparten características con los flexivos —como la predeterminación de la
clase léxica—, Bosque incide en los rasgos diferenciales. Entre estos, es realmente
significativa la capacidad de recategorizar palabras mediante procedimientos léxicos,
distinto al proceso de recategorización contextual citado anteriormente, en el que no
veíamos un impacto de la morfología flexiva-derivativa. Una sencilla ilustración con
forma de triángulo ejemplifica de manera ideal esa recategorización entre las tres
categorías mayores, e incluye una valiosa nómina de ejemplos en el uso.

La irregularidad de los morfemas derivativos, que el autor venía anticipando, cobra


presencia al hablar de sus alomorfos. Es aquí donde Bosque, de manera excepcional, se
ve obligado a recurrir a la diacronía para justificar la distinción entre algunos sufijos(-eza
y -ez, en este caso), si bien otros ejemplos son justificados por disimilación fonética
(como -al y -ar). Permanecen, aun así, numerosas excepciones que no entran en ningún

5
Se trata, más bien, de un proceso léxico-pragmático.

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paradigma, de manera que, si bien no se dice explícitamente, el estudio de los alomorfos


en la derivación es un campo donde queda mucho trabajo por realizar, fuera de las
generalizaciones que ya han sido planteadas.

La última reflexión interesante que aporta Bosque en torno a la derivación estriba en su


carácter antitético respecto a la flexión. Señala, muy sagazmente, que frente a la reducida
nómina de morfemas en la morfología flexiva (tiempo, persona, número, etc.), su variante
derivativa plantea una gran cantidad de significados para un único morfema. Ello se
encuentra relacionado con el proceso de gramaticalización de la lengua, que convierte en
morfemas muchos significados léxicos, útiles para los hablantes, a pesar de que resultaría
exagerada la etiqueta de ‘hiperespecifidad’ que señala el autor.

Bajo el inespecífico título de Métodos, el último subapartado del texto diseña una visión
de la morfología desde las distintas corrientes lingüísticas, tras afirmar, por fin, que en el
texto se ha seguido una visión estructuralista. Bosque plantea, desde la gramática
tradicional, la pertinencia de la sincronía y la diacronía en torno a la derivación, que
tradicionalmente se contemplaba como un proceso de evolución —por lo tanto, no podía
ser diacrónica—. La visión de Hockett en torno a la gramática genera un análisis
transformacional de la derivación que Chomsky rechazó.
El texto termina, frente a estos datos, con un repaso a los tratamientos recientes de la
derivación, destacando más sus problemas e inconvenientes que sus logros. Halle propone
un método basado en filtros de alta complejidad que unen fonética y sintaxis; Aronoff,
por su parte, propone la palabra como base —no el morfema—, dejando exentos de esta
teoría los lexemas ligados productivos; Jackendoff propone omitir la productividad. Con
esto, Bosque cierra su introducción a la morfología, mediante la que afirma haber
planteado los objetivos, los problemas y las unidades de esta disciplina, que son los ejes
esenciales en la construcción de una teoría morfológica.

La crítica ha señalado siempre el carácter esquemático que el propio autor advierte de su


texto, si bien ha recibido numerosas citas en relación con los morfemas discontinuos, que
Bosque ya había trazado someramente en otro artículo (Bosque, 1976), y con las
relaciones externas de la morfología —en especial en su contacto con la sintaxis—. El
verdadero logro del capítulo consiste en la presentación concisa, ordenada y lograda de
un conjunto de información que hasta ese momento se hallaba dispersa. Por ello, se trata
de un texto necesario y esencial para entender, en un grado iniciático, una de las
disciplinas menos estudiadas de la lingüística.

BIBLIOGRAFÍA
ABAD, F; GARCÍA; A. (1983). Introducción a la lingüística. Madrid: Alhambra.
BOSQUE, I. (1976). “Sobre la interpretación causativa de los verbos adjetivales”, en Sánchez de
Zavala, V. (dir.), Estudios de gramática generativa (pp. 101-117). Barcelona: Labor.
CHOMSKY, N. (1974). “Observaciones sobre la nominalización”, en Sánchez de Zavala, V.
(dir.), Semántica y sintaxis en lingüística transformatoria I (pp. 133-187). Madrid: Alianza.
FERNÁNDEZ, A.M.; LABORDA, X.; ROMERA, L. (2014). La lingüística en España. 24
autobiografías. Barcelona: Editorial UOC.
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