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Reconstruyo el archivo como una manera de narrar, de crear relatos sobre la realidad desde

diferentes ángulos y momentos. Comienzo a coleccionar imágenes que tienen un eje en común, la
ciudad, y recopilo todo lo que hecho durante los últimos cuatro años acerca de este tema.
Encuentro diferentes miradas, unas que resaltaban lo bello de su arquitectura, de sus calles, de sus
árboles; otras que se enfocaban en sus errores, en las fallas y los accidentes que la caracterizaban;
otras en la brutalidad que la habita, pero después en la belleza interiorizada por sus habitantes.
Este tema de la ciudad me ha llevado a tomar la calle, vivirla, mirarla más a fondo y sorprenderme
con sus diversidades. Hoy mismo fue un día en que comencé a salir a la calle a hacer imágenes
para mi colección y descubrí de nuevo las vivencias y expresiones de la gente; en cada lugar que
llegaba estaba viendo los dramas que cada uno de nosotros protagoniza. A esto me llevó el
concepto de archivo y arte que desde la década de los 20 se viene trabajando en Occidente; a
través de estas lecturas descubrí que mi trabajo tiene más que todo que ver con eso, con el
archivo, con el guardar, con el catalogar, con el rescatar para la memoria aquello que está en
peligro de desaparecer y por lo tanto la acción de depositar imágenes, sonidos, textos, videos,
objetos en un repositorio y luego dejarlo abierto para que otros lo vean y reconstruyan historias
libremente a partir de su lectura, es mi acción principal. Creo que comencé mi labor de archivar
digitalmente con el repositorio de fotos familiares que ya lleva varios años, mi canal de Youtube
también es un archivo, archivé imágenes de gráfica popular (que ya eliminé), archivé videos de
bicicletas (que eliminé), fragmentos diarios de video (que eliminé) pero ahora inicio el de retratos,
familia y ciudad. Espero mantenerlos durante mucho tiempo y proyectarlos.

Visitando los colegios públicos de Cali, encuentro casos concretos para hacer un diagnóstico de lo
que es la educación pública de nuestro país. La primera impresión es encontrar colegios
congestionados de estudiantes, con salones de alrededor de 35 a 40, con profesores algunos de
ellos en apariencia cansados, con instalaciones deterioradas en su gran porcentaje, con diseños
arquitectónicos poco apropiados para el aprendizaje, baños sucios, puertas descompuestas, pisos
llenos de huecos, ventanas sin vidrios. Al mirar a los estudiantes sentimos que una gran cantidad
de jóvenes anónimos y que la acción de aprender en estos contextos es casi nula. Pero hace falta
acercarse unos días más para percibir otras experiencias; hablando con los rectores descubro en
muchos de ellos actitudes comprometidas por transformar las difíciles condiciones, profesores que
consideran que su labor va más allá de simplemente dar clases, estudiantes que se niegan a ser
receptores pasivos y asumen roles protagonistas para liderar cambios. Más allá de pensar que por
estas situaciones percibidas ya tenemos procesos educativos óptimos, se verifica la capacidad
creativa y de acción política que tienen los seres humanos para superar sus límites y la voluntad de
transformación que emerge cada vez que vivencia precariedades. Pero manteniendo la
objetividad en la observación no podemos negar que los niveles de infraestructura, la capacitación
de los docentes para asumir nuevos retos, el nivel de cobertura que aun hace que hayan
demasiados estudiantes por profesor y por aula, los recursos designados para cada institución y
modelos pedagógicos apropiados para nuestra época y nuestro contexto social, todo esto aún es
muy precario; es notable la falta de compromiso por parte del Estado para liderar procesos
educativos que saquen al país del atraso.

La presión por revalorizar el centro y convertirlo en zona residencial de lujo para que los ricos
vuelvan a este espacio de la ciudad, va creando dinámicas de desalojo y valorización que es
interesante documentar: el desalojo del sector del Calvario, aduciendo razones sociales,
ambientales y de seguridad (para sus habitantes) ha liberado amplias zonas del centro de la ciudad
que antes estaban ocupadas por personas de muy bajos ingresos, que ocupaban casas donde
pagaban ínfimos alquileres o compraban propiedades muy por debajo de precios competitivos y
que estaban siendo los tenedores de un gran terreno desvalorizado; otro hecho visible es la
construcción del boulevard del río, que antes era una zona de alto volumen de tráfico y poco
atractivo turístico y ahora está convertido en un amable paseo para todas las generaciones de la
ciudad, esto parece una avanzada de revalorización del centro para diseminar una ola
reformadora a sus alrededores; la conversión de los barrios Granada, Centenario, Peñón y San
Antonio en zonas gastronómicas donde grandes capitales externos han invertido creando costosos
restaurantes que atraen a públicos adinerados de la ciudad, no cercanos a estos vecindarios.
Parece ser todo esto parte de una estrategia a muchos años donde se quiere reconquistar el
territorio del centro de la ciudad para los habitantes adinerados de la ciudad y lograr un alza del
valor de la tierra que a futuro les rentabilice las inversiones que hagan ahora. Y como siempre las
familias tradicionales y adineradas de la ciudad lideran esta dinámica para favorecerse
económicamente, utilizando el poder político para gestionar estas normas administrativas a
futuro. Y esto paralelamente conlleva desalojos, despojos, engaños, expropiaciones y
desplazamientos dentro de la misma ciudad, engrosando los tradicionales cinturones de miseria.

La ciudad está sumergida en una gran ola de violencia que hace preguntar de nuevo cuáles son las
causas. La primera que sale a la luz son los altos índices de pobreza en la población, que se
consideran caldo de cultivo para la corrupción de los valores morales que garantizarían una sana
convivencia en comunidad y por lo tanto se rompen los acuerdos de respeto y se pasa por encima
de todo interés para satisfacer los propios; esto lleva a la corrupción administrativa, al robo, al
despojo y si es necesario el uso de la violencia, no hay límites para considerarla. Pero otro factor
que hace más dramática la pobreza es la inequidad social, pues mientras los pobres ven que
tienen grandes dificultades para conseguir el diario vivir, otras personas disfrutan de lujos
escandalosos en pocos kilómetros a la redonda. A esto se le puede sumar una cultura de la
violencia que tenemos arraigada en nuestras conciencias: la costumbre de arreglar los problemas
mediante la fuerza, el machismo, el querer imponérsele a los demás más las técnicas de
aniquilación aprendidas históricamente por generaciones anteriores que las practicaron. Pero otro
de los grandes motores de esta ola violenta son los negocios del narcotráfico que se mueven en la
ciudad que generan arremetidas de un grupo contra otro a través de las armas letales. Esto
considerando factores internos de la sociedad que nos pueden afectar pero debemos considerar
los externos, tales como los coletazos o inserción de organizaciones criminales internacionales
peleando primacía en el negocio del narcotráfico, las grandes olas de inmigrantes desocupados,
capitales foráneos que buscan invertirse en la ciudad y que pueden activar, a la par de negocios
legales, actividades ilegales como el juego, la prostitución, préstamos informales y a altas tasas de
interés, mayor consumo de estupefacientes, extorsión, etc.

Las realidades tienen varias caras que son las que permiten que la interpretemos con mayor
agudeza y acercarnos a una verdad más clara. La primera impresión que tenemos frente a un
fenómeno o una situación particular es la que nos llega por los esquemas o representaciones
primarias que tenemos sobre ellas, estas nos hacen ver a esa realidad con el prisma de nuestros
prejuicios, recuerdos o historias que hemos escuchado sobre esto y desde este marco juzgamos lo
observado, pero cuando continuamos acercándonos al fenómeno vamos descubriendo nuevos
matices que nos van borrando la primera impresión y van enriqueciendo la interpretación que
hacemos de los hechos, hallando nuevas aristas, relieves más detallados del fenómeno que lo van
haciendo más complejo y por lo tanto menos fácil de explicar en pocas palabras. Eso sucede con
los fenómenos de la pobreza que vemos en nuestro país, al principio podremos ver ignorancia,
explotación, tiranía de los ricos a los pobres, alienación de parte de los pobres, victimización,
sinsalidas, pero después de ir conociendo un poco más ese mismo hecho vamos enterándonos que
hay procesos creativos al interior, luchas organizadas, disciplinas, claridad de propósitos,
instituciones que aportan de alguna manera, al mismo tiempo que también sumisión a hábitos
consumistas, degradación ambiental, machismos, exclusión, discriminación, posturas fascistas. Es
decir, para llegar a interpretaciones más cercanas a la realidad, más que partir de generalizaciones
panorámicas que pretender reducir todo en una palabra es necesario acercarse a los fenómenos
que nos interesa estudiar y, manteniendo distancia metódica, observar sus detalles. Desde la
academia se es muy dado a generalizar, catalogar, etiquetar, mapear, para luego, con los nombres
que le han dado a los fenómenos, enviar soluciones empaquetadas a las comunidades afectadas.

En Bellas Artes hay un intento incipiente por formar un sindicato de profesores. Después de seis
años de trabajar allí por fin se ve que aquella idea va a cuajar en la institución. Desde que entré a
Bellas Artes percibí un ambiente diferente frente a otros de la ciudad; lo primero que me llamó la
atención es que a los profesores les llamaban maestro y no puedo negar que mi ego se insufló
cuando escuché por primera vez que de esa manera se referían a mí. Una institución llena de
maestros, que en una lectura más profunda podría querer decir “intocables”. Entre esos maestros
me topaba en los pasillos con Miguel González, un crítico que por más de 30 años llevaba la batuta
del arte plástico en la ciudad: sus palabras eran ley para confirmar o sepultar la carrera de algún
artista del terruño. Otros maestros de la pintura y las artes tradicionales. Pero precisamente por
esta noción de maestros, parecía igualmente que estos no sufrían de necesidades materiales como
los demás mortales, aunque comían fino, bebían buenos vinos, vivían en casas grandes, se
codeaban con los ricos de la ciudad, esto parecía cobijarlos con un aura que no les hacía
imprescindible luchar por mejores niveles salariales para reproducirse materialmente; por lo tanto
la idea de sindicato era insospechable, inconcebible en medio de la aristocracia que ellos parecían
ser. Se les escuchaba quejarse, vociferar pero más bien por sentirse que estaban siendo
expulsados de sus ambientes de élite mas no por reivindicaciones laborales y salariales: era como
si los príncipes, duques, condes y caballeros hubieran perdido la entrada a un club exclusivo, esas
eran sus luchas. Seis años después, tras una crisis de dinero que hubo en la institución, de un
momento a otro comenzamos a ver llamados a reuniones, citas al rector a dar cuentas, grupos de
whatsapp para mantenernos comunicados, reuniones con sindicatos universitarios,
nombramientos de juntas directivas hasta que hoy, a esta altura, se ha redactado el acta de
constitución con la lista firmada por casi 40 profesores, solicitando la inscripción en la oficina de
trabajo del primer sindicato de profesores de Bellas Artes quizá en toda su historia.

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