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Título: La prueba ilegal y la regla de exclusión probatoria (el fin no justifica los medios)
Autor: Favarotto, Ricardo S.
Publicado en: DPyC 2015 (septiembre), 03/09/2015, 25
Cita Online: AR/DOC/2571/2015
Sumario: I. Los hechos expuestos en el fallo.— II. Las pruebas ilegales y la regla de exclusión:
fundamento, alcance y consecuencias.— III. Las circunstancias particulares del caso y la ejemplaridad
del decisorio.
I. Los hechos expuestos en el fallo
La Sra. H. se presentó en una dependencia policial marplatense acompañada y asistida jurídicamente por su
(ex) esposo, un defensor público del fuero penal, expresando que temía por la vida de su hijo (a la postre, el
imputado I. H.), al punto de que prefería verlo preso antes que muerto, pues el mismo se dedicaba a delinquir
junto a otras personas a través de llamados telefónicos con fines extorsivos, en la modalidad de secuestros
virtuales. La funcionaria policial interlocutora les explicó que no podía recibirle declaración en perjuicio de su
hijo, por impedírselo el art. 234 del CPP, pero ante la insistencia de la mujer en querer hacer revelaciones sobre
el caso, siempre a condición de que no figure su identidad, la oficial decidió consultar a la Agente Fiscal
instructora. Luego, siguiendo las indicaciones de esta última, documentó en forma sesgada lo que le escuchó
decir a la compareciente, ocultando sus circunstancias personales, dando inicio al cauce investigativo que
condujo —de modo ineluctable, dada la inexistencia de otras vías autónomas— al procesamiento y la prisión
preventiva de varios imputados, entre ellos del hijo de la susodicha.
Recibidas las actuaciones en sede judicial, la propia representante del Ministerio Público Fiscal refrendó un
escrito donde, sobre la base de los lineamientos del informe policial mentado (es decir, volviendo a omitir la
fuente informativa de la notitia criminis), dispuso una serie de diligencias investigativas, a la par que requirió
varias medidas de coerción real y personal que fueron decretadas por la justicia de garantías. Una vez producida
la detención del hijo de la Sra. H., su (ex) esposo que la había asistido en el comparendo inicial (a pesar de
hallarse separados de hecho y de no ser el padre del imputado) se presentó en la causa a impugnar la prisión
provisional dictada contra el causante aludido.
Conocida la filiación de quien aportó los datos claves que definieron la progresión de actos procesales que
desembocaron en el encarcelamiento del imputado I. H., la justicia de garantías —en sus dos instancias—
dispuso no sólo la nulidad de las actuaciones viciadas, por el quebrantamiento de las garantías judiciales (en
especial, la prohibición de testificar del art. 234 del CPP) y de las que son su consecuencia directa y necesaria
(art. 207, CPP), con invocación de la regla de exclusión probatoria (art. 211, CPP), sino también el
sobreseimiento del incriminado (art. 323 inc. 4°, CPP).
Sin embargo, en la fase de revisión la Alzada dio un paso más en aras de arrojar luz sobre las gravitantes
irregularidades verificadas, pues —al margen de las dimanantes responsabilidades administrativas— consideró
que debían abrirse sendos procesos penales ante la posible comisión de ilícitos de acción pública (art. 287 n° 1,
CPP), por parte de los tres funcionarios señalados; a saber: de la oficial de policía que instrumentó el delusorio
informe a raíz de la presentación espontánea de la Sra. H., alterando circunstancias significativas de su
recepción y ocultando la identidad de la informante; de la Agente Fiscal que forjó ese proceder anómalo y lo
tomó como piedra basal del desarrollo procesal sucesivo; y, en fin, del Defensor Oficial que asistiera
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jurídicamente a su (ex) esposa y al hijo de ésta, en ese orden.
II. Las pruebas ilegales y la regla de exclusión: fundamento, alcance y consecuencias
El proceso penal de un Estado de Derecho debe organizarse de manera tal que asegure, a un tiempo, los
derechos fundamentales del imputado, mediante la realización de un juicio con todas las garantías, así como la
demanda colectiva de justicia, es decir, el pleno respeto por la dignidad de la persona humana y, a la vez, la
integridad moral del propio sistema judicial. Hace un siglo, en la nota al primer artículo del Código Procesal
Penal de 1915, Tomás Jofré lo expuso con su inconfundible elocuencia: "La sociedad y el acusado, al producirse
las perturbaciones del delito, se encuentra en conflicto de intereses que los códigos tratan de armonizar para no
romper un equilibrio que siempre se consideró indispensable. El derecho procesal vigente en la República, no ha
observado esta regla y las garantías del acusado han sido sacrificadas sin mayor beneficio para los intereses
públicos". (1)
Consecuentemente, en una nación respetuosa de su juridicidad, con plena vigencia del principio de
supremacía constitucional, al proceso (y al proceso penal, como a ningún otro) le está vedado abrevar del agua
turbia, en esencia, por la ejemplaridad que deben reunir los actos de sus poderes públicos. Por esa razón, las
legislaciones procesales, con diversos enunciados reglamentarios, y, asimismo, la mejor tradición
jurisprudencial sobre el tema, han procurado excluir todo vestigio de prueba anómala, irregular o ilícita para no
frustrar los elevados fines del debido proceso legal (2), al que se refiere el art. 18 de la CN con la locución
"juicio previo".
La razón de ser del principio no es menos ética que jurídica, puesto que trasegando la fórmula a menudo
utilizada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en plena sintonía con la doctrina americana de los frutos
del árbol envenenado (the fruit of the poisonous tree, aplicada a partir del caso "Silverthorne Lumber Co. c.
United States", de 1920), se afirma que otorgar valor o eficacia al resultado de un acto indebido, ilegítimo o
delictual y, al propio tiempo, apoyar sobre él una sentencia judicial, no sólo es contradictorio con el reproche
formulado, sino que, además, compromete la administración de justicia al pretender constituirla en beneficiaria
de un hecho ilegal o ilícito.
Por lo tanto, tratándose de actuaciones, medidas o procedimientos violatorios de garantías constitucionales o
legales (art. 211, CPP), tal infracción se proyecta sobre todos aquellos actos que son su consecuencia y que se
ven alcanzados por la misma irregularidad (art. 207, CPP), lo que la doctrina científica suele designar como
regla de exclusión (the exclusionary rule, del derecho americano). Gössel, evocando a von Beling, señaló que
las pruebas ilícitas se caracterizan como "límites de la averiguación de la verdad en un proceso penal",
clasificando a las normas que restringen la búsqueda de la verdad en "prohibiciones de práctica de pruebas y
prohibiciones de aprovechamiento de pruebas". (3)
Nuestra Corte Federal precozmente gestó —en 1891, al dictar el fallo "Charles Hermanos"(4)— una
esclarecida doctrina que después, en forma incomprensible, hizo a un lado por casi una centuria, reasumiéndola
con renovados bríos en 1981 —en el caso "Montenegro"(5) — y repitiéndola en una serie de sentencias
posteriores —por todas, cabe citar a "Fiorentino"(6), en 1985; "Rayford"(7), en 1986; y "Daray"(8), en 1994—.
Para estudiar tema por tema la evolución en la jurisprudencia de la CSJN, en la materia, será necesario consultar
el exhaustivo rastreo —y las lúcidas reflexiones— de Alejandro Carrió. (9)
La regla de exclusión, en suma, es la herramienta jurídica al alcance de la jurisdicción para garantizar la
efectividad de los derechos fundamentales de la persona humana, suprimiendo del proceso penal los medios de
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prueba obtenidos en violación a las normas superiores del Estado, en tanto resultan inadmisibles e inoponibles a
sus titulares (art. 211, CPP). Caso contrario, no sólo se estaría consintiendo que se denigren los derechos
humanos, sino también que se corrompa la plataforma ética del funcionamiento de las instituciones republicanas
(del sistema judicial, en concreto), al constituirlas en beneficiarias de actos reñidos con la Constitución y las
leyes.
III. Las circunstancias particulares del caso y la ejemplaridad del decisorio
Al focalizar sus críticas a las actuaciones de la fase investigativa que determinaron la resolución del caso, el
tribunal revisor incisivamente sostuvo lo siguiente:
"En lugar de actuar conforme a derecho lo hizo conforme a lo que el familiar de uno de los autores de los
hechos investigados deseaba. La madre del luego imputado termina siendo quien dirige el modo en que se
incorpora la información al proceso. Y no le importó a la Fiscal, Dra. A. G., que estaba comprendida por una
prohibición expresa que acarrearía la nulidad de lo que se actuara en su consecuencia porque, al fin y al cabo, su
esposo, un Defensor Oficial con el que estaba separada de hecho la asesoraba aunque, producto de ese
asesoramiento y consentido por aquélla, se 'sembraba' una nulidad que luego se 'cosecharía' cuando el vicio es
revelado por propia iniciativa de la madre que así concreta la impunidad para la conducta de su hijo. No afirmo
que esto fuera planeado así ex profeso. A todo evento, hubiera sido un intento que estaba condicionado al albur
de la impericia en la conducta de los funcionarios a los que se dirigía. No obstante, objetivamente, es el
resultado al que se arribó... ¿Qué es lo que hace la Fiscal al encontrarse con que el asesor de quien bajo
prohibición le brindó la información que ella misma calificó como `la punta del iceberg para el inicio de las
indagaciones´ se presenta actuando en el legajo ya no en forma oculta sino como representante de su
contraparte, el imputado H. (que fuera su hijastro)? Nada".
A partir de esa sólida estructura argumental, poco importa si la violación normativa se produjo en forma
directa u oblicua. Lo decisivo estriba en que el curso procesal seguido no fue otra cosa que la derivación de un
proceder ilegal, si no más, de quien tenía a su cargo el deber jurídico de velar por la intangibilidad de los
principios rectores del debido proceso. Al no hacerlo o al hacerlo de manera defectuosa, a través del acordado
ocultamiento de la auténtica fuente informativa, la irregularidad se proyectó sobre los hallazgos probatorios
ulteriores que apuntalaron la imputación y el encierro cautelar del causante. La nulidad de las actuaciones
anómalas (así como la de las necesariamente conectadas con ellas) y el sobreseimiento del justiciable, fueron el
resultado forzoso de la correcta aplicación de la regla de exclusión. El malhadado desempeño funcional deberá
investigarse por separado, ante la presunción de que pudiesen mediar delitos de acción pública.
La ejemplaridad de la sentencia radica en que la señal emergente de su contenido es clara y trasciende al
caso en juzgamiento: the fruit of the poisonous tree sigue estando vigente y los jueces penales son garantes de su
efectividad, porque —parafraseando al primer votante— al fin de cuentas el fin no justifica los medios.
(1) Código de Procedimiento Penal de la provincia de Buenos Aires, 2ª edición, Depalma, Buenos Aires,
1966, p. 4.
(2) Acerca de su sentido e implicancias, Eduardo J. COUTURE sostuvo que "La discusión comienza
cuando se trata de saber qué significa un debido proceso: qué mínimo de elementos jurídicos se requiere para
que exista proceso y qué cúmulo de elementos se deben reunir para que éste sea debido, o sea adecuado,
apropiado, ajustado a sus fines". Cfr. "El 'debido proceso' como tutela de los Derechos Humanos" (LL 72802),
recientemente vuelto a publicar en la Revista de Derecho Penal y Criminología (RDPyC) de La Ley, año V, n.
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4, mayo 2015, p. 223.
(3) "La prueba ilícita en el proceso penal", en Revista de Derecho Penal, RubinzalCulzoni, Buenos Aires,
2001, p. 29.
(4) CSJN, Fallos 46:36.
(5) CSJN, "Montenegro, Luciano Bernardino", sent. del 10/12/1981 (Fallos, 303:1938), al que Fernando DE
LA RÚA le dedicó un elogioso artículo titulado "Un fallo sobre la confesión y la tortura", publ. en LL 1982D,
ps. 225/50.
(6) CSJN, "Fiorentino, Diego Enrique", sent. del 27/11/1984 (Fallos 306:1752), con nota aprobatoria de
Germán BIDART CAMPOS, publ. en ED 112352.
(7) CSJN, "Rayford, Reginald Ray", sent. del 13/05/1986 (Fallos 308:733).
(8) CSJN, "Daray, Carlos Ángel", sent. del 22/12/1994 (Fallos 317:1985), decisorio comentado
favorablemente por CARRIÓ en "Detenciones arbitrarias y regla de exclusión: Cuando la Corte habla así, da
gusto oírla", publ. en LL 1995B, ps. 349/60.
(9) Nos referimos a Garantías constitucionales en el proceso penal, 6ª edición, Hammurabi, Buenos Aires,
2014.
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