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Antimodernidad y

trabajo social

Gustavo parra
Introducción: El desafío de la reconstrucción
histórica
La elaboración del presente trabajo es el resultado
de un particular recorrido que es necesario destacar.
Originalmente nos habíamos propuesto estudiar el
desarrollo del movimiento de reconceptualización en
Argentina, movimiento que cronológicamente lo ubi-
camos entre 1965 y 1976, expandido por toda Lati-
noamérica y que le cupo al Trabajo Social argentino
ser uno de los pioneros del mismo, -junto a Brasil,
Uruguay y Chile-, llevando adelante una renovación
profesional tanto a nivel teórico como en su inserción
práctica.
En el camino metodológico de reconstrucción histó-
rica, fuimos descubriendo serias dificultades para
nuestro emprendimiento. El estado del arte sobre es-
ta temática presenta, entre otras, las siguientes ca-
racterísticas: escasa producción teórica que ubique la
profesión en Argentina inserta en las relaciones socia-
les del modo de producción capitalista y que realice
un análisis crítico de sus matrimonios y divorcios con
las diferentes matrices teóricas de las Ciencias Socia-
les, escasa producción de bibliografía que se detenga
a analizar la historia del Trabajo Social argentino des-
de una perspectiva que considere- los determinantes
económicos, políticos y sociales en los cuales surgió y
se desarrolló la profesión; escasa información sobre
los espacios profesionales donde se insertaron los
trabajadores sociales a lo largo del desarrollo de la
profesión; escasa o inexistente información cuantita-
tiva en relación al número de escuelas, tipo de de-
pendencia y egresados. Por último, podíamos recurrir
parcialmente a investigaciones realizadas desde una
perspectiva crítica e histórica en otros países de Lati-
noamérica, utilizando su método de abordaje y de
análisis pero debiendo considerar las particularidades
del caso Argentino.
Es en este sentido, que al intentar reconstruir los
principales rasgos de la profesión previos a la recon-
ceptualización, nos deparamos con perspectivas de
análisis y producciones teóricas que poco nos permi-
tían aprehender la dinámica histórica y social en la
cual surgió y se expandió la profesión en Argentina.
Por un lado, los estudios sobre la profesión en el país
han priorizado el análisis instrumental de la misma,
señalando especialmente el carácter “auxiliar” y “sub-
sidiario” con relación a otras disciplinas (derecho,
medicina, sociología, etc.). Por otro lado, existen va-
cíos de información, -tanto a nivel de análisis teórico
como de datos estadísticos-, no siempre de fácil acce-
so, ni de fácil resolución.
Fue de este modo que aquello que sólo tenía la in-
tención de ser una breve referencia al proceso históri-
co previo al período 1965-1976, se transformó en el
centro de nuestro análisis. Allí se presentaba nuestro
desafío, la reconstrucción histórica de los oríge-
nes y la expansión del Trabajo Social argentino,
no en cuanto una mera cronología enunciativa sino
como proceso social e histórico construido en la com-
pleja trama de las relaciones sociales, políticas, eco-
nómicas y culturales.
Desde esta perspectiva, cobraba vigor la dimensión
política de nuestro estudio. Examinando por un lado,
el actual contexto nacional e internacional, marcado
por procesos de globalización, neoliberalismo y políti-
cas de ajuste, -generando un considerable aumento
de la pobreza y, sobre todo, del fenómeno de exclu-
sión social-; y por otro lado, que el Trabajo Social
como profesión, es expresión de diversos proyectos
sociopolíticos, y consecuentemente, produciendo di-
versas prácticas ante los procesos sociales; creemos
que aquellos profesionales comprometidos con los
sectores populares, debemos tener la capacidad teó-
rica y práctica de buscar caminos singulares que nos
permitan superar prácticas cristalizadas, rutinarias y
burocratizadas. Características estas que parecen
atravesar las prácticas profesionales y el ideario del
colectivo profesional, marcado en muchos casos por
una “inacción” preocupante. Desde esta posición con-
sideramos que desentrañar el complejo tejido de rela-
ciones en tomo a las cuales se institucionalizó la pro-
fesión en el país y su posterior desarrollo puede brin-
darnos elementos para una comprensión más acaba-
da sobre qué es el Trabajo Social en la Argentina de
fin de siglo.
Fue entonces que nos propusimos realizar una re-
construcción de los principales rasgos de la tra-
yectoria histórica de la profesión en Argentina.
Reconstruir la historia del Trabajo Social argentino
nos colocó ante el desafío de superar un conjunto de
fechas y acontecimientos desconectados entre sí y
descubrir, desentrañar en ese pasado, las determina-
ciones históricas, sociales, económicas y políticas que
le dieron origen.
En un primer momento, la perspectiva de Walter
Benjamín sobre la historia, nos brindó elementos
orientadores para nuestro trabajo. No se trataba
pues, de alcanzar una cronología basada en un tiem-
po lineal, ni de acumular una sumatoria de hechos, ni
retratar una imagen estática del pasado, sino rescatar
la “unicidad” del mismo, su carácter singular que
permite construir ese otro concepto de tiempo, el
“tiempo-ahora”, esa otra historia. Este tiempo pasado
lo consideramos no como un tiempo vacío y homogé-
neo, sino como un tiempo en movimiento, como un
tiempo sido que se encuentra en relación dialéctica
con el tiempo ahora, como un tiempo saturado de a
horas.
Pero aprehender la dinámica de la profesión nece-
sariamente nos condujo a aprehender la dinámica so-
cial más amplia del país, en la cual adquiría significa-
do y relevancia el estudio del Trabajo Social, en rela-
ción dialéctica entre el todo y las partes y entre las
partes y el todo, necesaria relación para el avance del
conocimiento2. La comprensión de la profesión no se
hallaba contenida únicamente en sí misma, sino como
parte de un conjunto mayor que tiene como referen-
cia una particular problemática social, económica y
política.
Asimismo, las prácticas sociales no se comprenden
a través de sujetos aislados, ni por el pensamiento de
un sujeto, sino que el sujeto de la acción es un grupo,
un “nosotros”, al mismo tiempo que su pensamiento
hace referencia a esta totalidad3. Es de este modo
que a través de la reconstrucción histórica de la pro-
fesión, intentamos rescatar la memoria del colectivo
profesional, la memoria de ese “nosotros”, trabajado-
res sociales.
Así se encontraba planteada nuestra tarea, no un
mero contemplar pasivo del pasado, no una simple
descripción de hechos aislados, sino un diálogo, un
encuentro, una experiencia que permitiera recuperar
todo el dinamismo, toda la potencialidad, todas sus
contradicciones y debilidades, en síntesis que nos
permitiera llegar a comprender la esencia del surgi-
miento del Trabajo Social argentino.
El desarrollo histórico del Trabajo Social
Ya hemos expresado que los estudios sobre la pro-
fesión en el país presentan serias dificultades para un
análisis crítico e histórico del Trabajo Social. Para que
esta afirmación no quede como un simple discurso re-
tórico, creemos prudente exponer y clarificar estas
distintas perspectivas, -analizando los límites y posi-
bilidades que estas producciones nos brindan-, ade-
más de ampliar nuestra visión de análisis con otros
estudios realizados sobre el desarrollo histórico del
Trabajo Social.
Ander-Egg, ya en el prólogo a la segunda edición de
su libro sobre la historia del Trabajo Social en 1975,
señalaba la necesidad de aclarar que el mismo "sigue
siendo un conjunto de notas, apuntes y guía de refe-
rencias para una ‘Historia del Trabajo Social' que al-
gún día algún historiador deberá escribir”, para con-
cluir el mismo diciendo: “Y, una vez más lo reitera-
mos estas notas son sólo una invitación a que se es-
criba la ‘Historia del Trabajo Social en América ‘lati-
na’. "(1985: 22-23)
Pero el conjunto de notas y apuntes acabaron en un
extenso y voluminoso compendio (más de 500 pági-
nas en su última edición), donde el autor utilizando el
concepto de “ayuda social” realiza una exhaustiva
descripción de sus diferentes formas a lo largo de la
historia de la humanidad, partiendo del Código de
Hammurabi (2100 a.C.) hasta llegar a nuestros días.
La descripción de estas “protoformas” le permiten al
autor, la explicación de la institucionalización y profe-
sionalización del Trabajo Social a fines del siglo XIX e
inicios del XX.
Por otro lado, en las “advertencias al lector” de su
tercera edición, Ander-Egg plantea que el “encuadre
general” que brinda en cada uno de los capítulos es
sólo una información básica para permitir la compren-
sión del contexto en que ocurrieron estas diferentes
formas de ayuda social. Para inmediatamente agre-
gar: ‘‘En relación a toda esto no nos cansamos de re-
petir y de destacar el siguiente hecho; las prácticas
sociales están condicionadas por situaciones contex-
túales; al mismo tiempo, la situación contextual pue-
de ser influida por las prácticas sociales. (...) Ciñén-
donos al ámbito del Trabajo Social, lo que acontece
como consecuencia de su acción, es que éste puede o
no ayudar a transformar una realidad, al mismo
tiempo que siempre es transformado por esa realidad’
1985:19).
El posicionamiento del autor ante la dinámica de la
realidad social presenta un eclecticismo irrefutable, si
bien reconoce que las prácticas sociales son condicio-
nadas por el contexto y que a su vez las primeras in-
fluyen sobre el mismo, luego hace una apreciación de
la realidad como un ente con vida autónoma indepen-
diente de los sujetos sociales, cabe pues la pregunta:
¿quiénes son, en definitiva, los que construyen esa
realidad?
Coherentemente con esta postura, el autor presen-
ta en cada uno de los capítulos un conjunto de datos
sociales, económicos y políticos de cada período, -
tarea que a su entender “ya la han hecho con mucha
competencia historiadores, economistas y sociólogos”
(1985:17)-, junto a los cuales presenta los distintos
tipos de “ayuda social” y hasta el mismo desarrollo de
la profesión, como hechos autónomos e independien-
tes entre sí.
También el autor, en el prólogo de la segunda edi-
ción (1975), llama la atención sobre la falta de estu-
dios sobre las protoformas del Servicio Social en el
contexto Latinoamericano, al mismo tiempo que criti-
ca el “Manual del Servicio Social” de Valentina Mai-
dagán de por casi no tener referencias a América La-
tina.
En relación al primer punto, el autor había incluido
en dicha edición un capítulo escrito por Ethel Cassine-
ri denominado “Bienestar Social en Indomérica y en
América postcolombina”, donde la autora se detiene
principalmente en estudiar las formas de ayuda social
en el imperio incaico. En esta línea, -y aparentemente
respondiendo a esta necesidad de una historia del
Trabajo Social
Latinoamericano planteada por Ander-Egg-, Jorge
(1987) en su historia del Trabajo Social, denomina a
la primera parte “Prehistoria del Trabajo Social” y de-
dica un capítulo a la asistencia social en América Lati-
na, en la etapa precolombina y durante la conquista
española. Asimismo este autor, partiendo del concep-
to de “asistencia social”, realiza una trayectoria simi-
lar a la de Ander-Egg, cayendo en el etapismo evolu-
cionista pero presentando un análisis interesante so-
bre las metodologías de la profesión así como datos
descriptivos del proceso de profesionalización lati-
noamericano.
Con relación al segundo punto, buena parte del tra-
bajo de Ander-Egg se sitúa en un análisis de las pro-
toformas históricas en el transcurso de la humanidad,
y especialmente, en el desarrollo de la profesión en
Europa y Estados Unidos, no dando cuenta tampoco
él de sus reclamos a elementos latinoamericanos.
Nuevamente en el prólogo de la tercera edición, -
1985-, nos encontramos con afirmaciones tajantes
del autor, quien plantea que de nada sirve insertar el
análisis histórico de la profesión en la historia de la
lucha de clases, al cual denomina de reduccionismo
científico, ni tampoco contextualizar el Trabajo Social,
-puesto que ya lo han realizado otros profesionales-.
Cabe entonces preguntamos: ¿qué queda por hacer?.
He aquí la respuesta que Ander-Egg nos plantea: Hay
que comenzar con la modesta tarea de acumular ma-
terial, luego integrarlo, más tarde interpretarlo. No
comenzar diciendo cómo se interpreta la historia, con
lo cual no damos ni siquiera un paso para la historieta
" (1985:17).
Evidentemente, si indagamos sobre interpretación
en su texto no hallamos vestigio alguno de la misma,
pero sí, -y es necesario reconocerlo y valorizarlo-,
una interesante, rica y nada despreciable acumula-
ción de material, aunque totalmente desvinculada de
su base material y real.
Al abordar el proceso de institucionalización y pro-
fesionalización del Trabajo Social en América Latina,
el autor distingue tres etapas: asistencia social, servi-
cio social y trabajo como momentos particulares de la
profesión, con un dado padrón de conocimientos y
una concepción diferencial en sus prácticas. En el
primer caso basado en una concepción benéfico-
asistencial, con fuerte influencia europea (especial-
mente francesa, belga y alemana); el segundo con
una concepción tecnocrática-desarrollista marcada
por la influencia del Trabajo Social norteamericano;
por último la etapa del Trabajo Social con una con-
cepción concientizadora-revolucionaria, principalmen-
te influenciada por la teoría de la dependencia y bus-
cando un desarrollo autónomo de la profesión en el
contexto latinoamericano (1985: 255).
Juan Barreix por su lado, propone para abordar el
desarrollo y la interpretación de la historia del Trabajo
Social, utilizar el método dialéctico (perspectiva apro-
piada del aporte de Herman Kruse, según señala en
nota a pie de página), del cual en realidad hace un
reduccionismo, utilizando sólo las categorías de tesis,
antítesis y síntesis, realizando un forzoso encuadra-
miento del desarrollo de la profesión dentro de este
esquema.
Al mismo tiempo, plantea su oposición a considerar
que las formas de acción social hayan evolucionado a
lo largo de la historia hasta llegar al actual Servicio
Social. Muy por, el contrario considera que estas son
“diversas formas de acción social, es decir, modos en
que la sociedad y la organización social imperante en
cada momento, dio (o intentó dar) respuestas a las
situaciones de necesidad y vulneración (...) Y el Ser-
vicio Social.(o Trabajo Social) es la última y más
desarrollada forma de acción social que la humanidad
ha creado’ ”(1971:18) Y lógicamente inicia su análisis
titulando el capítulo primero “Del Servicio Social en
General”.
A lo largo de este capítulo, el autor presenta la evo-
lución del Servicio Social europeo y norteamericano
en una inescrupulosa sucesión de tesis, antítesis y
síntesis. De este modo partiendo de la caridad y la fi-
lantropía, llega a los Pioneros, a Mary Richmond, a la
Escuela Sociológica, a la Escuela Psicológica, a la Es-
cuela Ecléctica (Padre Bowers), a los Métodos de
Grupo y Comunidad (Newstetter, Gisella Konopka,
Caroline Ware) y al Metodologismo Aséptico (Emest
Greenwood), en una permanente y mecánica afirma-
ción, negación y síntesis; hasta que inesperadamente
realiza un viraje en su presentación, abandona el
campo del Trabajo Social norteamericano y salta a
América Latina con el desarrollismo, la Generación del
65, el Grupo ECRO y un nuevo profesional (denomi-
nado ahora trabajador social) formado en “escuelas
cambio-resistentes "(1971:13-31).
En su esquema dialéctico de la historia del Trabajo
Social, Barreix, -al igual que Ander-Egg, si bien con
algunas diferencias, y en este punto desconociendo
de quien es la autoría-, divide esta evolución del Tra-
bajo Social en tres etapas: la asistencia social, orien-
tada por el ajuste y ubicando en ella la caridad, la fi-
lantropía y los pioneros de la profesión; el servicio so-
cial, orientado por la ¡idea de reforma y ajuste y den-
tro de él ubica desde Mary Richmond hasta el Meto-
dologismo Aséptico y la última etapa, denominada
Trabajo Social, orientada por la transformación y ubi-
cando allí la Generación del 65 y el Grupo ECRO.
Ya en el segundo capítulo, denominado “Del Servi-
cio Social en Latinoamérica”, Barreix abandona el uso
de la tríada dialéctica, parte de la fundación de la es-
cuela Dr. Alejandro Del Río en Chile y caracteriza el
surgimiento de la profesión con funciones para-
médicas y para-jurídicas, ubicándolo en la etapa de
asistencia social y, a su entender, sin presentar modi-
ficaciones hasta fines de la década del 50, cuando la
denominada etapa del servicio social, lógicamente
norteamericano, llegó a estas latitudes. En ese mo-
mento, el autor plantea que va a dejar de lado el aná-
lisis de Latinoamérica, -al que consideramos que en
ningún momento abordó-, para centrarse en el caso
argentino, "pero dejando constancia de que, con lige-
ras variantes de forma y de años, el proceso fue simi-
lar en la mayoría de nuestros países "(1971:40).
De ahí en más el autor realiza una descripción de la
misión de Valentina Maidagán de Ugarte en Argentina
y analiza la fundación del Instituto Nacional de Servi-
cio Social en 1959, considerado el impulsor del poste-
riormente denominado “movimiento de reconceptuali-
zación”
Por último, Norberto Alayán es el único que realiza
un estudio particular centrado en la historia de la pro-
fesión en el país14; pero el mismo no pasa de ser una
sucesión enumerativa de hechos, y principalmente,
instituciones, desvinculados de la realidad socio- his-
tórica en la cual se desarrollaron. El autor parte de
una descripción de la Sociedad de Beneficencia en el
siglo pasado (1822-1947), continúa con la Asistencia
Social Pública (1898-1966), la Fundación Eva Perón
(1948-1955), la fundación de las primeras escuelas
(1924, 1930, 1941), el Instituto de Servicio Social
(1959-1969) y la Federación de Profesionales (1967-
1972). Nuevamente, y al igual que en Ander-Egg, en-
contramos en la introducción y en las consideraciones
finales una justificativa de ello:
"El presente trabajo no es ni pretendió ser una cróni-
ca completa de los antecedentes del Trabajo Social
argentino; debe ser simplemente considerado como
un punto de partida que requiere, obviamente, pro-
fundización en la información, y fundamentalmente
en el análisis. "(1992:5)
"Las circunstancias históricas concretas por las que
atravesó el país y las condiciones materiales de vida
de cada período, fueron modelando inexorablemente
las características y el desarrollo del Trabajo Social. El
presente estudio no pretendió abordar de manera ca-
bal, tal perspectiva de análisis. Pero sí procurar esta-
blecer, aun balbuceantemente, bases y puntos de
partida para concretar posteriormente ese cometido.
"(1992:139)
Una lectura del trabajo de Alayán permite concor-
dar con la justificación que él mismo presenta, el aná-
lisis o interpretación de estas instituciones es suma-
mente acotada. De todos modos es indudable el apor-
te realizado y el alto valor descriptivo que tiene esta
recopilación de datos para abordar el estudio de la
profesión en el país.
Aparte de estos estudios, existe una investigación
realizada por Estela Grassi13 (1989) centrada en el
estudio del papel de la mujer en las políticas sociales
argentinas y particularmente en el terreno de la asis-
tencia social, que si bien no tiene como objeto de es-
tudio la profesión específicamente, brinda considera-
bles referencias para reconstruir el recorrido histórico
de la profesión.
Más allá de haber sido nuestra intención poner de
manifiesto las limitaciones reales ante las cuales nos
enfrentamos, consideramos pertinente agregar algu-
nas reflexiones sobre los estudios citados.
En primer lugar, tanto Ander-Egg, Barreix como
Alayón, fueron protagonistas del movimiento de re-
conceptualización, y de algún modo abrieron un deba-
te al interior del Trabajo Social latinoamericano y ar-
gentino sobre el estudio de la propia profesión. Por
otro lado, sus abordajes realizados desde diferentes
posturas teóricas, también permitieron un tránsito
entre las Ciencias Sociales y el Trabajo Social. En este
sentido, y más allá de todas las fragilidades descrip-
tas, es necesario destacar el intento de Barreix por
acercar el pensamiento marxista al Trabajo Social.
Por otro lado, es interesante señalar que Sergio An-
tonio Carlos (1993), al estudiar la génesis del Servicio
Social brasileño, inicia su tesis discutiendo la produc-
ción teórica en tomo a la historia del Trabajo Social
latinoamericano y particularmente brasileño, encon-
trando en este análisis algunas perspectivas atrayen-
tes - coincidiendo con algunas y disintiendo abierta-
mente con otras-, y que consideramos pertinente
presentar.
Este autor ubica los estudios ya mencionados de
Ander-Egg y Barreix, agregando además los estudios
de Boris Lima, Faleiros y Mojica Martínez, dentro de
los primeros tiempos de la reconceptualización, criti-
cando la manera de ser del Trabajo Social latinoame-
ricano y buscando una forma “pura” del quehacer
profesional propio de los países latinoamericanos.
Carlos considera que "estas críticas hechas a partir de
una realidad específica eran generalizadas para todo
el continente, sin tener en cuenta las peculiaridades
del Trabajo Social en cada país ” (1993:16-18).
Si bien coincidimos en que muchos de los análisis
han presentado estas características de generalidad, -
tanto Ander-Egg como Barreix cuando escriben sobre
la historia del Trabajo Social tienen en mente la parti-
cularidad argentina-, creemos que generalizar sobre
estos cinco autores, es justamente no considerar la
particularidad de los mismos, es decir sus diferentes
posturas y referencias teóricas. De todos modos, Car-
los presenta cuatro características sobre los estudios
mencionados, que salvando las diferencias entre los
autores y con algún grado de abstracción, permiten
comprender con más claridad la intencionalidad de los
mismos.
Es así que señala que estos estudios tuvieron la in-
tención de: a) trazar un análisis crítico de la profe-
sión, b) dicho análisis histórico apuntaba a una trans-
formación o superación profesional, y de este modo,
c) al criticar la dependencia del Trabajo Social norte-
americano y la institucionalización de la profesión, d)
se buscaba construir un Trabajo Social específicamen-
te latinoamericano (1993:20).
Creemos que estas características se encuentran
manifiestas en los análisis de Ander-Egg y Barreix
que ya hemos abordado, acercándonos a la intencio-
nalidad de la época. Asimismo el estudio de Juan Mo-
jica Martínez presenta una crítica a estos autores
mencionados, justamente por no considerar las rela-
ciones entre la profesión y las coyunturas político-
económicas latinoamericanas, siendo su propuesta la
de “ligar la Historia del Trabajo Social con la historia
social de los procesos económicos de las clases socia-
les y de las propias ciencias sociales" (1977:6). Y en
este sentido, con un alto nivel de generalidad, su es-
tudio intenta acercar algunos de los Procesos comunes
vividos en América Latina (conservadurismo, popu-
lismo, desarrollismo, etc.) con el desarrollo de la pro-
fesión.
Pero de todos modos podemos coincidir con Carlos
que no se puede hablar de un Trabajo Social Lati-
noamericano, salvo en un nivel muy alto de generali-
dad, dado que “se deben considerar las particularida-
des regionales en términos socio-políticos, económi-
cos y culturales. Es preciso comprender la génesis y
el proceso de estructuración del mismo en cada
país”(1993:20).
Ya cuando el autor entra en el caso particular de
Brasil, nuevamente realiza dos agrupamientos entre
aquellos autores que realizan una historia de tipo glo-
bal, al estilo de la latinoamericana y sin considerar las
particularidades regionales; y aquellos que han reali-
zado un análisis sobre situaciones específicas tales
como formación, fundación de primeras escuelas,
pioneros, etc. Al igual que anteriormente, el autor no
realiza distinciones al interior de estos grupos, ubi-
cando en el primero, y en un mismo nivel, a los estu-
dios de Balbina Ottoni Vieira, Marilda Iamamoto y
Raúl de Carvalho, Maria Lúcia Martinelli y el abordaje
de la historia mundial del Trabajo Social, -según la
clasificación utilizada por Carlos-, realizada por José
Paulo Netto18. En el segundo grupo, entre otros, men-
ciona los estudios de María Carmelita Yazbek, Arlette
Alves Lima (sobre las primeras escuelas), Rosa María
Ferreiro Pinto (sobre formación), y Ana Augusta Al-
meida (sobre el desarrollo del Servicio Social en Rio
de Janeiro).
Consideramos, -y sin la intención de entrar en una
polémica en tomo de la historia del Servicio Social
brasileño, sobre la cual contamos con conocimientos
rudimentarios-, que existen diferentes matrices teóri-
cas y de análisis dentro de los autores agrupados por
Carlos,
quien hace tabla rasa de estas diferencias; a nuestro
entender, muchos de los trabajos citados en el primer
grupo, lejos de intentar una historia global sobre La-
tinoamérica, brindan diferentes elementos de aproxi-
mación a la profesión, con diversos niveles de abs-
tracción y de generalidad, y en muchos de ellos, de-
limitando claramente su extensión. Es así que consi-
deramos que el estudio de Iamamoto y Carvalho
(1984) no sólo brindan elementos fundamentales pa-
ra el análisis de la dinámica histórica del Servicio So-
cial brasileño, sino que además se constituye en un
hito histórico en el desarrollo teórico de la profesión,
incorporando en el colectivo profesional latino-
americano una perspectiva crítica de análisis del Tra-
bajo Social.
Por otro lado, la reconstrucción histórica y el análi-
sis realizada por Martinelli (1995) en tomo a la identi-
dad profesional, además de incorporar esta discusión
desde una particular perspectiva al colectivo profesio-
nal, realiza aportes sustanciales para comprender y
desvendar la trayectoria alienante, alienada y aliena-
dora de la práctica profesional aprisionada en una
identidad atribuida, al mismo tiempo que coloca el
desafío del movimiento y reconstrucción permanente
de la auténtica identidad. Por último, el estudio de
Netto (1992) lejos de constituirse en una historia
mundial del Trabajo Social, nos permite aproximamos
a un análisis histórico de la profesión en las comple-
jas relaciones económicas, sociales, políticas, teóricas
y culturales que permitieron la instauración de su es-
pacio socio-ocupacional y de su emergencia como
profesión.
Asimismo, cuando el autor se refiere al trabajo de
Manrique Castro (1982), lo ubica dentro de aquellos
que han realizado un estudio global sobre la historia
del Trabajo Social en América Latina; a nuestro en-
tender, este estudio apunta a un análisis histórico de
la génesis y primeros años de desarrollo del Trabajo
Social chileno, buscando elementos comunes con el
desarrollo de la profesión en Brasil, Perú y Uruguay.
Por otro lado, es interesante comprobar que Manri-
que Castro en su estudio sólo realiza algunas alusio-
nes superficiales al Trabajo Social argentino; a nues-
tro entender, esto evidencia algunas consideraciones:
en primer lugar, marcar significativamente el distan-
ciamiento de los análisis realizados por Ander-Egg y
Barreix, -lo cual lo realiza explícitamente-, cuyos es-
tudios partieron de la particularidad argentina. En se-
gundo lugar, su análisis es realizado desde otra pers-
pectiva, privilegiando las vinculaciones entre la profe-
sión y la dependencia con el pensamiento doctrinario
de la Iglesia. Y en este sentido, sugeriría que el reco-
rrido de la profesión en Argentina presentó particula-
ridades que no permitió realizar las relaciones que el
autor efectúo con los países ya mencionados.
Retomando a las consideraciones presentadas por
Carlos, creemos acertada su ponderación valorativa
de los estudios y análisis específicos y particulariza-
dos para abordar el recorrido histórico de la profe-
sión, pero de modo alguno consideramos que por ello
se invalide un abordaje más amplio o con un mayor
nivel de generalidad o abstracción.
Hallamos que el estudio de Maria Carmelita Yazbek
resulta paradigmático de este tipo de abordajes. A
causa de nuestro desconocimiento de los otros estu-
dios citados por Carlos, únicamente nos centraremos
en considerar esta investigación. La autora limita su
análisis a la Escuela de Servicio Social de San Pablo
en el período 1936-1945; es decir, la primera escuela
fundada y durante el momento de institucionalización
y expansión de la profesión en el Brasil.
Es interesante señalar que si bien Yazbek utiliza
como referencia el estudio de Ander-Egg (1975), y en
este sentido también distinguiendo diferentes fases
en la evolución del Servicio Social, estas diferentes
etapas se encuentran directamente ligadas a la diná-
mica política, social y económica del Brasil y del pro-
pio desarrollo de la profesión. Es así que considera la
primera fase desde la fundación de la escuela en
1936 hasta 1945, fin de la dictadura de Getulio Var-
gas, influenciada por el pensamiento europeo, idealis-
ta y confesional; la segunda, de 1945 a 1958, marca-
da por la influencia norteamericana, seguida del pe-
ríodo 1958-1965, con predominio de la influencia nor-
teamericana desarrollista; y la última fase, desde
1965 en adelante, caracterizado por el movimiento de
reconceptualización y la búsqueda de un modelo teó-
rico-práctico para la realidad latinoamericana
(1977:16-17).
Si contraponemos las tres etapas que Ander-Egg
presenta, encontramos la siguiente división: la asis-
tencia social, desde 1925, - fundación de la escuela
chilena-, a 1940; el servicio social, de 1940 a 1965 y
el trabajo social a partir de 1965 (1985:254). Pero
este autor no profundiza en la razón de estos perío-
dos, a excepción de señalar que a partir de 1940 se
produce una mayor influencia norteamericana, -plan-
teando intercambios y becas de estudios en este país-
, tesis totalmente opuesta a la planteada por Barreix,
quien plantea que hasta 1965 no hubo modificaciones
en el servicio social latinoamericano y que además
considerando el contexto argentino de ese período no
se ajustaría a la periodización de Ander-Egg. La fecha
de 1965 es compartida por todos los autores como
inicio de la reconceptualización.
Muy claramente el estudio de Yazbek, si bien no se
detiene en las otras tres fases planteadas, ya presen-
ta algunos datos significativos que justifican la divi-
sión en estas fases. Ejemplo de ello es que la autora
menciona pasantías y estudios en los Estados Unidos
de alumnas y profesoras de la Escuela de San Pablo
durante la década del 40. En Ander-Egg, quizás por el
grado de generalidad de su trabajo, la fundamenta-
ción de sus afirmaciones aparecen de forma vaga e
incompleta.
Por último, queremos señalar que en la misma línea
de investigación de Yazbek, si bien con perspectivas
diferenciales, se encuentran: el estudio mencionado
de Carlos (1993) centrado en comprender la génesis
y el proceso de estructuración del servicio Social bra-
sileño en el período doctrinario y el de Alcina Martins
(1993) que se detiene en el análisis de la instituciona-
lización del Servicio Social portugués en sus relacio-
nes con las coyunturas sociohistóricas y las corrientes
de pensamiento en la sociedad portuguesa, particula-
rizado en la Escuela Normal Social de Coimbra.
Por último, siguiendo el planteo de Netto, debemos
considerar que al Trabajo Social previo al movimiento
de reconceptualización, en Latinoamérica, le cabe la
denominación de “tradicional”, distinguiéndose del
Trabajo Social “clásico”. Este autor caracteriza a este
último como un ejercicio profesional basado en un
mínimo de sistematización, además de presuponer
para su intervención la existencia de una red de
agencias sociales, interactuando con el Estado y la
sociedad civil. Mientras que el Trabajo Social tradicio-
nal lo caracteriza como la práctica empirista, reitera-
tiva, paliativa y burocratizada que los agentes reali-
zaban y realizan efectivamente en América Latina
(1981.44). Si bien señala que ambos se basan en una
ética liberal-burguesa y atendiendo a la corrección,
desde una perspectiva funcionalista, presuponiendo la
inevitabilidad del orden capitalista.
Todo este camino no ha tenido otra intención que la
de particularizar algunas de las reflexiones realizadas
para el caso específico argentino, y en especial, pre-
sentar los motivos que nos llevaron a tomar diferen-
tes decisiones en tomo a la investigación.
A pesar de todo lo expuesto, si bien las referencias
de Alayón, Barreix y Ander-Egg a las funciones para-
médicas y para-jurídicas de la profesión poco nos
permitían aprehender la dinámica histórica y social en
la cual se desarrollaron estas concepciones, constitu-
yen un dato cierto y de relevancia: el carácter resi-
dual de la profesión ante otras disciplinas -estigma
que hasta hoy debemos enfrentar por ser considera-
dos por otros profesionales como pragmáticos, inter-
vencionistas y hasta ateóricos-, y de una dependencia
mayor del racionalismo higienista que del pensamien-
to doctrinario católico.
Esto carácter técnico e instrumental del Trabajo So-
cial se evidencia en la inclusión de la formación aca-
démica dentro de las universidades de Medicina o De-
recho, -para el caso de las universidades-,o en la
propagación de institutos de nivel terciario que otor-
gaban una acreditación a nivel técnico (Grassi,
1995:62-63). Además es indudable que esta visión
instrumental del Trabajo Social se encuentra en con-
sonancia con un determinado modelo de sociedad y
de desarrollo económico, social y cultural, así como
con la dependencia hegemónica del positivismo en
sus formas conservadoras y/o funcionalistas.
Por otro lado, queremos remarcar que existe una
carencia de estudios o análisis particularizados sobre
múltiples aspectos de la profesión en Argentina, -al
estilo de los ya citados en la literatura brasileña-, y
esto unido a una débil tradición investigativa de la
profesión en Argentina por causas estructurales.
Creemos que los siguientes aspectos valen como
ejemplo de la necesidad de investigar estas particula-
ridades: desarrollo histórico de las escuelas de Traba-
jo Social, especialmente las del interior y los institu-
tos terciarios; relación entre el Trabajo Social y la
Iglesia; la formación profesional, tanto estudios sin-
crónicos como diacrónicos; las organizaciones de la
categoría: colegios profesionales, federación de es-
cuelas, federación de estudiantes; el carácter feme-
nino de la profesión, etc.
A los efectos de organizar la reconstrucción históri-
ca, los etapismo de Ander-Egg o Barreix, nos daban
pocos elementos para abordar esta tarea; tampoco
poseíamos elementos, como los que señalamos del
estudio de Yazbek, para delimitar fases o períodos.
Evitando caer en una periodización inescrupulosa, op-
tamos por señalar tres momentos (y anticipar un
cuarto) suficientemente flexibles y abarcativos, que al
mismo tiempo dieran cuenta de la dinámica y las mo-
dificaciones sociales más amplias, como de las ocurri-
das al interior de la profesión. No ha sido nuestra
preocupación fechar rigurosamente estos momentos,
muy por el contrario definirlos por el criterio de sus-
tancialidad, entendiendo que cada uno, en cuanto to-
talidad posee una temporalidad y que esta temporali-
dad es única dentro de la particular dinámica social y
económica del país, y consecuentemente, particulares
relaciones en tomo al bloque hegemónico de poder,
las clases sociales, la Iglesia, el movimiento obrero,
los partidos políticos, así como en el desarrollo de las
políticas sociales, el papel del Estado, etc.; y por lo
tanto intentando en todo momento, referimos a procesos
y no meramente a hechos datables.
Nuestra intención lejos de constituirse en una histo-
riografía o en un conjunto de datos e informaciones,
fue la de aprehender, desde una perspectiva crítica, y
por lo tanto histórica, la particular dinámica de la so-
ciedad argentina en la cual surgió y se desarrolló la
profesión, y en este sentido analizar las formas de
enfrentamiento a la cuestión social, sea a través del
Estado, las políticas sociales o la sociedad civil ,al
mismo tiempo que reconstruir los principales rasgos
que la profesión fue adquiriendo. Claramente, como
hemos expresado, esto nos llevó también a realizar
una lectura crítica existente sobre el tema.
Así, enfrentados a la necesidad de realizar una re-
construcción de la trayectoria de la profesión, recu-
rrimos principalmente a fuentes bibliográficas y do-
cumentales, abordando tanto los estudios publicados
sobre el desarrollo histórico del Trabajo, argentino y
latinoamericano-, así como la producción de diserta-
ciones de maestría o tesis de doctorado de la
PUC/SP y otras universidades que nos brindaran ele-
mentos para el análisis. Asimismo recurrimos a inves-
tigaciones que tienen como objeto de estudio aspec-
tos sociopolíticos del estado a través de las políticas
sociales, a los efectos de aprehender la dinámica so-
cial, política y económica de Argentina. Además fue-
ron realizadas algunas entrevistas a trabajadores so-
ciales argentinos, que si bien tenían por objetivo pro-
fundizar sobre la reconceptualización, momento de la
profesión que no abordaremos en este trabajo, nos
permitieron aproximarnos a la dinámica del país du-
rante la década del 60 y particularmente a las modifi-
caciones ocurridas en el trabajo social.
Era nuestra intención completar el estudio con al-
gunos datos estadísticos en relación a número de es-
cuelas de servicio social, dependencia de las mismas,
número de profesionales egresados, pero la carencia,
casi absoluta, de datos sistematizados o la difícil ac-
cesibilidad a los mismos imposibilitó que pudiéramos
hacer referencia a ellos. Algunos datos significativos
que hemos podido rescatar, tienen que ver con la
cantidad de alumnos, -acotado a algunos años y es-
cuelas-, y a la producción teórica en Trabajo Social a
partir de la década del 50.
De este modo en el primer capítulo denominado
“Hacia una caracterización del Trabajo Social” procu-
ramos acercarnos a un análisis de la profesión que
considere sus particulares relaciones con el proyecto
de la modernidad y el conservadurismo, así como las
relaciones con la cuestión social, el Estado y las políti-
cas sociales en el marco del modo de producción ca-
pitalista. Consideraciones éstas que encontramos
fundamentales tanto como perspectiva de análisis
como de posicionamiento teórico y metodológico para
aproximamos al Trabajo Social. A través del recorrido
por algunas de los múltiples determinantes de la pro-
fesión y de su análisis llegamos a desentrañar el ca-
rácter “antimoderno” con el cual surge la profesión.
A lo largo del segundo capítulo, “Antecedentes del
Trabajo Social en Argentina”, analizamos las principa-
les formas que la asistencia social tuvo a lo largo del
siglo XIX e inicios del XX, rescatando las diferentes
alternativas que se fueron construyendo como en-
frentamiento a la cuestión social, con la participación
de diversos actores sociales y políticos. De este modo
abordamos el análisis de la Sociedad de Beneficencia
y de la Asistencia Social Pública, entendiendo que en
la estructuración de esta última, participaron diferen-
tes actores sociales y rescatando para nuestro análi-
sis el papel jugado por los médicos higienistas, el ca-
tolicismo social y el movimiento obrero, teniendo en
cuenta la dinámica social, económica y política del
país durante ese periodo.
En el tercer capítulo, “La Institucionalización del
Trabajo
Social”, nos detenemos en una aproximación a la par-
ticularidad que presentó este proceso en Argentina.
Además de recurrir a la bibliografía existente sobre el
mismo, avanzamos en el estudio de este proceso en
otros países, lo cual nos permitió problematizar el
análisis clásico de la institucionalización. Es así que
construimos dos matrices generadoras del proceso de
institucionalización de la profesión: el racionalismo
higienista y el conservadurismo católico, estas matri-
ces se encuentran en la génesis de la profesión en
América Latina, en una particular relación con los di-
ferentes actores sociales y políticos, y según el papel
hegemónico que estos actores tuvieron en las dife-
rentes coyunturas. Esta perspectiva de análisis nos
permitió avanzar sobre algunas hipótesis de la parti-
cularidad argentina.
En el último capítulo denominado “Expansión y
Desarrollo del Trabajo Social Argentino” nos aboca-
mos a analizar las características que presentó el en-
frentamiento a la cuestión social en el país, desde la
década del 30 hasta los inicios de la década del 60. El
estudio de este periodo nos permitió analizar las po-
sibilidades que se fueron presentando para el Trabajo
Social profesional, así como las modificaciones socia-
les y políticas del país. Partiendo de la creación de las
primeras escuelas hasta los inicios del desarrollismo,
construimos un análisis que sigue de cerca la dinámi-
ca política, económica y social del país, signado como
momentos de cambios, fracturas y/o continuidades.
Y es así que con este último capítulo dejamos plan-
teadas algunas inquietudes sobre otro momento de la
profesión en Argentina, el movimiento de reconcep-
tualización. La complejidad de este movimiento, su
heterogeneidad pero al mismo tiempo su dinamismo
e importancia dentro del colectivo profesional argen-
tino y latinoamericano, requiere un abordaje minucio-
so y profundo, constituyéndose de este modo en el
centro de atención de un próximo trabajo, necesaria
continuidad del presente estudio.
Así pues se encontraba planteada nuestra tarea:
superar visiones y perspectivas de análisis meramen-
te cronológicas y descubrir el complejo tejido de rela-
ciones en que se dio el surgimiento y desarrollo e a
profesión en Argentina. Abrir nuestra mirada para
nuestro real y verdadero desafío: construir nuestro
presente profesional como único, singular, compro-
metido con los sectores oprimidos de la sociedad, pa-
ra efectivamente construir una sociedad justa e igua-
litaria.

Capítulo 1
Entendemos que el Trabajo Social en cuanto profe-
sión y práctica institucionalizada constituye una tota-
lidad histórica y socialmente determinada20, al mismo
tiempo que inscripta en una totalidad más amplia que
la contiene; por lo tanto hallamos que el camino para
aproximamos a una caracterización de la profesión es
a través del abordaje de algunas de las múltiples de-
terminaciones que la constituyen. Con ello también
queremos señalar que no estamos agotando la com-
plejidad de la profesión, y sí, tan sólo seleccionando
algunos de los aspectos que a nuestro entender son
fundamentales y esenciales para el conocimiento del
Trabajo Social en cuanto fenómeno histórico y social;
no como un producto acabado, sino en su desarrollo,
procesualidad y movimiento.
Dentro de estos determinantes consideramos que
abordar la temática del proyecto de la modernidad, su
contrapartida en el pensamiento conservador y las re-
laciones que esto tiene con el Trabajo Social, -un as-
pecto poco explorado por la categoría profesional en
Argentina-, puede ser un buen inicio para alcanzar
una comprensión más amplia de la profesión.
Asimismo, en segundo lugar, nos resulta imprescin-
dible aproximamos a las relaciones entre el Trabajo
Social y el modo de producción capitalista, dentro del
cual la profesión alcanza su concreticidad práctica y
su legitimación política e institucional, particularizan-
do en sus relaciones con el Estado, y especialmente,
con las políticas sociales.
1.1. MODERNIDAD, CONSERVADURISMO Y
TRABAJO SOCIAL
En tiempos dominados por un discurso sobre la
posmodemidad, donde todo se presenta como “relati-
vo”, sin unidad ni totalidad, valorizando el fragmento
y lo discontinuo, y además se presagia el fin de las
ideologías, de la historia, del trabajo, de las grandes
teóricas explicativas de lo social; consideramos indis-
pensable y preciso retomar una discusión que aborde
la temática de la modernidad, y especialmente anali-
zar las relaciones que podemos establecer con el Tra-
bajo Social.
Es decir, ¿es qué el Trabajo Social tiene algo que
ver con la modernidad? Este es el interrogante que
nos guio tanto para profundizar sobre el proyecto de
la modernidad y analizar su contracara expresada en
el conservadurismo, y de este modo, desentrañar las
conexiones que la profesión estableció con ambos.
1.1.1. Iluminismo y Modernidad
Existen múltiples abordajes sobre el tema de la
modernidad y no es nuestra intención abordarlos a
todos, ni mucho menos realizar una síntesis de la
problemática; simplemente analizaremos a través de
algunos autores rasgos característicos sobre la mo-
dernidad que nos permitan construir una primera
aproximación al tema.
Rouanet ubica el proyecto civilizatorio moderno
dentro de un concepto más amplio, al cual denomina
“Iluminismo” y que define no como una época o un
movimiento, sino como un “ens rationis”. Considera el
Iluminismo una construcción conceptual que abarca
diferentes corrientes de ideas que florecieron en siglo
XVII y continúan su desarrollo hasta nuestros días,
habiendo, tanto la ilustración, el liberalismo y el so-
cialismo, realizado una incorporación selectiva de al-
gunas categorías, llevando adelante la cruzada ilus-
trada por la emancipación del hombre"(1993:13).
Si bien el autor aclara que la idea iluminista es una
construcción teórica, a semejanza del “tipo ideal” we-
beriano, a diferencia de éste, no sólo tiene una di-
mensión heurística, que permite el conocimiento de
configuraciones empíricas, sino que también posee
una dimensión práctica, el uso normativo de la idea
iluminista que deriva de los hechos históricos y por el
cual mantiene su vínculo con la realidad.
“Por haberse originado en la historia, ese paradig-
ma no es arbitrario; y por ser una constricción ideal,
trasciende la historia y escapa al relativismo. ’’
(Rouanet^ 1993:41).
Realizada esta aclaración sobre su significado teóri-
co y práctico, el autor presenta las tres categorías
principales sobre las que se fundamenta la moderni-
dad: universalidad, individualidad y autonomía; las
cuales son examinadas en su funcionamiento en la
Ilustración, el Liberalismo y el Socialismo, por ser
consideradas expresiones sobresalientes de la mo-
dernidad. De este modo, construye la idea iluminista.
...la idea iluminista propone extender a todos los in-
dividuos condiciones concretas de autonomía en todas
las esferas. En otras palabras, ella es universalista en
su amplitud, -atraviesa todos los hombres sin limita-
ciones de sexo, raza, cultura y nación; individualizan-
te en su focalización, -los sujetos y objetos del proce-
so de civilización son individuos y no entidades colec-
tivas-; es emancipadora en su intención, -esos seres
humanos individualizados deben acceder a la plena
autonomía en el triple registro de pensamiento, políti-
ca y economía". (Rouanet, 1993:33).
Así presentadas las tres categorías fundamentales
de la modernidad es necesario acercamos al significa-
do y a las características de cada una de ellas.
Al mencionar la universalidad, se refiere "al hori-
zonte de emancipación humana de la" especié”
(1993:34);la universalidad tiene un carácter transna-
cional, superador de todas fronteras, nacionalismos
acerbados y teniendo como objetiva los intereses de
la humanidad como un todo; al mismo tiempo tiene
un carácter transcultural, si bien reconoce la variedad
de culturas, existe una uniformidad dada por la uni-
dad de la naturaleza humana y por lo tanto un carác-
ter igualitario en relación a sexo, raza o religión, ba-
sado en la misma condición humana de los indivi-
duos.
La segunda categoría que presenta, el individualis-
mo, es uno de los aspectos más importantes de los
procesos liberadores de la modernidad, significa pen-
sar el hombre independiente de su comunidad, su
cultura, su religión, es reconocer el individuo en sí
mismo, con sus derechos intransferibles a la felicidad
y la autorrealización .En este punto es necesario acla-
rar la diferencia del individualismo iluminista del indi-
vidualismo asocial; el primero tiene un fuerte compo-
nente social, y decir que el individuo es social, signifi-
ca reconocer que su liberación pasa por un proceso
social de individuación, por el cual los individuos salen
de sus guetos privativos y se comunican con otros in-
dividuos, siendo reconocidos como individuos y con-
firmados en su individualidad"(1993:35). En clara
oposición al individualismo asocial donde cada indivi-
duo se convierte en sí mismo en el inicio y fin de su
propia historia.
Por último la categoría de autonomía, la cual debe ser
Que ver con los derechos y la capacidad con el poder
efectivo de ejercerlos, no podemos hablar de auto-
nomía si uno de estos aspectos está ausente. Dentro
de la categoría de autonomía podemos encontrar tres
dimensiones: la intelectual, la política y la económica.
La autonomía intelectual es el ideal Más irrenunciable
del Iluminismo, es la posibilidad del individuo de utili-
zar la razón autónoma, libre de dogmatismos y tute-
las. La autonomía política reconoce en el individuo su
libertad civil en el espacio privado y su libertad políti-
ca en el espacio público. La autonomía económica,
atiende a la libre participación de los individuos en la
esfera de la producción, circulación y consumo, es
decir, tanto la posibilidad de producir como de con-
sumir bienes y servicios.
Encontramos también en el análisis realizado por
Eagleton, confrontando la modernidad a las corrientes
posmodernas, elementos que refuerzan la dimensión
liberadora del proyecto de la modernidad. Este autor
plantea que "la universalidad significa simplemente
que, cuando se alcanzan la libertad, la justicia y la fe-
licidad, todo el mundo debe estar presente en el acto”
(1997:171-172); remarcando además que no existe
enfrentamiento entre universalidad y diferencia, la
universalidad no diluye la individualidad y su diferen-
cia, muy por el contrario, igualdad no significa iguali-
tarismo sino un trato igualitario basado en la univer-
salidad del género humano y en el reconocimiento de
la individualidad y la diferencia como inherente al ser
social.
Esta rápida recorrida por la idea iluminista nos
muestra claramente el carácter emancipador que la
misma tiene para el hombre; la posibilidad de su do-
minio sobre la naturaleza y su capacidad libertadora
ante la sujeción, tanto sea económica, política o inte-
lectual de otros hombres. Por ser ésta una construc-
ción conceptual, si bien con un carácter histórico, no
la podemos encontrar en toda su magnitud en ningu-
na sociedad. Pero nos resulta sumamente útil para
aprehender el movimiento de las ideas de la moder-
nidad, al mismo tiempo que su relación con las Cien-
cias Sociales.
En este sentido, la razón dentro del proyecto de la
modernidad, en cuanto autonomía intelectual, tiene
múltiples implicancias para el proceso de emancipa-
ción. Es a partir de la razón moderna que el hombre
logra despojarse de la dependencia y el dogmatismo
de concepciones religiosas y que se abren nuevas po-
sibilidades de concebir el mundo. Esta racionalidad
tiene un marcado carácter antropocéntrico, ya las ex-
plicaciones no se encuentran atadas a causalidades
divinas o metafísicas, es el hombre quien puede dar
explicaciones de los fenómenos naturales y quien a
través de este conocimiento puede también intervenir
sobre la naturaleza.
El dominio de la naturaleza, -ligado a los descubri-
mientos de Copérnico (s.XVI), Galileo (s.XVII), la teo-
ría newtoniana (s.XVII), los .avances en la física y en
la técnica, etc.-, permitieron separar hombre de natu-
raleza, sociedad y naturaleza, como instancias distin-
tivas, aunque interrelacionadas. Esta distinción entre
hombre y naturaleza, junto a la superación de una
dependencia de “designios divinos”, permitió el desa-
rrollo de la razón en su carácter instrumental y opera-
tivo, es decir, en cuanto dominio y posibilidad de in-
tervenir sobre la naturaleza. Pero al mismo tiempo in-
trodujo la perspectiva de la razón emancipadora, que
permite pensar al hombre en su relación con otros
hombres en una sociedad regulada. Fueron estas po-
sibilidades de la razón moderna, las que dieron lugar
al surgimiento de la teoría social (las Ciencias Socia-
les) como parte del proceso de autonomía intelectual,
económica y política.
Ahora bien, las ideas de la modernidad alcanzan
concretización empírica ligadas al movimiento de la
burguesía. Dentro de este movimiento debemos dife-
renciar dos momentos, uno relacionado al carácter
progresista de la burguesía, que abarcaría desde los
pensadores renacentistas hasta Hegel y otro denomi-
nado de la decadencia de la burguesía, unido a un
pensamiento conservador que se extiende a partir de
1830.
Fue la burguesía en su movimiento revolucionario,
el portavoz del progreso y la emancipación del hom-
bre, representando los intereses de la totalidad del
pueblo, en combate al absolutismo y al feudalismo y
ubicando en el centro de la escena la razón moderna,
de este modo subordinando la realidad a un sistema
de leyes racionales que fueran capaces de ser
aprehendidas por el pensamiento.
“Ese carácter objetivamente progresista del capita-
lismo permitía a los pensadores que se colocaban
desde el ángulo de lo nuevo a la comprensión de lo
real como síntesis de posibilidades y de la realidad
como totalidad en constante evolución. Sin compro-
misos con la realidad inmediata, los pensadores bur-
gueses no limitaban la razón a la clasificación de lo
existente, sino que afirmaban su ilimitado poder de
aprehensión del mundo en permanente devenir”.
(Coutinho, 1972:12)
El pensamiento de la burguesía revolucionaria
apuntó a modificar las relaciones de dominación im-
perantes en el feudalismo, dando un protagonismo
inusitado a la participación del pueblo, desterrando
todo oscurantismo y dogmatismo, para pensar el
hombre y sus relaciones, tanto con la naturaleza co-
mo con otros hombres, a través del prisma de la ra-
zón. Como nueva clase representante del capitalismo,
estuvo presente tanto en los economistas clásicos in-
gleses como en los pensadores del iluminismo fran-
cés. Su lucha contra el oscurantismo feudal y el abso-
lutismo de las monarquías se evidenció en las revolu-
ciones burguesas, adquiriendo su punto supremo en
la Revolución Francesa de 1789.
El capitalismo representó una verdadera revolución
en el plano económico, social, político y cultural, que
se demuestra en las siguientes características: la des-
trucción de la división feudal del trabajo, -el capita-
lismo presupone un “trabajador libre”-, lo cual signifi-
có un avance importantísimo en el camino emancipa-
torio del, hombre: la libertad del género humano de
la subordinación del poder feudal. Por otro lado, el
desarrollo de la industria, implicó la ruptura con el
trabajo artesanal e individual y la generación de un
nuevo tipo de cooperación, a partir de la organización
del establecimiento fabril, así como una integración
orgánica en base a la producción y el mercado, listos
cambios posibilitaron pensar la acción humana inter-
viniendo en el proceso de la historia al mismo tiempo
que como forma de objetivación social. El capitalismo
y el desarrollo del mercado mundial universalizaron
las relaciones sociales y permitiere “comprender l0
real a partir de una perspectiva de una humanidad
objetivamente unificada" (Coutinho, 1972: 19-20).
La burguesía revolucionaria encuentra en Hegel su
máxi representante como síntesis de toda la tradición
progresista burguesa Coutinho (1972:14-15) resume
las categorías fundamentales de Hegel en tomo a tres
núcleos: el humanismo, por el cual se comprende al
hombre como producto de su actividad; el historicis-
mo concreto, afirmando el carácter ontológico históri-
co de la realidad, y por lo tanto el progreso del géne-
ro humano; y por último, la razón dialéctica, tan o
como una razón objetiva inmanente al desarrollo de
la realidad, como de categorías que permiten
aprehender subjetivamente dicha racionalidad objeti-
va.
Es a partir de 1830, cuando la burguesía revolucio-
naria totalmente instalada en el poder político y ex-
tendido el capitalismo como modo de producción do-
minante -, abandona las categorías propuestas por
Hegel; las cuales fueron aprehendidas y enriquecidas
Por el análisis teórico de Marx y pasando de este mo-
do a la nueva clase revolucionaria representada por el
proletariado. La burguesía deja de lado su papel revo-
lucionario y comienza a justificar, una consolidado, el
statu quo del modo de producción y de todas las rela-
ciones sociales que de allí derivan.
“De crítica de la realidad en nombre del progreso,
del futuro, dé las posibilidades reprimidas, el pensa-
miento burgués se una justificación teórica de lo exis-
tente". (Coutinho, 19 U. t)
Pero sin lugar a dudas, si bien hasta aquí remar-
camos el carácter revolucionario de la burguesía, -
representando-las ideas progresistas dentro del mo-
vimiento del proyecto de la modernidad no podemos
dejar de señalar que el capitalismo en sí mismo cons-
tituye un régimen de explotación y que por lo tanto
atenta contra los mismos ideales del iluminismo. En sí
mismo conlleva las contradicciones fundamentales a
las categorías de universalidad, individualismo y au-
tonomía, colocándolas, por lo tanto, en tensión per-
manentemente.
Desde el planteo de Berman (1995), para la tradi-
ción moderna del siglo XIX, la modernidad significaba
una revolución permanente, una contradicción diná-
mica, una lucha y un progreso dialéctico. El hombre
ubicado en el centro de la escena, mediado por la ra-
zón, se convierte en un haz infinito de posibilidades,
pero al mismo tiempo marcado por la fragilidad, por
la revolución de las experiencias, por el movimiento y
el dinamismo. Un mundo moderno, en el cual, según
Marx y Engels, “todo está preñado de su contrario” y
"todo lo sólido se desvanece en el aire”.
Un mundo moderno, que por lo tanto, lleva en sí
mismo las contradicciones fundamentales, es decir,
las ilimitadas posibilidades del hombre, como ser on-
tocreador, como camino emancipador del género hu-
mano, y al mismo tiempo la consecuente enajena-
ción, alienación y antagonismo que el desarrollo del
modo de producción capitalista contiene, acompañado
de un dominio hegemónico de la razón instrumental.
En este sentido, el análisis de Jameson (1995), so-
bre la Posmodernidad, nos permite comprender que
la misma no es más que una manifestación más sofis-
ticada de las contradicciones, que la modernidad po-
see en el ámbito del capitalismo; es decir, en cuanto
el posmodernismo se corresponde con el actual esta-
dio de desarrollo del capitalismo -multinacional, glo-
balizado o mundial-, continúa expresando esta rela-
ción conflictiva y tensa entre el carácter explotador
del eterna y la dinámica emancipadora de la moderni-
dad.
En síntesis, el proyecto de la modernidad, en cuan-
to camino emancipada del hombre, representado en
las categorías de universalidad, individualismo y au-
tonomía, conserva vigencia y requiere aun, de una
necesaria urgencia para su total concretización.
Conservadurismo y Positivismo
Si en el apartado anterior nos detuvimos en anali-
zar la modernidad, enfatizando por un lado su carác-
ter emancipador y por otro la Posibilidad que abrió al
conocimiento del hombre en cuanto ser social, es
nuestra intención abocarnos a considerar algunas ca-
racterísticas del pensamiento conservador y su rela-
ción con el pensamiento positivista. Pero antes de in-
troducimos en el tema queremos hacer algunas refe-
rencias a las Ciencias Sociales en general.
De algún modo ya expresamos que es en el marco
ideológico y político de la modernidad, que pudo dife-
renciarse entre mundo natural y mundo social y que
permitió el estudio del ser social, -en cuanto tal-, y
sus relaciones más amplias. Dentro de este marco
podemos identificar tres matrices fundantes y funda-
mentales (podríamos denominar tres paradigmas) del
pensamiento moderno, buscando explicación de lo
social, ellas son: el positivismo, el marxismo y la so-
ciologia comprensiva de Weber.
Mientras que el primero se constituyó como una es-
cuela de Pensamiento buscando justificar el orden so-
cial burgués desde una perspectiva racional-
naturalista, el marxismo se constituyó en una tradi-
ción de pensamiento, en su crítica al orden burgués y
con un carácter intrínsecamente revolucionario. En
tanto el pensamiento weberiano, introduce el estudio
del carácter significativo de los fenómenos sociales,
resaltando los aspectos culturales, en una crítica al
capitalismo, que Cohn (1979) califica de “crítica re-
signada”.
Cada una de estas matrices de la teoría social tuvo,
y tiene, un desarrollo teórico-práctico particular que
no es nuestra intención historicizar; simplemente nos
introduciremos en el análisis del pensamiento conser-
vador y su interlocución con el positivismo, matriz
teórica fundante en el momento de profesionalización
del Trabajo Social.
El conservadurismo surge como un “contramovi-
miento” a los ideales de la Revolución Francesa. Es
una crítica a la modernidad y a sus representantes: la
burguesía revolucionaria, así como al modo de pro-
ducción capitalista; basado en la recuperación del pa-
sado, del estamento feudal y de los valores y creen-
cias de la Edad Media. A inicios del siglo XIX se desa-
rrolló este movimiento, siendo sus principales repre-
sentantes Burke, Bonald y De Maistre -algunos auto-
res incluyen también a Hegel, en su fase conservado-
ra-. Ante la creciente alienación, atomización de la
sociedad, inseguridad, vacío moral que la excesiva
racionalización del mundo y el desarrollo económico y
social habían provocado en Europa, estos autores
proponían un regreso al pasado como modo de vida
social, económico y político que permitiera el orden,
la seguridad y la moral de los pueblos.
Si bien muchos pensadores de la burguesía revolu-
cionaria tenían noción de las consecuencias del capi-
talismo, éstas no eran vistas más que como estados
transitorios hasta alcanzar el pleno desarrollo y la su-
peración de los lastres del feudalismo.
Las ideas conservadoras defendían una concepción
de sociedad entendida como una entidad orgánica con
leyes internas propias de desarrollo: “La 'sociedad es,
parafraseando a Burke, una asociación de los muer-
tos, los vivos y los no nacidos” (Nisbet, 1981; 66).
Las instituciones habían sido creadas por Dios y por lo
tanto antecedían al hombre; se recupera el concepto
de comunidad, familia y pequeño grupo, como míni-
ma expresión de la sociedad; existe un rescate de
elementos irracionales (religiosidad, costumbre, tradi-
ción, etc.) como constitutivos de la sociedad, en claro
rechazo a la “racionalización total del mundo” y la vi-
da “moderna”. Se reafirma el concepto de “particula-
ridades”, a partir de una noción de que los hombres
presentan necesidades y capacidades diferenciadas,
rechazando la noción de igualdad externa y justifi-
cando tanto el status como la jerarquía; así como
afirmando que la legitimidad de la autoridad no pro-
viene de la razón y el derecho, sino de los hábitos y
las costumbres.
“La ‘comunidad’ es colocada contra la 'sociedad'
(usando la terminología de Toennies), la familia con-
tra el contrato, la certeza intuitiva contra la razón, la
experiencia espiritual contra la experiencia material”.
(Mannheim, 1981:95)
Esta constituye, sintéticamente, una aproximación
al pensamiento conservador tradicional, a partir de
aquí realizaremos un recorrido por el pensamiento
positivista y su relación con el conservadurismo, lo
cual nos permitirá posteriormente avanzar en el aná-
lisis de esta matriz de pensamiento con el Trabajo
Social.
El positivismo surge a fines del siglo XVIII como
una utopía crítico-revolucionaria, dentro del movi-
miento iluminista y ligado a la fase revolucionaria de
la burguesía. En sus precursores, - Condorcet y Saint
Simón-, hay una búsqueda en el modelo de las Cien-
cias Naturales que permita una explicación de lo so-
cial; al utilizar el método científico de las ciencias na-
turales hay una idea de caminar hacia la emancipa-
ción del hombre, en cuanto ser social y de desentra-
ñar las “pasiones e intereses” de las clases dominan-
tes. El cientificismo positivista es aquí un instrumento
de lucha contra el oscurantismo clerical, las doctrinas
teológicas, los argumentos de autoridad, los axiomas
a priori de la Iglesia, los dogmas inmutables de la
doctrina social y la política feudal.
Si a través del desarrollo de las Ciencias Naturales
se había posibilitado el dominio del hombre sobre la
naturaleza, sería también a través de este método
que se podría emancipar al hombre de estas viejas
ataduras, la “naturalización” de la vida social tiene
“una función eminentemente crítica y contestataria”
(Lówy, 1994:21).
Fue a partir de Auguste Comte que el positivismo
cambia su visión del mundo y de su papel revolucio-
nario se convierte en el defensor del orden estableci-
do. El positivismo pasa de ser una utopía revoluciona-
ria a constituirse en una ideología37. Es en este punto,
donde las ideas conservadoras planteadas por Burke,
Bonald y De Maistre entran en contacto con el positi-
vismo y donde el orden burgués realizó una extraor-
dinaria absorción de este pensamiento, si bien no im-
plicó un retomar al feudalismo; es un conservaduris-
mo moderno, impregnado de racionalidad.
"Evidentemente, el orden al que aspira Comte no es
el de antes de 1789, 'que los doctrinarios del absolu-
tismo querían restaurar. Se trata de un nuevo orden,
un orden industrial que contiene el progreso, es decir
el desarrollo de la industria y de las ciencias.
Para Comte la ciencia, copiada de los moldes de las
Ciencias Naturales, debía ser el principio organizador
de la sociedad, del mismo modo que el catolicismo
fue el gran organizador del feudalismo- Su interés en
fundar una física social y la utilización del método
científico dista del carácter revolucionario de sus an-
tecesores, a quienes critica por tener una visión utó-
pica y revolucionaria de la realidad social. Si Condor-
cet y Saint Simón proponían una ciencia libre de pre-
conceptos, entendiendo por éstos los dogmas irracio-
nalistas, políticos y religiosos, Comte también conti-
núo defendiendo la necesidad de liberarse de los pre-
conceptos, sólo que ahora estos se refieren a las
ideas revolucionarias o transformadoras buscan alte-
rar el orden social. El gran mérito de Comte fue haber
realizado una traducción del pensamiento conserva-
dor dentro de los moldes de la racionalidad. En él la
referencia a “leyes naturales”, defendidas por la bur-
guesía revolucionaria en contra del dogmatismo cleri-
cal adquirió un carácter de justificación de lo estable-
cido y por lo tanto no susceptible de ser modificado.
La nueva ciencia que Comte pretendía fundar debía
ser neutra y libre de prejuicios al igual que la física o
la astronomía.
Es interesante remarcar esta absorción de las ideas
conservadoras de parte del positivismo dentro del
concepto de racionalidad de la modernidad, de tal
modo que se construyó una nueva visión del mundo,
lo que se designa como “rapto ideológico”.
Y si bien Comte dio las primeras bases para el pen-
samiento positivista, fue Le Play quien le otorgó una
metodología y un conjunto de técnicas empíricas y
que realizó una investigación en campo utilizando los
conceptos desarrollados por el conservadurismo mo-
derno (Nisbet, 1981.73).
Pero sin lugar a dudas, fue Emile Durkheim quien le
imprimió el carácter científico al positivismo brindán-
dole base empírica y donde evidenciamos con claridad
la relación entre el pensamiento conservador y el es-
tudio contemporáneo de las relaciones humanas.
"Nuestro método no tiene, pues, nada de revoluciona-
rio. En cierto sentido es hasta esencialmente conser-
vador, pues considera los hechos sociales como co-
sas, cuya naturaleza, por flexible y maleable que sea,
no es, sin embargo, modificable a voluntad".
(Durkheim, 1991:8)
Con estas palabras presentes en su introducción a
Las Reglas del Método Sociológico, Durkheim no deja
lugar a duda que su método y el trato científico de los
hechos sociales no apuntan a una modificación del
orden establecido, antes que ello, a una conservación
del mismo. Para él, la sociedad precede al individuo y
por lo tanto se encuentra regida por leyes sociales, a
semejanza de las leyes naturales, no susceptibles de
transformaciones. La necesidad de utilizar un método
similar al de las ciencias naturales, objetivo, neutro,
libre de todo preconcepto, lleva a Durkheim a la “na-
turalización” de las relaciones humanas, claramente
expresado en su primera regla del método:
“La primera regla y la más fundamental es el conside-
rar los hechos sociales como cosas” (Durkhei m,
1991:31)
Tratar los hechos sociales como elementos de la na-
turaleza y sujetos a leyes, se convierte en reducir la
acción humana a una legalidad externa a sí misma, y
que por lo tanto da lugar a distinguir entre lo normal
y lo patológico (como desvío de las leyes sociales). La
desigualdad social se justifica en el carácter organicis-
ta de la sociedad y de esté modo es legitimada. La
búsqueda de la verdad del conocimiento es objetiva y
neutra, negando la existencia de los preconceptos y
de la propia visión del mundo del investigador.
"Como A. Comte, Durkheim no vio ninguna contra-
dicción, ninguna incompatibilidad entre la tendencia
conservadora de su método (que él reconoció) y la
neutralidad o imparcialidad científica (que él reivindi-
caba) (...) " (Lówy, 1994:31)
El carácter de exterioridad de la sociedad, la natu-
ralización de los hechos sociales, la racionalidad del
control social, la “moral” como base de la organiza-
ción social, son rasgos fundamentales del pensamien-
to durkheimiano y que lo permiten ubicar dentro del
pensamiento conservador.
Para finalizar consideramos importante presentar la
siguiente síntesis del pensamiento positivista realiza-
da por Lówy, que muestra con justicia su estructura:
“1. La sociedad es regida por leyes naturales, esto es,
leyes invariables, independientes de la voluntad y la
acción humana; en la vida social, reina una armonía
natural.
2. La sociedad puede, por tanto, ser epistemológica-
mente asimilada a la naturaleza (lo que clasificamos
como 'naturalismo positivista ’) y ser estudiada por
los mismos métodos, modos y procesos empleados
por las ciencias de la naturaleza.
5. Las ciencias de la sociedad, así como las de la na-
turaleza, deben limitarse a la observación y a la ex-
plicación causal de los fenómenos, de forma objetiva,
neutra, libre de juicios de valor o de ideologías, des-
cartando previamente todas las prenociones y los
preconceptos ”.(1994:17)
1.1.3. Conservadurismo y Trabajo Social
Si por un lado el surgimiento del Trabajo Social co-
mo profesión institucionalizada lo ubicamos como
respuesta a la “cuestión social”, inscripto en la divi-
sión social y técnica del trabajo, -y siguiendo la tesis
de Netto-, en relación genética con las peculiaridades
de la sociedad burguesa en su organización monopó-
lica (1992a: 14); por otro lado, su práctica y justifica-
ción teórica-ideológica estuvo vinculada a los com-
promisos sociopolíticos con el conservadurismo (Ia-
mamoto, 1995:17).
El desarrollo y la expansión del modo de producción
capitalista, así como el mantenimiento del poder he-
gemónico de la burguesía, requerían esconder o disi-
mular los antagonismos de clase y las contradicciones
inherentes al mismo, en una suerte de ardid que
permitiera ocultar el carácter explotador del sistema y
resaltara los principios de libertad y justicia ligados
indiscutiblemente a un individualismo de carácter ne-
gativo.
“De acuerdo con la moral burguesa era preciso, por el
contrario, generalizar la imagen del capitalismo como
un régimen irreversible, como un orden social justo y
adecuado, en fin, como un punto, terminal de la his-
toria de la humanidad. Mantener intocable la sociedad
burguesa y el orden social por ella producido era un'
verdadero imperativo para la burguesía. Para lo cual
se tornaba indispensable recurrir a estrategias más
eficaces de control social, capaces de contener el vi-
gor de las manifestaciones operarías y la acelerada
diseminación de la pobreza y del conjunto de los (
problemas asociados a ella". (Martinelli, 1995:61)
Es de este modo que la burguesía, habiendo aban-
donado su papel revolucionario, establecida como po-
der dominante y asumiendo ahora un fuerte papel
conservador, recurrió a formas asistenciales precapi-
talistas, transformándolas y convirtiéndolas en ins-
trumentos tanto de control social como de legitima-
ción de su poder y del sistema.
"Al aproximarse a los agentes que estaban desarro-
llando las acciones filantrópicas en aquel momento,
teniendo .en cuenta la racionalización de la asistencia
y su normalización, la burguesía quería apropiarse de
la práctica social para someterla a sus designios. Al
‘despotismo de la fábrica', como llamaba Marx a las
condiciones que marcaban la vida del obrero en el in-
terior de la fábrica, la burguesía quería sumar el ‘des-
potismo social utilizando para ello de la práctica social
como una ‘fuerza represora generada en el interior de
las fuerzas productivas " (Martinelli, 1995:63)
Curiosamente, y no casualmente, fue en Inglaterra,
sede la Revolución Industrial y de las primeras orga-
nizaciones proletarias, donde encontramos los ante-
cedentes de la profesión con la creación de la London
Charity Organization Society en 1869, caracterizada
por ser el primer intento de una sistematización y
tecnificación en tomo a la intervención asistencial. De
algún modo, esta institución sintetizaba la labor desa-
rrollada por los denominados “reformadores sociales”,
que desde inicio del siglo XIX, pregonaban una inter-
vención social ante el avance de la “cuestión social”
generalmente asociados a motivaciones religiosas (ya
sean católicas o protestantes). Ejemplo de ello es la
actividad desarrollada en Inglaterra por Thomas
Chalmers, Florence Nightingale, William Booth, Octa-
via Hill; en Francia por Federico Ozanam, y la imple-
mentación del Sistema Elberfeld en Alemania. Alcan-
zando la profesión en el período de transición entre el
siglo XIX y XX, a través de los estudios y los trabajos
de Mary Richmond, una estructuración, sistematiza-
ción y metodología de intervención.
El proceso de institucionalización de la profesión en
Europa y los Estados Unidos presentan como rasgo en
común su carácter conservador, mediado por una
alianza entre burguesía, Iglesia y Estado y teniendo
por objetivo no sólo la aceptación del modo capitalista
de producción como hegemónico, sino también la im-
posición del modo capitalista de pensar; su práctica
priorizó las necesidades y dificultades individuales so-
bre las colectivas, en un discurso que acabó cristali-
zado en la expresión: “cada caso es un caso”, al
mismo tiempo, y por la misma actividad, se negaba la
condición individual de la persona humana a través
de una práctica tutelar, normatizadora y moralizadora
de comportamientos y conductas.
“Burguesía, Iglesia y Estado se unieron en un com-
pacto y reaccionario bloque político, intentando cohi-
bir las manifestaciones de los trabajadores eurocci-
dentales, impedir sus prácticas de clase y de sofocar
su expresión política y social. En Inglaterra, el resul-
tado material y concreto de esa unión fue el surgi-
miento de la Sociedad de Organización de la Caridad
en Londres en 1869, congregando los reformistas so-
ciales que pasaban ahora a asumir formalmente, de-
lante de la sociedad burguesa constituida, la respon-
sabilidad por la racionalización y por la normatización
de la práctica de la asistencia. Surgían así, en el es-
cenario histórico los primeros asistentes sociales, co-
mo agentes ejecutores de la práctica de la asistencia
social, actividad que se profesionalizó bajo la deno-
minación de “Servicio Social", acentuando su carácter
de práctica de prestación de servicios”. (Martinelli,
1995:66)
Ahora bien, si por un lado el pensamiento conser-
vador constituye la base ideológica común del proce-
so de institucionalización de la profesión, es necesario
destacar que su desarrollo en Europa, principalmente
continental, y en los Estados Unidos presentan parti-
cularidades que deben ser consideradas. Netto
(1992a) distingue al conservadurismo europeo como
restaurador y al norteamericano como modernizador.
Esta distinción se justifica en las condiciones históri-
cas, sociales y políticas en que el capitalismo se desa-
rrolló; mientras que en Europa Occidental existía una
experiencia de procesos revolucionarios, una presen-
cia sociocultural de restauración y un fuerte peso de
la tradición católica, en los Estados Unidos no existían
resistencias precapitalistas a la instalación del capita-
lismo competitivo.
De este modo, el Trabajo Social europeo tuvo como
base el anticapitalismo romántico, y su intervención
direccionada a una restauración, principalmente en el
orden ético-moral, negando las vinculaciones con las
instituciones estatales y buscando soluciones inter-
medias (tercera vía). Martinelli (1995:115) señala,
que el Trabajo Social europeo priorizaba una com-
prensión de la estructura de la sociedad y de sus pro-
blemas; más que actuar sobre los individuos para
ajustarlos a la sociedad, era preciso actuar sobre ésta
para evitar su desestabilización. Mientras que el Tra-
bajo Social norteamericano, con ausencia de formas
precapitalistas de intervención social y de experien-
cias revolucionarias, y una débil tradición católica, es-
tuvo anclado en un movimiento reformista y moderni-
zador, privilegiando la acción individual y teniendo
como objetivo la real integración al sistema, el cual
de modo alguno es cuestionado, ni siquiera de mane-
ra indirecta como lo hace el anticapitalismo románti-
co, basado en una restauración del pasado. En este
sentido, también se dio una importante integración
entre la profesión y las instituciones públicas, consi-
deradas éstas necesarias para el desarrollo social. Pa-
ra Mary Richmond el Trabajo Social, era una acción
eminentemente reintegradora y reformadora del ca-
rácter. La asistencia social era concebida fundamen-
talmente de manera individual y a través de la visita
domiciliaria. Mientras que las corrientes europeas, re-
chazaban la perspectiva de asistencia y proponían la
acción social, entendida como un proceso de promo-
ción, prevención y cura de los procesos sociales en
sus múltiples aspectos44.
“El desarrollo profesional del Trabajo Social, se dio
simultáneamente con la imbricación de esas dos lí-
neas evolutivas y con sus modificaciones particulares.
O sea, se operó en un campo cultural-ideológico que
registraba un movimiento entre las dos tradiciones y
otro, situado en la relación entre cada una de ellas y
las nuevas configuraciones cultural-ideológicas que
surgían en sus respectivas periferias. ” (Netto,
1992a: 117)
En cuanto a las relaciones entre el pensamiento
conservador y el Trabajo Social en Latinoamérica, el
mismo ha sido objeto de estudio en varios países; ba-
sándonos en ellos presentaremos algunos de los ras-
gos característicos de esta relación, principalmente
siguiendo el desarrollo realizado por Iamamoto para
el caso brasileño y de Manrique para el caso chileno y
peruano.
Según Iamamoto:
“El Trabajo Social surge como parte de un movimien-
to social más amplio, de bases confesionales, articu-
lado a la necesidad de una formación doctrinaria y
social del laicado, para una presencia más activa de la
Iglesia Católica en el ‘mundo temporal en los inicios
de la década del 30". (1995:18)
Ante el proceso de secularización del mundo capita-
lista y su consecuente pérdida de hegemonía, la Igle-
sia intentó recuperar poder junto al Estado; fueron
retomados conceptos tales como: familia, comunidad
y nación; y se buscaba, mediante diferentes acciones,
armonizar las relaciones contradictorias de clase, an-
tes que el conflicto. A través de las encíclicas papales
“Rerum Novarum” (1891) y “Quadragesimo Anno”
(1931 ) se realizó un llamamiento universal a todos
los católicos y se presentó una programática para
atender a los problemas sociales, entendiendo la
“cuestión social” como un problema moral y religioso
antes que económico-político. El comunitarismo cris-
tiano fue presentado como una forma de enfrenta-
miento al crecimiento del movimiento obrero y del
socialismo en las primeras décadas del siglo XX.
“A partir de ese soporte analítico y de esa estrategia
de acción, la Iglesia deja de contraponerse al capita-
lismo, y pasa a concebirlo a través de la ‘tercera vía',
que combate vehementemente al socialismo y substi-
tuye el liberalismo por el comunitarismo cristiano".
(Iamamoto, 1995:19).
Por otro lado, Sposati nos plantea que el surgimien-
to del Trabajo Social “no ocurre de la constitución de
un saber especifico sino de una toma de posición de
determinados sectores y segmentos sociales domi-
nantes frente a la necesidad de construir una res-
puesta a una situación coyuntural puesta en el orden
capitalista” (1992:7). Este posicionamiento intenta
extender el concepto de persona humana a todos los
hombres, pero lógicamente dentro de los padrones de
la sociedad capitalista.
Su constitución como movimiento no directamente
ligado al Estado, ni tampoco a los reclamos de la cla-
se trabajadora, lo ubica como una forma alternativa y
paralela, fundada en el modelo solidarista de colabo-
ración y por lo tanto ajeno al modelo democrático ba-
sado en los derechos sociales. El predominio del prin-
cipio de subsidiariedad de la Doctrina Social de la
Iglesia, hace “que el Estado sólo entre en escena si el
individuo, la familia y la sociedad no resuelven la si-
tuación” (Sposati, 1992:9).
Estos elementos presentes en la génesis de la pro-
fesión marcaron y acompañaron su desarrollo históri-
co: un humanismo que priorizaba al individuo y la
familia, como solución de los problemas estructura-
les; un posicionamiento ideológico, más preocupado
por identificar “virtudes” y “vicios” públicos que
por la profundización teórico-científica de las situacio-
nes ante las cuales debían intervenir; una legitima-
ción de la práctica profesional que provenía, no de
quienes recibían su intervención, sino de las clases
dominantes.
En este pensamiento ideopolítico el Trabajo Social
surge de la iniciativa de fracciones dominantes, ex-
presado principalmente a través del movimiento laico,
como una alternativa profesionalizante a las activida-
des del apostolado social, especialmente de sus re-
presentantes femeninas. Cabe destacar aquí dos ca-
racterísticas fundamentales que se encuentran en el
proceso de institucionalización de la profesión: por un
lado el carácter vocacional de la misma y por otro su
constitución como una profesión femenina.
En relación al primer punto, las relaciones entre la
profesión y la dependencia directa o indirecta del
pensamiento doctrinario de la Iglesia, remarcaron el
"carácter misional de la actividad profesional” (Ia-
mamoto, 1984:87). Junto a los procesos de racionali-
zación y tecnificación de la intervención profesional,
coexistían valores éticos, morales y religiosos que los
profesionales debían poseer; la opción por el Trabajo
Social tenía un profundo sentido “vocacional” y volun-
tario, concebido más como un “llamamiento” divino y
una misión a desarrollar, que como una profesión ins-
cripta en la división social y técnica del trabajo. De
algún modo esta característica fundante perdura en el
tiempo, produciendo en los profesionales una imagen
mistificadora de su intervención.
“Las cualidades personales, la vocación, la disposición
para servir continuaban presentes como elementos
esenciales, a los cuales era preciso acrecentar la pre-
paración técnica-científica para el adecuado ejercicio
de la práctica social". (Martinelli, 1995:121)
Por otro lado, significativamente, la profesión nace
con un marcado carácter femenino, continuando la
tradición de la caridad y la filantropía, -clásicamente
ejercida por mujeres-; en el momento de la profesio-
nalización fueron también mujeres quienes se incor-
poraron a la misma, como una manera de participa-
ción -social, política y/o religiosa- de las mujeres de
la clase dominante. Asimismo Netto (1992a:84) des-
taca que en este carácter femenino de la profesión,
además de expresar formas de participación de la
mujer, y en este sentido con un fuerte componente
voluntario en la génesis del Trabajo Social, podemos
encontrar también una relación con la subalternidad
técnica y social a la que se destinaba la fuerza de tra-
bajo femenina; y si bien el carácter voluntario es par-
cialmente abandonado al institucionalizarse la profe-
sión, su relación de subalternidad técnica permaneció
como un trazo constitutivo de la misma.
Dentro de este contexto el Trabajo Social presentó
las siguientes características: una formación doctrina-
ria y una profundización sobre los “problemas socia-
les” a partir de un contacto directo con el ambiente
obrero, de las militantes, especialmente femeninas,
del movimiento católico; una acción de alivio moral
de la familia obrera actuando preferentemente con
mujeres y niños; una acción individualizada entre las
masas atomizadas social y moralmente confrontando
las influencias anarco-sindicalistas en el proletariado
urbano. La acción no se limitó a la caridad, sino a una
forma de intervención ideológica en la vida de la clase
trabajadora: el encuadramiento de los trabajadores
en las relaciones sociales vigentes, reforzando la mu-
tua colaboración entre capital y trabajo, diferencián-
dose de la caridad tradicional, vista como mera re-
producción de la pobreza, y proponiendo una acción
educativa, en una línea preventiva antes que curati-
va, si bien con un carácter individualizante en la pro-
tección legal, desconociendo los antagonismos de cla-
se y realizando un tratamiento de cuño doctrinario y
moralizador. Las bases de la organización social fue-
ron consideradas dadas y por lo tanto no cuestiona-
bles, la solución se limitaba a la “reforma del hombre
dentro de la sociedad” y por lo tanto se promovía la
individualización de los “casos sociales” en detrimento
del reconocimiento de la situación común vivida por
los segmentos sociales atendidos por el Trabajo So-
cial, siendo los individuos considerados como únicos y
particulares con capacidades y potencialidades que
debían ser desarrolladas. La formación social, moral e
intelectual de la familia adquirió una relevancia fun-
damental puesto que era considerada la célula básica
de la sociedad. Todo esto remarcó una tendencia em-
piricista y pragmática, que buscaba la investigación y
la clasificación de la población atendida, tanto para el
otorgamiento de subsidios y auxilios como para la
prevención de riesgos sociales.
Esta rápida recorrida por el Trabajo Social en su fa-
se de institucionalización nos demuestra de forma
más que evidente la fuerte presencia del pensa-
miento conservador, fortalecido por la dependencia
doctrinaria con la Iglesia Católica y legitimada por
el Estado, como matriz fundante del mismo. Asimis-
mo cabe señalar que existió un proceso de expansión
de Escuelas de Trabajo Social promovido dentro de
los padrones del comunitarismo católico.
En sus inicios el Trabajo Social recibió principalmen-
te la influencia del pensamiento conservador franco-
belga y, especialmente a partir de los años 40, entró
en contacto con la sociología conservadora norteame-
ricana, acompañado por un crecimiento de institucio-
nes socioasistenciales estatales, paraestatales o au-
tárquicas, producto del proceso de industrialización.
Dentro de esta influencia el Trabajo Social incorporó
la noción de comunidad, "como matriz analítica de la
sociedad capitalista y como proyecto norteador de ac-
ción profesional y el principio de solidaridad "como di-
rectriz ordenadora de las relaciones sociales, en ten-
sión con sus fundamentos históricos concretos” (Ia-
mamoto, 1995:26-2
El conservadurismo católico que caracterizó el sur-
gimiento de la profesión, comenzó a ser secularizado
y tecnificado a partir de la incorporación de los méto-
dos desarrollados por el Trabajo Social norteameri-
cano, -caso, grupo y comunidad-, sin por ello perder
su carácter conservador.
“El Trabajo Social mantiene su carácter técnico-
instrumental vuelto para una acción educativa y or-
ganizativa entre el proletariado urbano, articulando -
en la justificación de esa acción -, el discurso huma-
nista calcado de la filosofía aristotélica-tomista, a los
principios de la teoría de modernización presente en
las Ciencias Sociales.” (Lamamoto, 1995:21)
1.2. RELACIONES SOCIALES, POLÍTICAS SO-
CIALES Y TRABAJO SOCIAL
Desde nuestra perspectiva de análisis ubicamos el
surgimiento y desarrollo del Trabajo Social en cuanto
profesión y práctica institucionalizada, dentro del mo-
do de producción capitalista y por lo tanto determina-
do por la relación entre capital y trabajo. El Trabajo
Social, como una totalidad históricamente determina-
da, -y por lo tanto en clara oposición a visiones evo-
lucionistas de la caridad y la filantropía se encuentra
inserto dentro de las relaciones sociales que este mo-
do de producción impone, tanto a los agentes profe-
sionales como a los sectores con los cuales trabaja.
“Este modo de producción no debe considerarse so-
lamente en cuanto es la reproducción de la existencia
física de los individuos. Es ya, más bien, un determi-
nado modo de la actividad de estos individuos, un de-
terminado modo de manifestar su vida, un determi-
nado modo de vida de los mismos. Tal y como los in-
dividuos manifiestan su vida, así son. Lo que son
coincide, por consiguiente, con su producción, tanto
con lo que producen como con el modo
Cómo producen. Lo que los individuos son depende,
por tanto, de las condiciones materiales de su pro-
ducción”. (Marx-Engels, 1982:19)
El modo de producción capitalista, que tiene como
objetivo la reproducción ampliada del capital, deter-
mina una sociedad de clases dividida entre aquellos
que son dueños de los medios de producción (capita-
listas) y aquellos que sólo poseen su fuerza de traba-
jo para sobrevivir y que deben venderla en el merca-
do como mercancía (trabajadores). Es esta contradic-
ción fundamental la que permite la reproducción del
capital a través de la extracción de plusvalía que la
clase burguesa realiza a la clase proletaria58. La cate-
goría de trabajo es la que nos permite comprender el
proceso de producción, dado que es el trabajador
quien produce y reproduce el capital y al hacerlo re-
produce la explotación y la dominación de parte de
los capitalistas. Pero este proceso de reproducción no
es meramente económico, sino que fundamentalmen-
te es social. Una forma histórica de producción y de
reproducción material determina, al mismo tiempo, la
reproducción de las relaciones sociales que permiten
esa producción. Es así como la reproducción de las
relaciones sociales del modo de producción capitalista
satura todos los espacios y formas de la vida social.
Entendiendo por lo tanto, que la reproducción de las
relaciones sociales es: la reproducción de la totalidad
del proceso social, la reproducción de determinado
modo de vida que envuelve lo cotidiano de la vida en
sociedad: el modo de vivir y trabajar, de forma so-
cialmente determinada, de los individuos en sociedad.
"(Iamamoto, 1984:78).
Todo esto nos permite señalar que al referimos al
Trabajo Social no podemos hacer abstracción de la
profesión como una realidad ahistórica o externa a las
condiciones estructurales y a las particulares coyuntu-
ras históricas, económicas y políticas en las cuales lo-
gro su profesionalización. Es decir, el Trabajo Social,
como una forma de especialización profesional, se
ubica dentro de la división social y técnica del trabajo
y su ejercicio delimitado por las contradicciones, los
antagonismos y la reproducción de las relaciones so-
ciales inherentes a este modo de producción.
"El origen del Trabajo Social como profesión tiene la
marca profunda del capitalismo y del conjunto de va-
riables subyacentes, - alienación, contradicción y an-
tagonismo-, pues fue en ese vasto caudal que él fue
engendrado y desarrollado." (Martinelli, 1995:156)
De este modo, como agentes profesionales inscrip-
tos en la división social y técnica del trabajo, su ejer-
cicio profesional conlleva las contradicciones del capi-
talismo, participando "tanto de los mecanismos de
dominación y explotación como también, al mismo
tiempo y por la misma actividad da respuesta a las
necesidades de sobrevivencia de la clase trabajadora
y de la reproducción del antagonismo en esos intere-
ses sociales, reforzando las contradicciones que cons-
tituyen el móvil básico de la historia. " (Iamamoto,
1984:80).
Con lo cual, y siguiendo la tesis de Martinelli, la
profesión surge en el escenario histórico con una
identidad atribuida, es decir, respondiendo al proyec-
to político de la burguesía y a los intereses del capita-
lismo, determinando un recorrido alienado, alienante
y alienador de la práctica profesional. Sus compromi-
sos genéticos con la alianza que le dio origen, (Esta-
do, Iglesia y Burguesía), no permitieron que la misma
se constituyera como una típica profesión “liberal”,
muy por el contrario, subordinó permanentemente su
práctica profesional a los proyectos hegemónicos y
asegurando de este modo la reproducción de las rela-
ciones sociales, el control social y el disciplinamiento
moralizador de la fuerza de trabajo.
"El Trabajo Social ya surge, por lo tanto, en el esce-
nario histórico con una identidad atribuida, que ex-
presaba una síntesis de las prácticas sociales precapi-
talistas -represoras y controladoras -, y de los meca-
nismos y estrategias producidos por la clase domi-
nante para garantizar la marcha expansionista y la
definitiva consolidación del sistema capitalista.” (Mar-
tinelli, 1995:66-67)
En síntesis, podemos afirmar que el surgimiento de
la profesión y su desarrollo se encuentra íntimamente
ligado al desarrollo del capitalismo, y en especial a las
consecuencias que este modo de producción genera.
En otros términos, el Trabajo Social se constituye en
una de las respuestas ante la cuestión social.
1.2.1. La “cuestión social” y el Trabajo Social
Es un hecho altamente reconocido dentro del colec-
tivo profesional, vincular el surgimiento del Trabajo
Social como una de las formas institucionalizadas de
enfrentamiento a la “cuestión social”. En este sentido,
consideramos que antes de introducimos en el análi-
sis de las relaciones mutuas entre la cuestión social y
la profesión, resulta imprescindible clarificar el con-
cepto de “cuestión social” que utilizaremos.
Los abordajes y explicaciones teóricas y socio-
históricas sobre la cuestión social, presentan una gran
diversidad de perspectivas que van desde la justifica-
ción del status quo hasta el carácter revolucionario de
la misma. Pero de hecho podemos afirmar que duran-
te la primera mitad del siglo XIX, con el desarrollo de
las fuerzas productivas, los procesos de industrializa-
ción y urbanización y cuando la burguesía luchaba por
alcanzar su hegemonía política y económica, aparece
de manera clara y explícita la cuestión social tanto
como amenaza al orden establecido, así como mani-
festación irrefutable de las desigualdades estructura-
les del capitalismo. Su manifestación concreta se dio
en tomo a la organización del movimiento obrero, las
huelgas, las condiciones laborales y sus reclamos, las
condiciones de vida del ejército industrial de reserva,
de las mujeres y niños, de los ancianos, etc.
Desde la perspectiva de Castel, la cuestión social es
considerada “una aporía fundamental, una dificultad
central, a partir de la cual una sociedad se interroga
sobre su cohesión e intenta conjurar el riesgo de su
fractura. Es, en resumen, un desafío que cuestiona la
capacidad de una sociedad de existir como un todo,
como un conjunto ligado por relaciones de interde-
pendencia". (Castel, 1996:2-3)
Esta definición, si bien posee un alto grado de abs-
tracción, nos permite realizar algunas reflexiones. En
primer lugar, comprender que la cuestión social, si
bien colocada de forma explícita en el siglo XIX, no se
limita, en cuanto fenómeno social únicamente al
desarrollo del capitalismo; lo cual permitiría hablar de
una cuestión social feudal o de una cuestión social co-
lonial. En segundo término, al presentarse como una
amenaza fundamental a la existencia de una sociedad
como un todo organizado, como un orden social esta-
blecido -cuestionando la cohesión de la misma-, con-
trapone una organización político- jurídica que asegu-
ra los derechos a todos los ciudadanos con un siste-
ma económico que genera miseria y pobreza. Es de-
cir, coloca el problema en tomo a la organización so-
cial y, por lo tanto, hace referencia a la necesidad de
estrategias para su superación y para el manteni-
miento de las relaciones de interdependencia en la
misma. Como ya hemos expresado, el nivel de abs-
tracción y generalización que posee esta definición
sólo nos resulta de utilidad como camino indicativo
para un primer planteo sobre el tema.
Ya en el análisis realizado por Ianni (1996), particu-
larizando la cuestión social en el Brasil, encontramos
que para este autor la misma es la manifestación de
las desigualdades, -económicas, políticas y culturales-
, así como de los antagonismos, -de clase, raciales o
regionales-, de significación estructural, es decir liga-
do al desarrollo del capitalismo. En la base de las de-
sigualdades y antagonismos que constituyen la cues-
tión social, se encuentran procesos estructurales del
desarrollo capitalista, que como una gran fábrica jun-
to al desarrollo económico y del abarato estatal, fa-
brica las desigualdades y antagonismos sociales.
“De acuerdo a la época y el lugar, la cuestión social
mezcla aspectos raciales, regionales y culturales, jun-
to con los económicos y políticos. Es decir, el tejido
de la cuestión social mezcla desigualdades y antago-
nismos de significación estructural (Ianni, 1996:92)
Asimismo el autor nos plantea que históricamente
la cuestión social, al tomar un estado público y cla-
ramente externo, pasó de ser considerada una cues-
tión de policía para una cuestión política, sin que por
ello lógicamente se hayan abandonado las técnicas
represoras y de violencia, pero abriendo posibilidades
para la protesta social y la negociación, sugiriendo
“tanto la necesidad de reforma como la posibilidad de
revolución" (1996:88). Históricamente, y de acuerdo
a las particulares coyunturas políticas, sociales, eco-
nómicas y culturales, la cuestión social tuvo un carác-
ter predominantemente represor y violento, o asis-
tencial y preventivo, y en muchos casos combinando
estas diferentes técnicas o produciendo una incorpo-
ración selectiva de algunos derechos sociales que
ampliaron la base de la participación ciudadana.
Pero el reconocimiento de la existencia de la cues-
tión social, no siempre implicó el reconocimiento de
que el propio desarrollo del proceso productivo y de
las diversidades sociales eran las causas reales de su
existencia, y muy por el contrario en muchos casos se
“naturalizó” la cuestión social, transformándola en
problemas de la asistencia social o en problemas de
violencia y caos social. Es decir, la justificación de las
desigualdades y los antagonismos, como problemas
de Índole individual, como características universales
propias de la humanidad o como desviaciones patoló-
gicas que requerían una determinada intervención. Si
bien diferentes grupos hegemónicos reconocen la
existencia de la cuestión social, niegan sus verdade-
ras causas de aparición, justificando por lo tanto el
sistema y ubicando el problema como un asunto de
“ajuste y adaptación”.
“Cuando se criminaliza al 'otro” esto es, a un amplio
segmento de la sociedad civil, se defiende, una vez
más, el orden social establecido. Así, las desigualda-
des sociales pueden ser presentadas como manifesta-
ciones inequívocas de fatalidades’, ‘carencias’, ‘heren-
cias ’, cuando no ‘responsabilidades’ de aquellos que
dependen de medidas de asistencia, previsión, segu-
ridad o represión." (Ianni, 1996:101)
Por último queremos señalar que al interior de la
profesión, es clásica la definición que hace Iamamoto
sobre la cuestión social, y si bien la misma tiene el
mérito de haber incorporado al colectivo profesional
esta discusión, encontramos que la misma limita el
análisis a la organización y movilización del movi-
miento obrero y su participación en los reclamos polí-
ticos ante la burguesía; desde nuestra perspectiva, y
como venimos expresando, la cuestión social adquie-
re rasgos particulares y concretización en el desarro-
llo del capitalismo, y se funda en la relación entre ca-
pital y trabajo, pero no por ello la agota y, siguiendo
el análisis de Ianni, presenta rasgos culturales, políti-
cos, regionales y raciales que también la constituyen
y son necesarios considerar.
En síntesis podemos decir que la cuestión social
como manifestación de las desigualdades y antago-
nismos políticos, económicos y culturales anclada en
las contradicciones propias del desarrollo capitalista y
poniendo en jaque el poder hegemónico de la burgue-
sía, atentando contra el orden social establecido ge-
neró
Múltiples estrategias del poder instituido para enfren-
tarla, callarla, naturalizarla, disminuirla o incorporar-
la. Es en este sentido que podemos afirmar que el
surgimiento del Trabajo Social, en cuanto profesión
dentro del orden capitalista, se constituyó en una de
esas tersas formas de enfrentar la cuestión social,
tanto como una cuestión de policía como una cuestión
política.
A partir de esta perspectiva, las relaciones entre la
cuestión social y proceso profesionalización del Traba-
jo Social se presentan sumamente complejas, y de
ninguna manera pueden ser caracterizadas como uni-
lineales. Con lo cual queremos señalar que las conse-
cuencias de la cuestión social acompañaron, -y acom-
pañan-, el recorrido de la burguesía, y que fue en el
interjuego de fuerzas presentes y ante una manifes-
tación creciente de los procesos de pauperización que
el Trabajo Social se constituyó como una alternativa
de intervención ante la misma, frente a las cre-
cientes amenazas que representaban el movi-
miento obrero organizado y los sectores azota-
dos por los procesos de pobreza.
“Inglaterra, en función de sus circunstancias históri-
cas y de la larga convivencia con la miseria generali-
zada, fue el primer país de Europa en crear no sólo
una legislación específica para la atención de la 'cues-
tión social' sino un organismo encargado de racionali-
zar y normatizar la práctica de la asistencia. Ya en
1869, momento de agravamiento de las crisis socio-
económicas que precedieron a la Gran Depresión,
miembros de la alta burguesía habían creado la So-
ciedad de Organización de la Caridad, uniendo esfuer-
zos de la Iglesia Evangélica y de la clase dominante.
(...) Apoyados en una legislación de las más brutales
que se tiene noticia, los modelos visualizaban la asis-
tencia como una forma de controlar la pobreza y rati-
ficar la sujeción y la sumisión de los trabajadores. Se
apoyaban esencialmente en tres grandes estrategias:
la intimidación, la represión y la punición". (Martinelli,
1995:83-84)
Asimismo la profesión, sustentada en su base doctri-
naria conservadora, se fue constituyendo como una
forma alternativa, marcando su particularidad ante
otras formas existentes de enfrentamiento a la cues-
tión social. Al respecto, Verdés-Leroux analizando el
proceso de institucionalización de la profesión en
Francia plantea:
"Frecuentemente interpretada como una de las
formas de la caridad o confundida con la asistencia
pública, la asistencia social se define por el contrario,
a partir de una crítica a las dos formas existentes de
asistencia. A la beneficencia cristiana se la censuraba
por no haber servido para nada, a no ser mantener la
pobreza, reproducirla, y haber sido incapaz de opo-
nerse a la lucha de clases y contribuir para la disten-
sión social. En relación a la asistencia pública, se con-
sidera que ella no sólo es impotente, sino nociva, ya
que se basaba en el reconocimiento de los derechos
sociales. Al dar a entender que la noción de derecho
es ciega y, sobre todo, estrecha, la asistencia social
camufla su queja real: es peligroso considerar los de-
rechos, pues ello equivale a admitir, al mismo tiempo,
que las dificultades sociales no son apenas fenómenos
singulares y aleatorios ('los designios de la Providen-
cia'), sino que son la consecuencia de procesos eco-
nómicos y sociales”. (1986:12-13)
En este mismo sentido resulta interesante señalar,
que si bien los emprendimientos de institucionaliza-
ción de la profesión tuvieron un claro enraizamiento
religioso, en su constitución confluyeron tanto la bur-
guesía, que como clase dominante promovía y alen-
taba estas formas de asistencia, al igual que un Esta-
do, -si bien en ese momento no centralmente preo-
cupado por estas manifestaciones- que participaba
indirectamente, justificando y permitiendo esta inter-
vención, dado que la misma tenía como objetivo cen-
tral la consolidación y expansión del modo de produc-
ción capitalista. De este modo, Sposati nos plantea
que el Trabajo Social surge como una forma histórica
de regulación social, anterior al modelo de políticas
sociales públicas, al Welfare State y al keynesianis-
mo. Esta forma histórica de regulación social se cons-
tituye en una forma alternativa y paralela tanto a la
intervención directa del Estado como a los intereses
de los trabajadores. Su fuerte contenido humanista
reduce las contradicciones propias del modo de pro-
ducción capitalista a causalidades personales e indivi-
duales. Su intervención tiene como "referencia al ser
humano/persona humana y no el ser social/sujeto co-
lectivo” (Sposati, 1992:9).
El fuerte componente ideológico del pensamiento
conservador produce un desplazamiento de la contra-
dicción capital-trabajo hacia la dualidad riqueza-
pobreza, área privilegiada de intervención del Trabajo
Social. La población objetivo de la intervención del
trabajador social fueron (¿o son todavía?) los “po-
bres”, definidos conceptualmente como “seres huma-
nos”, pero políticamente por ser portadores de una
carencia (hambre, falta de vivienda, etc.) y por lo
tanto poco interesados en construir derechos a una
vida humana y preocupados sólo en dar respuestas
inmediatas e individuales a esa situación de carencia.
",Se constituye, pues, el Trabajo Social, primero co-
mo un movimiento, después como profesión, cuyo
significado para sus protagonistas, es construir una
propuesta de acción humanista, que contenga de los
efectos nefastos a los seres humanos, de la contra-
dicción inherente a la relación capital-trabajo, pensa-
da a partir de la óptica de los sectores dominantes y
no de los trabajadores. ” (Sposati, 1992:9-10)
Por último queremos resaltar que la intervención
profesional del Trabajo Social no adquiere legitimidad
de los sectores con los cuales trabaja o que reciben
su atención, muy por el contrario su legitimidad pro-
viene de los sectores dominantes que demandan sus
servicios, la alianza generadora de la profesión: Igle-
sia, Burguesía y Estado66. Progresivamente la legiti-
mación de la intervención profesional provino casi ex-
clusivamente del Estado quien realizó una incorpora-
ción de este profesional dentro de su estructura y or-
ganización gubernamental.
“Menos por razones éticas y sociales y más en defen-
sa del régimen, a lo largo del tiempo, la burguesía se
vio obligada a rever sus estrategias de asistencia a
los pobres. El pauperismo, como polo opuesto de la
expansión capitalista, creció tanto en Europa durante
el siglo XIX que su atención ya no podía más restrin-
girse a las iniciativas de particulares o de la Iglesia;
era preciso movilizar al propio Estado, incorporando
la práctica de asistencia y su estrategia operacional -
el Trabajo Social- a la estructura organizacional de la
sociedad burguesa constituida, como un importante
instrumento de control social. ” (Martinelli, 1995:86)
1.2.2. Estado, Políticas Sociales y Trabajo So-
cial
Ahora bien, si por un lado hemos planteado las re-
laciones entre el surgimiento del Trabajo Social, el
pensamiento conservador y la cuestión social, por
otro lado esta intervención “profesional” no es ajena
al estadio de desarrollo del capitalismo. Netto profun-
diza este análisis planteando que esta incorporación
de un nuevo profesional se da en el momento que el
capitalismo competitivo da lugar al capitalismo mono-
pólico:
“las conexiones genéticas del Trabajo Social profesio-
nal no se entretejen con la ‘cuestión social', sino con
sus peculiaridades en el ámbito de la sociedad bur-
guesa fundada en la organización monopólica”.
(1992a: 14)
Si por un lado el avance del proceso de industriali-
zación y de urbanización profundizaron la cuestión
social colocándola en el centro de la escena y deman-
dando una intervención; por otro lado, una nueva ló-
gica comenzó a regir las relaciones del capital: la
búsqueda del crecimiento de las ganancias capitalis-
tas a través del control de los mercados. El capitalis-
mo monopólico requería entonces mecanismos de in-
tervención económicos y extraeconómicos para alcan-
zar sus objetivos. El Estado fue redimensionado, ad-
quiriendo roles, funciones y un protagonismo que
hasta fines del siglo XIX no había tenido. Sus funcio-
nes económicas se entrelazan con sus funciones polí-
ticas. El estado se convierte en el árbitro de las con-
tradicciones del capitalismo y necesita, -para llevar
adelante su nuevo papel-, legitimarse y obtener con-
senso, razón por la cual hace una incorporación de
otros actores sociopolíticos y una extensión de dere-
chos civiles y sociales.
(…) el Estado -como instancia de política económica
del monopolio-, es obligado no sólo a asegurar conti-
nuamente la reproducción y el mantenimiento de la
fuerza de trabajo, ocupada y excedente, sino que es
competido (y lo hace mediante los sistemas de previ-
sión y seguridad social principalmente) a regular su
pertinencia a niveles determinados de consumo y su
disponibilidad ara la ocupación ocasional, así como a
instrumentalizar mecanismos generales que garanti-
cen su movilidad y ubicación en función de las nece-
sidades y proyectos del monopolio." (Netto,
1992a:23)
Al mismo tiempo que el Estado adquirió nuevas
funciones en el orden monopólico, el movimiento
obrero alcanzaba organización y estructuras en sus
luchas y reivindicaciones, junto al surgimiento de Par-
tidos de masas. Esto implicó que el Estado también
tuviera que dar apuesta a estos sectores, si bien den-
tro de los límites del monopolio. El proyecto burgués
monopólico fue una combinación de conservadurismo
con reformismo, el primero para asegurar la Preser-
vación del sistema de explotación, afirmando el fin de
la historia cerrando el camino a la “utopía” revolucio-
naria del Proletariado y a través del segundo, abrien-
do la posibilidad a las reformas y dando respuestas a
las demandas de los sectores Populares.
"Es solamente en estas condiciones que las secuelas
de la ‘cuestión social’ se tornan -más exactamente se
pueden tornar objeto de una intervención continua y
sistemática por parte del Estado. Y sólo a partir de la
concretización de las posibilidades económico-sociales
y políticas segregadas de la orden monopólica (con-
cretización variable del juego de las fuerzas políticas)
que la 'cuestión social’ se pone como objetivo de polí-
ticas sociales". (Netto, 1992a:25)
Las políticas sociales entendidas como una inter-
vención sistemática y estratégica del Estado en las
relaciones sociales generadas por el modo de produc-
ción sólo nacen a partir de las movilizaciones popula-
res del siglo XIX. Las formas de enfrentamiento a la
cuestión social desde el Estado, durante el capitalis-
mo competitivo se encontraban limitadas a asegurar
el orden y el normal funcionamiento de la producción,
pero con un marcado carácter exterior a la misma;
durante el capitalismo monopólico, es desde el inte-
rior del sistema de producción que el Estado realiza
una intervención sistemática ante la cuestión social,
apuntando a la preservación y el control de la fuerza
de trabajo. El Estado interviene ante la cuestión social
a través de políticas sociales, las cuales adquieren un
carácter público, pero al mismo tiempo con un mar-
cado carácter de subsidiariedad, el cual marca la res-
ponsabilidad individual del sujeto.
En este sentido, y como ya hemos expresado, el
Trabajo Social surgió como una forma de regulación
social diferente de las políticas sociales, basado en
una intervención individualizada y en el principio de
subsidiariedad, no buscando la extensión de la base
de los derechos sociales y hasta oponiéndose a la in-
tervención estatal. Pero el Estado en el capitalismo
monopólico necesitaba de un profesional de carácter
ejecutivo que llevara adelante la instrumentalización
de las políticas sociales, al mismo tiempo que su in-
tervención se debía basar en el problema individual y
no en las contradicciones propias del sistema. De este
modo, el Trabajo Social que en sus prolegómenos se
presentaba como una forma alternativa y paralela al
Estado, se ajustaba perfectamente a los requerimien-
tos puestos en el nuevo orden monopólico, quien
realizó la incorporación de este profesional, con un
estatuto dentro de la división social y técnica del tra-
bajo y una dependencia salarial, institucionalizando y
legitimando su práctica a la vez que sancionándola
legalmente.
“La asistencia social se constituye como práctica, co-
mo saber y como poder. Asume desde formas más in-
tuitivas (en general cara a cara) hasta formas racio-
nalizadas, colectivas e institucionales, donde se cons-
tituye como política social. En esta perspectiva, la
asistencia social pasa a representar una responsabili-
dad social del Estado y a operar a través de un apara-
to técnico-científico, jurídico- administrativo, de re-
cursos presupuestarios y de un agente profesional
específico en la división socio-técnica del trabajo: el
trabajador social". (Sposati, 1988:39)
Por un lado, las políticas sociales del monopolio
quieren un carácter sectorial, atomizando la “cuestión
social”, marcadas por un proceso de deseconomiza-
ción, -y por lo tanto de deshistorización de las conse-
cuencias propias del desarrollo del capitalismo-, lle-
vando al terreno de lo individual y psicologizando los
problemas sociales. De esta manera, las respuestas
dadas por el trabajador social se ubican, aparente-
mente fuera de la lógica del mercado y exteriores a la
relación capital-trabajo; basado en el pensamiento
conservador reformista, adquieren significatividad los
conceptos de ajuste, sociopatologías, integración y
adaptación. Por otro lado, las políticas sociales en el
orden monopólico se convierten en terreno de conflic-
to entre las demandas de los sectores proletarios y
las reservas de la burguesía que únicamente busca a
través de estas medidas alcanzar sus objetivos y
aminorar las consecuencias del proceso de explota-
ción.
Es así como las políticas sociales adquieren un fuer-
te carácter compensatorio, no dirigidas a asegurar los
derechos universales, sino fundamentalmente como
formas de regulación de la relación capital- trabajo,
formas indirectas de salario -ubicadas fuera de la ló-
gica del mercado y adquiriendo el status de beneficio
o dádiva-, que permitan el mantenimiento y la repro-
ducción de la fuerza de trabajo; así como una forma
de legitimación del Estado y de moralización de las
clases subalternas.
Ante esto, el profesional actúa como un alter Esta-
do, adquiere un rol tutelar, se convierte en juez de
los méritos de los individuos en recibir “ayuda”. No se
garantiza un derecho, sino que sólo se legitima un
“acto de voluntad”. La lógica de intervención del tra-
bajador social, busca el “mejoramiento social”, lo cual
tiene como contrapunto la idea de lo “peor socialmen-
te”, se mejora quien está peor, atendiendo situacio-
nes tangenciales de la vida y, por lo tanto, no bus-
cando la elevación del padrón de la mayoría.
(…) el Trabajo Social es una alternativa histórica de
regulación social incorporada por el Estado, pero cuya
lógica de acción contradictoriamente substituyó la es-
fera pública de regulación social por la orientación de
la Doctrina Social de la Iglesia, que está fundada en
la solidaridad y adopta el principio de subsidiariedad.
Esta lógica reduce la dimensión colectiva y social del
proceso de explotación a condiciones personales e in-
dividuales en que ‘cada caso es un caso'; fortalece
así, un proceso de regulación ad hoc pautado en el
mérito del ‘ser humano bajo la defensa de la justicia
social y los derechos de la persona humana, lo cual
no alcanza la perspectiva de los derechos sociales del
trabajador. "(Sposati, 1992:17)
Es así como la pobreza deja de ser considerada un
problema económico, y se constituye en un problema
social y político, para lo cual el Estado generó servi-
cios en el campo de la asistencia social, marcados por
un carácter de transitoriedad, compensación, norma-
lización y moralización de las relaciones sociales, no
apuntando al efectivo ejercicio de los derechos socia-
les, sino cargado de paternalismos, clientelismo polí-
tico, dádiva y bondad de quien otorgaba el beneficio.
Para lo cual, el trabajador social se constituyó en un
profesional idóneo para llevar adelante estos objeti-
vos, tanto seleccionando quienes resultaban benefi-
ciarios de los servicios como también, desde una po-
sición pragmática, mantener y conservar el orden so-
cial.
De todo esto podemos comprender que el Trabajo
Social en su momento de profesionalización no crea
las condiciones, ni los espacios de inserción profesio-
nal, muy por el contrario, es en la dinámica del capi-
talismo monopólico que se dan las condiciones histó-
rico- sociales para la emergencia de un espacio socio-
ocupacional. El nuevo profesional que el orden mono-
pólico necesita, -tanto como una forma de legitima-
ción y una manera de asegurar las ganancias del ca-
pital-, se inscribe dentro del modo particular, que en
este período, es enfrentada la cuestión social; a tra-
vés de políticas sociales que requieren profesionales
que las diseñen y profesionales que las ejecuten.
Por lo tanto, la profesionalización del Trabajo Social
no es una mera evolución de sus protoformas; si bien
la nueva intervención requerida por el orden monopó-
lico se construye sobre estas formas previas, -las ins-
tituciones creadas por la caridad y la filantropía-, ad-
quieren un carácter esencialmente distinto. Y esto por
la condición de asalariado del agente profesional y su
incorporación en la división socio-técnica del trabajo y
por lo tanto, una situación de subordinación del pro-
fesional que se constituye en el “ejecutor” de políticas
sociales. Aquí vemos por un lado una continuidad y al
mismo tiempo una ruptura en el Trabajo Social. Con-
tinuidad que significa que la profesionalización se
construyó sobre instituciones, prácticas y un pensa-
miento de corte conservador anterior a los requeri-
mientos del Estado monopólico; pero ruptura que pa-
sa por una resignificación de estas instituciones y
prácticas, marcada por la incorporación del trabajador
social al mercado de trabajo, -su condición de asala-
riado-, su subordinación al aparato estatal y su acción
dirigida a la reproducción de las relaciones sociales
del modo de producción capitalista en su fase mono-
pólica, así como la búsqueda de una sistematización y
calificación técnica del profesional. En la conjunción
de la lógica económica y social del monopolio y del
proyecto conservador reformista (impulsado por la
Iglesia y la clase burguesa) se genera el espacio so-
cio-ocupacional del trabajador social, acompañado
por un paulatino proceso de laicización de sus prácti-
cas.
“El camino de la profesionalización del Trabajo Social
es, en verdad, un proceso por el cual sus agentes, -
aunque desarrollando una autorepresentación y un
discurso centrados en la autonomía de sus valores y
de su voluntad-, se insertan en actividades interven-
tivas cuya dinámica, organización, recursos y objeti-
vos son determinados más allá de su control.” (Netto,
1992:68)
13. EL TRABAJO SOCIAL COMO “ANTIMODERNI-
DAD”
Haber realizado todo este recorrido sobre el Trabajo
Social considerando tanto su sustento teórico-
ideológico, su relación con la cuestión social, su arti-
culación con el Estado en su fase monopólica y el pa-
pel adquirido por sus profesionales como ejecutores
terminales de políticas sociales, nos coloca en condi-
ciones de avanzar sobre algunas reflexiones, que en
ningún modo pueden ser consideradas conclusiones
definitivas y cerradas, y sólo representan las primeras
aproximaciones a un tema que creemos que es nece-
sario investigar y analizar mucho más.
En primer lugar, si el proyecto de la modernidad lo
hemos definidos por las categorías de universalidad,
individualidad y autonomía, resulta evidente^ atri-
buirle al Trabajo Social en su surgimiento un claro ca-
rácter “antimoderno”.
Ante la universalidad de la modernidad, que permi-
te pensar al hombre con un carácter igualitario basa-
do en su condición humana, el Trabajo Social desa-
rrollaba su actividad en función de hacer aceptar las
desigualdades de clase, de género, de raza, ubicán-
dolas en el terreno de lo individual, cuando no en el
de lo patológico, como disfuncionalidades a ser corre-
gidas. Su intervención apuntaba a una regulación ad-
hoc, es decir caso a caso, basada en la polaridad ri-
queza/pobreza y buscando las causas en el terreno de
lo individual77. Ajuste, adaptación y disciplinamiento
son conceptos que nada tienen que ver con el recono-
cimiento universal de los derechos del hombre.
Ante la individualidad del hombre, capaz de ser
pensado en sí mismo, con sus derechos a la felicidad
y la autorrealización, el Trabajo Social tomó la función
de homogeneizar a los sectores dominados, encua-
drándolos dentro del disciplinamiento necesario a la
fuerza de trabajo, que asegurara la reproducción de
las relaciones
sociales en el modo de producción capitalista, aislan-
do aquellos individuos considerados “anormales” y
reuniéndolos por categorías, - huérfanos, dementes,
ancianos, madres solteras, pobres miserables, etc.-,
con lo cual apuntaba más a la segregación y la dis-
criminación que a su integración o autorrealización.
De este modo, el destino de los individuos era “pre-
establecido”, según su pertenencia a determinada
clase social, etnia, cultura, la posesión de ciertas en-
fermedades o conductas que atentaran contra el or-
den establecido, y en muchos casos hasta por sus
rasgos físicos, sin posibilidad de cambios y lógica-
mente sin derecho a la felicidad.
Ante la autonomía política, entendida como libertad
civil en el espacio privado y libertad política en el es-
pacio público, el Trabajo Social se introdujo en el es-
pacio privado de los sectores dominados, en vistas a
controlar y organizar la vida cotidiana de los mismos.
No era suficiente el disciplinamiento en la producción,
era fundamental imponer el modo capitalista de pen-
sar e intervenir abarcando los múltiples aspectos de
la cotidianeidad de estos sectores. Mientras que por
la misma actividad, se limitaron y cercenaron las po-
sibilidades de actuación en el espacio público, en vir-
tud de mantener el “orden” necesario a la sociedad,
un dado padrón de civilidad y evitando los disturbios
y manifestaciones populares.
Ante la autonomía económica, entendida como la
posibilidad de producir así como de consumir bienes y
servicios, el Trabajo Social se abocó a la tarea de ca-
pacitar y disciplinar para la producción y el trabajo,
imponiendo un estilo de vida que reprodujera la nor-
matización de la producción. Mientras que como con-
trapartida, hacía aceptar resignadamente la imposibi-
lidad del consumo, ya sea justificado en los designios
de la providencia o haciendo hincapié en las caracte-
rísticas psicosociales de estos sectores, -reforzando
las ideas de vagancia y mendicidad-, como problemas
de tipo individual a ser corregidos. El consumo debía
limitarse y restringirse al salario, -para lo cual los
trabajadores sociales eran formados en economía
doméstica-, mientras que los servicios sociales que
estos sectores recibían -formas indirectas de salario-,
eran presentadas como formas benefactoras y pater-
nalistas del Estado y las clases dominantes.
Ante la autonomía intelectual, la razón autónoma
libre de dogmatismos y tutelas, el Trabajo Social
asumió una perspectiva científica para hacer uso de la
razón instrumental, -es decir, establecer procedimien-
tos, realizar tipologías y clasificaciones, reconocer so-
ciopatologías-, orientados principalmente al control,
subordinación y manipulación de los sectores con los
cuales trabajaba, utilizando la moral y la obediencia
como sustento de su discurso y reduciendo su inter-
vención a procesos burocráticos-administrativos. Con
lo cual negaba la posibilidad de acceder a la razón
emancipadora, entendida como el camino para la li-
beración de la sujeción de los hombres por otros
hombres.
Todo esto demuestra que el Trabajo Social, en
cuanto profesión y en cuanto práctica, en su emer-
gencia e institucionalización se opone radicalmente al
proyecto de la modernidad, entendido el mismo como
proyecto emancipador del hombre y comprometido
con la libertad de todos los individuos. Por lo tanto, el
Trabajo Social surge con un carácter conservador y
antimoderno en sus propuestas.
"Tal vez sea preciso recordar que la génesis y el
desarrollo del Trabajo Social de origen católica (que al
final parámetro largamente nuestro Trabajo Social)
fueron decididamente antimodernos: la profesión na-
ció y se desarrolló como parte del programa de la an-
timodernidad, reaccionando ante la secularización, la
laicización, la libertad de pensamiento, la autonomía
individual, etc.; no por casualidad, la dirección social
estratégica dominante en su interior se vincula a un
proyecto social y político que rechazaba el liberalismo
y el socialismo (proyectos claramente modernos); se
vinculaba a un conservadurismo que, en la perspecti-
va del anticapitalismo romántico, jamás colisionó con
ingenierías sociales ‘orgánicas’, de carácter corporati-
vo". (Netto, 1996:118)
En segundo lugar, queremos remarcar que el Tra-
bajo Social se nos presenta como una forma histórica
de regulación social, del conflicto capital-trabajo; ba-
sado ideológicamente en un posicionamiento conser-
vador reformista, subsidiado por la Doctrina Social de
la Iglesia, y como hemos expresado, con un fuerte
contenido “antimoderno”. Un posicionamiento que
ubica las contradicciones y las consecuencias del capi-
talismo fuera de la lógica propia del sistema de explo-
tación, promoviendo a través del principio de subsi-
diariedad el protagonismo y responsabilidad del indi-
viduo y la familia. De este modo, legitimando una
forma de “ayuda” ante situaciones de "necesidad”,
antes que un "deber” frente a un “derecho” de los
ciudadanos. La población objeto del Trabajo Social se
define en cuanto poseedora de una “carencia”, una
“falta” a ser complementada, lo cual le imprime legi-
timidad a sus demandas, y por lo tanto no definidos
en cuanto sujetos sociales e históricos. Las respues-
tas de la profesión no sólo se desplazan al polo rique-
za/pobreza, sino que también se encuadran dentro de
la lógica necesidad/ayuda, y por lo tanto no conside-
rando la relación justicia/injusticia asentada en los
derechos sociales.
El surgimiento de la profesión tampoco puede ser
comprendido sin considerar las características del
desarrollo del capitalismo en el cual aparece, las rela-
ciones de fuerza entre Iglesia, Burguesía y Estado, así
como la participación y organización del movimiento
obrero. Las condiciones históricas y sociales para la
emergencia del Trabajo Social como profesión dentro
de la división social del trabajo se dan en el momento
que el capitalismo competitivo da lugar al capitalismo
monopólico y cuando el Estado requiere de un profe-
sional con características ejecutivas para la imple-
mentación de Políticas sociales que permitan el en-
frentamiento de la “cuestión social”. La profesionali-
zación implicó que el trabajador social pasará a tener
una condición de asalariado, una dependencia del
aparato estatal y dirigiendo su intervención a la re-
producción de las relaciones sociales del capitalismo.
En síntesis, es en la dinámica del capitalismo mo-
nopólico y en el sustento ideológico político del con-
servadurismo que encontramos los elementos consti-
tutivos y constituyentes del proceso de profesionali-
zación del Trabajo Social, concebido como una forma
de regulación social, obstaculizando con su interven-
ción las posibilidades emancipadoras del género hu-
mano y afirmando con ello su carácter “antimoderno”.

CAPÍTULO 2:
ANTECEDENTES DEL TRABAJO SOCIAL ARGEN-
TINO
Si bien el Trabajo Social, como profesión institucio-
nalizada y legítimamente reconocida surge en la dé-
cada del 30 en Argentina, existieron un conjunto de
prácticas e intervenciones que se desarrollaron en el
terreno de la asistencia y de los problemas sociales
desde el siglo XIX, los cuales se constituyeron en an-
tecedentes de la profesión. Estas acciones, más allá
de su carácter estatal o privado, se caracterizaron por
ser actividades concretas y sistemáticas de enfrenta-
miento a la “cuestión social”, realizadas en el terreno
de la asistencia, es decir, el ámbito privilegiado de in-
tervención, del más tarde Trabajo Social instituciona-
lizado.
Las relaciones entre estas formas previas de inter-
vención en lo social y el proceso de surgimiento de la
profesión son complejas: en algunos casos incitando
a la institucionalización de la misma, en otros convir-
tiéndose en espacios de inserción laboral de los pro-
fesionales, pero en todos los casos influyendo tanto
en las bases teóricas de la formación como en el tipo
de práctica desarrollada, en un juego dialéctico, don-
de se transformaban las instituciones al mismo tiem-
po que se construía una identidad y una práctica pro-
fesional.
El ideario de estas formas previas de intervención y
del período de institucionalización de la profesión, si
bien con sus particularidades, se encuentra claramen-
te descripto en el siguiente texto de Marx de 1847:
“Luego sigue la escuela humanitaria, que toma
a pecho el lado malo de las relaciones de pro-
ducción actuales. Para su tranquilidad de con-
ciencia, se esfuerza en paliar todo lo posible los
contrastes; deplora sinceramente las penalida-
des del proletariado y la desenfrenada compe-
tencia entre los mismos burgueses; aconseja a
los obreros que sean sobrios, trabajen bien y
tengan pocos hijos; recomienda a los burgueses
que moderen su ardor en la producción. Toda la
teoría de esta escuela se basa en distinciones
interminables entre la teoría y la práctica, entre
los principios y sus resultados, entre la idea y su
aplicación, entre el contenido y la forma, entre
la esencia y la realidad, entre el derecho y el he-
cho, entre el lado bueno y el malo.
La escuela filantrópica es la escuela humanitaria
perfeccionada, niega la necesidad del antago-
nismo; quiere convertir a todos los hombres en
burgueses; quiere realizar la teoría en tanto que
se distinga de la práctica y no contenga antago-
nismo. Ni qué decir tiene que en la teoría es fá-
cil hacer abstracción de las contradicciones que
se encuentran a cada paso en la realidad. Esta
teoría equivaldría entonces a la realidad ideali-
zada, por consiguiente, los filántropos quieren
conservar las categorías que expresan las rela-
ciones burguesas, pero sin el antagonismo que
es su esencia y que le es inseparable. Creen que
combaten firmemente la práctica burguesa, pe-
ro son más burgueses que nadie”. (Marx,
1987:80-81)
Consideramos que estas reflexiones de Marx sobre
la escuela humanitaria y filantrópica muestran de
modo claro y fehaciente el espíritu que animó a las
instituciones que se desarrollaron desde el siglo XIX y
la primera mitad del siglo XX, y consecuentemente
durante los primeros años de institucionalización de la
profesión. Centradas en una negación de los antago-
nismos de clase del propio sistema capitalista, busca-
ron una armonización “ideal” de las relaciones socia-
les, desde la limosna caritativa, pasando por el en-
cuadramiento filantrópico que buscaba evitar los dis-
turbios en la sociedad y corregir los males morales de
los pobres y hasta en la visión higiénica y científica
que intentaba adaptar el individuo a la sociedad, tu-
vieron siempre como objetivos calmar las conciencias,
mantener el orden social, y ante todo Justificar las
desigualdades.
Teniendo como objetivo aprehender el movimiento
histórico en el cual se gestaron y se desarrollaron es-
tas diversas formas de enfrentamiento a la cuestión
social y de regulación social en
Argentina, analizaremos el período que va desde el
último cuarto del siglo XIX hasta las primeras tres dé-
cadas del siglo XX, -momento en el que se produce la
institucionalización de la profesión-. Debido a las par-
ticularidades y la importancia que tuvo una de estas
instituciones creada en las primeras décadas del siglo
XIX, comenzaremos por una caracterización de la So-
ciedad de Beneficencia, para luego abordar la Asis-
tencia Social Pública, entendiendo que en su dinámica
se estructuraron diferentes respuestas a las múltiples
facetas que presentaba la cuestión social, sea a tra-
vés de organizaciones, instituciones y/o legislaciones.
La incorporación del país al capitalismo mundial
como proveedor de productos agroganaderos y con-
ducido por un Estado de fuerte contenido liberal, res-
trictivo y limitado en su intervención, hace necesario
que en el análisis de las formas de enfrentamiento a
la cuestión social reconstruyamos la dinámica de di-
versas fuerzas sociales instigadoras de las mismas.
En este sentido, consideramos fundamental detene-
mos en el movimiento de los médicos higienistas, el
movimiento de los católicos sociales y la organización
y demandas del movimiento obrero, como fuerzas
significativas que confluyeron en la construcción de
diferentes estrategias de regulación social, presio-
nando sobre el Estado, al mismo tiempo que directa o
indirectamente influyeron en la constitución de la pro-
fesión.
2.1. LA SOCIEDAD DE BENEFICENCIA
Tanto los estudios realizados sobre la historia del
Trabajo Social en el país como los que tienen como
objetivo analizar la evolución de las políticas sociales
parten de mencionar a la Sociedad de Beneficencia
como la primera institución dedicada a la intervención
en lo social, -superando la vieja caridad cristiana indi-
vidual y personal-, con características muy particula-
res y significativas dentro del contexto nacional y la-
tinoamericano. Por otro lado, si consideramos que su
actividad se extendió desde 1823 hasta 1947, pode-
mos afirmar que se constituyó en parte del mercado
laboral de los profesionales, marcando significativa-
mente al Trabajo Social, en el momento de su institu-
cionalización.
Hasta 1822, la asistencia estaba directamente vin-
culada a la Iglesia Católica y conformando un modelo
asentado sobre tres pilares: a) el Estado colonial, a
cargo de cuestiones sanitarias; b) la orden de los
Bethlemitas; c) la hermandad de la Santa Caridad.
Además de tener que considerar la labor desempeña-
da por los jesuitas hasta su expulsión a fines del siglo
XVIII. (Thompson, 1995:21-22).
En 1820, a cuatro años de declarada la indepen-
dencia y luego de un período de guerra civil entre el
interior y Buenos Aires, llega a la Gobernación de
Buenos Aires Martín Rodríguez, nombrando éste a
Bernardino Rivadavia como Ministro de Gobierno y
Relaciones Exteriores.
"Rivadavia representaba, en las ideas, al libera-
lismo positivista del 'progreso y el orden ’, y en
lo político, a la burguesía comercial nacida al
amparo de las políticas librecambistas que sig-
nificaban el enriquecimiento de Buenos Aires y
la ruina de las economías del interior. Los ojos
puestos en el progreso europeo, Rivadavia se
propuso incorporar a Buenos Aires al nuevo sis-
tema económico mundial, de la mano del libre
cambio’’. (Grassi, 1989:37)
Prontamente Rivadavia introduce una serie de mo-
dificaciones en la vida política, económica y social de
Buenos Aires. En 1822, es
Sancionada la ley de reforma del clero, expulsando a
las órdenes religiosas del terreno de asistencia y limi-
tando el poder y la participación de la iglesia en la po-
lítica; el 2 de enero de 1823 por decreto firmado por
el gobernador Rodríguez y refrendado por el ministro
Rivadavia es creada la sociedad de beneficencia. Esta
sociedad tomara a su cargo las instituciones expro-
piadas a las órdenes religiosas, y si bien considerada
como una actividad del poder público, presenta la
particularidad de “ delegación” del estado, constitu-
yéndose en una asociación filantrópica privada con
autonomía tanto en las decisiones como en la admi-
nistración de los fondos, aunque sostenida por el
aporte estatal.
“Cuando Rivadavia le quita a la hermandad de la
santa caridad la administración de los hospita-
les no transfiere directamente esta actividad al
área de poder público, sino que crea una nueva
corporación dotada de una gran autonomía para
disponer de los fondos públicos.”
Es claro que la creación de la Sociedad de Benefi-
cencia implicó un proceso de secularización dentro del
poder político argentino, no exento de conflictos por
ello en su relación con la Iglesia. Rivadavia buscó en-
tre las damas de la elite porteña ligadas a la clase
dominante, a la comisión organizadora de la Socie-
dad, -esta característica se mantendrá a lo largo del
funcionamiento de la institución, siendo constituida
por esposas o hijas de gobernadores, diputados, te-
rratenientes, militares, etc.-; pero además tuvo en
cuenta las características “morales” y “religiosas” de
las mismas, las cuales debían ser intachables, de mo-
do de balancear el conflicto con las autoridades ecle-
siásticas.
En el discurso de inauguración, Rivadavia “se refirió
a los tres objetivos primordiales que habían llevado al
gobierno a constituir la Sociedad: la perfección moral;
el cultivo del espíritu en el bello sexo; la dedicación
del mismo a lo que se llama industria, y que resulta
de la combinación y ejercicio de aquellas calidades”
(Alayón, 1992:10).
Para Rivadavia el “orden”, y en su perspectiva mo-
ralizante racional, constituye un prerrequisito para la
implementación del capitalismo en estas tierras, es
dentro de este ideario, que adquiere significado la
fundación de la Sociedad de Beneficencia, los objeti-
vos propuestos, así como las acciones desarrolladas
por esta institución.
Una de las características fundamentales de la So-
ciedad de Beneficencia es su carácter eminentemente
femenino, Rivadavia organiza la Sociedad dirigida a
las mujeres: “a las delas clases dominantes y a las de
los sectores populares. A las primeras se encomenda-
ba la vigilancia y la educación de las segundas”
(Grassi, 1989:38).
Rivadavia en su discurso de inauguración de la So-
ciedad de Beneficencia remarca la convocatoria a la
mujer, principalmente en su papel moralizador:
“...la necesidad de que las mujeres se aplicaran
a muchos destinos desempeñados comúnmente
por los hombres, y para los que seguramente
tienen las primeras más aptitudes que los últi-
mos: hizo ver que esta necesidad es tanto más
atendible, cuando es indudable que ocupados
los hombres en atenciones que ciertamente le
son propias, los productos de sus trabajos eran
incomparablemente menores, que los que de-
bían esperarse en caso de ser desempeñados
por las mujeres aquellas mismas atenciones y
de contraerse los hombres exclusivamente a los
trabajos análogos a la fuerza de su sexo: es de-
cir, a todos aquellos que demandan empresa y
conquista. Este ejercicio (dijo) de la industria en
las mujeres hacía que ellas mismas dieran el
producto que no dan ahora, y que adquieran por
sí mismas los medios de su subsistencia (...)
(Además las mujeres podían contribuir) a la
grande obra de terminar la revolución, (porque)
podían valerse hábilmente del poder e influjo
que tienen sobre el corazón del hombre (para
hacer que) sofoquen de una vez esos resenti-
mientos (y pongan) fin a la revolución. ”
En cuanto a la posición de la mujer en la Sociedad
de Beneficencia hay diferencias significativas entre los
autores consultados. Passanante considera que el pa-
pel conferido a las mujeres argentinas por Rivadavia,
constituyen ideas de avanzada para su época, en una
concepción “casi feminista” y que apuntaba al prota-
gonismo político de la mujer, tanto la de las clases
dominantes como la delos sectores dominados, con-
vocándolas al progreso social del país y a la participa-
ción activa en el mercado laboral. Para Tenti, en
cambio, la participación de la mujer en la Sociedad de
Beneficencia está relacionada al papel “moralizante”
adjudicado a la mujer en ese momento histórico. Esta
actividad de moralización apuntó a una estrategia de
dominación, conjugada con la división del trabajo en-
tre los sexos, y que debía ser acompañada de educa-
ción e ilustración. Es así como las mujeres de la elite
gobernante representan el “espíritu” para tamaña
empresa. Por otro lado, serán las mujeres, -en princi-
pio-, las destinatarias de la beneficencia, pero con un
papel subordinado a las clases dominantes en su pro-
yecto de orden y moral. Para este autor, la beneficen-
cia se inscribe dentro de una intencionalidad negati-
va, no se interviene en función de capacitar fuerza de
trabajo, sino en tomo a una idea de peligrosidad.
Además agrega el carácter extraeconómico de la po-
blación atendida por la Sociedad (mujeres abandona-
das, viudas, ancianos, enfermos, etc.) no definidos
por su posición en el proceso de producción, sino por
su incapacidad de satisfacer sus necesidades vitales.
Esta posición se contrapone directamente a la plan-
teada por Passanante, quien encuentra en las pala-
bras de Rivadavia una convocatoria a capacitar fuerza
de trabajo femenina; nosotros consideramos, que te-
niendo en cuenta el desenvolvimiento del capitalismo
en el país, la estrategia de la beneficencia se dirigió
más al control y a la moralización que a una convoca-
toria a la mujer al mercado de trabajo.
Por último, Grassi plantea una diferenciación entre
el rol atribuido a las mujeres de las clases dominantes
y de los sectores populares. Para las primeras era una
posibilidad de ejercer la caridad laica, ganando pres-
tigio social y una participación subordinada en la vida
política. Mientras que para las mujeres de los secto-
res populares, encuentra en el proyecto rivadavino un
interés por la capacitación y el aprendizaje de las
mismas, con posibilidad de ejercer una acción morali-
zante sobre los hombres (calmar los ánimos y termi-
nar la revolución), así como para proveerlas de estra-
tegias de subsistencia.
En sus primeros cincuenta años de existencia,
1823-1876, -a excepción del período rosista 1838-
1852, en el cual la institución funcionó en la clandes-
tinidad-, la principal acción desarrollada fue hacia la
educación de las niñas pobres siguiendo la programá-
tica planteada por su fundador: “el cultivo del espíritu
en el bello sexo”. Estas acciones tenían un fuerte con-
tenido moralizante, como lo demuestran estas pala-
bras presentes en la reseña de la Sociedad de Benefi-
cencia:
“...sin educar e instruir a la madre, en vano se-
ría exigir a los hijos las virtudes de buenos
ciudadanos gobernados por instituciones li-
bres.”
Y al hacer referencia al saber administrado, el mismo
se limitaba:
“a la sana moral, doctrina cristiana, lectura, es-
critura, cuatro primeras reglas de sumar, restar,
multiplicar y partir, y en costura, aquello que
pertenezca saber a una joven pobre para ayu-
darse a las necesidades de la vida”.
Demás está agregar que la capacitación recibida,
además de su componente moralizante, apuntaba a
un rudimentario conocimiento que permitiera a las
mujeres subsistir, sin convertirse en una carga para
la sociedad.
A lo largo de su desarrollo, la Sociedad de Benefi-
cencia, será criticada por sectores del propio Estado,
quienes buscaban limitar sus funciones y su poder y/o
ejercer un mayor control sobre sus
Actividades; pero la vinculación entre el poder político
y las damas de la Sociedad era genética, de tal modo
que durante mucho tiempo lograron superar estos in-
tentos de subordinación.
En el último cuarto del siglo XIX, la situación en el
país se había modificado: el fin de los conflictos inter-
nos, la consolidación del gobierno nacional, el proyec-
to modernizante de la denominada Generación del 80,
imponiendo el desarrollo agroexportador en el país
incorporado al capitalismo mundial y abriendo las
fronteras a los inmigrantes europeos. En este contex-
to, Sarmiento impulsó una modificación en el régimen
educativo, por el cual todas las escuelas pasaban a
ser responsabilidad del Estado. La Sociedad de Bene-
ficencia, aunque resistiendo, entregó en 1876 a la Di-
rección General de Escuelas de la provincia todos sus
establecimientos educativos. A partir de ese año y
hasta 1947, la Sociedad modifica su eje de actuación,
ahora orientada a la atención de huérfanos, ancianos,
madres desamparadas y pobres vergonzantes, crean-
do numerosos hospitales, asilos, institutos de meno-
res, etc...
A comienzo de siglo, con la plena inserción de la
Argentina en el sistema capitalista mundial, el creci-
miento urbano, los movimientos anarquistas y socia-
listas, la Sociedad de Beneficencia se convierte en ra-
dical defensora de los valores tradicionales, “Sólo el
hogar con Patria y la escuela con Dios pueden preve-
nir el mal en las generaciones de argentinos”. Ante
los cambios sociales, la Sociedad reivindica la estra-
tegia filantrópica, de la dádiva y el ejemplo morali-
zante.
En ese momento también, dado el crecimiento de la
demanda, la Sociedad comenzó a delegar algunas de
sus instituciones en manos de órdenes religiosas, si
bien continuando dependiendo administrativa y finan-
cieramente de la primera.
La visión de la pobreza que permeó toda la acción
de la Sociedad, estuvo encuadrada y limitada, en
considerarla causada por el azar (muerte, accidente,
enfermedad), o por la inmoralidad o en una combina-
ción de ambos. Es por ello que las acciones de la So-
ciedad buscan la regulación de la vida cotidiana de los
sectores populares y tienen un carácter moralizador
dirigido especialmente al orden social ante la “peli-
grosidad” de la pobreza.
La misión “moralizante” encomendada a la Sociedad
de Beneficencia se ve claramente reflejada en los
“premios a la virtud”. En 1823, Rivadavia instituyó los
premios, los cuales consistían en una recompensa en
dinero a aquellas mujeres pobres, atendidas por la
Sociedad, que se destacaran por sus virtudes. Anual-
mente, en una ceremonia fastuosa, se reunía la elite
porteña para premiar la “moralidad”, la “industria”
(honradez y tesón para la subsistencia por medio del
trabajo) y el “amor filial” de las clases dominadas; se
premiaba la abnegación y el sacrificio acompañado de
la aceptación de la pobreza. Dentro de los criterios de
selección consideramos que el siguiente muestra
fielmente el espíritu de la Sociedad:
“La pobreza llegada a su extremo por sólo no
gravar a la Sociedad; sostener sin más que su
trabajo y, cuando éste no basta, deshacerse de
lo que posee, y mirar con resignación lo que la
Providencia le destine, es sin duda lo que llena
el espíritu de la ley, y es nuestro deber” .
La entrega de los premios era la “fiesta de los ricos
y los pobres”, la oportunidad de hacer público las ac-
ciones “desinteresadas” realizadas por las mujeres de
la aristocracia porteña, lo cual otorgaba prestigio y
reconocimiento social, además de invertir en la “sal-
vación eterna”; por otro lado, era el momento de pre-
sentar ejemplos de conductas moralizantes a los sec-
tores populares.
En cuanto a los recursos financieros, -si bien ya fue
mencionado, consideramos necesario remarcarlo-,
aunque existían donaciones y legados particulares el
mayor aporte provenía del Estado.
A partir de 1943, se comenzó a limitar la acción de
la Sociedad de Beneficencia, pasando a depender de
diferentes organismos del estado nacional. En 1947,
siendo Perón presidente, intervino la institución, pa-
sando luego a depender de la Dirección Nacional de
Asistencia Social, expropiando todos sus bienes,
muebles e inmuebles, así como personal, derechos y
obligaciones, que pasaron a depender del Estado.
Lejos de ser nuestra intención realizar un estudio
comparativo, hallamos interesante señalar algunas
similitudes y diferencias con el desarrollo de la asis-
tencia social en el Brasil, y en particular con la ciudad
de San Pablo.
Sposati (1988) realiza un minucioso análisis de las
formas que la asistencia social tuvo durante el perío-
do colonial e imperial, marcando la presencia de dife-
rentes cofradías y hermandades que asumían la aten-
ción a la población pobre, como intervención indirecta
de la Iglesia asumida como iniciativa legal. Este mo-
delo se basaba principalmente en la limosna y las do-
naciones, las cuales, curiosamente, eran reglamenta-
das y fiscalizadas por el poder público, para luego ser
repartidas especialmente por la Hermandad de la Mi-
sericordia.
Esta organización era sumamente aristocrática y el
hecho de pertenecer a la misma era sinónimo de sta-
tus social, además de ser necesario ciertos requisitos
para su ingreso. A principios del siglo XIX, y fruto de
los cambios económicos y sociales y del crecimiento
urbano, esta hermandad comenzó a institucionalizar
su intervención frente a los pobres, principalmente
niños huérfanos, leprosos, enfermos e inválidos y ge-
neralmente mujeres, creando hospitales, casas de in-
ternación y casas de expósitos.
Es interesante observar que esta institución, que
aún tiene permanencia en el Brasil, si bien limitada su
intervención ahora al área médico-asistencial con los
hospitales filantrópicos denominados Santa Casa,
asumió la asistencia social con un carácter delegativo
del Estado, y curiosamente también delegado por la
Iglesia; todo esto la presenta en el ambiguo terreno
de lo público y lo privado, lo religioso y lo laico.
Hasta aquí podemos demostrar por un lado un ras-
go distintivo con la Sociedad de Beneficencia, la cual
tuvo un fuerte carácter laico- liberal, separando Igle-
sia de Estado; en la Hermandad de la Misericordia, no
se produjo esta división, muy por el contrario como
ya hemos expresado, se confunden el ámbito público
y privado, religioso y lego. Pero por otro parte, tanto
el carácter delegativo de parte del poder público, la
dependencia financiera del Estado, las actividades y
la población objeto de las mismas son por demás si-
milares.
En este mismo sentido, así como la Sociedad de
Beneficencia organizaba la fiesta del 26 de mayo, la
Hermandad de la Misericordia, en el día de la Visita-
ción, 2 de julio, promovía una fiesta donde eran ex-
puestos al público los niños huérfanos y las jóvenes
que estaban institucionalizadas, y que debían encon-
trar esposo.
Esta institución basada en la idea de caridad cris-
tiana, -y por lo tanto con una fuerte presencia de la
limosna-, se fue confundiendo con una intervención
disciplinadora y apuntando al control social y la tutela
propios de la filantropía higiénica. Por esto mismo, el
pobre que era atendido debía reunir ciertos requisi-
tos:
“Sólo que no bastaba el 'deseo de la limosna se
hacía necesario también una forma de recolec-
ción, ejercida históricamente por el limosnero
con función designada por el rey y con la con-
trapartida de exención al servicio militar, y la
organización de criterios y
Formas para su distribución. Aquí, por los crite-
rios burgueses, no bastaba ser pobre, hay que
ser pobre avergonzado de su situación, pues al
final el rico es el ‘dios visible capaz de tener y
dar. El pobre avergonzado no se debía dedicar a
la mendicidad. "(Sposati, 1988:83)
A modo de síntesis y queriendo remarcar algunas
de las características más significativas de la Socie-
dad de Beneficencia, podemos señalar lo siguiente.
Por un lado, esta institución surge como parte del
proyecto rivadavino de incorporación del país al capi-
talismo mundial, basado en los principios de “orden y
progreso” y apuntando a un desarrollo comercial, el
cual resulta frustrado y sólo en las últimas décadas
del siglo XIX se efectivizó. Dentro de este contexto, el
carácter secularizado de la Sociedad, construido con
un sentido filantrópico y limitando el papel de la Igle-
sia, implicó un avance considerable a la mera aten-
ción caritativa cristiana. El contenido moralizante de
las actividades de la Sociedad se funda en una moral
moderna y racional. Si bien, dado el carácter incipien-
te del desarrollo capitalista, el peso dominante de la
elite terrateniente y la fuerte presencia de elementos
tradicionalistas, encontramos una vinculación indirec-
ta con la Iglesia; en gran parte esta moral se define
por su relación con las virtudes cristianas.
Otro rasgo característico es el hecho de ser una ac-
tividad pública, sustentada por el Estado, pero en
manos privadas, esta acción de delegación de parte
del Estado se fundamentaba en que era considerada
una actividad secundaria. Se busca ligar a las muje-
res de la clase dominante a un proyecto ideológico-
político de dominación105, con una estrategia morali-
zante, a través de modelos o de segregación. La
atención no se define en base a la relación capi-
tal/trabajo, sino por las necesidades para la sobrevi-
vencia, teniendo en cuenta más el carácter de peli-
grosidad de estos sectores, - y por lo tanto estable-
ciendo un estricto control sobre la vida cotidiana y las
necesidades, en una relación de tutela-, antes que
buscando su transformación para insertarlos en el
proceso productivo. La relación en la beneficencia
“.ve define como un deber del que da, y no como un
derecho del que recibe " (Tenti, 1989:37).
Por lo tanto encontramos en la Sociedad de Benefi-
cencia rasgos característicos del pensamiento conser-
vador, pero con una fuerte ambigüedad que no nos
permite ubicarlo ni como tradicionalista, ni como re-
formista. Si por un lado encontramos ideas de moral
racional, una fuerte laicización de la asistencia, ligado
a la idea de “orden y progreso”; por otro lado, y te-
niendo en cuenta el desarrollo de las fuerzas produc-
tivas en el país, encontramos elementos tradicionalis-
tas, que consideraban al necesitado, al pobre, como
aquel que debe su situación a la “inmoralidad”, -en
un sentido estrictamente religioso-, resaltando la ne-
cesidad de retomar a valores tradicionales, la acepta-
ción de la situación de indigencia como “providencial”
y una marcada diferenciación de la posición de clase
entre quienes dan y quienes reciben, dirigido más a
mantener la obediencia y subordinación de los secto-
res dominados que a una estrategia de incorporación
de fuerza de trabajo.
"Mediante esta estrategia se tendía a erigir y
conservar un orden social que prescribía y deli-
mitaba las conductas de los componentes de la
sociedad en función de un eje organizador cons-
tituido por la oposición dominante-dominado”.
(Tenti, 1989:26)
2.2. LA ASISTENCIA SOCIAL PÚBLICA
A partir de 1853, año de declaración de la Constitu-
ción Nacional Argentina, se inició un largo proceso en
tomo al establecimiento y consolidación del Estado
nacional; la continuidad de las luchas internas, la se-
paración del estado de Buenos Aires de la Confedera-
ción, la carencia de un gobierno centralizado y
Representativo, marcaron a este período como de in-
certidumbre e inestabilidad.
Fue recién a partir de la década de 1870, que el Es-
tado argentino logró su consolidación atendiendo a la
unidad nacional, como aparato de represión y control
y, al mismo tiempo, como poder hegemónico. Las
ideas de “orden y progreso” ingresaron nuevamente
en escena dirigidas a la incorporación del país al sis-
tema capitalista mundial; un orden que debía asegu-
rar la regulación de las relaciones sociales, económi-
cas y financieras que las nuevas formas de produc-
ción exigían y al mismo tiempo diera muestras de
confiabilidad para el fomento de las inversiones ex-
tranjeras. Y un progreso, con infinitas posibilidades
en un país que contaba con las condiciones materiales
y los elementos fundamentales de la producción: tie-
rra, capital y trabajo.
Dentro de este período, marcado por la inserción
dentro del capitalismo mundial como país agroexpor-
tador -y convertido en el sector dinámico de la eco-
nomía-, el Estado tuvo una participación activa pro-
moviendo la unidad nacional, ejerciendo el control y
la represión, así como generando estructuras que
permitieron el desarrollo económico. Ejemplos de ello
son: la creación un sistema de administración nacio-
nal; la realización de obras de infraestructura básica
(caminos, puentes, ferrocarriles, etc.); la consolida-
ción de un ejército nacional; la promoción de la inmi-
gración europea; al mismo tiempo que se nacionalizó
la educación, la justicia, las cárceles y la provisión de
ciertos servicios para el disciplinamiento de la fuerza
de trabajo.
“El estado nacional se había convertido en el
núcleo irradiador de medios de comunicación,
regulación y articulación social cuya difusión
tentacular facilitaba las transacciones económi-
cas, la movilidad e instalación de la fuerza de
trabajo, el desplazamiento de las fuerzas repre-
sivas y la internalización de una conciencia so-
cial.
El proyecto modernizador de Argentina, que implicó
su inclusión en el orden capitalista mundial, fue lleva-
do adelante por la denominada Generación del 80.
Generalmente la misma ha sido asociada casi exclusi-
vamente con el ideario liberal y positivista, pero en
realidad contuvo una gran heterogeneidad de tenden-
cias y posiciones. Si bien basadas en el ideal de un
‘‘progreso” ilimitado e irreversible, encontramos den-
tro de esta Generación expresiones que van desde la
ortodoxia liberal, el catolicismo social, el racionalismo
romántico y el eclecticismo espiritualista. Sin lugar a
dudas el proyecto de la Generación del '80 modificó
esencialmente la dinámica de la sociedad argentina;
desde el punto de vista político, consolidando un “or-
den conservador”, que aseguraba la sucesión presi-
dencial y la continuidad de las instituciones; desde la
perspectiva económica generando un “orden neocolo-
nial”, basado en la producción agroganadera que
otorgaba rasgos característicos a la producción, circu-
lación y acumulación; por último, un fuerte impacto
demográfico y cultural producto de las inmigraciones
extranjeras .
En este contexto, el Estado argentino centralizó su
atención en tres áreas principales: las políticas de mi-
gración, sanitarias y de educación; resultaba funda-
mental promover la inmigración europea para poblar
el país, tanto por la “supuesta” incapacidad para el
trabajo que presentaba la población nativa como por
la escasez de mano de obra; en este sentido, la edu-
cación adquiere una relevancia fundamental como
medio para homogeneizar y alcanzar el ansiado pro-
greso. Por último las políticas sanitarias apuntaron a
asegurar que los países europeos compraran la pro-
ducción agroganadera, brindando confiabilidad en los
productos. Todo otro tipo de intervención quedo en
manos de instituciones privadas (filantrópicas o reli-
giosas) que eran generalmente subsidiadas por el fis-
co. Si bien, a lo largo del período estudiado, fueron
creciendo las críticas desde diferentes posiciones re-
clamando una intervención más activa del Estado en
los asuntos sociales.
A partir de la década de 1890, producto del creci-
miento urbano, de la incipiente industrialización, las
crisis laneras de la década anterior y la polarización
en la apropiación del excedente por parte de la oli-
garquía terrateniente, apareció una significativa preo-
cupación por la “cuestión social”. Ya desde la década
de 1870, tanto los médicos higienistas como los cató-
licos sociales habían manifestado su preocupación an-
te la misma, pero fueron las primeras huelgas obre-
ras, el crecimiento del movimiento obrero, -con fuer-
tes elementos anarquistas y socialistas producto de la
inmigración- y la organización de un nuevo partido (la
Unión Cívica Radical), donde se manifestaron las fisu-
ras de la hegemonía terrateniente.
“Si hasta entonces 'orden y progreso' habían
constituido los términos complementarios de
una fórmula de organización social relativamen-
te exitosa, su propio éxito se constituía ahora
en el origen de profundas contradicciones. (...)
Ausencia de participación política y marginali-
dad social fueron los resultados naturales de la
aplicación de un (este) ‘proyecto’’ (...) Pero ese
mismo proyecto daba origen ahora, por su con-
tradictorio contenido, a la cuestión de la ciuda-
danía y a la ‘cuestión social’. “(Oszlak,
1982:224)
Pero fue sólo en las primeras décadas del siglo XX
que se concretizaron algunas de estas modificaciones.
La sanción de la ley Sáenz Peña (1911), sobre el voto
secreto y universal, abrió la posibilidad de acceso al
gobierno al partido de la Unión Cívica Radical (inte-
grado por sectores medios, hijos de inmigrantes, pro-
fesionales liberales, pequeños comerciantes y algunos
sectores populares), quebrando la tradición hegemó-
nica terrateniente. Así como la sanción de las prime-
ras leyes de protección laboral impulsadas principal-
mente por el Partido Socialista.
El período comprendido entre 1870 y 1930, presen-
ta una complejidad y un dinamismo que no nos per-
mite profundizar en todos sus aspectos, es por ello
que presentaremos los rasgos más destacados de tres
movimientos que influyeron en generar respuestas
ante la cuestión social, si bien con diferentes inten-
cionalidades y posicionamientos teórico-ideológicos,
pero que sin lugar a dudas, actuaron en el ámbito es-
tatal o privado produciendo diferentes formas de in-
tervención y de respuestas ante los conflictos sociales
y las desigualdades que el capitalismo generaba en
estas tierras. Ellos son: el movimiento de los médicos
higienistas, el catolicismo social y el movimiento
obrero. Esta división tiene un mero carácter analítico
y expositivo, pues las relaciones entre estos movi-
mientos, además de ser simultáneos, en muchos ca-
sos se presentaron imbricadas entre sí, como con el
Estado.
Desde la perspectiva de Cortés y Marshall
(1991:28), la intervención social del Estado durante
este período fue la resultante de tres factores: la es-
casez de fuerza de trabajo; las demandas de una le-
gislación social de parte de los trabajadores, acompa-
ñada de fuertes enfrentamientos; y, por último, una
ideología modernizante y secularizadora que llevó a
implementar la educación pública y obligatoria, como
un instrumento de homogeneización de la fuerza de
trabajo. En este sentido, la intervención del Estado
fue sumamente fragmentaria y circunstancial, en
especial en tomo a la cuestión social, y generalmente
asociada a las presiones que diferentes grupos reali-
zaron sobre el poder público. Tanto los católicos so-
ciales como los médicos higienistas, muchos de los
cuales formaban parte de la clase dirigente y ocupa-
ron importantes cargos públicos, desde sus diferentes
posiciones coincidían en señalar formas de enfrenta-
miento a la cuestión social que superaran el tradicio-
nal recurso a la represión. Desde otra posición, el
movimiento obrero, con la heterogeneidad de tenden-
cias que tenía en su interior, presionaba directa o in-
directamente sobre el Estado por el mejoramiento de
las condiciones salariales y laborales. Consideramos
que es en la interrelación de las acciones de estos
grupos que podemos reconstruir las diferentes formas
en que fue enfrentada la cuestión social en la transi-
ción entre el siglo XIX y XX en Argentina.
2.2.1. Los médicos higienistas
Desde el último cuarto del siglo XIX los médicos hi-
gienistas desarrollaron una intensa actividad no sólo
en el campo sanitario sino también social. Más allá de
la heterogeneidad ideológica de este movimiento, los
higienistas fueron uno de los primeros grupos en ad-
vertir las consecuencias de la cuestión social en el
país y de proponer medidas concretas para enfrentar-
la. Sus propuestas se basaban en un amplio progra-
ma de profilaxis sanitaria, social y moral, privilegian-
do la prevención -aunque no descartando medidas
compulsivas- y demandando del Estado la interven-
ción y responsabilidad mediante acciones concretas.
Los crecientes procesos de urbanización e industria-
lización fueron los motivadores de las preocupaciones
de los higienistas. El aumento de la población urbana,
fruto de las inmigraciones, y el incipiente crecimiento
industrial, hizo que los higienistas dirigieran su aten-
ción a las condiciones de vida -vivienda y alimenta-
ción-, así como a las condiciones de trabajo -jomada
de trabajo, salario, descanso, condiciones de higiene
y seguridad en las industrias-, además de preocupar-
se por los hábitos y costumbres. Detrás de estas in-
quietudes se hallaba el riesgo que representaba para
la salubridad general y para el mantenimiento del or-
den social las condiciones de las clases populares.
“...los dos tipos de peligros que estos médicos
tuvieron permanentemente en cuenta... la fábri-
ca y el conventillo los preocuparon por el efecto
que tenían sobre sus ocupantes, aunque tal vez
haya sido mayor su inquietud por los riesgos a
los que exponían al resto de la población. Se
trataba de amenazas físicas,
Morales y sociales: enfermedades, ‘vicios’ y pro-
testas masivas y tumultuosas. Estaban en jue-
go, por consiguiente, la salud, los valores y los
intereses político-económicos de los grupos di-
rigentes, lo que motorizó su preocupación ante
las carencias más evidentes de los pobres.
"(Recalde, 1997:19)
Las relaciones que muchos de los médicos higienis-
tas mantuvieron con el poder público, en muchos ca-
sos ocupando diversos cargos públicos o demandando
la intervención del Estado, hace que la misma sea
vista como parte de la política estatal.
Siguiendo el análisis de Recalde (1997:48-51), este
autor distingue tres etapas en el desarrollo del higie-
nismo en el país. La primera, que abarca las décadas
de 1870 y 1880, estuvo marcada por una adhesión de
los médicos higienistas al ideario liberal y seculariza-
dor, y consecuentemente a las ideas de progreso y
civilización. Las principales preocupaciones giraron en
torno al peligro de las epidemias y las enfermedades
exóticas, para lo cual resultaba fundamental la defen-
sa sanitaria marítima y el saneamiento interno.
En la década de 1870, los médicos argentinos co-
menzaron a preocuparse por las consecuencias de la
pobreza, influenciados por el desarrollo del higienis-
mo, especialmente en Francia, y motivado por las
grandes epidemias que azotaron Buenos Aires, (de
fiebre amarilla en 1858, 1870 y 1871 y de cólera en
1856, 1867/1869, 1873/1874). De algún modo las
epidemias y el riesgo de enfermedades exóticas
(principalmente por causa de las inmigraciones) re-
querían una atención especial y una intervención es-
pecífica, principalmente respondiendo a las demandas
sanitarias del principal comprador de productos agro-
ganaderos, Gran Bretaña.
En 1873 fue creada la cátedra de Higiene Pública en
la Facultad de Medicina de Buenos Aires, por iniciativa
del Dr. Guillermo Rawson, desde donde se llevó ade-
lante una difusión de los principios higienistas, priori-
zando las relaciones entre condiciones ambientales y
sociales y estados de enfermedad, el papel de la pre-
vención y la responsabilidad del Estado. Fue a partir
de este foco irradiador que se concretizaron diferen-
tes acciones, organizaciones o reclamos ligados a una
intervención activa ante los efectos de la cuestión so-
cial.

“Los protagonistas de esta primera etapa fueron


médicos entusiasmados por los considerables
progresos de la ciencia y animados de los idea-
les filantrópicos del siglo XIX” (Recalde,
1997:49)
Tanto las epidemias que azotaron Buenos Aires co-
mo los peligros que implicaba el creciente proceso de
urbanización e industrialización, -el déficit habitacio-
nal, las precarias condiciones de vivienda y las condi-
ciones sanitarias y de seguridad de las industrias-,
implicaron la demanda de los higienistas para una in-
tervención sistemática de parte del Estado. Sus pro-
puestas de intervención se oponían tanto a la Iglesia,
que controlaba algunos servicios de asistencia, como
a la Sociedad de Beneficencia. Es significativo que en
1875 se estableció el control sanitario de la prostitu-
ción, por el cual se limitó el territorio donde las pros-
titutas podrían ejercer su actividad, -reprimiendo la
prostitución callejera-, al mismo tiempo que se de-
bían inscribir obligatoriamente en un registro, some-
terse a controles sanitarios periódicos, obteniendo de
este modo un carnet habilitante. Las mujeres que
eran encontradas enfermas eran hospitalizadas a la
fuerza, se les retiraba el carnet y se les prohibía tra-
bajar, medidas estas tendientes a cortar la cadena de
contagio. A través de esta referencia queremos seña-
lar la diferencia fundamental entre los higienistas y la
Iglesia, si bien hay una estrategia de segregación la
misma no está acompañada de una condena moral
“cristiana”, sino de un recurso jurídico para preservar
la salud colectiva'1*.
“Los higienistas se contaron entre los primeros
en advertir los riesgos de la pobreza y en otor-
gar la prioridad a la prevención, tanto en el
plano sanitario como en el social. La salud y los
intereses político-económicos de los grupos di-
rigentes requerían de acciones anticipatorias
sobre los grupos populares de la ciudad; de allí,
el disciplinamiento sanitario y moral en que se
ocuparon, usando alternativamente de la per-
suasión y la compulsión” (Recalde, 1997:29)
Fruto de los reclamos higienistas, y de las relacio-
nes que estos tenían con el poder instituido, en 1881
fue creado el Departamento Nacional de Higiene, ten-
diente al control sanitario marítimo. Por otro lado en
1883, el Dr. Ramos Mejía113, después de muchas con-
troversias y resistencias, logró la creación de la Asis-
tencia Pública en la Capital, buscando centralizar y
racionalizar la atención sanitaria en los hospitales y
en clara oposición a la Sociedad de Beneficencia, que
representaba el modelo de caridad privada y discre-
cional, privilegiando el carácter de dádiva y favores
antes que el acceso al derecho.
En una segunda etapa, durante la década de 1890,
el pensamiento higienista fue atravesado por otras
matrices de pensamiento, el socialismo y el catolicis-
mo social, lo cual le imprimió características diversifi-
cadas. La preocupación central, ya casi controladas
las epidemias, giró en torno a las enfermedades in-
fecto- contagiosas, ligada a las condiciones de vida de
los sectores populares.
"Ante estos problemas se diseñó una estrategia,
que se refleja en las ordenanzas municipales,
asentada sobre tres tipos de acciones relaciona-
das entre sí: la denuncia obligatoria, el aisla-
miento y la desinfección; el propósito, que sólo
se alcanzó muy parcialmente, era la detección
rápida de los casos a fin de cortar la cadena del
contagio. "(Recalde, 1997:50)
Este período estuvo marcado de un fuerte regla-
mentismo, de tal modo que la policía se convirtió en
un auxiliar de las actividades de los médicos. La Asis-
tencia Pública de la Capital en 1890, dividía su aten-
ción en la asistencia médica hospitalaria y domicilia-
ria, y en la prevención de enfermedades infecto-
contagiosas para lo cual se mantenía la vigilancia del
ejercicio de la prostitución, la vacunación antirrábica
y la vacunación anti-variólica, además de inspeccio-
nar los servicios de higiene pública y la higiene urba-
na. En este último sentido, se llevaron adelante dife-
rentes mejoras en el saneamiento urbano. En 1893 la
Asistencia Pública fue reorganizada en la Dirección
General de Administración Sanitaria y Asistencia Pú-
blica, complejizando su intervención tanto a nivel de
atención sanitaria en hospitales y a domicilio como a
través de la profilaxis y la higiene urbana.
La Asistencia Pública de la Capital privilegió la aten-
ción médico-hospitalaria, quedando muchos de los
otros servicios asistenciales en manos de la Iglesia y
la Sociedad de Beneficencia, con quienes los higienis-
tas mantuvieron un permanente conflicto.
Al mismo tiempo encontramos un creciente interés
por racionalizar y clasificar la pobreza. Ya desde me-
diados del siglo XIX apareció la figura del “pobre ver-
gonzante”, considerado como el empobrecido, legíti-
mo cliente de la asistencia, es el pobre “bueno”, el
recuperable. Por otro lado, también surgió el “falso
pobre”, -levantado principalmente por aquellos que
criticaban la beneficencia como institución paternalis-
ta-, es aquel que se aprovecha de su situación de po-
breza queriendo vivir a costa de los demás. Este afán
clasificatorio planteó la necesidad de determinar la
población legítima de la asistencia, es así como se
instauran los “certificados de pobreza” que acredita-
ban la situación del usuario y lo habilitaban a recibir
atención sanitaria gratuita. Esta organización se re-
monta a 1872, anterior a la creación de la Asistencia
Pública, donde se reglamentó que para recibir aten-
ción gratuita en hospitales era necesario ser “pobre
de solemnidad”, acreditando dicha condición median-
te certificado de
Autoridad competente. En el Reglamento de los Hos-
pitales de Hombres de 1884, se hacía la distinción en-
tre dos tipos de enfermos: los pobres y los pensionis-
tas, estos últimos debían pagar un arancel diario por
día de internación y para el acceso gratuito era nece-
sario contar con el certificado de pobreza. Asimismo
cuando se organizó la Asistencia Pública a domicilio
ésta estaba destinada exclusivamente a personas po-
bres. Además de la atención hospitalaria y domicilia-
ria, tenían derecho a la provisión gratuita de medica-
mentos, para lo cual debían inscribirse en el Registro
de Pobres de Solemnidad, mientras que los pobres
debían pagar tanto la atención médica como los me-
dicamentos.
“Una Ordenanza del 12 de noviembre de 1902
definía dos categorías de pobres: 'Son pobres de
solemnidad los enfermos que carezcan de todo
recurso y son simplemente pobres los enfermos
que aptos aún para el trabajo, posean algún re-
curso propio o reciben auxilio de sus familias,
de sociedades o particulares ’.” (Tenti, 1989:42)
De este modo la pobreza era legalizada e institucio-
nalizada, procurando con esta actividad detectar los
“falsos” pobres. La concesión de los certificados de
pobreza, como parte del clientelismo político así como
el aumento de la demanda de atención, que no se li-
mitaba a quienes vivían en la Capital Federal hizo que
en 1921 fueran suprimidos, eliminándose de este
modo el carácter limitativo del servicio médico e ini-
ciando una etapa de servicio universal y gratuito.
A partir de comienzo de siglo, se privilegió el carác-
ter preventivo de las acciones sanitarias, a través de
medidas de profilaxis sanitaria y social, en tomo a la
higiene industrial y las denominadas plagas sociales
"las enfermedades de transmisión sexual, el alcoho-
lismo y la tuberculosis pulmonar”.
Estas tres enfermedades, denominadas enfermeda-
des sociales, concentraron la atención de los higienis-
tas; en las mismas los factores sociales jugaban un
papel fundamental, sea como factores que predispo-
nen a las mismas o en las dificultades de tratamiento
y recuperación del enfermo, así como en las conse-
cuencias para el individuo, la familia y la sociedad.
Esto motivó que los reclamos no quedaran reducidos
al aspecto médico, sino que se dirigieran a la totali-
dad de la vida social y se redamara la intervención
del Estado.
“Los criterios morales de la época, por su parte,
recomendaban suprimir ‘las incitaciones al vicio
’, en este sentido las prostitutas y los ebrios,
cuyos males se atribuían en gran medida a fa-
llas de voluntad, debían ser sacados de la vista
pública. El aislamiento forzoso de rameras. Tísi-
cos y borrachos -en prostíbulos, hospitales sub-
urbanos y asilo para alcohólicos- fue el corolario
de esta actitud. Por otra parte, el enclaustra-
miento tenía una función profiláctica, ya que los
recursos terapéuticos eran mínimos. De esta
manera la policía se convirtió en un auxiliar de
la higiene”. (Recalde, 1997:36)
En 1899 se creó la Sociedad Luz, fundada por mili-
tantes socialistas y con el objetivo de divulgar los
principios higienistas entre las clases obreras. En
1901 fue constituida la Liga Argentina contra la Tu-
berculosis, una entidad privada que intentó ser el
centro de irradiación de la lucha antituberculosa, al-
canzando escasos resultados, la creación de algunos
dispensarios y hospitales para tuberculosos, princi-
palmente por la carencia de recursos. En 1903 se
creó la Liga Argentina contra el Alcoholismo, donde
los socialistas tuvieron una activa participación, prin-
cipalmente por que el alcoholismo se presentaba en
forma aguda y crónica entre los trabajadores.
“...los católicos reclamaron el descanso domini-
cal para permitir el cumplimiento de las obliga-
ciones religiosas; en una lectura política, era un
intento de reforzar su declinante influencia so-
bre los sectores populares urbanos. Los socialis-
tas, por su parte, esperaban que el paréntesis
laboral permitiera ‘el esclarecimiento’ de los
trabajadores, en sus centros y bibliotecas. La
taberna, acaparaba al elemento proletario, frus-
traba estas expectativas, por lo que combatir el
alcoholismo era trabajar por la emancipación
obrera. ” (Recalde, 1997:260)
En este sentido los higienistas fueron fervientes
promotores de formas de divulgación y de educación
popular, vulgarizando los conocimientos higiénicos,
en tomo a la educación sexual, puericultura y profila-
xis antialcohólica y antituberculosa, -debiendo enfren-
tarse en muchos casos a la Iglesia-, pero entendiendo
que esta era una forma de mejorar las condiciones de
vida de los pobres y trabajadores, dado que dichas
enfermedades eran evitables.
Tanto desde el Departamento Nacional de Higiene
como desde el Departamento Nacional de Trabajo
(creado en 1907), los médicos realizaban inspeccio-
nes en los establecimientos industriales. Complemen-
tados también por las actividades del Patronato de la
Infancia, creado para vigilar las condiciones en que
trabajaban los niños. Los higienistas demandaron en
todo momento una legislación laboral que regulara el
trabajo de mujeres y niños, la jornada de trabajo y
las condiciones de higiene y seguridad, y en este sen-
tido, uniéndose en sus reclamos a su histórico rival, la
Iglesia.
En 1912, fue presentado un proyecto de ley con la
intención de crear un fondo permanente de subsidios,
tendiente a organizar la intervención del Estado en el
campo asistencial, y asegurando el derecho y la obli-
gación de la asistencia, siendo fuertemente criticado
por sectores del gobierno que defendían la beneficen-
cia. A todo lo largo de la década de 1910, se realiza-
ron numerosas discusiones sobre la necesidad de una
Asistencia Pública, que dejara de ser contingente y li-
gada al beneplácito de las damas de la elite porteña y
que tuviera como características la obligatoriedad, la
permanencia, la racionalización y la eficiencia. Las
tentativas de crear un organismo de la administración
central, ministerio o dirección general, que atendiera
a la higiene y la asistencia social, en un sentido ex-
tenso y no restricto, estuvieron presentes hasta
inicios de la década del 30, encontrando siempre opo-
sición de una parte del poder político y económico
que justificaba la estrategia de la caridad privada, si
bien con subsidios del Estado.
El pensamiento de los médicos higienistas apuntaba
a una crítica a la beneficencia, como estrategia inefi-
ciente para la atención de los nuevos actores sociales
que el desarrollo del capitalismo en el país estaba ge-
nerando, además “de favorecer con su acción pater-
nalista, asistemática e indiscriminada, la indigencia y
la vagancia” (Grassi, 1989:42).
Sus reclamos dirigidos a la intervención directa y
planificada del Estado, promovían nuevas formas de
control y se basaban en la necesidad de un saber es-
pecífico y racional, apuntando a la moralización y res-
tauración de la vida familiar de los sectores popula-
res. Es así como rechazaban el trabajo femenino,
aduciendo que la obligación de la madre era estar con
sus hijos, o en todo caso, proponían formas que per-
mitieran compatibilizar sus funciones laborales y ma-
ternales.
El crecimiento de enfermedades como la tubercu-
losis, el paludismo, infecto-contagiosas en general y
el crecimiento de la mortalidad infantil, hizo que los
médicos higienistas se convirtieran en la vanguardia
reclamando medidas de intervención ante la cuestión
social. Sus propuestas no se limitaron al campo de la
higiene pública y el control sanitario, sino que tras-
cendieron hacia la intervención en diferentes aspectos
de la vida social y de la dinámica de las familias po-
bres.
“Higienistas y filántropos asistencialistas se
propusieron difundir la higiene entre los pobres:
miseria, pero con limpieza, parecía ser el lema.
Y desde entonces, hasta hoy, se cristalizó el
prejuicio de que los pobres ‘son sucios además
de 'inmorales y haraganes'. Casa limpia, casa-
miento en regla y contracción al trabajo: he aquí
la síntesis para construir el modelo de familia
obrera que se necesitaba para la consolidación
del capitalismo. ” (Grassi, 1987:55)
Si el ejercicio de la beneficencia tenía un carácter
negativo, - basado en el control represivo, el aisla-
miento, la inmoralidad como causa de la pobreza-, el
nuevo modelo asistencial comienza a tener un sentido
positivo, apuntando al disciplinamiento y reproduc-
ción de la fuerza de trabajo, privilegiando una estra-
tegia preventiva antes que represiva.
“La ciudad fue el objeto fundamental de las
preocupaciones higienistas y la medicalización
del espacio urbano la principal de sus recetas.
Caracterizada por su gran amplitud, su propues-
ta excedió en mucho lo específicamente médico
para proyectarse al campo económico, político y
social. Junto al saneamiento ambiental, organi-
zaron el control sanitario de los alimentos, la
profilaxis de las enfermedades infecto-
contagiosas y la asistencia a los pobres". (Re-
calde, 1997:28)
Otra de las preocupaciones permanentes de los hi-
gienistas fue la vivienda; el alto grado de hacinamien-
to y la falta de condiciones de salubridad e higiene,
hacía de las viviendas obreras, especialmente los
conventillos, focos irradiadores de contagio de distin-
tas enfermedades, además de llevar a los niños a la
calle y a los trabajadores al alcoholismo. En este sen-
tido promovieron medidas de control sanitario de las
viviendas, con la denuncia obligatoria y la desinfec-
ción de las mismas en caso de ser detectadas enfer-
medades, al mismo tiempo que se demandaba una
política habitacional, que permitiera una vivienda po-
pular, barata e higiénica.
Hacia fines de la década del 20, Germinal Rodríguez
creó el Servicio Social Familiar del Municipio de Bue-
nos Aires, cuya finalidad era “asegurar la situación de
las familias y proporcionarle los medios de asistencia
pública y social que los aleje de las consecuencias
que su estado de indigencia o miseria pueda aca-
rrearle "(Tenti, 1989:44). Asimismo, para realizar es-
ta tarea se creó el curso de Visitadoras de Higiene
Social, en las universidades nacionales y se acentúo
el carácter “científico” y especializado para atender a
la cuestión social. Ahora la pobreza era tipificada en-
tre: el pobre (aquel que tiene el deseo moral de salir
de su situación), el miserable (aquellos que se en-
cuentran satisfechos en su situación) indigente (el
empobrecido, el pobre transitorio). En base a este
conocimiento “científico” necesario a la asistencia so-
cial tecnificada, se direccionaba la ayuda y los recur-
sos; para aquellos que su situación de pobreza era
transitoria o no deseada, se entendía que iban a rea-
lizar un buen aprovechamiento de los recursos mate-
riales, mientras que para los otros individuos era ne-
cesaria una regeneración moral antes que la ayuda
material.
En síntesis podemos señalar que los médicos higie-
nistas reclamaron por una amplia intervención del Es-
tado en diferentes cuestiones: en el saneamiento am-
biental; en la resolución de los problemas de vivienda
popular; en las propuestas de legislación obrera ante
el impacto de las condiciones de trabajo sobre la sa-
lud de los trabajadores; en el impulso al desarrollo de
la asistencia estatal, ante diferentes contingencias y
necesidades, así como la posibilidad de universalizar
la atención a través de la creación del seguro social.
Los reclamos de los médicos higienistas recibieron
respuestas parciales y fue en la década del 30, pro-
ducto de las consecuencias de la crisis del 29 y del
crecimiento migratorio interno, que el Estado comen-
zó a tomar algunas iniciativas más sistemáticas en re-
lación a la asistencia social pública.
2.2.2. El Catolicismo Social
La intervención de la Iglesia Católica ante la cues-
tión social estuvo sumamente ligada a las relaciones -
y sobre todo los conflictos- con el Estado, así como a
los cambios sociales que desde fines del siglo pasado
comenzaron a producirse en la Argentina.
Los conflictos entre el Estado y la Iglesia se remon-
tan a los inicios del siglo XIX, durante la época de las
luchas de la independencia, tanto por la fuerte in-
fluencia liberal que la nueva clase gobernante poseía,
como por la negativa del Vaticano de reconocer la in-
dependencia del dominio español, situación que -
como hemos analizado- se agudizó durante la década
de 1820, con los intentos de secularización de Riva-
davia, siendo un claro ejemplo de ello la fundación de
la Sociedad de Beneficencia .
El catolicismo social representa una corriente que
proclama los ideales social-cristianos sustentados por
la Iglesia Católica, apuntando a una activa participa-
ción de sus fieles tanto en el terreno político como so-
cial y con la preocupación de recuperar una posición
hegemónica en el contexto nacional. Su visibilidad la
podemos ubicar a partir de mediados del siglo XIX.
La convocatoria a una acción interventiva de la
Iglesia fue realizada por Félix Frías, periodista quien
en su exilio en Europa - especialmente en París entre
1848 y 1855-, había vivenciado el avance de las ideas
liberales, así como el desarrollo del movimiento obre-
ro. A su regreso a Buenos Aires fundó el periódico “El
Orden” en 1858, - el cual se sumaba al periódico ca-
tólico “La Religión” fundado en 1853 por sacerdotes-,
desde donde desarrolló tanto su ataque contra el libe-
ralismo y el socialismo, como también un llamado a
legitimar la caridad privada, lógicamente católica,
como la única estrategia válida para mantener el or-
den y evitar las revoluciones.
“SU pensamiento se nutrió de la tradición católi-
ca, las ideas de los filósofos reaccionarios y el
testimonio de liberales ‘arrepentidos fuentes
que transcribe extensamente (...) Partidario de
una libertad ‘limitada y moderada ', se alarmó
ante las peligrosas consecuencias que atribuía a
las revoluciones. La primera necesidad era man-
tener el orden social, para lo cual consideraba
imprescindible fortalecer el principio de autori-
dad” (Recalde, 1991:12)
Durante su estadía en Francia, Frías había entrado
en contacto con algunas de las formas organizaciona-
les que el catolicismo europeo había generado ante la
ofensiva liberal y socialista, razón por la cual impulsó
tanto la creación de las Conferencias de San Vicente
de Paul, como la instalación de congregaciones reli-
giosas hospitalarias en nuestro país.
De este modo, en 1859 se funda la Primera Confe-
rencia Argentina de la Sociedad de San Vicente de
Paul, una asociación laica que reunía hombres en to-
mo al pensamiento católico y promoviendo una inter-
vención con los sectores más pobres. Estas socieda-
des, que representan la vertiente francesa del catoli-
cismo social, se basaban en el pensamiento de eco-
nomistas social-cristianos como de Coux, Le Play y
Lacordaire y tomaron forma en la organización de las
“Conferencias de Caridad” fundadas por Federico
Ozanam. Passanante define claramente la función de
los vicentinos:
“...realizan una labor silenciosa y continuada:
ellos mismos van a las casas de los más necesi-
tados a entregar los bonos y a llevarles la ayuda
material y moral necesaria.” (1987:41)
En 1864 se crean las Conferencias de Señoras de
San Vicente de Paul, con iguales características, si
bien las mismas desarrollaron una actividad intensa
dentro del campo asistencial, fundando asilos, escue-
las, talleres, dispensarios, etc. Y al igual que la Socie-
dad de Beneficencia con subsidios de parte del Esta-
do.
Muy a pesar de la prédica de Félix Frías y de la ac-
ción de las conferencias vicentinas, la religión no
constituyó un determinante de conductas políticas o
sociales hasta el último tercio del siglo XIX; si bien
habían aparecido algunos nuevos periódicos católicos
y se habían extendido algunas de sus organizaciones.
Dos historiadores describen el papel de la religión
durante este período de la siguiente manera: “Más
bien el factor religioso aparecía como un elemento
cultural, ajeno a los enfrentamientos políticos e ideo-
lógicos "(Sonena, 1989:64); agregando al respecto
Auza: “Más aún, no existía, prácticamente, una labor
de laicos católicos, los cuales se reducían a vivir los
principios de su fe en el refugio del hogar, proyectán-
dolos exclusivamente sobre su conducta particular ”
(1981:16).
Fue el ideario liberal que guió a la Generación del
Ochenta el que generó una serie de conflictos con la
Iglesia y produjo una reacción de parte del laicado.
Tanto el proceso de secularización, la subordinación
de los tribunales eclesiásticos a los civiles, el matri-
monio civil, la libertad de cultos, el laicismo en la en-
señanza, la secularización de los cementerios, fueron
algunos de los detonantes de este proceso de separa-
ción entre la Iglesia y el Estado .
“En sus posiciones militantes más extremas, el
liberalismo asume marcados tintes anticlerica-
les, ya que visualiza a la Iglesia y a la religión
católica como rémoras del pasado y enemigas
del progreso.” (Soneira, 1989:63)
Ante esto, en 1883 se crea la Asociación Católica de
Buenos Aires, formada por la nueva generación de jó-
venes católicos ligados a la generación del 80, con
una intensa participación en el terreno político y ejer-
ciendo su presidencia José Manuel Estrada. Dicha
Asociación convocó al Primer Congreso de Católicos
Argentinos, realizado en 1884, el cual sentó las bases
del catolicismo social en la Argentina. Reveladora-
mente, ni este ni ninguno de los posteriores congre-
sos fueron convocados por las autoridades eclesiásti-
cas, si bien con la aprobación de la Iglesia, su organi-
zación y convocatoria fue realizado por católicos lai-
cos. Este primer congreso es sumamente significati-
vo, en primer lugar porque el mismo ocurrió dos años
después de celebrarse el Congreso Pedagógico Nacio-
nal que sentó las bases de la ley 1420 sobre la edu-
cación pública y laica, sancionada un mes antes de la
realización del congreso católico. Además, porque las
resoluciones del mismo constituyeron una convocato-
ria y una programática al protagonismo de los católi-
cos en las distintas esferas de la vida política y social.
“Esto explica que el catolicismo emprendiera su
lucha en varios frentes simultáneos: tantos co-
mo los que sobre él se lanzaron o en los cuales
se desconocía su presencia. Política, legislación
social, problemas obreros, cuestiones educati-
vas, medios de comunicación, universidad, ju-
ventud, ignorancia religiosa, son algunos de los
sectores sobre los cuales actuó. Hay en todos
ellos una réplica cristiana. Réplica al laicismo,
réplica a la universidad cientificista, réplica al
socialismo, a la ignorancia religiosa, a la cues-
tión obrera, al periodismo indiferente o anticris-
tiano, dando forma a las corrientes sociales del
catolicismo argentino, otorgándole una nueva
dimensión. ” (Auza, 1984:25)
Las resoluciones del congreso convocaban a los ca-
tólicos argentinos a una activa participación en la vida
política, a la creación y fomento de escuelas católicas,
a la creación de escuelas de arte y oficios, a la orga-
nización de talleres obreros, agencias para desocupa-
dos y círculos parroquiales de obreros, así como el
fomento de la prensa católica. Más allá de lo extenso
de la propuesta y del hecho que muchas de las mis-
mas sólo se concretizaron muchos años después de
planteadas, la presencia de la preocupación sobre la
cuestión social tuvo un carácter anticipatorio.
Dentro del desarrollo del catolicismo social durante
el período de 1880 a 1930, Auza distingue dos etapas
principales: una política desde 1880 a 1921 y otra so-
cial desde 1892 a 1930 (1984:26). La respuesta in-
mediata a la participación política fue la conformación
del partido Unión Católica, que se presentó en las
elecciones de 1886, obteniendo escasos resultados y
siendo luego abandonado. Pese a otros intentos reali-
zados posteriormente, los católicos pasaron a desa-
rrollar su militancia en los partidos existentes.
Asimismo, si bien la Iglesia venía desarrollando una
intensa prédica contra el liberalismo y el socialismo,
fue en 1891 con la encíclica “Rerum Novarum” de
León XIII que se reivindica el derecho de la Iglesia a
intervenir ante la cuestión social, sentando de esta
forma las bases de la denominada Doctrina Social de
la Iglesia.
“Parte de una disciplinada organización interna-
cional, la Iglesia trasladó a nuestro medio las
orientaciones que para enfrentar a los proble-
mas sociales formulaba el Papado. En tal senti-
do, fue de fundamental importancia la encíclica
Rerum Novarum, dada por León XIII en 1891,
que tuvo entre nosotros una gran difusión,
constituyendo la matriz de la acción social de
los católicos argentinos. La labor de éstos estu-
vo guiada por una preocupación central: preser-
var al orden social de conmociones revoluciona-
rias; de aquí derivaron dos orientaciones bási-
cas: contrarrestar la creciente influencia de los
socialistas y anarquistas entre los obreros y
promover la intervención del estado, mediante
una legislación laboral que resolviera los pro-
blemas más irritantes que afectaban a los traba-
jadores”. (Recalde, 1985:19-20)
La convocatoria realizada por el congreso a una
participación activa con la clase obrera, -
principalmente ante el desarrollo y organización que
la misma estaba teniendo guiada por anarquistas y
socialistas-, se concretizó en 1892, cuando el sacer-
dote redentorista alemán Federico Grote funda los
Círculos de Obreros. Esta constituye la vertiente ale-
mana que nutrió el catolicismo social argentino; liga-
da a obispos y sacerdotes “sociales” que a lo largo del
siglo XIX, se preocupaban por la cuestión social, llega
a nuestro país a través del Padre Grote en un mo-
mento en que Alemania estaba expulsando a nume-
rosas órdenes religiosas.
Los Círculos Obreros tenían como finalidad la pro-
moción del bienestar material y espiritual de los obre-
ros. A diferencia de los sindicatos, estos fueron pen-
sados por Grote con una estructura mixta, no reuni-
dos por categoría profesional y con la participación
tanto de obreros como de patrones, con un fuerte ca-
rácter mutualista y de socorro mutuo. La provisión de
servicios fue la estrategia elegida para incrementar
las afiliaciones, en un momento en que la Iglesia se
encontraba sumamente alejada de las clases popula-
res y que el pensamiento anarquista y socialista,
principalmente traído por los inmigrantes europeos,
comenzaba a ser el dominante en estos sectores. Si
bien para la afiliación no era requisito el ejercicio de
actividades religiosas, dentro de los Círculos había un
director espiritual quien se dedicaba a la prédica y la
catequización de los obreros. Los círculos desarrolla-
ron una intensiva actividad durante la última década
del siglo pasado y la primera del presente, confor-
mando en 1895 la Federación de los Círculos Obreros
y realizando congresos nacionales en 1898, 1904,
1906, 1908, 1910 y 1916. Recalde sintetiza la labor
desarrollada por los círculos de la siguiente forma:
En lo interno, desarrollaron una actividad
ideológica, tendiente a formar cuadros capaces
de neutralizar las influencias anarquistas y so-
cialistas en el movimiento obrero; al mismo
tiempo desarrollaron actividades mutuales y de
recreo, que debían estar subordinadas ‘al afán
de procurar su mejoramiento moral y de realizar
el supremo ideal de los Círculos, ideal que no es
otro que el de reformar y restaurar con la virtud
de la doctrina y la gracia de Cristo, el capital y el
trabajo, desorganizados y desquiciados por el
liberalismo', según establecía su reglamento.
Hacia el exterior, la consigna de los círculos fue
‘ganar la calle’, disputando a las ideas radicales
la orientación del elemento trabajado; al mismo
tiempo requirieron de las autoridades su inter-
vención en las cuestiones del trabajo, tutelando
los derechos de los asalariados, mediante la
promulgación de una legislación laboral. ”
(1991:26-27)
Por otro lado en 1897 se constituyó el Círculo Uni-
versitario Antisocialista, respuesta de la Iglesia en el
plano ideológico ante el
Avance de las corrientes socialistas y anarquistas,
que en 1902 se transformó en la Liga Democrática
Cristiana, apuntando tanto a la creación de círculos
de estudios sociales como a la agremiación de los
obreros. Complementando la labor desarrollada por
los Círculos Obreros, dirigida especialmente a brindar
servicios médicos, farmacéuticos y complementos en
caso de enfermedad o muerte, la Liga intentó organi-
zar sindicatos hegemonizados por católicos, obte-
niendo escasos resultados siendo el más importante
el Sindicato Argentino de Obreros del Puerto,
reuniendo alrededor de 2400 estibadores pero desa-
rrollando una actividad muy limitada, fundamental-
mente entre 1902 y 1907, siendo disuelto en 1910.
Cabe señalar, por otra parte, que en muchos casos
los afiliados a los Círculos Obreros actuaron como
“rompehuelgas”, principalmente durante las huelgas
de 1901 y 1902 en varios de los grandes conflictos de
los trabajadores portuarios, con lo cual ganaron el
apelativo de “cameros” y un marcado rechazo de par-
te de los trabajadores sindicalizados. Asimismo, la Li-
ga Democrática Cristiana se oponía a este tipo de es-
trategia utilizada por los círculos, lo cual generó con-
flictos al interior de los católicos. Recordemos tam-
bién, que como consecuencia de las huelgas de co-
mienzo de siglo, fue promulgada la Ley de Residencia,
que permitía la deportación de inmigrantes que ac-
tuaban como agitadores sociales.
Una de las características que atraviesa la acción de
los católicos sociales, ya presente en el Primer Con-
greso de Católicos de 1884 y luego intensificada por
la labor de los Círculos Obreros, la Liga Democrática
Cristiana y posteriormente por la Liga Social Argenti-
na, fue el reclamo permanente al Estado por una le-
gislación obrera, que regulara las relaciones entre el
capital y el trabajo, haciendo hincapié en la respon-
sabilidad de los patrones sobre los trabajadores, pro-
poniendo una tutela de tipo paternal, además de de-
nunciar las condiciones de trabajo y de vida del cre-
ciente proletariado argentino. Los reclamos sobre el
descanso dominical y otros feriados católicos se re-
montan a la década de 1870, agregándose luego re-
clamos sobre la regulación del trabajo de mujeres y
niños, jomada de trabajo, servicios sociales, etc.
Cuando en 1904, Joaquín V. González redactó el
proyecto de Ley Nacional de Trabajo, el mismo recibió
un sustancial apoyo de los católicos, si bien de parte
de los liberales y los socialistas y anarquistas recibió
el más fuerte rechazo. Los primeros, por considerar
que atentaba contra la libertad de trabajo, y los se-
gundos porque dicha legislación limitaba los derechos
de los trabajadores. De hecho el mencionado proyec-
to no fue aprobado, lográndose sólo una legislación
sobre cuestiones puntuales de forma lenta y progresi-
va. De todos modos, el catolicismo continuó con una
intensa actividad reclamando una legislación laboral y
enfrentando al Estado, que sólo privilegiaba la repre-
sión como forma de regulación social.
A partir de 1890, se fue produciendo un paulatino
acercamiento entre la Iglesia y el Estado, si bien la
primera no abandonó su ofensiva ante el liberalismo,
el Estado fue perdiendo su posición de ortodoxia libe-
ral. Un ejemplo de ello es que en 1902, fue presenta-
do un proyecto de ley sobre divorcio vincular y ante
las presiones de los católicos, el mismo no fue apro-
bado. De algún modo, el proceso de secularización se
detuvo con las leyes originadas en la década de 1880
y, Estado e Iglesia fueron constituyéndose en una
alianza en defensa de las relaciones sociales vigentes.
A partir de entonces, los reclamos de separación en-
tre Estado e Iglesia y la defensa de la secularización
pasaron a ser una bandera de los socialistas.
Dentro de las distintas organizaciones que la Iglesia
fue generando podemos mencionar: la “Asociación
Conservación de la Fe”, fundada en 1901 como res-
puesta al crecimiento del protestantismo, -ante la ex-
pansión de las “Escuelas e Institutos Filantrópicos Ar-
gentinos”, fundados en 1898 y dirigidos por el pastor
William Morris-, desarrollando actividades asistencia-
les y creando escuelas y talleres. Cabe destacar que
ambas instituciones contaron con el financiamiento
estatal para sus acciones asistenciales. En 1902 se
fundó la “Liga de Protección de las Jóvenes Obreras”,
apuntando a dar albergue a mujeres entre 15 y 35
años, principalmente inmigrantes, las cuales eran en-
trenadas para ser colocadas en el servicio doméstico.
En 1903 y 1906, se desarrollaron el Primer y Se-
gundo Congreso Terciario Franciscano, retomando al-
gunas de las preocupaciones levantadas en el congre-
so de 1884. En 1907, Emilio Lamarca, convocó al Se-
gundo Congreso de los Católicos Argentinos, cuando
el enfrentamiento hacia el liberalismo ya había dismi-
nuido y la mayor preocupación constituía el avance
del comunismo, el socialismo y el anarquismo. Como
consecuencia de dicho congreso se resuelve instar al
gobierno para que incorpore la educación católica en
las escuelas públicas, fomentar la creación de los
círculos obreros y la promulgación de una legislación
laboral, además de la creación de gremios católicos y
círculos de estudios sobre la cuestión social. En 1908,
se convocó al Tercer Congreso de los Católicos Argen-
tinos, siendo el resultado más significativo del mismo,
la creación de la Liga Social Argentina.
La Liga Social Argentina, se basaba en el modelo
organizativo del laicado alemán, Wolksverein, propo-
niendo un triple campo de acción: acción religiosa,
acción política y acción social. Entendiendo que la
primera de dichas acciones correspondía directamen-
te a la jerarquía eclesiástica y que las otras dos eran
de fundamental intervención de los laicos. La Liga So-
cial, realizó una intensa labor a nivel de adoctrina-
miento y formación de militantes católicos sobre la
cuestión social, creación de cooperativas y bibliotecas
sociales, siendo disuelta en 1919 por orden del arzo-
bispado de Buenos Aires.
Además de las actividades mencionadas, existieron
algunas asociaciones mutuales de inmigrantes, reuni-
das por origen y por su pertenencia a la religión cató-
lica; ejemplos de ello son, la Sociedad Mutual de Ca-
tólicos Franceses, la Sociedad Católica de la Boca y la
Sociedad Católica de Socorros Mutuos de Bell Ville,
Córdoba. También se constituyeron algunos sindica-
tos dirigidos hacia las mujeres trabajadoras: Sindica-
to Católico de Empleadas; Sindicato Católico La Agu-
ja, asociando costureras, bordadoras y zurcidoras;
Sindicato Católico de Obreras de Nueva Pompeya.
La actividad del catolicismo social se manifestó
también en otros congresos como: Primer y Segundo
Congreso de la Juventud
Católica (1908 y 1915), Congreso Pedagógico Católico
(1910), Primer Congreso de la Prensa Católica (1918)
y Primer Congreso de los Católicos Sociales de Améri-
ca (1919).
Una de las preocupaciones tanto de la jerarquía
eclesiástica como del laicado era coordinar las dife-
rentes actividades que los católicos sociales argenti-
nos venían realizando, actividad que fue encomenda-
da a Mons. Miguel de Andrea, quien en 1912 ya se
había hecho cargo de la dirección de los Círculos
Obreros desplazando al Padre Grote. En 1919, se creó
la Unión Popular Católica Argentina, - copiada de la
Unión Popular Católica Italiana-, conformada por tres
ligas: la Liga de Señoras, la Liga de la Juventud y la
Liga Económica- Social. Se eliminó la Liga Social Ar-
gentina y no se consideraron los Círculos Obreros,
que continuaron desarrollando una débil actividad,
centrada únicamente en el mutualismo, hasta su
completa disolución hacia 1921-1922. De algún modo
la Iglesia modificó su estrategia, apuntando a un ma-
yor centralismo eclesiástico y limitando las iniciativas
laicas o realizando una estricta supervisión.
En 1919 se convocó al Primer Congreso Latinoame-
ricano de Católicos Sociales, con el fin de tratar la or-
ganización profesional obrera. Las resoluciones del
Congreso se basaban, entre otros, en los siguientes
principios: el derecho de los obreros de asociarse pa-
ra defender sus intereses y ser reconocidos por el Es-
tado; participación de los sindicatos católicos en los
organismos oficiales; priorizar la cultura, mutualidad
y cooperación; derecho de los sindicatos a reclamar
leyes que atiendan a la jomada de trabajo, descanso
dominical, salario mínimo, salud, enfermedad, vejez e
invalidez, asimismo declarándose contrarios a todo ti-
po de organizaciones obreras anarquistas, socialistas
o sindicalistas directas .
Como consecuencia de este Congreso, en 1921
Monseñor de Andrea continuó la organización de aso-
ciaciones gremiales femeninas, como el Sindicato Ca-
tólico de Maestras y las Asociaciones Católicas de
Empleadas. Durante la década de 1920, se promovie-
ron la creación de cursos de cultura católica, cursos
para la formación cultural y religiosa de la mujer, se
fundó la revista “Criterio” -revista cultural de inspira-
ción católica-, el Ateneo de la Juventud y el Consorcio
de Médicos Católicos.
En síntesis podemos señalar, que el catolicismo so-
cial argentino, se constituyó en una considerable
fuerza social, teniendo como una de sus principales
características la fuerte participación del laicado, he-
cho que cambió de rumbo a partir de la década de
1920, cuando la Iglesia decidió centralizar las activi-
dades católicas. La diversidad de sus organizaciones y
actividades apuntaron a actuar en tres niveles: el
adoctrinamiento y fortalecimiento ideológico de los
militantes católicos, sea a través de los círculos de
estudios, la prensa católica, las conferencias, etc.,
combatiendo vehementemente el liberalismo y el so-
cialismo. Un segundo nivel de actividades apuntó a la
participación política, ya sea mediante la creación de
partidos políticos católicos o de sindicatos dirigidos
por católicos, ambas propuestas no fructificaron. Por
último, una intervención a nivel asistencial, dando
respuesta a las múltiples manifestaciones de la cues-
tión social, sea a través de las organizaciones laicas o
de congregaciones religiosas.
Es claro que las acciones desarrolladas por el “cato-
licismo social” argentino, se inscriben dentro del pen-
samiento conservador reformista; ante la propuesta
liberal de “orden y progreso” de la Generación del
Ochenta, los católicos levantaron la propuesta de “or-
den y paz”. En una clara justificación de las relaciones
sociales existentes, procuraron en todo momento la
armonización de las relaciones entre el capital y el
trabajo, evitando el conflicto y asegurando los dere-
chos del capitalismo.
La intervención de la Iglesia argentina, se sustentó
en los principios de la encíclica Rerum Novarum, que
Recalde sintetiza de la siguiente forma:
“Frente al socialismo, la encíclica formula la
propuesta católica, que se asienta sobre ciertos
presupuestos básicos: 1. La desigualdad entre
los hombres es de origen natural y, en conse-
cuencia, inevitable; 2. El sufrir y padecer es in-
herente a la condición humana y nunca podrá
desarraigarse por completo; 3. La vida presente
sólo es un tránsito hacia la verdadera vida, pos-
terior a la muerte física; 4. Las clases sociales
no son por su naturaleza enemigas, sino que se
requieren y complementan, siendo posible y
deseable su concordancia. Sobre estas bases se
definen los mutuos deberes de los proletarios y
patronos. ” (1985:67)
La estrategia ideológico-política de la Iglesia apuntó
a recuperar su hegemonía en el escenario nacional,
con una activa participación de los católicos sociales,
con lo cual terminó legitimando el modelo de explota-
ción y buscando soluciones a través de una reforma
de tipo “individual” y “familiar” ante las contradiccio-
nes del sistema.
2.2.3. El movimiento obrero
El último movimiento está marcado por el desarrollo
y la organización de los obreros. Las políticas de
aliento a la inmigración europea y un rudimentario
desarrollo industrial urbano bajo el amparo del mode-
lo agroexportador se encuentran en la base del sindi-
calismo argentino.
A fines de 1850 y hasta 1890 se crearon numerosas
mutualidades y sindicatos. En su origen estas asocia-
ciones obreras tuvieron un carácter mutualista res-
pondiendo principalmente ante algunas contingencias
tales como accidentes de trabajo, enfermedad y
muerte. Ya en 1878 se fundó el primer sindicato con
un sentido moderno, la Unión tipográfica, producién-
dose poco tiempo después la primera huelga, recla-
mando por mejoras salariales y reducción de la joma-
da de trabajo. A partir de allí se sucedieron tanto la
creación de diversas organizaciones sindícales como
un número creciente de huelgas reclamando estas
reivindicaciones.
En 1882 se creó el Club Vorwárts por exiliados ale-
manes quienes enviaron un representante al Congre-
so Internacional
Socialista de París en 1889. Producto de las resolu-
ciones de este congreso, se fundó el Comité Obrero
Internacional conformado por las asociaciones obre-
ras alemana, francesa, italiana, española y argentina.
Este Comité elevó al Congreso Nacional, en 1890 una
solicitud reclamando por una jomada laboral de ocho
horas, prohibición del trabajo infantil, regulación del
trabajo de mujeres, seguros de accidentes de trabajo,
etc.
En 1890 se fundó también la Federación Obrera Ar-
gentina, principalmente integrada por socialistas y se
creó el primer periódico “El Obrero”, dirigido a anali-
zar la situación de la clase trabajadora a la luz del
marxismo. Al poco tiempo la central obrera fue di-
suelta principalmente por los enfrentamientos entre
socialistas y anarquistas.
En 1894 el Dr. Juan B. Justo fundó el Partido Socia-
lista, el cual en lugar de convertirse en un amplio
movimiento obrero fue una alianza entre sectores
profesionales, estratos superiores de la clase obrera y
algunos sectores de pequeños fabricantes.
“Los socialistas argentinos eran hombres de di-
ferente índole a los anarquistas, y pronto fueron
sus enconados rivales por la influencia sobre la
clase obrera. Los socialistas eran hombres mo-
derados, más influidos por el liberalismo y posi-
tivismo burgueses que por el marxismo. ”
(Rock, 1995:246)
Su carácter de rígidos constitucionalistas y de re-
chazo a todo tipo de acción violenta y directa, sobre
todo huelgas, se contraponía a la posición de los
anarquistas que entendían que la huelga general era
el único camino para alcanzar sus reivindicaciones.
De todos modos, los socialistas eran defensores de la
separación entre Estado e Iglesia, promovían el su-
fragio femenino, la legislación sobre el divorcio, la
jomada laboral de ocho horas y un aumento del gasto
en educación primaria.
Al interior del movimiento obrero argentino hubo
tres corrientes fundamentales: los anarquistas que
privilegiaban una acción directa y la huelga general y
que rechazaban la intervención o regulación del Esta-
do en cuestiones laborales; los socialistas, quienes
desarrollaban una actividad gremial y al mismo tiem-
po una actividad política a través del Partido Socialis-
ta, y entendían que sindicatos y partido debían luchar
juntos para obtener mejoras para la clase obrera. Por
último, la corriente del sindicalismo revolucionario o
anarcosindicalismo, que privilegiaba la acción del sin-
dicato para la obtención de beneficios para los obre-
ros. Estas tres corrientes tuvieron entre sí severos
enfrentamientos y un protagonismo e influencia dife-
rencial en la historia del movimiento obrero argen-
tino.
Durante 1901 y 1902 se produjeron importantes y
significativas huelgas que impactaron sobre las clases
dirigentes. Ello motivó la presentación de un proyecto
de ley sobre accidentes de trabajo, el cual recibió la
más cerrada negativa de los sectores patronales,
aduciendo que el Estado no podía entrometerse en la
regulación del capital, no alcanzando su aprobación.
El Estado reforzó su carácter represor ante las cre-
cientes manifestaciones obreras, sancionando en di-
cho año la Ley de Residencia, la cual permitía la de-
portación de los anarquistas y/o agitadores sociales
extranjeros.
Los intentos de legislación obrera presentaron como
constante estas características: el Estado que privile-
giaba sobre todo su papel represor y en algunas oca-
siones intentó legislar sobre pequeños asuntos obre-
ros. Los sectores patronales se opusieron sistemá-
ticamente a toda intervención del Estado en la regu-
lación del capital y el trabajo; mientras que las orga-
nizaciones obreras, especialmente anarquistas, se
opusieron a este tipo de medidas, debido a que las
mismas generalmente limitaban el derecho de asocia-
ción y el derecho de huelga, dado que fueron conce-
bidas por las clases hegemónicas más como instru-
mentos de regulación de conflictos que accesos a de-
rechos constituidos.
Hasta 1910 la mayoría de las huelgas fueron orga-
nizadas por anarquistas quienes en 1904 habían
creado una central obrera anarquista ante la imposi-
bilidad de generar una única central, la Federación
Obrera Regional Argentina (FORA). Por su lado los so-
cialistas habían fundado en 1902 la UGT (Unión Gene-
ral de Trabajadores).
Por otro lado, el Partido Socialista en 1904 ganó
una banca en el congreso, el diputado Alfredo Pala-
cios; desde allí se promovió una serie de legislaciones
obreras: “en 1904 sobre el descanso semanal, en
1907 sobre la reglamentación del trabajo de las mu-
jeres y los niños, en 1912 inspección de los estable-
cimientos industriales y comerciales; durante 1915
sobre los accidentes de trabajo e inembargabilidad de
los sueldos pequeños, en 1933 seguro de maternidad
en 1938 ley de jubilaciones para los empleados de
comercio, asistencia médica escolar e inembargabili-
dad de los instrumentos de trabajo y del ho-
gar”(Levenson, 1996:76).
En 1904, el Ministro del Interior, Joaquín V. Gonzá-
lez, elevó al Congreso un proyecto de Ley Nacional de
Trabajo. El extenso proyecto proponía legislar sobre
diferentes aspectos laborales desde la implementa-
ción de un seguro social, beneficios laborales, regula-
ción de la duración de jomada de trabajo, del trabajo
de mujeres y de niños. Al mismo tiempo, se proponía
legislar sobre la existencia de sindicatos y de conflic-
tos entre el capital y el trabajo, con mecanismos de
control de parte del Estado y limitando el accionar de
los sindicatos, imponiendo multas, ante huelgas, boi-
cot o actos de violencia.
"En cierta manera, el Proyecto de Ley Nacional
del Trabajo era una síntesis de la actitud del es-
tado hacia el movimiento obrero de la época:
reducir y prevenir conflictos a través de sancio-
nar la implementación de beneficios en materia
laboral y de seguridad social, la implementación
de medidas tendientes a obtener un control so-
bre el movimiento sindical, y la eliminación del
anarquismo”. (Isuani, 1985:55)
El proyecto no fue aprobado y sólo se logró la legis-
lación del descanso dominical por gestión del dipu-
tado socialista Palacios. Las huelgas obreras continua-
ron, reclamando principalmente por la duración de la
jomada de trabajo y aumento de salario, las cuales
fueron en todo momento duramente reprimidas por el
Estado. En 1907, fue creado el Departamento Nacio-
nal del Trabajo, que tenía como objetivo la inspección
de los locales industriales y el cumplimiento de las
pocas leyes laborales, así como asesorar al poder Eje-
cutivo sobre legislación laboral. En ese mismo año fue
legislada la regulación del trabajo de mujeres y niños.
Durante 1909 hay un nuevo intento de crear una
única central de trabajadores, fundándose la Confe-
deración Obrera Regional Argentina (CORA), la cual
fue ratificada por los sindicatos pertenecientes a la
UGT y algunos autónomos, pero no por la FORA. De
este modo, quedaron constituidas dos centrales: la
FORA, anarquista y la CORA, con fuerte presencia del
sindicalismo revolucionario. En 1910, año de celebra-
ción del centenario de la revolución de Mayo, las dos
centrales aprovechando la ocasión de los festejos
convocaron a una huelga general; ante el peligro de
que los festejos fueron malogrados por las manifesta-
ciones obreras, el Estado comenzó una ola represiva,
primero declarando el estado de sitio, invadiendo lo-
cales y encarcelando dirigentes, y posteriormente
promulgando la Ley de Defensa Social, la cual venía a
reforzar la Ley de Residencia de 1902. La misma
prohibía el ingreso al país de anarquistas o personas
que profesaran el ataque por medio de la violencia;
prohibía la asociación y organización de grupos anar-
quistas, así como el encarcelamiento y las penas para
aquellos agitadores sociales. Paralelamente hubo pro-
yectos de legislación que apuntaban a regular los
conflictos laborales, ninguno prosperó y prevaleció la
perspectiva represora.
La Ley de Residencia de 1902 y la Ley de Defensa
Social de
1910 implicaron una dura represión hacia el anar-
quismo con invasión de locales, quema de libros y
destrucción de prensa, acompañado de encarcela-
mientos y destierros.
En 1912, ante una huelga de ferroviarios que para-
lizó el país, fue presentado un proyecto de jubilacio-
nes para este sector. Anteriormente en 1904, se ha-
bían establecido las jubilaciones para los empleados
civiles del Estado. El sindicato de los ferroviarios era
uno de los más importantes del país en ese momento.
Este proyecto fue duramente resistido por los traba-
jadores debido a que contenía un artículo por el cual
cualquier trabajador que abandonara su actividad
perdía sus derechos jubilatorios y aportes.
“El beneficio de jubilación era en definitiva es-
grimido por el Estado como instrumento de ne-
gociación para evitar la repetición de huelgas,
que como la de 1912 había mostrado ser capaz
de paralizar el transporte, y en consecuencia,
estrangular la economía agroexportador a".
(Isuani, 1985:90)
Este proyecto resultó sancionado en 1915, pero
nunca fue aplicado, principalmente por la negativa de
las empresas ferroviarias a realizar las contribuciones
correspondientes al beneficio jubilatorio. En 1917 se
produjo una nueva huelga de ferroviarios, ante lo cual
fue presentado otro proyecto de jubilaciones para es-
te sector siendo aprobado en 1919, logrando los tra-
bajadores que se eliminara la cláusula restrictiva al
derecho de huelga.
Cabe señalar que en 1914 tres cuartas partes de la
clase obrera de Buenos Aires eran inmigrantes y su
concentración se daba en el puerto, los ferrocarriles,
los tranvías, servicios públicos, industrias conserva-
doras de carnes y numerosos pequeños talleres.
En 1915 fue sancionada la primer ley sobre acci-
dentes de trabajo, habiendo transcurrido 13 años
desde el primer proyecto presentado al Congreso y
sucediéndose numerosos intentos de legislación al
respecto. Asimismo, en este año, Juan Cafferata, mé-
dico higienista y católico social, presentó un proyecto
de creación de la Caja de Previsión a la Vejez y de
Seguro contra la Invalidez y la Enfermedad. En 1917,
Augusto Bunge, médico higienista y diputado socialis-
ta, presentó un proyecto de ley sobre el Seguro So-
cial Nacional, a través del cual se pretendía universa-
lizar la atención médica y los riesgos sociales, su-
perando la intervención fragmentaria del Estado. Am-
bos proyectos no resultaron aprobados.
Las consecuencias del desarrollo de la Primera Gue-
rra Mundial, produciendo primero un estancamiento
comercial y luego un alto proceso inflacionario, gene-
raron un intensivo movimiento de parte de los obre-
ros. En 1919 estalló una huelga en una empresa me-
talúrgica, duramente reprimida por la policía, resul-
tando varios obreros muertos, así como un policía,
razón por la cual intervino el ejército, desembocando
en una huelga masiva en Buenos Aires. La represión
fue intensa, acusada de una supuesta conspiración
comunista, dejando como saldo 700 muertos, 4000
heridos y unos 5000 detenidos. Este estallido del mo-
vimiento obrero es recordado como “La Semana Trá-
gica”.
Como consecuencia de los hechos de la Semana
Trágica fueron presentados diversos proyectos de le-
yes laborales, sobre el salario mínimo y sobre jubila-
ciones de obreros de empresas de servicios públicos,
así como de regulación de asociaciones profesionales
y contrato colectivo de trabajo. Ante estos últimos in-
tentos de controlar la actividad sindical, la FORA
reaccionó duramente, siendo estos proyectos aban-
donados. Durante 1920- 1921 ante huelgas realiza-
das en la Patagonia, nuevamente intervino el ejército,
reprimiendo y asesinando a los dirigentes.
Al final de la Primera Guerra, algunos sectores del
Partido Socialista, opuestos a las posiciones neutrales
del Comité Ejecutivo, y ante las repercusiones de la
Revolución Bolchevique de 1917 y la creación de la III
Internacional (o Internacional Comunista), se separa-
ron formando el Partido Socialista Internacional y en
1921 se organizaron como Partido Comunista.
En 1921 fueron presentados proyectos de ley sobre
jubilaciones y un proyecto de Código de Trabajo, los
cuales son rechazados por anarquistas, sindicalistas y
socialistas. En 1922 se realizó un nuevo intento de
crear una central obrera única, se creó la Unión Sindi-
cal Argentina (USA), conformada por más de 300 sin-
dicatos dirigidos por anarquistas, socialistas, comu-
nistas y autónomos. El sector más ortodoxo de la FO-
RA, anarquista, no la aceptó.
En 1923 fue aprobada la ley 11.289 sobre jubilacio-
nes, la cual creaba cuatro cajas previsionales y bene-
ficios de jubilaciones ordinarias y extraordinarias, con
aportes de empleadores y obreros. Esta ley fue re-
chazada tanto por obreros como por patrones, los
primeros porque la misma no especificaba ni edad ju-
bilatoria, ni monto del beneficio, si bien era suma-
mente clara en los aportes que debían realizar los
trabajadores. En cuanto a los empleadores, los mis-
mos aducían que la implementación de dicha ley im-
plicaría la quiebra de numerosas industrias debido a
las cargas sociales que debían pagar. El diputado so-
cialista Augusto Bunge presentó nuevamente al con-
greso el proyecto de seguro social para remplazar la
ley de jubilaciones. Finalmente en 1926 la ley fue de-
rogada.
Principalmente ante las consecuencias de la Guerra
Mundial, los sindicatos promovieron una actitud nego-
ciadora, generando la cobertura de servicios sociales
y fomentando la creación de cooperativas de vivien-
das y de consumo.
En 1926, influenciados por el Partido Socialista, se
creó la Confederación Obrera Argentina (COA), que
tuvo una vida muy efímera. Hacia el fin de la década
del veinte coexistían la FORA (anarquista), la USA
(disputada entre anarco-sindicalistas y comunistas),
la COA (socialista) y el Comité de Unidad Clasista
(comunista).
Resulta interesante señalar algunas reflexiones so-
bre el desarrollo del movimiento obrero y la interven-
ción del Estado. Durante este período podemos ob-
servar una organización y consolidación del movi-
miento obrero reclamando fundamentalmente por re-
gulación de jomada de trabajo y aumentos salariales.
Curiosamente la legislación sobre la jornada de traba-
jo de ocho horas sólo ocurrió en 1929. El Estado pri-
vilegió una actitud represora ante las manifestaciones
obreras y pese a los numerosos intentos y proyectos
de ley sobre el asunto, sólo se alcanzaron legislacio-
nes parciales, particulares y sectoriales.
“La clase obrera como fuerza social permaneció
marginada del aparato estatal, dado que estaba
compuesta básicamente por inmigrantes que no
poseían derechos políticos, y también por las
características político-ideológicas del movi-
miento obrero, que rechazaba los instrumentos
electorales y parlamentarios. Otro elemento im-
portante que contribuyó a la marginalidad polí-
tica obrera hasta la reforma electoral fue el uso
extensivo de la represión por parle un estado
básicamente hostil a sus intereses y reivindica-
ciones. ” (Isuani, 1985:1 18)
En este sentido, podemos observar, siguiendo el
planteo de Isuani, que el Estado fue el principal im-
pulsor de la legislación laboral, si bien como respues-
tas a las movilizaciones obreras, las cuales incomo-
daban profundamente a los sectores dominantes y
ponían en peligro el ansiado “orden social”, “aunque
no causados por la demanda de este tipo de benefi-
cio”, lo cual muestra “el carácter básicamente reacti-
vo de dichas iniciativas y políticas, diseñadas como
instrumentos para negociar la eliminación de conflic-
tos” (Isuani, 1985:123).
Al mismo tiempo es necesario remarcar que al inte-
rior del movimiento obrero hubo una gran heteroge-
neidad de tendencias, - socialistas, anarquistas, sindi-
calistas revolucionarios y posteriormente comunistas-
, lo cual le restó fuerza a muchas de sus reivindica-
ciones, atravesadas por conflictos y divergencias in-
ternas. Evidentemente las condiciones laborales, sala-
rio y jornada de trabajo, eran las preocupaciones cen-
trales de los obreros argentinos hasta el inicio de la
década del 30, lo cual evidencia el alto nivel de explo-
tación que sufrían. Cabe señalar, por último, que al-
gunos sindicatos organizaron mutualidades u organi-
zaciones de socorros mutuos para dar respuestas a
algunas de las contingencias que los trabajadores de-
bían enfrentar149.
Por último quisiéramos concluir con algunas refle-
xiones en tomo a este proceso de constitución de la
“asistencia social pública Para ello, encontramos in-
teresante contraponer, en primer lugar, algunas con-
sideraciones sobre este mismo proceso en la ciudad
de San Pablo, Brasil, estudiado por Sposati (1988).
Desde fines del siglo XIX y durante las tres prime-
ras décadas del siglo XX, la ciudad de San Pablo su-
frió un acelerado proceso de urbanización e industria-
lización, acompañados de proceso migratorios extran-
jeros e internos. Todo esto produjo cambios significa-
tivos en la relación riqueza/pobreza, acentuando esta
polaridad. De este modo, la asistencia dejó de lado su
carácter de limosna y estuvo dirigida al disciplina-
miento y la preparación de la fuerza de trabajo, Spo-
sati denomina a este período de “asistencia discipli-
nada”.
Es así como distingue diferentes procesos que se
conjugaron en esta nueva modalidad de intervención
ante la cuestión social. Por un lado, procesos de or-
ganización obrera, principalmente en mutualidades,
agrupados por etnia o por categoría ocupacional; una
intervención directa y puntual del Estado en el campo
de la salud, principalmente por iniciativas de los mé-
dicos higienistas y en algunas reglamentaciones de
los derechos del trabajo; una intervención indirecta
del Estado, sustentando financieramente instituciones
privadas filantrópicas, al mismo tiempo que generan-
do organismos de control de las mismas.
De algún modo, se entendía que el Estado debía
promover estas instituciones pero que debía ejercer
un control para que la actividad asistencial fuese ra-
cional y basada en un saber que rompiera con la asis-
tencia de la limosna. Estas ideas tomaron fuerza des-
pués de la participación en el Congreso Internacional
de Asistencia Pública y Privada de París, en 1889.
“Estaba en cuestión el combate al carácter es-
pontáneo de la limosna, que ‘terminaba mante-
niendo la vagancia’. Era preciso ‘saber dar li-
mosnas ’, ‘canalizar el altruismo ‘la bondad de
los brasileños. La acción estatal sería entonces
de fiscalización de la filantropía, para que no
‘alimente la vagancia y la mendicidad'. El Estado
se posicionaría como el eterno vigilante para
que las 'obras de caridad' realmente operaran
con dignidad. Sería instituido lo que se denomi-
naba de 'eterna fiscalización de la mendicidad'
que, en la posición de centinelas junto a los asi-
los, sólo socorrerían a los verdaderos mendi-
gos” (Sposati, 1988:108-109).
Es en este sentido, que se produce un cambio en
cuanto a la asistencia de la pobreza, mientras que el
Estado asume un papel
Indirecto en la asistencia disciplinar al asumir la fun-
ción de control de las instituciones filantrópicas, éstas
preservan lo que venía de épocas anteriores y al
mismo tiempo incorporan la perspectiva de racionali-
zar la asistencia. Ejemplo de ello es la Hermandad de
la Misericordia, que cambia su carácter paternalista y
personal para una relación burguesa e impersonal
más acorde con el crecimiento de la ciudad y pasando
a operar especialmente a través de la asistencia mé-
dica y hospitalaria.
“Como cambio primordial del período, se regis-
tra sin dudas, la inserción del Estado en la regu-
lación de la relación capital-trabajo. Al mismo
tiempo, que ocurre la distinción entre las accio-
nes destinadas a la mano de obra activa, jerár-
quicamente prioritarias bajo el punto de vista
económico y político, y la subordinación de las
acciones dirigidas a la mano de obra de reserva,
que permanecen en la heterogeneidad de las
acciones puntuales de la filantropía privada, en
parte subvencionada por las diferentes instan-
cias de gobierno " (Sposati, 1988:115).
Por otro lado, en 1923 son creadas las primeras ca-
jas jubilatorias para el personal ferroviario y la legis-
lación sobre accidentes de trabajo, de manera frag-
mentaria y ligada a ciertas empresas o ramos de acti-
vidad. La intervención en lo social también estuvo
atravesada por la creación de mutualidades o asocia-
ciones de socorro mutuo organizadas por etnia o ca-
tegoría ocupacional.
De este modo, a través de estas consideraciones
podemos notar similitudes entre el caso brasileño y
argentino en la conformación de la asistencia social
pública. La poca injerencia del Estado en el enfrenta-
miento de la cuestión social, privilegiando una estra-
tegia de delegación en manos privadas, si bien
con financiamiento público, aparece como una
constante.
Resulta interesante señalar, que cuando Sposati
hace referencia al Congreso Internacional de Asisten-
cia Pública y Privada en París en 1889 menciona que
en el mismo coexistían dos tendencias y posiciones
sobre la asistencia social. Una de ellas afirmando el
“derecho” a la asistencia, no como beneficio, sino
como deber del Estado. Y la otra restringiendo la asis-
tencia a la manifestación voluntaria y caritativa de los
individuos. La autora rescata la fuerte influencia que
la primera tendencia tuvo sobre algunos hombres pú-
blicos del Brasil, quienes propugnaban una acción ra-
cional y asentada sobre un saber específico, para lo
cual el Estado debía convertirse en contralor de las
iniciativas tanto públicas como privadas; ya no se tra-
taba de dar limosnas o privilegiar el voluntarismo. En
este sentido, si bien no se llegó a afirmar el derecho a
la asistencia, se avanzó en la modernización de las
instituciones filantrópicas.
Para el caso argentino, podemos notar que el posi-
cionamiento de los médicos higienistas se aproxima a
la concepción de derecho a la asistencia, como deber
de Estado, y hasta cierto punto algunos de los católi-
cos sociales apuntaron a lo mismo. La racionalización
y la necesidad de conocimiento científico eran necesa-
rias para la intervención social. Pero por otro lado,
encontramos que Passanante menciona que la Socie-
dad de Beneficencia participó de la Exposición Univer-
sal de París como modelo de intervención filantrópica
privada, y en este sentido reafirmando la segunda de
las posiciones antes citadas, es decir, la asistencia
como responsabilidad individual, dependiente de la
voluntad y la caridad de los individuos.
De este modo, en ambos casos, encontramos una
tensión permanente entre la concepción de asistencia
como “derecho”, o como simple “ayuda caritativa”,
tensión que atraviesa históricamente el diseño de las
políticas sociales, así como posteriormente el ideario
profesional del trabajador social.
A diferencia del caso de Brasil donde las organiza-
ciones filantrópicas modifican su orientación hacia
una mayor racionalización, en el caso argentino tanto
la Sociedad de Beneficencia como algunas organiza-
ciones católicas reivindicaban la estrategia de la cari-
dad. En este sentido encontramos fuertes enfrenta-
mientos a esta postura, principalmente provenientes
de los médicos higienistas que representaban un pen-
samiento reformista, si bien con un fuerte corte con-
servador, apuntando a la regulación de las relaciones
sociales y a la capacitación de la fuerza de trabajo. Es
claro que la estrategia de intervención ante lo social
que ellos proponían, se diferencia radicalmente de
aquella basada en la beneficencia, priorizando la ra-
cionalización, la eficiencia y la necesidad de un saber
específico para atender los problemas sociales, aun-
que no por ello criticando las causas estructurales del
modo de producción y simplemente atendiendo a sus
consecuencias y proponiendo una intervención colec-
tiva teniendo en cuenta la salud y la moral de toda la
población.
Asimismo las diferentes intervenciones y propues-
tas de los católicos sociales también contemplaban un
estudio científico de la cuestión social, acompañada
de una activa participación en los terrenos políticos y
sociales; encuadrados dentro de la Doctrina Social de
la Iglesia, privilegiaban formas subsidiarias de resolu-
ción de los conflictos en tomo al individuo, la familia y
la comunidad. Su potencialidad quedó sumamente
reducida a partir de la década del 20. De todos modos
podemos observar que higienistas y católicos sociales
se unieron en sus reclamos a la intervención del Es-
tado, principalmente en cuanto a la legislación labo-
ral. Los higienistas no se limitaron a estas demandas
sino que propusieron una intervención racional y sis-
temática del Estado ante las consecuencias de la
cuestión social. Mientras que la Sociedad de Benefi-
cencia mantuvo su posición hegemónica considerando
legítima y adecuada su intervención en lo social.
Como hemos visto, y en este aspecto existen coin-
cidencias con el caso brasileño, la intervención del Es-
tado fue sumamente fragmentaria y en el caso de le-
gislación obrera, ésta estuvo sumamente ligada a de-
terminada categoría profesional o problemática. Es
así que en relación a las cajas jubilatorias encontra-
mos la primera en 1904 para el Personal del Estado,
en 1915 la del Personal Ferroviario, en 1921 la del
Personal de Servicios Públicos y en 1923 la del Perso-
nal Bancario. Alcanzando un carácter universal en la
década del 40. Por otro lado, la legislación sobre el
descanso semanal, el trabajo de niños y mujeres, ac-
cidentes de trabajo, etc. fueron sumamente puntuales
y acotados en su instrumentalización.
Todo este proceso estuvo acompañado por la orga-
nización y las manifestaciones del movimiento obrero,
quienes sufrieron permanentemente una intensa y
cruel actividad represiva de parte del poder oligárqui-
co, alcanzando mínimas reivindicaciones laborales, a
través de esta legislación obrera sumamente limitada.
En síntesis, entre la posibilidad de construir una
ciudadanía asentada en derechos inherentes a todos
los seres humanos, las
estrategias de la asistencia social pública se debatie-
ron entre la reivindicación de la dádiva de la filantro-
pía, el racionalismo y la centralización de los higienis-
tas apuntando al disciplinamiento de la fuerza de tra-
bajo, el nuevo ropaje que el conservadurismo católico
adoptó proponiendo reformas para enfrentar la cues-
tión social y algunos intentos, especialmente de so-
cialistas, por universalizar los servicios.

CAPÍTULO 3:
LA INSTITUCIONALIZACIÓN DEL TRABAJO SO-
CIAL

En las páginas precedentes hemos presentado el


contexto socio-político del país en las primeras déca-
das de este siglo, contexto en el cual se produjo la
institucionalización del Trabajo Social, razón por la
cual no entraremos nuevamente en su análisis. Sim-
plemente queremos remarcar, que siguiendo el mo-
vimiento de los médicos higienistas, encontramos el
proceso de profesionalización en Argentina.
A lo largo del presente capítulo nos detendremos en
algunas consideraciones generales sobre las primeras
escuelas fundadas, ya que una descripción más deta-
llada la hallamos en Alayón (1992). En un segundo
momento nos introduciremos en el análisis de este
proceso de institucionalización, realizando un contra-
punto con el mismo proceso en otros países. Por últi-
mo, presentaremos algunas reflexiones e hipótesis
sobre la particularidad argentina.
3.1. LAS PRIMERAS ESCUELAS DE SERVICIO
SOCIAL EN ARGENTINA
Los reclamos de los médicos higienistas, desde fi-
nes del siglo
XIX, exigiendo una intervención más activa del Es-
tado sobre la cuestión social y limitando la acción be-
nefactora de la Sociedad de Beneficencia, así como la
creación de algunas instituciones como la Asistencia
Pública de la Capital, la Liga Argentina contra la Tu-
berculosis, el Hospital de Niños, el Servicio Social
Familiar Municipal unido a las repercusiones de las
experiencias europeas y norteamericanas en el campo
de la asistencia social con un contenido más científico
y racional, se constituyen en el telón de fondo del
proceso de institucionalización de la profesión.
En 1924, impulsado por el Dr. Alberto Zwanck, titu-
lar de la cátedra de Higiene, y por el Dr. Manuel Car-
bonell, director del Instituto de Higiene, dependiente
de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad
de Buenos Aires, es creado el curso de Visitadoras de
Higiene Social. El curso tenía una duración de dos
años y extendía dos tipos de títulos: Visitadora de
Tuberculosis e Higiene Infantil y Visitadoras de Higie-
ne Escolar.
Estos cursos, dependientes de la cátedra de Higiene
de la Facultad de Ciencias Médicas, eran dirigidos ex-
clusivamente a mujeres y para su ingreso debían pre-
sentar dos referencias de buena conducta, certificado
de buena salud y haber cursado estudios primarios;
en el caso de la especialización en Tuberculosis c Hi-
giene Infantil poseer certificado de enfermera y en el
de Higiene Escolar diploma de maestra.
“Al principio simples enfermeras de los pobres,
las Visitadoras se transforman de más en más
en mensajeras de higiene, no limitando sus be-
neficios solamente a los indigentes, sino concu-
rriendo a prevenir el contagio, facilitar la mar-
cha inteligente del tratamiento, señalar las en-
fermedades latentes o descuidadas, enseñar el
orden, la limpieza, la higiene, la economía do-
méstica. (,..)Lazo de unión entre el enfermo y el
médico, entre el problema social y el problema
médico, la visitadora debe tener además de una
cultura general, una especialización que se diri-
ge hacia la tuberculosis, la protección de la in-
fancia, el servicio escolar, el servicio industrial,
la infancia anormal, las enfermedades mentales.
Dentro del plan de estudios, se priorizaban los co-
nocimientos de higiene, enfermedades contagiosas y
parasitarias, economía doméstica y una asignatura de
servicio social. Claramente su formación apuntaba al
terreno de la prevención y profilaxis en el campo de
la salud.
En cuanto a la materia “Servicio Social”, esta apun-
taba a dar conocimientos sobre la asistencia, el
desempeño profesional, el presupuesto familiar, un
conocimiento científico sobre la pobreza y algunos ru-
dimentos sobre encuestas, utilizando también como
bibliografía Social Diagnosis de Mary Richmond.
Los primeros cursos administrados tuvieron una du-
ración de seis meses, en virtud de la urgencia de la
demanda de visitadoras. Cabe señalar que Alayón
(1992:65) plantea que si bien las visitadoras egresa-
das prontamente se incorporaron a trabajar en escue-
las y dispensarios, durante varios años no recibieron
remuneración por ello.
A lo largo de su existencia, el curso cambió su plan
de estudios, su duración y la denominación de su títu-
lo; en la década del 70 y parte del 80, se expedía el
título de Licenciado en Servicio Social de Salud, con-
tinuando su dependencia de la Facultad de Medicina.
Por otro lado, en el año 1927, el Ministerio de Justi-
cia e Instrucción Pública envió algunos de sus funcio-
narios a Europa para estudiar la organización admi-
nistrativa y docente del Servicio Social. Esto desem-
bocó en un proyecto de ley de 1928 para la creación
de la primera Escuela Nacional de Servicio Social, pe-
ro el mismo no fue aprobado.
Paralelamente a esto, en 1927, el Dr. Germinal Ro-
dríguez1 otro médico higienista, promovía la creación
de una Escuela de Servicio Social. A través un artículo
publicado en el diario “La Nación”, Rodríguez, basán-
dose en las experiencias europeas y norteamericanas,
justificaba la necesidad de crear dicha escuela y par-
ticularmente en el Museo Social Argentino.
En el mencionado artículo, Rodríguez presentaba la
Asistencia Social como una nueva ciencia que “a dife-
rencia de la Asistencia Pública, se remonta al estudio
de esas causas sociales tal como la miseria y busca el
tratamiento de las mismas para evitar sus efectos El
autor también hace referencia a los contenidos teóri-
cos de dicha formación, tales como la estadística, la
antropología social, la genética, la patología social, la
higiene social y la terapéutica social. Agrega además
referencias a las experiencias extranjeras, mencio-
nando la creación de la Escuela de Nueva York, en
1898 por la Charity Organization Society, las escuelas
presentes en Europa, Estados Unidos y Chile; por otra
parte señala la influencia de René Sand en estas ex-
periencias.
Su artículo finaliza con un llamado a la creación de
la escuela de Servicio Social en Argentina, que por
hallarlo extremamente significativo del pensamiento y
la concepción de la época, lo reproducimos a conti-
nuación:
“Una escuela del servicio social se exige crear
para responder a esta hora de nuestras necesi-
dades; escuela que reúna en su seno a todas las
personas de bien que sientan la necesidad de
mejorar la organización social; escuela que agi-
te los problemas de su hora; escuela que enseñe
a todos los argentinos que salir a la acción so-
cial para curar los males que corroen a la hu-
manidad y que son causas de dolor inútil y de
miseria, es un deber cívico tan imperioso como
cumplir con otros deberes sociales; escuela que
estudie la teoría de la acción social y prepare los
técnicos que han de actuar en las instituciones
de acción social benéfica y escuela, en una pa-
labra, que sea el nuevo templo religioso de los
que hacen del bienestar humano un sacerdocio
laico”.
Estos reclamos de Germinal Rodríguez se concreti-
zaron en 1930 cuando fue oficialmente inaugurada la
primera Escuela de Servicio Social, dependiente del
Museo Social Argentino. Es importante señalar que
tanto el Dr. Zwanck como el Dr. Rodríguez ejercieron
funciones docentes y directivas en ambos cursos (Es-
cuela de Servicio Social y Curso de Visitadoras de Hi-
giene).
Si bien la presencia del pensamiento médico higie-
nista es indiscutible en la primera Escuela de Servicio
Social, de hecho la mayor parte de su plantel docente
estaba conformado por médicos, su plan de estudios
contemplaba una formación más amplia que el curso
de Visitadoras de Higiene, incursionando en la eco-
nomía política, la demografía, la psicología y la psico-
patología, lógicamente además de la higiene y medi-
cina social. Su formación inicial era de dos años, ex-
tendiéndose en 1938 a tres años. Para su ingreso era
necesario ser mayor de 18 años, presentar dos certi-
ficados de buena conducta firmados por personas de
responsabilidad y haber cursado los estudios prima-
rios.
En 1941 se crea la Escuela Argentina de Asistentes
de Menores y Asistentes Penales, dependiente del Pa-
tronato de Recluidas y Liberadas. En 1945, cambia su
denominación por Escuela Argentina de Asistentes
Sociales. Y en 1946, es incorporada a la Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de
Buenos Aires. La creación de la escuela como su di-
rección estuvo a cargo de una abogada, Dra. Blanca
Cassagne Serres, hasta la caída del gobierno peronis-
ta en 1955.
La formación tenía una duración de dos años y ba-
sada principalmente en aspectos jurídicos. Para su in-
greso era necesario el título secundario y era abierto
a ambos sexos. A mediados de la década del 50 se
extendió la formación a tres y en la década del 60 a
cuatro años con sucesivas modificaciones en sus pla-
nes de estudio.
"El egresado de esta Escuela es un asistente
social en el sentido ya vulgarizado que la pala-
bra indica, pero es también y necesariamente,
por razón de su especialidad, un ayudante espe-
cializado del juez o de las instituciones preven-
tivas, tutelares o correctivas.
De este modo, hasta aquí tenemos la “historia ofi-
cial” del proceso de institucionalización del Trabajo
Social Argentino. La cual confirmaría, sin lugar a du-
das, la tesis sostenida tanto por Ander-Egg, Alayón y
Barreix161, de que el Trabajo Social surgió como una
profesión para-médica y para-jurídica y con un fuerte
carácter auxiliar; pero que al mismo tiempo nos lleva
a descubrir una particularidad que es necesario anali-
zar.
3.2. ¿CONSERVADURISMO DOCTRINARIO O
RACIONALISMO HIGIENISTA?
Como ya hemos expresado, si nos ajustamos a la
secuencia de institucionalización presentada por Ala-
yón en Argentina, concluir que el Trabajo Social surge
bajo un ideario para-médico y para-jurídico es irrefu-
table. De todos modos consideramos que el proceso
de institucionalización es más complejo que esta
afirmación y que presenta diferentes componentes no
siempre investigados ni analizados. Es en razón de
ello que intentaremos acercamos a este proceso, no
negando sus vinculaciones con el derecho y la medi-
cina, pero pretendiendo modificar la perspectiva y óp-
tica del análisis; para lo cual comenzaremos realizan-
do algunas referencias a la institucionalización de la
profesión en otros países.
Los estudios de Manrique Castro (1982), Iamamoto
y Carvalho (1984), Yazbek (1977), Iamamoto (1995)
y Carlos (1993), si bien teniendo como referencias di-
ferentes países de América Latina y diferentes dimen-
siones en sus análisis, presentan como rasgo común
la relación entre el pensamiento conservador doctri-
nario católico y el proceso de institucionalización del
Trabajo Social.
En este sentido, cuando Manrique Castro analiza el
desarrollo del Trabajo Social en Chile, no se limita a
la primera Escuela de Servicio Social fundada por el
Dr. Alejandro del Rio en 1925, médico higienista, y
que tendría muchas similitudes con las escuelas fun-
dadas en Argentina, sino que recurre a la primera Es-
cuela Católica chilena de Servicio Social. Las relacio-
nes entre esta escuela y la Unión Católica Internacio-
nal de Servicio Social (UCISS), así como el fomento a
la fundación de escuelas católicas en otros países de
Latinoamérica, -entre otros aspectos-, demuestran
este sustento doctrinario del pensamiento católico.
“Dos inquietudes nos mueven a detenernos en
los primeros años de la escuela Elvira Matte de
Cruchaga. De un lado, reconocer el efecto que
tuvo su gesta en el servicio social chileno, ya
que la atención principal ha sido puesta en la
escuela fundada por el Dr. Alejandro del Río
(1925); y de otro, destacar el papel irradiador
que esta escuela tuvo sobre el resto del conti-
nente, y que fue posible porque encontró campo
propicio en los distintos países hacia donde se
dirigió. Los casos de Uruguay, Perú, Brasil -para
citar sólo algunos-, así lo atestiguan. ”
(1982:67)
En relación al caso peruano, Manrique señala que
los antecedentes de la profesionalización se remontan
a 1931 cuando fue creada la Escuela de Visitadoras
Sociales de Higiene Infantil y Enfermeras de Puericul-
tura, destinadas a realizar una intervención en el
campo de la niñez desde el Estado. Su duración fue
efímera principalmente por la inestabilidad política en
ese momento en el Perú. En 1937 fue creada la Es-
cuela de Servicio Social del Perú, dependiente del Mi-
nisterio de Salud, Trabajo y Previsión Social, que si
bien con una dependencia estatal, en la misma se
conjugaron diferentes proyectos políticos. Por un la-
do, la necesidad del Estado de contar con personal
capacitado para la aplicación del seguro social; los
médicos higienistas preocupados por la salud a través
del camino de la prevención; y por último, la Juven-
tud Femenina de la Acción Católica, decidida a esta-
blecer la acción social desde la perspectiva doctrinaria
de la Iglesia. De hecho la dirección de la Escuela fue
asumida por una profesional católica indicada por la
UCISS y que había desarrollado anteriormente su ac-
tividad en la escuela católica de Chile. En síntesis, el
Estado asumió el financiamiento y reglamentación de
la nueva escuela y la Iglesia la orientación ideológica
y académica de la misma; expresión de las íntimas
relaciones entre Estado e Iglesia en el Perú.
En el caso brasileño, cuando Yazbek estudia la fun-
dación de la primera Escuela de Servicio Social, en
San Pablo, presenta con extrema claridad las relacio-
nes entre la Iglesia y la creación de esta escuela.
La autora parte de señalar la creación del Centro de
Estudios y Acción Social en 1932, institución confor-
mada por jóvenes mujeres católicas laicas, que tenía
como finalidad el estudio y la difusión de la doctrina
social de la Iglesia y la acción social dentro de la
misma directriz. Este centro estableció contactos con
la Escuela Católica de Servicio Social de Bruselas,
Bélgica y se dictó un curso sobre Servicio Social a
cargo de una profesora de la misma.
El CEAS estuvo directamente ligado a la organiza-
ción de la Acción Católica en San Pablo, tomando a su
cargo la organización de la Juventud Femenina Católi-
ca, en sus tres ramas: Juventud Obrera Católica, Ju-
ventud Independiente Católica y Juventud Estudiantil
Católica.
“Esta orientación ocurre y refleja un momento
en que la Iglesia, como fuerza social, asume po-
sición frente a los problemas sociales de la épo-
ca, combatiendo el marxismo y el liberalismo y
proponiendo reformas para disminuir las de-
sigualdades sociales. "(Yazbek, 1977:28)
En 1936 se inaugura la Escuela de Servicio Social
de San Pablo, dependiente del CEAS, su formación
era tanto de tipo moral como social y técnica. La idea
de vocación estaba por detrás de su profesionaliza-
ción y apuntaba tanto a una adaptación del individuo
al medio, como del medio al individuo, así como la
restauración y normalización de la vida social, princi-
palmente de los sectores obreros y orientados por la
doctrina social de la Iglesia.
“Las posiciones iniciales de la Escuela son mar-
cadas por ideas de restauración del orden so-
cial; por la preocupación en reducir los 'males
sociales ’, a través del tratamiento de sus efec-
tos y por una perspectiva adoptadora en la ac-
ción. Son posiciones que expresan la superposi-
ción y convivencia de diversas influencias, entre
otras, de la filosofía positivista, que coloca para
la profesión un marco de referencia en el cual
los cambios deben ocurrir apenas para la manu-
tención del equilibrio social. En esta perspecti-
va, no son cuestionadas las estructuras funda-
mentales de la sociedad, sólo existiendo condi-
ciones para ajustes y reformas ’’ (Yazbek,
1977:62)
En este sentido podemos observar que la fundación
de la primera escuela brasileña de Servicio Social
surgió como manifestación y organización de la socie-
dad civil, más que como una decisión del poder gu-
bernamental. El Estado permaneció ajeno a este pro-
ceso de institucionalización en la ciudad de San Pablo,
alejamiento que también queda de manifiesto cuando
el Estado creó el Consejo Nacional de Servicio Social
en 1938, sin participación de estos nuevos profesio-
nales. Si bien, a partir de entonces, el Estado brasile-
ño se convirtió en el principal empleador de asisten-
tes sociales.
lamamoto y Carvalho (1984) presentan un análisis
similar en relación a la Escuela de San Pablo, y para
el caso particular de Río de Janeiro distinguen tres
vertientes en la fundación de las primeras escuelas;
la primera y de mayor peso unida a la Acción Católi-
ca, la segunda ligada a la asistencia del menor y con
una mayor presencia jurídica y una última ligada a la
medicina, abriéndose un curso de Servicio Social en
la Escuela de Enfermería.
En esta misma línea, Carlos (1993) al estudiar la
génesis del Servicio Social brasileño durante el perío-
do doctrinario, llega a estas conclusiones:
“Era la Iglesia Católica buscando la formación
de cuadros para la intervención en lo social. Se
constituye, por lo tanto, en una militancia real,
explícita, el alumno entraba en el curso para la
realización de un proyecto de vida, para la reali-
zación de un proyecto de sociedad, para un
apostolado con bases científicas. Esta formación
de cuadros estaba ligada al proyecto que la
Iglesia tenía para el laicado: la formación de
una elite católica capaz de influenciar en los
destinos del país. En este sentido, la base para
la práctica no estaba fundada en el conocimien-
to acumulado por la ciencia, sino en la Doctrina
Social Católica, -en el conocimiento revelado. ”
(1993:214)
Todo lo expresado hasta aquí demostraría la de-
pendencia del Trabajo Social del pensamiento conser-
vador doctrinario de la Iglesia Católica, impulsando y
generando escuelas en Latinoamérica; lo cual confir-
maría la siguiente afirmación de Iamamoto:
“El Trabajo Social emerge como una actividad
con bases más doctrinarias que científicas, en el
centro de un movimiento de cuño reformista-
conservador” (1995:21)
Volviendo para el caso argentino, esta afirmación
en principio no se correspondería con el proceso des-
cripto de institucionalización en nuestro país, si bien
tendría validez para el Brasil, Chile, Perú, etc. Pero
antes de introducimos en la problemática específica
de Argentina realizaremos un acercamiento a otros
estudios.
Dingwall analiza el desarrollo histórico de las visita-
doras de higiene en las ciudades de Manchester y Sal-
ford en Gran Bretaña y el impacto que su actividad
tuvo en las políticas sociales de dicho país. Este autor
distingue dos filosofías en tomo a la provisión de ser-
vicios, la intervención social y las políticas sociales
británicas: el colectivismo y el individualismo, más
allá de su carácter estatal o privado. A partir de lo
cual, presenta el desarrollo de las visitadoras de sa-
lud, remontando sus inicios a 1859, como una forma
de intervención privada, promovida por asociaciones
médicas, exclusivamente femenina y con un carácter
colectivo, es decir dirigida a la atención de grupos o
clases como un todo. En este sentido, contrapone la
actividad desarrollada por la Charity Organization So-
ciety, -con una actividad predominante en Londres-,
que también era una intervención privada y femenina
pero con un carácter individual, dirigida a la atención
de individuos en cuanto individuos.
El carácter colectivo de esta intervención se mues-
tra en dos características fundamentales. En primer
lugar, producto de las epidemias de cólera de 1832 y
1848, había quedado demostrado “que la salud de las
clases medias era inseparable de la salud de las cla-
ses trabajadoras” (s.d.:294); por lo tanto, la salud
pública no era un problema individual, sino colectivo y
requería, consecuentemente, una acción común.
En segundo lugar, los servicios provistos por las vi-
sitadoras de higiene poseían un carácter universal,
por lo cual 110 era necesario demostrar la carencia o
necesidad, ni el buen aprovechamiento del servicio
recibido -factores constituyentes de la intervención
desarrollada por la COS-, priorizando en sus acciones
la prevención y educación a través del ejemplo y la
persuasión.
En las primeras décadas del siglo XX, el Estado bri-
tánico realizó una incorporación de este tipo de inter-
vención, colectiva, y de estos profesionales, con su
consecuente formalización y organización académica
y profesional. Ya a fines de la Segunda Guerra Mun-
dial, el Estado abandonó este tipo de intervención
privilegiando entonces, la estrategia que había desa-
rrollado la caridad privada de carácter individual in-
corporándola al ámbito estatal.
En tanto Martins (1993) al estudiar la génesis y
emergencia del Servicio Social en Portugal señala un
conjunto de movimientos que se dieron entre fines
del siglo XIX y principios del XX y que se encuentran
detrás del proceso de institucionalización de la profe-
sión.
Aunque las dos primeras escuelas de Servicio Social
fueron fundadas por congregaciones religiosas, en re-
lación dependiente con la Doctrina Social Católica, y
en este sentido “el Servido Social portugués es con-
cebido para reforzar el poder del Estado en alianza
con la Iglesia” (1993:358), la autora ubica este pro-
ceso en un terreno más amplio.
Es por ello, que incluye referencias a: el movimien-
to higienista y de medicina social, que había institu-
cionalizado los cursos de visitadoras sanitarias y en-
fermeras escolares; un proceso de laicización en la
sociedad portuguesa promoviendo la separación entre
Estado e Iglesia; la influencia de las ciencias sociales,
especialmente en la corriente de Le Play; el movi-
miento republicano; la beneficencia privada y la asis-
tencia pública, etc. De tal modo, que en sus conclu-
siones Martins plantea:
“Es también necesario subrayar que las pro-
puestas y ensayos de
Servicio Social en Portugal, provienen de va-
rios sectores,
profesionales, políticos, culturales e institucio-
nales, sean médicos escolares, pediatras, peda-
gogos, juristas, psiquiatras, asociados al desa-
rrollo de las ciencias médicas y sociales, repu-
blicanos, católicos, organismos de administra-
ción del Estado, como el Ministerio de Justicia y
el Ministerio de Instrucción (Inspección General
de Sanidad Escolar e Instituto de Orientación
Profesional), y organismos privados como las
Misericordias. ” (1993:354)
El peso planteado por Martins a la actividad de los
médicos higienistas, aproxima su análisis significati-
vamente al proceso de institucionalización en Argen-
tina, si bien a diferencia de éste la institucionalización
se da en una suerte de alianza entre Estado e Iglesia.
Ya en el estudio realizado por Vérdes-Leroux (1986)
sobre el desarrollo de la profesión en Francia, además
de señalar la relación entre la institucionalización del
Trabajo Social y el pensamiento religioso (evidenciado
en la creación de la Ecole Nórmale Sociale en1911 de
orientación católica y de la École Practique de Service
Social en 1912 de orientación protestante), la autora
plantea que la intervención en el terreno de la asis-
tencia se fue diversificando, apareciendo la enferme-
ra-visitadora, la superintendente de fábricas, la visi-
tadora-controladora del seguro social, la asistente
familiar polivalente.
“Esa multiplicación de los lugares de interven-
ción apuntó a permitir una dominación generali-
zadora sobre la vida cotidiana de las clases po-
pulares, aunque en la realidad esa iniciativa só-
lo se realizó parcialmente". (Vérdes-Leroux,
1986:20)
En este sentido, las visitadoras desarrollaron activi-
dades ligadas a la prevención de la tuberculosis y la
mortalidad infantil, así como en la detección de en-
fermedades o taras; sumamente dependientes de los
médicos higienistas y presentando la particularidad de
fiscalización y vigilancia de la esfera más privada de
las clases dominantes.
Por otro lado, retornando para Latinoamérica, en
relación al caso brasileño, Sposati (1988:114-115)
además de plantear el papel y las actividades de los
médicos higienistas a comienzos de siglo, señala que
en 1925 se creó el curso de Educación Sanitaria, de-
pendiente de la Universidad de San Pablo, dato que
no es considerado como antecedente en la investiga-
ción de Yazbek. Agregando además, que en 1936 se
dictó la cátedra de Servicios Sociales en la Escuda de
Sociología y Política de San Pablo, con la intención de
señalar la necesidad de racionalizar los servicios so-
ciales y mostrando las escuelas de Servicio Social in-
glesas y alemanas como modelos de esta racionaliza-
ción.
Asimismo, como ya hemos planteado, Iamamoto y
Carvalho, presentan la creación de la Escuela Técnica
de Servicio Social, en 1938 dependiente del Ministerio
de Justicia y el Juzgado de Menores, y el Curso de
Preparación en Trabajo Social en la Escuela de En-
fermeras Ana Nery en 1940, ambos en Río de Janeiro,
si bien el peso mayor lo tuvo la Escuela Católica de
Servicio Social de Río de Janeiro (1984:187).
En el caso chileno, como fue mencionado, la funda-
ción de la primera Escuela de Servicio Social en 1925,
se realizó bajo una orientación higienista, y en el caso
peruano, el pensamiento higienista estuvo presente
en los antecedentes inmediatos de la profesión así
como en los proyectos de su creación, además de re-
cibir esta escuela una notable influencia médica du-
rante su primera década de funcionamiento, princi-
palmente por los problemas de salubridad del país.
Por último queremos plantear, que ya en 1917,
Mary Richmond señalaba las dificultades que debían
enfrentar los trabajadores sociales en sus ámbitos de
intervención, hegemonizados por médicos o aboga-
dos, con una trayectoria profesional diferencial.
“La explicación de esto se encuentra en el hecho
de que las profesiones de larga trayectoria pro-
yectan una gran sombra. Ellos tienen sus tradi-
ciones, su rutina de procedimiento, su termino-
logía, su sentido de solidaridad profesional. El
Trabajo Social tiene poco de estas cosas. Por lo
tanto, cuando el médico o el juez reciben traba-
jadores sociales como adjuntos en sus hospita-
les o juzgados, ellos sólo pueden tener una vaga
idea de la distinta contribución de autenticidad
y de interpretación del hecho social que ellos
pueden traer a su trabajo profesional. En este
caso, se los tiende a establecer dentro de las
tradiciones de su propia vocación y a ignorar las
características de ellos. El juez es reconocido
por usarlos como detectives; el médico, acos-
tumbrado a la implícita obediencia de las en-
fermeras, puede usarlos para encargos con los
pacientes o para un servicio semi-clerical".
(1935:36).
Todas estas reflexiones nos llevan a presentar al-
gunas definiciones en tomo a estos temas. En primer
lugar, es indiscutible que los espacios profesionales
de intervención del Trabajo Social institucionalizado
presentan una alta diversidad y heterogeneidad,
siendo sumamente destacada las relaciones con la
medicina, principalmente higienista, y el derecho,
aunque no exclusivamente. De todos modos, esto ha-
ce referencia, y queremos remarcarlo, al espacio de
intervención del trabajador social, con particula-
res relaciones de poder y de dominación, en muchos
casos de subordinación y dependencia hacia otros
profesionales, -lo cual indicaría su carácter auxiliar-,
al mismo tiempo que definió particulares modos de
interacción e intervención con los sectores populares.
En segundo lugar, podemos observar que el proce-
so de institucionalización de la profesión, es decir, la
consideración del Trabajo Social en cuanto saber es-
pecífico y consecuentemente, la necesidad de formar
un profesional especializado y la creación de los ám-
bitos académicos-institucionales para ello, a través de
las escuelas de Servicio Social, es posterior al surgi-
miento de los espacios socio- ocupacionales que de-
mandaron este profesional. Con ello queremos signifi-
car que la existencia de la asistencia social pública, -
de carácter estatal o privado-, es previa al proceso de
institucionalización de la profesión y por lo tanto an-
tecedente inmediato del surgimiento de la profesión.
Es así, que en el caso argentino existía un conjunto
de intervenciones en el terreno del enfrentamiento a
la cuestión social, sea desde los médicos higienistas,
los católicos sociales o desde el mismo Estado, que
demandaban la necesidad de este profesional técnico
para la intervención social. En el caso brasileño, tam-
bién comprobamos la existencia de una intervención
estatal por un lado, así como la actividad desarrollada
por el CEAS, antecedente inmediato de la institucio-
nalización de la primera escuela. Con todo esto que-
remos significar que la profesión presenta la particu-
laridad de constituirse primero como una práctica o
intervención social para luego ser considerada un sa-
ber específico. De este modo, las particularidades que
presentó la asistencia social pública en los diferentes
contextos, - y el conjunto de fuerzas sociales que in-
teractuaban en determinada Sociedad demandaron
un profesional que adquirió un status y formación di-
ferencial de acuerdo a dicha dinámica, presentando
como rasgo común la ruptura ante el voluntarismo y
la acción improvisada y remarcando la necesidad de
una mayor racionalización y tecnificación de la inter-
vención social.
Por lo cual, ajustándonos al proceso de instituciona-
lización de la profesión en América Latina, -y teniendo
en cuenta las referencias europeas-, consideramos
adecuado presentar la tesis de que existieron dos
matrices o filosofías fundacionales y generado-
ras de la institucionalización del Trabajo Social.
Por un lado, una matriz de base doctrinaria, pro-
ducto de las encíclicas papales y de un nuevo prota-
gonismo que la Iglesia demandaba a sus fíeles, basa-
da principalmente en los conceptos de persona hu-
mana y de moral cristiana; contrapuesta tanto al
liberalismo como al comunismo, proponía la armoni-
zación de las relaciones sociales, con un fuerte carác-
ter individualista y de regulación ad-hoc en su inter-
vención. Esta matriz promovió la institucionalización
del Trabajo Social como parte de la estrategia ideoló-
gica y política de la Iglesia frente al avance de la mo-
dernidad y el desarrollo del capitalismo.
Por otro lado, una matriz de base racionalista y
laica,
Directamente ligada al movimiento de los médicos hi-
gienistas, producto de los procesos de urbanización y
de industrialización, apuntando a los comportamien-
tos sociales y a los deberes del Estado. Con una ma-
yor o menor proximidad al liberalismo y al positivis-
mo, proponían una regulación desde el poder público,
-ya sea ejecutada por el Estado y/o organizaciones
privadas-, con una intervención de características
preventivas y educativas, entendiendo que el mejo-
ramiento de las clases obreras y de los grupos paupe-
rizados implicaba también una mejoría en la calidad
de vida de las clases dominantes, al mismo tiempo
que permitía controlar los conflictos propios de la so-
ciedad capitalista alcanzando un cierto equilibrio.
Podríamos aventurar una tercera matriz o filosofía,
la cual estaría ligada a la concepción de la asistencia
social como un derecho y un deber del Estado,
remarcando el carácter republicano y universal. Con-
sideramos que la misma estuvo presente en algunos
intentos de institucionalización, y algunas de sus ma-
nifestaciones fueron tomadas por los médicos higie-
nistas, pero no prosperando. De este modo, las rela-
ciones entre el Trabajo Social y los derechos sociales
estuvieron ausentes del colectivo profesional hasta
avanzada la década del 60, cuando durante el movi-
miento de reconceptualización se problematizó sobre
los objetivos y el tipo de intervención que el profesio-
nal llevaba adelante.
Estas dos matrices principales que impulsaron los
procesos de institucionalización, lejos de contraponer-
se entre sí, a nuestro entender, se complementaron y
hasta se confundieron adquiriendo formas y peso di-
ferentes según el particular contexto histórico, social,
económico y cultural de las realidades nacionales y
regionales. Y en este sentido, el protagonismo hege-
mónico de una u otra matriz, dependió de las particu-
lares relaciones construidas entre Burguesía, Estado e
Iglesia. Hasta podríamos aventurar la hipótesis de
que, considerando que el Trabajo Social se construye
en el terreno de rupturas y continuidades, que ambas
matrices implicaron una ruptura ante la caridad y la
filantropía, pero al mismo tiempo, que la primera ma-
triz se constituyó en una resignificación de la antigua
caridad cristiana en el siglo XX y la segunda una re-
creación de la filantropía adaptada a los nuevos desa-
fíos de la sociedad industrializada.
Como un mero ejemplo, queremos contraponer las
palabras con que concluye el Dr. Germinal Rodríguez
su artículo proponiendo la creación de la Escuela de
Servicio Social en Argentina con algunas frases de un
folleto de divulgación de la Escuela de Servicio Social
de San Pablo:
“...escuela que estudie la teoría de la acción so-
cial (...), en una palabra, que sea el nuevo tem-
plo religioso de los que hacen del bienestar hu-
mano un sacerdocio laico”.
“(,.)El Servicio Social supone un largo conoci-
miento del hombre y la sociedad y tiene méto-
dos especiales de acción, lo cual no puede ser
improvisado ni suplido por la simple buena vo-
luntad”.
La primera impresión que recibimos es que fueron
cambiados los textos; el primero que representa esta
denominada corriente racional higienista nos habla de
un sacerdocio y de un nuevo templo religioso; el se-
gundo, representante de la corriente doctrinaria cató-
lica hace referencia a la necesidad de conocimiento
científico del hombre y la sociedad y desprecia todo
voluntarismo.
Encontramos muy significativos estos elementos en
el discurso representativo de dos escuelas con matri-
ces fundacionales diferenciadas; es en este sentido
que queremos señalar esta convivencia y relaciones
entre las mismas, las cuales acaban confundiéndose,
y si bien presentan particularidades propias, ello no
reduce la dinámica, los intercambios y los procesos
desencadenados en sus acciones e intervenciones168.
3.3. INSTITUCIONALIZACIÓN DEL TRABAJO
SOCIAL ARGENTINO: APROXIMACIONES
A partir del análisis desarrollado, todo indicaría que
el Trabajo Social argentino emerge en la matriz del
racionalismo higienista, con un fuerte componente
laico y filantrópico. De hecho, si bien no existió una
separación formal entre Estado e Iglesia, como seña-
lamos en el capítulo anterior, en 1822 Rivadavia im-
pulsó un primer intento de separación que derivó en
la creación de la Sociedad de Beneficencia entre otras
medidas. Retomado por el ideario liberal de la Gene-
ración del 80, se agudizaron nuevamente las relacio-
nes conflictivas con la Iglesia, perdiendo el control
sobre algunos instrumentos institucionales (control de
cementerios, creación de registros civiles, etc.), si
bien nunca llegando a separarse totalmente.
Este ideario liberal laico fue sumamente fuerte en el
área de la educación, tanto con la Ley de Educación
Pública promovida por Sarmiento a fines del siglo XIX
como en las Universidades
Nacionales, con la Reforma Universitaria de 1918. Fue
en la década del 30, como veremos en el próximo ca-
pítulo, durante los gobiernos de Uriburu y Justo que
se reanudaron las relaciones de proximidad entre Es-
tado e Iglesia.
Estos antecedentes podrían en principio justificar
este carácter “laico” del Trabajo Social argentino. Pe-
ro vamos a intentar problematizar esta situación,
aportando algunas reflexiones y hasta aventurando
alguna hipótesis sobre el proceso de institucionaliza-
ción en Argentina.
En primer lugar, aunque no mencionado directa-
mente por Alayón, es claro que la institucionalización
del Trabajo Social, ya sea en el curso de Visitadoras
de Higiene o en las Escuelas de Servicio Social del
Museo Argentino o de la Facultad de Derecho, estuvo
orientado a enfrentar la cuestión social; es decir al
disciplinamiento de la fuerza de trabajo, la justifica-
ción de las desigualdades y la armonización de las
contradicciones de las relaciones sociales propias del
sistema capitalista.
En la investigación desarrollada por Grassi encon-
tramos referencias directas a la relación entre las
primeras escuelas y la cuestión social:
“La de la salud constituyó el área realmente es-
tratégica en todo este período, tanto porque
fueron médicos higienistas los que básicamente
inspiraron las nuevas corrientes filantrópicas
estatistas, como porque, junto a las normas de
higiene y a los principios de la nueva puericultu-
ra, se fueron filtrando toda una serie de normas
dirigidas a otras esferas de la vida de los po-
bres. Fue el área de salud, también la que nue-
vamente permitió poner a la mujer en el blanco
de la política social. Y otra vez hubo -como con
Rivadavia y la Sociedad de Beneficencia- ejecu-
toras y destinatarias; también moralización y
educación. Pero ya no para el trabajo en la in-
dustria, sino para la vuelta al hogar. ” (Grassi,
1989:52)
En este sentido, encontramos presente en la funda-
ción de estas tres escuelas un ideario conservador re-
formista, principalmente si consideramos los ideales
de los médicos higienistas, centrado en la racionaliza-
ción de los procesos y los recursos y proponiendo una
intervención sobre la totalidad de la vida social de los
sectores populares. Esta nueva “ciencia”, -como la
denominó el Dr. Rodríguez-, debía poseer un profun-
do conocimiento de la organización social, del hombre
y de sus miserias, el asistente social debía ser un
técnico calificado para llevar adelante el bienestar so-
cial a los sectores con los que trabajaba, lo cual no
podía basarse en meros actos caritativos, dado que
detrás de los mismos había un deber cívico. Lógica-
mente que no un derecho. Si bien la intervención so-
cial se consideraba un deber ciudadano, no era tenida
en cuenta su contrapartida, es decir, los derechos de
los ciudadanos; baste recordar la ardua y conflictiva
trayectoria de la legislación laboral en Argentina
acompañada de un sangriento y represivo camino re-
corrido por el movimiento obrero. De este modo pre-
vención, ajuste y disciplinamiento se encuentran en la
génesis del Trabajo Social argentino, acompañado de
la clasificación cientificista de la pobreza, las distin-
ciones entre lo normal y patológico, el recurso a la
moral como legitimador de las acciones, -en síntesis,
el ideario positivista-, apuntando tanto a la normati-
zación de la vida cotidiana como al control social.
Por otro lado, la institucionalización de la profesión
en Argentina se encuentra sumamente ligada al Esta-
do, -a diferencia del caso de Brasil-, las reivindicacio-
nes que los higienistas realizaban para una interven-
ción activa del Estado sobre la cuestión social, no se
limitó a la creación de instituciones que dieran res-
puestas a esta problemáticas, sino que también im-
pulsaron la institucionalización de las profesiones ne-
cesarias para llevar adelante esta intervención. En es-
te sentido, encontramos tanto la creación del Curso
de Visitadoras de Higiene como la Escuela de Servicio
Social del Museo Social Argentino; recordemos que
Germinal Rodríguez impulsó la creación del Servicio
Social Familiar del Municipio de Buenos Aires, donde
era necesaria la incorporación de estos profesionales
técnicos. Así también, hallamos la creación de la es-
cuela de enfermeros y enfermeras en 1892 y el pos-
terior intento de Ángel Giménez, medico higienista y
socialista, de crear en 1935 la Escuela Nacional de
Nurses, basado en el modelo de nursing de Florence
Nightingale.
Otra característica común que presenta el Trabajo
Social argentino con el proceso de institucionalización
en otros países, es su marcado carácter femenino; el
curso de Visitadoras de Higiene, por ejemplo, era ex-
clusivamente para mujeres. Asimismo, como el requi-
sito que tenían las primeras escuelas, de un certifica-
do de buena conducta, lo cual apuntaba a las aptitu-
des de buena moral que debían poseer las aspirantes.
Esta característica, presente en casi todos los países
analizados, reforzaba una idea “vocacional” de la pro-
fesión, se constituía en un prerrequisito, más allá de
la posibilidad posterior de adquirir conocimientos
científicos sobre este saber e intervención específicos.
Nuestra segunda reflexión apunta a abrir las di-
mensiones del proceso de institucionalización en Ar-
gentina. La referencia a las primeras Escuelas de Ser-
vicio Social se refiere únicamente a las creadas en
Buenos Aires y no sólo ello, sino que se refieren a las
escuelas creadas en la Universidad de Buenos Aires;
el curso de Visitadoras de Higiene y la Escuela de
Servicio Social del Museo Social Argentino (en ese
momento dependiente de la UBA) representando la
corriente para-médica y la escuela de Asistentes So-
ciales de la Facultad de Derecho, representando la co-
rriente para- jurídica.
Ante esto cabe preguntamos: ¿y en el resto del
país, qué características tuvieron, en qué momento
fueron creadas, fueron de orientación médica y jurídi-
ca también?; ¿no existieron otras instituciones públi-
cas o privadas, tanto en Buenos Aires como en otras
ciudades del país?; ¿y el Servicio Social católico en
Argentina?
De algún modo existe en el colectivo profesional, la
idea dominante que el Trabajo Social argentino tiene
un fuerte componente “laico”, planteo que se encuen-
tra en consonancia con lo expresado anteriormente,
pero que al mismo tiempo se confronta con la expe-
riencia cotidiana, cuando tanto la población usuaria
como los alumnos que ingresan a la carrera, tienen
una idea de apostolado, vocacional y caritativa del
trabajador social, y que suponen que además debe
tener algún tipo de vínculo con la Iglesia.
Las únicas referencias que hallamos al Servicio So-
cial Católico en Argentina, las encontramos en primer
lugar en Manrique Castro, quien al analizar la difusión
latinoamericana del Servicio Social Católico a través
de la Escuela Elvira Matte de Cruchaga de Chile ex-
presa:
“Inmediatamente después de su viaje a Monte-
video la Srta. Izquierdo viajó a Buenos Aires pa-
ra promover la creación de una Escuela Católica
de Servicio Social. Allí fue bien acogida espe-
cialmente por el Cardenal Copello quien se mos-
tró receptivo a la iniciativa. En 1940 se organi-
zaba en Buenos Aires -bajo la dirección del Car-
denal- la Escuela Católica de Servicio Social en
cuya gestión participó la Escuela chilena apor-
tando toda su experiencia”. (1982:92)
La otra referencia viene de Tenti Fanfani, que al
analizar el desarrollo de las políticas sociales en el
país cita una recopilación de apuntes de una profeso-
ra de Servicio Social del Instituto de
Religiosa Superior Femenina de Buenos Aires 1940.
Tenti plantea con claridad el ideario conservador re-
formista, de inspiración católica, que estaba detrás
del modelo asistencial de intervención. La necesidad
de volver a valores tradicionales, como familia, co-
munidad, etc.; la diferencia entre la pobreza buena y
la pobreza mala; la necesidad de clasificar desde una
postura científica la pobreza; la polarización entre el
campo y la ciudad; la ayuda no sólo económica, sino
moral. En definitiva, es necesario cambiar al indivi-
duo, adaptarlo a las nuevas relaciones sociales, sin
criticar las estructuras.
“Pese a esta indeterminación, el servicio social
católico de la época pretende distinguirse de la
percepción tradicional del problema de la po-
breza en este punto decisivo: ya no se trata de
cargar sobre la víctima toda la responsabilidad
de la pobreza. (,..)Se trata de introducir en el
discurso a los factores de orden social no como
la explicación dominante, sino como un conjun-
to de factores que se agrega a las causas tradi-
cionales y conocidas de la pobreza. (.. ,)De allí
que, pese a la introducción del factor social, el
servicio social siga manteniendo ‘como finalidad
principal la reeducación de la voluntad’ y no la
transformación de las estructuras e institucio-
nes sociales. (...) Este eje ético, organizador del
discurso está presente en el esquema que dis-
tingue la pobreza rural de la pobreza urbana.
(...)En cambio, en las ciudades el obrero está
sometido a la influencia de la ‘propaganda he-
cha por agitadores profesionales descontentos,
desamparados o gente sin trabajo fijo, y tam-
bién por agentes pagos de partidos políticos na-
cionales e internacionales'. ” (Tenti, 1989:46-
47)
El Instituto de Cultura Religiosa Superior Femenina,
fue la primera Escuela Católica de Servicio Social en
Argentina, fundada en 1940 -a la cual Manrique hace
referencia-, pasando luego a formar parte de la Uni-
versidad del Salvador. Pese a que buscamos comple-
mentar información sobre la misma, no encontramos
datos accesibles, lo cual requeriría una investigación
más detallada y exhaustiva sobre esta escuela.
De todos modos resulta llamativo que pasaron diez
años entre la fundación de la primera Escuela de Ser-
vicio Social y la fundación de la primera Escuela Cató-
lica argentina. Teniendo en cuenta la alta participa-
ción desarrollada por el catolicismo social durante las
primeras décadas resulta aún más llamativo y si
además consideramos que para la Iglesia brasileña,
chilena, peruana y uruguaya, fue una excelente estra-
tegia tanto para la formación teórica-ideológica como
para la intervención en lo social desde el “apostolado”
laico. Por otro lado, Recalde (1991) señala que duran-
te las primeras décadas del siglos, las mujeres católi-
cas se organizaron y participaron activamente, sea
reforzando la actividad caritativa tradicional o, nove-
dosamente, acercándose a las mujeres trabajadoras
en sus hogares o en las fábricas, intentando con ello
organizarías y principalmente neutralizar la influencia
del pensamiento socialista y anarquista. Como ejem-
plo de esta militancia, el autor citado menciona, que
el cargo de inspectora honoraria del municipio de
Buenos Aires, creado en 1901 para controlar el cum-
plimiento de la legislación sobre trabajo de mujeres y
niños, fue ejercido primeramente por Gabriela Lafe-
rriere de Coni, médica higienista y socialista, hasta su
muerte en 1907, siendo al año siguiente designada
Celia Lapalma de Emery, militante católica. Lo cual,
además de poner de “manifiesto el eclecticismo con el
que procedían en esta materia las autoridades muni-
cipales" (Recalde, 1991:163), nos muestra la activa
participación de las militantes católicas también en la
esfera estatal. De todos modos, una posible explica-
ción del retraso en la fundación de la Escuela Católica
de Servicio Social se puede encontrar en el cambio
ocurrido en la política interna de la Iglesia argentina a
partir de 1920.
Por otro lado resulta significativo que Alayón al es-
tudiar las escuelas, selecciona las dos primeras: el
curso de Visitadoras de Higiene de 1924 y la Escuela
del Museo Social de 1930, para luego pasar a Escuela
de la Facultad de Derecho de 1941. Antes de la crea-
ción de esta última, en 1940, encontramos la men-
cionada creación de la escuela católica y el curso de
Visitadoras de Higiene Social en la Universidad Nacio-
nal de La Plata.
Posteriormente en el año 1942 se creó la Escuela
de Servicio Social de Rosario, en principio dependien-
te del Liceo Nacional de Señoritas, luego del Ministe-
rio de Salud Pública y Bienestar Social de la provincia
de Santa Fe y actualmente dependiente de la Univer-
sidad Nacional de Rosario. En 1944, y dependiente
del mencionado ministerio, se creó la Escuela de Ser-
vicio Social de Santa Fe. En 1945, dependiente del
Patronato de Menores de la provincia de Entre Ríos,
se fundó la Escuela de Servicio Social de Paraná, ac-
tualmente dependiente de la Universidad Nacional de
Entre Ríos.
Hasta aquí es donde contamos con algunos datos
provisorios sobre la institucionalización de la profe-
sión y de hecho sabemos que los mismos son insufi-
cientes, y como fue expresado en la introducción, te-
nemos que reconocer que en el país hay una ausencia
de estudios particulares sobre la creación y el desa-
rrollo de las distintas escuelas.
De todos modos como una primera aproximación,
podemos ver una fuerte presencia de la institucionali-
zación ligada a las universidades nacionales, pero
también tenemos que considerar que hubo un proce-
so de expansión de institutos terciarios, principalmen-
te a fines de la década del 40 y agudizándose en la
década del 60, que otorgaban una acreditación a nivel
técnico, tanto públicos como privados, y dentro de
estos últimos, generalmente ligados a congregaciones
religiosas.
En base a la nómina de Escuelas de Servicio Social
en Argentina que Alayón (1980) presentaba funcio-
nando en el año 1978, encontramos que la carrera se
dictaba en: 13 cursos en universidades nacionales, 5
en universidades privadas católicas y 2 en universi-
dades privadas laicas; 18 cursos eran dictados en ins-
titutos terciarios públicos de dependencia provincial,
16 en institutos terciarios privados católicos y 2 insti-
tutos privados laicos. Estos datos estarían revelando
un predominio de la formación pública, y supuesta-
mente “laica”, pero seguido muy de cerca por un nú-
mero similar de instituciones católicas, además de
una considerable expansión de la profesión que se
dictaba en 56 cursos.
A partir de estos datos -reconociendo que los mis-
mos requieren una mayor precisión-, y del análisis
realizado, construimos una hipótesis. Creemos que
hubo una considerable expansión de escuelas católi-
cas de Servicio Social en el país, ya sea dependientes
de universidades católicas o de institutos terciarios de
órdenes religiosas; y que los asistentes sociales egre-
sados de estas escuelas se constituyeron en un nú-
mero significativo de la fuerza de trabajo de la profe-
sión, mientras que los graduados en universidades
nacionales, con un fuerte componente laico, aunque
no por ello menos conservador, se convirtieron en la
cara visible la profesión, como protagonistas activos,
ligados a la producción de conocimientos, militancia,
etc. El primer grupo, en cambio, realizó un trabajo si-
lencioso, pero consistente en los espacios profesiona-
les.
También tendríamos que considerar la posibilidad
de que el rasgo conservador de tipo doctrinario católi-
co haya estado presente dentro de esta formación
“laica y pública”, en virtud, como hemos expresado al
referimos a las matrices de la institucionalización de
la profesión, que las mismas no se contraponen, sino
que se complementan.
Por último, queremos agregar dos consideraciones
más: por un lado, si tenemos en cuenta el mercado
laboral de los primeros profesionales, encontramos un
espacio restrictivo en el terreno estatal (no existieron
políticas sociales abarcativos hasta mediados de la
década del 40), por lo tanto otro de los espacios de
inserción de los profesionales además de las institu-
ciones de la Sociedad de Beneficencia, fueron en ins-
tituciones asistenciales católicas (ya sea bajo la de-
pendencia directa de la propia Iglesia o de organiza-
ciones católicas laicas). Por otro lado, resulta también
significativo, que el movimiento de reconceptualiza-
ción se dio en las universidades nacionales predomi-
nantemente. Sin lugar a dudas es necesario profundi-
zar sobre estos aspectos, y hasta realizar una investi-
gación específica sobre los mismos, lo cual excede
nuestras intenciones.
Para concluir, simplemente queremos señalar la
idea que el Trabajo Social argentino surgió con un ca-
rácter “antimoderno” y profundamente “conservador”.
El pensamiento conservador, fue la matriz originaria
del Trabajo Social en su momento de institucionaliza-
ción, más allá que se presente con un fuerte conteni-
do liberal o doctrinario, como racionalismo higienista
o como humanismo moderno, como laico o religioso.
Detrás de todas estas concepciones, buscando subsi-
dios en los conocimientos científicos y técnicos o en la
doctrina católica, está el enfrentamiento a la cuestión
social producto del desarrollo del capitalismo y expre-
sión de las desigualdades y antagonismos que este
modo de producción genera. Su intervención apunta-
ba a la justificación de las relaciones dadas, al disci-
plinamiento de la fuerza de trabajo, al ejercicio del
control social, a la naturalización y legitimación de las
desigualdades de la sociedad antes que la transfor-
mación de sus contradicciones y el real ejercicio de
los derechos sociales. Su institucionalización y legiti-
mación como profesión estuvo íntimamente ligada
también a las necesidades de un Estado que debía
mantener sobre todo el “orden social”. Y en este sen-
tido, el Trabajo Social en su surgimiento adquirió un
fuerte carácter “antidemocrático”, dado que su inter-
vención no era la legitimación de un derecho, ni la
construcción de la ciudadanía; si bien concebido por
algunos como deber y responsabilidad del Estado, no
por ello generaba derechos sociales ni la ampliación
de la participación social de la ciudadanía.
Creemos que existen particularidades significativas
propias del desarrollo del capitalismo en los diferentes
países, y especialmente de los papeles desempeñados
por los distintos actores sociopolíticos: tanto los par-
tidos políticos, la burguesía, la Iglesia, el movimiento
obrero, el Estado, etc.; pero es indudable que la pre-
dominancia del conservadurismo en la institucionali-
zación del Trabajo Social es un rasgo común a toda
Latinoamérica, adquiriendo en cada país rasgos parti-
culares en su proceso de construcción.
Nuevamente las palabras de Marx, -citadas ante-
riormente-, vienen a esclarecer lo que fue el Trabajo
Social en sus inicios:
“Creen que combaten firmemente la práctica
burguesa, pero son más burgueses que nadie”.
(1987:81)

Capítulo 4
EXPANSIÓN Y DESARROLLO DEL TRABAJO SO-
CIAL ARGENTINO
El período comprendido entre el momento de insti-
tucionalización de la profesión, -1930 con la primera
Escuela de Servicio Social en el Museo Social Argen-
tino-, y los primeros indicios del movimiento de re-
conceptualización a comienzos de la década del 60,
es un momento histórico que tanto desde el punto de
vista económico, social, político y cultural está mar-
cado por profundos y significativos cambios estructu-
rales en el país. Este período es sumamente dinámi-
co, tanto por el protagonismo adquirido por el Estado
para enfrentar la “cuestión social” como por la emer-
gencia de nuevos actores sociales y políticos.
Si en el momento de institucionalización de la pro-
fesión, el trabajador social era absorbido principal-
mente por servicios sociales y asistenciales de carác-
ter privado (al estilo de la Sociedad de Beneficencia)
podemos inferir, y dada la intensiva intervención del
Estado, que la mayor demanda laboral se concentró
en la esfera estatal, sin que por ello queramos signifi-
car que se produjo una ampliación real de los dere-
chos sociales, -de hecho hubo avances importantísi-
mos-, o que se haya superado totalmente el ideario
de la dádiva, la limosna o el ajuste del período ante-
rior.
Nuevamente en este punto nos encontramos con
serias dificultades y limitaciones de estudios y de in-
formación, tanto para conocer los espacios profesio-
nales en los cuales se insertaron los trabajadores so-
ciales, como datos precisos sobre el crecimiento de la
profesión. De todos modos intentaremos reconstruir
este período de expansión de la profesión conside-
rando los cambios estructurales y coyunturales del
país, marcados por la dinámica social, económica y
política y las respuestas dadas a la “cuestión social”
en ese momento; agregando, cuando sea posible, re-
ferencias directas a la profesión.
A los efectos de organizar nuestra exposición, abor-
daremos primeramente el período comprendido entre
1930 y 1945, es decir, la “década infame” y el surgi-
miento del populismo. Seguiremos con el desarrollo
de los gobiernos peronistas, deteniéndonos especial-
mente en la Fundación Eva Perón. Para luego abordar
el golpe militar de 1955 y señalar algunas primeras
características de la alternativa desarrollista; y por úl-
timo presentar algunas consideraciones sobre el pro-
ceso de expansión del Trabajo Social.
4.1. LA DÉCADA INFAME Y EL SURGIMIENTO
DEL POPULISMO
El período comprendido entre el golpe militar de
1930, -el derrocamiento de Yrigoyen-, y la masiva
manifestación popular del 17 de octubre de 1945 a
favor de Perón, es un momento histórico de reorien-
tación, y en algunos casos de ruptura, del proceso
económico, político y social que se venía desarrollan-
do en el país.
La relativa estabilidad democrática que se había ini-
ciado en
1916, -poco después de la sanción de la denominada
ley Sáenz Peña sobre el voto secreto, universal (mas-
culino) y obligatorio-,
Permitiendo el acceso de la Unión Cívica Radical (pri-
mer partido de masas) llegar a la presidencia se vio
interrumpido por el golpe militar de 1930 que devol-
vía el poder a la oligarquía terrateniente del país. De
algún modo el liberalismo democrático de Yrigoyen
asustaba a la élite dominante.
La década del 30 es históricamente reconocida co-
mo la “década infame”, tanto por que fue una suce-
sión de gobiernos militares y civiles que basaron su
dominio en el fraude electoral, así como por la co-
rrupción política de los más variados actores sociales
que detentaban el poder.
Dos acontecimientos externos repercutieron sobre
la estabilidad económica del país, primero la crisis
mundial de 1929 y posteriormente el desarrollo de la
Segunda Guerra Mundial. Argentina que se había con-
solidado como un país agroexportador en el mercado
mundial desde 1880, sufrió las consecuencias de la
crisis viendo disminuir los precios de los productos
agrícola-ganaderos y las dificultades para mantener el
nivel de las importaciones de productos manufactura-
dos. El profundo deterioro de los términos de inter-
cambio llevó a una serie de medidas proteccionistas y
a la reducción de las importaciones, lo cual alentó un
incipiente proceso de industrialización.
En un primer momento el gobierno quiso recuperar
la estabilidad económica y social anterior a 1916, pe-
ro lógicamente las condiciones internas y externas se
habían modificado radicalmente y el Estado debió
comenzar a tener una intensa injerencia en la econo-
mía nacional, la cual ya no podía basarse únicamente
en la exportación de productos agroganaderos.
“En 1933 el presidente Justo comenzó a imple-
mentar una política económica al estilo ‘new
deal ’. El Estado tomó un papel activo en la re-
gulación de las fuerzas del mercado, en general
para beneficio de las clases acomodadas, cuya
suerte no podía ya confiarse a los dictados de la
‘mano invisible’. ” (Plotkin, 1993:28)
El Estado adquirió un rol intervencionista en lo eco-
nómico sin perder su ligazón con la oligarquía terra-
teniente. En principio a través del tratado Roca-
Runciman suscrito con Gran Bretaña en 1933 que
aseguraba las exportaciones de carnes a ese país y
daba un conjunto de beneficios a las inversiones in-
glesas y posteriormente mediante una serie de medi-
das proteccionistas a la industria nacional, que
desembocaría en el Plan Pinedo. El Estado consolida-
ba su poder en una alianza de clases con participa-
ción de los sectores industriales, si bien éstos limita-
dos en su actividad al mercado interno, a los bienes
de consumo y a los dictados del sector agropecuario.
“El Estado asumió la función de arbitraje y regu-
lación de intereses no siempre armónicos, y lle-
gó a adquirir una independencia tal respecto de
ellos que pudo defender los objetivos superiores
de la clase aún a riesgo de afectarla en sus in-
tereses inmediatos”. (Rofman y Romero,
1973:143)
A lo largo de este período y teniendo como telón de
fondo las consecuencias de la Gran Depresión y el
desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, -siendo
Gran Bretaña el principal comprador de carnes y ce-
reales y también el principal importador de productos
manufacturados-, comenzó un intenso proceso migra-
torio interno, - dado tanto por las limitaciones y crisis
en la producción agropecuaria como por la creciente
demanda industrial-, dirigido hacia las grandes ciuda-
des (Buenos Aires, Córdoba, Rosario, La Plata, Santa
Fe).
Este proceso migratorio interno, y teniendo en
cuenta que a partir de 1930 y a causa del creciente
desempleo se produjeron severas restricciones hacia
la inmigración europea, fue alentado por un desorde-
nado proceso de industrialización, cuya característica
principal fue la incorporación intensiva de fuerza de
trabajo, dado que la importación de maquinarias es-
taba sumamente limitada por la posición de neutrali-
dad del país ante la guerra.
Durante el período comprendido por la “década in-
fame”, el movimiento obrero fue atravesado por dos
procesos concomitantes; por un lado la reorganiza-
ción sindical, su papel político y sus reclamos de le-
gislación obrera y por otro, como ya hemos mencio-
nado, un creciente proceso de proletarización produc-
to de las migraciones internas, que se desarrollaba a
la luz del proceso industrial sustitutivo de importacio-
nes.
En relación al papel jugado por los sindicatos, en
1930 se creaba la primera CGT (Confederación Gene-
ral del Trabajo), a donde concurrieron sindicalistas,
anarquistas, comunistas y socialistas pertenecientes a
la USA (Unión Sindical Argentina) y a la COA (Confe-
deración Obrera Argentina), quedando fuera los anar-
quistas de la FORA (Federación de Obreros de la Re-
pública Argentina). La CGT recién creada tomó una
actitud indulgente, y hasta podríamos decir cómplice,
ante el golpe militar de 1930 y la política conservado-
ra de Uriburu y Justo. En el período 1930-1935, la
capacidad negociadora del sindicalismo se vio fuerte-
mente limitada por las consecuencias de la crisis: el
mantenimiento de altas tasas de desocupación y por
la implementación de medidas represivas.
“A pesar de haber contribuido a la caída del go-
bierno de Irigoyen, el Partido Comunista y los
restos del otrora poderoso movimiento anar-
quista, como así también los dirigentes obreros
de los sindicatos llamados autónomos, pasan a
ser blanco de la represión del gobierno. Solo se
respetan los sindicatos ‘amarillos’ que dirigían
fundamentalmente los socialistas. '(Levenson,
1996:92)
Hacia 1935 la situación comenzó a modificarse, se
produce una recuperación económica y un sostenido
aumento de la ocupación. La CGT expulsó a su ante-
rior dirección y su nueva dirección adoptó una posi-
ción más reivindicativa. En 1937, se constituyó nue-
vamente la USA (Unión Sindical Argentina) integrada
principalmente por sindicalistas autónomos, los cuales
trataron de diferenciarse de la CGT con predominio de
socialistas, intentando deslindar las acciones de tipo
gremial de las acciones de las agrupaciones políticas.
La USA no adquirió la relevancia anterior y su papel
fue tangencial ante el desarrollo del movimiento obre-
ro. Por otro lado, la FORA, anarquista, sólo represen-
taba algunos sindicatos de oficios, quedando despla-
zada por el desarrollo de la industria fabril.
A partir de 1935, y alcanzando mayores dimensio-
nes en 1942, comenzó una intensa movilización obre-
ra, con un número creciente de huelgas y sobre todo
de huelguistas, pese a que la mayor parte de los
Reclamos nunca alcanzaron sus resultados. Asimismo
a partir de 1936 se produjo un paulatino y constante
aumento de afiliaciones sindicales llegando a un salto
cuantitativo en 1947.
“Todo el período que arranca desde 1939 -año
en que a raíz de la guerra mundial el proceso de
industrialización sustitutiva adquiere nuevos
impulsos- se caracteriza por un aumento soste-
nido de los niveles de ocupación, mientras el sa-
lario real se mantiene estancado o crece muy
poco. Esto lleva a una agudización de los con-
flictos y de la movilización obrera hasta llegar
en 1942 a cifras topes. ” (Murmis y Portantiero,
1971:89)
Por otro lado los partidos políticos obreros adopta-
ron posiciones diferentes durante la “década infame”.
El Partido Socialista asumió una posición doble, la de
complacencia y complementariedad al conservadu-
rismo mientras propugnaba la implementación de la
legislación obrera.
El Partido Comunista por su lado, a partir de las de-
cisiones del VII Congreso Internacional Comunista,
impulsó un frente único antiimperialista, organizando
comités contra el monopolio del transporte, agua y
electricidad, disolviendo el sindicato comunista “Co-
mité de Unidad Clasista” e ingresando sus militantes
gremiales en la CGT, desde donde conformaron algu-
nas federaciones gremiales; en 1937, ante el llamado
a elecciones, se abandonó el frente antiimperialista y
se abrió el frente único antifascista, apoyando al radi-
calismo y la candidatura de Alvear a la presidencia.
Obviamente Justo ya se había asegurado la continui-
dad conservadora y las elecciones fueron ganadas por
Ortiz a través del fraude electoral.
En 1943, nuevamente la CGT se divide en dos, la
CGT nro. 1 encabezada por José Domenech, socialista
y representante de la burocracia “amarilla”, que bus-
caba la independencia del gremio de los partidos polí-
ticos y la CGT nro. 2, integrada por sindicatos contro-
lados por comunistas y socialistas.
Asimismo, a lo largo de la década del 20 se había
gestado un significativo movimiento nacionalista, sin
unidad, con profundas divisiones y sin capacidad de
organizarse en un partido político, pero al mismo
tiempo generando un fuerte impacto en el Ejército,
depositario del sentimiento nacional.
“Los nacionalistas eran esencialmente antilibe-
rales, profundamente anticomunistas, en gene-
ral ultracatólicos, y tenían una desconfianza vis-
ceral hacia la democracia. ''(Plotkin, 1993:24)
Durante la década del 30 se profundizó este nacio-
nalismo, el cual atacaba directamente al liberalismo
como culpable de los males que sufría la Argentina y
en especial al imperialismo británico y norteameri-
cano. Para estos grupos el liberalismo estaba llegando
a su fin y las ideas de tipo “corporativistas” comenza-
ban a tener su influencia sobre el pensamiento de la
época. Sus referentes estaban en el pensamiento de
Charles Maurras, y algunos no ocultaban su admira-
ción a Mussolini. Este movimiento se manifestó en di-
versas fracciones, desde aquellos nacionalistas autori-
tarios de ultraderecha, con una fuerte participación
del ejército, y una tendencia más populista represen-
tada por FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la
Joven Argentina) dentro de la Unión Cívica Radical.
También durante la década infame se da un acer-
camiento entre el Estado y la Iglesia Católica, una de
cuyas manifestaciones fue la celebración del Congre-
so Eucarístico Internacional en Buenos Aires en 1934.
La Iglesia, desde su posición conservadora reformista,
empezó a tener una mayor injerencia en el campo po-
lítico, haciendo un llamado a la participación política
de sus fíeles, rechazando el liberalismo, combatiendo
el comunismo y el anarquismo, al mismo tiempo que
popularizando el catolicismo.
Los nacionalistas tendrán en común su posición de
neutralidad ante la guerra y la adopción del término
“justicia social” que comenzaba a estar presente en
sus discursos, ante la escasa intervención social del
Estado.
Durante este período, el Estado tuvo una intensa
intervención en lo económico aunque no así en lo so-
cial. El enfrentamiento a la “cuestión social” fue su-
mamente segmentado, como veremos a continuación,
y recién a fines de la década comenzó una preocupa-
ción mayor por otro tipo de intervención.
Podemos señalar que por un lado se recurrió a ac-
ciones de tipo represivas, como ya fue señalado al re-
ferimos al ataque directo de las organizaciones de iz-
quierda y la escasa respuesta ante las huelgas obre-
ras. Por otro lado, se impulsaron algunas leyes labo-
rales, - principalmente propuestas por el Partido So-
cialista y que el conservadurismo aceptó para mante-
ner una alianza de poder-, obteniendo algunos logros
parciales como la indemnización por despido, vaca-
ciones pagas para algunos gremios, organización de
algunas cajas jubilatorias. Por último, las consecuen-
cias sociales de la crisis del 30 y los reclamos que los
médicos higienistas venían realizando desde la déca-
da pasada hizo que el Estado tomara algunas iniciati-
vas en torno a la asistencia social pública, las cuales
se dirigieron principalmente a ejercer la función de
contralor de los subsidios otorgados pero continuando
delegando las funciones asistenciales a organizacio-
nes privadas al estilo de la Sociedad de Beneficencia.
En 1932 se creó el Fondo de Asistencia Social, re-
glamentando el otorgamiento de subsidios, así como
exigiendo condiciones y requisitos para el otorga-
miento e instalando formas de control. A tales efectos
se organizaron Comisiones Auxiliares de Señoras ad
honorem en la Capital Federal y cada una de las pro-
vincias, cuya función era la fiscalización externa sobre
los subsidios al mismo tiempo que incentivar en la
comunidad la sustitución del aporte del Estado por
donaciones y legados particulares.
En este sentido, Sposati plantea que a comienzos
de la década del treinta en el Estado de San Pablo,
Brasil, se estableció una Comisión de Asistencia So-
cial, formada por hombres de la aristocracia y la elite
gobernante, quienes tenían la función de decidir so-
bre asuntos de asistencia social y ante la cual las ins-
tituciones particulares debían brindar información,
con el riesgo de perder los subsidios del Estado. Pos-
teriormente esta comisión fue transformada en el De-
partamento de Asistencia Social, apuntando al control
de la filantropía privada dentro de las normas técni-
cas así como la orientación hacia acciones asistencia-
les disciplinares (1988:110-115).
Podemos ver entonces, que tanto en el caso de Ar-
gentina como en el de Brasil, se dio una mayor inter-
vención del Estado frente a la “cuestión social” pero
principalmente ligada al control de las acciones filan-
trópicas privadas y manteniendo su carácter subsidia-
rio de las mismas.
En 1933, el gobierno argentino convocó a la Prime-
ra Conferencia Nacional de Asistencia Social, la cual
se abocó a discutir algunos aspectos centrales de la
intervención en el campo social. En la misma se re-
marcó, la obligación del Estado en asegurar la repro-
ducción de la población y no sólo la atención humani-
taria de las clases pudientes. Tenti realiza una sínte-
sis de los argumentos expuestos, y consideramos im-
portante rescatar los siguientes:
"Existe un consenso generalizado en considerar
a la Asistencia Social como orientada a lograr el
‘ajuste del individuo a la sociedad’. A su vez, el
'mejoramiento social del individuo y de la fami-
lias alcanzará mediante una acción de difusión e
inculcación de ‘todos aquellos medios y conoci-
mientos que aconsejan la higiene física y men-
tal’. (...) La formación de personal especializado
para las labores del campo social es un tema
que ocupa a toda una Comisión. Ahora ya no se
trata de los médicos, sino de los nuevos profe-
sionales de la acción social, tales como las visi-
tadoras de higiene social, asistentes sociales,
superintendentes de usina, personal técnico au-
xiliar para las obras de asistencia social, etc. ”
(1989:73)
En base a las conclusiones, en 1934 fue presentado
un proyecto de ley sobre Asistencia y Previsión Social,
en el cual se planteaba el reconocimiento del derecho
del ciudadano a recibir atención gratuita ante situa-
ciones de desamparo ligadas a la minoridad, la vejez,
la enfermedad y el desempleo. También planteaba la
necesidad de formación del personal abocado a la
asistencia social, así como realizar estudios sobre la
asistencia social en el país y la elaboración de un plan
anual de coordinación de los servicios. Pero lógica-
mente esta ley no fue aprobada.
En 1937 fue creado el Registro de Asistencia Social
y Fichero Central donde se debían registrar todas las
instituciones de asistencia social y que apuntaba a
coordinar los servicios de asistencia social tanto a ni-
vel nacional, provincial, municipal y privado.
Significativamente en 1938 encontramos que en
Brasil fue creado el Consejo Nacional de Servicio So-
cial (CNSS), como órgano consultivo del gobierno fe-
deral y teniendo a su cargo la centralización y coordi-
nación de informaciones sobre entidades privadas y
públicas, si bien su actividad fue fundamentalmente
formal no teniendo casi injerencia sobre las institu-
ciones asistenciales. La coordinación desde un orga-
nismo de carácter nacional ocurrió posteriormente,
cuando el Brasil ingresó en la Segunda Guerra Mun-
dial y se fundó la Legión Brasileña de Asistencia
(LBA).
Retomando para Argentina, en 1940 se organizó
este registro pasando a denominarse Registro Nacio-
nal de Asistencia Social, dirigido a registrar todas las
instituciones asistenciales y a centralizar información
sobre las mismas; asimismo tanto los individuos y
familias que eran asistidos tenían un carnet que de-
bían presentar para ser atendidos tanto en el Registro
como en las diferentes instituciones privadas, el cual
tenía como objetivo el control de la pobreza para evi-
tar la mendicidad y la explotación de la caridad.
Posteriormente, en 1941 se creó la Dirección Gene-
ral de Subsidios, que tenía a su cargo el otorgamiento
y control de los subsidios a las instituciones de asis-
tencia social.
A comienzos de la década del 40, un grupo de mili-
tares nacionalistas se reunió en una logia, posterior-
mente denominada GOU, la cual sostenía la posición
de neutralidad frente a la guerra y por otro lado pre-
sionaba sobre el gobierno para la producción de ar-
mamentos, de algunos productos importados y la ex-
plotación de minerales. En junio de 1943, este grupo
de militares nacionalistas tomó el poder, derrocando
al presidente Castillo y poniendo fin a la década infa-
me.
“...el sistema político corrupto y fraudulento ha-
bía perdido legitimidad, y el Ejército se había
convertido en un importante factor de poder po-
lítico. Fue en ese contexto que ocurrió el golpe
de junio de 1943 que motorizaría el ascenso de
Perón. ” (Plotkin, 1994:36)
El régimen militar comenzó por un lado con una serie
de
Medidas para nacionalizar el sistema económico,
mientras por otro se implementó la enseñanza católi-
ca obligatoria en las escuelas públicas, se separó de
sus cargos a los profesores que se manifestaban tan-
to liberales como de izquierda, se suspendieron las
elecciones, se prorrogó el estado de sitio, se intervi-
nieron los sindicatos y la CGTnro.2, dirigida por co-
munistas y socialistas, fue disuelta y sus dirigentes
detenidos o perseguidos.
Cabe señalar que al interior del grupo militar que
tomó el poder, no existía homogeneidad y que poco a
poco las diferencias internas fueron apareciendo. La
posición de neutralidad ante la guerra fue mantenida
y Estados Unidos comenzó a presionar significativa-
mente para que Argentina declarara la guerra al Eje.
Se estableció un bloqueo económico y el no recono-
cimiento del gobierno militar; ante el intento fallido
de conseguir armamentos de los Estados Unidos, -y
teniendo en cuenta que Chile, Uruguay y Brasil esta-
ban recibiendo armamentos de este país-, el entonces
presidente Ramírez intentó un acercamiento a Alema-
nia, lo cual agudizó el bloqueo con Europa y los paí-
ses latinoamericanos, llevando a Ramírez en febrero
de 1944 a entregar el poder al General Farrell, alcan-
zando Perón el cargo de vicepresidente.
En 1943 fue creada la Dirección de Salud Pública y
Asistencia Social, que paso a tener bajo su responsa-
bilidad la salud pública y la asistencia social de todo
el país y que absorbió tanto el Registro Nacional de
Asistencia Social como la Dirección General de Subsi-
dios.
En noviembre 1943, el coronel Perón se hizo cargo
del Departamento Nacional del Trabajo, transformán-
dolo en Secretaria de Estado. Desde la Secretaria de
Trabajo, Perón inició una intensa actividad con los
sindicatos, quienes encontraron por primera vez un
interlocutor dentro del aparato estatal.
En primer lugar derogó el control y la prohibición de
actividad política en los sindicatos; mantuvo contac-
tos con dirigentes comunistas y socialistas e intentó
ganarse su confianza. Sobre lo que era la CGT 1 y la
USA principalmente, y algunos de los sindicatos per-
tenecientes a la CGT 2, se iniciaron estas relaciones
entre sindicalismo y Estado. Durante el año 1944 Pe-
rón elaboró una serie de leyes y decretos que modifi-
caban profundamente la legislación laboral, se firma-
ron numerosos convenios que regulaban los salarios,
las vacaciones, duración y condiciones de trabajo, se
creó el fuero laboral, los distintos regímenes jubilato-
rios, el estatuto del peón de campo, etc.
Para llevar a cabo su organización de los obreros,
Perón usó tanto la cooptación como la coerción, esta
última en el caso de los sindicatos más inflexibles,
principalmente los dirigidos por comunistas que eran
intervenidos o creados sindicatos paralelos. Al mismo
tiempo se iban creando nuevos sindicatos en otras
ramas de la producción.
En 1944, dependiente de la Secretaria de Trabajo y
Previsión se creó la Dirección General de Asistencia
Social quien tomó a su cargo todo lo referente a be-
neficencia, hogares y asistencia social, permanecien-
do lo referente a hospitales, sanidad e higiene depen-
diendo de la Dirección Nacional de Salud Pública y
Asistencia Social. En el mismo año fue creada la Co-
misión de Servicio Social, bajo la dirección de Perón,
encargada de impulsar la implementación de estos
servicios en las diferentes empresas incluyendo aten-
ción médica gratuita, suministro de alimentos y ropas
a precio de costo, cocina y comedor para uso del per-
sonal y campañas preventivas de accidentes de tra-
bajo.
Por otro lado, dependiente del Ministerio del Interior
se creó la Dirección Nacional de Salud tomando a su
cargo la organización de los hospitales, de la sanidad
y la higiene y de los subsidios a entidades privadas.
También fue creado el Instituto Nacional de Previsión
Social encargado de la recolección de las contribucio-
nes obligatorias de trabajadores y empleadores para
el sistema jubilatorio. En 1945, dependiente también
de la Secretaria de Trabajo y Previsión, se creó la Di-
rección de Servicio Social tomando a su cargo las fun-
ciones del Registro Nacional de Asistencia Social,
creado en 1940, teniendo a su cargo la organización y
contralor de la asistencia social privada, así como un
registro de los asistidos.
En ese año también fue promulgada la Ley de Aso-
ciaciones Profesionales, mediante la cual el Estado
tenía la posibilidad de ejercer el papel de contralor de
los sindicatos, pero al mismo tiempo otorgaba perso-
nería a un único sindicato por rama de producción lo
cual obligaba a los empleadores a negociar con una
única representación obrera, a la vez que permitía la
participación política de los mismos.
“La Secretaria de Trabajo se transformó en el
eje de la nueva política social del gobierno, es-
tableciendo un fluido diálogo con los dirigentes
gremiales y en el cual la palabra de Eva Perón
pasaría en poco tiempo más a constituir un ele-
mento casi decisivo en la solución de los pro-
blemas. "(Levenson, 1996:102)
Es claro señalar que a partir del régimen militar de
1943, y especialmente con la actividad desarrollada
por Perón desde la Secretaria de Trabajo y Previsión,
el Estado adquiere protagonismo en una intervención
más sistemática ante la “cuestión social”, situación
que se profundizó durante los gobiernos peronistas.
La centralización de los servicios y la diferenciación
en áreas específicas de atención (salud, educación,
asistencia social) apuntó a la reproducción de la fuer-
za de trabajo y a su calificación para insertarse en el
creciente aparato industrial.
A comienzos de 1945, y ante las presiones de Esta-
dos Unidos y Gran Bretaña, Farrell declaró la guerra a
Alemania y Japón; a partir de ese momento se res-
tauraron las relaciones con los países aliados. Al inte-
rior, se inició un proceso de normalización de las uni-
versidades, reincorporación de profesores liberales
cesanteados en 1943, movilizaciones de estudiantes y
protestas de los miembros del Poder Judicial y de los
distintos partidos políticos pidiendo el llamado a elec-
ciones.
En junio de 1945, diferentes organizaciones patro-
nales realizaron una protesta por las medidas sociales
que el gobierno estaba implementando, especialmen-
te contra la Secretaria de Trabajo y contra Perón. An-
te esta manifestación la CGT se movilizó defendiendo
los derechos adquiridos y la actividad de la Secretaria
a cargo de Perón. Al poco tiempo algunos sindicalis-
tas, de extracción socialista fundamentalmente, solici-
taron la desafiliación de ciertos gremios de la CGT,
por considerarla “colaboracionista” con el gobierno
militar. Fue renovado el Comité Central Confederal y
en algunos casos se generaron sindicatos paralelos.
En setiembre de 1945 se realizó una manifestación
reclamando la entrega del poder a la Corte Suprema
de Justicia y el llamado a elecciones, la marcha de-
nominada “De la Constitución y la Libertad” reunió
desde los sectores más conservadores hasta el Parti-
do Comunista. Reunidos en la Unión Democrática,
conservadores, liberales, socialistas y comunistas se
unían contra el fascismo del régimen militar y defen-
diendo la democracia198.
“La marcha fue un éxito rotundo y contó con la
participación de entre 65.000 y 250.000 mani-
festantes (según la fuente), incluyendo líderes
políticos que iban desde el conservador doctor
Antonio Santamarina hasta el comunista Rodol-
fo Ghioldi. "(Plotkin, 1995:52)
El desarrollo de estos acontecimientos generó pro-
fundas divisiones al interior del ejército, quienes re-
clamaban también por el llamado a elecciones y el
alejamiento de Perón de la Secretaria de Trabajo. De
algún modo la actividad desarrollada por Perón en re-
lación a los sindicatos y los derechos obreros preocu-
paban tanto a los sectores dominantes, los clásicos
terratenientes o los nuevos industriales, como a los
partidos políticos tanto los izquierdistas obreros como
los conservadores o radicales que veían en Perón el
peligro del fascismo.
Perón renunció el día 9 de octubre a sus cargosy el
12 fue encarcelado con destino a Martín García. A
partir de ese momento se produjeron dos movimien-
tos hasta el 17 de octubre. Por un lado el gobierno
militar sufrió una profunda reestructuración interna,
generando un vacío de poder y buscando en los parti-
dos tradicionales alianzas para conformar un nuevo
gabinete.
Por otro, los sindicatos recibieron el impacto de la
detención de Perón apareciendo dos posturas en la
CGT: la de negociación con el nuevo poder político
militar o la convocatoria a una huelga general. Simul-
táneamente, algunos activistas sindicales o personas
ligadas a Perón, -como es el caso de Eva Perón, Ci-
priano Reyes y Mercante-, comenzaron a incitar a la
movilización más allá de las decisiones de la CGT. Pa-
ra ese momento los obreros también sintieron los
efectos del alejamiento de Perón de la Secretaria de
Trabajo, “cuando al reclamar por el descuento del fe-
riado del 12 de octubre recibieron un sugestivo con-
sejo: ‘vayan a cobrárselo a Perón "(Calello,
1986:139)
El 16 de octubre, la CGT declaró paro general para
el día 18. Pero ya en la madrugada del 17 los prime-
ros grupos obreros llegaban a la capital, paralizando
todas las actividades del país e innumerables colum-
nas de obreros desde el Gran Buenos Aires se dirigían
a la Plaza de Mayo.
"Cientos de activistas y delegados habían pues-
to en pie de guerra a las fábricas y barriadas
porteños. La misma Evita había sido portadora
de la consigna de la movilización(...) Sin embar-
go, en lo sustancial, las masas se habían adelan-
tado a los dirigentes, rebasando los cuadros or-
gánicos de la estructura gremial y substituyen-
do la forma de la organización general por las
improvisaciones que giraban en torno a los or-
ganismos de fábrica.Calello, 1986:141)
Ante la Plaza de Mayo colmada por los obreros, Fa-
rrell debió liberar a Perón quien fue obligado por la
multitud a presentarse en el balcón de la Casa de Go-
bierno.
“Bajo estas circunstancias, la conducción de Pe-
rón adquirió un doble significado. De una parte
resultó ser la fórmula inevitable de un movi-
miento signado por la contradicción entre el ca-
rácter proletario de su base y el contenido bur-
gués de su programa, y de la otra, fue la conse-
cuencia de un equilibrio, dentro del cual las
fuerzas progresivas avanzaron hasta cierto pun-
to, pero dejaron intactas las bases sociales del
orden oligárquico-burgués”. (Calello, 1986:9)

4.2. EL PERONISMO Y LA FUNDACIÓN EVA


PERÓN
A partir de los acontecimientos del 17 de octubre,
más de 200 dirigentes sindicales se reunieron y fun-
daron el Partido Laborista, quienes manteniendo una
posición autónoma decidieron por primera vez parti-
cipar en el terreno político. Comunistas y socialistas
se mantuvieron ajenos a esta convocatoria y confor-
maron sus propios comités obreros, los cuales en
1946 prácticamente desaparecieron dejando de tener
injerencia en el movimiento obrero.
El Partido Laborista proclamó la candidatura de Pe-
rón para presidente y de Quijano, -proveniente de un
sector escindido del radicalismo-, para vicepresidente.
En febrero de 1946, la fórmula Perón-Quijano ganó
las elecciones con el 54% de los votos enfrentando la
coalición Unión Democrática formada por conservado-
res, radicales, socialistas y comunistas.
“Al final de la Segunda Guerra Mundial Argenti-
na se encontró en un rumbo enteramente nue-
vo: Perón prometía una 'Nueva Argentina' fun-
dada en la justicia social, la soberanía política y
la independencia económica’. Su particular
amalgama de reforma social y emancipación na-
cional marcó una brusca ruptura con el pasado,
pero la suya fue una revolución que nunca se
consumaría”. (Rock, 1995:331)
Durante todo el gobierno peronista, el Estado man-
tuvo una intensa actividad interventiva tanto a nivel
económico como social, teniendo que actuar gene-
ralmente como mediador entre intereses antagónicos.
Perón sostuvo durante su gobierno una posición “ter-
cerista”, diferente a la del capitalismo y el comunis-
mo. La política de Perón fue una combinación entre
redistribución del ingreso, principalmente a los secto-
res urbanos, y el aliento a una industria nacional.
A nivel económico, se reforzó la política desarrolla-
da durante el régimen militar, nacionalizando los fe-
rrocarriles y el resto de los servicios públicos y pro-
fundizando la política de promoción industrial a través
de la creación del 1API (Instituto Argentino para la
Promoción del Intercambio) con lo cual se realizaba
una transferencia de ingresos del sector agropecuario
al industrial. Cabe señalar que por otro lado existía
una estrecha relación entre los sectores latifundistas
y el sector industrial, y en aquellos casos en los cua-
les no existía relación estaba el IAPI para hacer esta
transferencia de recursos. En el proceso de industria-
lización se priorizó aquellas industrias de baja produc-
tividad, livianas, con fuerte componente de mano de
obra y poco capital, principalmente en las áreas texti-
les y alimenticias.
Por otro lado, el sindicalismo laborista surgido a
partir del 17 de octubre de 1945, que se había decla-
rado autónomo del gobierno empezó a tener sus con-
flictos con Perón, quien poco a poco fue absorbiendo
la dirigencia de la CGT hasta perder su identidad au-
tónoma y convertirse en una rama del movimiento
peronista.
En 1947, y principalmente por la campaña realizada
por Eva Perón a favor de los derechos políticos de la
mujer, se otorgó el derecho al voto femenino. En
1949 fue sancionada la nueva Constitución, en la cual
más allá de permitir un número ilimitado de reelec-
ciones del presidente, fueron sancionados los dere-
chos sociales y garantizados por el Estado el derecho
a trabajar, a una retribución justa, a la capacitación,
a las condiciones dignas de trabajo, a la seguridad
social, a la protección de la familia, al mejoramiento
económico, al bienestar, etc.
Durante los gobiernos peronistas las políticas socia-
les se desarrollaron por tres grandes líneas: la política
social estatal, la de los sindicatos y la Fundación Eva
Perón. Cada una de estas líneas se entrecruzaron,
principalmente las actividades desarrolladas por la
Fundación. Nos detendremos ahora a observar un po-
co más de cerca cada una de ellas.
El Estado, asegurando sus principios de “justicia so-
cial”, promovió la legislación de derechos sociales,
principalmente de los derechos trabajadores. En 1948
creó la Secretaria de Educación, que en 1949 fue ele-
vada al rango de Ministerio de Educación, generando
una fuerte inversión en el campo educativo a través
de la educación primaria y secundaria como abriendo
escuelas de oficios, escuelas de educación técnica, la
Universidad Obrera Nacional, etc.
Por otro lado, en 1948 se creó la Dirección Nacional
de Asistencia Social dependiente de la Secretaria de
Trabajo y Previsión, absorbiendo la antigua Dirección
General de Asistencia Social y diferentes sociedades
filantrópicas como la Sociedad de Beneficencia de la
Capital. Sus funciones se dirigieron a unificar la asis-
tencia social en el país y a descentralizarla, princi-
palmente en la atención de menores, mujeres
desamparadas y vejez desvalida.
En 1949, la Secretaria de Trabajo y Previsión fue
elevada al rango de Ministerio de Trabajo y Previsión,
permaneciendo la Dirección Nacional de Asistencia
Social bajo su dependencia. Entre las acciones de la
Dirección Nacional podemos mencionar: la reorgani-
zación de las instituciones de menores, generando
regímenes abiertos; la reorganización de los hospita-
les y campañas preventivas; la organización de hoga-
res para madres desamparadas; subsidios para la ve-
jez y organización de hogares de ancianos; asistencia
jurídica gratuita; integración y consolidación del nú-
cleo familiar, a través de un equipo de visitadoras so-
ciales preparadas para dicho fin, para la regulariza-
ción de matrimonios, concurrencia de niños a la es-
cuela, necesidades materiales y culturales208. En
1954, la Dirección es transferida al Ministerio de Asis-
tencia Social y Salud Pública.
En cuanto a los sindicatos, la integración de la CGT
con el gobierno y la promulgación de leyes obreras
permitió que estos desarrollaran una intensiva inter-
vención en el área social. La obligatoriedad de los
aportes, que tanto trabajadores como empleadores
debían realizar, hizo que los sindicatos contaran con
importantes fondos, -y más allá de haber generado
una “burocracia sindical” con una apropiación perso-
nal de fondos-, se realizó una considerable inversión
en la asistencia social, la asistencia médica, la pro-
moción de viviendas, el turismo social de los afilia-
dos209, en muchos casos con participación y colabora-
ción del Estado o de la Fundación Eva Perón.
Precisamente fue la Fundación Eva Perón, la tercera
gran línea de las políticas sociales del peronismo. Eva
comenzó su actividad política cuando Perón se encon-
traba al frente de la Secretaria de Trabajo y Previsión
y ya convertida en primera dama su actividad fue
fundamental en la relación entre los sindicatos y el
gobierno. Pero al mismo tiempo desplegó una intensa
actividad entre el gobierno y aquellos sectores que no
recibían beneficios a través de los sindicatos por no
estar afiliados a los mismos y entre aquellos que se
encontraban al margen del sistema productivo: muje-
res, niños, ancianos, desempleados, enfermos, po-
bres rurales y urbanos, etc. La “ayuda social” que
planteó Eva y su fundación se contraponía a la limos-
na y la caridad de la Sociedad de Beneficencia.
"La limosna fue siempre para mí un placer de
los ricos: el placer desalmado de excitar el de-
seo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y
para eso, para que la limosna fuese aún más mi-
serable y más cruel, inventaron la beneficencia
y así añadieron al placer perverso de la limosna
el placer de divertirse alegremente con el pre-
texto del hambre de los pobres. La limosna y la
beneficencia son para mí ostentación de riqueza
y de poder para humillar a los humildes”.
Por otro lado existía una distinción entre “ayuda so-
cial” y “justicia social”, complementarias entre sí, la
primera se dirigía hacia aquellos que no tenían acceso
al trabajo y como un deber colectivo de los trabajado-
res hacia los que no podían trabajar. Existía una idea
de que se alcanzaría el “pleno empleo” y por lo tanto
el carácter transitorio y subsidiario de la ayuda social.
Tenti al analizar la Fundación nos plantea: cuando la
justicia social sea una realidad ya no habrá necesidad
de ayuda. Todos los individuos quedarán amparados
por las redes formales de los sistemas de prestación
de servicios sociales, o bien podrán adquirirlos en el
mercado” (1989:81).
Otro aspecto interesante de la Fundación, y que se
relaciona con lo anterior, fue su peso para contraba-
lancear el poder de los sindicatos durante el gobierno
peronista, buscando crear una nueva legitimidad y
consenso al incorporar en sus acciones a otros secto-
res de la sociedad.
En 1946 comenzó la actividad de Eva Perón en ac-
ciones asistenciales, en diciembre de ese año se dis-
tribuyeron por primera vez sidra y pan dulce entre los
necesitados a través de los correos. En 1947 sus acti-
vidades eran más organizadas y reconocidas como
“Obra de Ayuda Social Doña María Eva Duarte de Pe-
rón”, realizando distribución de ropas, máquinas de
coser, juguetes, etc. En cuanto a su organización se
habían establecido las “células mínimas”, un equipo
destinado a relevar las necesidades de la población.
‘‘Cada célula mínima estaba compuesta de cua-
tro asistentes sociales, un jefe y un secretario
que viajaban a las áreas más pobres del país re-
colectando la información sobre las necesidades
de la gente. Esta información era luego enviada
a las instituciones apropiadas para solucionar
los problemas. "(Plotkin, 1995:228)
El 19 de junio de 1948 fue creada la “Fundación
Ayuda Social María Eva Duarte de Perón”, como un
organismo privado pero con un carácter público, simi-
lar a lo que fue la Sociedad de Beneficencia. Pero a
diferencia de ésta su presupuesto no provenía princi-
palmente del Estado, el financiamiento de la Funda-
ción presentaba una interesante gama de aportes.
Por un lado donaciones provenientes de la CGT; re-
tenciones de un porcentaje de los salarios a los traba-
jadores en actividad, -esta retención era voluntaria-;
aportes indirectos del Estado, a través de los impues-
tos a los juegos, las carreras, los casinos, etc.; apor-
tes directos a través de la cesión de propiedades fis-
cales y por último, donaciones de empresarios e in-
dustriales. Como organismo privado, no había fiscali-
zación de sus gastos y por otro lado los estatutos de
la Fundación le daban amplias atribuciones a Eva Pe-
rón, tanto internas, -teniendo en sus manos las deci-
siones, la modificación de los estatutos, etc.-, como
externas, -realizar licitaciones, convenios, tomar a su
cargo cualquier institución u obra que estaba en ma-
nos del Estado y la obligatoriedad de los diferentes
organismos estatales en contribuir con la obra de la
Fundación-.
La Fundación tuvo un marcado carácter para-
estatal, tanto por la dependencia salarial de sus em-
pleados y técnicos a los diferentes ministerios como
por la característica de delegación del Estado de fun-
ciones sociales propias. En 1949, el Estado transfirió
la administración del sistema de pensiones a la Fun-
dación y en 1950 las tareas del Instituto Nacional de
Remuneraciones, que realizaba un 3% de retenciones
sobre los salarios dirigidos especialmente al fomento
del turismo social, pasaron también para la Funda-
ción. Esto nos muestra las estrechas relaciones entre
el Estado y la Fundación, y además que la interven-
ción social propuesta no se limitaba a la simple re-
producción de la fuerza de trabajo, muy por el contra-
rio contemplaba un conjunto de actividades que ten-
dían a elevar el padrón de dignidad de los sectores
tradicionalmente excluidos.
En 1950, fueron modificados sus estatutos y la de-
nominación paso a ser “Fundación Eva Perón”. Princi-
palmente hasta 1952, año de la muerte de Eva, las
actividades de la Fundación se concentraron en cuatro
áreas: médica, social, educativa y directa. En cuanto
al área de salud se construyeron una serie de hospi-
tales y policlínicos en las áreas suburbanas obreras
del Gran Buenos Aires y del interior; se creó la Escue-
la de Enfermería; en 1951 el “tren sanitario” equipado
con alta tecnología médica recorrió las provincias
prestando acceso a servicios médicos a poblaciones
que de otro modo jamás hubieran podido acceder al
mismo.
En el área educativa, se crearon hogares-escuelas,
el plan de construcción de 1000 escuelas, la “Ciudad
Infantil” y la “Ciudad Estudiantil”. En el área social se
fundaron hogares de tránsito para madres solteras o
abandonadas o para mujeres del interior que venían a
buscar trabajo a la Capital; se crearon asilos de an-
cianos y se promovió desde la Fundación la institucio-
nalización de los Derechos de la Ancianidad; se reali-
zaron numerosos programas de viviendas baratas, ya
sea en combinación con el Ministerio de Obras Públi-
cas o con los sindicatos; se fomentó el turismo social
a través de hoteles y colonias de vacaciones, propie-
dad de la Fundación, posibilitando que muchos niños
del interior pudieran conocer Buenos Aires o Mar del
Plata; se abrieron “proveedurías” donde se vendían
productos escasos o caros a precios de costo, ante el
proceso inflacionario que se estaba viviendo; la reali-
zación de campeonatos infantiles deportivos, etc.
En cuanto a la ayuda social directa, ésta era desa-
rrollada por Eva Perón en persona, quien recibía en su
despacho a quienes necesitaban de ayuda, la misma
iba desde una cama en un hospital, un trabajo, la vi-
vienda propia o una máquina de coser, etc. Para ac-
ceder a una entrevista con Eva, sólo era necesario di-
rigir una carta a ella y luego se recibía día y hora de
la cita. Eva Perón en persona atendía al necesitado y
controlaba que la asistencia fuera dispensada.
A partir de la muerte de Eva Perón en 1952, la Fun-
dación paso ser dirigida por un consejo integrado por
cuatro miembros designados por la CGT y cuatro
miembros nombrados por el Ministerio de Trabajo y
Previsión y presidida por Perón; desde ese momento
la estructura de la Fundación se burocratizó además
de imponer el presidente un riguroso control de los
gastos. De todos modos, el mito de Evita continuaba
presente, y hasta el momento de su disolución
en1955, las cartas a la Fundación continuaban
siendo dirigidas a Eva Perón.
A partir de 1949 el gobierno peronista debió enfren-
tar las primeras dificultades económicas de la pos-
guerra que comenzaron a quebrar el plan “armónico y
nacionalista” de Perón. La carencia del desarrollo de
una industria pesada que pudiera sostener la indus-
tria liviana que se había desarrollado desembocó en
un aumento de las importaciones de bienes de capital
y de combustible principalmente de Estados Unidos,
que había adquirido un papel hegemónico después de
la guerra. Por otro lado, las limitaciones en las expor-
taciones agropecuarias hacia Europa, ya sea por la in-
convertibilidad de las divisas europeas como por la
aplicación del Plan Marshall -para la reconstrucción de
Europa- que limitaba la compra de productos agríco-
las y ganaderos a Argentina generó una considerable
deuda externa con los Estados Unidos. También es
necesario señalar que la política redistributiva urbana
de Perón había generado un incremento del consumo
interno tanto de productos industriales domésticos
como de productos agropecuarios, con lo cual se re-
dujo el saldo exportable.
La estrategia entonces cambió, incentivando la acti-
vidad
Agropecuaria y las exportaciones. Pero la actividad
agrícola,
Conservando su característica de latifundio y de culti-
vo extensivo
Tampoco tuvo capacidad para resolver la crisis. A
partir de 1950 ocurrieron algunas huelgas obreras,
principalmente instigadas por los socialistas y comu-
nistas, que acabaron con una fuerte represión de par-
te del gobierno. En este mismo año Perón cambió la
denominación del partido por “Partido Peronista” y al
poco tiempo creó la Escuela Superior Peronista para
la formación de cuadros apoyado en sus ideas de jus-
ticialismo y Doctrina Nacional. En 1951 ganó su se-
gundo mandato con el 64% de los votos.
El descontento comenzó a crecer y la oposición a
enfrentarse al régimen; ante esto Perón realizó una
intensa actividad represiva, desde la censura de los
principales periódicos hasta el encarcelamiento de los
dirigentes opositores. En el ejército también aparecie-
ron conflictos con Perón y ante algunos intentos falli-
dos de golpe de estado, se respondió con la prisión de
los rebeldes, un minucioso control de las fuerzas ar-
madas y la inclusión de la Doctrina Nacional en las
escuelas militares.
En 1952, ante las dificultades de recuperar la esta-
bilidad de las finanzas y la incapacidad del sector
agropecuario de dinamizar la economía, se elaboró el
segundo plan quinquenal donde la estrategia se modi-
ficó radicalmente abriendo el mercado a inversiones
extranjeras, especialmente mineras e industriales;
congelando los salarios de los convenios colectivos;
imponiendo vedas de alimentos y favoreciendo la ex-
portación agropecuaria. A través de la Ley de Radica-
ción de Capitales, se comenzó a favorecer la instala-
ción de las multinacionales, -la instalación de la fábri-
ca italiana FIAT en Córdoba y la Kaiser de Detroit-;
así como la firma de contratos petroleros que autori-
zaban a empresas norteamericanas su explotación.
“La mayoría de los aspectos del nuevo plan
mostraba un giro completo respecto a las ante-
riores políticas de Perón: favorecía el desarrollo
agrícola sobre el urbano, el capital y los benefi-
cios sobre el trabajo y los salarios, la industria
pesada sobre la ligera y las exportaciones sobre
el consumo interno.”(Rock, 1994:383)
La muerte de Eva Perón en 1952, había dificultado
las relaciones entre el presidente y la cúpula sindical,
donde Evita cumplió un papel de nexo entre ambos.
En 1953 Perón inició una campaña señalizando a la
oligarquía y a la oposición como los culpables de la
crisis. Ello desató una serie de medidas represivas, la
quema de comités y la persecución de líderes políti-
cos. Al mismo tiempo, las fuerzas armadas se iban
distanciando de Perón, contando únicamente con el
apoyo del ejército. Ante la creciente oposición Perón
recurrió por un lado a las campañas propagandísticas
y a la represión directa y por otro retomó la idea cor-
porativista, a través del proyecto de “La Comunidad
Organizada”, más allá del terreno de los sindicatos y
las patronales. En ese momento fueron creadas las
siguientes corporaciones: Confederación General de
los Profesionales; Unión del Personal Civil de la Na-
ción; Confederación General de los Universitarios, la
cual reemplazó a la FUA (Federación Universitaria Ar-
gentina) fundada durante la reforma universitaria de
1918; la Unión de Estudiantes Secundarios; por otro
lado la CGE (Confederación General Económica) se
convirtió en la única representante de la patronal,
aboliendo la UIA (Unión Industrial Argentina).
En 1954, se desataron una serie de huelgas recla-
mando un aumento salarial fuera de la estructura
sindical, dado que la CGT mantenía una actitud com-
placiente hacia Perón. Ante el incremento salarial
otorgado, se produjeron reacciones de parte de los
industriales y un aumento del proceso inflacionario.
Por otro lado, Perón intentó abrir la exportación de
algunos productos manufacturados hacia algunos paí-
ses latinoamericanos.
Durante 1954 comenzaron también choques con la
Iglesia Católica, la cual se había mantenido hasta el
momento como aliada del peronismo; se anuló la per-
sonería jurídica de la Acción Católica, la instrucción
religiosa en las escuelas públicas y se retiraron las
subvenciones a las escuelas religiosas privadas. En
1955, a través de una enmienda constitucional se se-
paró el Estado y la Iglesia y posteriormente se encar-
celaron algunos sacerdotes. La oposición se alió de-
trás de la Iglesia.
A fines del 1955, el ejército quitó su apoyo a Perón
y se realizaron levantamientos en varios cuarteles mi-
litares. Ante esta situación, Perón se vio obligado a
renunciar a la presidencia, entregando el poder a una
junta militar presidida por uno de los militares de su
confianza.
Es innegable el hecho que a partir de 1943, cuando
Perón tomó a su cargo la Secretaria de Trabajo y Pre-
visión, fue cuando el Estado comenzó a tener una in-
jerencia sistemática y continua ante la “cuestión so-
cial”, en un primer momento sumamente ligada a la
organización del movimiento obrero y más específi-
camente de los sindicatos, para luego extender su in-
tervención a otros sectores sociales. Como ya hemos
señalado anteriormente, hasta ese momento la inter-
vención del Estado se había restringido a algunas
áreas de la salud y de la educación y algunas inter-
venciones aisladas en el terreno laboral y social.
“Es indiscutible que la emergencia del peronis-
mo significó un proyecto de inclusión de las cla-
ses subalternas a la comunidad nacional, pero el
proceso en el cual se inscribe esta integración,
está marcado por el acceso a una ciudadanía
donde prevaleció el aumento de los derechos
sociales, en detrimento de los derechos políticos
y fundamentalmente de los derechos civiles y,
en el cual el carácter de ciudadano estuvo de-
terminado por la inclusión en el mercado formal
de trabajo ” (Vallina, 1995:199).
Por otro lado, es indudable que las actividades de la
Fundación permitieron un acceso masivo, de un sec-
tor tradicionalmente marginado, a servicios sociales
básicos impensables diez años antes. Existe un con-
senso bastante claro entre los autores consultados,
en señalar que las actividades de la Fundación signifi-
caron una fractura tanto con la lógica que había pre-
sidido a la Sociedad de Beneficencia, “deber moral del
que daba y no derecho del que recibe” como de la ló-
gica de los filántropos y los médicos higienistas de las
primeras décadas de este siglo, -quienes fundaron las
primeras escuelas de Trabajo Social-, orientados por
una tecnificación de la intervención social que permi-
tiera el ajuste, el disciplinamiento y la reproducción
de los trabajadores. La idea de “ayuda social” levan-
tada por Perón y Evita significó un quiebre con estos
dos modelos anteriores. Las siguientes palabras de
Eva Perón confirman esta concepción de ayuda social:
“...yo siempre he luchado contra la beneficen-
cia. La beneficencia satisface al que la práctica.
La Ayuda Social satisface al pueblo, que es
quien la realiza. La beneficencia deprime; la
ayuda social dignifica. Beneficencia no; ayuda
social sí; porque significa justicia”.
Más allá de estas coincidencias en los autores con-
sultados, cuando nos acercamos a la evaluación de
las actividades de la Fundación y del peronismo en
general nos encontramos con posiciones divergentes.
Plotkin (1995:236) por un lado plantea que ante los
intentos fallidos de Perón y de Camilo, -a cargo del
Ministerio de Salud-, de generar un seguro único uni-
versal, tanto del sistema de previsión social como del
sanitario, -por la resistencia de los sindicatos y la ca-
rencia de fondos-, la Fundación pasó a desempeñar
esta función, al mismo tiempo que permitía aumentar
la base del consenso y la legitimación del régimen.
Por lo tanto, y dado el carácter privado de la Funda-
ción, no se legitimaba un “derecho".
Tenti (1986:82) por su lado, nos plantea una posi-
ción similar pero con algunos matices, para este au-
tor, el discurso de los “derechos” va acompañado de
un fuerte componente ideológico y político para pro-
ducir lealtades a la doctrina peronista.
En este sentido también Vallina plantea:
“Una de las características más importantes de
la política asistencial de la Fundación Eva Perón
fue que esta institución no estuvo destinada a
legitimar un régimen político más o menos abs-
tracto, y sí, uno que tenía como presupuesto
fundamental la manutención del régimen pero-
nista y a Perón como detentor legítimo del po-
der del Estado ” (1995:200)
Este autor realiza también una interesante distin-
ción entre la "ciudadanía del trabajo” efectivizada a
través de la seguridad social y cubriendo a los traba-
jadores formales y la “ciudadanía tutelada” generada
por Eva Perón a través de su Fundación, que asegu-
raba derechos sociales según su discrecionalidad.
Por otra parte, en algunos autores encontramos
una posición más radicalizada viendo en las activida-
des de la Fundación o del peronismo el cumplimiento
de los derechos sociales. Al respecto Grassi nos plan-
tea:
“Su concepción de la ayuda social difería sus-
tancialmente, tanto de los filántropos de princi-
pios de siglo, como de la concepción liberal de la
vieja Sociedad de Beneficencia. Para Eva, la
‘ayuda social’ era un derecho y ella no hacía
más que devolver lo que como tal correspondía
al pueblo". (1989:89-90)
Por otro lado y en la misma línea de análisis, Carba-
lleda nos dice:
“Posiblemente, el fuerte impacto de esta forma
de política social, que articula los planes quin-
quenales con la espontaneidad y la ‘urgencia’ de
la Fundación, centrado en una nueva concepción
de sujeto de las políticas sociales, este ahora, es
un sujeto de derecho social, lo que recibe, ya no
es obra de la caridad sino que es simplemente
una cobertura que el Estado está obligado a
otorgar por definición y por derecho constitu-
cional.”(1995:23)
Para luego agregar:
“Si pensamos en un marco conceptual para este
modelo de la acción social y su aplicación en
nuestro país, la referencia inmediata es hacia la
idea de Justicia Social, ratificando ahora glo-
balmente la cuestión de los derechos sociales, y
generando Políticas Sociales de cobertura uni-
versal, pero con un sentido de dignidad, si se
quiere, reparador.”(1995:24)
A nuestro entender, y de algún modo ya lo hemos
expresado anteriormente, la acción social desarrolla-
da por el peronismo, implicó una considerable am-
pliación de la base social de población beneficiaría con
acceso a servicios asistenciales de los más variados
tipos, apuntando no a la simple reproducción de la
fuerza de trabajo, sino a su calificación y preparación
para insertarse en el sector industrial, al mismo tiem-
po que otorgando un conjunto de beneficios adiciona-
les en el sector de la salud, el turismo social, la vi-
vienda, etc.
Pero por otro lado es necesario destacar que la
atención social del Estado, y principalmente a partir
de 1949 cuando se inició la crisis económica interna,
fue vehiculizada casi exclusivamente a través de la
Fundación, la cual fue incluida en el II Plan Quinque-
nal; con esto queremos señalar la actitud delegativa
de parte del Estado hacia una organización privada.
“O sea, que la asistencia se presentaba como un
derecho que otorgaba Eva Perón (y a través de
ella, Perón), desplazando en apariencia el as-
pecto asistencial del ámbito de la esfera pública
para la privada" (Vallina, 1995:191)
De tal modo que si bien el Estado, a partir de la
constitución de 1949, promulgó los derechos sociales
con un carácter universal y se hizo formalmente res-
ponsable de los mismos, su puesta en práctica fue
realizada por un lado por los sindicatos, los cuales re-
sultaron los principales responsables, aunque no los
únicos, de los trabajadores asalariados; y aquellos
que no recibían atención del sistema de seguridad so-
cial tenían la asistencia social del Estado, la cual se
desarrolló principalmente por la Fundación. De algún
modo la frase propagandística utilizada por el pero-
nismo: Perón cumple, Evita dignifica nos muestra es-
ta relación; Perón defendió y promulgó los derechos
de los trabajadores, Evita ejecutó desde una posición
diferente de la humillante limosna su ayuda y su ayu-
da dignifica porque es el cumplimiento de un derecho.
Por otro lado no podemos olvidar también que Pe-
rón sostenía la “tercera posición”, es decir buscando
la armonía entre capital y trabajo, por lo tanto sus
acciones tuvieron un fuerte componente de tipo con-
servador reformista. Además que las acciones reali-
zadas por la Fundación tuvieron un fuerte carácter
politizaste, o mejor dicho peronizante; es decir, apun-
taron a la legitimación y el consenso del régimen. Y
es en este conjunto de variables, reforzado por el
fuerte carácter personalista y paternalista de la asis-
tencia social peronista, que vemos que si bien se ase-
guraron constitucionalmente los derechos sociales, el
cumplimiento de los mismos se encontró mediatizado
por las figuras de Perón y de Evita; son ellos los úni-
cos que pueden hacer cumplir estos derechos. Es de-
cir, los derechos, que fueron alcanzados por las ac-
ciones realizadas por Perón, El Primer Trabajador, ne-
cesitaban necesariamente de su intervención o del
otro mito peronista, Evita, La Abanderada de los Hu-
mildes, y en consecuencia poco o nada tuvieron que
ver con la condición o con la consciencia de ciudada-
nía de la población.
“De esta forma, lo que era un derecho social ga-
rantizado por ley se transforma en una relación
personal entre el que da y el que recibe, rela-
ción asimétrica que acarreaba cierta complici-
dad y demandaba lealtad". (Vallina, 1995:191)
Ya no es una dádiva como en la Sociedad de Bene-
ficencia, es un derecho formal pero el derecho real se
encuentra subordinado al personalismo de Perón y de
Evita para concretarse, en cuanto deber exclusivo de
ellos hacia el pueblo. De hecho la muerte de Evita y la
posterior caída de Perón confirmaría esto, si bien no
podemos dejar de considerar que el peronismo marcó
profundamente la sociedad argentina, adquiriendo en
la década del 50 una configuración que poco tiene
que ver con la Argentina de la década del 30, y en el
terreno de la asistencia social se avanzó en el recono-
cimiento de la dignidad de los sujetos sociales.

4.3. LA REVOLUCION DEL 55 Y EL DESARRO-


LLISMO
Ante la sublevación de varias unidades militares,
principalmente de la Marina y la Fuerza Aérea, y el
nivel de deterioro de las relaciones con la Iglesia y los
partidos de la oposición, Perón entregó el poder el 19
de setiembre de 1955 al Ministro de Ejército. Se creó
una Junta Militar la cual negoció con los militares re-
volucionarios y el 23 de setiembre asumió como pre-
sidente provisional el Gral. Lonardi, uno de los princi-
pales dirigentes de la denominada “Revolución Liber-
tadora”.
Lonardi, representante del ala nacionalista y católi-
ca del ejército y consciente de la extensión que el
movimiento peronista había tenido, adoptó una acti-
tud conciliadora, levantando la célebre frase de “ni
vencedores, ni vencidos”. Su objetivo era alejar del
poder a Perón y a la corrupción dirigente. A nivel de
las fuerzas armadas sí se realizó un proceso de des-
peronización y reincorporación de antiguos militares
separados durante el régimen. El ala liberal del go-
bierno, principalmente representado por la Fuerza Aé-
rea y la Marina, presionaron permanentemente sobre
el presidente para que adoptase una línea más dura
hacia el peronismo y un retomo a la tradición agroex-
portadora del país, ante lo cual acabó renunciando el
13 de noviembre y asumiendo como segundo presi-
dente provisional el Gral. Aramburu.
Aramburu a diferencia de su antecesor tenía una
clara posición antiperonista y su principal objetivo fue
eliminar cualquier vestigio del antiguo régimen. A
partir de entonces, se intervino la CGT, se disolvió la
Fundación Eva Perón, se disolvió el partido peronista,
se prohibió el uso de insignias o emblemas peronis-
tas, se inhabilitaron a quienes ocuparon cargos electi-
vos durante el gobierno peronista, se restituyó la
Constitución Nacional de 1853 anulando la Constitu-
ción Justicialista de 1949.
Este conjunto de medidas del gobierno militar pro-
dujo una serie de fracturas en los más diversos cam-
pos y sectores sociales, en muchos casos con un sen-
tido contrario al esperado por Aramburu. Por un lado
se inició la Resistencia Peronista, después de un pri-
mer momento de inacción se reorganizó el partido en
la clandestinidad. En 1956,se produjo un levanta-
miento militar intentando derrocar a Aramburu, el
cual fue fuertemente reprimido siendo sus dirigentes,
- dieciocho militares y nueve civiles-, juzgados bajo
ley marcial y posteriormente fusilados, práctica que
desde el siglo pasado había sido completamente de-
jada de lado.
Por otra parte, los distintos partidos políticos que se
habían unido en su oposición a Perón, fueron toman-
do diferentes posiciones, tanto en relación al régimen
militar como a su política antiperonista, lo cual dio lu-
gar a la fractura de numerosos partidos y la creación
de nuevos.
En 1957 Aramburu convocó a elecciones para la
Convención Nacional Constituyente con la intención
de introducir algunas modificaciones a la Constitu-
ción. Para esta elección se presentaron 36 partidos
diferentes, lógicamente el peronismo seguía proscrito,
razón por la cual alrededor del 24% de los votos fue-
ron en blanco y el 10% de la población no concurrió a
votar, siguiendo el llamamiento que Perón había rea-
lizado desde el exilio. La Convención funcionó con
múltiples dificultades, presentando su renuncia mu-
chísimos convencionales por no considerarla repre-
sentativa. De todos modos la Convención incorporó
los derechos sociales que había proclamado la Consti-
tución del 49 y fijó para febrero de 1958 el llamado a
elecciones generales.
A nivel económico, el gobierno solicitó la ayuda de
Raúl Prebisch, secretario de la CEPAL, quien sugirió
una reforma económica: el desmantelamiento del IA-
PI, privatizaciones de empresas industriales y comer-
ciales del Estado, devaluación de la moneda, elimina-
ción de controles sobre precios, reducción del gasto
público y búsqueda de inversiones y empréstitos en el
extranjero.
Muchas de sus propuestas fueron implementadas, es-
pecialmente la reducción del gasto del Estado, res-
tricciones salariales y estabilización monetaria. Se in-
tentó estimular la producción agropecuaria, con la
cual se suponía se podría reactivar la industria, para
lo cual se suprimió el control de cambios y se acudió
a repetidas devaluaciones para favorecer al campo.
Por otro lado, Argentina ingresaba en los organismos
financieros internacionales: el FMI y el BIRF.
En cuanto a los sindicatos, Aramburu además de la
intervención de la CGT, buscó por todos los medios
posibles desperonizar a la representación obrera, ya
sea a través de la represión directa (encarcelamiento
de dirigentes gremiales) o de trabas administrativas
que impedían que los dirigentes peronistas alcanzaran
alguna posición. Se derogó la Ley de Asociaciones
Profesionales y se permitió la múltiple sindicalización
-a diferencia del sindicato único por rama de industria
que había desarrollado Perón-; se reglamentó el de-
recho de huelga y se produjo una suspensión de los
convenios colectivos de trabajo y un congelamiento
de salarios.
Durante esta época la actividad de los sindicatos
peronistas se entremezcló con la actividad política
desarrollada por la Resistencia Peronista. En 1957 se
intentó normalizar la dirigencia de la CGT, lo cual no
fue conseguido y la misma se dividió en tres agrupa-
ciones, los “32 Gremios Democráticos” representada
por los sindicalistas democráticos, las “62 organiza-
ciones”, con una fuerte predominancia peronista y al-
gunos sectores de izquierda, -si bien Aramburu había
prohibido el acceso de los antiguos dirigentes peronis-
tas, ahora surgía una nueva generación de dirigentes
peronistas que tuvieron un rol fundamental durante
las décadas del 60 y el 70-. Ante las medidas de con-
gelamiento de salarios y los fuertes procesos inflacio-
narios, la CGT de las 62 y la “Intersindical” que agru-
paba organizaciones no peronistas o peronistas de iz-
quierda, convocó a dos huelgas generales que fueron
acatadas en todo el país. A partir de entonces las 62
pasaron a convertirse en el nexo entre Perón, -en el
exilio-, y los
Trabajadores.
A nivel de las políticas sociales, además del uso de
la represión directa, la Fundación Eva Perón fue di-
suelta en 1955, pasando sus
bienes e institutos a conformar el Instituto Nacional
de Acción Social dependiente de la Dirección Nacional
de Asistencia Social y posteriormente entregadas sus
instituciones a la dependencia de los Ministerios de
Asistencia Social y Salud Pública o de Educación y
Justicia, según el carácter de las mismas. Existió un
retorno a la perspectiva filantrópica y moralizante de
la asistencia social eliminando cualquier vestigio de la
“ayuda social” desarrollada por el peronismo.
Ante las elecciones de 1958, Frondizi proclamado
ya candidato para la presidencia por la Unión Cívica
Radical Intransigente, -una de las divisiones que ha-
bía sufrido la tradicional UCR-, buscó generar una
alianza con el peronismo y los sindicatos. Perón desde
el exilio hizo un llamado a votar por Frondizi, quien
había acordado levantar la proscripción del partido
peronista y retomar la política económica y social
abandonada en 1955. Con el apoyo peronista Frondizi
ganó las elecciones, pero en una situación extrema-
mente particular, por un lado sus compromisos asu-
midos con el peronismo y el sindicalismo y por otro
los militares que estaban permanentemente vigilando
las acciones del nuevo presidente.
Al asumir Frondizi intentó por un lado cumplir con
sus compromisos con el peronismo y el movimiento
obrero, otorgó un aumento salarial y un congelamien-
to de precios, en los sindicatos retomó el modelo de
sindicato único de Perón para las negociaciones de los
convenios colectivos de trabajo; por otro lado pro-
mulgó una ley de promoción industrial estableciendo
nuevamente el control sobre aranceles y tasas de
cambios.
Hacia fines de 1958 una nueva crisis en la balanza
de pagos hizo que Frondizi modificara su estrategia,
rompió la alianza con Perón y el peronismo y estable-
ció un plan de estabilización basado en un empréstito
del FMI que desembocó en una fuerte recesión
Acompañada de un proceso inflacionario. A partir de
1959, el gobierno propuso un programa de desarrollo
industrial (desarrollismo) que apuntaba al desarrollo
de industrias básicas a través de inversiones extran-
jeras. Las inversiones extranjeras se concentraron en
el área automotriz, electrónica, siderurgia y petro-
químicas; con su desarrollo se buscaba sobre todo el
autoabastecimiento de combustibles.
Durante los años 1960 y 1961 hubo un considerable
crecimiento e instalación de multinacionales en estas
áreas. Pero este desarrollo de industrias básicas no
modificó demasiado la balanza de pagos, dado que
ahora había un aumento en las importaciones de bie-
nes de capital, el sector agropecuario mantenía su
atraso y no se encontraba en niveles de competitivi-
dad con otros países y la industrialización producto
del proceso sustitutivo era sumamente costosa y sin
tecnología adecuada para competir en el mercado ex-
terno. También es necesario considerar que las multi-
nacionales realizaban ahora una transferencia de fon-
dos a sus países de origen, con lo cual una considera-
ble proporción de las ganancias no eran reinvertidas
en el país. Por otra parte la incorporación de las nue-
vas industrias exigió un mayor gasto público a nivel
de infraestructura básica. Asimismo Frondizi intentó
por todos los medios participar del programa Alianza
para el Progreso que proponía Kennedy desde los Es-
tados Unidos.
Para el año 1960, el paradigma desarrollista se hizo
presente en la política social del gobierno de Frondizi,
a través de la Dirección Nacional de Asistencia Social,
que promovió la planificación y la especialización téc-
nica de los profesionales a través de la creación del
Instituto de Servicio Social.
Por otro lado, el ejército vigilaba de cerca las accio-
nes de Frondizi y en 1959 ante la Revolución Cubana,
las huelgas obreras y el peligro del comunismo orga-
nizó el Plan CONINTES (Conmoción Interna del Esta-
do) a los efectos de detectar elementos subversivos.
El gobierno levantó la proscripción del peronismo, el
cual ganó en diez provincias en las elecciones para
gobernador. Ante estos hechos el ejército reaccionó y
Frondizi fue encarcelado al negarse a anular las elec-
ciones. Ante el peligro de ruptura en las relaciones in-
ternacionales y principalmente con los Estados Unidos
en el programa de la Alianza para el Progreso, el
ejército mediante diferentes manejos hizo que asu-
miera la presidencia el presidente de la Cámara de
Senadores, José María Guido, quien se convirtió en un
títere de los militares.
Después de la caída de Frondizi se produjo una
nueva recesión y al año siguiente una considerable
recuperación dada por un aumento del precio de las
exportaciones y por los nuevos mercados alcanzados,
principalmente la Unión Soviética y China.
El intento desarrollista de Frondizi, puso en con-
frontación la necesidad de modernizar la industria y
los procesos de trabajo ante el tradicionalismo basado
únicamente en el desarrollo agroexportador y una in-
dustria local precaria orientada al consumo interno.
Por otro lado al interior del ejército se produjeron
divisiones conformándose dos grupos antagónicos:
los “azules” que promovían intentar un nuevo go-
bierno constitucional alineando los peronistas detrás
de un nuevo líder militar y los “colorados” antipero-
nistas que rechazaban todo tipo de populismo y
deseaban una dictadura indefinida. Los azules obtu-
vieron supremacía y convocaron a elecciones para ju-
lio de 1963.
Lógicamente el peronismo permanecía proscrito,
Frondizi inhabilitado para presentarse a las elecciones
y el intento de una alianza del peronismo con Solano
Lima prohibido por el ejército. Resultado, las eleccio-
nes son ganadas por el candidato de la Unión Cívica
Radical del Pueblo, Arturo Ilia con el 25 % de los vo-
tos.
El gobierno de Ilia tuvo que enfrentar serias situa-
ciones; por un lado en el Congreso una muy baja re-
presentatividad, no contaba con el respaldo de la cla-
se obrera, ni del sindicalismo (ya que no había inten-
tado alianzas con estos sectores a diferencia de Fron-
dizi) y por otro lado el ejército que se mantenía como
vigilante del nuevo gobierno. Ilia anuló los contratos
petroleros firmados por Frondizi, congeló los precios y
otorgó un aumento salarial de hasta 30%. Hubo un
aumento del consumo y un aumento inflacionario.
Posteriormente recurrió a sucesivas devaluaciones en
favor de las exportaciones; los industriales a su vez
realizaron una acumulación de productos importados
lo cual generó nuevos desequilibrios en la balanza de
pagos.

Por un lado, Ilia encontró la oposición de la UIA y la


Sociedad Rural, que atacaron el déficit del Estado, la
protección a empresas públicas como YPF y los con-
troles sobre precios y cambios. Por otro lado, los sin-
dicatos y la CGT comenzaron a partir de 1964 un plan
de lucha con huelgas sucesivas y ocupaciones de fá-
bricas pidiendo un aumento salarial.
Hacia mediados de 1965, los peronistas ganan las
elecciones para el congreso y desde allí comenzaron
sistemáticamente a oponerse a la política del go-
bierno. A comienzo de 1966 se produjo una nueva re-
cesión, ante el congelamiento de salarios se desató
una oleada de huelgas y hacia mediados de 1966 el
Gral. Juan Carlos Onganía llevó a cabo un nuevo gol-
pe militar derrocando a Ilia y comenzando un nuevo
régimen militar.

4.4. LA EXPANSIÓN DEL TRABAJO SOCIAL


A partir de la fundación de las primeras escuelas se
produjo una difusión y expansión de la profesión
acompañando los procesos sociales y económicos del
país. Tal como hemos expresado anteriormente, exis-
ten escasos datos sistematizados que nos permitan
ubicar los espacios profesionales de los trabajadores
sociales y el crecimiento cuantitativo de los mismos.
De todos modos consideramos pertinente presentar
algunas referencias que existen sobre el desarrollo de
la profesión así como sobre la producción teórica du-
rante este período.
En cuanto a los espacios profesionales, Alayón plan-
tea que las visitadoras de higiene rápidamente se in-
corporaron a dispensarios y escuelas. No hallamos en
la bibliografía consultada otras referencias, pero po-
demos inferir que el ámbito judicial fue otro de los
espacios profesionales, así como las diferentes de-
pendencias asistenciales que el Estado fue creando.
En cuanto a la participación en la Fundación Eva Pe-
rón, como fue señalado, hay posiciones encontradas
entre aquellos autores que plantean la incorporación
de asistentes sociales y aquellos que plantean que
eran sólo militantes del movimiento peronista feme-
nino.
Cabe señalar aquí, que la profesión en Argentina, al
igual que en la mayoría de los países, se constituyó
como una profesión femenina, además de presentar
el requisito de referencias, cartas de recomendación o
certificado de buena conducta, con lo cual se reforza-
ba el carácter “vocacional” de la profesión ligada a
determinadas condiciones y conductas morales y civi-
les.
Según Ander-Egg (1985:324), en 1954 ya existían
10 escuelas y en 1970 el número llegaba a 51. Según
Alayón (1980:329-339) en 1978 la carrera se dictaba
en 56 escuelas de diferente dependencia.
En cuanto al número de alumnos, algunos de los
datos recogidos señalan que en 1948, la carrera de
Visitadora de Higiene de la UBA tenía 289 alumnos
(distribuidos en los tres años de cursada) y que en el
año 1947 la carrera de Visitadora de Higiene Social de
la Universidad Nacional de La Plata contaba con 173
alumnos . En 1968, el número de alumnos matricula-
dos sólo en institutos terciarios no universitarios, -el
rubro figura como asistentes sociales y afines-, es de
1298. Sabemos que estos datos son incompletos e in-
suficientes, pero simplemente los mencionamos como
indicativos del crecimiento de la profesión.
Por otro lado en 1957 el gobierno solicitó a las Na-
ciones Unidas asesoramiento técnico sobre la ense-
ñanza del Servicio Social. El desarrollismo necesitaba
técnicos capacitados para actuar desde la perspectiva
de la planificación y desarrollo de comunidades. Como
consecuencia de ello, fue enviada al país Valentina
Maidagán de Ugarte, quien después de estudiar los
programas de enseñanza de las distintas escuelas
propuso una actualización de las mismas. Las fuertes
resistencias presentadas por las escuelas tradiciona-
les desembocaron en la creación del Instituto de Ser-
vicio Social, dependiente del Ministerio de Asistencia
Social y Salud Pública en 1959 llevando adelante la
propuesta de la experta de las Naciones Unidas. Con-
sideramos que la importancia atribuida a este institu-
to, presentado como germen del movimiento de re-
conceptualización por algunos autores, requiere un
abordaje mucho más detenido que excede
El límite de nuestro trabajo pero él cual nos compro-
metemos a
Profundizarlo posteriormente.

“Es en este periodo, marcado entre las décadas


del 50 y el 60, que se produce en la categoría
profesional, una preocupación por la capacita-
ción metodológica y por la formación teórica. El
énfasis en la instrumentalización técnica de la
profesión es consecuencia de la demanda pro-
veniente del proyecto desarrollista, que requie-
re la intervención eficaz del Trabajo Social en
los programas de desarrollo de la comunidad.
No sólo es solicitado para la ejecución sino tam-
bién para la planificación y coordinación de di-
chos programas”. (Gamardo, 1995:58)
Por último, teniendo en cuenta la recopilación de
datos realizada por Alayón (1984) sobre la producción
teórica en la disciplina presentamos algunas reflexio-
nes sobre la misma partiendo del año 1950, -
careciendo de una recopilación que registre produc-
ciones anteriores-.
Durante el período comprendido entre 1950-1960
hallamos la siguiente distribución:

En cuanto a la temática que abordan, hemos reali-


zado el siguiente agrupamiento:
En relación a la edición de los libros y artículos, y a
la presentación de las ponencias:

En cuanto a los autores, dos de los libros fueron es-


critos por Germinal Rodríguez, médico higienista co-
fundador de la Escuela de Visitadoras de Higiene de la
UBA y de la Escuela de Servicio Social del Museo So-
cial Argentino. Otro de los libros fue escrito por Blan-
ca Cassagne Serres, abogada y responsable de la
creación de la Escuela de Asistentes Sociales de la
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA.
Uno de los artículos fue escrito por Isabel Luraschi,
quien fue docente del Instituto de Servicio Social y di-
rectora de la Dirección Nacional de Asistencia Social
durante la primera parte del gobierno de Frondizi
(1958-1961). También se encuentran los tres infor-
mes escritos por Valentina Maidagán de Ugarte, asis-
tente social chilena enviada por las Naciones Unidas
para evaluar la calidad de enseñanza en Servicio So-
cial. Sobre el resto de los autores no tenemos refe-
rencias.
Durante el período 1961-1964 hay una intensifica-
ción de la producción escrita, encontrando la siguien-
te distribución:

Comparado con el período anterior el crecimiento


de artículos de revistas sufrió un salto cuantitativo
especialmente por la expansión de publicaciones. En
ese sentido los artículos fueron publicados en la revis-
ta D.A.S, (Dirección de Asistencia Social), publicación
oficial del Ministerio de Asistencia Social y Salud Pú-
blica, siendo su número 1 de 1961 y, suponemos su
último número o al menos el último en que aparece
un artículo de un trabajador social, el número 8 de
1964. Otra de las publicaciones es Cuadernos de So-
ciopatologías y Servicio Social, cuyo número 1 es de
1963 y su publicación continuó hasta 1966. En estas
dos publicaciones se concentran la mayor cantidad de
artículos siendo el resto publicaciones discontinuas en
relación a la temática del Trabajo Social. Las otras
publicaciones son: revista de Salud Pública (La Plata,
1963); Boletín del Museo Social Argentino (Buenos
Aires, 1964): revista de la Escuela de Servicio Social
(Santa Fe, 1964); revista Anales del Servicio Social
(Buenos Aires, 1964 aparentemente número 1 y úni-
co) y el primer número de la revista Hoy en el Servi-
cio Social (Buenos Aires, diciembre 1964/enero 1965)
publicada por Barreix-Carrasco y Cía, que después
derivaría en la editora ECRO.
En cuanto a las temáticas abordadas por los artícu-
los podemos agruparlos de la siguiente manera:
En relación a las ponencias y material mimeografia-
do encontramos las siguientes temáticas:

En cuanto a los libros, todos fueron publicados por


la Editorial Humanitas, ubicando la primera edición en
1963, y siendo los siguientes:

En relación a los autores hay una gran diversidad


de los mismos, en algunos casos con un sólo artículo
y de muchos de los cuales no hemos podido ubicar su
trayectoria profesional o pertenencia institucional.
Dentro de los autores reconocidos, encontramos a
Dora González, docente de la escuela del Museo So-
cial Argentino, con un libro y un artículo en la revista
DAS; Marta Ezcurra, que fue directora de la Dirección
Nacional de Asistencia Social durante 1955-1958 (pe-
ríodo de la Revolución Libertadora) con dos artículos
sobre el Congreso Mundial de Servicio Social en dos
revistas DAS y Cuadernos de Sociopatología y Servi-
cio Social. También un artículo de María Cristina Tri-
llo, interventora del Consejo Nacional de Asistencia
Social durante el gobierno de Ilia (1963-1965) sobre
la enseñanza de la asistencia social en el país y un ar-
tículo compartido con Beatriz Arcuri, quien asumió la
dirección del Instituto Nacional de Servicio Social
desde 1963 hasta 1969 (año en que fue cerrado). En-
contramos un artículo y un libro escrito por Sela Sie-
rra y el libro que ya hemos mencionado de Ander-
Egg, un “clásico” de la literatura de la profesión “Me-
todología y Práctica del Desarrollo de la Comunidad”
con diez ediciones, la primera en 1964 y la lOma. En
1995. El resto de los autores no hemos podido identi-
ficarlos.
Desde la denominación de “Sociopatología y Servi-
cio Social”, asentado en una visión biologicista y de
ajuste, hasta la preocupación por los métodos y la
supervisión, el tema de desarrollo de comunidades y
planificación social notamos que conviven diferentes
tendencias y que comienzan a estar presentes nuevas
preocupaciones como el interés por formas corporati-
vas de organización de la categoría profesional, tales
como la asociación de escuelas y el código de ética. El
interés por la relación entre servicio social y el campo
dela salud parece ser el dominante, detrás del mismo
se encuentran las otras formas de intervención tales
como el peritaje a nivel jurídico, la actividad en es-
cuelas, en empresas, etc. Por otro lado la compara-
ción entre el Servicio Social norteamericano y el ar-
gentino, la preocupación por la enseñanza y el rol del
asistente social parecen ser otros de los intereses du-
rante este período.
Podemos ver que ya en este período analizado,
1960-1964, están presentes, coexistiendo, diversas
corrientes y posicionamientos del Trabajo Social, al-
gunos de los cuales tomaron fuerza durante la recon-
ceptualización.
Para concluir este capítulo, queremos señalar que la
expansión y desarrollo de la profesión se dio al com-
pás del desarrollo de las políticas sociales en Argenti-
na, que durante el período peronista principalmente,
alcanzaron formas claras, definidas y sistemáticas de
enfrentamiento a la cuestión social. La intervención
social se expresó a través del propio Estado, los sin-
dicatos -que ampliaron considerablemente su inter-
vención en el terreno de la salud, la vivienda, el tu-
rismo social y la provisión de bienes y servicios-, y la
Fundación Eva Perón, con su abanico de actividades
dirigidas tanto a los trabajadores formales, como es-
pecialmente al gran contingente de trabajadores in-
formales y los sectores pauperizados tradicionalmente
excluidos, ofreciendo servicios de calidad y no la anti-
gua dádiva de la beneficencia.
El golpe militar de 1955 intentó desmantelar la in-
tervención social que el peronismo había desarrolla-
do, pero lógicamente, la configuración social y eco-
nómica del país se había modificado profundamente,
con lo cual fue necesario incorporar esta intervención
de modo estable al aparato gubernamental. Durante
el intento desarrollista de Frondizi, el modelo de in-
tervención social comenzó a ser atravesado por el
método de desarrollo de comunidades. Y pese al poco
éxito alcanzado, posteriormente fue retomado por la
dictadura militar de Onganía.
Podemos observar también que la profesión conti-
nuó a lo largo de la década del 60 con su expansión,
pero marcada en este período por una ruptura fun-
damental en su desarrollo: el movimiento de recon-
ceptualización. Significativamente, cuando presenta-
mos la producción teórica desde la disciplina encon-
tramos que en el período 1950-1960, la producción
es escasa y hegemonizada (especialmente en los li-
bros) por profesionales de otras áreas. Ya en el pe-
ríodo 1961- 1964, observamos una intensa produc-
ción y principalmente realizada por trabajadores so-
ciales; es decir, el trabajador social argentino co-
mienza a adquirir un protagonismo que hasta ese
momento había estado casi ausente.
El movimiento de reconceptualización, -siguiendo el
planteo de Netto (1981:35)- debemos considerarlo,
que en cuanto fenómeno sociocultural “se articuló
como consecuencia de la crisis estructural que, ges-
tada desde mediados de los años cincuenta, afectó
los padrones de dominación socio-política vigentes en
América Latina”', y que en cuanto fenómeno profesio-
nal, “se instauró como una respuesta posible elabora-
da por sectores de la comunidad profesional, como al-
ternativa a la evidente falencia del Servicio Social ins-
titucional que, en el continente siempre fue un Servi-
cio Social al que cabe la caracterización de tradicio-
nal”. Este movimiento modificó considerablemente la
dinámica de la profesión, acompañado de sustanciales
cambios en la dinámica social, económica, política y
cultural de Argentina, expresando una ruptura con el
desarrollo que la profesión tuvo desde 1930; pero
abordar este movimiento requiere un estudio particu-
larizado y minucioso, que excede las intenciones de
este trabajo.
Reflexiones finales
El presente trabajo ha intentado ser una recons-
trucción histórica del Trabajo Social argentino desde
sus orígenes hasta los inicios del desarrollismo. A tra-
vés del mismo hemos procurado rescatar el movi-
miento histórico y social -la dinámica de este período-
, para comprender con mayor precisión las caracterís-
ticas que la profesión fue adquiriendo en su trayecto-
ria histórica. Lejos de pretender presentar una suce-
sión de hechos y fechas, nuestra intención fue la de
aproximamos críticamente al desvendamiento de la
compleja trama de las relaciones sociales, económi-
cas, políticas y culturales en las cuales se institucio-
nalizó y expandió la profesión.
Stuart Hall nos plantea: “En el trabajo intelectual
crítico serio, no hay 'comienzos absolutos" y pocas
continuidades no quebradas... Lo importante son las
rupturas significativas, donde las antiguas líneas de
pensamiento son interrumpidas, las antiguas conste-
laciones desplazadas, y los elementos, viejos y nue-
vos, son reagrupados alrededor de un diferente con-
junto de premisas y temas” (1980:57). Y es en este
sentido que consideramos que nuestro trabajo, ha
pretendido presentar una perspectiva diferente de
análisis, ruptura significativa, en el complejo proceso
de aprehender elementos conocidos y novedosos, pe-
ro desde una particular manera de agruparlos y rela-
cionarlos. Es así que teniendo en cuenta el camino re-
corrido y los análisis desarrollados podemos aproxi-
mamos a algunas reflexiones finales, no como conclu-
siones definitivas y cerradas sino como perspectivas
de análisis alcanzadas y, que creemos, pueden des-
pertar nuevas indagaciones e inquietudes en tomo a
este tema.
De esta manera, consideramos que el Trabajo So-
cial en cuanto profesión, como práctica institucionali-
zada y legitimada, no se comprende ni por sí misma
ni por un análisis evolucionista a partir de formas de
ayuda social, muy por el contrario su comprensión se
encuentra en el análisis de las relaciones sociales que
el modo de producción capitalista produce y reprodu-
ce y en las particulares relaciones que se establecen
entre los diferentes sujetos sociales e históricos. De
este modo el proceso de emergencia e institucionali-
zación del Trabajo Social, sólo puede ser aprehendido
en la compleja trama social en la cual surgió y en la
alianza entre Estado, Iglesia y burguesía que le dio
origen. Su justificación teórica e ideológica se basó en
un indiscutible pensamiento conservador que intenta-
ba ante todo preservar las relaciones sociales vigen-
tes, mantener el orden social, legitimar desigualdades
e introducir reformas superficiales y limitadas.
Es así que la profesión se constituyó en una forma
alternativa de enfrentamiento u la cuestión social, di-
ferenciándose tanto de formas previas de interven-
ción, -como la caridad y la filantropía-, como de la in-
tervención estatal. Su intervención basada en el prin-
cipio de subsidiariedad, centraba la resolución de los
problemas en el individuo, la familia y la comunidad,
responsables últimos de sus situaciones, con lo cual
se oponía a una intervención estatal de tipo universal
Centrada en el concepto de persona humana, su in-
tervención lejos de afirmar derechos, legitimaba una
forma diferente de ¡a antigua dádiva o limosna, ahora
acompañada de procesos de racionalización y norma-
lización de la vida de los sectores populares, negando
todo voluntarismo improvisado.
Es así que la profesión se configura con un carácter
eminentemente femenino, abriendo espacios de parti-
cipación política a los mujeres de la clase dominante,
tanto como una forma profesionalizante de ejercer el
apostolado social como de intervenir desde un rol se-
cundario en las particulares coyunturas políticas y so-
ciales. De este modo se remarcaba el carácter misio-
nal y vocacional de la elección, antes que su condi-
ción de trabajador inserto en la división social y técni-
ca del trabajo. Y asimismo, subordinando su práctica
profesional a proyectos hegemónicos que apuntaban
a la regularización, normatización y moralización de la
fuerza de trabajo.
En su transcurso histórico, la profesión instituciona-
lizada, pasa a ser legitimada y jurídicamente sancio-
nada por el Estado capitalista en su fase monopólica,
realizando una incorporación de este profesional a su
estructura y organización gubernamental. El Estado
en la fase del desarrollo monopólico del capitalismo
adquiere nuevas funciones económicas y extraeco-
nómicas dirigidas a consolidar la nueva lógica que re-
gía las relaciones del capital; y por lo tanto debiendo
asegurar la reproducción de la fuerza de trabajo así
como el consumo, la movilidad y el mantenimiento de
la fuerza de trabajo excedente. Estas modificaciones
son acompañadas por la organización y movilización
del movimiento obrero, reivindicando derechos labo-
rales y sociales. De este modo, el capitalismo mono-
pólico, realiza una intervención sistemática y estraté-
gica sobre la cuestión social, a través de las políticas
sociales, privilegiando reformas y cambios parciales
que dieran respuestas a algunas de las demandas po-
pulares pero que principalmente aseguraban el fun-
cionamiento del sistema. El Estado en el capitalismo
monopólico necesitaba de un profesional ejecutivo e
instrumentalizador de las políticas sociales, ante lo
cual el trabajador social se presentaba como agente
idóneo para desempeñar ese papel, considerando que
ideológicamente su intervención privilegiaba el pro-
blema individual y no el cuestionamiento de las con-
tradicciones del propio sistema.
En este nuevo papel del Estado, y a través de las
políticas sociales, el trabajador social dio respuestas a
la cuestión social, ubicando los problemas dentro de
los conceptos de ajuste, sociopatología y adaptación;
conformando su intervención aparentemente fuera de
la lógica del mercado, y de este modo deseconomi-
zando y deshistoricizando la cuestión social, ubicán-
dola dentro del polo riqueza/pobreza, atendiendo ne-
cesidades y carencias, y consecuentemente perdiendo
la intervención profesional su sustancia política en
una suerte de “rapto ideológico”. Su rol fue tutelar y
paternalista, apuntando al mejoramiento de los que
se encontraban peor, dando respuestas compensato-
rias y transitorias, privilegiando una regulación ad-
hoc, caso a caso, que tenía como objetivo la morali-
zación y normatización de la vida cotidiana de los
sectores populares.
Asimismo los sujetos que recibían la atención del
Trabajo Social, eran definidos en cuanto “carentes” y
no en cuantos sujetos sociales e históricos con dere-
chos. Los profesionales se constituyen entonces en
“jueces” y/o “controladores” de la miseria ajena, eva-
luando los méritos de los individuos para recibir de-
terminado servicio o beneficio. De este modo, la pro-
fesión y su práctica recibían legitimación de los secto-
res hegemónicos que contrataban a este profesional y
no de los sectores populares con los cuales trabajaba.
Es así que la profesión se construye en el interjuego
entre continuidad y ruptura, continuidad de formas
previas de intervención en lo social, y ruptura marca-
da por las características de un nuevo profesional ins-
cripto en la división socio-técnica del trabajo, adqui-
riendo la condición de asalariado y subordinada su in-
tervención al aparato estatal. En la conjunción eco-
nómica y social del monopolio y del pensamiento con-
servador reformista (impulsado por la Iglesia y la
burguesía) se genera el espacio socio ocupacional del
trabajador social.
En este sentido, afirmamos que el Trabajo Social
surge con un carácter de "antimodernidad”, en la me-
dida que con su práctica e intervención negaba los
fundamentos mismos de la modernidad: universali-
dad, individualismo y autonomía, como características
fundamentales y necesarias para el camino emanci-
pador del hombre. Su emergencia con un carácter an-
timoderno se evidencia, en que su intervención se
desplazaba hacia el problema individual, entendiendo
que este requería una intervención particular, ajena a
las condiciones estructurales del propio capitalismo y
por lo tanto ubicando esta intervención en el terreno
de lo patológico como disfuncionalidades a ser corre-
gidas. A través de esta actividad, promovía la clasifi-
cación y tipología de las disfuncionalidades así como
la segregación y discriminación de los hombres, rotu-
lándolos por su carencia, necesidad o enfermedad. Y
de este modo, interrumpiendo el destino de los mis-
mos, sin posibilidad de autorrealización, determinan-
do coercitivamente el proyecto de vida. Su interven-
ción apuntaba al control de todos los aspectos de la
vida cotidiana de los individuos, disciplinándolos para
el trabajo, capacitándolos para la producción y brin-
dando servicios que permitieran su reproducción ma-
terial, al mismo tiempo que limitaban sus posibilida-
des de participación en el espacio público y el acceso
al consumo, haciendo aceptar esta situación como
“providencial” o producto de la mendicidad. Las ac-
ciones se dirigían por lo tanto al control, subordina-
ción y manipulación de los sectores populares negan-
do la posibilidad de emancipación propia del proyecto
de la modernidad.
Para el caso argentino, encontramos una escasa bi-
bliografía sobre los orígenes y expansión de la profe-
sión, así como de estudios que permitan analizar este
proceso inserto en las relaciones sociales del modo de
producción capitalista, razones que nos motivaron a
la reconstrucción histórica del trabajo social.
Esto nos llevó a indagar sobre los antecedentes de
la profesión, considerando en este sentido las formas
previas de enfrentamiento a la cuestión social, ante-
riores a la aparición de la profesión en el escenario
social, político y académico. Estas formas de inter-
vención sobre la cuestión social se tradujeron en acti-
vidades concretas y sistemáticas, y más allá de su ca-
rácter y de los actores que la impulsaron, tuvieron
por objetivo la adaptación del individuo a la sociedad,
el mantenimiento del orden social, la justificación de
las desigualdades y la tranquilidad de las conciencias.
Es así que nos remontamos al siglo XIX con la carac-
terización de la Sociedad de Beneficencia, concebida
como una institución filantrópica laica privada de ca-
rácter público pero financiada por el Estado. Su inter-
vención apuntó al control de la vida cotidiana de los
sectores pauperizados, principalmente ante la peli-
grosidad que los mismos representaban para las cla-
ses dominantes, a través de una relación de tutela en
la cual se combinaba una moral moderna y racional
con algunos rasgos de la moral cristiana conservado-
ra, -más allá de su carácter fuertemente laico y des-
vinculado de la Iglesia-. Y por lo tanto, transitando
entre un conservadurismo reformador y tradicionalis-
ta, que en su etapa final favoreció y privilegio este úl-
timo tipo de intervención antes que la modernización
necesaria para adaptarse a la nueva dinámica del
país.
El proyecto modernizante de la Generación del 80
que impulsó la inclusión del país en el orden capitalis-
ta mundial como exportador de productos agrogana-
deros, privilegió la intervención del Estado en la or-
ganización administrativa del país, la infraestructura
necesaria al desenvolvimiento económico, las políticas
de migración, sanitarias y educativas. El fuerte con-
tenido liberal de esta generación implicó la seculari-
zación, no exenta de conflictos con Iglesia, de múlti-
ples aspectos de la vida social y política. Entendida la
asistencia social como una actividad secundaria, el
Estado delegó esta intervención en manos privadas
(laicas y religiosas). En este contexto, durante las úl-
timas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, dos
movimientos aparecen manifestando su preocupa-
ción, desde posiciones diferenciales, ante la cuestión
social. El movimiento de los médicos higienistas que
proponían una intervención activa del Estado sobre
las manifestaciones de la cuestión social y cuya inter-
vención no se limitaba al campo de la salud, muy por
el contrario, proponían un programa de profilaxis sa-
nitaria, social y moral, único modo de asegurar las
condiciones de vida del conjunto de la población. La
racionalización y, centralización de los servicios de
asistencia, acompañada de críticas a la estrategia de
la Sociedad de Beneficencia y de la Iglesia, además
de los reclamos de legislación laboral y extensión de
los principios higienistas a través de la educación fue-
ron algunos de los pedidos que caracterizaron a estos
médicos.
Desde otra posición, y ante las crecientes manifes-
taciones libélales y posteriormente anarquistas y so-
cialistas, surge el catolicismo social argentino, como
una considerable fuerza social, dirigida principalmente
por laicos y proponiendo una acción protagónica en el
terreno político y social a los católicos argentinos. Sus
acciones desde el adoctrinamiento y fortalecimiento
ideológico de los militantes católicos, así como las
frustradas intenciones de crear partidos políticos y
sindicatos católicos, apuntaron a incorporar a sus mi-
litantes en la participación activa en los destinos polí-
ticos del país. Al mismo tiempo que generaron múlti-
ples intervenciones en el campo social, con un carác-
ter mutualista y asistencial. Ante el orden y progreso
de los liberales, los católicos argentinos levantaron la
bandera del “orden y paz”, criticando el liberalismo, el
socialismo, el anarquismo y el comunismo, pero al
mismo tiempo legitimando con sus actividades, el
statu quo y las relaciones de explotación propias del
modo de producción capitalista. En este sentido, los
católicos también reivindicaban la intervención del Es-
tado para regular las consecuencias de la cuestión so-
cial, -uniéndose en este aspecto con los médicos hi-
gienistas-, reclamando una intervención que superara
el único instrumento utilizado por el Estado: la repre-
sión.
Estos procesos fueron acompañados de la clasifica-
ción de la pobreza, la cual debía ser certificada por
autoridad competente, además de distinguirse entre
el pobre y el pobre de solemnidad, limitándose de es-
te modo la accesibilidad a los distintos servicios, que
de ninguna manera proponían una intervención uni-
versal, sino puntual y restringida.
Por último, el movimiento obrero, -con una confor-
mación heterogénea integrada por anarquistas, socia-
listas, anarco- revolucionarios y comunistas-, desa-
rrollaron una intensa actividad huelguística reivindi-
cando mejoras salariales y la duración de la jomada
de trabajo. El Estado privilegió en todo momento la
represión como medio adecuado para la regulación
social, -ejemplo de ello son la Ley de Residencia, la
Ley de Defensa Social y la Semana Trágica-, respon-
diendo ante las manifestaciones obreras, los reclamos
de los higienistas y los católicos sociales, con una le-
gislación puntual, específica y limitativa sobre algunos
aspectos laborales y sociales.
El proceso de institucionalización del Trabajo Social
en Argentina estuvo sumamente ligado a la trayecto-
ria de los médicos higienistas, quienes fueron los pro-
pulsores de la profesión en el país. En este sentido, la
profesión en los inicios de la década del 30 se consti-
tuyó en una de las formas para enfrentar la cuestión
social, dentro del ideario racionalista, moralizador y
normatizador de los higienistas. Superando el análisis
clásico de este proceso, que afirma el carácter para-
médico y para-jurídico con el cual nace la profesión, y
basándonos en otros estudios sobre este mismo pro-
ceso en América Latina y en Europa, encontramos
que los procesos de institucionalización de la profe-
sión presentan una alta heterogeneidad, particulari-
zado por los diferentes actores sociales de los diver-
sos contextos nacionales y regionales en los que sur-
gió la profesión. En este sentido, la recurrencia al ca-
rácter para-médico y para-jurídico sólo nos permite
aproximamos a algunos de los espacios profesionales
predominantes en el naciente Trabajo Social, pero
poco nos permite aprehender la dinámica de su insti-
tucionalización.
Es así, que considerando estas características y los
análisis de estos procesos, construimos la tesis que
existieron dos matrices generadoras de la institucio-
nalización de la profesión en América Latina. Según la
particular coyuntura y las relaciones de poder, se
presenta una de ellas como hegemónica, pero no por
ello contraponiéndose entre sí, sino muy por el con-
trario, complementándose. De este modo, conside-
ramos que el racionalismo higienista y el conservadu-
rismo católico se encuentran en la base de la institu-
cionalización de la profesión, el primero privilegiando
una intervención desde el poder público, principal-
mente por los procesos de urbanización e industriali-
zación, con características preventivas y educativas,
atendiendo no sólo al control social sino también, al
mejoramiento de la calidad de vida del conjunto de la
población como medio necesario para el desarrollo del
capitalismo, el control de los conflictos y asegurar el
orden social. El conservadurismo doctrinario, basado
en las encíclicas papales y en los conceptos de perso-
na humana y moral cristiana, proponía una interven-
ción en el terreno individual y familiar, con un carác-
ter ad-hoc, que apuntaba a la armonización de las re-
laciones antagónicas del sistema, además de consti-
tuirse como estrategia de ¡a Iglesia para recuperar
hegemonía en el sistema capitalista mundial. Una ter-
cera matriz, la cual no prosperó estaría ligada a la
concepción de la asistencia social como derecho e im-
pregnada de fuerte contenido democrático y republi-
cano Consideramos que esta última perspectiva, si
bien no alcanzo una concreción o manifestación empí-
rica, tensionó permanentemente la intervención del
Trabajo Social, alcanzando una manifestación con-
tundente a partir de la década del 1960 con el movi-
miento de reconceptualización.
En el caso argentino, encontramos una predomi-
nancia de la matriz racionalista higienista en el proce-
so de institucionalización del Trabajo Social, pero lo
cual no invalida que la matriz del conservadurismo
doctrinario haya estado presente. Un dato sumamen-
te importante, es que a diferencia de otros países de
Latinoamérica, donde la matriz predominante fue la
de conservadurismo doctrinario, en Argentina, la fun-
dación de la primera escuela de Servicio Social católi-
ca se produce diez años después de la creación de la
primera escuela de Servicio Social en el museo social
Argentino. Lo cual, considerando el papel desempe-
ñado por el catolicismo social en las primeras décadas
del siglo XX, resulta un dato sumamente relevante.
Por otro lado, otra particularidad que presenta el Tra-
bajo Social argentino, es que su surgimiento suma-
mente ligado al Estado, a diferencia del Brasil- y en
este concebido como deber ciudadano, aunque no por
ello como un derecho de los sectores asistidos. Asi-
mismo, encontramos que la demanda de este nuevo
profesional provino de estas nuevas estructuras gu-
bernamentales que impulsaron principalmente los
médicos higienistas.
La expansión y desarrollo de la profesión estuvo
marcado por los significativos cambios estructurales
que la Argentina sufrió a partir de la década del 30;
tanto por las consecuencias de la crisis del año 29, el
desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, así como la
aparición y conformación de nuevos actores sociales y
políticos, y el inicio de un sistemático intervencionis-
mo militar, a través de los golpes de estado iniciado
en 1930 y que continuó hasta la década de 1980, sig-
nando significativamente el desarrollo histórico del
país Durante la década infame el Estado privilegio un
intervencionismo a nivel económico, impulsando un
incipiente proceso de industrialización, mientras a ni-
vel social continuó privilegiando la delegación en ma-
nos privadas si bien ejerciendo un mayor contralor
sobre las mismas. Los reclamos de los higienistas, a
una intervención sistemática sobre la cuestión social,
ahora agudizada por los procesos acelerados de ur-
banización y migraciones internas, recibieron escasas
respuestas. El movimiento obrero sufrió continuas re-
organizaciones internas, pero al mismo tiempo conti-
núo realizando constantes reivindicaciones de dere-
chos sociales y laborales a través de manifestaciones
y huelgas.
La llegada de Perón al gobierno, a través de la Se-
cretaría de Trabajo inauguró una nueva relación entre
Estado y trabajadores, al mismo tiempo que generó
diferentes estrategias gubernamentales para enfren-
tar la cuestión social, asumida ahora como responsa-
bilidad del Estado. Durante los gobiernos populistas
de Perón, hubo una intervención sistemática, conti-
nua y universal ante la cuestión social, diseñándose
para ello diferentes políticas sociales. La estrategia de
intervención no se limitó al Estado, sino que a través
de los sindicatos se dieron respuestas a las necesida-
des de los trabajadores formales y a través de la acti-
vidad de Eva Perón y su Fundación a los sectores que
se encontraban fuera del mercado formal de trabajo.
La Fundación Eva Perón, constituida a semejanza de
la Sociedad de Beneficencia como una institución pri-
vada de carácter público, desarrolló una intensa acti-
vidad en los diferentes aspectos de la vida cotidiana
de los sectores populares. Su ideario rompía con la
antigua tradición de la dádiva y la limosna, incorpo-
rando el concepto de “ayuda social" e intentando ase-
gurar derechos. Se entendía que la ayuda social era
necesaria, un deber del Estado y de las clases traba-
jadores, pero al mismo tiempo, que la misma era
transitoria, dado que en el momento que toda la po-
blación estuviese bajo la cobertura social del trabajo
formal, se habría alcanzado la “justicia social”, y por
lo tanto no se necesitaría de esta intervención. Más
allá, de que los derechos sociales hayan sido impul-
sados y sancionados constitucionalmente durante el
peronismo, consideramos que los mismos apuntaron
a legitimar el personalismo y patemalismo de Perón y
Evita, mediadores necesarios para el acceso al dere-
cho real, antes que consolidar una conciencia ciuda-
dana en tomo a esos derechos, si bien, sin lugar a
dudas esta intervención contribuyó a elevar el padrón
de dignidad de los sectores obreros y pauperizados de
Argentina.
El intervencionismo militar, con el golpe de Estado
de 1955, quebró la estabilidad constitucional del país
e implico un retroceso en los avances que el populis-
mo había desarrollado en la década anterior. Desde el
punto de vista económico, el país ingreso a la nueva
configuración del capitalismo mundial, impulsando el
desarrollismo como estrategia de superación del tra-
dicionalismo y camino necesario para la moderniza-
ción En el aspecto social, se tuvieron que mantener
algunos de los logros y las reivindicaciones alcanza-
das durante el peronismo, y en el terreno especifico
de la asistencia social se centralizó la intervención en
manos del Estado que proponía una intervención ba-
sada en el desarrollo de comunidades, necesaria para
el buen éxito del desarrollismo. La configuración so-
cial y política de la Argentina de los 60, presentó un
nuevo dinamismo con nuevos actores sociales que se
incorporaron en el campo social y político –sindicatos,
movimientos sociales, partidos políticos, movimientos
de izquierda, etc.- y que adquirieron un nuevo prota-
gonismo.
El Trabajo Social se expandió al ritmo de estos
cambios sociales y de la intervención sistemática a
través de te políticas sociales, comprobando tanto
una expansión del número de escuelas como de los
espacios ocupacionales. Por otro lado, entre las déca-
das del 50 y 60, los cambios sociales y políticos más
amplios también se manifestaron al interior de la pro-
fesión, evidenciando incipientes cuestionamientos al
rol asignado al trabajador social y su intervención,
adquiriendo posteriormente consistencia en el movi-
miento de reconceptualización, que buscó romper con
los presupuestos con que había surgido la profesión.
De este modo, el Trabajo Social argentino, surgido
dentro de la matriz del racionalismo higienista como
una de las formas de enfrentamiento a la cuestión so-
cial, estuvo signado por el predominio del pensamien-
to conservador reformista, apuntando al disciplina-
miento de la fuerza de trabajo, el control social, la
normalización y normatización de la vida cotidiana de
los sectores populares, el mantenimiento del orden
social, la justificación de los antagonismos y las de-
sigualdades, la imposición de un modo capitalista de
ser y de pensar y la aceptación pasiva de las situacio-
nes de miseria y explotación. Y negando, por lo tanto,
con su actividad las posibilidades emancipadoras del
proyecto de la modernidad, su intervención no privi-
legió la ampliación de los derechos sociales, sino que
legitimó un dado padrón de relaciones sociales.
Retomando lo que expresamos en la introducción,
este trabajo apuntó a conocer y comprender el sur-
gimiento y desarrollo histórico de la profesión, para
tener posibilidades, como sujetos históricos y prota-
gonistas de nuestro tiempo, construir nuestro verda-
dero y real desafío: nuestro “ahora” profesional como
único e irrepetible, en el compromiso de la emancipa-
ción de todos los hombres.
“Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo
de distintos modos; de lo que se trata es de trans-
formarlo " (Karl Marx)

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