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Democracia y pobreza

10 Abr, 2017 - 12:04 am La Tribuna


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Por: Marcio Enrique Sierra Mejía
Muchos hondureños nos preguntamos por qué si nuestro Estado desde que surgen los
gobiernos civiles se conduce por la ruta de edificar una sociedad con estructura democrática,
la pobreza no se reduce significativamente, y por el contario, continúa la exigua minoría
detentando la riqueza nacional, la corrupción aumenta y la violencia asociada con mafias
criminales y maras desbordadas pareciera que se constituyeran en características crónicas del
desarrollo nacional. Percibimos, una profunda contradicción entre los postulados teóricos de
que la democracia equilibra a la sociedad hondureña y el favorecimiento de la desigualdad.
¡Para una muestra un botón! En Honduras, la renta per cápita en estos tiempos
contemporáneos, es insultante para la mayoría de ciudadanos que generan las materias primas
que dan riqueza a esa minoría rica.
Precisamos, sin duda alguna, profundizar en las condiciones inherentes de la democracia en
Honduras para revelar cuáles son los contenidos de verdad que, se presuponen, favorecen la
desigualdad. Necesitamos de un riguroso análisis de campo sobre la democracia hondureña
para ver hasta qué punto la desigualdad es un valor intrínseco a su lógica de existencia o es
producto del gobierno del Estado. ¿Acaso el criterio fundamental de la efectiva e igualitaria
participación de los ciudadanos en el control del gobierno de la comunidad no es un objetivo
real de su democracia y lo que tenemos es una democracia oligárquica? He aquí donde reside
la inconformidad con nuestro modelo de democracia. Se cuestiona la arbitrariedad a favor de
minorías empresariales que pagan para sostenerla, el irrespeto de decisión individual para la
designación de los representantes políticos, para el referéndum de las leyes y para el control
de la labor ordinaria de la administración. Como que, los ciudadanos hondureños, no tenemos
la misma oportunidad para divulgar sus ideas respecto a la organización social y a elegir
conscientemente, los conciudadanos que nos representen en todas las esferas de poder.
En nuestra sociedad, estamos enriqueciendo el concepto de democracia progresivamente,
dándole “valores añadidos” que se presuponen, son puestos en práctica cuando decimos que
tenemos una democracia como sistema político. Sin embargo, las atenciones de los derechos
humanos se han descuidado por mucho tiempo sin que se haya visto un ejemplo sostenido de
desempeño en la edificación de una estructura democrática que realmente represente el
anhelo colectivo. La suposición de que la democracia en Honduras es el medio que reconoce
igual libertad y derecho para todas las personas en la esfera del gobierno social; es precario.
Apenas acarrea que, en su estructura, estemos trasponiendo los modos de ser de los
hondureños en la sociedad; sus defectos privan más que sus virtudes, y en esto, es que se
origina el conflicto entre la democracia formal y los valores éticos interpretados como
consustanciales a nuestro sistema democrático.
Los partidos políticos en general reflejan una moral dudosa, discutible y hasta complaciente
con el grado de desigualdad o egoísmo en que coexistimos. Causando que la democracia más
que en un medio eficaz para eliminar la pobreza, se convierta en un medio inefectivo para
sacar de la pobreza, al país y a la sociedad en que vivimos.
Decir que somos ideológicamente democráticos es un decir inexacto y populista porque no
crea en los pobres la confianza, ni la esperanza de que, siendo democráticos, lograremos una
sociedad con mejores oportunidades, bienestar e igualdad social.
De allí que los nacionalistas, que son en la actualidad la fuerza política más fuerte de la
sociedad política hondureña y con las mayores posibilidades de triunfar en las elecciones
generales, deben asegurar que la democracia permita a los pobres hacer valer sus derechos,
alterando las condiciones de gobierno, que solo favorecen a los ricos. Su misión es
fundamentalmente redimir la pobreza de las clases más desfavorecidas, y cumplir las
demandas de las mayorías, que otros, han sido incapaces de atender en tiempos pretéritos. El
pacífico ejercicio democrático que hoy por hoy estamos gozando, debe contribuir a variar el
reparto de la riqueza que está en pocas manos y convertir a Honduras, en un paraíso de
intereses democráticos, que no ignora la situación de exclusión social en que viven las
grandes mayorías de la población. Hay que salvar la ética personal en estructuras de poder
democráticas de modo tal que las situaciones de pobreza se perciban alejadas de la
marginalidad en que vive la mayor parte de nuestra población. La responsabilidad ética de los
nacionalistas es enorme porque tienen que defender los intereses de los pobres, por encima de
intereses propios de ciudadanos con grandes riquezas y poder económico, que francamente,
son indiferentes ante la miseria en que estamos coexistiendo. Hay que propiciar un orden
justo para conjugar la democracia como un esquema de valores éticos y morales que nos
conduzca a un país más solidario.

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