Si uno pregunta en España de donde viene el vocablo “sudaca”, obtendrá varias respuestas; pero la
más aceptada –y acertada- es la que señala su origen en un apócope o contracción de dos palabras:
sudamericano y cagador.
En el argot rioplatense “cagar a alguien” significa perjudicar, es decir, causar daño a otra persona o
dañar algo. Cuando alguien con su conducta daña a una persona o situación, se dice que “la cagó”,
y por lo tanto se califica al sujeto que desarrolla tal conducta como “cagador”.
Es claro que en todos los países existen personas que perjudican a otras, y en cada idioma puede
existir una expresión coloquial que sea sinónimo de “perjudicar”, pero en ninguno existe el adjetivo
calificativo correspondiente, y es dudoso y poco probable que haya algún país en donde el
porcentaje de la población que responde a las características del cagador sea tan alto como en
Argentina. De lo que no cabe duda es que en ningún país los cagadores locales gozan de la
impunidad, la tolerancia y en algunos casos de la aprobación y hasta el apoyo de sus conciudadanos
en la proporción en que las disfrutan los cagadores argentinos.
Este fenómeno se justifica por la enorme cantidad de cagadores que ejercen en el país: cuando una
conducta considerada en algún momento como disvaliosa es practicada por la mayoría de la
población, quienes la ejercen dejan de sufrir las sanciones legales y sociales previstas para estos
casos. Sirva como ejemplo el adulterio: a medida que esta conducta se generalizó, las sanciones
legales se fueron derogando y la desaprobación social disminuyó en forma notable. Esta evolución
resulta lógica, pues quien comete el acto reprobable carece de autoridad moral para criticar a otros
que también lo hacen.
Un ejemplo de norma que tenía por fin sancionar al cagador es la que califica como estafador a
“quien defraudare a otro en la substancia, calidad o cantidad de las cosas que le entregue”. Es
imposible encontrar un fallo condenatorio en estos casos, por lo que debe entenderse que la norma
ha caído en desuetudo por falta de aplicación; esto se debe a que hoy en día lo habitual es que se
defraude y lo excepcional es que se cumpla en debida forma.
No tengo la respuesta. Lo que sí sé por experiencia personal es que resulta muy duro pertenecer a
ese 15% integrado por quienes nos negamos a participar y quedamos fuera de este sistema
perverso.
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