Dichos actos de violencia fueron llevados a cabo por una alianza regional, de carácter
temporal, entre las estructuras criminales de los narcotraficantes Diego Montoya “Don
Diego” y Henry Loaiza “El Alacrán”, junto a miembros de las fuerzas de seguridad del
Estado como la Policía y el Ejército. Entre los objetivos de las estrategias de terror
implementadas figuran la acción contrainsurgente, la ejecución de testigos para asegurar
la impunidad del delito atroz, acciones de “limpieza social” y la intimidación de los
campesinos para la apropiación de tierras.
Memoria Histórica en su reconstrucción del terror, para el caso Trujillo, muestra la forma
compleja en que éste se operó en la región entre 1986 y 1994. Por una parte, hubo una
estrategia generalizada en el uso de los homicidios selectivos y las desapariciones
forzadas en lugares y momentos diferentes, para evitar que se estableciera una conexión
entre los hechos y, así, impedir que se hicieran reconocibles públicamente tanto su
motivación como sus perpetradores, pudiendo denominar los sucesos como hechos
aislados.
Por otra parte, se llevaron a cabo prácticas de terror de mayor impacto, especialmente en
1990, el cual fue un año crítico en el conflicto. Dichas prácticas fueron contundentes: se
trató de una oleada de homicidios selectivos, cuyo número de víctimas ascendió a 55, y
de una serie de pequeñas masacres en las que fueron asesinadas 19 personas, una de
ellas el párroco de Trujillo, Padre Tiberio de Jesús Fernández Mafla.
La crueldad extrema
Por otro lado, el terror provocó, en el largo plazo, una desconfianza generalizada entre la
población y de ésta con respecto a las autoridades, ya que estas últimas son identificadas
como agentes activos de los crímenes y como garantes de su impunidad. Actualmente, en
el municipio de Trujillo un alto porcentaje de las personas considera que los conflictos se
resuelven pasándolos por alto y olvidándolos.
El uso del terror como estrategia, hace de Trujillo un caso emblemático de la violencia
contemporánea de Colombia. Una de las consecuencias más importantes del despliegue
del terror como parte de dicho conflicto, es la de no permitir que las víctimas elaboren sus
duelos, dejando las heridas abiertas: las familias que esperan indefinidamente a los
desaparecidos; los cadáveres que nunca pudieron ser recuperados para sus honras
fúnebres, y los cuerpos profanados, torturados y mutilados, producen un sentimiento de
indefensión total y permanente entre la población. Por esto, recuperar la memoria y la
dignidad de las víctimas es un paso indispensable para la superación de los traumas
colectivos que genera el terror en esta guerra.