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Las nuevas

infancias

Psicología
Evolutiva I

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Las nuevas infancias
Este trabajo se propone valorar las condiciones actuales que atraviesan
una sociedad y cómo estas influyen en la infancia, considerando que esta
es una construcción social que se transforma histórica y culturalmente en
las relaciones entre adultos-niños.

Es urgente acelerar los debates y posicionamientos para dar lugar a la


variedad de modelos de familias que existen, que se van conformando
cada día más, nuevas, ensambladas y vueltas a ensamblar, lo que lleva a
replantear nuevas dinámicas familiares y por supuesto, nuevas
problemáticas, que encuentran cierto “vacío” explicativo y asistencial.

Es a partir de estas nuevas formas de familias que emergen los niños del
siglo XXI. Ya no se habla de la familia nuclear burguesa, de la cual germinó
el concepto freudiano del complejo de Edipo, etapa fundamental en la
configuración psíquica del sujeto. La familia del siglo XXI cuestiona este
complejo, que consiste en el amor por el progenitor del sexo opuesto y por
el odio al del mismo sexo. Las nuevas configuraciones familiares nos llevan
a reflexionar sobre la construcción de los referentes estructurales
psíquicos, sobre el lugar actual de la autoridad y el orden simbólico.

Se asiste en la actualidad a formas diferentes de engendramiento y de


crianza. Nos referimos, por ejemplo, a sujetos cuya raíz vital proviene de
distintas técnicas de inseminación artificial, tales como inseminación con
semen de la pareja, inseminación con semen de un donante, fecundación
in vitro, etcétera. ¿Cómo explicarle a una niña de 5 años que su origen
proviene de un óvulo obtenido en un tratamiento de fertilidad que había
sido fecundado en un tubo de ensayo con el semen del padre y que ese
embrión proveniente del tratamiento permaneció un año en el
congelador? ¿Y que la madre que la llevó en su seno no es en realidad su
madre biológica? Esta niña es también hija de la ciencia. Sin embargo, se
sabe que uno de los factores esenciales en la producción subjetiva es quien
vaya a ejercer en la práctica la función materna, pero sin duda que a esta
niña no le resultará para nada fácil explicar su origen.

Ahora se verán los que siguen, así como los anteriores son interrogantes
que se deben hacerse al abordar las problemáticas actuales que penetran
los hogares en donde se crían los niños y niñas de la posmodernidad. La
complejidad actual de la familia en las sociedades occidentales obliga a
preguntarse: ¿Qué efectos tiene para el desarrollo integral de un niño el
hecho de ser adoptado por una pareja del mismo sexo? ¿Qué riesgos se le
presentan al niño en relación al estigma y a la discriminación a la que
algunas familias homoparentales son sometidas? ¿Cuál podría decirse que

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es la familia tipo en los tiempos en los que se está viviendo?: ¿familias con
solo un hijo?, ¿familias con dos, tres o cuatro hijos?, ¿familias
monoparentales?, ¿familias de padres separados, divorciados?, ¿familias
donde algunos niños viven con su mamá y su pareja o con su papá y su
pareja, o con su mamá, su pareja y los hijos de la pareja, con la abuela o
con sujetos que ni siquiera forman parte de su familia?

Estas y otras preguntas enfrentan a una realidad actual complicada a la que


es necesario hacerle frente dados los diferentes síntomas que se producen
hoy en la población infantil y que requieren de un análisis abarcativo y
específico, contextualizando, sin duda, las distintas situaciones. De manera
que se deben afrontar nuevos escenarios sociales, económicos y culturales
que afectan y condicionan la construcción de la subjetividad y de la
identidad de las personas. Los niños, inmersos en esta realidad, se
encuentran muchas veces desorientados en un mundo de adultos que no
asumen su rol de adultos, en un mundo tan acelerado en donde adultos y
niños son víctimas de ideales imaginarios que prometen éxito social de
forma rápida y sin esfuerzo, en donde el mercado asume el mandato
superyóico que produce la crisis o declinación de la autoridad simbólica
paterna que se constituye en un simulacro lujurioso y perverso.

Como consecuencia de esta inescrupulosa existencia, los niños reclaman la


presencia del adulto para ser escuchados y para que estos les pongan
límites. Hablamos de límites sustanciales que tienen que ver con el cuidado
del otro. Son límites que se fundamentan en el interés por la otra persona,
que posibiliten la idea de que alguien los ama y está preocupado y ocupado
por su vida. Si esto no se da, si el niño no se siente cuidado y protegido, por
el contrario, experimenta un sentimiento de inestabilidad, de soledad, no
percibe al adulto como involucrado en sus necesidades. El niño no puede
ponerse límites él mismo.

Puede haber varios adultos con diversos discursos, como puede haber
muchos adultos pero ningún discurso. Claro está que el último es más
severo, pues al no haber un mensaje atento y con autoridad, el niño se
encuentra en la incertidumbre. Esto puede llevarlo a la angustia, la
debilidad yoica o a “inventarse” límites y autoexigencias distorsionadas. Y
así, se visualizan sujetos extremadamente narcisistas, que perciben la
realidad como una amenaza a su frágil equilibrio.

Otra característica social muy común y actual, es la eterna juventud que se


observa en los adultos, que se resisten a madurar y aceptar su propio
devenir. Esto lleva a rivalizar con sus propios niños y adolescentes, tanto en
el vestir, en lo social como aún en la competitividad intelectual. No toleran
que sus descendientes los superen.

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Hay un colapso en las estructuras familiares lo que da lugar a
desencadenantes como divorcios, abandonos, violencias, adicciones que se
enlazan al proceso natural de formación del niño y a los conflictos internos
propios de su edad.

Es así que la familia, la escuela y la sociedad, como instituciones sociales,


constituyen un marco referencial para los niños de hoy y adultos del
mañana y deben responder a las demandas afectivas, cognitivas, físicas y
sociales que reclama el niño actual. Esto obliga a dichas instituciones a
hacerse cargo de lo que las otras no pudieron concluir, o sea, se desplazan
las responsabilidades y funciones, lo que no alcanzó en la familia lo deberá
realizar la escuela y lo que no se pudo en las anteriores termina en la
sociedad.

Todos los adultos que forman parte de la sociedad tienen una


responsabilidad, un objetivo principal: tomar conciencia de la importancia
de lo que está ocurriendo en la actualidad y cómo esta realidad está
afectando a las nuevas generaciones. Es el niño quien debe ser el
protagonista de la escena y a quien se debe guiar y orientar en un mundo
cada vez más cambiante, cada vez más complejo y que reproduce
exigencias vehementes.

Más aún, es urgente instalar el debate y llevar a cabo las acciones


necesarias para ofrecer a los niños los pilares institucionales que hoy se
encuentran desdibujados. Como ya dijimos anteriormente, con la caída de
la autoridad paterna, se asiste a una realidad donde el padre ya no es
percibido como el ideal. Hablamos de una autoridad vacía, usurpada por el
absurdo de una sociedad consumista, afanada por obtener y alcanzar todo
lo que le ofrece el mercado y que obedece al mandato de un goce sin
límites.

Los patrones educativos han quedado obsoletos, ya no alcanzan, no son


suficientes para educar y contener a los niños en el proceso de formación.
Es necesario hacerse cargo desde el rol como educadores: hay que poner
en contacto a los niños con la cultura, con la historia y con el arte, sacarlos
del anonimato de la atomización y del aislamiento. Se debe restablecer el
entramado social, brindar un sostén institucional que le ofrezca estrategias
emancipadoras de esta ironía feroz en la que se encuentran inmersos. Hay
que ofrecer a los niños la posibilidad de asumir un rol activo en la
construcción de su identidad y en la emergencia de su subjetividad. Los
niños deben triunfar en la autodeterminación, adoptar un papel crítico
ante los sistemas de creencias y representaciones sociales impuestas.

Al mismo tiempo, hay que asistir a las familias, enfrentar las situaciones
problemáticas complejas, responder a las demandas muchas veces teñidas

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de incertidumbre e inestabilidad que fomentan situaciones de riesgo
emocional, físico y psíquico para los niños. Hay que sustentar actitudes de
participación, comunicación, cooperación por parte de la familia e impulsar
la realización de acciones en las que los miembros de estas encuentren un
espacio de involucramiento en la edificación de normas y valores de
convivencia.

Es importante reconocer las nuevas configuraciones que contextualizan a


los niños, reconocer las modificaciones que el mito edípico ha sufrido a raíz
de las dinámicas emergentes de la posmodernidad. Sin embargo, es
factible que cada protagonista vaya a reproducir su fantasmática edípica en
la interacción simbólica de las formaciones sociales en juego.

Según lo expuesto y para concluir este escrito, se debe abordar esta


cuestión tan compleja desde una perspectiva amplia y exhaustiva. Hay que
prepararse y capacitarse para reinterpretar a las nuevas infancias del siglo
XXI. Significa un desafío importante, del cual no se puede girar la cabeza.
Son los niños quienes están aprendiendo a ser, a tomar conciencia de su
propia individualidad y a la vez a reconocerse miembros de una familia, de
un grupo social y de una cultura.

Son los adultos el modelo de esta nueva generación que aprende a un


ritmo veloz el desarrollo destrezas y habilidades en el cotidiano
intercambio social. El niño experimenta, descubre, transforma y manipula
desde su interrelación con los más próximos, la familia, la escuela, los
pares, la comunidad. Es por eso que se necesita ayudar a los niños a
develar lo oculto, a descifrar los mensajes encriptados por las clases
dominantes y brindar las herramientas cognitivas y afectivas para que los
niños de hoy puedan interpretar la realidad, cuestionarla y recrearla,
dándole su propia autoría.

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Referencias
Rodulfo, R. (2008). Futuro porvenir. Argentina-México: Novedades educativas.

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