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Los moyimientos sociales.

Transformaciones políticas
y cambio cultural

Edición de Pedro Ibarra


y Benjamín Tejerina

E D I T O R I A L T R O T T A
C O L E C C IÓ N ESTRUCTURAS Y P R O C E S O S
S e rie C ie n c ia s S o c ia le s

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© Editorial Trotta, S.A., 1998


Sagasta, 3 3. 2 8 0 0 4 M adrid
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© Pedro Ibarra Güell y Benjamín Tejerina Montaña, 1998

Diseño
Joaquín Gallego

ISBN: 8 4 -8 1 6 4-2 8 2 -7
Depósito Legal: VA-811 / 9 8

Impresión
Simancas Ediciones, S.A.
Pol. Ind. San Cristóbal
C / Estaño, parcela 152
4 7 0 1 2 Valladolid
CO NTENIDO

Introducción: Hacia unas nuevas formas de acción colectiva . . . 9

I. PR O C ESO S, C O N T E X T O S Y TR A N SFO R M A C IO N E S POLÍTICAS

1. Conflicto político y cambio social: Charles Tilly .................. 25


2. Movimientos sociales y democracia en Euskadi. Insumisión y
ecologismo: Iñaki Barcena, Pedro Ibarra, Mario Zubiaga . . 43
3. La evolución de los nuevos movimientos sociales en el Estado
español: Jaim e P a sto r ................................................................... 69
4. Orígenes conceptuales, problemas actuales y direcciones fu­
turas: Doug McAdam ................................................................. 89 y

II. D IM E N SIÓ N CU LTU RAL Y ASPECTOS SIM BÓ LICO S

1. Los movimientos sociales y la acción colectiva. De la produc­


ción simbólica al cambio de valores: Benjamín Tejerina . . . . 111’
2. La praxis cultural de los movimientos sociales: Ron Eyerman 139
3. Los movimientos sociales y la creación de un sentido común
alternativo: José Manuel Sabucedo, Javier Grossi, Concepción
Fernández ...................................................................................... 165
4. El análisis de marcos: una metodología para el estudio de los
movimientos sociales: Antonio R iv a s ....................................... 181

III. PARTICIPACIÓN INDIVIDUAL Y M O V ILIZA C IÓ N SOCIAL

1. Las motivaciones individuales en las organizaciones políticas


clandestinas: Donatella della Porta .......................................... 219
2. Las redes de los movimientos: una perspectiva de análisis: Ma­
rio Diani ........................................................................................ 243
3. La necesidad de un estudio longitudinal de la participación
en movimientos sociales: Bert K landerm ans............................ 271

7
2

LAS REDES DE LOS MOVIMIENTOS:


UNA PERSPECTIVA DE ANÁLISIS

Mario Diani

1. LO S M O V IM IEN TO S C O M O REDES

El concepto de red social ha incrementado notablemente su populari­


dad entre los estudiosos de la acción colectiva en el transcurso de los
últimos años (Klandermans et al., 1988; McAdam et al., 1988; Klan-
dermans, 1989; Melucci, 1989; Morris y Mueller, 1992; Tilly, 1978 y
1993). Los movimientos han sido analizados como redes sociales desde
diferentes perspectivas. Algunos autores han prestado atención a la di­
námica de las relaciones interorganizativas, es decir, han intentado re­
construir los mecanismos mediante los cuales los grupos más o menos
formalizados comparten recursos y militantes para alcanzar objeti­
vos comunes (Lawson, 1983; Staggenborg, 1986; Rucht, 1989; Diani,
1988 y 1995; Bearman y Everett, 1993; Dalton, 1994).
Sin embargo, la mayor parte de los analistas se han centrado en
el camino abierto por el trabajo pionero de Luther Gerlach (Gerlach,
1971; Gerlach y Hiñe, 1970) sobre el papel de las relaciones persona­
les: en primer lugar, las existentes entre activistas de diversas organiza­
ciones, pero también las que se dan entre simpatizantes. Desde esta
perspectiva se ha prestado particular atención al impacto de las redes
interpersonales en los procesos de movilización (Tilly, 1978; Snow et
al., 1980; McAdam y Fernández, 1990; McAdam et al., 1988; Knoke,
1990). Desde esta clave de lectura se mantiene la hipótesis de una co­
rrelación entre las probabilidades de que los individuos participen acti­
vamente en la vida de un movimiento determinado y la cualidad y can­
tidad de los vínculos sociales en los que éstos están implicados1.

1. M cAdam y Fernández (1989 y 1990) han m ostrado, por ejemplo, cóm o el tipo de
pertenencias organizativas en las que el individuo está insertado condiciona ampliamente la
probabilidad de sostener formas «costosas» (en términos de com prom iso, así com o de riesgos

243
M A R I O DI A N I

Los vínculos de amistad existentes entre los miembros de diversos


grupos, así como las pertenencias múltiples en las que con frecuencia
se hallan comprometidos los activistas de los movimientos, pueden re­
presentar un canal sumergido de comunicación entre las diversas reali­
dades organizadas que se reconocen en un determinado proyecto o vi­
sión del mundo (Duffhues y Felling, 1989; Schmitt, 1989; Kriesi, 1993;
Diani, 1995). En fin, las redes interpersonales pueden ser concebidas
como canales de cambio cultural, antes aun que político. La comunica­
ción sumergida entre los activistas y los simpatizantes proporciona, de
hecho, un terreno favorable para la elaboración de modelos cultura­
les y la práctica de estilos de vida alternativos (Melucci, 1984a y 1989).
Sin embargo, la creciente atención empírica hacia estos procesos no
se ha correspondido con una conceptualización adecuada de la dimen­
sión reticular de la acción colectiva. Existen, ciertamente, algunas ex­
cepciones: por ejemplo, hay quien ha propuesto tratar los movimientos
sociales fundamentalmente en cuanto redes o, mejor dicho, como con­
junto de redes (networks o f networks: Neidhardt y Rucht, 1991). En
general, parece prevalecer el uso metafórico de la noción de network.
En otras palabras, se ha evocado la naturaleza reticular de los movi­
mientos sin precisar las características de tales redes ni los factores que
condicionan su formación2. En particular, la noción de network ha
sido abordada de forma implícita en las principales definiciones for­
males del concepto. Esto parece aun más sorprendente si tenemos en
cuenta que ninguna de las principales aproximaciones teóricas admite
subrayar la naturaleza informal y polimorfa de estos procesos, ni la
complejidad de las interacciones que se desarrollan entre los actores
implicados en ellos, ya se trate de individuos o de organizaciones. Re­
cientemente he intentado mostrar cómo el acento en la dimensión re­
ticular permite llegar a una definición del concepto de movimiento
capaz de reflejar las convergencias, en vez de las diferencias, entre di­
versas perspectivas teóricas (Turner y Killian, 1987; Tilly, 1978, 1993;
Zald y McCarthy, 1987; Melucci 1989; Touraine 1978). He propues­
to, en particular, la noción de movimiento social como un conjunto de
«redes de interacción informales entre una pluralidad de individuos,
grupos y organizaciones, comprometidas en conflictos de naturaleza
política o cultural, sobre la base de una específica identidad colectiva»
(Diani, 1992, 13).
Esta aproximación subraya la imposibilidad de reducir los movi­
mientos a «actos de protesta», «organizaciones políticas» o «coalicio-

potenciales) de acción colectiva (ver también della Porta, 1990, cap. IV). Diani y Lodi (1988)
han sugerido, por el contrario, un impacto diverso de estas redes fundadas en relaciones pura­
mente privadas (de parentesco o am istad), para explicar la adhesión a diferentes corrientes del
movimiento ecologista italiano (ver también Diani, 1995).
2. Sobre la prevalencia de acepciones vagas e imprecisas de la noción de social network
ver también, desde perspectivas diferentes: Wellman, 1988; Gribaudi, 1992; Marwell y Oliver,
1993 y Piselli, 1994.

244
LAS REDES DE L OS M O V I M I E N T O S : U N A PERSP E CTI VA DE A N Á L I S I S

nes». A pesar de las obvias superposiciones empíricas, estos conceptos


se refieren de hecho a dinámicas sociales analíticamente diferentes. En
primer lugar, los episodios de protesta intensos no son asimilables a los
movimientos sociales, debido a la ausencia de conexiones personales y
organizativas que garanticen una mínima continuidad en el tiempo. No
es lícito hablar de movimientos en ausencia de activistas u organizacio­
nes capaces de promover «cadenas» de movilizaciones y de sustraer,
por tanto, al singular evento del riesgo de la ocasionalidad; o bien, en
ausencia de definiciones de la realidad que suministren un vínculo en­
tre episodios de acción colectiva, de otro modo independientes, asig­
nándoles en gran medida un significado más general, que puede ser
compartido también por quienes pueden resultar extraños a un evento
singular (Melucci, 1989; Oliver, 1989; Tarrow, 1994).
También resulta impropio identificar a los movimientos con las
coaliciones, donde los actores ponen en común sus recursos para la ob­
tención de objetivos específicos, situándose en una perspectiva ins­
trumental (Hinckley, 1981). Los actores implicados en este tipo de
interacción, ciertamente informal, no tienen por qué desarrollar necesaria­
mente lazos de tipo afectivo o solidario y menos aun formas de identi­
dad colectiva duraderas en el tiempo.
En fin, es necesario distinguir con claridad entre los movimientos y
aquellas organizaciones, más o menos formalizadas, que pueden unirse
y constituir una parte de ella. Por un lado, organizaciones políticas es­
pecíficas pueden promover iniciativas y campañas, pero fracasar en la
tentativa de generalizar los conflictos en los que están implicadas. Es
decir, fallar en su intento de transformar los temas específicos objeto
de su acción en asuntos de alcance más amplio y que sean percibidos
como significativos desde sectores de opinión pública relevantes y ca­
paces de atraer en torno a sí el soporte de otras organizaciones políti­
cas. Por otro lado, dado que frecuentemente son bastante informales
en su estructura, las organizaciones de los movimientos disponen de
capacidad de decisión estratégica o de control sobre —y de incentiva-
ción hacia— los propios miembros que no sólo faltan sino que son
difícilmente concebibles para las redes de los movimientos en cuanto
tales. Estas últimas son, de hecho, más próximas a formas de «com­
portamiento colectivo estructurado» (Oliver, 1989). En otras palabras,
el calificativo de «informal» se aplica a la red de movimiento en toda
su complejidad, pero no necesariamente a sus componentes singulares
(Diani, 1992c).
Adoptar una visión de los movimientos como network significa po­
ner en marcha una línea de investigación complementaria, más que
alternativa, a líneas más consolidados de análisis. Con este artículo
quisiera analizar la conexión entre ambas formas de análisis. La pers­
pectiva aquí adoptada ve en las redes de los movimientos el producto
de numerosas elecciones realizadas por actores movilizados en relación
a los destinatarios de sus alianzas y pertenencias múltiples (apartado
2). Es decir, se propone una visión de las redes diferente de la domi­

245
MARI O DI ANI

nante según la cual los vínculos se identifican a través de la acción. Se


trata de mostrar cómo el debate actual sobre la acción colectiva nos
puede ayudar a comprender la lógica de las elecciones individuales. A
tal fin haré referencia principalmente a tres orientaciones (presentadas
en los apartados 3, 4 y 5) correspondientes a la perspectiva de la movi­
lización de los recursos (Zald y McCarthy, 1987; Gamson, 1990), a la
de los nuevos movimientos sociales (Touraine, 1978; Offe, 1985;
Melucci, 1989; Laraña et al., 1994) y a la del proceso político (Tilly,
1978; Tarrow, 1994; McAdam, 1982)3. En la última sección (apartado
6) intento explicitar, a través de una aplicación un tanto heterodoxa
—pero, como se verá, no en exceso— de la teoría de los juegos, las di­
versas lógicas que guían a los actores en fases caracterizadas por dife­
rentes niveles de intensidad del conflicto político e ideológico.

2. LAS REDES DE M O VIM IEN TO :


¿PRECO N D ICIÓ N O RESU LTAD O D E LA A C C IÓ N CO LECTIV A ?

La existencia de lazos fuertes y articulados entre los actores es una pre-


condición esencial para el desarrollo de movilizaciones eficaces y soste­
nidas en el tiempo. La tutela adecuada de intereses, más o menos re­
presentados por las prácticas rutinarias de un sistema político dado, se
basa en buena medida sobre formas de presión de masas (a veces cen­
tradas en la protesta, otras en técnicas propias del grupo de interés
como la subscripción de peticiones o la promoción de encuentros y de­
bates). Por otra parte, las organizaciones de los movimientos carecen
frecuentemente de recursos, sobre todo en comparación con sus adver­
sarios. Por tanto, es de vital importancia la realización de acciones
coordinadas y de campañas comunes para poder generalizar la protes­
ta, imponer determinados temas en la agenda política y difundir nue­
vas interpretaciones del conflicto político y social (Freeman, 1983). A
su vez, el éxito de estas tentativas estará positivamente correlacionado
con el nivel de arraigo de sus promotores en la existencia previa de es­
pecíficas redes relaciónales, para las que se busca soporte organizativo

3. La referencia a «perspectivas» no debe sugerir la existencia de escuelas de pensamien­


to consolidadas (fenómeno raro en las ciencias sociales de finales de siglo). Es por ejemplo opi­
nable que exista actualmente una teoría de los «nuevos m ovim ientos». Expresión acuñada al
inicio de los años ochenta, ésta ha oscilado después entre acepciones denotativas y connotati-
vas. Las primeras (p. ej., Touraine, 1978) estaban orientadas a identificar los rasgos emergen­
tes del conflicto social en la sociedad postindustrial. Las segundas (p. ej., Dalton y Kuechler,
1990) se limitaban, en cambio, a designar con tal término al conjunto de los nuevos fenóme­
nos de protesta contemporáneos, no reconducibles al conflicto de clase y a la acción de los gru­
pos con intereses económicos. El desmentido parcial de algunas previsiones realizadas desde la
versión «fuerte» del concepto, pero, sobre todo, los malentendidos originados por la tensión
entre las dos acepciones, ha sugerido a los autores originarios de esta perspectiva la reformula­
ción de las hipótesis de fondo y/o de reconsiderar sus implicaciones empíricas. Para un ejemplo
de la discusión en esta materia ver Tarrow , 1990 y 1994; Melucci, 1991; Offe, 1990.

246
LAS REDES DE L OS M O V I M I E N T O S : U N A P ERSP E CT I VA DE A N Á L I S I S

y solidaridad durante las campañas. La presencia de un número signifi­


cativo de aliados aumentará además las probabilidades de éxito para
los grupos promotores de la protesta (Rochon, 1988; Gamson, 1990;
Rucht, 1989).
La necesidad de contactos sistemáticos con otros actores no se res­
tringe, sin embargo, a los grupos activos, sobre todo en la esfera políti­
ca. Afecta también a las organizaciones orientadas a facilitar el cambio
personal, antes incluso que el colectivo, a través de la elaboración de
prácticas de vida alternativas. Estas organizaciones también pueden
promover iniciativas culturales o tutelar demandas e intereses específi­
cos. A tal punto, la activación de redes relaciónales parece una opción
tan recurrente como el repliegue en organizaciones sectarias cerradas4.
La búsqueda de aliados y, más en general, de lazos sociales durade­
ros representa uno de los problemas centrales en el estudio de la movi­
lización. Desde esta perspectiva, las redes de los movimientos pueden
ser analizadas en primer lugar en cuanto a precondiciones para la ac­
ción colectiva. Su configuración, es decir, la densidad de las relaciones
entre los diferentes actores y su articulación interna, orientará, de he­
cho, la circulación de recursos esenciales para la acción y determinará,
al mismo tiempo, las oportunidades y los vínculos necesarios para esta
última.
La naturaleza constrictiva de los networks para la acción social ha
constituido el centro de atención del reciente retorno del interés por las
aproximaciones estructurales (Chiesi, 1980; Marsden y Lin, 1982;
Wellman y Berkowitz, 1988). Por ejemplo, se ha subrayado la influen­
cia de la dimensión reticular sobre las oportunidades profesionales de
los individuos (Granovetter, 1973), sobre la capacidad de los corporate
groups de tutelar sus propios intereses (Stokman et al., 1983) y sobre
la formación de las políticas públicas (Laumann y Knoke, 1987). En el
campo de los estudios sobre los movimientos, esta aproximación ha
orientado profundamente el análisis de los procesos de reclutamiento.
Extendiendo este argumento, resulta plausible la hipótesis de que
los vínculos establecidos en una determinada fase pueden facilitar nue­
vos cambios en un contexto diferente. Organizaciones que han desa­
rrollado contactos a través de la participación común en un movimien­
to determinado, o en campañas específicas, pueden más tarde utilizar
estos lazos para promover iniciativas reconducibles a otros tipos de
movimientos. Un ejemplo son los intercambios entre las organizacio­
nes comprometidas en movilizaciones pacifistas y ambientalistas de
principios de los años ochenta (Lodi, 1984; Farro, 1991). Desde otro
punto de vista, los vínculos personales entre líderes de diferentes or­

4. La investigación sobre los movimientos en la zona de M ilán en los años ochenta ha


evidenciado, por ejemplo, la existencia de vínculos interorganizativos — aunque no dem asiado
densos— también entre los grupos religiosos neorientales (Donati y M orm ino, 1984; Diani,
1984 y 1986).

247
M A R I O DI A N I

ganizaciones, nacidos a partir de una anterior participación común en


determinadas actividades asociativas, pueden estimular en el futuro
nuevas interacciones entre nuevos sujetos colectivos y en un nuevo
contexto. En síntesis, no hay razones para pensar que el impacto de las
redes de relación preexistentes se limite a las decisiones individuales
para participar, y no afecte, en cambio, a las oportunidades de coope­
ración entre organizaciones5.
Sin embargo, además de precondiciones para la acción, las redes de
los movimientos se prestan a una segunda clave de lectura. Son, de he­
cho, analizables como un producto de la acción: es decir, como el re­
sultado de una serie innumerable de actos a través de los cuales los ac­
tores comprometidos en un movimiento seleccionan a sus propios
interlocutores y/o aliados, si se trata de organizaciones; o bien sus per­
tenencias múltiples, si se trata de activistas individuales6. Se tratará
naturalmente de un producto momentáneo, de una configuración pro­
visional de relaciones que, a su vez, condicionará los desarrollos sucesi­
vos de la acción colectiva.
A primera vista, esta aproximación puede parecer contradictoria
con una perspectiva centrada en la noción de red social. La literatura
sobre el tema evidencia sobre todo la capacidad de la dimensión es­
tructural para condicionar la acción de los actores individuales (vid.
p. ej. Wellman, 1988). En cambio aquí se subraya que los actores pue­
den disponer de ciertos márgenes de libertad en su conducta. Esta línea
de análisis ha encontrado recientemente diversas aplicaciones. N o han
faltado, de hecho, intentos de integrar la perspectiva reticular con
aproximaciones basadas en el concepto de acción. Estas contribucio­
nes, tanto las próximas a la perspectiva de la teoría del intercambio
(Cook y Whitmeyer, 1992) como a una visión más atenta a la relación
entre cultura y agency (Emirbayer y Goodwin, 1994), han puesto en
evidencia la doble naturaleza de las redes sociales (vid. también Tur-
ner, 1987). Estas contribuciones han mostrado cómo en la mayor parte
de los casos la estructura de una red depende, al menos en parte, de las
elecciones relativas a los sujetos con quienes entablar relaciones de co­
operación y de intercambio, o bien de oposición y conflicto por parte
de los actores que formaban parte de ella (Berkowitz, 1982, 60). Sería
ingenuo negar la enorme variación en los grados de libertad de que
pueden disponer los actores sociales en el momento de identificar a los
propios interlocutores. La pertenencia de clase o la posición territorial
representan un ejemplo obvio de tales condicionamientos. Aun más rí­
gidos y condicionantes parecen ser los lazos de parentesco. En algunos
casos, superar los límites impuestos por las características de la parti­

5. Para un análisis sistemático de estas relaciones me remito a Diani (1995, en particular


los capítulos 5-6).
6. Es ésta una perspectiva poco trabajada. Excepciones parciales se encuentran en Fried­
man y M cAdam (1992) y Kaase (1990).

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LAS REDES DE L OS M O V I M I E N T O S : U N A P ERSP E CT I VA DE A N Á L I S I S

cular relación en la que se está implicado, o por factores contingentes,


puede requerir un elevado coste material y emotivo. Y, sin embargo, la
acción social nunca está totalmente determinada por dinámicas y fuer­
zas externas a los actores. Ni siquiera aquellos que están comprometi­
dos en procesos de cambio de posiciones de extrema debilidad resultan
estar totalmente sometidos al dominio de los interlocutores que mane­
jan más recursos7. Las comunidades de vida y las redes subculturales
pueden, por ejemplo, ofrecer una alternativa a las redes primarias re­
presentadas por la familia, favoreciendo, por tanto, la separación
—bastante costosa— de networks adscriptivos como, por ejemplo, los
de parentesco. Otro ejemplo son las estrategias de exit —ciertamente
arriesgadas— que están frecuentemente disponibles para quienes re­
chazan identificarse con una determinada comunidad societaria o esta­
tal, o con una determinada organización. En todo caso, se observa
aquí la persistente tensión entre las orientaciones de los actores y los
factores constrictivos, representados por las condiciones externas así
como por las orientaciones valorativas y por los sentimientos de leal­
tad interiozados.
Hablar de «elecciones» refiriéndose a la conducta de los actores de
un movimiento es particularmente apropiado por cuanto su capacidad
de activar —y mantener— relaciones está severamente limitada por la
escasez de recursos bajo su control (Wellman, 1988). El networking es,
en efecto, una actividad costosa, tanto en términos de tiempo como de
compromiso personal (Wellman, 1988; Marwell y Oliver, 1993). Las
organizaciones de los movimientos deben, por tanto, realizar una selec­
ción del número —a menudo relativamente elevado— de partners po­
tenciales8. En otras palabras, necesitan de una serie de criterios me­
diante los cuales reducir la complejidad de su ambiente organizativo.
La importancia de tal proceso resulta más evidente si consideramos
que las redes sociales no son un simple canal para la circulación de re­
cursos materiales o de información indispensables para la acción. Re­
presentan, al mismo tiempo, las oportunidades para la transmisión de
símbolos y significados y, por tanto, para la construcción de represen­
taciones compartidas de la acción. Mediante el networking se atribuye
sentido a prácticas que de lo contrario permanecerían aisladas e inde­
pendientes unas de otras, y se desarrollan sentimientos específicos de
solidaridad entre actores anteriormente desconocidos (Alberoni, 1984;
Melucci, 1989; Eyerman y Jam ison, 1991). Cuando deciden compro­
meterse simultáneamente en diversas organizaciones, los activistas de

7. Com o nos recuerda Siinmel, 1955. Para una perspectiva m ás focalizada sobre los
conflictos contem poráneos, véase, por ejemplo, Tourainc, 1978; Melucci, 1989 y Oberschall,
1993, cap. II.
8. Por ejemplo, en el movimiento ecologista milanés de los años ochenta cada organiza­
ción estaba com prom etida por término medio en poco más de tres intercambios interorganiza­
tivos, frente a 54 posibilidades de alianzas (Diani, 1988, cap. IV).

249
M A R I O DI A N I

los movimientos expresan también una valoración —no importa en


qué media sea implícita— de la coherencia entre las perspectivas, las
orientaciones y los estilos de acción, que se sustentan en las diversas rea­
lidades asociativas a las que deciden prestar su contribución. De forma
análoga, las cooperaciones interorganizativas pueden ser entendidas
como un indicador de los principios que inspiran a los grupos para for­
mular propuestas de apoyo, para proponer iniciativas conjuntas y para
utilizar los pocos recursos organizativos disponibles.
A este respecto parece conveniente distinguir entre dos dinámicas
analíticamente independientes. La primera se refiere al desarrollo de la
identidad colectiva (Pizzorno, 1978; Melucci, 1989); la segunda, a la
creación de vínculos efectivos de cooperación y de intercambio entre
distintos actores. La noción de identidad colectiva es fundamental para
distinguir a los actores de un movimiento de sus aliados externos y de
sus apoyos ocasionales (Diani, 1992a). La identidad presupone, en
efecto, la continuidad de la identificación con una causa y con una
cierta comunidad o grupo social definido sea de la manera que sea. Se
trata, por tanto, de un sentimiento de pertenencia que va más allá de la
participación en acontecimientos específicos de protesta. Mientras que
esta última puede estar determinada exclusivamente por intereses y
oportunidades contingentes, la primera presupone, por el contrario,
compartir tanto una perspectiva cultural y política más amplia como
sentimientos específicos de solidaridad9.
La organización de cada movimiento elabora la percepción de sí
misma y de su ambiente atendiendo a un patrimonio de símbolos y de
imágenes que permite anclar la acción del grupo en fracturas sociales y
políticas y en representaciones del mundo de carácter más general.
Poco importa aquí si en la conformación de tal patrimonio han influi­
do sobre todo las primeras fases de la vida del grupo en las cuales la
organización elabora por primera vez su propia autorepresentación10,
o bien si la identidad colectiva está sujeta a drásticas redefiniciones en
el curso del proceso de movilización (Hirsch, 1990). Cualquiera que
sea su fundamento, las formas de la identidad colectiva parecen condi­
cionar la elección de aliados concretos. La presencia de sentimientos de
mutua identificación, preexistentes antes de la promoción de determi­
nadas campañas o iniciativas, facilita profundamente el «proceso in­
vestigador» con el que una organización explora su ambiente en busca
de partners fiables. Esto no implica que las alianzas no sean posibles
—y a veces hasta más frecuentes— con quienes no comparten los mis­

9. Identidad colectiva y solidaridad eran tratados com o conceptos independientes


(Gamson, 1992). Por otra parte, existen buenas razones para considerar que el primero impli­
ca necesariamente el segundo (Melucci, 1984b). A tal argumento me atengo, al menos en este
artículo.
10. Véase Panebianco (1988) para un argumento análogo, relativo a las organizaciones
de partido.

250
LAS REDES DE L OS M O V I M I E N T O S : U N A P ERSP E CT I VA DE A N Á L I S I S

mos sentimientos genéricos de pertenencia. Antes bien, la activación de


alianzas comportará normalmente mayores costes organizativos y cau­
telas — asumirá, en otras palabras, formas diferentes— cuando se trate
de relaciones o cooperaciones con sujetos considerados extraños a la
propia identidad. Es el caso, por ejemplo, de las relaciones con parti­
dos políticos o con sectores de las instituciones, hacia las que los acto­
res de los movimientos son normalmente críticos (Dalton, 1994; Kits-
chelt, 1990).
En realidad, los límites de las redes de interacción parecen coincidir
plenamente con los fijados por la identidad colectiva sólo en los movi­
mientos de tipo sectario. Estas formas de acción colectiva favorecen, de
hecho, el desarrollo de experiencias de vida muy impermeables a la so­
ciedad externa. Los límites del movimiento tienden aquí a circunscribir
rigurosamente también las oportunidades de interacción. La hostilidad
hacia lo que se percibe como el otro distinto — incluso otras organiza­
ciones voluntarias y movimientos— dificulta la activación de relacio­
nes externas a la esfera de los adeptos. En tales contextos, además, re­
sulta difícil mantener a largo plazo las características informales y de
ausencia de constrictividad de las relaciones propias de las redes de los
movimientos (Diani, 1992a). En cambio, en organizaciones sectarias la
transformación es rápida y sin ulteriores modificaciones11.
En la mayoría de los casos, nos encontraremos, por contra, frente a
redes en las que a los criterios más o menos inclusivos en la definición
de la identidad corresponderán sistemas concretos de relaciones bastante
más restringidas. Será posible identificar numerosos grupos u organiza­
ciones entre los cuales, a pesar de considerarse parte del mismo movi­
miento, no existen de hecho relaciones de cooperación e intercambio, ni
tienen activistas en común. Se replantea, en otros términos, el problema
de la elección, por parte de las organizaciones de los movimientos, entre
diversas opciones posibles. Esto puede plantearse desde dos planos lógi­
camente distintos12 que, sin embargo, presentan interrogantes que pue­
den ser tratados de forma homogénea, al menos preliminarmente.
Se trata de preguntarse si, y eventualmente cómo, es posible re­
construir la lógica de las elecciones realizadas por los actores de los
movimientos en ambos niveles. En algunos casos, estas elecciones pare­
cen sujetas a factores no susceptibles de análisis sistemáticos. Conside­
raciones tácticas, cálculos inspirados en la contingencia o la misma
cualidad de las relaciones interpersonales entre los líderes de diferentes
organizaciones pueden obstaculizar, o por el contrario impulsar, la ac­

11. Indicativas son, desde este punto de vista, tanto las características de los «m ovi­
mientos» neorientales com o Haré Krishna (Diani, 1984 y 1986; Robbins, 1988), com o — aun­
que en términos enteramente diferentes— las vicisitudes de los grupos dedicados a la lucha ar­
m ada (della Porta, 1990).
12. N o tomo aquí en consideración los factores que determinan las elecciones de coope­
ración con actores que no están considerados parte del movimiento.

251
MARIO DIANt

tivación de intercambios regulares. Sin embargo, a pesar de estas difi­


cultades, creo posible — además de fecundo desde un punto de vista
analítico— identificar algunos factores explicativos de las líneas de
conducta dominantes en un determinado movimiento social.

3. LA LÓ G ICA DE LA E LE C C IÓ N : UN A PERSPECTIVA IN STR U M EN TA L

La teoría de la movilización de recursos ha puesto en evidencia el peso


de las variables estratégicas e instrumentales —funcionales de forma
prioritaria para el logro de determinados objetivos políticos y organi­
zativos— en los procesos de movilización (Zald y McCarthy, 1987).
Cabe la posibilidad de aplicar este argumento a las relaciones interor­
ganizativas. Desde esta perspectiva, la elección de aliados e interlocuto­
res estará orientada en primer lugar por las diferencias en cuanto a las
características organizativas identificables entre las organizaciones de
diferentes movimientos. Organizaciones de grandes dimensiones dota­
das de una estructura interna relativamente articulada pueden enfren­
tarse por sí mismas a problemas distintos de aquellos que son típicos
de los grupos de base con una estructura fundamentalmente informal.
Por ejemplo, tienden a asumir la representación del movimiento en toda
su complejidad de cara a la opinión pública, y a establecer contactos
con los media y con las instituciones con bastante más frecuencia que
los grupos de base (Dalton, 1994; Diani, 1988; Rucht, 1989). Por con­
tra, los grupos informales tienden a promover movilizaciones en rela­
ción a objetivos más específicos y circunscritos (aunque ello no excluye
una atención hacia interpretaciones globales del mundo). Además, es­
tos grupos suelen colaborar en las campañas propuestas por asociacio­
nes mayores (Lawson, 1983; Farro, 1991; Diani, 1995).
Desde un punto de vista estructural, el impacto de las variables or­
ganizativas sobre estas elecciones impulsará modelos de relación si­
métricos entre grupos con las mismas propiedades organizativas, y re­
laciones asimétricas entre organizaciones que son diferentes en este
plano. Las asociaciones más influyentes darán vida a densas redes de
intercambios, fundados sobre elementos sustancialmente paritarios. Lo
mismo ocurre con los grupos informales, agregándose sobre la base de
coordenadas temáticas o territoriales. La naturaleza asimétrica de las
interacciones entre los dos tipos de organizaciones no debe buscarse
tanto en la cantidad de los flujos de recursos compartidos como en su
naturaleza: recursos de militancia por una parte, recursos cognitivos,
de orientación o de consulta por otra (Diani, 1988)13.

13. Cualquiera podría objetar sensatamente que, en fases de fuerte polémica contra las
organizaciones burocratizadas, sería lícito esperar la desaparición, o un drástico replantea­
miento, de las relaciones asimétricas y el desarrollo de networks independientes de los grupos
de base. Por otro lado, nos encontraremos en estos casos frente a elecciones inspiradas en con­
sideraciones ideológicas y valorativas. De éstas tratarem os en el próxim o apartado.

252
LAS REDES DE L OS M O V I M I E N T O S : U N A P ERSP E CT I VA DE A N Á L I S I S

La elección de cooperar puede además estar influida por intereses


comunes en relación a problemas específicos. Esta observación es me­
nos banal de lo que puede parecer en principio. Por ejemplo, el desa­
rrollo de los sentimientos de identificación con un movimiento deter­
minado puede llevar a alguno de sus componentes a movilizarse sobre
ciertos temas a los cuales difícilmente se habría prestado atención en
ausencia de una identidad colectiva. De hecho, la interacción conlleva
transformaciones y adaptaciones progresivas en la conducta de la orga­
nización de un movimiento (Tarrow, 1989a). En el caso del ambienta-
lismo italiano no faltan ejemplos de organizaciones que, nacidas desde
posiciones de ecología política que implicaban un fuerte interés por la
ecología urbana, han acabado por incluir en su agenda la protección
de las especies animales (p. ej. Legambiente); o bien, al contrario, casos
de asociaciones pro defensa de los animales que han desarrollado pro­
gresivamente actividades sobre temas no estrictamente proteccionistas
como la contaminación acústica o atmosférica (p. ej. la Lipu, al menos
en Milán: Diani, 1988 y 1995). En el caso de la primacía de diferios
instrumentales en la elección de aliados, sin embargo, el mai a cíe las
interacciones tenderá a reflejar el de los intereses y objetivos propios de
los diferentes actores antes de su implicación en el intercambio.
Adoptar una perspectiva instrumental al network de los movimien­
tos significa entonces lanzar la hipótesis de que las alianzas —i las per­
tenencias múltiples— implicarán más fácilmente a actores pertenecien­
tes a estructuras organizativas similares y que prestan una atención
prioritaria a los mismos tipos de objetivos. N o exponemos aquí un
modelo de acción indiferente a la dimensión simbólica. M ás bien nos
referimos a representaciones culturales de la acción que minimizan la
capacidad estructurante de las fracturas ideologías, en un contexto en
el que la identidad colectiva, sedimentada a través de las experiencias
de los actores, no ejerce ningún impacto sobre su conducta en una fase
sucesiva sino que sólo actúan mecanismos de división instrumental del
trabajo.
Los supuestos sobre los que estas hipótesis se fundamentan están
expuestos a numerosas críticas. En primer lugar, la misma percep­
ción de intereses —y más en general la identificación de problemas so­
cialmente relevantes— es el fruto de un proceso de construcción social
(Hilgartner y Bosk, 1988; Best, 1989). Por ejemplo, parece difícil soste­
ner que el énfasis puesto por los exmilitantes de los grupos de la nueva
izquierda sobre temas de ecología urbana haya sido independiente de
una atención más general hacia el conflicto social presente en sus «es­
quemas de interpretación» (Snow y Benford, 1992; Swidler, 1986) de
la realidad. De la misma manera, las diferencias en las formas organi­
zativas pueden estar ligadas a diferencias de naturaleza ideológica. So­
bre todo en fases caracterizadas por una elevada radicalización de los
conflictos la cultura política de los actores no es extraña a la elección
de una determinada forma organizativa. Por ejemplo, uno de los temas
recurrentes en los movimientos de protesta de los últimos decenios ha

253
M A R I O DI A N I

sido la crítica a las formas asociativas burocratizadas, poco permeables


a la participación de las bases (Kitschelt, 1990; Poguntke, 1993).
Parece, por tanto, inapropiado concentrarse solamente en las moti­
vaciones «instrumentales» para comprender la estructura de un cierto
sistema de relaciones. En cambio, parece conveniente detenerse en la
naturaleza de los conflictos sociales cuyos actores son los movimientos
sociales y en las características de los sistemas de creencias y de las
identidades por ellos elaboradas. Es en este nivel en el que la teoría de
los nuevos movimientos sociales puede ser más útil.

4. LA LÓ GICA DE LA E LECC IÓ N :
EL PAPEL E STR U CTU R A N TE DE LOS C O N FLIC TO S

La aproximación de los nuevos movimientos sociales ha puesto en evi­


dencia los nuevos elementos estructurales presentes en los conflictos
por los que han atravesado las sociedades occidentales en los últimos
decenios. En particular, se han identificado dos elementos distintivos
respecto a las formas de acción colectiva preexistentes, y concretamen­
te respecto al movimiento obrero. El primero de estos elementos se re­
fiere a la diferente composición social de los movimientos. Los nuevos
conflictos asignan de hecho un rol central a las nuevas «clases me­
dias»: grupos sociales de jóvenes, con alto nivel educativo y con una
ocupación prevalente en el sector servicios, en general en el terciario
público según algunos (Cotgrove y Duff, 1980) y, en particular, en el
sector educativo según otros (Kriesi, 1989b). Cualesquiera que sean las
connotaciones del sector servicios, su incidencia ha sido asumida como
indicador de un ambiente social favorable al desarrollo de un ethos di­
ferente tanto del de las clases industriales como del de la pequeña bur­
guesía industrial (Parkin, 1968; Offe, 1985). Los mismos grupos socia­
les han sido también señalados como los más receptivos hacia nuevas
visiones del mundo, sobre todo hacia sistemas de valores «postmateria­
listas» (Inglehart, 1990).
Un problema central en el análisis de los movimientos contemporá­
neos es el de la relación que estos sectores sociales han compartido con
el otro componente fundamental de la base de estas movilizaciones: los
sectores sociales amenazados por la modernización. Esto se ha eviden­
ciado al estudiar los movimientos antinucleares, en los cuales se ha
dado la convergencia de poblaciones locales, fundamentalmente de pe­
queña clase media independiente, y de activistas de grupos ecologistas
de orientación más radical, más cercanos a las nuevas clases medias
(Rudig, 1990; Flam, 1994). La pregunta en este caso es si la estructura
de la elección no puede ser condicionada por las semejanzas y por las
diferencias en la composición social y en los niveles de instrucción de
los movimientos.
Las decisiones de activar o no activar relaciones podría después es­
tar condicionada por la eventual presencia de lazos de solidaridad, ya

254
LAS REDES DE L OS M O V I M I E N T O S : U N A P ERS P E CT I V A DE A N Á L I S I S

activados, entre los participantes. En este caso, la referencia a la teoría


de los nuevos movimientos sociales puede ayudarnos a diferenciar en­
tre varios tipos de experiencias de movilización y a evaluar su inci­
dencia negativa. Se trata por tanto de ir más allá de la observación, ya
asumida, de que experiencias de compromiso político pasado, que per­
miten la adquisición de competencias y sensibilidades específicas, re­
presentan un potente factor predictivo de ulteriores formas de partici­
pación en sentido lato (Barnes, Kaase et al., 1979). Es necesario, en
cambio, preguntarse si backgrounds políticos y asociativos diferencia­
dos conforman variables de identidad colectiva capaces de orientar las
elecciones sucesivas.
Esta cuestión es de una gran relevancia para el análisis de los movi­
mientos en cuanto que su base puede presentar una diferenciación in­
terna notable desde este punto de vista. En la identidad de cualquier
movimiento se pueden de hecho reconocer ya sea individuos con un
pasado de participación política tradicional, individuos con experien­
cia en otros movimientos no de clase, ya figuras anteriormente extra­
ñas a la acción política. El problema es comprender qué experiencia ha
tenido un mayor impacto a la hora de estructurar la identidad del nue­
vo movimiento e, indirectamente, a la hora de orientar la elección de
cooperación por parte de sus componentes. Por ejemplo, el análisis del
ecologismo milanés ha mostrado cómo la relación con los nuevos mo­
vimientos de los años setenta ha condicionado en gran medida la es­
tructura del movimiento en los años ochenta: las organizaciones ten­
dían a interactuar con lógicas diferentes según sus miembros principales
presentaran un elevado o un modesto compromiso con las iniciativas de
protesta del decenio precedente. En cambio, esto no era válido para la
pertenencia a organizaciones políticas tradicionales (Diani, 1995).
Finalmente, es necesario tener en cuenta el hecho de que la emer­
gencia de nuevos conflictos implica al mismo tiempo la difusión de
nuevas visiones del mundo. A veces, se ponen en evidencia áreas con­
flictivas que los modelos precedentes de interpretación del conflicto so­
cial impedían comprender; otras veces, las definiciones socialmente do­
minantes de un asunto determinado son puestas en entredicho por
representaciones alternativas. Esto es lo que se ha verificado por ejem­
plo en el caso del ambientalismo occidental cuando a las perspectivas
conservacionistas se han contrapuesto, a partir de los años sesenta, lec­
turas sociales y políticas de la cuestión ambiental (Worster, 1985).
Para este propósito ha sido de gran utilidad en los últimos años
el concepto de frame o «esquema interpretativo» (Snow et al., 1986;
Snow y Benford, 1992; Gamson, 1988; Donati, 1992). Los frames pro­
porcionan a los actores de los movimientos los instrumentos cognitivos
para atribuir sentido a su experiencia y reducir de esta forma los már­
genes de incertidumbre de su propia acción. Además, a pesar de que
cada fase de la protesta y cada movimiento pueden estar caracterizados
por múltiples frames, los momentos de particular intensidad de la ac­
ción colectiva se caracterizan por un «esquema interpretativo domi­

255
M A R I O DI A N I

nante» (o master frame-. Snow y Benford, 1992), que distingue un ciclo


político. Los autores originales del concepto (Snow et al., 1986; Gam-
son, 1988) lo utilizan teniendo una vez más en mente el problema de la
movilización para la acción. Los mensajes movilizadores que utilizan
los líderes de los movimientos serán tanto más eficaces cuanto más co­
herentes sean con los esquemas mentales presentes en las personas a las
que se intenta implicar en la acción (Snow et al., 1986); o bien cuanto
más coherentes sean con el master frame (Snow y Benford, 1992).
El modo en que los actores de los movimientos sociales se represen­
tan a sí mismos, a sus adversarios y el punto donde se da el conflicto
en el que están implicados, puede tener diferentes efectos sobre la se­
lección de los aliados potenciales. Las dificultades en la cooperación
entre organizaciones de movimiento y otras organizaciones voluntarias
o agencias públicas comprometidas en los mismos temas pueden ser
causadas por la incompatibilidad de sus respectivas representaciones
del problema, es decir, por la adopción de códigos simbólicos incom­
patibles. Desde otro punto de vista, la indiferencia o la hostilidad pue­
den ser el resultado no tanto de desacuerdos en la percepción de un
problema específico como de las diferentes posiciones respecto al mas.-
ter frame. En una fase política fuertemente caracterizada por determi­
nadas representaciones del conflicto, son más limitadas las posibilida­
des de intercambios entre grupos que se sitúan en posiciones opuestas
respecto a la fractura principal, a pesar de compartir su atención hacia
determinados problemas específicos.
Con estas observaciones no pretendo sugerir que los cambios inter­
nos en las redes de los movimientos estén siempre inspirados en valora­
ciones de afinidad ideológica y política. De hecho, la existencia de coo­
peraciones entre actores con puntos de vista diferentes representa en
realidad un rasgo recurrente en los movimientos. Pero, al mismo tiem­
po, ni las alianzas entre organizaciones ni las pertenencias múltiples
pueden desarrollarse si los actores se perciben a sí mismos como di­
ferentes en relación a aspectos que consideran irrenunciables en una
determinada fase política. En el transcurso de los años setenta la per­
sistente fuerza de la fractura derecha-izquierda obstaculizó una colabo­
ración consistente y duradera entre el espíritu moderado y el más radi­
cal del asociacionismo ambientalista de la época. Las representaciones
del conflicto en términos de clase resultaban efectivamente prioritarias
frente a las concepciones alternativas (Diani, 1988).
Una cierta homogeneidad entre aliados en los planos ideológico y
cultural puede además estar determinada por otras razones. En las or­
ganizaciones de los movimientos, los incentivos de tipo simbólico y va-
lorativo juegan frecuentemente un papel central para promover —y
después mantener— la movilización de los simpatizantes (Opp, 1989;
Pizzorno, 1977). Por tanto, cualquier decisión de promover alianzas
entre actores no del todo próximos en cuanto a sus visiones del mundo
comporta el riesgo de limitar la capacidad de proporcionar a las bases
estímulos y motivaciones para la acción. En determinadas fases del

256
LAS REDES DE L OS M O V I M I E N T O S : U N A P ERSP E CT I VA DE A N Á L I S I S

conflicto las concesiones demasiado centradas en el plano de los princi­


pios podrían aparecer ante los militantes también como signos de la
existencia de orientaciones inaceptables para el compromiso. La trans­
misión de convicciones relativas a la «traición de los fines» por parte
del liderazgo podría a su vez dar lugar a peligrosas tendencias hacia la
desmovilización. Por razones análogas cabe esperar que el desarrollo
de las relaciones de amistad personal, o de formas de militancia múlti­
ple, tienda a disminuir cuando aumenta la distancia ideológica entre
las organizaciones en las que se implican las personas.

5. LA LÓ G IC A DE LA ELE C C IÓ N : LAS VARIABLES POLITICAS

La teoría de los nuevos movimientos sociales reclama ahora nuestra


atención sobre tres tipos de factores que potencialmente pueden orien­
tar las decisiones relativas a la cooperación y la pertenencia individua­
les: la posición social de los activistas, los vínculos de solidaridad que
se derivan de sus experiencias pasadas' en «viejos» y «nuevos» conflic­
tos y los sistemas simbólicos adoptadas por los actores. La capacidad
real de estos factores —así como, después de todo, de variables organi­
zativas y de intereses— para influir en la estructura del network de los
movimientos es, sin embargo, variable. Ciertamente, no se puede igno­
rar la estabilidad relativa de los lazos de solidaridad basados en expe­
riencias comunes anteriores o en la adhesión a determinadas visiones
del mundo. Ni tampoco se puede olvidar que la intensidad de tales sen­
timientos puede variar cíclicamente con el tiempo (Fantasía, 1988). A
veces, éstos pueden operar como barreras efectivas hacia otros sujetos,
portadores de una identidad diferente, impidiendo la puesta en marcha
de interacciones sistemáticas con ellos; otras veces, su capacidad de
operar como elementos de «segmentación» (Diani, 1988) de una red
de movimiento puede ser muy reducida.
¿Cómo explicar el paso desde las diferencias latentes hasta los con­
dicionamientos efectivos de las elecciones de los actores y viceversa?
Conviene remontarse al análisis de las condiciones políticas en las que
actúan los movimientos. Recientemente, el concepto de «estructura de
las oportunidades políticas»14 ha sido frecuentemente utilizado para
sintetizar el complejo de variables institucionales y políticas capaces de
condicionar el desarrollo de la acción colectiva. Entre éstas asumen un
peso particularmente relevante la estabilidad de las posiciones políticas
tradicionales; la consistencia de los canales de acceso al sistema políti­
co que se encuentran a disposición de los grupos con intereses carentes
de una representación consolidada; el número e influencia de los acto­

14. Entre las numerosas, aunque no del todo com patibles, definiciones véase Eisinger,
1973; Tilly, 1978; Tarrow , 1994; Kitschelt, 1986; Kriesi, 1989a; Diani y van der Heijden,
1994; Diani, 1996.

2 57
M AR I O DI ANI

res «fuertes» del sistema, dispuestos a aliarse con los movimientos y la


capacidad (y la voluntad) de los gobiernos para responder a las presio­
nes de los movimientos con la elaboración de políticas adecuadas.
Desde nuestro punto de vista, la referencia a estas condiciones es
importante, ya que éstas influyen en la percepción general de los acto­
res de los movimientos para operar en un ambiente cerrado o abierto,
a las instancias y a las orientaciones de las que son portadores. En lí­
neas generales, cuando a un movimiento se le niega reconocimiento y
legitimación, y tampoco se le conceden resultados concretos en térmi­
nos de policy, las organizaciones que forman parte de él tenderán a uti­
lizar de un modo más consistente recursos simbólicos y de solidaridad
para mantener en un nivel elevado su capacidad movilizadora. De este
modo, pondrán el acento en mayor medida sobre la peculiaridad de su
perspectiva, de sus orígenes políticos y de sus intereses. Esto, a su vez,
producirá un fraccionamiento creciente dentro de las distintas áreas de
los movimientos, proporcional al énfasis puesto en elementos de divi­
sión más que en aquellos de convergencia entre los distintos sujetos,
que, sin embargo, se movilizan en relación a temas y objetivos con fre­
cuencia muy parecidos15. Como resultado de esto se producirá una ele­
vada segmentación del conjunto de las redes del movimiento.
Este cuadro parece ser sustancialmente diferente en contextos ca­
racterizados por oportunidades políticas favorables. La percepción de
posibilidades para desarrollar una acción eficaz impulsará a los actores
a poner el acento en la consecución de objetivos específicos más que en
perspectivas de tipo difuso. Se intentará, además, elaborar formas de
comunicación capaces de alcanzar a la opinión pública en todo su con­
junto más que a aquellos sectores más limitados que ya son percibidos
como cercanos. En ambos casos se reducirá el recurso a la ideología
como instrumento de movilización así como las referencias a identidades
y solidaridades específicas. Parece plausible pensar que los criterios con
que los actores de los movimientos seleccionan a sus aliados serán más
laxos e inclusivos que en momentos políticos en que las oportunidades
para los movimientos son más restringidas (Diani, 1992b).
Con el fin de analizar las redes de los movimientos, parece también
importante tener presente la naturaleza intermitente del desarrollo de
la acción colectiva. Mientras que las fases conocidas por casi todos los
países occidentales entre los años sesenta y setenta son particularmente
favorables al surgimiento de los movimientos, y más en general al com­
promiso público, otras lo son bastante menos. Ciertamente, la acción

15. Sidney Tarrow (1989a) ha m ostrado con claridad cóm o el recurso m asivo a la ideo­
logía por parte de los grupos de nueva izquierda a principios de los setenta en Italia se había
acentuado, contrariamente a las impresiones superficiales, no al inicio sino m ás bien al final
del ciclo de protestas que se dio entre 1965-1973. La creciente competición por los recursos
cada vez m ás escasos impulsa a muchos grupos a acentuar su caracterización ideológica para
poderse diferenciar de otras organizaciones pertenecientes a su misma área política.

258
LAS REDES DE L OS M O V I M I E N T O S : U N A P ERSP E CT I VA DE A N Á L I S I S

colectiva también se desarrolla en las segundas, pero con una intensi­


dad y una relevancia pública decididamente menor (Hirschman, 1982;
Melucci, 1984a; Tarrow, 1994; Kriesi et al., 1995). Durante los «ciclos
de protesta» (Tarrow, 1990) se impulsa el desarrollo de nuevos movi­
mientos culturales capaces de dar sentido y unidad a las protestas y
movilizaciones. La presencia de un esquema interpretativo dominante
incidirá en la elección de las alianzas de dos formas diferentes. Por un
lado, favorecerá nuevas líneas de segmentación. De hecho, reforzará,
especialmente en las fases iniciales del ciclo, la solidaridad y la coope­
ración entre actores cuyas visiones del conflicto son compatibles. En
cambio, aumentará la distancia entre actores que, aunque se movilicen
en relación a temas específicos similares, se colocan en posiciones ideo­
lógicas opuestas.
Por otro lado, sin embargo, las nuevas fracturas y solidaridades
que se forman durante los ciclos de protesta no se superponen nunca in
toto a los viejos posicionamientos políticos y a las viejas identidades.
Crean, por tanto, espacios para el desarrollo de sentimientos de perte­
nencia transversales respecto a las divisiones tradicionales. La situa­
ción de estado naciente, típica de las fases iniciales de los ciclos de pro­
testa, representa para todo actor el contexto más favorable para la
superación, al menos parcial, de los vínculos preexistentes y para una
redefinición del mapa de los destinatarios de sentimientos de solidari­
dad y de hostilidad (Alberoni, 1984). Por ejemplo, el fin de los años se­
senta señaló el inicio de una transformación de las concepciones del
papel de los católicos que llevó a un primer resquebrajamiento de las
identificaciones subculturales tradicionales, y a la intensificación de
las relaciones entre el mundo católico y la nueva y la vieja izquierda
(Tarrow, 1989a; Cuminetti, 1983; Diani, 1992b).
El cuadro aparece drásticamente diferente para las formas de acción
colectiva que se desarrollan en fase de «latencia» (Melucci, 1984b) de
la acción colectiva, es decir, fuera de los ciclos de protesta. Una mayor
estabilidad política y social dificulta el desarrollo de nuevas identida­
des y de nuevas fracturas. Por consiguiente, los movimientos tienden a
asumir los códigos y las identidades formadas en las fases precedentes.
El peso atribuido a estos rasgos característicos puede, sin embargo, va­
riar sensiblemente. Algunos movimientos pueden sobredimensionar los
elementos de incompatibilidad entre sus representaciones del mundo y
las representaciones dominantes, así como los elementos innegociables
presentes en sus demandas. Sin embargo, tenderán a disolverse más o
menos rápidamente como movimientos y a asumir la forma de organi­
zaciones sectarias cerradas a los cambios del ambiente (della Porta,
1990). Otros movimientos reaccionarán en cambio al desvanecimiento
de los motivos que habían inspirado su acción, y en particular a las
menores oportunidades de promover acciones de masa, transformán­
dose en networks flexibles de grupos orientados fundamentalmente ha­
cia la producción cultural y la experimentación de prácticas de vida al­
ternativas (Melucci, 1984a).

259
MA RI O CI ANI

Los movimientos cuyas demandas y orientaciones aparecen como


más compatibles con la nueva estructura de oportunidades tomarán un
rumbo diferente. Actuando en una situación en la que las fracturas
ideológicas emergen o se redefinen, los actores implicados tenderán a
evitar el recurso a la ideología como instrumento de movilización. En
cambio, subrayarán la dimensión instrumental y pragmática de su ac­
ción de modo que se refuercen los lazos que permiten prestar atención
a los mismos temas a pesar de no compartir el mismo patrimonio cul­
tural y simbólico (Diani, 1988). Con la excepción de las organizacio­
nes de tipo sectario, en las fases de latencia se intensificará el énfasis en
la autonomía de los individuos respecto al énfasis en la fidelidad orga­
nizativa (Melucci, 1984a). Es decir, las organizaciones de los movi­
mientos serán percibidas en primer lugar como oportunidades que se
ofrecen a los seguidores para la consecución de sus objetivos y la satis­
facción de sus necesidades, más que como fines en sí mismos (Donati y
Mormino, 1984). En la elección de sus pertenencias múltiples los pro­
pios activistas estarán, por lo tanto, menos condicionados que antes
por preocupaciones de coherencia ideológica. En cambio, seguirán sus
inclinaciones personales con un menor riesgo de sanciones por parte de
sus grupos de origen (Diani, 1992b).

6. PERSPECTIVAS TEÓ RICA S Y LÓ G IC A S DE LA E LECCIÓ N

En este apartado me he propuesto analizar las redes de movimiento


como el producto de elecciones, realizadas por los actores, relativas a
los sujetos con quienes establecer contactos de cooperación o, even­
tualmente, en el caso de activistas individuales, de doble pertenencia.
Una rápida revisión de la literatura nos ha permitido aislar tres tipos
de factores capaces de orientar tales elecciones. Según el primer factor,
inspirado en gran medida en la teoría de la movilización de recursos,
los cambios activados son el producto de afinidades organizativas y de
intereses. Cuando los actores operan en situaciones de escasez tende­
rán, por consiguiente, a orientarse hacia interlocutores que, aun pre­
sentando las mismas características organizativas, probablemente no
compartan sus mismos problemas y presiones ambientales; o bien ha­
cia aquellos que se ocupan de esos mismos problemas.
El segundo tipo de factores subraya, en cambio, el papel de los con­
flictos y de las identidades colectivas asociadas a ellos en la estructura­
ción de las áreas del movimiento. Según esta lectura la dirección de los
intercambios y de las interacciones estará determinada en primer lugar
por las bases estructurales de los conflictos, por la naturaleza de la so­
lidaridad colectiva y por las características de los esquemas interpreta­
tivos adoptados por los actores del movimiento. La referencia a la teo­
ría de los nuevos movimientos sociales no se limita aquí a hacer una
contribución para identificar variables relevantes. También reclama
nuestra atención para comprender eventuales diferencias en el impacto

260
US REDES DE L OS M O V I M I E N T O S : U N A P ERSP E CT I VA DE A N Á L I S I S

producido en la estructura de los movimientos por diversas manifesta­


ciones del conflicto social.
El tercer factor, el de la oportunidad política, parece operar de for­
ma diferente respecto a los otros dos. No se refiere a específicas carac­
terísticas de los actores, ni a su posición estructural, sino más bien a las
características del ambiente (político) en que los actores operan. Por
tanto, este factor no orienta directamente las elecciones de cooperación
o de pertenencia múltiple. En cambio, parece favorecer la activación de
determinados criterios de elección en detrimento de otros. Esta última
consideración sugiere una posible vía para sintetizar las contribuciones
de los tres tipos de análisis en una perspectiva unitaria. En efecto, po­
dríamos asociar los dos tipos de factores a dos lógicas elementales de
elección, inspiradas respectivamente en orientaciones «instrumentales»
y «expresivas». La contribución del tercer tipo de variables la encon­
tramos, en cambio, en la determinación de condiciones favorables para
que prevalezca una opción frente a la otra.
Para presentar mi razonamiento recurriré a algunos instrumentos
elementales de la teoría de los juegos y, en particular, al «dilema del
prisionero» y al «juego del p ollo»16. La decisión de recurrir a este apa­
rato conceptual puede suscitar perplejidad entre quienes compartan
una visión del network como producto —y no sólo como vínculo— de
la acción. Este aparato conceptual se inspira efectivamente en princi­
pios de cálculo estratégico aparentemente incompatibles con visiones
de la acción que subrayan la ubicación del actor en estructuras cultura­
les y de sentido más amplias, y no sólo relaciónales (p. ej. Emirbayer y
Goodwin, 1994; Padgett y Ansell, 1993). Esta operación no parece, sin
embargo, útil y presentable salvo con algunas cautelas y precisiones.
La utilidad de estos modelos reside en el hecho de ofrecer un instru­
mento conceptualmente parsimonioso para reconstruir los dilemas a
los que se enfrentan los actores en la selección de sus interlocutores en
diferentes contextos político-culturales. En cambio, su aplicabilidad
depende al menos de dos condiciones. La primera se refiere a la adop­
ción de una noción inclusiva de elección racional, que no reduzca esta
última a la persecución de objetivos materiales y de poder, sino que in­
corpore consideraciones valorativas y exigencias de salvaguarda de la
identidad del actor (Oberschall, 1993; Opp, 1989). La segunda condi­
ción es no interpretar la configuración de las redes sociales como el
producto de planes estratégicos seguidos deliberadamente por los acto­
res; ahora bien, al igual que ocurre con los resultados en gran medida
imprevistos de innumerables elecciones «locales» y circunscritas, su
sentido amplio se desvela a los actores sólo en una fase relativamente

16. Estudios sintéticos de am bos se encuentran en Boudon, 1980; Zagare, 1984; Har­
greaves, Heap et al., 1992. Para algunos ejemplos recientes de aplicación de estos instrumentos
a los fenómenos sociales y políticos véase también Elster, 1993; Rusconi, 1989, y Nevóla
1994.

261
M A R I O DI A N I

avanzada del proceso (Padgett y Ansell, 1993; Obesrchall, 1993). En


nuestro caso específico se trata, como antes mencionábamos, de re­
construir los procesos de formación de un network de movimiento
identificando las diferentes lógicas denominadas, por simplificar, como
«instrumental» y «expresiva», susceptibles de orientar las elecciones de
los propios actores.
Partimos entonces del caso de dos organizaciones de movimiento,
potencialmente ligadas a intereses comunes, pero portadoras de esque­
mas de referencia que asignan a los problemas de que ambas se ocupan
significados profundamente diferentes. Por ejemplo, podría tratarse de
dos grupos ambientalistas que se oponen a la construcción de una plan­
ta de almacenamiento de basuras en un barrio periférico de un área ur­
bana. La existencia de un objetivo común aconseja la búsqueda de un
entendimiento y la promoción de una campaña coordinada mediante la
cual maximizar los (escasos) recursos de movilización disponibles.
El llegar a un acuerdo se ve, sin embargo, obstaculizado por la dife­
rencia en los modelos culturales adoptados por ambos grupos. El pri­
mero (que de ahora en adelante llamaré A) tiende a achacar la crisis
ambiental a la crisis más general del modelo de crecimiento propuesto
por la sociedad industrial. Por tanto, este grupo critica el proyecto en
cuestión, sobre todo, por la funcionalidad respecto a la reproducción
de modelos de comportamiento orientados al crecimiento ilimitado del
consumo y de los desperdicios. El segundo grupo (de ahora en adelante
B) es, en cambio, un grupo de orientación moderada sensible sobre
todo a la amenaza que la planta puede suponer para la salud, y más en
general a la calidad de vida de los residentes de la zona. El logro de
una alianza requerirá entonces el establecimiento de un compromiso
entre las distintas posiciones de partida. Ello no debe necesariamente
asumir la forma de una verdadera síntesis cultural de los diversos pun­
tos de vista. Pero debe comportar, por lo menos, la puesta en segundo
plano de exigencias de coherencia «ideológica» (o valorativa) respecto
a consideraciones de naturaleza instrumental, relativas a la eficacia de
la movilización y al logro del objetivo.
La discusión propuesta con anterioridad sugiere que la probabili­
dad de una alianza está condicionada de manera importante por el
contexto político-cultural en el que este específico dilema de elección se
coloca; en particular, por el hecho de que las condiciones ambientales
pueden provocar en los actores orientaciones favorables bien a la in­
transigencia bien a la mediación. Supongamos por ejemplo que esta
controversia se da en una fase de elevada conflictividad ideológica,
como ocurría en Italia en los primeros años setenta. En aquel período
las divisiones tradicionales, en especial la de la izquierda-derecha, mos­
traban una fuerte capacidad para estructurar la acción colectiva. Ade­
más constituían la base de mensajes movilizadores de alta intensidad
emotiva (Sartori, 1987). El debate entre las viejas y nuevas organiza­
ciones políticas no sólo se caracterizaba por la elección de políticas es­
pecíficas sino también por la referencia a visiones generales del mun­

262
LAS REDES DE L OS M O V I M I E N T O S : U N A P ER S P E CT I V A DE A N Á L I S I S

do. Las identidades colectivas también orientaban significativamente el


comportamiento de los propios activistas (Tarrow, 1990; Lumley, 1990).
En un contexto político de esta naturaleza, la interacción entre A y B
habría asumido tendencialmente (y, de hecho, en muchos casos asume:
Diani, 1988 y 1995) una forma semejante a la del «dilema del prisio­
nero».

ACTORB
Intransigencia M ed iación

I 3 II 4
Segm entación C o op eración asim étrica
3 (Líder A)
IV 1 III 2
C o op eració n asim étrica C o op eración sim étrica
(Líder B)
4 2
M ediación

F igura 1. E structura de Preferencias de A: II-III-I-IV.

Los éxitos correspondientes a diversas combinaciones de las elec­


ciones de los actores se indican en la figura 1 con números romanos.
Las orientaciones similares para ambos actores darán lugar a una «co­
operación simétrica» (III) en caso de que prevalezcan elecciones de me­
diación entre los diferentes esquemas de interpretación, y en una «seg­
mentación» de las redes de comunicación (Y) en el caso opuesto. En
los otros casos (II y IV) habrá, en cambio, relaciones de «cooperación
asimétrica», en las que el actor que haya mantenido una posición de
intransigencia se encontrará garantizado, ya sea el soporte organizati­
vo, ya la asunción de la propia perspectiva cultural.
La cooperación asimétrica representa para ambos actores el éxito
más deseable pero también, desde la perspectiva opuesta, el menos
aceptable. Una posición subordinada en una relación de cooperación
asimétrica reflejaría, ciertamente, una cesión sin contrapartidas en las
relaciones con un aliado que ciertamente, en cambio, ha mantenido la
coherencia en sus principios de fondo. En un contexto político caracte­
rizado por una elevada significación de las representaciones ideológi­
cas de las identidades colectivas, esto parece difícilmente tolerable. Po­
dría, de hecho, ser interpretado como un «mal uso» de los recursos de
identidad en el momento más importante. La conducta de ambos acto­
res estará entonces orientada a minimizar este riesgo, el objetivo de
ambos actores estará entonces orientada a minimizar este riesgo. El ob­
jetivo de maximizar la eficacia de la movilización permanecerá, pero
será perseguido sólo de forma subordinada a la exigencia principal:
la de mantener la coherencia de los principios. El temor a encontrarse
en una posición subordinada en relaciones de cooperación asimétrica
hará razonable para ambos actores privilegiar estrategias de intransi­

263
M A R I O DI A N I

gencia. Por lo tanto, será menos probable que se den situaciones de co­
operación simétrica caracterizadas por la máxima eficacia práctica de
la movilización y por un compromiso coherente con sus principios, que
sin embargo, en términos de resultados prácticos constituye para am­
bos actores la segunda elección desde el punto de vista de las preferen­
cias individuales (ver figura 2). En síntesis, en un contexto caracteriza­
do por una elevada conflictividad ideológica, en la cual parece legítimo
esperar una fuerte identificación con los propios modelos culturales, el
rechazo de actitudes de compromiso aparece, ceteris paribus, como'una
estrategia coherente con las necesidades fundamentales de los actores.
Probemos ahora a imaginar la misma interacción situada en una
fase de latencia de conflictos sociales, como la que se podría encontrar
en la Italia de los años ochenta. El cuadro es radicalmente distinto. Las
fuertes pasiones del decenio precedente han dado paso a actitudes de
desencanto, y con frecuencia de rechazo explícito, hacia las grandes
ideologías presentes incluso entre quienes continúan comprometiéndo­
se políticamente (Melucci, 1984). La capacidad de las nuevas y viejas
identidades políticas de generar solidaridad e incentivos para la acción
se ha reducido sensiblemente. La acción colectiva subsiste, el rechazo
al «sistema» asume un carácter meramente simbólico y no afecta direc­
tamente a la distribución social del poder y de la influencia (Sasson,
1984). En este contexto político, las estrategias conforme al «modelo
del prisionero» parecen menos plausibles. La interacción tenderá, en
cambio, a asumir una estructura similar al «juego del pollo».

ACTOR B

I 4 II 3
Segm entación C o o p eración asim étrica
4 (Líder A)

rv i III 2
C o op eració n asim étrica C o o p e ració n sim étrica
3 2

M ediación

Figura 2. E structura de p referencias de A: II-III-IV-I.

También en este modelo la opción más apetecible para ambos acto­


res es una posición dominante dentro de una cooperación asimétrica
(casos II y IV). Lo que cambia es la percepción del éxito más desfavo­
rable. Contrariamente a la situación precedente, un desenlace de la in­
teracción que produzca segmentación es el peor resultado para ambos
actores. Con el logro de una mediación satisfactoria los actores esta­
rían dispuestos a sacrificar incluso la coherencia de sus principios.
El principal incentivo para la movilización de los propios activistas
y simpatizantes está de hecho representado en esta fase política por la
capacidad para obtener resultados concretos, más que por la de propo­

264
LAS REDES DE L OS M O V I M I E N T O S : U N A P ERSP E CT I VA DE A N Á L I S I S

ner esquemas de representación omnicomprensivos y dotados de una


gran intensidad emotiva. En otras palabras, el logro de la cooperación
se convierte en un objetivo estratégico. En relación con ello la defensa
del propio punto de vista asume una relevancia menor. A su vez re­
sulta menos grave para el actor el riesgo de ocupar una posición me­
nor en un intercambio asimétrico. La exigencia de minimizar los ries­
gos de una ruptura, inducidos por una excesiva intransigencia, hará
preferible una estrategia de mediación y facilitará la consecución de
éxitos cooperativos.
Para acabar señalaré algunos límites —por lo demás evidentes— de
esta ejemplificación. En primer lugar, la interacción entre actores por­
tadores de concepciones radicalmente diferentes de un determinado
problema es particularmente válida para explorar la estructura de los
movimientos como muy diferentes. En cambio es más discutible su uti­
lidad para examinar una situación de interacción entre actores situados
en posiciones dentro de la misma perspectiva ideológica. En este caso
nos encontraríamos frente a situaciones de segmentación inducida no
por diferencias ideológicas de fondo, es decir, en la búsqueda de nue­
vos activistas y simpatizantes. En segundo lugar, este análisis se funda
sobre la asunción de que, en la definición de la propia estructura de
preferencia, lo cual no ocurre en todos los casos como nos recuerdan
los críticos de la aplicación de la rational choice por el estudio de la ac­
ción colectiva.
N o obstante, creo que el análisis aquí presentado puede contribuir
a explicitar el nexo de unión entre la naturaleza reticular de los movi­
mientos, el reciente debate teórico sobre la ación colectiva, y los dile­
mas de acción afrontados por los actores en el momento de elegir a sus
aliados o interlocutores. En este sentido, este análisis aporta una direc­
ción de investigación en la que merece la pena profundizar.

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