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GOMEZ ROBLEDO

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DE SU FILOSOFIA

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Ent re las aulas y los pat ios y los árb oíes del viejo
M ascaro nes (ult imó albergué del otium clásico eh
est a t repidant e metrópoli) f ue iniciado Ant onio Gó­
m ez Robledo por Dem et rio Fr an g es en la lect ura
direct a de Plat ón, y d esd e en t o n ces há sido el f i­
lósof o at eniense, para el hum anist a m exicano,
com p añero de vida y de viaje, en el largo peregri­
nar del diplom át ico en servicio de la República. En
Plat ón, desp ués de! Evangelio, ha encont rado Gó ­
m ez Robledo-la f uent e m ás viva y el m ás hondo
reposit orio de su energía espirit ual. Frut o dé t an
dilat ada y ent rañable co n viven cia es él p résent e
lib io , en el qual el aut or ha int ent ado una nueva
aproxim ación a Plat ón por los t em as sardinales de
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\ su f ilosof ía. Desp ués dé veint icinco siglos, o poco
m enos, de ref lexión f ilosóf ica sobre Plat ón, nadie
puede pret ender hoy una originalidad absolut a.
El aut or es bien co n scien t e de ello, pero t am bién
de que sobre Plat ón podrán siem pre d ecirse co ­
S sas n uevas. '
Sobre su s an ch o s hom bros, según se ha dicho,
'«**
lleva Plat ón, com o ot ro At las, la civilización de Oc­
-\ cident e. En él est án t od os los grandes t em as de
ja vida hum ana, personal y so cial, y aquello que,
m ás allá del horizont e est rict am ent e hum ano,
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co nst it uye la raíz ont ológica del hombre m ism o y
su últ ima razón y dest ino. Una aproxim ación vit al
a est o s t em as et ernos, bajo la guía de Plat ón, es,
según explícit a conf esión de su aut or, la única,am ­
bición de est e libro.
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Di seño gr áfico: Car l os H aces

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En l a por t ada: Pl at ón, detalle de L a Escuela d e A ten as por Rafael
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PLATÓN

LOS SEI S GRANDES TEM AS DE SU FI LOSOFÍ A


P L AT ON
LOS SEIS GRANDES TEMAS
I)E SU FILOSOFÍA

ANTONIO GÓMEZ ROBLEDO


D EL CO L EGI O N A CI O N A L

un
n m

FOND O D E CU L T U RA ECO NÓ M I CA
U N I VERSI D AD N ACI O N AL AU TÓ N O M A D E M ÉXI CO
Pr i m er a edición Cen t r o de Est udios Filosóficos de l a I JN A M , 1974
Pr i m er a r eim pr esi ón , Fon do de Cu l u r a Econ óm i ca, 1982
Segu n d a reim pr esión, 1986

PRÓLOGO

Q u f , h a y a un “Platón” más, qué importa al m u n d o ... Segura


mente que así ha de ser, y sobre todo con un Platón mexicano,
cuando los hispanoamericanos, en tanto que filósofos, estamos
apenas —y esto en el mejor de los casos— en nuestra etapa “pre
socrática”. De ella, sin embargo, no saldremos jamás si no nos
decidimos a hacer, por nuestra cuenta y riesgo, lo mismo que los
superdesarrollados. En el campo de la economía hace ya tiempo
que tomamos esta decisión, y no hay por qué no tomarla tam
bién en el de la cultura.
En la circunstancia mexicana, concretamente, no es ya ninguna
novedad el que nosotros mismos tratemos, con originaria res
ponsabilidad, de repensar las obras de los grandes pensadores.
Con Greda, más en concreto, lo hicieron así, hace más de medio
siglo, todos los miembros de la generación del Ateneo, y uno de
ellos, Alfonso Reyes, perseveró en esta empresa casi por medio
siglo, mientras tuvo vida. Y su “afidón de Grecia”, del mundo
c lá s ic o en general, redundó de hecho —¿quién podrá negarlo?—
en incremento de la cultura mexicana, así hayan podido encoger
se de hombros, ante su obra, dertos scholars con los cuales nada
nos v a ni nos viene. Con respecto a otros pensadores o a otras
B corrientes filosóficas se dividieron luego los ateneístas, como tenía
que ser en una comunidad de espíritus libres, pero en el culto
de Grecia estuvieron unánimes siempre. En una de sus grandes
humoradas, Vasconcelos llegó a escribir aquel infortunado artícu
lo de “La Antorcha” : “Reneguemos del latinismo”, pero nunca
del helenismo. T an lejos estaba de ello, que lo que buscaba era
precisamente suprimir la mediadón de Roma para establecer la
más directa e inmediata comunión con Grecia.
IN ST IT U T O i
Ahora bien, y como lo dijeron explícitamente tantos de entre
V # *v - ..■TJf ellos —Reyes sobre todo—, era justo la circunstancia mexicana,
y no una inclinación cultural como cualquier otra, lo que les
empujaba apremiantemente a buscar en Grecia lo que necesita
D .R. s i 982, F o n d o d e C u l t u r a E c o n ó m ic a ban transvasar luego en sangre propia, en nuestros hábitos
D .R. ©1986, F o n d o d e C u l t u r a E c o n ó m ic a , S. a . de C. V.
más íntimos y en nuestra propia mentalidad. El culto de la
Av. de La Universidad 975; 03100 México, D, F.
Razón, el equilibrio espiritual, la sophrosyn e sobre la hybris,
Ho- rt ícsoiSíC<ón f t ‘\-o; - ov / Cor-J pantas cosas más!, debían convertirse también, como en otras
ISBN 968-16-1071-7
partes, en patrimonio espiritual mexicano. Con sólo Dyonisos
i m pr eso en M éxi co —o sus émulos del Panteón azteca— nos había ido como era tan

[7]
8 PRÓ LOGO
PRCU.OGO 9
patente. Apolo debía venir también, y con él la medida, el orden divagar. Y también este género de platonismo libre, como si di
y la claridad del espíritu. Todavía, sin embargo, parece que algo jéramos, tiene ilustres precedentes, como, por ejemplo, el célebre
queda por hacer, cuando no hace tantos años sentimos una vez libro de Walter Pater.
más cómo Huichilobos, según decía el gran cronista, ‘‘hedía muy Con todo ello, podrá siempre objetarse que esto de llevar un
malamente”. libro más a la biblioteca (bibliotecas mejor dicho) de los libros
Desde que me decidí a lanzarme —un mexicano más, enamora escritos sobre Platón, es tanto como querer llevar lechuzas a
do de Grecia— en este género de estudios, he tenido como pauta Atenas, según decían los antiguos, o cocos a Colima, para decirlo
y guía la de aquellos varones, la más ilustre promoción en la a la mexicana. Así es, desde luego, con tantos libros o libelos
historia espiritual de México. Con “la equis en la frente” —la del como andan por ahí, y podría serlo también con el presente
nombre de la patria— fueron ellos en procura de Grecia, y por (los lectores lo dirán), cuando el libro en cuestión no aporta la
esto fue su obra tan humanística como mexicana. En ellos ope menor novedad, en ningún sentido, a lo que ya consta en los que
ró, instintivamente tal vez, pero no por esto con menos seguro le precedieron. Sólo que, cuando tal es el lamentable caso, la
discernimiento, un criterio selectivo por virtud del cual esco culpa entera es del autor y no de la materia, o dicho de otro
gieron, en el inagotable legado clásico, los temas o motivos de modo, que no está clausurado, ni con mucho, el campo de la exe-
que más necesitamos para poder llegar algún día, nosotros tam gética platónica. Los grandes pensadores, en efecto, tienen en esto
bién, a la plenitud del espíritu. un destino análogo al de Cristo, quien se definió a sí mismo
Mi criterio selectivo, en lo que concierne a Platón, está patente como signo de contradicción. Mientras los sintamos vivos, como
en los que para mí, naturalmente, son los seis grandes temas de lo sentimos a Platón, habrá de seguir librándose, en torno a su
su filosofía: la Virtud, las Ideas, el Alma, el Amor, la Educación mensaje, la eterna pelea, como lo dejarán ver —así lo espero por
y el Estado. Podré haber errado por carta de más o de menos, lo menos— las páginas que siguen. Ni sobre Platón mismo, ni
pero creo que nadie podrá negar que se trata de temas indiscu sobre su filosofía, ha podido hasta hoy decirse la última palabra.
tiblemente platónicos. Y si los he tratado bien o mal, a otros toca No hay uno solo, entre los graneles temas platónicos, que no sea,
decirlo, pero la operación selectiva, en suma, me parece perfecta en el momento actual, campo de beligerancia, y en la afluencia
mente legítima, como la que hizo Heimsoeth con “los seis gran de concurrentes bien puede entrar uno más. Sería tan fácil como
des temas de la metafísica occidental”. Mera coincidencia, como largo e impertinente hacer el catálogo de los contendientes en el
leemos en la pantalla, de hallazgo y nomenclatura. palenque platonizante, los de hoy y los del pasado inmediato.
Me pareció asimismo que, consideradas todas las circunstan Uno de los últimos en haberse ido, Cassirer, expiró, como quien
cias, el enfoque temático de Platón es el único posible, en la dice (si tomamos E l m ito d el E stado como su testamento), com
actualidad, para un filósofo o filosofante hispanoamericano. Una batiendo contra Jaeger en la interpretación, en puntos cardina
biografía espiritual de Platón, acompasada con cada uno de los les, de la personalidad y de la obra de Platón.
diálogos, pudo hacerla Wilamowitz, así como un estudio de la No se ha dicho sobre él la última palabra, por la simple y
filosofía platónica, de diálogo en diálogo, con su análisis más o buena razón de que Platón está vivo, y sólo de los muertos hay,
menos exhaustivo, fue la gran empresa amparada con nombres al enterrarlos definitivamente, últimas palabras. Las hay de mu
tales como los de Grote, Ritter, Taylor y Shorey, para no hablar chos filósofos que, con todos sus méritos, están bien muertos, pero
de Überweg, Zeller y Gomperz, los grandes historiadores de la no puede haberlas de quien prosigue actuando entre nosotros,
filosofía helénica. Querer ponerse en el mismo plan de estos en los problemas más vitales del hombre y del Estado. Habrá
colosos es como ponerse con Goliat, pero sin el auxilio divino. muerto sólo cuando haya muerto la civilización occidental, la que
Lo que, en cambio, puede hacer cualquiera decorosamente, es lleva él (se ha dicho muchas veces), hace veinticinco siglos, sobre
discurrir libremente por el tema o temas elegidos, con sólo que sus anchas espaldas. Es una comparación que, por verdadera que
sus lucubraciones tengan primero el suficiente apoyo documental sea, no acaba de gustarme del todo, porque Atlas es un viejo
en los textos platónicos. Lo único que no puede hacerse es dis cansado que soporta, a más no poder, el peso del mundo, al paso
currir en el vacío o tomar a Platón como pretexto de nuestro que Platón está hoy entre nosotros, para dirigirnos, con la misma
10 PRÓLOGO

alacridad con que lo hacía con sus discípulos de la Academia.


De un texto platónico sobre la “verdad” (por nadie entendido,
según Heidegger, hasta que lo entendió él) salió Ser y T iem p o I. PLATÓN Y SU ÉPOCA
y la filosofía existencial. ¿Y qué es —o qué fue— sino platonismo
germanizado la W escnsschau de Husserl, o la axiología de Scheler
Platón de Atenas1 nació en el año de 427 antes de nuestra era,
y Hartmann? Y para no salir de esta nación, ¿qué otra cosa sino
en el seno de una de las más antiguas y linajudas familias. Por
la tripartición platónica del alma y del Estado está detrás de la
su padre, Aristón, ascendía su árbol genealógico hasta Codro,
tripartición “impulso-voluntad-espíritu” (T rieb-W ille-G eist) sobre
el último rey del Ática, y a la raza de los Melántidas, y última
la cual construye Alois Dempf su filosofía política y de la
mente a Poseidón.2 Por su madre, Perictione, descendía de Dró-
historia?
pides, hermana de Solón, el legislador de Atenas.
De suerte, pues, que habérnoslas hoy con Platón no es habér
Entre los parientes de Perictione hay que mencionar a su
noslas con una institución histórica, sino con los más apremiantes
hermano Cármides, uno de los principales políticos atenienses
problemas del hombre y de la sociedad, de este hombre que —con
del partido conservador, y a su primo hermano Cridas, jefe del
perdón de Ortega y Gasset o de otro cualquiera— no sólo tiene
mismo partido y caudillo de la revolución oligárquica del año
historia, sino naturaleza, una estructura ontológica es decir, que
404. Platón tuvo dos hermanos menores que él: Adimanto y
yace siempre por encima o por debajo de toda fluctuación tem
Glaucón, de los cuales hizo los principales interlocutores del Só
poral. Es bien posible que en el seno de otras culturas no sea
crates de la R ep ú b lica , y una hermana llamada Potone. De ella
Platón sino un documento histórico (como puede serlo para
nació, con el tiempo, Espeusipo, el sucesor de Platón en la direc
nosotros Confucio), pero no, ciertamente, dentro de la cultura
ción de la Academia. Su es adre Perictione, por último, viuda de
a que pertenecemos, y a tono con la cual nos expresamos todavía
Aristón desde la niñez de sus hijos, contrajo segundas nupcias
en ideas, e interpretamos el mundo en función de esencias y
con Pirilampo, político importante también, y uno de los más
valores en la actitud especulativa, y de leyes en la conducta
allegados, a lo que parece, del gran estratego Pericles.
práctica. Porque él fue el primero que nos enseñó todo esto y
nos hizo contraer estos hábitos, y a él liay que volver, por consi Estos simples datos, pocos pero ciertos, son suficientes para
cobrar conciencia, desde este momento, de que por su medio y
guiente, siempre que queramos defender o revitalizar una heren
abolengo, por todos aquellos, parientes o relaciones, con quienes
cia tan preciosa. Hoy más que nunca tal vez, cuando tan fuerte
es, como diria Georg Lukács, el asalto a la Razón. Posición reac convivió desde muy niño, Platón vio como algo que por derecho
cionaria, podrá decir alguno, pero no tiene por qué espantarnos propio le pertenecía, como su dominio natural, todo cuanto la
el consabido marbete, porque si es vituperable la reacción en civilización y la cultura puedan ofrecer de mejor, y que a tan
defensa de un orden decrépito o injusto, no así, en cambio, la alto extremo habían llegado ya en la sociedad de su tiempo. Poe
que se vuelve no a un pasado circunstancial, sino a aquello que, sía lírica, poesía dramática, filosofía, y junto con todo esto, y
según reza el título del célebre opúsculo scheleriano, hay “de como la suprema afirmación del hombre en el dominio de la
eterno en el hombre”. acción, la política, la dirección del Estado. Nada de esto fue

1 Así se l e h a l l am ad o si em pr e, p or h ab er si do aqu el l a d u d ad , desde su


i n f an ci a, el t eat r o de su vi d a y de su obr a, n o obst an t e q u e Di ógen es
Laer ci o af i r m e q u e n aci ó en Egi n a, d on d e se h ab r ía est abl eci do su p ad r e
en l a col on i a f u n d ad a en aqu el l a i sl a p or Per i cl es. Zel l er r echaza el t esti ­
m on i o de Di ógen es; Gr ot e l o acept a, y ot r os m ás, com o M »«r i ce Cr oi set
en t r e l os m ás m oder nos, d ej an l a cuest i ón en suspen so.
2 Qu e l o ú l t i m o sea p ar a nosot r os u n a f ábu l a, p or su puest o, en n ada
am en gu a l a i m por t an ci a d el d at o soci al , ú n i co q u e aq u í n os i n t er esa: l a
cr een ci a en l a pr ogen i e d i vi n a de Pl at ón , en aqu el m om en t o y en aquel
medi o.

[11]
PEA TÓ N Y SU ÉPO CA 13
12 PEATÓN Y SU ÉPO CA
nocemos con certeza sus circunstancias sociales y familiares, lo
ajeno a Platón, y si de alguno de estos campos, como el de la
que en general sabemos sobre la formación intelectual y moral
política activa, le obligaron las circunstancias a retraerse, pode
de la juventud de su tiempo; y aplicarle, además, todo lo que
mos estar ciertos —y su obra da de ello abundante testimonio—
en sus diálogos tiene el sello de una experiencia vivida.
que fue lina renuncia de gran sacrificio. Tanto más cuanto que,
De este modo, y en lo que se refiere, en primer lugar, a su
según todas las apariencias, en Platón se dio, como era el ideal
educación, estamos en terreno firme al suponer que Platón, vás-
griego, el más bello equilibrio del cuerpo y del espíritu. “La
tago de una familia acomodada y aristocrática, debe haber re
mejor cabeza del mundo” le ha llamado Vasconcelos, y el nombre
cibido la educación más perfecta que era entonces posible dar, o
de Platón que recibió más tarde (primero se le llamó Aristocles)
sea la que combinaba, en el más perfecto equilibrio posible, la
parece haberle venido por la anchura (te>,(xt ;úc ) de su frente o de
cultura del cuerpo y la cultura del alma, o como entonces se
sus hombros. Bello y fuerte (xaXog xed ícxupóc) lo describen sus
decía, música y gimnástica.5 Por haber sido imbuido desde su
biógrafos más antiguos. Para lo único que no parece haber
infancia en esta educación, la p a id eia por antonomasia, es por
estado dotado Platón, fue para la elocuencia, para las gran
lo que Platón puede proponerla, en la R ep ú b lica , para la forma
des batallas orales del ágora o del Pnyx. Su voz, a lo que
ción de los “guardianes”. Pero más aún que a los textos de la
se dice, era tenue, y sobre esto aún, no le ayudaría mucho, para
R ep ú b lica , que podrían tomarse, más que como recuerdos de
el arrojo que deben tener los hábiles en estas lides, una cierta
infancia, como fruto de la reflexión madura de Platón, nos pare
verecundia o timidez, que en él era, por lo demás, un aspecto de
ce que en un pasaje del Protágoras, que se acepta generalmente
su compostura o elegancia espiritual.3 Es bien posible, en fin,
haber sido un diálogo juvenil, refleja directamente Platón su
que tocios estos embarazos pudiera haberlos vencido si le hu
propia experiencia al describir el proceso educativo, que empieza
biera sido necesario; pero otros fueron, por lo que haya sido,
en la familia, prosigue en la escuela y termina en la ciudad, del
los teatros de su acción.
modo siguiente:
Quisiéramos seguir, como en el discurso de la vida de cualquier
“Desde la infancia y por toda la vida, se suceden las enseñan
otro personaje, con la narración de lo que hizo o le avino a
zas y exhortaciones. T an pronto como el niño empieza a com
Platón conforme fue creciendo; pero el hecho es que, con excep
prender el lenguaje, la nodriza, la madre, el pedagogo y el mismo
ción de los viajes sicilianos, de los cuales sí tenemos información
padre se esfuerzan sin descanso por comunicarle toda la perfec
muy copiosa y de primera mano, en todo lo demás son bien
ción posible. Con ocasión de todos sus actos o palabras, le prodi
escasas las noticias sobre su vida. Es curiosa la comparación, he
gan las lecciones y ejemplos sobre que esto es justo y aquello in
cha por Taylor, de que sabemos más de Sócrates, de su vida pú
justo; esto bello y aquello feo; esto piadoso y aquello impío:
blica y privada,4 que de Platón; lo que acaso pueda deberse tanto
‘¡Haz esto y no hagas aquello!’ Si obedece por sí mismo, nada
a la dramaticidad extraordinaria de la muerte de Sócrates, sobre
mejor; y si no, como si lo hicieran con una vara torcida y en
la cual se agolpa toda su vida, como al hecho concurrente de que
corvada, lo enderezan con amenazas y golpes.
Platón no tuvo un evangelista suyo como él mismo lo fue de
"Después de esto se le manda a la escuela; y lo que más se le
Sócrates. Por lo que haya sido, en suma, hemos de resignarnos a
encarece al maestro es la decencia del alumno antes que su
la penuria documental. Pero una vez constatado el hecho, nada
aprendizaje en las letras o en la cítara. En todo ello pone su
nos impide, a lo que creemos, aplicar a Platón, una vez que co
cuidado el maestro, y una vez que los alumnos han aprendido
a leer y escribir, y entienden las palabras escritas como antes las
3 Así, con t odos estos car act er es, en Di ógcn es Laer ci o I I I , 5, y 7-21:
ioxvócpow’os .. . ai6i')¡u'¡v xal v.ó q u o ?.
5 En el l en gu aj e de l a época, y en el de Pl at ón desde l uego, "m ú si ca”
* Por n ovel adas qu e pu edan ser ci er t as r econst r ucci on es de l a vi d a de
yioucriy.il) t i en e t an t o el sent i do de "l o per t en eci en t e a las M usas” , o sea
Sócr at es, com o T h e P u b lic a n d P r ív a le J .i fe o f S ócrates, de Ren e K r au s, o
l a cu l t u r a en gen er al , com o l o qu e h oy en t endem os p or t al vocabl o, es
fía r e fo o t in A th en s, de M axwel l An d er son , t i enen i n cuest i on abl em en t e el
deci r el ar t e m u si cal . El con t ext o per m i t e casi si em pr e l a d i f er en ci aci ón .
m ás sól i do apoyo h i st ór i co, y de n ada sem ej an t e sabem os q u e se haya
Así, ver bi gr aci a, es evi d en t e que el Sócr at es del F e d ó n se r ef i er e al pr i m er
hech o — con excepci ón , u n a vez m ás, d e l a exper i en ci a si ci l i an a— en l o t o­
sen t i do cu an do d i ce qu e l a fi l osofía es l a m ú si ca su pr em a: u eyí<m ¡ l i ouot xi j.
can t e a Pl at ón .
14 PLA TÓ N Y SU ÉPOCA PLATÓN Y SU ÉPO CA 15
habladas, les hace aquél que, sentados en sus bancos, lean las miembro además de la nobleza ateniense, debió haber prestado,
obras de los grandes poetas y les obliga a aprenderlas de memo sin la menor duda, durante los años que la ley prescribía. De los
ria, por estar llenas de buenos consejos, de episodios y elogios dieciocho a los veinte de su edad, todo efebo ateniense estaba en
en gloria de los héroes antiguos, a fin de que el alumno, lleno de servicio constante, principalmente en las fronteras del Ática,
emulación, les imite y conciba el deseo de parecérseles. como “defensor del país" (irepércoXog Ti}g x^pag); pero la milicia
"Los citaristas, a su vez, haciendo otro tanto en un dominio se extendía de ordinario hasta los veinticinco años, y sobre todo
diferente, se esfuerzan en inspirar la templanza en los jóvenes cuando lo demandaban las circunstancias. Ahora bien, los siete
y en apartarles del mal. A más de esto, y una vez que han apren años: 410-403, que coinciden, para Platón, con el periodo de los
dido a tañer la cítara, les dan a conocer las obras de otros buenos 18 a los 25 de su edad, fueron para Atenas de los más agitados y
poetas, de los líricos esta vez, haciendo que las ejecuten en la aflictivos. Entre ellos, en efecto, se sitúa el final de la guerra del
cítara, y obligando así a las almas de los educandos a familia Peloponeso, con las más tremendas batallas terrestres y navales
rizarse con los ritmos y las armonías, a fin de comunicarles un (Mitilene, las Arginusas, Egospótami), después de las cuales vino
carácter más apacible, y que, penetrados de ritmo y armonía, la rendición de Atenas (404), seguida luego, en lo interior, de la
puedan más tarde revelar su capacidad en la palabra y en la más grave revolución política. En estos años, pues, cuando Ate
acción, porque toda la vida humana tiene necesidad de ritmo y nas fue, como dice Tucídides, más una fortaleza que una
armonía. ciudad, y cuando el teatro de la guerra, además, fue tan vas
”No es todo aún, sino que, después de esto, mandan los pa to y tan disperso, podemos tener por cierto que ningún ate
dres a sus hijos con el maestro de gimnasia, a fin de que su inte niense en edad militar habrá dejado ni por un momento las
ligencia, una vez formada, tenga a su servicio un cuerpo en las armas, y que Platón, por tanto, en la infantería, en la caba
mejores condiciones, y que su miseria física no les obligue a llería o en la armada, habrá tomado toda la parte que corres
huir cobardemente en el combate o en todo otro orden de acti pondía a su sentido del honor y a su condición social. Una
vidad . . . Cuando, en fin, se han separado de sus maestros, la confirmación a p osíeriori de todo esto podríamos tenerla en el
ciudad a su vez les obliga a aprender las leyes y a conformar a alto aprecio que Platón tuvo siempre por la educación militar.
ellas su vida.”*' No hay que olvidar, en efecto, que la clase de los guardianes, en
Ésta es, como allí mismo dice Platón, la educación para la su Estado ideal, es apenas una selección de la clase dominante
virtud: TOiScta sig ápevTjv, la que persigue conjuntamente la for de los guerreros.
mación del mejor hombre y del mejor ciudadano. En ella, como Volviendo a lo que de Platón nos interesa más, parece que su
se ve, tiene parte tan principal la música, tal como hoy la en irresistible vocación de escritor se orientó en un principio a la
tendemos, y no ciertamente para el virtuosismo del ejecutante, poesía, y más concretamente a la poesía trágica. Según va la
sino para la formación espiritual en su estrato más profundo. leyenda, habría llegado a componer hasta una tetralogía con la
Por algo, años más tarde, dejó Platón consignado en la R ep ú b lica que pensaba competir en el festival de Corinto, y que luego
este gran juicio: “¿No es por ventura la música, Glaucón, la edu quemó, con otros versos, cuando, al encontrarse con Sócrates,
cación soberana? Por ella, en efecto, la armonía y el número se decidió consagrar su vida a la filosofía. Cierta o no la anécdota,
insinúan hasta el fondo del alma, se apoderan de ella y la tor es evidente el genio dramático de Platón, que se acusa en tantos
nan bella por extremo.”’ diálogos, sobre todo en los de la primera época, siendo el Pro-
T a l fue puntualmente, y así se nos revela en sus obras: bella tágoras, tal vez, la obra maestra.
por extremo, el alma de Platón; pero juntamente con su forma Antes del encuentro con Sócrates, parece cierto también que
ción literaria y musical, no debemos olvidar el otro importante Platón se había familiarizado bastante, a pesar de su extrema
aspecto del servicio militar que un joven robusto como él, y juventud, con los escritos de los filósofos que circulaban por
aquel tiempo en los medios intelectuales de Atenas: Heráclito,
Parménides, Xenófanes, Zenón, Empédocles, Anaxágoras y los
« P ro t. 325 (I -32G c.
1 R e p . 401-d pitagóricos. De estos pensadores, Parménides y Zenón, el enfant
16 PLATÓN Y SIJ ÉPOCA PLA TÓ N Y SU ÉPO CA 17
terrible del eleatismo, habían visitado Atenas, medio siglo más más alto; pero por el lado del eticismo no hubo, ni entonces ni
o menos antes que naciera Platón, y Anaxágoras por su parte, después, nadie que superara a Sócrates.
años más tarde, había tenido allí mismo una larga residencia, Ahora bien, la filosofía de Platón (es una impresión muy per
habiendo sido uno de los más allegados a Pericles. En cuanto a sonal, pero muy sincera, y que no podemos dejar de consignar)
Heráclito, quien nunca estuvo en Atenas, enseñó allí su filosofía es una filosofía fundamentalmente eticista, por amplio que sea
su discípulo Cratilo, de quien sí sabemos, esta vez con toda el lugar que en ella ocupen las espectdaciones cosmológicas y
certeza, haber sido, en los estudios filosóficos, el primer maestro metafísicas. Por su propio temperamento o por las circunstancias
de Platón. Más tal vez que por sus propios merecimientos ha históricas y sociales que le rodearon, no es Platón, como sí lo
pasado a la inmortalidad por el diálogo platónico que lleva su es, por el contrario, Aristóteles, el contemplador puro, el Oewpóg
nombre, y en el que encontramos expuesta, como tenía que ser, •rife Oewpíag evexgc . Su teoría de las ideas, si bien se mira, es sobre
la doctrina del movilismo universal. todo teoría de los valores, y más concretamente aún, de aquellos
Haya contribuido o no la convivencia con Sócrates (quien que más tienen que ver con la conducta humana: lo bello y lo
ostensiblemente profesaba no saber ni enseñar nada) a profun bueno, lo justo y lo san to .. . L a importancia del mundo inteli
dizar en Platón el conocimiento de la filosofía helénica, que por gible, para Platón, estriba en que de él depende, de la Idea del
entonces se encontraba ya en tan alto punto de madurez, lo cierto Bien en última instancia, la conducta humana, personal y social.
es que todos los que hemos nombrado antes influyeron, en A su percepción, sin duda, no puede llegarse sino por el arduo
mayor o menor medida, en su propia filosofía. Heráclito, Parmé- sendero de la dialéctica, y nada está tan lejos de Platón como
nides y Pitágoras, serían, según creemos, los nombres que princi el moralismo puro de Antístenes o Diógenes; pero su preocupa
palmente habría que destacar. 7'oda su vida la pasó Platón en ción principal, una vez más, es la reforma intelectual y moral del
dilucidar, como diría Antonio Caso, el problema Heráclito-Eleáti- hombre y del Estado. Así en toda su obra, y no sólo en la cum
co, en conciliar la movilidad del ente sensible con la inmovilidad bre de ella, que son la R ep ú b lica y las Leyes. Y cuando se tras
del ente inteligible. Sus preferencias habrán estado por Parméni- pasa este eticismo, no es por el lado de la ciencia, sino por el de
des (a quien unas veces llama “venerable” y otras “terrible”), en la religiosidad: “en busca del centro divino”, como ha dicho
cuanto que el “ser que verdaderamente es”: i b ov-rwg 8v, es, para Werner Jaeger.9
Platón, no el fenómeno sensible, sino la Idea, pero no por esto Era ésta precisamente, en lo sustancial, la tónica espiritual que
negó, como Parménides, la realidad del devenir, y en la conci animaba a Sócrates, quien contaba entonces más de sesenta años,
liación entre uno y otro mundo consumió su vida. Por último, cuando el joven Platón entró para siempre en su esfera de in
la doctrina pitagórica del número como principio de ordenación fluencia. Hacía ya tiempo que habían dejado de interesar a Só
cósmica, y la armonía musical resultante, es algo tan patente en crates las especulaciones cosmológicas a que fue tan adicto, se
Platón, que no vale la pena detenerse en discutirlo. Doctrina del gún su propia confesión, en cierta época de su vida. Las había
movimiento, doctrina del reposo y doctrina del número, son en dejado del todo para consagrarse, del todo también, a la misión
suma, y en estos términos, para Walter Pater,8 las influencias que, según su más firme persuasión, le había intimado Apolo, el
primordiales en la filosofía platónica, y que podemos con cer dios de Delfos: el celo o cuidado de las almas (éiupéXEia ir¡g
teza hacer remontar a sus años juveniles. <!a ix 'F)c ) en aquella sociedad que naufragaba por haber perdido,
Sobre todas ellas, empero, se impone la influencia avasallado por obra sobre todo de la Sofística, la orientación moral.10 Pocos
ra de Sócrates, con quien Platón parece haber convivido, según textos serán tan expresivos de este celo, como éste de la A pologia
los cálculos más verosímiles, entre los veinte y los veintiocho años platónica, en que Sócrates habla de este modo a su imaginario
de su edad, hasta la muerte del maestro. Parménides, por ejem
plo, habrá sido sin duda, y Platón debió de comprenderlo así, un » “S itivit a n im a m ea , t l i e At h en i an ph i l osoph er m i gh t say, in D e u m , in
genio filosófico, por el aspecto puramente intelectual, mucho D eu m v iv u m , as H e was k n own at Si on ” . Pat er , P la to a n d P la to n is m ,
N u eva Yor k , 1899, p. 76.
10 " L a m i si ón d e Sócr at es es d e or den r el i gi oso y m íst i co, en el sen t i do
8 r i a t o a n d P la lo n ism . q u e dam os h oy a est as p al ab r as; su enseñ anza, t an per fect am en t e r aci on al .
18 PLA TÓ N Y SU ÉPOCA PLA TÓ N Y SU ÉPOCA 19
interlocutor: “ ¡Oh tú el mejor de los hombres! ¿Cómo es posible trirremes, y por último, alianza forzosa con Esparta, cuya direc
que siendo, como eres, ateniense, ciudadano de la mayor ciudad ción en la política exterior se comprometía Atenas a seguir. No
y de la más renombrada por su sabiduría y su poder, no te bien se hubo ratificado el tratado de paz, por no poder hacerse
avergüences de no ocuparte sino de tu fortuna y de los medios otra cosa, el general espartano Lisandro zarpó con destino al
de incrementarla lo más posible, así como de tu reputación y de Píreo, y al son de las flautas, como para acentuar el júbilo de
tu honra, y que, en cambio, no pienses ni te preocupes de la su país, dirigió personalmente la destrucción de las fortificacio
sabiduría, de la verdad ni de tu alma, procurando hacerla lo me nes y de los Grandes Muros.
jor posible?”11 Muy pronto se vio que no sólo en la política exterior, sino en
Es, ni más ni menos, el P orro unum est necessarium , de Jesús la interior también, Atenas iba a ir a la zaga de Esparta y como
a Marta; y es de creerse que este primado del alma por sobre su feudatario. En el mismo año de 404, y en buena parte también
todas las cosas, asentó profundamente en el alma de Platón por la intervención de Lisandro, fue abolida la democracia ate
en sus años de convivencia socrática. Y esta “conversión” re niense, para ser suplantada por el régimen oligárquico (pie pasó
cibió su sello definitivo con la muerte de Sócrates, el día a designarse en la historia con el nombre de los Treinta Tiranos.
en que el maestro “apuró el veneno en la prisión”. Así lo De ellos formaba parte, y por cierto entre los más prominentes,
dice Platón: -ro tpáppaxov et ciev év tai 5gop.sTT|pú}), con la misma Critias, el tío de Platón.
simplicidad con que los evangelistas dirán después de Jesús: En parte por esta circunstancia, pero sobre todo porque no
C rucifixus est.1'2 fue jamás, ni tenía por qué serlo, partidario de la democracia,
A la vez que acababa de configurar en él del todo el hombre podemos estar ciertos de que no habrá contristado mucho a Pla
interior/la muerte de Sócrates fue para Platón el elemento pola- tón (esto por lo menos) la caída del régimen que, además, había
rizador, por decirlo así, de otras fuerzas espirituales que ya tra llevado a Atenas al desastre final. En la cuenta de la democra
bajaban en él, y que, entre todas, determinaron su escepticismo cia, en efecto, deben cargarse, con otras muchas, cosas tales como
de la política militante, su alejamiento de la cosa publica. Para la malhadada expedición a Sicilia, resultado del mal consejo de
comprenderlo así, no tenemos sino que recapitular sumariamen demagogos como Alcibíades, y el sacrificio, por otro lado, de sus
te la situación fie Atenas en aquellos años que coinciden con la mejores estrategos, como aquella ejecución en masa —ejemplo
juventud de Platón o con el principio de su madurez. típico de la demencia popular— de los generales victoriosos en
En 404, según dijimos, terminó la guerra del Peloponeso con las Arginusas.
la victoria de Esparta sobre Atenas. No fue, para la noble ciudad Pero si Platón pudo acoger, con mayor o menor beneplácito,
vencida, una capitulación honrosa, sino una derrota incondicio el advenimiento del régimen autoritario, podemos estar seguros
nal. Los términos de la paz que se le dictó fueron, en efecto, de que hubo de ver luego con horror el proceso de aquella oligar
lo más humillante y aflictivo: destrucción de los Grandes Muros quía sanguinaria, nuevo flagelo que cayó sobre Atenas después
de Atenas y de las fortificaciones del Píreo; pérdida de todas sus de los desastres de la guerra. En sangre, literalmente, ahogaron
posesiones en el exterior, quedando estrictamente reducida al los Treinta la simple veleidad de oposición, y suprimieron igual
Ática y Salamina; pérdida de toda su flota, con excepción de doce mente, como acostumbra hacerlo toda dictadura, la libertad de
expresión. Si en Esparta estaban acostumbrados a esto, no así
est á suspen di d a de al go qu e par ece sobr epasar a l a p u r a r azón ” . Ber gson, en Atenas, y menos en aquel siglo, el de Pericles y la Ilustración.
L e s d eu x so u rces d e la m o r a le et d e la relig ió n , Par ís, 1932, p. 60.
Si ya por todo esto y en general debió de haberle sido aborre
u A p o l. 29 d-c.
12 Es l a i n t er pr et aci ón qu e de l a conver si ón de Pl at ón en con t r am os en cible a Platón la conducta de los oligarcas, acabó de confirmarle
pl at on i st as t an egr egi os com o Bu r n et y Di ós. “ H i s f i n al conver si ón — di ce en esta disposición la ojeriza que, muy lógicamente por lo demás,
el pr i m er o— dat ed on l y f r om t he si ck -bed on wh i ch he was t hen l yi n g” . tomaron aquéllos contra Sócrates. Primero le prohibieron “ha
(P la to ’s P h a e d o , p. x xi x ) Y Di és, p or su p ar t e: “ On d i t de Pl at ón que
blar”, es decir conversar con los jóvenes, o con cualquiera que
d i sci pl e p en d an t h u i t ans d e Socr at e vi van t , c’est l a m or t de Socr at e qu i
en t i t un apót r e; d u i ít oü i l gi sai t m al ade p en d an t qu e Socr at e b u vai t quisiera oírle, sobre temas morales o políticos cuya libre discu
l a ci gue, íí se r el eva un h om m e n ou veau ” . (Á u to u r d e P la tó n , p. 17 ;-) sión no podrá consentir nunca ningún autócrata. Después, algo
20 PLA TÓ N Y SU ÉPO C A
PLA TÓ N Y SU ÉPO CA 21
peor aún, trataron de envilecerle, haciéndole cómplice de sus
tiempo, reflexión y, desde luego, el retraimiento, al menos tem
almenes, y le mandaron ir, en compañía de otros, a poner preso
poral, de la vida pública, donde el hombre se consumía sin fruto
a León de Salamina, cuya muerte habían decretado los tiranos,
en la lucha estéril de los partidos.
sin que para ello les autorizara ninguna sentencia judicial de
No porque su vida corriera ningún peligro por su amistad con
bidamente pronunciada. Con toda razón se ufanará después
Sócrates (no hay nada que autorice esta conjetura), sino para
Sócrates, en su apología, de haber desobedecido, él solo, al man
planear su vida futura, o simplemente porque quisiera alejarse
damiento injusto; y seguramente habría sucumbido al poco tiem
j>or algún tiempo de Atenas, después de lo que había pasado, el
po el mismo Sócrates, de no haber tenido pronto fin, como fe hecho es que Platón y otros miembros de la pequeña comunidad
lizmente lo tuvo, el régimen de los Treinta Tiranos, “monstruos
socrática se retiraron a la vecina ciudad de Mégara, para entre
de impiedad, que en ocho meses mataron más atenienses que los
garse con más libertad en casa de Euclides, uno de los íntimos de
espartanos en una guerra de diez años”,13 Así lo dijo uno de los Sócrates y testigo también de su muerte, a la rememoración del
conjurados con Trasíbulo, el caudillo de la reacción democrá maestro.
tica, al dar la batalla final en que fue muerto Critias.
Allí habrá aprendido Platón, quien se encontraba enfer
Lo más extraño de todo, lo más paradójico, fue lo que luego mo el día en que Sócrates partió de esta vida, todos los por
tuvo lugar, en la democracia restaurada, y que fue el juicio, con
menores de su muerte, para conservarlos en su corazón, hasta
dena y ejecución de Sócrates. A tanto no se habían atrevido los esaibir, tal vez años más tarde, el maravilloso relato de aquellas
oligarcas; y sí lo hicieron, en cambio, los demócratas, y no los del lloras inolvidables.
montón, sino los principales, movidos por Anito, quien con Platón decide así, en la quietud de Mégara o en todo caso poco
Trasíbulo había acaudillado la reacción democrática, y que por después de su regreso a Atenas, dar principio a sus viajes, que
su integridad moral fue de todos respetado, aun por el mismo serán también, junto con la visión de otros países y costumbres,
Platón. una dilatación de su horizonte espiritual. Va a descubrir el
No es éste seguramente el lugar de proceder a una revisión mundo circundante, el del Mediterráneo, desde Egipto hasta la
del proceso judicial de Sócrates, y lo único que nos interesa es Magna Grecia, y el mundo interior de las ideas; pero este últi
procurar darnos cuenta del proceso interior de Platón; de lo mo —recalquémoslo aún— en función de lo que es desde entonces,
que debió sentir al ver que su ciudad condenaba a la última y lo será durante toda su vida, su objetivo principal: la reforma
pena, como lo hacía con los peores criminales, a quien Platón del hombre y del Estado.13 Sus W an derjahre van a ser así la
llama, sin reticencias, el más sabio y el más justo de los hom prolongación de sus L eh rja h re que habían culminado en Atenas
bres.14 Hubo de sentir, por lo pronto, el vértigo que nos produce bajo el magisterio socrático. Ésta es la interpretación de los
la vivencia de lo absurdo; y luego, cuando la reflexión se asen grandes platonistas, como puede verse del siguiente pasaje de
tó en él, cuando pensó, como tuvo que pensar, que el mismo Auguste Diés:
fin habría tenido su maestro en el régimen oligárquico o en “No sería sino una novela la que haríamos si quisiéramos ima
otro cualquiera, le fue forzoso llegar a la conclusión de que la ginar las fechas precisas, las etapas diversas, los acontecimientos
salvación de Atenas no era, en última instancia, cuestión de for exteriores de estos viajes. Pero no haremos sino una hipótesis
mas de gobierno, sino de algo mucho más hondo y radical. No verosímil y casi necesaria si suponemos que Mégara, Egipto, Ci-
era en la constitución política, sino en el alma misma de sus 1ene, fueron, para Platón, las etapas de una reflexión interior,
conciudadanos, que habían perdido tan por completo la percep concurrente con los desplazamientos exteriores. L a evolución de
ción del bien y del mal, donde debía aplicarse el remedio, tal su pensamiento siguió la curva misma de sus viajes, y no le alejó
y como Sócrates lo había enseñado en su vida y refrendado con
su muerte. Y para una reforma de tal envergadura, era menester 15 “ H e is conscious o f h avi n g di scover ed a m et aph ysi cal W orld, t h e k n ow-
l odge o f t h e et er n al for m s an d t h ei r t r u e bei n g. Bu t Pl at o d i d n ot set
o at i n quest of t h i s wor l d. H e set ou t i n quest o f t h e best Stat e, an d on
<’ Bu r v, A H istory o f G r e e c e , Lon d r es, 1959, p. 511.
(bi s quest h e di scover ed t h e Wor l d o f f or m s” . Pau l Fr i ed l ai u l er , P la to ,
F e d ó n , 118 a.
Nu eva Yor k , 1958, I , p. 6.
22 PLATÓN Y SU É P O C A
PLA TÓ N Y SU ÉPO CA 23

de Atenas sino para hacerle volver a ella con una concepción más sacerdote de Amón Ra, era este suceso del día de ayer apenas,
clara de la tarea que allí le esperaba,”16 como si dijéramos. De cualquier modo, cierta o falsa la anéc
Una docena de años aproximadamente: de 388 (Sócrates había dota, hay allí, en aquellas palabras, una admirable descripción
muerto en 399) a 386, fecha de su regreso definitivo, se acepta de la eterna juventud espiritual de los griegos, gracias a la cual
comúnmente que duraron los viajes de Platón por Egipto, Ci- fueron en todo los renovadores del mundo.
rene, Italia meridional y Sicilia, en su primer visita a esta isla. De cualquier modo también, Platón acepta por sí gustosamente
Y subrayamos lo de su “regreso definitivo’’, porque es muy pro la lección que recibió Solón, como se ve por estos pasajes, que
bable la hipótesis, apoyada por Zeller, de que, toda vez que ensamblamos libremente, del T im eo y las L ey es:
Platón no se alejaba de Atenas como un prófugo ni como un “Somos niños en verdad, nosotros los griegos, comparados con
desterrado, sino por su voluntad, bien habrá podido volver a su este pueblo de tradiciones diez veces milenarias. En tanto que
ciudad natal, y estarse en ella el tiempo que le acomodare, entre nosotros no conservamos por mucho tiempo nada de los preciosos
uno y otro desplazamiento a los indicados lugares. Como quiera recuerdos del pasado, en Egipto inscriben y preservan eterna
que haya sido, acompañémosle con la imaginación (que no ex mente en la piedra la sabiduría de los tiempos antiguos. Los
cluye, antes bien supone el apoyo en la historia) por esas esta muros de los templos están cubiertos de inscripciones, y los sacer
ciones de su periplo. dotes tienen siempre ante sus ojos esta herencia divina. De gene
ración en generación se trasmiten, sin la menor alteración, las
cosas sagradas: cantos, danzas, ritmos, ritos, música, pintura,
Viajes desde la edad inmemorial en que los dioses gobernaban el
Egipto, en primer lugar, país heredero de una antiquísima mundo.” 18
sabiduría y fuente legendaria de todas las iniciaciones, tenía que A más de todo esto, que hasta hoy hiere la vista de quien
atraerle poderosamente. A todo hombre culto de aquellos tiem visita lugares como Sakara y Luxor, con el templo de Karnak y
pos, desde luego, pero más aún a quien, como Platón, se ufanaba la necrópolis faraónica del Valle de los Reyes, hay algo que es
de descender de Solón, del cual se decía que a sus andanzas por tal vez lo sobresaliente, y es la absorción de aquella cultura y del
el valle del Ni lo, con todo lo que allí pudo ver y oír, debía en pueblo que la produjo en un problema único, en el gran pro
gran parte aquella admirable sabiduría que hizo de él uno de los blema de la muerte. Desde el faraón hasta el último de sus súbdi
Siete Sabios de Grecia y el mayor legislador de Atenas. Del fondo tos que podían hacerlo, toda su preocupación era la habitación
familiar de tradiciones y consejas que corrían sobre el legendario definitiva de la tumba, antes que la morada transitoria al aire y
personaje, debió extraer Platón la deliciosa anécdota que dejó al sol. Ahora bien, y por más que la cultura helénica haya sido, al
consignada en el T im e o : la conversación que con Solón tuvo un contrario de la egipcia, una cultura no de la muerte sino de la
“viejísimo” sacerdote egipcio, quien apostrofó así a su interlo vida, no por esto dejó de inquietarles a los griegos ¡cuán lejos
cutor: “¡Oh Solón, Solón! Vosotros los griegos sois unos eternos de ello! el mismo gran problema del más allá. En mayor grado
niños, y no hay ningún griego que sea v ie jo .. . Jovenes sois todos aún, o de manera especial, a quien, como miembro del círculo
vosotros por el alma, porque no guardáis en ella ningún saber socrático más íntimo, tendría siempre presente la sentencia que
antiguo de tradición remota, ni ciencia alguna que ostente las Sócrates había pronunciado en su último día: “Filosofar es apren
canas del tiempo”.17 der a morir”. No sólo esto había dicho Sócrates, sino también, y
Esto se lo decía el hierofante egipcio al viajero griego cuando en la misma ocasión, estas palabras que seguramente fueron para
éste pretendía, con juvenil jactancia, revelarle el origen del gé Platón la invitación al viaje en general, y al de Egipto en par
nero humano ton la leyenda de Deucalión y Pirra, sobrevivientes ticular:
del Diluvio y protoparentes de la nueva humanidad. Para el “Grande es la Hélade, Cebes, y no faltan en ella los hombres
de mérito, pero muchos son también los países extranjeros. Bus-
r« i t ícs, P la tó n , i . a g ra n d s c o eu rs, FJai n ar i on , 1930, p. 72.
o 'Vínico ‘j ti. i s T im e o 20 d ss., y L ey e s 656 d ¡>s.
24 PLA TÓ N Y SU ÉPOCA PLATÓN Y SU ÉPO CA 25
cad en ellos, con diligencia, el encantador incomparable cuyos ger Godel, el genio de Imhotep “supo unir los tres temas mayores
exorcismos disipen, en el niño que hay aún en vosotros, el miedo de la muerte, la eternidad y la luz en una sinfonía única”.21
de morir. No ahorréis en esta búsqueda ni trabajo ni dinero, y Una de las lecciones, la primera tal vez, que Platón recibió al
tened por cierto que en nada podréis gastar, más a propósito, meditar en toda aquella historia, tan lejana ya para él como lo
vuestra fortuna.”19 está él mismo de nosotros, pero seguramente con pormenores que
Cuánto tiempo vivió Platón en Egipto y en qué lugares, no lo se perdieron luego irrevocablemente, habrá sido la de que sí era
sabemos con exactitud; pero la tradición constante en la anti posible la realización del sueño— que desde entonces traería ya
güedad, por lo primero, es que fueron varios años, y por lo se en su mente— del filósofo-rey o del rey-filósofo, o por lo menos,
gundo, que su morada más larga y predilecta fue en la ciudad cuando no se diere la concurrencia de ambos caracteres en la mis
sagrada de Heliópolis. Tres siglos más tarde todavía, según el ma persona, el poder efectivo del sabio con el beneplácito regio,
testimonio de Estrabón,20 quien afirma haber estado allí, se mos que era puntualmente lo que se había dado entre Imhotep y
traba aún a los visitantes, en los edificios destinados al alojamien su soberano. Antes que Platón conociera personalmente a Ar
to de los sacerdotes, las cámaras que ocuparon Platón y Eudoxio quitas de Tarento, el otro caso ejemplar de lo mismo, tenía ya
de Cnido, el gran astrónomo que fue después su colega en la en la historia una confirmación esplendente de su gran ilusión.
Academia, y quien parece haberle acompañado en aquel viaje. Sin tener de nuestra parte la pretensión, que sería ridicula,
Nada queda hoy desgraciadamente de la antigua Heliópolis de hacer por nuestra cuenta el inventario de la riqueza espiritual
(en la actualidad una simple zona residencial del C airo), como que Platón llevó consigo, por toda su vida, después de su perma
para darnos ciertos elementos imaginativos del ambiente que ro nencia en Egipto, sí podemos permitirnos ciertas observaciones,
deó a Platón; pero este vacío lo compensa ampliamente la admi con fundamento en las alusiones explícitas o implícitas a aquel
rable zona arqueológica de Memfis, distante de Heliópolis a país, que encontramos en tantos diálogos platónicos, como el
cosa de treinta kilómetros, y que seguramente habrá visitado F ed ó n , el F ed ro , el G orgias, la R ep ú b lica y las Leyes.
Platón. De H elió p o lis, en primer lugar, si no recibió Platón la ido
Ahora bien, parece que había una cierta unidad estilís latría solar —¡ni cómo podía ser, con la espiritualidad tan alta
tica entre ambas ciudades, por haber dirigido la construcción de su religión más íntimal—, sí en cambio, con toda probabili
de sus principales pirámides y templos el mismo personaje: dad,22 la imaginería correspondiente, las metáforas de la solari-
Imhotep, sabio y político, arquitecto y gran visir del faraón Dje- dad, que encontramos en los libros vi y vn de la R ep ú b lica , en la
ser-Neterkhet. Todo esto se llevó a cabo —y estos personajes alegoría de la caverna y en la Idea del Bien, que es, sin duda
florecieron— hacia el año 2800 antes de nuestra era, durante la alguna, la cumbre de la filosofía platónica. Dios no es, para
tercera dinastía memfita, fundada por Djeser. Estas obras gran Platón, el Sol, a buen seguro, pero como le es forzoso acudir a
diosas, de las que nos han quedado por lo menos la pirámide y símiles sensibles para declarar lo inefable, no se le ocurre nada
el templo funeral de Sakara, son anteriores en más de un siglo mejor que llamar a la Idea del Bien (que es Dios mismo) el rol
a la Gran Esfinge y las tres conocidas pirámides de Keops, Kefrén del mundo inteligible. Y es también un recuerdo de los obeliscos
y Mikerinos, obra de la cuarta dinastía. que habrá visto en Heliópolis y en Memfis, la verticalidad de la
Todavía veinticinco siglos después, al llegar Platón por allí, ascensión que emprenden los prisioneros de la Caverna, hacia la
podía verse en todo su esplendor la ciudad a la que Imhotep, que luz difusa en primer término, para poder al fin ver el sol cara a
era igualmente el Gran Sacerdote del Sol (Amón Ra), impuso por cara, como desde la punta del obelisco.
ello el nombre de Heliópolis: la Ciudad del Sol, encarnación La más profunda huella tal vez, a nuestro modo de ver, que
plástica del principio luminoso que los egipcios adoraban como dejó Egipto en Platón, fue la contemplación de un orden eterno
la divinidad suprema. En ella, según el justo comentario de Ro- de justicia, vigente tanto en el universo como en la ciudad hu-

J» F e d ó n , 77 e-78 a. 21 R. God el , P la tó n á H é lio p o lis d ’E g y p le , Par ís, 1956, p. 22.


29 X V I I , 29. 22 Es l a hi pót esi s, p o r ej em pl o, d e God el , o p . c it., p . 48.
26 PLATÓN Y SU ÉPOCA PLATÓN Y SU ÉPOCA 27
mana y en el alma individual, en este mundo y en el otro, donde L a m u erte está hoy ante m i
imperaba Osiris, el juez irreprochable de los muertos.23 Por dife co m o el p erfu m e d el incien so;
rente que pueda ser, en sus matices, la concepción de este orden com o e l rep oso a l a brig o d e la tienda en un dia d e gran viento.
en la filosofía platónica, nos parece innegable la concordancia
radical. L a m uerte está hoy an te m i
Por otra parte, y en lo que se refiere ya no a su filosofía co m o el p erfu m e d e los lirios;
objetivamente considerada, como cuerpo doctrinal, sino a los com o el reposo en la orilla d e un país d e em briaguez.
hábitos de su filosofar, pensamos igualmente que Platón habrá
L a m u erte está hoy an te m i
aprendido de los sacerdotes heliopolitanos —o que le habrán
com o e l fin d e la tem p estad ;
confirmado en lo que ya le habría enseñado su maestro Sócrates—
que el pensamiento es un ensimismamiento, un “diálogo inte com o e l retorn o a casa después d e una ex p ed ición .
rior y silencioso del alma consigo misma”.24 Y este diálogo, en L a m u erte está hoy an te m i
fin, habrá tenido frecuentemente por materia el gran tema de com o cu an do el cielo se descu bre;
la muerte. En ninguna parte como en Egipto le fue posible a com o cu an do se va d e caza a un país desconocido.
Platón entregarse a la m ed itatio m ortis, la cual debía ser, según
el magisterio socrático, el ejercicio predilecto del filósofo. Día L a m uerte está hoy ante m i
por día, a través de los miles de años de la historia egipcia, en com o el deseo qu e tiene el h o m b re d e volver a su patria
cada despuntar del sol y anticipando su declinio, el sacerdote después d e m uchos años d e cautiverio.
evocaba el análogo curso de la vida humana y su destino últi
mo, con estas palabras: De Egipto pasó Platón a Cirene, atraído esta vez por la fama
del insigne matemático y astrónomo Teodoro, en cuya compa
E l alm a — B a — se en cam in a a l sitio qu e le es fam iliar, ñía pasó algún tiempo también, aunque no tan largo, según
ten, pues, cu idado de tu m orada d e occiden te, y se cree, como en el Valle del Nilo. De allí, por último, se tras
em b ellece tu lugar en la n ecróp olis ladó a la Italia meridional y a Sicilia. Reservando, según dijimos,
p o r la rectitu d y la práctica d e la justicia, la narración de estos viajes para un capítulo posterior, nos limi
en la cual d e b e apoyarse e l corazón d el hom bre. taremos por ahora a decir que lo que buscaba esta vez Platón,
en la Magna Greda, era un conocimiento a fondo del pitagorismo
Muchos himnos como éste había en el L ib r o d e los M uertos; en todos sus múltiples y complejos aspectos: las matemáticas,
y como no podemos dejar de imaginar que Platón los habrá tanto como saber formal como en cuanto mística del número y
oído o recitado, no resistimos a la tentación de copiar algo del la armonía, y finalmente en el aspecto político, encarnado toda
siguiente: vía en aquella época en la gran figura de Arquitas de Tarento.
Por ayunos que estemos hoy de pormenores, que tanto nos
L a m uerte está hoy an te m i deleitarían, de todos estos viajes de Platón, los pocos que de ellos
com o la salud d el en ferm o ; tenemos son suficientes para revelarnos las direcciones funda
com o la salida a l aire libre después del con fin am ien to. mentales de su espíritu. Místico y filósofo tanto como matemá
tico y político, todo esto fue Platón, tan absorto en la vida
23 D i st r i bu yen do pr em i os y cast i gos en l a ot r a vi d a, según l a con du ct a de ultratumba o en la contemplación del mundo inteligible,
per son al de cad a u n o en l a vi d a t er r est r e, vem os a Osi r i s en l as i m ágen es como en esta otra vida terrestre, activa y ciudadana. En perpe
l api d ar i as d e l as t um bas egi pci as; y n o es posi bl e qu e Pl at ón no las h aya tua tensión de todos estos requerimientos estuvo siempre su
r ecor dado al i n t r od u ci r est a m i sm a i dea de l a j u st i ci a d e u l t r at u m ba en
el m i t o d el i n f i er n o q u e t r azó en el G orgias.
alma, y para satisfacerlos hizo su periplo mediterráneo, por
2i S ofista 263 e: ó n ev évr óg Tfjg ,1Qi>; aér i yv bitú -oyaz cÍv ed los lugares o en procura de los hombres que pudieran darle tan
t pcovr j;. . . variado saber. No la amorfa polimatía de los sofistas, sino la
PLATÓN Y SU ÉPOCA 29
28 PLA TÓ N Y SU ÉPOCA
de todo esto no había el menor precedente, y en esto fue Pla
sabiduría vertebrada y arquitectónica. Con ella volvió Platón,
tón, tanto o más que en su filosofía, creador absoluto. Si su ge
hacia el año 386 antes de Cristo, para dar principio, en su ciu
nio de organizador pudo fracasar en la constitución del Estado
dad natal, a un magisterio que, interrumpido apenas por sus
ideal, se manifestó en cambio, con absoluta plenitud, en la fun
infortunados viajes a Sicilia, duró aproximadamente cuarenta
dación de la primera Universidad del mundo.
años, hasta el día de su muerte.
Esto fue exactamente, sin el nombre apenas,25 la Academia
platónica: la organización metódica, en su doble aspecto de in
L a A cadem ia platón ica vestigación y docencia, del saber superior. “Lo que es el Estado
en el orden político —decía Newman— esto es la Universidad en
La calle más elegante de Atenas, en aquellos tiempos, se lla el orden de la sabiduría y de la ciencia: el poder soberano
maba el D rom os (el C orso de los italianos o la Carrera de los que protege y coordina todo saber”. En su tiempo lo fue, para
españoles), y remataba en la Doble Puerta (D ipylon), que abría
Atenas y la Grecia entera, la institución fundada por Platón, y
el camino hacia Eleusis. A la vera de él, una milla más o menos
no sólo en su tiempo, ya que la Academia platónica, aunque
de distancia de Atenas, en una propiedad con casa y jardín,
con mayor o menor prestigio, continuó existiendo como tal
que se encontraba bajo la advocación tutelar del héroe Acade- hasta el año 549 de nuestra era, cuando el emperador Justiniano
mo, fundó Platón la escuela que, por esta circunstancia, reci
ordenó la clausura de las escuelas de Atenas. Nueve siglos en
bió el nombre de Academia. Si con el tiempo, y hasta nuestros
números redondos, desde el año 386 antes de Cristo, o sea una
días, pasó a designarse con la misma voz todo centro corpora
duración que no ha sido alcanzada aún por las más antiguas
tivo de una enseñanza o investigación superior, fue debido tanto
universidades de Europa. Su historia, además, la conocemos tan
a la novedad de la institución como a su dilatada duración, y
bien, o poco menos, como la historia de la Sorbona, por ejem
de una y otra cosa conviene hacernos cargo.
plo. Tenemos la lista de todos sus rectores, llamados escolarcas,
Si hoy no reparamos ya debidamente en lo primero, es jus a partir del segundo: Espeusipo, el sobrino de Platón, a quien
to en razón de que nuestras instituciones educativas son co
éste encomendó, antes de morir, la jefatura de la escuela.
pia, en términos generales, de la Academia platónica, y tomamos
Podemos imaginarnos la Academia platónica, según lo hace
el modelo, en fuerza precisamente de la costumbre, como algo
Friedlander,24 como una composición de pitagorismo y socra-
dado de suyo, impuesto por la naturaleza de las cosas. Pero re
tismo. Es de creerse que Platón habrá podido visitar algunas
flexionemos nada más en que nunca hasta entonces había asu
comunidades pitagóricas que quedarían aún en el sur de Italia
mido la educación superior (aunque los pedagogos de primeras
después de la tragedia de Crotona, y de cualquier modo, el he
letras hayan podido tal vez tener escuelas como las de ahora)
cho es que tuvo siempre la mayor admiración por Pitágoras, a
esa forma corporativa, organizada, sedentaria, con distribución
quien llama el “líder de la educación” : rjYEptwv Trjg t o u SeIok;. A
de cursos y materias y todo lo demás, que imprimió Platón en
sus discípulos, en efecto, había comunicado Pitágoras no sólo el
su Academia. Hasta allí, la filosofía se había trasmitido o bien
saber formal, sino una religión, y en todo caso un “estilo de
por escritores y poetas solitarios, como Heráclito, Parméni-
vida”, el llamado, por sus sucesores, TtuOayópaog -rpó-rcor toü píou.
tles o Xenófanes, o por egregios vagabundos, como lo fueron
Y si comparamos ahora la escuela pitagórica con la escuela pla
Anaxágoras y los grandes sofistas (Hipias, Protágoras, Gorgias),
tónica, vemos cómo en ésta también, no menos que en aqué
o en comunidades de carácter místico-esotérico, como los pita
lla, la formación moral, religiosa y política ocupa un lugar tan
góricos, o ya en fin —y era el ejemplo más reciente— en la calle
importante por lo menos como la formación intelectual. En una
o en los gimnasios, en un vagabundeo ciudadano esta vez y
y otra, además, no se vende el saber, como lo hacían los sofistas,
sin la menor formalidad, como lo había hecho Sócrates. Pero
sino que la escuela se sostiene con contribuciones voluntarias de
una comunidad laica, por más que se rindiera el debido culto
a los dioses, al héroe tutelar Academo y a las Musas (y por esto 25 El n om br e de ít avej t u m ¡p.i ov (Un i ver si d ad ) es del gr i ego m oder n o, y
la Academia fue también el primer pouffEÍov), organizada para la n o se en cuen t r a p ar a n ada en l a l en gu a cl ási ca.
conquista metódica y racional del saber en todos sus aspectos, 2« P la to , I , 90.
30 PLA TÓ N Y SU ÉPOCA PLATÓN Y SU ÉPOCA 31
sus miembros o de extraños, particulares u hombres de Estado. lia é}x>ca, para hacer carrera y fortuna. La Academia, por el
En ciertas ocasiones llegaron a ser muy cuantiosas, pero no por contrario, era ante todo una organización del saber por el saber
esto dejaron de aceptarse. como único afán, y como su adquisición no era nunca total,
L a comunidad platónica, no obstante, difería profundamente sino siempre perfectible, bien podía uno quedarse allí indefi
de la pitagórica en el hecho fundamental de estar permeada del nidamente, y sobre todo si con el tiempo pasaba a ser también
espíritu socrático, de aquella simplicidad y falta de hinchazón, maestro de las nuevas generaciones, y colaborador, ya no preci
merced a cuyas cualidades, según dice Plutarco, pudo Sócrates samente discípulo, del escolarca. Fue el caso seguramente de
“humanizar” la filosofía.27 Sin mengua de la veneración que en miembros tan ilustres de la Academia como Eudoxio de Cnido
una y otra comunidad se tenía por el maestro, y que en ocasio y Aristóteles de Estagira, el cual estuvo allí veinte años, de los
nes podía confinar con la apoteosis, el Ip se dixit (Atho; ítpa) 18 a los 38 de su edad, y no es de creer que este genio incom
de los pitagóricos no fue jamás en la Academia la suprema ins parable, por más que su maestro fuera otro igual, haya sido, en
tancia dirimente, sino la razón, el lógos de la evidencia intelec tan amplio lapso de tiempo, simple discípulo de Platón, sino
tual. Así lo había mantenido Sócrates hasta el momento supre antes bien su colaborador más egregio, y también —¿por qué
mo: la “obediencia a la razón”, antes que a nada ni a nadie, no?— su opositor doctrinal. Todo induce a pensar, en efecto,
según lo dejó Platón consignado en sus Diálogos, sobre tocio en que desde aquellos años de convivencia cotidiana entre los dos
el Critón. filósofos, Aristóteles habrá madurado su propia posición frente
El espíritu socrático únicamente —lo más importante, por lo a la teoría platónica de las ideas, el punto de discrepancia radi
demás— era lo que había trascendido a la Academia, y no los cal, y que las objeciones que a sí mismo se plantea Platón, en
hábitos exteriores, en los cuales Platón, simplemente por su diálogos como el P arm énides, no son sino el eco de la polémica,
linaje, tenía que ser tan diferente de su maestro. Al contrario muy amistosa tal vez pero muy viva ciertamente, librada entre
exactamente de lo que hiciera Aristófanes con Sócrates y su aquellos gigantes de la filosofía. En el curso de aquellas discu
círculo, al exhibirlos en su comedia como mendigos o poco me siones, con toda probabilidad, habrá lanzado Aristóteles el gen
nos, los poetas cómicos que satirizaron la Academia: Efipo, An- til desafío que luego pasó a la posteridad como el A m icus P lato,
tífanes y otros, presentan a los platónicos como gentes finas y sed m agis am ica veritas,25
requintadas en su atuendo y en sus maneras, con elegantes san Otro aspecto muy interesante de la Academia platónica, y
dalias, mantos y bastones. Por último, y como otra nota diferen- que ha recibido diversas interpretaciones, es el de su proyección
ciadora del estado llano que fue la comunidad socrática, seña política. Hay quienes llegan a pensar que, por más que la en
lemos la división de clases, digámoslo así, que no tardó en señanza fuera allí de un nivel filosófico incomparablemente más
establecerse en la Academia, entre los “jóvenes” (vcavúncot.) y alto que con los sofistas, el designio final era exactamente el
los "ancianos” o "mayores” (upEcrpú-rEpoi,), y por encima de todos mismo: la capacitación del alumno para lanzarse a la arena
el “escolarca” (o'xoXápxTi;). política y a la conquista del poder. De nuestra parte no cree
Todo esto sucedió no tanto porque Platón lo hubiera impues mos que pueda sostenerse con tal simplismo esta equiparación,
to así desde el principio en su incipiente escuela, sino por el pues estamos convencidos de que el impulso fundamental o
curso natural de los acontecimientos. La Academia, en efecto, primer móvil era en un caso el afán de saber, y en el otro la
no era un centro de educación profesional, como las actuales ambición de poder. Pero una vez hecha esta distinción, no es
facultades universitarias, a donde se va para sacar un título
cualquiera con que ganarse la vida; y que era también, más o 23 No se h al l a con estas pal abr as en los escr i t os ar i st ot él i cos: per o segu­
menos, lo que buscaba la juventud ateniense al ponerse bajo la r am ent e q u e aqu el l a sen t enci a debi ó t om ar se, com o u n a gl osa f i el , del p a­
dirección de un sofista, cuyo título profesional, el que expedían saje de la É tica n ic o m a q u e a donde di ce Ar i st ót el es que se le h ace m uy
t uest a ar r i ba opon er se a l a t eor ía d e l as i deas, p o r ser sus defensor es am i ­
estos profesores, era la “retórica", instrumento único, en aque- gos suyos; per o qu e, si éndol e i gu al m en t e qu er i d as l a ver d ad y l a am i st ad,
consi der a com o un deber sagr ado d ar l a pr efer en ci a a l a ver d ad : ápqi ot v
2T D e g en io S ocratis, 12: Y«0 ovTOiv tpD.O'v ociiov n p o r q i av r q v ál .r jOf.iuv. E. N . 1096 a 17.
32 PLA TÓ N V SU ÉPO CA
PLATÓN y SU ÉPOCA 33
menos indudable que la Academia no se desinteresó jamás,
dad que es posible a los hombres que han alcanzado la fe
sobre toda en vida de Platón, de la cosa pública, y que sus
licidad.”29
miembros, sin excluir a su ilustre fundador, estuvieron siempre
La conversión de Hermias a la filosofía fue sincera y efec
prontos a participar en la reforma u organización de éste o
tiva. Desde luego, mitigó su tiranía en la nueva constitución
aquel Estado, con dignidad en general y más como consejeros
que dio a su pueblo, y en la cual, según dice Jaeger,30 pueden
que como actores, aunque a veces fueron gente aventurera o
reconocerse las ideas de Platón. Con Pitias, la hija de Hermias,
adocenada, como los que acompañaron a Dion de Siracusa en la
acabó por casarse, andando el tiempo, Aristóteles.
expedición de que después hablaremos. Entre los hechos prin
Lo principal de la Academia platónica, no obstante, y su ma
cipales que reflejan la influencia o actividad, o simplemente el
yor ejemplaridad, no fue su actividad ad extra, sino a d intra, el
prestigio político de la Academia y de sus miembros, citaremos
filosofar como tal, que Platón concibió y practicó, con sus dis
los siguientes.
cípulos y compañeros, como la convivencia entre amigos, con el
Platón mismo, ante todo, fue invitado por los cirenaicos para
fin de descubrir la verdad como fruto del esfuerzo común. Es
darles una legislación. Declinó este convite, como también otro
lo que declara Platón en la famosa "digresión filosófica” de la
semejante que le hicieron de Megalópolis, aunque esta vez
Carta vil, en la cual, por más que lo diga a propósito de las
envió allí a uno de sus discípulos, Aristónimo. A Elis, de donde
intemperancias filosóficas de Dionisio el joven, no hace el filó
le hicieron el mismo pedido, despachó a su ‘‘colega” Foraño,
sofo sino reflejar su experiencia personal en la Academia y sus
quien parece haber modificado la oligarquía extrema que en
métodos de trabajo. Después de decir que la ciencia del objeto
aquella ciudad imperaba. Al rey Perdicas de Macedonia, a su
“verdaderamente inteligible y real” no se encuentra ni en el
vez, le envió a Eufreo, quien exhortó a la corte a "estudiar geo
nombre, ni en la definición, ni en la percepción sensible, pero
metría y filosofía”, sin mayores consecuencias, al parecer, en
que sí hay que pasar por todas estas etapas, concluye de este
el régimen político. Otros dos académicos: Coriseo y Erasto, dis
modo: “No es sino cuando se han frotado penosamente los unos
cípulos igualmente de Platón, fueron enviados a Assos, en Eolia
contra los otros: nombres, definiciones, percepciones de la vista
(Asia m enor), donde establecieron estrechos vínculos con Her-
e impresiones de los sentidos; cuando todo se ha discutido en
mias, tirano de Atarneo. Sobre esta misión poseemos un inte
discusiones amistosas, en que la envidia no dicta ni las pregun
resante documento, la Carta vi de Platón, en que su autor pon
tas ni las respuestas, cuando viene a brillar la luz de la sabidu
dera las ventajas recíprocas que los tres: Hermias, Erasto y ría y de la inteligencia con toda la intensidad que pueden so
Coriseo, derivarán de su asociación; el primero la posesión de portar las fuerzas humanas”.31 “Y por esto —agrega a renglón
"amigos seguros y de alma sana”, lo que vale “más que la mul seguido— todo hombre serio se guardará mucho de tratar por
titud de caballos y las alianzas militares”, y los académicos, a escrito cuestiones serias, y de entregar así sus pensamientos a la
su vez, adquirirán, junto a Hermias, la ciencia de saber cómo envidia y a la incomprensión de la masa.”
defenderse de los injustos y malvados; ciencia que no pudieron Mucho quehacer han dado a los exegetas estas palabras, y
aprender “en su convivencia con nosotros, que somos gente tran
fue, por cierto, uno de los motivos de que, en cierta época, se
quila y sin malicia”. L a epístola, dirigida conjuntamente a Her impugnara la autenticidad de la Carta vn, cuando se pregun
mias, Erasto y Coriseo, termina con este bello párrafo: taban aquéllos cómo era posible que desaconsejara escribir de
"Esta carta tenéis que leerla los tres juntos siempre que fuere filosofía, “cuestión seria” por excelencia, quien se había pasado
posible, o de dos en dos lo más frecuentemente que podáis. T e
nedla como una fórmula de juramento y como una convención
29 C arta vi , 32 3d. Po r m ás q u e l a au t or ía pl at ón i ca de est a car t a no
con fuerza de ley, por la que podréis jurar en serio y en broma,
esté t an sól i dam en t e est abl eci da com o l a de l as dos si gui en t es: vn y vut ,
por ser la broma hermana de la seriedad. Y cuando lo hiciéreis, ad m i t en su au t en t i ci d ad fi l ól ogos t an r espet abl es com o VVi l am owi t z, Sou i l h é
tomad por testigo a Dios, amo de todas las cosas presentes y fu y H owal d . El p ár r af o ci t ad o r espon de, adem ás, a l a t eol ogía p l at ón i ca de
turas, y padre y señor de toda autoridad y toda causa, al cual, las le y e s .
si filosofamos verdaderamente, conoceremos con toda la clari so A ristotle, p. n . p
si C arta V i l . 3.14 b.
34 PLA TÓ N Y SU ÉPO CA

la vida escribiendo sobre estos temas. A esto se han dado mu


chas respuestas, y la más obvia parece ser la de que Platón en
su vejez, harto de días y de desengaños, pudo considerar del II. PLATÓN Y SICILIA
todo inútil lo que él mismo había escrito, ya que la Carta v i i
es expresión de su profundo desencanto después de la trágica Los tres viajes de Platón a Sicilia, según dijimos antes, deben
experiencia siciliana. Mas por otra parte (y de aquí se ha de considerarse aparte de los demás que hizo el filósofo en el curso
rivado precisamente un argumento en favor de la autenticidad de su vida, porque representan una experiencia vital o ciclo
de la carta), Platón había dejado consignado muchos años an único de incalculable trascendencia en el destino personal de Pla
tes, en el F ed ro , el mismo pensamiento, al decir que todo tón ante todo, y necesariamente, por ende, en su filosofía. Son
cuanto se escribe es apenas por “divertimiento”, pero que tra estos viajes, además, por sus peripecias y por los muchos y ex
tar en serio de comunicar la verdad por escrito, es como “es traordinarios personajes que en ellos intervinieron, de gran
cribir o sembrar en el agua, en el agua negra de la tinta”.32 Y colorido y dramatismo. De la vida de Platón, por último, es este
líneas arriba se nos dice que “del discurso viviente y animado, amplio episodio el que cuenta con la más rica literatura, en la
que se inscribe en el alma, no es el discurso escrito sino un que sobresale el relato autobiográfico del personaje central. Nin
simulacro”. guna otra de las andanzas de su vida, fuera de ésta, parece ha
Es clara la doctrina, a nuestro parecer, y perfectamente con berla consignado Platón, por escrito, en una confesión personal.
cordante en todos estos textos, aunque expresada tal vez con Con esto damos bien a entender que, siguiendo a la crítica
mayor acritud, por la amargura de la vejez, en la Carta vil. Nada moderna en lo que puede hoy considerarse su parecer unánime,
impide escribir lo que se quiera y de lo que se quiera por “di tomamos aquí como fuente principalísima, de reconocida auten
vertimiento” o “pasatiempo” (naiSidt), y con esta intención pudo ticidad, la famosa Carta vn de Platón, al lado de las Vidas
Platón haber escrito sus diálogos —¿quién se lo impedía?—, y de de Dion de Siracusa, escritas por Cornelio Nepote y por Plutarco.
estos divertimientos se ha nutrido, durante veinticuatro siglos, No es éste el lugar de historiar las vicisitudes por que ha pasado
para su educación, la humanidad pensadora.33 Por algo escogió la critica de las cartas platónicas. Para nuestro propósito actual,
Platón esta forma de diálogo, que rehuye el aire profesoral, pues baste decir que después de haber sido tenidas, en el siglo pasado,
lo que refleja, cuando es un diálogo auténtico y no un tratado todas las cartas como apócrifas (así llegó a afirmarlo Zeller,
disfrazado de diálogo, no es el magisterio del saber, sino su in después de Karsten), no tardó en sobrevenir la reacción en fa
vestigación. Lo escrito está bien para poner en movimiento el vor de su autenticidad, de algunas por lo menos, como resulta
espíritu, pero la sabiduría es un fruto vital y no un conjunto de do de las investigaciones estilísticas de Campbell, que mostra
textos escritos. Esto es el platonismo, y así debió entenderse ron la similitud de lenguaje entre ciertas Cartas y ciertos Diá
en la Academia; no que se tuviera una doctrina esotérica distinta logos.
de la exotérica que aparecía en los diálogos escritos, sino simple En el peor de los casos, según observaba John Burnet, o
mente que la filosofía es asunto de trabajo personal y en común, sea en el de que las cartas no fueran de autoría platónica, el
y la palabra hablada —cosa que ya no entendemos en nuestra dialecto ático en que están escritas demuestra que su autor tuvo
edad libresca—, más eficaz que la escrita. que ser forzosamente algún contemporáneo de Platón. Fue por
En la Academia transcurrió la vida de Platón hasta el fin, sal este camino, en suma, por el que los grandes platonizantes de
vo los intermedios de los viajes sicilianos, que merecen capítulo este siglo: Apelt, Christ, Adam, Ritter, Wilamowitz (quien
aparte. tuvo la honestidad de retractarse de su primer dictamen, que
concordaba con el de Zeller), llegaron a la conclusión de que
si bien no todas las cartas pueden tal vez considerarse como
auténticas, sí lo son, incuestionablemente, por lo menos la sép
32 F e d r o , 276 c. tima y la octava, las cuales, como anota Souilhé, son, en suma,
»3 En ef i di om a en . q u e escr i bi ó Pl at ón , h ay apen as u n a l i ger fsi m a va­
r i an t e ver bal en t r e "d i ver t i m i en t o ” y "ed u caci ó n ” : n u i Si ú -i t at óeía.
“las más importantes; las que presentan mayor interés para el
[35]
36 PLATÓN Y SIC ILIA PLA TÓ N Y SIC IL IA 37
conocimiento de Platón y de su carácter, métodos y doctrina ’.12 dios años, la fortaleza del helenismo, en el mejor sentido del
Concedido, desde luego, que en esas cartas hay ciertos elemen término, en la Magna Grecia.
tos, sobre todo desahogos tetnperamentales, que no se encuen Arquitas, además, por sus cualidades personales de estadista
tran por lo común (pues tampoco están excluidos en abso y matemático, como cumplido pitagórico, parece haber sido
luto) en los Diálogos; pero esto no es una razón para tener esas realmente un personaje extraordinario. Por siete veces, y no
expresiones por “indignas” de Platón, antes bien es una con obstante estar prohibida la reelección por la constitución de
firmación más de que nos las habernos con un hombre de Tarento, gobernó su ciudad natal como strategós a a to crá to r,
cante y hueso, y no con un “pensador”, así restrictivamente, ni más ni menos que Pericles, y como él también, con la auto
en todos los momentos de su vida. Cicerón, Cornelio Nepote y ridad absoluta que le daba no la fuerza, sino su sabiduría.
Plutarco, que fueron tipos muy “distinguidos”, no se arredra Cualesquiera que hayan sido las circunstancias concretas
ron en lo más mínimo por esas cosas para tener todos ellos por que llevaron a Platón, en el curso de sus peregrinaciones, a
auténtica, como la tuvieron, la Carta va. Por lo demás, no hacer su visita a Tarento y a su esclarecido gobernante, los
deja de ser extraño cómo estos críticos modernos, después de motivos psicológicos, por todo lo que sabemos de Platón, son
hacerle ascos al lenguaje de la Carta, en lo que tiene de más bien patentes. Le hostigaría, por una parte, el deseo de entrar
privativamente personal, pasan por alto, al parecer, la famosa en contacto vital, en sus últimos representantes, con el pensa
“digresión filosófica”,- que es por cierto algo de lo más alto miento órfico-pitagórico, en el que entraban tanto la ciencia
que Platón escribió, y en perfecta armonía, como lo mostra como el misticismo, y que, por su creencia en la inmortalidad
remos en su lugar, con sus más profundas concepciones. Y del alma, respondía tan bien a los anhelos ultraterrenos o de
después de ésta que podríamos, a nuestra vez, llamar la digre pura espiritualidad que le animaron durante toda su vida.
sión filológica, entremos de lleno en los viajes sicilianos de Y en segundo lugar, por el lado de la vida activa, de la política
Platón. —digámoslo sin reticencias— que estuvo igualmente, y con la
misma fuerza, en el ideario y la preocupación de Platón, parece
P rim er viaje indudable que éste creyó ver, en Arquitas de Tarento y en la
ciudad por él administrada, la realización de su gran sueño;
Suele ubicarse, cronológicamente, hacia el año de 387, cuantío la conjunción o alianza entre sabiduría y poder, la única que
Platón, por tanto, andaría por la cuarentena. A dicho de Cor hará posible la felicidad de la ciudad temporal.
nelio Nepote,3 la ocasión del viaje fue la visita que Platón hacía Que todo lo anterior está muy lejos ele ser lucubraciones nues
por entonces a Arquitas de Tárenlo, tras, nada lo demuestra mejor que la confesión del mismo
En esta ciudad, edificada alrededor de la antigua ciudade Platón, cuando nos dice que: “Con este pensamiento llegué
la de Taras, en el extremo sur de Italia, allí donde el Mar a Italia y a Sicilia cuando fui allá por la primera vez.” 4 ¿De
Jónico baña el talón de la bota, habían encontrado su princi qué pensamiento se trata? Pues sencillamente del que, en las
pal refugio los miembros que quedaron de la comunidad pi líneas inmediatamente anteriores de su epístola, estampa el
tagórica, después de la matanza de sus jefes en Crotona, una filósofo en estas palabras:
de las tragedias más estremecedoras del mundo antiguo. A la “No cesarán los males para el género humano mientras no
austera disciplina del pitagorismo atribuyen los historiadores llegue al poder político la raza de los puros y auténticos fi
el que Tarento no haya sucumbido, como su vecina Síbaris, lósofos, o mientras los que tienen el poder en las ciudades,
a la sensualidad y la indolencia. Por el contrario, fue, por mu- movidos de una gracia divina, no se pongan seriamente a filo
sofar.” 5
1 Pl at ón , O eu v res c o m p lete s, ed. L e s lie llc s L ettres, Par ís, 1926, t. M i.
iere p a r tie , p . M I .
2 C a rta V H , 342 a-344 d. < C arta V I I , 326 b.
s D io n , 3: " . . . c u í n Pl al on cm Tar en t u m veni sse f am a i n Si ci l i am cssi.t 3 Con li ger as var i an t es ver bales, r epr od u ce el m ism o pen sam i en t o el céle­
p crla ta . . . ” bre p asaje de l ,a R e p ú b lic a (V, 473 d), don de i gu al m en t e post u la Pl at ón la
PLA TÓ N Y S IC IL IA 39
38 PLA TÓ N Y SIC ILIA

Platón) supieron atraer a la corte siracusana a los mayores ta


Hoy son éstos, si podemos decirlo así, lugares comunes del
platonismo; y al pensamiento en ellos contenido se le mira lentos de la época. Huéspedes de Hierón, en efecto, fueron Es
comúnmente como un sueño generoso, pero de cumplimiento quilo (cuya tragedia L o s Persas fue representada en Siracusa),
imposible. Mas en aquel momento tenía toda la fuerza de la Píndaro, Simónides y Baquílides.
Después de muchas vicisitudes que no es preciso mencionar,
aurora; la intrepidez de aquella filosofía —Platón no era por
cierto el caso único— para la cual todo en absoluto: el universo Siracusa llegó inclusive a ser victoriosa de Atenas, en la guerra
del Peloponeso, gracias desde luego a la ayuda de Esparta, pero
y la vida humana, podía someterse de algún modo a cánones ra
cionales. Fue el día en que, como decía Ortega y Gasset, “los también a la energía de su defensor Hermócrates. Este Her-
mócrates fue luego desterrado al restablecerse en Siracusa la
griegos se volvieron locos con la razón”.
Con todo esto, bueno será tener en cuenta, sin embargo, la democracia, pero muy pronto se añoró su presencia, ya que,
importante restricción, hecha por Platón mismo, de que la apa imperando el régimen democrático, Cartago, el enemigo heredi
rición del rey-filósofo, o del filósofo-rey, caso de darse alguna tario, volvió de nuevo sobre la isla, destruyó Sel inunte e Hi-
vez, no podrá ser sin una especial gracia, favor o dispensación mera, y se apoderó de Agrigento. Hermócrates, entonces, des
divina: 0eía qoípa, según dice el filósofo. No lo remitía, pues, pués de haber combatido con sus propios recursos a los car
todo, ni mucho menos, al arbitrio de la educación, sino que tagineses, encontró la muerte al intentar volver a Siracusa por
comprendía muy bien que, en última instancia, dependía todo la fuerza; y fue en ese momento cuando uno de sus jóvenes
del querer divino.6 lugartenientes, Dionisio, se hizo nombrar estratego, y después
Si Platón encontró o no en Arquitas aquella soñada coinci estratego único, hasta acabar finalmente por concentrar en su
dencia, no lo dice en ninguna parte. Lo seguro es que, cuan persona todo el poder.
do de Tarento pasó a Siracusa, sabía muy bien que iba a en En el año 387, cuando le visitó Platón, llevaría Dionisio al
contrarse con un iefe de Estado: Dionisio I, en quien la filo rededor de diecisiete años de tiranía, durante los cuales había
sofía no había hecho hasta entonces ninguna mella, pero que acabado por relegar a los cartagineses a la extremidad occiden
era, con todo, una personalidad extraordinaria. Para compren tal de Sicilia; había puesto la isla, casi en su totalidad, bajo
derla, ubiquémosla en su momento histórico y en la tierra que la dependencia de Siracusa, y había extendido sus conquistas
fue el teatro de su acción. hasta la Italia meridional. ¥ fue precisamente en este cénit
Dionisio I, o Dionisio el Viejo, es la culminación de una de su prestigio cuando Dion, el joven cuñado de Dionisio, y
serie de brillantes tiranos de Siracusa, a los que, después de que era, no obstante su temprana edad, algo así como su pri
todo, debe gratitud la historia, por el simple hecho de haber mer ministro, invitó a Platón —que se hallaba tan cerca, en
rechazado, antes que Roma, la invasión de Cartago. Ellos, los Taiento— a visitar la corte de Siracusa. De parte de Platón,
griegos del Oeste, hicieron en esto algo semejante a lo que hi como hemos dicho, no es creíble que pensara como algo posi
cieron los griegos del Este en las guerras médicas: unos y otros ble la conversión completa a la filosofía de un tirano tan arrai
representaron incuestionablemente la lucha de la civilización gado en la tiranía; pero sí podemos suponer que le lisonjeara la
contra la barbarie. idea de sembrar la buena semilla, si no en el mismo Dionisio,
Dos hermanos: Gelón y Hierón, ambos tiranos de Siracusa, sí en Dion, ciertamente, que un día u otro podía llegar al su
hirieron así de esta ciudad, por sus guerras victoriosas contra premo poder en Sicilia. Dionisio mismo, además, si no tocado
Cartago (contra Etruria también, pues hasta Italia llevaron sus precisamente del amor a la sabiduría, no era ajeno al culto de
arm as), hicieron de Siracusa, decimos, la principal ciudad de las musas. En medio de sus empresas políticas cultivaba la poe
Sicilia. Por último (y sin esto no se comprenderían los viajes de sía, y con tan grande afán, que año con año aspiraba al triun
fo, con sus dramas, en el festival de Atenas. Su vanidad li
u n i ón , en el m i sm o su j et o, d e poder y sabi d u r ía: e I ? xavzóv oupi t éon, 6ú va- teraria era tan grande, que el poeta Filoxeno, a lo que se decía,
| ú ? t e noXi Tixri x o l tpiXoootpío. había sido condenado a trabajos forzados en las canteras de
« “ Jen e Koi n zíden z i st u n d bl ei bt Sach e Got t es” . Er n st H of f m an , P la tó n ,
Sicilia por haber externado su desaprobación de la poesía de
Zü r i ch , 1950, p . 45.
40 PLATÓN Y SIC ILIA PLATÓN Y SIC ILIA 41
Dionisio. Un día se le permitió volver a la corte a oír recitar muchos años antes, había vivido en aquella isla Aristón su
la última composición del tirano; y no bien la hubo escuchado padre (y Platón mismo, según dijimos, pudo haber nacido
cuando exclamó: “¡Que me vuelvan a las canteras!” Dionisio, allí), mientras subsistió la efímera colonia fundada en Egina
entonces, rió de buena gana y perdonó al que tan alto apre por Pericles. ¡Qué contraste entre aquellos recuerdos felices y
ciaba su honor de hombre de letras. la amarga realidad actual de verse ofrecido en el mismo sitio,
Con estos antecedentes, no debe sorprendernos lo que le su como vil mercancía, al mejor postor!
cedió a Platón, cuando invitado solemnemente a dar una con Pocas veces habrá sido la Providencia (que velaba por Platón,
ferencia en presencia del tirano y su corte, se desarrolló la es v después de él, y mediante él, por la civilización de Occidente)
cena que nos narra Plutarco: tan visible como en aquel trance. Por allí, en efecto, y en
“En esta reunión --dice—, en que el tema general fue la vir aquel momento, acertó a pasar el acaudalado Aníkeris de Ci-
tud del varón, y la discusión versó principalmente sobre la rene, uno de los cofundadores, bajo la dirección de Aristipo,
valentía (ávSpda), manifestó Platón que, entre todos los hom de la escuela cirenaica, y quien parece haber conocido a Platón
bres, los menos valientes eran los tiranos; y en seguida, abor cuando éste fue a Cirene, atraído por el geómetra Teodoro.
dando el tema tle la justicia, sostuvo que a vida del justo era Al punto ofreció Aníkeris la elevada suma de treinta minas
bienaventurada, y desdichada, a su vez, la del injusto. El que se pedía por el rescate del ilustre cautivo, con lo que éste
tirano, entonces, sintiendo ser él mismo el reprendido, no pudo pudo al fin volver a su ciudad y a los suyos. Poco después
llevar estos discursos, y se irritó, además, de que los asistentes fundaba la Academia y se entregaba de lleno, en el acmé de su
admiraran al orador y estuvieran hechizados por sus palabras. vida y con la experiencia de toda índole adquirida en sus via
Poseído, al fin, de una vehemente cólera, preguntó al filósofo jes, a la especulación y al magisterio. Aníkeris también, a lo
que con qué intención había venido a Sicilia; y habiendo con que se cuenta, fue quien compró el terreno y el huerto que
testado Platón que con la de buscar un hombre virtuoso, replicó se pusieron bajo la advocación tutelar del héroe Academo y de
el tirano: 'Pues parece, por los dioses, que no lo has encon las Musas. En los años de quietud y solaz que allí pasó, debió
trado.’ ” 7 Platón, más de una vez, haber recordado aquel infausto viaje
Menos mal si todo hubiera parado allí; pero Dionisio no siciliano como una pesadilla que había pasado para siempre.
habría sido el hombre de acción que fue si no hubiera pasado,
en esta ocasión también, de las palabras a los actos. Hizo, en Segundo viaje
efecto, lo más vil, que fue saciar su despecho mediante la en
trega que hizo de Platón al embajador espartano Polis, quien Pero no iba a ser así. Veinte años después de aquel primer
en esos días se aprestaba a zarpar de Siracusa, con destino a viaje y de la fundación de la Academia, o sea en 367, moría
su patria. Polis, según parece, recibió de Dionisio la comisión Dionisio I, víctima de la eufórica embriaguez con que celebró
secreta de matar a su prisionero en el camino, o por lo menos su triunfo literario, cuando al fin, después de incontables años
venderlo como esclavo. Esto último fue lo que llevó a efecto de esfuerzos, obtuvo en Grecia el primer premio con su tra
Polis, por humanidad tal vez. Podemos imaginar la terrible gedia “El rescate de Héctor”.8 Y no bien hubo fallecido el tira
sorpresa de Platón cuando, al doblar la trirreme el Golfo no cuando Dion, su cuñado, y quien siguió manteniendo con
Sarónico y ver de nuevo el cautivo, en lontananza, las mon Dionisio II el alto ascendiente que tenía con su padre, juzgó
tañas del Ática, se encontró con que, en lugar de dirigirse al
s Ést e fue, al par ecer , el ori gen de l a ú lt i m a en fer m ed ad de D i on i si o,
Pirco, atracaba la nave en la isla ele Egina, entonces aliada de aun que Cor n eli o N epot e dice qu e fu e D i on i si o su h i jo qu i en p r eci p i t ó, si
Esparta, y por tanto en guerra con Atenas. Allí fue desembar no es qu e ver d ader am en t e causó la m u er t e de su padr e, h aci én d ol e i n ger i r
cado Platón sin mayores miramientos, para ser expuesto luego, un fu er t e narcót ico, par a evi t ar que D i on p u d i er a h ab l ar con el paci en t e
como uno de tantos, en el mercado de esclavos. En otro tiempo, sobre los der ech os sucesorios de los ot ros h i jos de D ion i si o el V i ejo y so­
br in os de D i on , com o después expli car em os (C. N . D io n , I I ). D e ser esto
verdad, se com pr en de luego cuán poco dispuest o d eb ía est ar par a l a sab i ­
7 O io n , V. d u r ía y la vi r t u d qu i en com enzaba su car r er a pol ít i ca por un p ar r i ci d i o.
42 PLATÓN Y SICILIA PLA TÓ N Y SIC IL IA 43
ser la ocasión propicia, excelente mejor dicho, para que Platón siguieron, pareció haber habido, por la virtud carismática de la
volviera a Siracusa, en condiciones que parecían ser las me sola presencia de Platón, una mudanza completa en las costum
jores para la reforma moral del reino. bres: sobriedad en los festines, modestia del tirano, y por feliz
Dion de Siracusa fue por cierto la mayor conquista espiri remate de todo, un “entusiasmo general por las letras y la fi
tual de Platón en su primera visita a Sicilia; el único fruto losofía”. Así lo dice Plutarco, quien agrega, no sin cierta sorna,
tangible de aquel viaje en lo demás frustrado. En el alma juve que el palacio estaba lleno de polvo, debido a la multitud de
nil de Dion fructificó espléndidamente la semilla sembrada por cortesanos que trazaban figuras geométricas en la capa de arena
Platón, como lo declara este mismo. “Dion —dice— de fácil per que al efecto se había depositado sobre el suelo.11 Muy al pie
cepción en todo y, con respecto a mis lecciones, me compren de la letra, por lo visto, habían tomado estas gentes aquello
día con una rapidez y un ardor como ninguno de los jóvenes de que la geometría es la propedéutica de la filosofía. L a corte,
con quienes he topado después; y resolvió vivir el resto de su en suma, platonizaba de lo lindo.
vida de manera diferente que la mayoría de los italianos y Pronto, sin embargo, comenzaron las cábalas e intrigas. El
sicilianos, haciendo más aprecio de la virtud que del placer partido opuesto a Dion, acaudillado por Filisto, halló el modo
y los demás modos de molicie”.9 Caso excepcional, sin duda, de calentarle la cabeza a Dionisio, con la especie de que la
en la Siracusa de aquel tiempo, donde, como lo dice el mismo venida de Platón no significaba, en el designio de Dion, sino
Platón, el día se iba en banquetes, y nadie dormía solo por la el principio de una conspiración enderezada, primero, a reducir
noche.10 al tirano a la impotencia política, por el influjo deletéreo de la
Considerando, por último, la buena disposición en que apa filosofía, y últimamente a deponerlo, para poner en su lugar a
rentemente estaba Dionisio el Joven, de recibir una adecuada uno de los hijos de Aristómaca, hermana de Dion. Conviene
educación política y filosófica, creyó Dion, en suma, que esta vez recordar, en efecto, que Dionisio I había tenido simultáneamente
sí se les deparaba, a él y a Platón, una “suerte divina” (0eía dos esposas: Doris, madre de Dionisio II, y Aristómaca, cuyos
•rúXT)) que por motivo alguno podían desaprovechar, para im hijos, por lo mismo, habían sido excluidos de la sucesión. Por otra
plantar la “vida verdadera y feliz”, y que por esto Platón, no parte, Dion mismo, aparte de haber sido, por parte de Aristóma
obstante ser ya sexagenario, debía de nuevo trasladarse a Sici ca, cuñado de Dionisio I, había llegado también a ser su yerno, al
lia. Al describimos estas consideraciones con todo pormenor, casarse con una de las hijas que el tirano había tenido de Doris,
agrega Platón que a él también, por su parte, le hacía mucha su otra esposa; por lo cual podía reivindicar él mismo: Dion y no
mella la reflexión de que, en caso de desoír la invitación que se sólo sus sobrinos, el supremo poder a la muerte de Dionisio.
le hacía, mostraría ante todos que no era él mismo sino una “mera Excitadas de este modo las sospechas de Dionisio II, llegó
voz” (Xóyog píivov), sin la energía necesaria para pasar de la pa a su clímax la intriga cuando Filisto puso en sus manos una
labra a la acción. Es una confesión preciosa que nos prueba, por carta de Dion a los cartagineses (y que Filisto había sabido in
si no estuviéramos de ello convencidos, que a Platón no le aban terceptar, o de cualquier modo procurársela), en que les decía
donó jamás, todo lo noble y pura que queramos suponerla, la que no fueran a tratar de la paz con Dionisio sino mediante
pasión política, el afán irreprimible de organizar en algún sitio, él: Dion, por ser el solo y eficaz conducto para que todo tuviera
si ya no en su propia patria, la vida perfecta que había delinea arreglo completo y satisfactorio. Acto seguido, tuvo lugar la
do en la R ep ú b lica . escena que Plutarco nos ha descrito así:
Aceptado, pues, el envite, todo pareció sonreírle al filósofo a “Con el pretexto de que quería llegar con él, en lo privado,
su desembarco en Sicilia. En un carro suntuosamente adornado a una reconciliación amistosa, llevó Dionisio a Dion, al pie
fue llevado de su trirreme al palacio real, y el tirano ofreció de la Acrópolis, hasta la playa. Luego de mostrarle la carta,
a los dioses un sacrificio en acción de gracias. En los días que le echó en cara el estar conspirando con los cartagineses contra
él. Dion trató entonces de justificarse, pero el tirano no se lo
• Carta VII, 327 a.
1® Ibid., 326 b. 11 Dion, X III.

!J!
44 PLA TÓ N Y S IC IU A PLATÓN Y SIC ILIA 45

permitió, sino que inmediatamente, así como estaba, le hizo lia “armonía interior”, aquel “dominio de sí mismo” que
abordar un esquife, y ordenó a los marineros llevarlo a la costa Platón reclamaba de él como la primera condición para todo
italiana.” 12 ulterior programa de estudios o de gobierno. Finalmente, al es
Con razón se ha comparado esta situación 13 con la que Ra- tallar de repente una guerra que le obligaba a una larga au
cine pintó magistralmente en su Britunnicus. Una vez que Nerón sencia, consintió Dionisio en la liberación de su amado y sufrido
se deja persuadir de que Agripina aspira a derrocarlo, para poner huésped, mejor dicho su prisionero, a quien aquél prometió,
en su lugar a Británico, está resuelta en su ánimo la muerte de además, que haría repatriar a Dion así que acabara la guerra.
ambos. A diferencia de Nerón, Dionisio se contenta con el des A mediados de 365 estaba Platón de regreso en Atenas, termi
tierro de Dion, y le deja no sólo la vida, sino el disfrute de nando así su segundo viaje siciliano, tan desastrado como el
su inmensa fortuna, con lo que Dion podrá llevar, en los largos primero.
años de exilio que le aguardan en Grecia, una vida principesca.
Privado así de su más cierto amigo y protector, pasó Platón T ercer viaje
por las más extrañas e impensadas peripecias. Será mejor dejar,
una vez más, la palabra a Plutarco: Pocos años duró el sosiego de que pudo disfrutar Platón, en
‘‘En cuanto a Platón —dice— se lo llevó luego Dionisio a tregado de nuevo a sus labores en la Academia; y lo que le
la Acrópolis, donde bajo la apariencia de una amistosa hospita aconteció luego es una nueva confirmación de que ningún
lidad, le puso una guardia, a fin de que no pudiera irse con Dion hombre, por independiente que pueda ser en apariencia su
y dar testimonio de la injusticia del tirano. Y una vez que con situación, puede escapar en cierto momento a la presión de
el tiempo y el trato se hubo acostumbrado Dionisio a su com las circunstancias. Platón, el aristócrata de Atenas, el primer
pañía y conversación, del modo que una fiera aprende a tener pensador y escolarca de su tiempo, cayó, una vez más, en la
trato con los hombres, concibió por él un amor tiránico (epwg red de intrigas que supo tenderle el atormentado y voluntarioso
Tupavvixóg), exigiendo que a él solo le amase Platón y le admi señor de Siracusa.
rase más que a todos; y aun se mostró dispuesto a confiarle En aquella “pobre alma”, en efecto (es Platón mismo quien
la administración de la tiranía, con tal que Platón lo amase, a su así la define), seguían hirviendo las pasiones más mezquinas,
vez, más que a Dion. Ahora bien, esta pasión fue una calamidad las más propias de la mujer que del varón: los celos y la vani
para Platón, pues el tirano, al igual que todos los amantes des dad. Los celos, por la parte de Dion, quien había establecido su
dichados, enloquecía de celos, y en un punto y a menudo pa residencia en Atenas, donde llevaba una vida de gran señor
saba con él de la cólera a la reconciliación.” 34 y compartía ilustremente, como mecenas y como filósofo, los
De mano maestra, por cierto, está pintada en este pasaje trabajos de la Academia. De todas las ciudades de Grecia recibía
aquella naturaleza de Dionisio el Joven: enfermiza inestabili continuamente distinciones de todo género, y la misma Esparta
dad, complejos de inferioridad de toda especie, de quien quería —honor sin precedente— llegó a otorgarle el derecho de ciuda
a todo trance, y con tan mísera condición, imponerse en todo danía. Dionisio podría reinar en Siracusa, pero en el mundo
por sí mismo: en el gobierno, en el amor y en la filosofía; todo espiritual helénico reinaba Dion. Dionisio, claro está, no tenía
lo contrario, en suma, del carácter entero y de una pieza, hasta sino que llamarlo de nuevo a Siracusa, y Dion habría accedido
en su desmesura y su soberbia, de Dionisio el Viejo. Fue en vano gustosísimo; pero allí mismo recelaba el tirano la popularidad
que Platón, como nos lo cuenta él mismo, se esforzase por cana intelectual y política de su brillante rival. En estas circunstan
lizar aquella pasión hacia la vida filosófica y virtuosa: “venció cias, debió de parecerle a Dionisio que lo mejor sería traer no
él —nos dice— con su resistencia.” 15 Jamás pudo adquirir aque a Dion, sino a Platón, la luminaria mayor de la Academia, con
cuya falta se ensombrecerían más o menos todas las demás,
les Oion, XI V.
y en segundo lugai-, y no lo menos importante, tener al filósofo,
13 Geor ges M éau t i s, P la tó n v iv a n l, Par ís, 1950, p. 52.
n D ion , X V I .
i s C a rta V I I , 330 b. Ibid. 331 d y 332 d.
46 PLA TÓ N Y SIC IL IA PLA TÓ N Y S IC IL IA 47
so capa de hospitalidad, en realidad como un rehén cuya cus de todas partes: italianos, sicilianos y atenienses, como lo dice
todia impediría a Dion lanzarse francamente (como en efecto él mismo, le hacían tantos y tan diversos cargos de conciencia;
sucedió más tarde) a la conquista del poder en Siracusa. Que cuando de su abstención podía resultar, si no la ruina de un
éste era el plan oculto del tirano, se deduce claramente de lo Estado, por lo menos la de sus amigos más fieles y más queridos?
que, sobre los motivos psicológicos de su invitación a Platón, nos Pocos momentos habrá habido, sin duda, tan patéticos en la vida
cuentan este mismo y Plutarco. de Platón. Allá va de nuevo, casi septuagenario (es el año de
En las mismas fuentes está el otro motivo concurrente con el 361), a apurar el último cáliz, el más amargo.
de los celos, o sea, el de la vanidad. L a filosofía como vanidad, Pasados, en efecto, los primeros festejos, no tardó en desva
la peor de sus deformaciones, era, según todas las apariencias, la necerse la esperanza, por muchos mantenida, de que, como dice
que cultivaba Dionisio; y siendo asi, necesitaba a todo trance Plutarco, pudiera Platón triunfar sobre Filisto, y la filosofía
el reconocimiento de Platón para darle, frente a todos y sin sobre la tiranía. Pues en primer lugar, en lo que hace a la
discusión, beligerancia filosófica. Si Platón llegaba a aprobar filosofía, Platón pudo luego comprobar por sí mismo cuán sin
el tratadillo filosófico que el tirano había osado escribir, no fundamento era lo que le habían contado sobre los maravillosos
habría más que pedir y todo estaría en su punto. Por último, progresos (así lo afirmaba nadie menos que Arquitas) que
cabe incluso la posibilidad (Plutarco la admite) de que Dionisio Dionisio habría hecho en todas las ciencias, hasta la más alta.
estuviera sinceramente arrepentido de no haber sabido aprove Nunca pudo Dionisio —y esto era por ventura lo más importan
char, la primera vez, las enseñanzas de Platón, y que con la te— avenirse al duro trabajo, al régimen de todos los días,
misma sinceridad, por lo tanto, quisiera de nuevo tenerle con que con estos precisos términos le señalaba P latón18 como la
sigo. Todo es posible, hasta el amor de la sabiduría, en estas propedéutica vital de toda filosofía que debe ser esto ante todo:
naturalezas tortuosas y complicadas. Todo pueden recibirlo, pero estilo de vida, antes que saber conceptual. En lugar de esto, y
siempre, según el adagio escolástico, al modo del recipiente. sin renunciar en nada a la vida voluptuosa siciliana, Dionisio se
“Como tirano que era —dice Plutarco, resumiendo la situa comportaba como todos los que se contentan con un barniz
ción—, extravagante en sus deseos y obstinado en todo cuanto de doctrinas ajenas, tan efímeras como el tinte que reciben
emprendía, lanzóse Dionisio a la conquista de Platón; y sin de en su piel los que han tostado su cuerpo al sol.19 "Dionisio —si
jar palanca que no moviese, persuadió a Arquitas y a los pita gue diciendo Platón— se jactaba de saber muchas cosas y las
góricos a hacerle venir, constituyéndose en garantes de su segu más sublimes, y creía tener de ellas una información suficiente
ridad.” 17 Por último, y según sigue narrando el mismo histo por lo que había oído de labios ajenos.” 20 Nunca pudo enten
riador, Dionisio envió directamente a Atenas una trirreme, cuyo der que la filosofía no es un haz de nociones prefabricadas,
capitán o embajador llevaba varias cartas. Una, de Dionisio a sino fruto vital del espíritu, “como la llama que brota de la
Platón, en que le decía que Dion alcanzaría cuanto pidiese con chispa y crece luego por sí misma”. Es la imagen de que se
tal que Platón embarcara luego con destino a Sicilia; pero que, sirve Platón en la larga digresión filosófica de la Carta vn,
de lo contrario, no sólo subsistiría el destierro de Dion, sino de la que hablamos en el capítulo anterior. Por lo pronto, ha
que se usaría con él —si no en su persona, sí en sus bienes y en gamos constar el desencanto que recibiría al darse cuenta de la
sus familiares— de todo el rigor. Dion, a su vez, recibió cartas miseria intelectual y moral de su supuesto discípulo, y el poco
de su esposa y de su hermana, en que le rogaban influir en o ningún aprecio en que habrá tenido el opúsculo filosófico
Platón para que accediera al convite, o mejor dicho a la intima con que Dionisio quiso deslumbrarle, y por él o a través de él,
ción del tirano, para precaver su ira, con todas sus consecuen a los círculos culturales de la época. Por último, y ya que no
cias, que traería la repulsa. había ido allí como uno de tantos cortesanos aduladores que
¿Qué otra cosa podía hacer Platón sino embarcarse, cuando de
tal suerte se veía envuelto en tantas intrigas políticas; cuando
18 jióvos í^-útos «o í b í a i x a r\ xa0’ í)(ié(iav.. . C a rta VII , 340 e.
í b i d . 340 d.
■it Dion, XVIII. 20 I b id . 341 b.
PLA TÓ N Y SIC ILIA 49
48 PLATÓN Y SIC ILIA

naban bien— que si alguna vez, por obra de la filosofía, se


rodeaban al tirano, Platón da a entender suficientemente ha
mudara el poder tiránico en poder constitucional, la conse
berle expresado a aquél, con toda franqueza, su opinión sobre
cuencia inmediata había de ser el licénciamiento de la tropa
todo ello: el hombre mismo y su producción intelectual.
advenediza, cuya única razón de ser estaba en servir de soporte
No sabemos con toda precisión qué fue antes y qué fue des
a la tiranía. De aquí que estos matarifes pensaran seriamente
pués; pero del relato de Platón puede colegirse, a lo que nos
en liquidar al filósofo, hasta el cual llegaron varias veces, como
parece, que el despecho que concibió Dionisio, al verse de tal
lo cuenta él mismo, amenazas de muerte.
modo herido en su vanidad filosófica, fue la causa que le
En tan crítica situación, Platón hizo lo que debía hacer,
hizo precipitarse (por más que en cualquier hipótesis hubiera
que fue escribir a Arquitas, su poderoso amigo, pidiéndole su
al fin llegado a esto) a herir a su vez a Platón en lo que más
amparo en trance tan angustioso. No sabemos cómo pudo salir
podía afligirle, que era en lo tocante, por cualquier aspecto,
este mensaje y llegar a su destino, pero lo cierto, y lo impor
a su amigo Dion. Lejos de levantarle, en efecto, el destierro
tante, es que Arquitas, consciente de la grave responsabilidad
que le había impuesto, decretó Dionisio la confiscación o por
que le cabía en todo este asunto, por lo que antes dijimos, res
lo menos el secuestro de sus bienes, con lo que los procurado
pondió velozmente y según convenía. Dándole otro color, pero
res de Dion no pudieron enviarle más los productos de aquéllos.
en realidad para reclamar la persona del ilustre prisionero, des
Ante este acto patente de perfidia, protestó Platón, en presen
pachó Arquitas una embajada oficial de Tarento a Siracusa.
cia del tirano, por el incumplimiento de sus más solemnes com
Así que hubo llegado, el jefe de la misión, Lamisco, se aper
promisos, y que habían sido, además, la condición misma de la
sonó con Dionisio, y en nombre de su soberano demandó la li
venida de Platón a la isla. Siguiéronse luego largas y enojosas
bertad y el regreso de Platón. Dionisio comprendió bien que
negociaciones, y al fin acabó Dionisio por aceptar el levanta
su repulsa podía plantearle hasta un casus b e lli con Tarento,
miento del secuestro, a condición de que Dion transfiriera su
y no le quedó otra salida que autorizar la de su forzado hués
domicilio de Atenas al Peloponeso, desde donde no podría bri
ped. Hasta le costeó, según se dice, los gastos de la travesía, con
llar tanto, y sería, en todos sentidos, menos peligroso para
tal de no malquistarse con Arquitas. Como una coda irónica,
Dionisio. La otra condición era la de que en ningún caso po
añade Plutarco que como, en el momento de la despedida, le
dría disponer del capital, sino tan sólo de los intereses. Como
dijese Dionisio a Platón, entre veras y bromas, que sin duda
era natural, Platón contestó que no tenía facultades para acep
iba a ser él, Dionisio, objeto de muchas acusaciones en los
tar estas propuestas en nombre de Dion, sino que era preciso
coloquios de la Academia, el filósofo le contestó sonriendo:
dárselas a conocer y esperar su respuesta.
“Que los dioses impidan que llegue a haber en la Academia
Así pasó el tiempo, y entretanto se agriaron cada día más las
tal escasez de tópicos de discusión, como para que necesite al
relaciones entre Platón y Dionisio, por una serie de incidentes
guien acordarse de ti.” S1
palaciegos que no es del caso relatar, y cuyo resultado fue que
Dionisio llegara a creer —o que por lo menos lo aparentara— que
Platón se había confabulado secretamente con sus enemigos. T riu n fo y tragedia de D ion
Entonces sobrevino la ruptura. Con el pretexto de tener necesi
Tampoco esta vez, empero, los dioses escucharon su voto;
dad de mayor espacio para ciertas ceremonias religiosas, Dio
porque si bien habían terminado para Platón, ahora sí de
nisio expulsó a Platón del palacio y lo relegó al cuartel de los
finitivamente, sus andanzas sicilianas, no iba a caer sobre ellas
mercenarios, de cuyo contingente se escogía la guardia personal
tan pronto el bienhechor y deseado olvido. Le quedaba aún
del tirano, quien, por lo visto, no se fiaba para nada de sus
por apurar lo más amargo tal vez, por afectarle no a él mismo,
conciudadanos. Ahora bien, entre esta mala gente, siempre dis
sino a Dion, su amigo del alma. Y por esto también, no po
puesta a todo, no sólo pasó Platón incomodidades y malos tra
demos dejar de relatar sumariamente los acontecimientos que
tos, sino que su vida misma acabó por verse en verdadero
peligro. Para los mercenarios, en efecto. Platón era el “enemi
21 D i u n , XX.
go”, ni más ni menos, ya que preveían ellos —y en esto razo
50 PLATÓN V SICILIA PLA TÓ N Y SIC IL IA 51
siguieron hasta la muerte de Dion, porque pertenecen tam reis hacer el mal, llamad a otros.” 23 En pocos pasajes como
bién a la experiencia intima de Platón, a pesar de su inacción en éste hallaremos tan perfectamente retratada el alma extra
real, y forman así parte del ciclo entero de sucesos y viven ordinaria de Platón. Son sentimientos precristianos, a dedr
cias, de tan tremendo impacto en su vida. verdad, de perdón y de olvido, como no los encontramos, con
Según nos cuenta él mismo, Platón, de regreso a su patria, la sola excepción de Sócrates, en ningún otro hombre de aque
se dirigió primero al Peloponeso para asistir, en Olimpia, al llos tiempos.
festival del año 860. Allí se encontró con Dion, quien había Otros muchos atenienses, en cambio, algunos de ellos miem
ido también a los juegos olímpicos, y que impuso luego a su bros de la Academia platónica, se aprestaron alegremente a to
amigo de las últimas y funestas providencias tomadas por el mar parte en la aventura, y siguieron a Dion en la expedición
tirano de Siracusa. Dionisio, en efecto, así que hubo partido militar que, después de varias vicisitudes, se vio al fin coronada
Platón, abandonó del todo el camino de la reconciliación con con el triunfo. Cuando Dion entró victorioso en Siracusa, la
Dion, se apoderó de su esposa Arete, que había quedado en multitud que le aclamaba era semejante, dice Plutarco, "a una
Siracusa, y la dio en matrimonio, contra su voluntad, a Ti- procesión religiosa que festejaba el retom o a la ciudad de la
mócrates, uno de sus oficiales. Esto con la esposa. Con el hijo libertad y la democracia, después de una ausencia de cuarenta
de ambos, de Dion y Arete, discurrió el tirano un expediente y ocho años”.24
de la más negra perversidad. “Mandó educarlo —dice Cor- He aquí (es lo que piensa luego, según creemos, todo aquel
nelio Nepote— de tal modo que, a fuerza de complacencias, que llega a este punto de la historia) que ahora sí va a darse
se le inculcaran los más vergonzosos apetitos. No había llegado en este mundo la República platónica, el Estado ideal. AI
el adolescente a la pubertad, cuando tenía ya trato con corte frente de él, en efecto, se encuentra, rodeado de consejeros
sanas, hartábase de vino y de manjares y no tenía un solo de la misma calidad, el tipo acabado del gobernante filósofo,
momento de lucidez.” 22 con esta doble y dilatada experiencia; el discípulo amado de
Sabedor de estos ultrajes, del primero por lo menos, “vol Platón; el hombre que jamás, en circunstancias prósperas o ad
vió Dion —dice Plutarco— todos sus pensamientos a la güeña”. versas, había desmentido la superior calidad de su espíritu.
Comenzó luego a organizar, entre sus amigos de Grecia y con ¿Cómo fue que la realidad no correspondió a tan grande y, al
todos los recursos de que pudo echar mano, ia expedición con parecer, tan fundada expectación? La historia no suele dar ex
tra Siracusa; y allí mismo, en Olimpia, trató de interesar a plicaciones, sino que se contenta con narrar los hechos; y los
Platón en sus planes, solicitando de él su apoyo moral por lo historiadores antiguos, a su vez, se contentan con hacer respon
menos, ya que otra cosa no podía esperarse de un septuage sable de todo al poder misterioso y sobrehumano (acaso hasta
nario ni de su personalidad. Esta vez, empero, mantuvo Platón superdivino) de la M orra o de la T y ch e entre los griegos: la
resueltamente, y desde el principio, una neutralidad absoluta. Fortuna entre los latinos. “L a fortuna en su inconstancia —dice
En tres motivos, según lo dice él mismo, fundó su negativa: en Cornelio Nepote— comenzó a hundir en el abismo a quien poco
razón de su edad en primer lugar; por el respeto que, a pesar antes había exaltado." 2S
de todo, le merecía aún el vínculo de hospitalidad que había Primeramente le hirió en lo que más podía dolerle, en lo que
contraído con Dionisio (Platón llega, en efecto, a estimar como había de amargarle irrevocablemente, o sea, en su hijo, en aquel
un beneficio el que su huésped hubiera respetado su vida cuan desdichado adolescente que Dionisio se había empeñado en
do pudo quitársela), y por último, en razón de los medios, envilecer, y con tal éxito, que su trágico final fue el que des
cualquiera que fuese su justificación por otra parte, que iba a cribe el mismo historiador romano, con terrible concisión, en
emplear Dion contra su enemigo. El empleo de la violencia, estas líneas: “A tal punto fue incapaz este joven de soportar
para Platón, era un mal, pues no se comprende de otro modo el cambio sobrevenido en su vida después del regreso a Sira-
el final de su respuesta a Dion y sus asociados: “Cuando deseá-
28 x a x á 6¿ &v ¿«l O i r ^ Te, áAAovt; «oecut cdEÍ TE- C a rta V i l , 350 d.
24 D ion , XXVI I I .
22 C. N. D ion , IV. as C.N. D io n , VI.

st íJ tW *
52 PLATÓN Y SIC ILIA
PLATÓN Y S IC IL IA 53
cusa de su padre (pues éste le hizo poner vigilantes encarga
dos de deshabituarlo de su régimen anterior), que se precipitó trario, y por tanto, desde el punto de vista formal por lo menos,
desde el techo de su casa, y así pereció.” 26 una providencia tiránica.
No sólo el suceso en sí mismo debió de causar en Dion la Si fue un crimen, fue el único que en toda su vida pudo
mayor pena que puede afligir a un hombre, sino también el imputarse a Dion. Lo peor fue que, una vez abierto el camino
darse cuenta de que, como lo da a entender Cornelio Nepote, a la arbitrariedad, y para hacer frente a la crisis económica, re
fue tal vez la excesiva severidad del padre la que precipitó el sultado de la guerra contra Dionisio, pasó Dion a despojar a
suicidio de su hijo, al querer hacerle cambiar de costumbres sus enemigos políticos, si no de sus vidas, de sus fortunas, con
por medios tan violentos. De un carácter ya duro de por sí, lo que pronto se enajenó el apoyo de la aristocracia, luego de la
como se ve por esto, acaso contribuyó a endurecérselo más aún soldadesca, y por último, del pueblo en general. “El vulgo, vien
el dolor en que se vio sumido; lo cual explicaría tal vez la di do que Dion no contaba ya con la adhesión del ejército, se
rección de su conducta en lo que luego siguió, en el orden polí producía con mayor libertad y no cesaba de decir que el tirano
tico, del modo que vamos a decir. era insoportable.”29
En el gobierno, en efecto, tropezó pronto Dión con la opo En esta situación, propicia ya a todos los desenfrenos, cons
sición de un político llamado Heráclides, quien, al igual que piraron contra Dion, para alzarse ellos con el gobierno, dos
Dion, había sido uno de los exilados de Dionisio, y que tenía hermanos: Calipo y Filóstrato, ciudadanos atenienses, y quienes
también gran prestigio entre los siracusanos. Este Heráclides, parecían vinculados a Dion por una larga y profunda amistad.
pues, resentido de que Dion no le diera el cargo que hoy sería Eran algo así, según diríamos hoy, como sus padrinos de bauti
equivalente al de primer ministro, h izóse nombrar, en una asam zo, ya que, durante la estadía de Dion en Atenas, le habían
blea tumultuosa, almirante de la armada, reconociendo a Dión iniciado ambos en los misterios de Eleusis; de lo cual derivaba,
únicamente como general del ejército de tierra. Ante esta situa en aquella época también, un vínculo espiritual que se tenía
ción, y como el consumado sch olar que era, citó Dion el verso por sagrado. En nadie como en ellos tenía confianza Dion; pero
de Homero: "No puede administrarse bien la república cuando todo lo atropellaron: lo divino y lo humano, la religión y la
son muchos los que ejercen el mando”. “Palabras —comenta amistad, este par de desalmados.
Cornelio Nepote— que le concitaron gran odiosidad, porque con Un día, en efecto, cuando Dion se encontraba solo y retirado
ellas parecía dar a entender que aspiraba a reunir en sus ma en su aposento, confió Calipo los lugares fortificados de la ciu
nos la autoridad única”.27 Por último, y como Heráclides persis dad y la guardia de palacio a los cómplices de su conjuración.
tiera en su actitud desafiante, acabó Dion por ordenar o per De entre estos mismos eligió luego un grupo de jóvenes vigo
mitir que lo asesinaran.28 rosos, que debían presentarse desarmados (pues de lo contrario
No sabemos, por supuesto, si en aquellas circunstancias ha no hubieran podido entrar en palacio), con el pretexto de vi
bría o no bastado con el simple destierro de Heráclides para la sitar a Dion. Admitidos en su presencia, se arrojaron luego sobre
seguridad interior del Estado. Probablemente no, porque con él y comenzaron a estrangularle, hasta que por una ventana, y
el tiempo habría vuelto a conspirar; fiero entonces, no puede según estaba convenido, uno de los conjurados les alargó una
uno dejar de preguntarse por qué fue que Dion, si verdadera espada, con la que ultimaron a su víctima. Cincuenta y cinco
mente quería restaurar el gobierno constitucional, no lo hizo años contaba Dion al morir, y cuatro de gobierno en Siracusa.
condenar, en la forma debida, por la asamblea del pueblo o Cinco años apenas le sobrevivió Platón. Tanto como su edad,
por el tribunal competente. En lugar de esto, su decisión per es de creerse que le habrán acabado, como a don Quijote, me
sonal, por justa que haya sido en el fondo, fue un acto arbi- lancolías y desabrimientos. La muerte de Dion fue seguramente
la mayor aflicción que jamás tuvo, y juntamente con esto, el
G. N. D io n , I V. mayor desengaño. Porque si es verdad que, como lo sostiene
C. N. D ion , VI .
el mismo Platón, la Academia como tal piulo considerarse exen-
2 8 “ I n t er f i ci u n d u m cu r avi t ” , di ce Cor n el i o Nepot e, at r i bu yen d o así a Di on
t oda l a r espon sabi l i dad.
20 N ep o te, o p . cit. V I I .
54 PLATÓN Y SIC ILIA PLA TÓ N Y SIC IL IA 55

ta de reproche en todos aquellos trágicos sucesos, no lo es de un “estupendo caos”,31 y agrega que bien puede dispensar
menos que de su seno habían salido aquellos guerrilleros que se de su lectura todo aquel que, como filósofo, quiera tener una
acompañaron a Dion en su aventura militar y política, y peor visión completa —que le brindan ampliamente las demás ob ras-
aún, los que le traicionaron y asesinaron. Ex n obis prodieru n t, de la filosofía platónica.
sed non erant ex n obis. Por impecablemente lógica que sea esta No sin asombro se pregunta uno, iioy en día, cómo pudieron
distinción, el hecho brutal era que esa mala gente había me alguna vez decirse en serio tantas barbaridades. No se compren
drado, hasta ser lo que fue, en el hogar por excelencia de la de cómo puede un filósofo, para el cual debe tener validez
sabiduría. ¿Tan deleznable como esto era aquella p a id eia , tan absoluta el dicho de nuestro gran poeta: “la forma esclava, la
impotente para domar la perversidad humana? razón señora”, hacerle ascos a una obra por el simple hecho
de que tenga defectos por su factura literaria, o por otros aspec
tos si se quiere, cuando juntamente con todo esto hay en ella,
L a vejez, las Leyes y la m u erte
por su contenido, una insondable riqueza. Es el caso, resuel
Lo más extraordinario en este último quinquenio de su vida, tamente, de las L eyes, en la cual, como obra de senectud al
no es que Platón haya sufrido, como debió de ser, atrozmente, fin, está todo lo malo y lo bueno de la vejez. Lo primero, por
sino que no haya desesperado de su misión, ni del hombre la ausencia de dramatismo, color o movimiento, como quera
tampoco en cuanto potencia de bien y perfección. Los mismos mos, que encontramos en los grandes diálogos de la juventud
grandes temas de la educación y del Estado, que llenan toda su y de la madurez. Lo segundo, a su vez, y que nos compensa
obra y que alcanzan su apogeo en la R ep ú b lica , los sometió cumplidamente de la falta de todo aquello, lo que podríamos
ahora, en su vejez, a un nuevo y dilatado tratamiento, al escri llamar el testamento de Platón, es decir sus ideas últimas, defi
bir las Leyes, su obra última y póstuma. Detengámonos en ella nitivas, sobre todo lo que a lo largo de su vida, en más de
un instante, no para declarar por extenso su contenido, por medio siglo de filosofar, había indagado tan afanosamente: el
no ser éste el lugar de hacerlo, sino simplemente' para entrever hombre, el Estado y Dios.
algo de lo que pensaba Platón y cuál era su disposición espiri Según por donde se miren, las L ey es son algo menos y más
tual en el crepúsculo de su vida. sublime que la R ep ú b lica , y lo notable del caso es que su mérito
Es cosa de nuestros días, como si dijéramos, la revaloración reside tanto en lo menos como en lo más de esta comparación.
de las L eyes dentro del corpus p laton icu m . Ya en la antigüedad Son también esos libros, como dice Jaeger, una exposición uni
eran muy pocos, según el testimonio de Plutarco,3® los que ha versal de la vida humana, pero más terre-á-terre, como si dijé
bían leído esta obra, la más extensa entre todas las de Platón, ramos; mucho más permeados de empirismo, que se manifiesta
y que ocupa, en números redondos, una quinta parte de su sobre todo en la importancia que ahora se atribuye a la legis
producción en total. Y como la pereza es mala consejera, y de lación (de ahí el nombre de N ó m o i que recibieron), en lugar
ella no están exentos ni los eruditos, se dio el caso extraordina de confiarlo todo a la intuición infalible de los “guardianes”,
rio, en el siglo pasado, de que nadie menos que Eduardo Zeiler iluminados por la Idea del Bien. De esta nueva idea, alcanzada
declarara, en un trabajo de su primera época, que se trataba de apenas en la vejez del filósofo, de que el "ethos de las leyes”,
una obra apócrifa, pasando por alto, tranquilamente, el testi como dice él, configura las costumbres de un pueblo, procede
monio de Aristóteles sobre su autenticidad. Y para abreviar literalmente L ’esprit des lois de Montesquieu, con todo lo que
trámites, y citar apenas los nombres más conspicuos de entre los esta obra ha influido en la estructura del Estado moderno.
grandes platonizantes, está el hecho, extraordinario también, De la larga experiencia del escritor y de su más templado
de que todavía Wilamowitz-Moellendorff, en la segunda dé juicio, provienen igualmente las felices innovaciones que con
cada de nuestra siglo, habla de las L eyes, no obstante dedicarles referencia, una vez más, a la R ep ú b lica , encontramos en las L e-
un largo y concienzudo capítulo,, como de una “obra pesada” o
31 “ W u n d er l i ch es Ch a o s... di eses schwer e W er k ” . P la tó n , Ber l ín , 1920, 1,
D e A lex . fo r tu n a , 528 e. 654-55-
56 PLATÓN Y SICILIA PLATÓN Y SICILIA 57
yes. En primer lugar, desaparece del todo la absurda institu tón, en efecto, escribió su última obra y acabó su vida en el
ción, prescrita en aquélla para los guardianes, de la comunidad crepúsculo definitivo de Grecia como protagonista en la histo
o promiscuidad de mujeres e hijos; la familia vuelve a tener en ria; diez años antes de la batalla de Queronea, que dio a Filipo
todas las clases, y no sólo en las inferiores, la dignidad que re de Macedonia la hegemonía en el mundo helénico. Ahora bien,
clama. En seguida, y en consonancia con esta moral fundamen y por primera vez desde tiempos inmemoriales, se vio a la ju
tal de las relaciones intersexuales, viene la enérgica condenación ventud ateniense retroceder cobardemente en el combate, al
de la pederastía, a la que Platón califica, sin miramientos, de paso que los tebanos supieron resistir hasta el último hombre.
vicio contra n atu ram : -raxpá <púffiv.** Por último, no puede dejar Fue entonces cuando en Atenas se dieron cuenta, aunque dema
de mencionarse, entre las novedades más sobresalientes de las siado tarde, de que había allí algo podrido hasta su raíz, y que
L eyes, la de que la educación no se confina ya a las clases su el mal no podía curarse sino mediante una reforma educativa,
periores, como en la R e p ú b lic a , sino que se extiende a todo el igualmente radical. La que llevaron a cabo fue, aun en sus
pueblo, a los hombres libres por lo menos, y está a cargo de un pormenores, una copia de las Leyes, como lo reconoce el mismo
funcionario que es el completo equivalente del ministro de edu Wilamowitz al hacer, en todos sus detalles, la confrontación.**
cación en el Estado moderno. Si toda la obra de Platón puede De ningún otro diálogo de Platón sabemos que haya tenido una
considerarse, a justo título, como p aid eia, es aquí, y no antes, eficacia práctica igual o semejante.
donde alcanza su perfección, al ordenarse, hasta en sus ínfimos Hay algo, empero, que, en toda producción del espíritu, está
detalles, la educación popular. “El paso revolucionario —dice aún más allá de su dilatación en el tiempo, y que es su valor de
Jaeger— dado por Platón en las L eyes, que constituye su última eternidad. A las Leyes les viene este valor de la configuración
palabra sobre el Estado y la educación, consiste en instituir una que en ellas recibe la religiosidad de Platón, y que fue precisa
verdadera educación popular a cargo del Estado. Platón concede mente, a nuestro entender, la causa del menosprecio que por esta
a este problema, en las L eyes, la misma importancia que en la obra mostró la escuela liberal o posi ti vista del siglo pasado o
R ep ú b lica concedía a la educación de los gobernantes”.»3 principios del presente: Zeller, Gomperz, Grote, Wilamowitz . . .
Por este aspecto sobre todo, según parece estar históricamen Para este último, las L eyes son un descenso (h erabsteig en ) de la
te bien comprobado, tuvieron las L ey es un inmediato y {>ode- “fe filosófica" de los diálogos anteriores, y la causa de esta
roso influjo, poco después de la muerte de su autor, en la so decadencia hay que buscarla en la obnubilación que en el alma
ciedad ateniense. “Causa sorpresa —dice Wilamowitz— el que de su autor habían producido las tragedias de su vida, el des
no hayan quedado las L ey es sin eficacia práctica; pero así su moronamiento de sus esperanzas y sus enfermedades.30
cedió, y fue la misma Atenas la que escuchó luego las admoni Estas apreciaciones son muy propias de la época en que se
ciones de aquel a quien, mientras vivió, había despreciado”.32*34 pensaba, según llegó a decir alguien que presumía de ingenio
Que al digno filólogo le cause todo esto “sorpresa” (Ü bcrra- so, que la conversión religiosa viene con la arterieesclerosis, pero
schvng), se explica apenas en función de la desestima que él son totalmente caducas hoy en día, cuando tanto la fenome
mismo tiene de las L ey es; pero los hechos están allí, y Wilamo nología como la antropología filosófica o cultural han vuelto a
witz no tiene más remedio que registrarlos honradamente. Pla liarle a la religión el lugar que le corresponde entre las mani
festaciones más originarias y auténticas del espíritu humano.
Con referencia a Platón, además, sería del todo inexacto hablar
32 L ey es, 63G c. N u n ca apr obó Pl at ón el l l am ado "am o r gr i ego” , es ver ­
d ad , per o en l os ot r os di ál ogos l o pr esen t a si m pl em en t e com o un hecho, sin
ile "conversión”, dado que la religión fue el motor constante de
pr on un ci ar se, m edi an t e el per son aj e de Sócr at es, ni en f avor n i en cont r a. su vida y su vivencia más profunda. Lo único que hay es que su
N i n gú n ot t o fi l ósofo gr i ego, h ast a don de sabem os, h abía r epr obado l a p e­
der ast ía an t es d e q u e Pl at ón l o h i ci er a. Después de él l o hi zo, y en t ér m i nos 35 "D er An sch l u ss an di e Gesct ze Pl at on s i st i n al l er a u n ver k en n b ar __ ”
m ás vi ol en t os aú n , Ar i st ót el es (filic a n ic o m a q u e a , 1148 b 28), qui en por Pintón, 1, 701.
al go r eci bi ó, en t r e sus var i os epít et os, el de v ox n atu ru e. !l> “ D i e Tr agt k l i e sei nes Leben s, d er Zu sam m en br u ch sei n er H off n u n gen ,
23 p a id e ia , M éxi co, 19G2, p . 1056. •l ie Kr i i n k u n gen , d i e er per son l i cl i cr f u h r , h aben sei ne Seel e ver di i st er t ” .
3 « P la tón , I , 700. P la tó n , j, 693.
58 PLA TÓ N Y SICILIA PLATÓN Y SICILIA 59
experiencia religiosa llega ahora a un punto de radiante clari naturaleza, es digno de que nos apeguemos a Él en serio, y en
dad como no se había alcanzado, antes de él, en el mundo este apego está nuestra felicidad, ya que el hombre no es sino
antiguo, con la sola excepción del pueblo judío, que recibió un juguete en manos de Dios, y en serlo está su mejor suerte”.41
estas verdades no por investigación propia, sino por revelación Ni esta vida, pues, ni cuanto nos rodea hay que tomarlo en
directa, sobrenatural y positiva. serio, sino apenas el ser dóciles juglares o juguetes del juego o
El núdco de esta última teología platónica --que redunda por la comedia divina y representar nuestro papel del modo que
sí misma en cosmología y antropología— lo sitúan todos los más agrade a quien tiene en sus manos los hilos que mueven a
exegetas en 2®. extraordinaria proposición de que: “Dios es, para los personajes del retablo. Es la idea, ni más ni menos, del “gran
nosotros, y en grado supremo, la medida de todas las cosas, y teatro del mundo” o el abandono a la Providencia de San Fran
mucho más, a lo q u e pienso, que no el hombre, según preten cisco de Asís y los suyos, que iban así por el mundo como jugla
den algunos”.37 Es clara la alusión al lamoso apotegma de Pro res de Dios: L u d en s coram e o Omni tém pora.*2
tágoras, de que el hombre es la medida de todas las cosas. Para no alargarnos en esto demasiado, y puesto que se trata
A este relativismo o subjetivismo sustituye Platón, de una plu sólo de describir lo que Platón pensaba y sentía cuando estaba
mada, el único objetivismo inconmovible, que es el objetivismo próximo a abandonar la vida, nos limitaremos a transcribir el
divino; y de paso también, anticipándose a San Agustín, radica juicio final de Werner Jaeger, el gran humanista a quien debe
en Dios mismo las Ideas, en cuanto que no tiene ya necesidad mos la mejor revaloración de las Leyes. Dice así:
de este reino eidético, que antes parecía ser autónomo, quien ‘De este modo el esfuerzo de Platón, prolongado a lo largo
es por sí mismo, con absoluta soberanía, supremo canon y me de toda su vida, por descubrir los verdaderos e inconmovibles
dida. Lo es en todos sentidos, como causa eficiente y como fundamentos de toda cultura humana, conduce a la idea de ¡o
causa final, como “meta hacia la que todo debe proyectarse”,ss que está más alto que el hombre y es, sin embargo, su verdadero
ahora que aparece con su nombre propio y personal de “Dios”, yo. El antiguo humanismo, bajo la. forma que reviste en la
y ya no, como en la R e p ú b lica , encubierto en el velamen filo p a id eia platónica, encuentra su centro en Dios. . . uno, supre
sófico de la Idea del Bien. Y por esto mismo, por haberse ras mo e invisible, sobre todos los pueblos de la tierra.”41
gado todos los velos, por ser ya no la Idea, sino la Persona el En la paz y serenidad que los pasajes antes transcritos per
sujeto de la omnipotencia soberana, elimina deí todo Platón miten entrever; en el desasimiento de todo lo terreno y con la
aquellas misteriosas potencias de la "fortuna” y el “azar' (t ú x ú mirada fija en la eternidad, fue como Goethe vio a Platón, en
xai xaipóg) que en la mentalidad griega concurrían con la divi sus días postrimeros, al caracterizarlo de este modo:
nidad, cuando no la excedían, y proclama altamente que es Dios “Platón se comporta en el mundo como un espíritu bienaven
quien gobierna sin excepción la totalidad de los negocios hu turado a‘ quien plugo albergarse aquí por algún tiempo. No Je
manos, y con Él, a Él subordinados, la fortuna y el azar.3* Para importaba tanto aprender lo que ya sabía, cuanto comunicar
Platón también, antes de que Aristóteles lo dijera, y luego Dan generosamente lo que traía consigo. Si ahonda en lo profundo,
te, que no hizo sino copiarlo, es de Dios de quien “depende il 110 es tanto para explorarlo, como para llenado de su propio
cielo e tutta 3a natura”.49 Y esta dependencia la entiende Platón ser. Es en lo alto donde se mueve, con nostalgia, paja hacerse
como la de las marionetas en manos del titiritero, como se de nuevo partícipe de su origen. Y todo cuanto expresó, guarda
ve del siguiente pasaje: relación con un todo eternamente bueno, verdadero y bello,
"Mi respuesta es que debemos aplicarnos seriamente a lo que cuyo impulso se esforzó en despertar en cada corazón.” 44
es serio, y no a lo que no lo es; que únicamente Dios, por su Por las circunstancias exteriores, parece Platón haber llegado
al fin de sus días en la mayor simplicidad de vida, sin miseria
Leyes, y i6 c: ‘O U| 0 tó s j( ií* JtávEiav XQt||ión»v |iércay>
3® jaeger, op. cit. p. 5051. L e y e s 803 c.
3# Leyes 709 b: ‘fitc psv scáyxa, «al ¡jer a 0t:oO Tir/j] xai xwoág, 42 P ro v . 8, so.
távÚQÓmvst liiaxvflEQvmci cú ju ta n a . 43 O p. cit. p . 1077,
« Pa^adúo, X X V III, 42. 44 O t ad o por Wilamowitz» Platón, 7, 710.
PLA TÓ N Y SIC IL IA
60 PLA TÓ N Y SIC ILIA 61
para Platón a los 81 años de su edad, y hacia el año 347 antes
pero sin riqueza. No tendría mucho dinero en efectivo, cuando
de nuestra era. Lo único que le quedó por terminar fueron las
no dejó aparentemente ningún legado. En su testamento se
Leyes, pero lo esencial estaba dicho y consignado. “Murió es
mencionan apenas —lo que era bien poca cosa para un aristó
cribiendo”, dice Cicerón: scribcns est m oriuus, como cumple a
crata de su rango— cuatro esclavos y una doméstica asiática, a
todo genuino intelectual, con la pluma en la mano
todos los cuales otorgó, por su última disposición, la libertad.
Tenía además, aunque parece haber sido un hombre libre, un
lector: Filipo el astrónomo, que fue después el editor de las
Leyes.
Otras disposiciones tuvo que tomar en sus últimos días; no
muchas, por cierto, quien estaba pronto para emprender el gran
viaje de retorno; quien, como dice Wilamowitz, nunca miró eslk
tierra como su patria, sino que moró en ella apenas como un
huésped.45 Hijos de la carne nunca los tuvo, ni le preocupó
jamás, que sepamos, la Afrodita pandemia; pero sí tenía que
ver por su familia espiritual, por aquellos que, en la Acade
mia, había engendrado a la vida del espíritu. Como su sucesor
en la dirección designó, pues, a su sobrino Espeusipo, el hijo
de su hermana Potone, pasando así por alto a quienes podían
creerse, y con razón, con mejores títulos, como era el caso de
Xenócratcs, y sobre todo de Aristóteles. Uno y otro, en efecto,
manifestaron luego su resentimiento al abandonar Atenas des
pués de la muerte del maestro. Ambos también regresaron, a la
vuelta de algunos años: Xenócrates para ocupar, después de
Espeusipo, el rectorado de la Academia, y Aristóteles para fun
dar la escuela rival del Liceo. ¿Fue un nepotismo, en el peor
sentido del término, la designación que Platón hizo de su so
brino? Es bien posible, por más que nada sepamos a punto fijo
sobre los motivos que a ello le indujeron; pero pudo también
ser una providencia acertada, si pensamos que era mejor tal
vez para la Academia quedar bajo la dirección de un ateniense
—y todavía más, del mismo arraigo social que su fundador—, y
no de un extranjero como Aristóteles, tan vinculado además,
por su familia, con la corte de Macedonia,, es decir con la po
tencia que se- abatía, cada día con mayor pesadumbre, sobre
Atenas y su libertad. En estas condiciones, los aspectos propia
mente institucionales de la institución debieron ser preferentes,
en el ánimo de Platón, por sobre el genio filosófico de otro u
otros candidatos a la sucesión.
La muerte, la “libertadora”, según la llamó Esquilo, llegó

-*5 ‘‘D i e i r dísch e W el t h al l e cr n i cm al s ai s sei ne H ci m at bet r ach t et : d a


t vei l i e er n u r ai s Gast ” . P la tó n , i , 722.
D I S T RIBUCIÓN D E L O S D I Á L O G O S 68
de su autor, su biografía interior, por decirlo así; y por esto
tienen un interés vital tan alto estos trabajos, mucho mayor que
III. DISTRIBUCIÓN DE LOS DIÁLOGOS el de la simple tradición histórica o documental. De ahí tam
bién el gran atractivo de libros como los de Ritter y Wilamo-
En todo estudio más o menos serio que quiera hacerse hoy witz, el de este último sobre todo, que guarda, deí principio al
sobre Platón y su obra, ocupa siempre un lugar de primera im fin, una correspondencia dinámica entre la vida de Platón y su
portancia, así no sea sino por tratarse de una obra tan vasta, la producción literaria, con lo que una y otra cosa se explican en
función recíproca y se iluminan alternadamente.1
depuración y clasificación de sus diálogos. Lo primero es una
operación de deslinde entre los diálogos auténticos y los apó Sin extendernos más en estas generalidades, procedamos a la
exposición, no muy larga pero tampoco muy breve, del proceso
crifos, con la zona intermedia de los dudosos; lo segundo, la or
que se ha seguido, desde la antigüedad hasta nuestros días, en
denación de los primeros, ya de acuerdo con su contenido, o
la doble operación antes aludida de depuración y clasificación;
bien por la secuencia cronológica de su composición.
Aunque desde la antigüedad fueron abordados todos estos así, por una parte, será más amena o menos árida la narración,
y por la otra, no aventuraremos conclusiones apriorísticas o
problema*., su tratamiento se ha hecho mucho más a fondo en
precipitadas.
los tiempos modernos, en mérito de su mayor conciencia crítica;
la cual incluye tanto el espíritu de sistema como el afán de Ningún otro autor de la antigüedad tiene, como Platón, tan
seguir, a través de sus obras y gracias precisamente a ellas, la firmemente establecida la autenticidad de sus obras. Es muy
sencilla la explicación de este privilegio, que proviene del sim
evolución intelectual y sentimental, humana en suma, del pen*
pie hecho de que en la Academia se conservaron como en un
sador en cuestión.
santuario, y como su tesoro más preciado, los escritos del fun
Apresurémonos a decir, desde este momento, que la clasifi
cación sistemática nos parece ser de mucho menor interés, tra dador. Con el tiempo tal vez pudieron nacer ciertas dudas sobre
tándose de Platón, que la clasificación cronológica. Con otros ciertos diálogos que hoy tenemos por apócrifos o dudosos, pero
pensadores, como Aristóteles o Kant, podría ser otro también la mayoría, prácticamente la totalidad, tienen en su favor el
veredicto de la certeza.
el criterio estimativo, pero no así en Platón, cuvos diálogos, no
sólo por su forma sino por su contenido, son de una gran flui Es una certeza, claro está, puramente moral, pero es la única
dez, movilidad y complicación temática. Con excepción de muy que puede tenerse con respecto a los autores antiguos, cuando
pocos o de uno solo, como el T im e o , que ofrece una teoría no había imprenta, copyright ni cosas por el estilo. Es la certeza
cosmológica sin mezcla de otros elementos, en todos los demás, de la tradición, que hasta hoy reivindica la Iglesia Católica con
y por más que prepondere una cosa sobre las otras, hay un tra tanta energía como la de la letra escrita. De acuerdo con esta
tamiento simultáneo de cosas tan dispares como gnoseología, mentalidad, y tratándose siempre, por supuesto, de un autor
antropología, metafísica, teología y teoría del Estado. No nega antiguo, el ornes p ro b a n d i corresponde a los que sostienen la
mos, claro está, la utilidad escolar que pueda tener, por ejem superchería de una obra, y no a quienes, con apoyo en Ja tradi
plo, el describir la teoría de las ideas con los extractos más per ción, defienden su autenticidad. Es la falsedad o adulteración
tinentes de los diálogos en que se contiene; pero el interés de lo único que debe probarse. Si hoy en día está tan enredado
esta operación es bien escaso al lado del que suscita una clasifi todo esto, es simplemente porque, en los países protestantes
cación cronológica, la cual, si pudiera hacerse sobre sólidas ba sobre todo, la letra escrita ha descartado en absoluto la con
fianza en la tradición. Es entonces cuando se pide la prueba de
ses, nos ofrecería el maravilloso espectáculo de la evolución
la autenticidad de obra por obra, de escrito por escrito; cuando,
interior de uno de los espíritus más extraordinarios de la hu
manidad. Será por el auge que ha cobrado la biografía, pero lo 1 “ Un essai d 'or d r e ch r on ol ogi qu e, f f i t -i l en part üe con j ect er al , & l e gr an d
indudable es que, hoy por hoy, nos interesa esto incomparable avan t age d e su ggér cr l e scn ü m en t t rés v i f d 'u n m ou vem en t de pensée con-
mente más que aquello. La cronología de los diálogos platónicos t i n u .'' M au r i ce Cr oi set , P la tó n , O u m es c o m p le te s , in tr o d u c tio n , ed. L e s b elle s
es, por consiguiente, el complemento necesario de la biografía te tires, 1 9 4 6 , t . i , p. 1 3 .

[6 2 ]
64 D ISTRIBU C IÓ N DE EO S DIÁLOGOS
D ISTRIBU C IÓ N DE LOS DIÁLOGOS 65
a falta de copyright, se postulan ciertos llamados criterios inter mejores condiciones, tanto como en su lugar de origen, a su
nos, como, a propósito de Platón, ese misterioso platonischcs compilación y clasificación.
G efü h l, según dicen los alemanes, que decidiría sin apelación lo Todo esto da razón, en suma, de que haya sido un ilustre
que es de Platón y lo que no lo es. “gramático” del siglo iii a .c ., Aristófanes de Bizancio, director
Como quiera que sea, Platón tuvo en esto una suerte mucho de la Biblioteca de Alejandría, el primero que llevó a cabo la
mejor que la de Aristóteles, de cuyas obras dispuso Teofrasto, distribución de los diálogos platónicos en “trilogías”, o sea de
como si fueran su propiedad personal, en favor de Neleo, y así tres en tres. No tenemos por qué detenernos más, ni siquiera
fueron a dar al Asia Menor, de sucesor en sucesor y de escon para reproducirlo aquí, en este primer ensayo de clasificación,
drijo en escondrijo, hasta que por una serie de peripecias que hecho sin ningún discernimiento crítico, y simplemente por
no es del caso relatar, fue un contemporáneo de Cicerón, An- acomodarse a las conocidas trilogías de los grandes trágicos,
drónico de Rodas, quien fijó al final el canon aristotélico. Por como si los diálogos platónicos fueran de la misma naturaleza
algo los filósofos alemanes de hoy, con sus métodos radicales, o pudiera hacerse con ellos lo mismo, por ejemplo, que con la
han podido llegar a sostener, uno de ellos por lo menos,2 que O restiada de Esquilo. El único verdadero interés de la extra
nuestro corpus aristotelicu m sería un cor pus th eophraslicu m , vagante clasificación hecha por Aristófanes de Bizancio, es el
ni más ni menos. Con Platón por lo menos, gracias a la conser de la autenticidad, hasta hoy reconocida, de todos los diálogos
vación de sus obras en la Academia y a la tradición constante platónicos en ella comprendidos.3
que las avaló, no se atrevieron a tanto estos estupendos eruditos.
La Academia platónica desempeñó, pues, durante siglos, una
La clasificación de Trasilo
función que podríamos calificar de notarial o certificadora con
respecto a la autenticidad de las obras de su venerable funda De valor incuestionablemente mayor, y en varios aspectos
dor. Al lado de la Academia, además, surgieron muy pronto vigente hasta nuestros días, es la célebre clasificación que, entre
otros centros de erudición, en aquella edad ya tan libresca y el fin de la edad antigua y el principio de la era cristiana, llevó
crítica, y que podían proporcionar sobre estas cosas una infor a cabo el rh eto r Trasilo, consejero literario y amigo personal del
mación prácticamente tan segura como la escuela o escuelas de emperador Augusto.
Atenas. El principal de esos centros fue, como es bien sabido, En realidad, Trasilo hizo no una, sino dos clasificaciones: la
la Biblioteca de Alejandría. De esta ciudad, fundada el año primera dramática, la segunda filosófica, sin ninguna conexión
331 a .c ., quiso hacer Alejandro la metrópoli política y cultural interna, por obedecer una y otra a principios enteramente dis
del mundo helenístico; y en lo segundo, por lo menos, fue se tintos, bien que su mismo autor se haya cuidado de señalar las
cundado brillantemente por los Tolomeos de la última dinastía. correspondencias externas.
No sólo se preocuparon estos príncipes de que la Biblioteca En la clasificación dramática, Trasilo, al contrario de Aristó
poseyera, en copias fidedignas, las obras más representativas de fanes, agrupó los diálogos platónicos no en trilogías, sino en
la cultura, sino que promovieron la formación de una clase espe tetralogías, por grupos no de tres en tres, sino de cuatro en cua
cial de eruditos: los llamados “gramáticos” (G ram m atici), encar tro. ¿Por qué lo hizo así? A falta de declaración expresa de su
gados de depurar los textos y ordenarlos convenientemente. De autor, de la que carecemos, hemos de suponer que Trasilo pro
este modo, en suma, con los recursos de que ya entonces se dis cedió de esta suerte por parecerle que los diálogos platónicos
ponía y la facilidad de comunicaciones entre Atenas y Alejan guardaban mayor analogía con las obras teatrales que sus auto
dría, las obras de Platón, príncipe indiscutible de la cultura res presentaban, en los festivales dionisíacos, como tetralogías:
helenístico-romana en aquel momento, pasaron en copias esme tres tragedias acompañadas de una sátira, antes que con las tri
radas, y con preferencia a las de otro autor cualquiera, de la logías, que eran, precisamente como la O restiada, tres piezas
Academia a la Biblioteca, donde pudo procederse así en las relacionadas por el mismo asunto.
a “ I con si dcr t h at al l t h e com posi t i on s r ecogni zed b v Ar i st oph an es as Works
a Zü r ch er , A ristó teles’ W erk u n d G eist. o f Pl at o ar e u n qu est i on abl y s u c h . . . " Gr ot e, P la to , i , 1 5 5 .
66 D ISTR IBU C IÓ N DE LOS DIÁLOGOS D ISTRIBU C IÓ N DE LOS DIÁLOGOS 67
Como salta a la vista, este principio de clasificación era tan general y varias subdivisiones. La primera es en diálogos de
arbitrario como el de Aristófanes, y más aún tal vez, en cuanto investigación y diálogos de exposición. Los diálogos de expo
que obliga a incluir como “satírico" un diálogo platónico en sición se subdividen en dos clases: teoréticos y prácticos. Los
cada tetralogía. Ahora bien, si hay diálogos, como el P rotágoras teoréticos, por su parte, se subdividen en físicos y lógicos; y los
o los dos H ip ia s, en que sobresale la sátira, la que Platón hace prácticos, por último, en éticos y políticos.
de los sofistas, no es menos cierto que ellos también, al igual Tratemos de hacer más clara esta complicada clasificación
que los restantes, tienen un contenido doctrinal; y por otra en el esquema de la página siguiente.
parte, no se comprende cómo pudo Trasilo listar, como diálogo Hemos preferido transcribir completo el catálogo de Trasilo,
final de la primera tetralogía, en el lugar que debería aparen tanto en su aspecto formal como en su contenido material, pres
temente corresponder a la sátira, un diálogo tan serio, tan cindiendo apenas de los diálogos apócrifos, porque sólo en fun
patético, tan ajeno a toda sátira, como el F ed ón . Y por otro ción del contenido es posible hacer la crítica del principio for
lado, pone a ambos H ip ia s, tan satíricos los dos, en la misma mal de clasificación, el cual, por lo menos en su gran división,
tetralogía. Por último, todo parece reposar sobre la absurda es de suyo inobjetable.
idea de que Platón, emulando a los dramaturgos del festival Que una obra cualquiera pueda ser o bien de investigación,
olímpico, hubiese querido conquistar la gloria filosófica ante aporética, como solemos hoy decir, y otra de simple exposición
la posteridad (¿ni cómo imaginar otro juiado?) lanzando sus doctrinal, apofántica, es la evidencia misma; y es correcta, por
diálogos de cuatro en cuatro, como lo hadan aquéllos ante los tanto, la clasificación que se haga de las obras de un autor, ajus
jueces del concurso. tándose a esta distinción. Pero en lo que va errado el diagnóstico
Por disparatado o risible que todo esto pueda ser, la clasifi de Trasilo es en haber listado como diálogos expositivos muchos
cación dramática de Trasilo se respeta hasta hoy por dos con más de los que verdaderamente tienen este carácter. A nuestro
sideraciones. La primera, porque en las nueve tetralogías que entender, sólo les correspondería, con todo rigor, a los siguien
formó, y que arrojan, por tanto, la suma de 36 diálogos, agrupó tes: A p olog ía, M en ex en o, T im eo , Critias, L eyes, E p in om is, y a
todos los que hasta hoy se tienen comúnmente por auténticos, las Cartas. A la A p olog ía, en primer lugar, que no es sino la ex
más algunos que, hoy también, se consideran dudosos o apócri posición seguida de la defensa de Sócrates, y que ni siquiera por
fos: A lcib ia d es I I , H ip a rco , E rastae (A m atores), T eages, Clito- su forma es un diálogo, salvo ias interpelaciones ocasionales del
fó n y M inos. La segunda, porque si bien adoptó Trasilo un reo a sus acusadores. Al M en ex en o, donde el diálogo ocupa un
prinripio de clasificadón que no responde al contenido de los lugar mínimo, y todo el resto es un largo penegírico de Atenas.
diálogos platónicos, y que falla, por tanto, en casi todas las Al T im eo (y otro tanto dígase del Critias, su continuación o
tetralogías, acertó rotundamente, en cambio, en la primera de apéndice), por ser casi en su totalidad un discurso cosmológico y
ellas, constituida por los siguientes diálogos: E u tifrón , A p o lo cosmogónico, y con tal seguridad “expositiva”, además, que, como
gía, Critém y F ed ón . Aquí sí tenemos ¡y cuán maravillosamente! dice Grote, no parece sino que Platón fue el consejero del De
cuatro grandes tragedias, intensamente reales además, las que miurgo, su confidente por lo menos, en toda ’a obra de la consti
componen el ciclo del juicio y la muerte de Sócrates: primero tución y ordenación del mundo. A las L eyes, con su complemento
su comparecencia voluntaria en el tribunal; en seguida su de del E pin om is, por ser allí tan inútil, tan poco funcional el diá
fensa; luego, ya en la prisión, la repulsa de la fuga que le ofre logo, que por algo no aparece ya, entre los interlocutores, el per
cen sus amigos, y por último, el relato del día postrimero y la sonaje por excelencia “investigativo” que había sido Sócrates
muerte. Es la perfecta tetralogía, por la unidad temática y el en los diálogos precedentes. A las Cartas, en fin, en fuerza del
movimiento de la acción hasta la catástrofe final. De todas las carácter que tienen, por ser tales, de comunicación singular y no
demás, no vale la pena ni mencionarlas. recíproca. Más todavía, y si quisiéramos proceder con absoluto
L a segunda clasificación, la filosófica, la hizo Trasilo aten rigor, habría que decir que tres de las obras a que acabamos de
diendo tanto al asunto de los diálogos como a su método y pasar revista: A p olog ía, M en ex en o y las Cartas, no son ni siquiera
espíritu. Combinando ambos criterios, resultan una división obras de “exposición” en el sentido en que Trasilo toma este
68 DISTRIBUCIÓN D E LOS D I Á L O G O S D I S T RIBUCIÓN D E I OS D I Á L O G O S 69
I. Diálogos de investigación j II. Diálogos de exposición término, toda vez que no se expone en ellas ninguna doctrina,
^TITUXOL ] ÚfpTIYTl-UICOí sino otra cosa, bien que pueda contener tales o cuales elementos
doctrinales. La división de Trasilo, por ende, falla también, por
I. Diálogos de investigación este motivo, ya que no cumple con una de las normas fundamen
!t tales de la división, como es la de aplicarse adecuadamente, según
el principio divisorio que se elija, a todos sus miembros.
Cuatro apenas, en suma, o m ejor dicho, dos tan sólo: Tim eo-
Critias y Leycs-Epinomis, por constituir una y otra pareja
Gimnásiicos Agonísticos una verdadera unidad, serían los diálogos verdaderamente expo
, » sitivos de Platón. En todo el resto, por el contrario, es siempre
\ \
real, aunque más vivo o más remiso, el afán inquisitivo y dia
I
léctico, y ya sea que se llegue o no a una conclusión. No se com
Il I i I1 prende, por ejemplo, cómo pudo Trasilo clasificar, entre los diá
l í ¡ 11
t t logos expositivos, a la R epública, en la cual acaba por capturarse
1 . i i ,
Mayéuticos Pirásticos Probatorios Refutativos “lo que se busca” : la justicia, después de una pesquisa tan afa
JJUXLEU'UXOÍ •rceipacmxoí émSe ix t ix o í ávaTp£7mxoí nosa, que con razón se compara, allí mismo, a una cacería. ¿Cómo
Alcibíades Cármides Protágoras Eutidemo fue posible que “lo que se busca”: t ó ^t )t o Ú|ievo v , tan recurrente
Laques Menón Gorgias en el diálogo, no obligara, sin más, a incluirlo entre los diálogos
Lysis Ion Hipias I “buscativos” : £rynyt:(.xol? ¿Cómo fue posible, nos preguntamos
Eutifrón Hipias 11 también, que cjuedara entre los diálogos expositivos nada menos
que el Banquete, en el cual son tan numerosos y tan dispares los
II. Diálogos de exposición discursos sobre el amor, por más que prepondere el discurso o la
] teoría de Sócrates?
Pasando ahora a las subdivisiones introducidas por Trasilo en
i
uno y otro miembro de su división primaria, nos limitaremos a
1 las siguientes observaciones.
l , i. En los diálogos de investigación, en primer lugar, nos parece
Teoréticos Prácticos
que no tiene mayor fundamento in re el subdividirlos, como lo
hace Trasilo, en diálogos gimnásticos y diálogos agonísticos, como
si los primeros fueran un mero juego o ejercicio del entendimien
tl to, sin ningún adversario real o siquiera fingido, como en los
segundos. Con excepción del Ion, si acaso, hay siempre una po
Físicos Lógicos Éticos Políticos lémica tácita en estos supuestos diálogos gimnásticos: Laques,
qwoxxoí Xo yix o í T)0t,XOÍ TO^t/UXOÍ I.ysis, Eutifrán, todos los cuales tienden a exaltar la personalidad
Tim eo Cratilo Apología República de Sócrates, precisamente porque había también quienes lo de
Sofista Critón Critias nigraban.
Político Fedón Leyes Más extravagante todavía es la terminología de la segunda
Parménides Fedro Epínomis subdivisión de los mismos diálogos: mayéuticos u obstétricos, pi-
Teetetes Banquete rásticos o tentativos, probatorios y refutativos. De todo esto tienen
Menexeno lodos los diálogos platónicos, y si algo sobresale es el elemento
Cartas mayéutico, el alumbramiento espontáneo y paulatino de la ver
Filebo dad mediante el sistema de preguntas y respuestas. ¿Por qué, en
70 D ISTR IBU C IÓ N DE LOS DIÁLOGOS DIS T R I BU C I Ó N I)E LOS D I Á L O G O S 71

tonces, coloca Trasilo entre los diálogos pirásticos al M en ón , dia S chleierm acher
logo archimayéutico, donde precisamente ensaya Sócrates su arte
del parto espiritual y trata de demostrar su eficacia? Por más que haya tenido precursores, fue Schleiermacher, en
Más correcta, y acaso lo mejor del esquema de Trasilo, es la el siglo pasado, quien dio un impulso nuevo y poderoso al cri
subdivisión de los diálogos de exposición en teoréticos y prác ticismo platónico.
ticos, con la ulterior subdivisión, en los primeros, de “físicos” y Bajo la influencia de la filosofía kantiana y de los graneles
“lógicos", y en los segundos, de “éticos” y “políticos". Corres sistemas del idealismo alemán, Scheleiermacher considera el con
ponde a la división de la filosofía, impuesta por Aristóteles y junto de la obra platónica como el proceso dialéctico o el des
vigente aún en la escolástica, en lógica, física (filosofía natural arrollo sistemático de una idea central que Platón habría tenido
y metafísica), y por último, ética y política, que integran, como desde su más temprana juventud, y que habría luego expre
dice el mismo Aristóteles, la “filosofía de las cosas humanas”. Y sado, sucesiva y ordenadamente, en sus diferentes diálogos. Se
esta vez, además, y con todo acierto, no coloca Trasilo, entre los gún Schleiermacher, el primer diálogo platónico habría sido el
diálogos físicos, sino uno apenas: el T im eo , lo que confirma ei P ed ro, y con toda precisión, además, habría sido escrito a los
carácter fundamentalmente humano y eticista de la filosofía veintiún años de edad de su autor, hacia el año 406 a . c ., siete
platónica, como antes dijimos. años antes de la muerte de Sócrates, y en los diálogos de esta pri
Ésta es una de las lecciones que deja, con todos los defectos que mera época de extrema juventud, figuraría con otros, el Par-
pueda tener, la clasificación sistemática de Trasilo, como tam m énides.
bién, y tanto por sus aciertos como por sus errores, la convicción Ya por esto solo puede verse inmediatamente cuán desca
de que Platón: su pensamiento y su obra, es algo irreductible a minado iba, en estas temporaciones, Schleiermacher, toda vez
esquemas prefabricados, pues por su riqueza desborda todos los que, como se reconoce hoy uniformemente, Platón no empezó a
cuadros, o a todos los incluye en una composición orgánica e escribir sus diálogos filosóficos sino después de la muerte de
indivisa. Más problemático que sistemático, como diría Nicolai Sócrates, y los diálogos nombrados, además, son, reconocida
Hartmann, o más aporético que apofántico, no es tampoco ni una mente también, de la madurez de su autor. Pero lo que, sobre
ni otra cosa con exclusividad, y todo él está presente — con las todo, no tiene ni pies ni cabeza, es esto de imaginar al joven
muy contadas excepciones que hemos señalado— en todos y cada Platón como al provecto Kant (cuya primera Crítica es de los 57
uno de sus diálogos. Al comprender todo esto, siglos después, años), contemplando, como un demiurgo, su idea de la filoso
acabó por renunciarse a los principios clasificadores de la anti fía, y escribiendo luego sus diálogos, tranquila y metódicamen
güedad, para buscar otros más en armonía con la ideología de los te, en desarrollo y manifestación de la idea. Es éste, para decir
tiempos modernos, dominada por el principio de la evolución. lo menos, un Platón totalmente atemporal e inespacial, total
Fue así como los diálogos platónicos fueron vistos ya como el mente inmune a las circunstancias dramáticas que permearon
desarrollo de un proceso dialéctico, ya como el fruto de una evo su vida y que tuvieron, por ende, tan acusado impacto en sus
lución no predeterminada por ninguna idea directiva del proceso, diálogos.
una evolución, como solemos llamarla después de Bergson, pro De ahí, por tanto, que la hipótesis de Schleiermacher haya
piamente creadora. Omitiendo muchos nombres que hoy no sido vivamente impugnada por numerosos filólogos, como Ast,
tienen mayor significación, aunque en su tiempo la tuvieron Socher, Hermann, Süsemihl y Steinhart. Este último estableció,
extraordinaria, mencionaremos tan sólo, en lo que sigue, los en primer lugar, lo que desde entonces se tiene por casi cierto,
de aquellos scholars que, por uno u otro motivo, dejaron huella o sea que todos los diálogos son posteriores a la muerte de Só
perdurable en la empresa, hasta hoy proseguida afanosamente, crates, y en seguida, que el principio de ordenación cronológica
de ordenar cronológicamente las obras de Platón. debía ser el del menor o mayor alejamiento de la posición so
crática. Sócrates, en efecto, había insistido siempre en que no
pretendía enseñar ninguna doctrina, sino que se presentaba
apenas como un investigador de la verdad; y los primeros diá-
<i

72 DISTRIBUCIÓN DE LOS DIÁLOGOS D ISTRIBU C IÓ N DE l.O S DIÁLOGOS 73


logos platónicos, por tanto, habrían sido aquellos de carácter fechas de su nacimiento y muerte, y no, por el contrario, cuando
predominantemente aporético, y en los cuales además, según se da en un tiempo más remoto. Una alusión a las guerras
dice Steinhart, prepondera el elemento mímico y plástico. Estos médicas, por ejemplo, no significaría sino que Platón no pudo
serían los diálogos propiamente socráticos, antes de pasar a los haber escrito tal diálogo, ni cosa alguna, antes de haber nacido.
socraticoplatónicos, pata acabar, finalmente, en los puramente De acuerdo con esto, y para apreciar luego el rendimiento
platónicos. Por imprecisa que pueda ser la secuencia cronoló de este método, tenemos que la más importante alusión histó
gica que de este modo se obtenga, y con todos los riesgos de rica, de entre las utilizables, es la contenida en el siguiente
error que lleva consigo, es mejor método que el de las construc pasaje del B a n q u ete: “Actualmente, a causa de nuestra perver
ciones apriorísticas de Schleiermacher, quien a sí mismo se sidad, nos dividió la divinidad, como a los arcadios los dividie
tituló un día, con el orgullo de su ciencia kantiana, restitutor ron los espartanos”.5 Ahora bien, la mayoría de los intérpretes
Platonis. son de opinión que Platón se refiere aquí al castigo infligido
por los espartanos a Man tinca, capital de Arcadia, y que con
L o s nuevos m étodos sistió en la destrucción de sus muros y la dispersión de sus
habitantes en cuatro localidades distintas, todo lo cual tuvo
Todo esto, por lo demás, pertenece al pasado, a un pasado lugar el año 385. Pero León Robín, no tan precipitado, tiene
propiamente ultracentenatio. Los nuevos métodos que han sido apenas por “probable” esta referencia, y Wilamowitz, por su
aplicados en los tiempos modernos, así sea desde fines del siglo parte, cree que el escritor no alude sino a la disolución de la
pasado, para ordenar cronológicamente la obra de Platón, po Liga Arcádica, en el año 418, cuando Platón tendría como
dríamos clasificarlos, como lo hace Ritter, uno de los que con diez años de edad. ¿Qué seguridad, por tanto, alcanzamos en
mayor claridad y más a fondo han tratado la cuestión,4 del cuanto a la fecha de composición del B an qu ete, ya que, aun
modo siguiente. aceptando la primera hipótesis, no sabríamos sino que Platón
'Lodos los métodos se fundan en los datos mismos de los diá escribió el diálogo en una edad más allá de los 43 años? ¿Es
logos, {¿ero se diferencian, en una primera división, según que esto mucho para quien continuó escribiendo hasta los 80?
se trate de datos puestos allí conscientemente por el escritor, o Pues si esto pasa con la “más importante”6 alusión histórica,
de otros que, a pesar suyo o sin darse cuenta, resultan de la ya se deja entender lo poco que podemos esperar de las restan
lectura y comparación de unos diálogos con otros. Los prime tes, y muy contadas además, que encontramos en la obra plató
ros datos, jx>r su parte se subdividen en los siguientes: 1) Alu nica. Las alusiones, por ejemplo, y que son por cierto más que
siones a ciertos sucesos históricos; 2) Alusiones o conexiones con alusiones, al proceso y ejecución de Sócrates, no indican sino
escritos de otros autores, y 3) Referencias a escritos, que natu que los diálogos a ello concernientes los escribió su autor des
ralmente tienen que ser anteriores, del mismo autor. Los segun pués de los 28 años de su edad, y hoy se tiene prácticamente por
dos datos, a su ve/, se distinguen entre sí por referirse ya al seguro que no sólo ellos, sino ningún diálogo en absoluto fue
contenido filosófico, ya a la forma literaria de los diálogos. De escrito antes. ¿Y qué nos dice, además, el simple hecho de la
claremos todo esto lo más sucintamente que nos sea posible. referencia común al juicio y muerte de Sócrates, sobre el inter
Para empezar, naturalmente, con el primer miembro del valo temporal que media, y que todos asimismo admiten ser
primer grupo, las alusiones a determinados sucesos históricos muy dilatado, entre la A p ología y el Fedón?
proporcionan, como dice Ritter, un term inus a q u o , antes del Del P ed ro, a su vez, se dice que, por la correcta grafía y
cual no pudo obviamente haber sido escrito el diálogo en cues pronunciación (¿pero sabemos siquiera cómo se pronunciaba
tión; pero no tienen valor, como salta a la vista, sino cuando el griego clásico?) de los nombres de los dioses egipcios, hubo
el acontecimiento se ubica dentro de los años que correspon de ser escrito después del viaje de su autor a aquel país. Con
den a Ja actividad literaria de Platón, habida cuenta de las cedámoslo; pero aun así, quedan todavía, por delante, 40 años por
■< 1 9 3 a.
4 Con st an t i n Ri t t er , P la tó n , M an ch en , 1010, 2 vol s., i, 200. o “ D i e wi ch t i gst e Zei t ar i sp i el u n g.. . ” Ri t t er , o p . cit. i , 201.
74 DISTRIBUCIÓN D E LOS D I Á L O G O S D I S T R IBUCIÓN D E LOS D I Á L O G O S 7.r»
lo menos en la vida, y en la producción literaria por consiguien Pasemos ahora a las pruebas o indicios del segundo grupo, que
te, de Platón. resultan, según dijimos, de las diferencias, tanto por el con
Otras veces, en fin, las conclusiones que por este método quie tenido filosófico como por el estilo, que pueden apreciarse entre
re inferirse, nos parecen ser tan tiradas de los cabellos, que los diversos diálogos, y de las cuales, con toda seguridad, no fue
resultan ser francamente pueriles. Así, verbigracia, cuando se consciente su propio autor, como es, por lo demás, el caso más
nos dice que el libro nono de la R epública , con su etopeya del frecuente en la carrera de un escritor, que es el último en darse
tirano, tuvo que haber sido escrito después de la visita de Pla cuenta de las variaciones paulatinas que van sufriendo sus pen
tón a la corte de Siracusa; ¿pero de cuál visita, ya que entre samientos y su expresión.
la primera y las dos últimas hay, por lo menos, veinte años de Comenzando por las diferencias que pueden apreciarse, de
diferencia? Así, también, cuando se arguye que el libro séptimo uno a otro diálogo, en la evolución de las ideas filosóficas, todos
de la misma obra supone forzosamente que su autor había los críticos convienen en que su estudio es indudablemente de
tramontado el medio siglo, por la buena razón de que en él ‘ gran interés, pero no todos están de acuerdo en cuanto a su
se propone tal edad para los regentes de la República ideal, valor probatorio con respecto a la cronología de los diálogos,
como si Platón no pudiera en ningún momento dejar de pensar que es lo único que está aquí por decidir. Para unos, como Zeller
en sí mismo, y como si estuviera haciendo, al componer su o Horn, el método llevaría a resultados absolutamente conclu
obra mayor, una especie de campaña electoral. yentes, y sería por esto el mejor de todos, en tanto que, para
De tan parco rendimiento, como vemos, ha sido el método a Ritter, apenas si habrá uno o dos casos, y aun de éstos no parece
cuyas principales aplicaciones acabamos de pasar revista; pero estar muy seguro, en que la sobredicha comparación arroje una
tampoco ha sido más fructífero, antes todo lo contrario, el se luz decisiva sobre la anterioridad o posterioridad de los diálogos
gundo que dijimos, el de las alusiones, explícitas e implícitas, contrastados.
de los diálogos platónicos a otras obras de autores contemporá Como lo sabe todo aquel que se haya asomado siquiera a estos
neos. Si estas otras obras, a su vez, hubieran tenido su copyright, problemas, la dificultad proviene de que no es siempre tan
no habría más que pedir; pero como no es así, sino que su cro obvio, en presencia de dos textos —y peor aún si son más, como
nología es igualmente incierta, nada ganamos con saber que tal es aquí el caso— que exponen una doctrina en distinto grado
diálogo de Platón es anterior o posterior a tal discurso de Isú- de desarrollo, si el de menor elaboración es forzosamente el an
crates. Es simplemente el registro de la anterioridad o posterio terior, o si es, por el contrario, un resumen o esquema que el
ridad entre dos incertidumbres; y por esto dice R itter que difí autor haya querido hacer de su propia doctrina, desarrollada
cilmente pueden inferirse, de tal comparación, pruebas cons ya largamente en otra de sus obras. Es exactamente lo que ha
trictivas.7 ocurrido'no sedo con Platón, sino con Aristóteles, ya no digamos
En terreno más firme estamos —de esto no hay duda— cuando, con los libros de la Metafísica, cuya colocación numérica ha
aplicando el tercer método, encontramos que un diálogo remi sido un verdadero rompecabezas, sino, más simplemente, con
te a otro, ya expresamente (como cuando se dice en el Político: las tres Éticas que tradicíonalmente solieron adscribírsele. En
“Esto lo hemos visto en el Sofista”), ya por alusiones indirectas tanto que, para Jaeger, la Gran Ética es muy posterior a las
y que no pueden interpretarse de otro modo. Tenemos así, en otras dos, y ni siquiera de autoría aristotélica, para Olof Gi-
aplicación de este procedimiento, que hay una indudable co gon, y sobre todo para von Arnim, sería la Ética primitiva,
nexión entre el T eetetes, el Sofista y el Político, como también, la Urethik. En presencia de un texto que se reconoce unánime
a su vez, entre el Critias y el Tirneo; y lo único lamentable es mente ser más rígido o escolástico que el de las otras dos Éticas,
que aquí se agotan, según R itter,8 las referencias indubitables de unos toman este carácter como consonante con el esquema pri
uno a otro diálogo. mitivo del mismo autor, y otros, por el contrario, como corres
pondiente a la redacción de un discípulo más o menos tardío,
r "Bündige Beweisc sind kaum zu íühren.” op. cit. i, 204. pero, en todo caso, no del maestro.
* Platón, i, 216. Volviendo a Platón, podemos apreciar análogas contradic-
76 D ISTR IBU C IÓ N DE LOS DIÁLOGOS D ISTR IBU C IÓ N DE I.OS DIÁLOGOS 77

dones entre los intérpretes, en los tres temas principales, para En lo que hace, por último, a la teoría del alma, expuesta so
no mencionar otros secundarios, de la filosofía platónica, y que bre todo en el F ed ó n y en la R ep ú b lica , la discusión se trabó,
serían, en la opinión común, la teoría política, la teoría de las muy reciamente también, en razón de la contradicción que creyó
ideas y la teoría del alma. percibirse, y que algunos, como Rader, tuvieron por insoluble,
En lo que concierne a la primera, lo único que sabemos con entre la concepción del alma como sustancia simple (F edón ),
certeza es que tanto la R ep ú b lica como el P olítico son anterio o compuesta (R ep ú b lica , P edro y T irneo), por la división del
res a las L eyes, y esto simplemente por haber dicho Aristóteles alma en alma racional y alma irracional, dividida ésta a su
que las L eyes son la última obra, en absoluto, escrita por Platón. vez en “ánimo” y “deseo”. Hay quienes opinan, como Santo
Con respecto a los otros dos diálogos, la opinión dominante es Tomás, al estudiar el mismo problema en la psicología de Aris
que la R ep ú b lica precede al P o lítico ; pero Zeller creía lo con tóteles, que no hay ninguna contradicción, en cuanto que las
trario, y H ora, igualmente, dice que lo más firme y averiguado diversas funciones, potencias o facultades del alma no destruyen
en esto de la cronología platónica, es que el P olítico guarda con su unidad radical, y de nuestra parte creemos ser ésta la in
la R ep ú b lica la misma relación que la oruga con la mariposa. terpretación correcta. Pero si la concepción tripartita del alma
Muy elegante el símil, no diremos que no, pero lo cierto es que se entiende como una división física o real, habrá que decir
la evolución de una idea no suele percibirse en los textos con entonces, con Zeller, que Platón no postula la inmortalidad del
tanta claridad como, en una crisálida, la de los insectos lepidóp alma (F ed ón ) sino en favor de la parte racional, el logistikón de
teros. la R ep ú b lic a ; o con Rohde, y lo decía con gran seguridad,
Por lo que ve a la teoría de las ideas, que se tiene común que el pensamiento del filósofo evolucionó de la concepción
mente como lo más platónico de lo platónico, se contiene sobre tripartita a la unitaria (?pero qué impide que hubiera podido
todo en los siguientes diálogos: en el C ratilo y en el M enón, en ser exactamente al revés?), o con Hirzel, que Platón no profesó
estado incoativo, como si dijéramos; con mayor vigor, en el B an realmente, como creencia suya, la concepción tripartita, y que
qu ete y en el P ed ro ; con toda su fuerza y claridad, en el F ed ón si la expone, es nada más que por dar a conocer otras opiniones
y en los libros VI y VII de la R e p ú b lica , y en estado aporético, ajenas de la suya, del mismo modo que lo hace con los varios
o sea complicada con todas las objeciones en contra, en el Par- mitos sobre el destino ultraterreno del alma.
m én ides y el Sofista. Dados estos diversos grados de elabora A propósito de los mitos, que ocupan lugar tan importante
ción o de perplejidad, se acepta en general que el F ed ó n es pos en la obra de Platón, es de recordarse aquí la peregrina teoría
terior al B a n q u ete, pero ya no es tan clara la cronología entre de Schleiermacher, con arreglo a la cual los diálogos con mitos
el F ed ó n y la R ep ú b lica , muy lejos de ello; y en cuanto al Par- (F edón y R ep ú b lica desde luego) tendrían que situarse entre los
m én ides, se discutió largamente, por muchos años, si por su in de la primera época, y esto no más que por la obsesión de estos
dicado carácter aporético había que verlo como el primer es filósofos kantianos, de que la filosofía platónica tendría for
bozo de la teoría de las ideas (Munk llegó a asignarle el primer zosamente que haber seguido un desarrollo “científico”, con
lugar, en absoluto, entre los diálogos platónicos), o si, por el el consiguiente y gradual abandono de toda mitología. Nadie,
contrario, no habría sido más bien uno de los diálogos de la hasta donde sabemos, sostiene ya hoy esta ocurrencia, pues no
última época, donde Platón habría reflejado honradamente las hace falta sino leer sin prejuicios los textos mismos para ver
numerosas objeciones levantadas contra las ideas como entidades cómo su autor recurre naturalmente al mito, aun en diálogos
separadas, y tan fuertes, además, que a él mismo pudieron ha de altísima elaboración filosófica —si no es que en éstos precisa
cerle vacilar en esta convicción. Si bien es éste el dictamen que mente— cuando siente que la razón no puede avanzar más allá,
ha acabado por prevalecer, reconozcamos que la primera inter y que hay que colmar de algún modo el vacío, con creencias
pretación no peca tampoco de absurda, ya que un filósofo puede o tradiciones que tampoco pueden descartarse en absoluto como
verse acosado de dudas sobre su propia doctrina tanto cuando fuente de conocimiento.
empieza a construirla, como cuando vuelve sobre ella después Inspirada en prejuicios análogos a los de Schleiermacher, es
del combate que, en su defensa, ha tenido que librar. la explicación “cronológica” ideada por Hermanns, en cuya opi
78 D ISTR IBU C IÓ N DE LOS DIÁLOGOS D ISTR IBU C IÓ N DE LOS DIÁLOGOS 79
nión todos los diálogos aporéticos o crítico-negativos, como él publicó, el año 1867, a dos diálogos platónicos: el Sofista y el
dice, tendrían que ser forzosamente más antiguos que los lla P olítico, comprobó en ellos un gran número de peculiarida
mados diálogos positivos. Con este criterio, aplicado a rajata des estilísticas, que eran comunes además, según luego percibió,
bla y sin el debido discernimiento, habría que tener como diá con el T im en , el C ridas, el F ile b o y las L eyes, de lo cual de
logos de juventud el Sofista, el P o lítico y el P arm énides, cuan dujo que todos estos diálogos pertenecían, por lo mismo, a la
do hoy se tienen, al contrario, por diálogos de senectud. vejez de Platón. Avanzando por este camino, o retrocediendo
más bien, percibió luego que en otro grupo de diálogos: R e
p ú b lica , F ed ro , T eetetes y P arm én ides, se daban otras peculia
E l m étod o estilornétrico
ridades verbales que les eran comunes, y que, siendo distintas
Vengamos ahora, para concluir, al último de los métodos de las primeras, no estaban de ellas tan alejadas; por todo lo
aplicados en la detección de la cronología platónica, y del que cual esos diálogos fueron considerados como de la madurez
se creyó en un tiempo —así lo dice Ritter— que él sí puede del filósofo. Del mismo modo, p ari passu, con los diálogos del
resarcirnos cumplidamente de las esperanzas frustradas en el primer grupo o de la juventud.
ejercicio de los anteriores.® Este método, llamado “estilóme- Sin saber nada de los trabajos de Campbell, que eran, a lo
tría” por los ingleses, y “estadística de vocabulario” (Sprach- que parece, desconocidos en Alemania, Dittenberger, en 1881,
statistik) por los alemanes, consiste en observar las variaciones explicó el mismo método y llegó, en lo sustancial, a las mismas
estilísticas, sobre todo en el empleo de ciertos adverbios, modos conclusiones que su colega británico. Por la brecha abierta por
adverbiales, conjunciones y partículas, que hay en el lenguaje ambos investigadores, siguieron luego, en Alemania, los traba
de Platón, y de las cuales fue él mismo, con toda probabilidad, jos de Schanz y von Arnim, y en Inglaterra, los de Lutoslaws-
inconsciente, como le acontece en general a todo escritor. ki.10 Fue este último quien inventó el nombre de “estilometría”,
Hay que advertir desde luego, y antes de toda otra conside pues creyó que era posible determinar, con precisión matemáti
ración, que el método sólo ha podido operar en cuanto que ca, todas y cada una de las variantes verbales entre los diá
previamente se tenía, aquí también, un term in as a q u o (o logos; exagerada pretensión que, en concepto de Ritter, redundó
a d qu em , según que veamos para adelante o para atrás), cons antes en descrédito del método que en su perfeccionamiento.
tituido, siempre sobre el irrefragable testimonio de Aristóteles, A la estilometría (llamémosla así sólo por comodidad de
por las L eyes, la obra póstuma de Platón. Partiendo de ella lenguaje, y no porque respaldemos en todo las conclusiones de
hacia atrás, un diálogo platónico estará tanto más o tanto Lutoslawski) pertenece no sólo la dosificación de los términos
menos alejado de la vejez y muerte de su autor, cuanto mayores que han sido considerados como los más indicativos, sino otras
o menores sean sus diferencias estilísticas con respecto a las peculiaridades muy interesantes en la construcción de la frase.
Leyes. Como se percibe desde luego, trátase de una dosificación Así, por ejemplo, se concede gran valor al hecho de que los
de vocabulario por extremo difícil, y tanto más cuanto más se hiatos van disminuyendo gradualmente entre los diálogos de la
aleje uno del term in as a q u o ; pero antes de entrar en estas juventud y los de la vejez; cosa que se atribuye a que Platón,
dificultades, bueno será historiar sucintamente cómo y de qué por más que se guarde mucho de decirlo así, habría cuidado
manera fue que se hicieron estos hallazgos. de aplicar en este punto la preceptiva de su rival Isócrates, quien,
Adrede hemos dicho cómo se llama a este método en Ingla en efecto, hacía gran hincapié en evitar aquella cacofonía. Pero
terra y en Alemania, porque fue invención común, a algunos justamente con este progreso en la vocalización, se observa que
años de distancia, de dos filólogos, oriundos respectivamente de la cláusula misma va siendo más y más amplia, y los anaco
uno y otro país, los cuales llegaron, sin conocerse para nada lutos, por ello mismo, se multiplican, como si el escritor no
entre sí, al mismo resultado. pudiera curarse más de su sintaxis cuando las ideas le acudían
El inglés primero, Lewis Campbell, en la introducción que en tropel y tenía que expresarlas como fuera.

* Ri t t er , P la tó n , i , 232. i ® T h e o r ig in a n d g ro w th o f P la to ’s lo g ic , Lon d r es, 1897.


80 D ISTRIBU C IÓ N DK LOS DIÁLOGOS D ISTRIBU C IÓ N D1-; LOS DIÁLOGOS 81

¿Qué debemos pensar de la estilometría, de su valor estadístico El carácter distintivo de la línea de separación, además —y
en cuanto a apurar la cronología de la obra platónica? con esto entramos en la combinación de la estilometría con los
No negaremos que en general ha producido buenos resulta métodos antes examinados— está en el carácter más socrático de
dos, pero a condición —y es acaso la advertencia o restricción los diálogos que quedan antes, y más platónico, por el con
más importante— que se combine con los otros métodos estu trario, de los que vienen tíespués. Y lo de “más socrático” hay
diados con antelación, o sea que se tenga en cuenta, en cada que entenderlo ya por no superarse, en los primeros diálogos,
diálogo, tanto la forma estilística como el contenido filosófico. la filosofía propiamente socrática, de carácter sobre todo prác
Para poner ejemplos concretos, y siguiendo las juiciosas obser tico, ya por ser su principal designio la defensa y glorificación
vaciones de Clodius Piat,11 la abundancia creciente, que se ob de Sócrates, aunque con yuxtaposición expositiva de la filosofía
serva en general, de los superlativos adverbiales sobre los abso propiamente platónica, como es el caso, sobre todo, del F edón
lutos (áXqOwg-áÁriOétrcaTa, ópOwg-opDoTaxa, xaXwg-xáXXwTa) no y el B an qu ete. De la R ep ú b lica en adelante, en cambio, Só
prueba necesariamente la anterioridad o posterioridad de un diá crates va siendo gradualmente, más y más, un mero portavoz
logo, en razón de la indicada progresión de los superlativos, de las ideas platónicas, hasta acabar por desaparecer del todo
sino que puede suponerse la sencilla hipótesis de que el au tol en las Leyes.
los usa en mayor número en aquellos diálogos consagrados a la De acuerdo con esto, y combinando libremente entre sí
defensa de sus tesis fundamentales. Así también, tratándose del todos los métodos de cronología platónica a que hemos pasado
aumento, igualmente progresivo, de ciertas partículas enclíticas, revista, y todo ello con lo que sabemos por otro lado de la
equivalentes a la conjunción copulativa, su eclosión súbita, como vida de Platón —contribución muy importante, por cierto, a la
dice Piat, puede explicarse simplemente en razón de ser el cronología de los diálogos—, terminaremos esta pesquisa con
pasaje en cuestión de índole narrativa, lo que ocurre, por ejem una brevísima historia de cómo fueron surgiendo, unos después
plo, cuando el autor está desarrollando un mito. de otros, los diálogos platónicos, conforme al esquenra que nos
Con estas cautelas, sin embargo, no puede desconocerse que traza, en su admirable obra, Wilaniowitz-.Moellendorff. Con
ha sido decisiva la contribución de la estilometría, como puede todo lo que pueda haber allí de fantasía, para llenar los vacíos
apreciarse del cuadro comparativo que nos ofrece R itte r12 entre documentales, creemos ser éste el ensayo mejor logrado, el que
la cronología establecida por él mismo, en aplicación del mé responde más cumplidamente al propósito de describir dinámi
todo, y la que, por su parte, proponen Lutoslawski, Gomperz, camente la sucesión temporal de los diálogos platonices en fun
Natorp y Ráder. Con ligeras variantes, concuerdan todos ellos ción de la vida de su autor.
—lo cual era de esperarse, por lo que antes dijimos— en la
cronología de los diálogos que van de la R ep ú b lica a las L eyes,
L a cron ología d e W ilam ow ilz
o sea de aquellos que están menos distantes del tcrm inus a quo.
Mayores divergencias se observan, como es natural, en los diá Platón, pues, autor dramático en un principio, y colocado,
logos anteriores a la R e p ú b lica , pero ya es mucho el haberse desde muy joven también, bajo la influencia de Sócrates, habría
puesto de acuerdo en considerar a este diálogo como el vértice empezado por escribir una serie de diálogos, desde luego socrá
o apogeo en la producción platónica, y por esto mismo, como ticos, pero cuya principal intención no es la defensa del maes
la línea divisoria entre los diálogos que lo preceden y los que le tro (y por esto pensaron muchos críticos que pudieron haber
siguen. Lo que es el divortiu m aqu aru m en una cordillera, la sido escritos antes de la muerte de Sócrates), sino simplemente la
línea de separación de las aguas que corren hacia una y otra de trazar ciertos cuadros o escenas, llenas de vida y movimiento.
vertiente, es aquí la R ep ú b lica .13
al pr i m er o, en t r e el cu al y l os dem ás, en opi n i ón de num er osos i n t ér pr et es,
11 P la tó n , Par ís, 1 9 0 6 , p . 4 3 8 . h abr ía u n a d i st an ci a t em por al con si der abl e. N o obst ant e, es cu r i oso com pr o­
12 P la tó n , i , 2 5 4 . bar , en l as t abl as cr on ol ógi cas de Ri t t er , cóm o la est i l om et r ía r evel a u u a
13 Acl ar em os desde est e m om en t o, a r eser va de exp l i car l o después, que secuenci a, si n sol uci ón de con t i n u i d ad , en t r e el l i br o pr i m er o y los subse­
nos r efer i m os, con est a cer t eza, a l os n ueve l i br os de l a R e /m b lic a q u e si guen cuent es. Cf . Ri t t er , o p . cit., p. 2 5 4 .
82 D ISTR IBU C IÓ N DE LO S DIÁLOGOS D ISTRIBU C IÓ N DE LO S DIÁLOGOS 83
en que Sócrates, según acostumbraba hacerlo, pone en solfa a tudes, no pudo ser el corruptor de la juventud, según se lo impu
varios personajes, poetas y sobre todo sofistas, infatuados de su taron Anito y los que con él formalizaron la querella judicial.
fingido saber. Este aspecto, el irónico o burlón, es el que más Fortaleza (L aqu es), templanza (Lisis-C árm ides), piedad (E u ti
se acusa en el Sócrates de estos diálogos, y apenas fugitivamente, frón ), de todas estas virtudes es Sócrates cumplido arquetipo;
aunque no esté ausente del todo, entrevemos la imagen divina y en lo que hace a la piedad (no la misericordia, sino la pietas),
que Alcibíades decía habitar en el alma de aquel Sileno, y Platón la pone de relieve en su maestro, y en una situación,
que, a los ojos de sus discípulos, no se reveló por completo, esta vez, preparatoria del proceso judicial, justo porque la acu
en todo su fulgor, sino el día de su muerte.14 Por esto llama sación en su contra fue por crimen de “impiedad”. La pruden
Wilamowitz sátiras filosóficas, sin mayor profundidad doctrinal cia o sabiduría (una y otra cosa quiere decir la phrónesis) no
aún, a diálogos como los siguientes: Io n , A lcibíad es, los dos cree Platón necesario encarecerla, siempre con referencia a Só
H ip ia s y P rotágoras. Este último, sobre todo, pasa con razón por crates, en un diálogo especial, pero prácticamente está en todos,
ser el de mayor arte dramático no sólo entre los diálogos de por el hecho mismo de postular Sócrates toda virtud como un
juventud, sino entre todos en general. Con él acontece, según saber, y de urgir, en consecuencia, por la definición estricta de
han observado los críticos, lo que con el W erther de Goethe, cada virtud, frente a la frivolidad de los sofistas, que se con
el R o m e o y Ju lie ta de Shakespeare y el D avid de Miguel Ángel; tentan con la retórica. L a justicia, en cambio, sí es el tema
obras todas de juventud, pero cuya frescura o vivacidad, pre del libro primero de la R ep ú b lica , el cual, en el momento de
cisamente por ello mismo, no vuelve a darse en la producción su composición, muy probablemente por lo menos, no debía
posterior, más valiosa bajo otros aspectos, de aquellos artistas. ser el primero de los otros nueve, sino un diálogo autónomo,
A continuación de esos diálogos vinieron los que Platón que habría sido el T rasím aco, por estar todo él dedicado a la
escribió, ciertamente después de la muerte de Sócrates, consa polémica de Sócrates con el sofista de este nombre: Trasímaco
grados a su “defensa”, y que Wilamowitz distingue cuidadosa de Calcedonia, sobre el concepto de la justicia. Y figura entre
mente de la “glorificación” (V erteidigung, V erklarung), la cual los diálogos en defensa de Sócrates, porque lo prominente en él
se encontraría tan sólo, según él, en el B an q u ete, y sobre todo no es tanto la explicitación de aquel concepto, cuando la pre
en el F ed ón . La defensa de Sócrates, a su vez, la entiende el sentación de Sócrates como el varón justo por excelencia, como
filólogo alemán en un sentido más amplio del que de ordinario el heraldo de la nueva moral que él mismo formula al decir
suele atribuírsele, porque no la toma tan sólo bajo el aspecto que es preferible sufrir la injusticia a cometerla. Es la convic
procesal, como si dijéramos, del juicio incoado y seguido, hasta ción que expresa en el G ritón, y por la cual murió, al consentir
la sentencia, en contra de Sócrates, sino que la extiende a aque en someterse a una sentencia injusta, antes que cometer él
llos diálogos en que Sócrates, sin estar en ia situación judicial mismo, con su fuga, una injusticia con la ciudad. Y Platón quie
del acusado, es vindicado, de hecho, de los cargos que en contra re no sólo mostrar, en el F ed ó n , cómo muere el justo: ecce quo-
suya se formularon durante el juicio. Por esta razón, Wilamowitz rnodo m oritu r iustus, sino también, en todos aquellos diálogos
incluye en este grupo de diálogos no sólo la A p olog ía y el Cri- de la "defensa” de Sócrates en su más amplio sentido, cómo
tón , sino los siguientes: L a q u es , L isis, C árm ides, E u tifrón y el vive el justo en su vida normal y cotidiana: ecce q u o m o d o iustus
primer libro de la R ep ú b lica. vivit.
En todos ellos, en efecto, aparece Sócrates como el prototipo Esto último es lo que está también en “1 B a n q u ete, sólo que
de las virtudes cardinales (Platón es el autor de esta concepción ya no en plan de defensa simplemente, 4ue se contenta con
que pasó luego a la ética cristiana), una por una, y de otras desvirtuar la calumnia, sino en el de apoteosis o glorificación.
aún, con lo que se da luego a entender, por más que no se diga A este fin conspira tanto el discurso de Sócrates sobre el Amor,
expresamente, que un hombre así, adornado de todas las vir como, sobre todo, el no menos maravilloso discurso de Alcibía
des, que es la más espléndida etopeya de Sócrates, así no fuese
14 "D as Gót t er bi l d h at Pl at ón er st zu Gesi ch t e bek om m cn . ai s SoKr ates zu sino por su carácter unitario, entre todas aquellas que, fragmen
st er ben gi n g.” W i l am owi t z, P la tó n , i , 1 3 9 . tariamente, se contienen en los diálogos platónicos. Sus rasgos
84 d is t r ib u c ió n d e l o s d iá l o g o s D ISTR IBU C IÓ N DE LOS DIÁLOGOS 85
son concordantes, por supuesto, con los del F ed ó n , pero con la tende suplantarse a la filosofía, compone Platón un breve diá
diferencia, apuntada finamente por Wilamowitz, de que en un logo, el M en ex en o, que, en realidad, tiene de diálogo muy poco
caso dominan en la pintura, junto a la claridad del personaje, o casi nada, por no ser otra cosa que una encendida perora
los tonos sombríos de la muerte inminente, al paso que, en el ción en alabanza y gloria de Atenas. Mediante esta obra de re
otro, el retrato brilla en la más opulenta luz.15 tórica, de la buena, trata Platón, en suma, como dice Wilamo
En razón simplemente de la unidad temática que los vincu witz, de echar un poco de agua en la hoguera del Gorgias, y de
la, nos hemos referido, sin solución de continuidad, a los diálogos conciliarse, basta donde le es posible, el favor de todos, con una
de defensa y a los de glorificación de Sócrates, por más que pieza que su autor debió ver como la mejor c a p ta d o benevo-
estos últimos, en la opinión común actualmente, hayan sido Icntiae en aquellas circunstancias.
escritos mucho tiempo después de los primeros; y ahora retroce Los tres diálogos que probablemente siguen al anterior: Me
damos lo necesario para seguir sin saltos la cronología. llón, C ratilo y E u tid em o, están ya todos permeados del espíritu
Después de los diálogos en defensa de su maestro, parece Pla de la Academia, de la cual son, entre los tres, como el programa
tón haber escrito otro de sus grandes diálogos, el Gorgias. En o manifiesto de su orientación y su didáctica. Socrática es aún,
él pasa ya la persona de Sócrates, y su defensa, por ende, a en el M en ón , la doctrina de que la virtud puede ser enseñada,
segundo plano, porque aunque todavía polemiza con los solis y lo es igualmente la mayéutica como método de aprendizaje;
tas, no lo hace en el tono de buen humor, reposado y festivo, pero todo lo que viene después: la matemática y la dialéctica
del P rotágoras, sino con una acritud tal, que es manifiesto (pie como disciplinas fundamentales en la nueva institución, y más
ya no es él, sino Platón, quien ha saltado a la palestra. La allá aún, la eternidad del alma y la reminiscencia como los
misma tesis sofística de que la justicia es el interés del más fundamentos metafísicos del método mayéutico, todo esto es,
fuerte, la impugna el Sócrates del T ras im aco de un modo muy incuestionablemente, platonismo puro. En el E u tid em o, a su
distinto de como lo hace el Sócrates del G orgias, no en la argu vez, se distingue con todo rigor la dialéctica filosófica de la
mentación, pero sí —y es aquí lo decisivo— en el tono del debate. erística sofística, y en el C ratilo, en fin, se postula, frente al
En la interpretación de Wilamowitz, que estamos transcribien flujo heraclitano del devenir universal, la existencia de un reino
do y glosando, el G orgias habría sido el último de los diálogos inmutable de las Ideas, las cuales son así el necesario correlato
juveniles, o no tan maduros, de Platón; y lo habría escrito de la reminiscencia y la mayéutica, que de otro modo opera
poco antes de emprender sus viajes. En él lanza el guante contra rían en el vacío.
la retórica y la sofística, en una guerra sin cuartel, y delinea la Con tal programa y con tal orientación, metafísico-didáctica,
nueva p aid eia que ha de sustituir a aquella educación fingida, firmemente articulada, emprende y lleva a cabo Platón, en dos
y sobre la cual va él, Platón, a meditar en su ausencia de Atenas, décadas, más o menos, de docencia ininterrumpida en la Aca
para volver con ella perfectamente estructurada. demia (es decir, antes de volver a Sicilia) su gran obra de la
Es, en efecto, lo que ocurre a su regreso, con la fundación R ep ú b lica. En ella también, según el deslinde que estamos ha
de la Academia; pero antes, o simultáneamente, y tal vez con ciendo, es herencia socrática el “cuidado del alma”, cuya salud
el propósito de ganarse discípulos, le interesa a Platón desvane es la justicia, con la comparación tal vez, aunque ya no tan
cer la mala impresión que pudo haber dejado el G orgias, en seguro, entre el alma y el Estado; pero todo el resto práctica
cuanto pudieron haberse interpretado sus ataques contra la retó mente, toda la inmensa riqueza y profundidad de la obra, que
rica como dirigidos contra la educación ateniense en general, e no podemos atisbar siquiera en este momento, es de auto
indirectamente, por lo mismo, contra Atenas misma. Para mos ría platónica. Sócrates quiso, en verdad, la salvación de Ate
trar, pues, que a nadie cede él en el amor de su patria, y que nas, pero el campo exclusivo de su misión fue el alma de
la retórica puede tener bellos y nobles usos, cuando no pre- sus conciudadanos, y no la organización del Estado dentro del
cual pudieran aquéllos alcanzar la vida mejor.
" D c r l ’ l i ai don ist d u rth u u s in d u n k l cn Touc-n ge-hal len, das Sym posion Como no hemos de volver a ocuparnos más de él, añadiremos
gl i t t cr t i n bu n t em Li ch t e” . P la tó n , i , 392. que la interpretación de Wilamowitz, en lo tocante al M ene-
86 D ISTR IBU C IÓ N D E LO S DIÁLOGOS D ISTR IBU C IÓ N D E LOS DIÁLOGOS 87
xén o, está muy lejos de ser aceptada por otros exegetas plató de la ciudad. El orador, en efecto, pasa tranquilamente por alto
nicos. En opinión de Louis Meridier, por ejemplo, la intención todos los reveses militares o desaciertos políticos de Atenas,
de Platón, al componer esta pieza, habría sido la de hacer tanto en las guerras médicas como en la guerra del Peloponeso;
una parodia de la elocuencia profesoral o sofística, y no sería, y en las victorias, a su vez, reivindica para Atenas todo el mérito
en consecuencia, sino un episodio de la lucha de Platón contra de la acción, como cuando, por ejemplo, calla la importante
la retórica, en la cual el M en ex en o haría la figura del “drama contribución del contingente armado de Platea en la llanura de
satírico", después de la “tragedia" del Gorgias. En apoyo de Maratón. ¿Cómo es posible —se preguntan los exegetas— que
esta opinión, se aducen, en primer lugar, las circunstancias del Platón haya podido descender a semejante farsa declamatoria,
diálogo, como el hecho de que el rh etor, en este caso, sea preci cuando en el G orgias afirma tan enérgicamente que la retórica
samente Sócrates, quien fue siempre absolutamente ajeno a la debe ir acompañada siempre del respeto de la verdad y la
retórica (¿no se ufana de ello él mismo en el principio de la justicia? ¿Y cómo es posible, además, que se haya atrevido a
A pología?), y juntamente con esto, el hecho concomitante de poner todo ello en boca de Sócrates, el hombre más venerable
que el mismo Sócrates del diálogo declare que su maestra de para él sobre todos?
elocuencia —más aún, la autora misma de todo el discurso- De aquí, por tanto, que haya sido vivamente impugnada la
haya sido nadie menos que Aspasia. Por extraordinarios que autoría platónica del M en ex en o; pero como desgraciadamente
hubieran sido los talentos de esta mujer, aparte de su belleza, no puede ponerse en duda, ya que Aristóteles lo cita con tal
¿podía encomendarse dignamente el panegírico de Atenas, de atribución, y no una sino dos veces, en su R etórica, la con
sus glorias y esperanzas, a quien no era, en fin de cuentas, sino clusión final parece ser la que discretamente propone Taylor,
una cortesana, aunque de alto coturno? al decir que el tal diálogo constituye el más intrincado enigma
Lo decisivo, en fin, el hecho bruto que emerge triunfante de o rompecabezas (puzzle) en todo el Corpus platon icu m . Por otra
cualquier interpretación, es que el M en ex en o es una obra maes parte, no creemos que se contradigan tanto como a primera
tra de la antigua retórica; un discurso en que se observan, del vista pudiera parecer, las interpretaciones de Wilamowitz y de
principio al fin, todos los preceptos del arte. Es también, a su Meridier, si suponemos que Platón pudo pensar, con cierta
modo, un Discurso por los Muertos, un ep itap h ios, y como tal, socarronería, que una parodia así de gruesa bastaba y sobraba
comprende dos partes esenciales: el elogio y la consolación. En para concillarse el favor de la hueste retorizante, incapaz, por
el primero, y como sus temas a su vez esenciales, figuran la su falta de sentido crítico, de percibir el infundio. Si así fue,
glorificación de la raza, de la educación y de los actos. Por no hay duda que Platón tuvo sus ribetes de astucia o bella
lo primero, la "autoctonía” de la población del Ática, predilec quería al componer una obra que, por cualquier lado que se la
ta de los dioses, como lo comprueba la rivalidad entre Atena mire, es de puro virtuosismo. Dejémosla atrás y pasemos adelante.
y Poseidón. Por lo segundo, la p a id eia ateniense; y por lo úl Terminada la R ep ú b lica , y en la esperanza, que por algún
timo, las grandes hazañas militares, con particular hincapié tiempo parece haber alimentado, de que su mensaje pudiera
en las guerras médicas y en la guerra del Peloponeso. La ora tener algún efecto en la política de su ciudad, y con el goce,
ción fúnebre, en fin, remata en la consolación que los muertos además, de haber dado cima a tan alta empresa, Platón descan
dirigen a sus padres y a sus hijos, y en la exhortación del orador sa, como los verdaderos artistas, trabajando, y produce un diá
a todos éstos, hasta la despedida. Formalmente, es el Discurso logo, el F ed ro , que es fruto, a la par, de este goce y aquella
por los Muertos por antonomasia, el de Pericles, ¿inspirado tam esperanza. Su atmósfera es la de “un día feliz de verano”,18
bién —hasta aquí puede llegar la ironía— por la -misma Aspasia, en que se distienden las fuerzas y se da curso simplemente a la
real y concreta esta vez, la amante del gran estratego? alegría de vivir.. Con inigualada libertad de movimiento, con
T an perfecto es el apego del M en ex en o a los cánones de la exuberante fantasía poética, se dan aquí la mano lo mejor del
retórica, que a más del desfile de lugares comunes y habitua F ed ó n y el B a n q u e te : Eros y Psiqué, como en el mito alado de
les, encontramos allí también el igualmente habitual desprecio
de la verdad histórica, por parte de los panegiristas a ultranza 16 L a expr esi ón es dé Wi l am owi t z: E in g lü c k lic h e r S om m erta g .
88 D ISTRIBU C IÓ N l)E LOS DIÁLOGOS D ISTRIBUCIÓ N DE LOS DIÁLOGOS 89
los corceles del alma, y su cabalgata, en el cortejo de los dioses, enlace entre el mundo eidético y el mundo táctico, si por “par
por los campos celestes. Por estar aquí, con tan bello ropaje, ticipación”, por “imitación”, por “ejemplaridad”, o de qué
toda la filosofía de Platón, fue por lo que Schleiermacher, que modo. Y en lo que, además, parece haber consenso entre los
no atendía sino al aspecto profesoral, pudo ver en el F ech o, críticos, es en cuanto a que estas dificultades las había suscitado
como si fuera el programa de un curso, el primero de los precisamente Aristóteles, el joven discípulo de Platón en la
diálogos platónicos. Academia, porque son las mismas que luego encontramos en los
Al escribir el F ech o, estaría Platón, según los cálculos más escritos aristotélicos. Por esto se ha dicho, y con razón, que tam
probables, en los sesenta años. En los veinte que aún le quedan bién contribuyó a amargarle la vida a Platón, en su vejez, el
de alentar y escribir, y en los cuales lia de decir aún muchas haber tenido, entre sus alumnos, a aquel joven genial, venido de
cosas de gran importancia, y que no dijo antes, no volverá Estagira o de la corte de Macedonia, que así como así, de buenas
jamás el goce de aquella tarde estival, a orillas del ílisos. Cuan a primeras, percibía los puntos vulnerables en la doctrina del
do se da cuenta de que Atenas ignora, para todos los efectos maestro, y los exhibía sin piedad.
prácticos, el mensaje de la R ep ú b lica , no le queda sino recoger Por otro camino, pero siempre con el propósito de defen
se en sí mismo, en su Academia y en su actividad docente,17 y der las doctrinas que habían sido las más suyas, ideó Platón
dar un adiós definitivo a la política activa. En la serenidad de una trilogía, la única que parece haber preconcebido como tal,
la vejez acabará por sobreponerse a la desilusión y a la repulsa cuyos diálogos encarnarían tres “formas de vida”, como diría
de sus conciudadanos, pero la amargura no puede dejar de ins mos hoy, y que serían el Sofista, el P olítico y el F ilósofo. De
tilarse en los diálogos de esta época. hecho, sólo los dos primeros diálogos, que llevan esos nombres,
T al acontece, desde luego, en el T eetetes, el diálogo consa fueron escritos, o por lo menos publicados; pero el tercero esta
grado a la ciencia, y en el cual resuenan los viejos temas del ba planeado también, como resulta de las referencias explíci
saber —el único digno de este nombre— como fruto del alumbra tas de los otros dos.1" Deficientes ambos: el sofista y el polí
miento interior e intuición de la Idea. Pero juntamente con tico, sus imperfecciones debían ser anuladas o superadas en el
esto, vemos cómo está transida de amarga ironía la admirable filósofo, el tipo humano superior en absoluto. En el Sofista se
etopeya, que allí se nos ofrece, del filósofo. No es ya el esforzado nos presenta este tipo, en consonancia con la etopeya del T cete-
constructor de la ciudad perfecta, lleno de alacridad y opti tcs, como “aquel cuya mirada está siempre dirigida a la Idea
mismo, sino un habitante no más del reino de las Ideas, del del Ente, mientras que los ojos de la multitud no pueden so
que hacen mofa la gente vil y los que se tienen por hombres portar la luz de lo divino”.-'0
prácticos, como los leguleyos y los politicastros. “En realidad, ¿Por qué no llegó a escribir Platón el tercer diálogo de la
no está y no mora sino por su cuerpo en la ciudad; pero su trilogía, que debía ser su remate y coronamiento? En opinión
espíritu, que tiene todo aquello por pequeñez y nadería, y que de Wilamowitz, fue porque Platón no alcanzó nunca a resolver
desprecia, levanta el vuelo hacia todos los ámbitos, ya midiendo las dificultades, que había expuesto en el P arm én ides, contra la
lo que hay en los abismos de la tierra o sobre ella, ya persi teoría de las ideas, y que se imaginaba que podría despachar
guiendo el curso de los astros, y escrutando la naturaleza de satisfactoriamente en el F ilósofo. Como quiera que haya sido, es
cada cosa y del conjunto, sin abatirse jamás a lo que le rodea.” 18 interesante la conjetura de que, entre el mundo inteligible y el
En el mismo estado de ánimo, por lo seco del estilo y lo mundo sensible, concibió Platón otros posibles agentes de enla
intrincado de los razonamientos, parece haber sido escrito el ce, más reales y concretos que los puramente lógicos o meta-
Parrnénides. En este diálogo analiza trabajosamente Platón, sin físicos de la participación o de la imitación, y que serían, se
acertar a resolverlas, las numerosas objeciones levantadas contra gún el título de aquel proyectado diálogo y lo que al respecto
su teoría de las ideas, y particularmente cómo debía ser el encontramos en el B a n qu ete y en la R ep ú b lica , los tres siguien-

>7 “ N’ ur n och I x í i r cr .” Wi l ai n owi t z, o p . c it., cap. 14. s o f. 253 c , P o lit. 257 a.


J* T e e t ., 173 c-174 a. -" S of. 254 a.
90 D ISTR IBU C IÓ N DE LOS DIÁLOGOS

tes: el filósofo, el amor y el Estado. Podrá escaparnos la meta


física de la participación, pero lo indudable es que por la
filosofía, por el Eros y por la organización de la ciudad hacia IV. TEORÍA DE LA VIRTUD
la vida perfecta, se da de algún modo, en este mundo, la refrac
ción del otro, constituido por esencias y valores. En el orden del tiempo (porque en el sistemático anda todo
Los últimos años de su vida los consagró Platón a la com junto en Platón) el tema de la virtud parece tener induda
posición de un diálogo, el F ile b o , cuyo asunto es la cuestión ble prioridad entre los grandes temas que hemos enunciado de
del sumo bien propuesto a la conducta humana, y la cuestión, la filosofía platónica. Es el predominante, cuando no el único,
por ende, de la felicidad o en d em on ia, de que se ocuparán tan en los diálogos “socráticos" por antonomasia, aquellos en que
largamente los peripatéticos y los estoicos. Sócrates es no sólo el personaje central, sino, hasta donde po
Su cosmovisión, en seguida, la declara Platón en el C ridas demos conjeturarlo, el personaje histórico, y no tanto por la
y en el T im eo , y cierra, en fin, su gloriosa carrera de escritor, y situación concreta del diálogo, que puede ser ficticia, sino por
su vida misma, con las L ey es; obras de las que hemos dicho ser el tema uno de aquellos que, por lo que sabemos, fueron
con antelación lo que era suficiente en una introducción, por habituales en la conversación socrática, y ninguno como la vir
lo que no es menester aquí añadir más. tud puede considerarse así. Por la virtud, en efecto, por hacer
la conocer y amar de sus conciudadanos, había vivido y muerto
L o s seis gran des tem as d e la filo s o fía p latón ica Sócrates. Y el mayor testimonio lo dio él mismo en su defensa
ante sus jueces, cuando cifra su misión en el “cuidado del alma”,
La cronología de Wilamowitz, que acabamos de resumir, y en su perfección moral mediante la virtud, como en el siguien
que nos parece ser la más acertada de todas las que conoce te pasaje:
mos, por lo menos en sus grandes líneas y por discutible que “Toda mi ocupación es andar de un lado a otro para per
pueda ser en la colocación precisa de tal o cual diálogo, nos suadiros, jóvenes y viejos, de no preocuparos ni de vuestro cuer
servirá de pauta, para seguir la evolución de cada tesis o doc po ni de vuestra fortuna tan apasionadamente como de vuestra
trina, en el estudio sistemático que de la filosofía platónica alma, a fin de hacerla tan perfecta como sea posible. Y por
haremos en los capítulos subsecuentes. A nuestro parecer, en esto os he dicho que no es de las riquezas de donde viene la
efecto, proporciona una comprensión más acabada de dicha virtud, sino, por el contrario, que las riquezas vienen de la vir
filosofía su división por temas, antes que la exégesis singular tud, y de ella, también, todos los demás bienes para el Estado
de cada diálogo, ya que en todos y cada uno, por lo común, y los particulares.” 1
hay una fuerte complicación temática, cuya clarificación o dis No erá, desde luego, esta prédica socrática una pura exhorta
criminación es precisamente la labor del intérprete. En cada ción moral dirigida al reconocimiento simple de la virtud como
tema, no obstante, habrá de tenerse en cuenta, hasta donde sea el factum fundamental de la conciencia. Nada más lejos de
posible, la cronología de los diálogos, por lo que nuestro Sócrates, “sacerdote de Apolo”, según su propia confesión, como
estudio de Platón aspira a ser, en suma, histórico-sistemático. el ciego voluntarismo moral de la C rítica d e la razón práctica.
Ahora bien, y aceptando de antemano los riesgos que lleva En Sócrates hay, como observa Jaeger,2 la exhortación (p ro trep ti-
consigo toda enumeración, en la filosofía de Platón, según la kós) y la indagación (élen chos), siendo esta última la pesquisa
entendemos y la sentimos, se darían tam bién21 seis grandes del concepto de cada virtud, ya que la virtud —y aquí está todo
temas, que serían los siguientes: la virtud, las ideas, el alma, el intelectualismo socrático— es, ante todo, conocimiento.
el amor, la educación y el Estado. A la explicitación de cada Fuera de la teoría de la virtud, no hay en Sócrates ninguna
uno, a su teoría, tiende este ensayo. otra “teoría”, ni de la naturaleza, ni del hombre, ni del Estado.
21 L o de "t am b i én " es, p o r su puest o, y au n q u e n o se t r at e d e l os m i sm os
t em as, p or el con oci do l i b r o d e H ei m soet h : L o s seis g ra n d e s tem a s d e la 1 A p o l. 29 d.
m eta físic a o c c id e n ta l. 2 P a id eia , M éxi co, FCE, 1962, p . 414.
[91]
92 T E O R ÍA DE LA VIRTUD T EO R ÍA DE LA VIRTUD 9.1

No íue teórico sino de la moral, conforme al testimonio, hasta “fuerza” o “eficacia”, que recoge, entre las varias acepciones del
hoy irrefragable, de Aristóteles: “Sócrates, por su parte, se apli vocablo, el Diccionario: “Actividad o fuerza de las cosas para
có al estudio de las cosas morales, y para nada, en cambio, al de producir o causar efectos.” Lo que, en cambio, parece haberse
la naturaleza en su conjunto. En aquel dominio, empero, in perdido definitivamente es la referencia primaria de la voz la
vestigó lo universal (t ó xa9óXou), y el primero entre todos, tina al varón o la virilidad.
fijó su pensamiento en las definiciones.” 3 La arete griega —para volver a ella y no dejarla más— tiene,
Por el camino abierto por su maestro, y en la misma línea por su parte, la más amplia gama significativa, como lo hace ver
de indagar los conceptos universales en la filosofía moral, luego su raíz: el prefijo ari, que denota idea de “perfección”
era de esperarse que Platón iniciara, a su vez, su propia filo en absoluto. Y como el bien —o el valor, que viene a ser lo
sofía. Antes, empero, de seguirle por estos diálogos indagatorios mismo— se predica, según dijo Aristóteles, en tantos sentidos *
de la virtud, conviene que nos detengamos un poco en exten como el ente, la a relé será, en consecuencia, toda predicación
der la vista al horizonte histórico conceptual de esta noción en valiosa de cualquier modo que pueda hacerse de cualquier ente
la antigua Grecia, a fin de comprender la revolución espiri en absoluto. Por esto se habló también en griego, antes que
tual llevada a cabo por Sócrates y Platón. en latín, de la a rete del caballo. Y circunscribiéndonos a la
esfera de lo humano, la única que aquí nos interesa, podemos
Evolución sem án tica d e la virtud decir, con León Robín, que la “virtud” helénica significa, en
su más amplia acepción, “toda forma de mérito personal o de
Traducir a rete por “virtud" está bien, y así se ha hecho en excelencia, en cualquier género de actividad”.4
los idiomas modernos más conocidos, pero a condición de que No obstante, y a despecho de esta generalidad significativa
cobremos conciencia de la evolución semántica del término grie que se mantiene siempre, aun en el lenguaje de la filosofía,
go en primer lugar, y luego de su traducción en latín y en hubo aquí, como dentro de cada idioma y con cualquiera de
romance. Y como la evolución ha sido en este caso más bien sus términos, una clara evolución semántica. ¿En qué consiste?
restrictiva que expansiva, creemos de mejor método decir dos En esto simplemente: en que cierta a rete es, según la época,
palabras sobre las significaciones más modernas o menos anti más a rete que otras, o dicho de otro modo, que el acento axio-
guas, y retroceder luego al vocablo griego, que es, en definitiva, lógico, el mayor énfasis valorativo, va desplazándose paulatina
el que aquí debemos tener presente. mente de unas a otras cualidades o excelencias. No es necesario
La palabra latina virtus —de la que viene, obviamente, la seguir aquí esta evolución en todos sus momentos, pero sí
nuestra de “virtud”— designa ante todo, como salta a la vista, creemos necesario detenernos en tres por lo menos, por ser
la cualidad propia del varón: vir, y en primer lugar, por tanto, frente a ellos, o con referencia a ellos, como la filosofía lleva a
una “virtud” tan privativa o tan propia del varón como el cabo su propia conceptuación de la virtud. Estos momentos se
coraje o la valentía. En seguida, y por analogía con la fuerza mánticos corresponden a la concepción de la a rete en la época
viril, el vocablo denota todo vigor o pujanza en otros vivientes, heroica, en Hesíodo y en la Sofística.
sean animales o vegetales, y así se habla de la virtud del caba En la Grecia de los poemas homéricos —no necesitamos re
llo o del árbol: virtas eq u i, virtus arboris. Por último, la voz montarnos más atrás— la a relé es primariamente un valor vital,
tiene también la significación de cualidad o excelencia moral. de la sangre podríamos decir, y que reside ante todo en la no
En nuestro idioma, y en los otros idiomas romances con él bleza guerrera, que es la casta superior en aquella sociedad.
emparentados, la última significación que hemos dicho de la Encarna, por tanto y en primer lugar, el sentimiento del honor,
virtud latina, ha acabado por ser la primera y principal. La el valor en el combate y el desprecio de la muerte, y también
“virtud”, para nosotros, se da, ante todo y sobre todo, en el la conducta caballeresca que los nobles observan entre sí, pero
campo de la moralidad. Conserva, sin embargo, su sentido de rio con las gentes de condición inferior. Ni siquiera puede de-

Afel. A, 0, 987 b 1-6. * P la tó n , O cu vres c o m p lete s, « 1. Pléiade, I , 1276.


94 T E O R ÍA DE LA VIRTUD T E O R ÍA DE LA VIRTUD 95
cirse que tal conducta, entre los miembros de la aristocracia mili ría, a nuestro entender, la traducción más aproximada del
tante, sea precisamente la justicia, sino un código de honor con término á y a0óg en los poemas homéricos y en la literatura
vencional. A cualquier lector de la Ilia d a debe serle claro que no muy posterior. “Murió como varón esforzado” (ávfip
no es la justicia la que suscita o dirime los pleitos entre Agame áya0og yevójxEvog á-n:é0avev) es el epitafio habitual del héroe
nón y Aquiles, sino la idea que cada uno de los héroes se hace caído en el campo de batalla.
de su honor personal. La devoción a la causa común, el amor de No nos detendremos en esto más, y lo único que cumple ob
la patria, es un sentimiento secundario; estamos aún muy lejos servar, antes de seguir adelante, es que, a despecho de todos los
de la p ietas romana. Aquiles tío vuelve a la batalla tanto por cambios semánticos habidos después, la significación de la anti
auxiliar a los suyos en una situación crítica, cuanto por vengar gua a reté no se cancela del todo, ni mucho menos, en los tiempos
a su amigo Patroclo. que siguen, ni siquiera en el apogeo de la filosofía. Perdura,
Es ésta, por supuesto, la tonalidad general de la virtud helé desde luego, en la virtud del valor —o más exactamente de la
nica en la época heroica, pero con excepciones tan notables valentía—, que no es ya una virtud total o suprema, como antes,
—¿o no será por ventura la única?— como la de Odiseo, el tipo pero sí una virtud particular de gran importancia, como vamos
más perfecto de hombre, en nuestra humilde opinión, que en a verlo en Platón. Y perdura también, y acaso sobre todo, en
contramos en toda la literatura griega. Odiseo sí es el ejemplo esa otra virtud tan típica de la ética helénica, que Aristóteles
acabado de todas las virtudes personales, familiares y cívicas; designará con el nombre de “magnanimidad” (p£yaXoi|;ox¿a) >
el que no incurre jamás en la desmesura que es habitual entre cuya inserción en la ética cristiana ha sido tan difícil, precisa
sus compañeros, y no porque sea en él la sophrosyne, como en mente porque es todo lo contrario de la humildad. La “magna
Néstor, el efecto natural de la vejez, ya que el poeta nos lo nimidad” aristotélica, en efecto, no es simplemente, como la en
presenta en la fuerza de la edad, y no cediendo en nada, en tendemos hoy, el temple interior frente a los casos de la fortu
la batalla, a los más arrojados. Y todo el secreto de su maravillosa na, o el desprecio de los bienes inferiores por la estimación de
personalidad está en su fidelidad constante a Palas Atenea, la los superiores, sino que todo esto es consecuencia de lo primero
cual vive prácticamente dentro de él; le guía en todos sus y principal, que es el sentimiento del honor, de la aristocracia
caminos y le ilumina en todas sus decisiones. T al parece como espiritual que lleva consigo el magnánimo. De la filosofía mo
si el poeta hubiera intuido que después de la a reté del valor ral de Platón el aristócrata, por consiguiente, no puede estar
había de dominar, andando el tiempo, la a reté de la inteli ausente lo que encontramos, y con tanta energía de trazo, en la
gencia, y hubiera querido darnos, en Odiseo, su heraldo y de quien no fue, ni siquiera en su tierra, miembro de la no
prototipo. Pero insistamos, una vez más, en que se trata de bleza. En fin, la cuna o posición social de cada pensador no
un caso sin paralelo. son siempre el factor determinante, y lo único que importa es
La significación de la “virtud” en los tiempos heroicos se percatarnos de que, con la sola excepción de Antístenes y su
refleja, como es natural, en otras voces con aquella emparen escuela, el pensamiento ético de los filósofos se mantiene fiel
tadas, y que tuvieron, por tanto, la misma evolución semán a sus orígenes aristocráticos en ese toque de nobleza espiritual,
tica. La “bondad”, por ejemplo, es en aquella época otra cosa de xaXoxáyaOta, que tienen la virtud y las virtudes, aún des
muy distinta de la que fue después, como lo consigna Jaeger pués de haber sido reivindicadas por la moralidad.
en esta penetrante observación: “También el adjetivo áya0óg, El segundo gran momento en la evolución semántica de la are-
que corresponde al sustantivo areté, aunque proceda de otra té, está en Hesíodo (siglo vu a . c .) , en quien los griegos vieron,
raíz, llevaba consigo la combinación de nobleza y bravura mi con razón, su segundo poeta y educador al lado de Homero. Am
litar. Significa a veces noble, a veces valiente o hábil; no tiene bos, en efecto, son complementarios, precisamente por ser del
casi nunca el sentido posterior de ‘bueno’, como no tiene todo diferentes. No estamos ya más en la sociedad de los héroes
areté el de virtud moral.” 5 “Esforzado”, y no “bueno”, se divinos y batalladores, en familiaridad con Zeus y los olímpicos,
sino en la humilde comunidad campesina de hombres que su
is Paideia, p. 22. dan y se afanan, de sol a sol, por hacer rendir a la tierra: la
96 T EO R ÍA DE I.A VIRTUD
T E O R ÍA DE LA VIRTUD 97
magra y dura tierra de Grecia, erizada de montañas por todas
heroicos, pero tampoco la rectitud moral, sino la “habilidad”
partes, todo el fruto que pueda dar.
para ganar, lo más rápidamente que fuera posible, los puestos
De su experiencia personal en este medio, de su larga ludia,
de mando. Esta habilidad se la daba, muy rápidamente tam
como pequeño agricultor que era, no sólo por cultivar su par
bién, la enseñanza retórica y sofística, con un barniz de cultura
cela, sino por defenderla de la rapacidad de un hermano suyo,
general y la destreza oratoria, que era lo más importante, para
holgazán y buscapleitos, que quería arrebatársela, alcanzó Hc-
poder dominar en las asambleas. El dominio de sí mismo y el
síodo —en una sublimación axiológica que merece la gratitud
respeto de la justicia no tenían mayor importancia.
de la humanidad— la intuición del trabajo y la justicia como
En muchos diálogos de Platón, (pie son también, a más de
los supremos valores (a rela í hubo ele decir él) de la conviven
su contenido filosófico, diálogos de polémica con los sofistas,
cia humana.
vemos reflejada esta concepción o ideal de la vida. Escojamos,
“Fácil cosa es alcanzar la miseria —dijo el poeta en Los tra por ser tan expresiva, aquella declaración del pomposo Hipias,
bajos y los días—-, llano y corto es el camino. Pero los dioses el cual, cansado de que Sócrates le haga trizas, una tras otra,
inmortales han colocado, antes del éxito, el sudor. Largo y es
las varias definiciones que va dando el sofista del concepto de
carpado es el sendero que conduce a él, y al principio, áspero.
lo bello, acaba por decirle buenamente que se deje de historias
Sin embargo, una vez que has llegado a la cúspide, resulta fácil,
y de tanto requilorio, y concluye así:
a pesar de su rudeza.”8 “Lo que es bello, en suma, y de gran valor, es el ser capaz de
Que en Grecia no era difícil que arraigara la estimación del
producir, con arte y con belleza, un discurso en el tribunal, en
trabajo, lo da a entender este texto de Hcrudoto: “Grecia ha
el Consejo, o ante la magistratura que conozca del asunto; y
sido en todos los tiempos un país pobre; pero en ello funda su
después de haberlos convencido, irse uno de allí, llevándose un
arete. Llega a ella mediante el ingenio y la sumisión a una se
premio no mezquino, sino el mayor de todos, (pie es la propia
vera ley. Mediante ella se defiende la Hélade de la pobreza y de
salud, la de sus bienes y la de sus amigos. He ahí a lo que debe
la servidumbre.”7
rías aplicarte, y mandar a paseo estas minucias verbales, si no
En cuanto a la justicia, el poeta la concibe, personificada en
quieres pasar por imbécil por andar, como ahora, en charlata
Dikc, como la hija de Zeus, encargada de dar cuenta a su olím
nerías y necedades.
pico padre de las fechorías de los mortales. A hacerse cargo
En el diálogo A lcib íad es10 es acaso donde con mayor transpa
de todo esto, invita Hesíodo a su hermano Perses, en estas pa
rencia se da el contraste entre la concepción de la arete, preva-
labras que continúan siendo de eterna frescura: “Míralo bien:
lente en la épica, y la que Sócrates, en cumplimiento de su mi
atiende a la justicia y olvida la violencia. Los peces y las bestias
sión, se esfuerza en llevar al alma de la juventud ateniense.
y los pájaros se devoran entre sí, puesto (jue entre ellos no
Ninguna complejidad en la composición del diálogo estorba la
existe el derecho. Pero el hijo de Gronos ha dado a los hom
confrontación, porque no hay sino dos interlocutores: Sócrates
bres la justicia, y es con mucho lo mejor que tienen.”8
y Alcibíades, el tipo representativo por excelencia de! conflicto
Fue una pena que esta alta concepción de la a relé, radicada
íntimo entre la virtud y la concupiscencia, entre el bien y el
esta vez en la justicia y el trabajo, no hubiera arraigado tanto
mal, que se dio en aquella época y en aquella generación. Pol
como para haberse impuesto victoriosamente en la Atenas tan
la historia sabemos cómo fueron las fuerzas del mal las que al
culta, pero tan estragada moralmente, del siglo v. Desgraciada
fin dominaron en Alcibíades, y que acabaron por arrastrarle a
mente no fue así, salvo tal vez entre la población campesina y
trabajadora, que no contaba para nada cu la gestión de la cosa
pública. En los círculos dirigentes, en cambio, y en la juventud ® Hip. ñutí., 304 a. El t em a a di scusión en el d i ál ogo es t an t o lo bello
com o lo n obl e o lo bu en o (el t ér m i n o cu br e per fect am en t e las t res acepcio­
ambiciosa, la arete fue esta vez no ya la bravura de los tiempos nes), por lo qu e l a decl ar aci ón de H i p i as exp r esa t am bi én , sin for zar en
n ad a el len gu aje, su i dea de la a r e lé .
® E rga, 28(3 t kl.
10 N os r efer im os n at u r al m en t e a A lc ib ía d e s I , ya qu e el segu n do d i ál ogo
? H e r. Vil, io s .
d el m ism o n om br e se t ien e gen er alm en t e p or ap ócr i fo, y por est o es su p er ­
8 E rg a , 274.
fi n a t oda n u m er aci ón ad ici on al.
98 T EO R IA DE LA V IRTUD T E O R ÍA DE LA VIRTUD 99

su trágico fin; pero también sabemos que, mientras frecuentó el hombre lo principal no es el cuerpo, sino el alma, el buen
a Sócrates, fue siempre sensible, aun en sus peores momentos, a gobierno resultará ser, en suma, una forma del “cuidado del
la influencia socrática, como lo pone de manifiesto su desga alma” (éiapéXeta Trjg tjtux'ñc). en 1° cual ha cifrado Sócrates, en
rradora confesión —consignada por Platón en el B an q u ete—, su apología, todo el sentido de su misión. Así liga él ahora am
donde Alcibíades pone literalmente su corazón al desnudo. bos temas, y por esto, frente a Alcibíades, como lo hará des
Al preguntarle, pues, Sócrates, cuál es la virtud o excelencia” pués ante sus jueces, invoca el precepto contenido en la inscrip
a que aspira, y que le permitirá ser el hombre superior (áristos) ción lapidaria del santuario déltico: el “conócete a ti mismo”,
que de cualquier modo está llamado a ser Alcibíades, contesta como el principio y fundamento de toda reforma moral, que
éste que se trata, con toda evidencia, de aquella virtud por la ha de empezar, naturalmente, en el alma del gobernante. Es así
cual puede decirse de alguien que es hombre de pro u hombre como, por esta serie de pasos lógicos, perfectamente concatena
de valor.1112 Esto es lo que quiere decir ahora el adjetivo áyaOóg, dos, es llevado Alcibíades por Sócrates a la reflexión interior,
con cierto énfasis axiológico en los méritos personales y cívicos, sobre sí mismo y sobre su alma, con lo que se le abre la visión
que lo distinguen del “varón esforzado” de los tiempos heroi de un mundo de valores que no había percibido nunca el atur
cos. Por último, y al urgir Sócrates a su interlocutor que defina dido joven, embriagado como estaba con sus sueños de poder y
de manera más precisa lo que entiende por áyaBóg, contesta Al grandeza.
cibíades, sin la menor inhibición o duda, que tal calificativo Al conocimiento de sí mismo lo llama Sócrates sophrosyn e.1*
merecen los hombres que son capaces de mandar en la ciudad.13 Por ser éste uno de los términos fundamentales no sólo en la
Ahora sí que se han corrido todos los velos, y la a relé aparece ética de Platón, sino en la concepción helénica de la vida espi
simplemente, de acuerdo con tal estimativa, como el apetito de ritual, creemos necesario esclarecer su significación, hasta donde
dominación. sea posible, antes de seguir adelante.
Dejaría Sócrates de ser lo que siempre fue: el que se ufana Reconozcamos, en primer lugar, que sophrosyn e no tiene, en
apenas de saber que nada sabe, si contradijera de plano el nuestro idioma, ningún término equivalente, y en otros idio
aserto de su interlocutor. No lo hace, además, porque de su mas, hasta donde podemos juzgar, el de sagesse, en francés,
ética —en todo caso de la de Platón— no está de ningún modo sería el único que podría traducirlo fielmente. Uno y otro, en
eliminada la pasión de mandar. De suyo es noble y legítima, efecto, denotan tanto la perspicacia intelectual como la salud
y todo lo que hace falta es comprender que el gobierno de los moral, con mayor énfasis tal vez en esto que en aquello, pero sin
hombres no es como el de cualquier rebaño, sino que debe ser excluir de ningún modo el momento intelectual, pues de otro
un “buen gobierno”, es decir, de acuerdo con la justicia. Es esto modo no llamaría Sócrates sophrosyne al conocimiento de sí
lo primero en que Sócrates hace parar mientes a Alcibíades, y en mismo. Pero al lado de esta primera acepción, y porque todo
seguida, que el buen gobierno no es tan sólo la administración ello va junto en la vida espiritual, la sophrosyn e significa tam
de la justicia, sino que debe extenderse a hacer “mejores", en bién, además del conocimiento, el dominio de sí mismo, sobre
todos sentidos, a los ciudadanos, lo que supone por fuerza una todo en los apetitos sensuales del amor y la gula, con lo que
reforma moral, y por tanto, el conocimiento de la virtud. En pasa a ser equivalente de la virtud cardinal de la templanza.
esto radica, en efecto, la diferencia entre pastorear un rebaño Uno y otro aspecto, en fin, el general y el específico, se tradu
de animales y gobernar una sociedad humana: lo primero es cen, en el aspecto exterior o los ademanes de la conducta, en
por la utilidad del dueño, y lo segundo, en cambio, por el pro lo que los latinos llamaron decoru m , y que es el continente grave
vecho y bien no del gobernante, sino de los gobernados. Son y sereno que resulta del acuerdo interior del hombre consigo
lemas que Platón desarrollará largamente en la R ep ú b lica . mismo.15
Pero si de lo que se trata es de cuidar de los hombres, y en
i r A le. 131 a: oot foooú vr i ¿oxi xó écir r ov yt yvoxnüriv.
11 A le. 124 e: v i va á()£Tr |v; m D e t oda est a var i ed ad si gn i fi cat i va se h ace car go cu al q u i er L e x ic ó n p ía -
12 Ale. ibid.: Srji.ov orí í¡vrCQ oi a v ó q e; o í c’ryaOoí- to n icu m , al li st ar , en t r e los t ér m i n os em p ar en t ad os o asociados con l a
Ale. 125 b: t o«s Sw ai i évor ; a(>Xelv f v xñ ffóXei. Ctocj. oooóvT), m uch os ot r os com o los sigu i en t es: lío jto v ía , éy v .n á re in , xo o -
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En la justicia y la sophrosyn e, en suma, debe fundarse quien, a la distribución y nomenclatura de las diferentes virtudes. Pero
como Alcibíades, aspira a la dirección de los asuntos públicos. bien podemos suponer que desde sus primeros diálogos tendría
Es la lección principal que emerge del diálogo, como se ve por presente esta psicología, conforme a la cual deben distinguirse
la exhortación final de Sócrates a su amigo, y que transcribimos en el alma humana dos partes, una racional y la otra irracional,
ensamblando libremente los textos, sin los pasajes intermedios y en esta última, a su vez, dos partes o potencias: el coraje o el
de preguntas y respuestas: ánimo (Bupóg) y la concupiscencia (éiuBupúx). De todo esto ha
“Por consiguiente, Alcibíades, no es de muros, ni de trirremes, blaremos en su lugar largamente, y por el momento digamos tan
ni de arsenales de lo que las ciudades han menester para ser sólo que por más que la sophrosyn e, en su más amplio sentido,
felices, ni de una numerosa población o un vasto territorio, si pudiera ella sola regular la parte irracional del alma en todos
les falta la virtud. Y si, por tanto, quieres administrar los asun sus aspectos, a Platón le pareció que sería conveniente asignar
tos de la ciudad recta y bellamente, es la virtud lo que debes una virtud más específica a cada una de sus potencias: a la
participar a los ciudadanos.. . De esta suerte, lo que te hace concupiscencia la templanza (sophrosyne también, aunque aho
falta asegurarte no es la facultad de la licencia ilimitada en ti ra en un sentido restringido), y al ánimo la fortaleza.
mismo, o el poder absoluto en la ciudad, sino la justicia y la Por último, en el P rotágoras aparecen, a más de las tres que
moderación. .. Obrando con justicia y moderación, tú y la ciu hemos visto, dos virtudes aún: la sabiduría en su más alto y
dad, seréis aceptos a los dioses, y os conduciréis con la vista propio sentido: so p h ia, claramente distinta, en el texto mismo,
puesta en lo divino y lum in oso... Para terminar, excelente de la sophrosyne, y la piedad (ócnÓTini;), con lo que tenemos ya,
Alcibíades, no es la tiranía lo que debes procurar, ni para ti en el orden que Platón las enumera, estas cinco virtudes: sabi
mismo ni para la ciudad, si queréis ambos ser felices, sino la duría, templanza, fortaleza, justicia y piedad.17 Ninguna más
virtud.”16 habrá de añadir Platón, antes por el contrario, reducirá pos
teriormente, según todas las apariencias, la piedad a la justicia.
Reservando para más tarde el tratamiento de la cuestión, y a
U nidad o p lu ralid ad de la virtud fin de entender el por qué de la introducción de la sabiduría,
En los diálogos posteriores: P rotágoras y M en ón , mantiene y la teoría de la virtud en general, abordemos el estudio del
Platón su concepción de la vida moral como centrada, podría problema que ocupa el primer lugar en el P rotágoras, y que es
mos decir, en torno de un eje cuyos dos polos serían la so el de la unidad o pluralidad de la virtud. Es, hasta hoy, uno
phrosyn e y la justicia. La primera, en efecto, ordena al hombre de los problemas más apasionantes en toda investigación sobre
consigo mismo, y la segunda con sus semejantes, en la familia y la conducta humana.
en la ciudad, por lo que, a primera vista, parece como si no La opinión popular, y a la que Protágoras, con toda su sa
hubiera que pedir más. No obstante, ya en otro diálogo: L a q u es, biduría, acaba al fin por adherirse, es que la virtud no es una,
que figura también entre los llamados “diálogos socráticos”, y sino plural, ya que el dato primario de observación es que
que se sitúa, con gran probabilidad, entre el A lcib íad es y el unos hombres descuellan en unas virtudes, y otros en otras. Al
Protágoras, introduce Platón, como otra virtud distinta de las principio, sin embargo, y procediendo con la cautela propia
dos antes mencionadas, la valentía o fortaleza, la fortaleza viril, del consumado sofista que es, Protágoras trata de colocarse en
si queremos apegarnos estrictamente al original (ctvSpeía) . un terreno neutral o de conciliación entre una y otra tesis,
La razón de esta adición no la dará Platón, en todos sus para dejar así expedita cualquier escapatoria. Por una parte,
pormenores, sino mucho más tarde, en la R ep ú b lica , cuando niega que las virtudes antes enumeradas sean simplemente
desarrolle ampliamente la psicología que sirve de fundamento “nombres diferentes de un solo y mismo todo”, como se lo pre
gunta Sócrates, y lo que sostiene en seguida es que, siendo una
(u ó t t )c , Í'VÍ f io l , ao<pí« ••• En cast ell an o nos r efer ir em os, segú n los casos, a
sal u d d el al m a, eq u i l i b r i o esp i r i t u al , m oder aci ón , dom i n i o d e sí m i sm o, sa­
b i d u r ía, gr aved ad o t em plan za, u ot r os aú n si fu er e necesar io. 1 ‘ P rot. 349 b: ooi pía x a! atíXfQooxnn] x al ú v Sp f ía x ai ft i xau xn V i i scai
16 A le. 134 b - 13.5 b. ü(T;Ót í|5.
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la virtud, hay en ella, no obstante, “partes” distintas, que son las por una parte, y por la otra Laques y Nicias, dos ilustres gene
varias virtudes. Sócrates le pregunta entonces, muy inocente rales de Atenas. Con mayor renombre tal vez el segundo que el
mente, si esas partes han de entenderse como las partes del primero, Platón prefiere el nombre tle Laques para imponérselo
rostro: bota, nariz, ojos y oídos, o como las partes de una masa al diálogo, por la circunstancia, según puede colegirse, de que
de oro, que no difieren entre sí sino por el peso o cantidad. Al Sócrates combatió bajo su mando en la campaña de Delion.
contestar Protágoras que es de la primera manera, como las Laques mismo recuerda, al empezar el diálogo, la bravura con
partes del semblante, está perdido, porque Sócrates le objeta que Sócrates se condujo en aquella ocasión, y agrega que el ejér
entonces que, del mismo modo que la boca no es nariz —o cito ateniense no hubiera sufrido, en el encuentro con los teba-
también, que es n o nariz—, así también puede decirse que la nos, el revés que sufrió, si todos se hubiesen comportado clel
justicia es n o piedad, y viceversa, es decir, que la justicia es mismo modo. Por esta razón, según dijimos en anterior capítulo,
impía y la piedad injusta, lo cual es, obviamente, un absurdo coloca Wilamowitz el L a q u es entre los diálogos “en defensa” de
y un contrasentido. Por algo han dicho los comentaristas que Sócrates, al exhibirlo Platón, por boca de su general, como el
aquí se conduce Sócrates del mismo modo que su interlocutor, cumplido prototipo de la virtud que constituye el tema del
tan redomado sofista como él, porque confunde muy a su sabor diálogo. ¿Y quién podrá esclarecer mejor el contenido conceptual
las oposiciones lógicas, al convertir en contradictorios términos de esta virtud de la valentía (andreia) sino el valiente ciudadano,
que no son sino contrarios. en coloquio con dos ilustres militares?
Protágoras, afortunadamente para Sócrates, no está muy al Como de costumbre, van surgiendo varias definiciones que
tanto de todos estos distingos que sólo habrán de despejarse com son rechazadas, o puestas entre paréntesis como no del todo
pletamente en la lógica aristotélica; y enfadado ya por una dis satisfactorias, una después de otra. Con prontitud militar, La
cusión que ha mermado tanto su autoridad moral ante los nu ques dice que, para él, puede llamarse valiente el soldado que
merosos circunstantes del diálogo, acaba por conceder que cuatro se mantiene firme en su puesto y no lo abandona ante el ataque
de las cinco virtudes antes enumeradas: sabiduría, templanza, del enemigo. Pero Sócrates le objeta que también la retirada
justicia y piedad, son “más o menos semejantes entre sí”, pero puede ser buena táctica bélica, como es el caso de los escitas,
que la fortaleza o valentía, por el contrario, es algo completa que “combaten huyendo”, y que lo que se busca, además, es una
mente diferente.18 Esta sola excepción es suficiente para caer en definición no sólo del valor militar, sino en otras circunstancias
la tesis de : ¡ pluralidad de la virtud, pero Protágoras se hace que igualmente parecen demandarlo, como en los peligros del
fuerte en esta última trinchera, por la observación que le parece mar, o inclusive en los de la vida política. Laques ensaya enton
irrebatible, de que hay hombres injustos, impíos, ignorantes e ces una segunda definición, según la cual el valor en general
intemperantes, que son, no obstante, reconocidamente valientes. sería una “fuerza del alma” (xapvEpía rng 'Iwxfjg), o también,
Es éste, en efecto, el terreno predilecto de la posición pluralista, pues de todos estos modos puede traducirse el término griego,
por no decir antagonista. Juzgando por el promedio, ¿quién firmeza, constancia o perseverancia. Pero tampoco esta defini
más ignorante e intemperante que el soldado? ¿Y quién menos ción se revela muy precisa en la discusión que sigue, ya que en
valiente que el justo, piadoso y temperado ciudadano de la vida numerosas situaciones de la vida muestra el hombre tener tal
civil? condición, en la política o en los negocios por ejemplo, y no por
En el mismo terreno, elegido por su contrincante, va a batirse ello se le discierne el dictado de valiente. Y notemos aquí cómo
Sócrates para demostrar su tesis de la unidad radical de la vir la última instancia, en todos estos casos, es el sentimiento popu
tud. La argumentación es más o menos la misma que en el lar, y con él contrasta Sócrates las definiciones que van sur
L a q u es, el diálogo consagrado a la virtud de la valentía, por lo giendo en la conversación. Muy bien lo vio Windelband cuantío
que necesitamos ver en primer lugar lo que en él se dice. dice que, para Sócrates, es la V olksbewusstsein la que decide, y
La conversación, en este diálogo, se desarrolla entre Sócrates prosigue así: “El auténtico portador de los valores morales es el
pueblo, y la labor de Sócrates consiste sólo en elevar el senti
P to t. 349 d.
miento oscuro a la claridad de los principios, y en trasladar en
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conceptos definidos el querer y valorar que no es aún consciente dad. Lo que ha quedado firme, sin embargo, es que el valor,
de sí mismo.”19 como cualquier virtud, es una ciencia o un saber, y que, por
Volviendo a nuestro diálogo, he aquí que Laques, al ver que tanto, no hay entre el valor y la sabiduría la completa diferen
sus definiciones no han podido imponerse, se retira de la discu cia que reclamaba Protágoras, como se ve éste obligado a reco
sión, e interviene entonces Nicias, quien tiene la ventaja, sobre nocerlo en el diálogo que lleva su nombre, con lo que parece
su comilitón, de haber frecuentado más de cerca los círculos imponerse la tesis de la unidad radical de la virtud.
intelectuales, y desde luego a Sócrates. De lo que le ha oído, No otra posición es posible, además, dentro del intelectua
desprende Nicias que lo que falta en las definiciones de Laques lismo socrático, para el cual está la virtud moral en razón di
es el elemento del saber o de la ciencia, ya que lo fundamental del recta del conocimiento, del que cada uno tenga de los bienes por
socratismo, a su modo de ver, es el predominio y la dirección alcanzar o de los males por evitar, ya que nadie —éste es el axio
de la inteligencia en todo y por todo. "A menudo te he oído ma indemostrable pero absoluto— abraza el mal voluntaria
decir —así le habla a Sócrates— que cada uno de nosotros es mente. Así lo reafirma Sócrates, al final de su conversación con
bueno en las cosas que sabe, y malo en las que ignora.”20 Y Protágoras, al decir lo siguiente:
como Sócrates asiente calurosamente a esta tremenda proposición, “¿Qué diremos, en fin, sino que nadie tiende de su voluntad
típica por excelencia del intelectualismo socrático, pasa Nicias, al mal o a lo que estima ser malo, ni está en la naturaleza hu
con buen ánimo, a proponer su definición del valor en esta mana, al parecer, ir en busca de lo que cree ser malo de prefe
forma: “La ciencia de las cosas que son de temerse o de osarse, rencia a lo bueno, y que cuando fuere forzosa la opción entre
así en la guerra como en cualesquiera otras circunstancias.”21 dos males, nadie escogerá el mayor si puede aceptar el menor?”22
Ésta es, de hecho, la definición más precisa que del valor No cabe disimular que es ésta una lamentable limitación en la
encontramos en la obra platónica, pero tampoco alcanza a triun ética de Sócrates, derivada, como dice Taylor,23 de su W citan-
far de las argucias socráticas. Porque Sócrates no niega ¡cómo sehauung personal, que se cifra en el supremo valor del alma y
lo va a negar! que el valor sea una ciencia, pero si se añade sim de su bien específico, que es el conocimiento. Es la visión apo
plemente que lo es de las cosas que son de temerse o de espe línea del mundo, en nadie tan refulgente como en quien fue el
rarse, en todos los órdenes y sin otra especificación, resultará que sumo sacerdote de Apolo. Está totalmente exenta, o casi, del sen
la definición puede aplicarse a mil cosas: a la medicina y a la tido y la percepción del mal, tal como entendía esta palabra, en
agricultura, por ejemplo, en cuanto que el médico y el agricultor aquella época, el judío, y como la entendió después el cristiano,
sallen lo que amenaza o beneficia a sus pacientes o al ganado; porque en la demonología de Sócrates no hay lugar para Satán.
y también se aplica, de manera eminente al parecer, a la ciencia Todo lo liquidan o lo extenúan: el tumulto de las pasiones, el
o arte de la adivinación, que tiene por principal objeto nuestros desorden ínsito en una naturaleza rebelada contra su Creador,
temores y nuestras esperanzas. Para eludir estas y otras restric los dardos de luz del Flechero infalible. Sócrates está muy lejos
ciones, acaba Nicias por referirse a lo temible y lo deseable con de lo que hasta un pagano pudo percibir cuando dijo: Video
tal generalidad, que el valor resulta entonces ser la ciencia del m eliora p r o b o q u e ; d eteriora sequ or.
bien y del mal sin ulterior calificación, es decir la virtud en Si con el tiempo fue mitigándose en Platón, como lo veremos
general, y no una parte de ella, que era lo que se estaba bus al estudiar su obra posterior, el racionalismo ético de su maestro,
cando. El diálogo termina así, como tantos otros de Platón, en permaneció fiel, en cambio, y hasta el fin, a la concepción de la
una humilde confesión del fracaso de los interlocutores en su unidad radical de la virtud, por lo menos d e iure, como si dijé
investigación, con el propósito de continuarla en otra oportuni- ramos, y por lo menos también —y esta vez igualmente d e ja cto —
en los tipos ejemplares de sabiduría y moralidad, que son los
)» Platón, Sl uttgart, 1901, p. 9. “guardianes” de la R ep ú b lica . Porque si en la masa común se
20 ! a q . 194 ti: xaOtu ávaéóg tV.aaxo; ripórv cútco aorpoq, a 8e ápaOrig,
r au t a b í z.a/.ó;.
21 l a q . 195 a: t t |v t u rv ftfivorv xui Qa.QQal.toyy éjtum)|iT)v stat év mú-Épo) 22 Prot. 358 d.
xai év t o í; áW.oig üiramv. -:> P lato, p. 145.
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dan en éstos unas virtudes, y otras en los otros, según la justa ob K ant), pero que no se forma como tal sino por el ejercicio con
servación de Protágoras, no así, en cambio, en quienes, como currente de los hábitos morales. Por esto declara Aristóteles, en
los guardianes, han llegado a la visión extática de la Idea del el mismo lugar antes citado, que “no es posible ser hombre de
Bien, y de ella reciben, como de una fuente única, la inspira bien, en el sentido más propio, sin prudencia, ni prudente tam
ción de su pensamiento y de su conducta en lo general y en lo poco sin virtud moral”. No hay en esto anterioridad o posterio
particular. De este modo nos parece que cjueda resuelta la cues ridad de ninguna especie, sino que una y otra cosa andan de la
tión que plantean los diálogos platónicos, y que no se dilucida mano en esta ética que concede la misma importancia a la per
en ellos satisfactoriamente, de la unidad o pluralidad de la cepción de la inteligencia como al esfuerzo de la voluntad. Es
virtud. combatiendo —contra las pasiones— como el hombre acaba por
Por lo demás, habrá que esperar a Aristóteles, con su mayor ver más claro lo que debe hacer, y una vez que lo ha visto,
poder analítico y organizador, para que todo quede definitiva la razón práctica regula toda su conducta, y no sólo una par
mente en su punto. Aristóteles, en efecto, distingue, muy avisa te de ella.
damente, las llamadas por él virtudes naturales (¡pucucal ápexaí), Por Platón o por Aristóteles, o por los estoicos, que también
que no son sino las disposiciones nativas y variables, por tanto, la profesaron, la doctrina de la solidaridad de las virtudes mo
en cada individuo, de las virtudes morales (r|0«cal ápExcá), que rales (si ya no su unidad estricta) pasó con el tiempo a la fi
se constituyen al ser asumidas y ordenadas aquellas disposicio losofía cristiana. En la patrística latina la encontramos ya en un
nes por la virtud intelectual de la prudencia, la cual es como célebre texto de San Ambrosio: C on n exae igitur sibi sunt con-
el regulador de la vida moral. Ahora bien, si por sus disposicio c a ten a eq ae virtutes, ut qu i unam. habet., plures h a b ere v id eatu r,25
nes innatas un individuo está naturalmente más o menos incli Por último y con el conocimiento directo de los escritos aristo
nado a esta o aquella virtud, y puede, en este sentido, predicarse télicos, alcanzado en la baja Edad Media, la doctrina llega a su
la separación de las virtudes, tal cosa no es posible cuando por la plenitud formal en Santo Tomás de Aquino. No tenemos por
reflexión interna y el control de la prudencia, esta virtud comu qué ocuparnos más de la cuestión, y si nos hemos asomado a su
nica el carácter unitario que le es propio, a toda la conducta hu prolongación en el aristotelismo, o en otras escuelas, ha sido
mana. Sin que Je sea necesario remontarse a la Idea del Bien, apenas por mostrar la fecundidad de un tema que no tiene tan
le basta a Aristóteles con la dirección de la prudencia para pos sólo un interés académico, sino que lleva consigo toda la diná
tular también la solidaridad de las virtudes morales, como resulta mica de la vida espiritual en la realización de los valores mo
del siguiente pasaje de la É tica N ico m a q u ea: rales.
“Puede admitirse que en lo que hace a las virtudes natura Volviendo a Platón, se recordará cómo en el P rotágoras he
les, el mismo individuo no está naturalmente bien dotado con mos visto enumeradas estas cinco virtudes: sabiduría, fortaleza,
relación a todas, de suerte que pueda haber adquirido una cuan templanza, justicia y piedad, o con los otros términos sinónimos,
do aún no ha alcanzado otra. Pero en lo que hace a las virtudes la segunda y la tercera, que asimismo quedaron explicitados.
por las cuales un hombre es llamado simplemente bueno (áirXwg De la fortaleza o valor y de la templanza hemos dicho también
áya0óg), esto no es posible, puesto que al estar presente la pru lo suficiente, al analizar la problemática que con respecto a es
dencia, que es una, estarán presentes al mismo tiempo las demás tas virtudes encontramos en los primeros diálogos platónicos.
virtudes.”24 En cuanto a la sabiduría y la justicia, preferimos reservar su
Importa advertir, eso sí, que la “pr lencia” aristotélica no es estudio para cuando lo hagamos con otros temas de la filosofía
la “ciencia” socrática, pues con esto caeríamos en la misma pos platónica, como la educación y el Estado. La sabiduría, en
tura racionalista impugnada por Aristóteles y con expresa refe efecto, es el término de la p aid eia superior, la que reciben los
rencia a Sócrates. La prudencia es, sin duda, la razón práctica, y “regentes”, y la justicia, a su vez, es el tema que da origen, y
por tanto un hábito intelectual (estamos en Aristóteles y no en cuya investigación se lleva a cabo en los libros de la R ep ú b lica .

2* E . N . 1145 a. 25 E x p . in L u c a m , P .L . 15, 1738.


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T EO R ÍA DE LA V IR T IO 10 9

De la quinta virtud, en cambio: la piedad, sí debemos hacernos


platónico que es nuestro tema, para poder luego seguir el mo
cargo en la teoría de la virtud, tanto porque no interfiere di
vimiento de las ideas dentro del marco histórico-fieticio en que
rectamente con otros temas, como por haber dedicado Platón,
se desarrollan.
al análisis de dicha virtud, otro de sus diálogos de la primera
Conforme a lo cjue dijimos en anterior capítulo, el E utifrón
época, el E u tifrón , a cuyo comentario procedemos seguida
forma, junto con la A p olog ía, el Critón y el E edón, el conjunto
mente.
de diálogos que compondrían el ciclo del juicio y la muerte de
Sócrates. Es la única inobjetable, o en todo caso la más lograda,
L a p ied a d com o v alor religioso entre todas las “tetralogías” de Trasilo; y ahora cumple agregar
que no lo es tan sólo por la perfecta unidad temática y de movi
Antes de hacerlo, empero, consideramos necesario, aquí tam miento entre las cuatro piezas, sino porque en esta tetralogía, al
bién, despejar un punto de semántica, o dos tal vez, a fin de igual que en las demás que solían presentar los dramaturgos as
asegurarnos (es el primer deber del escritor y del filósofo) la pirantes al triunfo en la escena, hay también el drama satírico
más estricta univocidad en los conceptos y en los términos. al lado de las tres tragedias. Que este carácter de tragedia tre
Al contrario de lo que pasa en francés o en inglés, que tienen menda, y además realísima, lo tienen la A p olog ía, el Critón y el
cada uno dos voces perfectamente distintas, aunque emparenta F cd ón , nada más obvio. El E u tifrón , por el contrario, aunque
das entre sí, para una y otra cosa (p itié — p icté en el primero, preludiando la tragedia, es una alada sátira, mantenida por el
pity — piety en el segundo), el español, en cambio, se sirve del buen humor y la ironía de Sócrates, del principio al fin.
mismo término "piedad”, para designar tanto el sentimiento de Un buen día, pues, acontece que Sócrates y Eutifrón se en
lástima, compasión o misericordia pof el prójimo, como la acti cuentran en el ágora ateniense, y más exactamente en el Pórtico
tud reverencial para con Dios, y los actos internos o externos en Real, así llamado por ser la sede de la magistratura a cargo del
que se traduce. Ahora bien, la “piedad” de que aquí hablamos, Arconte Rey (apxwv ¡3acn,>.EÚg). Era este magistrado el segundo
con referencia a Platón, la tomamos, exclusiva e invariablemen de los nueve arcontes a quienes incumbía, como a nuestros Ayun
te, en el segundo sentido, nunca en el primero. Con otras pala tamientos de hoy, el gobierno tle la ciudad, y su denominación
bras, entendemos referirnos, como lo hace Platón, a la piedad regia, un tanto disonante dentro de la democracia ateniense, pro
como valor religioso, es decir, el valor específico de la conduc venía del hecho de desempeñar él las funciones religiosas de los
ta humana en sus actos de religación con Dios o lo divino. La antiguos reyes. En esta calidad, celebraba los más importantes sa
misma acepción, por consiguiente, recibirán los adjetivos corres crificios públicos, y tenía además una competencia judicial para
pondientes de “piadoso” y “pío”.
conocer de los casos que de algún modo pudieran afectar a la
En segundo lugar, hemos preferido traducir el término clave
religión del Estado. No pronunciaba la sentencia filial, sino que
del original griego: ocrtov, por “piedad”, y no por “santidad”, por
actuaba a la manera del juez de instrucción, para turnar luego el
más que la segunda traducción sea también cíe suyo correcta. La
caso, si encontraba méritos suficientes, a la decisión del tribunal
razón de la preferencia es simplemente por acomodarnos al uso
popular.
más corriente hoy en nuestro idioma, donde “santidad” suele
Uno de estos casos, el más típico tal vez de ios que caían bajo la
tomarse de ordinario como sinónimo de virtud heroica o de con
jurisdicción del Arconte Rey, era el delito de impiedad (ácré¡te(.a);
sumada perfección moral, en tanto que “piedad” denota tam
y como éste fue el delito que sus acusadores imputaron a Sócrates,
bién la actitud religiosa sin tantos extremos. No obstante, tenien
acude éste, con la espontaneidad y obediencia a la ley que mos
do en cuenta que la segunda traducción, una vez más, no es in
tró a lo iargo de todo el proceso, al emplazamiento que, como
correcta, y que el personaje del diálogo: Eutifrón, se tiene a sí
primera providencia, le ha hecho el magistrado.
mismos por p ío y santo por todo extremo, bien podremos, según
Eutifrón, por su parte, no comparece en la misma calidad de
sea el matiz del texto, hablar alternadamente ele piedad y san
Sócrates, es tlecir, como demandado, sino como demandante o
tidad.
querellante. Va nada menos que a acusar a su propio padre, cul
Aclarado todo esto, coloquémonos en la situación del diálogo
pable cíe haber dejado morir de hambre y frío, aherrojado en
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un cepo, a un esclavo suyo, culpable a su vez —esto lo reconoce tionablemente, es reo de suma impiedad por el hecho de incri
de buen grado Eutifrón— del homicidio perpetrado por él en la minar a su padre, por culpable que éste fuese; y por algo la
persona de un consiervo. Oue el asesino merecía el condigno legislación penal, en todos los países, exime expresamente a los
castigo, no lo niega tampoco Eutifrón, pero no por esto debió hijos del delincuente de la obligación, que incumbe a los demás
haber usurpado su señor la función punitiva, reservada al Estado; ciudadanos, de colaborar con el Estado en el ejercicio de su fun
por lo cual, y al ejercerla indebidamente, cometió también, el ción punitiva. Eutifrón no tendrá émulos, en este particular, sino
padre de Eutifrón, otro asesinato. entre la juventud nacionalsocialista, cuando los hijos entregaron
Hasta aquí, empero, no se ve por qué debía conocer el magis a sus padres a la Gestapo.
trado encargado de tutelar la religión oficial, de un delito que, Esta es, pues, la situación, en parte histórica y en parte ficti
entonces como ahora, es del fuero común. Pero Eutifrón alega cia, del diálogo platónico en que se plantea la gran cuestión de la
I que, por el simple hecho de convivir con un homicida, los miem- piedad como valor religioso. Entremos, como lo hace Platón, en
I bros de su familia se ven contaminados de una mácula, impureza las ideas mismas, que son aquí, como en todos los diálogos, lo
1 o polución (píaapa) de carácter religioso, y que de ella no pue- eterno y lo definitivo.
| den eximirse sino denunciando al culpable ante el tribunal Sócrates, que de nada se asusta, no hace el menor aspaviento
1 competente, el cual resulta ser así —no por el homicidio, sino ante la conducta de Eutifrón, y se limita a pedirle —ya que tan
l¡ ¡wr la contaminación consiguiente— el tribunal religioso. Mien- seguro está de consumar un acto de piedad— que le diga qué es,
i| tras no se haga justicia, no cesará la impureza. en su opinión, lo piadoso, y qué lo impío. A esto contesta Euti
I Singular personaje, por cierto, éste de Eutifrón, haya sido frón, al igual que la generalidad de los interlocutores de Sócrates,
real, como es lo más probable, o en caso contrario, una de las que no se dan cuenta de esta súbita elevación al plano del con-
jj más estupendas creaciones de Platón. No le mueve en absoluto cepto general, que lo piadoso es lo que él mismo, Eutifrón, está
1 (no hay de esto el menor indicio) ningún sentimiento de odio o haciendo, y que lo mismo, o cosas peores, hicieron, por lo que
animadversión a su padre; por el contrario, todo parece indicar, él sabe y dicen los poetas, los mayores entre los dioses. Zeus, en
según la aguda observación de Taylor, que, una vez que tenga efecto, encadenó a su padre Cronos, que devoraba a sus hijos, y
i| efecto la purificación de la impureza religiosa que le mancha, que mutiló a su padre Uranos por razones análogas. Al pregun
podrá seguir conviviendo en paz con su progenitor. No es, en tarle Sócrates si en serio cree él, Eutifrón, en estas cosas, con
suma, un mal hijo, sino un consumado fanático, dominado a testa, por supuesto, que sí, y en más aún. Por algo llama Maurice
tal punto por el escrúpulo religioso, que no le arredra el denun Croiset a Eutifrón une sor te d e d octeu r en th éolog ie tradition-
ciar a su propio padre, por estar convencido de que, con este n elle, y los comentaristas en general subrayan el escepticismo de
acto, da cumplimiento a un deber imperioso de piedad o san Sócrates como una prueba de que él, por el contrario, no cree
tidad. Como buen fanático, no tiene dudas ni vacilaciones, por- ni poco ni mucho en esas teologías. Discretamente deja de ello
I que pertenece, como Robespierre, a la misma estirpe de los in- constancia Platón en este diálogo, ya que en la A p olog ía, como
i1 corruptibles e implacables. es bien comprensible, se abstiene Sócrates, ante sus jueces, de
i- ¡Qtié contraste entre esta figura monolítica, sombría, y la del declarar su creencia o su incredulidad con respecto a la religión
l;' apolíneo Sócrates, tan luminoso y multifacético, y tan poco se- oficial.
¡ guro, además, de su saber en nada, y menos en la ciencia de las De cualquier modo, Eutifrón no ha dado hasta aquí ninguna
cosas divinas, que su interlocutor, en cambio, declara firmemente definición de la piedad, sino que simplemente se ha acogido, para
poseer a la perfección! Pero además de este contraste, que por justificar su conducta, al ejemplo de los dioses. Ha enunciado
sí solo imprime en el diálogo tan alta calidad artística, está el apenas actos que, en su opinión, son piadosos o santos, pero no,
otro que resulta de la situación misma. Es una obra maestra de como sé lo reclama de nuevo Sócrates, el concepto o “forma” por
ironía, por parte de Platón, el exhibir a Sócrates, “el más sabio la que todas las cosas piadosas tienen este carácter.20 Estrechado
y más justo de los hombres”, acusado del crimen de impiedad, y 20 E u t. 6 d : t ó t í6 o ; 4> n á v x a t d orn a o at á iaxvv- N ot em os cóm o desde
frente a él, como el sumo sacerdote de la piedad, a quien, incues- est e d i ál ogo ap ar ecen ya est os t ér m i n os: aq u í r i b o - y an t es Í 6óa, con el

i
T E O R ÍA DE LA VIRTUD 113
112 T EO R ÍA 1)E LA VIRTUD
De tan evidente absurdo no halla Eutifrón otra escapatoria
de esta suerte por su interlocutor, Eutiírón responde, en un pri que la de enmendar la definición que acaba de dar, con el aña
mer intento de definición, que la piedad es aquello que es agra dido de que la piedad es lo agradable a los dioses, sólo que a
dable a los dioses (o que los tlioses am an), y lo contrario, por todos sin excepción. “Ninguno de ellos —agrega luego, con direc
consiguiente, la impiedad.27 ta referencia a su caso— puede pensar que no deba castigarse a
Esta vez, en honor de la verdad, Eutifrón ha dado una defini quien priva a otro de la vida injustamente’’. Sócrates, por su
ción que es no sólo correcta desde el punto de vista formal, parte, no sólo no contradice esta proposición, sino que añade, a
sino que, trasladada del politeísmo al monoteísmo, puede perfec su vez, que "no habrá nadie, ni entre los dioses ni entre los hom
tamente defenderse, y así ha sido de hecho en la historia de bres, que se atreva a sostener que no debe castigarse la injusticia”.
la filosofía y de la teología. En corrientes tan importantes de la Pero aún así enmendada, no pros)jera la definición, porque,
filosofía cristiana como lo es el voluntarismo divino, representado desde luego, queda fuera de ella la amplísima zona de los actos
por Ockam y Dttns Scotus, se ha sostenido, en efecto, que el bien con respecto a los cuales, y según lo han reconocido los dos inter
y el mal, lo justo y lo injusto, lo santo y lo impío, no tienen otra locutores, están en desacuerdo los dioses; y porque, además, la
razón de ser lo que son, que su conformidad o disconformidad misma zona de acuerdo es sobre principios de carácter puramente
con la voluntad divina, y que a ésta, a su vez, es inútil o impío formal, como que la injusticia debe sancionarse, cuando lo im
el tratar de buscarle cualquier justificación humana. Más aún, e portante es tener un criterio material que permita diferenciar lo
inclusive para quienes, como Santo Tomás, apelan de la volun justo de lo injusto. No lo dice Sócrates, claro está, en estos tér
tad a la sapiencia divina, es una definición extrínseca, aunque minos oriundos de Kant (su significación, mejor dicho), pero
no esencial, de la virtud o de la santidad, la conformidad del a esto tiende, indudablemente, al plantear de pronto, con toda
hombre, en todo lo que de él depende, con la voluntad de Dios. inocencia, la cuestión de si lo santo es tal porque lo aman los
A mayor conformidad, mayor santidad; ¿no ha sido éste, en ver dioses, todos si se quiere, o si, por el contrario, lo aman por
dad, el más cierto patrón estimativo en toda la historia del ser santo; y lo mismo podría preguntarse, a lo que nos parece, con
cristianismo? relación a todos los valores morales. No quiere Sócrates, como se
En el diálogo platónico, no obstante, la definición fracasa, por lo explica a Eutifrón, llegar al conocimiento de lo que ambos
la única razón de que Eutifrón la refiere a una pluralidad —in están indagando, tan sólo por un accidente (-rcáOo;), que sería
finitud podríamos decir— de dioses discordantes entre sí, en su en este caso el agrado o el amor de los dioses, sino por su esencia
querer y en sus preferencias. Por esto le arguye luego Sócrates o naturaleza intrínseca (oficia).
que, toda vez que entre los dioses, como lo ha reconocido antes Con esto se sitúa la investigación en un plano incomparable
el mismo Eutifrón, hay disensiones, querellas y enemistades (era mente más alto o más profundo, como queramos, porque el pro
el entretenimiento cotidiano de los olímpicos), resulta que lo blema suscitado por Sócrates no está de ningún modo ligado a
que a unos es agradable, es odioso a los otros, y el mismo acto, una religión politeísta, sino que tiene plena validez aún dentro
por consiguiente, será, al mismo tiempo, justo e injusto, piadoso del monoteísmo. Es el tremendo problema, discutido a todo lo
e impío. largo de la Edad Media, del primado en Dios (a nuestro modo
m ism o sen t ido en t i t at i vo y par ad i gm át i co qu e t ien en en los di ál ogos post e­ de entender, por supuesto, porque en Dios todo es u n o ), del in
riores. aao áSei y p a vien e lín eas después, y luego, p or últ i m o, el ot ro t ér ­ telecto o de la voluntad. Problema, además, que hasta donde
m i n o fu n d am en t al d e ofi ci a, con sen t ido equ i val en t e al de los an t er ior es.
podemos opinar, no llegó jamás a resolverse satisfactoriamente,
En t ext os com o ést e en cu en t r an apoyo T ay l o r y Bu r n et p ar a sost ener que
l a t eor ía de las ideas es gen u i n am en t e soci át i ca an t es de ser pl at ón i ca; ni en uno ni en el otro sentido. Contra los defensores del abso
sólo q u e est a i n t er p r et aci ón , com o salt a a l a vist a, da p or sent ado qu e luto voluntarismo divino, en efecto, se levanta la formidable
el Sócrat es de estos di ál ogos es de t odo en t odo, en sus ideas, en sus p al a­ objeción de que por lo menos ciertos actos del hombre, como el
br as y en sus act os, el Sócrat es hi st ór i co, lo cual, en opi n i ón de l a m ayor ía amor o el odio de Dios, no pueden depender, en su bondad o
de los i n t ér pr et es, est á m u y lejos d e h ab er podi d o dem ost r ar l a escuela
escocesa.
en su malicia respectivamente, del solo arbitrio divino, por ser
27 E u t. Ge: ”'E<m x o íw v xó p év xoíg 0eo í; ,-r(rompí?,te; íím ov, xó 8é (») Dios, absolutamente, objeto necesario de amor por parte de toda
Jt gow piA á; ávóm ov.
111 T E O R ÍA DE I.A VIRTUD T E O R ÍA DE LA VIRTUD 115

criatura. Pero los partidarios del intelectualismo, por su parte, definición, y las estatuas animadas, conforme a la comparación de
tampoco podían explicar, entre otras cosas, cómo la ley evangé Sócrates, no han hecho sino realizar un giro circular al regresar
lica, de origen tan divino como la ley antigua, abroga ésta en exactamente al punto de partida. El diálogo termina así con la
tantos de sus preceptos. I-a solución más equilibrada, probable promesa recíproca de reanudarlo otro día, ya que, por el mo
mente, la dio Santo Tomás, al enseñar que si bien Dios procede mento, ambos interlocutores han de presentarse sin más tardanza
libremente al determinar la naturaleza de sus criaturas, de este ante el magistrado, el uno a formular su querella, y el otro a
o de aquel modo, respeta F1 mismo, después, las exigencias intrín responder al emplazamiento.
secas de la naturaleza así constituida, en forma que tales o cuales No obstante la aparente inanidad de su conclusión, el E u ti
actos, en suma, son, intrínsecamente también, buenos o malos, y frón , así pueda pertenecer a la juventud de Platón, es un diálogo
ni el arbitrio divino puede alterar ya esta condición. profundo y constructivo. En él está ya, como acabamos de verlo,
A toda esta metafísica, implícita en la pregunta de Sócrates, es bien perfilada la teoría de las ideas, y de la piedad, que es el tema
completamente ajeno el pobre de Eutifróri, y lo único que dice, concreto, se nos ofrece tanto el aspecto interno, la conformidad
sintiéndose como mareado, es que todo eso, las proposiciones tan a la voluntad divina, como el externo, consistente en la referen
pronto hechas como deshechas, parecen darle vueltas, sin que cia formal a la plegaria pública (porque la privada es también
ninguna pueda permanecer en su lugar. Por lo visto se parecen del orden interno) y al sacrificio. Que el Estado sea quien orga
—le contesta Sócrates— a las estatuas que hacía Dédalo, el mítico nice todo esto, es lo debido y natural, como gestor que es del bien
ancestro de los escultores, quien comunicaba a sus obras hasta común en todos sus aspectos, mientras no decida Cristo, por
el movimiento. Eutifrón le devuelve la broma, con la observación innovación expresa, separar el reino de Dios del reino de César.
de que es él, Sócrates, quien hace moverse a las definiciones de En la última parte del diálogo, como acabamos de ver —es algo
la piedad, ya que, por parte de su infortunado pro]x>nente, se que no puede pasar sin comentario— se plantea, por primera vez
quedarían inmóviles. en la historia de la filosofía, un tema que en nuestro tiempo ha
Después de este cambio de cumplidos, se reanuda la discusión. vuelto a tener tanta actualidad,2!> y que es la cuestión de la auto
Con la idea tal vez de que por lo más conocido podrá averi nomía del valor religioso. De esto se trata, si no con estos térmi
guarse lo menos conocido, Sócrates le pregunta a Eutifrón si la nos, al preguntarse Sócrates-Platón «i la piedad3(1 podrá o no
piedad no será una especie de la justicia, y en la afirmativa, cuál reduc irse, como una de sus partes, a la justicia. En diálogos pos
podría ser su diferencia específica dentro de la virtud genérica. teriores, Platón acabó por decidirse, a lo que parece, por la afir
Que la piedad sea una parte de la justicia, lo concede luego mativa, pero la cuestión siguió abierta en la historia de la filo
Eutifrón, y en cuanto a la diferencia específica, la enuncia de sofía. Todo depende, naturalmente, del concepto que se tenga de
este modo: “Saber decir y hacer lo que es agradable a los dioses, la justicia, y más en concreto, del campo de su aplicación.
ya en la plegaria, ya en el sacrificio: y es esto lo que es piadoso Si consideramos que los deberes del hombre para con Dios son
y lo que asegura la conservación de las familias y de las ciu de tan inexorable cumplimiento, o más aún, como los que tiene
dades. Lo contrario es lo impío, y de allí viene la subversión de el hombre con sus semejantes, y que prescribe y organiza la jus
todo y la destrucción.” 2S ticia, habrá que decir entonces que la religión es una parte de
Muy de acuerdo con la religión ritualista de la ciudad antigua, esta virtud de alcance generalísimo, como lo vio también Aristó
en la cual no es lo más importante el dogma, sino el culto, es teles. Desde otro punto de vista, sin embargo, si pensamos que la
esta nueva definición de la piedad, que se resume en la oración justicia consiste (es la definición que parece haberse impuesto
y el sacrificio a la divinidad. No es por esto por lo que cae, sobre las demás) en dar a cada uno lo suyo, parecería como si este
exactamente como las precedentes, sino porque Eutifrón, sin ad “dar” supusiera una deuda que de algún modo puede hacerse
vertirlo, ha introducido en la definición el elemento nocional de
ro A p ar t i r , sobr e t odo, de l a h er m osa y p r ofu n d a ob r a de Ru d o l f O t t o:
lo agradable a los dioses”, con lo cual vuelve a su primera L o S an io.
su I .a “ r el i gi ón ” pod r íam os deci r t am bi én , en u n a t r ad ucción , i gu al m en t e
z* F u t. 14 b. fi el, d e óat óxt )g o ew c f k i a.
116 T E O R ÍA DE I.A VIRTUD
T E O R ÍA DE I.A VIRTUD 117
líquida, una deuda determinada, y por esto mismo limitada, sa
tisfecha la cual queda el deudor libre frente a su acreedor. Con Por esto los romanos, más penetrantes en este punto que los
este aspecto se presenta la justicia en las relaciones interhumanas, griegos, dieron a la piedad (píelas) un contenido conceptual
a propósito de las cuales fue como primero se pensó en ella, y a y una coloración sentimental de mucho mayor riqueza, e hirieron
las cuales, por lo mismo, puede pretenderse que debe restringirse. de ella ( de hecho por lo menos, si no en el pensamiento, jxnque
Aristóteles, en efecto, insiste una y otra vez en que la norma fun no eran filósofos) una virtud distinta de la justicia. Bajo el nom
damental de la justicia es la igualdad, bien que en ciertas cosas bre general de p íela s englobaron ¡os deberes y la conducta que
deba ser una igualdad no aritmética, sino proporcional; lo que el hombre ha de observar con respecto a quienes estará siempre
quiere decir —lo dice él mismo— que una vez cumplida la deuda, el deudor, cualquiera cosa que dé o que haga, en deficiencia, no
por la cual se había introducido la desigualdad, las partes quedan sólo con respecto a Dios o a los dioses, sino también con los
de nuevo en la situación originaria que les corresponde, de igual padres y la patria, por no jxnler nunca devolverles lo que de
dad y libertad. Lo justo es lo igual, y lo injusto lo desigual, dice ellos y de ella hemos recibido.
textualmente Aristóteles,31 y el ámbito propio de la justicia, en P ietas erga d éo s; p íela s erga p aten tes; p íelas erga civitatem :
conclusión, es la comunidad entre personas libres e iguales. De éste fue el triple correlato de la piedad romana, que circunda
aquí que, para estos pensadores, no pueda hablarse de relaciones así, con el mismo halo de fervor religioso, los altares, el hogar y
de justicia entre el señor y el esclavo, ni tampoco —o a lo más la ciudad. Su perfecta expresión en la literatura ¿será necesario
de una justicia “por analogía”— entre el padre y sus hijos, o entre decirlo? es el "piadoso” Eneas, el héroe religioso (esto y no otra
el marido y la cónyuge. Lo erróneo de esta concepción está, evi cosa significa su epíteto habitual de piv.s) que lleva consigo los
dentemente, en la negación de la igualdad radical entre todos vencidos penates, y con ellos a su padre, esposa e hijo, en busca
los hombres, o en la supremacía del principio masculino, todo de una nueva patria, amada ya antes de conocerla, para hacer de
ello muy de la cultura helénica, pero no en la lógica misma de ella el centro de los mismos amores que había albergado la an
la justicia. tigua. De la religión, en el amplio sentido que le dio la civili
Teniendo presente todo lo anterior, se comprende luego que zación romana, procede la indomable energía de Eneas, y en
sea también de aplicación analógica, cuando más, la justicia en la religión vio Virgilio, al configurar su estupenda creación, el
tre Dios y los hombres. No tenemos por qué hablar aquí, ya que fundamento de ¡a ciudad que, por la misma razón, continúa
nuestro asunto es exclusivamente la virtud humana, de la justicia llamándose la Ciudad Eterna.
divina. Es indudable que existe, en cuanto que de Dios no puede Eneas es también, y con esto volvemos a Platón, el ejemplo
predicarse la injusticia, pero de un modo que nos escapa, y que cabal de todas las virtudes (por más que no le hiciera malos
desde luego no es el cumplimiento de una “deuda”, con todo lo ojos a Dido, pero después que Creusa había pasado a mejor
que esta palabra quiere decir dentro del contexto humano. Pero vida), con las cuales entra la piedad en igual solidaridad, o por
aun con respecto a la justicia del hombre para con Dios, se per ventura es la virtud que organiza a las demás en este consorcio.
cibe inmediatamente que no puede el hombre dar a Dios nada Y como la filosofía se entiende mejor cuando la vemos trasun
que le haga falta, y que, además, todo lo que el hombre pueda tada en tipos ejemplares, de la realidad o la ficción, como Eneas
darle (aun si tomáramos por "dación” cosas tales como la ado o Sócrates, copiaremos, para terminar, la hermosa página en que
ración o la alabanza), será siempre infinitamente inferior a lo Werner Jaeger resume la teoría socrático-platónica de la vir
que la criatura debe a su Creador, por ser infinita la distancia tud, hipostasiándola en la persona de Sócrates, del modo si
entre ambos. De una parte, en suma, a p arte D ei, ninguna deu guiente:
da; de la otra, a p a rle hom in is, una deuda que no podrá satisfa “El conocimiento del bien, a que se reduce siempre en úl
cerse jamás. ¿Ni qué sentido tiene hablar aquí, como en la jus tima instancia la investigación de todas y cada una de las
ticia interhumana, de libertad o de igualdad? virtudes, es algo más amplio que la valentía, la justicia o cual
quier otra arete concreta. Es la ‘virtud en sí', que se revela de
a» Ét ica Nicomaquea, lib. V, cap. II. distintos modos en cada una de las diferentes virtudes. Sin
embargo, aquí nos encontramos con una nueva paradoja psi-
118 T EO R ÍA DE LA VIRTUD T E O R ÍA DE LA VIRTUD 1 1 !)

cológica. En efecto, si la valentía, por ejemplo, consiste en Su vida es a la par combate y servicio de Dios. No descuida
el conocimiento clel bien con relación a lo que en realidad los deberes del culto a los dioses, y esto le permite decir a quien
debe temerse o no temerse, es indudable cpie la virtud concreta sólo es piadoso en este sentido externo que existe un temor ele
de la valentía presupone el conocimiento del bien en su tota Dios más alto que éste. Luchó y se distinguió en todas las cam
lidad. Se hallará, pues, indisolublemente enlazada a las demás pañas de su patria; esto le autoriza a hacer comprender a ios
virtudes, a la justicia, la moderación y la piedad, y se identifi más altos caudillos del ejército ateniense que las victorias lo
cará con éstas o guardará, al menos, una gran analogía externa gradas con la espada en la mano no son las únicas que puede
con ellas. Ahora bien, habrá pocos hechos con que se halle más alcanzar el hombre. Por eso Platón distingue entre las virtudes
familiarizada nuestra experiencia moral que el de que una per vulgares del ciudadano y la elevada perfección filosófica. Para
sona puede distinguirse por su gran valentía o valor personal él la personificación de este superhombre moral es Sócrates.
y, a pesar de ello, ser un hombre injusto, desaforado o impío o, Aunque lo que Platón diría es que sólo él posee la ‘verdadera’
por el contrario, ser un hombre absolutamente moderado y a rete humana.'’ 32
justo y, en cambio, un cobarde. Por consiguiente, aun cuando
quisiéramos llegar con Sócrates hasta el punto de considerar
las distintas virtudes como ‘partes’ de una sola virtud univer
sal, parece que no podríamos estar de acuerdo con él en la
tesis de que esta virtud actúa y se halla presente como un
todo en cada una de sus partes. Las virtudes pueden concebirse,
a lo sumo, corno las diversas partes de una cara, que puede tener
los ojos bonitos y la nariz fea. Sin embargo, Sócrates es tan
inexorable en este punto como en su certeza inquebrantable
de que la virtud es el saber. La verdadera virtud es para él
una e indivisible. No es posible tener una parte de ella y
otra no. El hombre valiente que sea irreflexivo, desaforado o
injusto podrá ser un buen soldado en el combate, pero nunca
será valiente para consigo mismo y para con su enemigo inte
rior, que son sus propios instintos desenfrenados. El hombre
piadoso que cumple fielmente sus deberes para con los dioses,
pero sea injusto hacia sus semejantes y desaforado en su odio
y fanatismo, no será verdaderamente piadoso. Los estrategas Ni-
cias y Laques se asombran de ver cómo Sócrates les expone la
esencia de la verdadera valentía y reconocen que nunca habían
ahondado hasta el fondo de este concepto ni lo habían captado
en toda su grandeza, ni mucho menos habían llegado a encar
narlo en sí mismos. Y el piadoso y severo Eutifrón se ve desen
mascarado en la inferioridad de su piedad orgullosa de sí mis
ma y llena de fanatismo. Lo que los hombres llaman rutina
riamente sus ‘virtudes’ resulta ser, en este análisis, un simple
conglomerado de los productos de distintos procesos unilatera
les de domesticación, y, además, un conglomerado entre cuyas
partes integrantes existe una contradicción moral irreductible.
Sócrates es piadoso y valiente, justo y moderado a un tiempo. *- P n id r ia , pp. 41O-J7.
T E O R IA DE I.AS IDEAS 121
o pregunta a su interlocutor, q u é es cada una de las virtudes o
valores sobre que versa el diálogo; lo que supone que alguna
V. TEORÍA DE LAS IDEAS
realidad, así sea puramente conceptual, es el correlato de la
definición. Qué es la templanza, es la pregunta del C árm ides;
A medida que avanzamos en Platón, nos será más difícil ajustar qué la valentía, la del L a q u es; qué la piedad, la del E uti
nos, en la exposición temática de su filosofía, a la evolución de su fró n ; qué la belleza, la del H ipias M ayor.
pensamiento, hasta donde puede sernos conocida por el orden, Estas preguntas son ele suyo conciliables —esto no se ha escla
en gran parte conjetural, de sus diálogos. L.os grandes temas que recido aún— con lo que más tarde se llamará el realismo o el
hemos escogido, se complican, como los de una sinfonía, los unos conceptualismo de los universales, pero rio con el nominalis
con los otros, y nadie puede decir con certeza cuál surge antes mo, del que no hay el menor rastro en Platón. Más aún, y por
y cuál después. I.o único que podemos hacer es tomar, como más que no se haya realizado aún, formalmente, la opción entre
punto de referencia, este o aquel diálogo en que tal o cual tema los dos primeros extremos, la convicción que muestra Sócrates,
aparece, si no en su perfecto desarrollo, por lo menos bien con de que algo hay que está detrás de todos esos nombres, apunta
figurado o con suficiente fuerza expresiva, y anteponer o pos por sí sola, y antes de toda demostración, a una realidad más
poner, de nuestra parte, el tratamiento del terna, según la ubi consistente que el mero concepto. Es la misma convicción, como
cación cronológica del diálogo con respecto a los demás. fe si no como demostración, que encontraremos, mucho más
En aplicación de tal método, nos ha parecido preferible abor tarde, en el F ed ó n :
dar el tema de las ideas antes que el del alma, por más que “¿Diremos que hay algo, que es la justicia misma, o que no
ambos estén, según vetemos, íntimamente concatenados. Uno hay nada ele esto? ¡I.o diremos, por Zeus! ¿Y lo mismo, no es
y otro resuenan con igual fuerza en el F ed ón , diálogo que per verdad, de lo bello y de lo bueno?” 1
tenece, incuestionablemente, a la madurez de Platón; pero el Saliendo ya casi del estado germinal, aunque todavía sin
tema de las ideas, por una parte, lo encontramos ya en diálo aflorar en el nombre mismo, están las Ideas en el Laques. Des
gos muy anteriores (así pudimos comprobarlo incidentalmente pués de enumerar diversas circunstancias de la vida en que
en el E u tifrón ) , y el lema del alma, a su vez. no alcanza su ple puede un hombre mostrar coraje: contra los placeres, en los su
no desarrollo sino en la psicología (le la R ep ú b lica. Por último, frimientos o contra las pasiones, pregunta Sócrates qué es lo
y ya que el orden cronológico de los diálogos ha de ser para “idéntico” en todas estas manifestaciones,2 en lo demás tan di
nosotros una ayuda en la comprensión de Platón, y no una versas. Esta identidad (vaúvóv), algo obviamente distinto, en
armadura que nos estorbe el movernos libremente por su obra, el pensamiento por lo menos, de la multiplicidad fenoménica, es
bien podremos prescindir de aquel cartabón cuando fuere nece uno de los caracteres más constantes de la Idea en todos los diá
sario. Ahora bien, la teoría de las ideas anda de tal suerte por logos que de ella tratan expresamente, y que la describen como
toda la obra de Platón, que todos los otros temas están más o “idéntica a sí misma” (aúvó xa0’aúxó), en abierta oposición,
menos ligados con ella; por lo cual, en opinión de muchos, aun por lo tanto, con el mundo del devenir, donde todo va siendo,
que no de todos, es ella misma la tesis central de su filosofía. en cada momento, distinto de sí mismo. Está presente, es ver
Conviene así, por tantos motivos, aplicarnos en seguida a su dad, la Idea en el devenir: “en todas estas cosas” o circunstan
estudio. cias, pero no se reduce de ningún modo al fenómeno sensible,
que tiene otras notas diferenciales, y por más que acaso pueda
(esto no se esclarece aún) estar totalmente embebida en él.
Los prim ord ios d e la teoría
En el E u tifrón , según pudimos darnos cuenta, están ya la
■Sin enunciarse aún en estos expresos términos, la teoría de las “idea” y la “forma” con sus propias palabras: iS¿a-eí8os. Los pa
ideas está en germen, latente antes de ser patente, desde los sajes más característicos son los siguientes:
primeros diálogos de Platón, es decir, desde los diálogos por i Fedón, 65 d.
excelencia socráticos. En ellos, en efecto, se pregunta Sócrates, L t iq . 191 e: t í o v év refioi t o v t o i ; t avt ó v écrtiv-
[120]
122 T E O R Í A Dlí TAS IDEAS T E O R Í A DE LAS IDEAS 12M

“En toda acción piadosa, ¿no es siempre lo piadoso lo mismo lidad o de plasticidad, como queramos, que es una de sus notas
e idéntico a sí mismo, y lo impío, a su vez, lo contrario tic todo más distintivas. El filósofo, para estos pensadores, es el que m ejor
lo piadoso? ¿No es verdad cpie lo impío es siempre semejante “ve”, y lo que ve, a su vez, debe estar tan configurado o ser
a sí mismo, por tener, en tanto que impío, una sola forma tan refulgente como las cosas del mundo sensible, como una
(iSÉa) ?”* bella estatua, ni más ni menos. Cuando Aloys Müller nos dice
“Recuerda que no te he pedido que me muestres una o dos que quien no tiene el don de la visión (d ie G abe des Schauens) ,
cosas de entre las muchas que son piadosas, sino precisamente es inútil que se empeñe en ser filósofo, 110 hace sino recalcar, en
la forma misma (EiSog) por la que todas las cosas piadosas son metáfora tal vez, lo que tan literalmente está en la filosofía an
piadosas. Dijiste antes, en efecto, que es por una forma única tigua. En el “ojo del alma”, como dice Platón, han de estar las
(í8éa) por lo que todas las cosas impías son impías, y todas las formas inteligibles del mismo modo que las imágenes sensibles
piadosas piadosas. . . Dime, pues, cuál es precisamente esta for en la retina del ojo corporal. Y la misma orientación luminosa
ma (íSéa), a fin de que mirando a ella y sirviéndome de ella y visualista da cuenta de la metáfora solar de la R ep ú b lica , para
como de un modelo (TcapáSayiJux), pueda decir que es piado declarar en imágenes, ya que directamente no se puede, la Idea
so lo que tú haces, u otro cualquiera, y que lo contrario es del Bien, que es, por la función que desempeña, la Idea de las
impío.”34 ideas.
En estos textos están ya, con toda claridad, las notas de pre ¿Cómo fue que del mundo sensible trasladó Platón las “ideas”
sencia, participación y ejemplaridad (pie ostentan las Ideas en al mundo inteligible? ¿Ha podido señalar la biología alguna
su relación con el mundo sensible. En ellos, además, se sirve etapa intermedia, o alguna innovación de sentido por otros pen
Platón indiferentemente de los dos términos de eid os e iden. sadores, y que para Platón hubiera sido decisiva en la que él
Sinónimos continuarán siendo en los diálogos posteriores, hasta mismo consumó de modo todavía más radical?
el F edón , a partir del cual, y con la sola excepción del P an dé- Según las investigaciones hechas por Gilíes pie, tanto eidos
nides, tendrá eid os un sentido puramen e lógico, al denotar como idea, el primero sobre todo, habrían entrado ya en el vo
principalmente una “clase” de cosas, reservándose a id ea la cabulario de la ciencia desde el siglo v, es decir, en vida de Só
significación metafísica. Según la observación de Sir David Ross,* crates. Por un tránsito muy natural en la significación, se co
idea es la palabra más vivida, la que el escritor profiere en los menzó a llamar eidos no sólo la forma exterior de los cuerpos,
pasajes de mayor elevación. Detengámonos un poco, por ser de sino su forma interna, es decir, su estructura o naturaleza, por
gran importancia para lo que va a seguir, en el análisis filoló donde eid os habría llegado a ser sinónimo de physis. Asimismo
gico de los dos términos fundamentales (porque hay otros aún) se habría usado, en una función lógica o clasificatoria, con re
con que opera la teoría de las ideas. ferencia a “clases” o “conjuntos”; una anticipación rudimenta
T an to d8og como Í8éa vienen del misino verbo ISeEv , que signifi ria, en suma, del sentido preciso que tendrá eid os en la lógica
ca “ver”, y su sentido original es el de forma, aspecto o apariencia aristotélica, como el predicable epte hoy designamos como “es
sensible, sin ninguna connotación intelectual. En este sentido, pecie”.
que era y continuó siendo el popular, se sirve todavía de ambos Taylor, por su parte, y aunque sin contradecir lo anterior, es
términos, ocasionalmente, el mismo Platón, aunque lo más co de opinión que la única influencia real que Platón recibió en
mún es que los tome en la acepción filosófica por él mismo cons este particular, fue la del pitagorismo, donde aquellos términos
truida. Y es muy interesante observar, desde este momento, que se usaban para designar las entidades matemáticas, o si no tanto,
por el hecho mismo de haber escogido esas voces para expresar las figuras geométricas ideales, como el triángulo o la circunfe
lo más fundamental y lo más alto de su pensamiento, comparte rencia “en sí”. Corroborando esta apreciación, Baldry sostiene, a
Platón, con la filosofía helénica en general, el carácter de visua su vez, que la teoría de las ideas no es sino la fusión del magis
3 E u t. 5 d. terio socrático sobre la conceptuación de los calores morales con
4 E u t. 6 d-e. el magisterio pitagórico sobre los números y figuras ideales.
s P latu ’s T h e o r y o f Id e a s , O xf or d , 1961, p. 16. En concepto de Ross, sin embargo, la hipótesis de Taylor,
T E O R ÍA DE LAS IDEAS 125
124 T EO R ÍA DE LAS IDEAS
mitada a los valores: lo justo, lo valiente, lo santo, lo b e llo ...
compartida por Baldry, no se apoya en datos históricos precisos, y no se extiende aún a las esencias de las cosas visibles.
sino en el hecho, cierto por lo demás, de que donde la teoría
de las ideas ha mostrado ser más verosímil o más fecunda,
Id ea s platón icas y filo so fía presocrática
desde Platón y hasta nuestros días, ha sido en su aplicación a los
valores y a las matemáticas, y no así, en cambio, a los fenómenos Esta expansión comienza a hacerse sentir en el C ratilo, donde
empíricos. Ahora bien, si lo primero puede muy bien relacionarse es bien perceptible, además, el motivo de orden intelectual (pie,
con el afán socrático por introducir la claridad racional en las concurrentemente con el de orden moral de los primeros diálo
valoraciones instintivas, de lo segundo, en cambio, no puede gos, determinó a Platón a postular, con creciente seguridad, la
saberse si es del todo invención original de Platón, o si lo reci teoría de las ideas.
bió de los pitagóricos, y Ja duda nace simplemente de la igno En realidad, ambos motivos podrían reducirse a uno solo: el
rancia profunda, como dice Ross, en que estamos con respecto a escepticismo, prevalente tanto en una como en otra dirección,
la historia interna del pitagorismo, esto es, del desarrollo de sus y que hizo presa en la mentalidad ateniense desde el siglo v.
doctrinas, y sobre esto aún, de la época en que Platón entró Como sus mayores exponentes en el dominio de la filosofía, bas
en contacto con los círculos pitagóricos durante la visita que tará con citar los grandes nombres de Heráclito y Protágoras, y
hizo a la Magna Grecia. No saltemos, en primer lugar, cuándo las doctrinas que respectivamente patrocinaban: el flujo uni
empezaron los pitagóricos a designar los números ideales con los versal y la tesis del hombre, cada uno, como medida o patrón
mismos nombres de e c S t i o de LSéai; y no sabemos, además, que de todas las cosas sin restricción alguna, o sea, inclusive, de su
Platón hubiera hecho a Italia una visita anterior a la que sí sa misma existencia o inexistencia. Antes aún de examinar, como
bemos que hizo hacia el año 369 a . c . Ahora bien, para esta fecha, tendremos cjue hacíalo, el tratamiento a que somete Platón una
lo más probable es que Platón hubiera escrito ya los diálogos y otra doctrina, es patente a primera vista que no puede haber,
en que, como hemos visto, está ya formalmente, con su nomen para la ciencia, ninguna proposición de validez, universal y nece
clatura, aunque no llevada a su pleno desarrollo, la teoría de las saria cuando se opera con una realidad en absoluto fluctuante,
ideas. como tampoco, en el terreno de la moralidad, ninguna norma o
Es verdad, por otra parle, que Aristóteles dice que Platón llegó valor de observancia incondicional, cuando su apreciación está
a asignar a las ideas la misma función que los pitagóricos a los confiada, en última instancia, al criterio de cada individuo, que
números, lo cual es cierto; pero para nada dice que la teoría pi puede incluso ser variable, para él mismo, de acuerdo con los
tagórica haya tenido algo que ver con el origen mismo de la estados transitorios de su psique.
teoría de las ideas. Por último, y ateniéndonos a los textos, no se Sabernos bien que existe una interpretación salvífica de Protá
ve ningún rastro de la filosofía pitagórica en los diálogos a que goras, según la cual el famoso apotegma del h om o m ensura ha
antes hemos pasado revista. El influjo de esta filosofía pudo muy bría sido algo así como el primer artículo de la Carta del Huma
bien haberse dado después del viaje de Platón a Italia, pero no, nismo; o más modestamente, que toda teoría del conocimiento,
casi seguramente, en el primer esbozo de la teoría de las ideas, aun la más realista, no puede eximirse de pasar por el tamiz de la
que es lo único que está aquí a discusión. conciencia humana, a cuya estructura ha de acomodarse de algún
Por todas estas consideraciones, y de acuerdo con numerosos modo el objeto de conocimiento.
intérpretes, tenemos por la hipótesis más fundada la de que Pla A falta de una interpretación auténtica, que sólo podría
tón, reflexionando por su cuenta sobre las indagaciones socráticas haber dado el propio Protágoras (si lo hizo y dónde, no lo
relativas a la virtud en general, o al concepto de cada virtud en sabemos) es obvio que, al igual que todos los grandes aforis
particular, postuló la existencia de los “universales” consiguien mos, la sentencia en cuestión está abierta a todas las interpre
tes — aunque no necesariamente, desde el principio, a parte taciones imaginables; pero aparte de que por su letra misma, tal
rei—, y les impuso los nombres de slSog y de £6éa que ya estaban como suena, no parece fácilmente conciliable con una posición
en boga como significativos de “clase”, “cualidad”, “estructura” de realismo epistemológico, lo cierto es que Platón entendió
o “carácter”. Hasta aquí, además, la teoría está estrictamente li
126 T E O R Í A D E I.AS IDEAS T E O R ÍA D E I.AS IDEAS 127
siempre el avGpwaoc TcavTwv pi-rpov en un sentido relativista y ximacioncs estadísticas o simples generalizaciones de la experien
subjetivista, lo cual sería buen indicio, además, de que tal era la cia. Qué sea precisamente lo permanente y qué lo transitorio, o
interpretación prevalen te en la época. A este dato histórico, por cuál haya de ser, exactamente también, la función del entendi
lo tanto, nos atenemos, y tanto más cuanto que Protágoras, y miento en la constitución de la ciencia, de todo esto se disputó
todo cuanto él haya dicho o pensado, no nos preocupa aquí sino interminablemente en la historia de la filosofía; pero a todos
en función y dentro del contexto de Platón. los disputantes fue común la concepción de la ciencia como ope
Al escepticismo, es verdad, por lo menos por el lado del movi- ración noética con un correlato sustraído de algún modo a las
lismo heraclitano, podía hacérsele frente desde la posición mono contingencias empíricas: ya la esencia misma, ya, por lo menos,
lítica de Parménides, desde el Ente único e inconmovible. Sólo una ley de regularidad inmutable en la producción y sucesión
que esta posición, si alguna vez pudo ser defendible (y tam de los fenómenos.
poco es esto muy seguro), dejó de serlo bien pronto, al chocar en Con este trasfondo filosófico, en suma, buscando afanosamente
forma irreconciliable con algo que ni en filosofía puede desde una doctrina que pudiera salvar conjuntamente la ciencia y la
ñarse como es el testimonio tic los sentidos. Mientras la unicidad moralidad, y que fuese más plausible que las precedentes, fue
del Ente parmenídico no se definiera con los debidos matices entreviendo Platón, como tal solución salvadora, la teoría de las
(como, por ejemplo, los “modos” de la Sustancia única en Spi- ideas, del modo que suelen describir los historiadores de la fi
noza), ningún artificio dialéctico ¡jodía infirmar la evidencia losofía, entre ellos el británico Guthrie, en los siguientes tér
de la multiplicidad fenoménica, y menos aún para gentes como minos:
los griegos, de tan agudo sentido plástico y visual. Urgía, por “Estas reflexiones, juntamente con un profundo interés por las
tanto, según se dijo desde entonces y con tanta propiedad, “sal matemáticas pitagóricas, fueron la base de que partió Platón en
var las apariencias” (orp^Eiv x a cpaivóueva), es decir, excogitar sus meditaciones sobre los problemas de la definición que Sócra
una doctrina filosófica que de algún modo diera cabida a la mul tes había planteado en el terreno de la ética. Para él, dos cosas
tiplicidad del ente. estaban simultáneamente a discusión: la existencia de principios
Algo, sin embargo, quedó como legado permanente del pensa morales absolutos, lo cual constituía el legado de Sócrates, y la
miento de Parménides, y de tal importancia, por cierto, que, posibilidad del conocimiento científico, que, según la teoría
al pasar a la filosofía posterior, se convirtió en uno de los mo heraclitana del mundo, era una quimera. Platón creía apasiona
mentos determinantes de la teoría platónica de las ideas. Que damente en ambas cosas, y puesto que para él era impensable una
el ente hubiera de ser no uno, sino múltiple, estaba bien; pero solución escéptica, hizo la otra cosa que quedaba como única
lo que ya no pudo ponerse en duda, de ahí en adelante, es que posible. Sostuvo que los objetos del conocimiento, las cosas que
todo aquello, sea lo que fuere, de que pueda predicarse plena pueden ser definidas, existen, pero no pueden ser identificadas
mente la razón de ente, debe ser algo permanente y por completo con nada del mundo sensible. Existen en un mundo ideal, fuera
exento de todo devenir, pues de otro modo no podrá ser objeto del espacio y el tiempo. Tales son las famosas ideas platónicas”.6
de conocimiento, es decir de “saber”, en el sentido más propio y
riguroso del término. En segundo lugar, y por el hecho mismo Platón versus H eráclito
de haber lanzado tan gentil desafío al testimonio de los sentidos,
Parménides impuso el otro postulado, no menos trascendental, En el C ratilo, para volver a él, se enfrenta Platón con Herá
de que esa realidad permanente tiene que ser aprehendida por clito. Con Parménides no lo hará sino mucho más tarde, en diá
logos muy posteriores.
la mente y no por la percepción sensible, que nos pone en con
tacto tan sólo con lo que es mudable y perecedero. Parece haber consenso general, entre los intérpretes, en cuanto
No hacen falta mayores reflexiones para darnos cuenta de que a identificar a este C ratilo que da su nombre al diálogo, con el
uno y otro postulado han informado la concepción que de la filósofo homónimo de que hablan Aristóteles y Diógenes Laer-
ciencia se ha tenido hasta hoy en el mundo occidental, por lo cio. Uno y otro convienen, además, en afirmar que Platón siguió
menos mientras en las leyes científicas se vio algo más que apro- ® \ V. K . C. Gu t h r i e, L o s filó s o fo s g rie g o s, FCE, M éxi co, 1964, p. 90.
128 T E O R ÍA DE LAS IDEAS
T E O R ÍA DE I.AS IDEAS 12‘J
en algún tiempo las lecciones de Cratilo, y sólo difieren en cuanto no, guerra-paz, hartura-hambre, todos los opuestos." “Una misma
a la época en que habría tenido lugar aquel magisterio: antes cosa es en nosotros lo viviente y lo muerto; lo despierto y lo dor
o después del supremo magisterio socrático. Aristóteles, que sos mido; lo joven y lo viejo.” *
tiene lo primero, merece por todos conceptos mayor crédito: y En la jornada y en la vida, en la vida humana más concre
no es creíble, además, que Platón, así no haya sido sino por su tamente, ejemplifica así Heráclito la permanente coincidencia de
edad, hubiese tenido otro maestro con posterioridad a la muerte los contrarios; y junto con esta permanencia, la variación con
de Sócrates. tinua y el desequilibrio constante de su mezcla, en alternada su
Cratilo, por su parte, fue en Atenas propagandista y defensor peración y decadencia de uno y otro contrario.9 La jornada es,
acérrimo de la filosofía de Heráclito, cuya acm é suele situarse en cada uno de sus momentos, más día o menos noche, como
hacia el año 500 a . c . A un siglo de distancia, era aún conside queramos, y viceversa, sin que ninguno de los contrarios, por
rable el influjo del pensador apodado por antonomasia el Oscu imperceptible que pueda ser, desaparezca jamás del todo. Y en la
ro; mas por esto tal vez, y desde luego por el dilatado intervalo vida humana, a su vez, somos todos, en todo su decurso y simul
temporal que mediaba entre ambos, el hecho es que Cratilo des
táneamente, jóvenes y viejos, según que se mire hacia adelante
figura totalmente el pensamiento de Heráclito, ya que lo reduce o hacia atrás, y apenas en el punto cero, y como tal no realmente
exclusivamente al flujo universal: t oxvt o . peí. Haciéndose fuerte
vivido, del nacimiento y de la muerte, sería posible eliminar el
en esta tesis única, sostenía Cratilo, verdadero en fan t terrible del
otro contrario. Si el morir, en efecto, puede ser de algún modo
heraclitismo, que ni siquiera era posible entrar por una sola vez calificado de acto, y a tal punto que ha llegado a decirse que es
en el agua del m ism o río (contra lo que expresamente había
el único acto definitivo del hombre, tiene que ser entonces un
concedido H eráclito), y que tampoco podemos expresar nuestro acto vital, exactamente como todos los que le precedieron, sólo
pensamiento con palabras — por ser ellas, en su estructura mis
que el último. Muy justa es, así, la observación de Calogero, al
ma, algo fijo o congelado— sino, a lo más, por ademanes, con
decir que la permanente copresencia del binomio vida-muerte,
tinuamente variables además, como por algo más fluido y móvil,
“es para Heráclito la ejemplificación príncipe de la universal
al igual que todo el resto.
relación recíproca de los opuestos”.10
Que esta posición es una deformación o mutilación del heracli Si todo ello es así, y toda vez que Heráclito, a fuer de autén
tismo, lo ha demostrado concluyentemente, en estos propios tico filósofo, fue en todo congruente consigo mismo y con su
términos, Rodolfo Mondolfo, en numerosas monografías, coro pensamiento, parece indeclinable la consecuencia que deduce
nadas por su obra máxima sobre el genial solitario de Éfeso.7
Mondolfo, al decir que: “L a misma ley del flujo, entendido
En sentir del gran humanista italiano, y oponiéndose en esto a
como conversión recíproca de los opuestos, domina para Herá
la interpretación del filósofo suizo Olof Gigon, el flujo universal
clito tanto la realidad de las cosas cuanto la del lenguaje.”11
(TOxvm ¡¡¿í) sí es un elemento genuino y constitutivo del hera
Ahora bien, esto del lenguaje, su corrección o propiedad: ■nepi.
clitismo, y precisamente por esto cabe hablar, con respecto a
dvopávwv opO¿TT)Tog, es precisamente el subtítulo del C ratilo; y
Cratilo, de “mutilación” y no de “suplantación”; pero junta
aunque verosímilmente haya sido puesto por los gramáticos de
mente con él, está el otro elemento cardinal de la coin cid en lia
Bizancio o Alejandría, corresponde efectivamente al tema que
oppositoru m . El proceso universal de la realidad, el devenir,
en el diálogo se trata con mayor amplitud, y por más que otros
supone así la continua coexistencia de los opuestos, que conti
nuamente, también, pasan del uno al otro y se invierten entre sí, s Fr s. 67 y 88. L a t r aducci ón y n u m er aci ón son d e M on dol f o.
en una incesante sucesión de desequilibrios. 8 Qu e est a al t er n an ci a es el r esu l t ado o l a expr esi ón d e l a l u ch a sin
Si así no fuese, argumenta Mondolfo con sobra de razón, serían t r egu a q u e en t r e sí m an t i en en l os con t r ar i os, es al go q u e est á i gu al m en t e
con t oda cl ar i d ad en ot r o d e l os m ás con oci dos fr agm en t os de H er ácl i t o:
ininteligibles buen número de fragmentos de Heráclito, como,
" L a gu er r a es el pad r e de t odas l as cosas” (53). El t ext o or i gi n al : i t ó^epú?
por ejemplo, los siguientes: “El dios es día-noche, invierno-vera- jt oxr i e jrávTODv, j u st i f i ca, según cr eem os, l a apar en t e f al t a d e con cor dan ci a
gr am at i cal , en l a t r ad u cci ón , en t r e el su j et o y el pr edi cado.
r Cf . Rod ol f o M on d ol f o, H e r á c lito , tex to s y p r o b le m a s d e su in te r p r e ta
10 Ci t a en M on d ol f o, o p . c it., p. 299.
c ió n , M éxi co, 1966.
11 O p. c it., p. 30 1.
130 T E O R Í A D E L AS IDEAS T E O R Í A D E L A S IDEAS 13 1
temas en apariencia secundarios tengan para nosotros, desde el “Cratilo se mantiene adherido al itáv-ra péi, y abandona, por lo
punto de vista filosófico, mucho mayor importancia. Los inter tanto, la op0ó-nr)g de los nombres, reduciéndose finalmente, como
locutores, en efecto, se plantean ante todo la cuestión de si los dice Aristóteles, a renunciar al uso de las palabras que suponen
nombres, todos y cada uno, deben o no corresponder a la realidad en su cristalización la permanencia de un significado siem
de la cosa nombrada, y en la afirmativa, en qué podrá consistir pre igual, y a limitarse a los puros gestos instantáneos y siempre
precisamente dicha correspondencia. variables. Esto significa evidentemente una incomprensión y de
Si el diálogo no llega en este particular a ninguna conclusión, formación de la doctrina heraclítea, de la cual Cratilo pretende,
es simplemente en razón de que Cratilo se mantiene hasta el fin sin embargo, considerarse defensor y sostenedor.”13
aferrado al “todo fluye” como expresión única y total tanto Como el Sócrates del diálogo no pretende, a su vez, formular
de la filosofía heraclitana como de toda realidad en absoluto. ninguna teoría suya sobre la propiedad de los nombres (por más
Así las cosas, y como no deja de hacérselo notar a Cratilo el que, como diremos luego, sí establece los fundamentos de toda
Sócrates del diálogo, es radicalmente imposible toda predicación teoría posible), la mayor parte del diálogo se va en escarceos eti
de nada por nadie, por la sencilla razón de que en el instante mológicos sobre cuyo valor no nos toca aquí pronunciarnos. Lo
mismo siguiente al de la predicación serían otros distintos tanto que seguramente podemos decir es que muchas de esas etimolo
el sujeto como el objeto de conocimiento. Por lo mismo también, gías, cuando no las más, son incorrectas, y esto no por ninguna
no tiene sentido preguntarse uno por la propiedad o corrección ignorancia especialmente imputable a Platón, sino sencillamente
(op0ÓTT)g) de los nombres. porque la etimología es una disciplina moderna, fruto de la lin
Con todo ello, no obstante, es perfectamente posible por lo güística comparada, y que, por tanto, no pudo nacer en la situa
menos el planteamiento de la cuestión, aun dentro del heracli- ción de aislamiento hostil que fue propia de los pueblos antiguos.
tismo, a condición, naturalmente, de tomarlo en su integridad, En lo que concierne, en segundo lugar, a lo que aquí nos in
según lo antes explicitado, y no mutilándolo arbitrariamente. Así teresa, que es la filosofía y no la filología, no vemos claro si pue
lo sostiene Mondolfo a lo largo de su investigación, como en el de o no exigirse a Platón, y hasta qué punto, una compren
siguiente pasaje: sión de la filosofía de Heráclito mayor de la que puede apreciarse
“Aquí está el nudo de la teoría heraclítea del lenguaje. I.a en sus diálogos: el Cratilo en primer lugar, y después el Teete-
esencia de la realidad es el pólem os, la relación de unidad-lucha tes, en los cuales acepta aparentemente, aunque para oponerse
entre los opuestos, en que consiste el mismo flujo universal. La a ella, la deformación unilateral de Cratilo. Pero lo que sí nos
verdad de los nomines consiste en reflejar esa esencia. He mos parece muy importante observar es que —si en algo puede en
trado más extensamente en otras partes que la concepción hera esto servirnos de guía la historia universal de la filosofía— de
clítea de un flujo que es relación de contrarios ( coincidentia poca ayuda le habría sido a Platón tener del pensamiento de He
oppositoru m ) , podía conciliarse con el hábito etimologizante ráclito un conocimiento mayor del que podía brindarle la doxo-
que busca en el nombre la esencia de la realidad, sólo a condi grafía de su tiempo, para haber penetrado más profundamente
ción de que se reconociera en los nombres la misma coinciden en lo más medular de su espíritu. A Heráclito, en efecto — y es
cia de los opuestos que se reconocía en la realidad. Y esto podría éste el dato que estimamos indiscutible en la historia de la filo
hacerse por dos caminos: o mostrando que un mismo nombre sofía— no se le comprende adecuadamente, lo que se llama com
puede significar realidades contrarias, o señalando que una prender, sino en los tiempos modernos. De la coincidentia op p o
misma realidad puede merecer nombres opuestos, más aún, que sitorum habla muy de paso uno de los estoicos: Crisipo, pero
exige ser expresada por un binomio de contrarios.”12 no es sino hasta el Renacimiento, con Nicolás de Cusa y Gior-
Cratilo, evidentemente, no se da cuenta de nada de ello, y el dano Bruno, cuando el tema cobra toda su fuerza, y no es sino
resultado, por tanto, es el que describe el mismo humanista con Hegel cuando el pensamiento dialéctico contenido en aquella
italiano, a quien citaremos por última vez: sentencia desarrolla todas sus virtualidades.

12 M on dolfo, o p . c it., p. 300. 13 M on d olfo, o p . cit., p. 350.


132 T E O R Í A I)E L AS IDEAS TEORÍA DE I.AS IDEAS 133

No conocemos otro caso como éste de invernación secular, tan “ni los unos serían buenos, ni los otros malos, si a todos pudiera
dilatadamente secular, de una filosofía que podrá, como cual atribuirse indiferentemente la virtud y el vicio”,14 lo que forzo
quier otra, aceptarse o rechazarse, pero de cuya fecundidad espe samente tendrá lugar cuando el último criterio de juicio es la
culativa y práctica dan sobrado testimonio el hegelianismo y el apreciación particular de cada uno.
marxismo. ¿Cuál podría ser la explicación de tan extraordinario Comprobamos así una vez más cómo lo que más preocupa a
fenómeno? A nuestro humilde entender, sólo podría darla la Sócrates, al histórico y al literario, es hacer frente al relativismo
consideración de que el hombre, a más de tener naturaleza • — en moral antes que al especulativo; pero inmediatamente después,
esto disentimos de Ortega— tiene también historia, y que la refiriéndose ya a la cuestión por entero, afirma Sócrates lo si
tiene con mucho mayor hondura de lo que sería el simple roce guiente;
tangencial de los acontecimientos. Dicho en otros términos, “Así pues, si no es verdad que todas las cosas sean lo mismo
nuevos tipos de hombre, aunque sobre un fondo común, han ido para todos siempre y simultáneamente, ni que cada una sea lo
apareciendo en el curso del devenir histórico, y cada tipo hu que a cada uno le parece en particular, es claro que las cosas
mano, a su vez, está abierto a cierta comprensión de su circuns tienen por sí mismas cierta entidad (oúoía) permanente, que no
tancia o de su ser, y es, en cambio, hermético a ciertas visiones o es ni relativa a nosotros ni depende de nosotros; y que no se
perspectivas que son latentes para él y que sólo serán patentes dejan arrastrar arriba o abajo al capricho de nuestra fantasía,
a los que vengan después de él. sino que existen por sí mismas, según su propio ser y conforme
De este modo, estaba reservado al hombre que hemos conve a su naturaleza.”15
nido en llamar fáustico, y a ningún otro antes de él, a este hom Henos aquí ya con otro de los términos claves: otaría, que por
bre moderno, transido de contradicciones que intenta él deses lo pronto podemos traducir por “entidad”, que es lo que prime
peradamente conciliar a la vez cpie superar, tener la compren ramente significa,1" pero que más tarde, en otros diálogos, acaba
sión cabal del pensamiento dialéctico. A él no pudo abrirse, por ser, para Platón, exactamente equivalente del término bá
en cambio, el hombre de la antigüedad, el hombre apolíneo, sico de íSáa.
contemplador pasivo, fundamentalmente, de una realidad eterna Aquí y ahora, en el diálogo que estamos considerando, no es
mente consistente consigo misma, de contornos bien definidos, tablece Platón expresamente la sinonimia; pero está implícita,
luminosa y quieta, como el Ente de Parménides o las Ideas pla a nuestro modo de ver, por la clarísima y directa referencia a las
tónicas. No podía, por tanto, fructificar entonces la semilla que Ideas (bien que tampoco aparezca sino muy fugitivamente el tér
lanzó el único pensador fáustico o prefáustico de aquellos tiem mino mismo) que encontramos al final del diálogo, y que es sin
pos; y por esto pensamos que así hubiese conocido Platón en duda su parte más constructiva. Veámoslo sobre los textos.
todos sus pormenores la filosofía de Heráclito, no por ello habría Cansados ambos interlocutores: Sócrates y Cratilo, de la esté
construido una filosofía de tipo hegeliano. De otra condición, ril polémica etimologizante que han venido ambos sosteniendo,
completamente distinta, es su dialéctica. No está ausente de ella, pronuncia Sócrates con toda decisión que no tendrá nunca fin
por cierto, el movimiento, pero es el movimiento de la inteli la “guerra civil de los nombres”, mientras se empiece por inte
gencia, que va de una a otra Idea, hasta alcanzar la suprema rrogar a los nombres y no a las cosas, porque es “de las cosas
que a todas las domina, pero no hay movimiento alguno, como mismas y no de los nombres de donde debe partir el saber y la
esperamos hacerlo ver después, en las Ideas mismas. investigación”.17 Concedido lo cual, y toda vez que no puede
En esta posición de fijeza se afirma el Sócrates del C ratilo al
oponerse, antes que a Heráclito, a Protágoras (uno y otro van 11 C.rat. 386 <1.
para él de la mano en el relativismo del conocim iento), a su tesis i s C rat. 386 d-e.
del horno m ensura. Si el hombre fuera, en efecto, y cada hom r<¡ En A r i st ót eles será la “ su st an cia” , p or oposición a los “ acci den t es” :
bre en concreto, la medida de todas las cosas, resultaría que no oüoía, ovufirprixÓTa-
i : 439 b: o íi t m v (ovxfnv), oüx ¿S óvopár t ov. 7.u d en S ach en se lh st: “ A
podría hablarse, con predicación válida erga om nes, de virtud
las cosas m ism as” , d i r á t am bi én , al en u n ci ar el pu n t o de p ar t i d a d e la
ni de vicio, o de virtuosos o viciosos, ya que, según dice Sócrates, fen om en ología, Ed m u n d o H usser l.
134 T E O R Í A D E L AS IDEAS T E O R Í A D E L A S IDEAS 1 35

obviamente nombrarse nada, con predicación de validez perma cimiento (yvonng) cuando todo está en estado de transición y
nente, si todo está en un “flujo, báratro o torbellino perpetuo’’, nada permanece.”19 Es el tema cuyo completo desarrollo y rica
se impone la necesidad de buscar dónde podrán estar esas “cosas orquestación encontraremos en el libro vi de la R ep ú b lica .
en sí” (es Platón, y no Kant, quien así lo d ice), que puedan ser
un correlato firme de todo lenguaje auténtico. Y como la intui- Las Id ea s en el Fedón
rión ri(i;yin;ito''i;i precede en Platón, pnr 1n común, al desarrollo
argumentativo, y como estos vacíos, transitorios o definitivos, Bajo el gran tema de la inmortalidad del alma, tjue domina,
del razonamiento riguroso suele él llenarlos con sueños o con como es natural, la última conversación de Sócrates con sus ami
mitos, sueños también, estos últimos, del alma colectiva, pone gos, al despedirse aquél para siempre de éstos y de esta vida,
luego en labios de su Sócrates, sin más preámbulos, lo siguiente: entra de nuevo el tema de las Ideas, con mayor riqueza de
“Considera conmigo, maravilloso Cratilo, el sueño que me elementos que en los diálogos anteriores, y nimbado, a la vez,
viene a menudo. ¿Podremos o no decir que existe algo bello o de la luz de ultratumba que envuelve al tema principal. Por
bueno por sí mismo, y que lo mismo acontece con respecto a cada esto es indispensable seguir la marcha y evolución de las Ideas de
uno de los entes en particular? . .. Aquello, pues, es lo que he diálogo en diálogo, porque su diferente o progresivo contenido
mos de examinar, y no si es bello algún rostro o un objeto seme conceptual depende en gran medida de las motivaciones psico
jante, y si todo esto parece estar abandonado al flujo, sino lo lógicas, o de otra índole, a que responde cada uno de los diálo
bello en sí, y de 3o cual podemos decir ¿no es verdad? que es gos platónicos. En los que hasta aquí hemos considerado, las
siempre semejante a sí mismo. . . ¿Cómo, pues, podría atribuirse Ideas se nos han presentado como la respuesta salvadora al
el ser a lo que no está nunca en el mismo estado? Si en algún desafío del escepticismo intelectual y moral. Ahora en cambio,
momento, en efecto, se mantiene en el mismo estado, claro está en el F ed ón , las Ideas son solidarias del ansia de inmortalidad
que, durante aquel tiempo por lo menos, no hay en él ningún que anima a Sócrates, como nunca antes, en el último día de su
desplazamiento; y si está siempre en el mismo estado y es el mis vida terrestre; ansia que el moribundo se esforzará por justifi
mo siempre, ¿cómo podría mudarse o moverse, al no apartarse car racionalmente, a fin de que su esperanza, según él mismo
en nada de la forma ÍÍSéa) que le es propia?”18 dice, pueda llamarse con verdad una sólida o “buena espe
Apenas muy de pasada, según dijimos antes, está, una sola vez ranza”.20
y en la última línea, la Idea en su enunciado literal, y no está Mucho antes de proponer ninguna prueba formal de la super
aún con toda claridad — como tampoco en ningún otro de los vivencia del alma, en la simple actitud vital del valor ante la
diálogos a que antes pasamos revista— su trascendencia o separa muerte —que es preludio o ptolegómeno de toda “prueba” posi
ción de las cosas sensibles; y consiguientemente, no se plantean ble— manifiesta Sócrates que el filósofo por lo menos (a los
aún problemas tales como los de la participación o la imitación. demás los deja en este punto entre paréntesis) debe encarar con
Hasta aquí, y si Platón no hubiera escrito más, podría defenderse sereno ánimo la muerte, y esto por la simple razón de que su
la interpretación de que las ideas son inmanentes a las cosas vida entera ha sido una preparación a ella, toda vez que “filo
sensibles. Lo que, en cambio, es ya desde este momento conquista sofar es aprender a morir”. ¿Por qué así? No ciertamente porque
definitiva, es que en todas las cosas, y de algún modo imbíbito la filosofía se parezca, ni de cerca ni de lejos, al ejercicio del
en ellas, hay un núcleo entitativo invariable. Y lo que está tam soldado, que debe acostumbrarse, por oficio, a despreciar la
bién, larvado aún, pero ya bien perceptible, es que sólo este muerte, sino sencillamente porque el ejercicio del filósofo, a su
núcleo, y no los accidentes fenoménicos que lo circundan y se van vez, consiste en la contemplación de objetos en cuya percepción
sucediendo sin cesar, es el solo y único objeto del saber o de la no interviene ninguno de los sentidos corporales, sino que se da
ciencia, o simplemente del conocimiento por antonomasia. “Por por obra del pensamiento puro (eiXucpivEi Siavoíq), y en esta
que tampoco podríamos decir con razón, Cratilo, que hay cono-
i ® 440 a.
20 F e d ó n , 63 c.
is Crat. 439 b-e.
136 T E O R ÍA 1)E LAS IDEAS T E O R ÍA DE LAS IDEAS 137
operación, por lo tanto, no es ele ninguna ayuda, antes todo lo manteniéndose en el terreno, para él predilecto, de los valores:
contrario, la compañía del cuerpo. Ahora bien, y como quiera éticos, estéticos o simplemente vitales, al referirse a lo justo, lo
que la muerte no es otra cosa que la separación o liberación bello, lo bueno, la salud y la fuerza. Esta vez, sin embargo, con
(ditaXXa'rn) del alma con respecto al cuerpo, resulta, en con la mención de la magnitud ((.láyeOog) se amplía el horizonte
clusión, que es sólo después de la muerte cuando el alma podrá cidético, más allá de la región axiológica, a la de las entidades
rontuiipl.il. en tnda fin pureza y nn ningún impedimento TWtlr este momento v para todo lo que va a
líos objetos que no pudieron dársele con absoluta patencia mien seguir, tomemos cuidadosa nota de la muy importante observa-
tras estuvo aquélla, en esta vida, cautiva del cuerpo. La muerte ción de Ross:
es así, ni más ni menos, la liberación del pensamiento. “Valores y entidades matemáticas constituyen, para Platón,
Por aquí van, más o menos, los razonamientos de Sócrates, su interés dominante y permanente: los valores, a lo largo de
como lo sabe bien todo lector del diálogo. Y ahora, ¿cuáles son toda su vida, y las entidades matemáticas, con creciente énfasis,
esos objetos sustraídos del todo a la percepción sensible, y co a medida que se aproxima a la vejez, y a tal punto que al final
rrelatos, por ende, del pensamiento puro? En el siguiente pasaje (tal es, por lo menos, la afirmación de Aristóteles) la teoría de
encontraremos la respuesta: las ideas acaba por convertirse en una teoría de los números. En
“— ¿Afirmaremos ¡oh Simias! la existencia de algo que es por cuanto a las Ideas de las sustancias (como la del ‘animal mis
esencia justo, o la negaremos? — ¡Por Zeus, que la afirmaremos! mo’) no aparecen en el F ed ón , y ni siquiera son prominentes
— ¿Y de lo que es por esencia bello, y de lo bueno? —¡Pues cómo en ningún otro diálogo con excepción del T u n co, por más que
no! —¿Pero has visto alguna vez algo de esto con tus ojos? —En estén implícitas en la teoría con arreglo a la cual a todo nombre
absoluto. — Pero entonces, ¿no lo habrás captado con otro sen común debe responder una Idea.”22
tido distinto de aquellos que actúan por el cuerpo? Y otro tanto En el mismo trozo del F ed ó n antes transcrito, y en todo el
digo con respecto a la esencia de todas las demás cosas, como, diálogo en general, encontramos igualmente el postulado de la
¡ior ejemplo, la magnitud, la salud, la fuerza, y en una palabra, cognoscibilidad de la Idea: d e iu re desde luego, y d e fa d o tam
de todo lo demás, cuya esencia es, para cada cosa, su ser precisa bién, a condición de que operemos con el pensamiento puro, es
mente, ¿Será por medio del cuerpo como pueda percibirse lo que decir sin el menor concurso de la sensación. Aquello que es, como
hay en ellas de más verdadero?... ¿No será, por el contrario, dice Platón, en sí y para sí (aú-ró — xaO’aúxó), lo es también
por medio del pensamiento mismo, sin mezcla y en sí mismo, pura nosotros, siempre que se cumpla la indicada condición, y
como podrá uno lanzarse a la captura de aquellas realidades que j»or más que este cumplimiento, en mérito de lo antes dicho, sea
son también, cada una, sola, sin mezcla y en sí misma? Y esto, de lo más dificultoso en esta vida mortal. Muy pertinente es, a
en fin, después de haberse uno desembarazado, lo más que pue este propósito, la anotación de León Robin: “La cosa en si no
da ser, de sus ojos, de sus oídos, y aún podríamos decir que de su es, por tanto, como en el kantismo, estrictamente inconocible para
cuerpo por entero, por ser éste el que perturba al alma y le nosotros; en Platón, por lo contrario, es lo conocible por ex
impide, mientras tenga comercio con él, adquirir verdad y pen celencia.”2*
samiento.”21 Pero la gran novedad del F ed ón , con respecto a los diálogos
De inestimable valor, para nuestro propósito, es el párrafo que anteriores y en este particular, es la vinculación que ahora esta
acabamos de copiar. La existencia de las Ideas, aunque sin de blece expresamente Platón entre la teoría de las Ideas y la teoría
signarlas así expresamente, se encuentra postulada con respecto de la reminiscencia. En el M en ón , en efecto, según vimos con
a todos los entes sin excepción, cuya esencia o realidad o núcleo antelación, aparece la reminiscencia dentro de un contexto es
más verdadero (oúoía — á>.r¡8éa,Ta'rov) lo constituyen aquéllas. trictamente gnoseológico, en cuanto hipótesis explicativa del
Por otra parte, y sin merma de esta universalidad, observamos método mayéutico; ahora, en cambio, la vinculación antedicha
cómo Platón, al ejemplificar algunas de entre las Ideas, continúa

22 Ross, op. cit., p. 24.


21 í>5d-GGa. 25 P hédon , ed. I .es Rel i es Let t r cs, I n t ., p. X X V .
138 T EO R ÍA DE LAS IDEAS T E O R ÍA DE LAS IDEAS 131)
tiene lugar al proponer Platón el argumento de la reminis ulterior calificación, excluye en absoluto la desigualdad. En es
cencia como una de las pruebas demostrativas de la inmortalidad tos términos lo enuncia Sócrates, y termina diciendo: “No hay,
del alma. Considerémosla no en todo su desarrollo, sino apenas por consiguiente, identidad entre aquellas igualdades y lo Igual
en sus puntos de enlace con la teoría de las Ideas. en sí”.24 No sólo no hay identidad, sino que son dos regiones
Que nuestra educación, en lo que tiene de más importante, ónticas perfectamente distintas, ya que la perfecta unidad formal,
=eeaae=son las pronnsicio" ^ ^ mífiras. gy^tEaMas ^ devenir y la absoluta v permanente identidad de algo consigo mismo, es lo
la contingencia, no es otra cosa que un proceso de recuerdo típico y exclusivo de la Idea, de ella nada más. ¿Cómo, enton-
(pá0ir]<Hc ávdpvqo-ig), una progresiva exhumación de verdades ces, llegamos al conocimiento de aquello que, en su determina
tan inexplicablemente ya aprendidas como luego olvidadas, es ción formal por lo menos, no nos ofrece por ninguna parte la
algo que Platón da por supuesto o predemostrado; algo de que experiencia?
“acostumbras tú hablar a menudo”, como se lo dice a Sócrates La solución de esta aporía, la mayor tal vez en la teoría del
otro de los interlocutores del diálogo, el tebano Cebes. Sólo conocimiento, la encontrará Aristóteles al radicar de algún modo
que ahora, en el F cd ón , se hace Platón cuestión expresa de lo que la Idea platónica — que será luego la Forma aristotélica— en la
en el M enón pasó por alto, que es el punto relativo a saber en constitución óntica de la cosa misma, y al tratar de explicar
qué tiempo precisamente pudimos haber adquirido aquellos co después cómo mediante la intervención del llamado por él “en
nocimientos. El empirista contestará, claro está, que todo ello tendimiento activo”, es posible abstraer la forma esencial del
debió tener lugar, para cada uno de nosotros, después de nuestro concreto sensible. Es la operación denominada por Husserl, ex
nacimiento, merced a la fecundación que paulatinamente va re celentemente por cierto, abstracción ideatoria; y de nuestra parte
cibiendo nuestro entendimiento de la experiencia; pero esta res no hemos percibido nunca otra solución posible, a condición,
puesta está muy lejos de ser satisfactoria para Platón, ya que la por supuesto, de que previamente se admita que a la existencia
experiencia nos depara tan sólo, para decirlo con Leibniz, ver concreta responde de algún modo esto que llamamos esencia.
dades de hecho, percepciones fenoménicas, y jamás ni por nin Platón, por su parte, no alcanzó a entrever siquiera, por todo
guna parte verdades de razón, es decir proposiciones de esencia cuanto puede verse, esta solución, sino que se mantuvo aferrado
y con validez permanente. a la heterogeneidad completa entre lo inteligible y lo sensible,
Para hacerlo ver así, toma aquí Platón, a guisa de ejemplo, la según la nomenclatura introducida por él mismo en 1a. R e p ú
Idea de la igualdad, o en los términos del texto, lo Igual en sí: blica. Por otro lado, se dio bien cuenta, y así lo dice, de que la
aÚTÓ t o tcov. ¿Dónde o cómo ha podido dársenos tal cosa en la percepción del dato sensible remite luego a la percepción noética
experiencia sensible? Percibimos, es cierto, muchas cosas a las de lo inteligible, como algo que durmiera en el fondo del alma
que, al compararlas entre sí, llamamos iguales; pero aparte de y no necesitara, para ser reactualizado, sino del excitante oca
que, por lo común, son iguales en un aspecto y desiguales, al sional de la sensación: lo Igual en sí, en efecto, lo percibimos
mismo tiempo, en otro u otros, en ningún caso encontraremos en con la mente tan pronto como por los sentidos percibimos cosas
ninguna de ellas lo igual en sí, ya que aún tratándose, digamos, iguales o desiguales, que esto es indiferente. Y como de hecho
de artículos manufacturados, con repetición idéntica y completa ocurre así desde nuestra primera experiencia, ya que la abstrac
mente iguales entre sí, todavía queda el hecho de que esta igual ción ideatoria no es ninguna generalización de sucesivas expe
dad no se da en ninguno de ellos en sí, sino en relación con riencias (éste fue, como sabemos, el error del empirismo inglés)
otro u otros, y cada uno, además, si bien es igual a los otros parecería como si tuviésemos, a nativitate, todo un patrimonio
artículos de la misma serie, es al mismo tiempo desigual con de nociones infusas, como lo declara Platón, al sentar sus con
respecto a todas las demás cosas, sean cuales fueren, que no clusiones en este punto, del modo que sigue:
pertenecen a dicha serie. Así que, en conclusión, todas las cosas “Siendo así, pues, que desde nuestro nacimiento tenemos ya
de este mundo sensible llevan en sí el sello conjunto de la igual aquel saber (el de lo Igual en si), ¿no será porque desde antes
dad y la desigualdad, y únicamente lo Igual en sí no puede ser,
bajo ningún aspecto, desigual; únicamente la Igualdad, sin 24 74 c.
140 T E O R Í A D E EAS IDEAS T E O R Í A D E LAS IDEAS MI

de nacer, y tan pronto como nacemos, conocíamos ya no sola Varios son los argumentos que opone Sócrates para disipar
mente lo Igual y lo Grande y lo Pequeño, sino todo lo demás esos recelos, y en particular contra la concepción, muy pitagó
de la misma especie? Nuestra argumentación, en efecto, se re rica por lo demás, del alma como armonía del cuerpo. No he
fiere tanto a lo igual como a lo bello en sí, a lo bueno en sí, mos de reproducirlos todos aquí, por no ser ahora pertinentes,
a lo justo y a lo santo, y en una palabra, a todo cuanto mar pero sí el argumento que, partiendo también de las Ideas, se
ca m o s r o n el sel l o r íe ‘l o q i w ’ <'< f i i sí ’ t r r H "- n r rr-r i\ asi pn n n c s. : pr -m ^ n r r -i ah o r a en Iri o t r a d i r e c c i ó n d p l a i n m o r t a l i d a d d el
tras preguntas como en nuestras respuestas. De suerte, pues, que alma a parte post.
es una necesidad para nosotros el haber adquirido el conoci El nervio del argumento, para decirlo de una vez, es la afi
miento de todo ello desde antes de nacer.” 25 nidad, similitud o parentesco (crurréveia) que el alma tiene con
De aquí desprende luego Platón, muy lógicamente por cier las Ideas. De ellas difiere, sin duda, en que no es algo propia
to, la preexistencia del alma a su encarnación en el cuerpo mor mente ideal, sino algo físico, y en que su pltysis, además, como
tal, y declara, además, que hay una igual necesidad de exis otra cualquiera, pasa por las mutaciones o cambios que son,
tencia (l'cnr) áváyxiQ) para el alma y para aquellas realidades para ella, los diversos estados o afecciones: intelectuales o sen
en sí, o sea, como dijimos antes, la mutua solidaridad del alma timentales, por que va pasando. Pero aparte de que estos cam
con las Ideas. bios, al contrario de los que tienen lugar en los cuerpos, no la
Hasta aquí, las Ideas le han servido a Platón, como lo es afectan en su constitución misma, el alma es, como la Idea, sim
tamos viendo, para argumentar no precisamente en favor de ple, incorpórea e invisible, y por ello le hostiga el afán de unir
la supervivencia del alma, sino, por el contrario, de su previ se con las Ideas, de convivir con ellas, y es entonces cuando se
vencia. Si esto no nos preocupa hoy mayormente, es porque siente, con gozo no mermado, como en su ámbito propio y en su
descansamos cómodamente en el dogma creacionista; en lo que sociedad predilecta. Bellamente lo declara Platón en el siguiente
por otra vía sabemos sobre la creación inmediata, por Dios, pasaje:
del alma humana en el momento de venir a animar el cuerpo, “El alma, según dijimos antes, se sirve en ocasiones del cuer
o m ejor tal vez, el embrión, dispuesto para recibirla. Pero a po, cuando se pone a considerar alguna cosa por medio de la
quien, como Platón, no podía saber nada de esto, por ser cosa vista, del oído, o de algún otro de los sentidos. En esta situa
no de la filosofía, sino de la Revelación, le era preciso, si ción, es arrastrada por el cuerpo hacia lo que no está jamás
quería demostrar la inmortalidad del alma, hacerlo por los en sí mismo, y se siente errante, turbada y con vértigo, como
dos extremos de la vida mortal: por el principio y por el fin, si estuviera borracha, a causa de estar en contacto con cosas
a parte an te y a parte post. Por lo primero, se declaran satis de esa especie. Cuando, por el contrario, examina algo por
fechos los interlocutores de Sócrates, convencidos como están sí misma y recogida en sí misma (a ín q xa.0’aÓTT)v), se lanza
por el argumento de la reminiscencia, sobre todo si se le com allá, hacia lo que es puro, eterno, inmortal e idéntico; y en
bina con el otro argumento de los contrarios, en cuyo examen razón de estar ella emparentada con ello, está siempre en su
no necesitamos entrar aquí. De lo segundo, en cambio, están compañía, cuando quiera que puede realizar la existencia que
más que dudosos, y no les parece estar demostrado, ni mucho le compete de ser por sí misma y en sí misma, y es entonces,
menos, que la previvencia del alma garantice, ¡cor ella sola, al entrar en contacto con aquellos objetos siempre idénticos,
su supervivencia. Según lo exponen los pitagóricos Simias y cuando cesa en su divagación y recobra, ella también, su iden
Cebes, bien podría el alma, al ocurrir la muerte, disolverse tidad. Pues este estado del alma, ¿no es aquello a que llama
con el cuerpo, no de otro modo que la armonía de la lira, con mos pensamiento?”26
todo y ser, como el alma, algo “invisible, incorporal, bello y Si tal independencia muestra así el alma con relación al
divino”, cesa por completo al romperse el instrumento o saltar cuerpo, y no sólo independencia, sino, como dice también Pla
sus cuerdas. tón, poder y señorío, natural es suponer que, como sustancia

25 75 c-d. 25 79 c-d.
142 TEORÍA DE LAS IDEAS TEORÍA DE LAS IDEAS 143

simple que es (según lo dejan entrever sus actos), pueda sobre pertenece al orden de la generación y de la corrupción, sino
vivir a la ruina y putrefacción de la sustancia compuesta cuyos al de la creación y el aniquilamiento. Con esto sólo, sin la
elementos se desintegran al sobrevenir la muerte. “El alma, en certeza apodíctica que sólo puede ser oriunda de ¡a Revela
tonces — prosigue diciendo Sócrates— se va a otro lugar, al ción, pudo Sócrates potenciar la buena esperanza en gran es
que por su naturaleza le compete; lugar noble, puro e invisible: peranza (EÜEXtug, pEyáEr] ÉXiúg), y disponerse, con ánimo sere-
al El ades, paia llamarlo con verdad, cerca del dios bueno y no y alegre, al gran viaje. No concibe cómo haya de faltarte
sabio; allí a donde, si Dios quiere, irá mi alma en un momento. allá “lo verdadero, lo divino, lo que escapa a la opinión, y que
Una vez separada del cuerpo, ¿cómo podrá esta alma nuestra, tuvo aquí por espectáculo y por alimento.” 25
con sus características y constitución natural, disgregarse y pe Parecería como si con todo lo anterior nos hubiéramos apar
recer, como lo pretende el común de los hombres? ¡Muy lejos de tado, acaso más de lo debido, de nuestro único tema actual,
ello, mis queridos Cebes y Simias, antes bien, y con mucho, que son las Ideas mismas, para entrar de lleno en el otro tema
de aquel otro modo!’’ 27 de la inmortalidad del alma. Así podría ser, tal vez, si tomá
Éste es el argumento: el de los actos y correlatos intencio ramos las cosas con enjuto rigor escolástico, pero no si tenemos
nales del alma, para decirlo en términos modernos, que a mí presente que en las ciencias del espíritu no se trata tan sólo
por lo menos me ha hecho siempre mayor fuerza entre todos de en ten d er, sino de com pren der, según enseñó Dilthey; ahora
los que suelen proponerse en favor de la inmortalidad del alma. bien, la comprensión no es la nuda visión del objeto, sino, ju n
Sentim iis ex p erim u rq u e nos aetern os esse, como dijo Spinoza; tamente con ella, la de las relaciones que mantiene con otros
y lo sentimos y experimentamos, desde esta vida, en razón de objetos, y también, cuando fuere el caso, la del aura emocional
sentirnos abiertos, en la cima o en el hondón de nuestra alma, que le rodea. T a l ha sido precisamente, a lo que nos parece,
como queramos, a ese mundo de esencias y valores, que aprehen el caso actual; y por esto hemos juzgado necesario, en orden a
demos como eternamente subsistente; que no por ser invisible la comprensión lo más cabal posible de las Ideas platónicas,
deja de imponérsenos con irresistible evidencia, y del que igual el poner ampliamente de manifiesto el ligamen que mantienen
mente nos sentimos, como lo dijo Platón antes que nadie, afi con esta otra idea-fuerza, como diría Fouillée, tan propia de
nes, copartícipes y solidarios. Ningún argumento, es verdad, la filosofía platónica, y que es el apetito de inmortalidad.
puede darnos de nuestra inmortalidad una demostración apo- Dos observaciones aún sobre lo que queda atrás, antes de
díctica, porque siempre quedará la posibilidad de que el alma, seguir adelante. La primera, que por el hecho mismo de haber
así como fue creada por Dios antes de nacer cada uno de nos ahora vinculado Platón, según dijimos, el conocimiento de las
otros, así también pueda ser aniquilada por Él después de Ideas con la teoría de la reminiscencia, las Ideas están ya desde
nuestra muerte. Pero hasta donde nos es posible juzgar de lo este momento, y por más que todavía no se diga expresamente
que no vemos por todo lo que vemos, la Providencia parece así, separadas de las cosas sensibles, ubicadas en aquel otro
siempre respetar, por ser su obra misma, la constitución de mundo donde estuvo el alma en su vida anterior, y cuya visión
cada naturaleza con las virtualidades ínsitas en ella; ahora bien, cpiedó para ella borrada, o por lo menos obnubilada, al su
es en la línea natural, una vez más, o sea prescindiendo de otras mirse en el río del Olvido, antes de ir a animar su cuerpo mor
agencias preternaturales o sobrenaturales, donde el alma afir tal. T a l es la conclusión que por su parte deriva Ross, al decir
ma victoriosamente, por todo lo que son y suponen sus actos que: “La doctrina de la reminiscencia implica claramente la
intencionales, su exigencia de inmortalidad. En términos ma existencia separada de las Ideas, las cuales no están ya, ni si
ravillosos lo dijo Bergson, uno de los más claros epígonos del quiera imperfectamente, incorporadas en las cosas sensibles, sino
platonismo en este particular, y sobre la base, además, de la que existen aparte en toda su pureza.” 29
psicología experimental y de las ciencias naturales, al afir Con esto tenemos ya la hipostatización de las Ideas, o como
mar, como proposición indiscutible, que el alma humana no
28 84 a.
27 80 d. 29 Op. dt ., p. 25.
144 T E O R IA DE I.A S IDEAS T E O R ÍA DE 1.AS IDEAS 145
decimos desde la Edad Media, el realismo de los universales. como la participación, a su vez, responde a una mayor estimación
Y por lo mismo también — y es nuestra segunda observación— , del mundo de los sentidos. Son así actitudes vitales, en con
se le plantea a Platón, inexorablemente y desde este momento, clusión, lo que, a nuestro entender, resuelve, en favor de uno
el tremendo problema de la comunicación entre ambos mundos: u otro de sus extremos, la tensión bipolar, presente siempre en
inteligible o eidético, sensible o fáctico, que de tal suerte han la filosofía platónica, entre imitación y participación, más que
Tpirth dn iliuiliiiin Porqm^rlr rlgú" ívoilr pe- sepnrHns que Ja_mnsiderarión. en apariencia descarnada y fría, de las Ideas
estén, tienen que comunicarse entre sí, ya que de algún modo mismas.
se parecen, a pesar de todo, las cosas iguales y lo Igual en
sí, y por algo el espectáculo de lo primero remite a lo segundo, M u n do fá ctico y m u n do eid é tico : m odos posibles d e en lace
así no sea sino como el excitante que despierta la reminiscencia.
Algún enlace ha de haber, pues, y Platón, aunque no nos Todo ello, empero, es apenas el principio, o cuando más la
dice ahora, en el F ed ó n , cómo es precisamente, apunta ya cla mitad, del desarrollo tan notable que en este mismo diálogo
ramente el modo de enlace que llamará después “imitación": tiene la teoría de las Ideas. Aspectos del todo inéditos, hasta
pipneng. Así lo dice en estos textos que nos permitimos ensam este momento, hemos de ver aún, y no podremos apreciarlos de
blar libremente: bidamente si no nos colocamos, una vez más, dentro del contex
“Esto que yo ahora veo, q u iere ser semejante a otra realidad; to general que los enmarca y suscita.
sólo que, por carencia suya, no puede llegar a ser aquello, sino En el curso de la discusión, en efecto, Sócrates ha dado cuenta,
que le es in fe rio r... Todas las igualdades sensibles aspiran a con más o menos facilidad, de la objeción de Simias según la
lo que es Igual, pero son deficientes con relación a é l . . . Todas cual, si el alma fuese apenas, en los términos que antes vimos,
ellas desean ser como es aquello, pero le son, con todo, infe la armonía del cuerpo, desaparecería juntamente con él, no de
riores.” 30 otro modo que como la armonía de la lira desaparece con el
Todos estos términos de “querer”, “aspirar” o "desear” instrumento mismo. No tenemos por qué ocuparnos aquí de
(Poú>.E<rOai, ópáYEffQoa, irpoSup.EÍa'Ooa) son variantes o matices, como , los argumentos con que Sócrates despacha la objeción, por no
es evidente, de la “imitación”, de la tendencia a ser uno o pare ser pertinentes a nuestro tema actual. Pero en cambio, Sócrates
cerse a otra cosa distinta de lo que se es. Imitación, por tanto, se queda largo rato perplejo ante la otra objeción, que él mismo
y no, todavía, “participación” (p¿0e!;ig), por más que no pueda califica de formidable, levantada por el otro pitagórico, Cebes,
eliminarse del todo esta última, ya que las cosas iguales, una vez contra la inmortalidad del alma. Cebes, en efecto, arguye con
más, es forzoso que, para justificar tal apelativo, participen en gran vigor que lo único que, en el mejor de los casos, ha de
algo de lo Igual en sí. mostrado Sócrates, es (fue el alma pueda sobrevivir en uno,
¿Por qué es la imitación, aquí y ahora, la hipótesis predomi .en varios o aún en muchos casos (ya que la reencarnación o
nante? A nuestro humilde entender, en razón simplemente de metempsicosis es otro aspecto de la teoría platónica en este
la emoción de inmortalidad de que todo el diálogo está tran particular) a la muerte del cuerpo que ha animado; pero que
sido; del sentimiento de fuga de este mundo y de exaltada as nada prueba que esta supervivencia haya de ser indefinida, pues
piración hacia el otro; sentimiento que es el propio de Só bien podría la energía espiritual, con todo y ser de otro género
crates el día de su muerte, y de Platón también, al evocar tal y más alta o más intensa que la energía de la materia, irse tam
suceso. Consecuencia de ello es la depauperación radical del bién consumiendo progresivamente, en fuerza precisamente del
mundo sensible, en todo "inferior” o “menesteroso” con res desgaste que va sufriendo en el ciclo de las generaciones, hasta
pecto al mundo inteligible, y su aspiración, aunque siempre acabar, ella también, por extinguirse del todo.
fallida, por elevarse hasta él. Por esto es aquí de mayor fuerza, De tanta importancia es el argumento, que por algo Kant y
en consonancia con tal actitud, el momento de la imitación, Mendelssohn, todavía, polemizaron sobre é l ;31 y Sócrates, por

30 7-t ‘*-75 b-
si Critica de la razón pura, 395 b-39 7 b.
146 TEORIA DE LAS IDEAS T E O R Í A 1)E l.AS IDEAS 147

su parte, después de un largo silencio, estima necesario, para en esta “causalidad del bien”, según dice León Robín, a que es
refutarlo, entrar en el problema general de la generación y co llevado Sócrates en su meditación sobre la teoría de Anaxá
rrupción, a cuyo orden se obstina Cebes en reducir, aunque con goras.34
temporaciones distintas, así el alma como el cuerpo. Ahora bien, “ ¡Adiós a la maravillosa esperanza!”, dice Sócrates, apenas a
a Sócrates le parece que la mejor introducción a la solución del renglón seguido, al darnos cuenta de la desilusión que tuvo
mayor avidez el libro de
a su experiencia filosófica más personal, en sus años de for Anaxágoras, advirtió cómo la teleología que el joven ateniense
mación. esperaba encontrar en las páginas del filósofo de Clazomene,
El centro de la especulación filosófica habían sido en Gre en nada difería, en el fondo, del materialismo de los otros filó
cia, hasta mediados del siglo v, los estudios .‘¡ obre la natura sofos de la naturaleza. Después de haber atribuido al Espíritu,
leza (rapi, ©úoTwg) —la Física de entonces—, y el problema cen en efecto, el gobierno de todas las cosas, Anaxágoras parecía
tral, a su vez, era el de las causas de la generación y corrup olvidarse luego de él, ya que no desempeñaba ningún papel
ción. A estas especulaciones se aplicó Sócrates en su mocedad, en la causalidad particular de los fenómenos, en los cuales
según nos dice, “con increíble ardor”; pero muy pronto hubo intervenían tan sólo, como en la antigua física, causas mecáni
de desilusionarse, tanto por el conflicto interminable de las cas: “aire, agua, éter, y otras explicaciones igualmente absur-
hipótesis de todo género propuestas por los físicos, como, sobre
todo, por no encontrar en ninguna de ellas, ni remotamente, 34 ¿Ser á n ecesar io d eci r qu e si con t i n u am os h ab l an d o aqu í de "Sócr at es” ,
lo que buscaba. En lugar de una teleología de la naturaleza, o es en t ant o qu e per son aje d el d i ál ogo y p ar a f aci l i t ar l a exp osi ci ón , per o
sin t om ar p ar t i d o en l a t r em en da cuest i ón d el desli n de en t r e lo p r o p i a­
algún sistema que pudiera dar razón satisfactoria de los fenó m en t e socr át ico y lo pr op i am en t e pl at ón i co en l a t eor ía d e las Ideas? El
menos y reducirlos a cierto orden, no se le ofrecían sino expli car áct er t an acusado de con fesión p er son al qu e t ien en est os pasajes, don de
caciones tan simplistas y groseras como que la generación y co Sócr at es r el at a las exp er i en ci as per son ales d e su j u ven t u d , i n d u jo a Jo h n
rrupción vienen de la distinta mezcla del calor y del frío, o Bu r n et , ju n t o con o l ías con si deraci on es, a ad ju d i car a aq u él , en t odos sus
por m en or es y d esar r ol lo, l a t eor ía de las I deas. Per o según hem os obser ­
que uno crece porque come y bebe, o que su masa aumenta por
vado en ot r os lu gar es, sem ejan t e ap r eci aci ón h a est ado si em pr e m u y lejos
la reunión de las carnes a las carnes y de los huesos a los :l e con qu i st ar el consenso d e los i n t ér p r et es, ¡a m ayor ía d e los cuales opon en
huesos. . . a Bu r n et , con ot r as m u ch as, dos objeci on es fu n dam en t ales. L a p r i m er a, qu e
Fue entonces, sigue diciendo Sócrates, en medio de tanta ram su i n t er p r et aci ón ech a por l a bor da, sin n i n gu n a razón q u e l a ju st i fi q u e, el
plonería, cuando escuchó con inmensa alegría esta proposición t est im on io, p ar a t odos m u y r espet abl e, de A r i st ót eles, qu i en d i st i n gu e m u y
cl ar am en t e l o qu e son las I d eas en Sócr at es y en Pl at ón , at r i b u yen d o al
de Anaxágoras: “El Espíritu es, en definitiva, el ordenador y
pr i m er o ú n i cam en t e l a i n d agación de los “ con cept os” (no de las I deas, así
causa de todas las cosas.” 32 Para él fue, esta revelación del Es con m ayú scu la), y ú n i cam en t e, t am bi én , en el or d en m or al . L a segun da,
píritu, como el fulgor del alba en la noche cerrada. “Me ima-t q u e si h u b i er a d e t om arse el Sócrat es d e est os d i ál ogos com o el Sócrat es
ginaba — dice— haber descubierto al hombre capaz de enseñar r eal , con t odo cuan t o dice y pi en sa, l a exposi ci ón m ás com plet a de l a t eor ía
d e las I d eas t en d r ía q u e en con t r ar se pr ecisam en t e en el F etlú n , q u e es, p o r
me la causa, inteligible a mi espíritu, de todo cuanto existe.” 33
h ipót esis, l a ú l t i m a, exp r esi ón d el pen sam i en t o socr át ico, y no, p or el con ­
Si el Espíritu, en efecto, ordena todas las cosas, debe hacerlo t r ar i o — y com o de hech o es— , en l a R e p ú b lic a , qu e nos ofr ece un Sócrat es,
también, con cada una, “de la m ejor manera posible”, o “para en h i pót esi s t am bi én , m u y an t er i or en el t i em po. Por lo dem ás, y p ar a
su mayor bien”. Donde es muy de notar, antes de seguir ade vol ver al p asaje qu e h a suscit ado est a not a, sí par ece t en er su fi ci en t e f u n ­
lante, cómo es la causa final, y bajo la razón de bien, lo que, por d am en t o h i st ór i co el est u d i o q u e Sócr at es h i ci er a, en su j u ven t u d , de las
doct r in as sobr e l a n at u r al eza vigen t es en su t i em p o: su p r i m er ap asi on a­
encima de todo, trata de encontrar Sócrates en sus especulacio
m i en t o p or el l as y su desen can t o post er ior , qu e l e ll evó, fi n al m en t e, a con ­
nes sobre la naturaleza. La Idea del Bien, cumbre de la R e cen t r ar se en el est u di o d el h om br e. Es est o, en sum a, lo qu e par ece segu ­
p ú b lica y de la teoría de las Ideas, está desde ahora prefigurada ro, y n ad a m ás; y en con secuencia, r eit er ém oslo, es apen as p o r com od id ad
exp osi t i va y p ar a segu i r el m ovi m i en t o del d i ál ogo, p or l o qu e, al r efe­
r i m os a doct r in as t an d e l a m ad u r ez de Pl at ón , t an suyas i n cu est i on abl e­
32 97 c: <ú; ap a voO; scr av ó St axoapáyv te x a! Jt ávrcov am o ;. m en t e, al t er n am os i n d iscr i m i n ad am en t e su n om br e con el d e Sócrat es: est e
33 97 ú. ú lt i m o, em per o, com o d ra m a tis p erso n a .
148 T E O R Í A D E LAS IDEAS T E O R Í A D E L AS IDEAS 119
das '. Es algo así, sigue diciendo el narrador, como si el hecho que tan falaz había resultado ser, a lo inteligible, como sede
de estar él, Sócrates, sentado allí en la prisión y conversando única de la verdad que tam bién pudiera haber en lo sensible;
con sus amigos, quisiera explicarse por la constitución y fun que es exactamente lo que Sócrates enuncia al explicarnos su
cionamiento de sus huesos y músculos, que le permiten sentarse, decisión final y su cambio de navegación. “Me pareció, por
y de sus cuerdas vocales, que le permiten hablar, en lugar de tanto, indispensable el refugiarme en las representaciones inteli-
r e f e r i r se a l as v e r d a d e r a s m u sa s r i el a c o n t e c i m i e n t o .m í e so n gí bl r57~y- T>r ***-r*#—. -<alIa.-I.a—v-e.ud-a.cL_d e d a s —cosas* *-:;G _______
por una parte, la sentencia del tribunal que le ha condenado El procedimiento, según lo explica Sócrates a continuación,
a muerte, y la voluntad del sentenciado, por la otra, que prefi consiste en tomar en cada caso, como base o hipótesis, la repre
rió acatar el veredicto de sus jueces, cuando pudo apelar a la sentación lógica que se juzgue ser la más fuerte o sólida
fuga que le ofrecían sus amigos. La concurrencia de ambas vo (éppcop.svéff'ca'cog Lóyog) y tener en seguida por verdadero todo
luntades: la del tribunal y la del reo, es así la verdadera causa, lo que — en el orden sensible se entiende— esté de acuerdo con
perfectamente explicativa, del hecho en cuestión; causa efi ella; y este procedimiento es válido, según se dice expresa
ciente y causa final, además, pues Sócrates subraya la circuns mente, tanto en lo que se refiere a la causa como a otro pro
tancia de que una y otra voluntad tuvieron por motivo la con blema cualquiera.
sideración del b ie n , ya que los jueces tuvieron por m ejor para Hasta aquí parecería como si no hubiéramos salido aún de la
la ciudad el que Sócrates muriera, y éste, a su vez, tuvo por filosofía presocrática, pues también los físicos de Jonia, por
mejor, para sí mismo y también para la ciudad, que se ejecu ejemplo, operaban no Év ep yo t c —como parece sugerir Sócrates
tara la sentencia. Todo lo demás, los factores materiales, no injustamente—, sino év X6yoig, es decir, que no se limitaban a
son sino las condiciones sine qu ib u s n on para la operación cau transcribir sus impresiones sensoriales, sino que las enjuiciaban
sal, pero no la causa misma; y en esta confusión incurren los a la luz de lo que para ellos eran verdaderos Xéyot, como (pie
que quieren dar razón del mundo y del devenir por agencias todas las cosas, en su principio radical, son agua, aire, o los
materiales y por explicaciones mecanicistas. cuatro elementos. Pero la ilusión se disipa en cuanto Sócrates
Todo aquello, pues, todo lo que se había dicho desde Tales aclara que los X ó y o t que para él son los más fuertes o sólidos,
hasta Anaxágoras, había que dejarlo de lado, y buscar algo de! y la especie de causalidad ( - r q c a m a c t o e íS o g ) que tiene en
todo nuevo, en un resuelto “cambio de navegación”.35* Había mira, está en aquella doctrina que tantas veces ha expuesto, en
que renunciar, de una buena vez, a perseguir la verdad por me aquellas proposiciones tan sobadas (éxEÍva t a r .o b u Q p ú X r i'ta ) , que
dio del conocimiento sensible, cuyo continuado ejercicio aca se resumen en la tesis de que “existe algo que es bello en sí y
baría por producir del todo la ceguera del alma, tal y como por sí; algo bueno, algo grande, y lo mismo en todo lo demás”.37
puede pasarles, dice Sócrates, a los que tienen la imprudencia Con esto está ya dada la perfecta sinonimia entre las represen
de contemplar directamente un eclipse de sol, en lugar de ob taciones lógicas y las Ideas autosubsistentes. En seguida, y so
servar en el agua, o en algún otro medio análogo, la imagen bre esta base, pasa Sócrates a explicar, con pormenores hasta
del astro. Había que ir, por el contrario, dejando lo sensible, este momento inéditos, cómo actúan las Ideas en el mundo sen
sible, del modo siguiente:
“Lo que para mí es evidente, es que si hay alguna otra cosa
35 gg d. "Segu n d a n avegaci ón ” ser i a l a t r ad ucción l i t er al d el S e iit h q o ;
t i Lou ; de qu e aq u í h ab l a Sócrat es: exp r esi ón m u y com ún en t r e los griegos,
y qu e si gn i fi cab a el r ecur so a los r em os cu an d o p or sí solo no p od ía avan ­ s» 99 c: ” E 8 o | e 8i) pot Xóijvai el ; t o u ; W yo n ; st at ai fi 'YÓ vxa év éxt ú voi ;
zar el veler o p or f al t a de vien t o. L a m et áfor a, en est e p asaje, es excelen t e, axojt eW xoyv avxorv xi jv dh jO t u t v. “ Ref u gi ar se en las i d eas" t r ad ucen ot ros,
pu es d en ot a el esfuer zo qu e por sí solo, r em an do a brazo p ar t i d o, h a de L éon Ro b ín en t r e ell os; l o qu e est á cor r ect o, d ad o qu e, com o señ al a Ross.
r eal i zar el fi l ósofo, al ver qu e p ar a él, a cau sa de su escept icism o en las el l ó y o g “ m ás fu er t e” (sQecopevÉOTaTO;) de q u e se h ab l a luego es p r eci sa­
doct r in as ajen as, no sop l a el vien t o por n i n gu n a par t e. D e “ vien t os de doc­ m en t e l a exi st en ci a de las I deas. En el p r i n ci p i o, sin em bar go, no se t r at a
t r i n a” h ab l ar á u n d ía San Pab l o, y con r efer en ci a i gu al m en t e a la n a­ sin o d e l a oper ación lóg ica d el t r án si t o de lo sen si ble a lo i n t el i gi b l e, de
vegación . ¿N o h ab r á t en ido pr esen t e, él t am bi én , l a m et áfor a t r ad i ci o­ fu gar n os d e las cosas h aci a sus “ razones” : e l ; t o í i í Lóyon? xaT aqn 'yeív.
n al, o p or ven t u r a, i n clu si ve, el p asaje m ism o d el F e d ó n i 37 t oob .
150 TEORÍA DE LAS IDEAS T E O R Í A D E L A S IDEAS 151

bella fuera de lo bello en sí, no hay absolutamente otra razón filosofía de Anaxágoras. De esta última, a decir verdad, lo que
de que sea bella sino que participa de lo que es bello en sí, y le desagrada es que su autor no haya sabido desarrollar sus
lo mismo digo de todo el resto. . . En cuanto a las otras causas, postulados básicos, pero está enteramente de acuerdo con estos
las de los sabios, ni las comprendo ni puedo explicármelas. Que mismos: el bien como causa final, y el Espíritu como causa eli
se me diga, por ejemplo, que una cosa es bella por la lurnino- den te que produce y ordena todos los entes en vista de su
«=idad dpi rotor n <:,■ 1-., forma o por algo análogo, son explica- m a y o r b ien Tan está de acuerdo Platón con todo esto, que por
ciones a las cjue mando a paseo, y que me dejan, todas, per algo más tarde subsumirá una y otra causa en la idea del Bien.
plejo por igual. Aquello, en cambio, por simple que sea, sin Por lo pronto, sin embargo, es la Idea como causa formal lo
artificio y hasta ingenuo tal vez, es lo que tengo para mí: que que él descubre, ya que no tiene antecedentes entre sus pre
la belleza de esta cosa no es producida sino por la presencia de cursores, y lo que desarrolla con mayor amplitud.
lo Bello, o por su com u n ión , o por otro modo por el que pueda Tenemos así, en suma, bien configurada, la tetralogía de las
darse esta correlación. Sobre esto no me pronuncio aún con causas: material, formal, eficiente y final, que en estos términos
firmeza, pero sí sobre que es por lo Bello por lo que llegan organizará después, con perfecta coherencia, Aristóteles. De las
a ser bellas todas las cosas bellas. . . No hay, que yo sepa, otra cuatro causas, la material será, en la nueva cosmovisión, la de
manera de que cada cosa pueda venir a la existencia, fuera de ínfimo rango, ya que si la materia form ad a tiene una consis
su participación en la esencia propia de cada realidad de que tencia indudable, no así, en cambio, la materia sin ulterior ca
debe aquélla participar.” 38 lificación, esta materia prima que en Platón es prácticamente
Al asentir los demás interlocutores a estas proposiciones, re el no ser, y en Aristóteles poco menos: rice q u id , nec qu ale, nec
sume Fedón la conclusión en los siguientes términos: quantum . Con respecto a las otras tres causas, en cambio, es
‘‘Hubo acuerdo en cuanto a la existencia real de cada una de difícil emitir un juicio categórico sobre a cuál de ellas haya de
las Formas, y en cuanto a que de ellas participan todas las otras adjudicarse la primacía, cjue podrá ser, a su vez, en el orden
cosas distintas de ellas, y que de allí reciben su denominación.”39 ontológico en un caso, y en el axiológico en otro. En una cos
Pocos textos serán, como éstos que acabamos de copiar, tan movisión creacionista, tpie desde luego no es aquí la de Platón
fundamentales en la teoría de las Ideas. De éstas, en efecto, se (ya veremos si podrá serlo de la R ep ú b lica en adelante), la
trata, por más que se las designe primero como Xóyoi. y luego Causa eficiente, que es Dios mismo, Causa de las causas, tiene,
como eí!5t ). Lo cual, además, no es arbitrario, sino que tiene por supuesto, el rango supremo. Pero aquí y ahora, en la ausen
su razón de ser, ya que, en efecto, la Idea comparece aquí, pri cia de todo creacionismo, hay tan buenas razones, para adjudi
mariamente, como causa formal, o como la razón, en otras pa carle el principado, en favor de la causa final como de la
labras, de lo cjue cada cosa es por su esencia, y por esto había causa formal, ya que si es el Bien la meta última de todo
que ver la idea bajo su aspecto de “razón” y de “forma” (Eóyog, devenir, no es menos cierto que es por la Forma por lo cjue
d5og). Y por esto también, para hacer ver que no se le ocurrió cada cosa es lo que es. La forma es, según dice Aristóteles, la
tal cosa a Platón así como así, era necesario trazar la historia que da el ser a la cosa: F orm a dat esse r e i; y esta proposición
mental de Sócrates, que bien pudiera ser, como insinúa Ross, tiene su origen más cierto, según hemos podido comprobarlo,
la de Platón mismo. En esta historia, en efecto, se nos ha mos en la concepción platónica de la Idea como causa formal.
trado cómo Sócrates, tratando de explicarse el orden de los fe Al configurar de este modo su teoría eidética, Platón intro
nómenos, encontró del todo desacertadas, en primer lugar, las duce aquí, además, los términos que hemos subrayado, para
causas materiales propuestas por los filósofos de la naturaleza, precisar, en la medida de lo posible, la relación entre la Idea
y cómo, en seguida, tampoco le deparó mayor satisfacción la universal y los individuos particulares. En otros diálogos, se
gún vimos, y en este mismo con expresiones equivalentes, habló
IOOC-IOIC. de la imitación (pípqcrtc;), y ahora enuncia el de presencia
ss ,0 2 a: (Ú|xo /.o 7 eít o tivai t i ÉV.acrxov xiüv elScov xai xoúxiov xá/J.a |xsxa- (•jtapoucría) por parte de la Idea, y por parte de los individuos,
/.«[xfiávovTU «í'xwv xm'mov xi|V éiKrtvviúav íay.Eiv. los de comunión o sociedad y participación (xowwvía, psxáo-XEo-1;,
152 T E O R ÍA DE LAS IDEAS T EO R ÍA DE I.AS IDEAS 153
HETáXi]<J/ig). Con el de ejemplaridad (ixapáS£iy¡i,a), que no fi lias, con relación a éstas, irremediablemente “deficientes” e "in
gura aquí, y que no es sino el correlato, por parte de la Idea feriores”. Igualmente, además, si la presencia de la Idea hubiera
también, de la imitación en los individuos, tenemos práctica ¡le entenderse con esta literalidad, no tendría razón de ser la
mente todos los modos de enlace que pudo imaginar Platón, teoría de la reminiscencia, ya que las Ideas, presentes en las
entre el mundo sensible y el mundo inteligible. cosas, nos serían dadas inmediatamente y con la sensación. Aho
Prnniinriqrgf» p or algu n o de estos m od os con exclusión de los rc a P lató n diré b i en claro q u e no es así, sino q u e la expe-
demás, es cuestión tan difícil, que por algo Platón, según nos lo riencia sensible es apenas el incentivo o la ocasión para que se
ha dicho, por boca de Sócrates, con toda sinceridad, la deja en despierte en nosotros el recuerdo de algo muy distinto, que el
suspenso. Lo único que con antelación nos permitimos observar, alma ha contemplado ya en una vida anterior. Podemos llegar,
es que, a nuestro parecer, unos modos pueden señalar, más que en fin. hasta a acusar a Platón de impropiedad en el uso de
otros, la mayor trascendencia de las Ideas, las cuales estarían más ciertos términos, como los que venimos discutiendo. Lo único
lejanas, por decirlo así, en la imitación que en la participación; que no podemos hacer es divorciarlos del contexto en epte están.
y lo que ahora queremos agregar, por ser asunto controvertido Aquí también, en conclusión, parece que debemos aceptar el
entre los exegetas, es que todos ellos implican o suponen la indi testimonio de Aristóteles, en el sentido de que Platón creyó fir
cada trascendencia. memente en la existencia de Formas o Ideas separadas de las
La tesis de la inmanencia podría apenas defenderse apelando cosas sensibles. No es posible imputar a Aristóteles, con sus die
al término de presencia (itapoucía), que tendría, en efecto, aquel ciocho años de convivencia con Platón, una mala fe tan enorme,
sentido de radicación inmanente en el hilemorfismo aristotélico, o una incomprensión tan supina y tan en discordancia con su
y por más que Aristóteles, hasta donde sabemos, no se haya ser genio, como para haber falseado el pensamiento de su maestro en
vido de él para declarar la unión de la materia y de la forma en punto tan importante.
una sola sustancia. El mismo sentido podría tener también, siem Que, por otra parte, la trascendencia de las Ideas no fue pro
pre dentro de la misma filosofía, el otro término semejante de bablemente la posición original de Platón, lo hemos ponderado
comunión, comunidad o sociedad (xoivwvía). Dentro del con ya. con referencia a los llamados diálogos socráticos. Del F edón
texto platónico, sin embargo, no nos parece posible atribuirles en adelante, empero, es una tesis clara, firme e irrevocable. Y lo
dicho significado. Aun en los casos en que con mayor fidelidad que, por último, continúa siendo el elemento constante, es que
parece reproducirse la Idea en los individuos, como pasa con las las Ideas son para Platón, ante lodo y sobre todo, valores éticos
entidades matemáticas, Platón distingue muy bien, como hemos y estéticos, y entidades matemáticas; y que sólo por ser congruen
visto, entre la igualdad de las cosas iguales y lo Igual en sí; y te consigo mismo, o por fidelidad a la teoría, fue llevado, según
más delante, incluso cuando de ciertas cualidades sensibles pre todas las' apariencias, a postular también la existencia de una
dica, como de la Idea, su total repugnancia a recibir la cualidad Idea para todo conjunto de individuos cpie reciben de ella su
contraria, todavía entonces tiene buen cuidado de puntualizar “denominación”, es decir, su causalidad formal en el orden del
que la Magnitud en sí no es la magnitud en nosotros.40 “Lo que, ser, y su homonimia en el lenguaje.
jxir tanto —comenta Ross— está presente en el individuo par “La Idea — comenta Alfred Fouillée— está separada del espí
ticular, no es, estrictamente hablando, la Idea, sino una copia ritu y de las cosas; es el noúmeno trascendental.”42 Y Ravaisson,
imperfecta de la Idea”.41 De otro modo, en efecto, se contradiría al contraponer la concepción platónica de lo universal tanto a
Platón, flagrantemente, con lo que dice antes, en el mismo diálo la de Sócrates como a la de Aristóteles, escribe lo siguiente:
go, sobre la radical impotencia en que están las cosas sensi “La Idea no es para Platón, como las generalidades que bas
bles para alcanzar la consistencia óntica de las Ideas, no obstante taban a Sócrates, una unidad lógica, sino una unidad real, de la
la aspiración o deseo que a ello las anima; siempre serán aqué- cual la unidad lógica no es más que el resultado y el signo. La
Idea no es solamente lo que se encuentra de común en una plu-
40 102 (1: rivxii t ó ixtytOos xó i r fipív néyeOog.
o Op. cit., p. 30. - La filo so fía d e Platón, trad. Edm undo González Blanco, 1, 87.
154 T E O R ÍA DE LAS IDEAS T E O R ÍA DE LAS IDEAS

ralidad de existencias individuales, sino el principio del cual entonces sino amor o afán de saber, así en general y sin ulterior
participan todas juntas, de donde sacan su semejanza unas con especificación. Sin precisarlo más, y ateniéndonos al puro dato
otras, y cuyo nombre reciben. No está, pues, dispersa en los in etimológico, bien podía usurpar el nombre prestigioso no el
dividuos, no es el simple atributo que está todo en los sujetos amante del saber, en todo el rigor de la expresión, sino el amante
particulares; subsiste por sí misma y en sí misma de un modo de espectáculos (qHAoBsápuav), como llama Platón a estos tipos
independiente y absoluto.”4- que, según sigue diciendo, no hacen sino correr de conferencia
en conferencia, o de teatro en teatro, “sin omitir ninguna repre
sentación ni en la ciudad ni en los villorrios”. Es el eterno tipo
T eo ría d e las Id ea s y teoría d el con ocim ien to del curioso, del diletante o del sn ob, o si lo preferimos en tér
Entre las múltiples excelencias de la R ep ú b lica —posterior al minos abstractos, la simulación de la cultura que Heidegger ha
F ed ó n , según todas las apariencias— , no es la menor la reducción descrito, en expresión que se diría calcada sobre el texto plató
o unificación del mundo eidético en torno del supremo principio nico, como la “avidez de novedades” (N eu g ierig k eii).
que lo informa y lo rige: la Idea del Bien, como la llama Platón, ¿En qué, entonces, diferirán el q>tXoO£áp.wv y el <piAó<ro<pog, el
o también, si se nos permite esta otra denominación, la Idea de amante de espectáculos y el amante del saber? Lo primero, en
las Ideas. Antes, empero, de llegar a esta cumbre, conviene tomar que el filósofo está enamorado de la verdad total,45 y lo segundo,
nota de otro importante desarrollo que de la teoría de las ideas que no es sino una explicitación de lo anterior, en que, en tanto
encontramos igualmente en la R e p ú b lica , y que consiste en la que los amantes de sonidos y espectáculos40 se contentan con el
correlación, que Platón establece ahora con toda precisión, entre deleite producido por la belleza de las voces, los colores y las
los objetos de conocimiento y los modos o estados asimismo de formas, el filósofo, en cambio, reconoce la existencia de la be
conocimiento. ¿Cuál de éstos es, exactamente, el que correspon lleza absoluta, sin confundirla con la de las cosas que de ella
de a la Idea y cuál o cuáles otros a las cosas sensibles? participan, y otro tanto —Platón se cuida, una vez más, de subra
La cuestión se plantea, como ocurre habitualmente en los diá yarlo— con respecto a lo justo y a lo injusto, a lo bueno y a lo
logos platónicos, no en el aire enrarecido de la abstracción filo malo, y a todas las Formas.47
sófica, sino a propósito de un problema o situación vital, bien Los modos de existencia respectivos del hombre que anda
determinada y concreta. En el F ed ó n , como acabamos de ver, era perdido vagaroso entre las apariencias sensibles: sonidos, colores
el problema, vital como ninguno, de la muerte del cuerpo y la y formas, y del que, por el contrario, tiene el alma abierta, más
supervivencia del alma; y en la R e p ú b lica , esta vez, es el pro allá de todo ello, a la contemplación de la belleza en sí, los desig
blema de los “regentes” o “guardianes” (tpúXaxEg) que han de na Platón, a dichos modos, como la vigilia y el sueño (o duerme
gobernar en el Estado perfecto. En un pasaje bien conocido vela, para ser más precisos) de la vida espiritual.43 Y en seguida,
una vez declarada la condición existencial de una y otra forma
y de incalculable trascendencia, además, avanza Platón su gran
tesis (que él mismo reconoce ser el salto a la “ola mayor”) de de vida, Platón llama “conocimiento” (yvwp/n) al estado mental
que no cesarán los males que afligen a los Estados, vale decir que es propio del contemplador de las Ideas, y “opinión” (Só l j a),
al mismo género humano, mientras los filósofos no lleguen a ser en cambio, al que tiene el hombre que se atiene simplemente a
reyes, o los reyes y gobernantes no practiquen, genuinamente y las apariencias.40
en serio, la filosofía; mientras, en suma, no concurran, en el
45 475 b: jiácniS ootpíag ÉJU0 i>|iT|TT|g.
mismo sujeto, el poder político y la filosofía.4344 Y lo que importa 40 476 b: tpiXrjxooi xal <piAo0 E«nav£g. Tal parece como si Platón hubiera
precisar en seguida, sea cual fuere el valor de la tesis, es el carác adivinado los actuales espectáculos, comenzando por su propia tierra, de
ter propio del filósofo que lo es de verdad, “genuinamente y en Son et lamiere.
serio” (yvTjcrítoc; xal íxavtog), ya que “filosofía” no quería decir 47 476 a: xal jeeq í Stxaíot) xal dfiíxou xal á y aS ov xal xaxoü xal jkxvt co v
T(ÜV EÍÓWV-
43 476 d: i'm aQ -'ávaQ -
43 La Melaphysitjuc d’A ristotei, 292. 40 476 d: r o í Se 8ó§av ebe; Soíjáoovxoc;- En griego, como se ve, no es
44 Ttep. 473 d : t o u i t ó v íj u i u i Éo i p Súvapís te iroXiTiy.ii xal qpi?,oao<fí«- necesario salir del conjunto lingüístico centrado en el verbo Soxéco. que al
156 T E O R ÍA DE LAS IDEAS T E O R ÍA DE LAS IDEAS 157

Ahora bien, si el conocimiento, en el sentido más propio que ritas) que todo esto está bien lejos de ser plenamente convincente
acabamos de ver, no plantea de suyo ningún problema espe para la tesis en cuestión. Desde el punto de vista de la analogía
cial, ya que su correlato intencional es el ser igualmente en el del ser, que no es, por cierto, el de Platón, sino el de Aristóte
sentido más propio: la Idea, ya no es tan fácil, en cambio, decir les y la escolástica, sí podrá sostenerse que media una distancia
cuál podría ser, precisamente, el correlato de la opinión. No infinita entre el an alogalu m princeps, que es Dios mismo, y los
-p o d rá ser, así p ura y simplemente, el no ser, p orq u e para PlatÓCU- re s ta u re s a n a l o g a d o s , q u e l o son to das bis c r ia t u r a s - y q u e , po r
no menos que para Brentano o Husserl, todo pensamiento es consiguiente, la belleza finita estará infinitamente distante —si
pensamiento de algo, y para aquél, además — en ello va más podemos decirlo así, parodiando a Pascal — de la belleza infi
allá de los fenomenólogos— este “algo” existe de algún modo nita, y otro tanto, jxir el mismo tenor, de los demás valores, y
fuera de la conciencia, como, a nuestro parecer, lo afirma Platón también, igualmente, de los entes ab alio con respecto al Ens a se.
en el P arm énides. La nada, si prescindimos de la noción de ser, Sólo que — y aquí está toda la diferencia-— la razón de ente o
de la cual es aquélla la negación radical, es por sí misma im de valor no se ve coartada, en los entes finitos, sino por su fini-
pensable, y el estado mental correspondiente es la ignorancia, la tud misma y no por el no ente o el disvalor, como parece supo
ausencia pura de todo saber. Así las cosas, la opinión tendría que nerlo Platón. One una cosa sea menor que otra, se entiende en el
ser algo medianero entre el conocimiento y la ignorancia, y su orden de la cantidad, no por esto pierde nada de la realidad que
correlato intencional, por lo mismo, algo medianero también por su esencia le corresponde; y si la falacia es evidente aun en
entre el ser, objeto de la ciencia, y el no ser, objeto de la igno
estos predicados relativos o comparativos, mucho más cuando
rancia, hasta donde sea posible hablar, en este último caso, de
se trata de predicados de carácter absoluto, como son los de va
“objeto”. T al es en este punto, y en estos precisos términos, la
lor. Aquí incurre Platón, redondamente, en el indebido tránsito
doctrina de Platón/'0 de un género a otro (ja et ápatri; eí^ tiXko ybjo^), al relativizar
Hasta aquí, no obstante, estamos apenas, en lo que concierne
arbitrariamente, lo absoluto. Por su sola función predicativa, lo
al correlato de la opinión, en un terreno de pura deducción
“bello” es esto nada más, y no lo “más” o “menos” bello; y lo
apriorística, pues lo que hace falta es mostrar de algún modo, con
bello y lo feo, por su parte, no son comparativos de mutua im
directa visión intuitiva, cómo puede darse algo, en el orden de
plicación, como lo mayor y lo menor, sino genuinos contrarios de
los fenómenos desde luego, que participe conjuntamente del ser
y del no ser. No será sino hasta el Sofista cuando nos proponga exclusión recíproca. Podrá venir después el predicado relativo,
Platón, con respecto a esta formidable aporía, una solución más como cuando preferimos una escultura de Fidias a la de otro
o menos satisfactoria. En la R ep ú b lica , por lo pronto, elude ¡y artista, pero si una obra de arte es bella, no podrá por ningún
por algo! la referencia a las cosas sensibles del mundo de la concepto llamarse fea, y éste es el sentido profundo (el del valor
naturaleza en su constitución concreta, y se refugia en su terreno como algo absoluto) de la conocida sentencia de que la obra
predilecto de los valores y las entidades matemáticas. Nos dice, maestra es igual a la obra maestra. Otro tanto, y con igual fun
en efecto, que las «osas bellas lo son apenas bajo un aspecto, pero damento, podrá decirse de los demás valores a epte Platón se
feas, al mismo tiempo, por otro u otros; y lo mismo, añade, en refiere. ¿Dónde está, diga él lo que diga, el aspecto impío de la
lo tocante a las cosas justas, a las cosas santas, y por úl acción santa, y por más que la santidad humana sea del todo
timo, a las cosas que llamamos grandes o pequeñas, ligeras o inconmensurable con la santidad divina? Y en cuanto a la jus
pesadas. ticia, por último, podrá no ser perfecta la justicia distributiva,
Digamos con todo respeto (arnicus P lato, sed m agis am ica ve- en razón simplemente de la imposibilidad práctica en que el
gobernante se encuentra de apreciar todas y cada una de las
enunciar la actitud del sujeto que se rige por las apariencias, imprime circunstancias de todos y cada uno de los ciudadanos, para dar
luego, en el sustantivo fió^a. la connotación, bien filosófica esta vez, de exactamente a cada cual lo que le corresponde; pero en cuanto
opinión.
50 477 6: ei ¿m pév rto ovu yvwots f¡v, &yvinería S’é| dváyxTl? fotl M-0 a la justicia conmutativa, no se ve en absoluto cuál pueda ser el
óvri, eju t <5 pEtaíjíi xoúrq) pEtalú t i «al ¡jiiTijTÉov áyvoías re «al énicrrijpTig. aspecto injusto del acto por el cual el deudor entrega cabal
158 T E O R ÍA DE LAS IDEAS T E O R ÍA I)E LAS IDEAS i 59
mente a su acreedor aquello a que se obligó en el contrato.51 Si vino artista con la mano levantada y el índice apuntando hacia
fuera verdad lo cjue dice Platón, que las acciones justas lo son lo alto; y por si esto no fuese aún suficientemente expresivo,
apenas por un aspecto, e injustas a la vez por otro, poca dife como hombre viejo además, y no tanto, pienso yo, para enca
rencia habría entre esta posición y la de Protágoras. Tendría recer su condición de maestro de Aristóteles (porque a Sócrates,
mos, a lo más, un relativismo objetivo, en lugar del relativismo maestro a su vez de Platón, lo pinta en el mismo fresco como
subjetivo del pensador abderitano, según el cual =eada cosa cs_ hombre maduro) cuanto para significar su desasimiento de las
como a cada cual le parece. Cosí e se vi p are, según dice, en el cosas terrenas, en una edad en que, al igual que en la niñez y en
título de uno de sus mejores dramas, Luigi Pirandello. la adolescencia, nos nutrimos más de sueños que de realidades,
A todo esto se ve arrastrado Platón: a tocar los confines de la con la sola diferencia de que en la vejez son ya sueños de ul
sofística, cuando no a traspasarlos para caer en ella redonda tratumba.
mente, llevado de su entusiasmo por la Idea y por el Valor. Los F.n esta tesitura está, pues, Platón, y de sus frustraciones en la
amó tanto, con amor tan exclusivo, e identificó de tal modo la articulación del mundo sensible nos resarce cumplidamente la
Idea con el ser, que todo el resto le pareció contaminado de no que hace del mundo inteligible, en una ulterior operación cuyos
ser y disvalor. L a filosofía, no obstante, a partir de Parméni- momentos más salientes nos proponemos mostrar en lo que va
des, la han hecho los exclusivistas, tanto por lo menos como los a seguir. Hasta aquí, en efecto, si no supiéramos sino que hay
equilibrados, y aun estaría por verse si no más. Según Bergson, Ideas, una por cada cualidad valiosa, y una por cada especie o
todo gran filósofo no ha tenido sino una intuición original; y al género de cosas naturales (más adelante se planteará Platón el
comunicárnosla, nos descubre un aspecto del universo, uno solo, tremendo problema de si no habrá también Ideas de las cosas
es verdad, pero ¿qué más cabe esperar de la finitud huma artificiales), no habremos su|jetado lo que Clodius Piat llama, y
na, y no es mejor penetrar en una sola cosa profundamente, que con toda razón, el atomismo intelectual; ahora bien, Platón, me
no aletear en muchas superficialmente? Platón, no hay que darle nos que nadie, no podrá librar al acaso la organización de sus áto
más vueltas, no tuvo del mundo sensible una visión adecuada, mos eidéticos, digámoslo así, del modo que lo hacen, ton sus
como sí la tuvo, en cambio, Aristóteles; pero en lo que se refiere átomos materiales, Leucipo y Demócrito. Por esto aborda, desde
a ia visión del mundo inteligible, no ha tenido rival. Por la R ep ú b lica, el nuevo problema de la participación, ya no de las
algo Rafael, al pintar a estos sumos filósofos en la estancia del cosas sensibles en las Ideas, sino de las Ideas mismas entre ellas
Vaticano, representa a Aristóteles con la mano extendida hori mismas: áXXqXwv xoivoma. Después de todo, y ya que el orden
zontalmente sobre la tierra, y en la edad madura, además, en sensible no es sino reflejo o sombra del orden inteligible, habrá
la que el hombre se halla en mayor acuerdo vital con la realidad tpie investigar este último en primer lugar, ya que por su expli
circundante, más enjuto de sueños podríamos decir, como para cación se explicará, por ello mismo, el primero. La primera pre
dar a entender la armonía del espíritu aristotélico con el espíritu misa, en efecto, de todo idealismo, del platónico también, por
de 1a. tierra, con el h o c a liq u id en que, para esta mentalidad, consiguiente, es la que, andando el tiempo, se formulará en la co
vivimos, nos movemos y somos, y que por algo llama Aristóteles nocida sentencia de Spinoza: O rdo et con n ex io idearum ídem
la primera sustancia. A Platón, por el contrario, lo pintó el di est a c o rd o et con n ex io rerum , con la añadidura, que osamos in
troducir, simplemente en gracia de la claridad: saltem q u o a d nos.
¿Cómo podremos, en efecto, predicar del hombre, por ejemplo,
51 Que no vaya a pensarse en el conocido ejemplo —que, desde que
la razón de ente, y luego bajo ella subsumidos los otros atri
Platón lo puso, ha corrido en toda l a moral práctica—, del que devuelve
l a espada que recibió en depósito, cuando el depositario sabe que el due­ butos categoriales, hasta los de la animalidad y la racionalidad,
ño ha de emplear el arma en la comisión de un delito. Lo que ocurre si no hay una subsunción o participación análogas en las Ideas
sencillamente, en tal caso, es que el cumplimiento de la obligación se mismas? ¿Cómo podría ser este mundo nuestro copia o traslado
encuentra de momento suspendido, y precisamente en razón de una jus­ de aquel otro, si lo que aquí está unido o asumido, con la consi
ticia superior en las circunstancias concretas; y por esto, en la hipótesis,
la devolución del depósito no seria un acto justo contaminado de injus­
guiente supremacía o dependencia implícitas en la predicación
ticia, sino un acto injusto sin más. categorial, no lo estuviera allá también?
160 T EO R ÍA 1)E LAS IDEAS

Tocias estas operaciones, a nuestro modo de ver, forman la


trama de la dialéctica platónica, si es que la hemos entendido
rectamente: la ascensión del espíritu, de una en otra Idea, hasta VI. LA IDEA DEL BIEN
llegar a la que a todas las contiene, o que, en todo caso, tiene
el señorío sobre todas. Es lo epte los escolásticos llamarán la
rfídnrtin art u n v ™, y 1* función que Platón atribuye a la Idea A decir verdad, la organización del mundo eidético es un pro
del Bien. blema que preocupa a Platón mucho antes de la R ep ú b lica , como
lo dan a entender las varias alusiones que al respecto encontra
mos desde los diálogos de la primera época. Así, en el M enóri, se
nos dice, con una comparación de que Platón se sirve más de
una vez, que las Ideas no andan errantes al azar, marchando
como lo hacían las estatuas de Dédalo, que emprendían la fuga
no bien salían de las manos de su autor, sino que se encadenan
entre sí para constituir las ciencias, y que por este “encadena
miento” difiere precisamente la ciencia de la opinión.12 Más
fuertes que el hierro y el diamante son estas cadenas, dice por su
parte el C ratilo, y en el M en ón , de nuevo, se sostiene que, en
virtud del parentesco universal o comunidad genérica- que exis
te en la naturaleza, es siempre posible ir de una reminiscencia
a otra hasta encontrar todos los géneros o Ideas, con tal que se
tenga valor y tenacidad. Nada, pues, en el universo, ni en el
mundo de arriba ni en el de abajo, como diría Platón, escapa a
la solidaridad lógica y ontológica; una solidaridad, además, que
es tal y se explica tan sólo por estar en dependencia, todo lo
existente y todo lo pensadle, de un supremo Principio. De él
procede todo en absoluto, como el río de la fuente.
¿Cómo o con ocasión de qué introduce Platón formalmente
en la R ep ú b lica , la Idea del Bien? No lo hace, aquí tampoco,
siguiendo el hilo del razonamiento abstracto, sino, del mismo
modo que hemos visto a propósito de problemas apenas menos
importantes, en función de los requerimientos que le plantea la
constitución de la ciudad ideal, entre los cuales el primero y
principal es el de la formación de los regentes o guardianes.
¿Cómo o de qué manera? Vamos a verlo.
En todo lo que hasta este momento precede, han convenido los
interlocutores del diálogo, entre otras cosas, en que tanto en el
alma individual como en el Estado (que no es, recordémoslo,
sino un hombre en grande: m akroán th rop os) han de tener asien
to, si han de ser uno y otra lo que deben ser, las cuatro consa
bidas virtudes: fortaleza, templanza, justicia y prudencia o sabi-

1 Metí. 97 d-g8 a.
2 A i e n . 8i d: t í ¡s q>ij<j£Cog dutáori? (ív y y e v o v q oíkrng.
[ 161]
162 LA ID EA D EL BIE N LA ID EA D E L B IE N 163

duna. Que los regentes de la ciudad deben conocer estas virtudes, erales, al bueno de Glaucón, el cual le pide ingenuamente que
y poseerlas, además, en grado eminente, es cosa que va de suyo, le explique lo que es el bien, del mismo modo que lo ha hecho
dada la excelsitud y responsabilidad de su función. Sólo que — y con la justicia y las demás virtudes. ‘‘No —contesta Sócrates—, de
esto es aquí lo nuevo e inesperado— en tanto que al común de esto no soy capaz, y lo único que haré, con mi descomedido celo,
los hombres le basta con tener de las virtudes el conocimiento será ponerme en ridículo.” Lo único también, en cambio, que
empírico, Dien que reducido a ciertos conceptos que de ellas pndr-.l ilpmrnr,nicnip hacer según signe diciendo, es proponer
se nos ofrecen en los primeros diálogos, o a lo más el conoci aquello que le parece ser el hijo, retoño o vástago del bien y su
miento deductivo a que da lugar el estudio de las distintas partes imagen más fiel.4 Buen expediente, por cierto, éste que aquí
del alma: la a rete de cada una, tal conocimiento, sostiene Pla discurre Platón, de elevarnos, por la contemplación de lo visi
tón, es del todo insuficiente para quienes han de ser los guardia ble, a la comprensión y amor de lo invisible. Podríamos expre
nes de la ciudad y de las leyes. A estos hombres les será preciso, sarlo con una ligerísima alteración de lo que nos dice la Iglesia
sin que en modo alguno puedan excusarse de ello, dar un rodeo en el prefacio de la Encarnación: “ Ut dum v isibiliter a liq u id
o hacer un circuito más largo, a fin de verlas en su plena luz cognoscim us, p e r h o c in invisibilium am orem rap iam u r”. Glau
(xocTa<pavn), es decir, subsumidas en la luz superior de un saber cón se declara satisfecho, y le dice a Sócrates que en otra ocasión,
cpie es de todos el más importante. ¿En qué consiste, pues, una después de haberles descrito al hijo, deberá hacer otro tanto con
y otra cosa: aquella pcocpoTÉpa uepíoSog y este ¡jtsyicrTov pá0ripa? el padre.
A esto contesta Platón, dando a entender que se trata de algo Puesto que de lo que se trata es de llegar a percibir lo que
habitual en su doctrina y enseñanza, del modo siguiente: tiene lugar en el mundo inteligible, Platón, con muy buen acuer
“A menudo me has oído decir que la idea del bien es el saber do, examina cómo tiene lugar, a su vez, la visión en el mundo
supremo, y que de la asociación con ella derivan su utilidad y su sensible; y nada importa, en lo que al respecto nos dice y para
valor la justicia y las demás virtudes.”3 el efecto de la comparación, que otra cosa pueda decirnos, en
Lo anterior no sería, por sí solo, sino una resonancia del tal o cual pormenor, la física moderna. Lo que Platón nos dice
viejo tema de la unidad de las virtudes, cuya solidaridad, en es que no basta, para la visión, con que la vista esté en el ojo, ni
efecto, tiene su fundamento radical en su participación común en el color en el objeto, sino que hace falta, además, la presencia de
el Bien, que es uno, y del cual serían las distintas virtudes algo la luz, y más concretamente la iluminación del sol, “señor de la
así como sus modos o mostraciones fenoménicas. Es el tema, se luz en el firmamento”, el cual, en fin (y es algo de extraordi
gún vimos en su lugar, que Platón ha tratado “a menudo” en naria importancia en todo el símil) no sólo comunica la visibi
los diálogos socráticos, y sobre todo en el P rotágoras. Sólo que lidad a los objetos, sino al ojo mismo, órgano solar por exce
ahora, y así de repente, la Idea del Bien va a tomar un vuelo in lencia (T)XiO£i5é<7,i ;aTo;), la facultad de ver, como por un fluido
comparablemente más alto, más allá y muy por encima del cam (éníppuTov) que el sol directamente le envía. El sol resulta ser
po de la moralidad; y esta dilatación, prácticamente infinita, lle así, en suma, la “causa” total de la visión, tanto por el lado del
va consigo, forzosamente, su inefabilidad. ¿Cómo en efecto, des ojo como por el del objeto. Si tenemos todo esto bien presente,
cribir o declarar lo que, como vamos a verlo, no es ninguna nos será ya perfectamente inteligible la célebre comparación que
esencia concreta; lo que, por comprenderlo todo, está muy más Platón enuncia en los siguientes términos:
allá de toda determinación categorial? “Y ahora, entiéndelo, es éste: el sol, el que yo designaba como
T an fuertemente siente Platón esta radical inefabilidad del el hijo del bien, engendrado por él a su semejanza, y que es,
Bien, que así se lo dice desde el principio, por boca de su Só- en el mundo visible, tanto con respecto a la vista como a los
objetos vistos, lo que es el bien en el mundo inteligible, tanto
3 5 ° 5 a; V r o v á'/uOoti Lfiéa ¡x é y ia x o v n áO r jji a.. . fj 8t| 8íxai a v.al xáX l a
con respecto a la inteligencia como a los objetos inteligibles”.*
¡ípoaxQB'rátrEva xpifaipoi * aí d>(pÉXi|ia yíyvt xai ' Digamos de paso que
jrá0T][ia puede lo mismo traducirse, según el contexto, por “ estudio” o
"saber ” . De hecho, l a Idea del Bien viene a ser, conjuntamente, el estudie 4 506 e: 05 8e & cy° v °S v e t o ü áya& ov «paívEtai xaí ótioióxaxo; éx eív <¡>.
más importante y el saber más alto. 5 508 c.
164 L A ID EA D EL BIEN LA IDEA D E L BIE N 165

Más todavía, y según lo dice textualmente Platón, “el sol comu 7) Ejercicio de la visión = Ejercicio de la razón
nica a los objetos visibles no solamente su capacidad de ser vistos, (ü^ig, 6pav) (v¿T)oxg, Yvwcxg, lmcrvl]i}.r¡)
sino también su generación, crecimiento y nutrición, y por más 8) Aptitud de ver = Aptitud de conocer
que él mismo no sea generación.”6 Es ésta, como se sabe, la con
cepción de los antiguos: el sol como causa coautora de la genera- Maravillosas “correspondencias” son, por cierto, todas éstas,
=ci4n-,-conc:urrent&ment-e- con el-progenitor-específico._^EUrmiibif: que tienen, como en el poema homónimo de Baudelaire. "la
es engendrado por el hombre y el sol”, dice Aristóteles, y lo dirá expansión de las cosas infinitas”, y “cantan los transportes del
aún, en los finales de esta biología heliocéntrica, Dante Alighieri. espíritu y de los sentidos”. En pocos pasajes como en éstos se
Éste es, pues, el simbolismo fundamental, que Platón explícita acusará con tanta claridad el carácter luminoso, de luminosidad
luego, en una serie de “correspondencias” —bien bodelerianas solar, que tiene para Platón, y para la filosofía antigua en ge
avant la leltre—, en el siguiente pasaje: neral, la visión intelectual y lo que en ella se da: la n áesis y los
“Lo que, por tanto, comunica la verdad a los objetos de cono noém ata. Nadie como Platón habría suscrito tan entusiastamente
cimiento, y al sujeto cognoscente la facultad de conocer, ten por la afirmación de Aloys Müller, de que filosofar es ante todo
cierto que es la idea del bien, o la cual debes representarte como “ver”, y que quien no ha recibido el don de la visión (die G abe
causa de la ciencia y de la verdad, hasta donde podemos cono des Schauens) , más vale que renuncie a la filosofía. De ahí,
cerla; y así, por muy bellas que sean una y otra cosa: el co entre otras cosas, la estimación, absolutamente superior, del ór
nocimiento y la verdad, juzgarás rectamente al pensar que hay gano corporal de la visión. El ojo es el sol del cuerpo: es esto,
algo distinto y superior a ambos en belleza. Y así como en el en suma, lo que viene a decirnos Platón, y andando el tiempo
mundo de aquí es correcto pensar que la luz y la visión se pa recibirá el refrendo de la propia Sabiduría increada. “Antorcha
recen al sol, pero será desacertado tenerlas por el sol, así también, de tu cuerpo es tu ojo”, dirá, en efecto, Jesucristo en el Sermón
en el mundo de allá, será correcto pensar que el conocimiento de la Montaña.8* De Platón y del Evangelio se habrán nutrido
y la verdad son, uno y otra, semejantes al bien, pero será desacer seguramente los poetas que invocaron al sol, como Shakespeare:
tado pensar que uno u otra sean el bien, porque es mayor O eye o j eyes!, o como Milton: T h o u Sun! O f this g reat w orld
aún la reverencia que debe tenerse a la naturaleza del bien.7 both eye an d soul!
Nadie mejor que Adam,s a nuestro parecer, ha entresacado y Volviendo a Platón, veamos cómo redondea su comparación,
resumido las anteriores correspondencias entre el Sol y el Bien, hasta acabar predicando de la Idea del Bien todo lo posible e
en el cuadro siguiente: imaginable. Después de haber afirmado, según vimos, que el sol
confiere a los objetos visibles no solamente la facultad de serlo,
Región visible = Región inteligible sino también la generación, crecimiento y sustento, termina
-cóitog ópaxóg = T¿itog vorytág) diciendo:
1) Sol = Idea del Bien “Pues del mismo modo puedes afirmar que los objetos inteli
2) Luz = Verdad gibles no sólo reciben su inteligibilidad del bien, sino que le
3 ) Objetos de la vista= Objetos de conocimiento deben, por añadidura, la existencia y la esencia, y por más que
(Colores) (Ideas) el bien no sea esencia, sino algo que está muy por encima de la
4) Sujeto vidente = Sujeto cognoscente esencia en majestad y en poder.”10
5) Órgano de la visión = órgano del conocimiento En esta “divina trascendencia” (Scupovía úrappoXi1]) de la Idea
(Ojo) (voüg, mente o espíritu) del Bien, según exclama Glaucón al acabar de oír tan sublimes
6) Facultad de la visión — Facultad de la razón
(% ? ) (^oOg) o M al. vi, 22.
10 509 b: «ai xoi; Yvyvcoaxoixévoi; ni) ixóvov xó YLYvóox0at)ai «pávai v.xó
6 509 b. toü ávaOoO jtaQsivai, aXXá. xal tó eívai xe xai x»iv ofiaíav fijt’ÉXEÍvov afixoí;
1 508 e-509 a .xQooEÍvau ofix ovatcic; ovxo; t o ü á^aGoC, áXVxxi, fi.xéxeiva xfj; oficia;
* Jam es A d am , T h e R e p u b lic o f P la to , Cam bridge, 1965, vol. IT. p. 60. nefofleíiy xal 6uvá}iEi fijtEQÉjtavxo;.
LA ID E A D E L B IE N 167
166 L A ID EA D E L B IE N
últimos límites del mundo inteligible está la idea del bien; que
palabras, se apoyan fundamentalmente, bien que no sea el único
con dificultad se la percibe, pero que, una vez percibida, se
texto, la mayoría de los intérpretes platónicos, al identificar a
presenta al razonamiento como siendo la causa universal de toda
Dios con la Idea del Bien. ¿De qué otro ser, en efecto, fuera del
rectitud y belleza en todas las cosas: en el mundo visible, como
Ser infinito, puede predicarse la fontalidad absoluta, si podemos
generatriz de la luz y del señor de la luz, y en el inteligible,
decirlo así, de toda esencia y de toda existencia? Es cierto que como soberana y dispensadora de verdad y de inteligencia, y
en el texto transcrito no lo dice Platón sino con referencia a los que debe verla -quien quiera conducirse sabiamente, asi en su.
objetos inteligibles; pero como antes ha dicho que el sol es el vida privada como en la vida pública.”11
autor de la vida en general, y que el sol, a su vez, es hijo del El otro texto que nos parece igualmente fundamental, es
Bien, resulta, en conclusión, que el mismo Bien es el autor y aquel en que Platón, después de haber expuesto la alegoría de
padre tanto del mundo sensible como del mundo inteligible. la Caverna, por la cual entra la Idea del Bien en el programa de
Contra la anterior identificación, empero, hácese valer, entre la educación de los guardianes, encarece la necesidad de volverse
otros argumentos, el de que de la Idea platónica del Bien pa "con toda el alma, de las cosas perecederas a la contemplación
rece estar ausente, a despecho de aquellos tan excelentes atri del ser y de lo más luminoso del ser, que es aquello a que lla
butos, la nota de la personalidad. Ahora bien, dentro de la mamos el Bien”.12
tradición judeo-cristiana por lo menos, e inclusive en la religión A reserva de volver sobre este texto cuando abordemos de
olímpica de los helenos, nos parece imposible concebir a Dios de propósito el tema de la educación, no podemos eximirnos de de
otro modo que como Persona, y sólo dentro del panteísmo: Deus tenernos un poco en la ponderación de esas palabras en que se
sive natura, sería posible pensar de otro modo. contiene, a nuestro entender, él núcleo de lo que podríamos
L a cuestión, como se ve, tiene sus bemoles, y por algo es aún, llamar la ontología platónica del Bien.
en los estudios platónicos, una cuestión disputada. No podemos Lo de la onto-logia está dicho aquí muy de propósito, porque
eludir su estudio, por el extraordinario interés que reviste, pero al declarar Platón que el Bien es el aspecto mas brillante y lu
igualmente creemos que sería prematuro hacerlo en este mo minoso del ser, por ello mismo, si el texto dice lo que dice, re
mento, antes de haber explorado lo demás que, sin salir de la duce el Bien al Ser, y no admite, por tanto, la disociación entre
R ep ú b lica , se nos dice sobre la Idea del Bien. Nos lo dice Pla ser y valor, al modo que lo han hecho buena parte, aunque no
tón, claro está, “en espejo y enigma’’, como dirá más tarde San todos ciertamente, de los axiólogos modernos. Lo primero, por
Pablo al referirse a realidades igualmente inefables, por la simple tanto, en la aprehensión del entendimiento, será el ser (para
razón de que no puede haber definición, estrictamente hablan Platón sinónimo de “Idea”) , y lo segundo el valor o bien, tér
do, de lo que está más allá de toda existencia y esencia. La minos que, a su vez, podrían darse como sinónimos.
"definición”, en efecto, es “delimitación” (d e-fin itio) de un A nuestro modo de ver, éste sería uno de los textos fundato-
ente por su género próximo y su diferencia específica, y por esto rios, cuando no simplemente el texto fundatorio, de la doctrina,
no puede haber ninguna definición de lo que está más allá de tan ampliamente desarrollada en la escolástica, sobre las pro
todos los géneros y especies. piedades trascendentales del ente. Así llamaron ellos, los escolás
De los textos que más explicativos nos parecen ser, del modo ticos, a ciertas notas o caracteres que se predican del ser en gene-
que lo hemos dicho, estaría, en primer lugar, aquel en que,
después de haberse referido a la ascensión del alma al mundo 11 516 b. En presencia de un t ext o tan ciar», que de t al suert e hace de
inteligible (zig t ó v vot jt ov t ó ho v t í ); 'puxfj? a-voSog), dice Platón l a I dea del Bien l a causa universalísim a de todo ser y de todo val or (jt aai
Jtávrcúv afixT) ópOwv xe x al xaAárv aixía), no m e explico cómo puede decir
con toda claridad, por si alguna duda hubiera quedado a este
Ross que: "T h e funct ions assigned to t he I dea of Good are assigned to
respecto, que la causalidad del Bien se extiende a ambos mun ¡t in relat ion n ot to the sensible world, but to the World of Ideas” . O p.
dos por igual: al sensible y al inteligible, del modo siguiente: cit., p. 41.
"Si mi esperanza es o no verdadera, lo sabrá Dios. Lo que 12 518 c: el ; t o o v xai xaü ovxog xó t pavóxaxov... xoüxo 8’ cívaí tpapEV
a mí, en todo caso, me aparece como evidente, es que en los xáyaOóv.
168 I-A IDEA D EL B IE N LA ID EA D E L BIE N 169
ral y de todo ser en concreto; que no definen el ente, por ser hace a la verdad trascendental, según que se trate del enten
esto lógicamente imposible,13 ni tampoco le añaden nada, sino dimiento humano —de un entendimiento creado en general— o
que son como aspectos del ente considerado en sí mismo o en del entendimiento divino. La verdad trascendental, en efecto,
relación o desde la perspectiva de otro u otros entes. Al ente, llamada igualmente verdad ontológica, por estar en el ente como
en efecto, como enseña Santo Tomás, no puede añadirse nada una de sus propiedades más constantes, no puede fundarse
que tenga con respecto a él extrañeza o heterogeneidad de natu- en una relación tan variable, contingente y precaria como la con-*lo
raleza (enti non p otcst a d d i a liq u id qitasi ex iran ea n a tu ra ), al iormídad de ia cosa con el entendimiento humano. Tendrá que
modo como la diferencia se añade al género o el accidente al fundarse necesariamente, esta verdad d e l ente, en su conformidad
sujeto, ya que toda naturaleza es por esencia un ente. No hay, con el entendimiento divino, del cual, además, le viene a todo
sigue diciendo el santo, sino una manera de añadir algo al ente, em e posible su esencia, como su existencia, a su vez, de la volun
en la predicación y nada más, en cuanto que expresamos un tad divina. Al contrario de nuestro entendimiento, que se mide
m o d o del ente no expresado en el nombre del ente mismo.1* j>or las cosas y a ellas debe ajustarse, el entendimiento divino,
En un texto célebre de la M etafísica, Aristotéles, que lo habla dice profundamente Santo Tomás, es la medida de todas las cosas,
aprendido de Platón, pero que le aventajó en rigor sistemático, las cuales están en aquél como los productos artificiales en la
dejó consignado que: “Hay una ciencia que estudia el ente en mente del artífice.15
cuanto ente y las propiedades que por sí mismo le son inheren No parece sino que estamos oyendo a Platón mismo, como si
tes.”15 En este texto se apoyaron de preferencia los escolásticos el texto anterior no fuera sino una glosa del famoso apotegma
al tratar de enumerar y describir —Aristóteles no parece haberlo platónico: “Dios es la medida de todas las cosas”, con que el
hecho así directamente— estos modos, aspectos o propiedades del filósofo corrigió, como debía ser, el relativismo de Protágoras.
ente, que ellos mismos llamaron "trascendentales”, en razón de Que haya o no conocido Santo Tomás el texto platónico, es
que trascienden todas las determinaciones categoriales, esto es, más que dudoso, por no ser las L ey es un diálogo de lectura co
todos los géneros y especies. rriente en su tiempo; pero no tiene mayor importancia, porque
De estos trascenden talia entis, como fueron llamados, tres fue todo esto es, en fin de cuentas, platonismo puro. La verdad tras
ron los que la tradición tuvo jx)r los más ciertos: unum , verum , cendental, en efecto, no significa otra cosa sino que cada cosa es
bon u m ; con ar r egl o a l os cu al es el ser en gen er al y t od o ser en lo q u e es, v er d ad er a e i n t el i gi b l e, p o r ser de al gú n m od o imita
particular, es uno, verdadero y bueno. El ser es uno, en primer ción de la esencia divina, en la cual están las razones eternas de
lugar, considerado en sí mismo, por su identidad consigo mismo, todo lo creado, es decir, las Ideas. Por esto puede afirmar Santo
mientras sea, por supuesto, tal ente. Considerado, en cambio, Tomás, después de San Agustín, que en Dios sí hay Ideas, no
en relación con otros entes, que son, muy concretamente, el en como algo extraño o adventicio en El, sino porque la ciencia de
tendimiento y la voluntad de una sustancia espiritual, el ente es Dios es causa de las cosas: Scien tia D ei est causa reru m ; y toda
verdadero y bueno. ¿Cómo o por qué? esencia actual o posible, por consiguiente, es, en infinitos grados,
La verdad, según la célebre definición de la Escuela, es la término imitativo d e la esencia divina. En tanto que infinita
conformidad entre la cosa y el entendimiento: a d a eq u a tio rei et mente imitable, podemos llamarla Idea, y es el fundamento de
in telleclu s; sólo que la diferencia es muy grande, en lo que la verdad trascendental.
>3 Lo es así lam o porque toda definición debe hacerse por algo que está
El bien trascendental, por último, se predica del ente por el
l»or encima de lo definido, así sea desde el pun t o de vist a lógico, y no hay orden o relación que guarda con el “apetito”, según dijeron los
nada por encima del ente, como porque, además, la razón de ent e ent ra escolásticos,17 o en lenguaje más moderno, con toda tendencia,
necesariamente en cualquier juicio, el que supone t oda definición, por con­
siguient e, así no sea sino en fu n dón copulat iva. 10 D e Ver. 9, 7, a a: R e s n a tu r a le s m en su ra n t in te lle c tu m n o stru m , s e d
a* D e Ver. q. i, a i : S ecu n d u m h o c a liq u a d ic u n tu r a d d e r e su p r a en s, in su n t m e n s u r a la e a b in te lle c tu d iv in o , in q u o su n t o tn n ia c r é a la , sicu t o m n ia
q u a n tu m e x p r im u n t ip siu s tn o d u m , q u i n o m in e ipsiu s en tis n on ex p r im itu r . a r tific ia t a in in te lle c tu a r tificis.
15 M et. iv, i, 1003 a 20: “ E o t i v t i ? rj Oeo i q eí t ó frv f¡ 8v jcal rx S u m , T h e o l . 1. 16, 1: B o n u m est in r e , in q u a n tu m h a b e t o r d in e m a d
xá xoúxtn í’.-tápjrovra j>aO’ a ir e ó - a p p e tit u m .
170 L A I D E A D E L BIEN L A I D E A D E L BIEN 171

o m ás gen er al m en t e aú n , co n t od a act i t u d est i m at i va. En est e m át i ca y su con cep ci ón d el en t e. Fu e así, en con cl u si ó n , por
sen t i d o, el bonum t r ascen d en t al ser ía eq u i v al en t e a l o q u e h oy v i r t u d d el p r oceso m en t al q u e d escr i b i m os ap en as en sus l ín eas
l l am am o s val o r , en l a con cep ci ón p l at ó n i ca d esde l u ego, y asi ­ m ás gen er al es, com o v i n o a q u ed ar t r i st em en t e, com o o b j et o d e
m i sm o en l a ar i st ot él i co-t om i st a. A r i st ó t el es, en efect o, y p r eci ­ t od a p osi b l e o n t o l o gía, u n en t e d eval u ad o , co si fi cad o o mortifi
sam en t e en el l u gar m i sm o d on d e i m p u gn a, m u y a su sab or , l a cado, com o d i ce t an exp r esi vam en t e L o u i s L av el l e —l’étre mor-
I d ea p l at ó n i ca d el Bi en , af i r m a por su p ar t e q u e el b i en se d i ce tifié—, r est i t u yen d o así el vo cab l o a su sen t i d o p r íst i n o ; rnorti-
en t an t os sen t i d os com o el en t e,18 es d eci r , q u e l e aco m p añ a, en ficare, morluum facera. Sól o cu an d o se l e r ed u ce a l a con d i ci ón
t odas sus p r ed i caci o n es cat ego r i al es, com o u n a d e sus n ot as d e cosa, cu an d o se l e m o r t i f i ca, com o d i ce L av el l e, p u ed e ser
m ás i n var i ab l es, p o r ser l e i n h er en t e. el en t e ext r añ o al v al o r .20 Cu an d o t od o est o t i en e l u gar , cu an ­
D e est os l u gar es p l at ón i cos y ar i st ot él i cos p r oced e, con t od a d o el en t e d ej a d e ser l o q u e h ab ía si d o desde Pl at ó n y h ast a
p r o b ab i l i d ad , el con oci d o ad agi o escol ást i co: ens et bonum con- an t es d e D escar t es: l a f u l gu r aci ó n d el esp ír i t u , ser á n ecesar i o
vertuntur, exp r esi ó n l a m ás t íp i ca d e l a i d en t i d ad r ad i cal en t r e b u scar el val o r , d el q u e n o p u ed e p r esci n d i r el h om b r e, en u n
ser y val o r , af i r m ad a p o r p r i m er a vez, y t an r ad i an t em en t e, en A p r i o r i f o r m al o m at er i al , q u e est o i m p o r t a poco, p er o en t od o
l a I d ea p l at ó n i ca d el Bi en . caso n o en el en t e m i sm o, d el q u e i r r ad i a, segú n n os d i ce
D e est a con ver si ó n r ad i cal n o se t u vo l a m en o r d u d a, en l a f i ­ Pl at ó n , com o su p r oyecci ón m ás esp l en d en t e (t pavÓTavov).
l o so f ía occi d en t al , h ast a q u e, p o r o b r a de l a ci en ci a m o d er n a y T o d o est e p r o l i j o d i scu r so o excu r so er a n ecesar i o h acer , p or
d e l a f i l o so f ía car t esi an a, exp r esi ó n a su vez d e aq u el l a ci en ci a, el en t e y sus t r ascen d en t al es, p ar a ex p l i ci t ar , p or su p r oyecci ón
t i en e l u gar l o q u e, en o t r o t r ab aj o , m e p er m i t í l l am ar l a d ev a­ en l a h i st o r i a d e l a f i l o so f ía, l o q u e t an con ci sam en t e n os d i ce
l u aci ó n d el en t e.19 E l en t e se d ev al ú a, en efect o, en el sen t i d o m ás Pl at ó n , t al y com o si se t r at ar a d e u n a r evel aci ó n an t es q u e de
p r o p i o y r i gu r oso d el t ér m i n o , cu an d o se l e d esp o j a d el v al o r , de u n a d em ost r aci ón , sobr e l a I d ea d el Bi en .
t od o v al o r i n cl u si ve; l o cu al o cu r r i ó así, m u y p u n t u al m en t e, cu an ­ M an t en i én d o n o s aú n d en t r o d e est e co n t ext o , p ar em os m i en ­
d o se vi o r ed u ci d o el en t e a l a co n d i ci ó n d e cosa ext en sa, con t es, p or ser el d at o i n m ed i at am en t e evi d en t e, en q u e d e l os t res
ar r egl o a l a co n o ci d a an t ít esi s car t esi an a en t r e l a res cogitans t r ascen d en t al es d el en t e: unum , veruni, bonum, es est e ú l t i m o,
y l a res extensa, u n a y o t r a, ad em ás, si n com u n i caci ó n p osi b l e. el b i en , el q u e, en l a est i m at i va p l at ó n i ca, t i en e u n r an go d eci ­
En ad el an t e segu i r án cad a cu al su p r o p i a t r ayect or i a, y su m i s­ d i d am en t e su p er i o r sob r e l os ot r os dos, aq u í p o r l o m en os, en
t er i osa con ver gen ci a, en l os act os h u m an o s p r i n ci p al m en t e, n o l a República. D el unum n o se t r at a ah o r a, p er o n o p o r q u e Pl a­
p o d r á exp l i car se com o n o sea r ecu r r i en d o a h i p ó t esi s t an p er e­ t ón l o d esest i m e, y a q u e se o cu p ar á de él , y d e m an er a ex cl u ­
gr i n as, p er o t an n ecesar i as, com o l a ar m o n ía p r est ab l eci d a. Pu es si va, en el Parménides, cu yo t em a p r o m i n en t e es el d e l as r el a­
si en el h om b r e, d en t r o d e él , se con su m ó a t al p u n t o el d i ­ ci on es en t r e l o u n o y l o m ú l t i p l e, u n o d e los gr an d es t em as d e
vo r ci o en t r e p en sam i en t o y ext en si ón , y a se d ej a en t en d er cóm o l a f i l o so f ía h el én i ca d esde l os p r esocr át i cos. E l vertim, en cam ­
h ab r á si d o en el r est o, en l a r eal i d ad ext r ah u m an a. b i o , est á b i en ex p l íci t o en u n o d e l os t ext os an t es t r an scr i t os,
Q u e l a n u ev a ci en ci a, l a f ísi ca m at em át i ca, n o v i er a en el aq u él en q u e se d i ce q u e: ‘ ‘L o q u e co m u n i ca l a verdad a los
m u n d o, y en el u n i ver so , o t r a cosa q u e ext en si ó n y m o v i m i en ­ ob jet os de co n o ci m i en t o, y al su j et o cogn oscen t e l a f acu l t ad de
t o, est ab a m u y en r azón , p ar a el solo f i n d e f u n d ar l a l egal i d ad con ocer , es l a i d ea d el b i en , a l a cu al d eb es r ep r esen t ar t e com o
d e u n sab er d e d o m i n i o sob r e l a n at u r al eza, y est e sab er , cau sa d e l a ci en ci a y d e l a ver d ad .” - 1 T o m an d o l as p al ab r as con
ad em ás, er a u n a co n q u i st a i n cu est i o n ab l em en t e l egít i m a d el es­ m u ch o r i go r , n o ser ía p r eci sam en t e el verum entis, si n o el ve-
p ír i t u h u m an o . L o m al o est u vo en q u e l a f i l o so f ía, q u e d eb i ó rurn boni; p er o com o, p or o t r a p ar t e, Pl at ó n r ed u ce el b i en al
m an t en er su so b er an ía, acep t ar a, p o r el co n t r ar i o , con ver t i r se en t e, cu an d o d ecl ar a ser su p ar t e m ás b r i l l an t e, p u ed e sost en er se
en ancilla scientiarum, d esp u és d e h ab er si d o ancilla theologiae;
q u e acep t ar a, es d eci r , l a cosm ovi si ón p r o p i a d e l a f ísi ca rnat e- 20 Lavel l e, T r a it e d e s v a le u r s, Par ís, 1951, vol . I , p. 30a: L ’é tr e n ’est
etr a n g er á la v a le u r q u e si o n l’id e n t ijie a u n e c h o s e ; c'est-á-d ire si o n le
18 EN , 6, 1096 a: xáyaQóv XmiyCnr Xé jk t w . t i ;) o v a. m o r tifie.
i ® Góm ez Robl ed o, “ Ser y Val o r ” , D iá n o ia , 1958. 21 503 e: al x íav S’éjt icmi uT]? o ü aav x a! áf.r )0EÍ as.
172 L A ID EA D EL BIEN
LA ID EA D E L BIE N 17?.
q u e t en em os, aq u í t am b i én , el verum com o t r ascen d en t al d el can el A b so l u t o n o p ar a co n t em p l ar l o en u n a esp ecu l aci ón i n er ­
en t e. T r át ase, ad em ás, n o d e l a v er d ad com o est ad o p si col ógi co t e, si n o p ar a u n i r se con él o an egar se en él , y p o r est o p on en el
d el en t en d i m i en t o h u m an o ( a d aequ a tio reí et in lellcclu s hu
én fasi s n o en el sum m um ens, au n q u e desd e l u ego l o con ci b en
m an i), si n o d e l a v er d ad o n t o l ó gi ca o t r ascen d en t al (a d a equ a tio así, si n o en el sum m um bon u m , ya q u e es el b i en , y n o el en t e, el
reí et intellectus divini), y a q u e cl ar am en t e d i ce Pl at ó n q u e es l a t ér m i n o f o r m al d e t o d a t en d en ci a ap et i t i v a, d el am or , p o r l o
I d ea d el B i en , y n o el su j et o cogn oscen t e, l a q u e co m u n i ca o
t an t o, y p o r excel en ci a.
d i sp en sa l a ver d ad a l os ob jet o s d e co n o ci m i en t o,22 en f u n ci ó n
En segu n d o l u gar , p ar ece i gu al m en t e q u e cu an d o q u i er a q u e
si n d u d a —n o h ay ot r o m od o d e en t en d er l o —, d e l a co n f o r m i d ad
se t r at a n o t an t o d e ex p l i ci t ar el Pr i m er Pr i n ci p i o en sí m i sm o,
o ad ecu aci ón d e est os o b j et o s con aq u el l a I d ea. L a m et áf o r a
cu an t o d e m o st r ar aq u el l a f ecu n d i d ad u n i ver sal q u e d e él i r r ad i a,
so l ar es, u n a vez m ás, d e gr an ayu d a. D el m i sm o m o d o , en efec­
y p o r l a cu al ú n i cam en t e p u ed e r esu l t ar ex p l i cab l e t od o l o d e­
t o, q u e es el sol q u i en d i sp en sa l a l u z, y p o r ést a, y n o p or
m ás, en t al caso, d eci m os, es l a con si d er aci ón d el Bi en , an t es q u e
n u est r os ojos, son v i si b l es l as cosas físi cas, así t am b i én es l a d el en t e, l a q u e p u ed e d ar r azón d e est a co m u n i caci ó n ad
el Bi en , y n o el “ o j o d el al m a” q u e es n u est r o en t en d i m i en t o , el extra, com o si d i j ér am o s, d el Pr i m er Pr i n ci p i o . E l en t e, en efect o,
d i sp en sad or (t 6 t rapé/ ov) d e l a ci en ci a y l a ver d ad .
n o d i ce p o r sí m i sm o si n o l a con si st en ci a p u r a, en sí o en ot r o,
D e l os t res t r ascen d en t al es, si n em b ar go, es el bonum el q u e, segú n se t r at e d e l a su st an ci a o d el acci d en t e, p er o en t odo caso
en l a f i l o so f ía p l at ó n i ca, cam p ea d eci d i d am en t e sob r e l o s ot r os al go r ep l egad o en sí m i sm o ( xaü ’aú v ó ) , h er m ét i co y “ si n v en t a­
dos, y m ás aú n , p o r l o q u e p u ed e ver se, sob r e el en t e m i sm o. n as” . En el b i en , en cam b i o, h ay l a n ecesi d ad d e sal i r d e sí m i s­
Co m o Pl at ó n n o d a d e est o n i n gu n a r azón , si n o q u e se l i m i t a a m o, d e d i f u n d i r se o ef u n d i r se él m i sm o, segú n l o d i j o i n su p er a­
p o st u l ar cat egór i cam en t e est a su p r em acía, es i n ú t i l ¿o n o m ás b l em en t e el Pseu d o d i o n i si o : B on u m est, diffusivum sui. Po r al go
b i en r i d ícu l o ? q u e n os em p eñ em os en i n t er p r et ar l o o co m p l et ar ­ n o r ecal ca Pl at ó n , al r ef er i r se a l a I d ea d el Bi en , est e xaO’odixó
l o ; y l o ú n i co q u e p od em os h acer , en u n a exégesi s co n gr u en t e y q u e i n v ar i ab l em en t e p r ed i ca d e l as d em ás I d eas; p o r q u e al con ­
con sen t i d o, es d esen t en d em os d e t od o ar gu m en t o en p r o o en t r ar i o de ést as, n o es aq u él l a u n a u n i d ad i n m ó v i l , cen t r ad a t od a
con t r a, p ar a m o st r ar si m p l em en t e el esp ír i t u q u e i n f o r m a u n a el l a en su so l ed ad p ar ad i gm át i ca, si n o q u e es l a f u en t e d e en er ­
cosm ovi si ón n o sub sp ecie entis, si n o sub sp ecie boni. gía q u e a t od as el l as l as co n st i t u ye en su ser i d eal , y m ás al l á d e
D e cu al q u i er m od o q u e n os l o r ep r esen t em os, p ar ece q u e n o el l as y p o r su m ed i aci ó n , con st i t u ye t am b i én al m u n d o d e l os
es p osi b l e el i m i n ar el t em p er am en t o p er so n al d el su j et o cosm o- fen óm en os.
vi d en t e, segú n q u e ést e sea u n co n t em p l ad o r d esi n t er esad o, u n N o p u ed e ci er t am en t e est a I d ea d e l as I d eas, co n ceb i d a ge­
“ esp ecu l at i vo ” en el m ás p r o p i o sen t i d o d el t ér m i n o (speculurn) , n i al m en t e p o r Pl at ó n b aj o l a r azón d e Bi en , ser n ada más q u e
o, p o r el co n t r ar i o , u n o q u e con t em p l a, com o d ecía San I gn aci o u n p ar ad i gm a d e p ar ad i gm as, ya q u e d e el l a r eci b e t od o l o d em ás
d e L o y o l a, “ p ar a al can zar am o r ” . D e est os ú l t i m o s, si n l a m en o r en ab so l u t o, segú n l os t ext os q u e h em os vi st o, su exi st en ci a y su
d u d a, f u e Pl at ó n , en cu yo ji en sam i en t o y en cu ya o b r a t i en e el esen ci a: t ó elvou x aí T) oúcría. Y si el Bi en m i sm o, p o r su p ar t e, n o
Er o s u n p ap el t an d eci si vo. L o f u e t am b i én San Ju a n el ev an ge­ es u n a esen ci a (oiix oucríac; ov-roc; -roC áyaO oO ), es si m p l em en t e
l i st a, el d i scíp u l o “ a q u i en Jesú s am ab a” , y q u e, r eb o san t e d e en r azón d e q u e p o r est e t ér m i n o d e “ esen ci a” (ovala) m en t am os
am or él m i sm o, osó d eci r d e D i o s est o si m p l em en t e: “ D i o s es h ab i t u al m en t e al go ya co n f i gu r ad o y con cr et o, así sea d el or d en
am o r ” .23 Si p u ed o co n si gn ar aq u í h u m i l d em en t e m i ex p er i en ci a i n t el i gi b l e, y n o p u ed e, p or t an t o, ap l i car se, p or l o m en os en sen ­
p er son al , yo h e t en i d o si em p r e u n a r em i n i scen ci a d e l os t ext os t i d o u n ívo co , a aq u el l o q u e es o r i gen y cau sa d e t od as l as esen ­
p l at ón i cos cu an d o l eo l os j o án i co s, y vi cever sa; a t al p u n t o m e ci as p osi b l es, y q u e, p o r l o m i sm o, n o est á co ar t ad o , com o sí l o
p ar ece q u e l a I d ea d el Bi en , con su f ecu n d i d ad i n f i n i t a, es el est án el l as, p o r t al o cu al d et er m i n aci ó n ó n t i ca o i n t el i gi b l e. Po r
m i sm o A m o r d e q u e h ab l a Ju a n . Est os h om b r es, en su m a, b u s­ est o n ad a m ás n o es el Bi en u n a esen ci a, y n o p o r q u e sea u n a
ab st r acci ó n i n d ef i n i d a o u n r esi d u o i n el i m i n ab l e d e i n i n t el i g i ­
22 Jb id .: t t )V riÁí]Oüiav irayó/ov roíg YiyvcoaJcouEvoi;. b i l i d ad , com o l a m at er i a p r i m a, y a q u e n o es el B i en d e n i n gú n
23 E p ts t. i, 4 , 8 : ó 0EÓg (iyícxT) éatiV m od o i n f er i o r a l a esen ci a, si n o q u e, p o r el co n t r ar i o , est á p or
174 L A IDEA D E L BIEN L A IDEA D E L BIEN 175

en ci m a de el l a y l a so b r ep asa en m aj est ad y p o d er ( Ér axava -rijg efect o, n o en sí m i sm a, p er o sí en sus p r od u ct os, con si d er a f o r ­


0ÍKTWX5 upso-pría x al Su v áp a ójt Epsxo^ os) • m al m en t e Pl at ó n 25 l o q u e en segu i d a exp o n e su Sócr at es sobr e
U n a t r em en d a en er gía p r o p i am en t e i n f i n i t a, d eb e pu es, al b er ­ l os o b j et o s y l as fases d el co n o ci m i en t o en am b as r egi o n es: en l a
gar se en l a I d ea d el Bi en , com o p ar a com u n i car a t od o el u n i ­ i l u m i n ad a p o r el sol y en l a o t r a q u e señ or ea el Bi en . Po r ú l t i m o ,
ver so su ser y su exi st i r . Cu an d o Pl at ó n , en el Sofista, n os h ab l e p o n e r em at e a t od o el l o con u n o d e sus gr an d es m i t os, q u e son
T í e T sc r üTT su ¿tusol Lila. p íci i i i u íJ- « rá -e p ^ siem pre o casi si em p r e; y aq u í si n d u d a al gu n a, el r o p aj e si m ­
l e son con com i t an t es el m o vi m i en t o , l a vi d a, el al m a y el p en sa­ b ó l i co d e u n a co n vi cci ón r aci o n al . V eám o sl o segu i d am en t e.
m i en t o, y q u e n o es p o si b l e co n ceb i r l o com o si f u er a l a est at u a
d e u n d i os, “ au gu st o y san t o, p r i v ad o d e i n t el ect o y f i j o en su
i n m o v i l i d ad ” .21 T o d o est o, n o h ay d u d a, vi en e l ar go t i em p o d es­
pu és, y a su t i em p o t am b i én , es d eci r al n u est r o, l o p o n d er ar e­
m os d eb i d am en t e; p er o t od o el l o, segú n m i m ás si n cer a con vi c­
ci ón , est á desde ah o r a, i m p l íci t o y com p l íci t o , en l a I d ea d el
Bi en .
Si ah o r a an t i ci p am o s al go d e l o q u e ven d r á m ás t ar d e, es p o r ­
q u e así h ay q u e p r oced er con u n escr i t or com o Pl at ó n , d on d e l o
an t er i o r se escl ar ece p or l o p o st er i or , o vi cever sa, y n os o b l i ga así
a co o r d i n ar , cu an d o q u i er a q u e se p r esen t e l a ocasi ón , t ext os
d i sp er sos. Es el caso, se d i r á, d e cu al q u i er o t r o escr i t or , cosa q u e
n o n egam os; p er o Pl at ó n , ad em ás, y sob r e t od o cu an d o t r at a d e
exp r esar l o q u e p r o p i am en t e es i n ef ab l e, h ab l a en t ér m i n os m ás
o m en os en i gm át i cos, y n o p o r ar t i f i ci o est i l íst i co, si n o p or est ar
en sí m i sm o ci r cu n d ad o d e m i st er i o l o q u e q u i er e d eci r . D e aq u í
l a n ecesi d ad , con r efer en ci a a él sob r e t od o, d e h u r gar aq u í y
al l á, au n q u e t en i en d o si em p r e gr an cu i d ad o d e n o t om ar com o
ex p l íci t o l o q u e en u n l u gar p u ed e ap en as est ar i m p l íci t o , y n o
em p eñ ar n os en q u e n os d i ga d esd e ah o r a l o q u e sól o n os d i r á
d espu és, a veces m u ch o d esp u és. Po r al go d en u n ci am o s d esd e el
p r i n ci p i o , y si gu i en d o en est o a l a gen er al i d ad d e l os i n t ér p r et es
m od er n os, el er r o r f u n d am en t al en q u e cayó Sch l ei er m ach er , al
i m agi n ar se q u e Pl at ó n , f r i san t e ap en as en l os t r ei n t a añ os, est a­
b a ya en p er fect a p osesi ón d e u n si st em a f i l osó f i co , cu an d o, p or el
con t r ar i o , se t r at a d e u n f i l ó so f o esen ci al m en t e asi st em át i co, y
q u e ad em ás, si n m en gu a al gu n a d e su gen i o p o r est o, f u e d esen ­
vo l vi en d o l en t am en t e su p en sam i en t o, t an l en t am en t e q u e al gu ­
n as o m u ch as d e sus m ás p r o f u n d as i n t u i ci o n es n o acab a d e escl a­
r ecer l as p or com p l et o si n o en el p er ío d o d e su vejez.
Po r el m om en t o, si n em b ar go, n o an t i ci p em o s m ás, si n o l i m i ­
t ém on os a co n t i n u ar ex p l i ci t an d o l a I d ea d el Bi en , t al y com o
se n os d a en l a República. Co m o exp l i ci t aci o n es d e el l a, en

24 S o f. 248 c. 25 5<>9 c.
LA L ÍN E A Y LA CAVERNA 177
p or l o m en os, si n o si em p r e p ar a n osot r os. Po r t od o est o, en
su m a, se ex p r esa con t od o aci er t o N et t l esl i i p , en su com en t ar i o
a l a República, al d eci r q u e l a l ín ea es en r eal i d ad u n a escal a, y
VII. LA LÍNEA Y LA CAVERNA
u n a escal a d e l u m i n o si d ad .2
Yen d o , pu es, d e i zq u i er d a a d er ech a d e l a l ín ea, o d e ab aj o
Recu r r i en d o a u n sím i l q u e n o t i en e est a vez n ad a d e esp l en d o­ h aci a ar r i b a, t en em os q u e, en el segm en t o d e l as cosas vi si b l es,
r oso, si n o q u e es d e si m p l e geo m et r ía l i n eal , n os i n v i t a el Só ­ l a p r i m er a su b d i vi si ó n r ep r esen t a l as som b r as d e l os o b jet os r ea­
cr at es d el d i ál o go a r ep r esen t ar n os am b os m u n d os, el v i si b l e y les, y en gen er al t od as l as var i ed ad es q u e d a l a luz al p r oyect ar se
el i n t el i gi b l e, en u n a l ín ea r ect a co n t i n u a, p er o d i v i d i d a en dos en el l os y en cu al q u i er m ed i o, com o l o son , segú n el t ext o, l as
segm en t os, así: i m ágen es r ef l ej ad as en el agu a o sob r e su p er f i ci es l i sas y t er sas,
cap aces d e r eci b i r de al gú n m od o, t od a l a var i ed ad d e r ef l ej o s.
A y B
L a segu n d a su b d i vi si ó n , a su vez, ab ar ca t odas l as cosas r eal es, ya
sean d e l a n at u r al eza, ya d el ar t e y de l a t écn i ca, es d eci r el
Cad a u n o d e est os segm en t os se su b d i v i d e a su vez en ot r os m u n d o veget al y an i m al q u e n os r o d ea y t odos l os ob jet os f ab r i ­
dos, d e est e m od o: cad os p or el h om b r e. Bi en cl ar o est á, p or t an t o, q u e p or el h ech o
d e ser l os o b j et o s d e l a p r i m er a secci ón si m p l es r ef l ej o s de l os d e
A 1 ./ A 2 / B 1 / B 2 l a segu n d a, t od o el segm en t o d e lo vi si b l e se r efi er e, en r eal i ­
d ad , a l os m i sm os ob jet os, sól o q u e en d i st i n t o gr ad o d e con si s­
t en ci a o cl ar i d ad .
A n t es d e p asar ad el an t e, ad ver t i r em os q u e p o r co m o d i d ad de
Pasem os al segm en t o de l o i n t el i gi b l e, cu ya d i vi si ó n t en d r á q u e
exp o si ci ó n , y p or n o cr eer , ad em ás, q u e l a cu est i ón t en ga m ayo r
h acer se i gu al m en t e con ar r egl o a l os gr ad os d e o scu r i d ad o
i m p o r t an ci a d esd e el p u n t o de vi st a f i l osó f i co , l i em os d el i n ead o
cl ar i d ad d e sus o b j et o s; sól o q u e est as exp r esi o n es n o son aq u í d e
p o r ah o r a t an t o l os segm en t os p r i n ci p al es com o los secu n d ar i os
t an fác i l i n t el ecci ó n com o en l a r egi ó n d e l o vi si b l e, pues se t r a­
con i gu al ext en si ó n en t r e sí. Pl at ó n , n o ob st an t e, d i ce, p or lo
t a d e o t r a l u z, o n t o l ó gi ca est a vez, es d eci r , d el ser m i sm o. Por
m en os en el t ext o segu i d o p o r l a m ayo r ía, q u e son d esi gu al es;
est o se cu i d a Pl at ó n d e p r eci sar con t odo r i go r su p en sam i en t o,
p er o com o n o p r eci sa a cu ál es d eb er ía at r i b u i r se u n a ext en si ón
u n a vez q u e h a p asad o d e l a l i t er al i d ad a l a m et áf o r a, y así n os
m ayor , y a cu ál es u n a m en or , se h a t r ab ad o sob r e est o, en t r e los
d i ce q u e, en l a p r i m er a secci ón d e l o i n t el i gi b l e, el en t en d i ­
scholars, u n a co m p l i cad a d i scu si ón , d e l a q u e d i r em os al go a su
m i en t o se si r ve, com o d e i m ágen es, d e aq u el l o m i sm o qu e, en
t i em p o, p er o qu e, p o r el m om en t o, p r efer i m o s o m i t i r , en gr aci a
l a segu n d a secci ón d e l o sen si b l e, er a l a ver d ad er a r eal i d ad ,
a l a cl ar i d ad ex p o si t i v a d el sím i l en sus r asgos f u n d am en t al es.
y q u e l o h ace así con el d esi gn i o d e ap oyar se en esas i m ágen es
A si m i sm o cr eem os co n ven i en t e d eci r q u e si b i en h em os t r azad o
o "h i p ó t esi s” (es d eci r "p o si ci o n es d e b ase” ) p ar a el evar se a
u n a l ín ea h or i zo n t al , i gu al m en t e p o r com od i d ad ex p o si t i v a y
n oci on es q u e son ya d el or d en i n t el i gi b l e, p er o qu e, al n o p od er
com o su el en h acer l o l a m ayo r ía d e l os i n t ér p r et es, en r eal i d ad
d esl i gar se d el t od o d el d at o sen si b l e, n o con st i t u yen u n p r i n ­
se t r at a d e u n a l ín ea ver t i cal , ya q u e p o r el l a se r ep r esen t a el
ci p i ó q u e p u ed a en ver d ad l l am ar se “ an h i p o t ét i co ” , est o es,
ascen so d e u n o al ot r o m u n d o : d el sen si b l e al i n t el i gi b l e, con
el ascen so con co m i t an t e d el al m a al p asar d e u n o a ot r o t i p o de d esl i gad o d e t od a b ase sen sor i al .
con oci m i en t o en f u n ci ó n de l os ob jet o s cor r el at i vos. Pl at ó n , en E l t i p o d e co n o ci m i en t o q u e t i en e aq u í Pl at ó n en m en t e —y
efect o, p u n t u al i z a con t od a p r eci si ó n q u e l os cor t es en t r e los l o d i ce así con t od a cl ar i d ad —, es el con oci m i en t o m at em át i co,
d i ver sos segm en t os y su b segm en t os se h acen en r azón d e los gr a­ y m ás con cr et am en t e aú n , l a geom et r ía. L o s geóm et r as, en efect o,
dos de cl ar i d ad o de o scu r i d ad r el at i vas d e los o b j et o s,1 y ap en as t i en en q u e p ar t i r , com o de “ h i p ó t esi s” , de f i gu r as vi si b l es d ad as
es n ecesar i o d eci r , d esp u és de t od o l o q u e ya sab em os, q u e l a en l a i n t u i ci ó n sen sor i al , y au n cu an d o sus “ t esi s” ya n o son
m ayo r cl ar i d ad r esi d e en l os o b j et o s i n t el i gi b l es, en si m i sm os 2 Ri ch ar d Lew i s Nci t l csh i p , L ec tu re s on ( h e R e p u b lic o f P la to , Lon dr es,
1 5°9 d: «a((r)vtí<í xa! árrucpeta ap ó ; íí/.Crpa.. . >»sr„ p - 239.

f 176 ]
178 LA LÍN E A Y LA CAVERNA LA LÍN EA Y I.A CAVERNA 179

sobre ellas, sino sobre el "cuadrado en sí” o la “diagonal en Antes de explicarlo más, tracemos de nuevo nuestra línea,
sí”, que no pueden ya aprehenderse sino por el pensamiento, una vez que conocemos ya el contenido de cada sección, en la
queda, empero, el hecho irrecusable de que al final, después forma que lo hace James Adam en su comentario a la R e
de la demostración, son las mismas hipótesis o premisas las que pública:*
pasan a ser principios, y por más que éstos sean formalmente
del orden inteligible. ópaxá (Socjao-rá) voxyrá
Manifiéstase aquí, como en uno de sus lugares principales, !• vorivá inferiores |vor)xá superiores
el alto aprecio en que Platón tuvo siempre a las matemáticas,
A' A- B1 B-
y la razón profunda de que en el pórtico de la Academia, según
reza la leyenda, estuviera grabada esta inscripción: “No entre
Por más que lo representemos todo lo gráficamente que po
aquí nadie que no sepa geometría”. Se n on c vero, é ben tró
damos, somos bien conscientes de las muchas dificultades herme
v alo . . . Al contrario de las ciencias de la naturaleza, que son
néuticas que ofrece la Línea platónica, en sus dos últimas sec
meramente descriptivas o que, en todo caso, no llegan más allá
de comprobar la regularidad de los fenómenos, las matemáticas, ciones sobre todo. Vamos a ver si podemos aclararlas, en parte
por el contrario, nos introducen directamente en el reino de por lo menos, a la luz de lo que Platón denomina las cuatro
lo inteligible, nos familiarizan con él, y constituyen, por ello, la operaciones del espíritu o estados del alma (uctOriuaxa áv t t ¡
mejor propedéutica filosófica. El conocimiento matemático no ^UXÍ)). y que se corresponden respectivamente con cada una de
es, de acuerdo con este modo de pensar, una opinión, sino que
es, con todo rigor, conocimiento científico. Su objeto, sin em 4 Como se ve, dejamos con la misma extensión las cuatro secciones, y
bargo, los objetos matemáticos, por no poderse desprender del esto por varias razones. La primera, por no ser claro el texto, ya que
donde unos leen avara. otros, en cambio, áv'íoa- Desde la antigüedad dura
todo de la representación sensible, no son aún ideas puras, la discusión, y no parece, por todo lo que se ve, que haya de acabarse
sino que constituyen apenas la sección inferior del dominio del pronto. La segunda, porque aún leyendo avioa Tp/nuaxa, no sabemos, pues
pensamiento puro. Platón no lo dice, a qué segmentos o secciones habrá que dar la mayor
Es apenas en la última sección, la superior de lo inteligible, longitud, y a cuáles la menor. Sobre esto también se ha especulado de lo
cuando el entendimiento, aunque partiendo siempre de hipóte lindo, y ya Plutarco consideraba la cuestión como una de las típicas
^TiTijliaxa JiXaxamxá. Para no hablar sino de los modernos, a Léon Robin,
sis, puede liberarse de ellas por completo, pues se sirve de ellas por ejemplo, le parece evidente que, toda vez que de un solo modelo puede
como de trampolines para lanzarse, de una Idea en otra, hasta haber infinidad de copias, el segmento de los ópaxá tendrá que ser más
el principio universal y anhipotético.3 Otro tanto, p arí passu, largo que el de los voqxá- De nuestra parte, humildemente, nos permiti­
en la marcha inversa, es decir descendente del supremo prin remos observar que así ha de ser, a condición de que todos los votjxá ten­
gan de algún modo su copia en los opaTÚ, pero no en el caso contrario,
cipio a sus conclusiones, las cuales estarán así fundadas, esta
en la hipótesis, es decir, de que todavía fuese mayor el número de los
vez, no en observaciones empíricas, sino en conexiones de esen paradigmas, de los imitados y de los no imitados, que el de de las múl­
cia. T al vendría a ser, y así se cerraría, el movimiento circula tiples imitaciones de los primeros. Ahora bien, ¿quién podría decidir este
torio entre lo sensible y lo inteligible. La imagen, esta última, punto, sobre todo cuando se radican las Ideas en Dios, cuya esencia es
no es ya de Platón, pero la creo justa. Del supremo principio, infinit ament e imitable? (¿uis enim consiliarius eius fuit ? Oponiéndose a
Robin, sostiene Adam, por su parte, que no han de tenerse en cuenta los
una vez percibido, o lo que es lo mismo, de la Idea del Bien,
objetos de cada sección por su posible cantidad, sino simplemente su res­
vendría la sangre nueva que alcanza a purificar hasta los más pectiva oscuridad o claridad, por ser lo único que Platón dice; y que, sien­
humildes datos sensoriales, y de turbios que antes eran, los do así, el segmento de lo inteligible, por ser el de mayor claridad, debe
deja limpios y claros, al descender hasta ellos la luz que viene ser, consecuentemente, el de mayor extensión. De nuestra parte también, y
de lo más alto de la escala. por más que esta interpretación parezca apegarse más al texto, nos pregun­
tamos si podrá cuantificarse, así no más, lo que es tan supremamente cua­
lit ativo como esta aatprjveta o áaátpeia, del orden estrictamente ontológico.
3 511 b: otov éitifláaEi; te '/.ai óouá;, iva pé-¿<jt t ou cívlotoOéxod ¿ai Tf|v ¡Cómo hablan los eruditos en los silencios de Platón, en lugar de ahondar
t oottavxó; á(?zñ'v Uóv. en lo que para todos dice y que más importa!
180 LA LÍN E A Y L A CAVERNA
LA LÍNEA Y LA CAVERNA 181
las cuatro secciones de la línea. Ésta, en efecto, representa
tamo la Escala del Ser como la Escala del Conocimiento, por los cautivos del antro no contemplan sino sombras que toman
lo que una cosa podrá entenderse por la otra, o en el peor de por realidades, resulta, en conclusión, que el conocimiento um
los casos, integrarse las aporías. brátil, la “conjetura”, es el estado general (xoivóv -rcáB'Opa) de la
Lo más cierto y lo más claro, para empezar por esto, es masa humana.
que, desde el punto de vista del conocimiento, las dos primeras El segundo estado es la itLcmg, término que suele traducirse
secciones constituyen el dominio de la opinión (8ó?a), y las ya por “creencia” o “fe”, y es lo más aceptado, o ya también
dos últimas, a su vez, el de la ciencia (ámo'-rfiii/r]), o sea del sa por “convicción”. Cualquiera que sea su traducción, es, en
ber o conocimiento en el sentido más propio del término. En todo caso, la percepción inmediata de la realidad visible y con
términos más modernos, oriundos de la filosofía kantiana, po creta. No le niega Platón la eficacia o veracidad que pueda
dríamos hablar de conocimiento asertórico y conocimiento ajxj- tener, como que resulta de la presencia “en persona” del ob
díctico. Platón, sin embargo, no se contenta ahora con la acos jeto de conocimiento, y nada está tan lejos de su filosofía como
tumbrada caracterización general de uno y otro tipo de cono el berkeleyano esse est percipi. No obstante, pertenece aún a
cimiento, sino que a cada una de las cuatro secciones le asigna la “opinión” este tipo de saber, toda vez que, por estar esa
el suyo, con la siguiente nomenclatura. clase de objetos sometidos en todo al devenir, de nada pode
Al conocimiento correspondiente a la primera sección de lo mos predicar nada con certeza mientras no percibamos, ya
sensible, a las “imágenes”, lo llama Platón d x a a ía , término que, no con los sentidos sino con la mente, la forma inteligible, única
a falta de otro mejor, traduciremos por “conjetura”.56 Su cam que puede introducir cierta fijeza en el mundo del devenir y
po de aplicación es, en realidad, mucho más amplio del que fundar un saber más genuino.
Pasando al segmento de lo inteligible, tenemos para los ob
Platón le asigna en estos lugares, al hablar de sombras o refle
jos, pues se extiende en general a todo aquello de que tenemos jetos de su primera sección, la inferior, la Siávota, cuya traduc
ción más fiel nos parece ser la de "conocimiento discursivo”. No
un conocimiento incierto, dubitativo, o simplemente de se
se trata, en efecto, de la intuición intelectual inmediata: vo-O-,
gunda mano o por “reflexión” de la realidad verdadera. “Con
sino del proceso gnoseológico que va “a través” (Siá-voeílv) de
jetura”, y no otra cosa, es para Platón, por ejemplo, la preten
dida ciencia del jurista práctico, pero esto nada más, que litiga sucesivas demostraciones.7
A propósito de la Siávoia, se nos plantea igualmente el pro
en los tribunales “sobre las sombras de lo justo o sobre las
blema muy interesante de saber cuál pueda ser, en la concepción
imágenes proyectadas por estas sombras”,0 y que, por no haber
platónica, el campo de su aplicación. Platón no habla, como
contemplado nunca lo "justo en sí”, toma por esto mismo lo
hemos visto, sino de entidades matemáticas, y expresamente
que no es sino su sombra: la ley positiva, o peor aún, el caso
menciona sólo la aritmética y la geometría; pero la mayoría
particular, que no es sino imagen o sombra de sombras. Todo
de los intérpretes son de opinión que al lado de ellas habría
esto lo dice Platón muy poco después, al pasar de la Línea
que poner también a las otras ciencias en que interviene el
a la Caverna; y como este mito es, según su propia declara
dibujo o simplemente el cálculo, como lo serían, limitándonos
ción, una imagen de la condición humana en general, y como
a las ciencias conocidas en la época de Platón, la música, la
astronomía y la estereométria. En opinión de otros, sin embar
go, Nettlesliip a la cabeza,8 la Siávoia sería el hábito mental
5 En griego no hay problema, ya que la percepción de imágenes: eíxóve;. del hombre cíe ciencia, con la generalidad y del modo que hoy
no puede llamarse sino dv.uoía. En castellano, empero, no nos parece po­
sible traducir eíxaoía por “ imaginación", como lo hacen muchos, por ser
ésta, a lo que nos parece, la representación interior de un objeto ausente, i Sin desconocer, claro está, que puede también significarse con Sióvoia
en ese momento, de la percepción sensorial; ahora bien, la elxaoía plató­ hasta las más altas operaciones del espíritu, como lo hace, por ejemplo,
nica es precisamente esta percepción, sólo que de sombras o reflejos de los Aristóteles, al llamar SiawriTixal agt xaí a todas las virtudes intelectuales
objetos reales. en general.
6 Rf p- 517 Jt£(?l Toiv t o ü Stxaíou oxitüv fj áyai.pát orv 5>v al oxiaí. s Nettleship, Lect ures on Plat o’s Republic, cap. xt: “ Th e four stages of
182 LA LÍN EA Y LA CAVF.RNA LA L ÍN E A Y LA CAVERNA 183

lo entendemos.9 En toda ciencia, en efecto, y no sólo en las mate tro de la cual deben articularse entre si las partes del todo, con
máticas," leñemos que elevarnos sobre los datos sensibles para las relaciones de subordinación y preeminencia entre los dis
alcanzar de algún modo una conexión inteligible, como lo son tintos aspectos con que se nos muestra el ser en general. Sólo
las leyes científicas modernas que desplazaron a las “formas entonces se habrán superado las hipótesis, y sólo de este modo
sustanciales’’ de la antigua ciencia.30 tendremos un conocimiento acabado, y no únicamente del todo,
En apoyo de esta extensión de la Siávota a todo el campo de sino de cada una de sus partes, al ubicarlas en su dependencia
la ciencia, estaría la circunstancia, varias veces recalcada por con respecto al supremo principio incondicional: ávuTtóOerog
Platón, de que, si no lo interpretamos mal, lo más significa «PX'Ó-
tivo del conocimiento dianoético no son tanto los objetos a que Ésta es, en suma, la deficiencia radical del conocimiento
se aplica, cuanto el hecho de servirse uno de hipótesis que, dianoético, medianero 11 entre el conocimiento meramente em
mientras nos mantengamos en esta fase del conocimiento, nun pírico, correspondiente al segmento de lo visible, y el cono
ca pueden superarse del todo; y es éste el momento de hacer cimiento noético de lo inteligible superior, cjue sería, a su vez,
ver la profunda diferencia que hay entre la “hipótesis’’ pla el conocimiento filosófico. Por esto, según creemos, ha podido
tónica y la que, con el mismo nombre, es uno de los instru equipararse al primero con la ciencia en general, medianera
mentos habituales de la ciencia moderna. Para nosotros, en efec entre el empirismo puro y la filosofía.
to, la hipótesis es un simple método de trabajo, y consiste en A esta última llegamos, en fin, en el tipo supremo de cono
aceptar, a título provisional, esta o aquella teoría que pueda cimiento: vÓT)<ng, como dice Platón, o “intelección’’, como po
ayudarnos en la organización de los datos fenoménicos, pero dríamos traducir nosotros, pero a sabiendas de que se trata ya
que desde el principio estamos dispuestos a abandonar si los no del “discurso”, sino de la intuición intelectual inmediata.
hechos no concuerdan con ella. Para Platón, en cambio, y tam En el fondo, y aunque con otros presupuestos metafísicos, es
bién para Aristóteles, la úitóOsaig no es ninguna verdad provi la W esensschau de la fenomenología husserliana. Ahora sí te
sional, sino la verdad última que por el momento ha podido nemos 110 sólo el conocimiento adecuado de lo particular, en
alcanzar la ciencia en cuestión; y no sólo última en cuanto a cuanto manifestación de la forma inteligible, sino la visión del
que no requiere ulterior verificación, sino también, y es esto todo, concebido como un sistema de formas. Ideas en conexión
por ventura lo más importante, en cuanto a que estas verdades y subordinación, y gobernado todo por el Bien, que es el su
o postulados son autosuficientes, aunque siempre dentro de los premo principio anhipotético. Hasta hoy, es la idea que toda
límites de la respectiva ciencia. Ni el matemático, en efecto, vía nos hacemos de la filosofía como saber de totalidad y de
se pregunta por la justificación ontológica del número, ni el coordinación universal; y aquí está precisamente, en los textos
geómetra por la del espacio, ni el físico por la de la materia que estamos considerando, la primera reflexión, pero no por
y el movimiento, ni el biólogo por la de la vida, etcétera, sino esto menos madura, sobre la esencia y programa de la filosofía.
que les basta con la noción que de cada una de estas cosas Por algo dice Platón, en un lugar posterior de la R ep ú b lica ,
han podido formarse para el desarrollo de la ciencia que cul que la prueba decisiva para comprobar si alguien tiene verdade
tivan. Para este fin, desde luego, no hay que buscar más, pero ramente un natural “dialéctico”, es decir filosófico, es la de ver
sí cuando se quiere tener una visión general del universo, den- si es o no un auvótc-uxog ávr¡p, un hombre que lo ve todo y a
la vez, con mirada “sinóptica”, y que es capaz, por ello mismo,
s Op. cit., p. 250: "W h at Plato here says of mat heraat ics applies to ail de percibir las relaciones de parentesco (oíxEió't'nxEg) que hay
Science whatever.”
10 Sir David Ross comparte la opinión de Nettleship, de que, por más entre las ciencias, y sobre esto aún, la naturaleza del ser.1-
que Platón n o hable sino de objetos matemáticos, la ñiávoia se ex­
tiende de suyo a todo el ámbito de la ciencia: “ But in principie his 11 Pensée moyenne: es así como Dies traduce ñiávcnct, y Robín, por su
account (so far as the use of hypotheses is concerned) is applicable to all parte, como pensée médialrice. Cf. Léon Robín, Les rappoit s de l ’étre et
Sciences which study a particular subject wit hout raising ultímate questions de ¡a connaissance d’aprés Plat ón, París, 1957, p. 17.
ab ou t the status in realit y of the subject-matter, and its relation to other r2 Rep. 537 c: elg oóvotpiv o Í x e i ó x t i t o ; d?ArjA.<ov t ü í v uatbjuáTtov real
subject-matters.” TÍj g TOO OVTOg (f ó o t m g.
184 LA L ÍN E A Y L A CAVERNA LA LÍN E A Y LA CAVERNA 185
Una vez que lo tenemos así todo: objetos y fases del cono mero la palabra a Platón, quien, por boca de Sócrates, nos
cimiento, tracemos por última vez la Línea, en su posición me describe la escena de la siguiente manera:
jor, que es la vertical, y con todo lo que consigo representa, “Represéntate ahora nuestra naturaleza, bajo el aspecto de la
en el esquema de Pierre-Maxime Schuhl, con ciertos cambios cultura o de la incultura, comparándola con la siguiente situa
de terminología,13 del modo siguiente: ción. Figúrate unos hombres en una especie de cavernosa vi
BIEN vienda subterránea, cuya entrada, abierta ampliamente hacia la
V luz, se extiende a todo lo ancho de la cueva. En ella están aque
Ideas Intelección *1 o
-2 £■ llos desde niños, con las piernas y el cuello atados, de suerte que
£ .iP ir o
9 3 han de permanecer en el mismo sitio y ver tan sólo aquello que
E "o Entidades matemáticas Conocimiento discursivo tienen delante, imposibilitados como están por las ligaduras de
mover en torno la cabeza. Detrás de ellos, la luz de un fuego
Objetos sensibles que arde en lo alto y a lo lejos, y entre el fuego y los cautivos,
Creencia O un camino elevado. A lo largo de este camino imagínate levan
12
3' tada una tapia, algo así como las mamparas que ponen los titi
Sombras y reflejos Conjetura o-' riteros entre ellos y el público y por encima de las cuales ex
O B JE T O S C O N O CIM IEN TO hiben sus maravillas . Mira luego, a lo largo de esta tapia,
unos hombres que transportan utensilios de toda especie, los
De tal manera, en suma, podemos representarnos, con Pla cuales sobresalen de la tapia, y figuras de hombres y animales
tón, la refracción de las Ideas, entre ellas mismas y en el mundo trabajadas en piedra y en madera y en toda clase de formas; y
sensible, y el ascenso del alma desde la penumbra de lo visible de estos cargadores que desfilan habrá, como es natural, unos
hasta la Idea suprema. Para un ideólogo puro pudiera bastar hablando y otros callados.”14
con esto, pero no para Platón, que nos dice todo esto dentro Por lo pronto no necesitamos transcribir más; pero sí nos
del contexto de un programa educativo, de acción por lo tanto, ayudará, para que nuestra composición del lugar sea lo más
en el Estado que aquí nos propone. Por esto hace seguir, a la clara posible, copiar, aquí también, el diagrama de Adam:
Línea, la Caverna, al presentarnos, en una soberbia alegoría,
la ascensión de la Línea ya no en esquemas deshumanizados,
sino en su condición existencial: esta otra anábasis más heroica
todavía que aquélla registrada con este nombre en la historia;
esta subida aspérrima del alma al cielo de lo inteligible. Po
dríamos, ciertamente, dejar su exposición y comentario para
cuando tratemos del tema de la educación; p>ero preferimos ha
cerlo luego, como lo hacen otros autores que se ocupan exclu
sivamente de la teoría de las ideas, por ser, digámoslo de nuevo,
algo así como la corporeidad o la coloración existencial de la
Línea.

L a Caverna
Antes de añadir una voz más, y bien humilde por cierto, al
infinito coro exegético del célebre pasaje, bueno será dejar pri-
33 U oeu v re d e P latón , p. 79.
11 Si l a 5*5 n-
186 LA LÍN EA Y LA CAVERNA LA LIN EA Y LA CAVERNA 187
Y ahora, antes de pasar al simbolismo de la alegoría, digamos de segunda mano, no por el medio natural de la luz del sol o de
unas palabras para aclarar lo que aún pudiera haber quedado la voz humana, sino por algo que es apenas su imagen o remedo,
oscuro en la representación puramente física del antro. como lo son, respectivamente, el fuego y el eco. Lo que quiere,
Con nada puede m ejor compararse la caverna platónica (ha en otras palabras, y esto lo entenderemos mejor cuando entremos
sido un símil a menudo empleado) que con una sala de cinema en el simbolismo de la alegoría, es darnos la impresión de que
tógrafo, rectangular, subterránea y en declive, en la que los las sombras que los prisioneros ven en la pared son sombras
espectadores, como ocurre en estos espectáculos, están sentados de sombras, ya que en cierto sentido podemos decir que el
de espaldas a la entrada y de cara a la pared del fondo. Hay, fuego es sombra de la luz, y el eco, por su parte, sombra de la
claro, varias diferencias, aparte de la posición forzada en que voz. Es así como se nos hace del todo patente lo miserable de
están aquí los espectadores cautivos. Una de ellas podría ser la su condición, la visión de los presos, inclusive por parte del
de que en esta caverna no hay puerta de entrada, sino que ésta medio, al restringirla al absoluto mínimo de realidad.
se encuentra bien abierta hacia la luz del día; pero como para A igual designio conspira, a nuestro parecer, la otra pieza
llegar a ella hay que recorrer un camino elevado, por ser el en la composición de la caverna, que es la tapia (o el tabique
antro largo y en declive, es como si no existiera para los cautivos si queremos), y que es algo tan fundamentalmente constructivo
la luz natural, y de ahí la necesidad de poner un fuego en la como todo el resto, porque no hay aquí, contra lo que a primera
rampa que se extiende a todo lo largo de la cueva, como medio vista pudiera parecer, nada que sea inútil y que pueda dejarse
de proyección de las imágenes. Estas, además, y sería la otra de lado como algo meramente ornamental o decorativo. Si falta
diferencia, no son proyectadas por otras imágenes, como las de ra la tapia, desfilarían, por detrás de los presos, hombres o ani
la película en la pantalla del cine, sino por objetos reales, que males —para el caso es lo mismo— reales y verdaderos, y verían
son tanto los hombres que desfilan por detrás de la tapia, pero aquellos, por tanto, siempre sombras, pero de objetos reales.
emergiendo de ésta por su mayor estatura, como sobre todo, los Con la tapia, en cambio, detrás de ella, pueden ocultarse los
objetos artificiales que llevan sobre sus hombros al modo que hombres cjue desfilan, y no dejar ver, por delante de ella, del
los titiriteros lo hacen con sus marionetas, espectáculo que ya lado de los presos, sino los objetos artificiales que llevan con
era bien conocido en la Atenas lie aquel tiempo. Más que con sigo, y que parecen moverse con sus cargadores, como las ma
nuestro cine actual, por tanto, sería más propio comparar esta rionetas del titiritero: algo así como el retablo de maravillas de
caverna con los espectáculos que hay aún en algunos países, y maese Pedro, pero permaneciendo éste invisible. No tiene mayor
que se conocen con el nombre de linterna mágica o sombras importancia, y no debiera este punto fatigar tanto a los intér
chinescas: siluetas negras proyectadas en una pantalla trans pretes, el que ocasionalmente pueda reflejarse en la pared la
parente por actores vivientes que danzan o se agitan de cual cabeza, o aun la parte superior del cuerpo, de los personajes del
quier modo. Por último, tengamos presente el importante deta desfile. Lo cierto es, y los textos son bien explícitos a este res
lle de que la pared-pantalla del fondo tiene eco, y por esto, para pecto, que los presos no tienen, como espectáculo habitual, sino
los cautivos, parecen venir de ella las palabras que pronuncian las sombras de objetos fabricados (crxsvacrtüv trxuxí), y es co
los hombres que pasan por la tapia. Con razón se ha dicho que rrecta, por tanto, la interpretación de Adam,15 al decir que, con
un Platón de nuestro siglo hubiera supuesto un micrófono a la sola excepción de los prisioneros mismos, todos los “origina
través del cual hablarían los viandantes de la tapia, y un altavoz les” de la caverna son crxsuao-cá y no «puteuTá, productos de
en la pared, con lo que sería completa la ilusión auditiva de los la técnica y no de la naturaleza.
forzados. Con todo esto, podemos ya entender perfectamente la con
A falta de estos instrumentos o dispositivos, que no conocía, ciencia que de sí mismos y de todo cuanto les rodea y que no
Platón ha debido introducir el eco en su acústica de la caverna ven, tienen estos forzados, por lo único que ven. Cada uno de
por la misma razón que pone el fuego en su visualidad, es ellos podrá tener, con respecto a sí mismo, el sentimiento de su
decir, para dejar bien claro que todas las sensaciones de que son
capaces los cautivos, son en cierto modo sensaciones indirectas o 15 T h e R e p u b li c o f P la to , a d lo c u m .
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188 LA LÍN E A A" L A CAVERNA
que, cuando alguno de estos presos ha sido rescatado del antro,
propia existencia, pero ya no de la de sus vecinos, al no poder y vuelve luego a contarles, a sus antiguos compañeros de cauti
en absoluto volver la cabeza en torno suyo. A sus compañeros verio, sus nuevas experiencias al aire y al sol y en la libertad, y
los tomará, por tanto, por las sombras que de ellos ve en la más todavía si trata de hacerles ver lo lamentable de su situa
pared, en cuya sola dirección están irrevocablemente fijos sus ción, el resultado será que los demás se enfurezcan contra él, y
ojos, y la misma ilusión tendrá, y con mayor razón, con res más aún, que maten a su espontáneo redentor si éste lleva su
pecto a los demás objetos proyectados en el fondo del antro. La solicitud hasta desligarlos de sus vínculos.18 No puede, en ver
ilusión consiste, precisamente, en pensar, los que en tal condi dad, concebirse una miseria mayor que la de estos infelices, y
ción se hallan, que la única realidad verdadera son las sombras no tanto por su tortura física, como por su total abatimiento
de los objetos fabricados.10* Así ni más ni menos, ya que, por no intelectual y moral.
tener ningún otro término de comparación, no pueden ni con
Lo más terrible, sin embargo, para nosotros ciertamente, está
cebir otra realidad distinta, ni creer que exista otra vida dife
en que estos prisioneros “nos son semejantes”,19 o dicho en otros
rente de la que ellos mismos llevan. Podrán tal vez. sentir su
términos, que nuestra vida, la del común de los hombres, es en
miseria, el dolor físico desde luego, y entrever así la posibilidad
todo parecida a la de aquéllos, inclusive, por lo tanto, en el no
de una existencia mejor, de un modo semejante al en que, según
damos cuenta nosotros de nuestra infelicidad, como tampoco
Descartes, aflora en nosotros la idea de lo infinito por la con
ellos de la suya. Con esto estamos pasando ya del sentido li
ciencia cpie tenemos de nuestra finitud, pero será siempre, para
teral de la Caverna a su sentido alegórico, tan expresa y tan
nuestros forzados, una idea vacua, sin ningún contenido con
prolijamente declarado por Platón mismo, y no como una
creto.
ocurrencia que sobreviene de repente en el decurso del diálogo,
Por todo esto, tanto por la falta de término de comparación,
calatno cú rren le, sino como algo largamente meditado antes de
como porque en la condición humana, cuya imagen es la ca
ponerlo por escrito. A este respecto, es muy sagaz la observación
verna, está el tratar de avenirse con cualquier situación y lle
de Stcwart,-" de que, con grandísima probabilidad, Platón de
varla lo mejor que sea posible,17 los hombres de la cueva aca
bió haber visto una caverna muy semejante a la que nos pinta
ban por sentirse hasta cierto punto contentos con su suerte, y en
en las llamadas latom ías de Siracusa, que hasta hoy puede ver
todo caso tratan de organizar su forzada coexistencia lo mejor
el viajero, y que eran galerías subterráneas excavadas en las
que pueden. Con su fina percepción de la naturaleza humana,
canteras para la extracción de este material. En ellas trabajaban
no los representa Platón gimiendo y llorando, sino consagrados
los mineros, que solían ser esclavos o convictos, y con cadenas
concienzudamente a una singular actividad, la única a su al
además, a la luz de una hoguera encendida detrás de ellos, y
cance: identificar con toda exactitud las sombras que desfilan y
pudiendo, por tanto, ver sus propias sombras, así como las de
su orden de sucesión, a fin de poder predecir, con toda exacti
sus capataces que pasaban, reflejadas en la pared del fondo.
tud también, cuándo volverán a pasar éstas o aquéllas. De esta
Con muy ligeras variantes, eran esas latomías exactamente la
actividad hacen un certamen regular, y lo toman con tanto ca
caverna de la R ep ú b lic a , y el conlinamiento en ellas un supli
lor que, según nos dice Platón, se otorgan entre ellos premios,
cio de los peores, tanto antes como después de la conquista ro
recompensas y honores, que se adjudican a los más hábiles en
mana. Ir a las minas de cualquier especie: ad m etalla, era la
este arte de la identificación y de la predicción.
peor sentencia de condena en los oídos del reo. Por último, no
Lo de que los cautivos están más o menos contentos de su
deja de ser probable, aunque ya no tanto, que Platón hubiese
situación, es aún poco decir. T a n a sus anchas están en ella,
experimentado todo esto en carne viva cuando, en uno de sus

10 5 l 5 c - oí xoioÜTOi o áx civ aXXo t i vo¡rí^ot£v íj x ag t üW oxEvaOTtbv 18 517 a. En est e p asaje suel en ver los i n t ér pr et es u n a cl ar a al u si ón al
axtág. ju i ci o y m u er t e de Sócrat es, qu i en pr et en d i ó en van o l l evar a sus con ci u ­
17 “ El h om br e os el ser qu e se acost um br a a t od o” , pu ed e p ar ecer u n a
dadan os, en el i n t er i or de su al m a, de las t i n iebl as a la luz.
defi n i ci ón t r i vi al, pero no lo er a en labios de D ost oievsky, cuan do l a p r o ­
p on ía t al cual, después de su dest ier r o siber i an o, qu e fu e p ar a él al go
19 5' 5 a : ón oíoo? f]ptv.
30 J. A . St cw ar t , T h e M yths o f P la to , Lon d r es, 1905, p. 250.
así com o su exp er i en ci a “ caver n osa” .
190 L A LÍNEA Y LA CAVERNA LA LÍNEA Y I.A C A V E R N A 191
desdichados viajes a Sicilia, fue prisionero de Dionisio el Jo amor al prójimo. La parábola del Sembrador, por el contrario,
ven. De cualquier modo, y aunque no se hubiera propasado a fue menester que Jesús la explicara a sus discípulos, en cada
tanto con su ilustre huésped el tirano de Siracusa, Platón debió una de sus “correspondencias”, tal y como Platón lo hace con
de haber visitado personalmente estos lugares, y esto explicaría sus dos alegorías más elaboradas, que son, en opinión de Ste-
e! verismo de su composición y lo bien logrado de la alegoría, wart, la alegoría de la Caverna y la de la Tripulación Alboro
ya que tanto la literalidad como la simbólica fueron por él tada, una y otra pertenecientes a la R e p ú b lic a s -
intensamente vividas. Si a Platón le place declararnos en una alegoría lo que cons
tituye sin duda el más alto momento de su filosofía: la Idea
S obre la alegoría en el p laton ism o del Bien y la ascensión del alma hasta tomar contacto con ella,
es poique no puede expresar todo esto sino en el lenguaje del
Mares de tinta se han vertido sobre si la Caverna es un mito o símbolo, apto como ninguno para llevar consigo una multi
una alegoría, y a propósito de ello, o más bien a despropósito, plicidad de sentidos. A este respecto, y ya que en Platón tienen
se han dicho muy en serio las cosas más extravagantes, como, mito y alegoría lugar tan prominente, diremos que, en efecto,
por ejemplo, la de que la alegoría es una representación está y según es nuestra más sincera opinión, textos tales como los
tica, y el mito, a su vez, una dinámica/21 cuando, por el contra de la Caverna y tantos otros, tienen no sólo el doble sentido
rio, lo que salta a la vista en la Caverna es el dinamismo de la que resulta naturalmente de su lectura, sino otros más aún,
liberación del prisionero, con las etapas que recorre en su as y que son más o menos correspondientes de los varios sentidos
censión a la luz del día. Pero si nos dejamos de cavilaciones que, en la tradición del Occidente cristiano, fue común atribuir
más o menos eruditas, para atenernos al sentido natural de las en general a los textos de la Sagrada Escritura. Por ser tan su
palabras, el mito (p,G0oc;) es simplemente un “cuento” o ‘ na gestivo el paralelo, y por contribuir además, según creemos, ai
rración”, desde luego no histórica, que no dice otra cosa dis mayor esclarecimiento del espíritu de la filosofía platónica, nos
tinta de la que objetivamente dice, o en otros términos, que no será permitido detenernos algún tanto cu puntualizar debida
conlleva o encubre una significación esotérica aparte de su sig mente ciertos pormenores.
nificación literal y exotérica. Tiene, es verdad, la muy impor No se trata (es algo en que conviene reparar desde luego)
tante función de hacer plásticamente visible, en imágenes vivas de un paralelo fortuito, ya que fue precisamente merced al
y concretas, una doctrina moral, y por esto recurren al mito el influjo del platonismo cristiano por lo que la exégesis escritura
escritor o el predicador, pero precisamente por ser tan clara la ria se orientó desde un principio hacia la búsqueda de un sen
referencia doctrinal, no hace falta develar en la narración nin tido oculto —m ístico, en la prístina acepción del vocablo— de
gún sentido oculto. La alegoría, por el contrario, es el mito los textos sagrados, y que estaría latente bajo el sentido literal.
que, además de ser tal, “dice otra cosa” (áXXrrropía: aXXo Al abordar esta cuestión, la primera de tocias en su Sum a teo
áyopEÚw), y por esto demanda imperiosamente una interpreta lóg ica , Santo Tomás aduce, como el locus classicus en la mate
ción, la cual será propiamente auténtica si emana del autor ria, la autoridad del Seudoareopagita: “Impossibile est nobis
mismo de la alegoría. aliter lucere divinum radium, nisi varietate sacrorum velami-
T al acontece, muv puntualmente, tanto en Platón como en num circumvelatum.” No puede brillar para nosotros el rayo
el Evangelio, para no referirnos sino a las dos cumbres mayores de la divina luz sino a través del velamen múltiple de velos
en este gran arte de hacer tangible una doctrina en símbolos sagrados. Esto dice el Seudodionisio, y Santo Tomás, por su
plásticos. La mayor parte de las parábolas de Jesús (pensemos parte, lo interpreta en el sentido de que a nosotros los hombres,
no más en el Hijo Pródigo o en el Buen Samaritano) no re cuyo conocimiento, de cualquier especie, tiene su origen en lo
quieren otra elucidación, por declararse en ellas trasparente corpóreo y en la sensación, deben dársenos las cosas espirituales
mente la doctrina moral implícita, la del amor paterno o del por y mediante las semejanzas que de ellas encontramos en las

21 Pcr ceval Fr u t i ger , L es m y th es d e P la tó n , Par ís, 1930, p . 101 ss. J. A. St ewar t , T h e M yth s 0/ P la to , Lon dr es, 1905, p. 250 ss.
L A LÍNEA Y LA CAVERNA l'J - í
192 LA L ÍN E A Y L A CAVERNA
y le aplica los sentidos declarados por Santo Tomás, en la si
cosas corporales.-3 Platonismo puro, del mejor por cierto: lo más
guiente forma:
alto y lo más hondo, lo inefable en el discurso directo, tiene
“Si atendemos tan sólo a la letra del texto, se nos da a en
que dársenos, por ser la única vía posible, por el discurso me
tender la salida que de Egipto hicieron los hijos de Israel, e;i
tafórico o alegórico.
tiempo de Moisés; si al sentido alegórico, nuestra redención poi
A continuación, y sin arrogarse el mérito de haber sido él
Cristo; si al sentido moral, la conversión del alma, del duelo y
mismo el inventor de esta exegética que venía por lo menos
miseria del pecado al estado de gracia; si al sentido anagógico,
desde San Agustín, a quien cita honradamente, puntualiza Samo
la salida que hace el alma santificada de l a servidumbre de la
Tomás los varios sentidos en que deben tomarse los textos de la
corrupción mortal a la libertad de la gloria eterna. Y aunque
Sagrada Escritura: el literal ante todo, llamado también histó
todos estos sentidos místicos reciban diversas denominaciones,
rico en los libros de la Escritura que son de esta índole, y tres
pueden todos ellos en general llamarse alegóricos, en cuanto
sentidos místicos o espirituales, que reciben los nombres de
distintos del sentido literal o histórico.’’
alegórico, tropológico y anagógico.-4 Todos ellos se encuentran,
Todo esto, como quedó apuntado, salió del platonismo cris
según Santo Tomás, en los libros del Antiguo Testamento,-5
tiano; y al volver ahora al platonismo sin ulterior califica
del modo siguiente. La ley antigua, en primer lugar, es figura
ción, hemos de comprobar, a propósito de la Caverna o de
de la ley nueva, de la ley evangélica, y según esto tenemos el
otras alegorías, cómo toda aquella riqueza significativa, bien
sentido alegórico. En segundo lugar, en cuanto que la narración
que escrutada sobre todo en los libros sagrados del cristianismo,
o la ley misma son señales o símbolos de la conducta que debe
se encuentra igualmente, y con idéntica plenitud y variedad, en
mos seguir, tenemos el sentido tropológico o moral. Cuando, por
los textos platónicos. En la Caverna, en efecto, tenemos no sólo
último, tomamos todo ello como significativo de nuestro des
el sentido alegórico propiamente dicho, sino que con este van,
tino eterno: quae sunt in aeterna g loria, habrá que ver allí el
aunque sin la nomenclatura, el sentido tropológico en la “con
sentido anagógico, aquel que nos eleva (áváyto), en la dilata
versión” del alma al mundo inteligible, y el sentido anagógico,
ción de la esperanza, a la visión de la futura “patria”, como
en fin, en la “subida” que, ella misma también, efectúa desde
decían Santo Tomás y los hombres de su tiempo.
la región de las sombras hasta la de la más alta luz. Veámoslo,
Cómo operaba de hecho esta exegética, patrimonio común,
sin otra dilación, en los textos mismos.
en aquella época, de la más alta mentalidad europea, nadie
podrá decírnoslo mejor que Dante Alighieri, cuyo genio poé
tico nos hace más tangible lo que Santo Tomás expresa con el In terp retación d e la alegoría
suyo filosófico. En su conocida carta a Can Grande della Scala,
Lo que Platón viene a decirnos, en buenas palabras, es que
que puede considerarse como prefacio a la D ivina C om edia,
la Caverna se entiende por la Línea, y recíprocamente. Del en
toma Dante como ejemplo el texto bíblico referente a la salida
chufe entre una y otra imagen resulta, con toda propiedad, el
de Egipto del pueblo israelita: “In ex itn Israel d e A eg y p to . .
sím b olo.26 Si no precisamente en los detalles, Platón se expresa
S u m . T h e o l, 1, i , 9: “ Sp i r i t u al i a sub si m i l i t u d i n e cor por al i u m n aci er e/ ’ con suficiente claridad en cuanto a las correspondencias princi
ai S v m . T h e o l. I, 1, 10. pales. La caverna misma, en primer lugar, corresponde al pri
25 si l o m i sm o ocu r r e o n o en el N u evo Test am en t o, es cuest i ón que,
mer segmento (que comprende los subsegmentos A' y A ") de
p o r o b vi a i n com pet en ci a en l a m at er i a, n o n os at r evem os a zan j ar . D i r e­
m os si m pl em ent e que, en n uest r a h u m i l d e opi n i ón , est ar ía t al vez ausent e
desde l u ego el sen t i do al egór i co, ya qu e Cr i st o, al con t r ar i o de M oi sés o 26 N o est ar á de m ás r ecor dar qu e el "sím b ol o” , en su acepci ón o r i gi n a­
l os Pat r i ar cas o Pr ofet as, n o es fig u r a d e ot r a cosa, si n o Pr esen ci a absol u t a r i a, es un obj et o cor t ado en dos fr agm en t os p or dos am i gos o huéspedes,
q u e excl u ye t ot al m en t e, en su Per son a, en su m en saj e y en sus act os, t oda cuyos descendi en t es o par i en t es los con ser vaban separ adam en t e. A l r eun i r se
r efer en ci a a al go u l t er i or q u e pu d i er a com pl et ar l o o sobr epasar l o. H ast a de nuevo en t r e sí am bos fr agm en t os (oépí 3 o?.ov: aupfSá/ J.ü)), se pr od u cía
d on d e nosot r os l o en t endem os, l a h er ej ía de Jo ach i m d e í'i or e consi st i ó au t om át i cam en t e el si gn o de r econ oci m i en t o o am i st ad. De aqu í pasó a
pr eci sam en t e en t om ar a Jesú s y su evan gel i o com o f i gu r a o p r el u d i o del si gn i fi car l a con cu r r en ci a o adecu aci ón en t r e dos i m ágen es o dos si st em as
evan gel i o d ef i n i t i vo, qu e ser ía, según l o i m agi n aba aq u el vi si on ar i o, el del Es­ d e r el aci ones, com o ocur r e con t oda exact i t u d en t r e l a Lín ea y l a Caver n a.
p ír i t u San t o.
194 LA UNTA Y LA CAVERNA L A L Í N E A A' I.A C A V E R N A 195
la línea de los objetos y estados psíquicos correlativos; repre Nunca será demasiado el énfasis que se ponga en destacar el
senta, por tanto, nuestro mundo visible en general. El primer hecho fundamental de que, como lo dice Platón, los prisioneros
subsegmento de la línea, a su vez, el de las imágenes de los ob de la morada subterránea son “iguales a nosotros” (ópoéouc;
jetos visibles, corresponde al espacio de la cueva que media iripív). Por extraño que a primera vista pueda parecer, el esta
entre la tapia y la pared del fondo. En cuanto al segundo sub do físico de estos trogloditas27 es, en lo espiritual, el estado de
segmento, el de los objetos mismos del mundo exterior, tiene la humanidad en general. Apenas unas pocas naturalezas de ex
por símbolo plástico el espacio que hay entre la tapia y la en cepción pueden rebasarlo y dejar de ser, como lo son sus congé
trada del antro. El luego que hay en él, por último, representa neres, de alma y mentalidad troglodita. Ni más ni menos que
al sol que nos alumbra. La cueva entera, en suma, es el equiva los cautivos de la cueva, que no ven sino sombras, comenz.ando
lente de la primera parte de la línea: el ópaxog -tóitoc, el mundo por las de ellos mismos, y no oyen sino ecos, así también la
de la Sóíja, la cual, en comparación con el auténtico saber mayoría de los hombres no tienen, de sí mismos y de cuanto les
(E-rcuTTTüJiT)), es un conocimiento umbrátil, de grado ínfimo, que rodea o les atañe, sino visiones o conceptos deformados por el
Platón designa con el nombre no precisamente de “ignorancia”, medio en que aquéllos nacen y viven: prejuicios, pasiones y dis
pero sí de “incultura” (dcrmosucría). Por último, el mundo exte torsiones de toda índole, que, al igual que la tapia de la cueva,
rior a que llega el prisionero que puede evadirse del antro, co se interponen entre ellos y la realidad verdadera, para mante
rresponde alegóricamente al segundo segmento principal de la nerlos encorvados y con la mirada fija en la sola dirección de
línea (con sus subsegmentos B' y B " ) , o sea el mundo de los sus apetitos más viles. Y al igual que los cautivos, tienen ellos,
objetos inteligibles: vot jt o ; t ó xo c , el del verdadero saber y de la a su vez, por la única realidad posible, las imágenes y sombras
cultura: naiSeía. Los reflejos y sombras que el fugitivo se ve en que están sumidos. ídolos de la Caverna (id ola specus) : he
obligado a contemplar en los primeros momentos de su evasión, ahí en lo que, parodiando a Bacon y citando fielmente a Pla
cegado como está por la claridad solar, son el equivalente sim tón, podría resumirse la imagen que tiene del mundo y de sí
bólico del subsegmento B', el de los inteligibles inferiores y del mismo el hombre medio, o si nos place más, el hombre-masa.
conocimiento discursivo. Los objetos reales que podrá mirar Pero hay más aún, y es que de esta mísera condición par
después, al habituarse a la luz, son, en la línea, los inteligibles ticipan incluso aquellos que se tienen por hombres de ciencia,
superiores del subsegmento B", es decir, las Ideas. Y la visión cuando ésta se reduce simplemente a la observación de los
que, al final, sea capaz de tener del sol cara a cara, será, en su fenómenos, con el fin de comprobar sus conexiones y su regu
traslado alegórico, la visión inteligible de la Idea del Bien. laridad. Tanto como esto, en efecto, y según lo advierte muy
En términos generales, es ésta la interpretación auténtica que, pertinentemente León Robín, lo hacen muy bien los cautivos
con apoyo en los textos mismos, puede darse de la estupenda de la alegoría, cuyo entretenimiento, según vimos, consiste en
alegoría. El mundo subterráneo de la caverna es el mundo visi observar de la manera más sagaz, y en retener del modo mejor
ble de la línea, y el mundo exterior a la caverna es el mundo posible en la memoria, las concomitancias regulares de las som
inteligible de la línea; e igualmente se corresponden las dos bras y el orden de su sucesión, a fin de poder predecir con toda
mitades de la cueva con las dos mitades del primer segmento exactitud cuándo volverán a pasar. “Para Platón —concluye
lineal, y las dos “regiones” del mundo extracavernario: reflejos León Robin— el grado ínfimo de la cultura está, pues, repre
y objetos, con las dos mitades del segundo segmento lineal. A sentado por un saber que consiste por entero en una experiencia
una explicación así, inore g eom étrico, no parece que sea nece bien hecha y debidamente registrada de la coexistencia entre
sario añadir nada más. Pero como el “espíritu de geometría” es los fenómenos y el orden de su sucesión.” 28 Con esto nada más,
apenas la propedéutica del espíritu filosófico, será necesario
decir algo más, para sacar, algo más también del mucho jugo 27 En el sen t i do pr i m ar i o, p or su puest o, per o m u y a m en udo ol vi dado,
d el vocabl o. T q u >y ?-o 8íít t ) ;, en ef ect o, vi en e de cu eva, y béveo:
que contiene esta Meditación sobre la Condición Humana, como
sum er gi r se.
podría llamarse con toda propiedad a la alegoría platónica de =8 Ro b i n , L e s r a p p o rts d e l ’é t r e e t d e ¡a c o n n a i s s a n c e d ’aprés P la tó n ,
la caverna. p. 23.
19G LA LÍNEA Y L A C A V E R N A

no rebasamos aún el dominio de la “conjetura”. De nuestra LA L ÍN E A Y LA CA VERN A 197


parte añadiremos que no parece sino que Platón describe, avan l
tal experiencia. Sería, además, la caída de sus cadenas, la penosa
la letlre, la teoría de la ciencia según la entendió la filosofía
ascensión por la abrupta pendiente, el deslumbramiento de la
positiva: ciencia de fenómenos, y con el fin, puramente pragmá
brusca iluminación, la necesidad de contemplar los objetos rea
tico, de prever su repetición para organizar nuestra acción.
les, cuya luminosidad es demasiado viva, en imágenes reflejadas.
“Saber para prever. Prever para obrar.” Como uno de tantos
Mas para ver directamente estos objetos, será necesario aplicar
entre sus cautivos, habría puesto Platón, de haberle conocido,
otros métodos.” 30
a nadie menos que a Augusto Gomte. Y la mofa que, en la época
No creemos posible lograr mayor adecuación entre las par
de su apogeo, hizo la ciencia positiva de la metafísica y la teo
tes de la caverna y los segmentos de la línea. No le hagamos
logía, tiene su fiel paralelo en la que los forzados de la caverna
decir a Platón más de lo que realmente dice, y dejemos elástico
hacen de los que han podido escapar de ella, cuando vuelven
o fluctuante lo que él mismo quiso dejar así. Lo que, en cam
a relatar a sus antiguos compañeros de infortunio sus expe
bio, desarrolla Platón muy de propósito, es la forma práctica
riencias al aire y a la luz del día.
en que debe efectuarse, mediante la educación, el tránsito de las
He ahí en lo que sobre todo, a nuestro parecer, debe hacerse
tinieblas a la luz, o sea, como dijimos antes, la interpretación
hincapié al comentar, en términos modernos, la alegoría. No
moral de la alegoría. De esta misma extrae Platón el postulado
ofrece, en cambio, mayor dificultad el resto de ella: la libera
básico de su teoría de la educación, al decirnos que ésta no
ción del prisionero y su subida al mundo de arriba, con la vi
puede ser lo que ciertas gentes (los sofistas desde luego) se ima
sión de las cosas a él pertenecientes, equivalente todo ello, según
ginan que es: la infusión o inyección del saber en el alma
dice Platón, a la ascensión del alma al mundo inteligible.28*
hasta entonces ignorante, tal y como si se infundiese la visión
Tanto la ascensión misma, como, sobre todo, las visiones que
en los ojos de un ciego. Pero si “el presente discurso”, o sea
gradualmente va teniendo el escapado de la cárcel: primero las
nuestra alegoría, quiere decir algo y nos enseña algo, habrá que
sombras y reflejos de los objetos; luego estos mismos; en seguida
decir, por el contrario, que así como a los cautivos 110 hay
la luna y los astros nocturnos, y por último “el sol mismo en
que darles la vista que ya tienen, sino hacerles volver sus ojos
su propia región”, todo esto corresponde al tránsito por los
de las tinieblas a la luz, otro tanto habrá que hacer con el
diversos segmentos y subsegmentos de la Línea: pero sería ya un
alma del educando, ya que en toda alma existe tanto la “fa
comentario pedantesco de la alegoría el empeñarse en adecuar
cultad” de aprender como el “órgano” apropiado, y lo único
exactamente cada una de aquellas visiones con cada una de las
que hace falta es orientarlo en la dirección correcta. Y así como
subdivisiones lineales. No sería Platón el consumado artista que
los forzados de la caverna no pueden ver la luz natural, tan
es si no dejara al símbolo hablar por sí mismo. Lo más que pue
lejana de ellos, con sólo volver la cabeza, sino que han de ha
de decirse tal vez, en una exégesis que no haga violencia a los
cerlo con todo el cuerpo, al dirigir sus pasos hacia la entrada
textos, es que el tránsito de la “conjetura” a la "creencia”, y
de la cueva, así también, p ari passu, habrá que proceder con el
luego al conocimiento discursivo, se lleva a cabo mediante la
ojo del alma, que deberá ser “convertido, con el alma toda
educación científica, preparatoria de la educación propiamente
entera, apartándolo de las cosas perecederas, hasta hacerle capaz
filosófica: la dialéctica, la cual nos llevaría finalmente al ex
de sostener la contemplación del ser y de su parte más lumi
tremo de la Línea, a la voinn^. En la representación de la ca
nosa” .31
verna, lo expresa todo ello León Robin del modo siguiente:
La educación, por consiguiente, resulta ser así el “arte de
“La educación científica sería así, ¿Data el prisionero hasta
la conveisión” del alma (váxvn -c% TCEpuxYWYtj;), de toda ella y no
entonces encadenado, la renuncia a la experiencia sensible de
sólo de su potencia intelectual, pues se trata de una operación
la coexistencia o sucesión de las sombras en el fondo de la caver
que implica la participación total del sujeto, y que ha de ha
na, con la renuncia a las previsiones conjeturales resultantes de
cerse, por tanto, “con toda el alma”: crüv o7.i| víj cjzuxU-“"
28 517 b: t )|v fté uvw áv áPaci v xcú 0éav t o jv avw t t )-v el ; t ó v voiyróv
t óaov lij; ú voSov T ifle t;... 20 L. Robín, Platón, P a r ís , 1935, pp. 83-8.1.
518 c.
32 Pod r ía t a m b i é n d e s ig n a r s e co m o " r o ta c ió n ” el m o v im ie n to de tp ie
198 LA LÍN EA Y L A CAVERNA

Vemos así cómo la Caverna platónica es también, como dice


Jaeger, una “imagen de la p a id e ia ”, de la educación concebida
VIII. LA CRISIS DEL IDEALISMO PLATÓNICO
como reforma integral del hombre. Por esto mismo, reservamos
para el capítulo de la educación lo que en seguida se nos dice
en la R ep ú b lica , sobre las diversas disciplinas, con la dialéctica L a experiencia extática de la R ep ú b lic a : el goce de la ascensión
como la suprema entre todas, que dirigen el movimiento ascen- a la región inteligible y la contemplación, en vislumbre por
sional del espíritu. Pero como la alegoría de la caverna es al lo menos, de la Idea del Bien, todo esto pervive aún en las
propio tiempo, según dice Karl Jaspers, “la expresión más im páginas del P edro, si aceptamos, como parece ser hoy lo más
presionante de la teoría de las Ideas” ,33 no pudimos eximirnos probable, que este diálogo haya sido escrito con posterioridad,
de examinarla en este contexto. En el hecho mismo, además, de más o menos inmediata, a aquel otro que es, bajo cualquier as
ser el célebre símbolo una expresión simultánea de la teoría pecto, la cumbre del pensamiento platónico. Como quiera que
de las Ideas y la teoría de la educación, pónese de manifiesto sea, lo cierto es que en uno y otro diálogo se siente el mismo
cómo las Ideas platónicas no son únicamente los arquetipos eter clima de alegría exultante que produce la visión del nuevo
nos de la naturaleza, sino también —y es probablemente lo que mundo descubierto.
importa a Platón sobre todo— de la conducta y las instituciones A un “día feliz de verano” compara Wilamowitz el P ed ro, y
humanas. agrega que en ningún otro de sus diálogos dio Platón a su alma
tan libre movimiento.1 Varios de los grandes temas platónicos:
el alma y el amor sobre todo, están tratados allí, y no con el
esfuerzo mayéutico que en otros diálogos es bien visible, sino
con alada espontaneidad. Fue en razón sobre todo, a lo que
parece, de esta pluralidad temática, como del hecho de fluir
libremente la exposición del principal interlocutor, por lo que
Schleiermacher llegó a tener el F ed ro por el primero de los diá
logos platónicos; aquel en que Platón habría trazado el primer
esbozo o programa de su filosofía. En su lugar dijimos por qué
razones hubo de sucumbir este dictamen en la exegética poste
rior, y no es necesario volver sobre esto. Aceptemos, pues, con
Wilamowitz,2 que Platón quiere buenamente solazarse, como se
solaza el cuerpo en el calor del estío, en la contemplación re
trospectiva de sus grandes hallazgos y vivencias: Eros y Psyché
y también —¿ni cómo podrían faltar?— sus amadas Ideas.
No es muy amplio, a decir verdad, el lugar que las Ideas
ocupan en el P edro, pero sí uno espléndido, en el espléndido
h abl a aquí Pl at ón , y ser ía t al vez l a t r aducci ón m ás exact a de jt ept aYMY'iV mito de la cabalgata de los dioses y de las almas bienaventu
per o com o en ot r os pasaj es se si r ve i gu al m en t e y p ar a dem ost r ar el m i sm o radas por la “región supraceleste”, o "llanura de la verdad” .3
fenóm en o, d el t ér m i n o an ál ogo d e p.ETOtoTQOtpTj, que r i gur osam en t e si gn i fi ca
“ conver si ón ” , podem os ap l i car est a p al ab r a a t odo el pr oceso. “ To d o s es­
t os t ér m i nos —d i ce Jaeger — t i en den a evocar l a m i sm a i dea m et afísi ca: el 1 “ Ei n gl ü ck l i ch cr Son i m er t ag. .. Ni cm al s h at Pl at ón sei ner Seel e so f r ei e
act o de vol ver l a cabeza y de d i r i gi r l a m i r ad a al bi en d i vi n o.” Y a r en gl ón Bew egu n g gest at t et .” P la tó n , p. 487.
segui do l íat e n ot ar cóm o de aqu í d er i va, au n qu e con n uevos el em ent os por 2 Y t am bi én , p or ser desde l uego de nuest r os m i sm os días, cotí Si r D avi d
supuest o, el con cept o cr i st i an o d e co n v er sió n : “ El despl azam i ent o de la Ross, qu i en col oca el F e d r o en t r e l a R e p ú b lic a y el P a rm é n id e s, y p r eci ­
p al ab r a a fas exper i en ci as cr i st i an as d e l a f e se oper a sobr e l a base del sam en t e en or den a est abl ecer el desar r ol l o cr on ol ógi co de l a t eor ía de las
pl at on i sm o de los an t i gu os cr i st i an os” (Jaeger , P a id e ia , p. 696 n.) I deas. Cf . Ross, P lato's T lie o ry o f Id e a s , pp. 10 y 80.
3:1 Jasper s, L e s gran d s p h ilo s o p h e s , Par ís, 1963, p. 251. 3 F e d r o , 247 l)-e: úagpoupúvt os t ó j i o ; • • . t f j ; l U g O r í a ; n e b í o v -

í lí» ]
200 I-A CRISIS D E L IDEALISMO PLAT Ó N I C O I \ CRISIS D EL IDI-.AI ISM O H .A TÓ N IC O 20 l
No liav ni que decir que esta región “supraceleste” no ha de de nuevo aquellas (¡uc. consumado el ciclo de sus purificacio
entenderse aquí en términos de astronomía o cosmología, como nes, pasen definitivamente a la bienaventuranza. En el mito
sería el caso en el T u n co, por ejemplo, ya que no es sino la de la cabalgata celeste que aquí se nos ofrece, describe Platón
región “inteligible” de la R ep ú b lica (úmpoupávtog, votyróg el espectáculo que tienen tales almas, en la forma siguiente:
t ó ho ;) , sólo que en un momento de mayor exaltación aún, dado “En esta circunvalación tiene ante sus ojos la justicia en sí
que ahora se la convierte en la morada de los dioses. V' misma y la templanza; y ante sus ojos también, aquel saber que
lo de que esta región reciba también el otro nombre de “llanura no es afectado por el devenir, ni se diversifica en razón de los
de la verdad”, es en razón de que —sin la menor paráfrasis de varios objetos que en esta vida nombramos realidades, sino el
nuestra parte— la realidad que lo es de verdad: las Ideas, aun saber que versa sobre lo que realmente es la realidad.” 3
que sin esta denominación, es la única que, con el divino cor No le interesa aquí a Platón, a lo que puede verse, hacer el
tejo, ocupa este lugar, y de cuya contemplación reciben los bien inventario de las Ideas, sino que se conforma con citar dos: Jus
aventurados su sempiterno deleite. Leámoslo simplemente: ticia y Templanza (o equilibrio interior en general: croxppoaúv-n),
“La realidad que verdaderamente es: sin color, sin figura, con lo que comprobamos, una vez más, cómo son los valores de la
impalpable; la que sólo puede ser contemplada por el intelecto, conducta moral y el sentimiento estético, antes que los arquen pos
piloto del alma, y alrededor de la cual está la familia del autén de la realidad sensible, los que más a gusto o con mayor seguridad
tico saber, ocupa este lugar.” 4 ubica entre las entidades de su reino eidético. Con esto le basta
No es nada nuevo, sin duda, con respecto a lo que ya sabemos para sentirse feliz entre las divinas esencias de que está constelada
sobre la configuración mitológica de las Ideas, pero sí es un la Pradera de la Verdad.
prodigio de prosa desde luego —y por esto hay que ponerlo No es éste el lugar de exponer el mito del F cd ro; ya lo liare
también en su texto original—, y una mezcla admirable de poesía mos en la teoría del alma, por ser su tema central. Lo único que
y verdad. La sucesión de predicados gramaticalmente negativos: tle él debíamos tomar, aquí y ahora, era lo relativo a las Ideas;
“sin color, sin figura, sin tacto”, con que se califica la oú<ría: y bajo este aspecto, es el F cd ro algo así como el colofón de la
realidad, esencia o Idea, como nos plazca, está aquí para poner R ep ú b lica : el remate poético de la ascensión gozosa al reino de
de maniíiesto su absoluta trascendencia del mundo sensible. Y lo inteligible. Pero como Platón es tan filósofo como poeta, no
para nombrarla positivamente, con máxima jiositividad, como puede adormecerse en estos transportes. Pasado aquel momento
al único ser que lo es en plenitud, no tiene necesidad Platón de embriaguez, tiene de nuevo que encararse —ya por reflexión
de salir del verbo “ser”, en sus derivados de sustantivo verbal, propia, ya por la controversia que muy probablemente tuvo lugar
de adverbio y de participio, para designar así a la realidad que en el seno de la Academia—, con los tremendos problemas que le
real o verdaderamente es: oücrwx ovxto; cuera. Hay que decirlo plantea lá teoría de las Ideas. Problemas, objeciones y aporías, de
así, una vez más, para darnos cuenta del tremendo potencial toda especie u origen, todo ello lo ha examinado y discutido Pla
de energía óntica, de concentración entitativa que alberga la tón, con una honestidad no igualada tal vez en la historia uni
idea. De esta energía, al liberarse o difundirse, reciben su ser versal de la filosofía. Su tratamiento constituye, según se reconoce
y su valor todas las demás cosas, como reciben su alimento, hoy generalmente, la crisis del idealismo platónico, cuya conside
según sigue diciendo Platón, el pensamiento de los dioses y el ración, por parte nuestra, es tan laboriosa como inexcusable. Al
de “toda alma que se cuida de recibir lo que le conviene”. De guna recompensa, así lo creemos, podremos esperar después de
acuerdo con las creencias o convicciones de Platón en esta ma atravesar el páramo de arideces y rompecabezas por el que Platón
teria, esta visión directa de las Ideas, la W csenschau por anto hubo de pasar, y nosotros ahora con él.
nomasia, sin velos de ninguna especie, la tendrán, con los dio
ses, las almas humanas en la vida anterior a su encarnación, y

* 2t 7 c: i\ yo.Q á/goVató; t e xai rio/.riuátiaTo; xai <iva<pi|; oúaía ovt ojc ;


o v n n ., vv’Z'ñS xu(lEgvr|Tr) (lóvcp 0 eaTi| voi. h eq I f|v t ó t í ¡; áí.i|0 oüg éjtumjivns
7 ÉV0 ;, TOÜTOV E/ .El TOY TÓi UXV. ¿ 217 cl-e.
202 LA CRISIS Día. ID EA LISM O PLATÓ N ICO LA CRISIS D EL ID E A LISM O PLA TÓ N ICO 203

L as aportas d el "P arm énides” dejado llevar este último —es decir, Platón—, del impulso, bello
y divino por lo demás, que lo ha lanzado hacia lo inteligible,6
Muchas cosas, en efecto, han quedado sin resolver, y lo peor es sólo que lo ha hecho con sobrada precipitación, antes de po
que no se trata de curiosidades especulativas, de parerga et para- nerse a ponderar con toda tranquilidad las dificultades que
lipom en a, sino de cosas que deben ser resueltas, inexorablemente, podía traer consigo el ejemplarismo de las Ideas. Y ahora no le
si la teoría de las Ideas —y es ésta, en verdad, su única justifica queda más remedio que embarcarse él mismo en su “segunda
ción— ha de dar razón de este mundo al que pertenecemos, y si navegación”, la cual es esta vez —así lo dice Platón, bien mani
ha de fundar y articular, por ello mismo, la ciencia, concebida fiesto tras la máscara del personaje del diálogo— tanto como
como saber necesario y umversalmente válido. Con respecto al lanzarse a nado, y a su edad, en un vasto y temeroso piélago
primer requerimiento, ha quedado del todo indeciso el modo de de discursos.7
enlace entre ambos mundos, el sensible y el inteligible; y con res A despecho de esto, y también, si se quiere, de su sequedad
pecto al segundo, no ha demostrado Platón, hasta este momento, estilística (que no es necesariamente un defecto, habida cuenta
la legalidad de los juicios en cuyo enunciado y concatenación con de su carácter altamente técnico), el P arm én ides es aún, como
siste la ciencia, postulado en el cual no hay variación alguna, los graneles diálogos de la juventud y de la madurez, una consu
desde Platón hasta Kant. Porque si el juicio es, el de la propo mada obra de arte. Lo es, en primer lugar, por el preámbulo,
sición científica desde luego, la unión entre dos conceptos, en sus en el cual se nos dice que Céfalo va a narrar a los hermanos de
funciones respectivas de sujeto y predicado, y si el mundo sen Platón, que nos son ya tan conocidos: Adimanto y ( .laucón, un
sible, además, no es sino la copia o replica del mundo inteligible, diálogo que habría tenido lugar, hace ya mucho tiempo, entre
se impone entonces la consecuencia de que este enlace habrá de Sócrates, Zenón, Parménides y Aristóteles, en casa de Pitodoro,
darse entre los inteligibles mismos, y tanto más si se trata no el cual se lo habría trasmitido a Céfalo. Todo esto parece a
de predicados accidentales, sino esenciales. Si con este carácter primera vista muy artificioso, pero aparte de que esta intio-
predicamos, por ejemplo, del fuego el calor y de la nieve el frío, ducción ocupa escasamente una página antes de entrar en el
y si de todo esto hay Ideas, ni más ni menos que de los más diálogo directo, esta narración “en cascadas”, como dice Augus-
sublimes sujetos y predicados tle valor, habrá que suponer enton te Diés,s tiene por fin el de producir en nosotros, desde el prin
ces que la Idea del Fuego participa también de algún modo en cipio, la impresión del pasado remoto, tan remoto que se des
la Idea de lo Cálido, y la Idea de la Nieve, a su vez, en la Idea vanece en una “Ucronía”, para situar en ella el encuentio, que
de lo Frío, con lo cual se plantea el tremendo problema de la casi seguramente no tuvo lugar jamas, entre el viejo Paiménides
“comunicación entre los géneros’’: xotvuwía t wv yevwv. Y al plan y el joven Sócrates, tal y como el diálogo nos los representa.
tearse, vacila, por ello mismo, la constitución entera del reino Pero además y sobre todo, la perfección artística del diálogo
de lo inteligible, porque, ¿en qué quedarán, entonces, aquellos es bien visible en su composición en general. Como un drama
caracteres que parecían ser constitutivos por excelencia de las —el drama de las Ideas, diremos por nuestra parte— considera
Ideas: el ser “en sí y por sí” (atiTÓ xa0' coIit ó ) , con lo que cada Diés el P arm én ides, el cual estaría así dividido en un prólogo,
una de ellas era como una unidad hermética y conclusa? Ahora, dos actos, un entreacto, y un tercer acto como gran final. Cada
por el contrario, se diría que, exactamente como en el mundo uno de estos actos es un diálogo entre dos interlocutores únicos,
del devenir, estuviesen abiertas de par en par a la pluralidad,
irremediablemente contaminadas en su primera e impoluta pu
6 P arm . 135 d: xoúri |i¿\' oírv veai (leía V) oQUti í¡v óo|r$? há, TOÍ15 W yo c 'S-
reza. el m is m o P l a t ó n lo s mé
E s, p o r c ie rto , u n m o d o e n c a n ta d o r d e re c o n o c e r
He ahí, a modo simplemente de preludio aporético, algo de ritos y defectos de su propia doctrina, el de poner una y o t r a c o s a , el
lo mucho con que Platón tendrá que habérselas, y precisamen e lo g io y la c e n s u r a , en boca de Parménides.
te cuando acaba de traspasar el umbral de la vejez, época en la 7 137a: auTÓg o írco 7t ()£o$VTr| g SiaveHcrai t o í o ü t o v t s %at t o o o Ot o v

cual suele hoy ubicarse la composición del Parm énides. Como néXo.yoc, Aoyayv.
8 £ n su i n t r od u cci ón a l a t r adu cci ón fr an cesa del P a rm é n id e s, ed. Les
se lo dirá el personaje homónimo al Sócrates del diálogo, se ha I t el k s Let t r cs, Par ís, 1950, p . 7.
LA CRISIS D EL ID EA LISM O PLA TÓ N ICO 2 0 !»

204 LA CRISIS D EL IDEA I.ISM O 1'I.ATÓM C j O escuela megárica, cuyo jefe, además, apelaba al mismo maestro
común; y le interesaba sobre todo, por encima de rivalidades o
distribuidos en esta forma: Sócrates y Zenón —Sócrates y Par-
querellas escolares, saldar también sus cuentas con el eleatismo,
ménides— Parménides y Aristóteles. En esto hay tanta simpli
como antes lo había hecho con el heraclitismo. En algo más que
cidad como equilibrio, y hay también, como lo iremos com
en su pluralidad habían de distinguirse sus Ideas del Ser de
probando, un acierto magistral en la elección de estos perso
Parménides. A ellas había que trasponer, sin arredrarse por esto,
najes y del papel que cada uno representa, en perfecta conso
ciertos caracteres de la realidad sensible, no sólo la multiplici
nancia con las peripecias del drama intelectual que aquí se
dad, sino el movimiento y la participación entre ellas mismas, si
desarrolla.
verdaderamente debían aproximarse, uno del otro, los dos mun
¿Cuál es el interés de Platón —es lo primero que debemos
dos que parecían continuar irremediablemente separados. De
preguntarnos— en enfrentarse él mismo, detrás de su habitual
aquí, en suma, la urgencia de proceder a una revisión sincera
máscara socrática, con Parménides y Zenón, es decir, con el fun
de la teoría misma, en una confrontación, igualmente sin reser
dador de la escuela de Elea y con su mayor discípulo? No parece
vas, con los eleáticos de Mégara, que son aquí los adversarios
difícil la respuesta, a la luz sobre todo de lo que en su lugar
reales y concretos. Pero como éstos apelaban tanto a Sócrates
quedó explicitado sobre la génesis histót ico-filosófica de la teo
como a Parménides, a Platón le parece que lo mejor será, al
ría de las Ideas.
pasar de la realidad a la ficción literaria, encubrir aquella con
En ella suele verse, en efecto, un intento de conciliación entre
frontación en la que ahora tiene lugar en el diálogo, entre am
las dos direcciones radicales representadas por el heraclitismo
bos personajes. En el hecho, por último, de jxnier a Parménides
y el eleatismo. Conciliación, recalquémoslo, y no sincretismo, ya
como el personaje central, Platón da a entender suficientemente
que la doctrina platónica es profundamente original, y justo
que únicamente a él, al gran filósofo, concede beligerancia; que
por esto pretende dar razón tanto del ser como del devenir, al
sólo con él, y no con ninguno de sus segundones, está dispuesto
contrario de aquellos pensadores que la daban tan sólo de una
él, Platón, a medir sus armas en un duelo formal.
u otra cosa, con absoluta exclusividad. Ahora bien, si ya mu
De ahí que el primer acto del drama sea tan breve, pues se
cho antes, en el C ratilo sobre todo, ha saldado Platón sus cuen
trata de una simple escaramuza entre Sócrates y Zenón. Sócrates
tas con el heraclitismo, tiene ahora el recelo muy fundado (se
aparece aquí como muy joven (ercpóSpa véog), y no sólo para dar
ría ésta la reconstrucción psicológica más plausible) de no haber
cierto color de verosimilitud a su encuentro con Parménides, que
ido a dar de bruces en el eleatismo, ya que, en fin de cuentas,
le aventajaba considerablemente en edad, sino también, y aca
entre las Ideas platónicas y el Ente parmenídico no habría otra
so sobre todo, por simbolizar en su juventud la fuerza revolu
diferencia que entre la pluralidad y la unidad. Que no era éste
cionaria que había en la teoría de las Ideas, con el humilde
un vano temor, nada lo demuestra mejor que la dirección, abier
reconocimiento, además, de que había todavía mucho que afi
tamente eleática, seguida por otros compañeros de Platón, igual
nar o corregir en una doctrina igualmente tan joven. Pues con
mente discípulos de Sócrates, como Euclides de Mégara. Por lo
todo ello, Sócrates el mozo da fácilmente cuenta del maduro
cpie sabemos de él, parece haber transformado la doctrina so
Zenón (“cerca de la cuarentena” se nos dice aquí), cuya fama
crática de la unidad de la virtud en la hipóstasis del Bien abso
parece haberle venido, en fin de cuentas, de que tuvo cierto in
luto, del cual, a su vez, hizo el equivalente total del Ente único
genio para desmenuzar en apodas, en crística nada más, la in
de Parménides. “Euclides — dice Grote— postuló la coinciden
tuición genial de Parménides.
cia del B om tm con el Ens Unum de Parménides. L a tesis par-
Zenón, pues, éste del diálogo por lo menos, da lectura, ante
menídica, que era originariamente física u ontología trascenden
Sócrates y sus amigos, a una de sus tantas conferencias o tra
tal, pasó a ser así ética trascendental.” 9
bajos, enderezados todos a tratar de demostrar la imposibilidad
A Platón, como es fácil comprender, le interesaba mucho que
de la existencia de lo Múltiple, no sólo como corolario de la
no fuera a tenerse su doctrina como una variante apenas de la
existencia exclusiva de lo Uno —tesis fundamental del eleatis
mo—, sino porque de la admisión de lo múltiple se seguirían
9 George Grote, Plato and the other companions of Solantes;, Londres,
1875, vol. III, p. ,]7 j.
206 LA CRISIS D EL ID EA LISM O PLATÓN ICO LA CRISIS D LL ID EA LISM O PLA TÓ N IC O 20 7

consecuencias tan absurdas como las siguientes: “Si los seres ver los absurdos y las ridiculeces en que caen los defensores de
son múltiples, habrán de ser a la vez semejantes y desemejantes, lo múltiple.
lo cual es imposible, toda vez que ni los desemejantes pueden ser Condescendiendo esta vez con su insistente interlocutor, lo
semejantes, ni los semejantes desemejantes.”10 (pie hace Sócrates es oponerle a Zenón, pura y simplemente, la
“¿No es esto lo que tú crees?”, le pregunta Sócrates a Zenón, teoría de las Ideas. Que las cosas sensibles pueden decirse si
tratando así de resumir las conclusiones de su lectura. “Esto multáneamente semejantes y desemejantes, o iguales y desigua
mismo”, contesta Zenón; y todavía Sócrates, para no dejar nada les, o grandes y pequeñas (¿no lo ha afirmado así el propio Pla
indeciso, puntualiza la tesis en la siguiente forma: “Por con tón en otros diálogos?), nada tiene de sorprendente, pues se tra
siguiente, siendo imposible que los desemejantes sean semejantes ta de términos relativos y entre los cuales, en su función
y los semejantes desemejantes, es también imposible que exista predicativa del mismo sujeto, no hay contradicción, con sólo que
lo múltiple; porque lo múltiple, una vez puesto, tendrá que se precise la diferente relación que con ellos se significa.13 Lo
llevar consigo aquellas imposibilidades.” maravilloso, en cambio, sería que lo “semejante en sí” fuese
Como Platón no se toma aquí el trabajo de transcribirnos los desemejante, o que fuese semejante, a su vez, lo “desemejante
argumentos de Zenón, Jean W ahl, con base en otros textos de en sí". “¿O no crees —así interpela Sócrates a Zenón— que hay
otros escritores, ha intentado la siguiente reconstrucción: “Es una forma en sí de la semejanza (a in ó x ad ’ aÚTÓ EÍSog -a
imposible que los principios sean múltiples, porque los princi ópotÓTTiTog), y otra forma a ella opuesta, que es lo desemejante
pios múltiples o bien participan de lo uno, o no participan. Si en sí?” 14 Pues de estas Formas opuestas participan todas las
participan, lo uno está antes que ellos, y no hay principios múl cosas, y por esta doble participación pueden recibir, sin que esto
tiples. Si no participan, por esto mismo son semejantes y dese deba extrañarnos, la doble predicación consiguiente. De lo EJno
mejantes.”11 El n o de la participación, en efecto, establece entre y de lo Múltiple, por tanto, participan todas ellas también, pero
ellos, conjuntamente, la semejanza de la negación y la deseme sin que las Formas mismas, o los géneros, reciban estas afeccio
janza que resulta de no poder decirse, bajo ningún aspecto, que nes contrarias. De que esto fuera de otro modo, habría para
u n o es semejante al otro, al no participar ninguno de lo uno. asombrarse, pero no de aquello. Yo por ejemplo, sigue diciendo
Por aquí habrán ido, más o menos, los razonamientos del so Sócrates, soy u n o de los cjue aquí estamos reunidos, pero múl
fista. De cualquier modo, y sea como hayan sido, no se detiene tiple también, si van a enumerarme los miembros de mi cuerpo,
Sócrates en refutarlos, sino que se limita por lo pronto a poner y participo así tanto en la unidad como en la pluralidad; pero
de manifiesto la falta de originalidad de Zenón, quien no hace ni lo uno como tal será múltiple, ni lo múltiple uno.13
sino reproducir por el reverso lo que Parménides ha dicho por el Queda así firme, una vez más, que las Formas inteligibles
anverso. Ni siquiera se digna Sócrates dirigirse a Zenón, sino que escapan del todo a cualesquiera alecciones contrarias (láv av -v ía
es a Parménides a quien apostrofa de este modo: “T ú , en tu t oxGt ]) , y que sí están sujetas a ellas, en cambio, las cosas sensi

poema, afirmas que el Todo es uno, y das de ello bellas y buenas bles, aunque siempre bajo diferente respecto o en distinta re
pruebas; mientras que és te , por su parte, dice que los muchos lación. Con estas precisiones, bien puede decirse que es contra
no son, y ofrece también pruebas en gran número y de enorme dictorio el mundo del devenir, en tránsito continuo, los entes
extensión.”12 No puede expresarse mejor el respeto por Parmé que lo constituyen, de uno a otro contrario, pero no es tampoco
nides y el desprecio hacia Zenón; el cual, colocado como está
en presencia de su maestro, se apresura a confesar que su te 13 Sócrates no lo dice así, pero está bien claro que el sofisma de Zenón
sis, en efecto, no es sino la de Parménides, pero que le ha movido consiste en tomar lo relativo como absoluto: en tomar, digámoslo en tér
minos aristotélicos, el predicado accidental de la relación como predicado
la buena intención de defenderla contra sus detractores, haciendo
sustancial de la cosa misma; en prescindir, en fin, del “bajo el mismo
respecto’’, que es un elemento esencial en el enunciado correcto del prin
10 127 c. cipio de contradicción.
11 Jean W ahl, £.tilde sur le P arm én ide de P latón , París, 1951, p. 15. 11 129 a.
12 128 a-b. 13 íaoc-e.
l

208 LA CRISIS DF.L ID EA LISM O PLATÓN ICO


1.A CRISIS D E L ID E A LISM O PLA TÓ N IC O 209
una pura ilusión, un no-ser, como quiere el clealismo, sino que
tiene la realidad, todo lo degradada que se quiera, que resulta es (éwv EtqjiEVou.. . 'éan yáp eívc u) ; que el no-ser, por consiguien
de su participación en las Formas. te, no es, y que otra cosa es absolutamente indecible e impen
Es en este momento cuando, eliminado Zenón, va a empezar sable. Desde el punto de vista de la lógica formal, parecen
el segundo acto del drama con la intervención de Pannénides, puras tautologías, y por lo mismo, aparentemente vacías. En
a quien Platón presenta como de edad muy avanzada, y de realidad, sin embargo, ocultan una tremenda plenitud, porque
bella y noble presencia. En otro diálogo, el íc e t e le s , le llama, enuncian, como dice Jaspers, el saber fundamental de que se
como Homero a sus héroes, “venerable y terrible” .16 Segura nutre la filosofía: la presencia del ser.17 Mas por otra parte,
mente no se conocieron jamás personalmente los dos altos fi cumple agregar que inmediatamente después, Parménides se
lósofos; pero seguramente también, y tal como nos pasa hasta pone a hacer ontología, es decir, a explicitar él mismo ciertas
hoy a todos cuantos amamos la belleza y la sabiduría, Platón notas del ser, no obstante que al principio aparece como del
debió de haberse sentido sobrecogido al leer el maravilloso poe todo inexplicable. No puede, tampoco él, dispensarse de con
ma de Parménides, con quien sólo Platón puede rivalizar en figurar sus trascenden talia enlis. Y en una y otra cosa es Par
esto de poder aliar, en la perfecta expresión literaria, la más ménides ejemplo y pauta de la filosofía occidental: en la inefa
alta poesía con la más profunda filosofía. Perménides, en efecto, bilidad radical del ente, mediante una definición propiamente
descubre por vez primera aquello que es el objeto último y dicha, y en la explicitación de ciertas notas con que se nos
el afán eterno de la filosofía: el Ser y nada más; y es tal el es hace patente su presencia, y que, sin añadirle nada, no están
tremecimiento que su visión le produce, que no puede declarar incluidas formalmente, como diría Santo Tomás, en la sola
razón de ente.
la sino en un gran transporte lírico y como revelación religiosa.
Son las hijas del sol las que guían al filósofo, en un carro tirado Bien conocidas son estas notas o signos (erfipa-ca, como dice el
por caballos veloces, de la noche al día, hasta dejarlo en pre poema), del Ente parmenídico. Es uno, único, pleno, indivisi
sencia de la diosa que preside la morada de la luz, y de la cual ble y total. No hay ni podrá haber jamás nada fuera del Ente,
escucha aquél estas aladas palabras: ni puede introducirse en él ninguna pluralidad, ya que, en tal
hipótesis, esto no sería aquello, con lo que se habría deslizado
B ien v en ido seas, tú qu e llegas a nuestra mansión; el no-ser en el ser, en un ser que no tolera vacíos, porque “todo
Pues no es un h ad o infausto el qu e le m ovió a recorrer está lleno de ser”. Por último, es ajeno a todo devenir en cual
E ste cam in o, bien a leja d o p o r cierto d e la ruta trillada quier sentido, a parte an te y a p arle p ost: ni nacido, ni perece
p o r los hom bres, dero, ni siquiera perfectible, ya que es, de todo en todo, acabado
Sino la ley divina y la justicia. Es necesario q u e conozcas y perfecto (TETEXeopévov). Como bloque monolítico, en suma,
toda m i revelación , apareció el ser por vez primera al primer pensador que tuvo
Y q u e se h a lle a tu alcan ce el in trépido corazón de la el coraje de enfrentarse con él, y del cual dice Platón que su
Verdad d e herm oso cerco, profundidad le pareció ser absolutamente sublime.13
T an to com o las op in ion es d e los m ortales, qu e n o encierran El homenaje, con todo, no cancela la discrepancia, el abierto
ciencia verdadera. divorcio que la réplica de Sócrates a Zenón ha establecido entre
el monismo eleático y el pluralismo platónico. No sólo el plu
No nos parece necesario, bien que no nos falte el deseo de ralismo de las Ideas frente a la unicidad del Ente, sino también,
hacerlo, transcribir otros pasajes del poema. Baste lo anterior y acaso sobre todo, la doctrina de la participación, la cual equi
para hacer ver cómo la intuición del ser la siente Perménides vale a un intento de legalizar mitológicamente este mundo del
como rapto y revelación divina. En cuanto al pensamiento devenir, que para Parménides es pura ilusión, “opinión errada
fundamental, se contiene en la conocida sentencia de que el ser de los mortales”, según dejó escrito en su poema. Y equivale

o T cel. 183 c. 17 Jaspers, L es grands p h ilo so p h es, p. G27.


18 T eet. 184 a: ¡JúOog t i itavtáuiaoi vtvvaíov-
2 10 LA C R ISIS ULL ID E A LISM O PLA TÓ N ICO LA CRISIS D LL ID E A LISM O PLA TÓ N ICO 2 11

también, por parte de las Ideas, a introducir en ellas, de algún En opinión de todos los intérpretes, es ésta una de las más pre
modo, el movimiento, ya que de otro modo no serían comu ciosas confesiones de Platón, y de una lealtad conmovedora.
nicables o participables. He ahí lo que inquieta sobremanera Sin ceder en un ápice en cuanto a defender, contra el eleatismo,
al Parménides del diálogo: y por esto se decide a intervenir, la realidad del mundo sensible sin cortapisa alguna, no se atre
preguntando a Sócrates, en primer lugar, si su doctrina ha de ve, sin embargo, a dar el paso decisivo: la elevación de todo
entenderse como postulando "aparte” la existencia de las For ello, con lo más vil y despreciable (á-upÓTavov xai 'pi'Ské-a-
mas, y “aparte”, a su vez, la de las cosas que de ellas participan.19 •tov), a la región serena y noble de lo inteligible. El problema
Son dos “apartes” por un “participar”, con lo que se encarecen le aprieta y tortura, pero huye de él para refugiarse en sus
desde luego las dificultades de esta operación. queridos valores, sin querer saber más. De momento no insiste
Antes de entrar en ellas, sin embargo, Parménides cree nece Parménides (no sería todo lo cortés que es si enconara con
sario dilucidar el otro punto, igualmente fundamental, del con más preguntas el sufrimiento que confiesa su interlocutor), y
tenido o extensión, con la mayor exactitud posible, del mundo se limita apenas, con fina ironía, a observar lo siguiente:
eidético. A este efecto, pregunta si además de la semejanza y la “Lo que te pasa, Sócrates, es que aún eres joven, y que to
desemejanza en sí, cuya existencia ha postulado su interlocutor, davía no ha hecho en ti presa la filosofía; pero acabará por
lo hace también con respecto a las Formas en sí y para sí de lo apoderarse de ti, no me cabe duda, el día en que no desprecies
bello, de lo bueno y de todas las determinaciones semejantes. ninguna de estas cosas. Ahora, en razón de tu edad, miras aún
Al asentir Sócrates sin la menor vacilación (trátase, como ya con respeto la opinión de los hombres.” 22
sabemos, del ámbito donde con mayor claridad refulge la Idea), Palabras de maravillosa profundidad, éstas en que Platón
pasa luego Parménides del mundo de los valores al de las ha querido fingir el consejo afectuoso que da el viejo eleatismo
cosas naturales. “;Y habrá también —pregunta— una forma del a la joven teoría de las Ideas. El espíritu filosófico es espíritu
hombre aparte de nosotros y de cuantos son como nosotros; de arrojo y osadía, y nada debe importarle, a quien ha sido
una forma en sí del hombre y del fuego y del agua?” 20 presa de él, el qué dirán o pensarán los otros, si ha de ser él,
Con absoluta sinceridad contesta Sócrates que es ésta una por su parte, fiel a su pensamiento. Para el filósofo, además, no
cuestión que le ha tenido a menudo perplejo (év europio izoXXá- liay nada despreciable ni mezquino, ya que en todo está la
x'">) I y su perplejidad sube de punto cuando Parménides pasa huella del ser, y en filosofía, por último, más tal vez que en
a preguntarle si, en la afirmativa, habría que postular también otra cosa alguna, hay que ir hasta el fin, sea lo que fuere y
una Forma separada hasta con respecto a cosas tales como el caiga quien cayere. Hasta el fin fue Parménides, en su osada
cabello, el lodo y la suciedad, o cualesquiera otras igualmente concepción del Ente, y este arrojo quisiera Platón en su teoría
viles o indignas. Sócrates responde así: de las Ideas. Se da bien cuenta de que, como parece decírselo
“De todo aquello que vemos, afirmo su existencia; pero en Parménides, la lógica doctrinal empuja inexorablemente hacia
cuanto a pensar que de todo ello exista una forma, sería tal la ilimitación absoluta, sin hacerle aspavientos a nada, del mun
vez ]x)r extremo absurdo. De cuando en cuando, lo reconozco, do de las Ideas; pero le arredra conferir una estructura eidética
me ha atormentado la idea de que a lo mejor habría que ad —que estaría situada, por lo mismo, entre aquellas divinas For
mitirlo así para todas las cosas; pero no bien me detengo en ella mas, de contornos tan nítidos— a cosas que, aun en lo sensible,
cuando me aparto de ahí a toda prisa, por miedo de perderme no parecen tener una estructura definida, como el lodo y cuanto
y de caer en un abismo de necedades. Y así, vuelvo a mi punto pueda serle análogo por lo viscoso e inestable. De estas cosas
de partida, a los objetos en que reconocemos la existencia de podría decirse tal vez que su ser es, pura y simplemente, su
las formas, y es en ellos en los que me entretengo y ejercito.” 21 apariencia; y es así, a lo que nos parece, como deben entenderse
las palabras de Sócrates, cuando dice, con respecto a tales objetos,
19 F " " " - 3
J «L>: -/o jo ic |i ;:v eíó v ¡ avxá arree /<ooi; 6 e r á roúrajv «u que se limita él a reconocer la realidad de lo que ve. X o habría.
UcTt’/.ovra.
i ¡ o b : aeró t i elSor évSoiú.ioo i) jtvQÓ; f\ v,ai ffia to ;;
22 i3oe.
212 LA CR ISIS D EL ID E A LISM O PLATÓN ICO
LA CRISIS D EL ID E A LISM O l’ I.ATÓN ICO 213
dicho de otro modo, otra realidad más allá del dalo bruto de Para él, por lo visto, no fue ineficaz, antes todo lo contrario,
la intuición sensible.2325
4 la lección de coraje filosófico que, en su fantasía poética, se
Sin violentar los textos, no puede hacerse decir a Platón más
imaginó recibir del viejo Parménides.
de lo que dice en el texto que comentamos; y es vana, por tanto, Parecería, además, como si el Parménides del diálogo, para
la pretcnsión de ciertos exegetas, de zanjar definitivamente la volver a él, hubiera anticipado este resultado, ya que no insiste
cuestión coa esta sola base. No hay aquí ninguna declaración más en ello, en lo del recuento de las Ideas, sino que va dere
termíname ni sobre la limitación ni sobre la ilimitación del chamente a lo que más le preocupa, que es el problema de la
mundo de las Formas, y lo más que puede decirse es que Platón participación. He aquí, tal como los expone Platón con toda
se inclina más bien por lo segundo que por lo primero, por el
claridad, sus argumentos.
hecho de aceptar Sócrates —aunque nada más que por su silen Si las cosas participan de la Idea, ésta habrá de encontrarse
cio— el consejo de Parménides de ir hasta el fin. No queramos en las cosas o en su totalidad, o por lo menos en alguna de
nosotros disiparle a Platón la incertidumbre que él mismo nos sus partes: tertium non datur. Si lo primero, habrá salido to
confiesa, y que, según Aristóteles —¿por qué no liemos de creer talmente de sí misma, y no será más “en sí y para sí", lo cual
le?— pesó sobre él durante toda su vicia.2' parecía ser su elemento radicalmente constitutivo y definitorio.
Simplemente por el interés que tiene la cuestión, consignemos Si lo segundo, la Idea es entonces divisible, con lo que pierde
aquí la autorizada opinión de Ross,23 según el cual el texto en su unidad sustancial, y viene a ser como cualquiera de las cosas
que con mayor precisión se habría expresado Platón sobre el del mundo sensible. La participación, en otros términos, es pre
particular, sería un pasaje de la Séptima Carta, escrita por él, sencia, de cualquier modo, de lo participado en lo participan
por lo que ya sabemos a este respecto, en las postrimerías de te ([iÉ0E^tg = Ttapoutría), y ya sea total o sólo parcial, la Idea
su vida. Con ocasión de explicar las etapas del conocimiento habrá dejado de ser aquello que es o debe ser, según la teoría.
en la geometría, y aunque sin servirse de las palabras í5áa A estas dificultades intenta Sócrates hacer fíente recurriendo
o e íSoc , Platón afirma allí —de esto no hay eluda— que hay a la comparación, tan del gusto de Platón, de la Idea con la
Ideas “de las figuras rectas o curvas, del color, de lo bueno, de luz solar, cuyo foco de irradiación, el sol mismo, continúa sien
lo bello y de lo justo, de todo cuerpo fabricado o natural, del do uno e idéntico y sin salir de sí mismo, no obstante estar
fuego, del agua y de todas las cosas semejantes, de toda especie también presente, por la iluminación y el calor, en los objetos
de vivientes, del carácter del alma y de toda suerte de acciones
situados en su área de proyección. El símil es, por cierto, ex
o afecciones” .26 celente, y no se explica uno ccmio es que Sócrates no se aferra
Ésta sería, dice Ross, la lista más católica de la población que
a él, sino que deja que Parménides, con toda malicia, se lo cam
Platón habría reconocido, en su testamento como quien dice,
bie por el otro, que dice ser equivalente, de un velo que cu
en el mundo de las Ideas. “Católica”, si lo entendemos bien,
briera a numerosas personas. Al asentir Sócrates a la supuesta
tanto por su autenticidad como por su universalidad. Nada, en equivalencia, está perdido, ya que Parménides le hace ver cómo
efecto, queda fuera, no ya tan sólo aquellas cosas ínfimas que sólo una parte del velo, y no todo él, se posaría sobre cada
vimos, pero ni siquiera —y en esto hay, por ventura, una difi individuo, con lo que está bien claro que otro tanto pasará
cultad mayor aún— las cosas que son producto del arte o do la con la participación de la Idea, divisible así en partes infinitas.
técnica, y cuya idea, por ende, no parece que pueda estar en otra ¡A qué absurdos, además, conduciría esto de suponer posible
parte o más allá de la mente humana. Pues aún sobre ellas, la partición de Ideas tales como lo Grande en sí o lo Igual en
como sobre todo el resto, se cierne la Idea, y ésta parece ser,
sí, en las cuales la participación tendría que ser, forzosamente.
hasta donde es posible colegirlo, la última palabra de Platón.
p equ eñ a o desigual con respecto a la Forma! ¿Dónde estaría
23 Así entiende el pasaje, con otros intérpretes, Tayl or . Cf. P la to , p. 354. entonces la “eponimia” que las cosas deben recibir de la Idea
24 Arist. M et. 1, 991 b 6; y x i i , 1070 a 13 ss. por virtud de la participación?
25 P lato’s T heory o f Ideas, pp. 85 y 141. En seguida, porque aquí no hay punto de reposo, otra tre
26 Ep. VII, 342 d. menda dificultad. Si atribuimos el mismo predicado a determi-
LA CRISIS D E L ID E A LISM O PLA TÓ N IC O 215
2H LA CRISIS D E L ID E A LISM O PLA TÓ N ICO

nada clase de objetos, es sin duda porque vemos entre ellos trata de un intermediario, uno y no más, del mismo modo exac
cierta semejanza, la cual no es desde luego, pues no la percibi tamente que Platón habla, en otro lugar,29 del círculo que ima
mos, la Idea misma, epónima del predicado común. Es, por ginamos como algo intermedio entre el círculo “en sí” y la
tanto, algo intermedio entre la Idea y el objeto; algo que sería figura circular que trazamos en el pizarrón. No hay pues, re
como la Idea de la semejanza entre ambos. Pero si así es, esta gressus in in fin itu m , y éste sólo se plantea cuando de la imagen
nueva Idea tendrá a su vez necesidad de otro intermediario o concepto mental se hace también una hipóstasís eidética, como
análogo, y éste de otro, y así hasta el infinito. “No será ya una lo hace Platón, incuestionablemente, en la objeción que expo
—le dice Parménides a Sócrates— cada una de tus formas, sino ne el supuesto Parménides. En cuanto a Aristóteles, su “tercer
una multitud infinita.” 27* hombre” le sirve no tanto para denunciar la proliferación infi
Es éste el famoso y conocidísimo argumento del “tercer hom nita de las Ideas, cuanto para hacer ver la imposibilidad de la
bre” (-rpÍTog cfvflpwitog), del que Aristóteles se sirve al impugnar, participación, directa por lo menos, de las cosas en la Idea,
de cuenta propia, la teoría de las Ideas. Según va el argumento, La Idea, en otros términos, no puede estar presente sino en la
entre la Idea del hombre y el hombre concreto habría que Idea (si en otra u otras, ya lo veremos), y si no hay presencia,
colocar, como algo intermedio, otra Idea que fuera semejante no hay tampoco, estrictamente hablando, participación. Y ahora,
tanto a aquella primera como al individuo real, y que sería, prosigamos con nuestro diálogo.
por tanto, un “tercer” término o entidad distinta así de la Idea De las dificultades que le opone Parménides, trata Sócrates
suprema como del objeto sensible. de encontrar una escapatoria en la hipótesis, que aventura sim
plemente como tal, de que la Idea no sea sino un pensamiento
Sobre esto hay una discusión, interminable como todas las
de su especie, en cuanto a saber si el argumento del “tercer (venrpa), sin otra existencia, a fuer de tal, que en nuestra mente
hombre” lo habría expuesto ya el joven Aristóteles en el seno (év ijiuxaíg). Con esto se salvaría la unidad de la Idea, junta
mente con su multiplicación indefinida en las cosas; pero, con
de la Academia platónica —oralmente, antes de consignarlo por
esto también, caemos de todo en todo en el conceptualismo, que
estrilo, muchos años después, en la M etafísica—, y si Platón,
Parménides, bien avisado, se apresura a disolver instantánea
por tanto, no habría hecho sino recoger en el P arm én ides, aun
mente en puro nominalismo. El pensamiento, en efecto, no
que sin tomar el ejemplo del “hombre”, la objeción de su genial
puede ser pensamiento de nada (vórjua oúSevóg), sino que tiene
discípulo.
que ser pensamiento de algo, y de algo no inexistente —sería
Aunque muchos lo creen así, otros lo tienen por pura “fan
de nuevo la nada—, sino de algo que es (váripa -avóg ov-tog). Pero
tasía”, como dice Taylor, fundándose tanto en las fechas respec
si el pensamiento es uno e idéntico, tal deberá ser también,
tivas, hasta donde pueden conjeturarse, del ingreso de Aristó
exactamente, su correlato intencional, o sea, ni más ni menos,
teles en la Academia y de composición del P arm énides, como en
la Idea. A ella volvemos inevitablemente si el pretendido noem a
el hecho concurrente de que Aristóteles mismo habla del “ter
en que quiere subsumirse la Idea, ha de ser algo más que un
cer hombre” como de una etiqueta o sobrenombre que fuera
fíatus vocis. Por último, y toda vez que Sócrates no sacrifica,
habitual al argumento, es decir, como algo corriente y familiar
ni mucho menos, la doctrina de la participación, habría que
en la Academia, y no forzosamente —aunque tampoco pueda
decir entonces —arguye victoriosamente Parménides— que las
excluirse del todo esta hipótesis— como algo de invención aris
cosas participantes de la Idea-pensamiento son a su vez pen
totélica.2>> Pero además, y es esto lo más interesante, Taylor hace
samientos; pero si así es, y si todo piensa, no habrá, en realidad,
hincapié en que el argumento aristotélico del "tercer hombre”
pensamiento.20
no supone, ni Aristóteles lo dice así, el regressus in infinitum Si todo es pensamiento, cesa el pensamiento. No parece sino
que encontramos en el texto correlativo del Parm énides. Se
que Parménides está preludiando aquí la doctrina de la inten-

27 132 Ij : y.d i ovx é x i 8r¡ í v t x a a x o v 001 xa>v e í 8 w v í c x a i , a l .'i .á a m i g a xó 29 E p. V il, 312 b.


Jt/.T)0O£. 30 132 c: éx voriixáxcuv t xaaxov elvai xaí n ar r a voetv, r\ vot'ijxaxa ovi a
1 Tayl o r , F la t o , pp. 355-56. ávÓT)xa rívai-
216 LA CRISIS D EL ID E A LISM O PLA TÓ N ICO I.A CRISIS D EL ID EA LISM O PLA TÓ N ICO 217
cionalidad (Brentano-llusserl), según la cual todo pensamien gima parte se nos dice que haya sostenido expresamente que los
to debe forzosamente tener un correlato distinto del pensamien conceptos están in intellectu lantum et non in rebu s, que es lo
to mismo; por lo menos en la conciencia humana, y dejando que, en fin de cuentas, define al conceptualismo.
a salvo, en su lugar único e incompartible, la vórjo-tg vor)<7Eioc; de Lo que sí, en cambio, nos parece estar fuera de duda, es
Aristóteles. que Platón comparte por entero los razonamientos y la conclu
“ ¡Conclusión formidable y admonitoria —comenta Sciacca— sión de Parménides. Para él también, no menos que para el
del fundador del idealismo, y que es válida contra todos los su fundador del eleatismo, el pensamiento debe tener por correlato
cesivos idealismos lógico-gnoseológicos!” 31 De esto no hay duda, al ser mismo, por difícil que sea decir en qué consiste exacta
pero nos queda todavía la curiosidad de saber por qué razón mente. Y no sólo jiara Platón, sino igualmente, por supuesto,
pudo proponer aquí Platón, así haya sido como mera hipótesis, para Aristóteles, está la forma radicada en la sustancia misma,
una doctrina como la conceptualista, tan disonante con su po en el h oc a liq u id , y por más que su formalidad universal no
sición habitual del realismo de las Ideas. La explicación más se configure como tal sino en la mente. Más aún, el conceptua
obvia podría ser la de que quiere simplemente presentar una lismo nos parece ser una posición del todo ajena al pensamien
solución posible, aunque personalmente no la comparta. Según to helénico, pues aun los sofistas, al sostener que el ser era la
otros, en cambio, Platón habría tratado, en este pasaje, de com apariencia, no rehuyeron la fundamentación última del concep
pletar o rectificar el pensamiento de su maestro Sócrates, cuya to en el ser. Y aclarado lodo esto, sigamos adelante con nuestro
indagación filosófica, por lo que sabemos, se habría dirigido diálogo.
exclusivamente a los “conceptos”, y esto apenas en el campo Ante las objeciones de Parménides, Sócrates abandona la par
de la moralidad. De esta opinión es el mismo Sciacca, quien ticipación como presencia, y la sustituye por otra más mitigada,
interpreta el texto del P arm én id es como señalando el corte en que sería la participación paradigmática, es decir, la que hay
tre el socratismo y el platonismo, del modo siguiente: de la copia con respecto al modelo. La sería así ya no
“Esta vez es el Sócrates histórico el que habla, el filósofo que una raxpouora, sino apenas una tixacria .33 Pero a esto contesta
descubrió el concepto y lo convirtió en la ley fundamental del Parménides cjue si la participación se reduce así a la seme
conocer humano. Y por boca de Parménides, Platón responde janza, tan semejante será la copia a su modelo como vice
a su maestro. El pensamiento, para que piense, tiene necesidad tersa, ya que se trata de una relaciém recíproca; y siendo
de algo pensado, de un universal. Al concepto universal co- así, habrá de interponerse forzosamente una nueva Idea: la
rresponde ontológicamenle un ente universal. Uno es el valor de la semejanza, que participe por igual tanto del paradig
ontológico del noem a y otro el del eid os, y el valor ontológico ma como de su copia. Y como esta otra Idea planteará, a su vez,
del último no puede reducirse al valor lógico del primero.” 32 las mismas dificultades, caemos de nuevo en el argumento del
Por irreprochable que sea todo lo anterior, desde el punto de tercer hombre con todas sus consecuencias.
vista doctrinal, no nos parece que esté históricamente demos El argumento descansa esta vez, según la penetrante observa
trado que Sócrates haya sido un conceptualista de los univer ción de León Robín,34 en el supuesto de que la Idea es, por
sales, en el sentido preciso que tiene la expresión en la filosofía todo lo que sabemos de ella, un sans-pareil: eterna, simple,
de Occidente, de Abelardo a Mach, y también ¿por qué no? en auInsubsistente, etcétera, y no puede, por tanto, ponérsela en
el diálogo que estamos estudiando. El haber anticipado esta po una relación de semejanza niveladora con otra cosa ninguna.
sición es una prueba más del genio filosófico de Platón; pero De lo’ contrario, como dice Aristóteles en sus objeciones, la
en cuanto a Sócrates, al real se entiende, todo lo que sabemos misma Idea será, al mismo tiempo, paradigma e imagen.35 Tay-
de él (por el testimonio de Aristóteles, al que todos apelan) es lor, sin embargo, no menos penetrante y sin arredrarse ante
que fue el descubridor del concepto, y que no llegó a hacer de nadie, califica de falaz el argumento de Parménides, y dice cpie
él, al contrario de Platón, una entidad separada; pero en nin-
132 d.
M i ch el e Feder i co Sci acca. P la tó n , Buen os Ai r es, 1959, p. 227. * P la tó n , p. 123.
32 Sci acca, o p . cit., p p . 227-28. 35 Mct. 990 b 30: óíot f tó avTÓ Éurat i r aoúSeiyfia x ai eíx o Tv .
218 LA CRISIS D EL ID EA LISM O PLATON ICO LA CRISIS D EL ID EA LISM O PLA TÓ N ICO 219

la falacia consiste en hacer simétrica una relación que no lo es. el señorío en sí y la servidumbre en sí. De tejas abajo, no nos
La relación del original con su copia es, en efecto, simple seme importa en absoluto aquella supuesta relación “en sí”, sino el
janza, pero la de la copia con su original es semejanza + deri dato bruto de la dominación de un hombre sobre otro hombre.
vación. “Mi reflexión en el espejo es una reflexión de mi ros De lo cual viene, como por su propio peso, esta conclusión
tro; pero mi rostro no es una reflexión de su imagen.” 33 final:
Por qué no pudo Platón descubrir este sofisma (que ya Pio- “Las realidades que se dan en nosotros no tienen eficacia
clo parece haber denunciado antes de T ay lo r), es, por supues (Súvapig) sobre aquellas realidades, ni éstas, a su vez, la tienen
to, una de tantas curiosidades inútiles. Sin la menor intención sobre nosotros; pues como digo, dependen de sí mismas y en
de disiparla, se nos ocurre que Platón no puso en esto mayor tre sí mismas guardan relación, en tanto que estas realidades
empeño, en razón de que, sofísticos o no en tal o cual aspecto nuestras sólo se relacionan, de la misma manera, entre ellas
los razonamientos de Parménides, lo decisivo es que todos ellos mismas.” 37
en conjunto, y sean cuales fueren sus deficiencias de detalle, son En todo esto anda de nuevo el “tercer hombre”, en otra
absolutamente concluyentes en cuanto a establecer la necesidad de sus variantes que tuvo, andando el tiempo, en Alejandro
ineludible de la m ed iación entre dos mundos que, por defi de Afrodisia. Del mismo modo, en efecto, que el único señorío
nición, están abismalmente separados. A su tiempo verá Platón que conocemos es el que se ejerce sobre un siervo, y no sobre
cómo la mediación no puede efectuarse por la sola virtud de la servidumbre en sí, la Idea del Hombre, a su vez, eterna,
la Idea, así multipliquemos su número indefinidamente, sino inmóvil, incorruptible, no nos explica por sí sola cómo puede
que hará falta un Mediador vivo y concreto; un Mediador que participarla el hombre que conocemos (no éste o aquél, sino
tenga en sí la fuerza (Súvaptc) de que carece la Idea. De mo todo hom bre), este ser que anda y se agita desde su nacimiento
mento, sin embargo, su Sócrates no puede sino enmudecer cuan hasta su muerte. ¿En qué podrá ayudarnos a conocerlo mejor,
do Parménides le obliga a reconocer que no puede estar “en de no existir ningún intermediario, aquella Idea del hombre
nosotros” lo que previamente se ha declarado estar “en sí”, y que espectral? La conclusión, entonces, es la que formula Parménides,
de ninguna manera, en conclusión, puede decirse que la esen al decir que en nosotros no puede darse otra ciencia fuera
cia de cada cosa sea una entidad subsistente en sí. Entre el de la que tiene por objeto a un ente determinado y de nues
xaO’aÚTÓ y el év 'i'iptv, en suma, hay un yj¿pia\ió~ absolutamente tro mundo, ni otra verdad que la verdad relativa a nosotros.38
infranqueable. Ciencia relativa a nosotros y no ciencia en sí, ya que esta
Desde esta firme posición por él conquistada, Parménides última, la de las cosas en sí, está reservada a solo Dios, según
avanza luego hasta el final de su argumentación —él sí que sabe sigue diciendo Parménides, con la añadidura de que, por ab
ir hasta el fin— haciendo ver a Sócrates cómo la misma incomu surdo que parezca, Dios mismo, a su vez, no podrá tener la
nicación tendrá que darse, correlativamente, entre el conoci ciencia de las cosas de este mundo, desde el momento que “ni
miento humano de las cosas sensibles, las únicas a que tenemos aquellas Formas tienen ninguna eficacia sobre las cosas nues
acceso, y el conocimiento de las Ideas, reservado, según todas tras, ni éstas, a su vez, sobre aquellas”. Y en la desesperación
las apariencias, a solo Dios. Si el conocimiento, en efecto, con de encontrar esta Súvapig —es el tema que viene y reviene obse-
siste en la relación enunciada en el juicio, será una homonimia sionantemente—, el resultado final es la caída vertical en el es
meramente fortuita —no una eponimia de participación— la cepticismo, ya que hasta la sofística más escéptica no dejó nunca
relación entre las cosas sensibles y la que, con el mismo nombre, de admitir la posibilidad de algún saber, con tal que fuese re
podría darse en las Ideas entre sí. Cuando, por ejemplo —arguye lativo a nosotros. Todo el p athos de que está transida esta
Parménides— predicamos nosotros una relación de servidumbre, desgarradora confesión, lo expresa insuperablemente Michele
es entre este señor y este esclavo, y nada tiene que ver con la
que hipotéticamente pueda darse, en aquel otro mundo, entre 37 133 c.
38 134 a: i j Sé j t ae’r nuv ej i i o t t í u i i o u t t ¡; j r ao’fiirtv av al n O eía? si n , x a!
a 5 éxáaxr i t i .-tac>’f| uív ém ar f i p r i t o j v j i ap ’r i u &v avxcov éxáoxov av gmcrcrint)
3® t ayl o r , P lu to, p. 33S.
auufl aívEi EÍ vai ;
LA CRISIS D EL ID EA LISM O PLA TO N ICO 221
220 LA CRISIS DEL ID EALISM O PLAT ON ICO

Federico Sciacca en esta página de su admirable comentario blema metafíisico, entre los cuales, además, hay una indisoluble
al P arm én ides: relación recíproca. Admitamos que el alma haya podido contem
“Metafísica y conocimiento se dividen el campo, y la una plar las Ideas en su vida anterior, y que ahora, en su encarna
queda extraña a la otra. La metafísica es una ciencia, pero no ción, le suscite aquel recuerdo la experiencia sensible. Por gra
una ciencia humana; no tiene, para el hombre, posibilidades tuita que sea, no es absurda la hipótesis; sólo que esta remisión o
teoréticas. En su frialdad esquelética y en el rigor lógico del disparo, como .se quiera, del mundo sensible al inteligible, su
pone forzosamente que hay entre ellos cierta semejanza o parti
razonamiento, es ésta una de las páginas más dramáticas de
cipación o algo equivalente, con lo cual este problema vuelve a
Platón. Se experimenta por debajo el drama de toda la filoso
plantearse inexorablemente. Por sus propios méritos hay que
fía platónica. Parece leerse una de aquellas páginas de Kant,
resolverlo, y no por una teoría del conocimiento que depende
que destruyen inexorablemente el uso teorético de la razón en
de la teoría, rigurosamente ontológica, de las Ideas. Para Pla
relación con los problemas metafísicos, pero que al mismo tiem
tón, antes que para nadie, el conocimiento depende del ser.
po, bajo la frialdad del razonamiento, ocultan el drama interno
E p a r si in n ov e. . . Pocas veces habrá podido repetirse esto con
de la razón, consciente de no poder traspasar los límites de la
tanta propiedad como al final del segundo acto de nuestro diá
experiencia, pero todavía más consciente de que propiamente en
logo, cuando en lugar de dar un adiós definitivo a las Ideas,
lo suprasensible está la raíz tíltima de sus profundas exigencias
como podría esperarse después de la tremenda requisitoria de
y de su validez teorética y práctica. Ciencia del ser en sí y cien
Parménides, se apresura este mismo, por el contrario, a reafirmar
cia de las cosas; mundo nouménico y mundo fenoménico; el
su fe inquebrantable en su existencia. El cómo de su refracción
uno impenetrable al otro, y las Ideas, los modelos eternos, los
en la naturaleza es cosa que por el momento nos escapa, pero
entes hacia los cuales vuela el alma humana, ansiosa y nostálgi
no por esto debemos desesperar de las Ideas, ya que con su
ca, con su mirada, quedan más allá de toda posibilidad cognos
negación caemos irremisiblemente en el agnosticismo. “¿Adónde,
citiva, más allá del proceso dialéctico del pensamiento.” 89
Sócrates, podrás en adelante dirigir tu pensamiento, al no admi
Otra de las curiosidades a que no se puede responder sino
tir una identidad permanente en la forma específica de cada
por conjeturas —aunque esta vez sí es de la mayor im portancia-
ser? ¿Qué harás entonces de la filosofía?” '0
es la de saber por qué Platón no acude ahora, para salir de
Incomparable es en verdad, en cada uno de sus detalles, esta
las dificultades, n su vieja teoría de la reminiscencia, de la cual
etopeya de Parménides, el viejo augusto y bondadoso que podrá
no hay aquí, en el P arm énides, el menor rastro. ¿Habrá sido
haber zarandeado un poco al joven Sócrates, pero que termina
tal vez porque no siendo la reminiscencia, en fin de cuentas,
sino un mito, por más que indispensable, Parménides lo habría exhortándolo, como cumple a todo gran maestro, a seguir ade
lante por el camino abierto y hacia la misma indefectible meta.
rechazado en seguida desdeñosamente? ¿Quiso Platón evitarle
a su Sócrates —a él mismo, mejor dicho— este nuevo sonrojo, “Bello y divino —le dice—, no te quepa duda, es el impulso que
o quiso, en todo caso, ceñirse al raciocinio puro, sin apelar al te ha lanzado a estos razonamientos” ,41 o a estas “razones”, como
cómodo expediente dramático del deus ex m achina que conjurara podría igualmente traducirse el texto, que son, en la teoría de las
oportunamente, en este otro drama, la catástrofe de su doctrina? Ideas, las razones de las cosas o la razón del mundo, por encon
O bien aún, ¿habrá dejado Platón, pura y simplemente, de creer trar la cual, o siquiera por entreverla, pense; toda su vida Platém.
él mismo en la reminiscencia, conforme fue avanzando en su re ¿Cómo podrá abandonar la fascinante empresa? ¿Cómo podra
flexión sobre estos problemas? hacerlo, cuando la negación de lo inteligible —este \oyoq que per-
Todo puede ser, todo ello y más aún. Lo cierto en cualquier vade todos estos textos— nos precipita en el báratro de la irra
hipótesis (y ésta pudo ser razón más que suficiente del silencio cionalidad?
de Platón), es que la reminiscencia, por demostrada que estuvie “Lo único que te ha faltado, Sócrates —traduzcamos libre-
ra, resuelve apenas el problema gnoseológico, pero no el pro-
4° 135 C.

w P la tó n , pp. 229-30. 41 135 d: xaX.il ¡.lev oiiv -/.ai 0f ía i) ópjxñ fyv óonejí; éjtl T0115 í.óvoi'c;.
222 1.A CRISIS D EL ID E A LISM O PLA TÓ N ICO LA CRISIS D EL ID E A LISM O PLA TÓ N ICO 223
mente, por esta vez, lo que le dice Parménides— ha sido la nece el acto segundo. Por otra parte, sin embargo, no es cosa de muti
saria gimnasia dialéctica, antes de lanzarte a definir, con cierta lar arbitrariamente aquello que Platón ha querido ofrecer como
precipitación, lo bello, lo justo, lo bueno y todas las formas una un todo; y hay en fin, como esperamos mostrar después, una con
por una. No basta con postular, como lo haces tú, la existencia tribución importante, en todo este malabarismo, a aquella teo
de un objeto y considerar luego las consecuencias de la hipótesis, ría. Por todo esto, tampoco aquí podemos eximirnos de ir hasta
sino que es menester hacer otro tanto en la hipótesis contraria el fin, aunque trataremos de hacerlo limitándonos a lo más
de su inexistencia, y ésta será, sin mitigación posible, la gim esencial y con Ja mayor economía de expresión que nos sea posi
nasia completa” .42 ble. Y con estos prenotandos, entremos en materia.
De tan buen grado acepta Sócrates el consejo, que le pide a Que el ser es, y que es Uno, he ahí, en su enunciado más sim
Parménides que quiera darle él mismo una lección-piloto, como ple, la tesis de Parménides; sólo que inmediatamente vemos
diríamos hoy, de esta gimnástica. Como es natural, Parménides cómo no es en realidad tan simple, sino que hay, desde el pri
se hace un poco de rogar, con la coquetería del viejo maestro, mer momento y en el enunciado mismo, una bifurcación. Una
pero al final acepta lanz.arse en lo que llama primero un rudo y cosa es, en efecto, decir que lo Uno es uno, lo cual es, en térmi
vasto piélago de discursos, y luego un juego laborioso (itpaypa- nos lógicos, un juicio de esencia, y otra muy distinta decir que
t eu !>5t ); iraiSiá); y muy caballerosamente, muy de acuerdo, ade lo Uno es, lo cual es un juicio de existencia; y de la verdad o
más, con las reglas del juego, declara que la hipótesis que va a falsedad del primero no puede inferirse la verdad o falsedad del
tomar es la suya propia: la de lo Uno en sí, y tanto por su exis segundo.44 Consecuentemente, la tesis de Parménides, sólo en
tencia como por su inexistencia, con todas las consecuencias que apariencia unitaria, se desdobla en realidad 110 en las cuatro
de una u otra posición puedan seguirse. En este ejercicio, sin hipótesis que el Parménides del diálogo le ha mostrado a Só
embargo, desearía Parménides, y así lo dice, que remplace a Só crates: posición, negación y consecuencias, en uno y otro caso,
crates otro interlocutor más joven aún, que responda simple para lo Uno y para los otros, sino en ocho hipótesis, a saber:
mente lo que primero se le ocurra, sin el embarazo de teorías
preconcebidas. Todos acceden, y entra entonces en escena, no 1) Si lo Uno es uno, qué resulta para él.
más que para dar la apariencia de diálogo a lo que va a ser 2) Si lo Uno es uno, qué resulta para los otros.
j ) Si lo Uno es, qué resulta para él.
en realidad un monólogo, el joven Aristóteles.43
1) Si lo Uno es, qué resulta para los otros.
5) Si lo Uno no es uno qué resulta para él.
Idealism o eleá lico e idealism o p latón ico ó) Si lo Uno no es uno, qué resulta para los otros.
7) Si lo Uno no es, qué resulta para él.
Con excepción de los que emprenden un estudio especial del
8) Si lo Uno no es, qué resulta para los otros.
P arm énides, o de todos los diálogos platónicos uno por uno,
no habrá seguramente ningún platonizante que no desee ahorrar Éstas nos parecen ser, en buena lógica, las hipótesis que com
a sus lectores la exposición del tercero y último acto de este dra prende el tratamiento dialéctico de la tesis de Parménides, y
ma; a tal punto llega a ser exasperante (así lo quiso Platón) este éste el orden, igualmente lógico, en que deberían examinarse;
“juego laborioso” de erística pura, esta gimnasia dialéctica que sólo que Platón, que es todo un virtuoso en la ejecución de un
no consiente el menor respiro. No pertenece además, estrictamen tema con sus variaciones, es el primero en no haberse ajustado
te hablando, a la crítica de la teoría de las Ideas, que llena todo rigurosamente a esta secuencia. De nuestra parte tomaremos las
hipótesis que más importantes nos parezcan por lo que puedan
« 135 e: (xáXXov yvu vaoGf i vai . contribuir a la teoría de las Ideas y las expondremos lo más es
43 N o se t r at a, según t odas l as ap ar i en ci as, si no de un h om br e de p aj a,
quemáticamente que nos sea posible. Las cuatro primeras, y sobre
h om ón i m o del gr an fi l ósofo; y no es de cr eer se que p or est e úl t i m o, por
su gen i al di scípul o, h aya t en i do Pl at ón t an poca est i m a com o p ar a h aber l e 44 Com o cu an d o deci m os, p or ej em pl o: " El cen t au r o es un ser m i t ad
d ado el p apel m ás desl u ci do en u n d i ál ogo don de l os ot r os per son aj es h om br e y m i t ad cabal l o’’ , j u i ci o ver dad er o; o bi en : “ El cen t au r o es” , j u i -
t i en en t an si n gu l ar r el i eve. cía fílJso,
224 LA CRISIS DLL 1DKA1.ISMO Í'J-AIOMCO LA C R IS IS D E L ID E A L IS M O P L A T Ó N IC O 225

todo la primera y la tercera, son absolutamente inexcusables. des a la otra hipótesis (la tercera de nuestra lista), que no pone
Comencemos, pues, por la primera hipótesis. ya el acento en la unidad de lo Uno, sino en su realidad; no Iv
Si “lo Uno es uno”, donde la cópula no tiene otra función év, sino gv ov: Si lo Uno es.
que la de afirmar el predicado de la unidad más pura y abso Esta vez sí tenemos un juicio, y nada tautológico por cierto;
luta,45 resulta luego que lo Uno no puede ser muchos (sfv ov pero por esto mismo, una dualidad rompe desde el principio la
noXXá), y de esta primera negación se sigue una infinidad de unidad de lo Uno, ya que, como observa inmediatamente Par-
negaciones. Al no ser, en efecto, múltiple lo Uno, no puede tener ménides, si lo Uno es, participa del ser, esencia o realidad
partes, ni tampoco ser un lodo, ya que la noción de "todo" (overíag ne-réxEi); ahora bien, no puede decirse que unidad y ser
no puede concebirse sin la de “partes”; con lo que, desde este sean nociones idénticas, pues en tal caso sería lo mismo decir “lo
momento, es imposible la tesis de Parménides, del Parménides Uno es uno” que “lo Uno es”. Pero además, y como quiera que
real del poema, de que “el todo es Uno”. Pero además, y por el la participación es recíproca: de lo Uno en el ser y del ser en
hecho mismo de no tener partes, no tiene principio ni medio ni lo Uno, tenemos ya no sólo una dualidad, sino dos dualidades:
fin, ni límite alguno, sino que es infinito; ni puede tampoco Uno + ser, y ser + Uno, o sea cuatro términos; con lo cual hace
tener figura, ya que toda figura implica las nociones antes des irrupción el número, y más si pensamos que, una vez aceptada
cartadas. No puede, además, estar en ningún lugar, tanto por no la idea de participación, lo Uno podrá participar en otras mu
tener figura como porque cualquier lugar sería “otro” con res chas cosas además del ser, y éste, a su vez, en otras muchas tam
pecto al Uno, y ni siquiera es posible decir que estaría en sí bién además de lo Uno. Y ni siquiera es preciso apelar a parti
mismo, como si fuera a la vez continente y contenido, porque cipaciones de otra índole, ya que nos basta con tomar la primi
entonces habría “dos” y no Uno. Por lo mismo, no puede tam tiva dualidad: ev ov, para ver luego cómo cada uno de sus miem
poco estar ni en reposo, al no estar en ningún lugar, ni menos bros, unidos como están en el juicio, es en sí mismo dual:
en movimiento, con lo que se mudaría de un lugar a "otro”. No ser + uno, y lo mismo, puntualmente, tendrá que ser con cada
puede ser ni semejante ni desemejante a sí mismo, ni igual «> una de estas partes, y lo mismo exactamente en todas las ulte
desigual consigo mismo, por implicar, cualquiera de estos predi riores divisiones y subdivisiones, siendo esta vez del todo autén
cados, una alteridad. No puede ser siquiera idéntico a sí mismo, tico e inexcusable el consabido regressus in infinitum . Con la
por ser “dos” las nociones de unidad e identidad. No puede, en aocrtura al ser y a la participación, en suma, lo Uno deviene
seguida, estar tampoco en el tiempo, como no lo está en el es múltiple, y no así como quiera, sino con multiplicidad infinita,
pacio, ya que no puede decirse que ha sido, es o será lo que, al como dice Parménides.40
recibir cualquiera de estas predicaciones, excluye las “otras”, y Por esto mismo, en fin, por ser indefinidamente múltiple, lo
cambia, en todo caso, al encontrarse en un “antes” o en un Uno es susceptible de recibir todos los predicados que se quiera,
“después”. Por no estar en el tiempo, en fin, resulta que, poí hasta los más contradictorios; lo cual no será sino corolario de
no haber sido ni haber de ser, tampoco puede decirse que es, y la primera e inevitable contradicción, aquella por la que pos
porque, además, y es acaso la razón suprema, esta noción de sel tulamos lo Uno como uno y múltiple, con lo que también pode
es igualmente “otra” y distinta de lo Uno. Lo Uno en tanto mos decir que lo lino es, si nos aferramos a su unidad, como
que uno, en conclusión, es inexistente, y es además, de parte que n o es, si admitimos, como tenemos que hacerlo, su multi
nuestra, absolutamente inconocible, impensable e inefable. Y tam plicidad. Ahora sí, vengan todos los juicios que se quiera, sólo
bién lo es, consecuentemente, toda ontología, dado que ha de que tanto valdrá el uno como el otro, sin posibilidad alguna de
expresarse en juicios cuya estructura supone forzosamente una apelar a ninguna instancia decisoria. En excelente resumen lo
alteridad, lo cual nos veda en absoluto la pura enunciación tau dice Sciacca de esta manera:
tológica de la unidad del Uno. “No deja de advertirse la intensidad dramática que se oculta
Justamente alarmado ante estas consecuencias, pasa Parméni- bajo el juego dialéctico. O el Uno es uno y se aniquila el pensa-
45 "I I s’ agi t done de n e l ai sser dan s sa pensée que l ’ i dée de 1’ u n i t c p u r é
et si m pl e” . Jean W ah l , op. cit.., p. 114. 40 > 4 3 a : óuiEigov rt?.»)0o; xó e v o v .
226 LA CR ISIS D EL ID EA LISM O PLA TÓ N ICO L A CR ISIS D E L ID E A LISM O PLA TÓ N ICO 227
miento, o el Uno puede hacerse dialéctico y se aniquila su ser, está lleno de ser. El Parménides del diálogo comienza por reite
en cuanto que, haciéndose dialéctico, ya no es el Uno sino el rarlo así, pero acaba reconociendo que está lleno o preñado de
todo, del cual se puede predicar todo. . . Mientras el Uno se seres, de todos ellos: áitáv-rwv e v icXéov. Y no por el reconoci
considera eleático no es dialéctico; y cuando, al contrario, se miento de la muchedumbre, del pluralismo de las Ideas, deja de
le considera dialéctico, puede ser todavía el Uno (y es el pro cernerse, sobre la multitud eidética y sensible, aquel Uno que
blema que se propone resolver P latón ), pero ya no es más el Platón, sin decirlo, identifica de hecho con la Idea del Bien,
Uno eleático, el cual, en el acto de hacerse dialéctico, se resuel “más allá de la esencia y del ser”, pero más allá precisamente
ve en la multiplicidad infinita. El uno y los muchos pueden como su progenitor y sustento .48
entrar en una relación dialéctica, pero a condición de que se La necesidad de conservar conjuntamente lo uno y lo múlti
instaure una nueva concepción del uno .” 47 ple como el único fundamento posible de todo saber y de toda
No todo es aquí, por tanto, erística pura, sino que desde el predicación, se afirma definitivamente en el segundo grupo de
principio vemos cómo de lo que se trata es de superar el elea- hipótesis, las cuatro negadoras de lo Uno como uno y de lo Uno
tismo, conservando de él su intuición fundamental del ser y como ser. En tanto que en las cuatro primeras no queda recha
despojándolo de sus demás adherencias. A esto tiende la poda zado lo Uno, a pesar de todas las aporías que suscita, sino que
dialéctica, tanto más bienhechora cuanto más despiadada, pero simplemente se apunta a la necesidad de buscar otra concepción
hay un designio constructivo aún desde las dos primeras hipó de la unidad distinta de la concepción eleática, en las cuatro
tesis, cuyos resultados son en apariencia totalmente negativos, y últimas, por el contrario, se describen las consecuencias verda
este designio es ya notable en la cuarta hipótesis: Si lo Uno es, deramente catastróficas y aniquiladoras que resultarían de la
qué les resulta a los Otros. En opinión de Léon Robin, esta negación de lo Uno como tal y en su ser. Si lo Uno no es uno,
hipótesis es de importancia decisiva, y Jean Wahl, por su parte, en efecto, tenemos la más flagrante con tradictio in ad iecto y el
dice que con ella empieza a esclarecerse definitivamente la teoría mayor de los absurdos. Y si lo Uno no es, no podrá recibir nin
de la participación. La noción de relación entre lo uno y lo guna atribución o determinación, ni ser objeto de otra predica
múltiple, negada en la primera hipótesis y afirmada en la se ción alguna fuera de ésta: que no es. En esto, sin embargo,
gunda, pero en estado caótico y contradictorio, se presenta ahora hay un problema tremendo, ya que si, por una parte, el no-ser
con contornos bien definidos. Los Otros no son lo Uno, desde de algo autoriza a hablar de una completa ausencia de esencia
luego, pero en él tienen participación por lo mismo que son (oúaía5 áitoucría), de otro lado, sin embargo, parece como si
“muchos”, y la muchedumbre no se forma sino por la adición participara de cierta esencia o realidad (oútría; p.et éj (ei.), en cuanto
de cada uno a cada u n o; y la tienen, además, por la unidad del que algo debe corresponder a esto que enunciamos, con sen tido,
todo que, singular o colectivamente, se integra por la solidari al decir de algo que no es. Habría así cierta cosa que sería como
dad de sus partes: e v éx itoXXwv. De este modo, ni lo múltiple se el ser d el no-ser: t g O ¡ri] etvcu t ó eIvc u , ni más ni menos.
identifica con lo Uno, ni por otra parte, es una multiplicidad A este problema, arduo como ninguno, se enfrentará Platón
caótica e informe, ya que cada uno de sus miembros se limita resueltamente en el Sofista. Por lo pronto lo deja de lado, para
por el hecho de participar en la “forma” de lo Uno,' tanto por examinar qué les adviene a los Otros con la inexistencia de lo
sus partes-unas como por su todo-uno. Uno. La hipótesis es esta vez puramente verbal, ya que sencilla
Según las admirables observaciones de Jean W ahl, vemos aho mente no hay lo Otro si no hay lo Uno. Ni como unidad ni
ra cómo se ha espiritualizado la participación que en las dos como multiplicidad pueden concebirse los otros, dado que en
primeras hipótesis se presentaba con caracteres groseramente ma los muchos habría siempre el uno. Donde hay número hay uni
teriales de recepción, contacto o exclusión física. La negación dad, así que una multiplicidad no ya innumerable, sino no
recíproca entre lo uno y lo múltiple no es ya “una privación, numerable, es la contradicción misma, lo radicalmente impensa
sino una comunión”. El Parménides del poema decía que lo Uno ble. La conclusión final del diálogo es, por tanto, la siguiente:
iS “ Le P a r m é n id e est un des derniers regards jeté s p ar P latón sur
o P la tó n , pp. 236 y 238. x m a t f)5 ovoía;-” Jean W ahl, o p . c it., p. 197.
228 LA CR ISIS D EL ID E A LISM O PLA TÓ N ICO
LA CR ISIS D EL ID E A LISM O PLA TÓ N ICO 229
‘‘Si lo Uno no es, nada es.” 19 En las hipótesis referentes a la exis de los altos predicados de valor que tiene aquélla en la R e p ú
tencia de lo Uno, desembocábamos, es verdad, en el escepticis blica. Fueron los neoplatónicos, con el natural deseo de llevar el
mo; ahora, en cambio, en las de su inexistencia, es el nihilismo
agua a su molino, quienes trataron de establecer la susodicha
absoluto. “No podemos afirmar lo Uno sin enzarzarnos en opo identidad; pero si hay algo claro en la historia de la filosofía
siciones infinitas, pero no podemos negarlo sin destruirlo todo.” 50
es que el Uno de Parménides no es el Uno de Plotino, y que
Con ser el P arm én ides un diálogo de lectura tan difícil, las
este último guarda mayor semejanza con la Idea platónica del
mayores dificultades, sobre todo en su segunda parte, no son
Bien antes que con su homónimo parmenídico. Lo más que
tanto de intelección directa del texto (justo por su extremado
podemos decir, con Jean W ahl, es que Platón no pierde de vista
tecnicismo es del todo preciso y perfectamente inteligible con
aquello que está “más allá de la esencia y la existencia”, pero
tal que se lea despacio), cuanto de penetrar la significación ge
que en un caso está lleno de valor, y en el otro, en cambio, des
neral del diálogo en la cosmovisión platónica, o la intención
pojado de él por completo.
profunda de su autor al escribirlo. Sobre esto, que es para nos
T a l como nosotros lo entendemos, después de haberlo pensado
otros sin duda lo más importante, está muy lejos de haberse
y repensado mucho, el P arm én ides es, ante todo y fundamental
hecho la luz, y todo lo cjue podemos hacer es elegir, entre las mente, el documento en que se consigna, con la ejemplar since
diversas conjeturas, la que nos parezca tener más fundamento. ridad que hemos visto, la crisis del idealismo platónico. Por
Las dos interpretaciones extremas podrían ser, con arreglo algo los más antiguos editores de Platón pusieron en este diá
a la terminología de Ross, la erística y la trasceridentalista. La logo el subtítulo rapl t wv giStov, ya que, en efecto, es “de ” o
primera, sustentada por Grote y luego por Taylor, toma estric "sobre” las Formas o Ideas el contenido entero de las varias
tamente a la letra lo del “ juego laborioso” que Parménides, se conversaciones que en él se desarrollan, del principio al fin. Lo
gún su propia declaración, habría querido hacer con sus antino único que hay es que en la primera parte se exponen las obje
mias sobre lo Uno, y sostiene, por tanto, que el juego en cues ciones directas a la teoría de las Ideas, y en la segunda, a su vez.
tión habría sido un ejercicio de pura erística. Con él habría se hace un ejercicio dialéctico sobre la Idea de lo Uno, pero todo
querido demostrar Platón que podía él, en este terreno, ser un con el fin de clarificar por lo menos, a falta de una solución
virtuoso tan consumado como cualquier sofista, del mismo modo satisfactoria, las varias aporías que la teoría descubre llevar con
que, en el M en ex en o, habría exhibido un virtuosismo análogo
sigo en un examen sincero e imparcial.
en el manejo de la retórica. Con arreglo a la segunda interpre
No cansaremos al lector con la reexposición tle estas aporías,
tación, por el contrario, la trascenclentalista, lo Uno de Parmé por haber quedado ellas bien definidas, según creemos, en el
nides no sería sino la Idea del Bien de la R ep ú b lica , a la cual discurso del diálogo y en todo cuanto precede. Digamos ahora
habría querido Platón aplicar, para depurarla o justificarla, la
simplemente que el primero y mayor resultado positivo de un
prueba torturante de las ocho hipótesis, con toda la dialéctica diálogo tan formalmente aporético, tan negativo en apariencia
en que se desarrollan. como el P arm én ides, es la liberación definitiva del idealismo
Ni una ni otra interpretación: la primera por defecto y la se
eleático, con el cual tenía el idealismo platónico, hasta este mo
gunda por exceso, tienen actualmente la aceptación general. En
mento, muchos puntos de contacto. No por ser plural, en efec
su segunda parte inclusive, el P arm én ides es más, incomparable
to, el universo eidético de Platón, dejaba cada una de sus uni
mente más que la gimnasia dialéctica a que se entregan sus in
dades de tener una inequívoca semejanza con la Unidad de
terlocutores. De otro lado, sin embargo, no podría identificarse
Parménides. Con su clausura hermética “en sí y para sí”, y tanto
al Uno del diálogo con la Idea del Bien, ya que el primero, como
con respecto al mundo sensible como con las otras tle su misma
observa Ross/ 1 es una unidad enteramente abstracta, sin ninguno
condición, cada Idea es, en la certera opinión de Léon Robín,
una especie de átomo lógico —¿y por qué no también, o ante
iGGc: e v el |ii) eo n v , ov8év étrav. todo, ontológico?—, tal como parecen haberlo sostenido hasta el
co Dics, P a r m é n id e , p. 45. fin, con una rigidez que los unía no obstante todas sus diferen
s i P la t o ’ 7 ¡n o r y o f Id ea s , p. 97.
cias, Euclides de Mégara y Antístenes, los tíos socráticos rivales
230 LA CRISIS D EL ID E A LISM O PLATÓN ICO

de Platón. En ellos hizo presa definitiva esta extraña unión, pero


efectiva, entre el atomismo de Demócrito y la unidad de Par-
IX. LA COMUNIÓN DE LAS FORMAS
ménides. Y con el atomismo del espíritu tenía que pasar lo mis
mo exactamente que con el atomismo de la materia: que sin un
Principio de organización, todo queda entregado al azar y no “Del ser” o “sobre el ente”, como nos plazca (tíEpl -roü o vt o q) ,
tendremos, en suma, un cosmos, sino un caos. es el subtítulo que los editores alejandrinos, generalmente avi
De este supremo peligro quiere Platón apartar a su propia sados en estos pormenores, pusieron al diálogo E l Sofista. Del
doctrina, y por ello le interesa liquidar, antes que nada, la con ente y del no-ente, en efecto, se trata en él muy de propósito,
cepción eleática del ser, y por nadie mejor que por su fundador y sin dejar de ser por ello esta discusión —antes bien lo es por
y mayor representante: genial artificio dramático de quien, aún ello precisamente— un capítulo de primerísima importancia en
en su vejez, continúa siendo un artista sin par. Por Parménides la teoría de las Ideas. Antes, empero, de abordar aquellas cuestio
mismo liquida Platón a Parménides. En adelante no será ya nes, arduas como ninguna, de mitología y de meontología ,1 in
posible ni la unidad monolítica ni la autoclausura del ser; con troduce Platón, artista hasta el fin, una animada conversación
ello no se da razón ni del ordo idearum ni del ordo rerum , sobre la definición que deba darse de “sofista”, como tipo hu
menos aún de la conexión que entre el uno y el otro debe existir. mano o forma de vida, según diríamos hoy.
No podemos renunciar a la participación, que ahora se impone Si, como dijimos en su lugar, son erradas en principio, y en
con mayor apremio que nunca, inclusive entre las Ideas mismas; lo general, las clasificaciones que en lo antiguo se hicieron de los
ni podemos cejar tampoco en el empeño inquebrantable de en diálogos platónicos por trilogías o tetralogías, igualmente ano
contrar la conciliación entre lo uno y lo múltiple, y en general, tamos que en ciertos casos, en dos por lo menos, sí puede ha
entre todas las contradicciones que parece albergar el Ser desde blarse de una y otra cosa, ya en mérito del contenido intrínseco
el momento en que se abre a una predicación con sentido. de los diálogos, ya por la expresa intención de su autor. De lo
Cómo será todo esto posible: q u o m o d o fie t istud, no nos lo primero tenemos la expresión más cabal en la tetralogía del
dice aún Platón, probablemente porque él mismo no lo ve aún ju icio y muerte de Sócrates: E a tifró n , A p olog ía, Gritón y F ed ón .
con suficiente claridad; pero la vida le alcanzará para decírnoslo. De lo segundo, y por más que se trate de una trilogía inconclusa,
De una larga vida hubo menester para esto, porque nadie como tenemos el testimonio directo de Platón, cuyo Sócrates nos dice,
él, según dice Proclo, vio lo largo que es el viaje del alma en el no bien se inicia la conversación en el Sofista, lo mucho que
descubrimiento y la conquista de la verdad. Descubrir o entrever importa distinguir entre sí, mediante el concepto adecuado que se
siquiera la coin ciden tia oppositoru m en la unidad suprema del tenga de cada uno, estos tres tipos: el sofista, el político y el
Principio absoluto, ha sido, sin esperar a que Hegel lo dijera, el filósofo. Y como después de E l Sofista viene E l P o lítico , se ve
afán eterno de la filosofía. Muy pocos, apenas los más grandes, claro que Platón tenía bien planeada la trilogía, y que sólo le
han podido alcanzar la meta, entre ellos Platón, y aún él por sus faltó vida, ánimo o lo que haya sido, para llevar a cabo la com
pasos contados. “El P arm én ides prepara el terreno para conce posición de E l F iló so fo , cuya etopeya, por lo demás, la encontra
bir una Unidad concreta, un Ser vivien te, como unión de los mos, con rasgos magistrales por cierto, en varios otros de sus
opuestos, y que, jxir ser tal, puede hacer comprensible el mundo diálogos.
natural y humano .” 32 Será sólo en el T im eo cuando compare El deslinde de estos caracteres o formas de vida no era en
cerá ante nosotros con todos estos caracteres; pero a este diálogo aquella época un entretenimiento más o menos ocioso. De aque
le precede otro, el Sofista, de gran significación asimismo en la llos maestros ambulantes de sabiduría, unos eran, como Xenó-
evolución de la teoría de las Ideas, y cuyo estudio, por lo mismo, fanes, consumados filósofos, y otros, como Gorgias, redomados
es del todo inexcusable.52 1 Sit venia verbo, pero no somos los prim eros en em plear e l neologismo,
perfectamente justificado y necesario para designar el discurso sobre e l no-
ser: |ít ] ov, si para el discurso sobre el ser tenemos ya el paleologism o, igual
52 Sciacca, op. cit., p. 245. mente correcto, de "ontologia”.
[ 231]
232 LA COM UNIÓN DF. LAS FO R M A S LA COM UNIÓN DF I.AS FO R M A S 233
sofistas, sin contar los que, como Antifón o Protágoras, no hacen definiciones o descripciones que da Platón del sofista; pero tienen
mala figura entre los filósofos, no obstante haber recibido, en la tal encanto, tan alada gracia, que no podemos resistir al deseo
historia oficial de la filosofía, la denominación de sofistas. Otros, de trasladarlas, así sea muy de pasada.
en fin, como Arquitas de Tárenlo y los pitagóricos en general, Según la primera definición, el sofista es el cazador de jóvenes
se habían alzado con el poder en sus ciudades; con lo que no ricos y de alta condición social, '- con la mira, además, de obtener,
estaba tan claro si la filosofía era algo más que el afán de do quien practica esta cacería, influencia o dinero. La sofística re
minio como motivación radical, y del cual sería apenas un epi sidía ser así una especie del género “caza del hombre” (0T]pa
fenómeno la especulación teorética. De aquí, en suma, que la t o u ávGpwnou), el cual comprende otras muchas especies tan di
cuestión del deslinde se plantee con tanto apremio en E l So versas como el bandidaje, la guerra y la tiranía, cuando la cap
fista, de cuyo tipo, para comenzar por él, ensayan una caracteriza tura es por la fuerza, o el amor y la elocuencia, si es por la per
ción los interlocutores del diálogo. Cumple advertir, además, que suasión.4*
entre estos interlocutores aparece ahora un extraño personaje, Con arreglo a la segunda, tercera y cuarta definición, entre
a quien se designa, sin nombre propio, como el extranjero de las cuales hay apenas ligeras variantes, el sofista es el negocian
Elea. Platón, por lo visto, no ha acabado de saldar sus cuentas te o traficante de artículos espirituales, como discursos y ense
con el eleatismo; sólo que ahora no es el venerable Parménides, ñanzas relativas a la “virtud”, a la arete, es decir, en su sentido
sino un anónimo de su escuela el que entra en la liza. Y por de eficacia práctica.’ Esta idea del sofista es prácticamente un
último, no es ya Sócrates, de pai te de Platón, quien sostiene lugar común de los diálogos platónicos, donde se nos presenta
la discusión frente al extranjero, sino Teetetes, como para sub a los sofistas, con variaciones puramente verbales, como merca
rayar, con este progresivo retroceso de Sócrates que terminará deres ambulantes de sabiduría, entre los cuales no existe otra
en su desaparición completa, que ahora sí se trata, sin la menor diferencia, como expresamente se recalca, que la de vender su
duda, de doctrinas de ningún modo implícitas en la vieja rai mercancía al mayoreo o al menudeo.
gambre socrática .2* La quinta definición del sofista como experto en la contradic
La primera parte del diálogo, la dedicada a la definición del ción (dnmXoyixóg), o atleta de la erística, de la mercenaria por
sofista, pudiera aún considerarse socrática por el tema mismo; supuesto, es nueva en cuanto a estos enunciados, pero está ya im
pero no lo es, ni ella siquiera, porque lo decisivo no es el tema, plícita, en el Gorgias por lo menos, en la comparación habitual
sino el clima espiritual y la intención con que se desarrolla. No de la palestra gimnástica con los combates de la retórica sofís
es ya el sofista, en efecto, el enemigo visible y concreto al que tica, que es un puro virtuosismo de la erística.
Sócrates y Platón hacen frente en tantos diálogos anteriores, desde Como los interlocutores no están satisfechos aún, sino que les
los dos H ip ia s hasta el primer libro de la R ep ú b lica , pasando parece que el sofista es, como Proteo, un “animal ondulante y
por el Gorgias, de tan alta incandescencia polémica. Todo esto, diverso”, ensayan todavía otra definición, la sexta, con arreglo
ahora, ha quedado muy atrás, y si bien se mantiene, como no a la cual el sofista, a fuer de experto en la contradicción, po
puede menos de ser, el juicio desvalorizador del sofista, las suce dría ser también, aunque por accidente, un pacificador (xa-
sivas definiciones que de él se dan son un ejercido lógico de la
más pura serenidad, y destinadas además, en la forma que luego
veremos, a servir de introducción a la segunda parte del diálogo.
* Sof. 223 b: v so j v jt Xovffíüw' x a l t vSósm v 0r¡Qa.
Podríamos, en rigor, dispensamos de pasar revista a las seis
4 A pelt hace notar la sorprendente sim ilitud, por no -decir identidad, entre
la fórm ula platónica y ¡a qu e encontram os cu la Cinegética de Xen ofon te,
2 Así lo reconoce hasta quien, com o T ay lo r, sostiene haber sido Sócrates donde los sofistas son igualm ente definidos com o cazadores de jóvenes ricos.
el au t or de la t eor ía de las I deas, p or lo menos en su pr i m er a fase. Ahora, An ot am os sim plem ente la con cor dan cia en t r e t ino y ot ro t ext o, sin l a m enor
en cam bio, dice: “ VVe can understand tile silence of Sócrates in the S op h istes, pretensión de d irim ir la cuestión de su r espect iva anterioridad o posteriori
where the lógica! rn aiter of the discusión takes us far away from the circle dad. A lo m ejo r era un lugar com ún, la susodich a d efinición, d entro del
of ideas corninonlv represented hy Plato as fam iliar to h im ." T ay lo r, o p . cit., circulo socrático.
p. 375. 3 22 } d: r^vj'Epxooiy.q jwpl J.óyovc x « l puOíjuuTU ó o e r ij;.
234 LA COM UN IÓN DE LAS FO R M A S LA COM UNIÓN DE LAS FO R M A S 235
Oapxrjg) de creencias u opiniones erróneas. En este sentido, según penetrable”: &uopov zlSog. Y lo cree así no porque disienta de su
dice el extranjero de Elea, bien podría hablarse de una sofística interlocutor en cuanto a la estimación —o desestimación, si se
“de buena raza”, aunque está bien claro, por todo el contexto, prefiere— del sofista, sino porque no está nada claro para él
que la función catártica es algo adventicio u ocasional, y que se cómo puede ser alguien, hablando en general, ilusionista o si
cumple, cuando se cumple, contra la intención radical de lucro mulador de la verdad; o dicho de otro modo, cómo puede darse
sin escrúpulos que anima al sofista. el llamado “simulacro” de la verdad o de la realidad. El simu
En un intento de recapitular en una las anteriores defini lacro, en efecto, es un objeto con existencia real, ya que de lo
ciones, los interlocutores se detienen con predilección en la enun contrario no lo veríamos o no lo oiríamos; y sin embargo, no es
ciada en quinto lugar, la cual, al ser considerada bajo otro as realmente lo que parece ser. Es algo, por consiguiente, real y no
pecto, hará surgir de hecho, aunque no se la proponga ya con real; algo que, simultáneamente, es y no es. Y no es el viejo
este carácter, la séptima y última definición. Aquel, en efecto, problema de la apariencia y el ser, dado que hay también la ver
que practica profesionalmente la á v T i X o y í a , la contradicción en dadera apariencia y el fenómeno auténtico, sino únicamente el
todo y por todo, así de lo verdadero como de lo falso, es, por eso problema de la falsa apariencia del fenómeno espurio. ¿Cómo
mismo, el enemigo profesional del Xéyog; y por lo mismo tam concebir, en otras palabras, esto que llamamos “falso”, esto que
bién, una especie de mago, ilusionista o imitador, y como tal, fi tiene la indudable entidad de lo que hiere la vista o el oído,
nalmente, habrá que definir al sofista.6 Lo más radical en él, en pero, al mismo tiempo, la no-entidad que le resulta de no ser
suma, ciertamente lo de mayor importancia, no es tanto el ape lo que pretende ser? Es algo que está, hoy como ayer y como
tito de ganancia cuanto la falacia y la simulación; el arte del si siempre, grávido de aporías,8* en razón de este aparente intercam
mulacro con que hace aparecer lo q u e no es como si verdadera bio o entrelazamiento (ÉitáXXa^ic, ffup,TxXoxT)) del ser y del no-ser.
mente lo fuese. Muy bien captó Aristóteles en este punto el pensamiento de su
Es ésta, como luego se ve, la imagen tradicional del sofista; maestro, cuando dice, y con aprobación, que Platón asigna a la
pero es precisamente al llegar a este punto, a lo que parece ser sofística el dominio del no-ser.0 Por esto es tan huidiza, tan in
un lugar común en el socratismo y en el platonismo, cuando aprensible, la “forma” del sofista, porque, según leemos en este
vemos alzarse las mayores dificultades. Al lector moderno podrá diálogo de tan maravillosa profundidad, se refugia en la tinie-
parecerle tal vez que no lo son tanto, pero es precisamente por bla del no-ser, en tanto que el filósofo, por su parte, se mantiene
que fue Platón quien las venció, el primero de todos, y sus so firmemente apegado a la Forma del ser.10
luciones han pasado a ser lugares triviales en cualquier manual Impónese, por tanto, una operación semejante a la que hemos
de lógica o de ontología. De nuestra parte, además, no podemos visto practicarse en el P arm énides, pero de mucho mayor auda
eximirnos de pasar siquiera por las fases principales del proceso cia y trascendencia: una revisión radical también, pero ya no de
dialéctico que aquí se desarrolla, si hemos de ser fieles hasta el las Ideas, aspectos del ser, aunque sobresalientes, sino del ser
fin al espíritu del platonismo. Como lo sabemos de sobra, en mismo, y por ende, del no-ser. Porque si declaramos que el no-ser
filosofía, y sobre todo en filosofía platónica, no hay nociones es en todo equivalente de la nada, resultará sencillamente incon
prefabricadas, sino que todo pensamiento, según decía Schleicr- cebible el discurso erróneo, que dice de algo lo que no es, pero
macher, debe ser autoactividad espiritual, y todo recuerdo que que, no obstante, algo dice. No puede este discurso tener por
hagamos de lo que conquistó Platón, debe ser a su vez, de parte correlato la nada pura y simple, ya que, en tal hipótesis, no ha
nuestra, un acto de conquista original.7 bría en absoluto ni discurso, ni siquiera pensamiento .11
El extranjero de Elea cree, pues, que la última definición del
sofista, tan clara en apariencia, es, en realidad, una “forma im 8 236 e: ¡xemá cbtooía; ü eí év ira .t q ó o Gev XQÓvcp nal vív.
9 Met. 102Gb 14: 810 nXáxoyv xpórtov xiva 08 xax.íbg xr]v aocpi<mxr|-v jt eqÍ
6 235 a: F ot it u |xí;v 8i] y.ai murirriv apa Oexéov aúxóv tiva. TÓ |«| OV EXa^EV.
i “P latón betrachtet alies Denken so sehr ais Selbstatigkeit, dass bei ihm
eine E rinn eru n g an das Erw orbene auch notwendig eine sein muss an die
10 254 a: ó ]í e v «jt o8i S<jáav.on'
elq xi]-v xoü ni] ovxoc cxoxErvóxryca - . • ó 8 e
Ye cpiÁómxpog xj) t o o ovxog « e í .-tpoa-/ .EÍ|tevog t &éy.
erste und ursprüngliche Art des E rw erbes."
11 Por algo los com entaristas franceses del S ofista nos recuerdan, con toda
236 I.A C O M U N I Ó N l)!í I.AS F O R M A S LA C O M U N I Ó N D E L AS F O R M A S 237

Algún ser, por lo tanto, debe tener el no-ser; alguna entidad en todos sus pormenores, este capítulo de historia filosófica; bas
el no-ente. No podemos entender la apariencia ilusoria de otro tará con exponer las conclusiones más importantes de esta re
modo que como la realidad de un no-ser irreal; como un entre visión.
lazamiento análogo al que hay entre la urdimbre y la trama, Por lo que hace a la primera cuestión: el número de los entes,
del ser con el no-ser.12 Sólo que, al llegar aquí, retrocede espan la discusión se plantea entre unitaristas y pluralistas; y al pasar
tado el extranjero de Elea, que no sería nativo de esta ciudad revista a sus diversas teorías, Platón repite, como tenía que ser,
si no tuviera una veneración absoluta por su “padre” Parménides. las conclusiones alcanzadas en el P arm én ides sobre la concilia
Ahora bien, en el poema de este último leemos que el no-ser ción entre lo uno y lo múltiple. La relativa novedad del Sofista
es impronunciable, inefable e inexplicable (&<j>0ev xt o v , appTyrov, consiste en subrayar la irreductibilidad del ser en cuanto tal a
akoyov) ; que “ser y pensar es lo mismo”, y que, en fin: “Jamás todo y cualquier ente en concreto, y ya sea que adoptemos una
domarás a que sea lo que no es”. Pero como la fenomenología del ontología unitaria o una pluralista. En cualquier predicación con
sofista, en la primera parte del diálogo, ha mostrado irresistible sentido que no sea una mera tautología, el ser es siempre un
mente que todo ello no puede sostenerse más, el Extranjero “tercero” distinto de los otros dos miembros en la estructura
pide a los dioses que le absuelvan del “parricidio” que va a judicativa: exEpov -u, xpíxov ti. Sobre esta base se fundará des
cometer, ya que, según dice: “Nos vemos obligados a poner en pués, como veremos, la doctrina de la comunicación de los
el potro la tesis de nuestro padre Parménides, y a emplear la géneros.
violencia para demostrar que, bajo algún aspecto, el no-ser es, Con caracteres más novedosos, por lo menos en su presenta-
y que el ser a su vez, de alguna manera, no es.” 13 No ha quedado ción, se nos ofrece en seguida la polémica entre materialistas e
todavía, por lo tanto, bien liquidado el eleatismo; porque si en idealistas, con relación ya no al número, sino a la naturaleza del
el P arm én ides desvirtuó Platón la tesis del Todo-Uno, ahora ha ser. Por el hecho, probablemente, de ampararse una y otra tesis
de enfrentarse a la otra posición, igualmente parmenídica, del en la autoridad de grandes filósofos, el debate puede verse —y
Todo-Ser. Gran monumento metafísico éste cpie levanté), con hasta hoy, podríamos añadir— como una “gigantomaquia sobre
su poema, el verdadero fundador de la filosofía, cuando a Platón la esencia” ,13 cuyos contendientes son, de una parte, los Hijos
le llevó la vida entera el abatirlo del todo. de la Tierra, y de la otra, los Amigos de las Formas.16 Para los
primeros no existe sino lo que ofrece resistencia y contacto; lo
D el ser y d el no-scr que, como las rocas y las encinas, pueden estrechar con sus ma
nos, y en una palabra, “definen los cuerpos y la existencia como
¿Cómo determinar, en suma, las nociones del ser y del no-ser? cosas idénticas”. Los segundos, en cambio, se esfuerzan por de
No sería Platón quien es si nos lo dijera luego y directamente. mostrar que las formas inteligibles e incorporales son la verda
Aquí también, según su costumbre, hace un largo rodeo, el cual dera existencia.17
consiste, como anota Diés, en una crítica de las teorías del ser Por ser sin duda la posición filosófica que menos le interesa,
que habían tenido curso hasta entonces: examen que se lleva no se detiene Platón en refutar prolijamente el materialismo.
a cabo con el fin de determinar el ser, primero en su número y
luego en su naturaleza.11 No creemos necesario reproducir aquí, 13 246 a: 7iYavT0(ia-/íu ¡t eqí t t ¡s oúoíuc-
18 ai’'TÓ-/ 0 OVEg, 7 T1 7 6VELC • . el Sfñv CphvOL.
pertinencia, a Fénclon: "L e pur néaut nc saurait étre l’objet de l’intelligen- No hace mayormente al caso, desde el punto de vista filosófico, la no­
ce"; y a Malcbranche: “Peuser a ríen et ne point penser, c’est la méme menclatura precisa de los posiblemente aludidos con estas denominaciones.
chose.” Entre los autóctonos pudieran estar, desde luego, Leucipo y Demócrito; a los
12 2.|o b-c. No vemos de qué otro modo puedan traducirse o glosarse textos megáricos, a su vez, pdríamos ponerlos entre los Amigos de las Formas. No
tan difíciles, y tan fundamentales, como los siguientes: oéx óv upa oüx a Platón mismo necesariamente —por lo menos en el momento de escribir
o vt ío ; éiTtlv ovia)? í|V /.éyouev elxóvo- • a:ea/.ty.flat <t u|Ui Xoxt |V xó píi ov el Sofista—, por las reservas que hace en este diálogo con respecto a la posi­
x<¡) ovxi... ción idealista.
13 241 d: xo te |i.rj ov ¿05 eo t i y.má ti ocal xi> ov a? rtáXtv ráj ovx taxi jrfj. 17 246 b: votiva ¿erra xai áatápaxa EÍfir) (5iaí;ó|ievoi t t jv áXr|0ivfiv ovoíav
14 242 c: t u ovra SiopíaaaOai itóoa y.ai nota. EÍvai.
238 L A C O M U N I Ó N D E LAS F O R M A S L A C O M U N I Ó N D E LAS F O R M A S 239
Conténtase con observar que, si los materialistas fueran conse ción de la dynamis, es por el interés que tiene de dinam itar tam
cuentes consigo mismos, deberían limitarse —lo que no hacen— bién el mundo inteligible, con el fin de introducir, en él también,
a la naturaleza, sin entrometerse para nada con la cultura, ya cierto movimiento que haga posible, lo que viene en seguida: la
que ésta es un conjunto de valoraciones obviamente incorpóreas “comunicación de los géneros”. En la congelación e incomunica
e intangibles. ¿Por qué hablan también ellos, al igual que los bilidad que de este mundo hacen los Amigos de las Formas, se
demás, de justicia, virtud, sabiduría y otras cosas semejantes? separa de ellos Platón, e inclusive de sí mismo ¿por qué no?, del
Pero si admiten su existencia, como de hecho la admiten, con Platón primero que, al contemplar aquel múñelo, no había pa
esto solo basta para vulnerar mortalmente el monismo mate sado del embeleso del descubrimiento al trabajo de su organi
rialista. zación. Ahora, en cambio, se afana por inyectar en él aquella
Lo más interesante de esta refutación sumaria, ad hom in em , dynam is cuya falta le echa en cara Parménides en el diálogo
del materialismo, es la definición del ser que tentativamente homónimo, y por esto encarece con tanta fuerza esta noción
introduce Platón, al decir que el ser es todo aquello que, de como la nota más sobresaliente del ser en general.-0
cualquier manera, tiene el poder de hacer o padecer. Potencia Todo aquello, por tanto, que de algún modo conlleva el
activa o potencia pasiva: esto serían, en suma, el ser y los entes.18 dinamismo, como el movimiento, la vida, el alma y el pensa
Es ésta una definición de incalculable trascendencia. Contra miento, ha de tener su lugar en el Ser. Así lo expresa Platón
los materialistas primero, que se ven obligados a reconocer al en el siguiente pasaje, que no cede en importancia a ningún
guna realidad a los valores, desde el momento que, indiscutible otro de los innumerables de su vasta obra:
mente, actúan en la conducta humana. Pero no sólo contra ellos, “Pues qué ¡por Zeus!, ¿nos dejaremos nosotros convencer tan
sino también contra los idealistas, los Amigos de las Formas, que fácilmente de que el movimiento, la vida, el alma, el pensamien
alzan un muro infranqueable, un ywpíq absoluto entre el devenir to, no tienen verdaderamente ningún lugar en el seno del ser
y las Ideas, y niegan a éstas, por consiguiente, toda potencia
(Suvapig), así activa como pasiva. Esto, empero, no puede sos la terminología, a la primera división del ser en general: ser en potencia
tenerse, ya que si de parte nuestra hay una acción en el cono y ser en acto. Si no erramos en esta apreciación, y por muy nuestra que
cimiento que tenemos de las Ideas, de parte de estas últimas, a sea, la Súvcqug activa de Platón es de hecho equivalente a la évégyeta
su vez, hay una “pasión” en el hecho mismo de ser conocidas. La de Aristóteles. ¿Qué otra cosa es el Acto Puro sino la Potencia Activa Infini­
ta? No fue en esto, nos parece, en lo que erró Platón, sino en su concep­
más elemental fenomenología del conocimiento revela así que ción del ente como género, en aparente paridad lógica con los otros cuatro
ni siquiera el ser inteligible puede sustraerse del todo a cierta géneros supremos del Sofista.
inmutación o afectación. En términos platónico-husserlianos po 20 Nadie pone hoy en duda la autoría platónica del Sofista, demostrada
dríamos decir que a la acción de la nóesis corresponde la pasión por Lewis Campbell, con irresistibles argumentos estilísticos, desde 1867; y
del noem a. si antes llegó a tenérsele por apócrifo, fue por esta aparente disidencia en
que Platón se coloca aquí con respecto a los Amigos de las Formas. ¿Cómo
L a definición del ente como Suvaptiq no es, por lo demás, sino era posible —se preguntaban gentes tan ineptas como Charles Huit— que
una definición provisional que Platón propone simplemente a hubiera escrito tal diálogo el Amigo por antonomasia de las Formas? Pero
los efectos del diálogo, del modo que en seguida veremos; pero la grandeza de Platón, a par de su genio, es su maravillosa sinceridad: su
no como una definición esencial, ya que, por boca del Extran culto de la verdad por encima de todo, de su ego inclusive. Amica forma, sed
jero del diálogo, proclama una y otra vez que el ser es siempre magis amica verit as.. . ¿N# es éste, en realidad, el espíritu del Parménides
y del Sofista? Ni ante sus propios discípulos teme Platón retractarse o des­
un ÉTSpov -ri, irreductible, por tanto, a toda otra noción, y no autorizarse, si, como parece lo más probable, estos Amigos de las Formas no
definible —hasta donde en este caso pueda hablarse de defini eran tanto los megáricos cuanto los académicos que. según dice Natorp,
ción— sino por él mismo.19 Pero si introduce aquí Platón la no-1 no habían sabido progresar con el maestro, sino que se habían quedado en
una concepción de las Ideas superficial y cosificada: “ Solche Platoniker, die
1S 247 e: Eíg xó jt o ic ív . -- tig xó x íi Oe iv - .. xa ovxa (í>g etrav oúx d/./.o niclit mit dem Meister fortgcschritten, sondern bei der oberfiáchlichcn, ding-
xi a >,t )v 8úva(ug- haften Auffassung der Ideen stehen geblicben waren.. .” (Platos Ideenlehre,
í» Por lo demás también, no es tan mala la definición del ser como p. 284) . ¿No debería distinguir a todo autentico maestro esta humildad pro­
Súvutng, que corresponde fundamentalmente, por defectuosa que pueda ser funda ante la Verdad?
240 LA COMUNIÓN D E LAS F O R M A S LA C O M U N I Ó N D E LAS FO R M A S 241

universal, que no vive ni piensa, sino que, augusto y samo, Entre los platonizantes del siglo pasado no dejó de haber
vacío de entendimiento, permanece allí, plantado y sin poder quienes, como Gomperz o Zeller, no retrocedieron ante estas
moverse?” 21 consecuencias catastróficas, con tal de ser fieles a la que les
Pocos textos como éste, en todo el coi pus p la to n ia n a , han parecía ser la única traducción posible del texto. Gomperz no
dado tanto quehacer a los intérpretes. Todo depende, ya que vacilaba en ver allí un verdadero “salto mental”, y añadía que
el resto es perfectamente claro, de cómo se traduzca la miste esta transformación regresiva de la teoría de las Ideas obede
riosa expresión t o TO?.VT£A.wg ov, que es el término clave y de cía a la tendencia mostrada por Platón en su vejez, de consi
cuya intelección depende el sentido del conjunto. No vamos a derar los principios primordiales del universo como psíquicos
entrar, por supuesto, en toda la polémica lingüística, sino que y conscientes.23 Y Zeller,24 a su vez, no duda tampoco en aceptar
nos limitaremos a lo que consideramos como lo más esencial o la nueva concepción “energética” de las Ideas, pero ya no tanto
decisivo para la inteligencia del texto. por fidelidad al texto del Sofista, sino porque, como observa
El TOxvTeXwg ov puede, en primer lugar, traducirse perfecta Rodier, tiene necesidad de esta interpretación para defender
mente por “el ser que es en plenitud” o absolutamente. Aho a capa y espada la causalidad del mundo sensible por las Ideas,
ra bien, parece cierto que, en la filosofía platónica, el ser en en lugar del Agente divino que hará su aparición en el T im eo.
plenitud lo es únicamente el ser inteligible, es decir, la Idea. l a intervención de este Agente molestaba a Zeller, por razones
Así lo dice el propio Platón en la R ep ú b lica , y sirviéndose de muy suyas, y de ahí su empeño por radicar en la impersonali
la misma expresión exactamente, al declarar que lo que existe dad de las Ideas la causalidad tanto formal como eficiente.
absolutamente es también absolutamente cognoscible, en sí mis Otros intérpretes hubo que, animados de una doble voluntad
mo por lo menos, si bien no siempre relativamente a nosotros.22 salvífica: del texto y del platonismo, sostuvieron que las con
Dentro del contexto de la R ep ú b lica no tiene todo ello nin sabidas expresiones: alma, vida y movimiento, no han de to
guna dificultad: es, como ya sabemos, la doctrina general de marse aquí en su sentido habitual, sino en uno “puramente
los grados del ser, correspondientes, cada uno puntualmente, a los lógico”, según dice Rodier, para permitir de tal modo cierta
grados de inteligibilidad. Pero si en el texto del Sofista tradu apertura en el primitivo hermetismo eidético y hacer así posible
cimos igualmente por “Idea” el TtavTeAwc ov, resultará entonces lo que viene luego, que es la comunicación de los géneros. La
que Platón ha modificado del todo —anulado, mejor dicho— interpenetración de las Ideas, o aun su simple refracción en el
su teoría de las Ideas al introducir en éstas, así no más y de objeto sensible, serían de esta suerte su movimiento lógico. Su
repente, las cualidades propias de los entes sensibles: movi pongámoslo así —observaremos por nuestra parte—, pero ¿cómo
miento, vida y alma (xCvrjcrig xa,l £,wr) xa¡ clzo^T)). Con esta inva metaforizar igualmente, en entes puramente lógicos, cosas tales
sión en masa, por decirlo así, del heraeli tismo en el mundo de como “alma”, “vida” y "pensamiento”, de contenido tan cierto
las esencias, se viene abajo de golpe lo dicho en el C ratilo y en en todos los demás textos?
tantos otros diálogos; y no tiene siquiera sentido hablar en ade Dejando a un lado matices o sutilezas filológicas, el argumen
lante de dos mundos o de dos saberes (o cuatro inclusive, en to más fuerte, a nuestro parecer, contra la pretendida con
la segmentación de la Línea de la R ep ú b lica ), porque a todo se cepción energética, psíquica o cinética de las Ideas en el texto
lo lleva de frente el flujo heraclitano, ahora más voraz y cau del Sofista, está en el hecho de que allí mismo, líneas abajo,
daloso que nunca. Todo esto no puede ser, y mayor miramiento afirma muy claramente el extranjero de Elea que, así como no
debe tenerse con Platón antes de aceptar la comisión, por parte puede predicarse de todos los entes la inmovilidad, del mismo
de él, no de un parricidio, como el del Extranjero del diálogo modo no podemos admitir tampoco que en torios ellos haya de
con respecto a Parménides, sino de lo que, en el terreno intelec haber traslación y movimiento. Y la razón que el Extranjero da
tual, habría sido, ni más ni menos, un suicidio. en apoyo de una y otra aseveración, es una y la misma: que si
23 Pensatori Greci, IH, 512.
m 248 c. 2* Pialo and the o ld e r Academy, N u cí a York, 1962. pp. 261 sq.: "The
22 l i e ¡J. 477 a: to ¡i s v jravrrAcoc; ov iruvTsAiog yvtocTTÓv. I deas as Power s.”
242 LA C O M U N I Ó N D E LAS F O R M A S LA COMUNIÓN DE LAS F O R M A S 243

no hubiera en alguna parte movimiento y en otra inmovilidad, pero el camino queda abierto para que, en el resto del uni
no habría voüg: espíritu, intelección o inteligencia, como verso, en la totalidad del ser, pueda tener libre curso el di
más nos guste, ya que todo ello, el saber rigurosamente tal, namismo del espíritu; y a su debido tiempo lo configurará
supone la convergencia del principio cinético que es la mente, Platón, con rasgos muy precisos, en el Alma del Mundo y el De
con el principio acinético que es la Idea. Es la doctrina que miurgo del T im eo. Y podremos entonces ¿por qué no? hablar
viene por lo menos desde el C ratilo, y que, reiterada en tantos hasta de un movimiento que de algún modo tiene a las Ideas
otros diálogos, reafirma ahora Platón, en el Sofista, como algo por correlato: no porque venga de ellas, sino porque a ellas
incorporado irrevocablemente a su ideario filosófico. Y por si va el movimiento que suscitan en el Espíritu que las contem
alguna duda quedara, nos bastará con copiar, sin comentarios, pla. Al igual que el Motor Inmóvil de Aristóteles, la Idea de Pla
el pasaje con que cierra Platón el debate entre los Hijos de la tón, inmóvil asimismo, moverá también al universo, no de otro
Tierra y los Amigos de las Formas, del modo siguiente: modo que, sin moverse, “mueve como lo amado”, según lo dijo,
“Al filósofo, pues, y a todo aquel que ponga estos bienes maravillosamente, Aristóteles.27
(espíritu, saber, inteligencia) por encima de todos los demás,
le viene impuesta por ello mismo, a lo que parece, una norma E l no-ser com o alteridad
absoluta: ni aceptar la inmovilidad del Todo, ya sea que la
propongan los partidarios de lo Uno o los que admiten una Todo esto, empero, está por el momento en un horizonte
pluralidad de Formas, ni tampoco prestar oídos, en modo algu lejano aún. Lo que Platón deduce inmediatamente, una vez que
no, a los que mueven el Ser en todos sentidos; antes bien hacer ha fijado definitivamente su derrotero entre Heráclito y Par-
suyo, como lo hacen los niños en sus deseos, todo lo que es ménides, es que el ser está tanto en movimiento como en reposo
inmóvil y todo lo que se mueve, y decir que el Ser y el Todo (xívq<ng, cxácrig), con lo cual, lejos de haberse resuelto, se tor
son a la vez lo uno y lo otro.” 25 na agudo como nunca el problema del ser. Del reposo y del
No siendo así posible, como resulta con toda evidencia de movimiento, en efecto, decimos que son ; pero como entre ellos
todo lo anterior, identificar con la Idea el "ser en plenitud" hay, por otra parte, la máxima contrariedad imaginable
(en el Sofista, una vez más, y no en la R ep ú b lica , donde la iden (ÉvavxiwTaxa), habrá que concluir entonces que el ser no es,
tificación es correcta), habrá que decir entonces que aquella por su naturaleza, ni movimiento ni reposo, sino algo “tercero”
expresión debe aquí tomarse no intensiva sino extensivamente, que los domina a ambos por igual, y que tiene con ambos
es decir, como “la plenitud del Ser”, o como “el ser univer la comunidad o comunión (xoivwvía) que a ellos mismos, entre
sal”, según hemos traducido al transcribir el pasaje.26 Y del sí, les está negada en absoluto. Porque ni el reposo puede par
ser en su totalidad, como dice Brochard al adoptar, el primero ticipar del movimiento, ni viceversa, sin anularse por esto mis
tal vez, esta interpretación, no puede estar ausente todo esto mo; pero uno y otro, en cambio, participan plenamente en la
que en nosotros mismos palpamos o sentimos: movimiento, in comunión del ser (xíjg oúaíag xoivwvía).
teligencia, alma y pensamiento. No hay, contra lo que pensaba Tenemos así bien planteado esta vez el problema de la co
Zeller al decirlo así, ninguna “regresión de las esencias meta municación de los géneros, que no podrá resolverse sino por una,
físicas a su origen teológico”, sino, por el contrario, una progre y sólo una, de las siguientes tres hipótesis. La primera, que
sión. Las Ideas quedan tal cual eran, en su majestad augusta, toda comunicación, entre cualesquiera géneros, sea imposible en
absoluto. La segunda, que todos los géneros, sin limitación al
25 249 c'ú- guna, puedan comunicar entre sí. La tercera, que este poder
26 "I / £ t r e en sa pl én i t u d e est l a som m e de t out es les for m es ou espéces lo tengan unos géneros, pero no los demás.
d e l ’ét r e.” Es l a i n t er pr et aci ón f i n al de M on s. Di és (In tr o d u c tio n a u S o p h iste, La imposibilidad de la primera hipótesis ha quedado de he-
ed. Les Bel l es Let t r es, 1950, p . 289) , qu i en , p or haber est u di ado el S ofista
a l o l ar go de t oda su vi d a, t u vo l a hon est i dad de r et r act ar se de su p r i m er a
opi n i ón , em i t i da vei n t e añ os an t es, y según l a cu al el navreX ux; ov n o ser ía 27 M et. x ii, 10 72b : tó ítQüÍTOV xi voü v ¿XÍVTITOV ai r eó ... xi veí óii i b;
si n o el m u n d o sen si bl e, au n qu e en su t ot al i dad. ¿QIÓHEVOV.
244 LA C O M U N I Ó N D E LAS F O R M A S
LA COM UNIÓN DE LAS FO R M A S 215
cho demostrada por el ejemplo anterior del movimiento y el
cadas por esta visión, ya que no tienen fuerza para mantener
reposo, uno y otro participantes del ser. Así no hubiera, fuera
sus miradas fijas en lo divino.30
del ser, otro género comunicable, con esto bastaría para hacer
Queda así, por tanto, aplazada para mejor ocasión la feno
insostenible la hipótesis en su enunciado absoluto.
menología del filósofo, y por lo pronto se nos describe cómo
Igualmente indefendible es la segunda hipótesis de la co
opera su maestría del arte dialéctica, en el acoplamiento o re
municación total, que sería tanto como la confusión total de
pulsión de las Formas, de la siguiente manera:
los entes, del pensamiento y del discurso. El reposo sería mo
“Aquel que es capaz de dicha ciencia, puede percibir una
vimiento y viceversa, o más generalmente, tendría lugar algo
Forma única que se extiende sobre una pluralidad cuyos ele
tan radicalmente inconcebible como la identidad de los con
mentos se mantienen, cada uno, distintos; una pluralidad de
trarios.
Formas, recíprocamente diferentes, abrazadas exteriormente por
No queda entonces, como viable, sino la tercera hipótesis,
una Forma única; una Forma única, recogida en su unidad a tra
la de reconocer en unos géneros, y en otros no, este poder de
vés de una multiplicidad de conjuntos, y una pluralidad de
comunicación recíproca (5úvapi; imxoivwvía?). Impónese, por
Formas absolutamente distintas y separadas entre sí.” 31
tanto, y bajo este respecto, una discriminación entre las Formas,
Pasaje muy difícil, por cierto, porque no está nada claro
análoga, según dice Platón, a la que hace el gramático con las le
cuáles son exactamente, en cada caso, el universal o los uni
tras del alfabeto, o el músico con los sonidos, con el fin de ver,
versales a que se refiere Platón con esos giros metafóricos del
en uno y otro caso, cuáles combinaciones serán posibles, y cuáles
desplegarse, abrazar o contraerse de las Formas. De nuestra parte
no, en la formación de la palabra o de la melodía.
no encontramos otra explicación mejor, hasta donde es posible
Pues si en estos casos, cuando nos las habernos con elementos
darla, que la propuesta por Léon Robín, según el cual habría
tan inmediatamente perceptibles como letras o sonidos, no es
que ver, en el texto transcrito, los cuatro tipos de universales
de la competencia de cualquiera, sino apenas del gramático o
siguientes:
del músico, el operar debidamente la discriminación ¿de qué
1) Unidad genérica de una multiplicidad de individuos; como,
arte o de qué ciencia, incomparablemente superior, no habre
por ejemplo, “Hombre”, que se predica igualmente de Sócrates,
mos menester para percibir la “sinfonía de los géneros”, según
de Teetetes y del Extranjero. Sería, lógicamente, la extensión
sus respectivos acordes o desacordes? -5 Será ésta, por cierto, la
del género;
ciencia suprema, la llamada ciencia dialéctica (pey íc t t ) éracmrpr):
5i.aXexTt.xT) éiturorgn]}, y a ningún otro podremos atribuirla sino 2) Pluralidad de nociones contenidas en la unidad genérica.
al filósofo, y con tal que, además, filosofe con pureza y justicia.2 29
8 Animal + Racional en la de Hombre. Sería, esta vez, la com
No sin gracia observa el Extranjero, al convenir ambos inter preh en sión del género;
locutores en lo anterior, cómo sin proponérselo han llegado a 3) Unidad genérica de una multiplicidad de las anteriores
la definición del filósofo, cuando la que buscaban era la del unidades, como “Viviente”, que comprendería estos conjuntos:
sofista. Agrega, no obstante, que no deben darse, en esto tam Animal + Racional y Animal + No Racional. Sería el punto
poco, por satisfechos, ya que la representación del filósofo no de vista de la su bord in ación ; y
es menos difícil, a los ojos del vulgo por lo menos, que la del 4) Pluralidad de totalidades ideales, concebidas como indi
sofista, aunque por una razón del todo distinta: porque si el vidualidades genéricas: Viviente, Animal, Hombre, Racional
sofista se refugia en la tiniebla del no-ser, su elemento propio Tedríamos ahora en mira, exclusivamente, la coord in ación de
y constitutivo, el filósofo, por su parte, habita en el resplandor los géneros.32
del ser; ahora bien, los ojos de las almas vulgares quedan ofus Para muestra basta un botón, y no sólo para nosotros, sino

30 254 a: Si ñ xo Xafu-rpóv xf)g x ó p u ; oi>8a)uu; ev .x ex i 'i ; <V 0 f|vai xü yú y


28 253 b: ;t oíu xoíoig ai'ncfcovei xcüv yev&v xai itoía aXXr|Xa oü Sé/ Exai',
x f ¡; xü)v jtoXXarv r )r ux% o u u axa xapXEpei v ,xpb; xó Oxiov (apopcbvxu áf i óvci xa.
29 253 e: ’AXXñ jn'iv xó y s S ic i Xe x x ix ó v oúx aXXto fitóasi;. ó); ¿YÓnat.
«1 253d.
.t á t |v x(j> za0agü>; t e xai éixaíoig cfiXooocfoCvxi.
32 Pl at ón , O eu vres c o m p le te s , Ei b l i o t l u q u c i !r l a Pl ci ad e, 11)50, 11, 1464.
246 LA C O M U N I Ó N D E LAS F O R M A S
L A C O M U N I Ó N D E LAS F O R M A S 247
El no-ser se nos presenta de este modo como la expresión
para Platón mismo, quien declara, por boca del Extranjero,
que no va a hacer estos ejercicios dialécticos con todos los gé de la profunda finitud de cada ente frente a la infinitud del
ser. El ente es una vez lo que es, en relación consigo mismo, y no
neros imaginables: tarea literalmente infinita y no de un hom
es, mil y mil veces, lo que son los otros entes. El ser imprime
bre, sino de la humanidad pensadora, sino que va a limitarse a
en cada naturaleza la plenitud de su identidad, pero el no-ser
cinco géneros supremos (néyuria, yévt]), tres de los cuales: ser,
la circunda en muchedumbre infinita: es así como lo enuncia,
reposo y movimiento, han quedado explicitados, así como su
en sorprendente fórmula, el extranjero de Elea.36 En un islote
respectiva comunicabilidad o incomunicabilidad, y los dos que
del ser apenas, en una partícula infinitesimal mejor dicho, po
no han sido aún nombrados están de hecho implícitos en aque
demos poner la planta, y en torno nuestro nos envuelve la in
llos tres. Cada uno de éstos, en efecto, es idéntico a sí mismo
finitud de la nada; una nada que no lo es en sí misma, pero
(vaúxóv) y distinto (e-tepov) de los otros dos: distinto el movi
sí en nosotros mismos por todo lo que no somos.37 Por todo lo
miento del reposo, y distinto, a su vez, el ser del uno y del otro,
que no somos, además, no sólo en relación con todos los otros
ya que si fuera lo mismo se identificarían aquellos dos contra
rios, y por más que el ser, por su parte, no sea contrario de entes, sino por la misma oposición de alteridad con el ser
ninguno de los dos, ya que ambos participan en él. Tenemos mismo en cuanto ser, que es también un género aparte, en el
así, en suma, los cinco géneros siguientes: el Ser, el Movimiento, cual participan y no participan, a su vez, todos los entes finitos.
el Reposo, lo Mismo y lo Otro. Y de estos géneros, los dos úl Y es entonces, ai comprobar todo esto, cuando el Extranjero
timos son incomunicables entre sí, y comunicables, en cambio, lleva su osadía hasta declarar que el no-ser es verdaderamente
con los tres primeros. no-ser, y como tal connumerable, como una más, con las otras
El último de los cinco géneros supremos: lo Otro, va a ser Formas en su variada muchedumbre..38 Y al asentar así sus reales
ahora el decisivo en el hallazgo ¡al fin! del no-ser. Cada una en el reino de las Formas y recibir de ellas tan amplio recono
de las cinco Ideas, en efecto, es en sí misma, y no es en cimiento, queda finalmente consumado el parricidio de que
su relación con las otras, que son, por hipótesis, autónomas; hablaba el extranjero de Elea, ya que, contra el desafío hasta
cada una, por tanto, es y no es. La comunicabilidad o incomu entonces victorioso de Parménides, ha podido domeñarse el no-
nicabilidad recíproca es aquí algo muy secundario, ya que cada ser a que sea.
uno de los cinco géneros mantiene su identidad consigo mismo, La trascendencia que tiene esta doctrina del 110-ser, tanto
su m ism id ad en sí, y simultáneamente, su a lterid ad con respecto en la teoría de las Ideas como en la dialéctica que le es con
a los demás, al n o ser lo que ellos son, y viceversa. comitante, se expresa admirablemente, a nuestro parecer, en esta
El no-ser es así, en suma, lo otro, es decir, en tanto que otro, página de Léon Robin que, por su importancia, copiaremos
no por la mismidad de lo otro, que la tiene como otro género en su integridad:
cualquiera, sino por su alteridad.33 Considerado en este aspecto, “El no-ser está íntimamente mezclado con el ser, la alteridad
el no-ser no puede identificarse con la nada, ya que no es, como con la identidad: ninguna esencia, por tanto, queda aislada en
la nada, lo contrario del ser, sino sólo algo distinto de é l 34 y sí misma, sino que puede recibir, y sin contaminarse por ello,
que tiene, en sí y como “mismo”, su propia entidad. El no-ser una multitud de determinaciones diversas. Es el mismo proble
de cada ente es el ser de todos los otros entes que no son él, y ma al que respondía la antigua doctrina de la participación.
así lo ha aceptado, a nuestro parecer, la lógica moderna.35 ¿Tratábase, por ejemplo, de explicar la reunión en Sócrates de

33 El “en tanto que otro” es la única restricción que, con todo respeto,
3® 256 e: n epi ÉV.aoxov ap a xtov elóujv n o\v pév éaxi xó óv, an ci p ov Ós
nos permitimos proponer a la acertada glosa de Mons. Diés al texto platónico:
nW| 0 ei xó 9,11 óv.
“ L e n on -ét r e, c’est l ’au t r e.” Introduction au Sophist e, p. 279. 37 “ M a main n’est pas ma t et e, m a chai se, m a ch am b r e.. . El l e r en fer m e,
33 257 b: ót c ót üv t ó mi úx ’/ .éywuex, toe eo ixev , o vk évccvTÍov t i IwÉyopev
p ar ai n sí d i r e, u n e i n f i n i t é de néant s, les n éan t s de t ou t ce q u 'el l e n ’est
TOÜ OVTO«/./.’ ÜTfc'OOV uóvov. p oi n t .” M al eh i an ch e, E n tre tie n s a v e c un p h ilo s o p h e ch in áis.
a u tre s q u e A et 11'a point d’autre sens." Renouvier, L o g iq u e , p. 149.
38 258 c: ovtft) b e y.ni xó pi] ov y.axa xaú xóv pv t £ x ai l a t í pi | ov, évá-
s# “Selon la rigueur logique, la formule n on-A se traduit par tou s les
ptGpov t o j v noXXdrv ovxcov e£6o; e y .
autres que A et n’a point d'autre sens.” Renouvier, L o g iq u e , p. 1 4 9 .
248 LA COM UNIÓN DE LAS FO RM A S LA COM UNIÓN DE LAS FO R M A S 24!)
los caracteres específicos del hombre con las determinaciones peíamos demostrar, seguiremos aún a Platón en esta postrera
de viejo, calvo, chato, etcétera? Pues entonces se decía que el parte de su diálogo.
individuo sensible Sócrates participa en las formas inteligibles El dato primario de cjue partimos aquí es que tanto la verdad
separadas que reciben los nombres de humanidad, vejez, cha- como el error no están en las cosas mismas: ni en las de este
tedad, calvicie, etcétera. En la teoría nueva, se hablará de una mundo sensible, ni, menos aún, en las esencias puras, sino en
com unicación entre la esencia del hombre y otras esencias dis el entendimiento humano: non in rebus, sed in intellectu
tintas de aquélla, que aquélla no es, pero que pueden serle como dirá más tarde Santo Tomás, y no se desmentirá nunca
unidas; y esta determinada síntesis constituye el individuo sen o casi nunca en toda la historia de la filosofía.41 Del entendi
sible llamado Sócrates. Y del mismo modo podría constituirse una miento pasa el verbo mental al discurso de la palabra humana,
síntesis diferente, por la cual, uniendo a la esencia del hombre sin experimentar el primero, en este tránsito, la menor varia
las esencias de joven y cabelludo, tendríamos otro individuo ción. Pensamiento y discurso, dice Platón en una de las más
sensible, el llamado Tectetes. Con esto se desvanecen las dificul hermosas sentencias del Sofista, son lo mismo, con la sola di
tades del P arm én ides sobre la comunicación de lo sensible con ferencia de que el pensamiento es el "diálogo interior y silen
lo inteligible: no hay, en efecto, sino la participación entre las cioso del alma consigo misma”;4S
esencias inteligibles, y es esta participación la que constituye Todo esto no era precisamente, para Platón por lo menos, una
lo sensible, es decir, el complejo infinito por oposición a lo novedad, sólo que ahora se ve bajo un aspecto inédito y con
simple definido y limitado; la individualidad en tanto que perspectivas hasta entonces insospechadas. Antes, en efecto, no
complejo innumerable de determinaciones, por oposición a esta se veía cómo podía tener lugar un encadenamiento de juicios
otra individualidad que es la esencia como sistema finito de (en esto, en suma, viene a resumirse todo pensamiento o dis
relaciones, o de otro modo, si se cjuiere, lo percibido h ic et nunc, curso) , desde el momento en que parecía haber una irremedia
por oposición al objeto permanente del pensamiento universal. ble separación entre los inteligibles que deben unirse en la es
Podemos continuar hablando, no hay duda, de un mundo inteli tructura judicativa. Ahora, en cambio, la comunión de las For
gible, pero de un mundo en el cual cada esencia es relativa a una mas hace igualmente posible su enlace en el espíritu, de tal
multitud de otras. . . Correlativamente, la Dialéctica experimen modo que el pensamiento o el discurso —el logos, es decir— no
ta una transformación análoga. No es ya aquel impulso casi es, según la fórmula feliz del extranjero de Elea, sino el entre
místico por el cual se lanza el alma hacia lo inteligible. Filo- lazamiento recíproco de las formas inteligibles.43 A la xoivwvía
solía significaba entonces aspiración hacia el término de una t wv YEvcóv corresponde así, en la conciencia, la crupxXox'ri
iniciación, amor del objeto que, al alcanzar este término, sería xwv etScov; ni más ni menos.
revelado. En cierto sentido es esto aún, pero el misterio es aho Reparemos, no obstante, en que la segunda operación no es
ra el de las relaciones por las cuales se constituyen las cosas en modo alguno una reproducción automática de la primera,
del mundo sensible, y la iniciación, a su vez, es la sustitución sino el producto de una actividad autónoma y original del es
progresiva de las relaciones inteligibles al dato puro de la píritu. Así se desprende, sin lugar a dudas, de otro célebre texto
experiencia.” 30 del Sofista en que nos dice Platón que el pensamiento o el dis-

10 263 c!: év Taí$ i|n,'xais-


L a au ton om ía d el espíritu 41 La restricción la hacemos sobre todo por Heidegger, quien se apoya en
la etimología de ó a t iOeio : (primero “descubrimiento” y luego "verdad”) ,
Con todo lo anterior estamos ya en aptitud de resolver el pata sostener que la verdad radica ante todo en la cosa misma. Pero el
problema del error o de la falsedad (si voluntaria o involunta- hecho mismo del des-cubrimiento o la de-velación del ente, hace ver cómo
lia no hace al caso mayormente), que suscitó, según vimos, la la verdad guarda necesaria relación con el entendimiento que efectúa aque
definición del sofista. Por el gran interés que tiene, como es- llas operaciones.
4- 263 c: ó pév ÉVTÓ5 rf]c; qnixijc; tipo; aü-ríyv 8táXoYO? óíveu <powií$.
43 259 e: 8 tá y á o rf|V áXXrp.arv xarv eí Süt v tR'pjtXoxiyv ó Xóyo$ yéyovEv
'¿J J.rs t apports de V élrc el de la connaissance d’aprés Platón, pp. 1 2 2 -2 3 .
250 L A COM UNIÓN DE LAS FO R M A S
LA COM UNIÓN DE LAS FO R M A S 251
curso: el logos con generalidad ilimitada, tanto el verdade que el no-ser participa igualmente del ser,48 por tener con éste
ro como el falso, por consiguiente, ha de considerarse en adelante una relación no de contrariedad, sino simplemente de alteri-
como uno de los géneros del ser.44 Ésta sí es, por cierto, otra dad, y cuando sabemos, además, que el no-ser se mezcla por
de las grandes novedades con que nos encontramos aquí: esta dondequiera con el ser, estando como está “diseminado en todos
posición de la conciencia, con sus leyes y funciones propias, fren los entes” ,49 no tiene por qué no mezclarse también en los pen
te al ser en general, cuando anteriormente, en el F ed ro y el samientos y discursos, cuya verdad, en suma, consiste en su
F ed ón por ejemplo, no era el pensamiento, según la certera total adecuación al ser y cuya falsedad, a su vez, resulta de repre
observación de Stefanini, sino la presencia del ser para sí mis sentarse o enunciar lo que, por alguno de sus aspectos por lo
mo, por más que dado en la conciencia.45 Por el impacto au menos, no es.50 Tiene así el discurso falso una realidad psico
tomático de la reminiscencia, como si dijéramos, aparecía la lógica y una estructura lógica que en vano podría negarse, y
Idea con inmediata transparencia en la conciencia, que con de aquí su ser; pero no tiene validez lógica, ni, menos aún,
sumisa fidelidad la reflejaba como en un espejo límpido e ontológica, y de aquí su no-ser.
inerte. Ahora, en cambio ¡por algo habrá sido! no vuelve a Con estas consideraciones pone fin Platón a este admirable
hablarse más de la reminiscencia, que viene sustituida por lo diálogo, haciendo ver, a guisa de conclusión, cómo y por qué
que —aunque no, por supuesto, en sentido prekantiano— pue puede legítimamente describirse al sofista como artífice del no-
de llamarse, con toda propiedad, la actividad sintética de la con ser, en cuanto fabricante que es de simulacros falaces. Por ahora
ciencia. no le hace falta decir más, pero bien a la clara muestra Platón,
Siendo todo ello así, el discurso verdadero será, por consi en las palabras finales de sus personajes, cómo el Sofista va a
guiente, el enlace que el espíritu efectúa entre dos o más no ser también, en mérito de sus altas conquistas filosóficas, el
ciones, y que es del todo correspondiente al enlace que los preludio o introito a lo que falta aún por elaborar en la teoría
entes, correlatos de aquellas nociones, guardan en la realidad; de las Ideas: su cima y coronamiento, nada menos, que será,
y será falso, por lo mismo, cuando no exista esta correspon en concreto, el encontrar el modo de su encarnación en el mun
dencia. Que “Teetetes está sentado” —le dice el Extranjero a do sensible. No podrá ser —en esto hubo de darle Platón toda
su interlocutor, al verle en esta posición—, es una proposición la razón al viejo Parménides— por virtud de un dinamismo que
verdadera, y falsa, en cambio, la de que “Teetetes está volando”. jamás podrá venir de las Ideas, in teligibles puros, sino que ten
Es verdadera la primera, explica el Extranjero, porque enuncia drá que venir de un Ser inteligente, mediador entre lo inteli
“lo q u e es y com o es, o sea con referencia a ti” .46 Y es falsa gible y lo sensible, o más precisamente, agente de la encarnación
la segunda porque enuncia igualmente lo que es, pero n o com o de lo primero en lo segundo. A este mediador apunta el Sofista,
es "con referencia a ti” .47 de manera implícita primero, por el papel tan señalado que en
Son hoy, a buen seguro, perogrulladas lógicas; pero estaban él adquiere el espíritu humano, que no es ya mero espectador
muy lejos de serlo entonces, cuando los megáricos y buen nú del ser, sino que está dotado de una dynam is lógica y p o ética , es
mero de sofistas defendían con gran encarnizamiento la imposibi decir creadora, que le permite producir en su interior y profe
lidad del discurso falso, en razón de que, según decían, la rir al exterior el logos del discurso. De tal suerte es ahora el
enunciación del no-ser equivale, pura y simplemente, a la enun espíritu, en lugar del receptáculo pasivo que era antes, una
ciación de la nada; ahora bien, el que enuncia la nada no enun fuente activa del ser. De manera explícita, además, se insinúa
cia nada ni dice nada. Ahora, en cambio, una vez que sabemos la revelación de otro Mediador más alto, al contraponer el arte
ilusionista de la sofística con el arte divino (0EÍ a téyys¡) cuyas
44 260 a: kq o í; xó xóv ).6 yom í||xlv xiñv ovxwv ev xi yevá W elvai- obras son los entes de la naturaleza. Anticipando lo que nos
45 "I I pensi er o, ch e fi n or a er a st at o con si dér al o com e l a pr esenza d el l ’essere
a se stesso, q u i d i ven t a u n al t r o n el l ’esser e.” L u i gi St efan i n i , P la to n e , Pad u a, 48 260 d: vüv 8é ye xo ü t o (xó ni] ov) ecpávr] nsxéxov x o í o vxo ;-
' 949. "°6- 49 260 b : xó [ii] ov. -. xaxá ítávxoi xa ovxa fiigrmaonévov.
46 263 b: ó nsv áÁriOris xa 8vxa wc poxiv jie q I aoü. 50 260 c: xó y 0.0 x a nn ovxa fio^á'Ceiv i] X íy ew , x o í x ’ í ax t jtoií xó rpeíñoc;
47 I b i d .: Svxío v fié y e o vxa fxEQa aov- ev 8iavoí<> x e itai /.ó yo c ; Y'YvófiEvov

té, :-'-
252 LA COM UNIÓN DE LAS FO R M A S

dirá profusamente en el T im eo , y reiterando a la vez su fe


inquebrantable en la creación divina del universo, estampa X. LA CANCIÓN DEL MUNDO
Platón esta solemne e inequívoca declaración:
“Nosotros mismos, a lo que pienso, así como el resto de los
La legalidad del no-ser: su carta de naturaleza, por decirlo así,
vivientes y los elementos de que han nacido, fuego y agua y
que hemos visto reconocérsele en el Sofista, va a ser igualmente
sustancias congéneres, hemos sido todos, cosa por cosa, engen
un factor decisivo, más allá de la problemática lógica y meta
drados y producidos por Dios.” rl
física, para llevar a feliz término lo último que a Platón le queda
por hacer, que es la encarnación de las Ideas —tantae m olis
erat!— en el mundo sensible.
La reconquista de este mundo está, a decir verdad, implícita
en el Sofista, por cuanto que el no-ser, con la entidad que le
es peculiar, no sólo interviene en el pensamiento y el discurso,
sino que va siempre, mano a mano, con el ser en general. Por
muy no-ser que pueda ser la materia, ofrece ahora lo que antes
no ofrecía: un asidero, un soporte para la recepción del ser
en plenitud que es la Idea. Y juntamente con esto, se ha reco
nocido la necesidad de que en el seno del ser universal tengan
más amplia cabida o mayor acción cosas tales como alma, vida
y pensamiento. Con todo esto, en suma, están dados los pre
supuestos, y por más que no lo diga Platón en estos términos,
para la constitución de un cosmos real y verdadero, el cual
supone la concurrencia de la causa eficiente y de la causa ma
terial con la otra causa que hasta este momento era la única
sobresaliente: la causa formal que es, por definición, la Forma
o Idea.
En los dos diálogos que preceden al T im eo , y que son E l P o
lítico y F ilcb o , aborda Platón, aunque de pasada, el problema
cosmológico, de preferencia en el ropaje poético de una fábula
o m ito. A este propósito, y ya que la función fabulatriz, como
diría Bergson, ocupa tan amplio lugar en todos estos diálogos,
el T im eo inclusive, bueno será decir, antes de seguir adelante,
que el mito es de ordinario en Platón la expresión de sus más
profundas convicciones, y por más que los detalles de composi
ción sean, por supuesto, pura fantasía. Es algo en que debe ha
cerse hincapié, para no juzgar esta literatura con los cánones del
racionalismo moderno, para el cual el mito es puro cuento y
nada más. No fue ésta, por cierto, la mentalidad antigua, ni
siquiera la que prevaleció en Europa, por lo menos hasta el
Renacimiento. Con Platón, a nuestro modo de ver, pasa exacta
mente lo que con Dante Alighieri, cuyos pormenores del mundo
de ultratumba, tal como se nos describen en su mayor poema,
si 266 b: Oeov YEVviínaxa reávxa ío l iev ouúú ájrsiQYacruéva éxaara.
[ 253]
254 LA CANCIÓN DEL M U N D O LA CANCIÓN DEL M U N D O 255
son, sin duda, producto de su imaginación, pero de ningún Et P iloto d e l universo
modo la existencia de esos mismos lugares, cualquiera que pue
da ser su configuración; en ellos cree el poeta con la absoluta El mito del P olítico, para empezar por él, lo introduce Pla
determinación de su fe teologal. Pues así también Platón cree fón, muy a cuento por cierto, con el fin de mostrarle al tipo
firmemente, aunque por su sola razón natural, en cosas tales humano que es objeto del diálogo, es decir al político, la pauta
como la inmortalidad del alma y el origen divino del mundo; eterna de su acción en el gobierno divino del mundo.
y como le llenan tanto el corazón, el discurso racional le resulta Según lo cuenta el extranjero de Elea, que continúa en este
demasiado estrecho para dar salida a una vivencia cuya efusión diálogo como el interlocutor principal, es Dios mismo quien
natural es, en quien puede hacerlo, la poesía y el canto. Esto dirige la marcha de este universo nuestro y preside a sus revo
y no otra cosa es, en fin de cuentas, el mito; y el acuerdo, por luciones.3* Según otra comparación que viene luego, el mundo
tanto, que debe buscarse entre él y la doctrina filosófica, no es, es un barco, y el Artífice Divino * su piloto. Lo grave, sin em
no ha de ser, como anota Diés, con los detalles del sistema, bargo, está en que no es continuo, ni mucho menos, este gobier
sino un acuerdo de tono y armonía con la doctrina misma.1 no o pilotaje divino. Dios, en efecto, suele dejar el mundo
Sabemos bien que no todos los intérpretes opinan lo mismo abandonado a sí mismo, y no por corto tiempo, sino por miría
en cuanto a la función que tienen los mitos, algunos por lo das de años, lapso en el cual el piloto del universo abandona
menos, en los diálogos platónicos; pero en todo caso, y según la barra del timón y se retrae tranquilamente a su puesto de
lo dice Stewart, ningún lector a fondo de Platón puede tener observación.5 El resultado es, naturalmente, el que es de espe
la menor duda de que el mito es una parte orgánica, y no un rarse: que el mundo va muy mal, y tanto más a medida que con
motivo ornamental, de este drama cuya acción es la palabra.2 el tiempo va olvidándose de las directivas recibidas de su ar
T al como Stewart lo entiende, muy cautelosamente por cierto, tífice y padre (SppuoupYog x a i -Kair¡p) . Al final, acaba por flo
los mitos escatológicos y etiológicos, como dice él, los relativos recer de nuevo y por imponerse su antiguo estado caótico,® hasta
al destino final del alma y al gobierno del mundo, éstos por lo que, en fin, viendo a sus criaturas en tal tempestad, vuelve el
menos, serían en Platón lo que son en Kant las Ideas de la divino Piloto a tomar el timón de la nave, y devuelve al uni
razón pura en la dialéctica trascendental. En uno y otro pensa verso su juventud y su inmortalidad (áyripwv x ai áO áv aT o g) .
dor, según este paralelo, no pueden estas ideas o convicciones T al es el mito, muy simple en verdad, sin el menor misterio.
verificarse por los datos de la experiencia sensible; pero en uno De mucha enjundia filosófica, además, como luego hemos de per
y otro caso, añadiremos nosotros, tienen ambos pensadores, con cibir y saborear, con tal que previamente nos despojemos de
respecto a aquellas realidades, una fe inquebrantable. L a di preocupaciones eruditas. No hace al caso mayormente, en efecto,
ferencia, una vez más, está en que Platón, a más de ser filó el apurar en qué fuentes o leyendas, tradicionales en su pueblo
sofo, es poeta. A los hombres de esta condición, por lo visto, (la de los cataclismos periódicos tal vez) pudo inspirarse Platón
la poesía les parece ser el lenguaje más apropiado para hacer para fingir estos extraños retraimientos de Dios en el gobierno
presente al corazón, y no sólo al intelecto, aquello que, por ser del universo. Con lo mal que anda el mundo, hasta un lector de
lo que es, reclama de nuestra parte amor y no sólo conocimiento. la Biblia puede preguntarse si Dios no estará todavía “descan
sando”, según leemos en el Génesis, después de haber dado cima
a su creación.

3 P ol. 269 c: t ó yuQ ,-tñv t ó 8e piv aiiTÓg ó 0EÓg <j vpj «>8t iy £í «toyEuópEvov
1 ‘‘Q u an d u n e pensée se d i l at e et se l i bér e ai n si d an s l a poési e et l e ch an t , x ai «TuyxuxXeí-
l ’accor d q u ’i l f au t l u i d em an der n ’est pas l ’accor d avec l es d ét ai l s d ’u n sys- * “ D em i u r go” d i ce el t ext o, acaso p or p r i m er a vez con est a si gn i fi caci ón
t ém e: c’est u n accor d de t on et d ’h ar m on i e.” I .e P o lit iq u e , ed. L es Belles en l os t ext os pl at ón i cos.
L et t r es, Par ís, 1935, p. X L I .
5 272 e: t o t e 8f) t o O jt avtóg ó pév x u Peq v t it u ;, otov itT)8aX.ítov oíotxog
2 "T h a t M yt h i s an or gan i c p ar t o f t he Pl at on i c D r am a, n ot an added
tttpéptvo;, eig t t |V aí'xov jtEpiüMtrp,' á n f . a x i] -
or n am en t , i s a poi n t abou t wh i ch t h e exper i en ced r eader o f Pl at o can h ave
6 273 SuvaoTEiJÉi to t r j; rcal.aiág ávappocmag ¡tá 0 og, t e Xe v t w v t o s
no d ou b t .” J. A. St ew ar t , T h e M yths o j P la to , p. 1. 8é É|av0eí.. .
256 LA CANCIÓN DLL M U N D O
LA CANCIÓN DLL M U N D O 257

Reducidos como estamos al terreno de las conjeturas, la más importancia, y poco menos que inédito, hasta este momento, en
obvia podría ser, en nuestra humilde opinión, la siguiente. Es la evolución del platonismo. Reparemos, en efecto, que por
difícil, en primer lugar, hacerse a la idea de que Platón pueda más que la materia de este mundo tienda de suyo a su deca
haber creído en serio en estas intermitencias de Dios, de las dencia, y en último extremo (aunque tanto como esto no llega
cuales no hay el menor rastro en el Demiurgo del T im eo , y a decirlo Platón) a su aniquilamiento, a pesar de esto, o por
menos cuando trata de proponerle al político ateniense el ejem esto mismo precisamente, tiene la materia una naturaleza ((púa-te)
plo del Gobernador del universo, ya que, si hubiera de aplicarse que le es propia, y consecuentemente, una inclinación nativa
el símil de todo en todo, parecería como si invitara a aquél, (trúpupu-cog £7u0upía), que podrá ser la de su autodestrucción,
al estadista de este mundo, a retraerse de tiempo en tiempo pero que le pertenece en exclusividad y por derecho propio.
de su gobernación, dejando a la república, como el capitán Con ella hay que contar de cualquier modo, y por esto no va
con su barco, andar a la deriva. Lo que quiso Platón, si pode cila Platón, desde este momento, en ver en el elemento corpóreo
mos aventurar esta sencilla explicación, fue declararnos cómo la causa concurrente en la producción del compuesto.0 Ño la
an d aría el mundo dejado de la mano de Dios; y para dar mayor causa principal, claro está, pero sí una causa auxiliar o concu
rrente, una concausa, como dice el texto, cuyo concurso con la
fuerza a esta descripción, sirviéndose de un recurso dramático
causa principal es absolutamente necesario en toda generación,
muy usual en estos casos, pone como realidad la posibilidad;
la divina o la humana, por consiguiente.10
como cumplido ya lo que es de suyo hipotético y condicional.
Todo esto se mantiene de aquí en adelante hasta el T im e o :
Lo importante, como decimos, es el meollo filosófico del
este fraccionamiento o repartición de la causalidad, con los
mito: la refutación, no por tácita menos enérgica, del atomis
nuevos y graves problemas que en seguida ponderaremos; pero
mo mecanicista de Leucipo y Demócrito. Es la acertada obser
es algo, una vez más, que no estaba ni por asomo en el F cdón
vación de Michele Federico Sciacca, quien agrega lo siguiente:
o en la R ep ú b lica , donde la causa única y suficiente de cada
"Cuando todo se ha explicado por el movimiento mecánico, la
cosa era la presencia en ella de la Idea, de cualquier modo
materia y el vacío, y con la exclusión de todo principio inte
que pudiera darse.
ligente, no queda sino concluir que la vida del inundo es un
Lo que, en cambio, persevera como una constante desde aque
agregarse y disgregarse de la materia. El pensamiento no puede
llos diálogos, del principio al fin del platonismo, para decirlo
concebir este orden mecánico sino como máximo desorden y
con mayor precisión, es la soberanía ele la inteligencia, la ab
como negación de toda racionalidad.” 7
soluta supremacía del Espíritu en la constitución y gobierno
Sin el concurso de Dios, que lo ha organizado (0E¿g 6 xoopói rci g
del mundo. El Dios Piloto del P olítico no es sino el espíritu
aüxóv), el mundo, como el navio de la metáfora, acaba por zo
piloto (voüg xuPEpvfi'ro;) del P ed ro , sólo que trasladada ahora la
zobrar en la tempestad de su propia turbulencia, y por disol
metáfora a quien con toda propiedad puede asumir el mando
verse y abismarse en el océano sin fondo de la desemejanza.8*
absoluto y el supremo señorío. Y es también, más lejos aún,
Esto último: el piélago de la desemejanza, quiere decir aquí, si
aquel Espíritu (voüg), de quien Anaxágoras de Clazomene pre
recordamos lo que se nos ha dicho en el Parm énides y en el dicó los atributos máximos de ser el organizador y causa de
Sofista, que la alteridad de lo múltiple material, sin el Uno que todas las cosas.11 De esta maravillosa intuición quedó cautivo
lo sustenta y lo limita, acaba incluso por perder su identidad, o Sócrates, y Platón con él; y lo que Anaxágoras no supo hacer
sea la semejanza consigo misma, y va de suyo, en la disgrega —según lo lamentaba Sócrates el día de su muerte—, que era
ción indefinida, a su destrucción total. articular aquel sublime postulado en una cosmología coheren
Viéndolo bajo otro aspecto, y a la luz de todo lo que ya sabe te, es lo que ha tratado de hacer Platón durante toda su vida,
mos sobre el ser del no-ser, hay aquí otro tema de considerable

9 273 t>: xo aci)fiaxo£i8£5 xr¡? ovyx<já<TE<og aíxiov.


7 Plat ón, p. 56.
10 2S1 d: xr|v fx tv YsvéaEü)? ovaav mrvaíxiov, xt)v 8’ av’xíiv aíxíav.
8 275 d: iwó xaoaxrjs 8ia?a>0ei; ti? xóv xf¡s dvopoiÓTijTo;
11 Fedón, 97 b: <b; apa voí; éaxiv ó Siaxoouwv xe (tai Jtávxcov aíxio;.
¿Úi ei q o v ovxa Ttóvtov 8úij.
258 L A CANCIÓN DEL M U N D O LA CANCIÓN DEL M U N D O 259
y que ahora finalmente, en su vejez, va a llevar a su debido compuesto sensible. Si Platón no hubiera mantenido hasta el
cumplimiento. fin, como de hecho lo mantuvo, la hipostatización de la Idea
en un reino aparte, tendríamos aquí, de todo en todo, el hile-
L a trip le cau salidad d e l Filebo morfismo aristotélico. Por algo Aristóteles, quien en este punto
captó admirablemente el pensamiento de su maestro, define el
El siguiente paso adelante, en esta dirección, la da Platón en rapa; filosófico como la realidad y esencia de cada cosa, con las
el F ileb o . El tema de este diálogo es el placer; pero aquí tam locuciones de que se sirve él habitualmente para designarlas.12
bién, al igual que en el P olítico, nos sale al paso el problema Ahora, empero, no le basta a Platón con la causa formal y
cosmológico. Con ocasión, en efecto, de sujetar el placer al dic la causa material, sino que, por encima de ellas —y ya no en la
tamen y control de la razón, el placer aparece como lo ilimi fantasía del mito, sino en rigurosa deducción filosófica—, apela
tado (¿traipov), y la razón, a su vez, como el límite (ra p a ;); e a una tercera causa: la eficiente, al dejar sentado por primera
inmediatamente, como para dar un fundamento más sólido o vez, como uno de los apotegmas fundamentales de la filosofía
más amplio a la teoría del placer, suben aquellas nociones, con occidental, que todo lo que nace o llega a ser (yíyV£c0a(.), nace o
las otras que vamos a decir, a un nivel de máxima generalidad. llega a ser, necesariamente, por virtud de una causa.13 Es una
Así lo hace Sócrates, que ha vuelto a ser aquí el principal inter causa obviamente distinta de aquellas dos primeras, y no sólo
locutor (sin duda por ser algo tan socrático el tema del domi distinta sino superior a ellas, en cuanto que, al determinar, por
nio de la razón sobre el placer), al decir que todo cuanto existe su intervención, la encarnación de la forma en la. materia, es
en el universo puede considerarse bajo estos cuatro géneros; lo una causa agen te frente a las otras dos, que son pacientes. De
ilimitado, el límite, el producto de ambos, y por último, la causa ahí que Platón, antes de entrar en mayores especificaciones,
de su unión (vó t í ) ; al-tía; yévo;). Detengámonos ahora breve la llame implícitamente, desde luego, Demiurgo.14
mente en explicar algunas de estas nociones, que son de gran En consonancia con esta eminente dignidad, la naturaleza de
trascendencia en la cosmología platónica. la causa eficiente debe ser, entre todas, la más bella y de mayor
Las dos primeras: lo ilimitado y el límite (araipov-rapa;) tie valor (-t¡ twv xaXXlavwv xai Tipuw-xátwv <púai;), y como estos
nen aquí ya el preciso sentido de lo que Aristóteles llamará un predicados puede sólo reclamarlos el espíritu, con su fruto más
día la materia y la forma (üXiyp.optp'fi); principios o causas precioso, que es la sabiduría, acaba Platón por delinear su con
cuya concurrencia es del todo necesaria en la generación y el
cepción total del modo siguiente:
devenir. El aratpov: lo indefinido, tal vez mejor que lo ilimi
“Declaremos, pues, como a menudo lo hemos dicho, que en
tado, es aquello de lo que no puede predicarse nada con fijeza,
el universo hay mucho de ilimitado y suficiente límite; y por
precisamente por no estar fijo en parte alguna, sino en continuo
tránsito de uno a otro contrario (xpoxwpEi yáp xaí oú pévEi) aque encima de ambos, una causa no despreciable, la cual, orde
llo que es, en suma, el sustrato permanente de los cambios. Por nando y regulando los años, las estaciones y los meses, debe,
más realidad que se le suponga, es más una construcción del con toda justicia, ser llamada sabiduría y espíritu.” 13
encendimiento que un dato de la experiencia, pues no existe, de Espíritu, inteligencia, pensamiento; cualquiera de estos tér
he ho, sino en virtud del rapa; que lo limita y pone un término minos traduce correctamente a este voü; anaxagórico-platónico,
a la continuidad del flujo, constituyendo lo que podemos ya
designar como algo en concreto. En cuanto al rapa; mismo, 12 Met . 1022 a 4: jt éoa; Xéyexai. • xaí f| oüoía T) éxáoxou, xai xó t i
tiene ahora una riqueza connotativa mucho mayor de lo que f¡v EÍvai Éxáaxu-
el término dice en el lenguaje ordinario. No hay que pensar en él 12 26 e: opa yap el 001 éoxet ávayxaíov el vai ¡t ávxa xa yiy-vóneva 8iot
como si fuese una especie de límite exterior o cosa semejante, •uva altíu v yíyvEaOat.
u Lo de “ i m p l íci t am en t e” lo deci m os no m ás que por el em pl eo del
porque es aquí, ni más ni menos, la Idea platónica, la Forma par t i ci pi o act i vo en lugar del sustantivo: xó 8e 8f| .xávxa xaüxa ÓTjiuovp-
inteligible, sólo que ahora en humilde concurrencia con la ma yoüv.. .
teria, para constituir, por la unión de entrambos principios, el 15 30 c: . . . aoepía xaí voü; l.EyopÉvri Si xai óxax’ av.
2G0 LA CANCION D EL MUNDO
I.A CANCIÓN D EL MUNDO 2 f>l
del cual se dice luego ser la causa universal (•iráv'irwv a’é uov),
y por último, que está dotado de alma, en razón de que no como quien dice, encontramos a los estoicos muy ocupados en
podrá haber jamás inteligencia y sabiduría sin alma.10* No se estudiarlo, y entre las mismas escuelas rivales, en fin, deben
trata, por tanto, de la Idea, inteligible puro, sino de un Ser haberle reconocido una importancia tal como para que Epi-
inteligente que gobierna, desde toda la eternidad, al universo.17 curo, a lo que se nos cuenta, le haya dedicado todo un libro,
En el umbral estamos ya, con todo lo hasta aquí leído v así no fuese sino para refutarlo.
ponderado, de la grandiosa construcción cosmológica —hermana Si en alguna época pudo caer en cierto descrédito el T i m e o ,
de la construcción política de la R e p ú b l i c a y las L e y e s — que se habrá sido en la que inmediatamente ha precedido a la nues
nos ofrece en el T lin e o . Es un templo levantado por Platón en tra, en el auge mayor del racionalismo sobre todo. Por una
homenaje a la belleza del universo y a la gloria de Dios. En parte, todo lo que en este diálogo se contiene de ciencia pro
tremos en él directamente. piamente dicha, se estimaba casi todo (y en esto tenían razón
sus críticos) como cosa caduca y del pasado; y por la otra, se
despachaba con la misma desenvoltura todo cuanto en él hay
In tro d u c c ió n a l Tim eo
de metafísica y teodicea, por la sola y simple razón de venir todo
Del T i m e o me parece que podrían predicarse los mismos ello cobijado bajo la cobertura poética del mito: y como hay
atributos que su autor adjudica, según vimos, a Parménides: aquí, de hecho, otro u otros mitos o leyendas que son pura
venerable y terrible. Esto último, por las dificultades, práctica mente tales, se medía todo por el mismo rasero; el mito de la
mente insolubles, que presenta su exégesis en numerosos pun Atlántida con el "m ito” del Demiurgo, no obstante ser uno y
tos. Lo primero, por su contenido desde luego, y por el acata otro del todo inconmensurables en una valoración filosófica,
miento tan especial, tan único, que le fue tributado por tantos para tener así, en bloque y por igual espuria, toda la mercan
siglos. Cuando Rafael pintó la E s c u e la d e A te n a s , se habían cía amparada por el mismo pabellón verbal.18
redescubierto ya, y lo sabía él seguramente, otros muchos diá Hoy vemos las cosas, hablando en general, con otras perspec
logos; y no obstante, el divino pintor representa a Platón te tivas, sin el totalitarismo positivo de los medievales, para los
niendo en su mano el texto del T im e o . Lo habrá hecho, sin cuales el T i m e o hacía casi tanta fe como la Sagrada Escritura,
duda, porque para él tenía todavía más peso la tradición, antes y sin el totalitarismo negativo del racionalismo. Como enciclope
que las últimas novedades. Los otros diálogos empezaban apenas dia que fue de la ciencia de su tiempo (astronomía, física, ma
a circular, en aquellos años, entre muy contados intelectuales; temáticas, anatomía, fisiología, higiene, etcétera), la historia
el T i m e o , en cambio, fue una de las muy pocas obras de la fi de la ciencia tiene aún qtie registrarlo con respeto, pero como
losofía griega —de la gran filosofía, por supuesto—, que, en la esto nada más, como mero documento histórico. En filosofía, en
versión latina de Calcidio, había circulado ampliamente, en los cambio, donde el progreso se entiende de modo muy distinto
colegios y universidades europeas, hasta la reaparición, en el que en la ciencia, y donde las grandes intuiciones sobre el
Renacimiento, del resto de los escritos platónicos, e igualmente hombre y el universo guardan un valor permanente, el T i m e o
de los aristotélicos. Con el Pseudodionisio y las C a te g o r ía s de continúa siendo un texto vivo y actual, así no sea sino porque
Aristóteles, el T i m e o estuvo, por toda la edad media, en la cum la especulación puramente racional (no en cuanto que explícita
bre de la estimación, y no sólo en la Europa cristiana, sino igual los datos de la teología revelada) no ha ido, en estas cosas,
mente entre los árabes y los judíos. Y no fue, por cierto, nin mucho más allá. T iene todo el encanto de la primera floración
guna sobrevaloración de aquellas ‘‘épocas oscuras” (así se las este primer ensayo (el segundo será la M e ta fís ic a de Aristóte-
llama, aún hoy, en Inglaterra), pues los alejandrinos, por ejem
plo, lo pusieron sobre las nubes; y más atrás aún, hasta Platón 13 Bu en exp ol íen t e de esta mentalidad es, por ejemplo, Augusto Com t c.
qu i en no pu ed e ver a Liatón n i en p i n t u r a, y por el contrario, n o puede
n om br ar a A r i st ót eles sin an t epon er l e, cual si fuese un epíteto honiórico.
10 30 c: oo<jíc.i |njv y.al voüg dvcu ipr'/.ñ; oúx cív ,i ó t e VEVoíoOrp'- el ad jet i vo de "i n com p ar ab l e” : ¡'in c o m p a ra b le A listó te. N o pu ed e ser sino
17 30 ti: tá; «f¡ coO a a v t ó ; voOc ¿í q /j i - por su m en t al i d ad an t i m ít i ca, ya qu e, por lo denuís, se en cu en t r a bien i n ­
m erso en los dos esta d o s pr oscr it os: el t eológico y el m et alísico.
262 LA CANCIÓN DEL M U N D O LA CANCIÓN DEL M U N D O 263

les) que se hace aquí por organizar sistemáticamente toda la teorías, sería la única respuesta posible a su curiosidad: echar
reflexión metafísico-teológica que en los presocráticos estaba en a andar, sin más, aquel Estado ideal, y a ver qué pasa. En lugar
intuiciones geniales, no hay duda, pero dispersas o fragmenta de esto, Platón salta esta vez no hacia el futuro, sino hacia el
rias. Ahora, en cambio, tenemos aquí las tres Ideas de la Razón: pasado, haciendo decir a otro de los personajes del diálogo:
Dios, el Alma y el Mundo; Ideas fundamentales en absoluto, Critias, lo que, según él, oyó de Solón, y éste, a su vez, de ciertos
para Platón no menos que para Kant, según el justo paralelo sacerdotes egipcios imbuidos en los arcanos de la humanidad,
de Stewart. El pensamiento occidental vivirá en adelante de lo sobre el pasado glorioso de Atenas, nueve siglos atrás, cuando
que, como síntesis anticipatoria del T im eo , nos presenta Albert se dio allí mismo, por especial providencia de Palas Atenea,
Rivaud en este párrafo de su comentario: tan amante de la guerra como de la filosofía (qrtXo-itóXepog xaí
"Existencia de formas eternas e inmutables; composición, con <piX6aoq>og), el prototipo de la ciudad perfecta.
ayuda de estas formas, de un tipo ideal de toda perfección, y
también de un mundo sujeto al devenir; relaciones entre aque El m ito d e la A tlántida
llas formas y una inteligencia y voluntad soberanas, y entre el
Ser eterno e inmutable, y los objetos mudables: toda la meta Entre las muchas y portentosas hazañas de todo género con
física y toda la teodicea, y en su primera novedad, además, en sumadas por los atenienses en aquellas épocas fabulosas, de una
la composición del T im eo ”.19 especialmente se habría trasmitido la tradición entre los hiero-
En el principio, empero, no parece que vaya a ser nada de fantes egipcios, y era la victoria obtenida por Atenas sobre un
esto el tema del diálogo, que se inicia meramente como una pueblo insolente que se había enseñoreado de toda Europa y
continuación de la R ep ú b lica , entre Sócrates, naturalmente, y de toda Asia. La sede de aquel pueblo, y el origen de la inva
otros personajes que nos son ya conocidos, más Timeo, de quien sión por lo tanto, habría estado en una isla denominada Atlán
nada sabíamos hasta ahora, y de quien hasta hoy no sabemos tida, tan vasta como un continente en realidad, más allá de las
otra cosa fuera de lo que aquí nos dice Platón: que era natural Columnas de Hércules, y de la cual hicieron sus reyes un im
de I/Ocri, ciudad del sur de Italia, y que en su patria había perio grande y maravilloso.20 Pero en el tiempo que siguió,
descollado notablemente, tanto en la política como en la cien hubo espantosos terremotos y cataclismos, con el resultado final
cia, sobre todo en matemáticas, física y astronomía. Pasar de que el sacerdote egipcio le habría pintado a Solón del modo
estos simples datos a querer afiliar a Timeo, y su teoría cosmo siguiente: “En el espacio de un día y una noche pavorosos,
lógica, a los círculos pitagóricos de la Magna Grecia, es pura todo vuestro ejército fue tragado de golpe por la tierra, y la
imaginación. La elección de un extranjero, aquí también, está misma isla Atlántida se abismó en el mar y desapareció. He
más que justificada por el mero hecho de no haberse ocupado aquí por qué todavía hoy aquel océano es difícil e inexplota
jamás Sócrates, profesionalmente se entiende, de estos proble ble, a causa de los fondos limosos y muy bajos que dejó la
mas; ahora bien, Platón respeta siempre, aun en plena ficción isla al hundirse.” 21
artística, las reglas de la verosimilitud. He aquí también, podemos decir nosotros, el famoso mito de
Después de recapitular brevemente lo que quedó dicho en la la Atlántida, que en rigor hubiéramos podido omitir, ya que
R ep ú b lica , no todo, pero sí lo principal, sobre la constitución no guarda ninguna relación precisa con la cosmología del T i
del Estado perfecto, dice Sócrates que su único deseo sería ahora m eo. Si nos decidimos a trasladarlo con toda brevedad, ha sido
ver el funcionamiento de tal Estado en la práctica, y que en por dos razones La primera, porque no deja de ser un detalle
este punto, por no ser ya de su competencia, se remite a la sa importante en la composición artística del diálogo, en cuanto
biduría de sus amigos. Lo que podría haberse contestado a Só que Platón nos va llevando así, gradualmente, más y más atrás
crates —así lo haríamos hoy— es que la acción, y ya no más en el tiempo, en una atmósfera cada vez más cargada de miste-
20 25 a: ¿v 8i 811 tfi ’A t X«v t Í8i vrjotp Taútr] nevál i t o v v Éo t t ) xal Oavuacmi
19 Rivaud, Introducción al T im eo, ed. Les Belles Lettres, París, 1949, ñúvaii 15 paatXécov.
P- 34- 2» 25 c!.
204 I.A CANCION D EI. MUNDO I.A CANCIÓN DF.I, MUNDO 265
rio y penumbra, hasta el tiempo inmemorial, o principio de cuales, en fin, se conserva hasta hoy una fauna de tipo no in
todo tiempo, de su cosmogonía. La segunda razón, puramente sular, sino continental. ¿Cómo no pensar que todas estas tierras
sentimental, es el haber pasado la leyenda de la Atlántida, de no hayan sido partes integrantes del mismo continente?
europea que fue, a figuiar prominentemente entre nuestras le Son datos, reconozcámoslo honradamente, que mueven pro
yendas hispanoamericanas, y a tal punto confinante con la his fundamente la reflexión, al punto de preguntarnos si no estará
toria, que todavía en la tercera década de nuestro siglo se nos hoy todavía en pie el problema geológico o paleontológico, de
enseñaba en la primaria, romo hipótesis no más. pero de ningún historia o prehistoria de la tierra, y si podrá además, lo que
modo descartada, la de que bien pudieron llegar hasta este no parece muy probable, resolverse alguna vez definitivamente,
continente sus primeros pobladores a través de la Atlántida. Si en uno ti otro sentido. Sólo que —y aquí está toda la cuestión-
de algún modo no se hubiera creído en ella, todo lo confusa no es éste el problema que se le plantea al estudioso de Pla
mente que se quiera, no habría cantado Rubén Darío, entre tón. sino únicamente el de esclarecer cómo o por dónde pudo
las glorias fabulosas de América, la de que Platón haber tenido aquella noticia sobre la existencia de la
Atlántida, cualquiera que pudiese ser el fundamento de la tra
.co n o ció la A tlán tida, dición o leyenda que la sustentara. Ahora bien, de esto precisa
cayo n o m bre tíos llega reson an do en Platón. mente es de lo que no parece haber el menor rastro en toda la
historiografía antigua, ni en la literatura en general. Nadie
Platón, en efecto, él y sólo él, según parece estar hoy bien antes de Platón habló jamás de un conflicto entre los pueblos
averiguado, es el autor de todo este infundio, y ésta sería, por del Mediterráneo y los pueblos de la Atlántida, y de este con
sí serla, prueba suficiente, por si no hubiera otras, de su abso tinente ni por asomo. Nada tienen que ver con ella ciertos nom
luto señorío sobre el pensamiento occidental. Por reverencia bres lingüísticamente emparentados, como el de Atlas, padre
a Platón, y nada más, se creyó firmemente, hasta finales del de Calipso, en la O disea, o como los Atlantes de que habla
siglo xix por lo menos, en la existencia de la Atlántida, y todos Herodoto, pero que son simplemente los habitantes de las tierras
los esfuerzos de los sabios no conspiraban a otra cosa que a ave vecinas del monte Atlas. La conclusión que parece imponerse,
riguar su localización con toda exactitud. No era ningún fruto jx>r consiguiente, es que todo esto de la Atlántida no fue, como
de nuestra fantasía tropical aquella leyenda sobre el tránsito de ya lo suponía Estrabún, sino ficción pura, y no de los sacer
nuestros aborígenes, sino reflejo fiel de la ciencia europea. ¿Qué dotes egipcios, como lo cree el mismo Estrabón, al darle en este
más aún? Todavía en 1913 un sabio geólogo francés, el pro punto todo el crédito a Platón, sino de este último y de nadie
fesor Termier, en un trabajo de gran erudición y sobre la base más, del principio al fin.2- En la hipótesis mejor, en la de que
de dalos estrictamente geológicos y oceanográficos, reafirmaba la algún día se comprobase la existencia de la Atlántida, resulta
existencia de la Atlántida, y precisamente en el emplazamiento ría que Platón habría inventado un mito que luego se encon
señalado en el T im eo. En opinión del docto profesor, una vasta traría corresponder a la realidad, pero que, en el momento
región continental, situada al oeste del estrecho de Gibraltar, de ser proferido por su autor, fue, de todo en todo, la inven
se habría hundido repentinamente, y en una época relativamen ción de un mito.
te recien te: hacia el fin del período cuaternario, por obra de Pasemos adelante sin detenernos más en esto, como lo hacen
un espantoso cataclismo, cusas huellas, además, son, todavía los interlocutores del diálogo, los cuales, con el apetito estimula
hoy, bien visibles para los geólogos. Estas huellas serían, sobre do por aquella primera descripción de la gloria legendaria de
todo, las profundas fosas longitudinales que bordean, así por el Atenas, quieren ahora, de una buena vez, retrotraerse al prin
este como por el oeste, el Océano Atlántico; sedimentos de cipio de todos los tiempos, y tener así un trasunto siquiera de
lava vitrea, como signo inconfundible de una región volcánica,
y por último, y no por cierto lo menor, como vestigios elo 2'z "Toutes les probabilités sont pour que Platón ait inventé de tomes
piéccs rhístoire de rA tlantidc”. Rivaud, o p . cit., p. 31. De la misma opi
cuentes del continente desaparecido, los cuatro archipiélagos: nión es Taylor, quien dice a este respecto: " It should be clear that this
Azotes, Madera, Canarias e Islas de Cabo Verde, en todos los ívliole t ale is Pl at o ’s own i n ven l i on .” P lato, p. 439.
266 LA CANCIÓN D EL MUNDO LA CANCIÓN D EL MUNDO 26 7

lo que pudo ser la humanidad, si vale la comparación, en su a todos.27 Esto de “descubrir”, como advierte Sciacca muy sa
estado de inocencia original. Por acuerdo de todos los demás, y gazmente en su comentario, no ha de entenderse aquí en el sen
en mérito de su profundo saber en estas cosas, será Timeo quien tido más trivial del término, ya que Timeo tiene bien firme,
deberá tener en lo sucesivo la palabra, y comenzar por la gene y desde hace mucho, la concepción que trata de explicitar, sino
ración del mundo, para terminar en la naturaleza del hom en el sentido de encontrar o aprehender “místicamente o en el
bre.23 Después de invocar humildemente la bendición de los fondo de la conciencia”, la noción de Dios, con una riqueza de
dioses, más necesaria aún en la grave empresa cuyo desempeño contenido mucho mayor de la que puede ofrecer el raciocinio
le han confiado sus amigos, da principio Timeo a su “can puro. Por esto hay que cercar esta misteriosa realidad, desde
ción”, como llama modestamente a su relato, en la forma y por todos los puntos de vista que fueren posibles, con toda la va
los pasos que a continuación diremos. riedad nominal y semántica que nunca logrará, por lo demás,
dar razón de un correlato propiamente infinito. Es el mismo
E l D em iurgo y el M od elo procedimiento que empleará, andando el tiempo, fray Luis de
León en los Nombres de Cristo. Pues así también Platón, aparte
Dos seres ante todo —es así como entra luego Timeo en el de llamarlo “Dios. . . el Dios que siempre es” ,28 por su nombre
corazón del asunto— deben distinguirse: el ser eterno y que no más propio, busca otros más acomodados a nuestra condición
ha nacido jamás, y el que, por el contrario, nace siempre y no humana, como los de Padre y Hacedor, y el que tendrá en ge
es jamás.24 El primero —prosigue— es aprehendido por la inte neral la prevalencia en este diálogo, de Artífice o Demiurgo.
lección y el razonamiento, por ser siempre idéntico a sf mismo. ¿Cómo tuvo efecto —es lo siguiente que ocurre preguntárse
El segundo, a su vez, es objeto de la opinión y de la sensación la creación o generación del mundo? La respuesta de Timeo es
irracional, ya que nace y perece, y nunca es realmente (ovxw; la siguiente:
St oüSáTcovs ov). Y todo cuanto nace, además, nace necesaria “Si este mundo es bello, y si es bueno su artífice, claro está
mente por virtud de una causa, por ser imposible que cosa al que este último habrá tenido que mirar hacia el modelo eterno.
guna pueda nacer sin causa.25 Ahora bien, es patente que este Sólo en la hipótesis contraria, cuya enunciación sería nefanda,
cielo y este mundo que nos rodea pertenece al orden del deve podría haber mirado a un modelo generado. Ahora bien, debe
nir y la generación, y en consecuencia, “ha nacido, ya que es ser evidente para todos que el artífice ha contemplado el mo
visible y tangible y corpóreo.” 26 De su origen, por tanto, debe delo eterno, ya que este mundo es la más bella entre todas las
haber habido otra causa distinta de él. cosas generadas y su autor la más perfecta de las causas."29
Hasta aquí no tenemos, si se quiere, más que lugares comu De este texto, fundamental entre todos, resulta con toda cla
nes del platonismo, con excepción tal vez de lo relativo a la ridad que el divino Artífice hubo de inspirarse, para su obra,
causa eficiente, cuya autonomía no se destaca con este vigor en un modelo aparentemente fuera de él, y que este modelo es
sino desde el P olítico. Pero inmediatamente después de la re también, como el Artífice mismo, eterno (átSiov napáSeiYlxa).
capitulación de aquellos presupuestos ontológicos, y con per A fuer de modelo de este mundo, tiene que ser, él también,
fecta conciencia de que ahora sí va a asumir la Causa suprema otro Mundo; y por esto se nos dice explícitamente que este
la personalidad que le compete, declara Timeo, con un senti mundo, por necesidad, es imagen o simulacro de otro mundo.30
miento bien acusado de profundo temor reverencial, que es toda De manera categórica se rechaza la hipótesis de que el Demiur
una hazaña descubrir al Hacedor y Padre de este universo, y go pudiera haber tomado por modelo un mundo engendrado.
que es imposible, una vez que se le ha descubierto, divulgarlo
27 28 c: t o v fiÉv o®v .TOiTivfyv xal -«rrt'oa t o í ¡8 e t oü JtavTÓ; e ú q e ív te
23 27 a: o jio t í ¡ ; t o ü«¿o^ou vevéosiog.. ■ e l; ávOgcóaou cpóoiv. é q YOV«al EÚoóvTa e l; jcávxa; ¿SóvaTov kéyeiv-
25 27 d : tó ov a z i, v é v e o iv 6 é oiy. e'x o v , xal t ó y i y v ó ¡j ,evo v |t ev áet , ov 6i; 28 34 a: Sv ¿el © eó ;.
o v Sej i o t e ... 2» 29 a: ó fjLEV y a o xá?,>.ujTo; t u iv yeyovóxtnv, ó 8É S q io t o ; T(5v aí-
25 28 a. t Í o jv .
26 28 b: r é yo v e v ' ¿{jorcó; yaQ «.veo; t é éonv «al aco(xa ó/ov- 30 29 a: ttváYXT) t ó v 8 e t ó v xóauov EÍxóva T tv ó; EÍvai.
LA CANCIÓN D EL MUNDO 269
268 LA CANCIÓN D EL MUNDO
tanto, el decir que este mundo es verdaderamente un ser vivo,
Es una hipótesis “nefanda” o impía, como derogatoria de la dotado de alma y de inteligencia, y que nació así por provi
infinita bondad del Demiurgo, que quiere hacer lo mejor po dencia de Dios.” 33
sible, mirando a lo mejor en absoluto. Es ésta, seguramente, una de las páginas más hermosas en la
La otra conclusión que nos interesa dejar firmemente esta antología del optimismo teológico-filosófico: este nacimiento del
blecida, es que no hay, en la cosmovisión platónica, sino dos mejor de los mundos posibles, “sin arruga y sin mácula”, en el
entes eternos, que son el Demiurgo y el Modelo, a reserva momento por lo menos de salir de manos de su Autor. Con ella
de ver luego lo que por este último deba precisamente enten guarda fiel simetría, y es como su complemento, la descripción
derse. Y como del Modelo se predica igualmente el carácter de correlativa, eco y amplificación de lo que ya vimos en el Poli-
divino (“Dios inteligible” se le llama en otro lugar” ),31 parece tico, de la condición en que estaban o estarían (es algo que pro
como si, por encima de todo el resto creado y generado, hu curaremos después dilucidar en cuanto podamos) los elementos
biera la suprema diarquía enunciada en aquellos dos nombres, de este mundo antes o simplemente prescindiendo de la inter
y como tal, por ende, una dualidad irreductible. Es éste, por vención de su Ordenador. El texto es el siguiente:
cierto, uno de los puntos más difíciles en la exégesis del T im eo. “Antes de la formación del mundo, todos estos elementos
A reserva de tratarlo expresamente en su lugar oportuno, to se conducían sin razón ni medida. Y aún al principio, cuando
memos nota, por lo pronto, de que, como para mitigar o redu el Todo hubo comenzado a ordenarse, fuego, agua, tierra y aire,
cir aquella dualidad, aparece el Demiurgo, y a renglón segui tenían ya, sin duda, ciertas huellas de su naturaleza, pero evi
do como Modelo él mismo, al decírsenos que su voluntad fue dentemente se encontraban en el estado que es de suponerse en
que todas las cosas fuesen, desde su nacimiento, todo lo seme todo aquello de que Dios está ausente.” 34
jantes a él que fuere posible.3" Es un texto que no puede leerse, si se lee despacio, sin pro
La efusión de su propia bondad por parte del Demiurgo: funda emoción. “Expresa admirablemente —comenta Auguste
“exento de envidia”; la comunicación de su propia perfección, Diés— el pensamiento fundamental del platonismo: nada tiene
en la medida de lo posible, a sus criaturas, es así, en conclusión, realidad sino por la presencia, por la -par-usía del Ser inteligible
la sola razón de ser de este mundo, el cual, si de solo su Autor y divino. Donde no está Dios, no hay sino desorden y no-ser.” 35
dependiera, sería perfecto en su género, como lo declara Timeo Es, como dirá Pascal, la nihére de l’homme satis Dieu, la única
al decir lo siguiente: derelicción que debe afectarnos.
“Dios quiso que todas las cosas fuesen buenas, y en cuanto De estos textos, además, parece colegirse, en relación con la
estaba en su poder, ninguna ruin; por lo cual, tomando este diarquía de que antes hablamos, la supremacía del Demiurgo
todo visible, que estaba sin reposo y moviéndose sin concierto sobre el Modelo, en mérito de los caracteres de dominio, poten
y sin orden, lo redujo del desorden al orden, por juzgar ser esto cia creadora y personalidad que al primero se atribuyen de ma
en absoluto mejor que aquello. Y al que es bueno en grado nera absoluta. Dentro del esquema del T im eo , el Hacedor o
sumo, no le estaba permitido hacer sino lo que es bello en Creador del mundo es, en opinión de Taylor, el Dios personal
grado sumo. Habiéndolo reflexionado, se dio cuenta de que y único, en el sentido que lo entendemos hoy.30
con las cosas visibles por su naturaleza no podría hacerse Volvámonos ahora, como lo haría el Demiurgo, hacia el
sino un Todo carente de inteligencia, que no sería tan bello como Modelo, el cual es, en la interpretación común, la causa form al
un Todo inteligente; y se dio cuenta, además, de que el inte
lecto no puede producirse en cosa alguna si se le separa del 33 3oa-c: . . . 61a -n']v toü 0 eo O ,-toóvoiuv.
alma. Fue por este razonamiento, pues, por lo que, después 34 53 a-b: . . . óíojtee eixóg e'x e iv o jt uv o t uv ouifi uvog Oeóg.
de haber puesto el intelecto en el alma y el alma en el cuerpo, 35 Diés, A u tou r d e Platón, París, 1927, 11, 565.
organizó el universo, a fin de hacer de él una obra que fuese, 58 "In the schenie of T i m acu s, we sce t l iat t he eff i ci en t cause of thc
por su naturaleza, la más bella y la mejor. Está en razón, por World is thought of dcfinctely as a personal God, and tliis creator or maker
is, strictly speaking, the 011¡y God, in our sense of the word.” Taylor,
31 92 c: v o t )t o c ©eóg. Plato, p. 441.
32 29 e: jtávTOi oxi u á/ .i axa tpouí.íiOri yEvÉoOui jiaQ asild\oia ¿u u t m.
270 L A CANCIÓN D EL MUNDO LA CANCIÓN D E L M UNDO 271

del mundo visible, como el Demiurgo, a su vez, es la causa análogo de dar cuenta, hasta donde es posible, de las per
eficien te. En aquél, en efecto, están contenidas las Formas ejem fecciones divinas. No tenían ellos, es verdad, este otro proble
plares —las Ideas, es decir— de todo cuanto aquí ha sido hecho ma del desdoblamiento de lo divino, digámoslo así, entre el Crea
y generado. Así lo declara Platón expresamente, sin duda para dor y el Modelo; pero justamente por esto, por proceder todo
disipar el equívoco que pudiera resultar de la extraña deno del Dios único, Creador y Paradigma al mismo tiempo, había
minación que aplica al Modelo, al llamarlo no sólo con este que explicar cómo pueden encontrarse en Él ciertas perfec
nombre (itapáSEiYpa), sino con el otro, y que se diría que usa ciones de las criaturas, las cuales, trasladadas a Dios tal cual,
con predilección, de Viviente inteligible: 2¡qjov vot jt óv , el cual serían, por el contrario, evidentes imperfecciones, cuando no
incluye en sí, como cifra y compendio que es de todos ellos, a abiertas negaciones, de lo que no podemos concebir sino como
todos los otros vivientes inteligibles: vcnycá Ijtpa t o x v t g í. En este Espíritu absoluto. La dificultad, pues, la resolvieron los esco
Viviente inteligible y perfecto (t é Xe io v ) , por lo tanto, la inte lásticos, o creyeron resolverla, distinguiendo en las perfecciones
ligencia del Demiurgo percibe las Ideas, en su especie y en su creadas aquello que tienen de perfección absoluta, para predi
número, y determina que todas ellas, igualmente en especie y carla también form alm en te de Dios (aunque siempre de ma
en número, se encuentren asimismo en este mundo.37 nera análoga y e m in e n te ), y aquello que tienen de perfección
Con toda esta lexicología, hasta este momento insólita, ¿ha condicionada, lo cual no puede atribuirse a Dios sino de manera
bremos llegado, ahora sí, a la concepción energética y vitalista exclusivamente em in en te, como conteniendo implícita y supe
de las Ideas que, en opinión de ciertos intérpretes, tendría riormente, pero no como tal, lo que nos es dado en la expe
mos ya desde el Sofista? A nuestro juicio, y apoyándonos en riencia sensible. De “cuerpo hermoso”, verbigracia, se predica
la exegética que estimamos ser la más sensata, no parece que la hermosura de Dios forra alita' em in cn ler, y la corporeidad,
ni siquiera aquí mismo y sobre la base de tales textos, pueda en cambio, sim p liciter em in en ter, potenciando al infinito la per
sustentarse esta interpretación. En primer lugar, está bien claro fección óntica de la corporeidad y excluyendo la imperfección
que el Viviente inteligible continúa siendo el mundo inteligible de la materia.
(xoapog voirvác) a que estamos habituados, y que en estos mis Es imposible alargarnos en esto más, ya porque no acabaría
mos lugares se da como sinónimo de aquél: el asiento propio o mos, ya porque nunca pueden verse estas cosas con perfecta
repositorio de las Ideas, de las cuales no se nos dice para nada claridad, como todo aquello, en general, donde la mente hu
que hayan mudado la condición que tienen y que igualmente mana hace un supremo esfuerzo —pero siempre más o menos fa
nos es bien conocida. De esta comprobación se deduce luego y llido— por representarse de algún modo, mediante términos
con la misma evidencia, que la vida de este Viviente paradig forzosamente comunes, la relación entre lo infinito y lo finito:
mático y eterno (áíSiov) no puede ser en ningún caso la vida son puentes imaginarios tendidos sobre el abismo y nada más.
biológica, si podemos decirlo así, que percibimos en los orga No obstante, creemos que en algo habrán podido ayudar aque
nismos animados de este mundo sensible, el cual, según nos ha llos tecnicismos, con la explicitación que de ellos hemos hecho,
dicho Timeo, no es eterno sino “nacido”, por lo que pertenece para entender cómo no es la vida misma, sino la Idea de la
por completo al orden de la generación y corrupción. ¿Cómo, Vida, la que alberga en sí el llamado Viviente inteligible; y si
entonces, o en qué sentido puede predicarse la vida del mundo Platón se complace en llamarlo así, habrá sido, con toda proba
inteligible? bilidad, por poner de manifiesto en el Modelo, con mayor ener
La única respuesta posible, a nuestro entender, es que la vida gía que en todo lo demás, este doble carácter de inteligencia y
está, sin duda, en el Viviente inteligible, sólo que de manera vida que tanto le interesa ver circular por todo el universo. De
em in en te y no form al, con arreglo al tecnicismo que los esco otro modo, una vez más, no habría resuelto el antiguo y siem
lásticos hubieron de elaborar cuando se enfrentaron al problema pre obsesionante problema de la participación.
Otra cosa bien distinta acontece, naturalmente, con el De
miurgo. Él sí tiene, como Persona que es, la plenitud de vida
37 3 9 c :TFW-0 OUV voü; évoúaa; i 5 É a; t o > o e c t t iv í¡(üov, olaí t e Í v e io i
xal oaai, xa 0 OQqí, TOiaúra; y.ai Tonaura; SievarjOr) 8elv xaí t Ó8e que suponen sus predicados múltiples: inteligente, artífice, pa-
272 LA CANCIÓN D EL MUNDO
LA CANCIÓN D EL MUNDO 273
clre, hacedor, providencia, salvador. . Bastaría el solo dato de
la personalidad, ya que son concomitantes a la persona, por lo comprobamos de nuevo en el T im eo , al decírsenos que este mun
menos tal como entendemos esta noción en la filosofía occi do es imagen o santuario de los dioses eternos,4” que serían p or
lo m enos, pues tampoco se limita su número, el Demiurgo y el
dental, el pensamiento y la voluntad. De vida espiritual se
trata, por supuesto; de la que tiene en mente Aristóteles, des Modelo.
pués de Platón, al decir que “el acto del pensamiento es vida ’, Con base en estos textos y en los que aún nos quedan por ver,
y que reflejan asimismo esta dispersión o pluralismo de lo divino,
y de todas, además, la más alta y la m ejor.’' De Dios expresa
sostiene Léon Robin que no hay “nada de común” entre nues
mente, del Motor Inmóvil, dice esto Aristóteles, y luego en la
tra noción habitual de Dios y el Demiurgo del T im eo. Es ir de
É lica, aplicándolo al hombre, pone por encima de todas las
masiado lejos, a nuestro parecer, porque ciertamente hay algo,
formas de vida, la vida intelectual: ó xavá viv voOv flíoc. El De
y aun mucho de común; y por esto hemos suscrito la interpreta
miurgo platónico, en conclusión, es algo tan vivo como el “Dios
vivo’’ de que habla la Biblia. ción contraria de Taylor. Pero en lo que sí le damos toda la razón
De dos fuentes, por tanto, como diría Bergson, y cjue son aquí al ilustre helenista francés, es en las precisiones siguientes, de
la Inteligencia y lo Inteligible, procede la creación entera, todo acuerdo en todo con los textos; "Lo que le distingue radical
cuanto es hecho y generado. Y por más que la dualidad parezca mente (al Demiurgo platónico del Dios nuestro) es que ni su en
a veces reducirse a la unidad, como cuando se dice que el De tendimiento ni su voluntad son presididos por su naturaleza mis
miurgo quiso hacer este mundo “a su semejanza”, o como cuan ma y por sus perfecciones, sino por la perfección de un modelo
do ocasionalmente se le llama “inteligible” a más de inteligente, que se le impone, y no sólo por ser también él mismo eterno,
sino por ser, además, absolu tam en te p erfec to : el viviente o inte
todavía estos o b ite r elid a están muy lejos de superar la impre
sión prevalente de la separación. Nada tiene de extraño, pol ligible en sí, que contiene a todos los vivientes inteligibles, y que
lo demás, ni hay que hacerle reproches a Platón, porque se es, en fin, un Mundo, ya que la copia es un mundo.” 41 No hay
trata de una limitación que jamás logró superar del todo el de parte nuestra la menor objeción; y aún nos queda por ver
pensamiento antiguo. Si en Aristóteles, siempre obligado tér cómo prosigue esta pluralización de lo divino —o su desmoneti
mino de comparación, no se da aquel dualismo, es no más zación, para ser más claros—, al pasar ahora del plano de lo eter
que por la simple razón de que en él no hay ejemplarismo di no e increado al de lo generado y temporal.
vino. El Dios aristotélico, en efecto, es el Pensamiento que se
piensa a sí mismo exclusivamente; y en cuanto al mundo, es, se L o espiritu al y lo divin o
gún todas las apariencias, coeterno con él y fuera por completo
de su planeación y providencia. Como lo liemos dicho ya, habrá Del Alma del Mundo —con ello hay que empezar— no se nos
que esperar a que, por obra de San Agustín principalmente, se dice precisamente que sea divina, pero de lo divino participa,
radiquen las Ideas en Dios, en su esencia misma en tanto que y no tanto por ser la primera y más excelente de las criaturas,
infinitamente imitable, para que todo quede en su punto; para cuanto por su composición muy especial, y que consiste, como
que, como diría fray Luis de León, "ponga su silla la Unidad dice Timeo, en ser mezcla o síntesis de lo Mismo y de lo Otro
sobre todo.” 89 Hasta donde puede verse, jamás pudo la razón (•raú'TÓv-OáTEpov). Lo primero, en efecto, “lo que siempre es lo
humana alcanzar de Dios la noción que en la antigüedad tuvo mismo”, es la idea en tanto que participada; ahora bien, la Idea
únicamente, aunque por otra vía, el pueblo judío, al concebirlo es divina, como el Viviente inteligible que la contiene. Lo se
como absolutamente único y como la plenitud del ser. .Así lo gundo, lo Otro, no es tan fácil determinarlo; trátase, sin duda,
de uno de los textos más oscuros y más discutidos. No puede
■>s Xlrt. 1072 1) 2'i: í| yait voS FVfo-yfioi £coi¡. ser (por lo menos se resiste uno a admitirlo así) la materia cor
3i) Necease est in mente divina ideas ponere. . . non sccundum quod com- poral, ya que lo corpóreo no ha sido producido aún, y no pue-
paratu r ad ipsum Detmi, sed secundum qu od a d alia com paratur, dirá San
to Tomás, resumiendo, con acabada precisión técnica, la tradición postagus- 40 37 c: tirv atSícov OecTiv ytyovoq a7al.ua-
tlniaua. Sum. theol. xv, I. 41 Léon Robin, Les rapports de l’étre et de la connaissance d ’apres P latón,
p . 138.
274 LA CANCION D EL MUNDO LA CANCIÓN D EL MUNDO 275

de, además, entrar en la composición del Alma del Mundo, a “dios que había de ser alguna vez”: así tal cual, sin la menor
menos de negar todo lo que desde el F ed ón sabemos sobre la no ambigüedad posible en el participio de futuro del texto.45
ción del alma en general. No puede ser (así lo propone Sciacca,42 No parece que hayamos avanzado mucho desde los preso
y no vemos otra solución posible) sino una especie de m ateria cráticos, en los cuales campean sentencias como aquella de que
espiritu al, como lo hizo la escuela franciscana a propósito de los “todo está lleno de dioses” (Tales de M ileto). No hay manera
ángeles, para expresar de algún modo la composición de poten de evitar el malestar o la impaciencia que deja en el espíritu
cia y acto que forzosamente debe haber en toda criatura, inclu la lectura de los diálogos platónicos con esta exudación de lo
sive en las sustancias intelectuales puras. Por otra parte, y sea divino por todos los poros. Y aun sin perder el humor, hay que
cual fuere la interpretación que haya de darse al enigmático reconocer, como dice monseñor Diés, que todo es dios o divino en
término, lo que importa retener sobre todo —y en esto hay este divinísimo Platón.46 ¿Cómo, entonces, o a qué título puede
acuerdo general en la exegética— es la concepción fundamental merecer la teodicea platónica el alto rango que generalmente se
que tiene Platón del alma, tanto del Alma del Mundo como del le ha reconocido en la tradición filosófica de Occidente?
alma individual humana, como síntesis de lo inteligible y de lo La respuesta, con todo, no es tan difícil como a primera vista
sensible, de lo eterno y de lo contingente. Desde el F ed ó n se pudiera parecer, con sólo que sepamos sobreponernos a aquel
nos mostró como medianera entre uno y otro mundo, como el malestar y moderar nuestra impaciencia. A reserva de hacer des
agente más eficaz —el único tal vez— de la “participación”. Con pués, como mejor podamos, la síntesis de la teología platónica,
las Ideas tiene el parentesco (auYyÉveta) que resulta de su sim es indispensable desde ahora y sin salir del T im e o , entrar en
plicidad e incorruptibilidad; mas por otra parte, está del todo ciertas precisiones y proceder a ciertos deslindes que mostrarán
inmersa en el flujo del devenir, para ordenarlo y dirigirlo según cómo hasta lo divino puede ser objeto de predicación propor
las “razones” que contempla en la visión eidética. Es verdade cional y analógica. Y si se toman estos términos con el rigor
ramente, como decía Marsilio Ficino, cop u la m undi. Y es tam que deben tomarse, tal y como los ha entendido la filosofía
bién, conviene precisarlo, creación directa del Demiurgo, el Alma escolástica, no habrá inconveniente en admitir que, no obstante
del Mundo desde luego, y del alma humana su parte intelectual, la liomonimia, puede haber hasta una distancia literalmente in
que es la que debe “ejercer el gobierno”. “Dios —prosigue Ti- finita entre el analogatum princeps y los demás analogata.
meo— nos la ha dado, como un genio divino, a cada uno de Lo que aquí nos interesa es tratar de ver claro en la semántica
nosotros.. . y es ella la que, en razón de su parentesco con e] platónica de lo “divino”, en cuanto este término denota una
cielo, nos eleva por encima de la tierra, siendo nosotros, como cualidad intrínseca del sujeto u objeto a que se aplica como
lo somos, una planta no terrestre, sino celeste.” 43 adjetivo. En consecuencia, no tiene por qué preocuparnos —y
Después de la generación del Alma del Mundo, viene la de hay que descartarlo desde luego— el vocablo en cuestión cuando
ciertos “dioses” (sic) que resultan ser, en concreto, cuerpos ce manifiestamente se emplea en sentido extrínseco o hiperbólico.
lestes: estrellas o planetas.44 Es una de las creencias de la reli De lo primero pueden ser buen ejemplo los textos del E u tifrón ,
gión tradicional, que Platón no sólo conserva, sino que le añade, donde el personaje de este nombre presume de ser experto en
por decirlo así, la sanción filosófica al incorporarla a un diálogo las "cosas divinas” (xa 0s ía ), por lo cual se entiende no sólo lo
que se ostenta con esta condición. Ni tampoco tiene por qué relativo a los dioses mismos, sino también, y acaso sobre todo,
causarnos mayor sorpresa, ya que, para acabar con esto de una las prácticas del culto en general. Ta 0 á a es aquí, en suma, si
buena vez, este mundo, todo él, es también un dios, ni más ni nónimo de "religión”, de la religión oficial y establecida; y al
menos. Un dios, además, que alguna vez no fue, como se ve con poner esta expresión en boca de uno de los personajes del diá
toda claridad en el pasaje donde Timeo habla del "cálculo” o logo, su autor no toma, por ello mismo, ninguna posición.
plan que se formó el “Dios que siempre es”, con respecto al
45 3 4 a : o &t o ? 8 t | .id ; o vro ? áei ?.ovta|zóc; 0eoO j ie q í xó v j io t e éo Óm-e v o v
'- E n su c o m e n t a r io a l T im eo , P r in c ip a to E d ito r e , M ilá n , 1 9 6 5 , p . 7 1 . 0fó v.
43 9° 2: ••■<!); ovra; cpvróv ovz f.yynov áXXá oupáviov- 46 'T o u t est di eu ou d i vi n chez ce t r op d i vi n Pl at ón .” Di és, A u to u r d e
<4 " T h e g ods o f T i m a e u s a r e s im p ly t h e s t a r s " . T a y l o r , Plato, p. 447. Pintón, T I, 5 5 5 .
276 L A CANCIÓN D EL MUNDO
LA CANCIÓN D EL MUNDO '2 7 7

En lo que atañe a lo “divino" hiperbólico, es algo que todo las más divinas, y la naturaleza corporal no es de este orden.” 47
griego tenía en la sangre y en el habla desde los tiempos de Tú OeiÓTava está aquí por las Ideas o Formas inteligibles.48 De
Homero por lo menos, en cuyos poemas son “divinos” práctica ellas hacia abajo, en consecuencia, hay una como decantación
mente todos los personajes, no sólo los reyes y los héroes, sino de lo divino, y el epíteto continuará aplicándose, con mayor o
hasta la "divinal” nodriza y el “divinal” porquerizo. Apenas menor intensidad y como una especie de halo luminoso —que
ciertas figuras abiertamente repulsivas como Tersites, por ejem puede ser en ciertos casos una simple aureola decorativa—, a
plo, excluyen de sí un apelativo que no significa, en todos estos todo aquello que de algún modo tiene similitud con las Ideas.
casos, sino un predicado de valor o excelencia, bien que hiper Es el caso de los cuerpos celestes, según la concepción que de
bólicamente potenciado. Es una simple figura de dicción y nada ellos se tiene en la astronomía antigua, tanto por la regularidad
más; y no le hagamos ascos a Platón, griego hasta la médula, de sus revoluciones como por estar exentos, en su mayoría por
por haberla empleado tan profusamente, a veces inclusive con lo menos, de la corrupción o decadencia que afecta a este nuestro
cierto dejo de ironía, como cuando su Sócrates llama “varón mundo sublunar. Por esto son llamados “dioses” : por la rela
divino” (0£tog ávtrjp) al sofista que tiene enfrente, y sobre todo tiva identidad que llevan consigo, y que es remedo de la abso
cuando es un tipo tan regocijado como Hipias o Pródico. Nos luta identidad <le la Idea. Pero cuánta diferencia, literalmente
otros mismos ¿qué más? lo hacemos a diario, en broma con los abisal, haya entre estos d ii m inores, diosecillos en fin de cuentas,
amigos, y en serio con los mayores artistas o poetas, “divinos” y el “Dios que siempre es” o el Viviente inteligible, es algo que
entie todos. se impone por sí mismo a todo aquel que lea el texto desapa
Es a partir del F ed ón donde lo "divino” asume un carácter sionadamente y sin opiniones preconcebidas. Pretender anular
filosófico bien definido, al aplicarse a las Ideas, juntamente con esta diferencia por sólo la homonimia de lenguaje (operación
los otros predicados de "eterno, inmortal, incorruptible e in equivalente a convertir la teología platónica en una de tantas
mutable”, con todos los cuales se pretende configurar el reino variantes del panteísmo), es tanto como incurrir en un anacro
de lo inteligible, por oposición al mundo de lo corpóreo y pere nismo, en cuanto que trasponemos a aquella teología nuestro
cedero. En este sentido, por tanto, “divino” se opone a su con concepto actual de la naturaleza divina, cuya comunicabilidad
trario, que es lo “humano”, en cuanto que esto último, salvo por no la entendemos hoy, cuando se da, sino de manera plena y
la parte del alma intelectual, pertenece por entero al orden absoluta, como entre las tres Divinas Personas del Dios único.
de la generación y corrupción. Lo "divino”, por último, en los Pero entonces no se entendían las cosas así, sino que la imagen
textos del F ed ón por lo menos, no remite necesariamente a un creada recibía el mismo apelativo del Modelo increado y del
“dios” específico, y no es posible, así sin más, identificar las Artífice creador, pero la apelación común no significa necesa
Ideas con la divinidad. No será sino en la R e p ú b lica cuando riamente identidad de naturaleza.
podrá plantearse, y únicamente con respecto a la Idea del Bien, La verdadera dificultad, una vez más, no está en los dioses
el problema de la identificación. menores, creados y subordinados, sino en los d ii m alores, igual
Ahora bien, este sentido de idealidad o espiritualidad, y por mente increados y absolutos: el Demiurgo y el Modelo. No hay
ello mismo de mayor altura ontológica —ya que la Idea es el ser modo de superar la diarquía y resolverla en la monarquía de
más verdadero y auténtico— lo conserva lo “divino” en todo el alguno de los dos, ya que si, por una parte, el Demiurgo puede
resto de la obra platónica, con inclusión, por tanto, del T itileo. reivindicar sobre el Modelo la personalidad, con todo lo que
No sólo, sino que el adjetivo admite grados de comparación
hasta el superlativo, en proporción justamente a su semejanza *t P o l. 2 6 9 d.
con las Ideas, que son supremamente divinas, “divinísimas”, •i» "Co se Jo n e bi en l e m o n j e des For m es q u e desi gne sat is am bi guít ó
como resulta con toda claridad del siguiente pasaje del P o r app cl l n t i oi t t u OeiÓTUTu-” Joan Van Cu m p et Pau l C.anar t, L e s a is du
m o l Oci o; c h ez P la tó n . Lo vai n a, 1956, p, at 8. Par a qui en desee segui r paso
lítico :
a paso la evol u ci ón del vocabl o, r ecom en dam os est a excel en t e m on ogr afía,
“Conservarse siempre en el mismo estado y permanecer eter d e car áct er m ás bi en escépt i co q u e cr éd u l o en cu an t o a l a i dea de u n Di os
namente idéntico, no conviene sino a las cosas que son de todas per son al en l a t eol ogía pl at ón i ca.
L A CANCIÓN D EL M UNDO 279
278 LA CANCIÓN D EL MUNDO

No creemos posible decir sobre esto más ni esclarecerlo más.


esta noción lleva consigo en la escala ontoiógica y en el orden
Podríamos, por supuesto, continuar acopiando autoridades o
operativo, el Modelo, a su vez, en tanto que sinónimo de mundo
prolongar sin dificultad esta o aquella línea argumentativa, pero
inteligible, tiene en su favor el ser la pauta eterna y absoluta
sería un puro virtuosismo verbal. La única conclusión cierta
de toda realidad actual o posible. Del principio al fin del plato
es que la Idea, la Inteligencia y el Espíritu, son para Platón
nismo, esta pauta es la Idea. Por ella y en función de ella tiene
las realidades supremas, y que su Dios, cualquiera que haya
todo lo demás ser y valor. A propósito del mito de la cabalgata
sido, es, con toda su bondad, un Dios intelectualista, y en nin
celeste en el P ed ro, por ejemplo, ha llegado a decirse, y por
gún caso la Voluntad pura, como el de Duns Scotus, por ejem
muy autorizados intérpretes, que los dioses son dioses no por
plo. Pero en cuanto a la redu ctio a d unnm de aquellas entidades,
su naturaleza, sino porque su vida y alimento sempiterno es la
o a la supremacía de cualquiera de ellas sobre las demás, es un
contemplación de las Ideas; y que por esto solo se distinguen
afán tan legítimo como baldío dentro del platonismo. Eco del
de las almas humanas, que no tienen esta visión sino fugazmente,
Dios cristiano más que del Dios platónico, y aunque profunda
antes de su encarnación en el cuerpo mortal, o como paréntesis
igualmente transitorio entre sus sucesivas reencarnaciones. Del mente impregnado de espíritu platónico, son los versos, que siem
pre me han sobrecogido, de nuestro mayor poeta:
Demiurgo del T im eo sería probablemente una osadía afirmar
otro tanto, ya que por todo cuanto hemos visto: por su perso
D ios y la idea, p o r distinto m o d o ,
nalidad y potencia creadora sobre todo, la divinidad parece
pu ed en sólo flotar en la m area
tener en él cierto carácter autónomo. Y sin embargo, aparte
d el o b je to y d el ser. D ios sobre todo,
de lo que ya sabemos sobre su dependencia del Modelo en el
y sobre tod o lo dem ás, la idea.™
acto de la creación, puede uno preguntarse también si no será
el Modelo anterior al Demiurgo, con anterioridad lógica por lo
L o tem p oral y lo etern o
menos, precisamente por la condición que tiene el primero de
ser Modelo universal sin restricción alguna. Que no es una Con el Alma del Mundo y con todo cuanto le está ontológi-
lucubración ociosa, se ve por lo que dice Albert Rivaucl al camente subordinado en el orden de la generación, aparece el
plantear denodadamente la cuestión en los términos siguientes: tiempo, con cuya noción, y más en el contexto del T im eo , en
“A primera vista, y puesto que el Viviente en sí debe contener tramos en otra problemática tan compleja como apasionante.
el modelo de todas las realidades, ¿no será preciso que haya en Comencemos por transcribir el siguiente texto fundamental:
él un modelo de la misma Divinidad?” 49 "Cuando el Padre que lo había engendrado vio vivir y moverse
Pero tampoco es fácil contestar afirmativamente, porque ha este mundo, imagen creada de los dioses eternos, alegróse de ello
bría que resolver entonces el otro problema de saber cómo pudo y, en su gozo, pensó en cómo podría hacerlo mas semejante aún
producirse el Demiurgo, dado que las Ideas, según ha quedado a su modelo. Y de la misma manera que este modelo es un Vi
suficientemente averiguado, no tienen por sí mismas eficacia viente eterno, se esforzó, en la medida de su poder, por hacer
ojrerativa, sino que es menester el concurso de una causa efi igualmente eterno a todo el universo. Ahora bien, y como ma
ciente. Habría que pensar entonces en otro Demiurgo productor nifiestamente era imposible adaptar perfectamente a un mundo
del que con este nombre conocemos, y que se inspiraría —ape engendrado la naturaleza eterna de aquel Viviente, concibió la
nas hay que decirlo— en la supuesta Idea del Demiurgo conte idea de formar una especie de imagen móvil de la eternidad. Y
nida eíi el Viviente inteligible. Pero con esto tendríamos ya así, mientras organizaba el cielo, creó simultáneamente, a ejem
tres Demiurgos: el ideal, el productor y el producido, o sea, ni plo de la eternidad una e inmóvil, esta imagen eterna que se
más ni menos, el “tercer hombre”, que sería aquí el “tercer desenvuelve según un ritmo numérico, y que nosotros llama
dios ’, y con el consabido regressus in in finitum que lleva con mos Tiempo.” 51
sigo el famoso argumento.
so D íaz M i r ón : “ A l as cosas si n al m a.”
si 3 7 c-d.
•o Ri vau d , l u í i n ducci ón al T im e o , p. 37.
280 L A CANCIÓN D EL MUNDO LA CANCIÓN D EL MUNDO 281
Esto por la noción misma, y esto más que sigue, como expli- po que habría sido concomitante, a su vez, con un estado pura
citación de lo temporal por contraste con lo eterno: mente caótico de la materia informe. Si Platón se refiere a di
“Días y noches, meses y estaciones, no existían antes del na cho estado ocasionalmente, es apenas a título de posibilidad
cimiento del cielo, pero a su nacimiento se proveyó simultá lógica, para hacer ser lo que h abría podido ser un mundo in
neamente con la organización de aquél; todo esto, en efecto, m undo, privado de la intervención del Demiurgo, pero no por
son divisiones del tiempo. Pasado y futuro son especies engen que lo suponga como algo real. Era ésta la interpretación sos
dradas del tiempo; y cuando las trasladamos fuera de propó tenida, desde los días de la vieja Academia platónica, por Xe-
sito a la sustancia eterna, es porque no nos damos cuenta de su nócrates, su tercer escolarca; asumida igualmente, al parecer, por
naturaleza. De esta sustancia, en efecto, decimos que era, es y Aristóteles, y refrendada actualmente por Taylor, a quien debe
será, cuando, en verdad, el es únicamente conviene a aquella mos el mejor comentario que se haya escrito sobre el Tirneo en los
sustancia; y el era y el será, por el contrario, hay que reser tiempos modernos.53
varlos a la realidad que nace y progresa en el tiem p o ... El Aclarado lo anterior, nos quedan aún dos problemas mayo
tiempo, en suma, ha nacido con el cielo, a fin de que, engen res que es imposible soslayar. El primero si, en la cosmovisión
drados simultáneamente, se disuelvan simultáneamente también, platónica, el mundo ha tenido o no un principio. El segundo,
si es que alguna vez llegan a disolverse, y fue hecho a ejem si puede o no hablarse tic una verdadera creación, que por esto
plo de la naturaleza sempiterna, a fin de parccérsele lo más mismo tendría que haber sido ex ni hilo. Veamos si los textos
posible según su capacidad. Pues el Modelo existe y es desde permiten resolverlos, o hasta dónde.
toda la eternidad, y el cielo, por el contrario, de un extremo En relación con el primer problema, no parece que Platón
al otro del tiempo en su totalidad, ha sid o y es y será.” 52 se haya pronunciado categóricamente en uno u otro sentido.
Éstos son, según creemos, los textos fundatorios, en la filoso Más aún, no parece siquiera que Platón se haya planteado for
fía occidental, de la diferencia entre lo temporal y lo eterno; malmente la cuestión, en el T im eo por lo menos; y no tiene
v no por fundatorios dejan de ser maravillosamente profun por qué causarnos mayor sorpresa esta aparente laguna en una
dos y precisos. Meditémoslos bien, y veamos lo que de ellos re cosmología que desearíamos omnicomprensiva. Esto, empero,
sulta, ya sea en rendimiento apofántico, ya en residuo aporético. no es posible hacerlo al hombre con la sola luz de la razón;
Lo primero que está claro es que el tiempo, haya tenido y Platón, después ele todo, no tiene la pretensión de haber sido
o no principio (de esto hablaremos luego), es concomitante no el consejero o asistente del Demiurgo, como para saber si el
sólo al mundo creado en general, sino a un mundo organizado, mundo empezó a existir alguna vez, o si, por el contrario, ha
lo suficientemente, por lo menos, como poder señalar, con cier existido desde siempre. Lo único que podía hacer, corno filó
to ritmo y medida, por las revoluciones de los cuerpos celestes sofo, era afirmar simultáneamente la existencia de algo gene
o por lo que sea, la regularidad de su desarrollo. El tiempo, rado (yeYcvóg) y de algo eterno (duSiov). Para esto le bastaba
en efecto, es medida o número del movimiento: m ensura m otas, con coordinar el testimonio de sus sentidos sobre la existencia
num erus m otus, según las conocidas definiciones escolásticas, que de lo corruptible y perecedero, con la otra certeza, por la vía
remontan, en última instancia, al secu n dara num erum (xa-c’ intelectual esta vez, de que lo contingente y relativo no puede
ápt6y.óv) del texto platónico. Hablando en rigor, además, esto encontrar la razón suficiente de su existir sino en lo incon
de “mundo organizado” es una expresión tautológica, ya que dicionado y absoluto. En esto son claros los textos, y muy am
“mundo” o “cosmos”, que es lo mismo, designan un orden, biguos, en cambio, en lo de la eternidad o principio del mun
cualquiera que sea, por o{xisición al caos. do; y ya desde la primera generación de la Academia anduvie
De esta primera comprobación: que no hubo tiempo antes ron sus miembros a la rebatiña en la interpretación del maestro
del mundo, se desprende la de que no hubo tampoco un tiem en este punto preciso. Para Aristóteles, el mundo del T u n eo,
53 “ T l i u s t h e l an gu agc wh i ch sccm s l o i i n pl y a p r i m i t i ve Stat e of p u r é
52 37 c y S'’ ro |úv y á ij bi) aaoúóeiypa jwxvta uituvá iaxrv ov, ó 8 ’av ci t aos can n ot be ínean t ser i ousl y, an d so f ar Xen ocr at es seems t o be r i gh t
fii ú xé/.ovg tóy d -t avxa y.oóvov y ey o v & z t e x a l ¿>v v .d i ¿oóu t vov. i n bi s i n t er pr et at i on ." P la to , p. 4 4 3 .
282 LA CANCIÓN DEL M U N D O L A CANCIÓN DEL M U N D O 283

justo por ser "engendrado” (yEvvnxó;), habría tenido principio. apenas por el escrúpulo de no omitir ninguna de las especies
Para Xenócrates, por el contrario, no puede desprenderse esta del género, pero no porque deba preocuparnos aquí y ahora,
consecuencia del mero hecho de la generación, la cual bien pudo como las otras dos. Son éstas las que importa distinguir, una
haber sido coeterna con el Demiurgo; ni tampoco, además, de de otra, con el mayor cuidado.
la forma en que Timeo lleva a cabo su narración, al presen Fuera de convenir una y otra noción en la continuidad de la
tarnos al Demiurgo como reflexionando antes sobre lo que va existencia (esto y no otra cosa significa “duración”) , en todo lo
a hacer después. Son simplemente, como dice Xenócrates, arti demás son completamente diferentes el tiempo y la eternidad.
ficios de lenguaje para hacer más amena o comprensible la ex Si hablamos en uno y otro caso de “continuidad”, es sólo porque
posición (SiSacxaXíac y.ápiv). el lenguaje no da para mayores finuras, pero a sabiendas de que,
Conviene tener presente, antes de seguir adelante, que el pro con referencia a la eternidad, no aludimos de ningún modo a
blema de la eternidad del mundo se plantea sobre todo, con una continuidad de tracto sucesivo, como la temporal. La eter
el carácter de ambigüedad que ha quedado indicado, dentro del nidad, según la maravillosa definición de Boecio, es la posesión
platonismo. En el aristotelismo, en cambio, se impone la so total, simultánea y perfecta de una vida interminable: Interm i-
lución afirmativa, es decir la coeternidad del mundo con el n abilis vitae tota sim ul a tq u e p erfecta possessio. Es la duración
Motor Inmóvil, dado que éste no tiene la menor parte en la que compete exclusivamente al Ente infinito; y como de este
generación del ente móvil, y siendo así, no puede asignarse ar Ente se predica necesariamente la vida entre sus perfecciones,
bitrariamente a este último ningún principio. Con perfecta ló por esto la pone Boecio en su definición de la eternidad.5* Lo
gica, por tanto, Aristóteles puede afirmar que el mundo es in demás no necesita declararse más, porque es de las muy pocas
generado e incorruptible, que es uno y eterno, y que no ha cosas claras en filosofía; y si alguna comparación pudiera servil-
tenido principio ni tendrá fin.54 Pero Platón no puede decir para ilustrarlo más, diríamos simplemente que la eternidad es
otro tanto, ya que, según su concepción, el mundo entero es como un instante que no termina. Por esto dice Platón, con gran
obra del Demiurgo, y siendo así, no hay modo de saber, en fi acierto, que del Ser eterno no puede decirse sino que es, en
losofía pura, si su generación es o no desde siempre. En cual presente absoluto.
quier hipótesis, no obstante, es idéntica la diferencia ontológica, Del ser temporal, por el contrario, es más seguro decir que
siempre infinita, que media entre lo ingenerado y lo generado, ha sido y que será, y no que es; porque en tanto que el pasa
entre el Creador y su criatura. La imaginación sobre todo nos do y el futuro podemos en cierto modo congelarlos, no así el
impide verlo así a primera vista, pero la reflexión filosófica nos presente temporal, el cual, en el acto mismo de su aparición, está
hará sobreponernos a la imaginación y poner las cosas en su ya declinando hacia el pasado y proyectándose hacia el futuro.
punto. Por algo'Platón parece rehuir este momento del presente en su
"Duración” es el término genérico que comprende en sí, como descripción del tiempo; y Aristóteles, por su parte, lo omite del
sus especies, la eternidad, el tiempo y otra duración muy es todo en su famosa definición, con arreglo a la cual el tiempo
pecial que, a falta de una denominación mejor, suele llamarse es el número o medida del movimiento según lo anterior y lo
evo o eviternidad.55 Esta última sería la duración propia de los posterior, o también —como suele igualmente traducirse—, según
espíritus puros, pero creados (como los ángeles de la teología un “antes” y un “después” .57 Y por aquí vemos luego cómo no
cristiana), en cuyas operaciones hay cierta variabilidad o suce obstante sernos del todo familiar (o más aún que esto, por
sión, pero que no se mide, como la nuestra, por los ciclos re que es nuestra vida misma) el tiempo es más difícil de concep-
gulares de la naturaleza. Y si mencionamos esta duración es tualizar, por nosotros y para nosotros, que el eterno presente
de la eternidad. El nunc tem poris de los escolásticos, o en tér-
5 4 J i e c á e lo , 10 -12: o u t e yÉ.yovev ó r t ü ; o i 'gavó ; oí.V EVÓE/ cxai «pOaoíivai 50 I llu d q u o d est v e r e a e te rn u m , n on so lu m est en s sed viv en s, di ce San t o
• • • aX X t í<r av e í s ¡t al ü t Si oc, aoy.ri v p i v x ai t e Xeu t t i v o v x Eyiov. To m ás en ap oyo de di ch a i n cl u si ón . S u m th e o l. x, 1 .
5 6 D el l at ín a e v u m , q u e si gn i fi ca, sin m ayor es pr eci si on es, “ l ar ga d u r a­
57 P hys. i v, 11: ó -/ novo- ági O fi ó; x w i í o ew ; n ava xó j i q ó t eq o v x ai
ci ón ” .
vc t c eq o v .
284 LA CANCIÓN DEL M U N D O LA CANCIÓN DEL M U N D O 285

minos más modernos, la d u rée réelle de Bergson, lo que más eternidad o la del principio del mundo, como perfectamente de
nos importa, por ser, precisamente, nuestra experiencia vivida, fendibles ambas en filosofía. Dios pudo haber creado el mundo
escapa de este modo a la percepción intelectual, y no así, en a b aetern o si tal hubiese sido su voluntad; y es sólo por la fe,
cambio, lo que, por h a b er sido o h a b er de ser, es el tiempo no como dice Santo Tomás, y no por ninguna demostración filo
vivo, sino ya muerto o aún no nacido. Y sin embargo, y justo sófica, como sabemos que de hecho tuvo principio.
por esto mismo, es más fácil o menos difícil representarnos una Parecería como si no hubiese más que decir sobre la con
sucesión temporal indefinida hacia adelante o hacia atrás: un frontación que en el T im eo se nos presenta entre tiempo y eter
tiempo sin principio ni fin, como dice Aristóteles. nidad. Y con todo, hemos de hacer aún hincapié en algo que ha
Lo de “hacia adelante” lo entendemos bien y lo aceptamos podido tal vez obnubilarse con la hipotética admisión de un
todos. Es nuestra vida cotidiana, y no nos cuesta ningún es mundo y un tiempo sin principio, y como si con este autén
fuerzo admitir que ei universo en su conjunto, o en cualquiera tico regressus in infinitum se emparejara más o menos lo tem
de sus paites, haya de continuar indefinidamente. Que otra poral con lo eterno, al punto de tornarse prácticamente im
cosa pueda decirnos en contrario la física moderna (nos refe perceptible la diferencia entre una y otra duración, y entre los
rimos naturalmente a la ley de la degradación de la energía entes a que respectivamente corresponden.
postulada por C arnot), no afecta para nada la posibilidad de Con la mayor energía hay que decir que no es así en ab
aquella representación, que es lo único que aquí nos interesa. soluto. El Creador sigue siendo creador y la criatura criatura,
La dificultad está, y ha estado siempre, en la representa lo mismo en la creación ab aetern o que en la creación con prin
ción clel “hacia atrás” Es aquí donde nos da vueltas la cabeza cipio. En uno y otro caso es exactamente la misma e igualmente
al tratar de imaginar o concebir un mundo y un tiempo sin infinita la diferencia entre el Ens a se y el ens a b a lio ; entre
principio. No que hubiera podido haber, como si dijéramos, quien tiene el ser por sí mismo y el que lo recibe de él como
un tiempo antes del tiempo que conocemos; un tiempo en el don gratuito, y por esto mismo revocable en cualquier momen
cual el mundo no habría existido, y que, por consiguiente, ha to a voluntad del dador. Si le plugo dárselo con o sin principio,
bría sido la medida o numeración de la nada. Esto es, con toda es asunto de Él, y es por completo indiferente para la con
evidencia, radicalmente imposible, porque el tiempo, una vez dición de la criatura, la cual tiene de suyo nada más que el
más, es concomitante del mundo, como medida que es del orden no-ser, y el ser, en cambio, como adventicio y recibido. Muy
sucesivo de su desarrollo. No es así como debe plantearse el pro bien lo expresa Gredt al decir que, en la hipótesis de que el
blema, sino que la alternativa se da, como dice Taylor con toda mundo fuese a b aetern o, no tendría principio de incepción, pero
precisión, entre si el orden de los acontecimientos cosmológicos sí principio de origen y causalidad, y que, por tanto, el no-ser
ha tenido un p rim er m iem b ro, o si, por el contrario, no lo tuvo habría igualmente precedido al ser del mundo, no en su du
nunca. Ahora bien, v por más que hoy propendamos instinti ración, pero sí en su naturaleza.59
vamente a abrazar más bien el primer término de la opción Todo lo anterior tiene plena validez no sólo —o ante todo—
(por influjo tal vez del relato bíblico), no hay ningún absurdo en la hipótesis de la creación ex n ihilo, sino igualmente dentro
filosófico en la adopción del segundo, y ya sea que nos colo del contexto platónico que estamos examinando, toda vez que
quemos en la hipótesis creacionista o en la de que el universo el Demiurgo es por lo menos el “generador” del mundo, si ya
haya existido desde siempre en sí y de por sí. De cualquier 5 8 Q tiod m u n dtirn n o n se tn p e r fu iss e so la f i d e ten etu r, e t d em o n s tr a liv e
modo, podemos tanto proyectar el tiempo hacia adelante, en p r o b a r i n o n p o tes t. Sum . t h e o l. xi .vi , 2 . Y l o del p r i n ci p i o del m u n d o l o
forma que no tenga nunca un último término, como retro f u n d a el sant o, m ás aú n qu e en el r el at o del G én esis, en l as pal abr as
traerlo indefinidamente en una serie sin primer término. En de Jesú s en l a ú l t i m a cen a: “ Gl or i fícam e, Pad r e, con l a gl or i a qu e t uve
en T i , an t es que el m u n d o fuese.”
uno y otro caso, y salvo la diferente dirección que le imprimi
5 9 “ Si m u n d u s esset ab aet er n o, non h aber et p r i n ci pi u i n i n cept i on i s i n
mos, se trata exactamente de la misma operación mental. du r at i on e, h aber et t am en pr i n ci pi u m or i gi n i s et cau sal i l at i s, ac pr oi n de
No sólo los antiguos, sino los mismos teólogos cristianos, no non-esse pr aeccd er et esse m u n d i non du r at i on e, sed n at u r a.” Gr edt , E le m en ta
tuvieron dificultad en asumir una y otra posición: la de la p h ilo s o p h ia e a r is to te lic o -th o in istic a e, H er d er , 1 9 6 1 , u , 3 1 1 .
286 LA CANCIÓN DEL MUNDO LA CANCIÓN DEL MUNDO 28 7

no su creador en el sentido más riguroso del término. Dentro proceso. En la concepción platónica, el mundo está siempre en
de la concepción aristotélica, por el contrario, de un mundo evolución, así no haya empezado nunca la evolución ni deba
que aparentemente no debe su ser al Motor Inmóvil, aquella acabar nunca; y por esto el mundo, al contrario de Dios, tiene
dependencia no puede evidentemente ser la misma, pero aún historia. Está siempre en proceso de hacerse, y no hay jamás un
en esta hipótesis, lo temporal, con o sin principio, no es sino punto en que esté todo hecho.” 62
una imagen de lo eterno, y jamás podrá haber, entre uno y otro,
identidad de naturaleza. Entre lo eternamente actual e inmuta E l universo co m o m úsica
ble y lo eternamente sucesivo y mudable, no hay modo de col
mar el abismo. Al primero solamente conviene la plenitud del No seguiremos a Platón en todos los pormenores del T im eo
ser que se enuncia en el absoluto “es” de su duración. Del se concernientes a la creación o formación de las demás criaturas
gundo, en cambio, por lo que antes dijimos, no puede propia en particular. No estamos haciendo un comentario profesional
mente predicarse el “es”, sino tan sólo el “fue” y el “será”, y del diálogo, sino dibujando apenas las grandes líneas de su
como de ambos puede decirse que no son (porque el primero construcción. De acuerdo con este plan, bastará decir que así
ya no es, y el segundo todavía: no es), resulta, en conclusión, como el Demiurgo crea directamente las sustancias espirituales,
que lo propio del ente temporal, cualquiera que sea su dila entre ellas el alma humana, así también, en lo demás, enco
tación en el tiempo, hacia adelante o hacia atrás, es, en suma, mienda al Alma del Mundo la creación u organización de las
el no-ser: lo único que puede reivindicar como su patrimonio sustancias corporales. De una parte, en efecto, el Alma Cósmica
exclusivo.60 No es, por tanto, el ser para-sí, como pretende Sar- tiene acceso a la contemplación de las esencias eternas y per
tre, el que introduce la nada en el mundo, sino que la lleva fectas, y de la otra, por estar en ella el principio de la vida
consigo, desde el principio o más allá de todo principio, la y del movimiento, puede expandirse por todo el universo para
criatura temporal. introducir en él, según la pauta del divino modelo, la medida,
En este punto, a lo que nos parece, vio más hondo Platón el orden y la proporción. Bajo su dirección y por obra de
que Aristóteles, al reservar el primero el adjetivo áí5iov (“eter ella, la materia escapa al caos, se coordina y deviene un mundo en
no” propiamente dicho) exclusivamente para el Demiurgo y la medida en que se vuelve a las Ideas, y al abrirse a ellas
el Modelo, en tanto que el segundo no vacila en adjudicarlo en la plasticidad de su indigencia, recibe su augusta impresión.
tanto al Motor Inmóvil como al mundo. Con ello hace ver Pla No se trata, además, de una impresión estática, recibida de
tón que no es la duración indefinida, así como quiera, lo una vez por todas, como la del sello en la cera, por ejemplo, sino
eterno como tal, sino la siempre actual y plena posesión del ser.61 que hay también, correlativamente, una respuesta dinámica por
En términos de plena modernidad, ligando la noción del tiem parte de la naturaleza, la cual tiende sin cesar a aproximarse,
po con las otras dos correlativas de evolución y de historia, lo en la medida de sus virtualidades, a la perfección de lo inte
expone Taylor de la siguiente manera: ligible. Con esto son las Ideas no solamente causa formal o ejem
“En la terminología más precisa de Platón, el mundo es un plar, sino igualmente la causa final suprema, la que coordina
yeyovóq: algo que ha llegado o está llegando a ser, y no un y resume todas las finalidades concretas que son patentes sobre
áíSiov o eterno. Así no haya habido nunca un primer aconte todo en la evolución de los organismos vivos o en el simple
cimiento, todo lo sensible ha em erg id o como el resultado de un desarrollo, por cada uno, ele sus respectivos procesos biológicos.
Es algo que no ha podido ni podrá jamás explicar el mecanicis
60 N o podem os p asar p o r al t o l a sor pr en den t e con cor dan ci a en t r e el "es” mo, a menos de fingir hipótesis tan extravagantes como las bétes-
del T im e o , c o m o l a n ot a p or excel en ci a di st i n t i va de l o et er n o y d i vi n o, y el m achin es de Descartes, y por algo el mismo Kant, tan avenido
n om br e “ El qu e es” , que n ot i f i ca Di os a M oi sés, com o el suyo pr opi o, en en lo demás con el mecanicismo, se vio obligado a dar cabida a
l a t eofan i a de l a zar za ar di en t e. la finalidad en tratándose de la biología. De Platón viene, por
61 " C ’est don e u n e con t i n u i t é successi ve sans com m en cem en t n i f i n , en face
d ’u n ét er n el pr ésen t .” León Ro b ín , L e s r a p p o r ts d e l’é tr e e t d e la con n aissan - 6 3 ’“ . . . I t is al ways get t i n g i t sel f m ade; t her e i s n ever a poi n t at wh i ch
c e d ’ap res P la tó n , p. 141. i t is f u l l -m ad e.” Tayl o r , P la to , p. 4 4 4 .
288 LA CANCIÓN DEL M U N D O LA CANCION D EL MUNDO 289

tanto, esta idea de la evolución que Aristóteles desarrollará entera, de los cuatro elementos a las revoluciones de los cuerpos
luego tan magistralmente en el concepto central de “enteleqnia”, celestes. Muy lejos nos llevaría el querer apurar este paralelo
y cuyas leyes o tendencias más radicales se afanarán por encon en todos sus pormenores, y yo por mi parte no podría en esto
trar, hasta la época más reciente, filósofos como Hcrhert Spen- decir nada por mí mismo, dada la nulidad de mis conocimientos
cer o Henri Bergson. técnicos en materia musical. Afortunadamente lo ha hecho, con
En todos ellos, o más aún en toda filosofía de la evolución el mayor rigor y precisión, Clodius Piat, al cual me remito, así
en general, y dígase con estas o con otras palabras, hay la ad como a los que deseen mayores esclarecimientos. De los escrupu
misión de una especie de instinto o intuición, todo lo oscura o losos cotejos verificados por el ilustre helenista francés, resulta
sorda que se quiera, que hay en toda la naturaleza por ele que son las leyes e intervalos de la gama musical los que el De
varse sin descanso a lo perfecto y lo mejor, de algún modo, por miurgo ha tenido en cuenta al organizar geométricamente (por
tanto, sentido o entrevisto por todos los entes que se alinean en que los primeros elementos del mundo son líneas, superficies y
la gran cadena del Ser, como decía Lovejov: th e great chain o f volúmenes), por sí o por el intermedio del alma cósmica, la es
tíeing. Con tanta fuerza sintió Spencer todo esto, que le fue tructura de los cuerpos y la distancia entre los mismos, sobre
preciso —a falta del nombre de Dios que no podía él pronun todo entre los planetas. Es la serie diatómica y son los intervalos
ciar— apelar a lo que llamó el Poder Desconocido (U n kn ów able armónicos de la octava musical lo que se traslada puntual
P ow er) para designar la central coordinadora, digámoslo así, del mente y en grande al heptacordo del universo. Así lo dice Piat,
tránsito continuo y universal de lo indefinido a lo definido, de y termina sus prolijos análisis con esta bella página:
lo homogéneo a lo heterogéneo, de lo simple a lo complejo, de “La música es la reina del cielo, y justo porque es ante todo
lo imperfecto a lo perfecto. De todas estas leyes postuladas en reina del supercielo. Todo se conforma a sus leyes: el alma del
estos términos por el filósofo inglés, algo debía existir, más allá mundo, las distancias de las esferas, la proporción de los cuatro
y por encima de ellas, para dar alguna razón de su armonioso cuerpos y las figuras geométricas que los informan. La natura
y necesario cumplimiento. De lo contrario quedaremos a cie leza es una lira viviente que tañe un himno eterno al esplendor
gas irremisiblemente. del Ser. Y esta doctrina no aparece aquí por la primera vez, sino
Sin las inhibiciones de Spencer, Platón y Aristóteles llamaron que embargaba el espíritu de Platón mucho antes de la compo
Dios a Dios, y llamaron sencillamente am or a esta fuerza univer sición del T im eo. L a idea fundamental se encuentra en la R e
sal que mueve a cada ente a perseguir la realización, cada vez pú blica, al decir su autor, en el libro tercero, que la naturaleza
más perfecta, de su forma inteligible, y que es, en última instan de los cuerpos y la de las plantas se encuentran llenas de ritmo
cia, el amor del Viviente eterno y absoluto. De él dice Aristóte y armonía. Platón entendió siempre el mundo como músico.”
les que “mueve como lo amado” ; y si Platón no lo dice así en el (P latón , p. 131: P latón a toujours com pris le m on d e en m usicien.)
T im eo , es porque ya lo había dicho en el B an qu ete, al hablar De esta “música celestial”, que ha pasado así, tal cual, al fondo
del amor de la inmortalidad que enciende y mantiene, en el proverbial o sapiencial del alma hispanoamericana, podrá hacer
seno de la naturaleza, el presentimiento primero, y luego la vi fácil escarnio ¡cuándo no! el racionalismo o el cientifismo. Pero
sión —en la criatura racional— del Bien y la Belleza. si toda la sabiduría de Newton, según decía Kant, no puede dar
De Platón es esta vez, de él privativamente, este énfasis en la razón del brote de la hierba más humilde, algo debe valer, a falta
belleza. No una sino muchas veces nos ha hablado de la belleza de la ciencia, la intuición del poeta y del filósofo —del poeta-filó
que el Divino Artífice supo imprimir en este mundo nuestro sofo en el caso concreto—, que por ingenua o primitiva que pue
(jcaA-óg e<mv 85e ó xócrpog), y no es necesario volver sobre esto, da ser en los pormenores explicativos, acierta en lo fundamental,
Pero hay algo en que no suele reparar ya no digamos el lector o sea en la armonía del universo. Y cuando otra cosa no hubiera
ingenuo o primerizo del T im eo, sino ni siquiera la generalidad hecho esta música de las esferas sino inspirar la Oda a Salinas v
de sus comentadores, y es en que Platón tomó esto tan en se plasmar el alma igualmente musical del mayor lírico de lengua
rio, que toma las proporciones de la escala musical, ni más ni española, no habría que pedir más, y váyase lo uno por lo otro.
menos, como pauta inflexible en la articulación de la creación Que la visión matemática y musical del universo viene de
290 L A CANCIÓN DEL M U N D O LA CANCIÓN DEL M U N D O 291

los pitagóricos, de Filolao principalmente, lo sabemos todos y universo desde el principio. Si se quiere realmente explicar, por
lo sabía Platón antes que todos, pero no por ello fue en esto, tanto, la manera en que el mundo ha nacido, habrá que hacer
como no lo fue en cosa alguna, un imitador servil. De todos intervenir en el discurso este aspecto de la causa errante y la na
tomó en su cosmología lo que en cada uno le pareció dig turaleza de su contribución” .64
no de aprobación: de los viejos físicos de Jonia, de Empédocles, ¿Qué viene a hacer aquí todo este logogrifo de la Necesidad
de Demócrito, de Anaxágoras y de Pitágoras. De todo esto y de la Causa Errante?
y más hay en el T im eo , y la síntesis, no obstante, es profunda Guardémonos mucho, en primer lugar, de confundir la “ne
mente original y creadora. Lo es también ¿habrá siquiera que cesidad” de que aquí nos habla Platón con el cumplimiento
decirlo? la misma teoría de las Ideas, y no un sincretismo o una ordenado y fatal de las leyes de la naturaleza. Esta segunda ne
especie de compromiso diplomático entre Heráclito y Parmé- cesidad es precisamente la que introduce el Demiurgo o la In
nides. Y por último, Platón es bien consciente de que todo cuan teligencia al imponer el principio de la ley y el orden en el curso
to dice Timeo sobre la composición y estructura del ser en deve de los fenómenos. Aquella otra áváyxr), por el contrario, tiene
nir no tiene —y así lo dice expresamente— sino un valor conje toda la plenitud significativa de esta voz en la lengua tradicio
tural o de opinión, y no la firmeza metafísica de los primeros nal, como sinónima de poípa o de EipiapqÉviq, es decir, el destino
y eternos Principios. Dialéctica, opinión y poesía se dan así ciego y fatal que está por encima no sólo de los hombres, sino
la mano, en todo el curso del diálogo, como las tres Gracias, y de los dioses. El contrario de la áváyxT), en estos textos, es el
el aspecto más encantador de esta colaboración recíproca es la voúg, y sólo cuando se ha sometido a su imperio, a su "persua
arquitectura musical del universo. sión”, se transforma en una necesidad ordenada y regular, tal
como hoy la concebimos. Lo que aquí tenemos, senz’altro, como
L a causa erran te dice Stefanini,65 es, pura y simplemente, lo irracional. Y lo con
firma aún, por si hiciere falta, la otra apelación que recibe
Hemos dicho con antelación que el último problema, y el
de “causa errante”: itXavopivr) ai-ría.66
más arduo sin duda, que nos plantea el T im eo , es el de saber
Según advierte Burnet en sus sagaces observaciones sobre este
si podrá hablarse, real y verdaderamente, de una creación del
punto,67 la "necesidad” del T im eo es precisamente lo mismo
mundo —ex n ih ilo , por lo tanto—, o en el caso contrario, cuál
que Aristóteles, con mejor acuerdo, llamará “azar” o “contin
podrá ser el otro elemento: causa auxiliar o simplemente obs
gencia”. Mas en fin, lo de menos es la nomenclatura, y lo que,
táculo, que se opone al Demiurgo en la ejecución de su obra.
en cambio, tiene extraordinaria importancia, es la intuición
Es Timeo mismo quien se da cuenta perfectamente de que
profunda de ambos pensadores, al postular un margen impre
desciende ahora a la región más caliginosa del ente; allí donde
visible de indeterminación en las fórmulas de la cinemática, y
no puede, o apenas, penetrar la luz intelectual. Por esto invoca
en general en las leyes de la naturaleza. Es esto, en fin de cuen-
una vez más, como en el principio de su discurso, el auxilio
de “Dios Salvador” ,03 y preludia el tema de este modo:
6* 4 7 e - 4 8 a.
“Todo cuanto hemos dicho, o casi todo, ha sido para exponer es P la to n e , n , 2 7 7 .
la obra de la Inteligencia. Ahora, empero, hay que añadir a «6 Er r an t e, vagar osa o vagabu n d a, con el m at i z despect i vo, i n cl u si ve, con
nuestro discurso lo que nace por obra de la Necesidad. La gé que pr edi cam os estos t ér m i n os, sobr e t odo el ú l t i m o, de u n a per son a. L a ot r a
nesis de este mundo, en efecto, ha tenido lugar por la mezcla p al ab r a en q u e l u ego se pi en sa: jrXavr|TT)!; (p l an et a) , qu i er e d eci r an t e
t odo, en efect o, “ vagabu n d o” , y sól o después pasó a desi gn ar , p ar a l os an t i ­
de ambos órdenes: el de la Necesidad y el de la Inteligencia.
guos, aquel l os cu er pos cel est es qu e par ecen vagar p or el espaci o d esor den ada­
Con todo, la Inteligencia ha dominado sobre la Necesidad, ha m ent e. T an despect i vo el t ér m i n o de .t l .avv|Tri c o su equ i val en t e .-t ?.ávo;,
biéndola persuadido a llevar a su mejor fin la mayoría de las qu e t odavía en l a ver si ón gr i ega del evan gel i o d e San M at eo l o en con t r am os,
cosas que nacen. Y es así, por la acción de la Necesidad, ren apl i cado p o r l os far i seos a Jesú s, en el sen t i do de i m post or o em bau cad or ,
dida a la persuasión de la Sabiduría, como se ha organizado este63 com o suel en ser l o l os vagabu n d os: “ el i m post or aq u el ” (ó nká-xoz, éxei vo;) .
M at. 2 7 , 6 3 .
63 48 d: 8 eo v crwTriQa é,-uxa/ .£oáfi £voi . 67 G r ee k P h ilo s o p h y , Lon d on , 1 9 6 4 , p. 2 7 7 sq q .
292 LA CANCIÓN DEL MUNDO
LA CANCION D EL MUNDO 293
tas, lo que quieren decir la áváyy.r] y la t úxt ). Y si este postula
do pudo parecer falso o caduco en la física matemática impe pues de lo que se trata, ni más ni menos, es de hacer inteligible
rante entre el Renacimiento y el siglo xix, cuando se pensó que lo ininteligible; de aplicar el logos del pensamiento y del dis
no podía tolerar ninguna excepción el cumplimiento de las le curso a lo que es totalmente alógico. No es ni siquiera por la
yes naturales, volvió a cobrar auge desde que Emile Boutroux sensación, según sigue diciendo Timeo, como podremos, si aca
habló de la “contingencia” de dichas leyes, y lo confirmó así la so, tomar contacto con ello, sino a lo más por una especie de
física cuántica y el conocido “principio de indeterminación” de razonamiento “híbrido”, “espurio” o “bastardo” (vó0o$) , que
Heisenberg. Cómo fue posible que sin los métodos y recursos de nos dará, en el mejor de los casos, una especie o aproximación
la ciencia moderna coincidieran con ella, en este punto, Platón de "creencia” en él.69 La “creencia”’, recordémoslo, es el grado
y Aristóteles, no podemos, naturalmente decirlo; pero el hecho más bajo en la Escala del Conocimiento, el más tenebroso; y ya
está allí, como lo está el atomismo de Demócrito y tantas cosas se deja entender lo que será aquello que no pasa de ser una
más que aquellos hombres intuyeron, sin que sepamos cómo. aproximación.
Será, si así nos place, un nuevo aspecto del “milagro griego”, y Hay que excluir desde luego los conocidos cuatro elementos,
no le demos más vueltas. que en Empédocles son originarios en la formación del cosmos,
Por lo demás, parece estar bien claro que el interés que mue o alguno de ellos en otros filósofos presocráticos. Aquí, empero,
ve a Platón en su indagación de la “necesidad”, no es el de apu no hay que pensar en ellos, ni en todos ni en ninguno, ya que
rar la exactitud que puedan tener las leyes naturales (cuya re lodos y cada uno, por materiales que puedan ser, son ya materia
presentación ni siquiera tenía él de la manera que la tenemos form ada (de otro modo no serían, como lo son, perfectamente
hoy nosotros), sino la urgencia, siempre postergada y cada identiíicables), y llevan, por tanto, el sello inteligible de la For
vez más apremiante, de dar razón com pleta del mundo sensible. ma ejemplar. Por todo lo que ya sabemos, y sea cual fuere
Hasta aquí, en efecto, y con toda la grandiosidad del poema de la “población”, como dice Ross, del reino de las Ideas, es in
la creación, no hemos salido del reino de lo inteligible. No sa dudable que, para Platón, existe la Idea del Fuego o el Fuego
limos de él ni siquiera con la creación del Alma del Mundo, que en sí, et sic d e caeteris. Y por si alguna duda pudiera caber a este
no será lo inteligible, pero sí inteligible y de otra naturaleza por respecto, recordemos aquel célebre pasaje del Sofista, ya citado
completo distinta de las cosas que propiamente constituyen este con antelación, y en el cual se nos dice con toda claridad que
mundo de los sentidos y del devenir. Dominado sin duda por “fuego y agua y demás elementos congéneres, son cada uno, en
la idea de la semejanza que forzosamente debe existir entre lo su realidad individual, producción y obra de Dios” .70 No se
generante y lo generado, no alcanza a ver Platón cómo la Inteli trata, pues, de nada de eso, visible y formado, sino de algo invi
gencia pueda producir otra cosa fuera de lo inteligible, y con sible y amorfo (ctvópaxov xai cípopcpov) ; algo subyacente a los
el sello de orden y armonía que aquélla lleva consigo. ¿Cómo, cuatro elementos, y en lo cual aparecen éstos y desaparecen para
entonces, dar razón de lo sensible en tanto que sensible (y ya ser cada uno sustituido por algún otro de los otros tres, según
no en cuanto reflejo de lo inteligible), y cómo explicarnos, ade la experiencia cotidiana.71
más, las desviaciones manifiestas de la ley y del orden que ob Si más no nos dijera Timeo sobre esta misteriosa “necesidad”
servamos así en el curso de la naturaleza como en la misma o “tercer género”, estaría hasta cierto punto resuelta la difi
conducta humana? cultad. Tendríamos, en suma, algo del todo equivalente a la
He ahí, en suma, la formidable dificultad a la que Platón no materia prima de Aristóteles, con la sola diferencia de cpte en
puede hacer frente de otro modo que proponiendo un “tercer Platón sería algo más pasivo aún, es decir, un principio in qu o
género” (aparte de los dos que ya conocemos de lo temporal y no ex qu o, como en el hilemorfismo aristotélico, para el cual
y lo eterno), cuya elucidación, según se apresura a declararlo
luego, es tremendamente difícil y oscura.os Y es poco decir aún, 69 5x !>: aúxó 8é |iet’ áv aioSiiaía; óurróv í .o y io |
.u T> t l v i vó 9 <¡>, (loyi?
jticrcóv.
10 Sof. 2 6 6 b .
ü- jga: t o Ít o v t i f i o ; . . . y.a/.E.xó-v y.ai anv&oóv. 71 49 e: ev tí> 8é ¿YV^vóneva áel e x a axa ai’ xcbv qpavxáSfxai xal rtá/.iv
EXEÍ0EV (UZÓXXVTUI-
294 LA CANCIÓN D EL MUNDO LA CANCIÓN D EL MUNDO 295

es el ente sensible un compuesto ex m ateria et form a. No sería aún, inclusive, en la hipótesis de que no existiera en absoluto
muy clara la noción, lo reconocemos, como tampoco lo es la el mundo corpóreo? He ahí lo primero que debe aclararse antes
materia prima aristotélica: n ec qu id , nec qu ale nec quantum , de cualquier otra lucubración.
pero tendríamos por lo menos, con toda su oscuridad, una no Que no se trata del espacio interno, es algo que parece estar
ción unívoca: la de un sustrato permanente de todos los cam bien claro, desde el momento que la x<5pa platónica se nos pro
bios reales o posibles de una a otra sustancia, así pueda no pone como anterior a toda generación; ahora bien, el espacio
ser dicho sustrato sino una mera abstracción. L a identificación interno es algo que subsigue —lógicamente si no temporal
entre Necesidad y materia prima ha sido así aceptada por mu mente— a la existencia del cuerpo o de los cuerpos. Por la mis
chos, entre ellos Teichmüller. ma razón, no es tampoco el espacio externo, el cual supone dos
Lo malo del caso, sin embargo, es que Platón, en su afán cuerpos por lo menos, con la distancia o intervalo estre ambos.
de hacer efable lo inefable, multiplica las metáforas en apa No nos quedaría, entonces, sino el espacio “imaginario”, como
riencia elucidatorias del enigma, pero que en realidad vienen a decía Descartes, y que él tenía por eminentemente inteligible,73
introducir la ambigüedad, al punto de no saber ya, cuando las al punto de hacerlo equivalente de una noción tan “clara y dis
repasamos todas, a qué atenernos. Una de ellas, es verdad, pa tinta” como lo es la extensión en geometría. Pero con todo res
rece confirmar aquella interpretación, al compararse esto que peto por Descartes, podemos preguntarnos, con todos los que
buscamos, con una matriz, o más concretamente, con un trozo han disentido de él en este punto, si este espacio imaginario
de cera blanda u otra materia semejante, apto para recibir la podrá convertirse así no más en extensión pura o sustanciali-
impresión de todas y cualesquiera cosas (ÉxpayEÜov xav-u), es zada, o si no será más bien, como decían los escolásticos, un
decir, la materia sellada por la forma. En seguida, empero, vie ente de razón, dado que, ex hypothesi, no existe cuerpo alguno
nen en tropel otras metáforas que nos hacen pensar tan pronto que en sí mismo o en su relación con otros, permita pensar la
en la materia como en el espacio, cuales son las de asiento, re extensión como un accidente real. En la hipótesis de la nada
ceptáculo, madre, nodriza (s6pa, úuo So'/j i , prrrnp, -u 0t )vt ] ) , y por absoluta, ¿cómo imaginar la existencia de algo, sea lo que fue
fin, y se diría que prevalentemente, región o lugar o espacio re? Alguna corporeidad, la posible por lo menos, entra subrep
(xwpa). “En estos tres términos —termina diciendo Timeo— re ticiamente en la ficción de este Gran Vacío, que nos represen
sumo mi pensamiento: el ser, el espacio y la generación: tres tamos como si fuese la casa ya dispuesta para recibir a los fu
cosas que existían de tres maneras diferentes antes que el mun turos ocupantes. En geometría —va de suyo— es inobjetable la
do naciese.” 72 representación del espacio vacío, porque la ciencia, la matemá
¿Hemos de decidirnos, entonces, por el espacio, de preferen tica por lo menos, se sirve de ficciones como hipótesis de tra
cia a la materia, como más propiamente demostrativo de la na bajo, pero en filosofía no es así, o no debiera serlo. Y si hay un
turaleza de la causa errante? Es una interpretación que tiene lugar común en la crítica del cartesianismo, es la imputación de
asimismo de su parte a buen número de autoridades, pero ex pasar indebidamente de un orden al otro con métodos y catego
puesta también, como la otra, a no menor número de obje rías que no pueden desplazarse arbitrariamente del uno al otro.
ciones. Porque en primer lugar, ¿de qué espacio se trata, ya que, Lo que aquí nos concierne, sin embargo, no es tanto la crítica
al contrario del tiempo, el término de “espacio” reviste signifi filosófica del espacio imaginario, cuanto el averigurar si real
cados múltiples? ¿Será el espacio in terno de un cuerpo, que mente corresponde a esta noción el “receptáculo” o “espacio”
no es sino su misma cantidad o extensión? ¿Será el espacio ex del T im eo. Como hemos dicho, grandes autoridades lo sostienen
terno, o sea la distancia o intervalo entre dos cuerpos? ¿O será así, comenzando por Edward Zeller, y terminando —para no ha
el espacio im agin ario, aquel que nos representamos como si blar sino de los príncipes del platonismo— con John Burnet. En
existiera fuera o más allá de los últimos límites del universo: opinión de Zeller, en la xd>pa platónica tendríamos ya, bien pre
extra m oen ia m u n di, como diría Lucrecio, o como existiendo nunciada, la res extensa de Descartes. Y con no menor énfasis

« 52 d. 73 D iscu rso d e l M é to d o , 5? par t e.


296 1.A CANCION DEL. MUNDO LA CANCION DEL. MUNDO

identifica Burnet la supuesta materia prima del T im co con el nos, sería tal vez por el espacio, a condición de figurárnoslo
espacio tridimensional de los geómetras.74 del todo ageométrico, ya que las propiedades geométricas son
Uno y otro fúndanse, para pensar así, no sólo en el análisis introducidas en él por la Inteligencia, y son, además, los pri
de los textos platónicos, sino que apelan a la autoridad de Aris meros elementos (o’toixeta) de los cuerpos. Para Platón, no tie
tóteles, según el cual Platón habría identificado la materia con nen esta absoluta prioridad los cuatro elementos clásicos, sino
el espacio.77 De acuerdo, por supuesto: y Zeller tiene ratón, en que los verdaderos elementos de los cuerpos, según le hace decir
su polémica con Teichmüller, en cuanto a que no puede probar a Timeo, son las líneas, las superficies y los volúmenes.78 Ahora
se que el misterioso elemento amorfo sea, para Platón, una ma bien, y dado que todo ello no puede situarse sino en el espacio,
teria corporal. Pero de ahí no se sigue, como le objeta, por su parece normal admitir —así lo dice uno de los más recientes
parte, Brochará a Zeller, que la x^Pa platónica deba identifi comentaristas del T im co — que el soporte de esas propiedades
carse, de todo en todo, con el espacio de los geómetras y de la geométricas y de los cuerpos por ellas constituidos, no puede ser
filosofía cartesiana. Según las muy atinadas observaciones de sino el espacio en que se desarrollan.73
Brochará,70 mientras que nosotros concebimos hoy el espacio Sería, pues, si hubiéramos de admitirlo así, un espacio muy
como completamente inerte, el espacio platónico es, por el con sui generis, que habría que concebir, hasta donde es posible,
trario, el teatro de la lucha entre la Inteligencia y la Necesidad, más bien a la luz de la filosofía kantiana que no de la car
con la victoria casi total de la primera, pero con un residuo, tesiana. No, desde luego, como forma a prior¡ de la sensibilidad,
nunca por completo eliminable, de desviaciones o caprichos de según está el espacio en la Estética, trascendental, sino como una
la causa errante. Es otra necesidad, una tez más, por entero dis forma análoga que vendría a ser la “condición de posibilidad”
tinta de la necesidad geométrica, nada errante, que atribuimos
de toda materia corpórea en general. No lo dice él, pero cree
al espacio tridimensional. En ningún sentido, añade aún Bro mos que es lo que tiene en mente Zeller cuando, sin extremar
chará, puede hacerse de Platón un precursor de Descartes, ya el paralelo entre Platón y Descartes, habla de la yú pa como de
que para el filósofo griego las formas geométricas son puestas
la mera forma de la materialidad; la forma de su existencia en
en la materia o el espacio por !a Inteligencia, mientras que para
el espacio y en movimiento.80 No la Forma plenísima y realí-
el mecanicismo moderno están dadas en el concepto de “exten
sima, claro está, del ser inteligible, sino la forma vacía como
sión”, que configura y define tanto la materia como el espacio.
mera condición de posibilidad. Y esto explicaría, según sigue
V por último, ninguno entre los filósofos modernos, a partir
diciendo Zeller, por qué Timeo puede hablar de aquel estado de
de Descartes, fia dicho que el espacio sea “causa”.
desorden, agitación y caos que habría tenido la materia antes
Cuando se sigue desapasionadamente torio este combate exe-
íle la constitución del mundo: son imágenes o metáforas que no
gético, se tiene la impresión de que los contrincantes, todos por
aluden a ninguna existencia en concreto, sino al incesante reu
igual, son tan irrebatibles en sus objeciones como vulnerables
nirse y separarse, llegar a ser y llegar a perecer, que son los ca
c-n el exclusivismo unilateral de sus posiciones. La posición mas
racteres propios del ente sensible, y que son errantes y caóticos,
tuciorista sería entonces la de refugiarse en el eclecticismo de
mientras no les impone su orden la Inteligencia. Es un caos,
Schuhl, para el cual la noción que indagamos tiene tanto de
advierte por su parte Léon Robín, que no está en el espacio o
materia como de espacio.77 Y si por algo hubiéramos de decidir-
en el receptáculo, sino que es el espacio y el receptáculo. Es lo
Ilimitado o Indefinido del F ileb o (el ánEipov sería así lo mismo
' * " T h a l i l i e so-cal l ed p r i m ar )' m at t cr o£ t he T im a e u s is spacc o f tlxrce
«Ji mensions an d n ot h i n g el se, is r eal l y qu i t e c e r t a i n ...” G r ee k P h ilo s o p h y ,
p. 2 8 0 . 7« 5 3 c.
70 F ísica, i v, 203 b 11: 610 y.ai I U.ÚTM V t r | v víai v stai t t ]v %Úq iiv t at u ó 73 R. Lo r i au x , L ’é tr e et la fo r m e selon P la tó n , Descl ée de Br ower , 1955.
ij. rialv civai. p. 200.
76 Víct or Br och ar e!, (.lu d a s d e p h ilo s o p h ie a n c ien n e e l d e p h ilo s o p h ie m o s# “ I n t h e p l ace ot an et er n al m at t cr , we m ust suppose t h e m er e for m of
d ern a, Par ís, 1 9 1 2 , j j p. 1 0 7 -1 OH. M at cr i al i t y, t h e for m o f Exi st cn cc in Space an d o f M ot i on .” P la to a n d
77 Pi er r e-M axi n i e Sch u h l , J .’o e u v r e d e P la tó n , p. 1 5 6 . t h e o ld e r A cad cm y , N u eva Yor k , 1 9 6 2 , p. 3 1 2 .
298 I,A C A N C I Ó N DEL M U N D O L A CANCIÓN D EL MUNDO 299

que la xwpa); la diversidad, pluralidad, inestabilidad y movili este no-ser del T im eo con aquel otro no-ser del Sofista que ya
dad como forma pura.si conocemos, y al que pudimos atribuir, de la manera que vimos,
No nos empeñemos más en querer proyectar mayor claridad cierta entidad. Porque el no-ser del Sofista si se da en el pensa
en lo que, por confesión del mismo Platón, está rodeado de ti miento —en el pensar erróneo— tiene, por ello mismo, el ser
nieblas. Algo, empero, tenemos aún que decir, así sea corriendo de la vivencia psicológica; y si se da en una pluralidad óntica
el riesgo de que el último realce en esta descripción pueda ser cualquiera, no se da como lo contrario del ser, sino como lo
un toque de desencanto, pero no podemos eludirlo. Lo más distinto, como lo otro que, a su vez, tiene su propio ser, o en
patético, en efecto, de este descenso al Aqueronte de lo inin cualquier hipótesis, como la privación que, a fuer de tal, tiene
teligible, no es tanto la dificultad de describirlo en términos que darse forzosamente en un sujeto real. El no-ser del T im eo ,
inteligibles, cuanto la imposibilidad, en que al final nos encon en cambio, sí parece ser no ya lo distinto, sino lo contrario del
tramos, de asignarle una en tid ad cualquiera, por mínima que ser, y en todo caso no se da en el único ser posible: el de la
pueda ser, dentro del contexto y con los supuestos de la filoso Idea y su copia, porque, al revés precisamente, es en el no-ser
fía platónica. Si no tocamos fondo, es porque no lo hay. Con (áv d>) de la Idea donde su imagen ha de aparecer. De este en ,
Aristóteles es distinto, ya que su materia prima, por inasible de este otro, no puede prescindir Platón, ya que sin este
que pueda ser también, es un principio ex q u o de la genera apoyo o receptáculo, no habría diferencia de naturaleza entre
ción, y aún en el supuesto de que no se le reconozca ningún la Idea y su imagen, y el mundo entero, aunque de rango infe
“acto entitativo” (es la sentencia común de los escolásticos con rior, sería igualmente un mundo inteligible. De esto no puede
tra la de Escoto), aún reducida a pura potencia, es, no obstante,
prescindir, pero no puede decir lo que es, ni siquiera que es,
una potencia real, es decir, algo medianero entre el ser en acto una vez que, llevado de su exaltado idealismo, ha subsumido
y la nada pura.8 82 Es un fondo de lo más viscoso y movedizo,
1
bajo la Idea, en sí o en su imagen, la plenitud del ser. No pro
pero que de algún modo está en la línea del ser. Con Platón,
cedió ni como Hegel, que no da lugar sino a la Idea y suprime
en cambio, no hay asidero posible, porque él mismo se ha ata
de golpe lo irracional, ni tampoco como Aristóteles, que disocia
do las manos como para poder, en lo sucesivo, conferir ni el
el ser entre la forma inteligible y la materia irracional, que casi
más mínimo grado de ser a lo a-morfo, a lo que de ninguna ma
nera participa del único ser auténtico, dentro de su sistema, no tiene ser, pero que se aferra tenazmente al ínfimo residuo
que es la Forma o Idea. Lo que no es Idea o imagen de la Idea, que del ser conserva. En Platón, por el contrario, la Idea tiene
como lo son las cosas que vemos y tocamos, no es. Y como la el monopolio del ser, igual que en Hegel; pero como, al con
Necesidad: materia, espacio o lo que sea, no es ni Idea ni copia trario de Hegel, trata igualmente de reconocer lo irracional, no
o imagen de la Idea —y es esto lo único claro que hay en los le queda porción ninguna de ser con la que pueda investirlo y
textos—, parece irrebatible la conclusión a que llega Sciacca al sancionarlo.
decir que la xwpa, informe e ininteligible, está, por esto mismo, En este atolladero se debate inútilmente el platonismo, y la
privada de ser, y que, en conclusión, la x&Pa> en el sistema pla canción de Timeo, por esta lamentable falla, no remata en el
tónico, es el No-Ser.83 epinicio que era de esperarse. No por esto, empero, le hagamos
Ninguno entre los intérpretes que conocemos lo ha formula reproches a Platón, quien, en primer lugar, comparte el des
do así con tanta audacia expresiva, pero no vemos cómo con tino general de la filosofía, la cual ha tenido siempre sus ma
tradecirle; y ni siquiera vemos cómo poner en el mismo plano yores triunfos cuando el espíritu se mueve en la región que le
es más propia o familiar, como es la de lo universal inteligi
81 Robín, É tu d e su r la sig n ific a tio n e t la p la c e d e la p h y s iq u e d an s la p h i- ble, y no cuando desciende a lo irracional o simplemente a lo
lo s o p h ie d e P la tó n , París, 1919, p. 43.
concreto. A nadie satisface, desde luego, la solución platónica,
82 I n t e r m er u m n ih il e t acturn d a tu r te r tiu m : rea lis p o te n tia . Gredt,
o p . c it., I , p . 2 4 3 .
ni a su autor mismo, por todo lo que nos dice; pero es el caso
83 "La x<¡>Qa informe c inintelligibile; per ció stesso, é priva di essere. de preguntarnos si nos dejan muy complacidos cosas tales como
La xrópa, nel sistema platónico, ¿ il Non-Essere." Sciacca, T im e o , p. 30. la materia prima o el principio de individuación en cualquiera
LA CANCIÓN DEL MUNDO 301
300 LA CANCIÓN D EL MUNDO
dioses han propuesto a los hombres, en esta duración y en la
de sus numerosas variantes. Y en segundo lugar, hemos de tener que vendrá.” S4
siempre presente aquello que solía decir Bergson (muy de pro Es el “inmenso deseo” de que habla Mallarmé: G loire du
pósito sobre todo en su admirable conferencia sobre la intui lon g désir, Id ées, u otro poeta tan glande como él y en quien
ción filosófica), en el sentido de que a todo filósofo, inclusive alienta el mismo espíritu platónico, Shelley:
entre los mayores, no le es dado intuir —lo que se llama verda
deramente intuir— sino una parcela apenas o un aspecto de la Form s m ore real than living m an,
infinita realidad que la filosofía ha tenido siempre la pretensión Nur.ding.s o f im m ortality!
de aprehender y declarar. En el campo de su intuición es el
filósofo rey absoluto, y en lo demás es tan miserable como cual
quier individuo de la turba indocta, si es verdad que, como
decía Balzac, en la creación intelectual y artística no se puede
ser sino rey o miserable.
A Platón le fue dada como a ninguno la intuición de la
Idea. Este fue el mundo que descubrió y exploró, para él mis
mo y para nosotros, y de él derivó, y nos la comunicó, la con
vicción de que lo eterno, lo inmutable y lo perfecto domina lo
temporal y perecedero, y que todo lo de aquí no tiene ser y
valor sino en cuanto imagen o reflejo de aquellas realidades su
premas. No pudo dar, es cierto, el último paso que habría con
sistido en subsumir t odo sin excepción bajo la soberanía de la
Causa creadora, pero tampoco ha podido hacerlo ningún filó
sofo por sí solo y sin el auxilio extraordinario de la “Luz que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo”. No pudo de
cir lo que era exactamente esa misteriosa Necesidad jamás do
mada del todo por la Idea: esa Sinrazón eternamente esquiva
a la Razón del mundo. Pero de lo que dejó de decir nos re
sarce más que cumplidamente todo lo que dijo. Si lo miramos
bien, la Idea platónica, en su doble aspecto de esencia y de
valor, es la raíz última tanto de la ciencia como de la morali
dad, es decir, de todo cuanto en nuestra cultura occidental, a
partir de entonces, puede ostentar, como su mayor timbre de
nobleza, el sello de la Verdad y del Bien, o lo que es lo mismo,
el sello y resplandor de la Idea. De Platón nos viene todo esto,
y no en esquemas fríos, sino con el Eros de que el filósofo vivió
transido y que transpira en cada una de sus páginas, hasta ésta
en que Timeo pone fin a su canción del mundo —así lo dice
él, aunque es más bien un himno a la gloria del Dios “que
siempre es”— con esta exhortación: “Que el contemplador, por
tanto, se torne semejante al objeto de su contemplación, de con 84 go d: Traduzco asi, siguiendo a Robin, el jto b ; t e t ó v naQÓvxa -/.al
formidad con su naturaleza originaria, y que, por virtud de t óv h i en a xeóvov. Es una locución, además, muy común en Platón para
designar el tránsito del tiempo a la eternidad.
esta asimilación, alcance la plenitud de la vida perfecta que los
R EPR ESEN TA C IO N ES H ELÉN IC A S D EL A L M A 'iO.'l

rentos trasladar de ella lo que consideremos más importante a


nuestro actual propósito, juntamente con la crítica ajena o ion
X I. REPRESENTACIONES HELÉNICAS DEL la propia, si fuere el caso, con el fin de circunscribir, hasta don
ALMA de sea posible, el horizonte de la especulación preplatónica sobre
el alma humana.
La doctrina platónica del alma, en lo que pueda tener de
creadora o, por el contrario, de polarizadora de creencias o tra E l alm a en los p o em a s hom éricos
diciones preexistentes, malamente podremos entenderla sin una
visión previa del trasfondo ideológico en esta materia, en la Desde un punto de vista metódico, simplemente, no puede
medida por lo menos en que, hasta donde puede conjeturarse, desconocerse el acierto de Erwin Rohde al partir él a su vez,
pudo influir, positiva o negativamente, en el pensamiento de en su investigación, de los poemas homéricos. En ellos, en efec
Platón. to, se contiene la imagen del mundo y de la vida humana que
Necesario como es este inventario de las ideas y creencias de fue habitual en la mentalidad helénica, por lo menos hasta
los pueblos helénicos sobre el alma y su destino, es, por otra la época de la Ilustración ateniense, cuando fue blanco de la
parte, inclusive hoy, extraordinariamente difícil. Y lo es no crítica tanto de los filósofos como de los sofistas. Es verdad,
tanto porque sean raquíticas las fuentes de información, cuanto por otra parte, que no todo lo que está en la Ilia d a y en la
por prestarse los datos de que disponemos a una interpretación O disea es homérico en el sentido de que ciertas prácticas o
las más de las veces ambigua o conjetural en el mejor de los representaciones estuvieran aún vigentes en la época de com
casos. De Platón en adelante sabe uno a qué atenerse: en él está, posición de aquellos poemas, y procede, por tanto, distinguir,
en efecto, el primer tratado del alma, de su esencia y su destino, como suelen hacerlo los eruditos, entre lo prehomérico y lo ho
con todo el rigor deseable de conceptuación y vocabulario. An mérico propiamente dicho. Para nuestro propósito, empero, no
tes de él, en cambio, nos es preciso elaborar el repertorio con será menester afinar tanto las cosas, sino que nos bastará con
ceptual o bien con lo que nos dicen los poetas, tanto los poetas referirnos a las creencias sobre el alma tal y como resultan de los
puros como ios poetas-filósofos (esta condición tuvieron los textos homéricos.
presocráticos en general), o de otro modo, nos es forzoso inter El dato primario es la dualidad de cuerpo y alma («rtópa —
pretar de cuenta propia el sentido, prácticamente la semántica il/uXú)» la cual se mantiene mientras dura la vida y se disuelve
filosófica, de ritos, ceremonias o prácticas cultuales cuya evo en el momento de la muerte. No hay que pensar, desde luego,
lución, además, no es siempre posible seguir con toda la preci en una dualidad tan antitética como la que se da entre lo que
sión que fuera deseable. hoy denominamos materia y espíritu, porque bien podría ser
A sabiendas, pues, de que nos movemos en una región cuya esta p siqu e homérica algo material también, sólo que invisi
topografía ideal no ha podido aún explorarse del todo, y ya ble, intangible e inaprehensible, como lo son también, a su
que nos es preciso tomar un punto de partida o de referencia, modo, cosas como el aire y la luz. Al aire precisamente es a lo
como mejor nos plazca, nos parece que podemos tomar como que más se parece, ya que es como un soplo o hálito de vida
tal la obra que en su tiempo y hasta hoy, no obstante todas las que se escapa del cuerpo con el último aliento.2 Sólo que —y
críticas de que ha sido objeto, se ha considerado por antono aquí está toda la diferencia— no es este soplo anímico como el
masia como la obra clásica en la materia: la Psyché de Erwin último soplo de aire que expulsa de sus pulmones el mori
Rohde, publicada entre 1891 y 1894.1 En lo que sigue intenta- bundo, sino que es, adem ás, una especie de imagen o “ídolo”
(e í Sw Lov) del difunto, y como tal dotado de cierta existencia
1 E l títu lo com pleto es el siguiente: P sy c h é: S ee len k u lt u n d U n sterb lich -
k e its g la u b e d e r G r ie c h en . L a traducción castellana de W enceslao Roces 2 "So p lo ", “h á lito ” o “a lie n to ” es la significación p rim aria de vo'
lleva este títu lo: P s iq u e : L a id e a d e l a lm a y la in m o r ta lid a d en tre los g r ie cabio em parentado con m uchos otros qu e califican este “soplo” com o a n i
gos, M éxico, 1948. m a d o r o refrescante, verbigracia: iliuxpóg: fresco, y i|nJX0Óio: refrescar.
[ 302]
304 R E P R E S E N T A C I O N E S H E L É N I C A S DEI. A L M A REPRESENTACIONES HELENICAS DEL A L M A 3 0 ’>

propia, todo lo tenue o miserable que pueda ser. Existencia y gesis homérico-pindárica de los fenómenos oníricos, sino por la
no vida, por ello mismo y por lo que luego diremos, pero sí una concepción del hombre en general, según resulta de los mismos
entidad autónoma, en fin de cuentas, que acompaña al hombre textos homéricos. Para Homero, en efecto, la vida no le viene
durante su vida y que continúa existiendo después de su muerte al hombre de su psique (no es ella la que verdaderamente lo
como su otro yo. Y una y otra cosa: la alteridad y la yoidad, anim a y mantiene en sus actos vitales), sino de cosas tan mate
han de ponderarse debidamente. riales como el “diafragma” (tppr'iv, cppÉvec) o el “corazón” (fp:op,
En estricto rigor lógico, parecería como si hubiera aquí una jcñp), en los cuales se alojan, cuando no se identifican por com
contradicción en los términos, dado que en la noción del “yo" pleto, las funciones del ánimo, de la voluntad y aun del inte
está incluida la del “mismo’’, y todos entendemos muy bien que lecto mismo. Desde Homero, es verdad, es patente la progresiva
sólo por metáfora suele hablarse del amigo como de un alíer espiritualización de términos como los indicados, pero sin eman
ego. Y a esta lógica es fiel el pensamiento homérico en lo de ciparse ¡cuán lejos de ello! de la servidumbre de lo corporal.
llamar con el mismo nombre —con el que llevaron en su vida No sólo como “corazón” o “diafragma”, sino como “ánimo”
mortal— a las sombras de los ilustres difuntos que habitan en el (0vpóg) llama también Homero este misterioso centro promotor
Hades. Con su propio nombre, en efecto, apostrofa Odiseo a las y responsable de la vida humana; y en él debemos parar mien
sombras de Ayax, Agamenón y Aquiles en el viaje que hace tes, más aún que en los otros, por la significación tan especial
aquél, vivo aún, al averno. De otra parte, sin embargo, la que habrá de tener después en la psicología platónica. Al con
psique, ínsita en el cuerpo del hombre mientras éste vive, parece trario de aquellos otros nombres, éste de thym ós no designa ya
como si viviera una vida del todo independiente del sujeto con ningún órgano corpóreo, pero tampoco “una función pura
creto y sensible. Es una vida que se torna patente en el sueño, mente espiritual”, según dice Rohde, equivocadamente a nues
en los sueños mejor dicho, los cuales son, para esta mentalidad, tro entender. No es esto último, por cuanto que depende, de
hechos y visiones tan reales como los de la vigilia, sólo que vi todo en todo, del cuerpo vivo, pero sin hallarse vinculado, una
vidos y ejecutados por el otro que mora en cada uno de nos vez más, a determinada parte del cuerpo. Es como el alma de los
otros, y que d u erm e a su vez (así lo dice Píndaro) mientras animales irracionales, que se extingue totalmente al sobrevenir
estamos en lo que habitualmente llamamos vigilia. Uno duerme la muerte del cuerpo. En términos bergsonianos, aunque inser
mientras el otro vela: no hay nada de metafórico en esta in tados dentro de otro contexto, podríamos traducir igualmente
terpretación. thymós como élan vital, y es esto precisamente lo que, aquí y
Con base en los textos homéricos y con referencia explícita ahora, entendemos por “ánimo”. Ésta es, para nosotros, la sig
al fragmento de Píndaro, formula Rohde sus conclusiones del nificación primordial de thym ós, y derivadas las que a su tiem
modo siguiente: “No puede afirmarse más claramente que la po veremos.®
imagen del alma, su ídolo, no participa para nada en las acti ¿Debe considerarse el thym ós como una segunda alma del
vidades del hombre en vela y plenamente consciente.. . En el hombre, además de la psique? T al fue la opinión de Gomperz,
hombre vive, alojado en su interior, otro yo, el que obra en el cual creyó encontrar en Homero algo así como una teoría de
sueños, mientras aquél duerme.'’3 O dicho de otro modo y por
el mismo autor: “El hombre, según la concepción homérica, tie
5 Conviene desde luego tener presente la etim ología de Güiro;, cuyo ra
ne una doble existencia: la de su corporeidad perceptible y la
d ical 0e expresa la ¡dea de llam a o hum o, como se ve más claro, para nos
de su imagen invisible, que cobra vida propia y libre solamente otros po r lo menos, en el correspondiente rad ical latin o fu , de donde fu -
después de la muerte. Esta imagen invisible, y solamente ella, m u s, etc. L a evolución sem ántica es bien visible en voces com o 0útO, qu e
es la psique” .4 de su prim itiva significación de “qu em ar” pasó luego a designar e l sacri
A ia afirmación de esta tesis llega Rolule no sólo por la exé- ficio de com bustión, y por fin el sacrificio religioso en general. Pues del
mismo modo el 0u p ó;: lo hum eante o lo fogoso, acaba por designar, en
P latón y A ristóteles inclusive la parte enardecida o fogosa del alm a, y en
3 O p. c il., |>p. 1112. H om ero, sin mayores precisiones, algo así com o el ard or de la vida o el
* O p. cit., p. 10. calor de la sangre.
306 REPRESENTACIONES HELÉNICAS DEL A L M A REPRESENTACIONES HELÉNICAS DEL A L M A 307

las “dos almas” : una el “alma del aliento” (psique), y la otra


el “alma del humo” (thymós), cuyo nombre y cuya creencia ha La psique en el m undo de ultratum ba
brían venido de la percepción del vapor de la sangre recién de
rramada y todavía caliente. A esta teoría se opuso Rohde con Lo de la supervivencia, empero, hay que entenderlo con los
toda energía, y la polémica que sobre este punto se suscitó entre debidos matices, y no como tomamos hoy este término de acuer
ambos filólogos es, por cierto, de gran interés. do con la representación platónico-cristiana del alma que nos
Como suele ocurrir en este género de disputas, uno y otro es habitual. De la psique, en primer lugar, no se afirma su subsis
de los contrincantes tenían razón desde su respectivo punto de tencia eterna en ninguno de los textos homéricos, y en segundo
vista. Si por “alma”, en efecto, debe entenderse en general, como lugar, cabe preguntarse si podrá verdaderamente hablarse de
lo entiende Aristóteles, el principio que da razón de la vida supervivencia con la vida tan exigua que llevan en el Hades
en todos los seres vivos, desde el infusorio y la planta hasta el las almas de los muertos: sombras exangües, tenues, fantasmagó
hombre mismo —el “acto primero del cuerpo físico orgánico ricas, sin otra consistencia que la que puede tener la imagen
que tiene la vida en potencia”, como dice el filósofo—, no hay del hombre vivo (porque esto son, en fin de cuentas) proyec
inconveniente ninguno en llamar a esta entelequia o principio tada en el espejo o en el agua. Si a todo trance quiere predicarse
con el nombre de thymós o con otro cualquiera. Lo importante, de ellas la vida, habrá que hablar también, en este caso, de la
lo decisivo es que este acto o principio, cualquiera que sea su vida de la sombra y de la imagen.
nombre, no es el cuerpo mismo ni algo corporal en concreto Con arreglo a la interpretación que parece la más plausible
-com o sí lo son, por el contrario, los átomos esféricos del alma de los datos que encontramos en los poemas homéricos, esta ina
según Demócrito—, pero tampoco algo que pueda considerarse nidad o impotencia del alma después de la muerte no la tiene
como separable del cuerpo y sobreviviente, por ende, a su co ella desde el momento mismo de expirar, sino sólo cuando ha
rrupción. El problema de la inmortalidad del alma no se plan podido entrar en el Hades, lo cual no tiene lugar sino cuando
tea, además, con el denuedo y claridad que en Platón. En el sen se ha dispuesto definitivamente del cuerpo por la inhumación
tido aristotélico, por lo tanto, bien puede sostenerse que el o la cremación. Una y otra práctica son antiquísimas. De la
thymós es la otra alma del cuerpo —o más aún, su alma más inhumación nos consta, aparte de otros testimonios, por cosas
propia—, en el entendido, por supuesto, de que esta alma perece tan conocidas de todo el mundo como la Antigona de Sófocles
del todo con el cuerpo, por ser enteramente solidaria de él, como o las excavaciones hechas en las tumbas regias de Tirinto y Mi-
expresión o resumen de sus propias potencias vitales. cenas. De la cremación, a su vez, bastará con citar la que hace
Otra cosa es, naturalmente, cuando se coloca uno, como lo Aquiles del cadáver de su amigo Patroclo, según la narración
hace Rohde, en la concepción platónica, para la cual es abso de la Iliada. Y en uno y otro caso vemos con toda claridad
lutamente prevalen te el problema de la inmortalidad del alma, cuál es el estado infeliz — pero con una infelicidad que es aún
y para la cual, consecuentemente, tiene que ser el alma, como tremendamente vital— del alma del difunto, mientras su cuerpo
dice Rohde, “algo que tiene existencia propia e independiente no encuentre su destrucción o su reposo definitivo debajo de
al lado del cuerpo y de las fuerzas corporales, que se afirma la tierra. Es un alma que flota aún, vagabunda, desasosegada o
como un ente sustantivo dentro de él y que, al morir el cuer inclusive furente, como el alma de Patroclo, entre el reino de los
po (al que no se halla indisolublemente unido), se separa y vivos y el reino de los muertos. Hay que apaciguarla, como se
aleja de él para llevar por su cuenta una vida aparte” .6 Desde lo ofrece Aquiles, con expiaciones tales como la de entregar a
esta posición, es correcto decir que no hay razón para calificar los perros el cadáver de Héctor (si no lo hace es porque acaban
al thymós homérico como una segunda alma o duplicación de por triunfar de su ira las lágrimas de Príam o), y la otra, que
la psique, la cual, en definitiva, es la única que puede reclamar, sí ejecuta, de degollar a una docena de nobles jóvenes troyanos
por su propia condición, la supervivencia. en torno de la pira funeral del amigo. Según la narración del
poeta, “corría la sangre en tanta abundancia que podía reco
I! ® R ohd e, o p . cit., pp. 302-303. gerse con las copas”.
308 REPRESENTACIONES HELÉNICAS DEL ALMA
R E P R E S E N T A C IO N E S H E L É N IC A S D E L A L M A 309

Pero no sólo como rito de expiación o de paz se derrama la Es difícil describir mejor que como' lo hace Homero, con tal
sangre, la humana y la de ciertos animales, en torno del cadá patetismo y sirviéndose de los más hábiles recursos artísticos, la
ver que será en breve pasto de las llamas. Podríamos decir que condición misérrima de las almas en el reino de Dite. Con dedi
estas ceremonias tienen también el designio ulterior de comuni que una madre no puede ni siquiera reconocer a su hijo, está
car por última vez al alma del difunto — como si ésta bebiera dicho todo sobre el embotamiento total en que están sumidas,
de la cruenta libación— algo del calor y de la fuerza vital que verdaderas m on ades en torpeur, como dirá después, aunque a
residen en la sangre. No lo dice así el poeta, en estos términos, otro propósito, Leibniz. Con razón la sombra de Aquiles replica
en el canto de la llia d a consagrado a los funerales de Patroclo, vivamente a Odiseo cuando éste trata de consolar al amigo con
pero sí, en cambio, en el canto de la O disea donde se nos na la especie del imperio que ejerce sobre los moradores del mundo
rra el descenso al Hades del héroe del poema. Aquí vemos, en subterráneo. Con su antigua y momentáneamente recobrada có
efecto, cómo Odiseo, siguiendo puntualmente las instrucciones lera contesta Aquiles que preferiría ser en la tierra el esclavo
de la hechicera Circe, procede al sacrificio de ciertos animales, de un pobre labrador a reinar sobre todos los muertos. “Para
y cómo las almas yacentes en el Érebo se congregan en tropel al Homero — termina diciendo Rohde— el alma, desde el momen
olor de la sangre, y recobran la conciencia y la memoria en la to en que se halla confinada en el Hades, es como si no exis
medida en que pueden beber de ella. Es el trago de sangre, y tiera.” 8
mejor aún la “saciedad de sangre’’ (aipaxoupía) lo que devuelve Si en otros aspectos, como lo veremos luego, han sido revi
al alma del adivino Tiresias sus infalibles poderes divinatorios, sadas o contradichas las interpretaciones de Rohde, se man
merced a los cuales puede pronosticar al héroe Odiseo las peri tienen vigentes aún hoy, a lo que nos parece, en lo locante a su
pecias que le esperan a su regreso a Itaca, y aconsejarle cómo teoría del alma en la cosmovisión de los poemas homéricos. Por
podrá dar cuenta de los Pretendientes. Hasta Tiresias necesita el interés que tiene para nuestro tema, y para mostrar la con
de esta infusión o ingerencia restauradora, no obstante ser el cordancia entre uno y otro pensador, nos permitiremos copiar
único que, por gracia especial de Perséfone, conserva la concien esta página de Taylor:
cia en el mundo de ultratumba. Del “negro líquido’’ necesita “En Homero psyche significa muy literalmente fantasm a
aquél para recobrar del todo su poder divinatorio, y las demás (ghost). Es algo que está presente en el hombre mientras vive,
almas, a su vez, para poder simplemente percibir e identificar y que lo abandona al morir, cuando el moribundo lo expele de
al intempestivo visitante. De esta necesidad no está exenta ni sí. No es, desde luego su yo (self), ya que, para Homero, el ‘héroe
la misma madre de Ulises, la divina Antidea, la cual no puede
reconocer a su hijo sino después de haber apurado su trago de m ent e con el cu er po qu e ha an i m ado, y el "al m a” ( grujen) , q u e subsi st e
sangre. Y cuando trata aquél de abrazarla se le va de las manos, y vuel a a l a r egi ón del H ad es. Es asi com o cr eem os qu e deben t r aduci r se
“como pudiera hacerlo una sombra o un sueño’’; después de aqu í u n o y ot r o t ér m i n o, según l o h acen l a gen er al i d ad de l os i n t ér pr et es,
ent r e el l os Som m er y Lecon t e de Li si e, y n o com o l o h ace Víct o r Ber ar d ,
lo cual intenta ella a su vez mitigar el dolor del héroe con estas
i n expl i cabl em en t e, t r adu ci en do 0 upóg p or "al m a” y qni xq p o r “ som br a” . A
palabras: n uest r o m odo de ver , est a t r adu cci ón n o es posi bl e a m en os de t om ar p ar ­
“ ¡Ay, hijo mío, el más infortunado de los mortales! ¡No! No t i do por l a t esis de Gom per z sobr e l as dos al m as, o m ej o r d i ch o, a m en os
ha querido burlarse de ti, como tú lo crees, Perséfone, hija de de d ar p r evi am en t e p or sent ado que el al m a p or an t on om asi a es el 0u pó;-
Zeus, sino que tal es la ley para todos los hombres, una vez De ot r a p ar t e, est am os con Ber ar d , con t r a Roh d e, en l o qu e ve a l a au ­
fallecidos. Los nervios no sostienen ya más ni la carne ni los t en t i ci dad "h o m ér i ca” de est os pasaj es d el can t o X I , sobr e t odo el col o­
qu i o de Odi seo con su m adr e y el ot r o con Ti r esi as. El q u e p u ed a h aber
huesos, sino que todo cede a la energía de la potente flama tan cier t as i n t er pol aci on es post er i or es en el m i sm o can t o, en n ada af ect a a l a
pronto como la vida deja los huesos blanquecinos. En cuanto al concepci ón del al m a y d e l a vi d a en l os poem as hom ér i cos, según r esu l t a
alm a , emprende el vuelo y huye como un sueño.” 7 de su con t ext o en gen er al , y especi al m en t e d e l os dos ver sos cl ave q u e aq u í
com ent am os, a saber :
< O ti. xi , 216.222. Es u n p asaj e absol u t am en t e f u n d am en t al , por cuan t o é.-tei x e ap o m i Xían Xeú x ’ oaxéa Oupó;"
q u e el poet a, en u n p ar de ver sos de ad m i r abl e equ i l i b r i o fi l osófi co, d i s­ i|>uXb ó i j Sx ’ ovEi Qo; cut oji Tapévq j i ej i ó t i i t c u .
t i n gu e con t oda cl ar i d ad en t r e l a "v i d a” (0u|t óc) qu e se ext i n gu e t ot al - s O//, cit., p. 2 8 .
310 REPRESENTACIONES HELÉNICAS DEL ALMA REPRESENTACIONES HELÉNICAS DEL ALMA .51 I

mismo’, en cuanto distinto de su psyche, es su cuerpo. Cierto que “A ti, divino Menelao, no te reserva el destino, con arreglo
el hombre no puede vivir cuando la psyche lo ha dejado, pero a la suerte común, el morir en Argos, criadora de corceles, sino
nada tiene que ver la psyche con lo que hoy llamamos vida in que los inmortales te enviarán a los Campos Elíseos, en los con
telectual, de la cual, en el lenguaje de Homero, son agentes el fines de la tierra, morada del rubio Radamanto. Allí se ofrece
corazón (xíjp) o el diafragma («ppévcg). uno y otro órganos cor a los hombres la vida más feliz, sin nieves ni lluvias ni largos
porales. Y la psyche a su vez, una vez que abandona el cuerpo, inviernos, y el Océano manda siempre, para darles frescura, las
no tiene conciencia de ninguna especie, como no la tiene tam brisas del Céfiro de sibilante soplo. Allá te llevarán los dioses,
poco la sombra humana o su reflejo en un estanque; a lo más para los cuales el esposo de Elena es el yerno de Zeus.” 10
podrá ser vista de tiempo en tiempo en los sueños de los hom No es otra la razón — bien claro está— de que un personaje
bres vivientes. En el fondo no tiene mayor ser que el h álito que como Menelao, bien antipático por lo demás, se sustraiga a lo
el hombre respira mientras vive y que exhala por última vez que, una vez más, se recalca ser la suerte común de los morta
cuando expira." 0 les. Es simplemente el arbitrio, o más precisamente el capricho
En todo cuanto precede hemos dado cuenta —no estará tal divino, como cuando Calipso ofrece a Odiseo, aunque sin éxito,
vez por demás el subrayarlo así— de la condición general de las la inmortalidad.
almas en el mundo del más allá dentro de la religión olímpica, Por el contrario, puede verse ya la introducción de cierto
una de cuyas expresiones literarias son los poemas homéricos. principio de justicia en el culto tributado a los héroes, los cuales
Como todas las generalidades, ésta tiene también numerosas ex sí pasan verdaderamente por la muerte; pero cuyos espíritus
cepciones que son, igualmente, confirmatorias de la regla co disfrutan en la otra vida de una felicidad semejante a la de los
mún. Conviene aludir sumariamente a ellas, no sea que vayamos otros inmortales, que son los dioses y los demonios. Por sus ha
a tomarlas como cumplimiento de otra norma o ley (Síxrj) que zañas “heroicas”, naturalmente, llegan estos personajes a la
no existe, ya que la única que recibe este nombre es la que enun heroilicación (algo así como nuestra canonización de los santos)
cia, en los términos que hemos visto, la sombra de Anticlea. y se convierten en patronos o protectores de sus ciudades. Jus
Una excepción la constituye, desde luego, la de los premios o ticia retributiva sin la menor duda, pero siempre, una vez más,
castigos que subsiguen, para algunos, a esta vida mortal. En el a título excepcional.
Hades están las almas, por lo que hemos visto, sin pena ni glo El culto de los héroes no pertenece ya a la religión homérica,
ria, tal y como ocurre, exactamente, en el primer círculo del como tampoco la otra manifestación más interesante de una
infierno dantesco. Hay, con todo, ciertas almas atormentadas, creencia en un destino más feliz de las almas, y que encontra
como las de Sísifo y Tántalo, con los suplicios bien conocidos, mos en los misterios de Eleusis. No es necesario explicar en de
por pura voluntad de los dioses, y sin que estos castigos excep talle en qué consistían estas ceremonias, por ser actualmente
cionales introduzcan ni por asomo una norma general con res algo de sobra conocido. Lo fundamental para nosotros, aquí y
pecto a las almas de los malhechores en esta vida. ahora, está en el hecho de que la glorificación de Deméter, acto
El mismo régimen de excepción y la misma indiferencia mo central de los misterios, y de su hija Perséfone, esposa de Plu-
ral se observa en lo tocante a las recompensas que ciertos mor tón, rey de los infiernos, se llevaba a cabo con una m ise en scén e
tales reciben, y no precisamente en el Hades, al verse agraciados tan magnífica que producía la ilusión de contemplar verda
en cuerpo y alma y de una buena vez, sin pasar por la muerte, deramente (de aquí el nombre de ánon-cíct que se daba al clímax
con el privilegio de la inmortalidad. En esta condición tendrán de la iniciación) las maravillas del mundo subterráneo. No es
su domicilio eterno en lugares fabulosos, vagamente ubicados éste ya, p ara los iniciados, el Hades tenebroso, sino las beatae
más allá de la ecúmene, que se conocen con los nombres de sedes y los loci laeti et arnoena virecta ,J1 a los cuales, después
Campos Elíseos o Islas de los Bienaventurados. T al es el feliz de su muerte, han de llegar los mismos iniciados. Es éste, clara
destino que a Menelao pronostica Proteo, el dios del mar que mente, el único requisito: no la conducta justa, sino el puntual
lee en el porvenir, del modo siguiente: O d isea, i v, 560 ss.
•J / , . E. Tayl o r , S ócrates, N ew Yor k , 1953, PP 1 3 4 -1 3 5 . 31 E n e id a , vi , 637.
■112 R EPR ESEN TA C IO N ES H ELÉN ICA S D EL A LM A R EPRESEN TA C IO N ES H ELÉN ICA S D EL ALM A :¡i;
cumplimiento de las ceremonias y las purificaciones rituales, aquí acaba todo”. Y la otra, verdadero grito del cadáver a quie
puramente exteriores por consiguiente. Fue así como el Hades, nes por allí pasan: "¡Vive! Nada hay para nosotros, los moría
antes tan sombrío, comenzó, como dice Rohde, a iluminarse con les, más dulce que esta vida bajo el sol”.
alegres colores. "Fueron estas alentadoras promesas de una bien Mucho más importante cosa es el alma, como dice Taylor, en
aventurada inmortalidad las que, a través de los siglos, ganaron las sectas religiosas que, guardando entre ellas cierto parentesco,
tantos beles para las fiestas eleusinas; ningún otro culto les se acogen a los nombres de Dionisos, Orfeo y Pitágoras. Pero
brindaba perspectivas tan luminosas y tan seguras.’’1- Es un al contrario de lo que ocurre con la religión olímpica, es ésta
aserto con sólido apoyo en la literatura, cuyos testimonios (Pín- una zona de incertidumbres o conjeturas, nunca disipadas o cla
daro, Sófocles, Aristófanes, entre otros), son muy abundantes rificadas del todo hasta hoy, no obstante los beneméritos es
a este respecto. En las R an as de Aristófanes, por ejemplo, lee fuerzos de la filología. Por lo demás, no hay que exagerar en
mos la siguiente descripción de los coros bienaventurados que esto, como lo hacen los eruditos, para quienes lo principal es la
formarán en los inliernos los devotos de Deméter: "Para nos indagación de los orígenes y el escrutinio de los documentos;
otros solos, en aquellas praderas tachonadas de rosas, luce el sol ahora bien, los primeros son oscuros y los segundos escasos. A
e iluminan sus rayos a los iniciados cpie han llevado una vida nosotros, en cambio, lo que nos importa es el fenómeno social,
piadosa e igualmente cara a los ciudadanos como a los extran la religión vivida, con sus creencias y sus prácticas, en una época
jeros.”13 Piedad puramente formal, por todo cuanto puede sa determinada, y de todo esto tenemos abundante información.
berse, sin correspondencia con las acciones y el carácter. Que Dionisos y Orfeo hayan sido personajes míticos, sobre todo
el primero, es algo que no tiene la menor importancia en lo
D ionisos y los órficos que respecta al contenido de la religión que a ellos apelaba.
Lo decisivo, una vez más, es el hecho social a que alude Jaeger
Los datos que hemos consignado hasta aquí, sobre la concep al decir que: "Hablando en general, el siglo vi significó para
ción del alma en la religión apolínea y a la luz sobre todo de los Grecia una renovación de la vida religiosa que la ola del natu
textos homéricos, pueden considerarse en general válidos hasta ralismo había amenazado con ahogar en el periodo anterior.”14
hoy, en el estado actual de la filología. Los textos son, como En esa época, en efecto, circulan ampliamente una serie de
hemos visto, e igualmente en general, de fácil hermenéutica, y escritos bajo el nombre de Orfeo como autor legendario, pero
hay acuerdo prácticamente unánime en cuanto a tener los poe cuyo verdadero compositor, según dice Aristóteles, parece haber
mas homéricos (haya sido quien fuese, uno o plural, este “Ho sido el poeta Onomácrito. En ellos se narraban las peripecias
mero”) por representativos de una religión y una mentalidad muy variadas por que habría pasado Dionisos, hijo de Zeus y
que pueden considerarse prevalen les en la época clásica. La re de su hija Perséfone. Destrozado por los Titanes, a quienes movió
ligión apolínea, como el dios que le da nombre y la personi en su contra la envidia de Mera, del corazón de la víctima re
fica, es una religión de la luz y del sol, de esta vida, por tanto, surge un nuevo e inmortal Dionisos. Zeus, por su parte, ful
la única que tiene valor. A nadie le interesaba mayormente lo mina a los Titanes, y de sus cenizas nace el género huma
que podrá ser, después de su muerte, de su réplica exangüe, tan no, mezcla del elemento titánico, concebido como principio del
muerta prácticamente como el original, tan enterrada en el mal, y del elemento dionisíaco, principio del bien. De ahí la
Hades como el cuerpo bajo la tierra superficial. Muy ilustrati necesidad en que el hombre se halla de liberarse del primero
vas son, a este respecto, las inscripciones que leemos en nume para hacer triunfar el principio divino, a lo cual llega mediante
rosas tumbas, aún en la época helenística. “Consuélate, hijo sucesivas purificaciones que tienen lugar a través de existencias
mío, pues nadie es inmortal”, así reza una lápida. Y en otras consecutivas, hasta el día en que pueda oír, de boca de Persé
dos, en las cuales habla el difunto mismo, dice una: "Hubo un fone, la sentencia salvadora: “ ¡Bienaventurado de ti, que en
tiempo en que aún no era, luego fui, y ahora he dejado de ser: adelante serás dios y no mortal!”

>2 Rohde, fíp. cit., p. 133 . i * W erner Jaeger, L a teo lo g ía d e los p r im e r o s filó s o fo s g rieg os, M éxi­
' » R an as, ss. co, 1952 , p. 6 2 .
314 R EPR ESEN TA C IO N ES H ELÉN ICA S D EL A LM A R EPR ESEN TA C IO N ES H ELÉN IC A S D EL A L M A 3 1 !.

Con estos datos bastará para hacer ver cómo nos encontramos y sin ulteriores consecuencias. “Dejando aparte — dice— el pro
aquí con algo completamente nuevo y ajeno del todo a la re blema de cómo y dónde surgió la doctrina de la metempsicosis
ligión apolínea. El entusiasm o y el éxtasis en su sentido más (insoluble porque se ha perdido casi todo el material tradicional
propio: el sentir uno en sí mismo la presencia del dios, y el salir importante), es patente que lo que fue realmente fecundo en
uno de sí mismo para unirse con el dios (dos vivencias de nin esta doctrina y estaba preñado de influencia futura no fue la
gún modo contradictorias) son las nuevas fuerzas espirituales concepción mítica de la transmigración, sino el empuje que
que tienen ahora libre curso en las orgías dionisíacas, en la em había de dar la teoría del desarrollo de la idea del alma como
briaguez y el frenesí que en ellas llegan a su más alto trémolo. unidad de la vida y del espíritu, y el vigor con que concibió esta
La discusión podrá seguir abierta en cuanto a saber si lo dioni- psyché como un ser espiritual por su propio derecho, del todo
síaco es, como pretende Nietzsche, el otro aspecto del alma he independiente del elemento corpóreo.”16
lénica, complementario del apolíneo, o si por el contrario, como La metempsicosis, como advierte Jaeger con toda razón, es algo
sostiene Rohde, aquella religión desenfrenada, que se suponía secundario y derivado; algo que no tiene sentido sino sobre el
oriunda de Tracia, repugnaba radicalmente a la mesura y equi supuesto de la “perfecta coalescencia de alma-vida”, las dos en
librio de la raza helénica. La discordancia en este punto, a lo tidades entre las cuales, según vimos, existía el más completo
que parece, resultó en una enemistad a muerte entre los dos divorcio en la religión homérica. Para poder verdaderamente so
ilustres filólogos; pero el hecho fundamental, el único que a brevivir al cuerpo, y más aún, transmigrar de uno en otro cuer
nosotros nos interesa, es el de que, como el mismo Rohde lo po, el alma necesita ser algo más, mucho más mejor dicho, que
reconoce, Apolo acabó sellando una estrecha alianza con su di la sombra evanescente de los poemas homéricos. Debe ser de
vino hermano Dionisos, de naturaleza tan distinta a la suya, y cualquier modo algo incomparablemente más consistente y más
más aún, que esta alianza se consagró definitivamente en el vigoroso que el cuerpo; algo, por lo mismo, más valioso en todos
propio santuario apolíneo de Delfos. En el mismo lugar, en las los órdenes. Y una vez consumado este tránsito, muy natural por
alturas del Parnaso y en las cercanías inmediatas de los altares lo demás, de lo ontológico a lo axiológico, viene el menosprecio
de Apolo, danzaban frenéticamente las bacantes. de lo corpóreo y terrenal, con la exaltación correlativa de lo
Señalamos lo anterior no porque queramos alejarnos de nues espiritual y del mundo de ultratumba. Las purificaciones están
tro tema, sino simplemente para mostrar el arraigo profundo enderezadas de este modo a un destino ultraterreno: la catártica
que acabó por tener lo que al principio pudo ser una secta redunda en mística. “El alma, que viene de lo divino y aspira
más o un esoterismo entre tantos. No estuvo limitada a ciertos a retornar al dios, no tiene ninguna otra misión que cumplir
círculos reducidos, por lo tanto, la concepción del alma que sobre la tierra; debe mantenerse libre de la vida misma y no
llevaba consigo el orfismo. Concentrándonos en ella, nos damos contaminarse con nada que sea terrenal.”17
cuenta luego del inmenso valor que llegó a adquirir, y que
consiste, según Taylor, en que: ‘La psyché tiene ahora una E l alm a en la filo so fía p replatón ica
individualidad permanente. Es una divinidad temporalmente
caída y desterrada, y es, por consiguiente, inmortal. La gran “La teoría órfica del alma — es Jaeger quien lo dice— es un
preocupación de los devotos del orfismo es la práctica de cier antecedente directo de la idea de la naturaleza divina del alma
tas normas, en parte morales y en parte ceremoniales, cuya ob o espíritu de Platón y Aristóteles, aunque estos eliminaron to
servancia ha de llevar a la psyché a su liberación final del dos los rasgos materiales que adherían aún a la concepción.”18
círculo de las reencarnaciones hasta su completa restauración Antecedente directo no quiere decir, empero, necesariamente
en la sociedad de los dioses.”15 inmediato, y por esto es preciso tener cuenta igualmente de
Jaeger por su parte pone particular énfasis no tanto en lo de otros eslabones importantes que puede haber entre el orfismo y
la reencarnación como en la concepción del alma en sí misma 16 Jaeger , o p . cit., p. 88.
n Rohde, o p . cit., p . 184 .
15 Tayl or , S ócrates, p. 13 6 . 78 Jaeger , o p . cit., p. 9 1 .
R EPR ESEN TA C IO N ES H ELÉN IC A S D E L A L M A 317
316 R EPR ESEN TA C IO N ES H ELÉN ICA S D EL ALM A

de materia indivisiblemente pequeños”, es decir átomos y nada


el platonismo, y señaladamente entre los filósofos. Según lo tiene
más. La sola diferencia consiste en que en la composición
por costumbre y desde que nació, la filosofía toma las intuicio
de la llamada “alma” entran los átomos más finos, que son
nes primarias, religiosas o de otra índole, de la conciencia co
los átomos lisos y redondos, los que más fácilmente penetran
lectiva, con el fin de elevarlas a su perfecta elaboración racional.
por doquier en la inquietud general que de todos se apo
De esta operación es excelente ejemplo la idea del alma, y un
dera, y de los cuales, por consiguiente, se forman los ele
testimonio más de cómo la filosofía — así lo oí muchas veces de
mentos máximamente móviles, como son el fuego y el alma.
mi maestro José Gaos— no es, en sus más altos momentos, sino
Con la muerte se deshace la aglutinación, en el organismo hu
la conceptuación de una experiencia religiosa. Religión y filo-
mano, de estos átomos-almas, que se dispersan y vuelven a in-
sofía, en esta interacción tan fecunda para entrambas, producen
-corporarxe en la masa flotante de la materia cósmica. De ésta
de este modo en Grecia el resultado impresionante que enun-
puede decirse, como en la ciencia moderna, que “nada se pierde
cia Jaeger en estas palabras: “Con los judíos comparten los grie
y nada se crea”, pero en cuanto al hombre, a su individualidad,
gos el honor de haber creado una fe intelectualizada en Dios;
desaparece totalmente en el momento de morir. Y por esto esti
pero fueron los griegos solos los llamados a determinar por va
mamos correcta la conclusión de Rohde, con referencia al ato
rios milenios la forma en que debía concebir el hombre civili
mismo de Demócrito, al decir que: “Por primera vez en la his
zado la naturaleza y el destino del alma.”'9
toria del pensamiento griego nos encontramos con la negación
De la psicología entre los presocráticos, a decir verdad, no
expresa de la persistencia del alma después de la muerte, de su
hay mucho que decir, y por más que las discordancias entre
inmortalidad, cualquiera que sea el sentido que quiera darse a
Platón y sus precursores puedan ser tan importantes como las
esta idea.”20 Si el alma no sobrevive, es simplemente porque, en
concordancias. Discordes y no concordes se encuentran de él, en
rigor de verdad, no hay alma.
este punto, Heráclito y Demócrito, cuya psicología, la del se
gundo sobre todo, es de acusado sello materialista. Para Herá Pitágoras, como es bien sabido, es entre los presocráticos el
clito, en efecto, el alma es de naturaleza divina, sólo que esta filósofo más receptivo de las doctrinas órficas, a tal punto que
naturaleza, hasta donde puede colegirse de los “fragmentos” que ha podido hablarse de una religión o de una filosofía órfico-pita-
nos han quedado, es simplemente la naturaleza ígnea, la de este górica. Cualquiera que haya sido el contenido exacto de su doc
“fuego eternamente viviente, que periódicamente se enciende y trina, de la que sólo tenemos noticia por fuentes indirectas, lo
apaga”, y en cuyas vicisitudes se resume toda la cosmología he- que sabemos con toda certeza es que Pitágoras fundó en la ciu
raclitana. La psique es igualmente fuego, que con la muerte “se dad de Glotona una comunidad cuya vida, la llamada "vida pi
apaga para convertirse en agua”. Volverá a ser fuego, ciertamen tagórica”, fue ampliamente conocida por toda la Magna Grecia.
te, como todo cuanto existe y que pasa continuamente del uno Y sabemos también que era ella fundamentalmente una comu
al otro contrario, pero no, desde luego, el mismo fuego, y no nidad religiosa cuyos miembros estaban entregados a diversas
tiene sentido plantearse siquiera el problema de la perviven- prácticas ascéticas de purificación moral. “Yo también (el alma
cia de esta psique ígnea y del todo impersonal. Y por esto es per se entiende) soy de raza divina” : tal era el lema de este bíos
fectamente comprensible el que Heráclito nos diga que “el alma pitagorikós, y su meta suprema era, por tanto, la de alcanzar
seca es la más sabia y la mejor”, es decir, mientras más se apega algún día la liberación definitiva del alma de la órbita de las
a su naturaleza ardiente, sin dejarse contaminar del elemento reencarnaciones, para devolverla finalmente a su libre existen
acuoso, su contrario y su muerte. cia divina. Siendo la metempsicosis, como sin duda lo era, un
En cuanto a Demócrito, representante máximo del materialis elemento esencial en esta concepción, no se la miraba como eter
mo integral y del todo consecuente consigo mismo, no podía, na, sino que había de tener fin al llegar el alma a su extrema
evidentemente, darle al alma una naturaleza distinta de la de purificación, con lo que había un ligamen evidente entre catár
todo el resto del universo, en el cual existen sólo “corpúsculos tica y escatología.

20 R o h d e , o p . cit., p. 211.
r» Ja e g e r , <rp. cit., p . 7 7 .
318 R EPR ESEN TA C IO N ES H ELÉN ICA S D EL ALM A
R EPR ESEN TA C IO N ES H ELÉN IC A S D E L A LM A 319

Cuando recordamos, por otra parte, lo mucho que la ciencia, no haberte cuidado sino de tus riquezas, para aumentarlas lo
la matemática sobre todo, debe a Pitágoras, comprobamos cuán más que puedas, así como de tu reputación y tus honores, y no te
justo es el juicio que sobre él emite John Burnet al decir que ha preocupado, en cambio, ni has pensado en la sabiduría, en la
aquel hombre extraordinario fue el primero en haber unido la verdad, en tu alma, para hacerla lo mejor posible? Y si alguno me
religión con la ciencia. En este aspecto, y más aún que Sócrates, contradice y afirma que sí tiene cuidado de su alma, no penséis
Pitágoras es el precursor de Platón, y en uno y otro se cumple a que le voy a dejar ni a irme luego, sino que le interrogaré, le exa
maravilla lo que el mismo Burnet enuncia como el fundamento minaré y discutiré con él; y si me parece que no posee la virtud,
más radical de la filosofía griega en general, del modo siguiente: por más que lo aparente, le echaré en cara que tenga en tan poco
“La filosofía griega tiene por base la fe en el parentesco divino lo que vale más, y en tanto, por el contrario, lo más vil.” 23
del alma, a la cual, por lo tanto, lo único que le hace falta es -— En o tro denlos- diálogos p latónicos -que igualmente—pueden-
entrar en comunión con la divinidad. La filosofía es, en verdad, clasificarse de socráticos en el sentido más eminente, en el A lci
un esfuerzo por dar satisfacción al instinto religioso.” 21 b ia d e s 24 se dice con toda claridad que el hombre es su alma.25
En lo que, por el contrario, guarda Sócrates una posición del Ahora bien, con este juicio de esencia concuerda perfectamente
todo original e incomparable, es en cuanto al valor que en él —más aún, lo supone de necesidad-— el juicio de valor de la
adquiere el alma del hombre como centro o sustrato de su per A pología, según el cual la virtud, la verdad y la sabiduría
sonalidad intelectual y moral. Después de lo que antes queda (ápETri, áXi'jOEia, qipóvrjcni;) tienen su sede en el alma. Por ella, en
dicho, parecería como si no pudiera añadirse nada más a la suma, es el hombre lo que es en el orden ontológico, y vale lo
alta estimativa que, en los adeptos del orfismo, ha llegado a con que vale en el orden axiológico. Y de aquí que, según explica
quistar el alma, este huésped divino o dios caído que habita en ampliamente Sócrates en el A lcibiades, el mandamiento délfi-
cada uno de nosotros. Pero justo por esto, por su condición de co del “conócete a ti mismo”, debe entenderse como conocimiento
huésped o habitante en otro, no es mi alma mi yo: my self, como del alma, y por consiguiente también, como “cuidado” de ella
dice Taylor, y por consiguiente, según añade el mismo autor: por sobre todas las cosas.
“Mi inteligencia y mi carácter no pertenecen a la psyché en mí, “Sócrates — comenta Jaeger— lo mismo en Platón que en los
y su inmortalidad, todo lo importante que pueda ser para los demás socráticos, pone siempre en la palabra ‘alma’ un acento
órficos, no es, propiamente hablando, m i inmortalidad.” 22 sorprendente, una pasión insinuante y como un juramento. Nin
Es la gloria imperecedera de Sócrates, de él únicamente, el ha guna boca griega había pronunciado antes asi esta palabra.” 28
ber dado el paso decisivo al hacer del alma el yo mismo, lo cons Es algo que, como sigue diciendo el gran filólogo, “nos suena a
titutivo formal de la persona humana. Así lo comprobamos en cristiano”, esta cura o cuidado del alma (Separaía xai érapéXeia
un documento tan incuestionablemente socrático como su A p o ’WjC'ii;) que se impone igualmente, como deber absoluto, en el
logía, la platónica por supuesto. La defensa del acusado ante sus mensaje de Jesucristo: “¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el
jueces descansa en el hecho fundamental de haber recibido él, mundo, si pierde su alma?” 27 Fuera de Sócrates, ninguna otra
Sócrates, un mandato divino: la reforma moral de sus conciuda voz en el mundo antiguo habló como esta Voz.
danos, mediante el cuidado (éitipiXEta) que cada uno ha de tener i3 Apol. Soc. 29 d-e.
de su alma, la cual es lo absolutamente valioso en el hombre. ai Nos r ef er i m os n at u r al m en t e al A lc ib ia d es l , cu ya au t en t i ci d ad es h oy
Así ha tratado de inculcarlo Sócrates, a todos y cada uno, a lo gener al m ent e r econ oci da, al con t r ar i o d el A lc ib ia d e s I I , q u e se t i en e por
largo de toda su vida, en un lenguaje igual o semejante al que, apócr i fo. Po r est a r azón n o es ya necesar i o n u m er ar el di ál ogo gen u i n o.
por última vez, emplea en este párrafo de su defensa: -5 A lcib . 130 c: pr¡óev cí}J.o xov u -v Oq ü íjio v oup.Paív£iv q tyuxifv- t-sto debió
"¿Cómo es posible, mi excelente amigo, que siendo tú ate l'latón haberlo oído directamente de su maestro si, como parece lo más
pr obabl e, compuso aqu el diálogo en su retiro de Mégara, con inmediata
niense, ciudadano de la mayor ciudad del mundo y de la más |H>sterioridad, por tanto, a la muerte de Sócrates.
renombrada por su sabiduría y su poder, no te avergüences de 26 Paideia, p. 417.

si M at h . xvi, 26: Q u id p ro d e s t homini mundurn si universum lucretur,


21 John Burnet, G reek P hilosophy, Londres, 1964 , p. 10 .
animae vero suae detrimentum patiatur?
» Sócrates, p. 136 .
320 R E P R E S E N T A C I O N E S H L L É N 1C A S D E L A L M A REPR ESEN TA C IO N ES H ELÉN IC A S D EL A LM A ‘Y 2 1

No menos explícito a este respecto es John Burnet, según el ningún premio de ultratumba. Le basta con la certeza que tiene,
cnaj; “Sócrates parece haber sido el primero entre los griegos y que expresa al final de su defensa, de que para el hombre
en tablar de la i¿uxr) como sede del conocimiento y la ignorancia, de bien, de cuya suerte cuidan los dioses, no puede haber ningún
del mal y del bien. . . La ÉiunéXeiot es el tema fundamen mal ni en la vida ni en la muerte.32 De cualquier modo le irá
t é del magisterio socrático.’’ bien en el más allá, bien sea que le aguarde la felicidad de los
Í 1 mismo Olof Gigon, para el cual Sócrates, el que todos cono justos, o en el peor de los casos, el sueño del cual no hay des
cemos y amamos, es poco menos que un mito, se ve obligado a pertar posible.
reo>n0cer que esta Fürsorge fü r d ie Seele es el “impulso original Si Rohde ignora oficialmente la concepción socrática del
socfático” ,29 aunque subrayando, eso sí, que se trata de un im- alma, es porque no ve en ella los rasgos demonológicos o escato-
pulso y no de una doctrina. No vemos ningún inconveniente -lógicos que e n cu e n tra en otros mitos o creencias, cuando preci
en aceptarlo así. Cierto, Sócrates no nos dice lo que es el alma, samente lo más impresionante es esta pureza o desnudez del
cort todas las precisiones nocionales que serían menester en una “alma” socrática, que tiene de sí misma y por sí misma todo su
psicología propiamente dicha; pero sí nos dice, en una u otra valor, sumo e incomparable. Ante ella, venga de donde venga y
í°rma, que por nuestra alma somos nosotros mismos lo que so- vaya a donde vaya, y simplemente por ser ella razón pensante
mÚs, y que su valor está por sobre el de todos los otros bienes. Ya y razón moral, se siente Sócrates transido del mismo sentimiento
aPbrtarían Platón y Aristóteles el contenido doctrinal que fal de “respeto” o “reverencia” (A chlung) que embargará a Kant
taba, y no habrían podido hacerlo sin la previa fecundación que al tener por su parte idéntica vivencia. De Kant es la explici-
uno y otro recibieron del impulso original socrático. Aquí tam tación, en esos términos, de dicho sentimiento, pero es de Sócra
b a n , como diría Novalis, primero fue el amor y luego el cono- tes el descubrimiento, en la realidad si no en el nombre, de la
c¡rnienlo. autonomía ético-noética de la persona humana.
Por extraño que parezca, Erwin Rohde, el clásico en la mate Heredero de tan rica y compleja tradición, Platón pondrá
ria, es el único que pasa por alto tranquilamente el papel his todo su genio en depurarla y elevarla a la plenitud de la clari
tórico de Sócrates en esta revelación progresiva del alma y de su dad racional.
valor. En la única página en que lo cita,30 no nos dice de él otra
cosa sino que “sabe muy poco” acerca de la inmortalidad del
éfn a, como lo prueba el hecho de que, en su apología, se remite
eq este punto a las creencias tradicionales, sin pronunciarse él
rnismo sobre la cuestión. Y ni una palabra más.
La explicación más probable de este extraordinario silencio
f e por lo menos la que apuntan sus críticos) parece estar en
el hecho de que, para Rohde, el problema de la inmortalidad
esí el problema central, por no decir el único, en la teoría del
ataia; lo cual es, para decir lo menos, una mutilación arbitraria.
P'ero justamente uno de los aspectos en que mayormente sobre
sale la grandeza de Sócrates, el de la A p o lo g ía por supuesto,31
de ar gum en t os, l a i n m or t al i dad del al m a; sól o q u e ést e, en est a di scusi ón
su reverencia incondicional del alma, con entera independen se en t i en de, n o es el Sócr at es hi st ór i co, com o l o r econocen h oy t odos los
cia del destino que pueda tener después de la muerte. El ejerci i n t ér pr et es, con l a sol a excepci ón de l a escuel a escocesa: Bu r n et y Tayl o r .
cio de la virtud y la sabiduría no depende, para Sócrates, de De n uest r a p ar t e est am os con l a m ayor ía, p or l a r azan p r i n ci p al de que,
com o lo di ce Pl at ón (F e d ó n , 7 6 e) , el dogm a de l a i n m or t al i dad d el al m a
:’H P la lo ’s E u th y p h r o , A p o lo g y o f S ócrates an d C r ilo , O xfor d , 1948, p. 123. C9 en t odo sol i dar i o de l a t eor ía de l as i deas; ah or a bi en , y según el t est i ­
29 S oh rates, p. 4 0 . m oni o i r r ecusabl e de Ar i st ót el es, esta t eor ía no es de Sócr at es, si no de Pl at ón .
:;n P siq u e, p. “'.¡o. 32 A p o l. .jt ti: orín ?onv dvópi d y a 64) xotxóv oúósv ouxe ijurext oPxs
si El Sócr at es del F e d ó n , p or supuest o t am bi én , si defi en de, con l u j o Tf/.ci’TtjoavTi, u i u /.í ít u i rao Oetírv t u t o ó t o v .xQÚyuaxa.
n a t u r a l ez a y d e s t in o f in a l d e l a l m a -123

rica del alma “tal como se nos muestra en su condición actual” .1


No es así, según sigue diciendo Sócrates, como debemos mirar
X II. NATURALEZA Y DESTINO el alma, sino en su intencionalidad amorosa hacia la sabiduría
FINAL DEL ALMA (eíg t Í)v (piXoo-oqitav), y considerar, por tanto, aquello a que ad
hiere y a cuya frecuentación aspira, en razón de su parentesco
con lo divino, inmortal y eterno.2 Estos tres caracteres se dan,
Con arreglo a los usuales cánones expositivos, procedería tratar como hemos visto, en la Idea, entre la cual y el alma se recalca
primero del alma humana en sí misma, de su constitución esen expresamente, en el F ed ón , el susodicho parentesco.
cial y sus operaciones, y hacer lo propio enseguida en lo tocan- Todo esto, en suma, quiere decir, si coordinamos bien los
te al problema de su inmortalidad; sólo que la cuestión del des textos, que del alma no podremos hacernos una idea cabal sino
linde, como diría Alfonso Reyes, ya tan ardua de suyo en el a la luz de lo que ya hemos visto y de lo que veremos después:
reino del espíritu, es sobremanera difícil en la filosofía platónica. de las Ideas en primer lugar, con las cuales tiene el alma el pa
No tan sólo por la forma literaria del diálogo, que favorece na rentesco que le resulta de su unidad, inmaterialidad e indivisibili
turalmente el tratamiento simultáneo de otros problemas entre dad, y en segundo lugar, del E ros, del impulso amoroso que
los interlocutores según el humor o la fantasía de cada uno, sino hay en ella hacia aquellas realidades supremas. Es así como
también, y en el caso concreto del alma, por ser la psicología que nuestros “grandes temas” de la filosofía platónica se iluminan
aquí encontramos algo muy diferente de lo que por ella solemos y declaran los unos por los otros, en una estrecha y viviente so
entender hoy, y ya se trate de la psicología empírica como inclu lidaridad.
sive de la que los escolásticos llamaron psicología racional. La Con todo esto, Platón ha sido el primero en darse cuenta de
diferencia entre una y otra está en que la primera se limita a la la necesidad de dar razón del espíritu en su condición carnal. Si
observación del fenómeno psíquico, psicosomático mejor dicho, el conocimiento acabado del alma lo postula, así en el F ed ón
al paso que la segunda tiene la pretensión de captar el noúmeno, como al final de la R e p ú b lic a , con tan alta exigencia, no por
pero una y otra convienen en la descripción neutral de su objeto esto desdeña la atención al aspecto sensible del alma, del cual
(tal es, por lo menos, su propósito), es decir prescindiendo no puede desinteresarse el filósofo en su función de gobernante
de los contenidos de valor que configuran de hecho la mayor de la comunidad política. De ahí que, y precisamente en los li
parte de las vivencias psíquicas. En Platón, por el contrario bros precedentes de la R e p ú b lica — serán nuestros textos básicos
—en la misma línea del socratismo exactamente— el conoci en lo que va a seguir— , trate Platón de explicar las afecciones y
miento de sí mismo desciende a niveles mucho más hondos; formas con que se nos muestra el alma en esta “vida humana” co
muy más allá del yo empírico o simplemente conceptual, para tidiana y mortal.3
alcanzar el “yo profundo”, como diría Bergson, el que ig Antes de entrar, empero, en este análisis que nos llevará a la
nora la mayoría de los hombres, los cuales pasan su vida como concepción que se ha denominado trinaría o tripartita del alma,
extraños a sí mismos, en el estado que la filosofía moderna hay que tener presente que, como dice Léon Robín,4 no hay rup
llama de “alienación”. tura con la antigua concepción unitaria que se nos ofrece en el
Ahora bien, a estas profundidades no se llega por el análisis F edón . En este punto —y es el primer dato que hay que estable-
psicológico, o únicamente por él, por la observación del alma en
su condición empírica, sino que es menester penetrar igualmente 1 R e p . x, 6 i \ b -e: xfí áÁTiOeaxáxf] (púasi-- oíov 5 'taxi xf¡ áf ol OsM í-- •
en su intencionalidad, y no así en general, sino con referencia oüx vüv f|(ñv é<pávn f) ••• oíov év xc¡> rrapóvTi qpaívexai- ••
concreta a los correlatos intencionales. Claro que Platón no lo 2 Rep. 6 n d-e: áí.).á 8 x t é x e í o e pXÉim-v... e I? t t |y <piXo(joqptav aúxf¡c;,
xai e w o e í v (Lv ¿útxexai xai oúov é<pítxai ópiXüVv, róc; o u y y s v t i s oioa t <¡> t e
dice así en estos términos, pero esto viene a decir, en fin de cuen
Oe Íü) xcu ¿Gaváxtp xai xtó áel ovxt-
tas, cuando en tantos lugares, y de preferencia tal vez en el libro 3 Rep. x, 612 a: vüv 5 é xa év t (¡> ¿vOeiojií-wp f$úp j ió 0 t ) t e xai e ¡8 t |,
x de la R e p ú b lic a , se contrapone el alma en su “naturaleza más éjueixñg aimi? 8iEÍ.r)Í.ú0aM.Ev.
verdadera”, o “tal como es en verdad”, a la descripción empí 4 Platón, p. 177.
[322]
324 N ATURALEZA Y D ESTIN O E IN A L D EL A LM A
N ATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A LM A
cer con toda firmeza— no ha habido la menor variación, por
parte de Platón, del principio al fin. Es el alma, la misma y por “Pero lo difícil es decidir si es por la virtud del mismo prin
si misma (c c út íi Si’ aÚTqg ^ 'Wx'ñ) Ia que> con ° s'n <4 concurso o cipio por lo que obramos en todos nuestros actos, o bien por tres
mediación del cuerpo, siente, desea, razona y delibera en cada principios, adscrito cada cual a su función respectiva. ¿Es por
uno de nosotros. Así se dice en el T eetetes,s presumiblemente uno por el que aprendemos? ¿Es por otro por el que nos enar
posterior a la R ep ú b lica , y todavía en las Leyes, la obra postuma, decemos? ¿Y es por un tercero por el que nos procuramos el
se afirma con toda energía la unidad radical de “cada uno de placer de comer, el de engendrar y los otros del mismo género?
nosotros” ;6 ahora bien, esta unidad es la del alma, ya que, como ¿O es por el alma toda entera por lo que nos decidimos a obrar en
lo sabemos desde el A lcibíad es, el hombre es el alma. Es una y cada uno de nuestros actos? He ahí lo que es difícil de elucidar
simple, además, con simplicidad esencial e integral, no obstante dignamente” .8 __________________________________________
la diversidad de sus tendencias o apetitos que irradian todos Muy claramente están aquí enunciados los tres principios: el
de un mismo centro. Por comodidad de lenguaje podremos ha del aprendizaje del saber (pavGávetv); el de la cólera (0upó;) y
blar, si nos place, de “partes” del alma, o más aún, de tres al el de la concupiscencia (ÉraGupia). Y la discusión que sigue tiene
mas, que serían la racional, la pasional y la apetitiva, pero a por objeto mostrar la irreductibilidad radical de cualquiera de
conciencia de que estamos esta vez empleando metáforas. Y con ellos con respecto a los otros dos.
estos prenotandos, entremos directamente en el estudio de los Ninguna dificultad hay en hacer ver la disparidad entre el
textos. principio racional y el principio concupiscente. Es un hecho de
experiencia inmediata el de que la razón ordena en ocasiones
no hacer aquello a que se siente inclinado el apetito, y Platón se
E l alm a en la República hace desde luego cargo de él, con la simple observación de que
“hay gentes que tienen sed y que, sin embargo, no quieren be
Si hemos de dar crédito al testimonio postaristotélico que en ber”. Y en seguida generaliza esta observación a los demás ape
contramos en la G ran É tica, Platón se habría limitado en un titos sensuales, contraponiendo así, como claramente distintos
principio a la consideración, en el alma, del elemento racional y el uno del otro, el principio racional (Xoyumxóv) y el concu
del elemento irracional, del que “posee el logos” y del que no piscente (éw.Oup,ir)'uxóv) .
lo posee.7 Es de hecho la división primordial que Aristóteles Lo que ya no es tan fácil demostrar es la existencia autónoma
mismo adopta en la É tica N ico m a q u ea, por lo que es de creerse del tercer elemento que Platón llama unas veces Oupóg y otras
que la G ran É tica, por más que con toda probabilidad no sea de bpyV], y que nosotros podemos traducir, según el contexto, por
autoría aristotélica, reproduce correctamente la tradición que a ánimo, cólera o coraje.9 Recurriendo aquí también y en primer
este respecto habría existido en la Academia. Y si Platón hubo lugar a la experiencia psicológica, ilustra Platón lo que puede
de superar o matizar esta clasificación binaria para desembocar ser el tercer elemento con la siguiente anécdota que, según dice,
finalmente en la trinaría, habrá sido sin duda por haber com oyó contar alguna vez:
probado, en una reflexión posterior, cuán diferentes son los dos “Leoncio, el hijo de Aglayón, volvía del Píreo por la parte ex
apetitos fundamentales de la parte irracional. terior del muro septentrional, cuando advirtió unos cadáveres
Es en la R e p ú b lic a , como hemos dicho, donde por primera que yacían por tierra en el lugar de los suplicios. Sintió el deseo
vez se enuncia la segunda clasificación en términos inequívocos. de verlos, pero a la vez un sentimiento de repugnancia que le
La enuncia, por cierto, como algo problemático y de nada fácil retraía de hacerlo; y así estuvo luchando y cubriéndose el rostro
solución, en el siguiente pasaje:5 hasta que, vencido de su apetencia, abrió enteramente los ojos

5 Tect ., i 8.[ c-i 80 b. s R ep. iv , 4 36 a - b .


« Leyes, i, í't -t c: O vxoív i v a uév r)fio)v exaaxov añxóv xíOaifiev; •—Naí- 0 P o d r ía m o s t a ! vez h a b l a r t a m b i é n d e “ c o r a z ó n ” , e n s e n tid o p s ic o ló g ic o
r M agna M oraba, I , i , 118 2 a , 24 -2 5 : r D .á x c u v S i e í X e t o t t |v sjnr/iyv eí ? t e |ior s u p u e s to , c o m o lo hacen c ie r to s a u t o r e s fr a n c e s e s , in f l u i d o s t a l v ez p o r
tó /.óvov e/ov •/.<»i etc to <5Xoyov óo0w; ■■■ la a c e p c ió n ta n p e c u l i a r q u e t i e n e le coeu r e n P a s c a l, d o n d e ta m p o c o , p o r lo
d e m á s, e s e x a c t a m e n t e e q u i v a l e n t e d e l 0 u p ó ;.
N ATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A L M A 32 7
326 N A TURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A LM A
en la composición del elemento irascible.12 Es el caso, según la
y, corriendo hacia los muertos, exclamó: ‘¡Ahí los tenéis, maldi
comparación que viene luego, del perro que, en consonancia
tos; saciaos del hermoso espectáculo!’ ” 10
de ordinario con el interés de su amo, puede a veces acometer
El ejemplo es maravilloso y nos recuerda luego el episodio a sus amigos o ladrarles sin ton ni son. Por esto debe la razón
similar de Alipio, el amigo de San Agustín, quien pasó por el revocar al orden, cuandoquiera que se desmande, al apetito iras
mismo combate y por idéntico vencimiento, a propósito esta vez cible, exactamente “como el pastor a sus cachorros”. Es a la in
del espectáculo más salvaje aún de los juegos gladiatorios del teligencia únicamente a la que está reservado “el conocimiento
circo. “Desde que vio la sangre, bebió en el mismo acto la bar- de la verdad tal cual es”; y al principio “filosófico”, por consi
-barie-jahrevándose de furias y complaciéndose en el horror cri guiente, debe seguir el alma toda entera.13
minal del combate, ebrio del sangriento deleite?’11 — Es una observación común, pero q u e ncrqrodemos pasar por
C ruenta v o lu p ta te in e b r ia b a tu r . . . Trátase, por tanto, del alto, la de que las tres partes del alma a que acabamos de pasar
apetito de goce y en su momento de mayor ignominia; y la lu revista, guardan correspondencia con las tres clases sociales en
cha que tanto Leoncio como Alipio han tenido que librar antes que se divide el Estado, conforme al esquema de la R e p ú b lic a :
de abandonarse a él, ha sido no sólo contra la razón, cuyos dic por la inteligencia estarían los guardianes; por la cólera los gue
támenes son de una objetividad escueta y fría, sino contra otro rreros, y por la concupiscencia, en fin, la clase económicamente
movimiento igualmente noble, pero que sentimos radicado en la productiva. La correspondencia, sin embargo, no es del todo exac
parte sensible y no en la inteligencia pura. Es la repugnancia ta, ya que los guardianes no son, en la república platónica, sino
instintiva, el asco por todo aquello que de cualquier modo nos una selección de los guerreros, al paso que la inteligencia no
degrada en nuestra dignidad racional, por lo cual, sin ser la es en el alma un elemento selecto de la cólera, sino algo especí
razón misma, es ciertamente este tercer principio, de ordinario ficamente distinto. Y en cuanto a la correspondencia de la parte
por lo menos, un aliado de la razón. Y lo es no sólo en la fun concupiscente con la clase económicamente productiva: artesanos
ción negativa, por decirlo así, de reprimir la voluptuosidad des calificados, agricultores y comerciantes (porque los esclavos, en
enfrenada o indigna, sino en la otra función, eminentemente po cargados de los trabajos más viles, están fuera de clasificación),
sitiva, de empujar al hombre en la conquista del bien que es a es algo que igualmente habría que tomarlo cum gran o salís,
la par bello y difícil, llámese honor, triunfo o gloria. Es la raíz ya que la concupiscencia, en cuanto apetito de lucro, no priva
inmediata de la virtud específica del varón; la ¿tvSpeía, que igual decididamente sino entre los comerciantes, por los cuales, como
mente podemos traducir por valor, coraje o fortaleza viril. Es, es natural, siente Platón el mayor desprecio.
en general, el amor espontáneo de todo lo que es al mismo tiem La idea fundamental de la R ep ú b lica , por lo tanto, según la
po bello y bueno, y el horror instintivo, por tanto, de lo que cual sería el Estado un hombre en grande (m acroán thropos),
es bajo y vil. De tal suerte ha sabido Platón potenciar y trasmu y el hombre, a su vez, un Estado en pequeño (m icrop olis), es una
tar el viejo 0upóg homérico, que continúa siendo la fuerza vital idea justa, y extraordinariamente fecunda además, pero que Pla
por excelencia, pero la fuerza al servicio y bajo la dirección del tón aplica con indudable discreción y tomando en cuenta todos
espíritu. los matices diferenciadores. Y la mejor prueba de que así es, nos
Mas por ello precisamente, y como corresponde a la condición la da el hecho de que su clasificación tripartita del alma pasó
del espíritu encarnado, no siempre cumple el 0upóg la función en lo fundamental a la filosofía de Occidente, y continúa vi
que le compete de ser el cobeligerante de la razón: %úpp.axog t w gente, aún después del cartesianismo, en la filosofía tomista.
Jujyo). El sentimiento del honor puede fácilmente llevar al ape Santo Tomás, en efecto, recoge tanto el legado aristotélico, en
tito de venganza, y lo mismo el afán de dominio y de victoria, sus textos misinos, como el legado platónico, a través sobre todo
y por algo Platón incluye expresamente todos estos impulsos
i= R ep. i x , 5 8 1 a : T ó 0 u p .o E i8 e $ oú n e o ; x ó x e a x t í v « p a n év x a l v ix ü v x a i
e ü 8 o x i |í e í v así q ).o v ó)pnr¡c6ai; — K a i náXa-
>° R ep . 4 39 e.
u C onf. v i, 8.
13 i x , 586 e : T(j> qpiXooóqup a p a énofiévTi; dreácni; xñs 'l’vx'ñs- ••
328 N ATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A LM A NATURALEZA Y D ESTINO F IN A L D EL A LM A 329

de los Padres griegos, principalmente tal vez, por lo menos en bello y difícil. No es la sabiduría, desde luego, pero le va en zaga,
este punto, San Gregorio de Nisa. Ahora bien, Aristóteles sigue al contrario del placer, que queda muy atrás.
a su maestro en lo de la división bipartita del alma: racional e “En el alma —dice Léon Robín— existen dos fuerzas diame
irracional; pero al pasar a la división tripartita (que no es con tralmente opuestas, una de gobierno y orden, la otra de anar
tradictoria de la primera) se separa de aquél en cuanto a la quía y desorden; y cuando quiera que, habiendo cedido a la se
división de la parte irracional. En sentir de Aristóteles, las dos gunda, sobreviene el remordimiento y el propósito de prestar en
partes o subpartes del alma irracional serían en primer lugar la el futuro auxilio a la primera, ¿no significará esto la existencia
potencia vegetativa, que nos es común con los animales y hasta de una fuerza intermedia que ayuda a la primera a dominar la
con las plantas, por no participar en nada de la razón, y en se segunda?” 14 T al es, en suma, la teoría del alma y la enseñanza
gundo lugar la parte sensitiva o “desiderativa”, que sí percibe," ~~inorar cié"la R ep ú b lica.
para obedecerlo o contrariarlo, el mandato de la razón, en la
cual, por consiguiente, “participa” de cierto modo. Ahora bien, E l p roblem a de la in m ortalidad
en el apetito o deseo en general, están incluidas tanto la concu
piscencia como la cólera: la 8pe|tg es el género cuyas especies son Como teoría pura del alma, no creemos que pueda hallarse
la ¿7U0\>pta y el 0upÓ£. mucho más en Platón. A él no le preocupó jamás hacer ni una
La diferencia con Platón está, como se ve, en la introducción psicología descriptiva como la de William James, ni siquiera
del alma vegetativa, por una parte, y en la aparente nivelación, una psicología filosófica como la de Aristóteles, una y otra conce
por la otra, de la cólera y la concupiscencia — subpartes más que bidas sin otro interés que el de la especulación científica. Platón,
partes del alma— , desde el punto de vista de su participación en por el contrario, a quien sólo jior convencionalismos escolares
el principio racional. Y es muy interesante observar cómo las ha podido adjudicarse el epíteto de “esencialista”, lo trata todo
indicadas diferencias provienen, en última instancia, del genio en función de algún interés trascendente a la cosa misma y vincu
de cada pensador según su privativa peculiaridad. Aristóteles, lado, además, a la existencia humana, ya sea en esta vida o en
para el cual es el alma la "forma” del cuerpo, aquello que le da la otra. En la misma R ep ú b lica , como acabamos de ver, la teoría
vida en todos sus aspectos, hasta en los más rudimentarios, no del alma se nos ofrece en función de la teoría del Estado, entre
puede dejar de poner en aquélla el principio de la vida simple cuyas clases no habrá paz y armonía si previamente no la hay
mente vegetativa. A Platón, por el contrario, le tiene esto sin entre las partes correspondientes del alma. Más griego que Aris
mayor cuidado, ya que para él no es lo primero y principal la tóteles en este aspecto, Platón tiene que ubicar al hombre, a su
ordenación del alma con respecto al cuerpo, y a este cuerpo pre alma también por consiguiente, dentro del horizonte de la ciu
cisamente, sino la elevación del alma toda entera a la claridad dad, y mientras la visión se limite, como es natural, a esta vida.
del principio racional, como medianera que es entre los dos mun Sólo que esta vida, para Platón, no es la única, y por ello el tema
dos, el sensible y el inteligible. Por esto se desinteresa de aquello del alma se encuentra dominado, desde el final de la R ep ú b lica
que no puede en absoluto participar de la razón, y le preocupa y en los demás diálogos en que se aborda, por el gran tema de
tanto, en cambio, afinar, en lo que es capaz de ello, los grados la inmortalidad.
de la participación. De aquí la mayor estimación que recibe la La inmortalidad del alma, además, es algo que reclama impe
cólera sobre la concupiscencia, y en esto, según creemos, le ha riosamente, como su más propia razón suficiente, toda la filosofía
seguido la tradición filosófica, aunque en lo demás se haya pre platónica bajo cualquiera de sus aspectos. L a inmortalidad a
ferido, y con razón, la noción aristotélica del alma. Entre los es parte ante la presupone, como hemos visto, la teoría de la remi
colásticos por lo menos se mantuvo siempre la distinción entre niscencia, prácticamente la teoría del saber, y la inmortalidad
el apetito que tiende al bien sensible sub ration e dclectabilis a p arle post la postula tanto la necesidad de que en otro mundo
y el que lo hace sub ration e ard u i; entre el impulso horizontal pueda tener cumplimiento lo que en éste falta, que es la perfecta
hacia el placer que nos es común con las bestias, y el impulso justicia, como la aspiración que el alma tiene por unirse con el
vertical hacia lo que, como la gloria y el honor, es el bien alto, “ Int roducción al Fedro, París, 1933, p. l x x .
330 N ATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L DEI. ALM A
N ATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A L M A 331
Bien sumo — sobre todo si se le concibe como Ens realissim um — tamente que la enfermedad lo hace con el cuerpo. En el cuerpo
y que obviamente no puede realizarse en este mundo. y en el alma, conforme al paralelo que traza Sócrates, debe haber
Sigamos, pues, a Platón, sin empeñarnos ya en deslindes que orden y proporción (yóifyt; x a i xóop.05) ; ahora bien, estos dos
no harían sino desdibujar la realidad concreta, por los diálogos caracteres son en el cuerpo la salud y el vigor (ú yÍ Ei a — wr/ú5) ,
que tratan, central o marginalmente, de la inmortalidad del y en el alma, por su parte, la justicia y la sabiduría.15 Por esto
alma, y teniendo tanto en cuenta la argumentación racional solo, por esta sola consideración, el tirano, el prototipo por ex
como los abundantes mitos escatológicos que la preparan o la celencia de la injusticia, es en realidad, a despecho de su felici
completan. Conforme a lo que hemos dicho en los capítulos dad aparente y falaz, el más infeliz de los hombres, por ser la
precedentes, el mito es unas veces simple conjetura, pero otras, ^.injusticia, para su autor precisamente, el mayor de los males.16
en cambio, alegoría de lo demostrado filosóficamente, y bajo Puede haber aún, agrega Sócrates, un mal mayor aún, y es el de
cualquier aspecto, en fin, lo que Platón dijo y como lo dijo, y que el culpable escape al condigno castigo, es decir que no expíe
así haya sido como certidumbre o como esperanza. sus faltas desde esta vida, ya que en este caso le será preciso
Siendo el F ed ó n el diálogo que trata como tema único el de hacerlo en la otra. Y de que hay otra vida, está perfectamente
la inmortalidad del alma, lo dejaremos en último lugar, sea cual convencido Sócrates, no por ninguna prueba filosófica, que de
fuere su ubicación cronológica, haciéndonos cargo previamente momento no puede aportar aún, sobre la supervivencia del alma,
de lo que sobre la previvencia o supervivencia del alma encon sino por la necesidad de que la justicia, que en este mundo
tramos en el G orgias, en la R ep ú b lica y en el Pedro. no pudo tener su adecuado cumplimiento, lo tenga en el otro.
Cómo sea esta justicia ultraterrena, lo describe Sócrates en lo
L a in m ortalid ad en e l Gorgias que para él, según lo advierte desde el principio, no es un cuento
(pú0og), sino una historia (kóy05) que narra cosas verdaderas,17
L a peripecia mayor en el largo combate librado por Sócrates y que va como sigue.
y Platón contra la sofística, es lo que se nos presenta en el G or Desde el tiempo en que reinaba Cronos sobre los dioses y sobre
gias: diálogo de combate como ninguno, a cara descubierta con los hombres, ha existido una ley según la cual los hombres que
tra e) enemigo cuya filosofía relativista, de haber prevalecido, han llevado una vida justa y santa, pasan después de su muerte
habría traído consigo el naufragio completo del pensamiento — sus almas es decir— a las Islas de los Bienaventurados, donde
y la conducta, de la ciencia y la moralidad. Ahora bien, es a pro les espera una felicidad perfecta y al abrigo de todos los males,
pósito de la justicia, el supremo valor puesto en entredicho pol mientras que las almas injustas e impías van a un lugar de ex
la sofística, cuando el lector del diálogo percibe con toda clari piación y de penas que se denomina el Tártaro. Esta discrimina
dad cómo siente Platón la necesidad de redondear su doctrina, ción estaba, por supuesto, muy bien, y lo que, en cambio, estaba
a fin de darle una justificación completa, con la inmortalidad muy mal en aquellos tiempos, era que el juicio se pronunciara
del alma y la justicia de ultratumba. A ello se ve impelido, al no sobre los muertos, sino sobre los moribundos, aunque exac
final del diálogo, de la siguiente manera. tamente el día de su muerte. Ahora bien, en estas condiciones
Contra Gorgias, Polo y Calicles, defiende Sócrates el valor ab era muy fácil engañar a los jueces, ya que los moribundos ilustres
soluto e incondicionado de la justicia, sin cuidarse ni poco ni podían muy bien ocultar la deformidad de sus almas con su
mucho del escarnio de sus interlocutores, para los cuales no pasa opulencia y sus riquezas, o simplemente con el cuerpo de que
la justicia de ser un mero convencionalismo social, cuando no, estaban aún revestidos.
como lo expresa cínicamente Calicles, la ley del más fuerte. Para Comprendiéndolo así Zeus, al suceder a su padre Cronos en el
Sócrates, por el contrario, la justicia debe practicarse invaria gobierno universal, dispuso que en lo sucesivo se hiciera el juicio
blemente y sin excepción, y no por la aprobación social o el después de la muerte, con lo cual el alma comparece ahora, sola
temor de las sanciones, sino por la sola razón — es éste el meollo
15
de su argumentación— de ser la injusticia el mal radical del Gorgias, 504 d: -t a m a 5’Ioxiv ñixaioaúvri t e xai «<i><ppoaóvT|.
16 509 b: (i eyi o t o v t ü v xoutáW eo t iv f| áSi xía x<j> áftixovvxi.
alma, el único que la corrompe y estraga, del mismo modo exac- 17 523 a: á>s áXíiBij yaQ ovxa aot fi pÉXXio Xéytw-

HUmbóN
NATURALEZA Y DESTINO FINAL DEL ALM A 333
.‘132 NATURALEZA Y DESTINO FINAL DE L A L M A
corregible”. Cuando, por el contrario, llega el alma de quien
y desnuda, ante jueces igualmente desnudos y muertos, y capa vivió santamente en el culto de la verdad, queda el juez prendado
ces, por tanto, de ver directamente las almas que van llegando de su belleza y la manda a las Islas de los Bienaventurados. Y
ante ellos, en el estado que guardan al desprenderse del cuerpo. así como el tirano es por lo común el condenado al eterno su
Pues así como en el cadáver, mientras no se descompone, son plicio, así, por el contrario, el alma más hermosa será las más de
visibles las señales de todos los accidentes por que aquel cuerpo las veces la del amante de la sabiduría, la del “filósofo” que
pasó en su vida: cicatrices de heridas o de azotes y deformidades no se ocupó en su vida sino de las cosas que como tal le ata
de todo género, así también son perfectamente visibles en el ñen, sin dispersarse en una agitación estéril.20 T al es, en suma,
alma, una vez despojada del involucro corpóreo, los rasgos fi- el proceder de este tribunal irreprochable que componen los
sonómicos que, así para hermosearla como para deformarla, im _.tres jueces designados por Zeus: Eaco, Radamanto y Minos, el
primió en ella la conducta del hombre en su vida mortal. Es cual, a modo de presidente del tribunal, está en su trono, tal
la endélosis que la torna del todo transparente a la mirada del como lo describe Homero, “empuñando el áureo cetro y ad
juez, para el cual no hay acepción de personas ni de condiciones. ministrando la justicia a los difuntos”.
Puede ser, inclusive, el alma del Gran Rey, pero si Radamanto T al es también, a su vez, según el texto que apenas si hemos
comprueba que no hay en ella parte sana, que toda ella está alterado para resumirlo, este admirable mito de tan alta poesía
llagada y ulcerada (el texto emplea aquí los mismos términos que como profunda significación moral. Justicia y Resjxmsabilidad,
a propósito de estas dolencias del cuerpo) por perjurios e injus Castigo y Perdón, Arrepentimiento y Purificación, éstas podrían
ticias, por el orgullo y la intemperancia, la envía sin más a la ser, según dice Stewart en su comentario,21 sus ideas cardinales,
prisión para sufrir la pena correspondiente. y que por vez primera, además, encuentran plena expresión
De estos condenados hay unos que van a un suplicio temporal, en la literatura helénica. La de responsabilidatf ante todo, en
hasta que su alma no se cure de sus lesiones y pueda esperar cuanto que cada hombre, y nadie sino él, es responsable de su
una suerte mejor, sin decírsenos aquí si será una reencarnación destino eterno. En seguida, y con deslumbrante claridad, la per
o el tránsito final al coro de los bienaventurados. En cuanto a fecta justicia del ultramundo, en el cual no es ya la bienaven
los que, por haber cometido los crímenes supremos, pueden con turanza, como antes en Homero, el privilegio de unos cuantos
siderarse como incurables o incorregibles, a éstos les aguardan los favoritos de los dioses y por su mero capricho, sino la “corona
tormentos mayores, los más dolorosos, y sobre esto eternos.18 de justicia” (¿o no lo dice de hecho así Platón antes de San
Allí estarán sin fin, en la prisión del Hades, si ya no para su Pablo?) debida al hombre justo y pío. Y del mismo modo, en
propio provecho, sí como ejemplo terrible a los demás. El número fin, se ejerce esta justicia en lo tocante a los pecadores (8iá
de estos infelices nadie lo sabe, pero lo que sí puede conjeturarse xct; ápapxíac), condenando a unos al castigo que es purifi
es que fueron en su mayor parte tiranos o políticos en general, cación (xá0ap<ng), y a los otros al eterno suplicio.
ya que el poder orilla de ordinario a la comisión de los crímenes A tal punto es impresionante esta discriminación que hace
más odiosos. Por excepción podrán hallarse hombres de Estado Platón entre infierno y purgatorio, que los escritores protestan
justos, pero es difícil y singularmente meritorio mantenerse uno tes, negadores del purgatorio como dogma, han llegado a sos
bueno durante toda su vida, cuando tiene toda la libertad de tener que la Iglesia lo recibió, sin ningún apoyo escriturario,
hacer el mal. “La mayoría de los poderosos, mi excelente amigo, de la tradición platónica vigente en los Padres griegos. L a Igle
— dice Sócrates dirigiéndose a Calicles— acaban por perver sia Católica, por su parte, se hace fuerte tanto en la tradición
tirse.” 19 apostólica como en el texto de los M acabeos, donde se nos cuen
Al purgatorio o al infierno, porque de esto se trata en realidad, ta cómo Judas Macabeo mandó ofrecer sacrificios expiatorios
envía, pues, Radamanto a éstos o a aquéllos, después de ha por los muertos en la batalla, “a fin de que les fuesen perdona-
berles estampado el consiguiente marbete de “corregible” o “in-
“" j l 'C c : ... (j. i/.uaóq.ou xa uúxoO ao«| avxo? stea ju ' i rtoéujxeavtU)ví)<iav-
18 524 e: t o l nÉyujxa x ai ófiwnQÓxaxa xai tpoPrpcáxaxa jtáBr) rárr/ovxac; x o ;-•.
xóv del xoúvov. 21 T h e M y th s o f P la t o , p . 126 y ss.
19 526 b: oi fié .'ui/./.oí, <5 apune, xaxol yíyvovxai x<5 v fiuvaaxóW.
331 N A T U R A L E Z A Y DESTINO FINAL DEL A L M A NATURALEZA Y DESTINO F I N A L D E L A L M A 335

dos sus pecados” ,22 lo que da a entender que en algún lugar inmortal, ya que no puede matarla la enfermedad que le es
de ultratumba, distinto del infierno propiamente dicho, es posi propia, ni, menos aún, la que le es extraña.
ble alcanzar esta remisión. Es evidentemente ajena a nuestro Desde la antigüedad se dudó mucho, y con razón, del valor
estudio la discusión dogmática, pero sí nos parece fundada la probatorio de este argumento. Ya Cicerón reproducía la obje
conjetura de que, concurrentemente con el dato escriturario o de ción de su maestro Panecio, según el cual no hay ninguna ra
revelación divina en general, muy bien pudo haber contribuido zón, mientras por otra vía no se demuestre lo contrario, para
la representación tan viva del purgatorio platónico, en los Pa hacer del alma la única cosa a la que su propio vicio —en esto
dres griegos por lo menos, a enriquecer el contenido imagina estaba de acuerdo con Platón— no la destruya. Podría no des
tivo del dogma cristiano. Y lo que fuera de toda conjetura es truirse al mismo tiempo que el cuerpo (de la posibilidad de este
asimismo muy interesante, es el paralelo (si fortuito o no, dí asincronismo se hace cargo el F ed ón ), pero en todo caso no
ganlo los eruditos) que encontramos en la D ivina C om edia. Al se ve por qué, si el cuerpo enfermo acaba por perecer, no ha
entrar Dante por la puerta del purgatorio, y de modo seme de sucederle lo mismo al alma enferma.24
jante a como lo hace Radamanto en el mito platónico, lo mar Sea, en fin, del argumento lo que fuere, viene en seguida
ca el ángel guardián con siete Pes (los siete pecados capitales), el mito, que esta vez se pone en boca de un soldado llamado
impresas en su frente con la espada del ángel, y le dice cómo Er, natural de Panfilia, el cual, habiendo muerto en una batalla,
ha de lavarse de esas llagas en su viaje por el purgatorio: volvió a la vida al cabo de algunos días, cuando sus compañe
ros se disponían a incinerar su cadáver en la pira funeraria, y
S elle P nella fron te m i descrisse se puso a contarles lo que había visto en el otro mundo. Su
C o l p u n ton d ella sp ad a, e : ‘F a ch e lavi, alma y otras muchas habían llegado a un lugar maravilloso25
Q uando se’ d en tro, qu este p i a g h e d i s s e .23 con cuatro salidas o aberturas, dos hacia el cielo y dos hacia la
región subterránea. Entre las cuatro aberturas tenían su asiento
los jueces, los cuales, luego de pronunciar su sentencia, orde
L a inm ortalid ad en la República naban a las almas justas subir al cielo por la salida correspon
Como tenía que ser dada su dignidad, y por ser igualmente diente, y a las almas injustas, por el contrario, tomar el cami
la justicia su tema central, la R ep ú b lica se corona a su vez con no de la profundidad. Las otras dos aberturas, a su vez, no eran
un gran mito escatológico, aunque esta vez precedido de una de salida sino de entrada, y por ellas vio Er cómo volvían de
prueba filosófica sobre la inmortalidad del alma. No será muy arriba o de abajo, después de haber estado por mil años en aque
convincente, pero hay que exponerla tal cual es. llos lugares, almas en muchedumbre infinita: unas, las que emer
El punto de partida es la comprobación, expuesta en el gían del seno de la tierra, extenuadas y polvorientas, y las otras,
Gorgias, de que, así como la enfermedad es el vicio del cuerpo que descendían del cielo, puras por todo extremo. Y al verse
y la causa de su corrupción, y luego de su muerte, la injusti todas ellas se saludaban y se contaban sus aventuras, unas gi
cia es el vicio del alma y el agente de su corrupción. Ahora miendo y llorando al recuerdo de lo que habían padecido en
bien —es éste el paso que la R ep ú b lica da sobre el G orgias— el expiación de sus pecados, y las otras, las peregrinas del cielo,
alma no puede perecer por la enfermedad del cuerpo, que le és tratando de evocar aquellos espectáculos de indescriptible belle
del todo ajena, y lo notable es que tampoco perece por la enfer za. De las primeras, empero, de las prisioneras del Tártaro, no
medad que le es propia, la injusticia, ya que, por lo que pode todas volvían a la superficie, no obstante haber cumplido su
mos observar, los injustos no mueren más pronto que los justos,
antes por el contrario parecen aquéllos estar en gran lozanía, a Ci cer ón , T u scu la n a s, I , 79: “ N i h i l esse q u o d dol eat q u i n i d aegr u m esse
despecho de su conducta injusta. El alma, por consiguiente, es qu oqu e possi t . Q u od au t em i n m or bu r a r adar , i d et i ar a i n t er i t u r u i n , dol er e
au t em an i m as, er go et i am i n t er i r e” .
2= R e p . 614 c. Est e Sai p óvi og t ó ji o ? es l a misma p r ad er a (Xei pár v) de
22 il M ac. 12, 46. que se nos h ab l a t an t o en el G org ias com o en el F e d ó n , au n qu e con l as
£3 P u rg. IX, 112. pecu l i ar i d ad es t opogr áfi cas q u e r esu l t an d el t ext o.
336 NATURALEZA Y DESUNO FINAL DEL A L M A
NATURALEZA Y DESTINO FINAL DEL ALM A 337
milenario de tormento. Entre ellas estaba el alma de un cierto
tirano de Panfilia, que en vida se llamó Adreo el Grande, pa Cuando todas las almas hubieron elegido su suerte y condi
rricida y fratricida, al cual, cada vez que intentaba salir jxir ción, las encaminó Láquesis hacia sus hermanas Cloto y Atro
el orificio, lo volvían a sumir, como ministros de la justicia, pos, las cuales ratificaron la elección de aquéllas al pie del
unos extraños personajes de aspecto salvaje y que exhalaban trono de la Necesidad. Acto continuo pasaron a la llanura por
fuego. Al sancionar esta repulsa, dijo uno de los jueces: "En donde corre el Leteo, con su afluente el Amelés,29 de cuyas
cuanto a éste, no podrá jamás venir aquí.” aguas bebían las almas, unas con derta contención y otras des
Siete días pasaban las almas en la pradera del juicio y del atentamente. Luego se dormían todas, y a medianoche, entre un
retorno, todo a la vez, y al cabo de ellos partían todas a un lugar terremoto acompañado de truenos, volaban a su renacimiento,
bañado de una luz muy semejante a la del arcoiris pero más bri a la región superior, con la velocidad de las estrellas errantes.30
llante y más pura. Allí estaban las tres Parcas: l.áquesis, Cloto A Er, sin embargo, se le impidió beber del agua del olvido, a
y Atropos, hijas de la Necesidad, que presiden respectivamente fin de que pudiera recordar lo que había visto cuando, sin
al pasado, al presente y al futuro de los mortales. Ante ellas saber cómo, volvió a la vida y se encontró tendido en la pira.
se alineaban las almas conducidas por un hierofante, para escu “Y así, Glaucón —agrega Sócrates—, se salvó este relato y
char la proclama de Láquesis a las “almas efímeras” ,26 anun no se perdió, y aun nos puede salvar a nosotros si le damos
ciándoles que iban a comenzar una nueva carrera y renacer crédito, con lo cual pasaremos felizmente el río del Olvido y no
a la condición mortal. Que en cuanto al género de vida que mancillaremos nuestra alma. Antes bien, si os atenéis a lo que
habían de llevar en su nueva vida, no sería la suerte ni Lá os digo y creéis que el alma es inmortal y capaz de recibir todos
quesis m ism a27 quien lo decidiera, sino la libre elección ele cada los males, como igualmente todos los bienes, iremos siempre
una. Dicho esto, fueron cayendo ante las almas, y en número por el camino de lo alto y haremos cuanto depende de nos
mucho mayor que el de ellas mismas, ciertos objetos que desig otros para practicar la justicia y la sabiduría. De este modo
na el narrador como formas, tipos o modelos de vida.28 Todas seremos amigos de nosotros mismos y de los dioses, tanto du
las vidas posibles estaban allí, desde la del tirano hasta la del rante nuestra permanencia aquí como cuando hayamos reci
mendigo, y entre ellas escogían las almas con mayor o menor bido, a la manera de los vencedores que los van recogiendo en
discernimiento. Y lo que había sorprendido a Er de manera los juegos, los galardones de la justicia, y podamos ser felices
particular, había sido la elección del alma del héroe Odiseo, el tanto aquí como en el viaje de mil años que hemos descrito.” 31
cual, exento ya de su ambición por lo que había pasado en su Con estas palabras cierra Platón el diálogo de la R e p ú b lic a ;
purgatorio subterráneo, había escogido esta vez la vida de un con esta salutación de buen agüero dirigida a todos cuantos
simple particular alejado del todo de los negocios públicos. sigan el camino de la justicia, allí mismo trazado con todo
Allí estaba la suerte futura del avisado héroe que la prefirió a pormenor. En cuanto al mito mismo, son patentes sus concor
la pasada, y que la mayoría, desdeñándola, había dejado en un dancias con el del G orgias, en lo que atañe sobre todo al modo
como tiene lugar la justicia de ultratumba. Y son igualmente
rincón.617
bien perceptibles sus elementos nuevos, como la reencarnación
y la reminiscencia, aunque esta última se hace depender apa
6 17 d : q i vxai ¿(pi i peooi - «o en el sen t i do de qu e pi er den su i n m or ­
t al i dad, si n o por qu e pasan d e u n o a ot r o cu er po, asi sea con m i l años de
rentemente de algo tan fortuito como de haber bebido el alma
i n t er m edi o, en sus sucesi vas r een car n aci on es. más o menos agua del río del Olvido. Pero lo más extraño es
27 D e h ech o vi en e a ser lo m i sm o, ya q u e Aú y.eoi ; vi en e d e }.¡xy/ úvoo: esta elección prenatal que cada alma hace de su destino al vol
ech ar suer tes. ver a la tierra, y que luego ratifica irrevocablemente, desde su
28 618 a: x a xórv (Jíoiv n aGaSeíyp axa- En opi n i ón de St ewar t , Pl at ón alto trono, la Necesidad. Es una predestinación muy sui generis,
pudo h aber t om ado est a expr esi ón de l as i m ágen es vot i vas qu e se acos­
t u m br aba pon er en l as t um bas, y qu e er an u n a r epr esen t aci ón pl ást i ca de
l a act i vi d ad o pr ofesi ón qu e h abi a t eni do el d i f u n t o. Con l a con n ot aci ón 29 U n o y ot r o pu eden t r ad u ci r se p or “ r ío d el o l vi d o” , au n qu e el se­
gu n do ser i a, con m ayor pr eci si ón , el d e l a n egl i gen ci a.
q u e t i en e el t ér m i n o en l a con oci da obr a d e Sp r an ger , “ for m as de vi d a”
pod r ía ser qui zás l a m ej or t r adu cci ón m od er n a d e l a expr esi ón pl at ón i ca. so R e p . 621 b : ...f i veo e l ; xr)V y é\ e a iy . gx x o v x a; ó x j .t í o ácr t ép a;.
* 1 621 c-d.
338 NATURALEZA Y DESTINO F I N A L DE L A L M A N A T U R A L E Z A Y DESTINO FINAL D E L A L M A 33!)

una predestinación que parte de la libertad, pero sin el conoci go— no se entiende bien sino en función de los otros con que
miento suficiente de lo que lleva consigo cada una de las for guarda aquél armonía o contrapunto.
mas de vida que se ofrecen a las almas en la pradera de la elec La retórica y el amor se conectan desde el principio, desde
ción. Apenas ciertas almas, como la del prudente Odiseo, saben que vemos a Fedro someter a la consideración de Sócrates un
bien cuánto mejor les está, desde la perspectiva de la eternidad, discurso sobre el amor, escrito por el gran retórico Lisias. Como
el preferir en este mundo una condición anónima a otra que, Sócrates, al contrario de Fedro, no siente la menor admiración
precisamente por encumbrada, es más proclive a la práctica del por dicha obra, se ve obligado, para justificar su disidencia con
mal. Con todo ello, sin embargo, no puede desconocerse que respecto a Lisias, a hacer él mismo otro discurso —de hecho
Platón fue el primero en intentar establecer la conciliación entre son dos —sobre el mismo tema. No es éste el momento de exa
la libertad y la necesidad en el problema de la predestinación; minar su contenido, como tampoco la discusión que luego sigue
y hablando con franqueza, no han podido tampoco resolverlo, tanto sobre la retórica como sobre el amor; y lo único que por
no obstante contar ya con la teología revelada, ni los mayores ahora nos importa hacer notar es cómo uno y otro tema suscitan
teólogos en la cuestión, como Báñez o Molina. En condición a su vez el del alma. Por parte de la retórica, si se tiene pre
más desventajosa, Platón tiene que habérselas él solo, como sente que ella no es otra cosa que una psicagogia, es decir el
Jacob con el ángel, con el tremendo problema, y con el otro, arte de conducir a las almas por la palabra; 33 de donde resulta
conexo con aquél, de la caíd a de la naturaleza humana, que que el conocimiento del alma se impone necesariamente a todo
igualmente entrevió y sintió como dato de la conciencia refle aquel que pretenda en serio adquirir el dominio de la retórica.
xiva. De qué modo se esfuerza por encontrar una explicación El conocimiento del alma, además, será lo único que podrá
racional de estas vivencias contradictorias: libertad y necesidad fundar la distinción que hacemos entre la falsa retórica que se
por una parte, integridad y caducidad por la otra, es lo que contenta con la opinión y con lo verosímil, y la verdadera retó
vamos a ver en seguida en otro diálogo que es también de in rica, la filosófica, que aspira a comunicar al oyente el autén
comparable profundidad y riqueza. tico saber. ¿Pero cómo podremos demostrar la superioridad de
ésta sobre aquélla y su razón de ser, si previamente no hemos
hecho ver la intencionalidad del alma con respecto a la verdad
L a in m ortalid ad en el Fedrc» absoluta? Esto por lo que hace a la retórica; y por el lado del
amor, a su vez, está bien claro que, sea cual fuere su naturaleza
L a discusión sobre la cronología del F ed ro está aún hoy lejos
específica, el amor es ante todo un estado o afección (itá0og)
de terminar. En general se acepta, contra lo que creyó Schleier-
del alma, y no podemos, en consecuencia, distinguirlo de los
macher, que es un diálogo de madurez, e inclusive posterior
demás si no tenemos una idea cabal y comprensiva de los esta
a la R e p ú b lic a ; y por lo demás, no es algo que deba embarazar
dos y operaciones del alma.33
lo único que aquí y ahora nos preocupa, que es la crítica in
Es así, en suma, cómo prorrumpe el tema del alma en el
terna del texto. Y lo primero de todo será ver cómo entra aquí,
movimiento natural del diálogo, y sin dar mayores explicacio
dentro de otro contexto muy diverso del de la R e p ú b lica , el
nes, Sócrátes dice sencillamente que el principio de su demos
tema del alma.
tración es el siguiente: toda alma es inmortal.31 De ella hay
Según resulta con toda evidencia de su simple lectura, es el
que saber esto ante todo, para saber luego todo lo demás que
F ed ro uno de los diálogos platónicos de mayor riqueza te
pueda ser. Y tal como lo ha hecho en la R ep ú b lica , Platón nos
mática, y fue esto lo que indujo a Schleiermacher a tener por
ofrece aquí también una breve prueba de su aserto, seguida
un programa lo que hoy se tiene comúnmente por una recapi
luego de un amplio mito.
tulación, aunque, como tenía que ser tratándose de Platón,
Por más que no se formula rigurosamente en estos términos,
con numerosos elementos hasta entonces inéditos. Cinco temas
por lo menos: la retórica, el amor, las ideas, la belleza y el
32 t e d i o , 2 11 a: r| ónTo<?uci) áv eit | xé-/yx\ iJnixaYWYÍa US Siá Xóyarv.
alma, entran en la composición del F ed ro , una verdadera sin 33 245 c: jt á0i i ve x a ! tQyo..
fonía en la cual cada uno de sus temas —el del alma desde lue 34 ¿bid.: á.Qxn bk ái t oSeígeai s i|nrxil n a c a á0 áv ax n ;.
340 N A TURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A LM A N ATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A L M A 31 I

la prueba se reduce de hecho al siguiente silogismo: Todo Que la noción de alma incluye necesariamente la noción de
lo que se mueve a sí mismo es inmortal. Ahora bien, el alma automovimiento o vida, que viene a ser lo mismo, es algo evi
es una cosa que se mueve a sí misma. Por consiguiente, es dente por sí mismo, y es mérito indiscutible de Platón el haber
inmortal. nos dado estos conceptos que hasta hoy continúan vigentes, por
La dificultad, como salta a la vista, está en la premisa mayor, lo menos en la filosofía escolástica. “C on cep tas form alis vitae.
y por algo insiste Platón en ella con mucho mayor profusión ni eo consistit, q u o d vivens sit subslan tia se m ovens ab intrínse
que en la menor. De las cosas que existen, en efecto, unas co”.37 En este sentido, y siempre dentro del concepto, es igual
son movidas por otra, y al dejar ésta de actuar, cesa para mente cierto que no puede concebirse un alma privada de vida,
aquéllas su movimiento, y en ciertos casos su existencia misma. un alma, como si dijéramos, en estado de muerte. Pero inme
Lo que se mueve a sí mismo, por el contrario, no deja jamás de diatamente hay que introducir la restricción de que no es po
estar en movimiento —¿por qué razón habría de cesar en él?—, sible concebirla así m ientras exista; ahora bien, este hiato evi
antes bien es, para todo aquello que viene al movimiento y a la dente entre el concepto y el ser es el que suprime arbitraria
existencia, fuente y principio de ambos.35 Pero un principio, ade mente, al salvarlo de un salto, el argumento ontológico. Dicho
más, es algo ingénito, ya que de otro modo no sería verdadera en otros términos, la existencia del alma, no su existencia d e
mente un principio. De él procede la generación, pero él mismo facto, que es un simple dato de observación inmediata, sino su
no puede recibirla de nada. Y siendo inengendrable es también existencia de iure, desde o para toda la eternidad, es algo que
incorruptible, estando como está fuera por completo del orden debe demostrarse por otra vía, y no por el solo concepto del
de la generación, y consecuentemente de la corrupción. En la alma.
hipótesis de que pudiera perecer el supremo principio automo Lo que prueba demasiado, nada prueba, y este viejo adagio
tor, se vendrían abajo (st’c) todo el cielo y la generación entera, escolástico tiene aquí aplicación cabal. Si el alma humana hu
que de aquél reciben su movimiento. biera de ser inmortal y eterna por la sola razón de ser auto
Demostrada así la premisa mayor y pasando a la menor, pode motriz, tendría que serlo igualmente, ya que tiene el mismo ca
mos ver sin dificultad cómo el cuerpo animado es movido por rácter, el alma de los animales irracionales.38 No creemos que
el alma, pero ésta, a su vez, no es movida sino por ella misma, nadie en serio lo sostenga hoy, por lo menos dentro de la filo
y es este carácter lo que constituye su esencia y su noción: oúoía sofía occidental, y desde luego una escuela tan animista como lo
t e xal Xóyog. Y si esto es así, si lo que se mueve a sí mismo es la escuela aristotélico-tomista rechaza sin vacilación la in
no es otra cosa que el alma, se impone necesariamente la con mortalidad del alma que, como pasa en los irracionales, es pu
clusión de ser ella tanto ingénita como inmortal.30 ramente vegetativa y sensitiva. La sentencia común es la de que
Conforme a lo que dice Sciacca en su comentario, ésta sería por más que el alma, toda alma en general, sea —como la vida
la prueba on tológ ica de la inmortalidad del alma. No sólo de misma cuyo principio es— algo distinto e irreductible a las solas
su inmortalidad, a lo que nos parece, sino de su eternidad ab fuerzas físico-químicas del organismo vivo, no por esto ha de
soluta, a p a rte an te y a p arte post, como corresponde a lo que es entenderse que sea ingenerable ni incorruptible, sino tan sólo
al mismo tiempo ingenerable e incorruptible. Al igual que la cuando tengamos la evidencia de que cumple ciertos actos por
prueba ontológica por antonomasia, la que con este nombre sí misma y con entera independencia del cuerpo que anima.
se conoce en la historia de la teodicea, parte aquélla de la esen Cuando no, cuando todos sus actos sin excepción no sean de ella
cia de la cosa para terminar en proposiciones concernientes a su sola, sino del compuesto viviente, habrá que decir entonces que
existencia y atributos, y está expuesta, por lo mismo, a objecio esta alma, según lo enuncia Santo Tomás, depende absoluta-
nes semejantes a las que tradicionalmente han sido formuladas
a la prueba anselmiano-cartesiana sobre la existencia de Dios. 3" H u gon , P h ilosop h ia naturalis, París, 1934, p. 321.
38 Lógico consigo mismo, Plat ón no parece hacerle aspavient os a esta
as 245 c: t ¿ v ¿ 0 aÚTOxívnwv áOávaxov . . ■ t o v t o .t i l t i l xal üo/i] x.ivricrEtog' conclusión, antes por el cont rario adm it e expresam ent e (P edro, 249 b) la
ágxñ 8é áY¿VT|Tov. posibilidad de que un alm a que fue hum ana pueda pasar a ser, en el ciclo
3« 246 a: áv áyx r ) ; ávévr i t o v t e x a l áO áv aw v qn)XT|. de las reencarnaciones, un alm a best ial, y viceversa.
NATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A L M A .'113
342 N ATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A LM A

mente de la materia in esse et op erari, y que, por tanto, es en tronco de caballos y su cochero, sostenidos todos por alas. En l<>
todo solidaria del cuerpo, en la vida y en la muerte.89 que concierne a los dioses, tanto el cochero como los caballos
Digamos, por último, que, en la prueba que estamos conside son excelentes y de buena raza; en las otras almas, al contrario,
rando, Platón pasa por alto la distinción entre el principio en hay mezcla en su constitución. En lo que hace a nosotros Jos
sentido absoluto y el principio o los principios en sentido rela hombres en particular, el conductor guía una pareja de corceles,
tivo, es decir con referencia y dependencia del primero. Del Pri de los cuales uno es hermoso y bueno, pero el otro es diferente
mer Principio, del que es Causa Primera del movimiento del y formado de elementos contrarios, por lo que un tronco se
universo, sí puede y debe predicarse todo cuanto dice Platón, mejante es penoso y difícil de guiar.
y que repite Aristóteles a propósito del Primer Motor, aunque Por el cielo y su región superior van los carros de las almas
con la muy importante corrección de que éste es inmóvil, ya que en una eterna cabalgata. Con una condición, sin embargo, que
el movimiento, el automovimiento inclusive, implica la imper es la de conservar cada una su estructura alada, la cual se nutre
fección que supone el tránsito de la potencia al acto. De los y fortifica con todo lo que es divino, bello, sabio y bueno, y pe
principios derivados, en cambio, no puede sin más decirse otro rece, en cambio, con la contaminación de lo contrario. Lo pri
tanto, sino que tendrán la inmortalidad o incorruptibilidad que mero es el caso de los dioses, a cuya cabeza marcha el carro de
en su esencia haya querido imprimir el Primer Principio, al Zeus, seguido por un ejército de dioses y demonios. Sin dificul
dotarlos del automovimiento, pero como don transitorio y en tad llegan todos, en el curso de sus revoluciones circulares, a
todo caso revocable. Y a este propósito, no podemos menos de lo más alto de la bóveda celeste, y una vez que la rebasan, con
señalar la contradicción que hay —así la vemos sinceramente— templan las Realidades que están fuera y por encima del cielo
entre la eternidad del alma y por su propio derecho, tal como se y su convexidad, en el lugar supraceleste que recibe el nombre
nos muestra en el Fed.ro, y la concepción del T im eo , con arreglo de Pradera de la Verdad.42
a la cual el Alma del Mundo, que es de todas la suprema, es en Ningún poeta de esta tierra ha cantado hasta ahora un himno
gendrada por el Demiurgo.40 en honor de este lugar, y ninguno lo cantará jamás dignamente.
No hemos de alargarnos más en esto, y lo que importa dejar Pero hay que tener el valor de decir la verdad, y sobre todo
bien sentado, en conclusión, es que Platón se ha esforzado, tanto cuando nuestro discurso es sobre la Verdad. Pues bien: la rea
en éste como en los demás diálogos, en demostrar por la vía lidad que realmente es, sin color, sin figura, impalpable; aquella
racional la inmortalidad del alma, más aún, su preexistencia. que no puede contemplar sino el piloto del alma, el intelecto,
Pero en cuanto a declarar en términos adecuados su naturaleza y que es el patrimonio del genuino saber, es la que ocupa este
esencial, es decir su “idea”, considera Platón, aquí en el F ed ro,41 lugar.43 De estas realidades se nutre el pensamiento de los dio
que está por encima del entendimiento humano, y que será ses, y también el de toda alma que se cuida de recibir el ali
mejor, por lo mismo, hacerlo en una “imagen” o mito. Veámos- mento que le conviene, cuando tiene ante sus ojos la justicia
lo tal cual es, con el mayor apego posible a la letra del texto, y la sabiduría tal como son en sí mismas, y un saber no sujeto
dejando para después la elucidación de sus múltiples aporías. al devenir ni a la diversidad, sino que se aplica a la realidad
que realmente es. Una vez, pues, que ha contemplado el alma
E l m ito escatológ ico d e l Fedro estas realidades, y después de haberse regalado con ellas, vuelve
de nuevo al interior del cielo, y va a aposentarse en su morada.
El alma, pues, y así la de los dioses como la de los hombres, Al llegar allí, el cochero conduce a los caballos al pesebre, don
es semejante a una fuerza natural que mantiene unidos a un de les sirve ambrosía y les abreva con néctar. T al es la vida de
los dioses.
3 » “ Et sic m anifest um est, quod anim a sensit iva non habet aliquam
operat ionem propriam per seipsam; sed omnis operat io sensit ivae anim as
est coniunct i. Ex quo reli n quit ur , quod, cuín anim ae brut orum per se non 42 *47 b; ént x<¡» xoí oÚQavov vcút <s>•. • xa EÍjto xoo oúgavoü • • xí|$
operent ur, non sint subsistentes” . Sum. T h e o l., i, L X X V , 3. <U.T]0eía5 n efi íov...
40 T im eo , 54 b. 43 247 c: f| yájQ áxQ<ó|¿axo; x e x al ácxniiáxujxog ávatpfig oíioía
41 246a: jteyt 8é xtjg Í 8éag aú rqg ... íwxios overa, yn)x% xupeovrixu nóvqr Osaró-
344 NATURALEZA Y DESTINO FINAL D EL A L M A N A T U R A L E Z A Y DESTINO FINAL D E L A L M A 34 í»
En cuanto a las otras almas, las cosas van muy de otro modo. no recobra sus alas), con la sola excepción del hombre que haya
La subida a la bóveda celeste, en primer lugar, se hace con gran sido amigo sincero de la sabiduría o que haya amado a los jó
dificultad, porque los caballos no están, como los de los dioses, venes con amor filosófico. Un alma de esta especie, y si ha esco
bien equilibrados, y no son ambos, por tanto, igualmente dóci gido, además, tres veces consecutivas el mismo género de vida,
les a las riendas, sino que el caballo de mala constitución, pe vuelve a cobrar sus alas a la tercera revolución milenaria y re
sado como es, arrastra hacia la tierra. En la lucha por dominar torna definitivamente a su primera morada. En cuanto a las
lo, y alzando apenas la cabeza, el auriga no podrá ver sino unas demás, son juzgadas al término de su primera existencia, y unas
pocas de aquellas realidades supracelestes, y otras almas ni van a las prisiones subterráneas a expiar su culpa, mientras que
ésas siquiera. La mayor parte, extenuadas de fatiga y sin haber las otras suben a cierto lugar del cielo para vivir allí la vida
podido iniciarse en la contemplación de la verdad, acaban por que han merecido de acuerdo con su existencia humana. Al
caer en la Opinión y por apacentarse de ella. Al faltarles el ali cabo de mil años vuelven unas y otras al reparto de su segunda
mento que reciben de aquella visión, pierden su fuerza las alas existencia, que esta vez eligen por su voluntad. Y en este mo
y viene finamente el descenso a la tierra. mento, bien puede un alma humana ir a dar la vida a una bes
En esta primera caída, o sea en su primera encarnación, no tia, o volver a la condición humana después de haber tenido
hay elección por cada alma de su suerte futura, sino que rige la condición bestial, con tal que previamente haya estado en un
la ley de Adrastea,44 con arreglo a la cual los destinos mortales hombre. La razón de esto es que no hay vida humana propia
guardan una proporción con el grado de contemplación que mente tal sino sobre la base de la reminiscencia, así sea en grado
cada alma haya tenido mientras seguía el cortejo de los dioses. ínfimo, de las supremas realidades inteligibles. Por esto no
De este modo, el alma que más vio lo de allá, irá a alojarse puede nacer el hombre de la bestia, sino de otro hombre, inclu
en el germen de un varón que será amigo de la sabiduría, o so cuando se haya degradado temporalmente en bestia; y por
de la belleza o la cultura, y entendido en amor; la del segundo esto también, porque la elevación es proporcionada al verdadero
rango, animará un rey respetuoso de las leyes, o guerrero y conocimiento, sólo vuelve a echar alas el pensamiento del fi
apto para el mando; la tercera, un político, o bien un buen ad lósofo.40
ministrador y hombre de negocios; la cuarta, un atleta o un Muy a nuestro pesar tenemos que cortar aquí, para reanudar
médico; la quinta, un adivino o iniciador en los misterios; la la en el lugar oportuno, la narración del mito, porque io que
sexta, un poeta o practicante de la imitación en general; la falta, y que es mucho aún, tiene que ver sobre todo con los otros
séptima, un artesano o labrador; la octava, un sofista o un de temas del amor y la belleza, por cuya virtud, no menos que por
magogo; la novena, un tirano. Todas las almas sin excepción, la filosofía, vuelven a crecerle al alma sus alas. No es fácil re
por lo tanto, pasan así, en su primera encarnación, a animar un signarse a esto de tener que disociar lo que tan estrechamente
cuerpo humano, pero siempre a condición de que hayan tenido está unido en la filosofía platónica,47 y el mito, además, pierde
antes alguna visión, por mínima que sea, de las realidades inte no poco de su encanto al no ser absorbido, tal y como su es
ligibles. No es posible, en efecto, que llegue a asumir esta fi tructura lo demanda, de un solo golpe. Pero a estas operaciones
gura que es la nuestra, el alma que jamás vio la Verdad.45* de composición y división ha de resignarse el intérprete de Pla
En todos estos estados, el alma que ha vivido según la justicia tón, sea quien fuere, y no para decir más de lo que él dijo, sino
recibe su recompensa al término de su primera existencia te simplemente para tratar de entender lo que dijo, y en fun
rrena, y su castigo, en cambio, aquella que ha vivido según la ción de la mentalidad o cosmovisión propia de cada época.
injusticia. Ninguna de ellas, empero, vuelve al punto de que El mito del FecLro, lo hemos dicho ya, es uno de los más
partió sino al cabo de diez mil años (porque antes de este tiempo complejos y comprensivos de toda la mitología platónica. Es des-

44 J.a I n e v ita b le , epít et o de Ném esi s (de vé|Uú, d i st r i bu i r ), per son i f i ca­ 46 24g c: 8ió 8t | Si xaíox; pór r) itXEQOÜxai f| xoü qpiXoaórpoi) 8i ávoi a.
ci ón de la j u st i ci a d i st r i bu t i va. 47 “ I I est d i f fi ci l e, n ous le const at on s d ’un bou t á l ’au t r e, de sépar er
45 2 /)<j b: oú ytirj f¡ ve prjttoTe ISoñoa xryv á?.T|0 £cav el; xóBe f||ei xo la doct r i n e de l ’Am o u r de l a d oct r i n e d e l 'Am e” . Ro b ín , L a t h é o r ie
p la to n ic ie n n e d e l’a m o u r , Par ís, 1964, p. 90.
oznnu.
346 N A T U R A L E Z A Y DESTINO F I N A L D E L A L M A
N A T U R A L E Z A Y DESTINO FINAL D E L A L M A 317

de luego un mito escatológico, pero también, y en mayor me bien, y según la muy pertinente observación de Léon Robin,111
dida aún, un mito arqueológico, por cuanto que tiene que ver en ningún diálogo como en el F ed ro se expresa con igual cla
igualmente con la preexistencia de las almas y no sólo con sus ridad la completa separación de las Ideas con respecto al mun
postrimerías, y es por último, según la denominación de Stewart, do de la experiencia sensible. Porque en este mundo, después
un mito etiológico, por ocupar en él un lugar tan conspicuo la de todo, así sea en la región superior de este cielo nuestro, viven
causalidad de las Ideas. Y en todos estos aspectos: etiológico, los mismos dioses, ya no digamos las demás almas en su condi
arqueológico y escatológico, su interpretación es en muchos pa ción prenatal; pero cuando en su alada cabalgata rebasan la
sajes de lo más difícil, sobre todo si le damos el valor alegórico bóveda o “espalda” del cielo (é-rci, ttoO oúpavoñ vtímu) para
que indiscutiblemente tiene y que le reconoce en general la crí asomarse a las realidades que están fuera del cielo (va £¡;w t o ü
tica contemporánea. No se trata, en efecto, de un mito de puro otipavoü), ven literalmente otro inundo, que es el de la Verdad.
entretenimiento, o portador a lo más de cierta moraleja, como A él no pueden pasar para habitar en él, sino que tienen que
lo son otros que andan por los diálogos platónicos: el de la volver a sus moradas olímpicas, en definitiva a este mundo
Atlántida, el de Hércules, el de Prometeo y Epimeteo, etcétera, nuestro, pero de las Ideas reciben no sólo su felicidad, sino su
en todos los cuales sabe bien Platón que esta tabulando pura y misma constitución divina, como lo dice Platón en términos
simplemente. Aquí, por el contrario, por lo menos casi siempre, inequívocos.50 Estos dioses del panteón olímpico, en otras pala
el mito es igualmente alegoría, en cuanto que remite a realida bras, no tienen su divinidad por sí mismos, sino por participa
des que el narrador tiene por absolutamente verdaderas, y por ción de lo divino propiamente dicho, que es la Idea, del mismo
más que no correspondan en todos sus detalles a los elementos modo que los dioses creados del T im e o la tienen a su vez del
propiamente decorativos del mito. L a cabalgata celeste, por Demiurgo.
ejemplo, podrá ser puramente mítica, pero no así, por el con No hay, por tanto, una diferencia ontológicamente insalvable
trario, el Carro mismo, que responde muy puntualmente a lo entre estos dioses y las almas que van en pos de ellos en la pro
que Platón considera ser la estructura esencial del alma.48 Y cesión celeste; y he ahí lo primero en que conviene reparar si
si Platón nos dice en términos tan daros que esto es una im a queremos entender adecuadamente lo que luego dice el mito al
gen del alma, a nosotros nos tora el puntualizar, en cada uno de pasar a lo que aquí nos interesa sobre todo, que es, como dice
sus detalles, la adecuación entre la imagen y la realidad. Todo Düring, la Historia del Aima, toda ella, dei principio sin prin
aquí pasa exactamente —y Stewart no se cansa de reiterarlo- cipio al fin sin fin.
corno en la D ivin a C om ed ia, en la cual es de pura fantasía la ¿A qué responde exactamente, para empezar con esto, la es
configuración concreta de los premios y castigos, pero siempre tructura mítica del alma según aquí se nos describe: a qué
correspondientes a algo que el poeta tiene no sólo por tremenda estructura psicológica o metafísica en concreto? ¿Qué es, en cada
mente real, sino como superior aún, en realidad de goce o de uno de nosotros, el carro con su auriga y sus caballos? La in
tormento, a las creaciones de la fantasía. Pues con esta dispo terpretación más obvia, y la que de hecho han seguido la mayo
sición espiritual debemos, a nuestro modo de ver, enfocar el ría de los intérpretes, es la de concordar los textos del F ed ro
mito del F ed ro. con los de la R epública sobre la división del alma en una parte
No hemos de detenernos especialmente, por haberlo consi racional y otra irracional, con la subdivisión de esta última en
derado ya, en el aspecto etiológico del mito, o sea en la afir apetito irascible y apetito concupiscible. De acuerdo con esto,
mación de la suprema trascendencia y causalidad de las Ideas. el auriga del mito sería la razón, el caballo bueno la cólera,
Son éstas, en efecto, si bien no con este nombre, sino con el de y el caballo malo la concupiscencia. Parece que no hay más que
“realidades realmente existentes’’ (oúcría 0VTW5 oucra), las que pedir, aunque Platón no diga una sola palabra que abone esta
ocupan el lugar supraceleste o Pradera de la Verdad. Ahora
49 In tr o d u c c ió n a l P e d r o , Les Bel l es Let t r es, Par ís, 1933, p. l x x x v .
60 249 c: jtQoq o í o t o q Geóg dvv Oe Cóc; éo t l v . “ C’est d e ces r éal i t és, di vi n es
« " l í a t i f t h e Ch ar i ot i t sel f is al l egor i cal , i t s p at h t h r ou gh t h e H eaven s
en el l es-m ém es, q u e ce q u i est d i eu t i en t sa d i vi n i t é” . Ro b i n , In tr o d u c c ió n
is m yt h i c” . St ewar t , T h e M y th s o f P la to , p. 339. al F e d r o , p. xav.
348 N ATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A LM A NATURALEZA Y D ESTINO F IN A L D EL A L M A 345)

interpretación; y sería perfectamente plausible si no hubiera en pero allá en el cielo el único objeto intencional que mueve la
el mito otros elementos con los que es preciso contar y que no procesión, son las Ideas a cuya contemplación hay que llegar
pueden mutilarse arbitrariamente para quedarnos tan sólo con traspasando la bóveda del firmamento. ¿De dónde, pues, la con
aquellos que no ofrecen resistencia a una exégesis perentoria trariedad que hay allá en el carro de las almas humanas o pre
o de menor esfuerzo. humanas, cuando en tantos otros lugares afirma Platón que el
Entre estos elementos, de ningún modo desdeñables, está des alma, considerada en su más auténtica naturaleza, no consiente
de luego el de que la higa es también, en el mito, la representa contrariedad alguna?
ción sensible de los dioses, con la sola diferencia de que, en Son dificultades invencibles, hay que reconocerlo, mientras
esta biga, ambos caballos son perfectamente dóciles al comando nos aferremos a la idea de que la composición del alma celeste,
del auriga. ¿Qué significarían entonces, para los dioses, estos dos en el F ed ro , es la misma que en la R ep ú b lica se nos ofrece con
corceles tan concordes, y que por ningún motivo podrían iden respecto al alma terrestre, y no hay modo de salir del atolla
tificarse con aquellos dos apetitos de tan manifiesta contra dero mientras no busquemos otras concordancias y echemos
riedad? resueltamente por otro camino exegético. Ahora bien, es esto pre
En segundo lugar, y dado que hubiéramos de interpretar el cisamente lo que ha hecho en nuestros días Léon Robín, apo
F ed ro exclusivamente a la luz de la R ep ú b lica , es del caso re yándose en la interpretación dada por el neoplatónico Hermias
cordar cómo en este último diálogo se presenta la bipartición o en la antigüedad, y por Hermann en la época moderna. Es en el
tripartición del alma como proveniente no de otra causa que T im eo y no en la R ep ú b lic a donde debe buscarse la clave; en la
de su unión con el cuerpo; y por esto se dice con toda claridad, composición m etafísica tanto del Alma del Mundo como de las
al final del diálogo, que el alma, en su más verdadera natu almas singulares, de que nos da razón el otro gran mito cosmo
raleza, no puede ser algo que exude diversidad, desigualdad y gónico. El Demiurgo, en efecto, crea primero el alma universal
diferencia consigo misma, y que la inmortalidad, en fin, no con la mezcla que hace en una crátera de lo Mismo y de lo Otro,
puede pertenecer a lo que está compuesto de una pluralidad de de la esencia indivisible y siempre idéntica, y de la esencia divi
elementos.51 Y si de concordancias se trata, no hay que olvidar sible relativa a los cuerpos y sujeta a la generación, y de las
tampoco cómo en el F ed ó n , lo concupiscible y lo irascible están cuales, al combinarse, resulta una tercera esencia intermediaria
vinculados al cuerpo, y desaparecen, permaneciendo sólo lo ra entre las dos primeras y participante a la vez de lo Mismo y de
cional, al quedar el alma en estado de pureza y liberada del fre lo Otro. Y las almas singulares (“principio inmortal del animal
nesí del cuerpo.52 mortal”) las crea también el Demiurgo y sin intermediario al
¿Cómo, entonces, conciliar con todos estos textos la supuesta guno, y con la misma mezcla, extraída de la misma crátera, con
tripartición del alma que tendríamos en el F ed ro, ab aetern o ei la sola diferencia de que como la segunda mezcla está formada
in aeternum , según parece ser allí mismo la duración del alma? con los residuos (ímóXowta) de la primera, no es tan perfecta como
Y hemos de parar mientes, además, en la circunstancia de que aquélla, y el elemento de lo Mismo, en especial, no es ya tan puro
ni la rebeldía del caballo indómito, en la carrera del firmamen en el alma singular como en el alma universal.53 Por último, el
to, es motivada por nada que se asemeje al atractivo del placer Demiurgo encomienda a los dioses menores la fabricación de los
sensible, ni la docilidad del caballo bueno, a su vez, por ningu cuerpos mortales, y de todo lo que pueda faltarle aún al alma
no de los objetos que constituyen el estímulo del apetito iras humana y que deba añadírsele.04 De los entes divinos, en efecto,
cible. Si la carrera tuviera lugar en esta vida y en la tierra, es es artífice el Demiurgo, y de los mortales, en cambio, encarga
taría bien el explicamos, por la respectiva y contraria repre a sus hijos su producción.55
sentación del placer o del honor, la discordancia interequina, Navegamos, una vez más, en pleno mito, pero en un mito

51 R e p . 611 b : jir|TE aS xfí á>.T|0eaTáT[| cpi iat i t o l o Ct o v EÍ vai Hnr/rfv, 53 T im e o , 55 a, 41 d.


«So t e jtoXí.r¡g j i oi xi Wag x al avo^io»>TT|Tog t e x al SiacpoQÜ; y ¿|x eiv a m ó XQoq 54 42 d: xó t '£jU/,o uio v , ooov ex i rjv i|iuzñs á-vOpcoraviiS 8éov jiQooye-
«t út ó . . . o v ¿áSi o v úíft i ov eívai mhrOexav xe I x jr oM .wv. véa0 ai .
52 F e d ó n , 67 a: xaO apoi óuiaXXaxxó|ievoi xt¡s xou (rdónatoc; áq'oooúvr i ^. 85 69 c: xa>v (i e v 0elcov air eo5 y iy y e x a i St mu o u q y ó s . . .
350 NATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL ALM A N ATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A LM A ;>5I

igualmente preñado de significación, y que esta vez no es tan di Observemos por último, sin salir aún del T im eo , con qué ener
fícil de desentrañar, tanto por lo que nos dice explícitamente gía destaca Platón el carácter de intermediario (év péaxp) entre
el T im eo , como por lo que ya sabemos del Sofista, donde juegan la sustancia indivisible y siempre idéntica y la sustancia divisi
asimismo tan destacado papel estos términos de lo Mismo y de ble, que tiene el alma intelectual, intermediaria y medianera,
lo Otro. Lo Mismo, la “esencia indivisible y siempre idéntica”, por tanto, entre el mundo inteligible y el mundo sensible. Con
está bien claro que no es otra cosa que la Idea, y su presencia todo lo cual, y aparte de ser esto una solución del viejo pro
en el alma, como uno de sus ingredientes constitutivos, es el blema de la participación, se pone como nunca de relieve el
intelecto.36 Y lo Otro, a su vez, no es la materia sensible, cuya valor incomparable del alma humana, su extrema dignidad on-
producción compete no al Demiurgo, sino a los dioses inferiores, tológica, toda vez que este mismo carácter, el de intermediarios o
pero sí la materia en sentido metafísico, o sea el principio del medianeros, es el que define, en la filosofía socrático-platónica, a
devenir, de la irracionalidad o del no-ser, y que, también en el esos entes que se designa con el nombre de “demonios”, y que, sin
T im eo , se designa tanto con el nombre de Necesidad como con ser dioses propiamente dichos, participan de la naturaleza divina.
el de Causa errante o vagabunda (rcXavwpévr} cu tía ). Es el prin No hay quien no recuerde el papel tan importante que tienen
cipio de la contrariedad y del desorden, y de la caída, finalmen los demonios en la vida de Sócrates y en el pensamiento de Pla
te, en la materia propiamente dicha; y la Caída se produce por tón, para el cual, como lo veremos en el B an qu ete, el Amor es un
que lo Otro acaba por predominar sobre lo Mismo. demonio. No es éste el momento de entrar en mayores pormeno
Tomemos asimismo nota, y con especial cuidado, de cómo res sobre la demonología platónica, y lo único que por ahora nos
Platón distingue muy bien, en el T im e o , lo que es obra directa importa puntualizar es que la naturaleza demoníaca del alma no
del Demiurgo, que es el alma intelectual, y lo que hace aquél resulta tan sólo del cotejo entre su función mediadora y la de los
por ministerio de los dioses creados, no sólo los cuerpos, sino demonios propiamente dichos, sino del texto mismo del T im eo ,
también “lo que le falta al alma humana y que debe añadírsele”. según el cual Dios nos ha hecho don, a cada uno de nosotros,
Lo que debe añadírsele, obviamente, al encarnar en el cuerpo, o del alma que en nosotros tiene el supremo señorío, como de un
sea los apetitos del alma sensitiva que nacen en ella al animar el demonio.58 De un “genio divino”, como suele traducirse, y está
organismo viviente, y que desaparecen, por lo mismo, al volver bien, porque esto exactamente: genios divinos, son los demonios.
el alma a su pureza prístina. El alma mortal, podemos decirlo Y por esto, según sigue diciendo el texto, el hombre que se da
así, es obra de los ministros del Demiurgo, y de éste solo, a su cuenta de este don, tiene buen cuidado del principio divino de
vez, el alma inmortal. Y la composición que hay en esta última su alma y conserva siempre en buen estado el demonio que habi
de lo Mismo y de lo Otro no destruye la simplicidad de la sus ta en él.59 Nada forzada, por tanto, sino con absoluta fidelidad
tancia espiritual, porque no es ninguna composición física, sino a los textos, es la conclusión de Léon Robín, al decir que el
simplemente la composición metafísica de esencia y existencia, alma racional es un demonio.60
o de potencia y acto que se encuentra, sin excepción alguna, en Volviendo ahora al P ed ro, vemos cómo desaparecen las difi
todo ente creado y finito.57 Nos damos cuenta bien de que Platón cultades del mito si concordamos sus imágenes, como lo hace el
no se sirve de estas expresiones, pero creemos que lo mismo prác gran helenista francés, con los textos del T im eo. En el carro del
ticamente quiere darnos a entender con aquello de la mezcla de alma el auriga, en primer lugar, es el intelecto, y en esto está
lo Mismo y de lo Otro, en el sentido y con la interpretación que de acuerdo Robín con la interpretación común. Al intelecto
hemos declarado. solo, como piloto del alma ( t o ü voñ xu(Ü£pvf¡Tiri5) > son patentes
las Ideas, ya que el intelecto representa en el alma la esencia
se “I.’IntelIect, en effet, représente dans l’Ame l’cssence du Méxne, et
l’essence du Méme représeme Ies Idóes”. Robín, L a th éo rie p lalon icien n a 53 90 a: t o ü xupuoxáxou .l ap ’ f)nív yn j xr j ; eíBo u g.. . á>g ap a a i r ó Saí p av a
d e l’arnour, p. 136. Osó; Exáaxíp Sé Sc o x ev .
si "Q u am vi s an i m ae non si t adscr i ben da cor aposi t i o essen t i al i s n ec i n t e- 59 90 c: axE 8 e á e i OrpoutEÚovt a xó 0 e Io v exo vxa t e avrxóv é C x e x o o -
gr al i s, i psi Lamen con ven i t com posi t i o m et h aph ysi ca ex pot en t i a et esse” . HiUiévov xóv Saíp o va trúvoi xov év avr íp.
H u gon , P h ilo s o p h ia n a tu r a lis, p . 393. «o “L ’d m e r a is o n n a b te est u n d é m o n " . Ro b i n , o p . c it., p. 121.

f-
352 N ATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL ALM A N ATURALEZA Y D ESTINO F IN A L D EL A LM A 353

de lo Mismo, y la esencia de lo Mismo representa, a su vez, las da, después de haber tratado de explicar todo lo demás, es la
Ideas. Pero en cuanto a los dos corceles, no son las partes mor iliferencia de destinos que las almas reciben en su primera en
tales del alma (¿por qué habrían de acompañar al intelecto en carnación. Porque si en la segunda y en las ulteriores la suerte
el mundo inteligible?), sino que son, nada más y nada menos, final de las almas se decide de acuerdo con la conducta cpie
la representación de lo Otro o la Necesidad.01* Y si son dos estos hayan observado en su unión con el cuerpo (tal y como pasa
caballos, es precisamente porque lo Otro es la esencia divisi en los mitos del G orgias y la R e p ú b lica ) , en la primera, por
ble, o en otra expresión, la diada indefinida, es decir la mul el contrario, todo depende del grado de visión que hayan po
tiplicidad. Y si son contrarios entre sí, es porque lo Otro o la dido tener de aquellas Realidades ubicadas en el lugar supra-
Necesidad es el principio de la contrariedad y del desorden, celeste, o si podemos decirlo de otro modo, de su conducta
“Causa vagabunda”, igual exactamente que el corcel que tira preempírica. Pero esta diferencia de conducta, esta mayor o
hacia abajo y provoca la caída del carro. Es verdad, por otra menor capacidad de visión de las Ideas, ¿no supone forzosa
parte, que, tratándose de los dioses, ninguno de los caballos se mente una diferencia cualitativa y a p riori en la constitución de
encabrita, y la biga, por tanto, no decae de su celeste morada, las almas? Habría aquí, por tanto, una predestinación fatal e
pero no porque haya una diferencia ontológicamente esencial inexplicable, y sería uno de tantos misterios como hay, según
entre ellos y las almas prehumanas, sino simplemente porque en dice Rodier,62 en la doctrina platónica de la encarnación. Lo
ellos lo Mismo predomina absolutamente sobre lo Otro, tal y que, en cambio, es del todo claro, y que se sostiene por sí mis
como acontece, en el T im eo , con el Alma del Mundo. Es todo mo independientemente de toda referencia mítica, es la axiolo-
cuestión, en suma, de la mayor o menor proporción de uno y gía de las formas de vida (libremente elegidas en el mito de la
otro elemento de la misma mezcla. R epú blica, y fatalmente predeterminadas en el del F ed ro) que
El gran acontecimiento de la Caída —la Catástrofe en la asumen las almas en su existencia terrestre. En el grado ínfimo,
Historia del Alma— se explica asimismo con mucho mayor faci con predestinación positiva a la mayor infelicidad en esta vida
lidad en la interpretación que estamos exponiendo. No es y en la otra, está el tirano, y el filósofo, a su vez, en el ápice
por llevar ya consigo los apetitos sensibles por lo que se preci de la escala. Más aún, esta forma de vida es de tal dignidad,
pitan las almas a sus cuerpos mortales (¿por qué habrían de que, según reza el mito, el alma del filósofo es la única que ni
hacerlo si con ellos han podido estar en lo alto?), sino por la siquiera tiene que pasar por el juicio que aguarda a las demás
victoria del elemento irracional en el alma puramente espiri almas después de la muerte. Derecho al cielo, como el alma del
tual: es esto nada más, y no otra cosa, lo que basta a despeñarla mártir en la religión cristiana, va el alma del filósofo en la doc
en la materia corruptible. No es una caída como la de los pro- trina platónica,63 sin duda porque el filósofo, el que lo es au
toparentes de la especie humana en el paraíso terrenal, sino ténticamente, es también mártir (es decir, testigo) de la Ver
como la caída de los ángeles rebeldes, espíritus puros desde dad. Testimonio y combate, porque, al igual que en el martirio
luego, pero afectados igualmente, en su composición metafísica, cruento, el filósofo lleva a la victoria el espíritu y lo que en éi
de la tendencia al desorden y al mal, con el que acabaron por hay de mejor.64
identificarse. Todo sucede aquí, en el mito del F ed ro , como si De tal suerte, y con tan eminente dignidad, es el retrato del
aquellos ángeles, en lugar de caer en el infierno, hubieran caído alma humana en el F ed ro. Divina o demoníaca por su esencia
en esta tierra para animar cuerpos mortales. El drama de Satán misma,03 la ira y la concupiscencia no se añaden a ella, como
y sus secuaces tiene así, sobre poco más o menos, su réplica fiel lo dice el T im eo 06 en términos inequívocos, sino cuando pene-
en esta otra caída de las almas del cielo a la tierra.
Gcovges Ro d i er , ¡ilu d es d e p h ilo s o p h ie g r e c q u e , Par ís, 1957.
En toda teoría filosófica, y más aún en todo mito, queda
03 "L es am es des ph i losoph es sem b l an m ou t er t out d r oi t au c i d ” . Robi n ,
siempre un residuo de ininteligibilidad; y el que aquí nos que In tro d u c c ió n a l F e d r o , p. x a .
64 F e d r o , 25O a: vu:f|cn) xa PeXxúo T¡i s ft i ávoi ag.
01 “ T o u t e d i f f i cu l t é d i sp ar ai t en r evan ch e, si Ton voi t dan s l es deux 65 “ C’est vr ai m en t un e d i vi n ad , un dém on qu i r eside dan s l ’h om m e” .
cour si er s d u P h e d r e l ’ i m age de l ’Au t r e ou de l a Nécessi t é” . Ro b i n , o p . cit., Rodi er , o p . c it., p. 144.
P- «SÍ - *° 42 a, 69 c.
354 N ATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A LM A NATURALEZA Y D ESTINO F IN A L DF.L A LM A 355

tra en el cuerpo; cuando con esta otra especie de alma que es ración vendría fatalmente a extinguirse algún día, y todo zozo
el alma mortal, nacen en ella pasiones terribles e inevitables.®7 braría finalmente en la muerte. Pero como es un hecho que
Con el cuerpo nacen y con el cuerpo fenecen, porque sólo el la vida se conserva y renace, no puede suponerse otra cosa, en
alma racional puede reclamar una duración que se cierne, con conclusión, sino que realmente hay un revivir; que de los muer
dominación absoluta, sobre el tiempo de las cosas mortales. tos nacen los vivos, y que, por tanto, en alguna parte existen las
almas de los muertos.69
L as p ru eb as d el Fedón Antes de impugnar el argumento, cosa bien fácil por lo de
más, hay que hacerle justicia a Platón, interpretando correcta
No nos queda sino por considerar las pruebas propiamente mente lo que dice. No quiere decir, en primer lugar, y por más
dichas de la inmortalidad del alma que, con mayor amplitud que ciertos giros de lenguaje pudieran entenderse así, que un
que en ningún otro diálogo, ha dado Platón en el F ed ón . No es contrario provenga del otro como de su causa: el calor del frío,
necesario ubicarlas con referencia a la situación del diálogo: la por ejemplo, o la vida de la muerte o viceversa. Si así fuese,
muerte de Sócrates, antes por el contrario debemos esta vez como observa muy bien Rodier, el argumento probaría justo
desentendemos de ella del todo, para no examinar sino el valor lo opuesto de lo que pretende probar. Lo que quiere decirse
que las supuestas pruebas puedan tener en sí mismas. es que cuando quiera que se adquiere un nuevo atributo, se tenía
Según se admite comúnmente, y resulta además con toda evi antes el opuesto (de bello se pasa a feo, de grande a pequeño,
dencia de los textos mismos, estas pruebas son en número de etcétera), lo cual supone forzosamente un sujeto que perma
cuatro, a saber: la prueba de los contrarios; la de la reminis nece, y que precisamente por permanecer él mismo, puede cam
cencia; la del parentesco o similitud de naturaleza entre el alma biar del uno al otro contrario. T al es el pensamiento básico en
y la Idea, y por último, la de la vida como propiedad esencial la doctrina de la generación y corrupción, por lo menos en Pla
e inamisible del alma. Comencemos por la primera. tón y Aristóteles. Podrá ser el sustrato permanente de los cam
El argumento parte del principio, formulado por Heráclito, bios, si se trata de cambios no accidentales sino sustanciales, algo
de que todo devenir, cambio o generación, tienen lugar entre tan difícil de concebir como la llamada materia prima, pero
dos contrarios. Todo cuanto acontece, por lo mismo, no es sino no hay la menor duda de que todo devenir que realmente lo
el tránsito del uno al otro contrario.68 Lo grande se hace pe es, supone un sustrato que, a su vez, no deviene. De lo con
queño, lo caliente frío, lo bello feo, lo justo injusto, y vice trario no habría generación y corrupción, sino creación y ani
versa; y así también, sueño y vigilia son dos estados que se ori quilamiento. Y que éste y no otro es el pensamiento de Platón,
ginan y cesan por el movimiento circular continuo entre los dos se ve bien claro más delante, en el F ed ó n mismo, cuando a otro
contrarios que son el estar despierto y el estar dormido. Pues propósito dice Sócrates que el contrario en sí mismo no podría
otro tanto, y del mismo modo exactamente, debe pasar tratán en ningún caso devenir su propio contrario, sino los sujetos en
dose de estos dos contrarios que son la vida y la muerte. De la quienes radican los contrarios, y que denominamos con el nom
vida se engendra la muerte, y de la muerte la vida, o dicho más bre de éstos, por una eponimia natural.70 Precisamente en la
concretamente, de los muertos provienen los vivos no menos fijeza intrínseca de cada contrario se fundará la cuarta prueba
que de los vivos los muertos. Ni vale decir que en este caso sólo de la inmortalidad, mientras que la primera se refiere al sujeto
hay tránsito de un contrario al otro, de la vida a la muerte, sin portador de ambos contrarios.
el retorno que en los otros casos supone el equilibrio y la con Pero si la doctrina es irreprochable, lo difícil es ver cuál
servación de la Naturaleza. Si así fuera, en efecto, si se diera en podría ser, con toda precisión, este sujeto portador y recibidor,
aquel caso un movimiento rectilíneo y no circular, toda gene alternativamente, de este par de contrarios que son la vida y la

07 T im e o , 69 c: EI 805 e v aireo» crujen? xó dvr ]xóv, 8et vá x a l á v a y x a í a év 09 72 ti: ál A ’t'tm x<p ávxi xal xo ávafhtóoEoGai. xal £x xürv x e &v e ú »x <o y

éourttj» ít aOr ucaxa s x a v . .. xoüg ¡;ahrxac; vÍYveaOai, xal xag xürv xcfrvctúxtüv ynjxa? EÍ-vat-
«s F e d ó n , 71 a: 5 xt j t ó vxa oBxco yt Yvexoa, é i évavxícov x a évavx ía 7t(¿áy- 70 103 b: oxi avxo xó évavxíav éawxtp évavxíav oüx fi v jió x e yév o i x o .. .
l i axa- jrepl xarv e x ó v x c o y x a évavxt a éXÉYOHEv.
356 N A T U R A L E Z A Y DESTINO FINAL D E L A L M A
N A T U R A L E Z A Y DESTINO F I N A L D E L A L M A 357

muerte. En el espectáculo habitual del devenir, cuna y sepulcro acabaría por caer todo en la nada, o por lo menos en la materia
todos los días y en todo momento, la Naturaleza podría ser el inerte. Pero la verdad es que nada tiene de absurdo el conocido
sujeto en cuestión, la Naturaleza en general, bien entendido, principio de Carnot sobre la degradación de la energía, cuyo
ya que los muertos no reviven. En esta perspectiva, además, no resultado final sería aquello precisamente, y desde luego no lo
tiene siquiera sentido el plantearse el problema de la inmor rechaza a p riori la física moderna. Para Platón, de acuerdo con
talidad del alma humana, por no ser evidentemente un dato lo que nos dice en el T im e o , la creación del Demiurgo se da
de observación empírica. Pero cuando se quiere ir más allá, de una vez y para siempre, para lo cual hay que contar, por su
cuando se introduce una excepción concreta en el universal puesto, con el proceso cíclico de renovación incesante. Y así
nacer y morir de la naturaleza, ¿cuál podrá ser, una vez más, el como hay un stock material invariable, hay también una especie
sujeto permanente en el caso del tránsito de la vida a la muerte de stock espiritual: un mí mero fijo e invariable de almas que
y de la muerte a la vida? No puede ser, desde luego, este cuerpo animan y desaniman, en movimiento igualmente cíclico, los
que cada uno lleva consigo, y que se desintegra y corrompe tan cuerpos mortales. Pero cabe también la hipótesis (postulada
pronto como llega la muerte; y ni por asomo pretende Platón como un hecho cierto por la dogmática cristiana) de que el De
que las almas, al volver del Hades, hayan de animar los mismos miurgo, es decir Dios, pueda continuar creando las almas que
cuerpos que antes tuvieron. No puede ser tampoco, por lo han de animar los cuerpos que van naciendo, sin que sea pre
mismo, el compuesto humano, ya que perece irremediablemen ciso que para esto vuelvan las almas de los cuerpos difuntos, que
te uno de sus elementos constitutivos. No queda, entonces, sino han partido irrevocablemente. Y si volvieran a animar sus pro
que sea el alma misma el sujeto que recibiría, sucesiva y alter pios cuerpos, como en el dogma de la resurrección de la carne,
nadamente, ambos atributos de la vida y la muerte. Pero esto esto es ya de estricta teología revelada y no de la filosofía. Por
es tanto como admitir que el alma es mortal —así pudiera luego algo los atenienses se rieron de San Pablo cuando les habló de
revivir—, o sea precisamente lo contrario de lo que se trata de la resurrección de los muertos, simplemente porque aquéllos te
probar. Lo más que podría decirse, si a todo trance hubiera nían presente tan sólo la filosofía.
de aplicarse aquí la teoría de los contrarios, es que esta alma es el Por más que no lo hayamos encontrado así en la exegética
sujeto que permanece, o el lazo de unión, entre este cuerpo que platónica, lo que a nosotros nos parece es que la falla radical
animó y a q u e l otro que va a animar, entre la muerte del uno del argumento de los contrarios consiste en querer aplicar las
y la vida del otro; pero lo que hay que demostrar es que la vida categorías de la generación y corrupción a lo que por hipótesis
del segundo es causada por la misma alma que dio vida al pri está del todo fuera de este proceso, es decir al alma humana, que
mero. Pero si se objeta, como lo hacen los interlocutores de Só el mismo Platón declara ser ingenerable e incorruptible. No per
crates, que el alma no es sino la “armonía” del cuerpo, ¿qué tenece, por ende, al orden de la generación y corrupción, sino
falta hace este misterioso intermediario: un alma inmortal, entre al de la creación y el aniquilamiento. No puede pasar, como
esta muerte y este otro nacimiento? Para el caso bastaría con la materia corporal, por los contrarios de la vida y la muerte.
imaginar otra cualquiera vaga entidad, como la energía de la Mientras exista, no puede haber en ella sino vida, y en esta
naturaleza, que podría dar razón, en su universal alternancia, consideración se funda precisamente la cuarta prueba platónica.
del nacer y del morir. Habría que demostrar, en conclusión, Pero lo que hay que demostrar, y desde luego por otras vías,
que la an im ación del cuerpo no es algo que le viene por sí es que una sustancia semejante existe.
mismo, como el color o la temperatura, sino por efecto de otra El mismo Platón, por lo demás, parece haber sido bien cons
entidad distinta de él y residente en él, y es ésta, precisamente, ciente de los defectos de la primera prueba, y por esto dice Só
la p etitio p rin cip ii que hay en el argumento de los contrarios. crates que hay que ligarla con la segunda que en seguida avanza,
Otro delecto del argumento, señalado por Taylor y Coples- o sea la prueba por la reminiscencia. Conocemos ya suficiente
ton, entre otros, es el supuesto en que se basa, y que es entera mente esta doctrina por haberla estudiado dentro del contexto de
mente gratuito, de un eterno proceso cíclico de generación y la teoría de las Ideas, y no será necesario, por tanto, sino ver cómo
corrupción en la naturaleza. Si así no fuese, argumenta Sócrates, empalma con la otra doctrina de la inmortalidad del alma.
NATURALEZA Y DESTINO FINAL D E L A L M A 359
358 NATURALEZA Y D E S T I N O F I N A L D EL ALM A
nes, pero esto no quiere decir que algún día no haya de fe
Reproduciendo en lo sustancial los razonamientos del M enón,
necer ella misma, mientras no se demuestre que su naturaleza
se parte aquí también del hecho de que la experiencia sensible
es tal que repele en absoluto la muerte.
no puede en absoluto darnos el conocimiento —del que igual
El argumento de la reminiscencia, en fin, aun limitado su
mente estamos ciertos— de todo aquello que en general deno
alcance probatorio a la sola preexistencia del alma, es solidario
minamos esencias y valores. Lo Grande en sí o lo Pequeño en
de todo en todo de la teoría de las Ideas, y más concretamente
sí, lo Bello o lo Feo en sí, etcétera, no puede dársenos en la
aún, de su existencia separada. Con toda claridad dice Platón
percepción sensible de cosas que, en cuanto las comparamos con
que no hay otra opción sino la de admitir o rechazar conjunta
otras, pueden tanto decirse bellas como feas, grandes como pe
mente la existencia de las Ideas y la reminiscencia: “si no hay
queñas. L a experiencia no puede ser sino la ocasión o trampo
esto, tampoco aquello” .72 Si en otro mundo vimos las Ideas,
lín que nos dispara a la visión intelectual de aquellas realidades
es porque están en otro mundo; de no ser así, no pudimos ver-
en sí, cuando quiera que vemos su imitación o remedo, pero
las jamás. No es posible la solución aristotélico-tomista —o la
no a ellas mismas, en estos o aquellos objetos. Pero precisa
husserliana tan semejante—, según la cual alcanzamos la intui
mente por esto, porque antes de esta experiencia parecíamos no
ción de la esencia por la abstracción ideatoria, porque esto su
tener aquel conocimiento, y lo tenemos, en cambio, inmediata
pone que la Idea está fundamentalmente en las cosas, aunque
mente después de ella —que no nos lo da— no queda, como úni
formalmente en el entendimiento: fo rm a liter in in tellectu , fun-
ca explicación posible, sino que ya lo teníamos, que lo había
dam en taliter in re. Para Platón, por el contrario, las Ideas están,
mos olvidado, y que revive en nosotros, por el recuerdo, al im
formal y fundamentalmente, en otro reino aparte. Ni tampoco,
pacto de la experiencia sensible. Y lo teníamos, en fin, desde
por último, es posible el innatismo de las ideas, porque esta
antes que empezáramos a hacer uso de los sentidos, ya que en
solución, a su vez, descansa en el supuesto de que Dios crea
ninguna parte, durante nuestra vida mortal, nos hemos topado
directamente el alma intelectual, dotándola a nativitate de un
con aquellas realidades. Tuvimos que verlas, con la visión inte
patrimonio de nociones infusas que se van actualizando con la
lectual del alma, en otro mundo y desde antes de nacer, lo
experiencia. Pero si así es, las Ideas están en el Creador y no
cual supone forzosamente la existencia prenatal del alma.
son, como en la filosofía platónica, autosubsistentes. En conclu
Como se lo hacen observar inmediatamente a Sócrates sus
sión, y si hay que probar no sólo la preexistencia, sino la supervi
interlocutores, el razonamiento anterior, aun suponiendo que
vencia del alma, habrá que mostrar entre el alma y las Ideas una
no haya ninguna falla en él, no demuestra sino la mitad, por
afinidad tal que nos obligue ,a reconocer en el alma esos mismos
decirlo así, de lo que se propone probar. No demuestra sino
caracteres de autosubsistencia y total emancipación de la mate
que nuestra alma existió desde antes que naciéramos,71 fiero
ria que son distintivos de la Idea.
no que deba continuar existiendo después de la muerte del
cuerpo que ha venido a animar. De la preexistencia no tiene
por qué inferirse necesariamente la supervivencia —podrá ser L a d eifo rm id a d d e l alm a
a lo más presumible—, y menos aún la supervivencia indefi
A satisfacer este requerimiento se dirige la tercera prueba,
nida. Según le objeta Cebes a Sócrates, aunque no a propósito
que, según se reconoce generalmente, es de todas la única efi
de este argumento, bien podrían comportarse el alma y el
caz, o en todo caso la que tiene por punto de apoyo el que debe
cuerpo entre sí como el cuerpo con los vestidos que va usando
tenerse en una demostración de esta especie, que es la conside
durante su vida, a los cuales va sobreviviendo, por decirlo así,
ración de la naturaleza intrínseca del alma.
hasta el último con que muere, y que a su vez le sobrevive. No
¿Cuál será esta naturaleza? No la misma tal vez, pero sí muy
hay dificultad en conceder, del mismo modo, que el alma pueda
semejante o p arien te (cnjyyevTig) de la naturaleza que es pro
tener una duración más larga que el cuerpo, que sería como su
pia de la Idea. A p rio ri puede afirmarse que debe ser asi, por
vestido, y que pueda así pasar por una o muchas reencarnacio
aplicación del viejo principio de que lo semejante no es conoci-
76 e: tT jiri r aut a oúSi: t ó 5e.
71 7 0 c : ri|V í]H£Tt<?av rfveu. xui jioív yeyovévai íjuüc; • • •
300 N ATURALEZA Y DESTIN O FIN A I. DEL ALMA NATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L DF.I. A I.M A 3 lil

do sino por lo semejante; ahora bien, es un hecho que, por la como lo divino es del todo indisoluble, al alma conviene, en
reminiscencia o por lo que se quiera, y por imperfecto que consecuencia, o bien la absoluta indisolubilidad, o por lo menos
pueda ser además, tenemos conocimiento de las Ideas. Pero no algo que se le aproxime .76 Restricción esta última muy impor
sólo a p r i o r i , sino a p o s t e r io r i también, por la experiencia ín tante, ya que el alma, con todo el parentesco o semejanza que
tima y el análisis de las operaciones del alma, podemos llegar pueda tener con las Ideas, no es, después de todo, una Idea.
a la misma conclusión. No es, desde luego, un paradigma, ni tiene tampoco la absoluta
Dos especies de entes o realidades (5úo e í 5t ) -rwv o vt wv ) exis inmovilidad eidética, ya que, como acaba de decírsenos, pasa de
ten. scgtm- mss- es dable—observar. Unas—son—1-a-s—eos-as-^á-frih-lesr- un estado a otro, errante y divagada en su comercio con las
compuestas y que no se mantienen jamás idénticas, sino que tan cosas sensibles. Puede darse en ella, por tanto, cierta disolución
pronto son de este modo como del otro, en continua altera parcial, y aunque Platón no diga más, podemos entender que se
ción. Otras, en cambio, son las realidades simples e invisibles, trata de la pérdida, con la muerte, de las potencias sensitivas:
que guardan siempre su identidad y se comportan siempre, en la irascible y la concupiscible, ya que la inmortalidad no se pre
todo y por todo, del mismo modo: precisiones todas éstas que dica formalmente sino del alma intelectual. Lo que queda fir
se refieren claramente, como lo sabemos de sobra, al ser de las me, sin embargo, es que el alma escapa a la disolución total a
Ideas.73 Ahora bien, y dado que en nosotros hay precisamente que están irremediablemente sujetos el cuerpo y las cosas com
dos cosas que son una el cuerpo y la otra el alma, ¿será difícil puestas.
decir a cuál de aquellas especies de realidades corresponden T a l es la tercera y más célebre prueba platónica, y ahora
respectivamente? El cuerpo, desde luego, a la especie visible, veamos hasta qué punto es o no concluyente.
compuesta y mudable; esto por lo menos es harto claro para Ateniéndonos a la letra del texto, la prueba parece ser en todo
todos. Y del alma a su vez, cosa invisible desde luego, no será solidaria de la teoría de las Ideas, del mismo modo que lo son
tampoco difícil percibir que pertenece a la otra especie de entre sí las pruebas que antes examinamos de los contrarios y
realidades, por poco que nos fijemos en el comportamiento que la reminiscencia. Si así fuera, debería caer con aquella teoría, y
ella misma observa cuando entra en contacto con las cosas de así lo sostienen numerosos intérpretes. Quizá, empero, se trate
este mundo o con las de aquel otro. Con las primeras, en efecto, de una solidaridad más de hecho que de derecho, ya que en
cuando quiera que le es preciso juzgar de algo por solo el testi tonces no podría uno explicarse lo que es un simple dato en la
monio de los sentidos, se siente errante y desasosegada, y acaba historia de la filosofía, o sea la asunción de la prueba platónica,
por ser presa de un vértigo como si estuviera borracha: claros en lo sustancial y despojada de la teoría de las Ideas, en la
indicios todos éstos de que se mueve en un mundo que no es el patrística y la escolástica. De modo análogo, en efecto, San Agus
suyo. “Cuando por el contrario —sigue diciendo Sócrates— el tín arguye por la inmortalidad del alma 77 —no por su preexis
alma mira en sí misma y por sí misma, se lanza allá, hacia lo tencia— por el comercio que mantiene con las Ideas, a las cuales
que es puro y está siempre en su ser, inmortal y sin cambio al no radica el santo en un reino aparte, sino en Dios mismo. Mas
guno; y por su parentesco con aquello se mantiene siempre en por esto justamente sube de punto el parentesco del alma con
su compañía cuando quiera que entra en sí misma y en la dis lo Divino por antonomasia; y si esto no es una mera metáfora,
posición que le corresponde, con lo que cesa en sus divagaciones sino una realidad verdadera, el alma debe ser, como aquello con
y suelve ella también a su identidad, por haber entrado en con que está emparentada, indestructible y eterna.
tacto con aquellas realidades; y a este estado del alma llama En la escolástica, a su vez, fue fecundísima la distinción esta
mos pensamiento ” .7475 blecida por Platón entre los actos que el alma ejecuta por mi
Por todo ello, en suma, podemos afirmar que el alma se ase nisterio de los sentidos, y aquellos otros que consuma “por sí
meja a lo divino, como el cuerpo, a su vez, a lo mortal.73 Pero misma y recogida en sí misma”. De los primeros es agente el
alma sensitiva, o con mayor propiedad, como enseña Santo To-
73 78 c: ¡ixitij áei v.axii t aú ca y.ai. amainóle; ey.si-
74 79 d: y.iá tatit o uút r¡; tú ,-táOrnxa T0Óvr)aic xéxúrixai. 76 80 b: fté a i t ó naQ cuiav á b ia lv x m el vai 4 éy y ú x n t o Út o o .
75 8o a: í] |ií:Y y v / j i t <7/ hf.í/y (foiv.iv). t ó Sé 0041a tco Ovr|t(y. 77 D e im m o r ta lita te a n im a e , 1, 6.
362 NATURALEZA Y DESTINO F I N A L D EL ALMA NATURALEZA Y DESTINO FINAL DEL A L M A 363

más, el compuesto humano.78 De los segundos, en cambio, la criatura de temporalidad y mutabilidad. Pero como hay en él
ejecutora única es el alma intelectual, y por más que no pueda algo divino, aspira a un bien que está por encima del tiempo y
llevarlos a cabo si no se encuentra el cuerpo en buenas condi de la mutabilidad, y consecuentemente, no puede ser una mera
ciones. Requisito y condición, todo lo forzosa que se quiera, pero cosa de tiempo y de mudanza una criatura cuya felicidad con
no concausa, es el cuerpo en estas operaciones, por las cuales siste en la posesión de un bien eterno” .80
afirma el alma victoriosamente, y desde esta vida, su indepen- Con estas armónicas emocionales, en suma, y dentro del clima
dencia del cuerpo y su señorío sobre él. Ahora bien, el deno- espiritual que contribuyen a formar con la argumentación pro
piamente dicha, es como deben tomarse estas pruebas, inclusive
ligible, de lo inmaterial podríamos decir; y esta percepción la que acabamos de examinar. No tienen, a buen seguro, la evi
tiene lugar desde la primera operación del entendimiento, desde dencia apodíctica del principio de contradicción (del cual inclu
la simple aprehensión cuyo correlato intencional es la esencia so no faltan filósofos que lo contradigan), pero sí infunden la
en toda su pureza, con entera prescindencia de tiempo y de lugar certeza suficiente para correr con buen ánimo, como dice Sócra
y de todo accidente sensible. Lo mismo será, por consiguiente, tes, el "hermoso riesgo” de la vida virtuosa, y para fortificar,
en el juicio, que establece el enlace necesario (no dado como como lo dice él también, la “bella y grande esperanza” de la in
tal en la experiencia) entre dos conceptos, y lo mismo, no hay mortalidad. Y si Platón expone estas pruebas de preferencia en
ni que decirlo, en el raciocinio. De aquí que en la escolástica el F ed ó n , con mayor abundancia y prolijidad que en ningún
más reciente se defienda la tesis de que la espiritualidad del otro diálogo, no creemos que haya sido sólo por la composición
alma —a la que es necesariamente consiguiente la inmortali artística que resulta de encuadrarlas en el relato vivo de la muer
dad— puede demostrarse apodícticamente por el solo examen de te de Sócrates, sino porque Sócrates mismo es el mejor testimo
la triple operación de la mente.79 nio de la persuasión que las pruebas son capaces de inducir. Con
En Platón, y aunque provengan de él, no se dan estos argu la serenidad con que él apuró la cicuta, debe encarar el formi
mentos con el enjuto rigor que es propio de la escolástica, sino dable tránsito todo hombre que, por la introspección de su vida
dentro de un contexto emocional del que por ningún motivo interior, ha sentido en él la presencia, así sea por humildísima
puede prescindirse. Por algo observa Taylor, quien ha tratado el participación, de lo divino y lo eterno.
punto con singular profundidad, que la prueba platónica, tai
como Kant la conoció por los escritos de Wolff o de Mendel-
In terlu d io p o lém ico
sohn, es un mero fantasma de la que se nos presenta en el Fe-
d ó n ; y por esto pudo fácilmente aquél triturarla entre sus “an
Con esta expresión podríamos designar el pasaje del F ed ó n en
tinomias”. Pero Platón, que va como siempre, según diría Jae-
el cual, antes de pasar a la cuarta y última prueba, presenta
ger, “en busca del centro divino”, pone todo el énfasis no tanto
Platón las objeciones que los dos tebanos: Simias y Cebes, formu
en la simplicidad del alma cuanto en su deiformidad, en su pa
lan contra la argumentación socrática de las anteriores pruebas.
rentesco con lo divino; y siendo así, no le afecta la objeción de
Como lo hace ver Taylor al traducirlas en términos de la ciencia
Kant en el sentido de que la descomposición no es el único
moderna, una y otra objeción son de extraordinario interés y con
modo como un alma puede perecer. La deiformidad del alma
tinúan vigentes hasta hoy, aunque con otro lenguaje, entre los
es así la roca inconmovible de su inmortalidad, como lo declara
negadores de la inmortalidad del alma.
Taylor al decir que: “El hombre es, por su circunstancia, una
La objeción de Simias, en primer lugar, se funda en la compa
ración que, en opinión de aquel, podría establecerse entre el alma
i s “ An i m a sensi t i va n on p al i t u r a sen si bi l i bus, sed con i u n ct u m ; sent i r é humana y la armonía musical. Supongamos que el alma sea en
en i m , qu od est p at i qu od d am , n on est an i m ae t an t um , sed or gan i an i m at i ” .
efecto, como ha dicho Sócrates, algo invisible, incorpóreo, bello
D isp. d e A n im a, a. 6 ad 14.
79 “ An i m ae sp i r i t u al i t as ex t r i pl i ci m en t ís oper at i on e, si m pl i ci n em pc y divino, admitámoslo; pero el caso es que los mismos caracte-
appr eh en si on e, i u di ci o et r at i oci n i o, apodi ct i ce dem on st r at u r ” . H u gon ,
P h ilo s o p h ia n a tu ra lis, p. 398. 80 P la to , p„ 192.
Y DESTINO F I N A L D E L A L M A 365
364 NATURALEZA Y DESTINO FINAL DL L A L M A
na tu ral ez a

res se dan puntualmente en la melodía de una lira cuando sus orático deja de ser simplemente un argumento ad h om in em , y
cuerdas están bien ajustarlas y el tañedor las pulsa como es de tiene un valor sustantivo y permanente, incluso frente al mate
bido. Ahora bien, ¿hemos de sostener por esto, por el solo re rialismo contemporáneo. La tesis del alma como epifenómeno
conocimiento de aquellos caracteres, que la melodía continúa del cuerpo, en efecto, es incapaz de dar razón de la reminis
existiendo, no se sabe en qué parte, al romperse la lira o desin cencia en nuestra vida espiritual, no de la reminiscencia plató
tegrarse de cualquier modo sus cuerdas y maderas? Sin duda al- nica, evidentemente, sino de la que tiene lugar en el proceso psí
guna que no. y por más que la melodía misma no sea, como el quico que denominamos m em oria, y que ha escrutado con mara-
instrumento de que emana, algo material y corruptible. Pues villosa profundidad la psicología que va desde San Agustín lias-
del mismo modo, bien podría el alma nuestra no ser otra ta Bergson y Lavelle, o la literatura que tiene su cumbre en Mar-
cosa que la armonía del cuerpo: la expresión concertada del cel Proust. No se trata de la memoria sensible o meramente repre
acuerdo que hay entre sus varios elementos mientras se con sentativa que compartimos con los animales, y que nos da una
servan, por la salud, en buena disposición; pero una vez que imagen más o menos descolorida de cosas o acontecimientos del
todo esto se desintegre por la enfermedad y por la muerte, pasado, meramente sombra de la realidad que alguna vez hirió
tendrá que desaparecer asimismo el alma al igual que todas directamente nuestros sentidos. No se trata de esta memoria, una
las otras armonías. vez más, sino de aquella otra, puramente espiritual, por la cual
Según la aguda observación de Taylor, esta teoría del alma- convertimos en nuestra propia sustancia la experiencia vivida,
armonía, de origen pitagórico casi seguramente, es exactamente transformando así el pasado fenoménico en un presente noume-
la teoría del alma-epifenómeno, sustentada por biólogos o filó nal y permanente, y no porque nuestro yo sea simplemente una
sofos de la biología como Huxley. De acuerdo con esta concep suma de recuerdos, sino porque la personalidad se constituye,
ción, el alma no sería sino el epifenómeno o subproducto de las por obra de esa misteriosa alquimia, en un valor del todo autó
actividades del organismo corpóreo, y Huxley llegó inclusive a nomo frente al suceder fenoménico. Es en este sentido como cada
expresarlo también en un símil “musical” a su modo, al decir uno de nosotros puede decir con verdad que es lo que ha sido,
que la conciencia es como el silbido (w histle) que deja oír el pero a condición de darnos cuenta de que en este tránsito de lo
vapor al escaparse de la máquina. Con toda su prosaica decanta qu e ha sido a lo qu e es, hay toda la elevación de lo sensible
ción, el alma-silbido es réplica fiel, aunque maltrecha, del alma- efímero a lo inteligible permanente. Y no sólo transformamos
armonía. así el pasado exterior y mostrenco en nuestro presente interior,
Sócrates contesta a Simias con dos argumentos. El primero, sino que, inclusive cuando queremos ver aquel pasado como
típico argumento ad h om in em , consiste en observar que no es extraño a nosotros, siendo meramente espectadores de él y de
conciliable la tesis del alma-armonía con la otra, que Simias ha jándolo, por tanto, en su condición de pasado, aún entonces no
aceptado antes, de la preexistencia del alma. Del mismo modo, podemos dejar de transfigurarlo en tal forma que sólo por su
en efecto, que no es posible la armonía de la lira antes de tener evocación en la memoria recibe la significación que nos pasó
la lira, tampoco lo será la existencia del alma antes que exista inadvertida cuando lo vivimos como presente. Si así no fuera, no
el cuerpo cuya armonía viene a ser aquélla. Simias, por tanto, habría el menor elemento creador en las “memorias”, así las
tiene que escoger entre una u otra cosa, y si se aferra a su obje supuestamente reales como las supuestamente noveladas: lo mis
ción, quedará también sin explicación algo tan importante e mo en Chateaubriand que en Proust. Mejor que el artista, en
igualmente aceptado con antelación, como lo es la reminiscencia. este caso, podría haber retratado la sociedad de Guermantes
Y suprimida la reminiscencia, no podemos tampoco dar razón un reportero cualquiera, si la memoria espiritual fuera simple
de la ciencia como conocimiento de lo universal y necesario. No mente la reproducción fotográfica del pasado.
tendremos sino la composición “armónica” de los datos sensi No queremos alargarnos más en esto, que daría materia a des
bles, ya que no puede darnos más un alma que no es sino la ar arrollos tan largos como fuera la voluntad de hacerlos. Lo único
monía del cuerpo. que queríamos puntualizar es que tanto la reminiscencia plató
Si l o c o n s i d e r a m o s b a j o e s t e ú l t i m o a s p e c t o , e l a r g u m e n t o s o nica como la memoria espiritual —su traducción en términos mo-
366 NATURALEZA Y DESTINO FINAL DEL A L M A NATURALEZA Y DESTINO FINAL D E L A L M A 367

demos— no son en absoluto conciliables con la tesis del alma- puede obviamente ser el afinamiento o la escala musical resultan
armonía o del alma-epifenómeno, totalmente incapaces de dar te de los ingredientes de la carne.81
razón de este asombroso poder re-creativo del alma. En la memo Pasando ahora a la segunda objeción, la de Cebes, nos limita
ria espiritual se basa Louis Lavelle para abrazar la tesis de la remos a recordar en dos palabras lo que con respecto a ella, y
inmortalidad del alma, y también Bergson, por su parte, al decir por conveniencia expositiva, adelantamos en otro lugar. El alma
que, aunque sin pronunciarse formalmente sobre el punto de la y el cuerpo, según Cebes, estarían en una relación análoga a la
inmortalidad, el ente portador de esta memoria, llámese como que guardan entre sí el mismo cuerpo y el vestido que lo cubre,
se quiera, no puede estar sujeto al proceso de la generación y ocupando en el primer caso el alma el lugar dél cuerpo, y éste
corrupción a que está sometida la materia. “Materia y memoria”, el del vestido. Así las cosas, y del mismo modo que nadie puede
según reza el título de la insuperable obra bergsoniana, son tér pretender que el cuerpo haya de ser inmortal simplemente por
minos que se excluyen radicalmente entre sí. ser su duración mayor que la de los vestidos que va endosando
El segundo contraargumento de Sócrates a la tesis del alma- sucesivamente durante su vida, no podría tampoco pretenderse
armonía —de alcance general esta vez y ya no ad hom in em como —se entiende sin otra razón— que el alma, así pueda revestirse
el primero— consiste en aducir el hecho, de patente observación de dos o más cuerpos en sus sucesivas encarnaciones, haya de
psicológico-moral, de que hay almas virtuosas y almas viciosas, sobrevivir indefinidamente a la reiterada caducidad de sus ves
o dicho en el lenguaje musical de Simias, almas armónicas y tiduras mortales.
almas inarmónicas; en las primeras, en efecto, hay acuerdo ar Como se ve, Cebes, al contrario de Simias, no niega con su ob
mónico entre la razón y los apetitos inferiores, y en las segun jeción lo que antes había aceptado: la reminiscencia y la metem-
das, por el contrario, completo desacuerdo. La diferencia, además, psicosis (o la metensomatosis, para ser más precisos), y por esto
por todo lo que puede observarse, no proviene de la buena o Sócrates no puede oponerle a él un argumento ad h om in em , y
mala disposición del cuerpo, de su salud o de su enfermedad, porque además, como el mismo Sócrates lo reconoce, la objeción
ya que a uno u otro estado lo acompaña indiferentemente el otro de Cebes es de gran profundidad, mucho mayor que la de Si
estado moral de la virtud o el vicio. Pero si así es, si la armonía mias, en cuanto que plantea todo el problema de la generación
o desarmonía le viene al alma de sí misma, no podrá sostenerse y corrupción, con el de los entes sujetos a este proceso o exen
que el alma es la armonía del cuerpo, ya que en la armonía no tos de él. De aquí la necesidad en que se ve Sócrates de empren
hay ni más ni menos, ni puede hablarse de una armonización der una larga disquisición sobre estas materias, para terminar
inferior o superior a otra. O hay acuerdo o no lo hay: tertium finalmente en la cuarta prueba de la inmortalidad, la que va,
non datur. Y por último, estaría por verse si en las mismas almas más aún que la tercera, directamente a la esencia del alma. Por
virtuosas puede compararse la virtud con una apacible melodía, su misma esencia, en efecto, y no porque pueda de hecho re
ya que es precisamente todo lo contrario lo que parece ocurrir, vestir dos o más cuerpos, de derecho y no de hecho, a p riori y
cuando vemos que la virtud es el continuo combate de la razón no a posteriori, es como debe probarse la tesis de la inmortalidad.
contra los apetitos, o del apetito superior de la cólera contra el
inferior de la concupiscencia, y esto durante toda la vida. La p ru eb a on tológica
Para Sócrates, no menos que para Job, la vida espiritual es
conflicto y batalla, y la serenidad, si alguna vez viene, no será De esta necesidad procede la cuarta prueba, denominada por
sino el lauro del vencedor después del largo combate. Con esto Zeller y por otros después de él, la prueba ontológica. Si por
queda despachada la tesis del alma-armonía, y como observa Tay- haberla puesto en último lugar debemos colegir de aquí que
lor, la interpretación socrática de la vida moral se expresa prác Platón la haya considerado como la más decisiva, es, por supues
ticamente en los mismos términos que la interpretación pau to, cosa de mera conjetura, aunque algo quiere decir el hecho
lina, de acuerdo con la cual el espíritu libra batalla contra la
si “ T h e spi r i t wh i ch dom i n at es t he fl esh cl ear l y can n ot b e i t sel f j u st
carne, y la carne contra el espíritu: Spiritus m ilitat adversus t he at t u n em en t or scal e con st i t ut ed b y t h e i ngr edi ent e o f t h e f l esh ” . Tayl o r ,
carn em ; caro au tem adversus sp h itu m . El espíritu, por tanto, no P la to , p. i g8.
368 N ATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A LM A NATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A LM A jl j'J

de haberla reproducido Platón, corno hemos visto, en el Pedro. exista, pero la indefinida perduración de este “mientras” es lo
Resumiéndola en dos palabras, la prueba parte de la considera que no resulta probado por la sola consideración de que al alma
ción de los contrarios (t e . évav-ua), pero no de los contrarios en le es esencialmente concomitante el atributo de la vida.
un sujeto, como en la primera prueba, sino de los contrarios No obstante, pruebas como éstas, la de Dios sobre todo, han
en sí mismos, cada uno de los cuales no consiente en absoluto la tenido su fortuna en la historia de la filosofía, sustentadas como
presencia del otro contrario. Ahora bien, hay cosas cuya esencia lian sido por pensadores de indiscutible genio; lo cual no se
se d ef i n e por uno solo de los contrarios v que, por tanto, no explicaría si se redujeran al consabido tránsito, desde luego in
pueden admitir de ningún modo el otro contrario. Pero el alma j ustificado, de la esencia a la existencia. En realidad hay—en-
es una de ellas, toda vez que aporta al cuerpo la vida. El alma es ellas algo o mucho más, como lo ha mostrado la crítica moderna,
la vida misma, como si dijéramos, y no puede recibir, por consi en los análisis tan penetrantes, por ejemplo, de Gilson y Lave-
guiente, el contrario “muerte”, o dicho en otras palabras, que lie. Lo que en el fondo hay, si podemos enunciarlo de este modo,
es inmortal. es una experiencia vivida, un dato no meramente conceptual,
Como toda genuina prueba ontológica (y ésta lo es incuestio sino real y verdaderamente existencial que no puede explicar
nablemente) , ésta de la inmortalidad del alma por su esencia es se sino por otra existencia distinta de la del sujeto que vive aque
absolutamente concluyente en este orden: el de la esencia, pero lla experiencia, con lo cual es del todo legítimo el tránsito de un
está por ver si lo es también en el de la existencia, y en este existente a otro igualmente existente. Siguiendo el paralelo que
salto del uno al otro orden está todo el problema. Sin discusión, creemos tan ilustrativo entre psicología y teodicea, es esto, a nues
desde luego, que no puede hablarse de un “alma muerta”, lo cual tro parecer, lo que acontece en la prueba agustiniana de Dios
sería simplemente, como dice Taylor, una con trad ictio in ad iecto, por la Verdad. El punto de partida es la aprehensión por la
y sí podemos, en cambio, hablar con entera propiedad tanto de mente de verdades necesarias e inmutables —las vérités d e raison,
un cuerpo vivo como de un cuerpo muerto. Pero de que la vida como dirá Leibniz— cada una de las cuales “no puedes tú lla
sea de la esencia del alma, no se sigue necesariamente que deba marla tuya o mía o de otro hombre alguno, sino que está pre
continuar indefinidamente la existencia del ente portador de sente en todos y a todos se ofrece por igual” .83 Son verdades que
esta esencia. Si así fuese, y sirviéndonos de las mismas analogías obviamente tienen por fundamento una Verdad absolutamente
de que se sirve Platón, podríamos decir que la nieve, cuya esen superior a nuestra inteligencia, la cual no hace sino inclinarse
cia es el frío, no podrá jamás dejar de ser nieve. Lo más que ante ella como ante un orden de conexiones ontológicas y axio-
podemos decir, en el orden riguroso de la esencia, es que, lógicas que las trasciende por completo y con supremo señorío.
m ientras sea nieve, no podrá admitir el otro contrario, que es el Ahora bien, y es el siguiente y decisivo paso, no puede concebirse
calor. Por otra parte, y como arguye Copleston,82 la prueba, si la verdad sino fundada en el ser: las verdades conjeturales de la
verdaderamente lo fuese, probaría demasiado, ya que por la mis experiencia sensorial en el ser o remedo de ser que es mudable
ma razón podría decirse que es inmortal el alma de los anima y contingente, y aquellas otras, en cambio, las verdades eternas y
les, dado que para ellos también es un principio de vida. No absolutas, en el Ser que es su fundamento y que es igualmente,
le demos más vueltas: el argumento ontológico falla aquí como por tanto, eterno y absoluto. De la existencia de la verdad que
falla igualmente en aquello a cuya aplicación ha recibido su nom sentimos en nuestra experiencia íntima —in in teriore h om in e
bre, es decir en la existencia de Dios. No hay duda que la esen habitat veritas— pasamos así a la existencia de la Verdad sub
cia de Dios lleva consigo necesariamente la existencia, y que, por sistente, en un tránsito, jjor consiguiente, puramente existencial.
tanto, el Ser a que corresponde esta esencia existe necesariamente Algo muy semejante, porque en el fondo se trata de la misma
en caso de existir, y es esto precisamente lo que hay que probar experiencia, encontramos en el C ogito ergo sum , que no es ni un
de otro modo y no por la sola inspección de la esencia. Del misino entimema, a despecho de su estructura gramatical, ni tampoco
modo exactamente, el alma no puede ser sino vida m ientras
83 Cf . p r i n ci pal m en t e D e lib e r o a r b it r io y S o lilo q u ia , de don de t om am os
l i br em en t e los t ext os, y a los cual es r em i t i m os p ar a l a el u ci d aci ón com pl et a
82 A I iis to r y o j P h iln s o p h y , ii, 79. «le l a pr u eba agust i n i an a.
370 N A TURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A l.M A N A TURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A L M A 371

una intuición circunscrita al yo pensante que la enuncia, sino, un tránsito ulterior e hipotético de lo finito a lo infinito, está
como lo ha mostrado Louis Lavelle en una sucesión de análisis implícito, como su condición, en el C ogito humano. Es un argu
maravillosos, el descubrimiento del pensamiento universal, y mento a fo r tio r i: si la limitación de lo finito supone la ilimita
tampoco por deducción, sino en el mismo acto de tomar con ción de lo infinito, y si, en mi experiencia, el tránsito se cumple
ciencia del pensamiento particular. “No se puede —sigue diciendo del pensamiento a la existencia, en Dios también y con mayor
Lavelle— hacer un corte entre el uno y el otro. Yo participo en razón. De aquí esta fórmula tan concisa, empleada a veces por
un pensamiento que de suyo es universal, y que, en la medida Descartes: yo pienso, luego Dios es. Ni el C ogito ni el argumento
misma en que verdaderamente es un pensamiento, es coextensivo mitológico pueden considerarse como simples relaciones dialéc-
a todo pensamiento, pero que, en la medida en que es mi pen ticas entre nociones. Uno y otro nos hacen penetrar del orden de
samiento, es siempre un pensamiento imperfecto, incierto y que la representación en el orden de la existencia, más aún, de una
duda: d u b ito ergo cog ito, de tal suerte que el yo se encuentra existencia en el acto de producirse. Bajo este aspecto, el argu
transportado más allá de sí mismo y descubre así, en su propio mento ontológico es de una vivencia estremecedora: nos trans
pensamiento, la falta de una verdad que podrá negársele a él, porta, en efecto, a la fuente misma del ser. Es una especie de gé
pero a la que él apela. No hay ni pensamiento concluso ni yo nesis de Dios que la génesis de nosotros mismos hace descender
separado. La experiencia que tenemos del pensamiento es la ex en nuestra propia experiencia.” 85
periencia de nuestro propio pensamiento en tanto que se afirma Nunca como cuando se tratan estos temas se comparte la des
a sí mismo, y que tiene conciencia, de llevar en él una potencia confianza, el escepticismo mejor dicho, que Platón tuvo siempre
de afirmación universal que le sobrepasa y a la que, por lo mis con respecto a la posibilidad de comunicar por escrito estas expe
mo, debe someterse” .84 riencias. De nada sirve querer ponerlas en el papel, empeño del
Cuando se percibe así, o se entrevé por lo menos, la profun todo inútil si uno no las vive por sí mismo en el diálogo filosó
didad infinita que lleva en sus entrañas el C ogito cartesiano, fico tal y como se describe en la Carta VII, o por lo menos en
nada tiene de sorprendente que su autor pase luego, no por un aquel otro “diálogo interior y silencioso del alma consigo mis
proceso dialéctico ulterior, sino por el ahondamiento mismo de ma” de que habla el Sofista. En la soledad y el silencio, como
la afirmación inicial, a su prueba ontológica de la existencia de dice el Kempis, se abre el alma al conocimiento de las Escritu
Dios. Si Descartes habla de la idea de Dios, no es como si se tra ras; al de estas otras también, de Platón, San Agustín o Descartes,
tase de una idea como otra cualquiera, extraña a la experiencia todos los cuales consignaron sus experiencias en la forma que
personal del eg o cog ito, y la cual, por su validez universal, puede mejor pudieron. No pretendieron comunicárnoslas por entero
igualmente expresarse como h om o cogitans, y todavía más, como —esto era imposible— sino apenas darnos la pauta o mostrarnos
ens cogitans. "L a idea de Dios —dejaremos una vez más la pa el camino siguiendo el cual podrá cada uno revivir en sí mismo
labra a Lavelle— es el acto mismo del C ogito, en tanto que, la misma experiencia y ver algo por lo menos de lo que ellos
aunque limitado en mí, es de suyo y necesariamente sin límites, y vieron.
por esto puedo hacerlo mío en el interior de mis propios límites. Dentro de este espíritu es como deben verse, a nuestro parecer,
El término de idea no quiere decir aquí otra cosa sino esta las pruebas platónicas de la inmortalidad del alma, sobre todo
superación infinita de mi acto por el acto que lo funda, y no una la tercera y la cuarta, y por esto las hemos puesto en parangón
simple representación que pudiera yo tener del ser mismo que con las pruebas semejantes de la teodicea. Pero en verdad se trata
realiza aquella superación. Y por la misma razón que yo existo de una conexión mucho más profunda de la que podrían dar a
en tanto que ente finito pensante, el Ente infinito pensante, sin entender estos nuevos términos de parangón o semejanza. Dí
el cual no podría yo ni pensar ni ser, es necesariamente una exis ganlo como lo hayan dicho los tres pensadores que hemos to
tencia y no solamente una id e a .. . El argumento mitológico es mado por centro de referencia, en todos ellos se afirma la espiri
el C ogito en la escala de D io s.. . El C ogito divino, lejos de ser tualidad del alma en función precisamente de la presencia di
vina que sienten todos en lo más hondo de su conciencia: Ce
s* D e l’á m e h u m a in e , Par ís, 19 51, p. 93. 85 Lavel l e, o p . cit., p p . 10 1-i o s.
372 N ATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L DEL A LM A NATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A LM A 373

Q u elq’un q u i cst en m o i plus m oi-m ém e qu e m oi, corno decía F ed ón , en efecto, tiene de característico, en comparación con
Charles du Bos. En San Agustín y en Descartes es esta conexión los otros de la misma especie, el ser en su mayor parte una to
a tal punto estrecha, que por algo ambos filósofos no ven en el pografía del infierno, o más aún, ya que tampoco está ausente
alma sino su aspecto superior de espíritu, como si lo único o el paraíso, una especie de “geografía general”, como dice Léon
más propio de ella fuera su conversación en los cielos, con Dios Robín, es decir un estudio de la estructura de la tierra, desde
y la Verdad, antes que la animación transitoria del cuerpo mor- las Islas Afortunadas hasta el abismo central del Tártaro. Al fi-
trrl —F u Platón I 11 1 .i i’ i i —i.-i-fn nlgn_nny h e m o s impregnado de SU nal viene, como es natural, la adscripción de cada alma a su
espíritu, será forzoso decir que pasa exactamente lo mismo. Aun ~ respectivo lugar, y si bien es esto último lo que mas nos interesa,
que sin tener él —¿ni cómo era posible que la tuviera?— la con hay que hacernos cargo brevemente de la topografía que le pre
cepción de un Dios personal tan claramente como la tienen, pol cede. Si a Dante le seguimos de buen grado por todo esto, no
la Revelación, aquellos filósofos, el hecho es que Platón se afana vemos por qué no hemos de hacer otro tanto con Platón.
incansablemente por encontrar el modo de radicar en Dios las El Tártaro es el abismo más profundo y va hasta el centro
Ideas (la Idea del Bien es por ventura el momento máximo de de la tierra. Es una vasta depresión llena de agua, a la cual
este esfuerzo), y desde luego ve en ellas la manifestación por llegan y de la cual salen todos los grandes ríos de la tierra: una
excelencia, para nosotros, de lo divino. Dios mismo, por tanto, central, como si dijéramos, de distribución de las aguas. El pri
con este u otro nombre, pero en suma Él, es el correlato del mero y el mayor de todos esos ríos es el río Océano, y su curso
“parentesco” que siente nuestra alma con ese otro mundo radi va en su mayor parte por la superficie terrestre. El segundo, y
cado en Él, y al cual tiene conciencia esta misma alma de perte de curso casi por completo subterráneo, es el Aqueronte. El ter
necer irrevocablemente. La noción de Dios está implicada, por cero, de curso igualmente interior, es el Piriflégeton, una co
definición, en la “deiformidad” del alma, y este carácter es en rriente ígnea, como su nombre lo indica, y que tiene una fun
última instancia, como dice Taylor, el fundamento de la espe ción muy importante en el destino infernal de las almas. Su com
ranza en la inmortalidad.86 De una experiencia propiamente posición ígneoacuática le viene de que, apenas salido del T árta
religiosa, bien que conceptualizada luego en una argumenta ro, atraviesa una vasta región llena de fuego, y así acaba por
ción racional, por lo demás perfectamente legítima, ha nacido ser, a causa del lecho abrasado por que corre, una especie de
y ha vivido hasta hoy la “gran esperanza” de la filosofía. En torrente de lava en ebullición o de materias incandescentes. Más
términos agustiniano-cartesianos se hace eco de ella Bossuet,87 y adelante se extienden sus aguas en un inmenso lago ardiente,
acaso nadie como Spinoza ha sabido expresarla tan maravillo verdadero mar subterráneo mayor que nuestro Mediterráneo. El
samente: Sentim us ex p erim u rq iie nos ciclem os esse. cuarto y último río, en fin, es el Cocito, igualmente un río
infernal, pero de naturaleza completamente distinta a la del
E l m ito fin al d el Fedón anterior, ya que se trata esta vez del río frío por excelencia.
Al igual que el Piriflégeton, el Cocito da también origen a un
No sería Platón quien es si no coronara su argumentación, y vasto mar interior, sólo que de aguas glaciales, la denominada
precisamente donde la ha llevado al grado máximo, con el co laguna Estigia. Y así como la región que circunda al Piriflége-
rrespondiente mito escatológico. Filósofo y poeta, quiere darnos, lon es de una coloración rojiza, la del Cocito y su laguna es,
como Dante Alighieri, una representación imaginativa de los por el contrario, de una coloración azulosa, como la toman las
lugares que aguardan a las almas después de esta vida y de acuer grandes masas de hielo vistas a distancia, y el paisaje en general
do con la conducta que han observado en ella. El mito final del es terrible y salvaje.
Notemos de paso cómo Platón, al igual que Dante, pone tanto
se " I t i s t l i e sou l ’s ‘d i vi n i t y’ w h i ch is, i n t h e last r esoi t , t h e gr ou n d fot el fuego como el hielo en los lugares infernales. La única dife
t h e h ope of i m m or t al i t y” . P ia lo , p . 206. rencia está en que el suplicio del fuego parece ser, para Platón,
f ' “ L ’ám e née p o u r con si d ér er c es v e r ile s c-t D i eu oü se r éu n i t t out e
vér i t é, p ar lá se t r ouve con for m e á ce qu i cst ét er n et ” . C on n aissan ce de
el mayor de todos, ya t]ue a él destina a los mayores crimina
D ieu e l d e s o i-m é m e , v, 14.
les, en tanto que, en la visión dantesca, el fondo del infierno
374 N ATURALEZA Y D ESTIN O F IN A L D EL A LM A NATURALEZA Y DESTINO F IN A L D EL A LM A 375

es un pozo de hielo en el cual están eternamente sumidos Satán estarán hasta su completa purificación. Las almas criminales, en
y los pecadores humanos que más han emulado en su maldad cambio, son todas precipitadas al Tártaro, pero con la diferen
al arcángel caído. La diferencia tiene una razón profunda, que cia —que da lugar a la cuarta y la quinta clase— de que unas
no es desde luego la mera preferencia que uno pueda tener por el pueden expiar sus delitos, si los cometieron, por ejemplo, bajo
frío o por el calor. La razón es que el frío expresa mejor la idea el imperio de la cólera, y emerger, después de más o menos tiem
de p riv a ció n ; ahora bien, la pena mayor del infierno, para Dante, po, a la laguna Aquerusia, en tanto que las otras, culpables de
_no_esJ romo dicen los teólogos, la pena de sentido, sino la pena crímenes tan atroces como sacrilegios u homicidios en masa, no
de daño, la que sufre el condenado por la privación de Dios, y saldrán jamás de su morada infernal: oíkv put eó t e CxBttívoueriV. T al
que es incomparablemente más acerba que otra cualquiera. es, en conclusión, la manera como Platón cree que debe asig
Veamos ahora la parte moral del mito, concerniente al des narse a las almas su eterno destino de acuerdo con la perfecta
tino final de las almas. Conducidas éstas por su Genio indivi justicia.
dual, llegan al lugar del juicio, el cual, una vez pronunciado,
las reparte en cinco grupos o clases. Las dos primeras son las
de aquellos que han vivido en santidad y justicia, siendo la clase
superior la de quienes han practicado estas virtudes según la
filosofía. En las otras tres clases, a su vez, entran todos aquellos
cuya conducta ha sido mala o no del todo buena, en el siguiente
orden descendente: en la primera clase, aquellos en los cuales el
bien y el mal anduvieron mezclados entre sí (algo así como los
“tibios” de la moral cristiana); en la segunda, los francamente
malos, pero cuyas faltas admiten una expiación reparadora; en
la tercera, en fin, los autores de crímenes inexpiables.
A estas cinco categorías de almas, en el orden que han sido
enumeradas, corresponden los siguientes premios y castigos. Las
almas de las dos primeras clases, las de aquellos que vivieron
en pureza y mesura, o en eminente santidad (xaOapüg xaí pe-
•rpíwg. . . 5ux<pepóvTwg irpóg t ó óoíwg (kdivou), van desde luego al pa
raíso, a la morada pura (xaOapá oíx'noxg) que está más allá de
la tierra, pero con la diferencia de que las almas que alcanzaron
su completa purificación por la filosofía, éstas no tienen ya que
volver a encarnar, como el resto de las almas justas, sino que vi
virán sin cuerpo por la eternidad.S8 Donde es de notarse cómo en
este mito la santidad por la filosofía otorga un título inmediato
a la beatitud y a la incorporeidad eterna, al paso que, en el mito
del F ed ro , este derecho está subordinado al ejercicio de tres op
ciones milenarias idénticas. En cuanto a las almas no tan buenas
o en pecado, he aquí su destino. Las de los tibios o remisos, cuya
existencia transcurrió entre dos aguas, como si dijéramos, entre
el bien y el mal (picrwg (kPw«)x£vai), éstas van al Aqueronte y a
la laguna Aquerusia formada por este río, y en este purgatorio
88 Fedón , 114 c: oi (ptXooo'j.ú; iv.avilic ’/.aBrigáptvot fiveu te o(üp,áT(ov £óxn
xó ¡taeÓLXOcv ti? t o v « le tra jt q ó v o v . . .
P EO R IA l)K I. A M O R 377

Habrá que tener presente, por tanto, la indicada ambivalencia


semántica tanto al referirnos al amor (epwi;), como a la amistad
X III. T E O R ÍA DEL AMOR (cpik ia ) , y el sentido preciso lo dará en cada caso, naturalm ente,
el contexto del pasaje. Al mismo tema, por consiguiente, al tema
La teoría platónica del amor, tan estrechamente emparentada del amor en todas sus acepciones, se refieren tanto el L isis como
con la teoría del alma, la encontramos principalmente en los el B a n q u e te , no obstante que sus subtítulos convencionales sean
tres diálogos siguientes: L isis, B a n q u e te y F ed ro . Los enuncia respectivamente “De la amistad” y “Del am or”. Si alguna duda
mos en este orden, por ser, con la mayor probabilidad, el de su quedara, la desvanecería el simple hecho de que la pasión de
cronología según la crítica m oderna.1 En lo que toca al L isis, no Hipotales por el efebo Lisis es lo que da ocasión al tema que,
parece haber ninguna dificultad en ponerlo en primer término, como de costumbre, plantea luego Sócrates en toda su genera
ya que, en el consenso general, pertenece a lo que se ha conve lidad.
nido en llam ar el “ periodo socrático” en la carrera literaria de El primer punto a discusión es el de saber quién puede decirse
Platón, a tal punto que Zeller lo tiene incluso por anterior a los amigo de quién, si el que ama o el que es amado, en la hipótesis
primeros viajes del filósofo. Materia de larga discusión, por el naturalmente de que no exista correspondencia por parte de este
contrario, ha sido la cronología entre el B a n q u e te y el F e d r o , pero último.- Hay casos, en efecto, en que el amado no sólo no co
tanto por razones estilísticas como de crítica interna, parece rresponde con amor, sino que corresponde con odio; y en estos
hoy, como lo más probable, que el segundo deba considerarse casos, desde luego, no puede decirse que el amado sea amigo
efectivamente como posterior al primero. Del F e d r o en especial del amante, sino antes bien su enemigo. Pero también parece
hemos dicho ya lo suficiente, en los capítulos precedentes, en difícil sostener, en la misma hipótesis, que el amante continúe
abono de su cronología, más bien tardía que prematura, en el siendo amigo de quien no le ama o que le odia, ya que si así
co rp u s p la to n ic u m . No tiene este problema, en conclusión, por fuera, resultaría que puede uno ser amigo de su enemigo, lo cual
qué embarazarnos más, antes por el contrario, debemos seguir, no puede decirse sin aparente contradicción, y nadie, por lo de
con tranquila conciencia crítica, la teoría platónica del amor en más, suele expresarse de este modo. ¿O habrá que decir, enton
la sucesión ideológica correspondiente a la indicada secuencia ces, que la amistad supone forzosamente la reciprocidad senti
cronológica. mental entre los amigos? Pero tampoco esta solución deja de ofre
cer dificultades, ya que igualmente solemos decir que somos ami
E l a m o r en e l Lisis gos de los caballos, del vino, de la gimnástica o de la sabiduría;
ahora bien, es obvio que en ninguno de estos casos podemos
En la semántica contem poránea, en las lenguas indoeuropeas esperar rtinguna reciprocidad por parte de tales objetos.
más conocidas por lo menos, suele contraponerse el amor a la La aporía queda de tal suerte sin resolver, y aparentemente no
amistad, en cuanto que por "am o r” entendemos hoy de ordina tiene mayor influjo en lo que luego sigue, al enfocar Sócrates
rio el amor-pasión, y por “amistad”, en cambio, el sentimiento el problema desde otro punto de vista. En la historia del pensa
de benevolencia, del todo puro y desinteresado, por otra persona. miento filosófico, por el contrario, la anterior discusión es de
En la lengua griega, y desde luego en la de los diálogos platóni gran trascendencia, por cuanto que Platón plantea aquí por vez
cos, no es exactam ente así, sino que los términos correspondientes primera, y aunque sin acertar a resolverla por él mismo, la
de 'éf¿og y cptXía pueden aplicarse indistintamente a sentimientos cuestión de la diferencia muy real y verdadera que entre el amor
de am or y de amistad, o con mayor precisión, a las dos espe y la amistad se ha sentido siempre en la experiencia moral de la
cies de am or: amor de concupiscencia y amor de benevolencia, humanidad. No es tanto, o no decisivamente, en razón del interés
como los llamaron, en expresión insuperable, nuestros clásicos. o desinterés sexual en una u otra relación, sino en razón preci
samente de la reciprocidad o no reciprocidad entre los sujetos de
1 Es c-I or d en q u e si gu e L éo n Ro b i n en su m agn íf i ca m o n o gr af ía, la m e­
j o r i n d i scu t i b l em en t e q u e se b aya escr i t o sobr e el t er n a: 1.a I h é o r i e p la to n i- - L is is , 212 a: JtOTEQOC; JIOTEQOU CpíXog Y^Yvexai ’ O cpiXóVv TOÍÍ <plX0U|X£V0U r\
c i e n n e d e l'a rn o u r, Par ís, i y b y .
b (piXoiVtvog t o O (piÁoCivxog-
f 370 ]
378 T E O R IA D EL AMOR T E O R IA D EL AM OR 379

la relación. Que hay amores no correspondidos, es cosa que ha bien la desemejanza el verdadero fundamento de la amistad.
sabido siempre todo el m undo, y más aún, que no hay ninguna Tam bién aquí nos sale al paso la autoridad de los poetas, la de
repugnancia intrínseca a que un am or pueda ser correspondido Hesíodo, nadie menos, el cual, con su buen sentido práctico,
ya no sólo con la respuesta negativa de la indiferencia, sino con observa cómo de ordinario la semejanza, muy lejos de ser fuente
la positiva del odio. Si esto fuera en absoluto imposible, ni el de amistad, lo es, por el contrario, de rencillas y desavenencias,
mismo Cristo habría podido prom ulgar el mandato del amor y que no hay gentes que más se detesten entre sí como las que
a los enemigos. El amor, en suma, no necesita ser bilateral, sino practican el mismo oficio o profesión. No hay peor cuña que la
que se basta a sí mismo incluso cuando es por completo unila del mismo palo, para decirlo en términos bien castizos. Ni se
teral. De la amistad, en cambio, no podemos decir otro tanto, limita Hesíodo a estas observaciones empíricas, sino que acaba
sino que forzosamente ha de ser recíproca si es que verdadera postulando la ley general de que la amistad nace entre los con
m ente puede llamarse tal. Como lo dirán Aristóteles y Santo trarios, y que su intensidad está justamente en razón directa
Tom ás, la amistad es también amor, pero amor correspondido: de la mayor contrariedad entre los amigos.3 C ontra la autoridad
un r e d a m a r manifiesto por ambas partes: r e d a m a tio n o n latens. de Hesíodo, no obstante, se levanta la no menos respetable de
Según lo deja ver el L isis con toda claridad, ésta es la solución Heráclito, para el cual no hay sino hostilidad en el devenir uni
a que conduce directam ente el m ovim iento del diálogo, y si Só versal (la guerra, en efecto, es “padre de todas las cosas”) , y
crates no la adopta resueltamente, es sólo por el extraño escrú por más que H eráclito convenga con Hesíodo en la concepción
pulo de que cómo podríamos entonces decir que somos “ami del devenir como tránsito del uno al otro contrario. Y prescin
gos” de cosas tales como el vino o los caballos, de los cuales no diendo de autoridades, tenemos el hecho evidente de que, por
podemos esperar ninguna reciprocidad. Hoy decimos natural lo común, los buenos son amigos de los buenos, y los malos de
mente que de estas cosas somos "aficionados” y no propiamente los malos, mientras que de acuerdo con la teoría de la deseme
“amigos”, pero Platón, por lo visto, no disponía sino de un solo janza, debería ser todo lo contrario: el justo amigo del injusto,
término (cpíXog) co n aquella doble acepción; a tal punto es el el bueno del malo y recíprocamente. Ni la semejanza ni la de
pensamiento, aun en sus mayores exponentes, prisionero del len- semejanza, en conclusión, parecen dar razón satisfactoriamente
guaje. del fenómeno moral de la amistad tal y como se nos muestra, y
Como la prim era discusión no ha llevado a ningún resultado, la primera condición de toda teoría es su concordancia con el
se pregunta ahora Sócrates, en otro enfoque del tema, cuál po fenómeno que trata de explicar.
drá ser el fundamento de la amistad. ¿Será la semejanza o, por Lo anterior no quiere decir, empero, que ambas teorías sean
el contrario, la desemejanza? Podría sostenerse lo primero, tanto radicalmente falsas. No lo son, desde luego, en lo que cada una
por lo que dicen los poetas como por los ejemplos históricos muy objeta a su antagonista, ni lo son tampoco en todo lo que una y
abundantes de ilustres amistades en las cuales parece haber efec otra afirman. Lo único que hay que hacer es tratar de encon
tivamente una estrecha afinidad de gustos y caracteres entre los trar una teoría intermedia que procure conciliar las tesis extre
amigos, y por último, vemos cómo de ordinario los buenos andan mistas y salvar lo que ambas tienen de verdadero. Partiendo del
con los buenos y los malos con los malos. Por otra parte, sin em dato, que podemos dar por cierto, de que en toda amistad aspi
bargo, no puede desconocerse que en toda amistad, inclusive en ran ambos amigos a la conquista o posesión de algún bien, sea
la más elevada, cada amigo espera recibir del otro cierta utili cual fuere la forma como lo conciban, podríamos decir, para
dad o beneficio, no necesariamente de carácter económico, sino empezar, que no es ni lo bueno absoluto ni lo m alo absoluto
intelectual o m oral, lo cual supone entre ellos cierto desequilibrio lo que es amigo del bien, sino aquello que no es ni una ni otra
o desemejanza. Cuando, en efecto, ambos lo tienen todo en todo cosa, o que es, si queremos, medianero entre ambos, es decir ni
género de bienes, y son además completamente iguales entre sí, bueno ni malo.4 Esto lo dice Sócrates como por una “inspiración
¿a santo de qué podrá nacer una amistad en la que los amigos divinatoria”, es decir una prim era intuición provisional que
no han de comunicarse nada?
3 L itis , 215 e: t ó yaQ Évavxt cór aTCr v n¡> ¿vavx u ü i áx íi ) n áX i o x a <píXov-
H abrá que indagar, por consiguiente, si no podrá ser más * 218 d : t o v i xaXoü t e y.dya(tn v rpOarv ef vat xt> u r t e ávaO ó v |x t it e xar .óv.
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pasa luego a verificar m etódicam ente, a la luz, como suele hacer de la salud, por ser ésta el verdadero bien a que aspira el en
lo, de la experiencia inm ediata. “B u en o” y “m alo”, conviene ad fermo. Pero podría ser tam bién que amáramos la salud igual
vertirlo, se toman aquí no sólo en su sentido m oral, sino en toda mente en vista de otra cosa, la felicidad por ejem plo, y lo mismo,
su generalidad significativa, prácticam ente como sinónimos de o con mayor razón aún, podría decirse de otros bienes como
valor y disvalor. De otro modo aún, y en términos más concre las riquezas, que no lo son sino por otro bien mayor, del cual
tos, lo que no es bueno ni malo es en realidad lo que en parte son meros instrumentos. Y como en todas las cosas es posible
es bueno y en parte malo, y siendo así, apetece el bien del que mente válido este retroceder del bien instrum ental o aparente
ya tiene cierta experiencia (de lo contrario no podría siquiera al bien intrínsecam ente real, podemos legítim am ente preguntar
im a g in a rlo ), y lo apetece para tenerlo por completo y expulsar nos si no habrá un bien primero y principal, el único que ver
el mal que en dicho sujeto anda mezclado con el bien. T a l acon daderamente amamos, y del cual serían solam ente imágenes fala
tece, si nos fijam os en ello, tanto en lo corporal como en lo es ces los otros bienes aparentes.0
piritual. E l enfermo, por ejem plo, es amigo del médico a causa Una vez, empero, que se plantea así la posibilidad de la exis
de su enferm edad, pero algo conserva de salud, pues de lo con tencia de este p rim u m a m a b ile (rtptoTov cpíXov) , habrá que ha
trario tendríamos un m uerto y no un enfermo. V en el alma se cer probablem ente otra corrección en lo que antes dijim os, cuan
ve más claro todavía, en el caso del amor espiritual por excelen do afirmamos que el m ovim iento afectivo tiene por origen, ju n
cia, que es el amor de la sabiduría. El “filósofo”, en efecto, es tamente con la percepción del bien a que aspira, la presencia
aquel que no es com pletam ente ignorante, pero tampoco perfec de un mal, como la enfermedad o la ignorancia en los ejem plos
tam ente sabio, y por esta doble condición, quiere abolir la ig antes aducidos. Ahora bien, podrá ser así con respecto a los bie
norancia que aún tiene y alcanzar lo más que pueda del saber nes meramente instrum entales, como la m edicina o el aprendiza
de que tiene ya alguna noticia. Podemos decir, en conclusión, que je, pero no con respecto a los bienes intrínsecos y finales, como
ya se trate del cuerpo o del alm a o de otra cosa cualquiera, lo serían, en uno y otro caso, la salud y la sabiduría. Menos aún
que no es ni bueno ni malo es amigo de lo que es bueno, y la tratándose del bien suprem am ente am able, el cual es bueno y
causa de este apetito es la presencia de algún m al.5* amable por sí mismo, y de ningún modo por causa del mal. Lo
En esta forma parece quedar resuelta la dificultad de la op de la presencia del mal (xoñ xaxou -rtapoucría) , no es sino la ex
ción entre la semejanza o la desemejanza. U na y otra cosa con presión de la condición existencial de nosotros los hombres, par
curren en la tendencia amorosa, como se ve, con m eridiana cla ticipantes como somos tanto del bien como del m al,7 pero no
ridad, en el caso del filósofo, cuya alma es en parte semejante entra en absoluto en la razón del bien verdadero, el cual es de
y en parte desem ejante a la sabiduría que es objeto de su amor. suyo y por siempre apetecible. H abrá, pues, que encontrar otra
Y otra cosa, además, ha quedado bien esclarecida, es a saber, razón más profunda que la presencia del m al, para explicarnos
que el bien únicam ente, y en ningún caso el mal, es el objeto cómo es que continuam os amando este bien o estos bienes, aun
del am or: xó ¿tyaSóv ¿axiv cpíLov. Por conquistar el bien que nos en el caso de que desaparezca el mal de su privación. No podrá
falta, y por expeler el mal que de la privación del bien nos re ser otra, aparentem ente, que la existencia de cierta afinidad o
sulta, amamos cuanto amamos. conveniencia (otxsíov) entre nuestra naturaleza y jas cosas que
T o d o esto, por tanto, queda firm em ente establecido. Mas pre pueden ser objetos permanentes de la tendencia afectiva, ya la
cisamente por esto, veamos con mayor cuidado si no habremos llamemos amor, amistad o sim plem ente deseo, términos con los
dicho algo que no esté com pletam ente de acuerdo con el prin cuales se especifica ahora muy concretam ente el apetito en ge
cipio supremo de que el bien es el ob jeto del amor. Lo que d iji neral/ Parece que no hay más que pedir esta vez y que hemos
mos antes, por ejem plo, de que el enferm o es amigo del médico,
habría que rectificarlo diciendo que en realidad es sólo amigo « 219 c!: taantQ tlb<ü).a axxa ovxa aúxoü, é^cmaxQ., fi 8’ éxeivo xó
rtQtotov, o ¿05 d^r|\)á); éaxi cpDvOV-
5 218 b: ‘I'ttfuH’ yuQ aüxó, xai xaxa x|| v ipuxñv xa! xuxri xó náiua xai 7 220 d: xorv {xsx a^ v ovxcov xov xaA oü x f . x a i xd ya'O ov- •-
i t avxaxoí, xó nr|TE xaxóv n p xe áyaSov Sia xaxov jxa(jo vat av t o v áyaft ov 8 221 e: t o v o l x í Ío u bi), d)g £o i x f v , o t e f q o ) c x ai t ) cpiXía xai éru-d-ui-ua
tpíhov r iv a l- xvyxávei ovaa, cb<; r paí vexau - -
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llegado por fin al térm ino de nuestra indagación. Desgraciada po ha corrido desde entonces, y desde la publicación del C o r i -
m ente no es así, porque Sócrates se da cuenta de súbito del ex d ú n por lo menos, ha vuelto desgraciadam ente a tener libre
traño parecido, que prácticam ente raya en la identidad, entre la circulación, como entre los griegos, aquel am or “que no se atreve
noción de conveniencia y la de semejanza, con lo que parece que a pronunciar su nom bre’’. Con la estim ativa errada que todo esto
no hemos hecho sino girar en círculo para volver al punto de supone, no faltan hoy quienes apelan al B a n q u e t e platónico no
partida, a una concepción que creíamos haber descartado defini para disentir de él o censurarlo, antes por el con trario para ex
tivam ente. B ien embarazados se encuentran Sócrates y los demás hibirlo como una ju stificación de sus vicios, o para tenerlo pol
dialogantes ante la triste necesidad, al parecer inevitable, de vol lo menos como una especie de cosmovisión pansexológica. Pero
ver a empezar la discusión; pero como en esos momentos llega el sea cual fuere la diferencia en la actitud estim ativa, tanto la
ayo de Lisis a llevarlo a casa, lo dejan todo pendiente para otro censura como la adhesión parten del mismo supuesto, totalm ente
día, y el diálogo term ina bruscam ente, como varios otros del equivocado, de que i o d o s los personajes del B a n q u e t e son porta
llam ado ciclo socrático, sin encontrarle al tema ninguna solución. voces de las ideas personales de Platón, y que si todos ellos —con
P ara quien lo lee con atención, sin embargo, salta a la vista el la gloriosa excepción de Sócrates, que parece no tenerse en cuen
im portante rendim iento filosófico del L isis, a despecho de su ca ta— son defensores del amor hom osexual, tam bién, por consi
rácter predom inantem ente aporético. A quí está en germen, cuan guiente, el autor que los hace hablar. Así lo creyó, por lo visto,
do no en su prim er brote, lo que con toda am plitud habrá de el pobre de X en ofo n te y los actuales apologistas, hom osexuales
decirnos P latón en el B a n q u e te sobre la naturaleza sintética e in o pansexualistas, del B a n q u e te .
term ediaria del amor, síntesis vital de lo positivo y lo negativo, T o d a esta trem enda confusión ha venido sim plem ente del he
de valor y disvalor, pero síntesis anim ada de una continua dia cho de que no se le hace a Platón la debida ju sticia como dram a
léctica ascensional a la conquista del valor supremo. El P rim u m turgo, lo cual es él tanto como filósofo y con el mismo incom
A m a b ile del L isis no es otra cosa, en el fondo, que la Idea del parable genio. Y como los hom bres somos natu ralm ente envidio
B ien , reguladora del universo, y del amor tam bién, por consi sos, buscamos siempre, en aquellos que indiscutiblem ente nos so
guiente. Veam os el desarrollo de estos temas en el diálogo pla brepasan, que lo sea en lo menos posible. De un dram aturgo
tónico donde más largam ente se contienen. oficialm ente reconocido como tal, a nadie se le ocurre pensar que
sea él mismo de la misma condición de sus personajes; cosa del
todo im posible en un dram aturgo como Shakespeare, por ejem
E l a m o r e n e l Banquete
plo, en cuya alma no podrían albergarse con ju ntam en te la m al
E n la autorizada opinión de T ay lor, el B a n q u e t e es probable dad de Yago y de lady M acbeth, y la inocencia de O felia. Pero
m ente la más b rillan te realización de Platón como dramaturgo; como a P latón no quiere concedérsele otro m érito que el de fi
y tal vez por esta misma razón —dice aún el docto humanista lósofo, o de simple profesor de filosofía para ser más exactos,
escocés— el menos com prendido de todos sus diálogos. Lo fue tiene que ser responsable de lo que hace decir a los personajes de
así, podemos añadir, desde los mismos días de Platón, y por nadie sus diálogos, y aun cuando m anifiestam ente, como en el caso
menos que por X enofonte, que se las daba de filósofo y hom de Shakespeare ni más ni menos, se contradigan aquéllos entre
bre de letras. A este buen hom bre, en efecto, parecen haberle sí. No proceden así estos “críticos”, es verdad, a propósito de
escandalizado tanto los discursos en loa del amor masculino que otros diálogos platónicos en los cuales está más que com probada,
hay en el diálogo platónico, que se echó a cuestas la tarea de por datos históricos irrecusables, la hostilidad de su autor por
com poner él mismo su B a n q u e t e , para describir en él las delicias ciertos dialogantes, como lo son, desde luego, los diálogos de
del am or conyugal: obra tan piadosa como inú til del todo en la combate contra la sofística. ¿Por qué, entonces, se adopta otra
historia de la filosofía y de la literatura, y hasta de la m orali exegética con el B a n q u e t e ? P robablem ente sea —si hemos de es
dad. L a reacción de X en ofonte, insólita en aquel medio, pare forzarnos hasta por tratar de com prender la incom prensión—
cería más bien ser propia de la sociedad victoriana, que se escan porque, a más de no haber docum entos propiam ente dichos sobre
dalizó igualm ente con E l r e t r a t o d e D o n a n C r a y , pero el tiem la vida sexual de Platón, el discurso de Sócrates en el B a n q u e t e ,
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el últim o de todos, no tiene ostensiblem ente, con respecto a los ser estos b a n q u e te s —del todo análogos al suyo— algo bien cono
discursos precedentes, el tono de beligerancia tpie le es habitual cido y practicado en la alta sociedad ateniense. No se trata, des
cuando en otros diálogos contesta a los sofistas. Pero es comple de luego, de una reunión cualquiera a la que cada cual va a
tam ente disparatado el exigir del personaje central el mismo com comer por comer. Estas "com idas en com ún” ( s y s s i t i a i ) eran un
portam iento en situaciones que son en absoluto diferentes. Con acto reglam entario, impuesto por el legislador tanto en Atenas
los sofistas es la batalla diaria y en la plaza pública, que es pro como sobre todo en Esparta, con el fin de estrechar la conviven
piedad de todos. En el B a n q u e te , por el contrario, Sócrates va cia política: algo como una parada m ilitar, ni más ni menos, y
como invitado a una casa particular, a una cena entre amigos, sin el m enor contenido espiritual. Del todo distinto de la syssi-
y a celebrar, además, el triunfo que el anfitrión acaba de obte tía era el s y m p o s i o n . En este últim o había dos partes claram ente
ner en un concurso literario. En estas circunstancias, Sócrates, diferentes y de im portancia muy desigual. L a primera, la comida
quien a todas sus cualidades añade la de ser un hombre perfecta propiamente dicha: d e i p n o n o s y n d e i p n o n , era del todo secun
mente educado, no va a com portarse allí como un aguafiestas, ni daria en com paración con la segunda y esencial, que era el p o t o s
a guardar otro tono del que corresponde a una reunión donde o s y m p o t o s , es decir la bebida en común, y en función de la cual
deben reinar la cordialidad y la alegría. Por esto escucha son se define todo el s y m p o s i o n . A hora bien, esto de continuar be
rientem ente los propósitos o despropósitos que los demás comen biendo no se hacía con el fin de llegar a la embriaguez, por más
sales van diciendo sobre el tema de sobremesa, y cuando le llega que ésta fuera frecuentem ente el resultado accidental (en el s y m
su turno dice tranquilam ente todo lo contrario de lo que aqué p o s i o n platónico desde luego, donde todos acaban por caer b o
llos han dicho, pero sin estridencias polémicas. rrachos, con la sola excepción de Só crates), sino para dar lugar
H abía que decir todo esto para disipar desde el principio la a un entretenim iento de carácter estético o espiritual ofrecido
atm ósfera deletérea, mezcla de ignorancia y de malicia, que se por el anfitrión, como la danza, la música, el canto, o sim ple
ha formado en torno del B a n q u e t e platónico. Para todo aquel mente la conversación como se practicaba entonces y hasta hace
que lo lea reposadam ente y sin prejuicios, debe ser claro como poco, como diálogo de ideas o por lo menos no de trivialidades.
la luz del día que lo que en este diálogo se propone Platón es Desde los tiempos homéricos por lo menos llevaban todo esto los
oponer su propia doctrina del amor, en labios de Sócrates como griegos en su sangre, desde que los aedas solían recitar las peripe
siempre (¿o no sabemos de sobra que nunca habla por otros?) a cias de la guerra de T roya, o las m itologías y cosmogonías legen
otras concepciones que desgraciadamente tenían hondo arrai darias, en los banquetes ofrecidos por los grandes señores en ho
go en la sociedad de su tiempo, y cuya aberración había que poner nor de algún huésped ilustre. Detrás de estas prácticas está la idea
en evidencia m ediante la confrontación socrática. Y para que la fundamental de que el espíritu debe alim entarse ju n tam en te con
confrontación sea genuinam ente tal, hay que dejar que todos el cuerpo, y en mayor proporción aún, dada su mayor dign i
hablen tan largam ente como quieran, cada cual en defensa de lo dad. El comer es un acto necesario, pero que nos pone al nivel
suyo, como suele hacerse ‘‘entre hombres solos”, y sobre todo de las bestias, y el equ ilibrio ha de restaurarse con la buena
después de haber com ido y bebido. En una reunión así, típica conversación.9
m ente p s ic o d é lic a , sin inhibiciones de ninguna especie, puede
salir todo a la luz: lo bueno y lo malo, y sólo así, en la lucha 9 Con t od a l a d i f er en ci a q u e h ay en t r e el o r i gi n al y su r em ed o, t r i st e
r em edo p or ci er t o, al gu n a sem ejan za h ay t o d avía en t r e los sy m p o .u a de
a cam po abierto, podrá finalm ente imponerse lo bueno y lo
los gr i egos y n u est r os b an q u et es act u al es, q u e no se d i st i n gu en d e ot r as
verdadero.
com idas p o r la cal i d ad d e los m an jar es, a m en u d o d et est ab l e, si n o por
N ingún otro cuadro escénico, pues, era más apropiado que l l evar con si go u n a si gn i fi caci ón esp i r i t u al , com o el h o m en aje a u n h u ésp ed
éste para la libre efusión de los comensales sobre sus mayores d i st i n gu i d o o l a cel eb r aci ón de al gú n acon t eci m i en t o; p o r est o van en
intim idades. Pero además —y es tle gran interés el comprobarlo gen er al acom p añ ad os de d i scu r sos, en gen er al t am b i én b ast an t e -abur r id os.
L a ob ser vaci ón l a h acem os si m p l em en t e p ar a j u st i f i car p o r q u é t r ad u ci m o s
así— la originalidad de Platón está propiam ente en la elección del
aq u í el t ít u l o d el d i ál o go : S y m p o s io n , p o r B a n q u e t e , en con t r a d e la
tema y en su desarrollo, con todas las demás peculiaridades dra cost u m b r e, q u e d esgr aci ad am en t e p ar ece i r se i m p o n i en d o , d e cal car el t er ­
máticas, por supuesto, pero no en la situación en sí misma, por m i n o gr i ego en el p ed an t esco n eol ogi sm o de s im p o s io . Per o si t en em os m ás
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A las normas de tan noble tradición se ajusta puntualmente participantes del diálogo. Ni más ni menos que como lo hace
el banqu ete que Platón nos describe. C onform e a la propuesta de Shakespeare, quien hace hablar a César como César, y a A ntonio
uno de los comensales, Erixím aco, nada m ejor que pasar del como A ntonio, así no hayan dicho nunca lo que allí dicen, tam
festín de m anjares a un festín de palabras (íaiia\xa. Xóytov) para poco Platón puede dejar que hable Sócrates sino como Sócrates,
celebrar de este modo el triunfo del poeta Agatón, cuya tragedia y todo el resto por lo consiguiente. Siendo así, nada tiene de
acaba de recibir el premio en el festival de Atenas. Y ningún sorprendente que, en los discursos a que vamos a pasar revista,
tema más apropiado, para los discursos (kóyot) que habrán de los haya buenos o malos, o buenos por un aspecto y malos por
pronunciar por turno los asistentes, que el elogio del Amor, uno otro, por la forma o por el contenido. En lo bueno está todo
de los mayores y más venerables dioses, y del cual parecen ha Platón, y en lo malo tam bién, en cuanto que los grandes artistas
berse olvidado, inexplicablem ente, todos los poetas, cuando con y escritores pueden tam bién, cuando les viene en gana, hacer
tanta abundancia han cantado sujetos menos dignos de encomio. mamarrachos, y sobre todo para adjudicarlos, con com pleta ve
De acuerdo con la proposición de E rixím aco, aceptada por rosimilitud, a quienes no son capaces de hacer otra cosa.
todos, y de acuerdo con lo que viene al final y con lo que nadie
contaba: la repentina irrupción de A lciblades en la sala del
banquete, nuestro diálogo se divide claram ente en tres partes. La D iscurso d e F e d r o
prim era es la exposición de los cinco discursos que preceden al El primer orador es Fedro, a quien conocemos ya suficiente
de Sócrates, todos ellos laudatorios, con m ayor o m enor én mente por el diálogo que lleva su nom bre, y que nos lo revela
fasis, del am or m asculino. L a segunda, y la más im portante sin como un perfecto discípulo de los retóricos, del retórico Lisias
duda, es la intervención de Sócrates. L a tercera, de im portancia en particular, por el que tiene verdadero fanatism o. R ep leta
apenas m enor que la segunda, es el retrato m oral que de Só de erudición libresca, y al mismo tiem po vacía de todo conte
crates traza A lcibíades en su estupenda improvisación. Para los nido original y fuerte, es su laudanza del Amor, tomada segu
efectos prácticos del diálogo, además, las dos últim as partes cons ramente de uno de los muchos Xiyot. épumxoí de su maestro
tituyen un todo indisoluble, ya que la persona de Sócrates, en
Lisias, al igual que el discurso sem ejante que nos endilga en el
cuanto ejem p lar perfecto dei amor verdadero, tiene el mismo va
F ed ro. Sus “fuentes”, por supuesto, están en los autores consa
lor que su doctrina, o mayor aún por ventura. Sólo mediante
grados, para el caso los mitólogos, según los cuales, comenzando
una confrontación so crá tica de plenitud absoluta será posible por Hesíodo, el Amor es el más antiguo de los dioses, y de él no
oponerse a una filosofía que, como la del erotismo, tiene sus
puede asignarse ninguna m itología. Y a más de ser el más an ti
raíces, más que en la inteligencia, en los instintos vitales.
guo, es tam bién el dios suprem am ente bienhechor de los hom
O tra advertencia aún, para la m ejor intelección del diálogo.
bres, en cuanto que les inspira el sentido del honor y del valor
Al igual que todos los otros de su especie, el B a n q u e te es tam
m ilitar hasta el supremo sacrificio. Por vengar a su am ante Pa-
bién un diálogo de libre com posición, en el sentido de que todo
troclo se resolvió Aquiles a inm olar a H éctor, no obstante sa
lo que en él pasa y lo que en él se dice es, casi seguramente, in
ber que por este hecho había él mismo de m orir muy pronto;
vención y fantasía de su autor. Pero hay algo en que Platón no se
y en general puede decirse que el am ante no se com portará
perm ite la m enor libertad, y es en lo que m ira a la congruencia
vilmente en presencia del amado, de modo que el Estado que
entre cada discurso y el carácter del personaje que lo profiere,
pueda contar con un ejército compuesto por amantes y por am a
carácter muy real esta vez, como lo son todos y cada uno de los
dos, será entre todos superior e invencible. En esta proposi
ción han visto los autores una alusión al famoso “ batallón sa
o m en os l a cosa m i sm a, no hay r azón p ar a no l l am ar l a corno l a l l am am os grado” de T ebas, tan heroico ciertam ente como infectado de
en n u est r o i d i o m a. En l a p r áct i ca, p o r ú l t i m o , el n eol ogi sm o en cuest i ón
pederastía. Y aunque no piense Fedro precisam ente en el b a ta
lo r eser vam os, al p ar ecer , p ar a ci er t as r eu n i on es de car áct er ci en t ífi co o
h u m an íst i co p ar a la d i scu si ón d e ci er t os t ernas, y lo m ás fr ecu en t e de un llón tebano, no puede haber otra especie de am or entre ios
t erna ú n i co; y est os "si m p o si o s” son d el t od o d i st i n t os t an t o de los s\ rn posia miembros de un ejército, todos ellos varones, aparte de que el
gr i egos com o d e los b an q u et es act u al es. orador se sirve aquí exactam ente de los térm inos que en su
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lengua y en su medio designaban inequívocam ente la pederas moralidad, Pausanias viene a sancionar de hecho lo mismo que
tía.10 Fedro, sólo que enmascarándolo en una m itología filosófica tan
Piénselo o no Fedro, y lo más probable es que lo haya pensa cruda en los hechos como sutil en la intención.
do así, su discurso es de hecho, como lo hace ver Taylor, una Pausanias, en efecto, se opone abiertam ente a Fedro, en apa
apología de estas prácticas co n tra n aiu ram no en tal o cual riencia por lo menos, en cuanto que, según aquél, no se puede
ejército en particular, sino en las amplias comunidades m ilita hacer el elogio del amor, así sin más ni más, toda vez que no
rizadas donde aquellas prácticas tuvieron infortunadam ente ma hay uno, sino dos amores, de los cuales sólo uno puede ser
yor arraigo, o sea en las ciudades dorias y sobre todo en Es laudable, y el otro, por el contrario, vituperable. De dos madres
parta. Al contrario de lo que pasaba en Atenas, donde la ley diferentes vienen estos dos amores, si aceptamos, como lo hacen
no llegó nunca al extrem o de sancionar este vicio, en Esparta, todos, que Eros es h ijo de A frodita; ahora bien, no hay una,
en cam bio, lo fom entaba expresamente, en la creencia de que sino dos Afroditas, a las cuales podemos designar con los nom
por este medio, tal y como Fedro lo dice, se estim ulaba el sen bres de A frodita U ran ia y A frodita Pandem ia, o poniéndolo en
tim iento del honor y el valor m ilitar. A mayor militarización romance, A frodita Celeste y A frodita Popular.
mayor pederastía: éste es el hecho social innegable en la antigua De la A frodita U rania se lim ita Pausanias a decirnos que no
G recia, y por él puede verse cómo toda violencia a la natura tiene madre, y que es h ija exclusiva, por tanto, de U rano. No
leza —al querer, por ejem plo, transform ar la ciudad en un cuar cree necesario Pausanias entrar en mayores explicaciones, ya que
tel— acaba por dar lugar a otros atentados, los peores esta da por bien sabido, de parte de su culto auditorio, el nacim ien
vez, a la misma naturaleza. E l discurso de Fedro, en cqnclu- to de esta A frodita con todas sus peculiaridades, tal y como
sión, es la apología del hom osexualism o, considerado como el las encontram os en la T e o g o n ia de Hesíodo. Según va el relato
más fuerte vínculo de la solidaridad social, una solidaridad, del poeta, al describir lo que ocurrió entre los más antiguos
por lo demás, que no reconoce otros valores fuera del honor dioses, Cronos, h ijo de U rano, m utiló a su padre y arrojó al
cívico y la gloria m ilitar. mar los despojos de su virilidad. De la espuma que se formó
alrededor nació Afrodita, llam ada así por la espuma de que sur
D iscu rso d e P a u sa n ia s ge (&(ppo-oÚTTi) , y U rania, además, por razón de su padre U rano.
E l segundo orador, Pausanias, es a su vez discípulo del co Entre las olas y los céfiros fue llevada en una concha primero
a Citerea y luego a Chipre, tal y como la vemos en el cuadro
nocido sofista Pródico de Ceos, de la misma cepa intelectual
que Fedro, por consiguiente, dado el estrecho m aridaje que exis de Botticelli, lector asiduo, por lo visto, de aquellas teogonias.
De condición muy diferente es la otra Afrodita, la Pandem ia
tió siempre entre retórica y sofística. Por algo están todos ju n
o vulgar, h ija de Zeus y de la n in fa Dione, fruto, por tanto,
tos, estos oradores del B a n q u e te , con la sola excepción de
Aristófanes, igualm ente en el P rotág oras, con la sola diferencia de la generación norm al de padre y madre. Im itadora fiel del
de que en este últim o diálogo son todos personajes mudos que uno y de la otra, es esta diosa de cuyas m últiples aventuras
no iiacen otra cosa que aplaudir, cada cual, a su maestro, o a amorosas están llenas las rapsodias homéricas, lo mismo con sus
los sofistas mayores del diálogo por excelencia representativo congéneres olím picos como con los simples mortales, tan pronto
de la sofística. Ahora, en cam bio, estos sofistas y retóricos de la en los brazos de Ares como en los de Anquises. Es, en suma,
segunda generación h ablan ya como maestros, con lo que está la representación perfecta del apetito sexual en perpetua dis
bien clara la intención de Platón al mostrarnos, en este tránsito ponibilidad, y además, dicho sea en honor suyo, heterosexual.
de una a otra generación, los frutos de la sofística. Y mucho más De varones no más, hasta donde sabemos, parece haberse curado
aún que en el discurso precedente de Fedro, tenemos esta triste siempre la dorada Afrodita.
com probación en el discurso de Pausanias, espécimen ideal de la Plasta aquí, en la evocación de ambas divinidades, cada cual
sofística en sus peores momentos. Apelando hipócritam ente a la con su templo en Atenas, no tiene Pausanias nada de original;
eran teogonias de sobra conocidas por todos sus oyentes. No
1(1 178 e: o t o u t ó .-t e So v ép aaT t ov x al Tt aifiixwv. es sino cuando pasa a la interpretación de estos mitos cuando
390 T E O R ÍA D EL AMOR T E O R ÍA DEL AMOR 39 1

se revela la m aligna originalidad de Pausanias, al intentar hacer mos en el derecho rom ano. Pero cuando pasamos, como debemos
de los m y th o i verdaderos lo g o i sobre la esencia del amor, de los hacerlo, de lo form al a lo m aterial, nos percatamos luego de
dos amores m ejor dicho, con la decidida preferencia estimativa que Pausanias no es sino un vulgar pederasta que trata de
otorgada al uno sobre el otro. cohonestar su vicio con rop aje m itológico y con sublim aciones
L o prim ero que puede afirmarse, según Pausanias, es que hiprócritam ente m oralizantes. Lo que m anifiestam ente consti
el am or oriundo de la A frodita Pandem ia lo practican las gen tuye su interés principal no es la virtud (ápEXTj) sino la entrega
tes de b a ja estofa (oi qxxüXoi), las cuales van lo mismo en pos física (xapí^E<70 ou), y por esto, como dice Bury, es Pausanias,
de las m ujeres como de los efebos,11 y tanto en aquéllas como fundam entalm ente, un sensualista, por especiosa y refinada que
en éstos persiguen sólo los cuerpos y no las almas, no mirando sea la forma con que pretende encubrir su pasión.16 Por ello
a otra cosa que a la realización del acto, y no a la m anera de también, podemos agregar, su discurso es el más insidioso; el
realizarlo bellam ente.12 N atu ral es, por lo demás, que así acon de mayor protervia, entre todos los que figuran en el B a n q u e te .
tezca, toda vez que estos amores están bajo el patrocinio de una Y como P latón lo deja hablar, para los efectos dram áticos del
diosa de origen bisexual, y por esto son aquéllos igualmente diálogo, sin inhibiciones de ninguna especie, todavía suele hoy
p a n d e m io s , es decir viles y vulgares. adjudicarse a Platón, por todos aquellos que lo leen de prisa
E l am or “celestial”, por el contrario (E ro s O u ran ios), como o en extractos, esta distinción entre la A frodita vulgar y la
proveniente de una diosa en cuyo nacim iento no tuvo parte Afrodita celeste, a la cual colocan estos intérpretes, tan ignoran
alguna la m ujer, tiene por o b jeto exclusivo el sexo m asculino,13 tes como bien intencionados, en otro “cielo” por com pleto dis
que es por naturaleza el más vigoroso y de inteligencia supe tinto del que le corresponde según su teogonia.
rio r.14 L a u nión hom osexual tiene así, desde luego, una decidi
da preferencia axiológica sobre la unión heterosexual; sólo que, D iscurso d e E rix írn aco
como lo explica muy prolijam ente Pausanias, debe ser una
unión no sólo de los cuerpos, sino igualm ente de las almas, El tercer orador, Erixírnaco, es un m édico muy pagado de su
una unión, es decir, que redunde en el perfeccionam iento intelec ciencia, como lo demuestra en la triple y pormenorizada rece
tual y m oral de los amantes. Con esta sola condición: “por ta que le da a Aristófanes para q u itarle el hipo que le ha veni
causa de la virtud”, puede declararse bueno y bello, sin reserva do en esos momentos. Con la misma pedantería lleva a cabo su
alguna, que el amado se rinda por entero al deseo del am ante.lf intervención sobre el tema propuesto, tomando como punto de
A Pausanias, como a otro cualquiera, hay que hacerle com partida la distinción, establecida por Pausanias, entre los dos
pleta ju sticia, y distinguir, por tanto, entre los elementos va amores, el bueno y el malo. De acuerdo en esto y en la respectiva
liosos de su discurso y aquellos otros por com pleto negativos y especificación y valoración de uno y otro Eros, es muy pobre el
reprobables. Desde un punto de vista puramente fo r m a l —sin el elogio del amor, en concepto de Erixírnaco, cuando se restrin
contenido que luego le inyecta— Pausanias tiene toda la razón ge su acción a la unión de los cuerpos, o de las almas inclusive,
en postular la distinción que debe hacerse entre el amor noble toda vez que se trata de algo que tiene propiam ente proporcio
y el am or vil, así com o en tener por atributo del primero la nes cósmicas. El Amor, en efecto, es un dios grande y maravilloso,
unión de las almas y no sólo de los cuerpos, y esto no por una cuya acción se extiende a todo, así en el orden de las cosas hu
fase transitoria, sino por toda la vida: este totiu s v ita e consor- manas como en el de las cosas divinas.11
tiu m , según la bella d efinición que del m atrim onio encontra- En hom enaje a su arte, del que está tan ufano, Erixírnaco
se propone dem ostrar la proposición anterior comenzando pol
” 18 1 b: oijy. f|xxov yw<xw.&rt f| .xaíficnv . ••
12 18 1 b: jiQ oq x o óiouiQÚ^acrOai póvov (jÁéíiovxe;, dpfó.oCrvxEc; 8é xoü
la medicina. Del mismo modo que él, Erixírnaco, no es un meto
xaXü;. . . iatrós, sino un ia tro so p h ó s, la m edicina no es tam poco el arte
13 " T h e heavenly l o ve i s al l i n ascu l i n e i n h i s com p o si t i o n ” . T ay l o r , Plat o,
p . 214. 16 R. G. Bu r y , T h e S y m p o s iu m o f P in to , Cam b r i d ge, 19 32, p. x x v i .
14 181 c: xo (púoci éyei o p evéax t go v 2.al voü v p ci / Aov t y o v .. . 17 186 b: ó); p Eya; x a l Oeajpaaxóg xai érci n av ó 0t(\ $ xeívn . xai
1» 185 b : j i Av x i o c ye x o d ó v á o Ex r j g Y ?v e x a -/ji-Q Í^eaO cu- Kax’ávOptü.xiva x a l x a x á 0ela Jieáy p axa.
392 T EO R ÍA DEL AMOR T EO R ÍA DEL AMOR 393

em p ír i c o q u e se i m ag i n a el v u l go , si n o q u e est á go b er n ad a por p er son a en gen er al , si el am o r h u b i er a d e pr edi ct i r .se t an t o d el


l a sab i d u r ía d el am o r , si se t i en e p r esen t e q u e l o q u e d en o m i n a­ h o m b r e co m o d e l a d i v i n i d ad .
m os sal u d y en f er m ed ad n o son o t r a cosa q u e el am o r b u en o y
el am o r m al o , el p r i m er o en t r e l os b u en o s el em en t o s d el cu er p o,
D iscu rso d e A r is t ó fa n e s
y el segu n d o en t r e l os m al o s. A l m éd i co t o ca d i scer n i r en t r e
u n o y o t r o am o r , y ap l i c ar l os r em ed i o s co n d u cen t es a l a con ­ A r i st ó f an es si gu e l u ego en el u so d e l a p al ab r a; y a p r i m er a
ser v aci ó n o r est ab l eci m i en t o d el b u en am o r . “ L a m ed i ci n a —dice vi st a n o d ej a d e cau sar ex t r añ ez a el q u e Pl at ó n h ag a f i g u r ar ,
con t o d a f o r m al i d ad E r i x í m ac o — es l a ci en ci a d e l os fen óm en os en t r e l os p ar t i ci p an t es d el B anquete, al au t o r i n t el ect u al , el p r i n ­
er ó t i co s d el cu er p o co n r el aci ó n a l a r ep l eci ó n y a l a evacu a­ ci p al p o r l o m en o s, d e l a m u er t e d e Só cr at es, co m o r esu l t a con
c i ó n .” ls
t od a cl ar i d ad d e l a Apología p l at ó n i c a .20 Per o l a si m p at ía p er ­
Per o n o só l o l a m ed i ci n a est á p o r en t er o g o b er n ad a p o r el son al n o es l a ú n i ca r azó n , n i m u ch o m en o s, p o r l a q u e Pl at ó n
d i o s A m o r ,19 si n o q u e l o m i sm o p u ed e d eci r se d e t o d as l as dem ás i n t r o d u ce en su s d i ál o go s a ci er t o s p er so n aj es; l a an t i p at í a,
ar t es, en t r e l as cu al es en u m er a E r i x í m ac o ex p l íc i t am en t e l a gi m ­ p or el co n t r ar i o , p u ed e ser l a r azó n ap r o p i ad a, so b r e t od o c u an ­
n ást i ca, l a ag r i c u l t u r a, l a m ú si ca, l a ast r o n o m ía y l a ad i v i n aci ó n . t ío se t r at a d e p o n er l o s en so l f a. Q u e ést a es aq u í l a i n t en ci ó n
L a m ú si ca, p o r ej em p l o , es l a “ ci en ci a de l a er ó t i ca con r el a­ de Pl at ó n , se v e d esd e l u ego p o r el i n ci d en t e d el h i p o q u e
ci ó n a l a ar m o n ía y al r i t m o ” , y l a ast r o n o m ía, a su vez, es la aco m et e a A r i st ó f an es, y q u e l e so b r ev i en e —así l o l eem o s en
m i sm a ci en ci a “ con r el aci ó n a l os m o v i m i en t o s est el ar es y a el d i ál o g o — p o r h ab er co m i d o y b eb i d o en exceso , con l o q u e
l as est aci o n es d el añ o ” . E l ar ú sp i ce, p o r ú l t i m o , el p r o f esi o n al se l e ex h i b e d esd e l u ego com o b o r r ach o y gl o t ó n . Par a l os p r o ­
d el al t e d i v i n at o r i o , es el “ ex p er t o en l a am i st ad en t r e l os di oses p ósi t os d el d i ál o g o , si n em b ar go , h em o s d e r eco n o cer que. A r i s­
y l os h o m b r es” , y su s v at i ci n i o s y sacr i f i ci o s t i en en p o r o b jet o t ó fan es n o co m p ar ece aq u í p ar a p o n er se en r i d íc u l o ( est a m an i ­
l a co n co r d i a en t r e l os ci u d ad an o s p o r l a p r áct i ca co m ú n de la f est aci ó n es al go d el t o d o secu n d ar i o ) , si n o p o r q u e a n ad i e m e­
r el i g i ó n o f i ci al . T a l es, co n cl u y e E r i x ím ac o , l a m u l t i p l i c i d ad , la j o r q u e a él p u ed e ad j u d i car se el i n t er m ed i o f est i v o q u e a P l a­
gr an d ez a y l a u n i v er sal i d ad d e l as o p er aci o n es d el A m o r . t ón l e h ace f al t a en t r e l a ser i ed ad p ed an t esca d e l o s d i scu r so s
Po r p o co v er sad o q u e est é u n o en l a h i st o r i a d e l a fi l o so f ía, an t er i o r es, el d e E r i x ím ac o so b r e t od o, y l a su b l i m e ser i ed ad
se ve l u ego có m o t o d a est a er ó t i ca p an có sm i ca d e E r i x ím ac o t i en e d el d i scu r so d e Só cr at es. D e l o q u e se n ecesi t a en esos m o m en -
su an t eced en t e d i r ect o en l a d o ct r i n a d e Em p éd o cl es, segú n el m en t o s, y en u n b an q u et e so b r e t od o, es d e u n h az m er r eír
cu al son el am o r y l a d i sco r d i a l os agen t es d e u n i ó n y d esu n i ón ( Y£A w ?oí:oi óg) , y en est e t er r en o A r i st ó f an es n o t en ía en t o n ces
en t r e l os co n o ci d o s cu at r o el em en t o s q u e el m i sm o Em p éd o cl es r i v al , n i l o t u v o , a l o q u e n os p ar ece, h ast a M o l i er e. C o n t o d a
f u e el p r i m er o en en u n c i ar . D e “ at r ac c i ó n ” y “ r ep u l si ó n ” —o l a en em i st ad p er so n al q u e p u ed a t en er p o r A r i st ó f an es, n o ser ía
t am b i én d e “ a f i n i d a d ” — n o s h ab l an h o y l a f ísi ca y l a q u ím i ca Pl at ó n q u i en es si n o l e r eco n o ci er a su gen i o có m i co . N o h ab r á
m o d er n as, y h o n r ad am en t e d eb em o s r eco n o cer q u e est a t er m i n o ­ d i ch o el A r i st ó f an es h i st ó r i co l o q u e su h o m ó n i m o d i ce en el
l o gía, au n t j u e ay u n a d e an t r o p o m o r f i sm o , n o v a m u ch o m ás B anquete, p er o es d i g n a d e aq u él , i n d i scu t i b l em en t e, l a m agn í­
al l á d e l a d el v i ej o Em p éd o cl es; a t al p u n t o es l a ci en ci a act u al f i ca p ar o d i a h ech a aq u í p o r Pl at ó n , co n t o d o el sab o r sen su al ,
h er ed er a d el p en sam i en t o h el én i co . Co m o q u i er a q u e sea, no r ab el esi an o , d e su s p r o d u cci o n es au t én t i cas.
se [ r u ed e t o m ar el am o r con l a l at i t u d có sm i ca co n q u e l o hace D an d o p r i n c i p i o a su d i scu r so , A r i st ó f an es est á d e acu er d o con
E r i x ím ac o . Si el am o r est á en t o d o en gen er al , n o est ar á en l os d em ás o r ad o r es en q u e el am o r es f u en t e i n c o m p ar ab l e d e
n ad a p r o p i am en t e; y l os d em ás d i scu r so s d el B anquete, i n cl u si v e b en ef i ci o s p ar a l os h o m b r es, p er o al co n t r ar i o d e aq u él l o s, con -
o p o r ex cel en ci a el d e Só cr at es, t i en en p o r su p u est o co m ú n el de
q u e el am o r es u n a f u n c i ó n esp ecíf i cam en t e h u m an a, o d e u n a1 6 2:> Nada como la comedia de Aristófanes: L a s N u b es, causó contra Só
crates el descrédito y la malevolencia —sobre todo por razón de su supuesta
16 18G t : ¿jucmíini xwv xoc ooV'axo; Égwxi.xón’ .xpo; ,x).r]n(j.ovt|'v y.ai “impiedad”— que fueron acumulándose hasta descargarse totalmente en la
y.évoxjiv. tragedia final. Lo mismo que dijo Montaivo de García Moreno, pudo
19 i8(¿ c: ,xaaa 6iü xor On >v t o ú t o u xofte^vaToa. haber dicho Aristófanes con referencia a Sócrates: “ Mi pluma lo mató” .
394 T EO R ÍA DEL AMOR 395
TEO R ÍA DEL AMOR

si t i er a q u e n o p u ed e p o n d er ar se t od o est o d eb i d am en t e si n o por desde aq u el l o s t i em p o s i n m em o r i al es. D e acu er d o co n est e d e­


el est u d i o q u e h agam o s d e l a n at u r al ez a h u m an a, u n est u d i o m ás si gn i o, o r d en ó Zeu s a A p o l o q u e co r t ar a en d os a aq u el l o s h o m ­
p r o f u n d o d esd e l u eg o q u e el d e l a m ed i ci n a, y a q u e só l o en est a bres —l l am ém o sl o s así—, y q u e co m o ex p er t o c i r u j an o p l ást i co
f o r m a p o d r em o s ap r ec i ar d eb i d am en t e l a filantropía d el A m o r . cu r ar a ci cat r i ces y l os aco m o d ar a en f o r m a t al q u e d e aq u el l a
C o n est e p r o p ó si t o f i n ge A r i st ó f an es u n a an t r o p o l o g ía m ít i ca b i secci ón r esu l t ar an , co m o r esu l t ar o n , l os v ar o n es y m u j er es
y f an t ást i ca, cen t r ad a en l a p r o p o si ci ó n d e q u e, en su s m ás
qu e h oy co n o cem o s.
r em o t o s o r ígen es, l a h u m an i d ad t en ía, en su s i n d i v i d u o s, no T o d o sal i ó m u y b i en en cu an t o i n t er v en c i ó n q u i r ú r g i c a; p er o
d os, si n o t r es gén er o s: m ascu l i n o , f em en i n o y an d r ó gi n o . En lo ú n i co q u e n o p r ev i ó Zeu s f u e l o q u e l u ego so b r ev i n o , y q u e
est r i ct o r i g o r , es ést a u n a d en o m i n aci ó n t o d av ía n o co m p l et a­ fue el ar d i en t e d eseo d e l os n u ev o s m o r t al es p o r u n i r se cad a
m en t e ad ecu ad a, si n o q u e, co n t o d a p r eci si ó n , h ab r ía q u e h a­ u n o con su an t i g u a “ car a m i t ad ” , y ést e es el o r i g en d el am o r ,
b l ar d e u n gén er o m ach o - m ach o , d e o t r o h em b r a- h em b r a, y de t an t o d el am o r h et er o sex u al co m o d el am o r h o m o sex u al en t r e
u n t er cer o , en f i n , m ach o - h em b r a. A q u el l o s p r i m i t i v o s “ h u m a­ los h o m b r es y en t r e l as m u j er es. T o d as est as v ar i ed ad es son f a­
n o s” , en ef ect o , t en ían p o r d u p l i c ad o t od os l os ó r gan o s y m i em ­ t ales y se ex p l i c an p o r el est ad o p r i m i t i v o d e l a h u m an i d ad . D e
b r o s d e l o s h o m b r es act u al es: cu at r o m an o s, cu at r o p i er n as, est e m o d o l os v ar o n es p r o v en i en t es d e l o s p r i m at es an d r ó g i n o s
d o b l es ó r gan o s gen i t al es, y d o s r o st r o s, en f i n , aco p l ad o s en u n a b u scar án a l as m u j er es, y a l os v ar o n es, a su vez, l as m u j er es
so l a cab eza, l a cu al er a l o ú n i co q u e escap ab a a l a d u p l i caci ó n q u e v i en en d el m i sm o co r t e, m i en t r as q u e l o s v ar o n es q u e d es­
y m an t en ía l a co o r d i n aci ó n d e t an gr o t esco co n j u n t o . Y l a r a­ ci en d en d el d o b l e m ach o p r i m i t i v o v an en pos d e l o s v ar o n es, y
zón d e l a d i f er en c i a en t r e l os t r es sex o s est á en q u e el el em en t o las m u j er es, en f i n , cu y o an cest r o f u e l a d o b l e h em b r a, se i n ­
m ascu l i n o es o r i g i n ar i am en t e h i j o d el sol ; el f em en i n o d e l a t i e­ cl i n an a l as m u j er es. Y es m u y d e n o t ar có m o A r i st ó f an es n o se
r r a, y el an d r ó gi n o d e l a l u n a, l a cu al t i en e t an t o d el sol com o l i m i t a a est a d escr i p ci ó n n eu t r al d e l os d i v er so s am o r es, q u e
d e l a t i er r a .21
j u st i f i c ar ía a t o d o s p o r i g u al en cu an t o q u e ser ían t o d o s ¡a ej e­
Po r m o n st r u o so s q u e h o y p u ed an p ar ecem o s aq u el l o s p r i ­ cu ci ó n d e u n h ad o i n el u ct ab l e, si n o q u e ex t er n a l u ego su p r e­
m at es d el gén er o h u m an o , el l o s p o r su p ar t e est ab an m u y u f a­ f er en ci a, d e l a m an er a m ás ab i er t a, p o r el am o r h o m o sex u al
n os d e su co n d i ci ó n , y co m o p o r su d o b l e cu er p o t en ían u n a m ascu l i n o . N o h ay p o r q u é c al i f i c ar d e i m p ú d i co s, d i ce, a q u i e­
f u er za p r o d i gi o sa, i m agi n ar o n l a em p r esa d e escal ar el O l i m p o nes l o p r act i can . Si l o h acen , n o es si n o p o r t en er u n a n at u r a­
y su p l an t ar a Z eu s en el go b i er n o d el m u n d o . N o p asar o n , sin l eza em i n en t em en t e v i r i l , l a d el d o b l e m ach o o r i g i n ar i o , y p o r
em b ar go , d e l a p r i m er a t en t at i v a, p o r q u e i n m ed i at am en t e Zeu s est o se co m p l acen en y acer j u n t o s y u n i r se en t r e sí. N o h ay
y l os d em ás d i oses se r eu n i er o n en u n co n sej o d e em er gen ci a ( u n ot r os t an ex cel en t es ((féX'tttr-rot.) co m o el l o s, y l os ú n i co s, ad e­
C o n sej o d e Seg u r i d ad , co m o d i r íam o s h oy) p ar a ex c o g i t ar el m ás, q u e p u ed en so b r esal i r en l a p o l ít i c a .22
m ed i o m ej o r d e c o n j u r ar el p el i g r o q u e l es am en azab a. D es­ A n ad i e si n o a A r i st ó f an es, r eal m en t e, a n ad i e si n o al au t o r
p u és d e p en sar l o m u ch o , d eci d i ó Zeu s q u e p o r est a vez n o h a­ cóm i co b i en co n o ci d o p o r su ci n i sm o y b u f o n er ía, p u ed e Pl at ó n
b ía p o r q u é f u l m i n ar l o s ( p o d ía h acer l o f áci l m en t e, co m o lo ad j u d i car est a ap o l o g ía, l a m as cr u d a d e t od as, d el am o r m as­
h i zo co n l o s G i g an t e s) , y a q u e d e est e m o d o se p r i v ar ían los cu l i n o . Y n o o b st an t e, co m o l o h an d est acad o Z el l c r y B u r y ,
d i oses d e l os h o n o r es y sacr i f i ci o s q u e su el en o f r ecer l es l os m o r ­ h ay aq u í u n o d e l os p en sam i en t o s m ás p r o f u n d o s en t o d a t eo r ía
t al es, y q u e con só l o d eb i l i t ar l o s q u ed ar ía asegu r ad a l a so b er a­ d el am o r , o sea l a p r o p o si ci ó n d e q u e el am o r es ap et i t o d e u n i ­
n ía o l ím p i c a: p o l ít i c a i n t er n ac i o n al b i en co n o ci d a y p r act i cad a d ad y p l en i t u d ,23 “ c r av i n g f o r w h o l en es” , co m o t r ad u ce B u r y ,
21 Por extraño que parezca, y como prueba de lo arraigada que estaba d eseo q u e n os h o st i ga h aci a l a i n t egr aci ó n d e n u est r a n at u r a­
entre los griegos esta mentalidad, Aristóteles, nadie menos, sostiene con l eza cu l a p er so n a o el o b j et o am ad o , y l o m i sm o en l o f ísi co
toda seriedad que el semen masculino, portador por excelencia de la vida,
tiene la misma composición de los cuerpos celestes, considerados por toda la 22 191 e-1 9 2 a: cpiXoüm xoOg á v Ó p a g x a ! a u Y x a x a x f ífiE v o i x a !
filosofía antigua como eternamente vivientes. Representa en este mundo (XujuT£jt?.E Yf.iF.voi xoíc; á v ó t f á a t v . . . á v Ó Q eió x a x o i ovxe^ cp á o ti •- - fiáv o i á-xo-
la sustancia estelar, y es, como dice el filósofo, el quinto elemento o la P aív o v m v xá x o X m x a a v S o e c ; o í xoio'uxoi.
quinta esencia.
23 192 e: x o v 0X00 ¿j u O u f i í a-..
396 T EO R ÍA DEL AMOR T EO R ÍA DEL AMOR 397

cjue en l o esp i r i t u al . E n el o r d en d e l a n at u r al ez a, p o r su p u es­ r evel a en su s v ar i o s at r i b u t o s. E n t r e t o d o s l os d i oses, en ef ect o ,


t o, y n o c o n f i a el l a, q u e es en d o n d e d esb ar r a m i ser ab l em en t e el A m o r es el m ás f el i z, y est o p o r ser al m i sm o t i em p o el m ás
A r i st ó f an es al ap l i car t o r ci d am en t e u n p r i n c i p i o v er d ad er o de b el l o y el m ej o r . E l m ás b el l o , en p r i m er l u gar , p o r ser n o só l o
su yo . Ser á Só cr at es q u i en h aga l a t r asp o si ci ó n n ecesar i a par a el m ás j o v en , si n o d e u n a et er n a j u v en t u d , co m o l o m u est r a la
h acer l e r en d i r t o d a su l eg ít i m a f ecu n d i d ad . C o m o p r oced en t e aver si ón q u e t i en e p o r l a vej ez, ya q u e escoge si em p r e su m o r a­
d e u n gen i o , al f i n y al cab o , el d i scu r so d e A r i st ó f an es, en t r e da en t r e l os jó ven es. Si en d o et er n am en t e j o v en , es ad em ás t i er ­
t o d os l os q u e p r eced en al d e Só cr at es, es el m ás p r o f u n d o y el no y d el i cad o , co m o se ve p o r su p r ed i l ecci ó n p o r l as al m as
m ás p er v er so .24 i gu al m en t e t i er n as y su r ep u l sa d e t o d a asp er eza. Y co m o d el i ­
cado es t am b i én o n d u l an t e y f l ex i b l e, d ad o q u e se i n si n ú a en
D iscu rso d e A g a tó n n osot r os si n q u e n os d em os cu en t a si n o cu an t ío est am o s ya so­
m et i d os a su i m p er i o . Po r ú l t i m o , es r asgo p ecu l i ar d e su b e­
A l p o et a A g at ó n , el an f i t r i ó n d el b an q u et e, l e l l ega ah o r a su l leza l a f r escu r a d e su cu t i s, co m o co r r esp o n d e a q u i en se ap a­
t u r n o , el f i n al en est a p r i m er a r o n d a de d i scu r so s. Co m o se nos ci en t a en t r e f l o r es y p er f u m es, en l os cu er p o s, es d eci r , q u e est án
d i ce en el m i sm o d i ál o go , A g at ó n es d i scíp u l o d e G o r gi as, con en l a f l o r d e l a v i d a. H e ah í l o q u e p u ed e d eci r se, p o r su s
l o q u e est á d i ch o q u e su d i scu r so h a d e ser , co m o l os d el m aes­ var i o s asp ect os, so b r e l a b el l ez a d el A m o r .
t r o, d e gr an est i l o , só l o q u e si n el n er v i o y su st an ci a q u e en So b r e su v i r t u d (ixspL á p e T f jg ) , en segu n d o l u gar , at r i b u y e Aga
o casi o n es t i en en l as p i ezas o r at o r i as d el gr an so f i st a. “ Pal ab r as, t ón al am o r , con l a m i sm a f ac i l i d ad , l as v i r t u d es q u e m en o s
p al ab r as y p al ab r as’’, segú n d i ce T a y l o r , es l o ú n i co q u e p u ed e esp er ar íam o s en co n t r ar en él , co m o son l a j u st i ci a, l a t em ­
o f r ecer n o s A gat ó n , au n q u e, eso sí, con u n v i r t u o si sm o o r n a­ p l an za ( 1) y l a f o r t al eza. Es j u st o el A m o r p o r q u e l a i n j u st i c i a
m en t al q u e es t o d a u n a h az añ a d el ar t e r et ó r i ca. - seg ú n A g at ó n , p o r su p u est o — es si n ó n i m o d e v i o l en c i a; ah o r a
U n i n v en t ar i o p r eci o si st a d e t od as l as cu al i d ad es q u e del b i en , el A m o r n o h ace a n ad i e v i o l en ci a, si n o q u e t od os se l e
am o r se p u ed en p r ed i car , es l o q u e h ace en r eal i d ad A gat ó n , r i n d en d el m ej o r gr ad o . Es t em p er an t e, ad em ás, p o r q u e l a t em ­
en co n cep t o d el cu al n o es u n el o gi o su f i ci en t e d el d i os A m o r p er an ci a, segú n se r eco n o ce gen er al m en t e, es el d o m i n i o so b r e
el p o n d er ar si m p l em en t e, co m o l o h an h ech o t od os l os o r ad or es la v o l u p t u o si d ad y el d eseo, y so b r e am b o s d o m i n a el A m o r ,
q u e l e h an p r eced i d o , l os b en ef i ci o s d e t o d o gén er o q u e este por ser él m i sm o l a v o l u p t u o si d ad su p r em a. Y es f u er t e y v a ­
d i o s d i sp en sa a l os m o r t al es. T o d o est o es secu n d ar i o , y l o q u e l i en t e, p o r ú l t i m o , t o d a vez q u e, p o r l o q u e n os cu en t a l a
d eb e h acer se m ás b i en es el en co m i o d el A m o r p o r sí m i sm o, t r ad i ci ó n , h a p o d i d o su b y u gar al m i sm o d i o s d e l a g u er r a, al
p o r l a ex p l i c ac i ó n q u e h agam o s d e su n at u r al ez a, l a cu al se nos san gu i n ar i o A r es, cau t i v o d el am o r d e A f r o d i t a.
C u an d o t o d o est o se l ee con cal m a, y m ej o r en el t ex t o m i s­
24 E'i este orden de trasposiciones de uno a otro contexto (con lo que m o, es i m p o si b l e p en sar , com o l o h acen l os l ect o r es d esp r ev en i ­
todo cambia), es muy interesante, aunque muy audaz, la que en su co
dos, q u e p u ed a ser d e Pl at ó n , d e su co n v i cci ó n p er so n al se en ­
mentario al Ban<¡ucte hace Marcilio Ficino. El mito de Aristófanes, según
él, sería otra versión del pecado original del primer hombre, degradado t i en d e, t o d a est a t r em en d a so f i st er ía. Es u n a i n sen sat ez, sen c i l l a­
en su primera integridad por su desobediencia del mandato divino. Corres m en t e, est o d e at r i b u i r l a v i r t u d d e l a j u st i c i a al am o r en ge­
pondiendo con amor a la gracia de la Redención, vuelve el hombre a su n er al , al am o r - p asi ó n p o r co n si gu i en t e, q u e d esh ace si n m ay o ­
naturaleza primitiva: fig xqv ápxaiav tpúoiv, según dice Aristófanes al res m i r am i en t o s l as u n i o n es co n y u gal es m ás l egít i m as. Y es de
descubrir este efecto del amor. Del mismo modo empalma Marsilio lo que
lo m ás d i v er t i d o est o de ver at r i b u i r al am o r l a t em p er an ci a,
dice Aristófanes sobre que el amor hace de dos seres uno solo (¿x bvoly
cíg YtvroOai) con lo que dice el G énesis sobre que el hombre y la mujer d ef i n i d a co r r ect am en t e com o ei d o m i n i o de l as p asi o n es, p o r l a
deben ser "dos en una carne". Como recto varón y buen cristiano, Mar sol a r azó n d e ser el am o r l a p asi ó n su p r em a, l a d o m i n ad o r a, p o r
silio lo entiende no como Aristófanes, sino exclusivamente de cada Adán t an t o, p o r so b r e t od as las o t r as. Es u n r az o n am i en t o so f íst i co
con su cada Eva. Por extravagante que nos parezca la trasposición, no es
de l o m ás b u r d o , v co m o t al l o ex h i b o aq u í Pl at ó n .
más que una entre las infinitas consumadas por el humanismo cristiano
al depurar lo que de eternamente valioso hay en el pensamiento pagano,
Demostrada así, según lo entiende su panegirista, la suprema
separando el oro de la escoria. belleza y excedencia del Amor (Epwg xa/Aro-ro; xcd apuno.;),
398 T E O R ÍA D EL AMOR T E O R ÍA D EL AM OR 399

cree Agatón que debe term inar su encomio con el “himno poé so crítica más despiadada que el reducirlo al puro valor foné
tico” que va como sigue: tico de las palabras y frases. En su crítica igualmente incisiva
“Es el Am or el que da paz a los hombres, calma a los mares, del discurso de Agatón, dice Bury que habría que adaptarle
reposo a los vientos, lecho y sueño a la inquietud. Él es el que de este modo el conocido pasaje de la C aria a los C o rin tio s:
destierra de nosotros el sentimiento de que somos extraños, “Podrá hablar con lenguas de hombres y de ángeles, pero no es
infundiéndonos, al contrario, el de nuestro parentesco: bajo su sino bronce que suena y címbalo que retiñe.” 27 El paralelo es
ley, en efecto, nos reunimos, como ahora, los unos con los otros, excelente, porque si para San Pablo todo suena a hueco cuando
y él es el que preside a las fiestas, a los coros y a los sacrificios. falta la caridad (el amor que tiene por correlato a D io s), el
D erram a la dulzura y destierra la aspereza; prodiga la benevo discurso de Agatón nos suena también a hueco simplemente
lencia, y la hostilidad es la única dádiva que no dispensa. Ama porque de él está ausente el Amor, su esencia genuina y verda
ble y propicio, objeto de contemplación para los sabios y de ad dera, para declarar la cual hace falta algo más que un tropel
m iración para los dioses, no es envidiado sino por aquellos que de adjetivos y cadencias verbales.
no tienen parte en él. Para los que la tienen, en cambio, es
tesoro precioso, padre del lujo, de la delicadeza, de la langui Discurso d e Sócrates
dez, de la gracia, del ardor y la pasión; de los buenos se cuida
y a los malos los desprecia. En nuestras penas y temores, en la Antes de entrar formalmente en materia, con el fin de plan
pasión y la expresión, es piloto y capitán, sostén y salvador in tear correctamente la cuestión y para acabar de bajarle los hu
comparable. En fin, es principio de orden y concierto entre los mos a Agatón, le pregunta Sócrates, con la inocencia que acos
dioses y entre los hombres; jefe por todo extremo bello y exce tumbra, si el amor en general, todo am or por consiguiente, es
lente, y todo m ortal debe seguirle y participar lo mejor que amor d e algo. L a respuesta tiene que ser afirmativa, ya que el
pueda en el canto que el mismo Amor entona y con el que aca mismo Agatón acaba de decir que el am or lo es, entre otras
ricia al pensamiento de los dioses y de los hombres.” 23 cosas, de la belleza y de la juventud. E n seguida, y con la mis
Por obra maestra de cursilería tienen la generalidad de los ma aparente ingenuidad, saca Sócrates la conclusión de que si
intérpretes esta empalagosa perorata.20 En su género es induda amamos algo es porque lo deseamos, y si lo deseamos es porque
blemente pieza de antología, y como tal suele declamarse aún no lo tenemos, de lo cual se sigue que si el amor desea, por
hoy por ciertos oradores, y lo peor no es la muy explicable con ejemplo, la belleza, es porque él mismo no la tiene, y otro tanto
com itancia de gustos, sino que se vea en esa tirada erótica algo y por el mismo tenor con respecto a todas las cosas a m a b le s que
así como la quintaesencia de la filosofía platónica del amor. persigue. Con esto cae de golpe, antes aún que pueda darse
Pero no hay sino leer las líneas del diálogo que inmediatamen cuenta el pobre de Agatón, todo el tinglado de excelencias que
te siguen para ver cómo Sócrates (es decir Platón) es el pri con otros tantos epítetos acaba él de adjudicarle al Amor, al
mero en burlarse del pobre de Agatón, aunque con el comedi dios sin par entre todos. Ni siquiera dios resultará al fin; y en
miento que todo huésped bien educado debe tener con su an cuanto a todas aquellas virtudes habrá que predicarlas en cada
fitrión. "A turdido” está, según dice, por la belleza de las pala caso del objeto amado, y del amor apenas con relación a dicho
bras y de las frases, y en esta apreciación no falta Sócrates a la objeto y en cuanto informado por él.
verdad, pero cualquiera ve que no puede hacerse de un discur De gran fondo son las anteriores precisiones socráticas, pro
legómenos indispensables en toda teoría o filosofía del amor.
so i q 7 a-c. En primer lugar, no es el amor un término absoluto, sino re
z« “ Des phrases sans verbos, un bouquet baroque de froide mythologie,
lativo, como lo son, por ejemplo, los ele "padre” o “movi
d’épithétes arbitraires. dans lequel la significación est constamment sacrifiée
aux fáciles satisfactions des antithéses ou de l’alütération” . Es el juicio miento”, cuyos respectivos correlatos son “hijo” por una parte,
de Léon Robín (In trod u cció n a l B a n q u e te, Les Belles Lettres, p. I.vn) , y y por la otra los términos a q v o y ad (¡nem de todo movimiento.
no es menos severo el de Víctor Brochará: “U n chef-d’oeuvre de miévrerie, Y nunca con mejor propiedad como tratándose del amor, pue-
de grSce approtón et de style inaniéré” . (É tu d e s d e p h ilo s o p h ie ancien ne,
París, 1966. p. 75). 2' Bury, T h e S y m p o s iu m 0 / P la to, p. xxxvi.
■100 T E O R ÍA D E I. A M O R
T E O R ÍA DEL AM OR 401
d e h ab l ar se d e cosas t al es co m o i n t en c i o n al i d ad y m o vi m i en t o ,
m en t e u n o m ás en t r e l os h o m b r es m o r t al es. D el m i sm o m o d o
y a q u e el am o r es p o r su n at u r al ez a u n in ten d ere in a l i q u i d ,
qu e h ay al go i n t er m ed i o en t r e l o b el l o y l o feo, en t r e l o b u en o
u n a t en d en ci a o m o v i m i en t o q u e se esp eci f i ca p o r el o b j et o a
y l o m al o , en t r e l a v er d ad y l a i g n o r an c i a ( t al y co m o l o h em o s
q u e t i en d e. Per o si est o es así, l a co n secu en ci a f o r zo sa es que
vi st o v a an t er i o r m en t e en el Lisis) h ay t am b i én al go i n t er m e­
l a c al i f i c ac i ó n ét i ca d el am o r est á t o t al m en t e en f u n ci ó n de su
d i o en t r e l o m o r t al y l o i n m o r t al , y a l os en t es d e est a esp eci e
co r r el at o i n t en ci o n al , d el v al o r o d i sv al o r d e est e ú l t i m o . Se­
los d en o m i n am o s d em o n i o s. U n g r an d em o n i o , p u es, es p r eci ­
g ú n est o, h ay si n d u d a, co m o d ecía Pau san i as, el am o r bu en o
sam en t e el A m o r , m ed i an er o , co m o t o d o l o d em o n íaco , en t r e l os
y el am o r m al o , p er o n o p o r n i n g ú n ex t r av ag an t e ab ol en go
di oses y l os m o r t al es.29* Y en est a co n d i ci ó n , el A m o r d esem ­
m i t o l ó gi co d el u n o y d el o t r o , n i p o r o t r a r azó n al g u n a q u e por
peñ a, en el m o d o p ar t i c u l ar q u e se i n d i car á d esp u és, l a f u n ­
t en d er r esp ect i v am en t e al b i en o al m al en sí m i sm o s. E l am or ,
en co n cl u si ó n , n o es só l o u n f en ó m en o v i t al , si n o u n fen óm en o ci ón q u e en gen er al co m p et e a l os d em o n i o s, y q u e, segú n D i o ­
ét i co , y co m o t al est á go b er n ad o p o r l as cat ego r ías su p r em as t i m a, es l a si g u i en t e: “ Ser i n t ér p r et e y m ed i an er o en t r e l os d i o ­
d el v al o r y d el b i en . ses y l o s h o m b r es; l l ev ar al ci el o l as sú p l i cas y l os sacr i f i ci o s d e
T o d o est o va a d ec l ar ar l o Só cr at es en su h i m n o o can ci ón est os ú l t i m o s, y co m u n i car a l os h o m b r es l as ó r d en es d e l os
en al ab an z a d el A m o r : h o h e s L ied der L iebe, co m o d i ce YVila- d i o ses. . . E l i n t er v al o q u e sep ar a a l os u n o s d e l o s o t r o s l o l l e­
m o w i t z. Per o n o l o h ace, en el p r i n c i p i o p o r l o m en o s, p o r ar ­ n an l os d em o n i o s; son el v ín c u l o q u e u n e a! gr an T o d o .’'2,1
gu m en t aci ó n d i al éct i ca, si n d u d a p o r q u e el am o r t i en e u n fon ­ Fu n ci ó n , com o se ve, ex act am en t e i gu al a l a d e l os án gel es en
d o d e m i st er i o , y cu an d o ést e se d escu b r e n o es p o r d em o st r a­ l a t eo l o gía j u d eo - cr i st i an a. L a ú n i ca d i f er en c i a, en l a d em o n o -
ci ó n , si n o p o r r ev el ac i ó n i n m ed i at a. D e ah í q u e Só cr at es d eci ­ l o gi a p l at ó n i c a, es q u e n o h ay án gel es o d em o n i o s r eb el d es. En
d a est a v ez co m en z ar co n u n m i t o —en l u g ar d e t er m i n ar co n él, l o d em ás, el p ar al el i sm o se ex t i en d e a cosas t al es co m o l a r é p l i ­
co m o en o t r o s d i ál o g o s—, p er o u n m i t o cu yo s el em en t o s, u n o ca en l o g r i eg o d e l a cr een ci a cr i st i an a en el A n g el d e l a G u a r ­
p o r u n o , t i en en est r i ct a co r r esp o n d en ci a co n en u n ci ad o s f i l osó ­ d a. Si n sal i r d e l o s d i ál o go s p l at ó n i co s t en em o s so b r e est o l a
fi co s. M ás aú n , y con el m i sm o d esi gn i o d e en v o l v er su r el at o m ás am p l i a i n f o r m ac i ó n . C ad a u n o d e n o so t r o s, segú n se n os
en u n a at m ó sf er a d e m i st er i o y r ev el aci ó n , f i n ge Só cr at es que d i ce en el F ed ó n ,31 y n o só l o l os h o m b r es d e ex c ep c i ó n cor n o
t o d o cu an t o v a a d eci r se l o d i j o a él u n p er so n aj e l egen d ar i o Sócr at es, es co n d u ci d o , d u r an t e su v i d a, p o r u n gen i o o d em o ­
y m i st er i o so , u n a sacer d o t i sa y ad i v i n a l l am ad a D i o t i m a, o r i ­ n i o, y est e m i sm o l l ev a al al m a, d esp u és d e l a m u er t e, al l u g ar
g i n a r i a d e M an t i n ea. P o r el l a f u e i n i c i ad o Só cr at es, a l o qu e d el j u i c i o . Y en cad a r een car n aci ó n , segú n l eem o s en l a R e p ú
d i ce, en l o s secr et o s d el am o r , p o r u n a i n i c i ac i ó n an ál o ga a b lica , 52 h ay p ar a cad a al m a u n d em o n i o en c ar g ad o d e l a m i s­
aq u el l a p o r q u e p asan l o s d ev o t o s d e D em ét er en l os m i st er i o s m a m i si ó n .
d e E l eu si s .28 Si en d o así el A m o r , p o r l o t an t o , u n a esp eci e d e i n f r ad i ó s
E n el co l o q u i o q u e t i en e co n Só cr at es, y an t es d e ex p o n er el o su p er h o m b r e, su g en eal o g ía d eb er á d er i v ar se d e u n d i o s y u n a
m i t o r ef er en t e a l a g en eal o g ía d el A m o r , cr ee n ecesar i o D i o t i ­ m o r t al , o v i cev er sa. T a l es el caso p r eci sam en t e: el A m o r , en
m a d ej ar sen t ad a an t e t o d o l a p r o p o si ci ó n f u n d am en t al d e qu e efect o, es h i j o d e Po r o s y Pen ía. A m b o s n o m b r es, m u ch o m ás
el A m o r n o p u ed e ser y a n o d i gam o s el m ay o r d e l os d i oses, p er o q u e aq u el o t r o d e D i o t i m a, h an si d o el egi d o s p o r Pl at ó n con
n i si q u i er a u n d i o s. L o s d i o ses, en ef ect o , p o seen en su p l en i ­ t od a i n t en c i ó n , y t an t o p o r est a r azó n co m o p o r l as t r ad u c c i o ­
t u d t o d as l as cosas b el l as y b u en as, y el am o r , en cam b i o , an d a n es t an d esacer t ad as q u e p o r ah í co r r en , n os ser á p er m i t i d a T i n a
en p os d e el l as p r eci sam en t e p o r est ar d e el l as m en est er o so . N o b r ev e d i gr esi ó n f i l o l ó g i c a q u e c o n t r i b u i r á, ad em ás, a l a m ej o r
p o r est o, si n em b ar go , n o p o r d ecl ar ar l o ex c l u i d o d el l i n aj e de i n t el i g en c i a f i l o só f i c a d el m i t o .
l os d i oses i n m o r t al es, h em o s d e cr eer q u e el A m o r sea si u i p l c-
2i> 202 e: Saíucov \ .iéya~ -• ■ xui yáy ;t av t ó Scuiumov Bexa;i> t axi Oeoü
28 El nombre mismo de Aura(ia: "honor de Zeus” , p ar ece elegido de TE XaL 0V11TOV'.
30 202 C.
propósito como para aplicarse, dice Burv, a persona de gran sabiduría y
autoridad. 31 107 d-108 b, 113 d.
32 617 e, 6¿o d-621 b.
• 102 T EO R ÍA DEL AMOR T EO R ÍA DEL AMOR 403

El nom bre de la m adre: ELevío ., no otrece ninguna dificultad, aquí estos nombres como están en el texto, y seguir con el
y puede perfectam ente traducirse por pobreza, inopia, indigen cuento de Diotim a.
cia, penuria (proveniente de él d irectam en te), o por otros nom He aquí, pues, que el día del nacim iento de A frodita (la
bres equivalentes que fácilm ente pueden encontrarse en el re Pandemia sin duda alguna) tuvieron los dioses un gran banqu e
pertorio de nuestro idioma. Con Hopo;, en cambio, con el nom te para celebrar debidam ente tan fausto acontecim iento. Entre
bre del padre, la cosa no es tan sencilla, y desde luego hay que los comensales estaba Poros, el cual, habiéndose em briagado
rechazar decididam ente la traducción de “abundancia", “har de néctar, el licor de los inm ortales, salió al jard ín de Zeus,
tura”, “plen itud ”, “saciedad”, o lo equivalente. A esta traduc a disipar con el sueño la borrachera. T en d id o estaba allí cuan
ción in clin a una propensión de fácil sim etría, en cuanto que do lo divisó Penía, la cual andaba rondando la sala del festín,
con ella tendríam os el nacim iento del Amor como fruto de la por ver si le daban algo de las sobras. Y como no sólo la hos
unión entre los dos contrarios: indigencia y saciedad, ex copia tigaba el hambre, sino en general el deseo de salir de apuros,
et in o p ia , como dice M arsilio F icin o —cuya traducción del Ban pensó que lo m ejor era aprovechar la oportunidad que se le
q u e te es en general adm irable— o como el poeta Spenser, al ofrecía, es decir procurarse un h ijo de Poros.36 Al pensam iento
referirse al Am or como “begot of Plentv and Penury”. Lástima siguió luego la ejecución: acostándose con Poros allí mismo en
que no pueda ser así, y que no podamos aceptar la hermosa el jardín, resultó Penía preñada de Eros. Por todas estas cir
antítesis del m aravilloso hum anista florentino, pero el hecho es cunstancias, según com enta Diotim a, el Am or ha de estar siem
que P o ro s no quiere decir nada de esto, sino que significa sim pre en el cortejo de A frodita y ser en todo su fiel servidor, ya
plem ente abertura o salida, como lo son, para no ir más lejos, que fue engendrado el día mismo del natalicio de la diosa. Y
los p o r o s de la piel, salidas o aberturas para la transpiración por ser A frodita supremamente bella, corresponde igualm ente
del organism o. Pues de aquí hay que partir, y nada más, para al Amor el ser por naturaleza am ante de lo b ello .36
entender lo que es este Poros del B a n q u e te . Es el que tiene En seguida pasa D iotim a a describir, con gran expresividad
salidas para todo; que sabe cómo "salirse” de cualquier apuro y encanto por cierto, la condición y el com portam iento del
o situación, un personaje nada “pleno” o “h arto”, pero sí fér Amor, de acuerdo con su genealogía. De su madre tiene,
til en recursos y expedientes, como h ijo que es, según leemos en en primer lugar, el andar siempre en apuros, y por su aparien
cia no es, contra lo que piensa la mayoría, nada delicado y
el diálogo, de Míj-ug, es decir de la Inven tiva.38 Conform e a esto,
bello, antes por el contrario anda siempre en ju to de fam élico,
como h ijo de tal padre y nieto de tal abuelo, se com porta Eros
sucio, descalzo y errabundo; eterno durm iente al raso sin otra
en todo lo que de su conducta nos dice el B a n q u e t e : no como
cama que el suelo, los caminos o los umbrales de las puertas.
harto o rico, pero sí como inventivo, ingenioso y expedito. No
De su padre, en cambio, tiene el andar siempre al acecho de lo
necesita la pobreza allegarse a la riqueza para salir de apuros;
bello y de lo bueno, y ser valiente, perseverante y arrojado.
le basta hacerlo con el ingenio.
“T errib le cazador, m aquinador eterno de artificios; apasionado
De acuerdo con todo esto, hay para mí dos excelentes tra
de la inteligencia y fecundo en recursos; filosofante de por vida,
ducciones, entre las que conozco, de los nombres dados por
incomparable mago, hechicero y sofista.”37
D iotim a a los progenitores de Eros. La prim era y más apegada
al texto, de Léon R o b ín , traduce Poros y Penía por Expediente
de que, para él, la ITevía platónica tiene mucho de la Gura heideggeriana
y Pobreza. La segunda, de G arcía Bacca, los nom bra Expedito y (Sorge), y en tal concepto no sería sólo "pobreza” , sino en general apuro
Apurada, por darles nom bres propios y concretos a quienes fi o aprieto. García Bacca, In tr o d u c c ió n a l B a n q u e te , México, 1944, p. a i i .
guran en el m ito como personas reales.34 Con estas aclaracio 35 203 b: óta xrje aí'xf|q árcopíav jtaiÓíov rronjaaaOai ¿x xoü 11 ó q o v •••
nes, y sabiendo ya lo que significan, lo m ejor tal vez será dejar3 Salta a la vista el juego de palabras: P oros es e! único medio de salir de
aportas. No queremos enmendarle la plana a Platón, pero se nos ocurre
que lo más sencillo, precisamente para denotar el necesario complemento
33 F.s la traducción de García Cacea, concordante con la de Robín: entre ambos, habría sido el ponerle a Eros, como padres, Poros y Apona.
In v e n tiu n . 3 0 203 c: x a i a p a cpécret épaaxrig o>v jx z q í t o xaXóv. . .
ai Lo de "Apurada” pretende fundarlo García Bacca en la consideración 37 203 c-d.
404 TEO R ÍA DEL AMOR TEO R ÍA DEL AMOR 405

Como vemos, tam bién D iotim a, no menos que Agatón, sabe te a la vehemencia del deseo, la posesión de este bien se ape
com poner sus letanías del Amor, pero con nombres y atributos tece con la intención de que dure para siempre. Estábamos en
llenos de sustancia, y no sim plem ente por hacer un florilegio lo justo al decir antes que el am or es apetito del bien, pero
retórico. T o d o viene muy a punto, por derivación espontánea ahora hay que agregar que de un bien de tal condición que
de la naturaleza sintética e interm ediaria del amor. No sólo esto, podamos hacerlo nuestro eternam ente.39
sino inestable tam bién, en continuo desequilibrio, según sigue Con esta proposición da D iotim a un paso decisivo en su
diciendo la “extran jera de bellas palabras", ya que tan pronto razonamiento, y todavía después, para que no quede ninguna
está un día el amor en toda su lozanía, como al día siguiente duda, glosa el mismo pensamiento al decir que el amor es ape
en trance de m uerte, y de nuevo renaciente, como cumple a su tito de inm ortalidad: -c-rjc áSavaoxcci; eptog. Pero tro bien acaba de
naturaleza ni m ortal ni inm ortal. O tro tanto, y por lo mismo, decirlo cuando tiene que enfrentarse con la dificultad de ave
en los bienes o riquezas que fácilm ente allega su diligencia, riguar cómo podrá ser esto com patible con la condición h u
pero que no retiene, porque es tan em prendedor como mani mana, sellada irrevocablem ente por la m ortalidad. Porque pase
rroto, así que nunca está en el desamparo, pero tampoco en que el demonio Amor pueda no ser m ortal (aunque tampoco
la opulencia. tiene la inm ortalidad por antonomasia, reservada exclusivam en
Al razonar de este modo sobre los estados intermedios que te a los d io ses), pero ¿cómo podrá aspirar ni siquiera a esta
ocupa el am or en todos los órdenes, se detiene Diotim a, con inmortalidad a medias este amor nuestro que es amor coir m i
delectación morosa, en el orden del conocim iento o del saber. núscula, no demoníaco, sino estrictam ente humano? Y con todo,
Desde este momento empieza el a m o r p la tó n ic o a ascender por está en pie el hecho palmario de que la naturaleza m ortal busca
la espiral de espiritualidad que propiam ente lo configura, y de continuo, en la medida de sus posibilidades, hacerse in
cuyas etapas dialécticas declarará más tarde la profetisa. Por lo mortal.40
pronto se lim ita a la observación fundam ental de que, conforme No puede ser ele otro modo, dice D iotim a, que por la ge
a su naturaleza interm ediaria, el amor debe hallarse a medio neración. Por la inm ortalidad en la especie, diríam os hoy, a
cam ino, como si dijéram os, entre la sabiduría y la ignorancia, falta de la inm ortalidad personal que nos está negada. Cosa
en el estado o experiencia vital, ni más ni menos, que solemos divina es la procreación, sigue diciendo la profetisa, y es esto
designar como “filosofía”. Ni del todo sabio ni del todo igno lo que de inm ortal se halla en el anim al m ortal.41 Es como un
ran te es el filósofo, y el amor, interm ediario en todo, tendrá nacimiento perpetuo, en otra com paración que viene luego, esto
necesariam ente que ser partícipe de esta situación intermedia de vernos de nuevo y como restituidos a nuestra juventud en
en el reino del espíritu. Y hay otra razón, además, como es la de nuestros h ijo s.42 Sólo que —y es un punto que D iotim a des
que, siendo Eros am ante de la belleza, necesariam ente tendrá arrolla con gran prolijidad— la generación no es únicam ente
que am ar la sabiduría, bella entre las cosas más bellas; así que por el cuerpo, sino tam bién por el alma, con respecto a m u
el Am or, en conclusión, es filósofo.38 chas cosas de que el alm a puede empreñarse y p arir.13 A este
Son expresiones que deben tomarse, como dice R obin, en linaje de progenitores según el espíritu pertenecen los poetas
todo su rigor etim ológico, y no como cuando decimos de un y artistas creadores en general (itotTiTctí), y tam bién los p olíti
enam orado cualquiera que “filosofa” sobre el medio mejor cos y legisladores que “con mesura y justicia im prim en en las
de conquistar a su amada. Es a la captura de un bien específi
cam ente espiritual, y el m ayor de todos, a lo que tiende el amor 206 a: o t oo); xoO xó ávaGov cu it o ) r l v ai áeí.
en su más alto m omento. Y prescindiendo por ahora del objeto k° 207 d: f|Ovrixri ( f ó r r ic t r ]TEÍ x a x a xó S ú v a x o v d e l xó r í v a i d O á v a x o c ; .
11 20Í) c: taxi 8é t oc t o Qeíov xó Jtoi/Yno, xai t oc t o év OviixcTr ovxt xq>
que en cada caso y según su gama tan variada pueda perseguir
áGúvaxov eveciLv.
el amor, lo cierto es que este objeto se le aparece siempre como •)- Entre; Lis incontables expresiones literarias de este sentimiento, no
un bien, y que además, p>or ser algo naturalm ente concom itan conozco ninguna mejor que las palabras que pono Canicies cu boca ele
Vasco da Gama, al despedirse el viejo navegante de su hijo: "O filtro, en
38 2 0 4 b: fiaTL y<iQ 8 f] xw v x o DÚct c o -v r) a e x p ía , ” E < jc o ; S 'é a x i v í' q cog t o q ! quem as minhas torcas senipre cstáo!"
t ó z a / . ó v , c í a t e á v a ' / x a í o v " E p c o x a ( p ñ .ó o o c p o v eívai. 4;¡ 2 0 9 a : u xpc’x f t •T o o c ríjx m y,al x v fja o u x a l x o n ív ...
TEO R IA DEL AMOR 407
406 TEO R ÍA DEL AMOR

ciudades la belleza del ord en”. Descendencia incomparable, en


verdad, y muy superior a la carnal, la que dejaron hombres La d ia léctica eró tica
como H om ero y Hesíodo, o como Licurgo y Solón, por su ‘‘ge
neración de las leyes” en Esparta y Atenas. El Amor, en conse T o d o cuanto hasta aquí nos ha dicho D iotinia no es, em
cuencia, el cual ha sido el inspirador y agente de todas estas pero, sino la propedéutica del Amor. Falta aún lo más im por
generaciones, no es sim plem ente el deseo de la belleza sin ul tante, que es la iniciación perfecta en sus m isterios con la reve
terior especificación, sino, más precisamente, el deseo de en lación fin al.40 Esta segunda parte del cam ino la recorre D iotim a
gendrar en la belleza, y su obra propia, en definitiva, es la mediante la exposición que hace de las diversas etapas dialéc
generación en la belleza, y tanto por el cuerpo como por el es ticas por que va pasando sucesivamente el Am or hasta alcanzar
p íritu .44 la contem plación de la Belleza en sí. De proceso d ia lé c tic o se
Muy oportuno es el com entario de T ay lor a estos lugares, al trata en todo el rigor de la expresión, en el sentido que tiene
hacer notar cómo no hay ninguna inconsistencia de pensamiento no sólo en Platón, sino inclusive en Hegel. Es una verdadera
entre la doctrina platónica de la inm ortalidad del alma, ex A u fh e b u n g la que se cumple al pasar de una a otra etapa, con
puesta en otros diálogos, con lo que aquí se nos dice de que la la cancelación de lo que queda atrás en el acto de superarlo,
fecundidad física y espiritual es el único medio de procurarnos pero conservado al mismo tiempo al ser reasum ido en una for
la inm ortalidad. Hay ciertos intérpretes, en efecto, o demasiado ma superior. Veámoslo por sus pasos contados.
ingenuos o demasiado maliciosos, que van hasta sentar la pere La prim era etapa de la dialéctica erótica es, como dice R o
grina tesis de que Platón “descubrió” en el F e d ó n una doctri bín, una especie de educación estética. Es el am or de los cuerpos
na que ignoraba todavía en el B a n q u e te . T o d o esto son puras bellos, o de uno solo en particular, tal y como esto tiene lugar
fantasmagorías, y entre uno y otro diálogo existe, por el con en la juventud. Laudable es esta especie de amor, para empezar,
trario, la más perfecta concordancia. En uno y otro se acepta con tal que —así tiene que ser desde el principio— este amor
la m ortalidad del h o m b r e (ya que la inm ortalidad es exclusiva produzca su fruto, ya por la generación según la carne, ya por
del a lm a ) , y lo único que trata de mostrar Platón, en el B an aquella que lo es según el espíritu, engendrando en el amado
q u e te , es el afán del h o m b r e por hacerse inm ortal desde esta bellos pensam ientos.47 Muy pronto, empero, se trasciende este
vida y en sus pósteros. No se trata, en otras palabras, sino de ex primer mom ento al darse cuenta el am ante de que la belleza
plicar la em oción de eternidad que lleva consigo la pasión amo no está circunscrita a un cuerpo tan sólo, sino difusa en todos,
rosa aun en su form a más rudim entaria. Si alguna experiencia y que más bien debe amar, por consiguiente, la belleza corpó
universal hay en esta m ateria, es la de que nadie ama verda rea en general. En este segundo m om ento de la educación eró-
deram ente si al mismo tiem po no desea que su amor dure para tico-estética hay una especie de desindividualización (es el tér
siempre. D o ch a lie L u st w ill E w ig k eit, como decía Nietzsche. mino empleado por R ob ín ) del amor físico, y por lo mismo
D entro de este contexto, pues, no tiene Platón por qué plantear tam bién un principio de espiritualización del amor, dado que
aquí la cuestión de la inm ortalidad del alma; y por último, la universalidad de la belleza sensible no puede ser o b jeto de
com o dice T ay lor, no hay una sola palabra en el B a n q u e te de posesión física, sino de goce estético. Es una experiencia en
la que pueda inferirse que el alma es perecedera.45 Por sobre parte análoga y en parte idéntica a la que tiene el que va pa
todas las cavilaciones debe imponerse el buen sentido, del que sando de la com prensión de una obra de arte a la de las demás
Bury se hace eco al enunciar la sencilla reflexión de que Platón, de su género, o de un arte en general a las otras artes. Por
como otro autor cualquiera, no tiene por qué decir en cada aquí va más o menos el proceso descrito por Schiller en sus
diálogo todo lo que piensa de todo. famosas C artas s o b r e la ed u c a c ió n estética d e l h o m b r e .
De la belleza de los cuerpos se pasa luego a la belleza de las

sn 210 a: xa Sé xtAea x al t-jrojrxixci. ■. Son los mismos términos usados


■>4 206 b: £cm y á t j xoOxo r óseos ¿v za/ .i i x at x a x « xó ff& p.a x al x ax á
xfjv i[n'7_r‘jv- en los misterios de Eleusis.
<5 P ia lo , p. 22H. 210 a: xa! Évxañ Ga y t w a v Xóyoi !? xu/.oó; ..
408 TEO R ÍA DEL AMOR T EO R ÍA D E l. AMOR 409

almas, la cual debe tenerse por mucho más preciosa,43 y a tal sura de un cuerpo solo; y así de esta consideración le vendrá
punto que debe preferirse un alma bella en un cuerpo feo, deseo de ensancharse algo y de salir de un térm ino tan angosto
antes que lo contrario. En seguida, y por el tránsito natural del y, por extenderse, ju n tará en su pensamiento, poco a poco, tan
espíritu subjetivo al espíritu objetivo (así ocurre puntualmen tas bellezas y ornam entos que, juntando en uno todas las her
te, y sólo la term inología es postplatónica, es decir hegeliana), mosuras, hará en sí un concepto universal y reducirá la m ul
pasa el adiestrado en am or a am ar las proyecciones del espíritu titud de ellas a la unidad de aquella sola que generalm ente
en lo que llamamos hoy el mundo de la cultura. Entre ellas sobre la naturaleza hum ana se extiende y se derram a; y así, no
enum era Platón, como las principales, estas tres: acciones, leyes ya la hermosura particular de una m ujer, sino aquella univer
v ciencias: émT:T]S£Ú|j.aTC(., vópot, éTua-rrpat. En este orden están sal que todos los cuerpos atavía y ennoblece contem plará; y
en el texto, y es en la éiticr-rrinn (el saber más alto después de la de esta m anera em bebecido, y como encandilado con esta mayor
vópcig, como lo hemos visto en la R e p ú b lic a ) donde se detiene luz, no curará de la m enor; y ardiendo en este más excelente
D iotim a con énfasis muy particular, ponderando su belleza fuego, preciará poco lo que primero había tanto preciado.”
inteligible. Como resulta con toda claridad del texto, la "cien De esta m anera glosa Castiglione la ascensión dialéctica del
cia” es aquí sinónim a de “filosofía”, y ésta es como un “vasto amor en sus primeras etapas; y pasando de la belleza corporal a
piélago de belleza”, de cuya contem plación le viene al amante la belleza espiritual, prosigue diciendo:
el poder de engendrar m ultitud de hermosos y magníficos pen “Así que, cuando nuestro Cortesano hubiere llegado a este
sam iento y discursos.49 Es la escala del conocim iento que se nos término, aunque se pueda ya tener por un enam orado muy
describe en la R e p ú b lic a , con la ascensión del alma por todos próspero y lleno de contentam iento, en com paración de aque
sus peldaños, sólo que poniendo ahora el acento en la fuerza llos que están enterrados en la m iseria de amor vicioso, no por
vital: la del amor, sin la cual sería inexplicable esta andbasis eso quiero que se contente ni pare en esto, sino que anim osa
espiritual. mente pase más adelante, siguiendo su alto cam ino tras la guía
Ju m o con la Escala del Conocim iento, y más aún por poner que le llevará al térm ino de la verdadera bienaventuranza; y
lo todo ahora bajo la razón de la belleza, ha pasado esta Escala así, en lugar de salirse de sí mismo con el pensamiento, como
del Am or a la literatura universal. Sería tan fácil como interm i es necesario que lo haga el que quiere im aginar la hermosura
nable aducir textos que, por lo demás, pueden encontrarse trans corporal, vuélvase a sí mismo, por contem plar aquella otra her
critos, los principales por lo menos, en la H isto ria d e las ideas mosura que se ve con los ojos del alma, los cuales entonces
estéticas, de Menéndez Pelayo. Y así como el maestro español comienzan a tener gran tuerza y a ver mucho, cuando los del
no resistió a la tentación de hacerlo, y lo mismo otros después cuerpo enflaquecen y pierden la flor de su lozanía. Por eso el
de él, para mí tam bién es un deseo irresistible la transcripción alma apartada de vicios, hecha lim pia con la verdadera filo
de unos cuantos pasajes del C ortesan o de Castiglione, cuya be sofía, puesta en la vida espiritual y ejercitada en las cosas del
lleza original cobra aún nuevo realce en nuestro idioma, al po entendim iento, volviéndose a la consideración de su propia sus
der gustarlos en la m aravillosa traducción de Boscán:
tancia, casi como recordada de un pesado sueño, abre aquellos
“Pero, aun entre todos estos bienes, h allará el enamorado
ojos que todos tenemos y pocos los usamos, y ve en sí misma un
otro mayor bien, si quisiera aprovecharse de este amor como
rayo de aquella luz, que es la verdadera imagen de la herm o
de un escalón para subir a otro muy más alto grado, y harálo
sura angélica comunicada a ella, de la cual tam bién ella des
perfectam ente si ponderare cuán apretado nudo y cuán grande
pués com unica al cuerpo una delgada y flaca sombra; y así,
estrecheza sea estar siempre ocupado en contem plar la hermo-
por este proceso adelante, llega a estar ciega para las cosas
terrenales, y con grandes ojos para las celestiales; y alguna vez,
2i<i b: xo iv t u í ; t jwxaís xúD .o5 tt|ud>Teoov íiyiíaaoO ai t o O év xoi cuando las virtudes o fuerzas que mueven el cuerpo se hallan
OÓl-lOTl ••
4S 210 <1: áÁ/ .’ém xo no?.i> Jié X a y o r TKTQunfiévog t o O xa/ .oü xa! Oewgcov, por la continua contem plación apartadas de él u ocupadas del
íto/ ./ .oij; 2.ai y.a'/.o:v- / .«yov; xa! neya^.oztQéüt'cí; xíy.xjj xa! 6iavó;ii(xaxa év sueño, quedando ella entonces desembarazada y suelta de ellas,
(ja /.oc o <j,íy á<(,0óvOÍ- siente un cierto escondido olor de la verdadera hermosura an
410 TEO R ÍA DEL AMOR 411
T EO R ÍA DEL AMOR

gélica; y así, arrebatada con el resplandor de aquella luz, co este pasaje, en el que con razón se ha visto siem pre uno de los
mienza a encenderse y a seguir tras ella con tam o deseo, que mayores extremos de sublim idad en la literatura de lo subli
casi llega a estar borracha y fuera de sí misma por sobrada co me.53 No obstante, siempre es bueno poner ciertas cosas en su
dicia de ju ntarse con ella, pareciéndole que allí ha hallado el punto; cosas que a veces pasan inadvertidas cuando se lee el
rastro y las verdaderas pisadas de Dios, en la contemplación del texto o de prisa o no en su idiom a original. Estamos indudable
cual, como en su final bienaventuranza, anda por reposarse.” mente frente a uno de los lugares clásicos del éxtasis m ístico:
A este térm ino extático llega por su parte la extranjera de “éxtasis” porque el sujeto sale fuera de sí en la contem plación
M antinea al declararle a su interlocutor lo que acontece al hom de lo que absolutam ente le trasciende, y “m ístico” porque se
bre que por sus pasos y en el orden debido se ha ejercitado en trata de algo oculto, tan oculto que sólo se revela —y tampoco
la contem plación de las cosas hermosas, y que ha cursado de necesariamente— al térm ino de una larga iniciación por la que
este modo la pedagogía del am or.50 De repente verá, como en muy pocos pasan. Pero al contrario de lo que ocurre en otras
un relámpago, una Belleza de naturaleza m aravillosa;51 aque direcciones de la m ística, en que la inteligencia zozobra, por
lla Belleza que es precisam ente la razón de ser o la causa final decirlo así, en el anegam iento de todas las potencias, del propio
(o u ü v e x e v ) de todos sus afanes anteriores. La iniciación ha sido
yo inclusive, la experiencia m ística del B a n q u e te term ina en
lenta y gradual, y la revelación, en cambio, es súbita e instan un acto de la inteligencia, el supremo entre todos. Es éste un
tánea. Y lo que ya no es posible, pues pertenece al orden del punto perfectam ente esclarecido por Brochard, quien llam a la
éxtasis místico, es hacer una fenom enología de esta Belleza esen atención sobre el hecho de que Platón designa con el mismo
cial, y por esto Platón, al igual que los místicos de la teología nombre de “ciencia” (páGrpa) al correlato de aquella visión,
negativa, lo da a entender como puede, con una serie de ne con el hecho concom itante de que las palabras más frecuentes
gaciones o abstracciones, de la siguiente m anera: en el célebre pasaje son éstas u otras como éstas: ver, s a b er, m i
“Belleza que existe eternam ente, y ni nace ni muere, ni men rar, co n tem p la r. “En otros términos —term ina diciendo el hele
gua ni crece; belleza que no es bella por un aspecto y fea por nista francés— la contem plación puram ente intelectu al es siem
otro, ni ahora bella y después no, ni bella bajo una relación pre a los ojos de Platón la forma más perfecta de la vida. El
y fea b ajo otra, ni tampoco bella aquí y fea en otro lugar, de amor es el conductor que nos lleva a este térm ino supremo,
tal modo que sea bella para éstos y fea para aquéllos. Ni po pero su función concluye al hacernos llegar a él. No le queda
drá tampoco representarse esta belleza como se representa, por sino retirarse para dar lugar a lo que es más noble y más divino
ejem plo, un rostro o unas manos, u otra cosa alguna pertene que él, a la intuición pura de la razón. El filósofo m atem ático,
ciente al cuerpo, ni como un discurso o como una ciencia, ni el legislador de la R e p ú b lic a y de las L ey es no se halla en des
com o algo existente en otro sujeto distinto de ella, como en un acuerdo con el poeta del B a n q u e t e .” 54
viviente de la tierra o del cielo o de otro lugar cualquiera, sino Parecería como si se tratara de un proceso contrario al que
que existe eternam ente por sí m ism a y consigo misma y unifor se traza en la “C ontem plación para alcanzar am or” de los E je r
me siempre. De ella participan todas las demás bellezas, sin que cicios esp iritu a les de San Ignacio: aquí, en cam bio, sería la
el nacim iento ni la destrucción de éstas causen en aquélla ni fuerza afectiva del amor, todo el calor de la vida, lo que nos
la m enor dism inución ni el m enor aumento, o la afecten en ab hace alcanzar la suprema contem plación. En el fin, no obstan
soluto. . . He ahí, mi querido Sócrates —d ijo la extran jera de te, convergen una y otra dirección, en cuanto que la visión in
M an tin ea— el m om ento de la vida que, más que otro alguno, telectiva redunda necesariam ente en amor, cuya m isión podrá
debe vivir el hom bre: la contem plación de la belleza en sí.”52 haber cesado, como pretende Brochard, en tanto que guía, pero
N ingún com entario de encarecim iento necesita seguramente sin que el amor desaparezca, antes todo lo contrario, en la vi

so 2 1 0 e: oc; yúe úv m-Éx q i , é v ta iiO a j iq o ; t u É gem xá n a i S a y c o '/ i i O i í . sa “Si existe en lengua humana algo más bello que este d itiram bo en
Oe g í M-e v o ? ¿fpfEí|<; t e x ú i ótjOwc; x a x a X á - loor cíe la eterna belleza, declaro ingenuam ente que no lo conozco” . M r
s i I b i d . : é íja ú p v tig x « t Ói |>e t « Í t i 9« t i|Uu t t o v t i ') v tpúatv xaX óv . nendez Pelayo, H istoria d e ¡as id ea s estéticas, M adrid, 19 jo, yol. 1, p. jfi
52 2 i i a-d .
54 Brochard, o p . cit., p. 80.
412 T E O R ÍA D EL AM OR T E O R ÍA D EL AM OR 413

sión de este P rim u m A m a b ile que Platón llamó así en su intui ebrio, aunque no tanto, digámoslo por nuestra parte, como
ción juvenil del L isis, y que ahora, en el B a n q u e te , se nos con para no poder decir las maravillosas palabras que de sus labios
figura como la Belleza en sí. oímos en su sorprendente intervención. Invitado por su hués
Con Brochard concuerda T aylor al decir que se trata rigu ped —quien naturalm ente lo acoge con gran alborozo— a ento
rosamente de una s c ien tia v isio n is en la revelación final de la nar a su vez su loa del Amor, Alcibíades declina hacerlo por
Belleza en sí; y por su parte añade el docto humanista escocés no hallarse en condiciones propicias, y en lugar del tema ya tra
que tanto lo Bello del B a n q u e te como el Bien de la R ep ú b lica tado por todos los demás, propone, con general aplauso, hacer
tienen exactam ente la misma propiedad significativa que el Ens él por su parte el elogio de Sócrates.
rca lissim u m de la filosofía cristiana,555 6 o sea, ni más ni menos, Después de haberse cavilado mucho sobre esto, nos parece que
otro u otros de los Nombres de Dios. Lo que en el L isis pudo los estudios críticos han puesto perfectamente en claro las ra
faltar en la mención fugaz del Ttpw-rov cpiAov, cuando no había zones que tuvo Platón para introducir en el diálogo este episo
madurado en Platón la teoría de las Ideas, está ahora con toda dio en apariencia desconcertante y disonante, además, de la
claridad en esos otros dos diálogos. En ambos está, expressis unidad temática que hasta este momento se ha mantenido sin
v erb is, la doctrina de la participación: del mismo modo, en la menor ruptura. Hay desde luego una razón de orden artís
efecto, que la Idea del Bien es origen y causa de toda realidad tico, que sería la necesidad, sentida por el escritor, de aliviar
en absoluto, así también todas las cosas bellas lo son en cuanto de algún modo la tensión espiritual que embarga a todos des
participan de ia Belleza en sí.55 A Platón remonta, en última pués de escuchar a Sócrates, y volver al clima festivo con que
instancia, la copiosa literatura mística, una de cuyas cumbres debe acabar. Sólo que a Platón no le faltaban recursos para
son los Diálogos de fray Diego de Estella D e la herm osu ra de producir el mismo efecto por otros medios, sin necesidad de
D ios. Y glosando estos textos del B a n q u e te , dice por su parte introducir otro tema y de tan extraordinaria im portancia como
Simone W eil: "Esta belleza absoluta, divina, cuya contempla el de la persona de Sócrates. En lugar de darle más vueltas, hay
ción nos hace amigos de Dios, es la belleza de Dios, es Dios bajo que empezar por reconocer el simple hecho de que si Platón
el atributo de la belleza” .57* Podrían seguir indefinidamente dice cuanto dice por boca de Alcibíades, es porque lo que fun
textos análogos de otros comentaristas. Por la autoridad que damentalmente le interesa es hacer lo que hace, es decir el elo
tiene en la m ateria, nos limitaremos al siguiente de Augusto gio de Sócrates. Pero en seguida se plantea la nueva cuestión:
Diés: "E l t o ü xaXov |rá0r)p.a del B a n q u e t e no es sino el piyurrov ¿por qué aquí y ahora, precisamente dentro del contexto del
pá0r)pa de la R e p ú b lic a : la Belleza en sí equivale a la Idea del B a n q u ete? Según se ha dicho por tantos y tantos exegetas, Pla-
Bien, y la ascensión del B a n q u e te no es sino la fórmula estética tán debió haber sentido la necesidad de vindicar a su maestro,
de la dialéctica platónica” .59 víctima de ataques inclusive póstumos, con una defensa más
amplia aún que la expuesta en la A p o lo g ía . En ésta no había
podido decir más de lo cierto o de lo verosímil, más de lo que
In te r v e n c ió n d e A lcib ía d e s Sócrates dijo efectivamente o pudo haber dicho ante sus jueces.
Mas el discípulo, de propia cuenta, podía decir más, mucho
No bien termina Sócrates de pronunciar su elogio del Amor, más de lo que el maestro —por modestia, por discreción o por
cuando irrum pe en la sala del banquete un grupo de juerguistas elegancia espiritual— era obviamente incapaz de decir en loa
acaudillados por Alcibíades, el aristócrata más bello y elegante de sí mismo. Pero, una vez más, ¿por qué insertar, precisamen
de Atenas, y que como tal se siente con derecho de entrar en te en el B a n q u e te , esta insuperable apología p la tó n ic a , en el
todas partes, con o sin invitación, Confiesa desde luego estar pleno sentido de la expresión, que es el discurso de Alcibíades?
Desde el Renacimiento encontró Marsilio Ficino la respuesta
55 P ia lo , p. 231.
56 211 b: t ú b e cíXXa ¡ u í v i a x a X á é x e iv o v (aü xo to xa/ .ó v) (.l Ei sy.ovTa.. .
justa, la única posible. Si Platón hace concurrentem ente el re
57 L a s o u r c e g r e c q u e , Par ís, 19 53, p. 126. trato del Amor y el retrato de Sócrates, es porque entre Sócrates
<>s D i és, A u t o u r d e P ia la n , p. 43(1. y el amor verdadero hay una semejanza absoluta, a tal punto
414 T E O R ÍA D E I. A M O R T EO R ÍA DEL AMOR 415

que Sócrates es el tipo por excelencia del verdadero y autén nerse en relación con el pasaje del B a n q u e t e que ahora comen
tico am ante.59 tamos— le dice Sócrates a su interlocutor: “ Yo soy el único que
Del mismo parecer es Léon Robin, según el cual: “El Sócrates permanece a tu lado, Alcibíades, ahora que tu cuerpo pierde
al que Alcibíades rinde el tributo que se le debe, es la ima la juventud y los demás te abandonan. . . ¿Y por qué? Pues
gen total del Am or” .00 Parecerá por lo pronto increíble, sobre ¡xirque yo solo te he amado a ti mismo, y los demás, en cam
todo cuando se piensa que ni por su físico ni por sus hábitos bio, tus cosas, esta belleza que ahora se m archita, m ientras que
pudo ser nunca Sócrates ningún Don Juan, pero no es de este para mí es ahora cuando empiezas a florecer. Mientras con
am or del que aquí se trata, sino del otro que le excede infini serves esta otra belleza, resistiendo a la corrupción del pueblo
tamente y que reclam a el nom bre con plenitud y por excelen ateniense, puedes estar seguro que no te abandonaré” .02 Sócra
cia. Por ningún aspecto puede ver mejor Platón a su maestro tes no es ninguna excepción a la ley general del am or en cuanto
que su b s p e c ie am oris. Escuchemos y comprenderemos. apetito de belleza, sólo que es la belleza interior la que él ama,
Aun antes que Alcibíades abra los labios para encomiar a y es éste el único sentido que puede tener en sus labios el
Sócrates, reparemos, dice Marsilio, en cómo le convienen al Só óp0wg ■rcai.Sepao'TEÍv. Lo mismo que hacen los otros cuando ven
crates histórico, por todo lo que de él sabemos, los caracteres marchitarse la juventud del amado, hace él también cuando un
con que en el diálogo se nos presenta el fantástico hijo de Poros alma se estraga definitivamente: tiene que abandonarla, como
y Pern'a. Con tal o cual exageración en los rasgos, retoque más, tuvo que hacerlo con Alcibíades y con tantos otros que acaba
retoque menos, de Sócrates puede decirse también, como del ron por sucumbir a sus malas pasiones.
Amor, que anda astroso e hirsuto, descalzo y errabundo; ave Si alguna duda pudiera quedar sobre la m anera como Só
nido a todo, como a dorm ir donde se pueda, en los caminos o crates entiende y practica el amor, la desvanece Alcibíades defi
a la intemperie; pobre pero animoso, arrojado, vehemente y nitivamente al narrarles a Agatón y a sus amigos lo que en este
facundo; al acecho siempre de lo bueno y de lo bello; experto terreno precisamente le pasó con Sócrates. Libre de inhibiciones
cazador, m aquinador eterno; filosofante de por vida, brujo como está por el estado en que en esos momentos se halla, cuen
formidable, hechicero y sofista, guardando siempre el medio ta Alcibíades, con todos sus pelos y señales, su m alaventurada
entre la sabiduría y la ignorancia.81 Así anda Sócrates tal cual tentativa de seducción de Sócrates, un día que le invitó a cenar
y por dondequiera, hostigado día y noche de esa pasión devo en su compañía y a pasar la noche con él. A todo accedió Só
rante que es el am or o celo de las almas, como lo confiesa en su crates, menos a lo que buscaba Alcibíades, pero sin gestos vio
A p o lo g ía . Anda detrás de los mancebos, de preferencia a la lentos ni palabras ásperas, simplemente con su repulsa absoluta.
gente provecta, por ser más fácil en ellos la fecundación espi “Me despreció —les dice a sus oyentes— se burló de mi belleza,
ritual, y es ésta la única que interesa a Sócrates, como cual me injurió en lo que yo más preciaba. . . ¡Sabedlo bien, y séan-
quiera puede verlo de un extrem o al otro de los diálogos pla me testigos los dioses y las diosas, que cuando me levanté, des
tónicos. E n el A lc ib ía d e s precisamente —diálogo que debe po pués de aquella noche que estuve al lado de Sócrates, no había
sa “ D u m Pl at o i p su m f i n gi t am or em , Socr at i s om n em p i n gi t ef f i gi em ac pasado nada distinto de lo que habría sido si hubiera dormido
n u m i n i s i l l i u s f i gu r am ex So cr at i s p er son a d escr i b i t q u asi ver u s am or ac con mi padre o con mi hermano m ayor!” 03 Para muestra basta
Só cr at es si m i l l i m i si n t at q u e ad eo i i l e p r ae cet er i s ver u s si t l egi t i m u sque un botón, el del más bello joven de Atenas, pero todavía, por
am at o r ” . M ar si l e Fi ci n , C o r n m e n t a ir e su r le B a n q u e t d e P la tó n , Par ís, lo que sabe de otros casos similares, agrega Alcibíades: “ No
1956, p. 2.12.
podéis imaginaros hasta qué punto desdeña él y le es indiferente
oo I n t r o d u c c ió n a l B a n q u e t e , ed. I .cs Bel l cs Let t r es, 19 41, p. ci .
oí “ M aci l en t u s, ar i d u s, i n cu r i a so r d i d u s; n u d os, si n e cal céi s i n ceden s, sine la belleza de un hombre.”
d o m i ci l i o , ad for os, i n vi a, su b d i vo d or m i en s. Sem p er egen u s, vi r i l i s, No es seguramente por su castidad, por su rectitud sexual
au d ax f er o xq u e, veh em en s, f acu n d u s. Pu l ch r i s et bon i s i n si d i at u r ; cal l i dus mejor dicho, con haber sido una virtud positiva en aquel
sagax q u e Ven at or , m ach i n at o r ; i n can t at o r , f asci n at or , ven ef i cu s at qu e so- tiempo y en aquel medio, o no sólo por esto en todo caso,
p h i st a; p er om n em vi t am p h i l o so p h an s, ín t er sap i en t i am et i n sci t i am me-
d i u s” . M ar si l i o Fi ci n o , o p . c it., p p . 243-44. En sam b l am o s l i b r em en t e t odos 82 A le. 131 d-132 a.
est os at r i b u t o s d i sper sos en el t ext o. 63 B a n q . 219 c-tl .
T E O R ÍA DEL AM OR 417
416 T E O R ÍA DEL AM OR

demonio, y más aún, conforme al predicado del Amor, un


por lo que Alcibíades se siente presa, ame Sócrates, de un
“gran demonio”. “Demoníaco” llama literalm ente Alcibíades a
sentimiento de maravilla. Es jx>r la desconcertante y misteriosa
Sócrates, y por este solo carácter puede explicarse aquél el hecho
personalidad del hombre, tan misteriosa como el Amor, y como
de que únicamente los discursos de Sócrates, y no los de otro
éste también, síntesis vital de los contrarios. Por su físico está
orador alguno, lo hagan estremecerse y avergonzarse de su mala
tan lejos de la belleza convencional que más bien tiene aspecto
vida. De nadie más puede recibir esta impresión sino de quien
de Sileno, pero su interior es de una belleza indescriptible
es, como los demonios, intermediario entre el hombre y la di
(á[iTixavov xáXXog), ni más ni menos —dice Alcibíades, desarro
vinidad, mensajero de Dios para m ostrar el recto camino a los
llando la com paración— que esos silenos que los escultores ex
hombres. ¿No es ésta la misión que ha recibido Sócrates, según
ponen en sus talleres, y que, cuando se les abre por enmedio,
lo manifiesta con toda claridad en la A p o lo g ía ?
exhiben en su interior imágenes de dioses. Y otro tanto, según
De otro mundo en todo caso, de un mundo sobrehumano y
prosigue diciendo, en todo el comportam iento de este hombre
ultrahumano, debía venir esta voz que en Alcibíades, aun en
de costumbres tan pacíficas, pero valiente en la guerra como
medio de todos sus desvarios, hizo siempre mella tan profun
ninguno; insensible al frío y al calor y avezado a todas las
da. Ninguna otra voz se identifica a tal punto para él con la
fatigas, sin que nadie pudiera comparársele en su capacidad de
de su conciencia, como lo dice él mismo en esta desgarradora
sufrimiento; por extrem o frugal de ordinario, pero dispuesto
confesión:
a comer y beber con sus amigos en el momento apropiado;
“Cuando oigo a este hombre, y con mucho mayor fuerza
amante de los jóvenes, pero de modo totalmente distinto de
que a los Coribantes,95 me da vuelcos el corazón y me corren las
los demás; hombre de todos y de todas horas,94 siempre en la
lágrimas al son de sus palabras, y a otros muchos he visto que
plaza pública, pero tan retraído al mismo tiempo en sí mismo que
experimentan lo mismo. Cuando escucho a Pericles o a otros
le suele acontecer quedarse horas y horas inmóvil y abstraído,
oradores famosos, me parece sin duda que hablan bien, pero
entregado a su m editación, a veces por un día entero, como en
nunca he sentido nada de aquello, ni se me alborota el alma,
el famoso éxtasis de Potidea, de que fue testigo Alcibíades. Una
ni se irrita al verse a sí misma en condición de esclava, mien
u otra actitud: la del estilita o la del h o m o so cia b ilis , son fácil
tras que bajo el influjo de este Marsias me veo a menudo en
mente comprensibles cuando se toman aisladamente; lo insólito,
un estado tal, que me parece imposible seguir viviendo en se
lo sorprendente, es verlas concurrir en la misma persona. En
mejante c o n d ició n ... Y aún ahora soy consciente de que, si
los santos ha sido frecuente esta concurrencia; en la antigüedad,
quisiera prestarle oídos, no podría oponerle resistencia, sino
hasta donde sabemos, Sócrates es el caso ejemplar y solitario.
que volvería a sentir lo mismo; porque me obliga él, en efecto,
Con su entrega a todos, Sócrates mantiene su secreto consigo.
a convenir en que, estando yo menesteroso de tantas cosas, no me
“Ninguno de vosotros le conoce”, dice Alcibíades a sus oyentes. cuido de mí mismo, y sí, en cambio, de los asuntos de los ate
Platón mismo no lo conoció totalmente sino por la revelación nienses. Y por esto, haciéndome violencia, me tapo los oídos
total de Sócrates el día de su muerte.
como para defenderme de las sirenas, y me voy huyendo de
Con todos estos rasgos, puestos en la boca libre y desenfadada este hom bre. . . Mi conciencia me da testimonio de que no me
de Alcibíades, rem acha Platón el paralelo entre el Amor y Só es posible contradecir a Sócrates cuando éste me amonesta sobre
crates, al m ostrar de tal modo la naturaleza demoníaca del uno lo que no debo hacer; pero también me atestigua que tan pron
y del otro. El hombre que, con todas las notas humanas que to como me alejo de él, me subyugan los honores que recibo
ostenta, demasiado humanas si se quiere, alberga, sin embargo, de la m ultitud; así que me escapo de él y huyo como un escla
algo divino consigo, no es un dios, desde luego, pero tampoco vo. . . Muchas veces, incluso, creo que vería con gusto que este
un hombre del común, sino algo intermediario y sintético: un64
«5 Sacer d ot es d el cu l t o de Ci b el es, en Fr i gi a. Cu an d o ej ecu t ab an l as
64 “ H o m b r e d e t od as h o r as” es l a exp r esi ón d e Gr aci án , y l a m ejor dan zas sagr ad as, en t r ab an en un est ar l o d e t r an sp o r t e m íst i co, en q u e l es
t r ad u cci ó n cast i za, d i ch o sea d e paso, d e M an f o r a l l s e a s o n s f com o car ac­ p ar ecía oír d i r ect am en t e l a voz d e l a d i osa. I .a co m p ar aci ó n d e Al ci b í ad es
t er i za Ro b er t B o l t a San t o r o m as M o r o , t i p o p or excel en ci a de vir s o c r a - su gi er e q u e él t am b i én cr ee oír u n a voz d i vi n a cu an d o escu ch a a Sócr at es.
ticus.
418 T E O R ÍA D EL AM OR 419
T E O R ÍA D EL AM OR

hombre no existiera más, aunque sé bien que si esto pasara, se y abundantemente su pensamiento sobre el “am or griego”, con la
ría m ucho mayor mi pesadumbre; de suerte que, en suma, no sé defensa consiguiente de la ley natural. Lo hace a través del perso
qué hacer con este hombre.” 60 naje denominado el Extranjero de Atenas, clarísima contrafigura
En este combate, tan insuperablemente descrito por cierto, de Platón. Sigámoslo por los pasajes más interesantes.
entre el bien y el mal, entre el buen amor y el mal amor, AI- JDesde el libro I aborda el Ateniense este problema, al enjui
cibíades acabó finalmente por rendirse a sus malas pasiones, ciar las prácticas viciosas que tienen lugar, según dice, en Creta y
de las cuales la principal, según lo reconoce él mismo, era la en Esparta sobre todo, y añade: “Lo que en esta m ateria ha
pasión de m andar; 57 fue ella la que le llevó a todos los críme de pensarse es que estos placeres han sido concedidos tanto al
nes, hasta el crimen extrem o de traición a su patria. Sócrates sexo masculino como al femenino cuando se ayuntan entre sí
fracasó con Alcíbíades, del mismo modo que Cristo, por ejem en orden a la generación, y que esto es conforme a la naturale
plo, fracasó con Judas, porque ni el amor mismo puede hacer za; y que, por el contrario, es contra la naturaleza la cópula
violencia a la libertad. Ni siquiera el amor personificado en de los machos con los machos y de las hembras con las hem
Sócrates como prototipo perfecto del Buen Amor. En esto, por bras, y que fue la incontinencia en el placer la que inspiró
cierto, concuerda Xenofonte con Platón, al presentar aquél tam tales actos a quienes la primera vez osaron cometerlos.” 6S
bién a Sócrates como el h orn o eroticu s, cuya vida se emplea Posteriormente, en el libro V III, exam ina Platón el problema
por entero en la pesquisa y conquista de las almas. Por primera en toda su generalidad, al proponerse el Extran jero de Atenas
vez en la historia, en Grecia por lo menos, deja el Eros de ser legislar sobre las relaciones sexuales. Que el m atrimonio es
una fuerza ciega y desquiciante de la naturaleza para tornarse el único orden legítimo de estas relaciones, resulta con toda
un valor ético que actúa y promueve la unión entre los hom claridad de textos como los siguientes; “De conformidad con la
bres, en vista de su perfección espiritual. naturaleza debe la ley fomentar la cohabitación reproductora,
El episodio de la castidad de Sócrates, por último, lo intro absteniéndose el varón de la unión con varón; no asesinando
duce Platón no sólo con el designio de vindicar la memoria premeditadamente al género humano, ni sembrando sobre rocas
de su m aestro en este particular (aunque históricamente no o piedras donde jamás puede arraigar el germen ni ejercer su
consta que se le haya imputado jamás a Sócrates la práctica de natural poder reproductor, y absteniéndose igualmente de todo
actos hom osexuales), sino igualmente para dejar constancia de surco femenino en que no se quiera que brote lo sembrado. . .
su propio pensamiento, el de Platón, en esta materia. Si hay No han de ser nuestros ciudadanos de condición inferior a la
algo evidente en los diálogos platónicos, es que su autor se ex de las aves y otros muchos animales que, nacidos en grandes
presa por boca del personaje Sócrates, el cual es unas veces el manadas, viven, hasta la edad de procrear, abstinentes y puros
Sócrates histórico y otras simplemente la máscara dram ática del de toda cópula, y cuando alcanzan esa edad, se aparean macho
escritor. Podrá ser o no del Sócrates real lo que su homónimo con hembra y hembra con macho conforme a su preferencia
dice en los diálogos, pero en cualquier hipótesis lo es de Platón. y pasan el resto de su vida justa y santamente, permaneciendo
De él es, por consiguiente, la alta concepción espiritualista del firmes en los primeros convenios de su amistad. De cierto que
amor expuesta por Diotima de M antinea; de él también —ya no han de ser aquéllos peores que las bestias. . . Quizá, si Dios
que por los actos de su m aestro tiene tanto o mayor respe quisiera, podríamos imponer una de estas dos normas en las
to que por sus palabras— la reprobación del amor contra natura relaciones eróticas: o bien que nadie osara tocar a perse -_a al
que lleva consigo el com portam iento de Sócrates con Alcibíades. guna libre y de buen nacimiento, salvo a su propia m ujer, y
Pero hay más aún, y creemos que es el momento de decirlo, se abstuviese de sembrar gérmenes impíos y bastardos en las
a modo de colofón al discurso de Alcibíades. Es en su obra concubinas, o infecundos en los varones con violación de la na-
postuma, en las L ey es, donde ya no figura en absoluto el perso
«a L e y e s , 636 c: . . . áopévcov n go ? ápQEvac; íj Ot j Xe Úi t v i Or \ Xt iai ;
naje de Sócrates, donde Platón ha expuesto con gran sinceridad
n ap a cpúatv. D e l os m i sm os t ér m i n os ex act am en t e se si r ve San Pab l o al
M 215 c- 216 c. co n d en ar t am b i én , p o r su p ar t e, est as "p asi o n es d e i gn o m i n i a” . (A d R o m .
47 A le . 125 b : f i o x * l v év r ñ JióXei - I , 26-27).
420 T E O R ÍA DEL AM OR
TEOR1A DEL A M O R 421
turaleza; o bien que, absteniéndose de esto último de manera
absoluta, y en el caso de que se ayuntase con alguna mujer formación del concepto del Eros, la nueva concepción de la
fuera de las que han entrado en su casa bajo los auspicios filosofía. Del mismo modo, en efecto, que Sócrates resulta ser
de los dioses y de las santas nupcias, se decretara por la ley la encarnación perfecta tanto del am or como de la filosofía,
su exclusión com pleta de los honores ciudadanos como si se hay también entre ambos términos, tomados en sí mismos y
tratara realm ente de un extran jero.’’ tíu en toda su generalidad, una adecuación perfecta, una adecuación
N unca como en estos textos, con los correlativos de Aris que, sin violentar las cosas, podemos decir que raya en la iden
tóteles, se expresó con tanta limpidez la voz de la naturaleza tidad. Común es a ambos la misma esencia metafísica de me-
en los tiempos en que, desgraciadamente, fue tan desoída. No diedad y mediación entre dos mundos, el sensible y el inteligi
sólo el homosexualismo sino también el incesto y la indiscrimi ble, con su carácter concorde de tensión dialéctica hacia lo ab
nación sexual, incluso la heterosexual, están allí abiertamente soluto.73 L a identidad podrá fallar tal vez en el primer grado
reprobados. Las prácticas contraceptivas inclusive, en la inten de la escala erótica, el del amor sensual, aunque este mismo
ción por lo menos, si no en el hecho mismo, probablemente des lleva ya consigo, consciente o inconscientemente, el apetito
conocido entonces, y en todo caso el onanismo en cualquiera de de inmortalidad; pero desde el grado siguiente la identidad se
sus formas, y que Platón describe con un lenguaje igual al de afirma con vigor siempre creciente, hasta acabar siendo del
la Biblia en la configuración del pecado de O nán.70 L a única ins todo absoluta en el vértice de la escala, si, como parece cierto,
titución válida, en el esquema político de las L ey es, es la pareja son una y sola cosa el Bien en sí y la Belleza en sí. Podrá ob
heterosexual, permanente y fecunda. Y la única concesión, a jetarse que la filosofía no es el am or total, sino un am or par
más no poder, es la del am or extraconyugal, aunque siempre he ticular, el amor de la sabiduría, pero querríamos saber si los
terosexual, pero con la terrible sanción de declarar excluidos, a correlatos intencionales de lo que Platón designa como crocpía
quienes lo practiquen, de la ciudadanía. Es la muerte cívica, ni o como cppóviqcrt,g no se encuentran todos ellos en las etapas de
más ni menos; una condición, en la ciudad antigua, práctica la ascensión dialéctica. No hay que darle más vueltas, sino
mente equivalente a la de los esclavos. persuadirnos de que, para Platón, la filosofía brota no sólo de la
Es esto, en suma, lo que piensa Platón, y toda interpretación “admiración”, como para Aristóteles, sino real y verdaderam en
distinta, de buena o de m ala fe, es pura fantasmagoría. Resu te del amor. Para él, la filosofía es igualmente soteriología,
miendo la obra revolucionaria de Platón con relación a la idea saber de salvación, porque rem ata en la beatitud del éxtasis
tan antigua del Eros, dice Jaeger: místico, y nadie sino el Eros puede llevarnos hasta allá. Es ésta
"L a verdadera audacia de Platón consiste en hacer revivir esta la única solución, como lo hemos indicado ya, del viejo pro
idea, bajo una forma limpia de escorias, ennoblecida, en una blema de la participación. Podrán las Ideas no tener, como
época como aquélla, de sobria ilustración moral, predestinada a decía Parménides, la dy n am is necesaria para penetrar en la vida
sepultar en el Orco todo el mundo griego primitivo del eros humana, pero el hombre sí tiene, en el Eros, esta d y n am is que
m a s c u lin o ... Bajo esta nueva forma, como el supremo vuelo opera en él la conversión de lo sensible a lo suprasensible, y
espiritual de dos almas íntim am ente unidas hasta el reino de lo que lo lanza al mundo de las Ideas. Sin el A m or no po
eternam ente bello, introduce Platón el eros en la eternidad.’’ 71 drán jamás comunicarse ambos mundos, y la salvación hu
En la historia por lo menos lo introdujo, y en el habla ele mana, en la forma que puede concebirla una filosofía ayuna
todos los días. Por “am or platónico” se entiende hasta hoy el de la Revelación, no es posible sino por la mediación del
am or espiritual.72 Y también introdujo, juntam ente con la trans Amor. En la ascensión dialéctica del B a n q u e t e ha visto Ny-

so 839 a, 840 d -e, 841 d -6. bl em en t e t u vo or i gen aq u el l a exp r esi ó n . En el si gl o x vt , en t od o caso,


7 0 G e n . 38, 9: "Sem en f u n d eb at i n t er i am , n e l i b er i n ascer en t u r ” . O “ so­ er a ya t an p o p u l ar com o p ar a q u e d on Q u i j o t e p u ed a d eci r , con r ef er en ci a
b r e r ocas o p i ed r as” , com o d i ce Pl at ó n . a D u l ci n ea: “ M i s am or es y l os su yos h an si d o si em p r e p l at ó n i co s, si n ex ­
71 P a t d e i a , p . 5O9. t ender se a m ás q u e a u n h on est o m i r ar ” . Q u ij. P. i , Cap . x x v .
72 T en go p ai a m í q u e f u e en l a Acad em i a f l or en t i n a d o n d e r au v pr oba- 73 Cf . M i ch el e Sch i avo n e, I I p r o b l e m a d e l T a m o r e riel m o n d o g r e c o , M i ­
l án, 1965, Vo l . 1, p. 337 y ss.
T E O R ÍA DEL AM OR 423
422 T E O R ÍA D EL AM OR

gren, con razón, la exposición del o r d o salu tis en la filosofía pero como germina parodia (imitación burlesca si se quiere, pero
platónica.74 no refutación) , guarda completa uniformidad en el fondo, y por
esto Sócrates termina diciendo que el am or del am ante, que no
E l a m o r en e l Fedro persigue sino la repleción de su apetito, es del todo igual al
amor que el lobo puede sentir por el cordero-75
No obstante el hecho de contenerse en el B a n q u e te , con la Con esto cree Sócrates haber obsequiado cumplidamente el
am plitud que hemos visto, la teoría del amor, Platón debió deseo de su interlocutor, y se dispone a marcharse de allí, cuan
sentir posteriormente la necesidad de esclarecer ciertos puntos, do le asalta de súbito un grave remordimiento. En el momento,
importantes además, que en aquel diálogo quedan aparentemen dice, de ir a atravesar el río (la conversación tiene lugar a ori
te inexplicables. H abía que hacer ver, principalmente, por qué, llas del Ilisos), siente la voz de su demonio interior que le retrae
dado que el am or es apetito de inmortalidad, hay en el hombre de hacerlo y le obliga a permanecer donde está. ¿Por qué? Pues
la aspiración a superar su condición mortal, y por qué, ade porque, según reflexiona Sócrates, debe expiar allí mismo el pe
más, nuestro deseo de inm ortalidad busca su satisfacción preci cado de impiedad que ha cometido al haber injuriado al Am or
samente en la belleza, en la generación a que conduce la unión con sus palabras, y así no haya sido sino por virtuosismo retórico
con la belleza. Estas son las aporías que intenta dilucidar el y por complacer al amigo. Pecado tremendo, por cierto (S e i v o v
F e d r o , si, como parece lo más probable, es de composición pos áp áp rq p a), ya que Eros, a lo que se dice, es hijo de Afrodita, y
terior a la del B a n q u e te , y en cualquier hipótesis, ambos diá por tanto, un dios.76 Al igual que Lisias, no ha tenido Sócrates
logos se com pletan entre sí. En obvio de repeticiones ociosas presente sino una de las formas degenerativas del amor, con lo
nos limitaremos, en la exposición que sigue, a los aspectos ver que ha mutilado arbitrariam ente su augusta esencia. H a de ex
daderamente originales del F e d r o en la configuración de la doc piar su crimen, por tanto, luego y allí mismo, con otro discurso
trina del Eros. —que será verdaderamente una p a lin o d ia en la doble acepción
Según tuvimos ocasión de verlo a propósito de la teoría del del vocablo— en desagravio del Amor.
alma, el diálogo se inicia con la lectura que hace Fedro de un La primera retractación es en lo que antes se dijo de que no
discurso de Lisias, uno de tantos Xóyca épomxoí del célebre logó- debe el amado complacer al amante, sino a quien no lo ama, y
grafo, cuyo propósito es el de demostrar que más bien debe el esto por la razón de que el primero se halla en estado de delirio, y
amado conceder sus favores a quien no le ama antes que al el segundo, en cambio, en su sano juicio.77 Pero eso sería verdad
amante. L a razón fundamental es la de que el amante no per sólo en el supuesto, de ningún modo demostrado, de que todo
sigue otra cosa que saciar su pasión, pero no el bien del amado, delirio, sin restricción ninguna, es un mal. A hora bien, hay un
a quien, por el contrario, prostituye y envilece, y sobre esto hecho que no podemos negar, y es que entre los bienes que tene
aún, lo abandona una vez que, al marchitarse su lozanía, deja mos los hombres, los mayores nos vienen por la mediación de un
de interesarle. Razonamiento sofístico, a todas luces, por cuan delirio, y que éste es, por ello mismo, un don de los dioses. De
to que Lisias presenta como el amor en general tan sólo una de estos delirios supremamente bienhechores conocemos cuatro for
sus especies, la del amor-pasión, olvidándose del otro que mira mas por lo menos. La primera es el delirio divinatorio, el de la
tanto al cuerpo como al alma, cuando no a ésta únicamente. Só profetisa de Delfos por ejemplo, cuyos oráculos recuerda Grecia
crates está muy lejos de aplaudir, ni por su fondo ni por su for con gratitud, y que sólo puede emitirlos la Pitia cuando entra
ma, el discurso de Lisias, pero constreñido por Fedro, accede a
hacer una parodia de lo que acaba de escuchar. Al fin y al cabo, 75 F e d r o , 241 c: yÚQi v .t X t ic j ix o v t í;, <¡>5 Xóxoi ap va<; áyfwtóow. ■■
según lo confiesa honradam ente, él es también un hombre ami 76 ¡\ 'o l e p r eo cu p a aq u í a Sócr at es d i l u ci d ar el p u n t o d e si el A m o r es
go de discursos: ávrip qR.XóXoyog. Desde el punto de vista del es de n at u r al eza p r o p i am en t e d i vi n a o sól o d em o n í aca; se co n f o r m a p o r l o
tilo, sobrio y vigoroso com o es siempre el estilo socrático, la pa p r o n t o a l a t r ad i ci ó n y a “ l o q u e se d i ce” .
77 244 a: ó p.év p aí v et ai , ó 6 e o q m pq o v eí . D el i r i o , l o cu r a, f r en esí o m an ía
rodia es indudablemente mucho mejor que la pieza parodiada, son t r ad u cci o n es i gu al m en t e cor r ect as d e l a p a v í a gr i ega. El p asaj e es en
r eal i d ad , a su m o d o t am b i én , p o r su p u est o, u n El o gi o d e l a L o cu r a.
74 N ygr en , E r o s e l A g a p e , Par ís, 1944, V o !. I , p . 191.
424 T EO R IA DEE AMOR TEO R ÍA OE l . A M O R 425

en estado de trance. Sin d elirio no hay adivinación.715 L a segunda valores es el filósofo, y por lo tanto, de ningún otro pensam iento
es una variedad del mismo delirio hierofántico, aunque no en puede decirse con ju sticia que es alado sino del pensamiento
su función proletica esta vez, sino en la de ordenar, por medio del filósofo.81
del oráculo, ciertas plegarias o ritos de purificación, con el fin La filosofía es así, como era de esperarse, el cam ino de retorno
de aplacar la cólera divina en las grandes calamidades públicas. hacia la reconquista de nuestra naturaleza en su integridad pri
La tercera forma de posesión y de delirio, obra de las Musas, es mitiva: zig t t ]v dpxaíav tpúcav. U n a vida de orden y el amor de la
la inspiración poética. No hay arte que pueda ser capaz de rem sabiduría conducen al triunfo de lo que hay de m ejor en el espí
plazar esta divina m anía. Q uien no la sienta en sí mismo, será ritu.82 T o d o esto lo sabemos ya de sobra por poco que hayamos
m ejor que se dedique a otra cosa. La cuarta forma de delirio, penetrado en el platonismo- Mas he aquí que de repente y a
en fin, es el delirio amoroso, y esta m anía es la mayor dicha renglón seguido, nos dice Platón algo que hasta entonces no ha
que pueden concedernos los dioses.7879 bía dicho: que la filosofía, o sea el am or por excelencia, es pre
Sócrates se da cuenta muy bien de que esta proposición está cisamente la cuarta especie de delirio (r¡ ve-cáp-rn pavía) , y al
muy lejos de ser evidente por sí misma; pero se da cuenta tam igual que todas las otras, un don de los dioses. El filósofo,
bién de que, para dem ostrarla, le es preciso hacer un estudio en efecto, está literalm ente poseído de un dios (¿vOovená^ojv), en
del alma hum ana, de sus estados y operaciones (7tá0T] xa! üpya), estado perpetuo de “entusiasm o”, y por esto desprecia todo aque
ya que sólo de este modo podrá poner en evidencia el efecto llo a que los demás se aplican con tanto celo. Y por la misma
bienhechor, salvífico m ejor dicho, del delirio amoroso. De acuer razón lo tienen éstos por loco, porque a la mayoría les pasa inad
do con esto, viene luego el largo mito, que ya conocemos, de la vertida la posesión divina.83
cabalgata celeste de las almas antes de su encarnación, o entre En seguida, y como otra revelación más inédita aún, se pre
las sucesivas encarnaciones. Lo único que de todo aquello inte senta la Belleza como el incentivo que despierta la rem iniscencia,
resa recordar ahora es el final del mito, o sea, según decíamos, el como el agente reconstructor de la estructura alada del alma, o
acontecim iento que podemos designar como la c a íd a o rig in a l de de otro modo aún, como el principio de la filosofía. Amor, be
las almas. Sin excepción alguna, todas las almas humanas tienen lleza y filosofía vuelven a unirse aquí, b ajo aspectos del todo
tjue caer al fin en el cuerpo m ortal, incapaces como son, por su nuevos, en la estrecha solidaridad que habíam os visto en el B a n
com posición m etafísica, de mantenerse indefinidam ente en el q u ete. “A la vista de la belleza de aquí ab ajo, y acordándose de
cortejo de los dioses y en la contem plación de aquellas supremas aquella otra que es la verdadera, el alm a toma alas”.84
“realidades” del lugar supraceleste. Por esto cae el alma y pier ¿Cuál es la razón de este privilegio exorbitan te que parece arro
de su plum aje (recordemos que es ella como un carro alado) garse la Belleza entre todas las demás Ideas? Porque no sólo
al desplomarse en la tierra. ella, sino todas aquellas otras divinas realidades: Justicia, T e m
No podrá volver allá, con el pensam iento por lo menos, sino planza, Sabiduría, estaban en el lugar supraceleste a que pudo
cuando por la rem iniscencia eidética vuelvan a nacerle las alas, asomarse el alma cuando andaba en la com itiva de Zeus. ¿Por
las cuales reciben su alim ento y desarrollo, lo mismo en este qué, entonces, ha de ser la Belleza, por sobre todas sus pares en el
m undo que en el otro, de la contem plación de lo divino, o sea reino de las Ideas, el ostiario que nos abre de nuevo las puertas
de todo lo que es bello, sabio y bueno.80 Ahora bien, el único del mundo inteligible? La respuesta la tenemos en este pasaje que
que, propiam ente hablando, se nutre de estas divinas esencias y con razón figura entre las cumbres del platonism o:
“T o d a alma de hombre, como se ha dicho, ha contem plado por
78 H ay aq u í un j u ego d e p al ab r as en t r e p av í a y pavTi v.r j. L a pr of et i sa
naturaleza aquellas realidades; de otro modo no habría venido
t i en e q u e est ar p avt xr j p ar a q u e h aya p avxi xt j . L o m i sm o p od r íam o s d e­
ci r n osot r os: si n m a n ía n o h ay m á n t ic a , t er m i n o cast i zo, au n q u e qui zá 81 249 c: 6w> Si) Sixaíco; p.óvx] zrcEeoCxai íi t o ü <piXoaó<pou Salvóla.
obsol et o. 82 2 5 6 a : e l g TExay|.ií:vr|v Síai xav xa! cpiAoooqáav v unjan xa P e Xt ú í i x tj4
** *4!> l>: ó)? t.x'tÜTi’yj'a r f | p íy u r r o n a o á 0 ewv f| t o ia ú r n p a v ía b í b o t a c Siavoíap • • .
h0 24G d -e: xó b é 0 t tt rv v.aXáv, aotjxVv, áyai fóv v.at ,t«v o t i . xoi oüxav 82 249 d: fvdovm át t ov 8é Xé Xt i Oe xoitg jt ü XXoúc;.
t o ú t o i ; b é Tciét pETai t e v.aí aü ^ Er at p ál .u m í y e t ó xíj $ jtTÉQcopa. 81 249 d: ávannivRaxónfvog jrtEQMxai. . .
426 T E O R ÍA D EL AM OR 427
T E O R ÍA DEL AM OR

a anim ar este viviente. Pero el acordarse de ellas, partiendo de La explicación es mítica, va de suyo, y no puede ser de otro
las cosas de este mundo, no es fácil para todas las almas, ni para modo, ya que había que explicar en el mismo lenguaje lo que
las que no tuvieron entonces sino una breve visión de las cosas no estaba suficientemente declarado en el otro mito del B a n q u e te .
de allá, ni para las que, después de caer aquí, tuvieron la mala Ahora, en cambio, está perfectamente claro que si sentimos los
suerte de ser extraviadas hacia la injusticia por las malas compa hombres el apetito de inmortalidad, es por tener un alma in
ñías, hasta olvidarse de las cosas sagradas que entonces contem mortal que desea, consciente o inconscientemente, volver a su
plaron. Pocas quedan, pues, que conserven suficientemente el re primera m orada; y está claro, además, por qué este apetito tiene
cuerdo. Pero aun éstas, inclusive, aun cuando se ponen fuera de su primera manifestación en el deseo de engendrar en la belleza.
sí y pierden el dominio propio cuandoquiera que ven aquí al Y la gran novedad del F e d r o está en esta suerte o privilegio
guna semejanza de las cosas de allá, no aciertan a discernir lo (poipa) que la Idea de lo Bello tiene entre todas sus congéneres,
que les pasa, por no poder penetrarlo suficientemente. Y es así por cuanto que ella sola tiene tal resplandor (cp¿YY°s) que la
porque la Justicia, la Sabiduría y todas las demás cosas preciosas hace aparecer, a ella sola, en sus imitaciones del mundo sensible.
para el alma, no tienen ninguna luminosidad en sus imágenes de Parece incluso como si esto fuera una derogación de algo tan
este m undo. No es sino a grandes penas, y por instrumentos em uniforme y consistente en la filosofía platónica como lo es la
pañados, como pueden unos cuantos reconocer en las imágenes autosubsistencia y separación de las Ideas. En realidad no es así,
los rasgos de familia con el modelo en ellas representado- La Be porque ni por asomo dice Platón que v e a m o s la Idea de lo Bello,
lleza, en cambio, pudimos verla en todo su esplendor cuando, con ni que ésta se encuentre formalmente como tal en las cosas be
el coro bienaventurado y siguiendo nosotros a Zeus, y otros a llas. Lo único que pasa es que se delata en sus imitaciones con
otro dios, tuvimos en espectáculo la visión beatífica y divina, ini mayor claridad que las demás Ideas, y que a su reminiscencia nos
ciándonos en la iniciación de lo que con justicia podemos decir dispara luego, con mayor inmediatez que con respecto a las de
que alcanza la suprema beatitud; misterio que celebrábamos en
más, el espectáculo de la belleza sensible.
la integridad de nuestra naturaleza y exentos de todos los males Lo que todo esto quiere decir en términos filosóficos y pedagó
que nos esperaban en el curso ulterior del tiempo, siendo a su gicos —y ya sabemos que ambos mitos: el del F e d r o y el del B a n
vez íntegras, simples, inmóviles y bienaventuradas las visiones q u ete, son alegóricos por excelencia— es que la educación esté
que la iniciación acabó por revelarnos en el seno de la más pura tica es la vía de acceso insustituible a la educación propiamente
luz, puros también nosotros y sin la m arca de este sepulcro que filosófica- Por la belleza ha de despertarse en nosotros, de ordi
arrastramos ahora con el nom bre de cuerpo, y al que estamos en
nario por lo menos, el amor de las cosas suprasensibles. Es la
cadenados com o la ostra a su concha . Pero baste de recuerdos
Idea luminosa entre todas, y por su reminiscencia llegamos a la
y añoranzas que nos han hecho extendernos en demasía. De lo
reminiscencia de las demás. No concibe Platón de qué otro modo
que estamos hablando es de la Belleza, la cual, como decíamos, que por la impresión de la belleza pueda tener lugar, inicial
resplandecía en el seno de aquellas realidades. Pero incluso des
mente, el primer éx-tasis del alma, su salida de sí misma y de lo
pués de haber venido acá, podemos captarla con el más claro de
inmediato hacia lo superior y trascendente.88
nuestros sentidos, por brillar ella misma con extrem ada clari
A este estremecimiento íntimo que hace al alma salir de sí mis
dad. L a vista, en efecto, es el sentido más agudo entre todos los
ma, no ha podido Platón darle otro nom bre que delirio o m a
del cuerpo, pero no ve el Pensamiento. Amores indescriptibles
nía. No hay en esta nomenclatura, contra lo que a menudo
nos inspiraría éste, por cierto, si pudiera emitir alguna clara
se ha dicho, ninguna contradicción con la visión intelectual en
imagen de sí mismo que llegara a nuestra vista, como también
que rem ata la dialéctica erótica, según el B a n q u e te . Ninguna de
aquellas otras realidades, todas ellas amables. Pero no: solamen
las cuatro especies de manía descritas en el F e d r o : profética, ca
te a la Belleza le ha caído en suerte el ser lo que está más de ma
tártica, poética y erótica, lleva consigo la abolición de la ¡m eli
nifiesto y lo que más puede despertar el am or.” 85*
85 - '4 9 c-250 d : vü v 6 e y.áXXo<; póvo-v -cairayv roy.E fioíoa-v & a x ’ í x t f a - sa M u y p l at ó n i cam en t e, p o r ci er t o , d i ce D an t e A l i gh i cr i : “ Fi l o so f í a é u n o
véat t t TOV EÍ vai x a i ÉQaai ut ó-caaov.
am or oso uso d i Sap i en za” . C o n v . n i , t i .
428 T E O R ÍA DEL AMOR T E O R IA D EL A M O R 429

gencia. No hay ninguna razón para pensar que la cuarta haya quiera, pero muy real, debe existir entre lo que aquí llamamos
c!e ser de naturaleza distinta de las tres primeras, todas las cuales bello y lo que allá recibe el mismo nombre; si así no fuese, ha
están claram ente bajo el patrocinio de Apolo, el dios de Delfos bría equivocidad completa en la predicación. lie ahí lo que pa
y el conductor de las Musas. N ada tiene que hacer aquí Dioni- rece estar bien claro en el F e d r o . En el B a n q u e t e , por el contra
sos, el dios rival del divino Musageta, y por algo Platón se cuida rio, aquella Belleza “maravillosa” que se revela de pronto, según
bien de poner el delirio báquico, éste sí del todo irracional, entre dice Diotima de M antinea, al término de la iniciación erótica,
las formas de delirio cuyos efectos han sido origen de grandes es igualmente epónima de las cosas que solemos designar como
bienes para los hombres y para las ciudades. Si Platón, en suma, bellas —sobre esto no puede haber duda alguna—, pero no sólo
llama al am or igualmente m a n ía , no es para imputarle ninguna de ellas, sino además y sobre todo de otras cosas que podremos
irracionalidad, sino para poner de relieve la naturaleza privile también llam ar bellas, pero no necesariamente, y en todo caso
giada de la experiencia erótica, la cual es, al igual que las otras a sabiendas de que lo hacemos en sentido m oral o metafórico. La
especies de delirio, un don divino. Y por experiencia erótica hay “belleza” del saber, la de la eticidad y la moralidad (“acciones,
que entender aquí, por supuesto, no la atracción física que para leyes, ciencias”) es, en efecto, la que va descubriendo paulatina
sólo en esto, sino la que rem ite a la belleza inteligible, a aque mente el que recorre, uno por uno, todos los grados de la escala
lla de que los dioses mismos se apacientan. El que con ellos po erótica, hasta rem atar en la Belleza en sí, que resume y supera a
damos com partirla, es dádiva de ellos, del mismo modo que en todas esas bellezas particulares. Son bellezas de otro género, in
lenguaje cristiano solemos atribuir a la gracia divina el acceso cuestionablemente, que la belleza sensible, la única aludida en el
a lo divino. F ed ro ; y consiguientemente debe corresponder, a la Belleza en sí
En este punto, pues, no parece que sean discordantes entre sí del B a n q u e te , una connotación mucho más amplia, o más aún,
los dos diálogos de que estamos hablando. En lo que sí, en cam una esencia metafísica del todo incomparable. ¿Cómo conciliar, si
bio, pudiera existir tal vez alguna discrepancia (es una impresión es posible, todos estos textos entre sí?
nuestra muy personal), sería entre la Idea de lo Bello en el F e Según vemos las cosas, no habría propiamente una contradic
ch o y la Belleza en sí del B a n q u ete- En e! primero de los citados ción, pero sí una anfibología. Los filósofos caen fácilmente en este
diálogos, en efecto, la Belleza se presenta como una Idea entre pequeño vicio de dicción, muy excusable en ellos, por lo demás,
tantas, ni superior ni inferior a ninguna de sus congéneres, y el dado que, para nom brar todas las realidades del mundo inteli
único privilegio que tiene sobre ellas ( las cuales a su vez bien gible, faltan voces en un vocabulario formado sobre las realida
pueden reclam ar otros diferentes) es el de su mayor luminosidad, des del mundo sensible. En este caso la anfibología consistiría en
y no precisamente en aquel mundo donde todas las Ideas res llamar con el mismo nombre de Idea de lo Bello o de "Belleza
plandecen por igual, sino en este otro mundo que es el nuestro, y en sí” a dos realidades obviamente distintas. En el contexto del
en el cual, por lo mismo, es más fácilmente detectable. A esta Be F ed ro se trata de una Idea particular entre las demás de su gé
lleza en sí —el F e d r o se sirve igualmente de esta expresión— re nero; una Idea cuyo reflejo en el ám bito sensorial produce lo que
mite, por la reminiscencia, la visión de la belleza sensible, la comúnmente solemos designar como belleza. En el del B a n q u e te ,
de estas cosas que llevan el mismo nombre de aquélla y por ha por el contrario, lo Bello en sí es idéntico, según todas las apa
berlo recibido de ella.87 El texto es muy claro: es por la "eponi- riencias, a la Idea del Bien, cuya potencia de irradiación se ex
mia” por lo que puede hablarse de cierta comunidad entre estas presa mejor con aquel nombre. Siendo así, tiene un rango del
cosas y aquellas Realidades; ahora bien, la cponimia implica for todo incomparable. “Lo Bello en sí —dice León R obín— no es,
zosamente la homonimia, y a ésta no añade aquélla sino la re hablando con propiedad, una Idea particular que corresponda
lación de prioridad y posterioridad, o si queremos, en este caso, a tal cualidad abstracta o sensible, una Idea análoga a las de lo
de participación. Una semejanza, pues, todo lo remota que se Impar o de lo Blanco, determinadas según relaciones precisas y
particulares. Es, por el contrario, una Idea que expresa una re
87 250 e: n Qoq av r ó xó xáXXoq, Oeü i j x ev o ^ a i n o v xi )v xfi&F. éndivun-íav. lación universal y fundamental de todas las cosas, así en el eos-
430 T E O R ÍA DEL AM OR T E O R ÍA DEL AM OR 431

mos inteligible como en este mundo, por la misma razón que lo diálogos, el l i l c b o - En el vestíbulo del Bien, según dice Sócra
Real o lo Verdadero . ” 88 tes,91 nos encontramos una vez más, y la belleza es lo primero
Al escribir esto, Robín expresa, además, su asentimiento a lo que delata su presencia augusta; una belleza, por cierto, alta
dicho por Alfred Fouillée, para el cual podría definirse lo Bello mente intelectualizada, ya que consiste, esta vez, en el orden inte
corno el esplendor del Bien. “El verdadero pensamiento de Pla grado por la medida y la proporción. De este Palacio del Bien
tón —dice Fouillée— es que la belleza es idéntica a la perfección puede decirse también; L a tout n 'était q n ’o r d r e et b e a u t é . . .
o al bien. Y no entiende solamente por esto, como han creído En la naturaleza de lo bello, sigue diciendo Sócrates, se refugia la
algunos intérpretes, el bien m oral. Se trata del bien en sí, prin potencia del bien, ya que la medida y la proporción realizan por
cipio supremo de las Ideas. El bien absoluto y la belleza absoluta dondequiera la belleza y la virtud.9'-
son para Platón enteram ente sinónimos” 89 Son variaciones del viejo tema, siendo muy im portante la de
Por la autoridad que tiene, y por ser todavía más reciente, hacer intervenir ahora estos dos elementos: medida y propor
transcribiremos aún la interpretación de Jaeger: "L o 'bello ción, en la ontología de la belleza. Recibidos por la tradición, los
mismo’, o como Platón lo llama también en otro sitio, lo ‘bello o encontramos en la célebre definición descriptiva que de la belleza
divino mismo’, no se diferencia esencialmente, en cuanto a su sig da Santo Tom ás: int.egritas, d e b it a p r o p o n í a , claritas. Y otra
nificación, del Bien. . . L a colocación de esta enseñanza (páe-rpa) gran novedad tiene el F ile b o , no ya variación temática, sino tema
como m eta final de la peregrinación a través del reino de las inédito, y es la aparición de la Verdad, en concurrencia con el
distintas ciencias (paGripa-ra), tal como el S im p o sio la describe, Bien y la Belleza y en la misma categoría, como otra de las notas
responde a la Idea del Bien y a la posición dominante que esta constitutivas del ser en general. "Aquello en cuya composición
Idea ocupa en la estructura de la p a id e ia en la R e p ú b lic a . Lo no entrare la verdad, no podría jamás haber nacido verdadera
bello y lo bueno no son más que dos aspectos gemelos de una y mente, ni, una vez nacido, existir” .93 T rátase sin duda, según
la misma realidad, que el lenguaje corriente de los griegos funde subraya Diés, no de la verdad lógica, sino de la verdad ontoló-
en unidad al designar la suprema a rete del hombre como ‘ser be gica, de aquella que denota la actualidad o plenitud del ser. “Si
llo y bueno’ (xaXoxáyaGía) .90 en esta cacería del bien —termina diciendo Sócrates— no pode
De este modo, la identidad establecida por Platón entre el mos atraparlo bajo una forma única, capturémoslo entonces bajo
Bien ideal y la Belleza ideal, no es sino la consagración filosófi la triple forma de la belleza, de la proporción y de la verdad” .94
ca de la hermandad que vieron siempre los griegos, instintiva Pocos textos como éste cuando no ninguno, serán tan demos
mente, entre bondad y belleza, y correlativamente entre feal trativos de la doctrina platónica sobre las propiedades trascen
dad y m aldad. Pasando sobre el testimonio de la experiencia, que dentales del ente. El filósofo es un cazador del Bien, o del Ser,
contradice aquella identidad en cada momento, nunca pudieron como dice en otro lugar.09 L a presa más difícil de capturar, por
representarse el vicio sino con un exterior repulsivo. El tipo más cierto, porque al hallarse el ser en todo lo que existe y en todo
abyecto y despreciable, Tersites, es también, en Homero, el más lo que concebimos, así no sea sino como ser de razón, no nos
feo. Aquí también, como en toda su filosofía, la del amor en es presenta ninguna particularidad por la que podamos agarrarlo
pecial, Platón potencia y depura, poniéndolas al servicio de un no como este ser en particular, sino simplemente en cuanto ser.
ideal superior, las fuerzas espirituales yacentes en el alma de su Curiosa paradoja, dicho sea de paso, de que este cn s q u a cns,
pueblo.
En otros puntos podrá ser más o menos aventurada o fanta si FU. 64 c: é t I T0Í5 t o u ayuüov jtQoOúeoi; •
siosa la exegética platónica, pero no en éste que estamos explo 82 64 c: vfh> 8 e xaTCtjtÉtpEVYev i'm ív í] r oü áyuOoO 6 óv 0411c; ele; t t i v t o O
rando y que es de gran profundidad. Sobre él vuelve aún Platón, xodoO qpfsziv n.£T<jióvn? yuQ x a l avm t exci ía x .á k b o q 6141.01) x a l úc>ETÍ| i t av t a-
con palabras absolutamente inequívocas, en uno de sus últimos XoO outiPaívei YÍyv’EaOat.
85 04 t>.
88 L a t h é o r . p i a l , d e V a in o u r, p. 187. > 81 65 a: eí |xt| l-Un. 8 u ván e0 a t6éqr. to ¿YaO ov 0T)QEVOai, aú vt yi cn XajfóvTE?,
8 9 L a f i l o s o f í a d e P la t ó n , Vo l . 11, p. 110. 4 xáD .ei x al <t um4i s t (?Í(J x al á).T)0£Í<7.
eo P a i d e i a , p . 585. 85 F e d ó n , 66 c:

(ü y

U O M rO lH O N
432 TEO R IA DEL AMOR
TEO R ÍA DEL AMOR 433

que es el objeto propio de la filosofía, sea para ella, al mismo seguido la reflexión estética. El arte griego pudo tener la belle
tiempo> lo más impenetrable- N o queda entonces, si nos empe za por centro único de gravitación, pero nada sería más erróneo
ñamos en apresarlo, sino rastrearlo y perseguirlo en aquellas que el empeñarse en erigir en patrón universal este caso particu
manifestaciones suyas que son de tanta universalidad como é!
lar. Si así fuese, perderían el reconocimiento que unánimemente
mismo, en las irradiaciones de su esencia abscóndita. A estas
se les otorga, las manifestaciones artísticas de incontables pueblos
irradiaciones las llamó Platón Verdad, Bien y Belleza.90 La enun
y culturas- Muchas de ellas son francamente “ feas” en el sentido
ciación de esta trinidad es hoy un lugar común en cualquier alu
convencional o antropomórfico de la expresión, pero son, con
sión a los valores supremos que dan sentido a la vida humana;
todo ello, de gran calidad artística si, por otro lado, son simbó
pero también aquí, como casi siempre, el lugar común es la úl
licas o en general expresivas de una imagen, situación o vivencia.
tima decantación del genio singular que por primera vez vio lo
No hay sino asomarse a lo que sobre esto han escrito W ólfflin,
que ahora ven todos, o por lo menos lo repiten.
Worringer y tantos otros, para persuadirse de que no puede
hoy hacerse ninguna genuina estética como teoría del arte si se
A rte, p o e s ía , belleza ve en la belleza algo así como la cifra y compendio de todos los
No nos extenderemos más sobre la conciliación o armonía, en valores estéticos.
Son consideraciones, se dirá, inaplicables a Platón y a su cir
estos puntos en apariencia litigiosos, entre el B a n q u e te y el
cunstancia histórica, y no tenernos por qué reprocharle el que
F e d r o . Pero una cuestión análoga se suscita, por otro concepto,
no haya visto estas cosas con mentalidad moderna. De acuerdo,
entre el F e d r o y la R e p ú b lic a , y aunque podríamos tratarla, con
por supuesto, y es por demás obvio que la historia de las ideas
igual justificación metodológica, en el tema de la educación, pre
no es ningún tribunal de elogios y censuras. Pero hay algo más,
ferimos hacerlo desde luego, por considerar que la cuestión está
y es que ni siquiera con restricción al valor de lo bello, tampoco
tanto o más cercana del tema de la belleza que del tema de la
educación. encontramos en Platón, o a lo más en estado muy rudim entario,
una filosofía del arte, la cual aparece por primera vez en la
El problema es el siguiente. ¿Cómo compaginar el altísimo va
P oética de Aristóteles. Del arte se ocupa ampliamente Platón, se
lor que Platón atribuye no sólo a la belleza sino muy concre
gún lo iremos viendo, en el programa educativo de la R e p ú b lic a ,
tamente a la poesía, de la cual se dice ser de inspiración divina,
pero lo que falta, una vez más, es la reflexión sistemática sobre
con el ostracismo de los poetas, de la república configurada en
el diálogo de este nombre? la obra de arte en cuanto tal, ella por sí misma y no tan sólo en
función de los valores que la informan. Y cuando ocasionalmente
L a prim era reflexión, y acaso la fundamental, sería la de ha
reflexiona sobre esto, parece no ver en el arte sino un fenómeno
cernos cargo de que no son de ningún modo términos converti
de “im itación” y de dignidad meramente instrumental, en cuanto
bles entre sí éstos de “arte” y “belleza”, como lo ha demostrado
que el último criterio para admitirlo o rechazar las producciones
hasta la saciedad la estética moderna. Podrán haberlo sido para
artísticas es el de que contribuyan o no a la educación moral de
los griegos de la época clásica, pero es fuerza reconocer que en |
esta apreciación, nunca claram ente formulada por lo demás, hubo los ciudadanos.
La filosofía de lo bello, en conclusión, no está orientada en
una innegable estrechez de visión en la percepción que de los
Platón a una filosofía del arte, sino a otra cosa por completo
valores estéticos tuvieron aquellos hombres. La belleza es apenas
distinta. Como resulta con toda claridad de los pasajes del F e d r o
uno entre los muchos valores realizados en la obra de arte, pero
de ninguna manera el único. Y a Kant se dio cuenta de que lo antes explicitados, el valor de lo bello estriba únicamente en su
capacidad de despertar en nosotros la reminiscencia de la Idea,
sublime es un valor autónomo e irreductible al de lo bello, y
de la Idea epónima en primer lugar, y de las demás después, por
sobre sus huellas, eit la indagación de nuevos valores, ha pro-
intermedio de la primera. Lo bello, en otras palabras, es apenas
1)0 " L e Bi en f or m e avec l e V r ai et l e Beau , q u i n ’en son t d ’ai l l eu r s que un momento dialéctico y no un fin en sí mismo, al modo como
l es aspecl s, u n e sp h ér e d ’exi st en ce su p én eu r e á l’ exi st en ce m ém e d ’ un estamos hoy acostumbrados a considerarlo, como una finalidad
m o n d e i d éal ” . Ro b ín , o p . c it., p. 181;.
sin fin, según diría Kant. Para decirlo en términos estrictamente
434 TEO R ÍA DEL AMOR T EO R ÍA DEL AMOR 435

platónicos, lo bello vale como ávápvqcn,; y no como píima-i;; como varse a la imitación que es propia del divino Artista cuando,
reminiscencia y no como imitación. La segunda podrá valer, a su como éste, se inspira directamente en los eternos paradigmas.
vez, sólo y en tanto que de algún modo pueda trasmutarse o dar De conformidad con esta distinción, que se traduce luego en
origen a la primera. En caso contrario, esta pretendida imita las correspondientes directivas prácticas, tiene lugar la clisa imi-
ción artística no tendrá siquiera el mérito de las anes útiles, las nación que se lleva a cabo con todo pormenor en los libros II, III
cuales tienen por lo menos el mérito de servir a las necesidades v X de la R e p ú b l i c a . De los poetas, para empezar con ellos, casi
del hombre- Una pintura, por ejemplo, que no evoque de algún ninguno se salva del ostracismo, al cual son condenados inclusive
modo la belleza ideal más allá de su belleza plástica, resulta los dos príncipes de la poesía: Homero y Llesíodo. Lo de inclu
incluso inferior al modelo natural. Porque si las cosas naturales sive es poco decir, porque son ellos precisamente —príncipes ele
son ya de suyo, en el idealismo platónico, imitación de las Ideas, la mentira tanto como de la poesía— quienes encabezan la lista
la obra de arte tendrá que set, a su vez, imitación de imitación, de los proscritos. No hay por qué tener miramientos de ninguna
imagen de imagen, sombra de sombra. Reducido a no ser otra especie con quienes han tejido tal urdimbre de ficciones sobre los
cosa que un espejo inerte, el arte se encuentra así, como dice dioses, sin ninguna semejanza con el original, y sobre esto aún,
tan expresivamente Alfred Fouillée, alejado en tres grados de la injuriosas a la"naturaleza divina, tal como racionalmente debe
realidad verdadera. “¿Cómo extrañarse —continúa diciendo Foui mos concebirla. Rápidam ente pasa Platón en revista cosas tales
llée— de encontrar nuevamente en la estética de Platón las mis como las atrocidades cometidas entre ellos mismos por los más
mas tendencias que en su metafísica? La teoría de las Ideas da antiguos y supremos dioses: Urano, Cronos y Zeus, y posterior
por resultado la concentración de toda realidad en lo que es uno, mente, en el ciclo troyano sobre todo, la réplica de los combates
eterno, inmóvil; lo universal lo es todo, el individuo nada. Lo en la tierra con la guerra que los dioses se hacen entre sí al tomar
mismo debía suceder con la teoría del arte. Nada de pasiones ni partido por argivos o teucros. Imbuías tan escandalosas como
movimientos: nada de caracteres vivientes e individuales, sino la éstas no sólo son del todo antipedagógicas en la educación de la
majestad de lo universal y la perfección uniforme tle una virtud juventud, sino que afrentan directamente a la divinidad, al dar
sobrehum ana’’.9789 nos de ella una imagen totalmente inverosímil y desfigurada. A
De acuerdo con esta mentalidad, es del todo inadmisible la con Dios, en efecto —y notemos cómo pasa Platón del plural al sin
cepción del arte por el arte, sea cual tuere el modo como esto gular, y a un singular no multiplicable— no podemos concebirlo
se entienda. No sólo para el Demiurgo divino, sino igualmente de otro modo que como esencialmente bueno,99 y siendo así es
para el demiurgo humano, para el artista es decir, rige en absolu causa de todos ‘los bienes. De los males, en cambio, habrá que
to la célebre distinción normativa establecida en el T u n e o en los buscar otra causa fuera de Dios. “Con todas nuestras fuerzas nos
siguientes términos: “Todas las veces que el artista (Snpto'jpYÓ;), opondremos a que uno cualquiera de nuestros ciudadanos diga o
con los ojos sin cesar puestos en lo que es idéntico a sí mismo, se escuche que Dios, siendo bueno, pueda ser causa de la infeli
sirve de tal modelo y se esfuerza por realizar en su obra la forma cidad de alguien . Dios no es la causa de todo, sino solamente
y propiedades de aquello, todo lo que de esta manera produce del bien”.100 Por último, no podemos representarnos a Dios sino
será bello necesariamente. Por el contrario, si sus ojos se fijaran como absolutamente simple, perfecto e inmutable, y por esto
en lo que ha nacido, si utilizara un modelo sujeto al nacimiento, son de condenarse en bloque todas esas otras fábulas, tan del gus
no sería bello lo que realizara’’. H a s así, por tanto, dos especies to del pueblo, sobre las metamorfosis de los dioses, los cuales, ade
de imitación: la de las Ideas eternas y la de los objetos perece más, toman tantos disfraces con el fin de divertirse malignamente
deros. F1 Demiurgo divino realiza la primera en la creación del entre los moríales, cuando no de armarles asechanzas para su
mundo, y en cuanto al demiurgo humano, el artista, realiza casi daño v ruina.
siempre la segunda, aunque excepcionalmente es capaz de ele Muv alta teología, por cierto, es la que aquí nos da Platón, al

97 L a fi l . d e P l a t ó n , n, 124. y» R e p . 379 b ; dyaO ós 6 ye 0 eoc t ($ o v t i -


98 T i r n e o , 2S a. ico 380 c: j.iij jTCLvtcov ai xi ov xdv 0eóv, áXX.á Torv áyaO arv.
436 T E O R ÍA DEL A M O R 437
T E O R ÍA DEL AM OR

depurar y ennoblecer, como lo hace, el concepto de Dios, tan parte principal de la educación (xtipuavá-rn év poucaxij 'rpocpf]),
torcido y empañado en aquella religión antropomórfica, y esto cuando por otro lado, y según se dice en infinitos lugares, la edu
solo debería resarcirnos de la irritación que pueda causarnos el cación consiste fundamentalmente en la conversión del alma del
severo escrutinio de los poetas y su destierro de la república. Por mundo sensible al mundo inteligible. Si esta conversión, por
lo menos, piensa uno, debía haberse quedado Homero, como se lo mismo, no fuera de tal modo inm ediata por virtud de la m ú
quedó el A m a d is, a fuer de “único en su arte”, en el otro escru sica, sería sencillamente inconcebible el altísimo privilegio que
tinio que el C ura y el Barbero hicieron en la biblioteca de don se le discierne en el programa educativo de la R e p ú b lic a . Y en
Quijote. El mismo Platón debió de haber sentido cierto remor esto, además, al contrario de lo que pasa en otros aspectos de su
dimiento, como muy claro lo da a entender cuando más delante estética, Platón se encuentra plenamente de acuerdo, a lo que nos
nos habla del “respeto y afecto” que desde su infancia tuvo parece, con la estética moderna. Según lo entendemos hoy, no
por H om ero, “maestro y guía” de todos los poetas; mas con existe, hablando con rigor, la llamada música descriptiva, como
todo, y según dice luego, no se ha de estimar a un hombre más sí existe, en cambio, en el academismo sobre todo, la pintura des
que a la verdad.101 La moral mantiene así, incondicionalmente, criptiva. En la música, por el contrario, o por lo menos en la
su primado sobre el arte. Sacrifiqúense las cosas bellas, si con buena música, hay a lo más una “correspondencia” (en el sentido
ducen al mal. E n ciertos momentos, hay que reconocerlo, no bodeleriano de la expresión) entre la expresión musical y tal o
encontramos en Platón el bello equilibrio de su alma, y su actitud cual paisaje o estado de ánimo. Más aún, no nos daríamos cuen
en este punto corre parejas con la del terrible Savonarola. ta, la generalidad por lo menos, de estas correspondencias si el
No hay por qué detenernos, después de la poesía, en las otras artista no las subrayara expresamente en el título de su obra.
artes, a todas las cuales se aplica el mismo patrón discrimina Sinceramente creemos que es esto lo que ocurre con piezas tales
torio, para darles cabida o para rechazarlas de la comunidad po como la P a sto ra l de Beethoven, o con las otras tan conocidas de
lítica. Mas por ningún motivo podemos pasar por alto a la mú Musorgsky o de Respighi, de títulos en apariencia tan “descrip
sica, cuyo papel es aquí absolutamente privilegiado y singular. tivos”. L a música —no hay que darle más vueltas—, y sobre todo
Cierto es que Platón proscribe, aquí también, ciertas melodías la música por esto mismo llamada “pura”, la música por excelen
que, en su concepto, contribuyen a enervar el ánimo, como la cia, nos remite directamente no al mundo de la naturaleza, sino
melodía lidia, quejumbrosa y flébil, o como la jónica, acomo al mundo del espíritu, y es esto, en suma, lo que vio Platón tan
dada al ocio y a los banquetes. Pero con estas o parecidas res profundamente, sea como fuere ese mundo y haya o no en él
tricciones, la música recibe, en el programa educativo de la R ep ú Ideas paradigmáticas. Expresión insuperable de la “reminiscen
b lic a , este elogio sin p ar: “L a música, Glaucón, es la educa cia” platónica por virtud de la música, de la p ro-y ección del alma
ción soberana. Por ella se insinúan el ritm o y la arm onía hasta hacia aquel otro mundo, es, como lo sabe cualquier hispanoame
el fondo del alma, y la tornan bella y fuerte por extrem o” .102 ricano que no sea un bárbaro, la Ocla a Salin as de fray Luis de
Esto sí que es muy propio del alma musical de Platón, pero León. Sin comentario alguno, que sería sacrilego, nos limitamos
no es tam poco una m era expresión, en este caso, del conocido humildemente a transcribir las dos estrofas que creemos ser
adagio: T r a h it su a q u e m q u e v o lu p ta s. El primado de la música aquí las más significativas:
tiene una profunda explicación dentro del platonismo, y con
siste, como lo ha dicho Sciacca103 con gran penetración, en que A cu yo son d iv in o
la música, a diferencia de las otras artes, no es imitación de las e l a lm a q u e en o lv id o está s u m id a
cosas, sino directam ente de la Idea, reminiscencia inmediata, por torn a a c o b r a r e l tin o
tanto, de lo Bello en sí. Si así no fuese, no se explicaría cómo es y m e m o r ia p e r d id a
que Platón puede llamar a la música la educación soberana o la d e su orig en p rim era escla rec id a .

u 'i J t e p . 595 c: oü yá.Q k q ó y e t í ) ; á?.r) 0 E Í a ; t i (U] t £o c ávr|Q-


T ra sp a sa e l a ir e to d o
102 R t p . 401 d. hasta lleg ar a la m ás a lta esfera ,
103 P l a l o n e , M i l án , 1967, I , 262. y oye a llí o tro m o d o
438 T E O R ÍA D EL AM OR T E O R ÍA D E I. A M O R 439

de no perecedera Del amor y del alma, uno y otra síntesis o encuentro de lo


m ú sica, q u e es la fu e n te y la p rim era . finito y lo infinito, vale por igual la concepción tan profunda
que, en uno y otro tema, nos propone Platón de la naturaleza
A un poeta tal no hay duda de que Platón le habría dado un humana. En nuestra esencia hay una limitación, carencia o pri
altísimo lugar en su república. Y si con los demás tiene que proce vación de un bien que antes tuvimos, y que, sin que sepamos poi
der como lo hace, es sólo porque a ello le constriñe la absoluta qué, nos ha sido arrebatado. ¿Cómo interpretar este tan evidente
soberanía que tiene el Bien en su ciudad y en su cosmovisión. como misterioso despojo de nuestra naturaleza? A falta de reve
lación, de la Revelación, Platón tuvo que responder con mitos,
E ro s y P siq u e pero la vivencia es la misma en este pagano —si podemos real
mente llamarlo así— que en el judío o en el cristiano. H a ha
En dualidad temática hemos debido considerar, en todo lo que bido, de cualquier modo, una caída que nos ha dañado en lo
precede, el alma y el am or en Platón. H a tenido que ser así por más íntimo de nuestro ser, y la restauración no es posible sino
necesidades expositivas, pero ahora es el momento, al terminar, por medio del vuelo amoroso que nos restituye a nuestra primera
de volver a la unidad profunda que ya hemos tenido la ocasión morada y a la integridad de nuestra naturaleza. El amor es así,
de señalar entre una y otra cosa. La hemos entrevisto, desde según dice Wilamowitz, el mediador entre lo terrenal y lo eter
luego, al com probar la sorprendente semejanza de naturaleza, no: “Der M ittler zwischen dem Irdischen und dem Ewigen" . 107
por no decir identidad, que entre ambas existe- El amor es un En otra cosa debemos todavía parar mientes antes de concluir,
demonio, lo sabemos ya, pero también lo es el alma, el alma in y es en cómo el tratam iento de ambos ternas, en manos de Platón,
telectual para ser más precisos, según declaración explícita del representa por una parte la polarización de las fuerzas espiritua
T im e o .10i A identidad de naturaleza, en seguida, debe corres les que él como nadie sintió en su pueblo y en su tiempo, y por
ponder identidad de función, y por esto el alm a y el amor son la otra la transposición de aquellas concepciones y vivencias al
por igual intermediarios y medianeros entre el mundo sensible plano superior de la moralidad, y últim am ente de lo eterno y ab
y el mundo inteligible. Por último, y como algo inédito hasta soluto. A propósito del alma hemos podido com probarlo así, al
este m om ento, cabe agregar que el amor, ya sin la personifica advertir cómo Platón aprovecha el rico acervo de representacio
ción de las mitologías, es una función esencialmente humana,106 nes homéricas, órficas y pitagóricas, juntam ente con la percep
y a tal punto que el am or puede considerarse como el acto esen ción vivencial que tiene Sócrates del valor sagrado del alma
cial del alma, como lo dice l.eón Robin en estas bellas palabras: humana, para darnos de ésta, en una extraordinaria síntesis crea
“Parece, pues, que el amor, por lo menos el amor de aquello que dora, la imagen que desde entonces ha alentado cu la religión y
merece verdaderamente ser amado por sí mismo, es decir el amor la cultura de Occidente.
de las realidades absolutas, debe necesariamente pertenecer al Con el am or ha ocurrido puntualmente otro tanto. Ningún
alma, si la consideramos aislada de lo sensible y en su esencia momento mejor para percibirlo como en éste en que estamos,
pura, y este amor es en ella la consecuencia del hecho de que cuando podemos ver retrospectivamente la admirable composi
está privada del bien que le es propio, la realidad absoluta, de ción del B a n q u e te . Todos los elementos de algún modo valio
la cual ella misma participa . El alma, en su acto esencial, es sos, aunque recubiertos como están de una ganga nociva o des
am or” .106 preciable, que hay en los discursos precedentes al de Sócrates, son
aprovechados, pero sólo después de haber sido depurados o trans
im g o a: ó)5 a i j a aútó Saq x o va Oeóg í x á a r t p lr\naiv) SéSooxe. figurados, en el discurso socrático- El amor como fuente espiri
i os En Pl at ó n d esd e l u ego, y en el p en sam i en t o h el én i co en gen er al , que
tual generadora de heroísmo (Fedro) ; el amor como unión de
n i p o r asom o p u d o en t r ever el "D i o s es A m o r ” de San Ju an . El mi smo
D i o s ar i st ot él i co es Am ad o , p er o n o Am an t e. L a co m p ar aci ó n en t r e el las almas y no sólo de los cuerpos (Pausanias) ; el amor como
E r o s h el én i co y l a A g a p e cr i st i an a es al go d e l o m ás sed u ct or , p er o hemos concordia arm ónica de la naturaleza física y m oral (Erixím aco) :
t en i d o q u e d ej ar l a d e l ad o p o r l o l ej os a q u e nos h ab r í a co n d u ci d o . Tr es
vol ú m en es o cu p a en l a m o n o gr af ía d e N ygr en ci t ad a con an t el aci ón ,
m í I , , t h é o r . p la t . d e t’a m o u r , p. 138. l or P la t ó n , n . 75.
4 '10 T EO R IA DEL AMOR

el am or como supremo afán de nuestra naturaleza hacia su ple


nitud y perfección original (Aristófanes) ; el amor, en fin, como
juventud y belleza inm arcesible, m anantial perenne de toda dicha XIV. LA A N T I G U A EDUCACIÓN H EL É N IC A
y de toda virtud (A g a tó n ), ¿no está todo ello en el discurso de
Sócrates, pero cuán de otro modo y con qué sentido y orientación
Varón socrático del principio al fin, no descuida jam ás Platón,
tan diferentes? A duras penas reconocemos, por ejemplo, el pan-
en ningún mom ento de su carrera, la m isión fundam ental que
cosmismo erótico expuesto en form a tan chabacana por el pobre
se ha impuesto de la reform a m oral del hom bre y del Estado, la
de Erixím aco, en la proclam ación triunfante de D iotim a, cuando
misma que a su maestro le impuso el m andam iento deifico. R e
define el Amor como el vínculo que m antiene unido consigo mis
forma, bien entendido, no “de las cosas de la ciudad”, m ediante
mo el gran T o d o .106*108
la intervención en los asuntos públicos, sino “de la ciudad mis
Es muy d ifícil indudablem ente, casi im posible en ocasiones,
ma”, en su constitución más profunda y verdadera, sin otras
el fija r con toda exactitud la contribución de una obra singular
armas que la razón y la filosofía. R eform a, además, no doble:
en la evolución de la m entalidad o las costumbres de un pue
del hombre y del Estado, según hoy la entenderíam os, sino una
blo. N adie podría decir, en este caso, qué fue más decisivo y
radicalmente, por la obvia razón de que, para el pensamiento
qué menos, pero el hecho innegable y registrado por los historia
antiguo, el hombre es inconcebible fuera de la dudad a que per
dores, es que la pederastía empieza rápidam ente a declinar en
tenece y que lo constituye como tal. De ahí que, como lo he
G recia después de la com posición del B a n q u e t e , a la que siguió,
mos apuntado ya, apenas por necesidades expositivas sea posible
poco tiem po después, la decadencia de Esparta, centro predilecto
presentar separadamente la teoría de la educación y la teoría
del amor m asculino. Pero aún en el supuesto de que diéramos a
del Estado, cuando en realidad podrían titularse in diferen te
esto últim o mayor valor que a lo primero, lo indiscutible es,
mente con uno u otro nom bre tanto la R e p ú b lic a como las L e
como dice Jaeger, que la pederastía no fue, en los siglos poste
yes. Con excepción tal vez de ciertos pormenores como la desig
riores, sino “una práctica viciosa y despreciable”, y que el B an
nación de las m agistraturas y otros similares, propiam ente con
q u e te , por su parte, es "u n a especie de jaló n en la línea diviso
cernientes a la m aquinaria del Estado, en todo lo demás, que
ria de la G recia antigua y de la Grecia posterior”.109 Ni hay que
es con mucho lo más im portante, puede decirse, en suma,
olvidar tampoco que la Academ ia platónica fue, por muchos si
que P a id eia y P o lite ia son términos recíprocam ente convertibles,.1
glos igualm ente, el hogar espiritual de Grecia, la verdadera Acró
Más aún, y como otra reflexión prelim inar de que suelen ha
polis, que ilum inaba el pensam iento y la conducta.
cerse cargo la generalidad de los autores, debemos agregar que,
L a filosofía del amor term ina en una plegaria, la única que
según todas las apariencias, el interés especulativo en Platón está
encontram os en los diálogos platónicos. Al disponerse Sócrates
subordinado al interés práctico. No quiere esto decir, por su
a d ejar las riberas del 1 lisos para volver a Atenas, después de
puesto, que la inteligencia sufra violencia alguna al moverse li
haber hecho el elogio del am or y la belleza, cree conveniente
bremente dentro de su propio orden de especificación. No se
hacer una oración a las divinidades de aquel sitio, y dice:
trata, en otras palabras, de una subordinación ontológica, sino
“ ¡O h Pan amigo, y demás dioses de este lugar! Dadme la be
meramente psicológica, si podemos decirlo así. Las Ideas, por
lleza interior, y exteriorm ente que todo lo que poseo esté en
ejemplo, son lo que son por sí mismas y con entera independen
amistad con lo de dentro. Q ue considere como rico al sabio, y
cia de su refracción en el mundo sensible; pero si Platón las
que posea yo sólo la riqueza que un hom bre sensato pueda tomar
persigue y las escruta con tanto afán, no es tanto en la actitud
y llevar consigo. ¿Tenem os algo más que pedir, Fedro? Para
del contem plador puro, cuanto para encontrar en ellas el funda
mí, sin duda, ya he pedido bastante.”110
mento inconm ovible del orden ético-jurídico del hom bre y la

1 Con el t ér m i n o eq u i val en t e de -rgocpr'i (“ cr i an za” en gen er al , per o


106 202 e: TÚ H U V O.VXO O .V T íJl 0 u i. t am bi én “ ed u caci ó n ” ) lo d ecl ar a el m i sm o Pl at ó n al d eci r q u e la r ep ú b l i ­
P a i d e i a , p. 573. ca es ¡a ed u caci ó n d e los h om b r es: «o X i xeía yÚQ TQotpri AyOQÚinatv éccív .
330 F e d r o , 279 b-c.
M etiex . 238 r.
442 LA A N TIG U A ED U C A C IÓ N H ELE N IC A LA A N T IG U A E D U C A C IÓ N H ELÉ N IC A 443
ciudad. Por algo la R e p ú b lic a representa el más alto momento quiera formarse cierta idea de la evolución educativa de Grecia.
en la teoría de las ideas, en la teoría de la educación y en la En civilizaciones más antiguas: C reta y M icen as a la cabeza,
teoría del Estado. parece haber existido no sólo una cultura muy desarrollada, sino
En el orden que nos liemos trazado en este libro, el tema que inclusive superior, en el programa educativo concretam ente, a
en seguida nos solicita es el de la educación, de la cual Platón, aquella de que dan testim onio los poemas homéricos. Siguiendo
el prim ero en la historia, nos ofrece tanto la teoría filosófica tal vez el ejem plo de Egipto, parece haberse dado el paso deci
como el programa educativo en todos sus pormenores. Antes, sivo, en Creta principalm ente, de la educación del guerrero a
empero, de entrar en su pensamiento, será menester, como de la educación del escriba: cam bio fundam ental de estim ativa
costumbre, rem ontar el curso del tiempo para considerar las de las armas a las letras. No obstante, y sin regatearles méritos,
corrientes espirituales que, en mayor o menor medida, influyeron el hecho es que, como dicen los historiadores, aquellas culturas
en la educación vigente en la Atenas del siglo v, para poder antiquísimas no pasan de ser una prehistoria, pero nunca una
apreciar debidam ente, en sus términos justos, la revolución edu protohistoria en relación con la G recia de que nosotros nos nu
cativa consumada por Platón. trimos, con la Grecia clásica. Si en otros aspectos pudo haber
acaso alguna continuidad, en literatura, por el contrario, hay
H o m ero com o ed u cad or completa ruptura. Al perderse la escritura de aquellos pueblos
(apenas en 1 9 5 3 ha empezado a descifrarse), desaparecen
L a educación, siempre y dondequiera que esta palabra pueda del todo sus monumentos literarios, si algunos existieron, del
usarse con plenitud de significación, es la iniciación de las nue horizonte espiritual de la H élade que nos es fam iliar.
vas generaciones en los valores, en las ciencias y en las técnicas De H om ero hay que partir, por consiguiente, y es como par
cuyo com plejo constituye, en cada mom ento histórico, una civi tir del sol. de un sol que hasta hoy con tin úa ilum inándonos.
lización. De ella procede la educación con toda espontaneidad, Como del hecho histórico más rigurosam ente com probado, pue
como la organización o mecanismo de trasmisión cíe la riqueza de afirmarse que la educación literaria en G recia, y en todo el
espiritual con que cuenta, como con su patrim onio, una socie curso de su historia, tiene a H om ero por texto básico y como
dad determ inada. Podría ser una concepción moderna, e incluso centro de todos los estudios literarios. Para los griegos no es
generalm ente com partida, ésta que de la educación propone Homero un clásico entre los demás, sino el clásico sin par y por
mos, aunque, por otra parte, se encuentra ya, en lo sustancial, antonomasia, ni más ni menos que lo es hoy D ante para los ita
en Platón, a ju ic io del cual "lo principal de la educación es la lianos, Shakespeare para los anglosajones, y para nosotros Cer
recta disciplina que lleva el alm a del educando al amor de aque vantes. Más aún todavía, porque de ninguno de estos tres clásicos
llo en que, una vez llegado a hom bre, debe perfeccionarse con podría afirmarse, con todo rigor, lo que Platón, pasando por en
la excelencia propia de la profesión”.2 En lo del "am or’’, en cima de todas sus reservas, reconoce lealm ente al decir que H om e
efecto, está la adhesión a los valores, y en lo de la excelencia o ro ha sido el educador de G recia.3 Lo fue “desde el principio”, se
a r e te de la profesión, el dom inio de la ciencia y de la técnica. gún subraya X enófanes de Colofón, o sea, más o menos y hasta
U na ética, por tanto —un ideal de la vida—, un saber y una téc donde sabemos, desde el siglo ix a. c. Lo fue, en todo caso, en la
nica, configuran, desde entonces hasta hoy, el haber espiritual tradición oral de que dan testim onio los cantos de los aedas,
que lleva consigo el hom bre e d u c a d o al asumir su puesto, con mucho tiempo antes de que quedara fijado, hacia el siglo vn y
plena responsabilidad, en la sociedad a que pertenece. con más o menos variantes, el texto escrito que conocemos, y que
T o d o esto, por rudim entario que pueda ser en ciertos aspec fue adoptado oficialm ente, en la Atenas de Pisístrato, mediando
tos, lo encontram os ya, en lo que se refiere a Grecia, en los poe el siglo vi.
mas homéricos. De H om ero —sea lo que fuere lo que este nom Antes de seguir adelante, y como pauta o criterio de toda con
bre signifique— ha de partir ineludiblem ente tocio aquel que sideración ulterior, apresurémonos a decir que este supremo ma-

2 L e y e s , 644 d.
Rep. 606 e: rrjv ‘EXXáóa ítEJtatfiEiwcv.
144 LA A N T IG U A E D U C A C IÓ N H ELÉN ICA LA A N T IG U A ED U C A C IÓ N H ELÉN IC A 445

g i st er i o h o m ér i co n o d er i v a en m o d o al g u n o d e r azon es p u r a­ est o, si n o q u e t am b i én l o ad i est r a en p u l sar l a l i r a y l e en señ a,


m en t e est ét i cas, en f u n c i ó n , con o t r as p al ab r as, d e l a ex i m i a ca­ adem ás, ci er t a f ar m ac o p ea al h acer l e co n o cer l as h i er b as m ed i c i ­
l i d ad l i t er ar i a d e l a ep o p ey a h o m ér i ca, en l a q u e t od os l os r ecu r ­ n ales d e l a r egi ó n . F én i x p o r su p ar t e, i g u al m en t e v i ej o am i go
sos ar t íst i co s se al i an co n u n l en g u aj e d e r ef i n am i en t o i n com p a­ de Pel eo , es el en c ar gad o d e en señ ar l e a su h i j o l as b u en as m a­
r ab l e. Po d r á ser así p ar a l a sen si b i l i d ad m o d er n a, o i n cl u si ve n er as, en l a m esa d esd e l u ego y en el t r at o so ci al , y d e i n c u l ­
t al vez en l a ép o ca al ej an d r i n a, p er o n o , ci er t am en t e, p ar a los car l e el car áct er q u e en su p u p i l o d eb e r esp o n d er a su al t a cu n a.
gr i ego s d e l a ép o ca cl ási ca. P ar a el l o s n o f u e H o m er o u n m aes­ “ Soy yo el q u e t e h a h ech o ser l o q u e er es” : así l e d i ce co n l e­
t r o l i t er ar i o —p o r acci d en t e l o h ab r á si d o y m u y secu n d ar i am en ­ gít i m o o r g u l l o , a su i l u st r e d i scíp u l o , el v i ej o p ed ago go . Y en
t e—, si n o u n m aest r o co n p l en i t u d d e si g n i f i c ac i ó n , el cr ead or , esp eci al se u f an a F én i x d e l o si gu i en t e: " N o er as t ú si n o u n
es d eci r , d e u n a ét i ca y u n i d eal d e v i d a n o en ab st r act o , por n i ñ o y n o sab ías n ad a aú n d e l os co m b at es q u e a n ad i e p er d o ­
su p u est o , si n o en l a en car n aci ó n v i v i en t e d e l os h ér o es de la n an , n i d e l os co n sej o s en q u e se h acen ad m i r ar l os h o m b r es. Y
Iliada y l a Odisea. por est o m e l l am ó t u p ad r e, p ar a en señ ar t e a ser u n cu m p l i d o
En u n d o b l e p l an o , el p r i m er o m ás su p er f i c i al , el segu n d o más d eci d or d e d i scu r so s y u n p er f ect o h aced o r d e o b r as ”.4
p r o f u n d o , se ej er ce el m ás au t én t i co m agi st er i o h o m ér i co . Veá- D i scu r so s y h az añ as: p ü 0 OL xai cp y a. . . E n est o p u ed e r esu m i r ­
m o sl o p o r su o r d en . se l a ed u caci ó n d e l os t i em p o s h o m ér i co s. D ec i d o r y h aced o r ,
E n el p r i m er p l an o , el d e l a t écn i ca ed u cat i v a p r o p i am en t e o r ad o r y g u er r er o h a d e ser an t e t o d o el m i em b r o d e l a n o b l eza,
d i ch a, t i en e l u gar l o q u e y a l os an t i gu o s l l am ab an l a ed u caci ón or a p ar a d ef en d er a su p at r i a en el cam p o d e b at al l a, o r a p ar a
h o m ér i ca (ópriput f) -rcaiScía) , o sea l a r ep r o d u cc i ó n , con m ás o asi st i r con su s co n sej o s a su so b er an o en l as d el i b er aci o n es p o l í t i ­
m en o s v ar i an t es p er o f i el en l o su st an ci al , d e l a en señ an za qu e cas. T o d o l o d em ás, co m o ci er t o s r u d i m en t o s d e c u l t u r a m u si cal
l o s h ér o es h o m ér i co s r eci b en d e su s m aest r o s. L a i m i t aci ó n es y ot r as cosas, t i en e ap en as u n v al o r m er am en t e i n st r u m en t al o
p o si b l e, ap en as si h ay q u e d eci r l o , m i en t r as se co n ser v a, en sus ad j et i vo . Y l a r et ó r i ca m i sm a n o est á en c ad en ad a a n i n g u n a
r asgo s f u n d am en t al es p o r l o m en o s, l a an t i g u a so ci ed ad ar i st o­ d i sci p l i n a l i b r esca, n i a l a l et r a escr i t a en gen er al , si n o q u e es
cr át i ca y g u er r er a d e l os p o em as h o m ér i co s. l a p al ab r a v i v a en t od os sen t i d o s, l a q u e n o t i en e o t r a f u en t e
T a n t o en l a Iiíada co m o en l a Odisea en co n t r am o s con t odo qu e l a i n sp i r ac i ó n d el m o m en t o , o a l o m ás, co m o t r asf o n d o m ás
p o r m en o r l os l i n cam i en t o s d e l o q u e f u e, en l a p er sp ect i v a de sen t i d o q u e ap r en d i d o , l a t r ad i ci ó n o r al . C o n est os r asgo s se n os
l a h i st o r i a, l a m ás an t i g u a ed u caci ó n h el én i ca. N o h ay escuel as, p r esen t a, u n a vez m ás, l a ed u caci ó n d e A q u i l es en l a lit a d a , y
p o r su p u est o , n i co sa sem ej an t e, si n o q u e l a ed u caci ó n , cuya con l os m i sm o s, f u n d am en t al m en t e, l a q u e, en l a Odisea , i m ­
m i r a es l a f o r m aci ó n d el p er f ect o cab al l er o , se co n f ía p o r l o ge­ p ar t e M en t o r a T el ém ac o , o m ej o r t o d av ía, l a d i v i n a Pal as
n er al a l os h o m b r es p r u d en t es y con gr an ex p er i en c i a d e l a vi d a. A t en ea cu an d o , d i sf r az ad a d e M en t o r , i n f u n d e en el h i j o de
D esd e l a i n f an c i a t o m an a su s p u p i l o s —si em p r e h i j o s d e n obles, O d i seo l a el o cu en ci a y el co r aj e d e q u e h a m en est er p ar a i r en
n o h ay n i q u e d eci r l o — en u n a r el aci ó n q u e t i en e t an t o d e ca­ b u sca d e su p ad r e y t o m ar l a d ef en sa d e su m ad r e f r en t e a l os
m ar ad er ía co m o d e p at er n i d ad esp i r i t u al , su p l i en d o d e este p r et en d i en t es. L a si t u ac i ó n cam b i a, p er o l a d em an d a v i t al es l a
m o d o al p ad r e n at u r al , q u e an d a p o r l o co m ú n en cosas de la m i sm a: d i scu r so s y h azañ as. L o d em ás, l a c u l t u r a m u si cal i n c l u ­
g u er r a o en l os co n sej o s d el r ei n o . sive, n o t i en e si n o u n v al o r o r n am en t al en l a ed u caci ó n d e l os
C o n est os car act er es se n o s p r esen t a en l a litada l a ed u caci ó n gr an d es señ or es.
d e A q u i l es, cu yo s ayos y p ed ago go s son el “ sap i en t ísi m o ” cen ­ Pasan d o d e l a en señ an z a f o r m al al est r at o m ás p r o f u n d o d el
t au r o Q u i r ó n y el p r u d en t e F én i x . Po r m ít i co s q u e sean t odos m agi st er i o h o m ér i co so b r e t an t as y t an t as gen er aci o n es, n o t i en e
est os p er so n aj es, Q u i r ó n d esd e l u ego y h ast a el m i sm o A q u i l es secr et o al g u n o , p o r q u e es b i en m an i f i est o q u e co n si st e en l a ét i ca
p o si b l em en t e, l a ed u caci ó n en sí m i sm a es v er d ad er a en cu an t o o i d eal d e v i d a q u e en c ar n an l os h ér o es ép i co s, A q u i l es en p r i ­
d o cu m en t o d e u n a c u l t u r a h i st ó r i ca. Q u i r ó n , en p r i m er l u gar , m er l u g ar y p o r so b r e t o d os l os o t r o s. Es u n a m o r al h er o i ca q u e
en señ a al f u t u r o h ér o e el m an ej o d e l as ar m as y l os ej er ci ci o s
p r o p i o s d e u n cab al l er o , l a ci n egét i ca y l a eq u i t aci ó n . N o sólo 4 11. IX, .J42 .
446 LA A N T IG U A ED U CA CIÓ N H ELÉN IC A LA A N T IG U A E D U C A C IO N H ELÉN IC A 447
se ci f r a en el cu l t o d el h o n o r co m o v al o r su p r em o . D el hon or segu n d o l u gar , con ser t am b i én m u y al t o , v i en en p ar a el l o s l os
p er so n al , b i en en t en d i d o , y n o d el h o n o r de l a p at r i a o de la p er son aj es q u e, p ar a n o so t r o s y co n si d er ad o s co m o t i p os d e h u ­
r aza, d e l o cu al n o se cu r a A q u i l es en ab so l u t o , va q u e de ot ro m an i d ad , cam p ean m u y p o r en ci m a d el b er r i n ch u d o h i j o d e
m o d o n o an t ep o n d r í a su r esen t i m i en t o con A gam en ó n a la Pel eo, y q u e son p r i n ci p al m en t e, a l o q u e n os p ar ece, ( l ect o r y
cau sa co m ú n gr av em en t e co m p r o m et i d a, y en gr an p ar t e por su O d i seo.s D e H éct o r h ay q u e d eci r si m p l em en t e l o q u e es d e p r i ­
i n acci ó n . Si v u el v e a r ev est i r l as ar m as, n o es ci er t am en t e por m er a ev i d en ci a, o sea q u e es l a f i g u r a m ás p u r a y m ás h u m an a
sal v ar al ej ér ci t o aq u eo , si n o p o r v en g ar a Pat r o cl o y p or n o r e­ de l a ep o p eya h o m ér i ca, t an v al i en t e co m o A q u i l es, p er o ad e­
t r o ced er an t e H éct o r , q u e av an z a co n t r a él en d em an d a d e com­ más, y al con t r ar íe) d e su an t ago n i st a, p l en am en t e i n t eg r ad o en
b at e p er so n al . Y el sen t i m i en t o d el h o n o r , d el su yo p r o p i o , es a las dos so ci ed ad es: l a f am i l i a y l a p at r i a, q u e so n el m ar co d el
t al p u n t o ex c l u si v o y d o m i n an t e en el h ér oe, q u e acep t a sin d esar r ol l o ar m ó n i c o y co m p l et o d e l a p er so n al i d ad . N o h ay es­
v ac i l ar el d esaf í o , o l o p r o v o ca él m i sm o , n o o b st an t e sab er de cena t an h u m an a en l a ep o p ey a h o m ér i ca, y m u y p ocas p o d r án
ci en ci a ci er t a (es el d ecr et o d el h ad o q u e l e h a r evel ad o su em u l ar l a en l a l i t er at u r a u n i v er sal , co m o aq u el l a en q u e H éct o r
m ad r e T et i s) q u e, en caso d e m at ar a H éct o r , él m i sm o , A q u i ­ se d esp i d e d e l a esp o sa y d el h i j o , d e A u d r ó m ac a y A st i án ax ,
l es, h ab r á a su vez d e su cu m b i r m u y p r o n t o . N i n g ú n v al o r t i ene par a m ar ch ar al co m b at e si n r et o r n o .
p ar a él l a v i d a l ar g a p er o si n h o n o r al l ad o d e l a v i d a b r eve pero En cu an t o a O d i seo , el m ás i n t er esan t e si n d u d a en t r e t od os
gl o r i o sa; y así l o v em o s av an z ar , en h i est o y con el p en ach o en los h ér oes h o m ér i co s, es ab so l u t am en t e i n c o m p ar ab l e con cu al ­
al t o , al en cu en t r o d e su d est i n o . L o ú n i co q u e i m p o r t a, t al y q u i er ot r o, y es u n a v er d ad er a p en a el t en er q u e d ar cu en t a
co m o se l o h a en señ ad o su p r o p i o p ad r e Pel eo , es “ ser si em pr e aq u í, en u n as cu an t as l ín eas, d e su ex t r ao r d i n ar i a p er so n al i d ad ,
el m ej o r y m an t en er se su p er i o r a l os o t r o s” .5*7 t an r i ca co m o co m p l ej a. N o l e ced e en v al o r a A q u i l es, n i a H éc ­
H o n o r , su p er i o r i d ad , ap et i t o d e gl o r i a: h e ah í l a ét i ca h om é­ t or, p o r o t r a p ar t e, en el ap ego a su p at r i a y a su h o gar , a t al
r i ca. Par a aq u el l o s h o m b r es q u e an t es d e l eer l a l a o í an si n cesar, p u n t o q u e d esp r eci a l a i n m o r t al i d ad q u e l e o t r ece l a d i o sa Ca-
l a ep o p ey a h o m ér i c a es, co m o d i ce M ar r o u , l a Imitación d e l l i pso ( a co n d i ci ó n n at u r al m en t e d e q u ed ar se en su c o m p añ í a) ,
H éro e, n i m ás n i m en o s q u e p ar a el cr i st i an o est á su p ar ad i gm a p r ef i r i en d o , a cam b i o d e el l a, v er u n a vez m ás, an t es d e m o r i r ,
en l a Im itación de Cristo .s Po r al go l os ed i t o r es al ej an d r i n os a su esp o sa Pen él o p e y sus cab añ as d e í t aca. Per o l o m ás esen ­
ap l i c ar án d esp u és el n o m b r e gen ér i co d e ápt cr-cet a —q u e de “ pr e­ ci al en él , y l o m ás p r i v at i v o su yo, so n l as v i r t u d es d e l a i n t el i ­
em i n en c i a” p asa a si gn i f i car “ h az añ a” — a l as gr an d es pr oezas de gen ci a y d el car áct er , su i n f i n i t a p aci en ci a y c ap ac i d ad d e su f r i ­
l os h ér o es m áx i m o s d e l a Iliada q u e v i en en ap en as d esp u és de m i en t o ,0 y en f i n , y d esd e l a p r i m er a l í n ea d el p o em a, l o q u e
A q u i l es: A y a x , D i o m ed es, et cét er a. L o q u e h ay q u e i m i t ar en más n os cau t i v a en O d i seo : i a v er sat i l i d ad d e su i n gen i o , ex p r e­
el l o s an t e t o d o es el af án d e g l o r í a y d e su p er i o r i d ad . Y en est a sada en el i n c o m p ar ab l e ep í t et o d e TtoXá-rpo-rcog ávqp: v ar ó n d e
i m i t aci ó n , en su sci t ar l a y p r o m o v er l a, est á p r eci sam en t e l a efi ­ m i l vu el t as o d e m i l t r u cos o co m o m ás n os gu st e. L a i n t el i g en ci a
caci a ed u c at i v a d el p o em a. N ad i e m en o s q u e Pl at ó n l o sen t i r á es en él l o so b r esal i en t e, y p o r est o se h al l a co l o cad o b aj o el
así al d eci r q u e el p o et a “ em bellece mil y mil hazañas de los an p at r o ci n i o esp eci al d e l a d i v i n a Pal as A t en ea, p er o j u n t o co n l a
tiguos, y es asi como educa a la posteridad” d T e x t o f u n d a­ i n t el i gen ci a, l a ap er t u r a esp i r i t u al a t o d o cu an t o h ace b el l a y
m en t al , p o r ci er t o , en est a m at er i a. n ob l e l a v i d a. H o m b r e d e t oci as h o r as y d e t od as l as si t u aci o n es,
H ast a d o n d e p u ed e ap r eci ar se, A q u i l es y l a arete q u e en car n a, t an d i sp u est o p ar a el p l acer co m o p ar a l a gu er r a, y t an cap az
t i en en en t r e l os gr i ego s, p o r l o m en o s h ast a l a ép o ca d e l a I l u s­
8 Eneas, por supuesto, está en la misma línea, sólo que en la ejx>peya
t r aci ó n h el én i ca, el p r i m ad o ab so l u t o en l a est i m at i v a ét i ca. En
homérica ocupa un lugar secundario y tiene una actuación fugaz, como
si el poeta hubiera adivinado — al hacer intervenir a los dioses para librar
5 II- xi, 784: aíév ÁpiOTSÚeiv xaí v j t f íq o x o v f'miFvai a k '/m v . lo de la muerte—■ que en otro teatro posterior, v o lv cn tib u s an n is, habrá
1 Henri-Irénée Marrou, H is to ire d e l ’edxication dans l’a n tiq u ilé , París, de dar entero cumplimiento a su egregio destino.
‘ 965, P- 4 4 - y bUiros d ' c n d u r a n c e , en la bella traducción que de jt o A.u t A.c i5 cía Víctor
7 P ed ro , 245 a: pirpía xcov jxa?,ai.ü>v ££>Ya xoairovaa, xoüq éjtiYiyvonévous Besare!, del epíteto acaso el más frecuente que el poeta aplica a su héroe:
naiSeúei. r ío / .vt / .a; fiío c 'O Ó vao ev;.
LA A N T IG U A ED U C A C IÓ N H ELÉ N IC A 449
448 -A A N T I G U A E D U C A C IÓ N H ELEN IC A

di oses l es est á r eser v ad a l a v i d a f áci l ( ¿cí a ^ óoj vxsg). Mas p r eci ­


d e al egr ar se co n su s am i go s co m o d e en si m i sm ar se en esos l ar gos
sam en t e p o r eso am a el gr i ego ap asi o n ad am en t e l a co r t a y aza­
so l i l o q u i o s a q u e se en t r ega f r ecu en t em en t e f r en t e a l a i n m en ­
si d ad d el m ar . r osa v i d a d e q u e p u ed e d i sp o n er , l a ú n i ca, ad em ás, q u e l e es
d ad a, y q u e, co m o h em o s vi st o con an t el aci ó n , n o t i en e m ay o r
P o r su v i d a i n t er i o r t an t o co m o p o r su acci ó n , O d i seo es si n
sen t i d o, en l a co sm o v i si ó n h o m ér i ca, l a t r i st e v i d a, sem i v i d a
d u d a l a m ás ad m i r ab l e cr eaci ó n p er so n al d e t o d a l a l i t er at u r a
m ej o r d i ch o , d e u l t r at u m b a. Co n ser en i d ad acep t a cad a cu al l a
gr i ega; y si en t r e l os su yos h a p o d i d o t en er A q u i l es m ay o r ej em-
su er t e q u e l e t oca, su m ona, y co n ser en i d ad se v a d e est a v i d a
p l ar i d ad , es só l o p o r q u e el al m a d e aq u el l o s h o m b r es se d er r a­
co m o p o d em o s v er l o en est os ú l t i m o s ad i o ses d e q u e est án l l en as
m ab a t o t al m en t e en el m u n d o ex t er i o r y en l a acci ó n i n m ed i a­
l as est el as f u n er ar i as d el Cer ám i co . M i en t r as v i v e, si n em b ar go ,
t a. Po r est o, y al co n t r ar i o d e n o so t r o s, n o p u d i er o n sen t i r l a
y t al co m o l o d i r á Cer v an t es t an p r o f u n d am en t e, “ t o d o es
p r o f u n d i d ad esp i r i t u al d e q u i en f u e, en v er d ad , el p r i m er h om ­
v i d a’’ , t an p l en a en u n i n st an t e co m o en u n si gl o. A sí l a v i v en
b r e f áu st i co , el esp í r i t u en p r o y ecci ó n i n f i n i t a, q u e est o y no
l os h ér o es h o m ér i co s y l os gr i ego s en gen er al , n o en el desen
o t r a cosa es l o q u e h ay en el anitnus peregrinandi d e O d i seo, en
su p asi ó n av en t u r er a q u e l e l l ev a si em p r e, en i n q u i et u d i n ce­ f r en o d i o n i sí aco ( H o m er o es el p r o t o t i p o d el esp í r i t u ap o l í n eo )
si n o en l a co n st an t e p er cep ci ó n y f r en o d e l a m edida ' l a d e la
san t e, a p asar m ás al l á d e cu al q u i er ex p er i en c i a co n cr et a, sól o
p o r q u e su esp í r i t u n o p u ed e l l en ar se con n i n g u n a d e el l as. Per o v i d a m i sm a, d e l a acci ó n y d el ar t e, en l a i n f r an q u eab l e cad en
si el l os, l os d e su r aza y gen t e, n o l o v i er o n así, D an t e A l i gh i er i , ci a d el h ex ám et r o h o m ér i co . Y l a v i v en , p o r ú l t i m o , en el h ál i t o
en cam b i o , l o v i o m ar av i l l o sam en t e al f i n gi r , co m o l o h ace, el d e sal u d v i v i f i c an t e y en l a c l ar i d ad so l ar q u e t r an sp i r a l a ep o ­
v i aj e u l t er i o r o u l t r ah o m ér i co d e O d i seo, el q u e em p r en d e, más p eya h o m ér i ca, m aest r a d e l a H él ad e y d e l a h u m an i d ad d e O c­
al l á d e l as co l u m n as d e H ér cu l es, v en ci en d o él sol o el t er r o r del ci d en t e.
h o m b r e an t i g u o an t e el M a r T en eb r o so , y n o m ás q u e p o r con ­
q u i st ar m ay o r ex cel en ci a y sab i d u r í a: vía per seguir virtute e
conoscenza. Su en c an t ad o r h o gar , r eco n q u i st ad o d esp u és d e v ei n ­ La d id áctica m o ra l en H e s io d o
t e añ o s d e f at i gas y p er egr i n aci o n es, f u e i n cap az de ap agar su
Segú n l o d i ce Jaeg er , h aci én d o se si m p l em en t e eco d e l a o p i ­
p asi ó n d o m i n an t e. “ N i l a d u l z u r a d el h i j o —así h ab l a l a som ­
n i ó n co m ú n , al l ad o d e H o m er o l os gr i ego s v i er o n en H esi o d o a
b r a i n f er n al d e U l i ses—, n i l a p i ed ad d eb i d a al an ci an o p ad r e,
su segu n d o p o et a, y t am b i én , p o d em o s agr egar , a su segu n d o
n i aq u el am o r j u r a d o q u e d eb í a h acer l a al egr í a d e Pen él o p e,
m aest r o. D i gám o sl o así a b en ef i c i o d e i n v en t ar i o , y a q u e, co m o
p u d i er o n v en cer d en t r o d e m í el ar d o r q u e t u ve d e t en er ex p e­
vam o s a v er l o en segu i d a, el m agi st er i o h esi ó d i co av en t aj a con
r i en ci a d el m u n d o y d e l as v i r t u d es y l os vi ci o s h u m an o s' ' .10
m u ch o al m agi st er i o h o m ér i co , si es v er d ad , co m o f i r m em en t e
F u er a d e l a f u n c i ó n p ar ad i g m át i c a de sus h ér oes, en el i n f l u j o
l o cr eem o s, q u e l a ed u caci ó n , en su m o m en t o m ás al t o , co n ­
p ed agó gi co d e l o s p o em as h o m ér i co s d eb e t en er se en cu en t a
i g u al m en t e el sen t i d o gen er al d e l a v i d a h u m an a q u e d e h ech o si st e en l a r ev el aci ó n sen t i m en t al d e n u ev o s val o r es, d e aq u el l o s
ex p r esan , y q u e es co m o el au r a o cl i m a d e q u e est án p er m ead as so b r e t od o —val o r es r el i gi o so s y v al o r es m o r al es— q u e co n st i t u ­
l as p er i p eci as b él i cas. Es l a v i d a est r en u a, p el i gr o sa y p r ecar i a. yen l a d i r ecci ó n f u n d am en t al d e l a co n d u ct a h u m an a. Po r n i n ­
C o n Jo b co n cu er d a Pl o m er o en q u e, co m o l o d i j o aq u él , “ m i ­ gú n m o t i v o p u ed e p asar se p o r al t o a est e p o et a en c u al q u i er
l i c i a es l a v i d a d el h o m b r e so b r e l a t i er r a" , p o r q u e só l o a los esq u em a h i st ó r i co , p o r su ci n t o q u e sea, d e l a ed u c aci ó n h el én i ca
o d e l a ed u caci ó n en gen er al .
10 N é d olcezza d i fig lio , n é la pietéi Si H o m er o —n o m b r e si n g u l ar o co l ect i vo , u n a vez m ás— p er ­
d e l v ec c h io p a d re, n é *1 d e b it o a m o r e t en ece a l a G r ec i a i n st d ar o a l a d el A si a M en o r , H esi o d o , p or
lo q u a l d o v ea P e n e lo p e fa r lieta, su p ar t e, es el m ás an t i g u o p o et a d e l a G r ec i a p r o p i am en t e d i ­
V incer p o t e r d en tro d a m e l*ardore
ch a, d e l a G r ec i a co n t i n en t al eu r o p ea. Es, ad em ás, u n a f i gu r a
c h 'i'e b b i a d iv en ir d e l m o n d o es p erto ,
e d e lli vizi u m an i e d e l v a lo re. h i st ó r i ca p er f ect am en t e d ef i n i d a, y a q u i en p u ed en at r i b u i r se,
co n t o d a l a segu r i d ad q u e es p o si b l e y segú n el d i ct am en He l a
In f. xxvi, 95-<jg
450 LA A N T IG U A E D U C A C IÓ N H ELÉ N IC A 451
LA A N T IG U A E D U C A C IÓ N H ELÉN IC A

cr í t i ca m ás r eci en t e, l as o b r as q u e h an co r r i d o al am p ar o d e su ex p er i en ci a p er so n al y f am i l i ar , ex t r ae H esí o d o su m en saj e m o ­


n o m b r e. Es, en su m a, el p r i m er pi oet a cierto d e l a cu l t u r a oc­ r al . El p oet a agr i cu l t o r , en ef ect o, p ar ece h ab er p asad o u n a v i d a
ci d en t al .
n ad a f el i z, a cau sa so b r e t o d o d e l os l ar go s p l ei t o s q u e t u v o con
C u án d o n aci ó , o si q u i er a en q u é si gl o, n o l o sab em o s exact a­ su h er m an o m en o r , Per ses, m o zo d i si p ad o y m an i r r o t o , el cu al ,
m en t e, p er o segú n M au r i c e Cr o i set , i n c o m p ar ab l e au t o r i d ad en así q u e h u b o d i l ap i d ad o l a p ar t e q u e l e t ocó d e l a h er en ci a
l a m at er i a, H esí o d o t i en e q u e ser p o st er i o r a H o m er o . A m b os, p at er n a, i n t en t ó ech ar se so b r e l as t i er r as d e su h er m an o . Y n o
en ef ect o, escr i b en en el m i sm o d i al ect o j ó n i co , y co m o est a l en­ f u e est o l o p eo r , si n o q u e, en el i n ev i t ab l e l i t i gi o j u d i c i al q u e
g u a n o p u d o en n i n g ú n caso ser o r i g i n ar i a d e Beo ci a, p at r i a de so b r ev i n o , l e d i er o n r azó n a Per ses, so b o r n ad o s p o r él , l os m a­
H esí o d o , es f or zoso su p o n er q u e al l í d eb i ó d e r eci b i r se, en l os m e­ l os j u eces, “ d ev o r ad o r es d e d o n es” , co n l o cu al , en co n cl u si ó n ,
d i o s i l u st r ad o s, l a g r an p o esí a ép i ca j ó n i ca. Po st er i o r a H om er o, el p o b r e d e H esí o d o p ar ece h ab er q u ed ad o r ed u ci d o , p ar a co l o ­
p o r t an t o, p er o n o m u c h o m u y p o st er i o r , ya q u e l a i n f l u en ci a he- car n os en l a m ej o r d e l as h i p ó t esi s, a u n a si t u aci ó n eco n ó m i ca
si ó d i ca es b i en v i si b l e d esd e el si gl o v i i , p o r l o q u e Cr oi set , en segu r am en t e n ad a b o n an ci b l e. ¿Q u é q u ed a en t o n ces? En o t r o
co n cl u si ó n , co n j et u r a q u e H esí o d o h ab r á si d o d el si gl o v m .
cu al q u i er a, l a d esesp er aci ó n o l a v en gan z a. En él , p o r el c o n t r a­
N o d eb e p r eo cu p ar n o s m ay o r m en t e el cal en d ar i o cu an d o por r i o, en su al m a g r an d e y b el l a, l a su b l i m ac i ó n p o ét i ca y m o r al
o t r o l ad o , y p o r el p o et a m i sm o , sab em o s l as p ar t i cu l ar i d ad es d e su d esd i ch a; l a fe i n q u eb r an t ab l e en l os v al o r es ét i co s d e l a
m ás i n t er esan t es d e su v i d a, y t an i l u m i n ad o r as, ad em ás, d e su j u st i ci a y d el t r ab aj o , p o r h o l l ad o s q u e p u ed an ver se en l a ci r ­
m en saj e ar t í st i co y p ed agó gi co . E n A sct a d e Beo c i a n aci ó y cu n st an ci a f am i l i ar y so ci al en q u e l e co l o có su d esv en t u r a.
m u r i ó H esí o d o , y él m i sm o n o s d escr i b e aq u el l u g ar co m o “ m í­ T o d a v í a h o y n o es p o si b l e l eer si n p r o f u n d a em o ci ó n est as
ser o p u eb l o , en n i n g u n a est aci ó n am en o , t er r i b l e en i n v i er n o e
p al ab r as, l l en as d e am o r f r at er n o a p esar d e t o d o , con q u e el
i n so p o r t ab l e en v er an o ” . A l l í p asó el p o et a su v i d a en t er a, si n
p oet a i n c r ep a a su h er m an o : " D e j a q u e t e aco n sej e co n r ect o
o t r a sal i d a q u e l a ef ect u ad a u n a so l a vez p ar a i r a co n cu r sar en
en t en d i m i en t o , Per ses, m i n i ñ o g r an d e. . . Fác i l es al can z ar en
el f est i v al p o ét i co d e Eu b ea. Po et a d esd e l u ego , y gr an poet a,
t r o p el l a m i ser i a. L i so est á el cam i n o y n o r esi d e l ej os. Si n em ­
p er o en n ad a sem ej an t e a l os p o et as can t o r es d e l a ép o ca h o m é­
b ar go , l os d i oses i n m o r t al es h an p u est o , an t es d el éx i t o , el su d o r .
r i ca, q u e an d ab an d e u n o en o t r o l u g ar p u l san d o l a l i r a y cor ­
L ar g o y esc ar p ad o es el sen d er o q u e co n d u ce a él y, al p r i n c i p i o ,
t ej an d o el f av o r d e l os p r í n ci p es. L a p o esía l e b r o t a a H esío­
ásp er o. C u an d o , si n em b ar go , h as al can z ad o l a cú sp i d e, r esu l t a
d o si m p l em en t e, p o r q u e t en í a q u e b r o t ar l e co n ab so l u t a esp on ­
f áci l , a p esar d e su r u d ez a” .11 M al aco n sej ad o an d a Per ses en
t an ei d ad y si n m agi st er i o aj en o . Fu er o n l as M u sas —l a i n sp i r a­
b u scar l e p l ei t o s a su h er m an o , c u an d o d eb í a p en sar q u e n o es l a
ci ó n i n t er i o r y n o o t r a co sa— q u i en es l e en señ ar o n su ar t e, cu an ­
en v i d i a est ér i l , si n o l a em u l aci ó n f ecu n d a d el t r ab aj o l a ú n i ca
d o, ad o l escen t e aú n , ap ac en t ab a l os gan ad o s d e su p ad r e en l as
q u e p u ed e ser l egí t i m a y h o n est a. So n l as d o s Eris —d i ce el p o et a,
f al d as d el H el i có n . Po r ú l t i m o , n o v i v i ó n u n c a d e su m u sa, com o
j u g an d o con el d o b l e sen t i d o d e l a p al ab r a—, l as q u e, co m o “ d os
aq u el l o s o t r o s aed as p r o f esi o n al es, si n o d e su t r ab aj o d e p eq u eñ o
h er m an as d el m i sm o n o m b r e, an d an er r an t es p o r el m u n d o ” , y
p r o p i et ar i o agr í co l a, au n q u e, eso sí, l i b r e e i n d ep en d i en t e, sin
n o es d eb i d o q u e l a h er m an a m ás v i l su p l an t e a l a m ás n o b l e.
p ed i r l e n ad a a n ad i e si n o a l a m ad r e t i er r a.
" ¡T r a b a j a , i n sen sat o l El t r ab aj o es l a l ey q u e l os d i oses h an i m ­
Pi n t u r a f i el d e est a ex i st en ci a d i gn a, sen ci l l a y esf o r zad a, es
p u est o a l os h o m b r es” . Y en t ér m i n o s m ás co n cr et o s, en u n a
el p o em a d e H esí o d o , Los trabajos y los días ( ' ' Ep y a xod r p Ép at ) .
ad m i r ab l e t r asp o si ci ó n d e l a t ar ea c o t i d i an a a l a l ey u n i v er sal
A l i gu al q u e en V i r g i l i o , el év ase t am b i én aq u í el l ab o r í o del
d el t r ab aj o , el p o et a ex h o r t a d e est e m o d o t an t o a su h er m an o
c am p o a u n p l an o d e t r an sf i g u r ac i ó n est ét i ca; p er o n o es est o l o
com o al h o m b r e en gen er al : “ A l l í est á l a l ab o r q u e t e esp er a.
q u e p o r ah o r a n os i n t er esa, si n o l a r ef l ex i ó n m o r al q u e por
D esp ó j at e d e t us vest i d o s, y q u e n o t e ar r ed r e t u j o r n ad a b aj o
p r i m er a vez ap ar ece en l a co n ci en ci a h el én i ca, en cu an t o ex p r e­
el sol . L a m i ser i a y el d esp r eci o t e esp er an si r et r o ced es, y el
sad a n o y a en sen t en ci as d i sp er sas y an ó n i m as d e l a sab i d u r í a
p o p u l ar , si n o p o r l a voz d e u n h o m b r e r eal y co n cr et o q u e
am o n est a a su s co n ci u d ad an o s. Po r p r i m er a vez t am b i én , d e su u Erica, 286 ss.
452 I-A A N T IG U A ED U C A C IÓ N H ELÉN IC A LA A N T IG U A E D U C A C IÓ N H ELÉN IC A 453

b i en est ar y l a al egr í a d el r ep o so gan ad o si t er m i n as t u surco miento de toda norma moral, que ignoran en absoluto con di
al c r ep ú scu l o .” vina inconsciencia. En Hesíodo, por el contrario, los dioses son
Po et a d e l os o b r er o s” l l am ó a Hesíodo, a l o q u e se cuent a, frecuentemente —con lo que está dicho que no siempre— encar
A l e j an d r o M ag n o . Si l o h i zo con i n t en ci ó n d esd eñ o sa —l o que, nación de ideas o principios morales. Zeus es ahora sobre todo
p o r l o d em ás, ser í a b i en v er o sí m i l —, n o l o sab em o s. Co m o qu i er a la Providencia cuyo ojo, dice el poeta, lo ve todo y a todo pro
q u e h ay a si d o , h o y r eco gem o s con g r at i t u d aq u el ap el at i v o , y sa­ vee, entre otras cosas para darle a cada cual su m erecido.1'- Y su
l u d am o s en H esí o d o l a p r i m er a voz q u e se al zó en el m u n d o progenie, además, es altamente significativa. En Tem is, en efec
p o r l a g l o r i f i cac i ó n d el t r ab aj o . En cam b i o , n os p ar ece u n t ant o to, engendra Zeus a Eunomia, Dike e Irene; o lo que es lo
p ar ad ó j i c o el l l am ar a H esí o d o “ u n r o m an o en t r e l os gr i egos" mismo, que de la unión del Poder con la Justicia nacen el O r
( G o m p er z ) , co m o si ú n i cam en t e en el L ac i o h u b i er an f l or eci d o den, el Derecho y la Paz, entidades concebidas ahora como los
est as v i r t u d es d e f r u g al i d ad y d i sci p l i n a t an en co m i ad as por el principios fúndatenos de la convivencia humana. En Hesíodo,
p o et a cam p esi n o d e B eo d a . L a gl o r i a d e H esí o d o con si st e en h a­ como advierte jaeger, encontramos por primera vez la Idea del
b er si d o el p r i m er o en p r o c l am ar l as en el l en g u aj e d e l a poe­ Derecho: esta D i h e cuya madre es T e m i s , es decir la justicia;
sía, p er o él m i sm o n o er a en est o si n o eco d el al m a d e su p u e­ filiación que autoriza, en seguida, a hablar de la “dike igual
b l o , m o r ad o r d e u n su el o en gen er al i n gr at o o p o co f ér t i l , y que, mente como de la “justicia”, sólo que ya no como de la J u s
p o r l o m i sm o , d em an d a d e su s h ab i t an t es u n a v i d a d e t r abaj o ticia ideal, sino en su encarnación concreta en el mundo de la
co n t i n u o . C o n t o d o aci er t o ci t a Jaeg er , a est e r esp ect o, el si gu i en ­ convivencia interhumana. A ella y a su función de medianera
t e t ex t o d e H er ó d o t o : “ G r ec i a h a si d o en t od os l os t i em p os un entre Zeus y los mortales, se refiere el poeta en este pasaje: “ Dike
p aí s p o b r e. Per o en el l o f u n d a su arete. A el l a l l ega m ed i an t e el es la virgen h ija de Zeus, y en torno de ella reina una suave
i n g en i o y l a su m i si ó n a u n a sev er a l ey, y es así co m o se d ef i en d e v respetuosa veneración entre los dioses que habitan el O lim
l a H él ad e d e l a p o b r ez a y d e l a ser v i d u m b r e.” po. Y cuando la ofenden los hombres, viene luego a sentarse
H er m an a d el t r ab aj o es l a j u st i ci a, y es n at u r al , p o r t ant o, cerca de su padre Zeus, y clama ante él a fin de que castigue a
q u e t am b i én est a v i r t u d , l a su p r em a en el o r d en m o r al , ocu pe los hombres injustos”.
u n l u g ar i g u al m en t e so b r esal i en t e en l os carmina hesiodica. En No sólo en el mito de su nacimiento, sino en otros muchos
p l u r al d eb em o s h ab l ar ah o r a, p o r q u e el p an egí r i co d e l a j u st i ­ lugares del poema está también, en una u otra forma, la 1an
ci a se en c u en t r a t an t o en Los trabajos y los días co m o en el ot r o danza de la justicia. Dirigiéndose una vez más a su hermano,
p o em a t am b i én m u y co n o ci d o d e H esí o d o , l a Teogonia, u n a dice el poeta: “Atiende a la justicia y olvida la violencia. Porque
t ab u l ac i ó n , co m o su n o m b r e l o i n d i ca, so b r e el o r i gen y n aci ­ tal es la ley que, para los hombres, ha establecido el hijo de
m i en t o d e l os d i oses. Q u e el r et ó r i co Q u i n t i l i an o cen su r ar a est e Cronos. Los peces y las bestias salvajes y los pájaros se devoran
seg u n d o p o em a p o r su f al t a d e v u el o l í r i co (Raro assurgit He- entre sí, puesto que entre ellos no existe el derecho. Pero a los
siodus, d ecí a m al i c i o sam en t e) , en n ad a af ect a el v al o r q u e t i e­ hombres ha hecho Zeus don de la justicia, y es con mucho lo
n e, y el ú n i co q u e aq u í n os i n t er esa, en cu an t o a l a n u ev a vi ­ mejor que tienen”.13 O el mayor de los bienes, como puede
si ó n q u e en él se n os o f r ece d el Pan t eó n o l í m p i co , y q u e es en igualmente traducirse el texto; bien muy más alto, por si solo,
m u ch o s asp ect o s t o t al m en t e d i st i n t a d e l a v i si ó n h o m ér i ca. Del que todos aquellos bienes de otra especie que pueda procurarnos
m i sm o m o d o , en ef ect o, q u e l a h u m an i d ad h esi ó d i ca, h u m i l d e la injusticia. Con la justicia tendremos siempre m á s , al confor
y t r ab aj ad o r a, es p o r co m p l et o d i f er en t e d e aq u el l a n o b l eza h o­ marnos con lo que legítimamente nos corresponda, y con la in
m ér i ca, en g r eí d a y o ci o sa, así t am b i én est os d i oses d e l a Teogo justicia, por el contrario, siempre m e n o s ; y por esto no es en rea
nia t i en en r asgo s h ast a en t o n ces i n éd i t o s, o q u e en t od o caso lidad nada paradójico lo que enuncia el poeta: "Insensatos, no
n o en co n t r am o s en l os d i oses h o m ér i co s. Per so n i f i caci ó n d e f u er ­ saben cuán verdadera es la sentencia de que la mitad es mayor
zas n at u r al es o d e ap et i t o s h u m an o s, d e ap et i t o s p u r am en t e v i ­ que el todo, y qué bendición encierra la hierba más humilde
t al es, so n en gen er al l os I n m o r t al es d el ciclo t r o y an o , con Zeus 12 Erga, 267: j i ávxa Iftcav Al ó? ó(f 0aXnó? *od j u ív t c i voij<m?-
a l a cab eza, si n o t r a l ey q u e su cap r i ch o , con en t er o d esp r en d í- 13 E r ga, 27 -1-
454 LA A N TIG U A E D U C A C IÓ N H ELÉN IC A LA A N T IG U A E D U C A C IÓ N H ELÉN IC A 155

q u e p r o d u c e l a ( i er r a p ar a el h o m b r e, l a m al v a y el asf ó d el o ” .14 cu m p l e h acer m en ci ó n aq u í d e t íos gr an d es p o et as: Pí n d ar o y


E n l a j u st i ci a y el t r ab aj o , co m o en sus p i l ar es f u n d am en t al es, T eo gn i s, q u e p r o l o n gan el i d eal ar i st o cr át i co d e l a v i d a, p er o
h a d e su st en t ar se, p o r t an t o, el o r d en ét i co - j u r í d i co q u e em an a con m ezcl a d e ot r os el em en t o s q u e n o se en c u en t r an , o n o con
d e l os p o em as h esi ó d i co s. En l a paz t am b i én , ya q u e I r en e es t an f i r m e r el i eve, en l a ep o p ey a h o m ér i ca. D i gam o s d e cad a u n o
i g u al m en t e h i j a d e Zeu s y h er m an a d e D i k e. L a gu er r a es m al a l o m ás esen ci al o i m p r esci n d i b l e.
y l a d i sco r d i a esp an t o sa: TxóXep,óg t e x ax ó ; x aí t púXoiug at víj . ¡A A Pí n d ar o se l e con oce so b r e t od o p o r su s can t o s d e v i ct o r i a,
q u é d i st an ci a est am os, u n a vez m ás, d el b el i ci sm o en ar d eci d o sus ep i n i ci o s, en h o n o r d e l os at l et as v en ced o r es en l os gr an d es
d e l a so ci ed ad h o m ér i ca! cer t ám en es d e O l i m p i a, D el f o s y N a n e a . Es aú n , i n d u d ab l e­
H a si d o n ecesar i o d ar est a n o t i ci a, d esp u és d e t od o m u y su­ m en t e, el an t i gu o i d eal ago n í st i co y d e su p r em ac í a, só l o q u e
m ar i a, d e H esí o d o y su s i d eal es ét i cos, ya q u e es i n d u d ab l e su ah or a, f el i zm en t e, r ef er i d o ya n o a l a gu er r a, si n o a l a c o m p e­
i n f l u j o , al l ad o d el ej em p l o v i v i en t e d e Sócr at es, en l a paideia t en ci a i n c r u en t a d el est ad i o . El d ep o r t e co m o su st i t u t i v o d e
p l at ó n i c a, en su est i m aci ó n d el v ar ó n j u st o q u e h ace “ l o su yo l a gu er r a, segú n d i r í a O r t ega y Gasset , o p o r l o m en o s co m o
p r o p i o ” , y p ar a el cu al es l a j u st i ci a, en cu al esq u i er a ci r cu n s­ em u l aci ó n i gu al m en t e h o n o r ab l e, h a en t r ad o ya en l as co st u m ­
t an ci as, el m ay o r d e l os b i en es, y l a i n j u st i ci a, a su vez, el m ayo r br es y en l a est i m at i v a ax i o l ó gi c a. En l o d em ás, si n em b ar go ,
d e l os m al es. M ás aú n , es b i en p o si b l e q u e est a co n si d er aci ó n y d en t r o d e est e n u ev o m ar co , p er v i v e el esp í r i t u h o m ér i co co m o
h ay a si d o p ar a n o so t r o s l a p r ev al en t e en n u est r a ex p o si ci ó n de el eq u i l i b r i o en t r e el r i esgo h er o i co y l a al eg r í a p er m an en t e
H esí o d o , m ás aú n q u e el p ap el q u e al p o et a b eo ci o p u ed a asi g­ (EÜcppoaúvn) en el d i sf r u t e d e l a vi d a. A l ex t er i o r , al go ce d e l os
n ár sel e en l a ed u caci ó n d e su p u eb l o . El cu l t o d el t r ab aj o , en sen t i d os, se vi er t e p o r en t er o est a p o esí a q u e can t a, co m o d i ce
f i n d e cu en t as, es al go q u e, co m o v i v en ci a col ect i va, n o ad v i en e Fr an k el , t od o cu an t o es b el l o y vi st oso en l a n at u r al ez a: el agu a,
si n o co n el cr i st i an i sm o , cu yo F u n d ad o r ep ó n i m o p asó en t r e el or o, l a f l o r y l os co l o r es b r i l l an t es.
su s co n t em p o r án eo s co m o el “ h i j o d el c ar p i n t er o ” d e N azar et . Po r el m i sm o cam i n o m ás o m en o s va 1 eo gn i s, el p o et a ar i s­
H ast a est e aco n t eci m i en t o , y en G r ec i a m u y co n cr et am en t e, se t ocr át i co d e M ég ar a, en cu yos ver sos, d est i n ad o s en g r an p ar t e
d esi gn a co n l a m i sm a p al ab r a: Pavcoi ct a, el t r ab aj o m an u al y l a a ser can t ad o s en l os b an q u et es, p r ed o m i n a est a v i v en ci a d e l a
co n d i ci ó n d e t o d o aq u el l o q u e, p o r cu al q u i er m o t i v o , es v u l gar euphrosyne co m o el sen t i d o f u n d am en t al d e l a v i d a. C o n sec u en ­
o d esp r eci ab l e. Y si a t o d o est o se añ ad e l a i n c o m p ar ab l e su p er i o ­ t em en t e, l os v al o r es vi t al es, d e l os cu al es es l a n o b l eza sí m b o l o
r i d ad ar t í st i ca d e l a ep o p ey a h o m ér i ca, se co m p r en d e f áci l m en t e y en car n aci ó n p o r ex cel en ci a, p r ed o m i n an t am b i én v i si b l em en t e
q u e n i H esí o d o n i n ad i e m ás h ay a p o d i d o ab at i r , o si q u i er a co n ­ sobr e l os val o r es m o r al es q u e, si n o p r eci sam en t e au sen t es, ap e­
t r ar r est ar , l a “ i n f l u en ci a t i r án i c a” d e H o m er o , co m o d i ce M ar - n as si em er gen en u n a l u z cr ep u scu l ar al l ad o d e l a cl ar i d ad
r o u , y co n el l a, el p r ed o m i n i o , en l a co n ci en ci a h el én i ca, d e su r ad i an t e q u e ci r cu n d a a l os p r i m er o s. A est e r esp ect o es m u y i n ­
“ ét i ca f eu d al d e l as gr an d es h az añ as” .15 t er esan t e l a o b ser v aci ó n h ech a a m en u d o p o r l os f i l ó l o go s, d e
q u e v o cab l o s t an b ási co s co m o áyaGoí y x ax o í n o q u i er en d eci r
D el ideal agonístico al equilibrio interior “ b u en o s” y " m al o s” en el sen t i d o q u e h o y l o en t en d em o s, si n o
“ n o b l es” y “ v i l l an o s” —co m o cl ases so ci al es p r eci sam en t e— cu an -
N o o b st an t e, g u ar d ém o n o s d e ex ager ar , p o r q u e si al go h a de d o q u i er a q u e n os sal en al p aso est os t ér m i n o s t an t o en H o m er o
m at i z ar se co n ex t r em o cu i d ad o es el cu ad r o d e l as f u er zas esp i r i ­ com o en sus ep í go n o s, en T eo g n i s d esd e l u ego . “ Esf o r z ad o s" y
t u al es cu y a i n t er acci ó n co n f i gu r a u n a ép o ca d et er m i n ad a. A m e­ “ co b ar d es” p o d r í a ser t am b i én u n a t r ad u cci ó n ad ecu ad a, p er o
d i d a q u e p asa el t i em p o , l as m i sm as co r r i en t es v an m ezcl án d ose si em p r e en el en t en d i m i en t o d e q u e sól o p u ed e l l am ar se con
en t r e sí co m o af l u en t es o t r i b u t ar i as o d e o t r o m o d o cu al q u i er a. en t er a p r o p i ed ad “ esf o r z ad o ” o, t am b i én , " h az añ o so , a q u i en
P ar a n o sal i r d e l a p o esí a, ed u cad o r a p o r ex cel en ci a en est as p r ev i am en t e h a n aci d o n o b l e. N o se h ace caso o m i so , es v er d ad ,
ép o cas ar cai cas —ya sea ép i ca, l í r i ca o f o r m al m en t e d i d áct i c a—, d el n ecesar i o co m p l em en t o q u e a l a d i sp o si ci ó n n at i v a h an d e
14 Er ga, 40. ap o r t ar d esp u és l os h áb i t o s y l as acci o n es, p er o l a “ v i r t u d ” se
16 M ar r o u , o p . cil., p. 44. f u n d a r ad i c al m en t e en l a n at u r al ez a: l a arelé en l a physis. A m e­
456 LA A N T IG U A ED U C A C IÓ N H ELÉN IC A I. A A N T IC U A E D U C A C IÓ N H ELÉN IC A 457

n os q u e p o r su co n d u ct a n o se h agan i n d i gn o s d e su al t a cuna, cu al q u i er o b j et o se en r i q u ece cu an d o se l e co m p ar a co n su co n ­


b u en o s so n l os n o b l es y “ m al o s” l os v i l l an o s, si n m ás n i más. t r ar i o, ser á b u en o d eci r , p ar a t er m i n ar , q u e el co n t r ar i o m ás
N o ser á si n o p o r u n p r o ceso sem án t i co m u y l en t o cu an d o tér­ ci er t o do l a sophrosyne es l a hybris, el exceso o d esb o r d am i en t o
m i n o s cor n o l os an t er i o r es, y o t r o s m u ch o s q u e f áci l m en t e po­ en t odos l os ó r d en es, y p ar t i c u l ar m en t e en el O r den ét i co y en
d r í an ad u ci r se, t an p er d i en d o su sen t i d o ago n í st i co p ar a i m­ el p o l ít i co. D esd e est a ép o ca d e> t r an si ci ó n , y so b r e t o d o en l as
p r egn ar se, p au l at i n am en t e t am b i én , ele t o n al i d ad es p r op i am en t e qu e h ab r án ele segu i r , el p r o t o t i p o p o r ex cel en ci a d e l a hybris
esp i r i t u al es. A h o r a b i en , y au n q u e n o p r eci sam en t e en esos t ér­ es el t i r an o . D e l a co sm o v i si ó n h o m ér i ca, p o r el co n t r ar i o , est án
m i n o s o co n cep t o s, el p r o ceso en cu est i ó n , d el i d eal h er oi co al au sen t es t od as est as r ep r esen t aci o n es o cat ego r í as. Segú n l a acer ­
i d eal d e l a sab i d u r í a, l o en co n t r am o s ya en l a m i sm a par ej a t ada o b ser v aci ó n d e Ro d r í g u ez A d r ad o s, l a sophrosyne. n o es
d e p o et as d e q u e est am o s h ab l an d o : Pí n d ar o y T eo gn i s. En vi r t u d d e l os h ér oes, y d e el l a est á p or l o co m ú n m u y l ej o s el
su s can t o s ap ar ece, al l ad o d e l a e u p h r o s y n e , l a s o p h r o s y n e , h ér oe ép i co, co m o d e l a m ed i d a en g en er al .1. A n t es q u e l os f i ­
est a v i r t u d t an b el l a co m o l a p al ab r a con q u e en gr i ego se ex­ l ósofos o l os ed u cad o r es p r o f esi o n al es, l os m i sm o s p oet as van
p r esa; u n o d e l os m ay o r es en can t o s, p o r ci er t o, d el esp ír i t u he­ ab r i en d o n u ev o s cau ces en l a su b l i m aci ó n d e l os i d eal es d el h o m ­
l én i co . Po r “ sal u d esp i r i t u al ” , 16 “ t em p l an z a” , “ m o d er ac i ó n ” , “ m e­ br e y en l a t r an sf o r m aci ó n d e l a ét i ca ago n al . 1 .l egar á el d í a en
d i d a ” , " au t o d o m i n i o ” , “ au t o l i m i t ac i ó n ” , “ eq u i l i b r i o i n t er i or ” q u e acab ar án p o r i m p o n er se m áx i m as co m o l a d e F o d l i d es:
—y ser í a m u y f áci l al ar g ar l a l i st a d e si n ó n i m o s—, p u ed e per ­ “ En l a j u st i ci a est án r eu n i d as t od as l as v i r t u d es” , y l a d e T e o g ­
f ect am en t e t r ad u ci r se aq u el l a voz d e t an v ar i ad a au r a si gn i f i ­ ni s: “ L o m ás h er m o so es l a j u st i c i a” . Se i m p o n d r án n o so l o en
cat i va. Es al go q u e v i en e d e l o m ás p r o f u n d o d el al m a gr i ega, l a co n ci en ci a p o p u l ar , si n o en l os m i sm o s h o m b r es d e Est ad o .
r eso n an ci a f i el d e aq u el l as sen t en ci as q u e l os p er egr i n o s d e Del- El p r i m er caso, y el m ás so b r esal i en t e, es el d e So l ó n , q u i en
fos p o d í an ver escu l p i d as en el san t u ar i o d e A p o l o : " N ad a en r eú n e, ad em ás, l a d o b l e co n d i ci ó n d e p o et a y est ad i st a, en g r a­
d em así a” (pi qScv á y a v ) , y “ L o m ej o r es l a m ed i d a” (¡xéxpov d o p o r i gu al em i n en t e. Po d r í am o s ah o r a p o n d er ar su m en saj e
a p u n o v ) . L a s o p h r o s y n e es l a m ed i d a (m e t r o n ) , d esd e l uego, de p o et a ed u cad o r , p er o co m o n o es p o si b l e d i so ci ar l o d e su
y p o r co n si gu i en t e el sen t i m i en t o d e j u st i ci a ( d i k e ) , l a cu al es o b r a p o l í t i ca, p r ef er i m o s d ej ar l o p ar a cu an d o h ay am o s d e co n ­
asi m i sm o m ed i d a o l i m i t aci ó n , p er o co m p l i cad o t od o el l o con si d er ar l o co m o l o q u e so b r e t o d o f u e, co m o el v er d ad er o f u n ­
el em en t o s em o ci o n al es, en t r e l os cu al es el m ás so b r esal i en t e tal d ad o r d el Est ad o at en i en se.
vez es el aíSm c: p u d o r o v er ec u n d i a o r esp et o i n st i n t i v o de la En co n ex i ó n con l o an t er i o r , y an t es aú n d e en t r ar en el ex a­
l ey m o r al , al go m u y sem ej an t e a l o q u e K an t , co n r ef er en ci a a m en de ot r os agen t es ed u cat i v o s, n os p ar ece o p o r t u n o h aca-
l a m i sm a l ey, l l am ab a A c h t u n g . Po r ú l t i m o , y co m o al go que m en ci ó n , así sea m u y d e p asad a, d el f act o r r el i gi o so , n o d e l a
d eb e t en er se m u y p r esen t e, l a s o p h r o s y n e n o est á d e n i n gú n r el i gi ó n h el én i ca en gen er al , l o q u e n os l l ev ar í a d em asi ad o l e­
m o d o ci r cu n scr i t a al ám b i t o d e l a m o r al i d ad , p o r m ás q u e ne­ j os. p er o sí p o r l o m en o s d e l a r el i g i ó n ap o l í n ea en cu an t o en ­
cesar i am en t e l a i n cl u y a, si n o q u e d esb o r d a con si d er ab l em en t e car n aci ó n em i n en t em en t e ej em p l ar d e l a s o p h r o s y n e ,13 A p o l o e x i ­
p ar a i m p r i m i r el m i sm o t o q u e d e m ed i d a o d e au t od om i n i o ge d e l os su yos, d e su s f i el es y p er egr i n o s, l a m o d er aci ó n en
en t o d a l a v i d a i n t er i o r y en t o d a l a co n d u ct a ex t er i o r , com o si t odo, l a d i sci p l i n a d e l os sen t i d o s, el d o m i n i o d e l as p asi o n es,
l u er a, en su m a, l a “ el egan ci a esp i r i t u al ” : p o d r í a ser ést a ot ra l a au t o p o sesi ó n l u m i n o sa d el esp í r i t u . A p o l o es el d i o s d e l a
t r ad u cci ó n t al vez l i b r e, p er o n o i n f i el . M ás q u e d e u n a vi r t ud , m ed i d a, co n f o r m e a l a i n scr i p ci ó n q u e an t es r eco r d am o s, g r a­
se t r at a, p o r t an t o, d e u n a em o ci ó n f u n d am en t al , d e u n a act i t ud b ad a en car act er es áu r eo s en el f r o n t i sp i ci o d e su san t u ar i o :
an t e l a v i d a q u e t i en e t an t o d e ét i ca co m o d e est ét i ca, com o la li áxpov ¿tpt<7Tcv. A l l ad o d e el l a est ab a l a o t r a, t am b i én m u y c.o-
t i en e —el n o m b r e l o est á d i ci en d o p o r sí so l o — l a kalokagathia,
i d eal su p r em o d e l a ed u caci ó n h el én i ca y p r áct i cam en t e eq u i va­ t~ Francisco Rodríguez Adrados, ilu stra ción y p o lític a en la G recia c lá
l en t e d e l a s o p h r o s y n e . Y ya q u e el co n o ci m i en t o d e t odo y sica, Madrid, ígOti, p. 74.
is (:f. “ El oráculo de Delfos y la educación nacional” , uno de los capí
’ * Es ést e, d esd e l u ego, su sen t i d o m ás p r o p i o, de acu er d o con su et i­ tulos mejor logrados en la obra de Erncst Curtios: H is t o ir e G r e c q u c . Pa
m o l o gía: “ m en t e t an a" . rís, 1881 , vol. II, p. 22 ss.
458 l a a n t ig u a e d u c a c ió n h e l é n ic a LA A N T IG U A ED U C A C IÓ N H ELÉ N IC A 459

nocida, del Conócete a ti mismo” (yvw0t crauTÓv), que inspiró, devoción a la -Ciudad, a la P o lis, la cual está ahora, para sus
nada menos, la misión y el magisterio de Sócrates. Pero aún miembros, ante todo y sobre todo. Al honor personal del caballe
prescindiendo de este acontecimiento, y del nuevo sentido, tan ro homérico, a ese yápete que tanto Agamenón como Aquiles an
profundamente revolucionario, que adquiere en el pensamiento teponen a la causa común, se sustituye ahora el culto de la patria,
socrático, el celebre mandamiento délfico fue habitualmente un y es éste el ideal de los cantos marciales de T irteo , el poeta lace-
factor extraordinario de educación y purificación moral. Sin que demonio de adopción, el cual, mejor que nadie, es eco y mensa
hayamos de buscarle interpretaciones más o menos esotéricas, y jero de la nueva ética. “Bella es la muerte —dice— de los bravos
desde luego arbitrarias, sino ateniéndonos estrictamente a los da que, en primera línea, sucumben por la patria”.
tos históricos, el sentido más obvio del n osce teipsu m parece haber Es aún, si se quiere, el antiguo ideal agonístico, sólo que ya
sido el de la necesidad del examen de conciencia que cada no por la supremacía personal, sino por la defensa y gloria de
peregrino debía hacer antes de entrar en el santuario délfico. Na la patria, a la cual se inmola, de todo en todo, el propio yo. En
die que tuviera la conciencia manchada podía sacrificar a Apolo la inmolación, mucho más que en hazañas singulares, radica ahora
ni consultar al oráculo. No bastaban las abluciones rituales en la el heroísmo, y como en este sentimiento no hubo excepciones en
fuente Castalia, como lo decía la Pitia en los siguientes términos: Esparta, no hay ya que seleccionar héroes en esta ciudad, porque
“Para el hombre de bien basta una gota. Al malvado, en cambio, lo son todos. En lugar de trescientos pudieron haber estado
no podría lavarlo ni todo el Océano”. Y en otro santuario, el de tres mil con su rey en las Termopilas: habría sido lo mismo;
Asclepio en Epidauro, a donde, por lo visto, había trascendido el habría pasado lo mismo que allí pasó. “Estado de héroes lla
bienhechor espíritu apolíneo, esta otra inscripción: “Hay que ser ma Jaeger a Esparta, y refiriéndose luego a la exaltación de la
puro para poder entrar en el templo fragranté; y la pureza con Ciudad en la conciencia colectiva, agrega lo siguiente: “ fre n te
siste en tener pensamientos de santidad”. Por la salud del alma, a la a r e lé de la epopeya, el nuevo ideal de la a r e lé política. ..
tanto como por la del cuerpo, se velaba en ese lugar, consagrado La P olis es la suma de todas las cosas humanas y divinas.” 19
al dios ele la medicina. M ucho antes aún de la época en que la Desgraciadamente este ideal de la patria y del Estado se con
educación comienza a impartirse en forma profesoral y libresca, virtió pronto en Esparta en el ideal y la aceptación sin reservas
llegan al pueblo estos mensajes de esta a r r ié en que se verifica el del Estado totalitario, del cual fue Esparta, en la historia de la
tránsito del ideal agonístico al equilibrio espiritual. cultura occidental, su primer exponente, no emulado, ademas,
en toda su inhumana y salvaje grandeza, sino hasta Adolfo
Hitler. T iranías las ha habido siempre, y desde luego fueron
L a ed u c a c ió n esp artan a muy comunes en Grecia, aun en la propia Atenas, pero el Es
tado totalitario no es simplemente la tiranía como hecho bruto,
Antes de pasar a Atenas, para no salir más de ella en la consi
como la hybris del poder singular, sino la organización ¡solí-
deración de nuestro tema, debemos tener en cuenta aquello que
tica cuyo efecto más profundo es el aniquilamiento de la per
su gran rival, Esparta, aportó a su vez a la p a id eia helénica en el
sonalidad, y esto ocurre cuando el Estado se sustituye a la per
amplio sentido en que por ahora estamos tomando este término. sona no sólo en sus actos exteriores, sino en su esfera más ín
Conservadora, aristocrática, guerrera: con estos tres caracteres tima, hasta acabar siendo el Estado, como decía Mussolini,
podría definirse la imagen que nos es más familiar de la sociedad “alma del alma”. Desde este punto de vista, y por más que en
espartana; imagen, además, que no varía desde los tiempos más los tiempos modernos hayan ido casi siempre de la mano tira
antiguos hasta que Esparta dejé) de existir como entidad política nía y totalitarismo , 20 no fue éste el caso, ciertamente, en la (iré-
independiente. Es como si asistiéramos a una congelación de la
vieja sociedad homérica, transportada a tierras de Lacedemonia,
19 P a id eia , p. q 8.
cuando ya en su mismo solar nativo y en tantos otros lugares ha 20 Lo de “casi siempre” lo decimos teniendo presente sobre todo el ac
bían ocurrido cambios trascendentales. Hay, no obstante, un ele tual totalitarismo soviético, en el cual la tiranía está radicada en el P a r
mento nuevo y de incalculable significación; y este elemento es la tido, pero no ya en un hombre singular, al contrario de lo que pasó en
460 LA A N T IG U A ED U C A C IÓ N H ELÉN ICA LA A N T IG U A ED U C A C IÓ N H ELÉN IC A -161

cía clásica. No lo fue, desele luego, en Esparta, donde el poder Hubo un tiempo durante el cual, según se dice, el arte y la
estaba ampliamente repartido entre los reyes, los éforos y otros cultura: canto, danza, poesía, alcanzaron cierto florecimiento
magistrados aún; y la historia, hasta donde sabemos, no regis en Esparta; pero todo esto parece haber cesado de repente, tan
tra allí el nombre de un solo tirano, cuando tanto abundan de repente, podemos añadir, que hay historiadores que creen
en tantas otras ciudades. No lo registra sencillamente porque posible ubicar esta cesación hacia el año 550. Sería un caso más,
gobernantes y gobernados, todos por igual y sin excepción al según Marrou, en el que podríamos ver it gran r ijiu t o : la de
guna, estaban sojuzgados en todos los aspectos de su vida, y has cisión consciente del Estado espartano de desterrar para siem
ta en su vida más íntima, por algo más permanente y opresivo pre la “música' —en el amplio sentido que esta palabra tiene
que el más extremado poder personal: por la dictadura del sis entre los griegos—, para clausurarse definitivamente en la triste
tema ideado por Licurgo, y que liada de cada hombre una pie pobreza espiritual de una vida de cuartel. “Los lacedemonios
za simplemente en la maquinaria del Estado. En su Vida dé —dice el autor anónimo de los D o b le s D iscu rsos— creen que los
Licurgo, y con referencia concreta a la educación, lo describe niños no deben aprender ni música ni letras, mientras que los
insuperablemente Plutarco en la forma siguiente: jonios, por su parte, estiman oprobioso el ignorar estas cosas”.
“L a educación se extendía hasta los adultos. Ninguno era Por “letras” quiere significarse aquí, evidentemente, la educa
libre ni podía vivir como quería. En la ciudad, como en un ción superior. Ni analfabetos ni iletrados en sentido absoluto
campamento, cada cual tenía reglamentadas sus ocupaciones y eran los espartanos, pero no aprendían, como dice Plutarco,
su género de vida en relación con las necesidades del Estado, sino lo “necesario” para su vida cívico-castrense. Algo tan típica
y todos eran conscientes de que no se pertenecían a sí mismos, mente griego como el amor de la palabra y la elocuencia, su
sino a la patria. . . A los ciudadanos los habituó Licurgo a no
resultado natural, tenía su condenación directa en el famoso
tener ni el deseo ni la aptitud para llevar una vida personal . ” 21
“laconismo” espartano. La elocuencia, además, no tenía nada
La educación para la libertad es, en los tiempos modernos,
que hacer en el seno de una comunidad donde no había ni
el ideal pedagógico. En Esparta, por el contrario, se instituye,
podía haber debate de ninguna especie. La asamblea popular es
con plena conciencia, la educación contra la libertad, para
aboliría del todo en la ciudad-campamento ( o't pc x t ó t c e S o v - partana, en efecto, se limita a votar “sí” o “no” ante una propo
•rcóXig) de que habla Plutarco. Las disciplinas escolares, conse sición precisa del Consejo de los Ancianos; y para prevenir el
cuentemente, tienen que estar, todas ellas, en función de la ne posible “no”, el propio Consejo tiene el derecho de disolver en
cesidad de mantener constantemente activa la militarización per cualquier momento la Asamblea.
manente. T ie n e tal carácter porque la guerra se concibe, en prin La misma economía educativa, por tanto, en todo lo demás.
cipio por lo menos, como permanente también. Cuando falta la De cultura musical, por ejemplo —algo tan importante en la
guerra exterior (y casi nunca faltaba con Mesenia, siempre in educación antigua—, tan sólo aquello propio para enardecer al
dómita) , la juventud espartana mantiene el entrenamiento bé guerrero en el combate: cantos marciales, y como instrumento
lico en la bárbara diversión de la xporcxeía: la caza “al escon único, aparte de la voz, la flauta, la cual, hasta donde sabemos,
dite” de los hilotas, perseguidos y exterminados como anima parece haber tenido una función análoga a la de nuestros cla
les salvajes . 22 rines y tambores. Con acompañamiento de música flautista, se
gún nos cuenta la historia, hizo demoler el general espartano
los totalitarismos picccilciHcs. así en la misma Unión Soviética como en
Italia y Alemania, gobernadas las tres por los tres conocidos tiranos de la Lisandro los muros de Atenas. Y en todas ocasiones, como dice
segunda guerra mundial. Plutarco, "era un espectáculo a la vez terrible y majes!uoso el
L i e . ¡34-25. del ejército espartano marchando al ataque al son de la flauta”.
22 Exterminio sistemático el de estos infelices, pero siempre parcial, con
la idea de que los hilotas, esclavos públicos del Estado, fueran lo suficien
Para terminar, y aunque de esto liemos baldado ya dentro de
temente numerosos piara prestar servicio, pero no tanto como para que otro contexto, nos es forzoso consignar aquí, en el cuadro en
pudieran sublevarse contra sus opresores. No hay en la Grecia antigua otro general sombrío de la cultura espartana, la práctica de la pe
ejemplo semejante de inhumanidad. derastía. "M e es preciso hablar de la pederastía —digámoslo con
462 LA A N TIG U A E D U C A C IÓ N H ELÉN ICA
LA A N T IG U A ED U C A C IÓ N H ELÉN IC A 463

Xenofont.e— por ser algo pertinente a la educación . ” - 3 A la edu En una época imposible de determinar con mayor exactitud,
cación espartana, por supuesto, por haber sido aquel Estado el pero casi seguramente hacia el siglo vi, la educación deja de
único que ha tenido el triste privilegio de sancionar legal ser en Atenas puramente militar, o en todo caso orientada pri
mente el amor masculino, más aún, de encomiarlo como la edu mariamente a la milicia, para dar también amplia cabida a la
cación más bella o más perfecta: xaXAía'TT) Tia.iSzía.2* Así pudie formación del espíritu. Y concurrentemente con este paso deci
ron pensar aquellos hombres (porque no hay nada que no de sivo, o como para tornarlo irrevocable, tenemos algo así como
bamos esforzarnos por comprender) al no importarles otra cosa la institucionalización de las nuevas tendencias con la apari
que el valor militar, expresión única y total, para ellos, de la ción de la escuela. En adelante la educación estará abierta a
personalidad humana. Ahora bien, y según lo comprobamos al todos los ciudadanos y no sólo a las clases privilegiadas, y en
estudiar el B a n q u e t e y a propósito no sólo de Esparta sino del lugar del antiguo preceptor de la nobleza está el maestro profe
Batallón Sagrado de Tebas, es un hecho histórico la conexión sional. A principios del siglo v era todo esto algo tan común y
fáctica entre el vicio de la pederastía y la virtud de la valentía, corriente, como para que Aristófanes pueda hablar de los niños
que luego fueron hombres en Maratón (año 4 9 0 ), saliendo de
la cual no d e b e , pero sí p u e d e emerger de otras fuentes igual
su casa al rayar el alba e hiciera el tiempo que hiciera, para “ir
mente espurias, como el amor de lucro, por ejemplo, que ali
con sus maestros”.
menta el heroísmo del bandido. Por último, todo induce a creer
Hoy nos parecen estas costumbres algo tan obvio, que nece
que ni siquiera era necesaria, en el caso de Esparta, la sanción
sitamos asomarnos por lo menos a la literatura de la época para
legal de prácticas cuya aparición parece ser una constante de las
poder darnos cuenta de la revolución profunda que entonces sig
comunidades guerreras, o simplemente militarizadas, entre indi
nificaron y de las graves resistencias que hubo que vencer para
viduos del mismo sexo y por la jornada entera sin interrupción.
imponerlas. No hay sino leer de nuevo a los poetas aristócra
El paralelo se impone, una vez más, entre la comunidad esparta
tas, a Píndaro y a Teognis, para percibir la reacción de desdén
na y organizaciones del tipo de la K r ie g s k a m e r a d s c h a ft y la Hi-
que la antigua nobleza muestra por la educación popular. ¿Cómo
tlerju g en d , cuyas costumbres fueron motivo de escándalo desde
es posible —se preguntan con sincero asombro— que la m áth esis
1934, al año apenas de su constitución. Volviendo a Esparta, en
pueda suplantar a la physis, la enseñanza a la naturaleza? ' ‘L le
su lugar diremos lo que de su p a id e ia , tanto en lo positivo como
ga a ser lo que eres” : tal era, en labios de Píndaro, el lema de
en lo negativo, pudo pasar al plan educativo de la República
la educación de los nobles; ahora, en cambio, todos, hasta los
platónica. Por el momento, no hay por qué detenerse más en lo
plebeyos, se imaginan que pueden llegar a ser lo que no han
que tiene más de sombras que de luces, cuando no aspectos fran
sido, lo que no son nativamente. Arrivistas de la cultura son,
camente sucios o repulsivos. N o n ragion iarn di lor, m a guarda
para el poeta, “estos que no saben sino por haber aprendido” ;
e passa.
estos paSóvTEc, como dice Píndaro, dándole al vocablo el sentido
despectivo que tiene hoy, y más aún en su origen, el término
L a an tig u a ed u ca c ió n a ten ien se análogo de s n o b . - 5
Hay, además, otra cosa en que debemos reparar, y es en que
Pongamos ya los ojos en Atenas, llamada a ser, aunque con el esta actitud defensiva de la nobleza frente a las escuelas no tiene
concurso de elementos foráneos, la “escuela de Grecia", según la meramente el interés histórico de un obstáculo que hubo de ser
famosa expresión de Pericles. Veamos cómo se impartía en ella superado, sino que pervive, así sea más o menos trasmuta
la “antigua educación” (áp)(aia TOXiSsCa), según llama Aristó da, por muy largo tiempo y en quienes menos pensaríamos.
fanes a la que, ajustada a los cánones tradicionales, estuvo vi En Platón mismo, tan aristócrata de sangre como de espíritu,
gente en Atenas hasta la segunda mitad del siglo v, antes de las
—> S n o b , en efecto, parece ser contracción de sin e n o b i l i t a l e , lo que in
grandes innovaciones pedagógicas de los sofistas.
dicaría que en la nobleza británica habría habido una reacción semejame
a la de la nobleza helénica, ante los p a r e e n us que pretendían emular su
I.ac. 2, 12.
estilo de vida.
21 Plut. L ie. 18, y Xen. L ac. 2, i ;>.
464 l a a n t ic u a e d u c a c ió n h e l é n ic a
LA A N T IG U A ED U C A C IÓ N H ELÉ N IC A 165
es evidente —como lo testimonia elocuentemente la C arta V il—
el manejo de otros instrumentos musicales, sino que aprende
su desconfianza de la disciplina escolar, entendida como docen
también el canto y la danza. Es, por tanto, la música en toda su
cia y aprendizaje, en lo que se refiere a la cultura superior, a la
diversidad: vocal, instrumental y coreográfica, y es también la
sabiduría propiamente dicha. U na facultad de filosofía, en la
“música” en el otro sentido de “culto de las musas”, ya que en
época actual, es fundamentalmente lo mismo, en su estructura
el canto entraba forzosamente el aprendizaje, oral-auditivo pol
y en sus hábitos, cpie una escuela de primeras letras. La Acade lo menos, de los grandes ¡xietas, comenzando por Homero. 5' lo
m ia platónica, por el contrario, y según hemos tenido ya ocasión que es también muy digno de notar, es que en este punto de la
de ponderarlo, es algo por completo distinto. En ella se ense educación musical (como igualmente en la educación gimnástica)
ñan las ciencias, pero no la filosofía, sino que se enseña a filo la innovación consistió únicamente en el establecimiento de la
sofar, y el maestro no tiene otra función que la de suscitar y escuela apropiada, pero no en la enseñanza misma, la cual tenía
conducir el proceso mayéutico —el gran descubrimiento de Só sus raíces en la más antigua tradición, |>or ser algo consustancial
crates—, a fin de que cada cual pueda por sí mismo encontrar al espíritu helénico. En música y gimnástica, como dirá Platón
la verdad, engendrándola y a lu m b r á n d o la en el interior de su (po’JOTxri, YUHvacr'UXT)) , se cifra el ideal educativo de los griegos.
alma. L a filosofía trasmitida, al modo corno se trasmite, por Lo que hoy es enseñanza de lujo o especialidad profesional, la
ejemplo, una información, n o es filosofía. Una y otra vez, pero música en su sentido más técnico, era para ellos una necesidad
sobre todo a propósito de la p a id e ia socrático-platónica, será ne vital, mucho más, incomparablemente, que la ciencia o la litera
cesario volver sobre esto. Y si ahora llamamos de nuevo la aten tura. Y lo era no tanto por razones estéticas cuanto por razones
ción sobre este punto, es porque al exceptuar la sabiduría pro morales, por la influencia de la música en la formación del ca
piamente dicha del régimen escolar propiamente dicho, hay, se rácter. No tiene valor apodíctico, desde luego, esta interpretación,
gún creemos, una como trasposición de la nobleza de casta —hos pero el hecho es que de Teognis a Platón, y no son los únicos, se
til en general a toda pedagogía— a la nobleza del espíritu, la encomia la música en tanto que promueve hábitos tales como la
cual, al contrario de la primera, sí está abierta a todos, pero cada paz o tranquilidad del espíritu (r]<7uxta, £Ú0upCa) o el autodom i
cual debe conquistarla por sí mismo. nio o autoseñorío (o-wqjpoa-úvr)). La música es número y medida, y
¿Cómo era el plan educativo de la escuela ateniense? Para al insinuarse una y otra cosa hasta el fondo del alma, “la tornan
entenderlo, comencemos por poner lo de “escuela” en plural, fuerte y bella por extrem o”. Es Platón quien lo dice, con reso
porque en realidad no son una ni dos, sino tres escuelas, o más nancia pitagórica y más lejana aún.
concretam ente tres maestros, los que el alumno frecuenta. El El tercer maestro de la niñez ateniense era el TpappaTitz-rri;,
prim ero es el TtcuSoTptp-ng, “entrenador de niños” o, como diría el “maestro de letras”. De primeras letras, podemos añadir, ya
mos hoy, maestro de gimnasia. No únicamente de gimnasia en que, habitualmente por lo menos, no enseña sino a leer, escribir
sentido restrictivo, sino de todos los deportes que entonces se y contar, porque la literatura propiamente dicha, que en aquella
cultivaban: carrera, lanzamiento de disco y jabalina, salto y lu época se reduce a la poesía, va, como hemos visto, con el canto,
cha en todas sus formas. T rátase, por tanto, no sólo del ejer y no hay necesidad siquiera de saber leer, porque la frecuente
cicio físico necesario para mantener el cuerpo ágil, vigoroso y audición la graba indeleblemente en la memoria. Ni idea tene
en buena salud, sino de la preparación atlética que puede incluso mos hoy de lo asombrosa que era la retentiva en aquellos tiem
pos de cultura agráfica, hablando en general. Pero si desde el
capacitar, a los mejor dotados, para concursar en los certáme
nes olímpicos. Y la “escuela” en este caso es el lugar que conti punto de vista de la educación moderna la función del y p ap p a-
TKTTTig ateniense parece ser bien humilde, en realidad este ter
nuamos llamando, como los griegos, palestra (-aLcúffTpa).
cer maestro es el elemento verdaderamente revolucionario en la
El segundo maestro es el xt,Gapurrf)5, “citarista” si queremos,
educación antigua, porque los otros dos, el de gimnasia y el de
pero en realidad maestro de música. La sinécdoque se torna evi
música, habían existido siempre. Ahora, en cambio, al lado de la
dente con sólo que pensemos que, según la abundante informa
letra fonética entra la letra escrita, y con el tiempo acabará por
ción que al respecto tenemos, no sólo se ejercita el alumno en
tener tal preeminencia que, por otra sinécdoque pero esta vez
466 LA A N T IC U A E D U C A C IÓ N H ELÉN ICA

expansiva, el TpappaTicrTiíg pasa a ser, por antonomasia, el


el “maestro” sin ulterior especificación. A fines del
S iS áax aX og ,
siglo v, o antes por ventura, era ya la lectura una práctica bas XV. LA IL U S T R A C I Ó N Y LA SO F ÍS T IC A
tante generalizada, como lo prueba el hecho ele que, según dice
Sócrates en su discurso de defensa, cualquiera puede procurarse, E l . s i g l o v, el Siglo de Pericles, es sin duda el más interesante
por el módico precio de una dracma, las comedias de Aristófanes, de todos en la historia de Grecia. En la historia política, econó
y algo semejante debió ser, presumiblemente, con las obras de los mica, intelectual y artística, en todas las manifestaciones, en
autores más en boga. suma, del poder y del espíritu. Ni hay por qué citar nombres,
Entramos así en la edad libresca que es la nuestra, pero con hazañas o monumentos, por ser algo que pertenece al haber
todo ello, no sería justo aplicar a la Atenas del siglo v, el ceci cultural mínimo de todo aquel que no sea, en el más propio sen
fu era c ela de Víctor Hugo; porque si es verdad que, al advenir tido del término, un bárbaro. Hay. por supuesto, expresiones
el Renacim iento, el libro escrito mató, en efecto, al libro viviente culturales altísimas c¡ue caen antes o después de aquel siglo: an
de la catedral gótica, no pasó lo mismo en la Grecia clásica. Por tes, por ejemplo, la gran poesía épica, y después, ya que su
glande que haya sido el auge del “gramatista”, los otros dos producción pertenece por entero al siglo iv, estas dos grandes
maestros y sus respectivas disciplinas: gimnástica y música, man cumbres del pensamiento helénico, que son Platón y Aristóteles . 1
tienen su rango y su importancia en el programa educativo. La No obstante ello, como fenómeno colectivo y en todos los órdenes
belleza y fortaleza del cuerpo y la cultura musical continúan antes indicados, el siglo v mantiene indiscutiblemente su pri
siendo necesidades primordiales, “porque toda la vida humana macía. Jamás en ningún otro, hasta la aparición del cristianismo,
tiene necesidad de ritmo y arm onía ” . * 6 En labios de Protágoras se enfrentaron tantas fuerzas espirituales y con tan extrema
pone Platón estas palabras, pero son suyas sin duda alguna; y si tensión.
se expresa por boca del príncipe de los sofistas, es por subrayar Atenas, por su parte, es el centro de gravedad de esta época
la continuidad que en este particular hay entre la educación an apasionante entre todas. A ella afluye, sin duda, el concurso del
tigua, la sofística, y él mismo, Platón. Letras, música y gimnás resto del mundo griego, ya sea en las guerras médicas, las G ue
tica es el fondo común y el legado permanente. No del todo in rras por la Libertad, ya en el otro concurso — o estímulo ori
variable, sin embargo, si pensamos en la segunda revolución pe ginario, no hay dificultad—, en la promoción de la cultura su
dagógica, obra principalmente de los sofistas, y a cuyo estudio perior que representan la sofística y la filosofía. No tiene sentido
pasamos a continuación. alguno el plantear, en casos como éste, la cuestión de la singu
laridad o del autoctonismo, porque Atenas asume, en todas estas
empresas políticas y espirituales y con impositiva claridad, una
función supremamente polarizadora y directora. De ella es, más
que de ninguna otra ciudad, la victoria sobre los persas; de ella,
también, la gran promoción cultural y artística que acostum
bra colocarse, y con razón, bajo el patrocinio de Pericles.
T a n glorioso como trágico, por lo demás, es para Atenas el si
glo v. Dentro de él, en efecto, alcanza la mayor gloria y descien
de al mayor infortunio. Al triunfo sobre Persia sigue la Liga
Marítima que pronto se transforma de hecho en la talasocra-
cia ateniense; pero no pasan muchos años sin que sobrevenga la
infausta guerra del Peloponeso que desgarra la familia helénica y

1 Platón, sin embargo, nace en el siglo v, y para cuando muere su


26 f i o / . 32Gb: J1Ü5 yaQ ó (fío; xoü úvOpiójiou EÜQi'0|ría!; te nal EÚap- maestro Sócrates (399) ha recibido de éste la dirección más profunda de
l i oaxía; Seírai- su pensamiento filosófico.

[467 ]
468 LA IL U ST R A C IÓ N Y I. A SO FÍSTIC A LA ILU STR A C IÓ N Y LA SO FÍST IC A •169

que rem ata en la derrota final de Atenas, con la supeditación a bino supremo, así en las grandes directivas como en los por
Esparta, la potencia victoriosa, así en el gobierno interno como menores, de la paz y la guerra. No podía ciarse paso alguno sin
en la política exterior, y no será .sino en los últimos años de contar previamente con la aprobación del pueblo, y no había
este siglo patético entre lodos cuando pueda restaurarse la de otro medio de concillarse su favor sino la inteligencia y la pa
mocracia. labra.
En algo de todo esto hay que pensar para poder representarse Temístocles, más que otro alguno, era de esto la prueba mejor
el trasfondo histórico, pero del pasado inmediato, que suscita y más viviente. De origen bastardo,3 pudo, no obstante, superar
y explica la construcción de la R e p ú b lic a platónica. Limitándo los obstáculos que esta condición llevaba consigo, hasta encum
nos por ahora al aspecto de la educación, el hecho sobresaliente brar los cargos más altos, gracias a su genio político y militar
tn el siglo v es la aparición y florecimiento de la Sofística, con y a su elocuencia persuasiva. Por este solo medio le fue posible
lo cual estamos ya en Platón, si no precisamente con él, dado imponerse sobre rivales tan temibles como Arístides, dechado
que sin la p a id e ia sofística es inexplicable la p a id e ia platónica, de toda virtud y muy superior, en este aspecto, a su contrin
del mismo modo que es inexplicable una beligerancia cualquiera cante, ¡tero cuya estrategia, de haberse aceptado, habría llevado
sin el conocimiento de ambos beligerantes. a sus conciudadanos a la derrota. Por su poder de convicción
L a Sofística, a su vez, no puede entenderse -—y por aquí de y nada más, Temístocles impuso la solución salvadora: la crea
bemos empezar— sin tener presente el nuevo espíritu que anima ción de la flota para obligar al enemigo a dar la batalla deci
a la sociedad ateniense después de las guerras médicas. Atenas siva en el mar. En Salamina se salvó Atenas, y con ella la liber
es ya, desde muy largo tiempo, una democracia. A este régimen tad en el m undo.4
la encamina, en primer lugar, la constitución dé Solón (594), Arrastrado por su ambición, Temístocles deslució después, con
y aunque es verdad que luego vienen intermedios lamentables hechos ignominiosos, su lustre incomparable; pero en él, en su
como la tiranía de Pisístrato —nunca tan extrema, por lo demás, hora gloriosa, pensaría sin duda la juventud ateniense que emer
como en otras ciudades griegas-—, la nueva constitución de Clís- gía de las guerras médicas, como en el paradigma supremo de la
tenes (510) consolida definitivamente la democracia en Ate acción política. Con sólo tener talento, cualquiera podía llegar a
nas. Con este régimen entra la Ciudad en la lucha contra el gran ser lo que había sido este prototipo del self-in a d e man. L a defi
Im perio asiático, y es natural, por tanto, que la victoria fortifi nición que dará Napoleón de la dem ocracia: la c a n i é r e o a v e r íe
que en ella su adhesión entusiasta al gobierno del pueblo y para aux talen ts, se realiza cumplidamente en la Atenas del siglo v.
el pueblo. Ni con toda su potencia militar, ni con todo su oro, Aunque no del todo eliminados, como después lo veremos, son
pudo el Gran Rey dom eñar o corromper a la Ciudad demo factores muy secundarios la sangre y la riqueza. Lo principal es
crática, como sí pudo hacerlo, en cambio, con otras gobernadas la ciencia política — no conocimiento teórico, sino saber vital—
por tiranos u oligarcas, prontos a sacrificar la independencia de y su expresión en la asamblea del pueblo. Ahora bien, y ya que
su patria con tal de continuar usufructuando su posición y sus todo ello no es privilegio de nacimiento, sino algo que cualquiera
riquezas. Fue el caso, por ejemplo, de Egina, la eterna rival de puede aprender, surge la necesidad de una nueva educación: de
Atenas en el Golfo Sarónico.2 En Atenas, por el contrario, no
podía haber traidores ni quintas columnas, ni los gobernantes 3 Desde el punto de vista de la aristocracia ateniense, claro está, por la
podían proceder de otro modo que conforme al interés común, sola razón de ser su madre originaria de Tracia. Rechazado de las pales
porque de todo había que dar cuenta a la asamblea popular, ár- tras frecuentadas por la jeu n esse d o r é e , hubo de hacer Temístocles su
educación atlética en el Gimnasio de Hércules, llamado así precisamente
2 La de Egina, por su posición estratégica, es la más importante de las por ser también el propio Hércules, semidiós no más, un bastardo entre
defecciones en la primera guerra médica, así como en la segunda lo es los dioses.
la de T esalia, y también por el egoísmo de la casta dominante. Con toda i Sin desconocer, claro está, que, desde el punto de sislu rstrii (amonte
espontaneidad, y antes aún de iniciarse las hostilidades, se habían puesto militar, la victoria de Platea es superior a la de Salamina; pero si esta
estos príncipes del lado de Xerxcs. ¡Cómo no iba a pensar el Gran Rey última se lleva la palma es por su efecto moral en el ánimo de los com
que su campaña sería apenas una marcha triunfal, cuando sin la menor batientes: algo así como Stalingrado — el principio del fin— en la segunda
fatiga de su parte veía a sus p ies a la más vasta región de Grecial guerra mundial.
470 LA IL U S T R A C IÓ N Y LA S O F ÍS T IC A 471
LA IL U S T R A C IÓ N Y LA SO F ÍS T IC A

elocuencia y de política, como suplemento necesario de la antigua bien averiguado y contra lo que se creyó por mucho tiempo, no
educación, ahora obviamente insuficiente o rudimentaria, A esta fueron los sofistas los corruptores —ciertamente no los corrupto
necesidad, con toda precisión, trata de satisfacer la Sofística, res originarios— del Estado y la mentalidad ateniense. Pudieron
y no puede en absoluto entenderse una cosa sin la otra. tal vez algunos de entre ellos —-y ni siquiera es esto jror com
pleto seguro— dar a p o s te r io r i una justificación filosófica a cier
tas tendencias o costumbres, pero unas y otras existían ya, con
E l I m p e r io a te n ie n s e y la Ilu stración
toda su negatividad moral, de mucho tiempo atrás. Existían no
“Desde el punto de vista histórico la sofística constituye un por obra de la filosofía, de la m ala desde luego, sino como re
fenómeno tan im portante como Sócrates o Platón. Es más, no es sultado del nuevo estado de cosas que se produce después de las
posible concebir a éstos sin aquélla.” 5 Es éste, en efecto, el pa guerras médicas.
recer general de la crítica más reciente, y se funda principal Es muy interesante comprobar — y Atenas es de ello ejemplo
m ente en el papel de prim era importancia que corresponde a los sobresaliente-— cómo las providencias más acertadas, las mayor
sofistas en la historia de la educación. mente conducentes al bien de la república, llevan igualmente
Si tan señalado acontecimiento había sido pasado por alto, consigo el germen de males futuros. En el duelo oratorio, eter
o poco menos, debióse simplemente al hecho de que la historia namente célebre, entre Arístides y Temístocles, la historia de
del pensamiento helénico, vigente hasta el siglo xix, seguía pol muestra cómo ambos tuvieron razón, el uno de inmediato y el
lo común la línea del menor esfuerzo, o sea el veredicto plató otro a la larga. Que no era posible oponerse válidamente a Xerxes
nico sobre la sofística, un veredicto de condena total e inapela sino llevando al m ar el teatro de la guerra, y que para esto había
ble. Es ésta, en efecto, la impresión de conjunto que dejan los que hacerse de una flota lo mayor posible, era sin duda el mejor
diálogos platónicos, y por más que el mismo Platón —basta con parecer en aquellas circunstancias, y en haberlo percibido así,
leerlo con atención— sea el primero en hacer las debidas salveda antes que ningún otro, estuvo el genio clarividente de T em ísto
des y en distinguir entre sofista y sofista y entre doctrina y doctri cles. Pero Arístides, por su parte, tenía también razón en el temor
na. Una investigación extremadamente ardua y paciente, o mu que abrigaba de que, una vez lanzada Atenas al m ar y como fuera
chas por mejor decir, emprendidas por numerosos sch olars, han de sí misma, convertida en potencia naval, la transgresión de los
sido menester para poner las cosas en su punto, y todavía no pue límites físicos que hasta entonces la habían circundado, llevara
de decirse que se haya llegado a un juicio absolutamente final y consigo la transgresión de los límites morales que, hasta entonces
concluyente.0 Como siempre pasa en estos casos, se ha ido en también, la habían mantenido en la observancia de aquella “me
ocasiones al extrem o contrario, es decir, del denuesto al pane dida” que era para ella, según se lo habían enseñado su religión
gírico. Creemos, no obstante, que hoy contamos ya con los sufi y sus poetas, lo “m ejor”: apur-cov pixpov. A hora bien, esta segunda
cientes elementos de juicio como para poder emitir un dictamen y fatídica transgresión se cumple puntualm ente en la época que
imparcial de la sofística en general y de cada uno de los sofistas sigue a las guerras médicas. Por su posición geográfica, [x>r su
en particular. De los mayores, por supuesto, que, a fuer de tales, armada incontrastable, y por el ascendiente moral, en fin, que le
son bien pocos. daba el haber encarnado, del principio al fin, la voluntad de
No es fácil decir por dónde debemos empezar para clarificar "hacer la guerra” ,7 Atenas pasa a ser, apenas consumada la victo
algo que ha sido tan distorsionado o enmarañado, pero nos pa ria final sobre los persas, la primera potencia del M editerráneo.
rece que podemos partir de la consideración del ambiente moral Podrá Esparta continuar siendo otrO tanto en la Grecia continen
en que hace su aparición la sofística. Subrayemos la prioridad tal europea, pero la geocracia espartana apenas si tiene im portan
cronológica de una cosa sobre la otra, ya que, según parece hoy cia al lado de la talasocracia ateniense.
De m anera insensible, sin proponérselo ella expresamente,
'■> Jaeger , P u id e ia , p. 267. acaba Atenas por asumir una posición abiertam ente hegemónica.
« L a b i b l i o gr af ía i t al i an a es m u y ap r cci ab l c en est e p ar t i cu l ar , si endo
d e m en ci o n ar se esp eci al m en t e l os est u d i os d e M ar i o U n t er st ei n er : I S ofisti 1 En el sen t i d o, n at o r al m en t e, q u e asu m ía est a exp r esi ó n en l ab i o s de
( T u r í n , 1(j.pt) v d e A d o l f o L ev i : S l o r i a d e lt a S o fis t ic a ( Ñ i p ó l es, 1966). Cl em cn ceau : J e f a i s la g u e r r e , j e j a i s la g u e r r e , c t j e j a i s la g u e r r e . . .
472 I-A ILU STR A C IÓ N V LA SO FÍSTIC A LA IL U STR A C IÓ N Y LA SO FÍST IC A 473

En un principio, y por virtud de los factores antes indicados, no la aprobación popular, en efecto, dependían todos y cada uno de
fue sino el p rim u s ín ter p a res en la Liga Marítima que necesa los actos del gobierno, ya que ni Pericles ni nadie más, hasta la
riamente hubo de constituirse con objeto de precaver con tiempo oligarquía de los Treinta, ejerció nunca la dictadura. Si hicieron
nuevas embestidas del Imperio persa, vencido sí, pero intacto y lo que hicieron, fue porque el espíritu de la h y b n s había hecho
poderoso. Con el tiempo, sin embargo, pasó a ser el v r n p e r a t o r , y a presa no sólo en los diligentes, sino igualmente en las almas de los
olvidarse, en esta posición, del interés común de los confederados, ciudadanos. La mejor prueba, si alguna fuere necesaria, podría
para no atender sino al suyo propio. A Atenas fue llevado el te estar en el ostracismo de Cimón, para el cual, como para todos
soro federal, que no debió haber salido nunca de la isla sagrada los de su especie, h ad a ¡alta un mínimo de seis mil votos. Cimón,
de Délos, según lo estipulado, y de él se dispuso en adelante no en efecto, ju ntam ente con Arístides, había abogado incansable
en beneficio de los aliados, sino, en gran parte poi lo menos, en mente por una política de circunspección con los aliados menores
la construcción de los grandes monumentos, el Partenón a la y de equilibrio con Esparta; así que su destierro significó el triun
cabeza, erigidos en Atenas en los años de paz entre las guerras fo definitivo de la política contraria, de fuerza y hegemonía.
médicas y la guerra del Peloponeso. Y lo que sobre esto y sobre Ahora bien, es muy interesante comprobar, por el testimonio de
todo lo demás merece la mayor reprobación — son páginas bien los historiadores, cómo la nueva mentalidad, la de todos, una vez
tristes en la por lo demás gloriosa historia de Atenas— fue la po más, se expresa espontáneamente en pensamientos y locuciones
lítica de implacable represión llevada a cabo contra aquellos que luego encontraremos en la literatura sofística, pero que, in
aliados que, sea por lo que fuere pero con derecho indiscutible, discutiblemente, no son de su invención. Ciertas tesis, por ejem
intentaron abandonar una asociación que no podía ser, de acuer plo, como la del derecho del más fuerte y las otras con ella empa
do con su origen y con su naturaleza misma, sino estrictamente rentadas, se encuentran ya en términos inequívocos y desde el
voluntaria. Hasta hoy nos estremecen de horror casos como los de momento mismo en que se constituye la Liga Marítima, en
Melos, Samos y Mitilene, en uno de los cuales, y ya no en el calor labios de caudillos atenienses de la altura de Milcíades o de
de la acción, sino después de la victoria y con plena deliberación, Temístocles, y a ellas se vuelve entusiastamente después del
se llegó al exterminio de toda la población viril adulta, siendo breve paréntesis de temperancia en que tuvieron el mando Arís
el resto, mujeres y niños, reducidos a esclavitud. Otros actos se tides y Cimón. El mismo Pericles parece haber compartido esta
mejantes y apenas menos reprobables fueron autorizados por el ideología, aparte de haberla puesto en práctica en su política
propio Pericles, humano con los suyos pero no con los extraños, exterior . 8 No hay por qué alargarnos más en esto. En los estu
y no porque tuviera, ni mucho menos, un natural sanguinario, dios más recientes sobre la materia podrá encontrar, quien lo de
sino porque ésta es la diabólica condición del poder, artífice de see, el más minucioso cotejo entre el léxico de los políticos de la
maldad hasta en las mejores naturalezas, como en el otro caso, tan época y las tesis que en boca de los sofistas o seudosofistas pone
trágicamente paralelo, de Dion de Siracusa. Por la convicción Platón en sus diálogos; y también se encontrará que la prio
que tenía, y que era absolutamente correcta desde el punto de ridad cronológica corresponde de ordinario a lo primero sobre lo
vista estratégico, de que la disidencia de sus aliados haría vacilar segundo.
primero, y zozobrar después, al Imperio ateniense, Pericles, con En conclusión, por tanto, y poniéndonos en el peor de los
tal de salvarlo y mantenerlo en toda su firmeza, atropelló con casos, de lo más que puede acusarse a los sofistas es de no haber
lodo lo demás. En su célebre oración fúnebre por los muertos en reaccionado —como sí lo hicieron, en cambio, Sócrates y P l a t ó n -
la guerra del Peloponeso, se ufana Pericles de que, según dice, contra la depravación ideológica y moral que ya existía en el
ningún ateniense se vistió jamás de lulo por su culpa, pero se seno de la sociedad ateniense, y a lo más de haberla fomentado,
guarda bien de decir otro tanto de los miembros de otras ciu pero en ningún caso de haberla creado con sus enseñanzas. Bien
dades. grave es ya la falta de quienes, alardeando de ser maestros de la
Había que recordar estas cosas para darnos cuenta de la des juventud, no supieron enderezar lo que tan manifiestamente
composición moral a que llegó Atenas, y sin la cual serían inex
s " D ’aprés luí, le droit da plus fort se juslifiait pleinement en poli-
plicables aquellos hechos y su política imperialista en general. De tique”. Curtius, ¡ I n lo ir r g rec q u e, n, 517.
474 LA ILU STR A C IÓ N Y LA S O FÍST IC A 475
LA IL U STR A C IÓ N Y LA SO FÍST IC A

veían estar torcido, pero no hay por qué exagerarla más. No por tidos, y esta desconfianza es nada en comparación con la que
ellos sino porque así estaba escrito en el libro de su destino, un exhibe la escuela de Elea, al tener ya no por engañosa, sino por
nuevo espíritu se había enseñoreado de Atenas en todos los ór inexistente, así de una buena vez, esta pluralidad de seres en
denes. No sólo en el orden político, con la proyección de la ciu que nos movemos y somos. Ni los sentidos ni la tradición tam
dad al exterior y el apetito consiguiente de dominación, sino en poco, valen más en adelante, sino tan sólo la razón, y lo que
el orden más radical de la inteligencia y de la estimación valora- ella justifique y sancione. Con esto se va de calle, entre otras
tiva. El comercio material y espiritual con tantos pueblos, par muchas cosas, el viejo Panteón olímpico, de cuya destrucción
ticularmente tal vez con los jonios de las islas y del Asia Menor, los mayores responsables no son de ningún modo los sofistas,
de tanta versatilidad intelectual como molicie en las costumbres, sino los filósofos presocráticos. En los infiernos, según los pita
relajó la antigua severidad ática y dio lugar, al vacilar las creen góricos, debía estar expiando Homero su criminal fabulación
cias tradicionales, a la desorientación primero, y luego al escep sobre los dioses, y Heráclito por su parte, mucho antes que
ticismo. En aquellas tierras, en efecto, en Mileto, en Éfeso, en Platón, reclamaba la proscripción de los piernas homéricos.
Clazomene, había nacido la filosofía, pero con tal pujanza de va Lo grave, sin embargo, es que, con la sola y gloriosa excep
riedad doctrinal, tanto allá como al emigrar muy pronto a Italia, ción de Xenófanes, no se erigía el monoteísmo espiritualista
a la Magna Grecia, que nadie sabía al fin con cuál imagen del en el lugar que dejaba vacío el prliteísmo antropomórfico,
mundo debía quedarse entre las muchas y del todo contradicto sino que los dioses naufragaban sin cpie en el horizonte apare
rias que se le ofrecían. No hay como la confesión que de su ex ciera —sea la segunda e inolvidable cita orteguiana— “Dios
periencia “cosmológica” hace Sócrates en el F e d ó n , para ha a la vista”.
cernos visible y palpable esta tremenda perplejidad. Porque le Racionalismo, avidez de saber, espíritu crítico más o me
haya o no pasado esto realmente al Sócrates histórico, lo incues nos tornasolado de amoralismo y escepticismo: con estos carac
tionable es que Platón quiso darnos, en una o en otra hipótesis, teres, más o menos, ha solido configurarse la Ilustración por
un documento viviente de la experiencia intima de la juventud antonomasia, la A u fk la ru n g del Siglo de las Luces, y con los
ateniense, fluctuante y a merced de todo viento de doctrina. El mismos puede describirse, en justificación de la homonimia,
resultado final era el desaliento y la renuncia, como decía Só la Ilustración ateniense del siglo v. Dentro de ella, y sin haber
crates, al estudio del ser . 9 Después de lo cual, no quedaba, como sido de ningún modo sus causantes, desempeñan los sofistas
el nuevo horizonte que se abría con la clausura del otro, sino el una función pedagógica de primera importancia.
estudio del hombre y de las disciplinas humanas, y éste fue el que
emprendieron, aunque con diferente orientación y a niveles
de profundidad muy desiguales, tanto Sócrates como los so [.a sofistica corno p e d a g o g ía
fistas. A aquél y a éstos, además, les era común, una vez que
los dioses antiguos habían caído de su solio, la apelación a la No sólo desempeñan los sofistas la indicada función, sino
razón como última instancia dirimente. que es ella, precisamente, la que a ellos mismos los define y
“Un día —fue Ortega y Gasset quien lo d ijo — los griegos se constituye como tales, es decir como “sofistas”, dentro del con
volvieron locos con la razón.” Y este día, podemos añadir, texto histórico-social en que hubieron de actuar.
debió de haber coincidido con aquel en que T ales de Mileto Habrá que dar de mano aquí y a hora, por lo tanto, a todas
formuló la primera proposición filosófica de que se tiene me las otras caracterizaciones que encontramos en los diálogos pla
moria. A partir de entonces, y en la guerra interminable de las tónicos, en el Sofista sobre todo, y de las cuales unas son falsas
escuelas, hay un solo principio que a todas las domina por o por lo menos exageradas, y otras no expresan sino rasgos
igual y es su denominador común: el de la primacía incondi exteriores o accidentales. Falsa por exagerada, en primer lugar,
cionada de la construcción racional sobre los datos de la per es la última definición que del sofista se nos ofrece en el diá
cepción sensible. “Testigos falsos” llama Heráclito a los sen- logo del propio nombre, como ilusionista o mago, en cuanto
artífice de engaños o propagador de errores. Ni a todos los
0 F e d ó n , 99 d: árcEÍQTRtra x a ovt a c x o j iw v . sofistas puede medirse por este rasero, ni a todas las obras o
47(3 l a il u s t r a c ió n y l a s o f ís t ic a l a il u s t r a c ió n y l a s o f ís t ic a 477

proposiciones de uno en particular. Esto de ver en cada sofis ampliamente con los muchos y cuantiosos donativos que en todo
ta algo así como una especie de Maese Pedro de la sabiduría, tiempo parece haber recibido de discípulos y adictos; esplén
con su retablo tle maravillas a cuestas y para entretenimiento didos fueron, jx>r lo que se cuenta, los de D ion de Siracu-
de incautos, no pasa de ser una caricatura, de uso legítimo sa. Y como quiera que haya sido, lo único a que debe atenderse,
tal vez en una guerra sin cuartel, pero inaceptable para la crí y que decide definitivamente la cuestión, es que nadie ha po
tica moderna. dido demostrar que el magisterio, de cualquier especie o grado,
Como rasgos accidentales, a su ve/, y de ninguna importan deba ser una excepción a la norma de justicia, evidente por sí
cia, son los otros dos muy conocidos del carácter itinerante misma, de que a todo trabajo debe corresponder una retribu
de los sofistas, gente sin asiento fijo, a lo que se dice, y de la ción congruente, "Digno es el obrero de su salario” : son pala
retribución económica, fuerte en general, que se hacían pa bras de Cristo, y con referencia explícita a algo superior aún al
gar por sus lecciones. Ni una ni otra cosa afecta de suyo y di trabajo intelectual, como era el ministerio apostólico. "Quien
lectamente a la calidad de la enseñanza, buena o mala por sirve al altar vive del altar”, dijo por su parte San Pablo, y por
sus méritos intrínsecos. La sedentariedad, es cierto, se aviene más que él mismo se jactase de subvenir a sus necesidades ex
mejor de ordinario con el cultivo de la sabiduría —sedendo clusivamente con su trabajo de artesanía. Gran nobleza espi
el q v ic s c e n d o h o m o s a p ie n lia p e r fic itu r , dice D am e Alighie- ritual, sin duda, cuando esto puede ser, pero de ningún modo
ri—, pero está muy lejos de ser una norma absoluta. Sin salir mandamiento general. Nobleza y heroísmo a la par, heroísmo
del mundo griego, Platón y Aristóteles resultan bastante mó sublime, en el caso de Sócrates, reducido a ‘‘pobreza in fin ita”,
viles en comparación con el sedentarismo de Sócrates, y en la según lo dice él mismo, por cumplir su misión! Caso, éste sí, sin
historia de la filosofía habrá que llegar hasta Kant para en par y sin segundo, aun entre los mismos socráticos. Por lo de
contrar un caso semejante- Por otra parte, y cuando se ven más, y dicho sea sin mengua alguna de la veneración que nos
las cosas más despacio, se comprueba cómo esta movilidad es merece, no se ve cómo hubiera podido cobrar Sócrates, así lo
más aparente que real, o en todo caso obedece a razones muy hubiera querido, por lo único que hacía: un examen de con
sólidas y. no a ningún mal de San Vito en la conducta de la ciencia de su interlocutor, y casi siempre a regañadientes de
vida. Para no citar sino a dos de ios mayores sofistas: Hipias este último. Fuera de esto, y como lo decía él mismo —y no por
y Gorgias, uno y otro tenían domicilio permanente, desde el ironía, sino con manifiesta sinceridad— no "enseñaba” nada
punto de vista legal por lo menos, en su patria de origen, y si en absoluto.
salieron con cierta frecuencia, fue como embajadores de sus Platón es lo suficientemente glande como para poder decirle
respectivas ciudades. Lo que pasaba, en realidad, es que com sin rodeos que en su desestimación de los sofistas, por el solo
binaban su magisterio con sus misiones diplomáticas, ni mas ni hecho de hacerse pagar, estaba redondamente equivocado. Era
menos que lo hacen, hasta hoy, los diplomáticos intelectuales simplemente la obcecación o la miopía de la vieja casta aristo
que son igualmente profesores huéspedes en el país de su crática —a la que Platón pertenecía sin quererlo y sin poder
misión.
remediarlo— la que los llevaba a colocar, en el mismo plano des
Vengamos a la otra característica, o cargo si queremos, de estimativo, a cualquiera que "vendía” lo suyo; primero a los
hacerse pagar los solistas por su magisterio, y que no deja de artesanos y después a los representantes de estas profesiones
ofrecer interés en la historia de la educación. Platón, claro liberales que iban abriéndose camino: el médico y el profesor.
está, podía ufanarse gentilmente de impartir sus enseñanzas No concebían aquellos hombres que pudiera venderse la sabi
gratuitamente como rico aristócrata que era; pero ni tenía duría, y en esto tenían razón; pero lo que no veían es que no
derecho a denostar a quienes no estaban en condiciones de ha es aquello lo que vende el maestro, sino su trabajo, su "fuerza
cer otro tanto, ni podía tampoco, en este capítulo, alardear de trabajo”, como dirá Marx. Hasta él hubo que esperar para
más de la cuenta. Porque si es verdad que en la Academia poner todo esto definitivamente en claro, y debemos, por tanto,
platónica no se cobraba ningún estipendio formal por la ense ser indulgentes con quienes apenas si empezaban a percibir la
ñanza, también lo es que de esta merma se resarcía más que naturaleza y el valor del trabajo no como hecho bruto, sino
479 l a il u s t r a c ió n y l a s o f ís t ic a LA ILU STR A C IÓ N Y LA SO FIST IC A 479

como fenómeno ético-social. Con la nueva visión que hoy tene tías, el tío de Platón y la figura más siniestra entre los T re in ta
mos, y en el caso concreto de los sofistas, parece que, en conclu Tiranos, y abominables son, a su vez, las doctrinas que Calicles
sión, deba imponerse el siguiente juicio de Marrón: y Trasímaco sustentan, respectivamente, en el G orgias y en la
‘‘En aquellos grandes antepasados nuestros —es un profesor R epú b lica. No por esto, sin embargo, fueron real y verdadera
el que escribe— saludamos a los primeros profesores de ense mente sofistas, por la simple razón de que no nos consta que
ñanza superior, en una época en que no se había conocido sino ninguno de ellos haya desempeñado una función propiamente
a entrenadores deportivos, jefes de taller y, en el plan escolar, a pedagógica. Limitándonos a aquellos que, por el contrario, sí
humildes maestros de escuela. A despecho de los sarcasmos de la ejercieron ostensiblemente, y limitándonos, en segundo lu
los socráticos, imbuidos de prejuicios conservadores, hemos gar, a los mayores de entre ellos, podemos, en definitiva, que
de respetar en ellos, por encima de todo, este carácter de hom darnos con estos cinco nombres: Protágoras, Gorgias, Hipias,
bres del oficio, para quienes la enseñanza es una profesión y Pródico y Antifón. De ningún otro necesitamos para darnos ca
cuyo éxito comercial acredita su valor intrínseco y su eficacia bal cuenta del aporte de la sofística en el campo de la edu
social . ” 10 cación.
Maestros, por tanto, o más ampliamente aún, educadores: he
ahí lo que son los sofistas y lo que constituye, además, su único
La filo so fía de la e d u ca c ió n en P ro lá g o ra s
denominador común. E n el diálogo platónico que lleva su nom
bre, Protágoras, el príncipe de la sofística, declara abiertamente Por Protágoras hemos comenzado, como tenía que ser, y no
que por esto nada más, por “educar a los hombres” (TtaiSeúeiv lo dejaremos, ya que él, con mayor autoridad que otro alguno,
av 0 pu)7toug), es él un sofista . 11 Es un título que Protágoras rei nos expone en sus grandes líneas, y bellamente por cierto, la
vindica con orgullo, y en razón precisamente de tenerlo por si teoría sofística de la educación. A falta de sus escritos propios,
nónimo de educador. T a n es así, que Protágoras se apresura de que no quedan sino fragmentos, tomaremos como texto bá
a agregar que bien pudieron haberse llamado sofistas personajes sico el P ro tá g o ra s platónico. Todos lo hacen así, por lo demás,,
como Homero, Hesíodo y Simónides, todos los cuales fueron ya que, según se reconoce generalmente (y lo comprueba, ade
verdaderamente educadores, sólo que “bajo la máscara de la más, el cotejo que se ha hecho entre el texto platónico y los
poesía”.
fragmentos protagóricos que nos quedan) , el diálogo platónico
E n adelante, pues, hemos de tener por sofistas tan sólo a aque refleja tan fiel como maravillosamente el pensamiento pedagó
llos de quienes nos consta que asumieron, clara y efectivamente, gico del gran sofista.
esta función educativa. Es ésta una advertencia muy importante, A la declaración de Prolágoras, de que su oficio o profesión
ya que, dejándose llevar de la antisofística platónica, la poste consiste en “educar a los hombres”, sigue naturalmente la
ridad se complació en ponerles el marbete de sofistas no sólo pregunta de Sócrates, quien desea que su interlocutor precise
a quienes Platón llama explícitamente con este nombre, sino a cuál es exactamente el propósito de esta nueva p a id e ia , tan dis
todos aquellos en cuya boca pone el mismo Platón cualquier tinta en apariencia de la tradicional. A esto contesta Protágo
atrocidad, sea la que fuere. A estos personajes, unas veces muy ras de varios modos, todos los cuales se completan entre sí. En
reales como Critias, otras apenas conocidos como Trasímaco, y primer lugar, no se trata de una educación que sea simple
otras, en fin, prácticamente míticos como Calicles (de cuya mente una ampliación de la conocida hasta entonces, y en la
existencia misma no tenemos otra noticia que la del Gorgias misma línea, va que expresamente rechaza Protágoras la poli
p lató n ico), se aplica hoy, en la crítica más reciente, la deno matía de otros sofistas: Hipias a la cabeza, que agobian al
minación de “seudosofistas”. Abominable fue, desde luego, Cri- alumno con cosas tales como cálculo, geometría, astronomía y
música. Nada de eso le interesa a Protágoras, sino esto otro:
30 Marrón, o p . cit., p. 91.
“El objeto de mi enseñanza —dice— es el buen consejo que
11 P r o t- 3 17 h- Es casi seguro que lo haya dicho así el Protágoras histó
rico, por el cual, además, siente Platón, inequívocamente, admiración y
cada uno debe tener en sus asuntos personales, a fin de que
respeto. pueda administrar su casa lo mejor posible: y en lo cpie res
480 LA IL U S T R A C IÓ N Y LA S O F ÍS T IC A 481
I A IL U S T R A C IÓ N Y LA S O F ÍS T IC A

pecta a la ciudad, que pueda hacerse en ella del mayor poder hombres ilustres hayan descuidado tan im portante capítulo en
posible, por la acción y la palabra” 12* De lo que se líala, pues, la educación de sus hijos, y si lo descuidaron, fue por estar
según comenta Sócrates, es del arte de la política (7t0Xt.Ti.XT] x¿xVTl)i convencidos de que se trata de algo que depende del genio na
y con ello, añade, de la formación de buenos ciudadanos. Con tural y no de la educación. P01 otra parte, y como en confirm a
gran énfasis asiente Protágoras a esta interpretación, y en otras ción de lo mismo, está lo que a diario puede verse en las asam
importantes variantes verbales de su pensamiento, dice poco des bleas populares. Cuando en ellas se ventila algún asunto técni
pués que también podría designarse el objeto de su enseñanza co, como construcción de navios o de edificio', por ejemplo, no se
como la ‘‘virtud” política o como la sabiduría política (TtoXt/uxT) oye sino a los expertos; y si se letan ía para opinar cualquier
ápETT), TtoXlTCXT] CTOCpía) . profano en la m ateria, se arma tal alboroto que ni siquiera le
No hay por qué entrar en más pormenores para percibir de dejan subir a la tribuna. Cuando, por el contrario, se discute algo
súbito cómo estamos efectivamente en presencia de algo absoluta concerniente a la administración de la ciudad en general (t ceoí,
mente inédito hasta entonces; de algo jamás trillado ni entrevis ■ttov r f j g 7 tó X c to g 5 i o i x T ¡ t r E t o g ) , a cualquiera se le permite tom ar la
to en las rutinas escolásticas tradicionales. Lo que oirece Pro palabra, y no sobreviene la rechifla sino cuando el espontáneo
tágoras es una enseñanza (pt áGr i pa) , eso sí, pero una enseñanza ha dicho tales o cuales despropósitos. ¿Cómo interpretar, enton
cuyo fruto no es la trasmisión de un conjunto de nociones hechas ces, estos hechos sino como indicios manifiestos de que la apti
o de reglas técnicas, sino la aparición, en el alma del educando, tud política es una disposición nativa y no un conocimiento
de este ‘‘buen consejo” o “prudencia” ( EÚ f k oX ía) , que lo perfec adquirido? En esta creencia ha estado y estará Sócrates, mientras
ciona no en ningún orden particular, técnico o científico, sino Protágoras no le demuestre que no sólo la “virtud política”, sino
en el orden supremo y general de lo humano propiamente di la virtud en general, es algo que puede enseñarse.10 H abrá que
cho. Protágoras habla, es verdad, de “política”; fiero si algo demostrar, en ot’ os términos, no sólo que la educación puede
sabemos hasta la saciedad, es que para los griegos, sin ninguna extenderse a una esfera de objetos incom parablem ente superior,
excepción, lo político es, en todo y por todo, coextensivo de lo sino que, más aún, puede pasar de la inteligencia al carácter, del
humano. A despecho de los extravíos en que puedan haber incu logos al et)ios del hombre, para hacerlo no sólo sabio, sino vir
rrido los sofistas, hemos de reconocer honradamente que es a tuoso. No sin emoción, por cierto, pasa uno por estos textos ve
ellos a quienes debemos, a Protágoras desde luego, el haber nerables, que son como la aurora del pensamiento pedagógico en
formulado por primera vez, como el último y más alto fin de la su mas alta ambición.
educación, el de la formación integral del hombre. En su pura Muy larga y reposadamente responde Protágoras a la formi
formalidad por lo menos, este postulado es en absoluto irrepro dable cuestión planteada por Sócrates. Muy platónicamente, ade
chable, y por más que luego venga coludido, en su concreción más, ya que su discurso sobre la educación lo inicia el sofista con
material, con el apetito de poder. No anticipemos, sin embargo, un mito al que sigue luego la argum entación racional, y si bien
sino dejémonos llevar del movimiento del diálogo. Platón suele de ordinario invertir este orden, el filósofo y el so
Maravilloso le parece a Sócrates —no lo dice esta vez por iro fista convienen en la evidente afición que uno y otro tienen por
nía, sino porque así es— un plan educativo de tal altura, ya que la alegoría como vehículo auxiliar —pero de gran auxilio— de su
la ciencia política es, como lo dirá Aristóteles más tarde, "su pensamiento. Como quiera que sea, el bello mito de Prometeo y
premamente arquitectónica”. L a única duda que le asalta, pero Epimeteo, que Platón pone en boca de Protágoras, va como
es fundamental, es la de si tal ciencia podrá realmente enseñar sigue.14
se. La primera impresión es que no puede serlo, ya que, por lo 13 P r o t . 320 c: ó ; Si Saxxó v éaxiv f| (ipt'Tii-
que puede verse, los hijos de los grandes estadistas, sin excluir al n Como salta a la vista, esto mito es un desarrollo del otro y más a n ti
mismo Pericles, no suelen emular a sus padres en su pericia de guo mito de Prometeo que encontramos en la conocida tragedia tic Es
los negocios públicos; ahora bien, no es de creer que aquellos quilo, Pero quien haya sido el autor de este desarrollo, si Platón o
Protágoras, es cuestión hasta hoy discutida. La elaboración artística es,
desde luego, de Platón; pero en cuanto al mito en sí mismo, prevalece
12 P rot. 3 1 9 a : . .. o r n o ; t á T95 nó/.trro? 6 v v « t u )T(1t o ? av eít | xai ,-TQttTTEiv
x a l \ iyt\y. hov la opinión de que es de Protágoras, quien lo habría expuesto en su
■J82 LA ILU STRA C IÓ N Y LA SO FÍST IC A LA ILU STR A C IÓ N Y LA SO F ÍST IC A 483

Al ordenar que se poblase este mundo de seres vivos: hombres ciudades y vínculos creadores de amistad . ’ ’ 15 Al preguntarle Her
y animales, encargó Zeus a Prometeo y a su hermano Epimeteo mes si a todos los hombres sin excepción debían darse los nuevos
que distribuyeran convenientemente entre todos ellos los dis dones, o tan sólo a algunos, como sucede con las diversas h abi
tintos dones o cualidades de que cada especie había menester lidades técnicas, contestó Zeus que a todos por igual, ya que las
paia poder vivir y sobrevivir en la lucha que inevitablemente ciudades no podrían subsistir si una minoría tan sólo estuviera
había de venir entre las especies. Al recibir este encargo común, animada de aquellos sentimientos, por cuya percepción se dis
Piom eteo tuvo la debilidad de dejarle a Epimeteo, quien por tingue precisamente el hombre del resto de los animales. Un
lo visto quería lucirse, toda la ejecución de la obra. Con el mayor monstruo y no un hombre sería el que de ellos careciese, y por
éxito procedió Epimeteo entre los animales, dando a cada espe esto ordenó finalmente el providentísimo Zeus —con un rigor que
cie los óiganos e instintos necesarios tanto para dominar las no era sino el necesario complemento de su clemencia —que se
inclemencias del medio como para defenderse de los ataques de promulgara una ley en virtud de la cual habría de daise m uti-
especies m ejor dotadas. Pero tanto cuidó Epimeteo de los ani te, como a un “flagelo de la ciudad , a todo aquel que fuese en
males, que cuando llegó al hombre se dio cuenta de que había absoluto incapaz de participar del respeto y la justicia. Aquí ter
agotado la provisión de bienes y mercedes que había recibido mina el mito, y Protágoras, pasando luego al discurso racional , 18
del padie Zeus, y que, en tanto cjue los demás vivientes estaban saca la m oraleja de que no debe extrañarle a Somates que cual
armoniosamente equipados, el hombre, él solo, se encontraba quiera tenga libre voz en las asambleas populares, ya que en
desnudo, inerme y desvalido a no poder más. En tan crítica el alma de todo hombre reside, por don divino y a n a t iv it .a t e ,
situación, el sagaz Prometeo hubo de acudir en auxilio de su im la percepción de aquellos valores que son el fundamento radi
prudente hermano; y como no era cosa de ir a Zeus con nuevas cal de toda convivencia social y política.
demandas, lo m ejor que se le ocurrió fue robar del taller Lo haya dicho realmente Protágoras o Platón o quien haya
de Hefestos el fuego y las artes del fuego (qumipog , y sido, es algo que no tiene la menor importancia ante la mag
hacer de todo ello donación a los hombres. Con esto pudieron nitud del descubrimiento. Con plena conciencia reflexiva, y ya
los humanos hacerse de útiles con los cuales les fue posible la no sólo como intuición poética, según estaba en Hesíodo, se
brar la tierra y fabricarse casas y vestidos. Lo único que no pu enuncia ahora la proposición fundamental de que el hombre vie
dieron hacer fue organizarse entre sí y vivir en ciudades, ya que ne a este mundo con el sentido del bien y del mal, de lo justo y
para esto no bastaba la sabiduría útil para la vida (f¡ Tccpl t ov de lo injusto. Sentido espiritual, desde luego, pero tan cierto
Píov crocpía), la única que llevaba consigo el don del fuego, sino como los demás sentidos, externos o internos, que lleva consigo
que era menester, además, la sabiduría política (h o Xi/u x t ] crocpía); nuestra composición psicosomática. Píe ahí lo que expresan, real
ahora bien, esta última no podía ya Prometeo hurtarla de nin y verdaderamente, estos términos de aí5úg y 5íx t ) que, a partir de
guna parte, porque estaba sólo en el alcázar de Zeus y bajo su Hesíodo, penetran toda la moralística griega, y que alcanzan su
más celosa vigilancia. Faltos de ella, vivían los hombres en per plena madurez conceptual en el P r o t á g o r a s platónico. Conciencia
petua guerra entre sí; y de no remediarse las cosas, era fatal que moral y conciencia del derecho, como traduce R ob ín , o quizá
la raza hum ana acabara por extinguirse. mejor - p o r q u e se trata de algo anterior a la percepción de toda
“Zeus, entonces —así termina el mito—, temiendo que nuestra norma c o n c re ta - sentido o sentimiento, según la versión de Nes-
especie no terminara por perecer del todo, ordenó a Hermes que tle: R e c h t s u n d S i t t h c h k e i t s g e f ü h l . 1'
llevara a los hombres el respeto y la justicia, ornamento de las Con este Apriori moral, ínsito en nuestra naturaleza, y que

10 Prot. 322 c.
t r at ad o S o b r e e l e s t a d o o r i g i n a l ( jt egi r íj c t’ v Üq x Í) xaTctcnt ácreoi?). Ya i*3 i b . 3 2 4 d : o v rx e x i f iv G ó v gol ¿Q to» áX .X a X ó y o v .
Sch l ei er m ach er se n egó a co n t ar est e m i t o en t r e los p r o p i am en t e p l at ó­ 17 En una traducción lo más literal y lo menos perifrástica posible,
n i cos, y t an t o U n t er st ei n er com o I .evi , en t r e los m od er n os, son d e l a m ism a hemos traducido, como en el pasaje del P r o t á g o r a s ames citado, aiócó; por
o p i n i ó n . En las o b r as p er d i d as d el sof i st a h ab r ía est ad o, a ju zgar p o r los “respeto’' v Sixi) poi "justicia” . Está correcto, asi lo creemos, sólo que a
f r agm en t o s q'ue d e el l as con ser vam os, l a t eo r ía d e l a ed u caci ón qu e le condición de tener presente que se trata del “ respeto” kantiano ( A c h t i m g )
at r i b u y e el d i ál o go p l at ó n i co . Cf. A d o l f o L evi , S t o r i a d e l t a S o f i s t i c a , p. 94, por la ley moral, v de la "justicia” no como acto, sino como sentimiento.
4 SI LA IL U ST R A C IÓ N V LA SO FÍST IC A
LA 11 U ST R A C IÓ N V LA SO FÍSTICA 485

sólo el empirismo más grosero puede desconocer , 18 tiene que


música, En este punto nada innova Protágoras, fuera tal vez de
contar ante todo la educación de! carácter v los hábitos morales.
hacerse conciencia expresa del valor formal ivo ele la música en
Es en este terreno, mucho más que en el intelectual, donde se
la formación del carácter. De quien ha sabido imbuirse profun
nos revela el más profundo sentido de la educación: no tanto un
damente en el espíritu de la música, puede decirse que resulta
trasmitir o introducir corno un sacar {ed u care) del patrimonio
al fin “equilibrado, rítmico y armónico, y más capaz, por esto
espiritual nativo todas las riquezas o virtualidades que alberga,
mismo, para la palabra y ¡tara la acción, porque toda la vida
No cualquiera, sin embargo, puede ayudar al educando en esta
humana tiene necesidad de ritmo y de arm on ía”.2' En labios
operación —en sacar de sí mismo lo bueno y no lo malo—, sino
de Protágoras ha puesto Platón estas sublimes palabras, pero
sólo el maestro. De aquí la necesidad de la educación, la cual
son bien platónicas, y en cualquier hipótesis hay aquí un pen
opera, es cierto, sobre disposiciones innatas, pero que sin el ma-
samiento común, como lo demuestran tantos lugares de la R e
gisteiio no llegarán nunca a su perfecto desarrollo; y por esto
p ú blica y éste de las L ey es, con referencia explícita al canto
puede concluir Protágoras, con perfecta coherencia, con la tesis
coral: “Y a cuanto de la voz se dirige a la educación del alma
de que la virtud, si se la considera en su plena eclosión, es algo
para la virtud, habiendo de llamarlo de algún modo, lo llama
que puede enseñarse. “No el arte del carpintero o del alfa
mos música ” . 22
rero, sino la justicia, la templanza, la santidad, o para decirlo
Con esto y con lo que por su parte le toca al maestro de gim
en una palabra, la virtud propia del varón (ávSpóg aperó) ” - 19
nasia en la cultura física, absuelve su cometido la educación,
¡Qué distinto, este Protágoras de su diálogo homónimo, de
tal y como hasta entonces se había entendido. Ahora, empero, en
aquel otro tan tocado de incredulidad o escepticismo, y que asi
esta época de la Ilustración, no se concibe que la educación
mismo se nos exhibe, con iguales o mayores garantías de auten
pueda terminar en la escuela, sino que prosigue, “mientras dura
ticidad, en otros diálogos platónicos! A reserva de mirar más
la vida”, en la escuela mayor de la Ciudad. Muy de propósito
tarde si es posible conciliar una y otra imagen entre sí, veamos
traza Protágoras el paralelo entre el educador escolar y el Estado,
por lo pronto cómo enmarca Protágoras, dentro de la nueva
porque así como el primero obliga a sus alumnos a copiar y
concepción, todo el programa educativo.
aprender la página que les escribe, así también la Ciudad obliga
La educación, si bien se considera, comienza en la infancia
a los ciudadanos a aprender las leyes y a conformar su sitia
y dura toda la vida . 20 Comienza en la intimidad de la familia,
a ellas . 23 Y tendrá que hacerlo, como el niño con la composición
donde los padres, la nodriza y el pedagogo deben ante todo
del maestro, por la buena o por la mala; a cuyo propósito ex
despertar y dirigir el sentido moral del niño, haciéndole ver lo
pone Protágoras, muy ampliamente, una concepción tic la jus
que es justo o injusto, bello o feo, piadoso o impío, y obligán
ticia punitiva hasta entonces desconocida, y según la cual no es
dole a que se comporte en consecuencia. Si obedece por sí mis
la- pena una venganza, como en los tiempos antiguos, sino una
mo. nada mejor, y si no, habrá que emplear las amenazas y aun
reforma moral del delincuente y una admonición para los tie
los golpes, como cuando enderezamos una vara torcida.
rnas: una función educativa, cu suma, del derecho penal. “En
A la escuela va el niño ya m asón i lo, a aprender letras y
presencia, por tanto, de un esfuerzo público y privado de tal
índole, hacia la promoción de la virtud, ¿todavía te extraña, Só
i s M u y l ejos está de d escon ocer l o, a n u est r o m od o de ver , San t o Tom ás
crates, que la virtud sea algo que puede enseñarse, cuando lo
d e A q u i n o , a q u i en i n d eb i d am en t e su el e p r esen t ar se com o u n em pir ist a
r ad i cal . En el fon d o vi en e a d eci r l o m i sm o q u e Pr o t ágo r as — sólo que
sorprendente sería más bien, y con mucho, lo contrario?”2' Que
p o n i en d o en l u gar d e Zeu s al D i os r c r d ad ei o — cu an d o af i r m a q u e h ay en sea, por otra parte, la más difícil didáctica, es algo que va de
n osot r os u n a luz de l a r azón n at u r al , gr aci as a la cu al d i scer n i m os el bien suyo, porque se trata, en suma, de la formación tlel perfecto
d el n i al , v la cu al n o es si n o l a i m p r esi ó n , Cu n osot r os, de l a luz divin a:
L u m e n r a t i o n i s n a t u r a l i s , q u o d i s c e r n i m i m riuid sit b o n u m e t m a l u m . . .
21 I b . ;¡26 b.
riiliií u litid sil q u a m i m p r e s s i o d i u i n i Ituninis in n o b i s , S u m . Lheol. la
22 L e y e s , 673 a.
I l ae. q . y i , a. 2.
P r o t . 326 c: y .t ó /.ic ai t o e; tf vón ou c áv ay x át n n avO avr vv xa!
’ v P r o t . ‘j a-, a.
• / .ata t o ú t o v c £f¡v-
20 I b . 325 <: u : / o 1 oí:rct > ctv t orra-
2* I b . 32G e.
486 LA ILUSTRACIÓN Y LA SOFÍSTICA LA ILUSTRACIÓN Y LA SOFÍSTICA 487

ciudadano, del hombre que en su constitución espiritual por lo dio realmente al principio tlel h o m o m en su ra el alcance gnoseo-
menos, la cjue de él depende, es “bello y bueno” .25 Y como lógico y metafísico que Platón le atribuye en el T e e te te s , o si,
Protágoras se cree capaz de tanto, considera que debe dársele la por el contrario, no tuvo aplicación práctica sino en el campo
retribución adecuada a tan alta educación. Pero no le mueve, de la educación. Actualmente tiende a prevalecer esta última
contra lo que ciertos envidiosos insinúan, el espíritu de lucro, interpretación, y en todo caso es la única que de momento
ya que su modo de cobrar es el siguiente: “Al terminar de recibir nos interesa.
mis lecciones, me paga el discípulo, si quiere, el precio fijado De igual o quizá de mayor im portancia, y desde cualquier
por mí; y si no, vamos a un templo, y allí declara aquél, bajo punto de vista, es la otra proposición que, desde la antigüedad
la fe del juram ento, el precio en que estima mi enseñanza, y hace hasta nuestros días, ha solido atribuirse a Protágoras en los si
allí mismo el depósito correspondiente”. guientes términos: “En lo tocante a los dioses, no puedo saber
Con este toque de perfecto g e n lle m a n —cualidad que no pier ni si existen ni si no existen, ni qué forma puedan tener. Hay,
de en ningún momento del diálogo— pone fin Protágoras a su en efecto, muchas cosas que impiden este conocimiento, como son
discurso sobre la educación. Y si Platón ha querido poner tan la oscuridad del asunto y la brevedad de la vida hum ana”.
de manifiesto esta g en tlen ess del ilustre sofista, es tal vez por Sobre este pasaje es eterna también la batalla de los eruditos,
que, pese a todas sus excelencias, el ideal pedagógico de Protágo pero siempre será permisible la interpretación ingenua, o mejor
ras no va más allá de la r e s p e c ta b ilily , como dice Adolfo Levi,28 aún, la humilde intelección de un texto que, a decir verdad, no
ni más ni menos que en la sociedad victoriana o en las univer requiere interpretación alguna: tan transparente es. Ni teísta
sidades británicas hasta época muy reciente.27 L a educación, ni ateísta se confiesa Protágoras, con encantadora sinceridad. No
ciertam ente, tiene por m eta suprema la virtud, y más en con sólo, sino que consta igualmente, por testimonios auténticos,
creto la práctica de una pluralidad de virtudes, con sincero afán, que "personalmente reconocía el hecho positivo de la religión
además, y sin ninguna hipocresía. L a r e sp ecta b ility , en este caso, y la innegable significación de ésta para el hombre como ser
no es m áscara de vicios, sino expresión espontánea de una ac social ’ .25 No se opone a la religión oficial, pero en su interior
titud interior genuinam ente asumida. No obstante, lo que hay mantiene una e p o x é estrictamente neutral. Ni es tampoco Protá-
que observar y practicar, sin ponerlo en cuestión, es la morali goras, en este particular, ninguna excepción en el m edio en que
dad socialmente vigente y el derecho positivo. A Protágoras le vive, el de la é lite cultural ateniense, donde nadie prácticamente,
basta con saber que las leyes en vigor son “obra de antiguos y llámese Sócrates o Pericles, cree en los dioses homéricos, sino
buenos legisladores”, y no hay más que averiguar. No hay, en que, todos también y para la solución de cualquier problema,
otras palabras, una apelación a lo Absoluto, a la suprema ins apelan a la razón. En esto convienen todos por igual, en esto que
tancia del Valor. imprime su carácter o su sello más propio a la época de la Ilus
Con Platón vendrá esto y todo lo demás que esto mismo re tración.
clam a. Protágoras, por su parte, parece confinarse a la inma De la é lite y no de la masa popular, conviene subrayarlo, era
nencia hum ana; y en este sentido, con referencia a la realidad esta ideología. El pueblo, en efecto, reaccionaba de tiempo en
ético-social, es perfectamente inteligible la conocida sentencia tiempo, pero siempre frenéticamente, contra estos “impíos”, y
del célebre sofista, de que el hombre es la medida de todas las promovía contra todos el consabido proceso de “impiedad” . A
cosas. Hoy todavía se discute interminablemente si Protágoras esta acusación sucumbe el ateniense Sócrates, irrevocablemente
ligado a su ciudad en la vida y en la m uerte. Los extranjeros,
I b. 328 b: i i QÓg xa xa?.crv y-áyaSov Y f.v éaG ai. en cambio: Anaxágoras de Clazomene, Protágoras de Abdera,
20 St oria delt a sofistica, p. 92.
apelan honorablemente a la fuga, llevándose consigo la tristeza
27 Es un paralelo histórico que se impone y que ilumina recíprocamente
ambos términos. I.o más parecido al y.oú.05 v.áyabó<; de los griegos es el de la quema de sus libros en el ágora ateniense. A Protágoras,
gent leman brit ánico, cuya formación es, en el siglo xi x, el ideal univer­ además, le espera el trágico destino de zozobrar en la tempestad
sit ario en O xford o F.ton — así lo dice t extualm ente el Cardenal Newman—,
ni más ni menos que la del t ipo correspondient e en la concepción peda­ 28 Jaeger, La t eología de los primeros filósofos griegos, México, 1952,
gógica de Protágoras. p. 189.

i
-i 88 l a il u s t r a c ió n y l a s o f ís t ic a LA ILU STR A C IÓ N Y LA S O FIST IC A 489

que se abate sobre su navecilla. Con gran hidalguía, Platón que es entonces t liando tiene principio la infortunada intromi
le rinde, en otro de sus diálogos, este homenaje: ‘'Murió, si no sión de Atenas en los asuntos de Sicilia, hasta el lamentable
me engaño, casi septuagenario y después de cuarenta años de epílogo de la ejecución de Nichos en Siracusa.
ejercer su profesión (sv mj t ¿x v i ¡ ovt c c ) . En todo este tiempo, y Gran éxito tuvo el embajador Gorgias cu su misión olicial,
hasta el día de hoy, jamás desfalleció su gloria.”2® y por lo menos igual, si no mayor aún, en la sociedad atenien
se, literalmente cencida del hechizo de su arte oratorio. El his
L a R e tó r ic a y sus v icisitu d es toriador F.rnest Curtios lo describe del modo siguiente:
“Era algo absolutamente nuevo para los atenienses, Los discur
Si a todos los demás sofistas aventaja Protágoras, tanto por su sos tic- Gorgias. en efecto, ofrecían el más fuerte contraste con
personalidad como por su visión tan amplia corno profunda de la sevetidad v solidez de la elocuencia de Pericles. Como arre
la educación, no por esto es desdeñable, antes todo lo lo contra batadora música actuaban en los otólos de los atenienses, que
rio, la aportación particular de los otros cuatro antes menciona iban ti escuchar al orador no sólo en el agora, sino en socieda
dos como grandes sofistas: Gorgias, Pródico, Hipias y Antifón. des privadas o inclusive en el teatro. Actuaban estos discursos
Lo que realmente fue la educación sofística, no podemos enten ]X>r su gracia irresistible y su abundancia de imágenes; por sus
derlo sin considerar, así sea muy de pasada, estos aspectos giros ingeniosos y poéticos, por su riqueza ornamental y la re
complementarios o instrumentales del programa general. sonancia de la dicción. Los pensamientos, por su parte, se su
Gorgias, en primer lugar, es el gran maestro de la retórica, cedían unos a otros en encadenamiento rítmico, en iorma de
mas necesaria en esta época que en otra alguna y en una de dejar la impresión final de una consumada obra de arte. 31
mocracia directa, como era el régimen político ateniense. A Moneda de mejor ley era, sin duda, la elocuencia sólida y se
Atenas, pues, lleva Gorgias, natural de Leontini, ciudad jónica vera de Pericles, como dice Curtios; la oratoria que no tiene
de Sicilia, esta nueva disciplina, la retórica: nueva, por supuesto, otro fulgor sino el del pensamiento mismo. Pero así es la gen
en cuanto que comprendía una complicada preceptiva de que te, que se va tras de la moda, y así son los pueblos, hasta los
no se tenía idea en las otras ciudades del mundo helénico- Por más civilizados por lo visto, que suelen trocar oro por barati
el autorizado testimonio de Aristóteles sabemos, en efecto, que jas. Los atenienses [trímero, y en pos de ellos las escuelas retó
la retórica nació en Sicilia, y que sin haber sido propiamente ricas en general, se ponen a aprender con furor las recetas retóri
descubierta por Gorgias, fue él quien la llevó a su extrema per cas, y en particular las tres “figuras gorgiánicas", como fueron
fección técnica . 30 llamadas: antítesis, paralelismo de miembros de frases iguales
En Atenas estuvo Gorgias, según se cuenta, ya tarde en su (tcóxuAa.) , asonancia final de estos miembros (¿ p o to -r á X E u T o v ) .
vida, pero todavía en la plenitud de su inteligencia y de sus Gomo preciosismo ¡juro vemos hoy todo esto, pero la verdad
facultades oratorias. La historia nos ha conservado, con toda es que de esta preceptiva y de la que sobre ella se fue progre
precisión y abundantes pormenores, el recuerdo de su primera sivamente elaborando, vivió por largos siglos la elocuencia grie
visita, efectuada el año 427. Iba Gorgias como jefe de la emba ga v luego la romana. Hay incluso ciertos secretos del arte que
jada que su ciudad, Leontini, acordó enviar a Atenas para pedir hov nos escapan, y no porque no los conozcamos abstractamen
su ayuda en la lucha que las ciudades jónicas —y por esto em te, sino porque nuestro oído no percibe ya estos matices, como
parentadas en cierto modo con Atenas— sostenían con las otras la acertada combinación de sílabas largas y breves en orden a la
poblaciones, dóricas o cartaginesas, de Sicilia. Fue un paso de musicalidad del período. De nadie menos que de un orador tan
cisivo y de trascendencia incalculable en la historia de Atenas, ya genuino como Cicerón, por ejemplo, se ha comprobado la ex
trema atención que tía a las cantidades silábicas no sólo en sus
~y M e n ó n , yi e. discursos, sino en su prosa en general. En ella es constante y me
A Fer íel es, p o r su p u est o. »i i >«u n a f al t a le hizo ap r en d er el ar t e or a­ tódico, a juicio de los entendidos, el empleo de ciertos pies
t or i o n i d e Go r gi as n i d e o t r o al gu n o, p ar a d o m i n ar a sus con ci u dad an os
mén icos, como el dáctilo y el espondeo.
p o r su p al ab r a. K1 genio est á si em p r e p o r en ci m a de cu al q u i er escuela
o r ecet a. 31 Cu r t i u s, 11 i s t a i r e g r e c q u e , vol . IU, p. 256.
490 LA ILU STR A C IÓ N Y LA SO FÍSTIC A LA ILU STR A C IÓ N Y IA. SO FÍST IC A 491

. T o d o ello podrá haber pasado, pero lo que queda en la histo platónica, debióse simplemente a que la retórica no supo con
ria es la intención que anima las grandes empresas del espíritu. servar la función ancilar queunormalmente le compete en un
Pese a todo su recetario de caducidad inevitable, la antigua re plan de educación total, sino que, inconscientemente tal vez,
torica, en tanto que arte de la palabra, merece el respeto debido pasó a reivindicar para sí la supremacía absoluta. E n la concep
a la palabra, y no sólo la retórica, sino la estilística en general. ción ciceroniana del orador como v i r b o n u s , d i c e n d i p c r i t u s , hay
L a crítica moderna es prácticamente unánime en cuanto a re algo, la b o n i t a s , que no puede, evidentemente, darlo la retórica,
conocer que Gorgias fue también el creador de la prosa artística sino sólo la educación moral. Fue en esto en lo que no se re
sin distinción de géneros; antes de él, la poesía tan sólo había paró debidamente, y de ahí que el r h e t o r acabara poi desplaza!
sido del dominio del arte. o suplantar al p h i l o s o p h u s . Lo único que importaba era dominar
Muy importante fue también la contribución de los demás en la asamblea, en la cual, como decía Fénelon, “todo dependía
sofistas en otros campos de la educación literaria conectados con del pueblo, pero el pueblo, a su vez, dependía de los oradores” .
la retórica, y hasta entonces prácticamente vírgenes. De los so Es en el Gorgias platónico tal vez, donde la retórica se pro
fistas es la fundación de la gramática y el estudio a fondo de la pasa hasta reclamar, como dice Alfred Groiset en su comen
estructura y leyes del lenguaje. Protágoras escribe un tratado tario, la formación total del alma. En boca del príncipe de la
S o b r e la co rr e c ció n d e las p a la b r a s (óp0 oé7t£ia) , Pródico estu retórica (si ficción o verdad poco importa, pero ésta era la orien
dia infatigablemente la etimología, la sinonimia y la precisión tación fatal) pone Platón la extraordinaria tesis de que el “ po
del lenguaje, e Hipias, por ultimo, escribe sobre los sonidos, la der de persuasión”, en que consiste la retórica, es en verdad
cantidad silábica, los ritmos y la métrica. Podrán haber errado el bien supremo ((j í y i o 't o v áyaOóv) ; el que da, a quien lo po
mucho, como era natural, y sobre todo en Etimología, ciencia de see, la independencia para sí mismo y la dominación sobre los
nuestros días apenas o poco menos, ya que su único fundamen demás en su ciudad ” . 34 La retórica viene a ser, entonces, algo
to sólido no puede ser otro que el de la filología comparada. así como el anillo de Giges, y para el mismo fin, o sea para dat
¿No desbarra también en etimologías, y de lo más lindamente, satisfacción cumplida a la pasión de mandar.
el Sócrates platónico del C raiilo? ¿A qué, entonces, ensañarse en Pero con decir no más —objeta luego Sócrates— que la reto
otros diálogos con el bueno de Pródico, el más inofensivo de los rica es un poder de persuasión, no damos suficientemente razón
sofistas, preocupado no más que de sacarle a cada palabra todo de su esencia, ya que el médico, por ejemplo, tiene el mismo
su jugo? Con esto dio la base a la definición del concepto a la poder de persuadir a sus pacientes a que le obedezcan en su te
manera socrática, como se reconoce hoy unánimemente.3- Y aún rapéutica. Trátase, en otras palabras, de un enunciado pura
haciendo abstracción de esta propedéutica, todo escritor tendrá mente formal que reclama en cada caso un contenido específico.
siempre que sentir profunda simpatía por aquellos hombres que, “Artífice de persuasión” (ixtSoüg STH-uoupyóg) lo es también, en
en la historia de la cultura, sintieron por primera vez, y lo ele su ámbito de competencia, la medicina, y si Gorgias pretende
varon a dignidad profesional, el culto y el amor de la palabra. que aquel bello y noble título se predique por antonomasia de
Por razones estéticas, en suma, por el virtuosismo o rebusca la retórica, ha de ser, sin duda alguna, en razón de que la m a
miento de ciertas técnicas, podrá censurarse la educación ora teria de la persuasión, en este caso, es de un rango incom para
toria de los sofistas, pero en el terreno ético —donde han sido blemente superior a la de cualquier otra disciplina que pueda
ellos la cabeza de turco de toda corrupción moral— parece in igualmente servirse de técnicas persuasivas. En esta apreciaciém
impugnable, tomada por sí sola, una didáctica que no trata de convienen el sofista y el filósofo, porque en efecto —y esto no lo
comunicar otra cosa que el dominio de la palabra. “No hay, objeta Sócrates en modo alguno— la persuasión propia de la
pues, un inmoralismo radical en la primera sofística . ’ ’ 33 2
3 retórica, según lo declara Gorgias, tiene por m ateiia los asun
Si las cosas llegaron con el tiempo a presentarse de otro modo, tos de la ciudad en cuanto tal, o más concretamente, sobre lo
ya que de lo contrario sería inexplicable la reacción socrático- justo y lo in ju sto . 35 En esto viene a parar, en definitiva, todo

32 U n t er st ci n er , I S o fist i, p. 265. sí G o r , 452 e.


33 Ro d r ígu ez A d r ad o s, o p . cit., p. 241. 36 Gor. 454 b: ,-teoi t o ó t co v a écm Síxaía t e xa! aSi xa.
492 I.A ILU STR A C IÓ N Y LA SO FÍST IC A LA ILU STR A C IÓ N Y LA SO FÍST IC A l'.id

cuamo se debate ya en ios tribunales, ya en las asambleas popu- lucí del cuerpo social: la legislación y la justicia. Y hay también,
iaies, como repartición de competencias entre las magistraturas, a su ve/., cuatro prácticas espurias, dos para el mal del cuerpo:
régimen de impuestos y todo lo demás que, en una u otra for la cosmética y la cocina, y dos para el mal del alma y el tic la
ma, acaba por reducirse a la justicia conmutativa o distributiva. ciudad: la sofística y la retórica; y cada una de ellas corresponde
Desde el momento en que, torrado por su implacable inter puntualmente —como el remedo al original— a cada una de las
locutor, conviene Gorgias en todo lo anterior, tiene perdida la artes antes enunciadas y por el mismo orden. Y hay, en fin, co
batalla. Bien está la retórica como disciplina auxiliar de la jus rrespondencias internas en rada uno de los grupos, porque así
ticia; jrero sólo con esta condición, subordinada a la ciencia de como la legislación es, en io social, el equivalente de la gim
lo justo y de lo injusto, podrá verdaderamente contribuir al nástica, y la justicia el de la medicina, así también, por su parte,
bien de la ciudad. Por sí misma, como dominio neutral entre lo la sofística es, en lo social, el equivalente de la cosmética, y la
justo y lo injusto, no puede reclamar la primacía. Ahora bien, retórica el de la cocina.
Gorgias, al contrario de Protágoras, no hace depender su arte “Adulación” ( x o X c x x e ú x ) es el término genérico en que con
del bien de la comunidad, ligado a su vez al acatamiento de vienen todas esas prácticas o seudoártes. Lo único que les preo
ciertos valores morales universales: cú5d>; xcd Síx t ;. Para él, según cupa, en efecto, es halagar como sea al organismo individual
resulta con toda evidencia, lo único que tiene importancia es o al organismo social, darles lo que pidan, así vengan luego la
el éxito del orador en la asamblea del pueblo, y el factor fun enfermedad o la ruina a cambio de la satisfacción del momento.
damental del éxito no es la justicia de la causa que se defiende, No es con menjurjes o cosméticos, o con manjares condimen
sino la o ca sió n , las circunstancias que aconsejan un lenguaje tados, como se conservan la belleza y la salud, sino con la gim
más bien que el otro, así sea pasando sobre la ju sticia . 30* Para Só nasia y con la dieta prescrita por el médico; ni es con la sofística
crates, ]>or el contrario, la justicia debe anteponerse a toda otra y la retórica como tendremos en la ciudad la cultura y el orden,
consideración, sin tener en cuenta las consecuencias: el éxito, el sino con la legislación y la justicia.
Iracaso, e inclusive el riesgo de la propia vida cuando el orador, De lo más regocijado es el papel que les toca a la sofística y
por defender la justicia, sucumbe al frenesí de la multitud. A a la retórica en este cuadro de correspondencias. La sofística no
punto estuvo de perecer el propio Sócrates cuando él solo frente viene a ser sino la cosmética del espíritu: cosa de b u u d o ir o to
a una masa enardecida, tomó la defensa de los generales victo cador para engaño de incautos; barniz de cultura impreso super
riosos en las Arginusas, exigiendo que por lo menos se le for ficialmente por una polimatía carente de profundidad; emplas
mara a cada uno un juicio regular. tos y afeites no más, que dan en un caso la ilusión de la belleza,
y en el otro la del saber. Y la retórica, por su parte, es a la
La palabra, en suma, ha de estar al servicio de la justicia;
y cuando no es así, la retorica abdica su noble función para justicia lo que la llamada arte culinaria es la dietética, o en
general a la medicina . 36 Lo que el pueblo quiera, así tenga el
convertirse en acólito de las pasiones de la multitud. No es ya
un arte, sino una mera práctica, una rutina y una lisonja -37 Es el apetito estragado, esto es lo que le condimenta y le sirve el ora
famoso pasaje del G org ias, donde Platón contrapone, a las artes dor, como lo hace el cocinero con los comensales. Que se harten
genuinas cuyo producto es siempre algo bueno, ciertas '‘prácti como quieran, en la asamblea o en el banquete, aunque luego
cas” que no hacen sino remedar a aquéllas, y que infaliblemente revienten.
acarrean algún mal, ya para el alma, ya para el cuerpo. Hay, en Verdaderamente genial, por cierto, es esta pintura de la de
efecto, cuatro artes verdaderas, dos para la salud del cuerpo magogia, que a los sofistas de la tercera generación, a los discípu
individual: la gimnástica y la medicina, y otras dos para la sa- los de Gorgias, debió de escocerles en lo más vivo- A Gorgias
mismo, por lo demás, Platón lo trata con respeto, aunque no con
30 Est e t em a d e la “ o casi ón ” (y.nupóg) parece h ab er sid o fu n d am en t al
tanto como a Protágoras, y en todo caso con justicia. Gorgias, en
en l a en señ an za de Go r gi as. E l o r ad o r , an t es q u e n ad a y p or en ci m a de efecto, queda en una posición neutral; mas por esto misino, poi
t od a o t r a con si d er aci ón , h a de sab er ad ap t ar se al y.cnyóg o cir cun st an ci a
de su p ñ b l i co . 33 v,or. 1G5 c : y.al oxc o óywvouxii nyóc; I u t (.»ucí\y . t oót e ytyxoycxñ «yo?
37 G or. 463b: oim hrxrv xé;o"n, a k \ ’ émt eieía xal t q l (3t | ... xal y.oXaxEta. Óix cuoaúvYjv-
494 IA IL U ST R A C IÓ N Y LA SO FÍST IC A LA IL U ST R A C IÓ N Y LA SO FÍST IC A 495

no haber vinculado la retórica con la justicia, abre el camino, Hasta el homicidio, y más aún el matricidio, puede ser bueno si
sin quererlo tal vez, a la súbita erupción del inmoralismo más lo ejecuta, verbigracia, Orestes. “Hablando en general —leemos
radical que representa, en el mismo diálogo, la intervención en uno de los fragmentos— todas las cosas son buenas en su
de Cábeles. En este último, en el e n fa n t te rrib le de la sofística, oportunidad (xoapui) , y malas en su inoportunidad (áxctipíu)” .
tenemos no sólo la ruptura completa entre retórica y justicia, Con esta afirmación, ya no de pura casuística sino de alcance
sino la cínica concepción de la justicia como el derecho del más propiamente doctrinal, se relaciona la otra de la coincidencia
fuerte. Reservamos el estudio de esta tesis para su lugar más de los contrarios, de evidente paternidad heraclitana, pero tras
propio, o sea en la teoría del Estado. ladada ahora, sin la menor atenuación, al campo de la m ora
En este terrible descen su s in abyssinn que se realiza entre lidad.
Gorgias y Cábeles, entre el neutralismo de la segunda sofística No hay por cpié alargarse en esto más. Los D iscursos d o b le s ,
y el inmoralismo abierto de la tercera, Platón ha querido sim en conclusión, van de hecho mucho más allá del inocente ejer
bolizar, a lo que nos parece, y con igual validez en la teoría de cicio dialéctico y elástico que aparentan ser, sin otro propósito
la educación y en la teoría del Estado, el naufragio inevitable de que el de agudizar la perspicacia y destreza del orador. En m a
toda didáctica y de toda política que no se inspira en el acata nos del orador sin escrúpulos, son un excelente recetario de
miento expreso de los valores morales y en el señorío supremo cómo cambiarlo todo, si así conviene, en forma de hacer apare
de la justicia. cer lo negro blanco, lo injusto justo, y lo mismo con todo lo
Ciertos documentos de la literatura sofistica permiten ver demás. Ni hay que esperar a que esta perversión se consume
con toda claridad cómo pudo verificarse este tránsito del amora- por obra de las peripecias históricas, sino que en la misma com
lismo al inmoralismo. El principal de ellos es tal vez el célebre pilación sofística, como acabamos de ver, se verifica el temeroso
escrito intitulado D iscu rsos d o b le s (Aiccroi X ¿ y o i ) , de autor des tránsito de la erística a la ideología, del verbalismo al pensa
conocido, pero que se supone haber sido discípulo de Protágoras. miento. Y es que con los valores, como con todo lo que es su
En su prim era intención parece haber sido algo así como un premo, no se puede jugar ni pasarlos como de contrabando en
manual del orador, al cual se ofrece, en forma sistemática, una una disciplina secundaria, como debe serlo la retórica, sino que
a n tilo g ia , es decir una serie de tesis con sus correspondientes deben tener su tratam iento propio y adecuado en la disciplina
antítesis, con los argumentos típicos, además, de que puede arquitectónica, o sea en la filosofía.
echarse mano en la defensa o el ataque de una u otra posición. Si para muestra basta un botón, citaremos apenas un ejemplo
Cada tesis, a su vez, puede transformarse en su antítesis, según sobresaliente de la desmoralización a que había llegado la retó
la ocasión o circunstancia (év veo xaipco, ev t cú 5¿ov-rt,). Por úl rica en la época precisamente en que madura, en todos sentidos,
timo, los temas de estos ejercicios antilógicos son todos, por lo el joven Platón. Aludimos al célebre orador Lisias, aquel que le
que sabemos, valores y disvalores morales: lo bueno y lo malo, tenía sorbido el seso a Fedro y a tantos otros de la última ge
lo bello y lo feo (en sentido m o ra l), lo justo y lo injusto, lo neración. Más que orador propiamente dicho, Lisias era un “lo-
verdadero y lo falso (en el sentido de veracidad y m en tira), et gógrafo”, como se decía entonces —un abogado diríamos hoy—,
cétera. es decir un “escritor de discursos” para el cliente que cayera, y
De lo que se trata en realidad —y aquí está todo el meollo de a gusto, por supuesto, del que pagaba. T a n consumado era L i
los D iscu rsos d o b le s — es de aplicar esos esquemas axiológicos a sias en este arte de la machincuepa, que, como lo dejan ver los
las acciones humanas, todas las cuales, como se percibe de súbito, numerosos discursos que de él nos quedan, podía emitir juicios
están afectadas de una ambivalencia radical en cuanto que absolutamente opuestos, y con el mismo vigor oratorio, sobre
reciben el predicado del valor o disvalor correspondiente según actitudes políticas idénticas. Se dirá que, después de todo, no
la ocasión o circunstancia del acto. Es mala, por ejemplo, la era Lisias sino un abogado: pero también el abogado, y no sólo
m entira entre amigos y conciudadanos, pero no con el enemigo, el político, debe respetarse a sí mismo en lo de no cambiar de
con los bárbaros sobre todo; en casos como éstos, “los dioses mis bandera tan fácilmente al pronunciarse, así sea por interpósita
mos bendicen la oportunidad de la m entira’’ (vpeuSwv xaipóg). persona, ya no sobre el caso de su cliente, sino sobre el régimen
•19(5 LA ILU STR A C IÓ N Y I.A SO FÍST IC A l a il u s t r a c ió n y i .a s o f ís t ic a 197

general del Estado. Ahora bien, es esto puntualmente lo que baric. En uno de sus múltiples episodios, al intimar los pleni
hace l.isias, tan pronto oligárquico como democrático, según potenciarios atenienses la rendición incondicional de Nfelos,
soplara el viento. invocan el siguiente y decisivo argumento: "Porque los dioses
Un proceso de semántica análogo al de los D o b les discursos, y los hombres han querido en todo tiempo que sean los tuertes
se observa igualmente en el conocido lema sofistico-retórico de los cjue manden y los débiles los que obedezcan.” Así debe ser,
“convertir en tuerte el argumento débil" (xov f)xxtü Xóycv añaden, por una ley o necesidad universal de la naturaleza/ -1
xpEÍTTW -ko ieIv ). Como tal figura formalmente en el acta de acu Estas palabras fueron pronunciadas en el año 416, y son, por
sación contra Sócrates,39 o sea como la habilidad de convertir lo demás, un lugar común en la historia y la literatura de la
en buena la m ala causa; y quien primero le lanzó este cargo época. Está muy lejos, por tanto, de ser ningún innovador el
fue Aristófanes, con las mismas palabras y con idéntica inter Calióles del G orgias. Es, por el contrario, la expresión de un
pretación. En las N u b es , en efecto, lo "fuerte” es sinónimo de estado de conciencia general esta proclamación abierta del de
"justo” y lo "débil” de injusto, y el arte del personaje Sócrates recho del más Inerte, negación radical de todo oiden ético-
—el más redomado de los sofistas en la comedia aristofanesca— jurídico, real o posible. De la retórica y de la sofística se sirve
consiste en hacer aparecer lo débil como fuerte, es decir lo in Calióles para desarrollai su cínica tesis, pero una y otra no
justo como justo. En su origen, sin embargo, y según se reco son sino la florescencia dialéctica de una honda perversión es-
noce hoy unánimemente, el famoso lema no quiere decir otra pii ¡mal.
cosa sino que la retórica posee el secreto de inducir la persua Es un ropaje del que, por lo demás, acabarán por despojar
sión con respecto a algo que a primera vista no parece ser acer se, como de algo inútil o incluso nocivo, los políticos que de
tado o conveniente, aunque de suyo lo sea. Y la mejor prueba tentan el poder en la hora más negra de la historia de Atenas,
de que ésta y no aquélla fue la primitiva significación, la te al establecerse el régimen de los T rein ta Tiranos. Como no
nemos en que todavía Aristóteles, no obstante la amplia infor tienen ya necesidad de la palabra servil, y como sienten que en
mación que tiene del cambio semántico, restituye al lema su la palabra libre está su peor enemigo, lo (pie deciden, muy ló-
sentido prístino, el que de suyo conlleva, al decir que hacer gicamente por cierto, es declarar la guerra a la palabra, con
‘‘más fuerte” un argumento es hacerlo “más verosímil” .40 Por la pretensión de aboliría y extirparla del todo. Es el famoso
otra parte, es igualmente cierto que Aristófanes, por más que decreto de Crinas —al que únicamente Sócrates se atrevió a
yerre al im putarle a Sócrates esta perversión de la retórica, no resistir—, por virtud del cual se prohibió enseñar, en cualquier
inventa nada ni adultera los hechos en cuanto que, efectiva forma epte fuese, la Xóywv xé/vq: arte de las palabras, de los
mente y en aquel medio, las palabras en cuestión se tomaban discursos o, inclusive, de las razones, por estar todo ello im
por muchos en el sentido en que lo dice él. De “artífice de plícito y complícito en el logos. Nunca hubo, hasta las dicta
persuasión” había pasado la retórica a ser artífice de maldad. duras del siglo xx, un tan denodado “ ¡M uera la inteligencia!”
De esta caída catastrófica no puede señalarse como respon De la educación superior en general hizo tabla rasa el nefando
sable a nadie en particular, ni entre los hombres de Estado decreto: de la sofística y de la filosofía por igual, hermanas
ni entre los sofistas. L o fueron, como en F u e n íe o v e jv n a , "to enemigas, pero hermanas al fin, en la consanguinidad de la
dos a una”. L o fue la corrupción general del pensamiento y las razón y la palabra.
costumbres, y la cual llegó a su clímax en la guerra del Pelo-
poneso. A ella habría que acusar, si a todo trance hubiera de
señalarse un responsable, de la inversión de valores, de su nau L a Id e a d e H u m a n id a d
fragio mejor dicho, a que asistimos a lo largo de esta horro En la misma línea de Protágoras, pero con desarrollo del
rosa contienda fratricida, en la cual se desbordaron todas las todo nuevo y de extraordinario interés, debe colocarse el pen
pasiones y se llegó, por ambas partes, a todo extremo de bar- samiento de los dos últimos sofistas entre los cinco mayores
s» A p a l. Soc. 19 b. 41 Tucídides, Guerra del Peloponeso. Y, 105: óiá jt civt ó ; (uto cpúoeu);
40 R e í . i.|02 a.
áv«Yxaíac» ov uv aoxflv-
498 l a il u s t r a c ió n y l a s o f ís t ic a LA ILU STR A C IÓ N Y LA S O F ÍST IC A 499

(le que antes hicimos mención. Son ellos Hipias de Elis y An- jante, mientras que la ley, tirana de los hombres, obliga con
tifón de Atenas. Veamos de qué modo enriquecen ambos las violencia a hacer muchas cosas contra la naturaleza.” 42 Hipias
ideas que al padre de la sofística le oímos exponer en la fábula pronuncia estas palabras en una reunión cuyos miembros son
de Prometeo y Epimeteo. todos de estirpe helénica, pero claram ente se ve que no subor
L a idea de h u m a n id a d —digámoslo así escuetamente, porque dina a esta circunstancia una declaración que enuncia, como
de esto se trata— es realm ente la idea fundamental en el céle dice Adolfo Levi, la universalidad del principio de la igual
bre mito y en la exégesis que del mismo da luego Protágoras. dad hum ana.43 Es un llamado a la conciencia hum ana y no a
No ya sólo de la nobleza, como antes se creía, sino de todos los la conciencia panhelénica.
hombres sin excepción se predica ahora la aptitud a participar Más claro aún, si cabe, es el último de los glandes sofistas,
en la más alta cultura y en las más encumbradas funciones Antifón, al decir que: “Por naturaleza todos somos iguales:
políticas. No hay una naturaleza hum ana privilegiada y otra nobles y plebeyos, griegos y bárbaros.” Y entre los sofistas me
inferior, sino una sola ávSpwrceía (púcng, común a todos; y si nores, por último, Alcidamas proclama a su vez: “Dios ha hecho
unos acaban al fin por sobresalir sobre los otros, es sólo porque libres a todos los hombres, y a nadie ha hecho esclavo la na
han sabido actualizar las virtualidades nativas mediante la turaleza” .
disciplina y la educación (#<rxr)cn.g x a i S iS a a x a X ía ). Todo esto Ahora sí tenemos, bien configurada en todos sus perfiles, la
lo enseñó por prim era vez Protágoras, y en cuanto de él depen Idea de Humanidad. Ni Platón llegó a tanto, ni ¡cuánto me
dió, lo puso en práctica. De él, en efecto, se cuenta que, lla nos! Aristóteles, con aquella su extraña obcecación de los serv í
mado por la ciudad de T u rios a redactarle su constitución, in a n atu ra, los bárbaros con respecto a los griegos, para em
cluyó en ella la enseñanza obligatoria para todos los ciudada pezar. Nos guste o no, de la sofística y no de la filosofía es la
nos y subvencionada por el Estado. Para todos sin excepción, más antigua proclamación del primero de los derechos hum a
porque la “virtud” —la excelencia humana en el orden intelec nos, principio y fundamento de todos los otros.
tual y en el orden m oral— es algo que puede enseñarse y que Con ello va implícita —hoy es ya un com entario de r u tin a -
cualquiera, por consiguiente, puede aprender. Algo debe el la afirmación de un derecho natural de validez universal y
mundo, después de todo, a los sofistas, comenzando por aquel de incondicionada superioridad sobre el derecho positivo. Por
gran benem érito de la cultura y la democracia. Ambas, en efec naturaleza, según dice Hipias, y no por ley o convención: (púcret,
to, tienen su fundamento común en la vocación universal del oú vópñ), son iguales los hombres; y de igual modo, por tanto,
hom bre a la sabiduría y al poder. Y que una y otra cosa: las deberá imponerse la ley natural sobre la ley positiva en todos
supremas excelencias del hombre, concurrieran en los mismos los casos de conflicto. Es una de tantas aplicaciones, como salta
sujetos, fue la gran ilusión de los mayores pensadores de Gre a la vista, del tema, tan traído y tan llevado en esta época, de
cia, de Protágoras a Aristóteles, pasando por Platón. la naturaleza y la convención, con la consiguiente victoria de la
Protágoras, no obstante, no dedujo expresamente (no lo ha primera sobre la segunda. T e m a muy de la época, por ser
brá visto o no se habrá atrevido) las últimas consecuencias del en general típico —en su sustancia si no siempre en su enun
fecundo principio sentado por él. No llegó a decir que la na ciado— de todas las épocas a las que pueda aplicarse el nombre
turaleza hum ana era una y la misma no sólo entre los griegos, genérico de “Ilustración” . En ellas, en efecto, se opera, como
sino entre griegos y bárbaros, con el corolario indeclinable de dice el historiador Schachermeyr, una E n t b in d u n g : una “des
que los bárbaros no han de considerarse —contra la opinión atadura” de las ataduras impuestas por la tradición o la coac
común, com partida aún jxir Aristóteles— esclavos por natura ción social con detrimento o deformación de la naturaleza. H e
leza. Hipias, en cambio, el p o lim d tic o Hipias, tan divertido ahí, precisamente, lo que acontece en la Ilustración helénica, y
como portentoso, da el paso decisivo al decir que: "A todos es un caso único, además, en toda la historia de la antigüedad.
vosotros, señores aquí presentes, os considero yo parientes, fa Solamente en Grecia se p>one todo en cuestión, mientras que
miliares y conciudadanos por naturaleza, aunque no por ley;
42 Prot. 337 d.
porque lo semejante es |>or naturaleza pariente de lo seme 43 L ev i , Storia (¡ella sofistica, p . 255.
500 LA IL U S T R A C IÓ N Y LA S O F ÍS T IC A 501
LA IL U S T R A C IÓ N Y L A S O F ÍS T IC A

en todos los demás pueblos —algunos inclusive, como Egipto,


de cultura refinadísima— se mantiene, en todos los aspectos del La o ra ció n fú n e b r e d e P ericles
pensamiento y de la vida, un inmovilismo que a nadie se le
Ahora bien, entre los sofistas y los filósofos está un hombre,
ocurre siquiera discutir. En oposición a la E n tb in d u n g helénica
Pericles, amigo de unos y otros por igual (fue huésped, a lo
están ellos, conforme a la terminología de Schachermeyr, en
que se dice, de Anaxágoras y de P rotágoras), y no por indife
una B in d im g o, también, una V e r h a lte n h e it: en una "ata
rencia de diletante, sino porque no le correspondía, de acuer
d ura" o “retención” .44
do con su eminente posición social y política, sumarse a ningún
No todo, sin embargo, puede desatarse. Puede y debe ha
partido o bandería, sino fomentar im parcialm ente todo cuanto
cerse esto con las convenciones o instituciones contrarias a la
juzgara conducente al engrandecimiento material y espiritual de
naturaleza, pero ya no tan fácilmente, o sólo por ciertos trámi
Atenas. Nadie como él los señorea a todos no sólo por su genio
tes, con las que no lo son, y desde luego no con la naturaleza
político, sino en haber sido, más tpie nadie, espejo fiel de su
misma. Esta, en efecto, implica ya, en su estructura misma, cier
pueblo y de su tiempo. Y ni siquiera es necesario andar hurgan
tas ataduras, las que impone, obviamente, la subordinación de
do por los recovecos de la historia para m ostrarlo así, sino que
los instintos a la razón, de las tendencias animales con res
nos bastará concentrarnos en el incomparable documento que
pecto al espíritu. Ahora bien, he ahí lo que no ven, en aquel
nos ha conservado la pluma de Tucítlides: en la oración fúne
grave momento histórico, todos los que, de cualquier modo, bre que el gran historiador pone en boca de Pericles, y que fue
apelan a la naturaleza por encima de la convención. Sí lo ve, pronunciada en el cementerio del Cerám ico al term inar el pri
desde luego, Protágoras, para el cual es innato en el hombre el
mer año de la guerra del Peloponeso.45
sentido de lo bueno y de lo justo, y los valores correspondien
En ocasión tan solemne, al rendir el último homenaje a los
tes, por lo tanto, deben ser la norma indefectible de su con
caídos en defensa de la patria, no puede el orador ofrecer a sus
ducta personal y social. No lo ve, por el contrario, Calicles, en
deudos mejor consuelo que el de representarles lo que es y
cuyo sentir la naturaleza hum ana es en todo igual —en lo mo
lo que ha llegado a ser esta Atenas por la que aquéllos ofren
ral se entiende— a la naturaleza bestial: un complejo de ins daron su vida, y por cuya supervivencia deben disponerse los
tintos orientados al goce y la dominación. Ninguna diferencia supervivientes a continuar luchando hasta la inmolación su pie
hay realm ente entre la ley del más fuerte y la ley de la jungla. rna si fuere necesario. Es así como la célebre oración fúnebre
De este doble y contrario enfoque proviene, por consiguiente, resulta, para sus oyentes y para sus lectores, hasta nosotros, una
la doble vertiente, una constructiva, la otra anárquica, por la pintura insuperable de los ideales políticos y culturales de Ate
que en la práctica se desliza la temática especulativa de la na nas en el acmé de su gloria y poderío. Por esta razón, y siguiendo
turaleza y la convención. Por esto fue la sofística fuente de el ejemplo de otros autores, nos ha parecido conveniente comen
tantos beneficios como maleficios; no por ninguna perversión tar aquí algunos párrafos del Epitafio, a guisa de colofón de este
original, sino porque no alcanzó, en sus mayores representantes, capítulo y como preludio de lo que vendrá después. En ningún
a dar una concreción mayor a principios de suyo buenos, y que documento tal vez como en la oración funeral ele Pericles puede
no podían desarrollarse normalmente hacia las consecuencias verse con tanta claridad la estrecha alianza, simbiosis m ejor
con ellos congruentes, sino por obra de la filosofía. dicho, entre educación y política, entre p a id e ia y p o lit e ia . Y es,
por último, introducción óptim a a Platón, cuyo nacimiento (en
427) tiene lugar, por tanto, en los primeros años de la guerra
<•* T a n p e trific a n te esta reten ció n com o la tic la escu ltu ra egipcia, por del Peloponeso. La Atenas en la que abre sus ojos y su razón, y
e je m p lo , cuyas figu ras no p u d iero n , en m ás de tres m ilen io s, ni g irar el
cu e rp o ni siq u ie ra lev a n ta r e l pie. Es u n p u ro d isp arate, así lo patrocinen r¡> La c rilic a m od ern a es p rá ctica m e n te u n á n im e en cn a n to a recon o cer
e x p e r t o s de la L'nesco, esto d e v en ir a h a b la rn o s tic otros h u m a n ism o s que, sea cu al fu ere la co n trib u ció n e stilístic a ilel h isto ria d o r, las ideas dc‘ l
íeg ip cios, o rie n ta le s, etc.) fu era del ún ico y a u tén tico h u m anism o: el gre. discurso son ideas de P ericles, ya ]xn' lo q u e sabem os d e su a ctu a ció n p o lí
co rro m a n o , fru to d el e je rc ic io de las dos po ten cias esp ecíficam en te defini- tica. \a p o rq u e, inclu sive, m ás de u n a vez están en d iscord an cia co n el
torias del h o m b re : razón y lib e rta d . ideario p erson al de T u c id id e s. C f. R o d ríg u ez A drados. <>/>. ci'L. p.
502 LA ILU STR A C IÓ N Y I,A SO FÍST IC A LA IL U ST R A C IÓ N Y LA SO F ÍST IC A 503

en la que se educa, es la Atenas cuyo retrato interior —éste sobre caído de suyo, sino que había costado, Como todo lo grande y
todo— traza Pericles tan maravillosamente; y ya sea que la mire valioso en la historia, “sangre, sudor y lágrimas”. No fue, en
después, en sus años maduros, en actitud de prosélito o de crítico, efecto, sino por una serie de movimientos: unos pacíficos, los
habrá de ser inconm utablem ente el horizonte intelectual y senti otros cruentos, todos revolucionarios, como pudo Atenas advenir
m ental dentro del cual se mueve, así sea para trascenderlo, su a la primera democracia —a la más jierfecta además— que regis
pensamiento. tra la historia. Muy largo camino fue el que hubo que recorrer
El Panegírico de Atenas —así podría llamarse también, y con desde el despotismo de la nobleza y las clases adineradas hasta la
entera propiedad, la Oración Fúnebre— resulta fundamental perfecta igualdad entre nobles y plebeyos, ricos y pobres. Primero
mente de una doble consideración: la primera, la forma de go la solución de compromiso de Solón, al establecer, con tanta sa
bierno (rtoXtTEÍa); la segunda, los hábitos o manera de ser o estilo biduría, una tim ocracia más bien que una democracia. No era
de vida (xpóitoi) que son propios de los atenienses. De una y otra posible otra cosa en aquel momento, cuando medidas más radi
cosa, según dice el orador, procede la grandeza de Atenas.46 Lo cales habrían encontrado la resistencia acérrim a de las clases pri
exterior y lo interior, como si dijéramos, o el “país legal” y el vilegiadas y todavía muy poderosas. No fue sino mucho después
"país real”, como suelen decir los franceses. Tocante a lo primero, alando se vio con toda claridad, tras de la tremenda experiencia
a la constitución política, dice Pericles: de las guerras médicas, que no podía más escatimarse el poder a
“Tenem os un régimen de gobierno que no envidia las leyes aquellos a quienes Atenas había debido su salvación, y que no
de otras ciudades; y somos más bien ejemplo para otros antes que habían sido ni los nobles ni los ricos, sino el pueblo en general.
imitadores de los demás. Y ha recibido el nombre de demo Entonces y sólo entonces pudieron hacerse viables las dos grandes
cracia, por no estar la administración en la minoría, sino en la reformas que instauraron definitivamente en Atenas la dem ocra
mayoría. De acuerdo con nuestras leyes, todos tienen iguales de cia: la de Clístenes en primer lugar que extendió a todos los
rechos en las controversias privadas, mientras que, según el pres ciudadanos el sufragio activo y pasivo (elección y elegibilidad
tigio que tenga cada uno en la estimación pública, es hon para cualesquiera cargos), y la de Efialtes, poco después, que
rado de preferencia a los demás en la gestión de la comunidad; radicó igualmente en el pueblo el ejercicio de la judicatura en
y no por la clase social a que pertenece, sino por su mérito, ni todas sus instancias. Con esto desapareció prácticam ente, o que
tampoco, si puede hacer algún beneficio a la ciudad, es un im dó reducido a no ser sino un solemne fantasmón, el últim o re
pedimento su pobreza o la oscuridad de su condición social.” 47 ducto de la aristocracia, el Areópago, al pasar sus funciones
T o d o en estas palabras es oro puro: el oro de la verdad y de de corte suprema al tribunal de los Heliastas: a los “asoleados” ,
la originalidad. Pericles, en efecto, no expresa tan sólo un ideal ni más ni menos, porque allí no había sino sol general. En seis
político, sino la realidad viva de un régimen absolutamente ori mil calcula Ranke el número de los heliastas 48 El núm ero y la
ginal, y que, por sus virtudes, debe ser pauta y ejemplo (rcapá- etimología son de sobra elocuentes. T od o el poder estaba en
SEtYpia) a los demás pueblos. Y se llama “democracia” (Sipoxpa- todo el pueblo y nada más.
-ría) no sólo por gobernarse por el voto de la mayoría, sino por En todo el pueblo y en un hombre solo, podemos añadir, y sin
algo más fundamental aún: por la igualdad jurídica de todos los que haya la menor contradicción en este aserto a primera vista
ciudadanos (naca t ó íaov) y por la igual oportunidad que todos paradójico, aunque circunscrito, eso sí, a la vida de Pericles. Por
tienen para sobresalir en la república, sea cual fuere su condición cerca de veinte años, según los cálculos más conservadores, con
económica o social. centró en su persona todas las facultades del poder ejecutivo,
H oy se cae esto de suyo, después de veinticinco siglos de teo pero dando constantemente cuenta al pueblo de su gestión y re
ría del Estado y de la dem ocracia; pero en aquel momento tenía cibiendo anualmente, del pueblo también, la renovación de su
todo el fulgor de la aurora, y era, además, algo que no había mandato. Nunca hubo, según todas las apariencias, la m enor
coacción sobre la asamblea; y a ningún historiador, hasta donde
46 i uc\ , o p . cit. n , 36: [ i e0 ’ o t a ; Ji o i at EÍ a; v.al t q ó jt o i v éíj ot aiv |iE-yá).a
¿YÉVETO. 48 Cf. L eo p o l d von Ran k e, P e r i k l e s , D i e B l ü t e z e i t A t h e n s , Ber l ín , 1942,
*1 I b i d . 11, 37. p. 106.
504 l a il u s t r a c ió n y l a s o f ís t ic a LA ILU STRA C IÓ N Y LA SO FÍST IC A 505

sabemos, se le ha ocurrido ]x>ner en parangón el gobierno de do juegos y fiestas religiosas a lo largo del año y acondicionando
Pericles, tan personal como popular, con la llamada democracia con gusto nuestras casas, con cuyo recreo cotidiano alejamos los
cesarista, cuyo triste epílogo han sido las dictaduras de nuestro pensamientos tristes.’’
siglo. Sinceramente creemos que ha sitio un caso único en la Característica de todo régimen liberal y democrático es, en efec
historia éste de semejante “alianza entre: la soberanía de todos to, tal y como lo enuncia Pericles, la de que, tamo cu la con
y el poder de uno solo ' ; 1" un caso en que se verifican! también ducta pública romo sobre todo en las relaciones plisadas y en la
el “milagro griego’’. vida íntima, debe icinar un espíritu de libertad (¿XeuQépiog) y
A este extraordinario fenómeno, pensando desde luego en sí tolerancia recíproca. La misma obediencia a ¡as leyes no provie
mismo —; por qué no?—, pero con proyección general, alude Peri ne tanto de la Coacción como do un sentimiento e s p o n t á n e o de
cles al hacer ver, según lo arriba transcrito, cómo son perfecta respeto (6éoc) • Y en esto de las leyes es muy de notar cómo Pe
mente conciliables, en un régimen democrático, la igualdad y el ricles hace especial mención —y reclama para ellas una indu
prestigio: Ecrov-á^ítocrt;. l odos son iguales para empezar, v lo si dable primacía— de las “leyes no escritas’’ (avpa<poc vópcac) . No es
guen siendo en las elecciones y ante los tribunales, pero uno o éste el lugar apropiado para dilucidar el sentido preciso que
unos sobresalen al fin, y no por su riqueza o |x>r su tama, sino deba atribuirse a esta expresión tan recurrente en la filosofía
por su a r e lé , como dice Pericles, por su “mérito’’ o “perfección y la literatura helénica; sobre esto lian curt ido mares de tinta y
hum ana’’; y perdónenos el lector si continuamos buscándole tra seguirán corriendo, liaste decir aquí que, de acuerdo con la co
ducciones al estupendo vocablo. La physis es común, concedido; nocida variedad significativa del vópog griego (tanto ley cu sen
pero la a r e te es única e incompartible. Unica es también en la tido estricto corno norma ética o costumbre en general) por le
historia, recalquémoslo, aquella perfecta conciliación entre la yes no escritas se entiende en lo d o caso un complejo ético-jurídi
igualdad de todos y la superioridad de uno solo. Por lo gene co de normas tradicionales, y cuya observancia es no menos im
ral, no ha podido alcanzarse, aun en las democracias que han perativa que la del derecho legislado. Hay, además, quienes pos
hecho mejor figura, sino un equilibrio imperfecto y siempre tulan el origen divino ele estas leyes, como en el conocido pasaje
inestable y precario. No por esto, empero, debe renunciarse a de la Alt lig ón a de Sófocles. Pericles, por su parte, no se pro
este ideal de la democracia, antes bien hay que esforzarse siem nuncia sobre esto; \ de su reticencia en este particular deducen
pre por aproximarse a él en la medida de lo posible'. ciertos intérpretes la al i luición del estadista al pensamiento ra
Una segunda característica de la democracia, igualmente re cionalista o irreligoso de la Ilustración ateniense. Esto, sin em
sultante de otra composición, esta vez entre la libertad y la ley, bargo. no pasa de ser mera conjetura; y en todo caso también,
se nos ofrece luego en la Oración Fúnebre del modo siguiente: Pericles se limita a reafirmar, como lo hace Protágoras, la nece
“Con espíritu de libertad nos conducimos no sólo en la admi sidad de que en la comunidad social y política se observen no
nistración de la cosa pública, sino también en lo que se refiere sólo las leyes escritas, sino todo aquello que, en cada circunstan
a la inspección recíproca de las ocupaciones cotidianas, sin enco cia, aconseje el sentido de lo bueno y de lo justo. Las “leyes no
lerizarnos con el prójimo porque obre según su buen talante, ni escritas" de Pericles son, en suma, el equivalente práctico del
jxmerle mala cara, más para contristarlo que para castigarlo. Y “respeto y justicia" de Protágoras; y por esto lía podido decirse
asi como no nos molestamos en las relaciones privadas, no trans que el estadista ateniense coincide en lo fundamental con los
gredirnos la ley en los negocios públicos, por un sentimiento de sofistas antes que con los filósofos/'1
reverencia que nos lleva a obedecer a los que en cada ocasión de En transición apenas perceptible, ya que en el fondo todo es
sempeñan alguna magistratura, y también a las leyes, y de entre uno v lo mismo, pasa el orador de las instituciones políticas a
ellas sobre todo a las que han sido promulgadas en beneficio de las costumbres o hábitos (vpóitot.) que son su fundamento. Es algo
los que sufren la injusticia, y a aquellas leyes no escritas, cuya en cpie Pericles se detiene con especial predilección, ya cpie teme,
violación lleva consigo manifiesta ignominia. Y además hemos v con razón, que no vayan sus conciudadanos a atribuir los reve
procurado al espíritu numerosos solaces de sus fatigas, disponien-
so I b id . 3.7 -3 8 .
O jrtius, U isto ire G r ec q u e, li, ,]8G. Gf. Rodríguez Adrados, o}*. f/d, [>. 2(>9.
506 LA IL U ST R A C IÓ N Y LA S O FÍST IC A LA ILU STR A C IÓ N Y LA SO F ÍST IC A 507

ses de la guerra a la pretendida superioridad de las instituciones habrá que cuidar de que su ejercicio no resulte en desmedro de
y costumbres del Estado enemigo. De ahí que, y aunque sin otras facultades o virtudes, y señaladamente del coraje cívico y
hacer de ello en cada punto un parangón explícito, contraponga del valor m ilitar.53 T odo esto, en suma, es la quintaesencia del
de hecho al totalitarismo espartano, sin otra finalidad que la espíritu ateniense, helénico podríamos decir, si hacemos abstrac
guerra y bajo la disciplina más feroz, la versatilidad del espíritu ciones de casos tan singulares como el de Esparta. Es algo en que
ateniense, abierto a todo aquello que puede tornar la vida bella, convienen todos, sofistas y filósofos: en hacer consistir la educa
noble y placentera, y sin que todo esto, por otra parte, enerve ción general, como dirá Platón, en “música y gimnástica”.
el valor m ilitar. Oigámosle: Como algo que fluye naturalm ente de todo lo anterior, Pe-
"De nuestros adversarios nos distinguimos también en la ma rieles pone fin a su etopeya de Atenas con aquello que es, en de
nera como nos preparamos para la guerra. A todos tenemos abier finitiva, la raíz última de toda dignidad humana y de toda con
ta nuestra ciudad, y lejos de expulsar a los extranjeros, a nin ducta valiosa: el señorío de la inteligencia - y de su inmediata
guno impedimos que venga a ella a estudiar o a contemplarla, y expresión en la palabra— sobre la acción. En una ép ica como la
ni siquiera ocultamos aquello cuyo conocimiento pudiera ser de nuestra, que Georg Lukács ha definido como de “asalto a la
utilidad para el enemigo. Confiamos, en efecto, no tanto en los Razón”, conviene recordar lo que sobre la prim ada de la Razón
preparativos o estratagemas como en el temple de nuestra alma en dice el estadista ateniense:
el momento de la acción. Mientras otros se educan desde niños “Al intervenir todos nosotros personalmente en el gobierno
en un fatigoso entrenamiento para adquirir valor, nosotros, que de la dudad, lo hacemos ya por nuestro voto, ya por nuestras
tomamos la vida plácidamente, no por esto nos arrojamos con me propuestas. No creemos, en efecto, que las palabras perjudiquen a
nos ímpetu a los peligros que guardan proporción con nuestra la acción; antes bien estimamos que es de mayor daño el pasar
fu erza. . . A los ejercicios penosos preferimos la vida fácil, y si a los actos sin haber sido previamente aleccionados por la pala
afrontamos el peligro no es por la coacción legal, sino por nues bra. L a peculiaridad que nos distingue es la audacia extrem a
tros hábitos de valentía, y con esto tenemos la ventaja de no an combinada con el no emprender nada antes de una m adura re
gustiarnos anticipadam ente por las contrariedades que nos espe flexión; mientras que en los otros la audacia es producto de la
ran. Y cuando al fin marchamos a su encuentro, no nos mos ignorancia, y la reflexión lleva consigo la indecisión. ¿O no
tramos menos atrevidos que los que viven en perpetuo ago debemos juzgar como de alma absolutamente superior, a aquellos
bio. Pues por estos motivos es digna de admiración nuestra ciu que pudiendo apredar con toda claridad tanto las penalidades
dad, y por esto aún: porque amamos la belleza sin fastuosidad y como los placeres, no han retrocedido, sin embargo, ante el peli
la sabiduría sin molicie.” 52 gro? . . Puedo afirmar, en conclusión, que nuestra ciudad es, en
En la Acrópolis de Atenas están grabadas hoy estas últimas su conjunto, la escuela de Grecia, y creo que cualquier hombre
palabras como la mejor expresión quizás del espíritu ateniense. puede encontrar en ella todos los medios para formarse una per
No anduvo tal vez Pericles muy ajustado a la verdad en lo sonalidad completa y en los más distintos aspectos, y dotada al
de que el am or de la belleza hubiera ido siempre sin fastuosi mismo tiempo de la mayor flexibilidad y encanto personal.” 54
dad o "con poco gasto” (en una traducción todavía más lite A sí mismo se pinta Pericles; así piensa —y no lo censura
ral) , cuando se piensa, por ejemplo, en el Partenón y demás m o s- el malicioso lector. T od o podrá ser; pero lo cierto es que
grandiosas construcciones erigidas durante su gobierno. Lo fun no sólo cuadra a él esta etopeya. En Platón también, para no
damental, sin embargo, lo que en el fondo quiere decir la cé hablar de otros escritores, encontramos una apreciación análoga:
lebre sentencia, es la observancia de la medida y del equilibrio
63 Son vi r t u d es esp ecíf i cam en t e p r o p i as d el v ar ó n ( ávr ¡0, áv Sp gía) , p er o
aun en las más puras y supremas manifestaciones del espíritu.
t am b i én lo son l a p o l ít i ca y l a f i l o so f ía, y sob r e t od o t al vez est a ú l t i m a.
Del equilibrio sobre todo, ya que por más que no pueda tacharse L a h i st o r i a n o r egi st r a h ast a h oy el n o m b r e d e u n a sol a fi l ó sof a.
nunca de excesivo el am or de la belleza o la sabiduría, siempre s * I b i d . 40-41: . . . I w e X c úv t e X íc /o » t t )V t e j t áo av jt óXi v x % ‘EX X áSo g
j t aí ó ew i v ef vai , -/.al xu f V ex aax o v ó o x e í v a v p oi xóv at i xóv a v 8 p a Jt ap ’ f||io>v
02 lbid. 3 9 -4 0 : <piXoxaXoCiiEv pex’ r,\rtt:\tÁac, x u t cpd.ocrocpot'pev ávet) p a f a - éjt l jtÁ.EÍax a v e i 8t i x a l p ex á yox>íx<¡)\ p.áXt ox <Sv Eur poj i éXt og xó o ó i p a au x ag-
KÍag- xrc; n ap éxf o O ai .
508 I-A ILU STR A C IÓ N Y I.A SO FÍST IC A LA ILU STR A C IÓ N Y LA SO F ÍST IC A 509

“Los atenienses, cuando son buenos, lo son de modo extraordina infinita en el tiempo y en el espacio que lleva consigo el pen
rio. En ellos únicamente la perfección les viene de fuente original, samiento helénico. En el orden [X>1 ítico sigue siendo la demo
sin coacción y por don divino, con verdad original y no por re cracia el ideal de gobernó, el único que se atreven a confesar
vestimiento.”'''' inclusive aquellos que más cínicamente la niegan en la práctica
No tiene Pcricles otra consolación que ofrecer a los deudos pero nunca en las palabras, y lo más que se permiten es aña
de los caídos en la guerra —y se lo dice con toda claridad— fuera dirle tal o cual adjetivo calificativo. Y en el otro orden, el tic
de evocarles, como lo lia hecho, la excelencia incomparable de la educación y la cultura, el tipo tle hombre que se ha querido
una ciudad por cuya gloria y subsistencia vale la pena cualquier plasmar en Occidente —por lo menos hasta estos días de la
sacrificio, incluso el de la vida misma. Del panegírico de Ate “contestación global”—, aquel a cuya formación han tendido
nas por tanto, pasa el orador, en la parte final del discurso; siempre sus mayores universidades, ha sido el mismo que se nos
a decir, entre otras cosas, lo siguiente: propone, realizado o como ideal, en la Oración Fúnebre. Es el
“Fue por una ciudad así jjor la que estos hombres, al no hombre en su desarrollo integral: cuerpo y alma, sensibilidad
poder adm itir que les fuera arrebatada, murieron combatien y razón, carácter y espíritu, y apto, por lo tanto, para las más
do . M urieron en la culminación de su gloria, como dignos diversas actividades: el arte y la filosofía, la guerra y la polí
ciudadanos de tal ciudad . Dando como dieron su vida por la tica. A un tipo así no le hace ninguna falta la polimatía ni,
causa común, ganaron para sí mismos una alabanza inmarcesible menos aún, la especialidad técnica, la cual, al olvidarse tle aque
y la más noble tumba: no tanto este lugar en que yacen, como llo que es lo primero y principal, acabará por llevar a lo que
aquella otra en que queda a perpetuidad su gloria, o sea en el ha llamado Ortega la barbarie del especialismo. El espíritu, en
recuerdo ¡terenne de los hombres que lo mostrarán así en la efecto, una vez formado, es tina fuerza libre y dominadora, y
palabra y en la acción. Porque la tierra entera es la tumba de los en completa disponibilidad, por lo mismo, para cualquier tarea
hombres ilustres, ni está indicada tan sólo en la inscripción de a que haya de aplicarse su energía interior. Y si no es esto el
las estelas funerarias en el propio país, sino que, más allá de sus h u m an ism o, honradamente no sabemos lo que pueda ser.
confines, vive en el espíritu de cada hombre un recuerdo no
escrito, y con mayor fuerza que el del epitafio m aterial.”5U
D e la “p a id e ia ” so fistica a la " p a id e ia ” p la tó n ic a
Pocas veces como en aquella ocasión habrá sitio tan exacta
y tan dilatada en el tiempo la profecía. Hasta hoy ha vivido, He ahí lo que tiene tras de sí Platón; el legado que él y sus
en nuestro espíritu y en nuestro corazón, el recuerdo no escrito contemporáneos reciben del magnífico siglo v. Y quiéralo él
(áypatpog pvrjpTi) de aquellos hechos, de aquellos hombres y de o no, a los sofistas se debe, como dice Jaeger, la completa m adu
aquellos ideales. No sería exagerado afirmar que en ningún otro ración “del esfuerzo constante de toda la poesía y el pensamiento
momento histórico y en ningún otro documento puede verse griego para llegar a una acuñación norm ativa de la forma tlel
con tanta claridad la potencia de universalidad, de expansión hom bre."57 A partir de entonces, y según sigue diciendo el hu
'• L e y e s , (>.)2 c. Segu i m os l.i b el l a t r ad u cci ón d e D i es: “ A eu x seuls
manista alemán, la p a id e ia deja de ser únicamente la educación
r o xcel l cn ce vi en t de sou r ce, sat is con t r ai n t e. p ar gr ácc d i vi n e. El l e cst del niño (itatg) para extenderse prácticamente a la vida huma
che/ , eu x seu l s v ér i l é d e fom l ct n on l al t o r i eu x p l acage” . na en toda su extensión; y concurrentemente con esto, pasa a
•"'<) I b i d . 11 - 1 : . . . rivbnurv t 'rrupavów j u i n a *•.’ ñ t ácp o ; . . . El l en gu aje de significar también el contenido del acervo cultural que en cada
T u cíd i d es es d i f íci l en gen er al , y acaso sob r e l od o en t ext os t an p r eñ ad os
generación trasmiten las técnicas educativas. “A partir del siglo
d e p en sam i en t o com o los d e la O r aci ón Fú n eb r e, y por est o h ay t ant a
var i ed ad en las t r ad u cci on es. 1.a (| t ic d oy yo de los p asaj es ar r i b a t r an s­
iv, en que este concepto halló su definitiva cristalización, los
cr i t os es en gr an p ar t e m ía, ) en gr an p ar t e t am b i én con cu er d a unas griegos denominarán p a id e ia a todas las formas y creaciones
veces con la l at i n a de H asi i ( Fi r m i n D i dot ) , ot r as t on la fr an cesa de D enis espirituales, y al tesoro entero de su tradición, del mismo modo
K o n ssel ( Bi b l i o i h r q u e t ic la J’ l éi ad c) , y ot r as, en fi n , con la esp añ ol a de
Ro d r ígu ez A d r ad os. D e est e ú l t i m o , ad em ás, m e li a sit io de gr an ayu d a
su com en t ar i o . Fu t r e m i s gr an d es sat i sfacci on es h a est ad o si em p r e l a del
r econ oci m i en t o. P aideia, 277.
510 LA IL U ST R A C IÓ N Y LA SO FÍSTIC A ) A ILU STR A C IÓ N Y I.A S O FÍST IC A 511

que nosotros lo denom inam os B ildu n g (form ación) , o con pa Si Platón hace hablar asi a sus propios hermanos, es de creer
labra latin a, cultura.”™ se que efectivam ente hizo presa en ellos —con lo que está dicho
¿Qué más le quedaba, entonces, por hacer a Platón? Nada en que hasta en las m ejores fam ilias— esta m entalidad. Es la. m is
apariencia y m ucho en realidad, y él lo sabía m ejor que nadie. ma, por lo demás, que todavía hoy se expresa, y en ningún
Algo debía faltar en aquella paicleia, tan brillan te como frágil, idioma m ejor, en m áximas como las siguientes: “Honesty is the
delineada tanto en el P rotágoras como en la O ración Fúnebre. best policy’ , o tam bién: “ Justice pays best on the w hole”. Es lo
De otro modo, en efecto, no habría tenido lugar el colapso que vienen a decir, en fin de cuentas, los interlocutores del
com pleto de los ideales de conducta im bíbitos en ambos docu Sócrates de la R e p ú b l i c a , no sólo A dim anto y G laucón, sino
mentos, y que fue harto patente en los años aciagos que si también Céfalo y Polem arco. Y si de ellos disiente Trasím aco, el
guieron a la m uerte de Pericles, el único que había sido capaz terrible Trasím aco, con su concepción de la ju sticia como el in
de tener en equ ilibrio todas las tensiones, o en jaque los fac terés del más fuerte, la disidencia es más aparente que real. Lo
tores de descomposición. Después de él vinieron demagogos que Platón quiere dar a entender, en efecto, es que el inm ora
como C león y A lcibíades; y lo peor fue que si el primero era lismo está latente, en germen siem pre dispuesto a reventar, en
no más que un producto bruto del pueblo más bajo, el segundo, la m oral del éxito y de la conveniencia.
en cam bio, no sólo era un aristócrata de la más alta estirpe, sino De Platón es por entero, sin la m enor duda, la com posición
que había recibido la más refinada educación bajo la tutoría artística de la R e p ú b lic a , pero la situación del diálogo corres
del propio Pericles. ¿Dónele estaba, entonces, la eficacia de la ponde a una situación perfectam ente real entre el Sócrates his
nueva p a id eia , en quien se d ejó arrastrar a todos los excesos, tórico y sus conciudadanos. En tre la sofística y P latón está Sócra
hasta rem atar en la traición a la patria? Apenas unos cuantos tes, y toda la reform a m oral auspiciada por el prim ero no es sino
entre los hom bres públicos, Nicias sobre todos, conservan entera el desarrollo de ciertas intuiciones socráticas, tan simples como
la antigua virtud, pero su influ encia está muy lejos de ser deci hondas y fundam entales, y que, muy en concreto y según re
siva, Y si así era en los privilegiados de la cultura, ¿qué sería sulta del texto de la A p o lo g ía , se reducen a dos principalm ente.
en la masa, en aquel pueblo tan soberano como irritable y La primera es la del valor in fin ito del alm a y del cuidado que
tornadizo y a merced siempre del que supiera moverlo? ¿De por ella hay que tener (é-rtq.iÉXeia TÍjg tjiuxíjg), por sobre todas
qué servía una dem ocracia que, no bien restaurada, se anotaba las demás cosas. La segunda es la de la ju sticia como la verda
como gran proeza la condenación de Sócrates, el más justo de dera salud y excelencia del alma, y que por este motivo, y no
los hombres? por sus conveniencias sociales, debe tam bién anteponerse a
A zonas de mayor profundidad espiritual había que descender, todo y de m anera incondicional. A uno y otro requ erim iento
por tanto, si se quería im prim ir, así en la vida personal como en debe estar subordinado todo lo demás, inclusive la gloria y el
la vida pública, un ethos perm anente, un ethos resultante, ade prestigio de Atenas; y ésta es, en suma, la verdadera revolución
más, de la participación en valores objetivos y absolutos. La socrática en el orden m oral y en el orden político. En otros
m oral hasta entonces prevalente no era, en fin de cuentas, sino lugares y a propósito de Sócrates especialm ente , 59 nos hemos
la m oral del éxito. H a b ía que observar, seguramente, ciertas explicado largam ente sobre todo esto, por lo que no será nece
m áxim as de decencia y ju sticia (aíSwg xat. 8 íx r¡), pero más que sario repetir aquí lo que allí quedó consignado. T a n largo proe
nada para revestirse de una respectability que garantizara el éxi mio como éste, por lo demás, ha sido de todo punto necesario
to personal y social. Y con tal de que esta respectability pudiera para dar una idea, bien sumaria después de todo, del estado
conservarse, no había mayor escándalo en que el m al anidara en social y de las fuerzas espirituales vigentes en el medio y en la
el alm a, o inclusive que se propasara en actos socialmente intras época en que P latón —asumiendo éstas u oponiéndose a aqué
cendentes. Es lo que da a entender la fábula del anillo de Giges, llas— concibe y form ula su plan educativo y su construcción
cuya m oraleja asumen en la R e p ú b lica , con mayor o menor política.
osadía, A dim anto y Glaucón.
59 c f . Antonio Gómez Robledo, S ócrates y el so c ia lis m o , M éxico, FC E,
68 Jaeger , o p . c it., p . 278. 1966.
t A PK D A G O G íA DI-S L A “ R K I'L ’ B U C A ” 5 1$

náutica, sino que Platón mismo com para el proceso educativo al


tránsito de los prisioneros de las tinieblas a la luz, y más con
XVI. LA PEDAGOGÍA DE LA R E P Ú B L I C A cretamente al gradual acom odam iento de la visión primero a las
sombras y reflejos de los objetos, después a los objetos mismos y
De la R ep ú b lica de Platón dice Juan Jacobo Rousseau, en las finalm ente a la luz misma y en su fuente solar. De acuerdo con
primeras páginas del E m ilio , que sólo aquellos que se guían no esto, no es la educación, contra lo que creen “algunos’’ (ciertos
más que por los títulos de los libros pueden creer que se trate sofistas desde luego e Isócrates tal vez) la introducción de tales
de un libro de política, cuando en realidad es aquella obra o cuales conocim ientos en el alma, sino un adiestram iento o for
el m ejor tratado cíe educación que jam ás se haya escrito. talecim iento del “o jo del alm a”, a fin de que éste pueda per
De acuerdo por com pleto con el filósofo ginebrino en esta cibir p o r sí m ism o los objetos que le son adecuados. -
últim a afirm ación, no lo estamos, en cambio, en cuanto-a pre Es un sím il muy feliz, no hay duda, pero como en todo
tender que Platón le haya puesto a su obra m áxim a un título símil, no hay entera coincidencia entre los dos términos en pa
inapropiado al contenido. Podría ser así en la actualidad, cuan rangón. En concreto, y para entender m ejor lo que venimos
do educación y política, por muchas que puedan ser sus inter diciendo, hay que destacar estas dos diferencias. La primera,
ferencias recíprocas, no son totalm ente coincidentes, pero no en que el o jo del alm a no es, a diferencia del o jo corporal, total
la antigüedad clásica, cuando la vida humana, en lodos y cual mente dependiente de la experiencia, sino que hay ya en él
quiera de sus aspectos era sencillam ente incom prensible fuera cierto fondo innato de ideas o de valores que serán luego des
ele la com unidad política. A hora bien, y según lo dice Nettlc- pertados por la “rem iniscencia”, o sea, podemos decirlo ahora,
ship tan reiteradam ente , 1* la R e p ú b lic a es fundamentalmente por la educación . 3 L a segunda, y no por obvia menos im por
un discurso sobre la vida hum ana, y por esto tiene tanto de tante, es la de que m ientras que el ojo del cuerpo es más o m e
psicología como de educación y de política; y si su título des nos independiente en su m ovim iento del resto del organism o (no
taca sobre todo este últim o aspecto, es porque la organización hay que mover todo el cuerpo si queremos, por ejem plo, m irar
política es el marco dentro del cual se dan todas las expresio hacia a trá s), el ojo del alma, por su parte, no puede volverse
nes posibles de la vida humana. aquí o allá si no se vuelve tam bién, en la misma dirección, toda
Si tuviéramos hoy los hábitos intelectuales de unidad y sim el alma. “Con toda el alma debe operarse la conversión de este
plicidad con que los griegos veían estas cosas, nos bastaría con órgano, a fin de hacerlo capaz de contem plar el ser y lo más lu
dejarnos llevar del m ovim iento tlel diálogo, al modo de los minoso del ser”.J En el alma, en efecto, hay una solidaridad in
terna mucho más estrecha que en otro organismo cualquiera, y
antiguos com entaristas, para verlo “todo junto y distinto’’, como
justam ente en m érito de su sim plicidad. Al alm a toda entera, por
diría fray Luis de León. Pero como son ya invencibles, para bien
consiguiente, hay que im prim irle la orientación debida, si se
o para mal, estos otros hábitos nuestros de división y coordina
quiere obtener la form ación integral, del carácter tanto o más
ción (oriundos tam bién, por lo demás, de la dialéctica plató
que de la inteligencia, que supone toda educación digna de este
nica) , tendremos que considerar cada cosa separadamente. Y en
lo que se refiere a la educación, veamos en primer lugar las nom bre.
Con estas salvedades, sin embargo, al alma hum ana hay que
orientaciones generales que sobre esta m ateria encontramos en
tratarla, para todos los efectos y propósitos de la educación, como
la R e p ú b lic a , y en seguida el plan educativo propiam ente dicho.
a un organism o vivo, y hay que procurarle, en conseuencia, el
U na y otra cosa son de gran interés, peto sobre todo la prime
ra, o sea la concepción general que Platón tiene de la educa 2 R e p . 518 c.
ción, y a la que tuvimos ya ocasión de aludir al explicar la ale 3 “T h e principie which Plato conveys by this metaphor is that ihe
whole funetion of educación is not to puc knoudedge into the soul, but
goría de la Caverna. N o se trata de ninguna inferencia henne-
to bring out the best things that are latent in the soul, and to do so bv
directing it to the right objeets” . Ncttleship. of). cit., p. 78.
1 Richard Lewis Ncltlcship, l.e clu res on Ihe R cp u blic o f Plato, \lac- 4 R e p . .718 c: “uv o\\\ xf) 'Unr/h ................. n ; t o o v x a i x o ñ o v i o 7 t o
niillan, 1955- fpavóxarov...............

[5trp
514 LA PED A G O GÍA DE LA “ R E P Ú B L IC A ” LA PED A G O GÍA DE LA “ R E P Ú B L IC A ” 515

alim ento, la estación y el lugar que más le convengan: Tpotpi'i, cuanto que de lo que se trata es de disciplinar esas potencias
wpa, t ót c o ^ . 56 L a educación, por tanto, comienza no en la es para someterlas en todo al im perio de la razón. La educación,
cuela, sino desde m ucho antes, en un medio am biente a la par por consiguiente, no podrá ser exclusivam ente intelectualista, y
saludable y hermoso, y cuya contem plación suscite en el niño, ni siquiera podrá tener este carácter en sus primeras etapas, en la
aun inconscientem ente, sentim ientos de semejanza, amistad y niñez y en 3a adolescencia, cuando lo irracional, por im perativos
arm onía con la “bella razón ” . 0 biológicos inderogables, predom ina sobre lo racional. H abrá que
L a educación platónica tiene así, desde el principio, un sello apelar por tanto, en esas edades, sobre todo a la im aginación y al
netam ente activista por parte no sólo del maestro, sino del edu sentim iento, a fin de despertar en prim er lugar el amor de lo
cando. No ha de lim itarse este últim o a recibir pasivamente co bello (cpw? t o O xaXoü) ; de lo bello m oral, desde luego, pero
nocim ientos prefabricados, sino que ha de producir por sí mismo siempre b a jo la razón de belleza, su b s p e c ie p u lcri. N o será sino
el saber y la virtud como un verdadero fruto vital, mediante muy posteriormente, cuando del amor de la belleza se pase al
los estím ulos apropiados que en cada edad de la vida han de ir amor de la verdad (íptog áX r$zía.q) . cuando la dem ostración
disponiendo las técnicas educativas. E n la raíz de esta concepción racional podrá absorber por com pleto el m agisterio de las cien
está, com o salta a la vista, la m ayéutica socrática, pero con cias y la filosofía. No por esto, sin embargo, queda desplazada
un enriqu ecim iento tem ático e instrum ental que pertenece por la verdad en ningún mom ento del currículo educativo, como en
en tero a Platón. Son principios y m áximas, por otra parte, de seguida lo comprobaremos. Al pragmatismo de los sofistas y de
singular actualidad en estos años de “contestación” educacional los retóricos, que no recurren a otra instancia superior a la
en las principales universidades del m undo contem poráneo. Po O pinión, opone Platón un sistema educativo que reposa íntegra
drá decirse que los jóvenes no saben siempre lo que quieren, mente sobre la noción fundam ental de la Verdad. L a Verdad,
pero sí saben siem pre lo qu e no quieren: u na educación que cumple añadir, tanto en el pensam iento como en la conducta. La
hace del alum no una m áquina registradora y memorizadora educación ha de hacer a los hom bres m ejores en uno y otro
de datos desvitalizados, im personales e impositivos. A la edu aspecto; ha de tornarlos tanto sabios como buenos. Este es,
cación la colocó en el mismo nivel, infortunadam ente, la socie como dice el Sócrates del E u tid e m o , el verdadero “arte regio”,
dad ind u strial de la m áquina; pero el espíritu, inm ortal como y no la retórica ni otro cu alqu iera . 7
es, reacciona como puede, así no sea sino a gritos y sombrera H e ahí, en suma y en sus rasgos más esenciales, el espíritu de
zos. Pero los “contestadores”, a su vez, tampoco están descu la p a id e ia platónica; el que la penetra como un ferm ento ren o
briendo el M editerráneo, porque ya en la antigüedad clásica vador, inclusive en aquello en que P latón no pretende form al
hubo quien concibió la educación no como un dictado imposi m ente innovar. Si exceptúajnos la educación superior que
tivo, sino com o el atinado encauzam iento de la espontaneidad deben recibir quienes han de ser “guardianes” de la ciudad, y
del espíritu. la cual es por entero de invención platónica, en los estudios
L o últim o que debemos tener presente antes de iniciar la primarios y secundarios, como si dijéram os, no cree necesario
consideración del plan de estudios platónico, es que el plan mis el filósofo elaborar un programa original. Por el contrario, de
mo y el orden de su desarrollo tienen por base —ya que toda clara expresam ente querer conform arse al orden establecido,
educación se funda en una psicología— la concepción del alma según lo dice por boca de Sócrates:
hum ana que es propia de Platón, y de la que nos hemos hecho “¿Cuál deberá ser, entonces, nuestra educación? Parece d ifí
cargo en capítulos anteriores. De acuerdo con lo que allí quedó cil descubrir una m ejor que aquella que ha sido adoptada desde
consignado, el alm a hum ana no es para Platón puramente es tiempo inm em orial: la gim nástica para el cuerpo y la música
píritu —com o sí lo es, en cam bio, para Descartes—, sino que hay para el alm a . ” 8
tam bién en ella ciertas potencias irracionales de las que por
ningún m otivo puede desentenderse la educación, y tanto menos 7 E u tid em o , aga c: Aq ' o Cv i) paotXixi) (t ex v t i ) aoqrow? Jioiri t o u ? áv-
Ooortoug x a! áyaO oé;.
5 491 d' 8 R e p . 376 e: xíg ouv ij Jtaifieía; ••. tcm 8é nou ú [itv én i otónaai
6 401 ci: t í ; ónoióxr)Ta t e xcú (pii.íav x a! ouiuporvíav t !ü xa/ .qi Xóyq)... yiHivaoTixr|, 1) ó ’é.t i il'vxíl M-oumxí).
516 LA P ED AGOGÍA DE LA "R EP Ú B LIC A ” LA P ED A G O G ÍA DE LA “ REP Ú BL IC A ” 517

No ha de tomarse, sin embargo, esta últim a declaración es imprimirse mejor en cada uno el carácter (TÚitog) con que que
trictam ente al pie de la letra. Si Platón empieza por dar a am remos m a r c a r l e .C o n la libertad que, al contrario de la his
bos términos: música y gimnástica, su sentido popular, no tar toria, tiene la poesía, puede forjar tip o s universales y paradig
dará en hacer la im portante corrección de que la gimnástica, no máticos; y de este pensamiento es eco la profunda sentencia de
menos que la música, debe igualmente actuar directamente so Aristóteles, de que la poesía es “más verdadera y filosófica" que
bre el alma, es decir sobre la formación del carácter. Sobre esto la historia.
volveremos en su lugar más de propósito, y por lo pronto co Pero si los mitos con que se ha de aleccionar a los niños pue
mencemos con la música, ya que, en el plan educativo de Platón, den llamarse “mentirosos” por la irrealidad de los sucesos o
tiene ella una función absolutamente predominante en los años aun de los personajes, de ningún modo deberán serlo en lo que
de la niñez y de la adolescencia. atañe a la congruencia interna del personaje consigo mismo y
con los actos que se le atribuyen. En m anera alguna es Platón
L a p o e s ía y su cen su ra apologista de la mentira, y no lo es, desde luego, al recom endar
la enseñanza de fábulas que de antemano se tienen por tales, ya
Con todo lo que ocasionalmente y a propósito de otros temas que la mentira, estrictamente hablando, consiste en querer ha
ha tenido que decirse sobre el particular, estamos ya familiari cer pasar por verdad lo que no lo es. En cambio, sí habrá m en
zados con la doble acepción que el término “música” (qoumxf]) tira, y en sentido más profundo o radical, cuando el poeta
tiene en Platón, y no sólo en él; siendo la primera la música pro finge personajes: héroes y dioses en concreto, a quienes hace
piamente dicha, tal y como hoy la entendemos, y la segunda la conducirse de modo absolutamente incongruente con la n atu
cultura espiritual que en cualquier forma deriva de las Musas, raleza de un héroe o de un dios. El poeta procede entonces a
o sea del arte en general. No creemos, sin embargo, que “mú la manera del pintor que no refleja en su obra el parecido del
sica”, en su sentido más amplio, pueda traducirse, como lo hace modelo.
M arrou, por “cultura espiritual”, ya que a esta última perte Es al llegar a este punto cuando Platón da rienda suelta a
necen igualmente las ciencias, la filosofía y la dialéctica, que una de sus numerosas invectivas contra Hom ero y Elesíodo y
indiscutiblemente quedan fuera de la música, aún en su conno otros poetas menores, por el lenguaje que todos ellos emplean
tación m ayor.9 Ateniéndonos a los textos, y de acuerdo con la al hablar de los dioses y los actos que les atribuyen. Desde el
interpretación de Nettleship, que estimamos la más justa, la mú punto de vista moral y educativo no puede desconocerse que Pla
sica, en su sentido más lato, comprende las letras y las bellas tón tiene toda la razón al pensar que precisamente los sentimien
artes, o dicho de otro modo, la literatura, la música propia tos que primero deben despertarse en el niño: reverencia por los
mente dicha y las artes plásticas. Veámoslo por este orden. dioses y por sus padres, no se ven estimulados, antes todo lo
Prim ero la literatura, o sea la “música” como palabras o dis contrario, con la lectura de tales cosas. Más inmorales son estos
cursos.10 Y de los discursos, a su vez, primero los “mentirosos”, dioses, más horrendos sus actos, a medida que son más grandes
es decir la poesía antes que la historia, género literario, además, y poderosos. No hay sino que recordar cómo Cronos mutila a su
que apenas si había nacido. A los niños hay que contarles ante padre Uranos, y cómo después el mismo Cronos devora a sus
todo fábulas (púOot), y mientras más tiernos sean aquéllos, tanto propios hijos, por el temor de que no fueran a destronarlo, como
mejor, porque es entonces cuando, por ser más maleables, puede en efecto lo hizo Zeus, quien felizmente alcanzó a escapar a la
te k n o fa g ia paterna. Y apenas menos horripilante —o si se quiere
s Po d r í a al cgai se en co n t r a q u e el S ó c r a t e s d el F c d ó n l l am a a l a f i l o­ más pintoresco— era todo el cuento de las fechorías o travesuras
sof ía l a "m ú si ca m ay o r " (nEyíaxTi ¡rouotx.tí): p er o t od o el p asaj e m uest r a
bi en a l as cl ar as q u e Sócr at es est á d i ci en d o al go q u e p od r á ser i ncl uso
de los demás olímpicos, tan pronto en guerra como en promiscui
verdadero, p er o que se ap ar t a d e l a i n t er p r et aci ó n m ás u su al y cor r i en t e. dad sexual entre ellos y con los mortales, y haciendo todo aque
D e f l ech o su en a al l í m i sm o a al go p ar ad ó j i co ; y n i n gú n t ext o d e la R e p ú llo, en suma, que entre los hombres condena la moral común.
b lic a p o d r á ad u ci r se p ar a j u st i f i car la ad scr i p ci ón de la f i l osof ía a la cu l ­
t u r a "m u si cal ". 11 377 n ú Xi oxa yac? óij tote nXÚTTETca, x a l é y S v et c u tv.xoy ov av t i;
- 0 Re¡>. 37 ti t : — Moi’orxfjc S’ ft.-rov, t Í0í i ; X óyou;, ij o o;— “ Eyor / e. ftow.iiTCu évoi]Hi]ffaoGcu ÉxáoT(¡>.
LA P ED A G O G ÍA D E L A “ R E P U B L IC A ” 519
518 L A P ED A G O G ÍA DE L A “ R E P Ú B L IC A ”

variadas como encantadoras, sobre las metamorfosis de los dioses.


Estas sí que son, como dice Sócrates, las mayores mentiras y so
bre los seres más augustos.1- Por artista que sea él mismo, Platón está muy lejos de ser un par
tidario del arte por el arte, y en la educación especialmente, la
A estas representaciones, pues, tan mentirosas como dañinas,
hay que oponer otras que correspondan a la naturaleza propia moral reclama el primado absoluto. U n a moral, además, no ra
de la divinidad. Es un pasaje interesantísimo en el que, como cionalista, sino estrictamente teonómica. Con Dios y lo divino ha
en otros diálogos y con singular claridad, nos comunica Platón de entrar en contacto el educando desde el primer momento, a
la idea tan elevada que tiene de Dios y lo divino, y cuáles deben través de representaciones fabulosas si se quiere en sus peripecias,
ser, en consecuencia, las formas apropiadas en discursos de pero sin falsear en nada lo que la razón nos indica que pertenece
esta índole: TÚrtot. QEo'Koylaq. a la naturaleza divina. Claudel y Dante, por ejemplo, prototipos
¿En dos proposiciones fundamentales, como dice Nettleship, de síntesis entre fantasía poética y verdad teológica, habrían te
podría compendiarse esta teología platónica. L a primera, que nido seguramente todo el beneplácito de Platón.
Dios es bueno y causa únicamente del bien; la segunda, que Dios De las fábulas sobre los dioses pasamos luego a las fábulas sobre
es verdadero e incapaz, por tanto, de mudarse él mismo o de en los héroes, de gran im portancia igualmente en el desarrollo de la
gañarnos a nosotros.1 13 Y en todo esto, como salta a la vista, Pla
2 educación. No se trata esta vez de representar una naturaleza so
tón se opone resueltamente a los prejuicios de la religión popular. brehumana, como en el caso de los dioses, sino estrictamente hu
Dios, en primer lugar, es esencialmente bueno (a y ^ o ; 6 ys mana, aunque sobresaliente, eso sí, en ciertas virtudes de que los
0£¿; T<p ov-u) ; y siendo así, es causa de los bienes, pero no de los héroes son encarnación y dechado. No son, como es obvio, las vir
males. Es una declaración categórica, y reiterada aún, por si al tudes de la inteligencia, privativas del filósofo y del político, sino
guna duda quedare, al decirse que en otra parte, pero no en Dios, las virtudes del carácter, las de la parte irracional del alma en su
habrá que buscar la causa de todo aquello que es malo o que doble aspecto, ya tan conocido, del apetito y del coraje (émOupía.—
está m al.14 0upóc) • Son éstas las virtudes que deben suscitarse primariamente
En segundo lugar, y por el hecho mismo de predicarse de él en el ánimo del educando mediante la evocación poética de aque
la bondad en sentido absoluto (no sólo bienhechor, sino bueno llos héroes —si reales o fabulosos poco im porta— que son ejem
totalm en te), Dios es el ser perfectísimo, y lo mismo puede decirse plo, por sus hazañas, de estas tres virtudes principalm ente: va
de todos sus atributos.151 6 Consecuentemente, no puede haber en lentía, firmeza de alma (“aguante”, para decirlo a la mexicana)
él mudanza alguna: ni en mejor, puesto que tiene ya todas las y temperancia: ávopría, xaptepía, cruxppoaúvT). Por consiguiente,
perfecciones, ni tampoco en peor, “porque ningún viviente, sea nada de héroes gemebundos, berrinchudos o disolutos, como
hombre o dios, toma de su voluntad una forma inferior a la desgraciadamente abundan en los poemas homéricos.
suya” .10 Por último, y ya que el error es una imperfección y la Muy en cuenta tiene Platón, como estamos viendo, la divi
m entira un mal, síguese con igual forzosidad que Dios no puede sión tripartita del alma humana, igualmente configurada, en
en m anera alguna ni engañarse ni engañarnos. todos sus pormenores, en la República. Ahora bien, y por m u
Con todo ello quedan despachadas al quemadero, como si dijé chos que sean los problemas de índole metafísica que pueda
ramos, no sólo las antiguas teogonias, sino todas las fábulas, tan tener esta tripartición, lo cierto es que no sólo responde a indu
dables hechos de experiencia interna, sino que, aquí y ahora,
12 377 e; xo M-Éyiorov /«xL Jiegi t o W iieyíoxcüv q>£ü8og. tiene una eficacia educativa incalculable, así no fuese sino como
13 N et t l esh i p , o p . c it., p. 85: “ T h e f i r st is t h at Go d is good an d the simple hipótesis de trabajo. La tiene sobre todo esa maravillosa
cau se o f good al o n e; t h e secon d i s t h at God is t r u c an d i n cap ab l e of
instancia interm ediaria del Oupóg, irracional él mismo, pero alia
ch an ge an d d ecei t ’’ .
do natural de la razón. N atural e indispensable, además, ya que
14 379 c: rorv óé xuxoiv áXX’ a x x a 8eí ^ rit sív n i at xiá, áXX’ ov t ó v 0 eúv.
15 381 b: áXXa |at ]v ó Seóc; xe x ai xd t o ü 0 e o ü ít ávrfl tÍQiox a Ijjei. sin su concurso no podría la razón actuar eficazmente sobre los
16 M u y i n t er esan t e el co m en t ar i o d e Cl o d i u s Fi at : “ I .e f on d d e l ’ét r e est deseos y pasiones del apetito inferior. Al igual que otros muchos
l e d ési r d ’ét r e; et ce d ési r a d ’ au t an t p l u s de Coree, il ab d i q u e d ’au t an t filósofos y educadores, Platón ha visto con perfecta claridad la
m oi n s q u e l e su j et oú i l se d ével o p p e a p l u s d ’excel l en ce et d e b o n h eu r ” .
impotencia de la razón pura frente a la violencia del determi-
l Jla lu n , p. l yo.
520 LA PJiD A C O O Í V D E LA "R E PÚ B L IC A " LA PLüA G O C ÍA 1)E I.A “ R E P Ú B L IC A ” 521

nismo afectivo. Nadie m ejor que Spinoza ha expresado la misma


intuición al decir que el conocimiento del bien y del mal, por M úsica y g h n n á slií a
verdadero que sea y mientras no apele sino a la verdad, es in A la literatura —o más concretamente a la poesía— sigue la
capaz de dom eñar ningún sentimiento, y que sólo podrá hacer música propiamente dicha en la educación “musical”. La sigue,
lo cuando aquel conocimiento pueda considerarse como un sen bien entendido, en la exposición del plan educativo de la R e p ú
tim iento.17 A hora bien, es precisamente en el “ánimo” o “co blica, pero no en la estimativa platónica. Por el contrario, y se
raje” donde el conocimiento frío de la razón se transforma en gún el célebre texto que en otro lugar hemos reproducido en
un sentido igualmente orientado hacia el bien, pero con todo el su integridad, la música es la "educación soberana”, o la “ parte
calor de la vida. A esa potencia, por tanto, hay que despertar y principal de la educación”, como más nos guste.20 Y la razón de
aguijonear, m ediante la literatura heroica, desde el principio
ello, c onforme a lo que allí se sigue diciendo, es que no hay nada
y mucho antes de proponer el código racional de la moralidad. como el ritm o y la armonía para penetrar hasta lo más pro
Por último, y aunque resulta suficientemente de todo cuanto fundo del alma y para hacerla, por consiguiente, bella y fuerte
llevamos dicho, no estará por demás agregar que el héroe y el por extremo. Su eficacia, por tanto, por sobre todas las otras
heroísmo, en estos textos de la R e p ú b lic a , no están circunscritos, artes, es directa y total: una transformación no sólo de estas o
ni mucho menos, a las hazañas militares, sino que representan, aquellas aficiones o tendencias, sino del alma toda entera. Sola
una vez más, todo cuanto es bello, noble y grande en la natura mente en lo estético, podría objetarse hoy; pero los griegos cre
leza humana. Es una connotación similar, según creemos, a la yeron siempre que el amor de la belleza estética lleva de suyo
del H e r o a n d H e r o w o r s h ip en la conocida obra de Carlyle.
al amor de la belleza moral, y Platón, por su parte, lo cree así
Estas directivas pedagógicas se mantienen invariables en el firmemente, como lo hemos comprobado en la dialéctica eró
pensamiento de Platón hasta el último momento, como lo prue tica del B a n q u e te . El "varón musical” ([rouorxic; ávrjp) , reve
ban los textos de las L e y es, del todo concordantes con los de la rente de la “medida” en sus vivencias interiores, tendrá que serlo
R e p ú b lic a . “La educación consiste en arrastrar y conducir a los igualmente en sus actos externos. Podrá no ser este aserto sino
niños a la recta razón pronunciada en la ley”.ls L a meta última una presunción inris tan tu m , pero de cierta comprobación en
es, como siempre, la percepción completa del ¿p0og Xóyo;, recta
casos numerosísimos.
vatio o principios de la moralidad en general. Pero antes de No menos que la literatura, y asimismo en razón de su im por
percibir esta Razón con la razón, hay que vivirla primariamente tancia pedagógica, no puede tampoco la música escapar a la cen
como emoción y sentimiento, según la declara este otro texto sura en la p a id e ia platónica. A su modo también, la música es
fundamental entre todos:
“imitación de caracteres de hombres mejores o peores” .'-’'1 Esta
“Llam o educación a la primera adquisición que el niño hace afirmación, extraña a primera vista, resulta más comprensible
de la virtud: cuando el placer y el amor, el dolor y el odio se cuando se piensa que “im itación” puede muy bien no signifi
producen rectamente en sus almas sin que puedan aún razo car aquí otra cosa sino “correspondencia” ; y desde este punto de
nar sobre ello, a fin de que, tan pronto como puedan hacerlo, vista, no puede desconocerse que ciertos cantos o melodías nos
se produzca la arm onía entre sus sentimientos y su razón, re hacen sentimos en tal disposición y otros en otra. Siendo así,
conociendo que han sido bien formados por los hábitos conve y toda vez que la música debe estimular las mismas emociones y
nientes, y en esta arm onía consiste la virtud completa.” 19
sentimientos que la poesía: valor, fortaleza y temperancia, Pla
tón proscribe las melodías que, como la lidia, son quejumbrosas
o lánguidas, y permite, en cambio la dórica y la frigia.
Es imposible naturalmente com probar hoy —a menos de ser
>7 1'Hita, iv, 14: " V e r a Lamí et m alí cognitio, q u a te n u s vera, nullura un consumado experto capaz de intentar la reconstrucción de
a ffe ctu m coerc eré pote s!, sed tariturn ut affectus co n sid era tu r” .
18 L ey es, O y g d : n a i b f í a p tv ÉoO'f) jtaíbow ó?.v.f| tr; y.ai ¿70)711 rTQÓ;
xóv Újt o x o v vótiov L070V ¿oOóv cloriM-évov. H e p . 401 <
1: yuQicoxárri év (louautf) TQO<pf|.
iv I.eyes, 653 Ir: . . . aotr) ’oO’ri av| xqxovía pév ¿q et >V 21 L e y e s , 798 el: nin.fijj.axa fk Xxu ívt ov xai x eU?óvcov <5v 0 <jcíwtcov.
522 LA PED A G O GÍA DE LA “ R E P Ú B L IC A ” LA PED A G O GÍA DE LA “ R E P Ú B L IC A ” 523

lo que los griegos oían y nosotros no— si había o no la indicada imitativas de estados morales.23 Por últim o, Aristóteles concuer
correspondencia entre tales o cuales vivencias y los respectivos da del todo con Platón y con la tradición en general, en las si
modos musicales. No es tan fácil como tratándose de la poesía, guientes apreciaciones: “Unas melodías los ponen (a los oyentes)
donde podemos leer por nosotros mismos y en la misma lengua en disposición más triste y recogida, como el modo llamado
lo que dijeron los autores que denuncia Platón. No obstante, y mixolidio; otras relajan la mente, como las melodías lánguidas;
a falta de audición directa, hay una abundantísima literatura otras producen un estado de moderación y compostura, como
sobre la música antigua; y con apoyo en ella sí es posible llegar parece hacerlo únicamente el modo dórico, en tanto que el modo
a la com probación de que Platón no es nada arbitrario en sus
frigio inspira el entusiasmo.” 24
discriminaciones melódicas, sino que la suya era la opinión
El espíritu de la música, como diría Nietzsche, y tal como
general, y de él será, a lo más, el dictamen práctico de admisión
los griegos lo entendieron, es lo que aquí nos interesa funda
o repulsa de esta o aquella música.
mentalmente, y por esto no será necesario entrar en pormenores
Eran tres, efectivamente, los tipos principales de melodía: el técnicos que, aparte de estar fuera de nuestra competencia, re
lidio, el dórico y el frigio, y la diferencia resultaba tanto de los
cargarían inútilmente la exposición. Pero sí hay algo que, como
intervalos entre los tonos como de la altura del sonido. Ahora
perteneciente al mismo G eist d e r M u sik entre los griegos, no
bien y no por Platón esta vez, el modo lidio era calificado como
podría soslayarse, y es que la música, aun en el sentido estricto
dulce (yXvxvq) —calificación que puede convertirse fácilmente
con que ahora la estamos considerando, no se concibe en esa
en la de enervante o lánguido—, y el modo frigio, a su vez,
época y en ese medio como sonido puro (música instrumental
como patético o entusiasta ( t o x 0 t u x c ; , ¿ v Q o w t a a ' T u c c K ; ) , lo que
diríamos h o y ), sino siempre en compañía del canto o de la danza
quiere decir, cuando se toma en serio la etimología, que es el
o de ambas cosas a la vez. El texto platónico no deja lugar a
modo apropiado para los sentimientos profundos y de manera
particular, para la emoción religiosa. En cuanto al modo dó dudas. Palabras, armonías y ritmos (noción esta últim a práctica
rico, el favorito, le llueven los epítetos de excelencia, de los cua mente sinónima de danza, porque se refiere al “orden del movi
les son apenas una selección los siguientes: viril (ávSpwSrig), miento”) integran entre sí el producto artístico denominado
magnífico (¡jteyaA.oitpejrf)g) > augusto (crEpvóg) , recio (crcpoSpóg), piYo;, no “melodía”, sino “música” en el más amplio sentido del
grave (o-xácripog) y severo (crxuSpWTtóg) . Del todo en armonía término.23 T odo ello ha de ir, en lo posible, junto y simultáneo,
está, digámoslo de paso, esta preferencia con la que por el orden y por ello la tragedia es la cumbre del arte griego, por llevar
dórico igualmente m uestran los grandes arquitectos del tiempo consigo el recitado, la música coral y la danza. Hoy que no
de Pericles; no hay que pensar sino en el Partenón. poseemos sino el primero de estos elementos, no podemos
Es, por tanto, algo profundamente enraizado en la menta darnos verdaderamente cuenta de lo que fue la tragedia an
lidad helénica esta “correspondencia” (pensamos en las “co tigua, ni de hasta qué punto se tenía por indispensable la re
rrespondencias” bodelerianas naturalmente) entre las artes y las unión de los tres; y no sólo esto, sino su integración en la uni
disposiciones morales, y señaladamente en la música. Hasta Aris dad superior de la composición artística. Y esto útim o se re
tóteles, temperamento más bien frío y nada propenso a los arran clamaba con tal exigencia que al mismo Eurípides, según se
ques líricos, llega esta concepción, y de ella se hace cargo el cuenta, se le reprochó el que hubiera encargado a otros la mú
filósofo de Estagira en muchos pasajes de su P o lítica . “Es en los sica de sus coros y los ritmos de sus danzas, cuando los otros
ritmos y melodías —dice— donde encontramos las semejanzas más grandes trágicos lo habían hecho todo por sí mismos. Por
perfectas, en consonancia con su verdadera naturaleza, de la ira algo W agner, inspirándose en tan altos ejemplos, postuló tan-
y de la mansedumbre, de la fortaleza y de la templanza, como
también de sus contrarios y de todas las otras disposiciones mo -’:i I b i d . 315: ev b e xoíq ft é^ eot v curróte; c o n i n f i r m ar a r a>v ñOwv-
rales’’.22 Algo semejante pasa igualmente en las artes de la vista, i b i d . 1340 I).
pero nunca como en las obras musicales, que son directamente 25 Rep. 3 9 8 1 ! : orí t o fré/.og ¿ x t q u o -v éarrv c t i jy x e l r .e 'v o v , Lóyoti t e x a i
áeirovíar xai £>i >0|t o v - La mejor traducción es para mi la de Fraccaroli:
22 P ol. 13,(0 a 20. “ La música é un composto di tre cose: discorso, armonía e ritmo” .
524 LA PEDAGOGÍA DE I.A “ R¡ l'líllLICA” l a pe d a g o g ía de l a “r e pú b l ic a ” 525

tas veces, como ideal de la ópera, la reunión del poeta y del educación literaria y musical. U n régimen atlético, además, es
músico en la misma persona. un régimen “soñoliento y peligroso a la salud”, ya que, se
Muy brevemente, en comparación de como lo hace con la mú gún jxxlemos ver, los atletas pasan su vida durmiendo y pa-
sica, se refiere Platón al papel de las artes plásticas: pintura, ar ' decen graves trastornos ¡wr poco que se apunen de las mimi-
quitectura, decorado, jardinería y artesanía, en la educación “mu 1 cioscs prescripciones a que están sujetos. A hora bien, lo que
sical”. Muy brevemente, pero con notación muy precisa de todas i ante todo im porta es mantener al espíritu despierto y alerta, en
las que quedan enumeradas, y no para que el educando las ¡a vigilia receptiva de todo aquello que puede estimular su obra
aprenda esta vez, sino partí que los educadores o el Estado pro propia.
curen crearle al primero, con las obras o productos de dichas Siendo todo ello así, tiene mucho mayor im portancia la dieta
artes, “bellos alrededores”, a fin de que se imprima en su al que la gimnasia, es decir una alimentación lo más simple y fru
ma el sentido de la “form a", del mismo modo que, por la música, gal que pueda ser. Hay que abstenerse, en consecuencia, de man
el del ritm o y la arm onía.20* No hay detalle que pueda despreciar jares superfluos o muy condimentados, y en especial de la cocina
se: no sólo la casa en sí misma, sino también las plantas del siciliana y la pastelería ática. Con sólo tener en cuenta estas
jardín (cpuTÓ.) y el mobiliario ( c x eú t )) ; en todo hay que buscar directivas tan sencillas y tan acreditadas en la experiencia tra
la forma bella (EÜoxrpocrúv'r]), la cual pasará al carácter después dicional, puede uno dispensarse de recurrir a los médicos, a
de haber sido contemplada largamente en el arte y en la natu propósito de los cuales y de su arte se extiende Sócrates en una
raleza. larga tirada incrim inatoria no carente, por cierto, de interés. La
L a educación “m usical", en suma, es la educación del ojo, incriminación, a decir verdad, no es tanto contra los médicos,
del oído y de la imaginación en su sentido más amplio: el co sino contra los pacientes que no pueden prescindir de ellos. Sín
mercio habitual con la belleza artística en todas sus manifesta toma cierto de falta de educación y de mal gusto (ánaiSEuffía
ciones, a fin de que el alma descubra por sí misma la belleza del xaí áTcstpoxaXía) es el no poder uno mantenerse en buena salud
mundo y la produzca en su interior. La vida del hombre así sin la frecuentación de los médicos; y síntoma de decadencia
educado llega a ser, ella también, una obra de arte, y por esto social, a su vez, la proliferación de juzgados y dispensarios que
merece el calificativo de “varón musical” (pcucrt.xó<; ávpp). por lo visto pululaban en Atenas cuando con tanta virulencia
A la música sigue la gimnástica, cuya noción se entiende aquí se refiere a ellos Platón.28 “Entre abogados te veas”, como dice
igualm ente tanto en el sentido estricto de los ejercicios físicos nuestra castiza maldición, o entre médicos. Para casos excepcio
como en el más amplio de todo aquello que concierne a la nales y de rápida solución, en uno u otro sentido, está bien la
buena disposición del cuerpo, a la cual atienden, a más de la medicina, no para cuidar enfermedades crónicas y prolongar
gimnasia propiamente dicha, la higiene, la dietética y la me inútilmente una vida que no es sino una muerte lenta (paxpoq
dicina. 0ávaTog) . Si la cosa no tiene remedio pronto, mejor será dejarse
A más de esta ampliación connotativa, es muy importante la morir. “En la ciudad bien gobernada cada uno tiene prescrita

I
otra innovación platónica, ya aludida con antelación, en el sen una tarea que le es forzoso cumplir, y a nadie puede permitirse
tido de que, contrariam ente a la opinión común, la gimnástica pasar la v ida enfermo y en manos del médico.” 2Í) Lenguaje duro,
también, al igual que la música, se ordena principalmente al cul inmisericorde, sin duda alguna, para nuestra sensibilidad ac
tivo del alm a,27 aunque esta vez por el intermedio del cuerpo. tual. pero no para la de los griegos, y en esto no hay ninguna
De lo que se trata -—en la educación general, por supuesto— no I variación desde la época heroica. Desde los héroes homéricos
es de formar atletas profesionales, sino de suscitar, por el ejer hasta Platón. !.i vida debe vivirse en plenitud de fuerza y
cicio físico, las mismas virtudes: coraje, firmeza, autodominio, a I de arrojo, v si no, mejor es no visarla. El valor riel sufrimiento
cuyo desarrollo atiende igualmente, por sus propios medios, la
2S R e p . 405 a: Pt xaoxéou / . t e xu i l ax o Fi a ;r o / .za áv o í yex ai - Co n su l t o r i o s,
20 " T h e so u l ap p r o p r i at es t o i t sel f Che ch ar aci er i st ú s o f r h yt r a, h an u on y clínicas y hospitales, todo junto, er an estos I u t q e i u de q u e h ab l a el texto,
an d sh ap el i n ess” . N ct t l esh i p , o p . c it., p. 114 .
2Ü 406 c. M u y exp r esi vo el co m en t ar i o d e N ct t l esh i p : “ D oct or s o u gh t
27 410 c: ápqpÓTEpo t t )5 t'vexa not to be all o.t yed to k eep usel ess folk out of t h e gr av e” . O p . c it., p. 12b.
526 LA PED A G O GÍA DE LA “ R E P U B L IC A ” LA PED A G O G ÍA DE LA “ R E P U B L IC A ” 527

es un valor específicamente cristiano, y en esto no se equivocó la del Conocimiento y del Ser que encontramos al final del libro
Nietzsche.30 vi de la R e p ú b lic a . Gomo etapa intermedia entre el conoci
miento vulgar de la “opinión”, circunscrita a los objetos sensi
L a e d u c a c ió n c ie n tífic a y d ia léctic a bles, y el conocimiento superior de los inteligibles puros, las
Ideas, está la llamada "inteligencia discursiva” (Stávoux) ,31 la
De igual o mayor im portancia aún que el programa de edu cual se ejerce de preferencia, cuando no exclusivamente, en las
cación general que acabamos de exponer, es el que le sigue, en disciplinas matemáticas. Ellas, en efecto, si bien operan con
el libro vn de la R e p ú b lic a , y relativo esta vez a la educación signos y figuras sensibles, nos remiten luego, como del signo
superior —superiorísima sin la menor hipérbole— que han de a lo significado, a realidades puramente inteligibles: Número,
recibir aquellos cuyas dotes acrediten que pueden llegar a ser Figura y Movimiento.
Guardianes (qtúbaxEg) de la República. Quince años, ninguno Por otra parte, y ya desde su más humilde escalón, que es la
menos, es su duración, o sea de los veinte a los treinta y cinco: aritmética, las matemáticas tienen que ver con cosas como la
tres lustros de la vida, los dos primeros para el estudio de las unidad y la multiplicidad; ahora bien, lo Lino y lo Múltiple
ciencias y el tercero para el de la filosofía. Lo que ahora se —bajo otro aspecto si se quiere pero ciertam ente con predicación
persigue, en efecto, no es ya la formación del carácter, sino el no equívoca, sino análoga— ha sido desde siempre el problema
cultivo de la inteligencia y la conquista del más alto y completo radical del Ser, y por ende de la filosofía. L a percepción arit
saber que sea posible. mética, por tanto, de lo uno y de lo múltiple, nos encam ina a
T a n conservador y tan revolucionario, al propio tiempo, como la otra percepción, que vendrá más tarde, de lo U no y de lo
lo hemos visto en su diseño de la educación común, muéstrase Múltiple como categorías o trascendentales del ser en general.
Platón en lo que concierne a la educación científica y filosófica. Teniendo esto presente, no debe ya causarnos mayor sorpresa el
L a gran transformación está sobre todo en su concepción de la que Platón nos diga que la aritm ética y el cálculo tienen la vir
dialéctica, y también, aunque en grado menor, en la orientación tud de llevarnos a la contemplación del ser y la verdad.32
del conocim iento científico, pero en cuanto a las ciencias en Pero si las matemáticas han de ser así, verdaderamente, la
sí mismas, su contenido, Platón respeta el saber ya constituido mejor propedéutica filosófica, se comprende luego que, en esta
por otros y que él mismo posee eminentemente, pero sin ha etapa en que estamos de la educación superior, no han de
berlo creado. No sólo, sino que respeta también, y lo adopta estudiarse como lo hace el que sólo necesita de ellas para saber
en lo fundamental, el orden de la enseñanza científica que se contar y no equivocarse en sus gastos o en sus negocios. Que lo
seguía en las escuelas de la Magna Grecia desde el tiempo de haga así el comerciante, está bien, pero el filósofo debe llegar
Arquitas de T aren to, cuando no desde Pitágoras. Eran las cua a “ penetrar la naturaleza de los números, no para la práctica de
tro disciplinas matemáticas entonces conocidas y en orden de los negocios, sino para facilitar al alma el tránsito del mundo
complejidad creciente, a saber: aritmética, geometría, astrono de la generación al de la verdad y la esencia”. Es la “aritm ética
mía y música, esta última, claro está, no como saber técnico, pura”, como dirá Husserl, o la teoría o filosofía del número, y
sino como teoria científica y matemática. Era, como se advierte ahora comprendemos por qué lleva tanto tiempo, en el progra
luego, lo que, al recibirlo tal cual, llamaron qu ad riv iu m los ma platónico, el estudio de estas matemáticas realmente tan dis
medievales; y ahora veamos cómo lo considera Platón. tintas de las que con el mismo nombre figuran en todas las
El alto aprecio que Platón tiene de las matemáticas quedó escuelas.
de manifiesto, como se recordará, cuando describimos la Esca Al estudio de la aritm ética sigue el de la geometría, en la
cual considera Platón, en consonancia con los últimos adelan
so “ L a en f er m ed ad es el est ad o n at u r al d el cr i st i an o ” , d i r á Pascal, y tos, tanto la geometría plana como la geom etría del espacio
n o p o r com p l acen ci a m ó r b i d a, si n o p o r q u e el cr i st i an o d eb e asoci ar se de tridimensional. Y al igual que con la aritm ética, la trata como
al gú n m od o a l a Pasi ó n d e Cr i st o. Con él est á u n i d o com o el m iem bro
d el cu er p o con su cabeza, segú n l a o t r a m ar avi l l o sa sen t en ci a de San Ber ­ si 511 d: tbg |TExa|v t i Só^ryg x z kou y o d t t jv Siávouxv ouoav.
n ar d o: “ N on d ecct su b Cap i t e sp i n oso m em b r u m esse d el i cat u m ” . 32 525 a-b: érci TTjv t o u o vt o c Oéav- . . ay a) y a k q q g dA.rj()eurv.
528 LA PEDAGO GÍA DE ¡ A “ R E P Ú B L IC A ” LA PED A G O GÍA DE LA “ R E P Ú B L IC A ’ 529

ciencia pura, no en vista de sus aplicaciones prácticas, sino por cen ser llamadas reales y verdaderas.” 31 Para la ciencia m oder
el conocimiento desinteresado de sus objetos, como toda ciencia na, en efecto, no menos que para Platón, lo real y verdadero son
en general.33 las conexiones inteligibles entre los fenómenos —sus loses, como
De la geometría y estereométria pasamos al estudio de los solemos decir—, y no los fenómenos mismos en su singularidad
cuerpos en movimiento, siendo la astronomía la parte princi fáctica. La única diferencia está en que Platón no las llama le
pal de la cinem ática; así se la consideraba entonces y así la con yes, sino constelaciones o entrelazamientos (itoixíXp.a'ca), y tam
sidera Platón. Lo que, sin embargo, no deja de sorprender a bién, tal vez, en que la constitución de esas leyes la atribuye a
primera vista, es que Platón quiera aplicar a la astronomía, la obra creadora del Demiurgo. Pero esta atribución es hasta
ciencia aparentemente de observación empírica, los mismos cá hoy común y corriente en toda cosmología teísta, la que tenía,
nones que a la aritm ética y a la geometría. Porque si está bien por ejemplo Leibniz, tan científico como religioso, y que ex
que en este caso deba pasarse de los números y figuras visibles presaba en su célebre sentencia: “El mundo es el cálculo de
a los números y figuras ideales, ¿cómo pasar, en cambio, de los Dios”. De cuño bien platónico es este pensamiento, y no sabe
cuerpos celestes que vemos a otra realidad ideal que sería a lo uno, en verdad, si es la emoción religiosa o la curiosidad cien
más la noción de cuerpo en general, del todo inútil por sí sola tífica el m otor de este afán por encontrar la Razón dei Mundo
en astronomía, y despachada ya, además, en la estereométria? Y en la m a th esis universalis.
sin embargo, Platón nos dice con toda seriedad que las cons Aunque el movimiento puede darse, según sigue diciendo Pla
telaciones del firmamento (xá. ív -eco oúpaviñ uotxíXp.a-ca) no son tón, de infinitas maneras, aquí sólo le interesan estas dos: el mo
sino ejemplos o símbolos (TcapaSEÍypaTa) de otras constelacio vimiento de los cuerpos celestes, patente a la vista, y el otro
nes que no pueden, a su vez, percibirse por la vista, sino sólo por movimiento perceptible por el oído, es decir el sonido. Henos
la razón y por la inteligencia, y que son, por esto, las “verda de nuevo, por consiguiente, en la música, sólo que ahora ya
deras” . no como arte o práctica sino como teoría, y de estructura y leyes
D o rm ita t P la to ? De ninguna manera, antes por el contrario matemáticas, al igual que las otras ciencias antes aludidas; y esta
hay aquí, a despecho del lenguaje no siempre muy feliz, un an cuarta ciencia del quadrivium científico se denomina “arm onía” .
ticipo genial de lo que, andando el tiempo, dirán Kepler y New- Hoy la llamaríamos teoría de la música, y su estudio debe h a
ton al constituir la física m atem ática y la mecánica celeste. Lo cerse igualmente no con propósitos utilitarios, sino para hacer
que Platón quiere decir, en efecto, y a su modo lo dice, es que nos avanzar, como las otras ciencias, en la indagación de la
la ciencia debe ir más allá de la m era descripción empírica de belleza y del bien.35
los cuerpos celestes, de sus órbitas y revoluciones, hasta descu Con esto llegamos finalmente a la ciencia suprema, que es
brir, por la pura inteligencia esta vez, las leyes del movimiento, la Dialéctica. Como dijimos antes, un lustro de la vida hum ana
y ya no de este o de aquel cuerpo, sino de todo movimiento real se consume en su aprendizaje y práctica hasta llegar a su per
o posible. No estaba reservado a Platón, sino a Newton, formu fecto dominio, y no es mucho en realidad, si pensamos en que
lar la ley de la gravitación universal, pero sí es gloria de aquél ella sola representa el ejercicio de la inteligencia pura aplicada
el haber postulado la necesidad, la posibilidad por lo menos a los inteligibles puros (voüg — voTytá) - El “ pensamiento" pro
de una ley semejante- Así entienden hoy los mejores intérpretes piamente dicho reside en ella únicamente, y los Guardianes de
el texto que comentamos, y no sólo los filósofos, sino también la República deben ser, por sobre todas sus otras dotes, "d ia
los científicos, como Duhem por ejemplo, al decir lo siguiente: lécticos” (StaXexTtxcí) . Debemos esforzarnos, por tanto, en tratar
“L a verdadera astronomía, según Platón, es la que, con ayuda de comprender lo que ella pueda ser- No es tarea fácil, por lo
del razonamiento geométrico, descubre las combinaciones cine demás, ya que Platón toma el término unas veces en su sentido
máticas simples de que se ha servido el Demiurgo supremo para popular, y otras, en cambio, en el otro sentido altam ente téc
producir el complicado entrelazamiento de los movimientos as nico que él mismo le ha dado —y pasando, además, por el sen-
tronómicos visibles; y son sólo esas combinaciones las que mere-
3* Pau l D u h em . l .c S y stcn ic d u M o n d e , p. 91 .
33 5x7 b: náv tó yvukjf wc ; fvrxa EjrmiScréafvo-v. ar> R ep . 531 c: jtt>o; x>|v xoü xaXou t e y.ai u y u Oo C' ^ijxiioiv.
LA PED A G O GÍA DE LA “ R E P Ú B L IC A ” 531
530 L A P E D A G O G ÍA D E LA “ R E P Ú B L IC A ”

tido de transición de la experiencia socrática—, por lo cual es dialogando en la plaza pública. Pero no sólo por una reveren
menester hacernos cargo cuidadosamente de la evolución se cia ciega a su maestro conserva Platón el nombre de dialéc
m ántica. tica a una disciplina que bien pudo haber llamado lógica, mi
En su acepción primitiva, y que siguió siendo la popular, tología, filosofía o ideología (teoría de las Id e a s), ya que de
la dialéctica es el arte de la conversación (StaXéyEírOa',), la cual todo esto se trata en fin de cuentas, sino por estar él mismo
consiste, a su vez, en dar razón o en recibirla (5i5óvou xa! Sé^£cr0a.i firmemente convencido de la necesidad del diálogo en la edu
Xóyov), de cualquier tema o asunto entre los interlocutores. cación filosófica. Por algo eligió él también esta forma lite
“Cam biar razones” sería tal vez la primera y más literal traduc raria para sus propios escritos. Diálogo vivo y real, si se puede,
ción de SiaXéyeírBai.. Con el tiempo y conforme fue imponién entre dos o más interlocutores, y si esto no es posible, por lo
dose la reflexión filosófica, el “dar razón” (Xóyov StSovat) pasó menos el "diálogo interior y silencioso del alma consigo mis
a significar también el enunciado de la definición lógica, del ma”, como dice el S ofista. Com o quiera que sea, la convicción
concepto mismo tal como hoy lo entendemos, por sus géneros y fundamental es la de que no se puede llegar a la verdad sino
diferencias. Con este sentido encontramos ya la dialéctica en paso a paso y confrontando continuamente cada idea con su
los M e m o r a b ilia de Xenofonte, cuyo Sócrates habla de cómo los antagonista o simplemente con sus aporías, frotándola y tallán
hombres se ponen a conversar entre sí o a discutir sobre toda dola mil veces (son imágenes de la C arta V II) , tal y como se
suerte de cosas, ordenándolas de acuerdo con sus géneros (StaXé- hace con el diamante para darle toda su firmeza y toda su luz.
yovxEg x a x a yévT) -tá TtpáypaTa), y agrega que por este medio Desdoblamiento del alma o diálogo interior son maneras de ex
y disciplina, y no por los métodos de la retórica o de la sofística, presar, en suma, el activismo espiritual sin el cual no puede
es como llegan a ser esos hombres los mejores en su ciudad, haber educación profunda, y menos en filosofía. Son cosas
sus supremos jefes y maestros consumados en el arte del dis que tienen hoy mayor actualidad que nunca, hoy que tanto
curso.36 se encarece la necesidad del diálogo abierto en todos los órde
P o r esta vez podemos tener por cierto que el Sócrates litera nes, y la otra necesidad de que el alumno tome parte activa
rio corresponde en lo fundamental al Sócrates histórico. Por en todo el proceso educativo, y de preferencia en la educación
el respetable testimonio de Aristóteles, sabemos, en efecto, que superior.
Sócrates “investigó lo universal ( t o xaOóXou) y, el primero entre H e ahí, pues, en qué consiste, considerada como m étodo, la
todos, fijó su pensamiento en las definiciones” .37 Aristóteles acla dialéctica platónica; pero evidentemente no se trata de con
ra aún que esta investigación la hizo Sócrates exclusivamente versar por conversar, ya que en este caso habrían sido archidia-
en el cam po de la moralidad, y que, además, “no separó lo uni lécticos los eternos habladores del ágora, y todos los griegos lo
versal de las cosas sin g u la re s... en tanto que estos filósofos eran más o menos. ¿A qué tiende entonces —sit v e n ia v e r b o —
(Platón y los académicos naturalm ente) los han separado”. el diálogo dialéctico? L a respuesta que da Platón, al tratar e x
Como quiera que haya sido, quedaba de hecho constituida la presamente de esto a propósito de la educación de los G uar
dialéctica tanto como método —el diálogo mismo— como igual dianes, es extrem adam ente concisa, y ello por la simple razón
mente en cuanto al fin que persigue, y que no es otro que la de que supone, y no sin fundamento por cierto, que el lector
constitución de un saber necesario y universalmente válido. se encuentra ya bien familiarizado con la metafísica o con la
U n o y otro rasgo de la dialéctica socrática los conserva y cosmovisión, como queramos, que ha quedado expuesta en
los asume, con originaria responsabilidad, la dialéctica plató otros diálogos y en los libros anteriores de la R epública: la teo
nica. El diálogo en prim er lugar, en lo cual no es Platón sino ría de las Ideas y muy en especial, como aquí se nos recuerda,
el más genuino heredero de Sócrates, el cual se pasó la vida la Escala del Conocimiento y la alegoría de la Caverna.
Teniendo todo esto presente (lo hemos despachado ya en
3» M e m . i v , v, 11 y 12: ¿ q í o t ou' x a ! r i yEn ovi xai xáTO u ; x a ! ót aXext t xo)- nuestros capítulos como Platón en sus diálogos), tle lo que se
TÚTOl'C.
trata ahora es de tener acceso, y lo más directo que pueda ser,
" T h i s is t h e gcr i n o f t b e Pl at o n i c d i al ect i c." N et t l csl u p , o p . cit., p . 279.
A le l. A , 6, 987 b. al reino de las Ideas, de un modo semejante a como el ex pri-
532 L A P E D A G O C ÍA D E L A ‘R E P Ú B L IC A "
LA P ED A G O G ÍA D E L A “ R E P Ú B L IC A ” 533
sionero de la caverna acaba por percibir, después de una fati
no es mera adición de conocimientos, así sea el conocimiento
gosa acom odación a la luz natural, primero los objetos mis
supremo, sino un cambio fundamental, una “ conversión” en
mos (símbolo de las Id e a s ), y finalmente el mismo sol (Idea la vida y en el ser del hombre. En la vida, al sacarlo del Pan
del B ie n ). “El método dialéctico —leemos en el pasaje tal vez tano de la Barbarie para llevarlo a la Llanura de la Verdad
el más explícito— es el que dirige lentamente hacia lo alto el (sede de las Ideas en el mito a r q u e o ló g ic o del P e d r o ) , o según
ojo del alma, sacándolo del lodazal de la barbarie donde estaba otra imagen, la conversión del alma del día tenebroso (del día
hundido.” 38 Según anota Robín, la imagen está tomada de las que es noche, dice el texto) al verdadero día; y a esta subida
purificaciones órficas, en las cuales se contrapone el lodazal de a la región del ser es a la que “llamamos” la v e r d a d e r a filo s o
los profanos al paraíso de los iniciados, y llámase “bárbaro" f ía :12 Y como esta conversión ha de hacerse “con toda el alm a",
ese fango para indicar que no está allí la verdadera patria del la consecuencia es que afecta no sólo la vida humana, sino
alma. “ Llam arem os dialéctico —dícese más adelante— a quien al hombre todo entero y en su mismo ser. “Transform ación del
en cada cosa aprehende la razón de su esencia.” 39 Así en el hombre por entero y en su ser” : esto es, según Heidegger, la
orden de las esencias, y lo mismo, según se añade en seguida, p a id e ia platónica (en su ápice por lo menos, a lo que nos pa
en el de los valores, cuya unidad genérica se designa aquí, ya rece) , y lo dice con tal convicción, que renuncia a traducir
lo sabemos, com o el Bien-4®
aquel térm ino.43
Es la filosofía desde luego, en el sentido en que desde enton Pero no es esto todo aún. Después de haber establecido con
ces y hasta hoy solemos entenderla: como conocimiento de to toda la universalidad posible lo que, parafraseando a Spinoza,
talidad y en la doble dimensión, precisamente, del ser y del podríamos denominar el o r d o et c o n n e x io id ea ru m et v alo-
valor. En estos textos y en todos los demás que les son corre ru m , la educación dialéctica rem ata —de derecho por lo m e
lativos, está, según dice M artin Heidegger, la visión del mundo nos, si no siempre de hecho— en la contemplación de la Idea
que desde entonces tiene la humanidad de Occidente. Ideas y del Bien; una experiencia propiam ente mística, si tenemos en
valores, sigue diciendo, han variado y podrán variar al infinito, cuenta que esta Idea se encuentra “más allá de la esencia”,
pero no es esto lo decisivo, sino el hecho de que la realidad más allá, en otras palabras, de todo aquello que puede apre
continúa interpretándose o apreciándose por “ideas” y “va henderse en una visión estrictamente intelectual- No obstante,
lores” .41
Tlatón reclam a inequívocamente dicha contem plación por par
Es la filosofía, sí, volvamos a decirlo, la filosofía occidental te de todo aquel que quiera conducirse con sabiduría no sólo
por lo menos, pero con el sello muy peculiar que le resulta de la en la s ida pública, sino incluso en la vida privada.44 Más ade
cosmovisión platónica, ya que, como lo sabemos desde Dilthey, lante parece como si esta exigencia se restringiera exclusiva
toda filosofía supone, como dato previo, una imagen del mun mente a los dirigentes supremos del Estado; pero en lo tocante
do. En la que tiene Platón domina, desde luego, la teleología. a ellos, se reafirm a aquélla muy de propósito y con ciertas pre
L a causa final, según explica largamente el Sócrates del F ed ón , cisiones que son de lo más interesante.
es la única que puede dar la última razón de cada cosa y del Como se recordará, el aprendizaje de la dialéctica termina,
universo en su totalidad, y de ahí la primacía que se confiere para quienes han sido capaces de emprenderlo, a la edad de
al bien, ya que para cada ente su fin específico constituye el treinta y cinco años; y es entonces cuando los hombres así for
bien que le es propio. Es una filosofía, en segundo lugar, que mados deben “descender de nuevo a la caverna", o sea al
38 R e p . 5 33 d: t) 8 icd.ey.Ttxf) p.e0 o 8 o ; . . . év 0 o p |3ó q ü > Papff ctQixtü t iv i t ó
desempeño tanto de los cargos públicos como de las funciones
TÍ]; '|>v/í¡; o|X|.ia xaxoQWQVYM-tvov noéua 0 .x ti xai ávayet aven-. .
42 R e p . 521 c: gn 'xF); .xe piaY<i>Y>l éx v u x x f ( n v f | ; x i v o ; f i n t e a ; r l ; «Ái | 0 i-
39 531 b: ót a/ .ev.Ti xóv x ai .et ; t ó v }.óy o\ Éxáaxo u ?,a| i | j ávo vxu t í } ; o ü o ía;- .
vf|V, Toti ovxo; ovaav t.xúvoftov, íyv 8 f) q-d-oaocriav ti>.t)0 f) <p'|oo|iEV tlvai-
I b i d . : oóxoü v x ai r repi xoü «yaGoO ü i aavxo ) ;.
“ N i ch t wel eh e I d een u n d w el eh e W cr t e geset zt si n d , i st d as al l ei n
1 <3 “ Das W o r t l i i sst si ch n i ch t ü b ci set zen . n a i 5 t í a d eu t et i l i e ;t f.<n aYM Yñ
8?.X|; x i | ; gn r xí};. d as Gcl ei t zu r U n i w ei u l u n g d es gam ó n M en so l i en i n
u n d cr sl l i ch F.t u sch ci d cn d e, son d er n t íass i i b er l i au p t n ach Id een das Wi vk -
sei n cm W escn ” . H ei d cggcv, o p . c it., p. 23.
l i ch c au sgel egt , dass ü b er h au p t n ach W 'erten d i e W el t gew o gcn w i i cl .” H ei -
41 517 c: 0X1 5f í xavxt | v 1 8 eó v xóv (l O.J.ü'vxu Fi n j -póvi o; .xp«'~r i v >'| i&i <í ñ
d egger , P ta t v n s L e h r e v on d e r W a h r h e it , Ber n , 1 9 5 4 , p. 5 1 . i 8i)iio0Ín.

534 LA PED A G O GÍA DE LA “ R E P Ú B L IC A ” 535
LA P E D A C O G ÍA DE LA "R EPÚ BLIC A ”

la naturaleza hum ana en el proceso de su desarrollo: religión,


educativas. En estos trabajos han de emplearse por el resto de
arte, ciencia, filosofía, y las instituciones sociales y de gobierno;
su vida hábil, pero a los cincuenta años tiene lugar algo muy
al servicio de la educación deben estar todas ellas Y por aquí
im portante. A quienes hasta esta edad hayan sido capaces de
podemos ver cuán lejos está de Platón la idea de que pueda h a
“sobrevivir” ,45 y que, además, se hayan distinguido de manera
ber ninguna rivalidad entre arte y ciencia, entre estudio y vida
sobresaliente tanto en las actividades prácticas como en las cien
práctica, o entre cualesquiera de los grandes productos de la
cias (év Epyotg t e xou EJuaTTjpGug), a éstos, pues, “habrá que lle
varlos hasta el fin y obligarles a abrir el ojo del alma y dirigir mente hum ana; de todos ellos se sirve él como de eslabones en
su m irada hacia aquello que a todos proporciona la luz; y una cadena.” 45
después, una vez que hayan visto el Bien en sí, se servirán de él El plan educativo de Platón, no menos o casi tanto como su
como de un modelo para im poner el orden en la ciudad, en los construcción política, ha sido con frecuencia tildado de utópico;
particulares y en ellos mismos” .40 La educación, por tanto, la pero lo único utópico en realidad no es el plan en sí mismo,
perfecta educación, no termina sino a los cincuenta años.47 No sino la exigencia (sobre ella volveremos en el capítulo siguiente)
es posible antes llevarla verdaderamente a su fin (irpog t é Xo; de que sólo quienes hayan recibido la educación dialéctica pue
¿ x t éo v ) , y sólo a esta edad, y no siempre, será posible contem dan ocupar los puestos de mando: lo que se llama, en suma, el
plar el divino Modelo cuya imitación se traduce en el orden gobierno de los filósofos. No hubo necesidad de esperar mucho
de la ciudad y de los individuos particulares. tiempo después de Platón para denunciar esta ilusión tan gene
rosa como im práctica, porque ya Aristóteles se pregunta, y no
sin sorna, en qué o por qué podrá ser m ejor un general, como
P ro y ec c ió n h istó rica d e la paideia p la tó n ic a para poder llevar mejor la cam paña o alcanzar la victoria, por
el solo hecho de haber podido contem plar la Idea del B ien .49
Para Aristóteles, en efecto, el bien no es algo singular sino m úl
“¿Qué verdad sustancial —se pregunta Nettleship y nosotros
con él— hay para la humanidad en el esquema educativo de tiple (como el ente mismo, con el cual es con vertib le), y sien
Platón, y en qué medida podemos hoy apropiarnos los princi do así, basta en cada caso el conocimiento del bien específico de
pios que lo inform an?” Con su habitual penetración, el mismo cada arte o disciplina —porque estamos también dentro de una
hum anista británico da la siguiente respuesta: concepción teleológica— para cjue la acción sea tan perfecta
“H ay tres ideas im portantes en el sistema de educación plató como pueda desearse. En política también, porque aunque el
nico. L a primera, que la educación debe satisfacer a todos los bien sea aquí: el bien común de la ciudad, de mucho mayor
requerimientos que trae consigo la naturaleza humana. La se entidad que en otra disciplina cualquiera, será siempre no el
gunda, que la obra educativa debe proseguir mientras sea capaz Bien ideal, sino el bien práctico (t ó -rcpaxTÓv áy a0ó v ), y será su
de desarrollo el espíritu humano. La educación debe ser, hasta ficiente, para percibirlo, la razón práctica, que en la filosofía
donde se pueda, coextensiva con la vida humana, porque educar aristotélica se rige por la virtud de la prudencia.
significa simplemente m antener alerta el espíritu; y sólo por Pero si prescindimos de esta conexión entre filosofía y poder
una concesión con la debilidad de nuestra naturaleza es por lo político —no refrendada por la historia sino en casos contadísi-
que de ordinario se restringe la educación a los veinticinco mos— el programa educativo de Platón ha sido hasta hoy la base
primeros años de la vida. L a tercera idea es la de que son fundamental de la educación en la com unidad occidental cons
órganos de la educación todas aquellas cosas que ha producido tituida, política y culturalm ente, por Grecia y Rom a. Vale la
pena decir algo sobre la trasmisión de esta p a id e ia , en la anti
45 5 4 ° a: ó i a a w é é v r a ;. L a exp r esi ó n p u ed e en t en d er se t an t o en el senti ­ güedad clásica por lo menos.
d o d e q u e n o h ayan si d o i n m o l ad o s m at er i al m en t e (com o l o f u e Sócr at es
A la pedagogía de Platón suele oponerse la de Isúcrates, lo
cu an d o q u i so ad o ct r i n ar a l os ‘‘caver n íco l as” ) com o en el o t r o d e que no
h ayan su cu m b i d o el l os m i sm os, en su al m a y en su s cost u m br es, a l os ape­
i s N et t l esh i p , o p . c it., p . 2 9 2 : . . - E d u c a t io n s in ip ly m ea n s k c e p in g th e
t i t os y h áb i t o s p r o p i o s d e l a r egi ón i n f er i o r .
so til a l i v e . . .
** 5 4 0 a.
* í> É tic a N ic o m a q u e a , 1 0 9 7 a 1 0 .
47 “ I I f au t ci n q u an t e an s p o u r f ai r e u n h o m i n e . ” M ar r ó n , o p . cit., p. 128.
536 LA PED A G O GÍA DE LA "R E P Ú B L IC A ” LA PED A G O GÍA DE I.A "R E P Ú B L IC A ” 537

cual no es ningún descubrimiento, porque así fue efectivamente espíritu habrá como la pérdida del H o r te n s ia ; maravilloso de
desde que ambos personajes emplazaron sus escuelas, una frente bió haber sido este diálogo ciceroniano, cuando su lectura hizo
a la otra y en guerra abierta. Este es el hecho histórico, englo cambiar de repente v de m aneta total el alma de San Agustín.
bado en el más amplio de la lucha entre retórica y filosofía, y N'o es ningún Padre tic la Iglesia, sino un pagano el que encien
sobre esto no hay nada que decir. Lo que, en cambio, no pue de de súbito en el corazón del retórico Agustín el amor de la
de aceptarse así como así, es que la victoria final haya sido de sabiduría; más aún, según lo dice él mismo, el que empieza
Isócrates, como lo piensa .Marrou al decir lo siguiente: "Toman a orientarlo hacia el Dios verdadero.51
do las cosas en conjunto, es Isócrates, y no Platón, el educador de Basta con citar estos dos grandes nombres, por excelencia
la Grecia del siglo ív, y después de ella, clei mundo helenístico- representativos de la cultura helenístico-romana, para hacer ver
romano. De Isócrates salieron, como de otro caballo de Troya, cómo la retórica v la filosofía, después de haberse combatido
todos esos pedagogos \ letrados, animados de un noble idea denodadamente —caso al fin no tan raro entre buenos herma
lismo, moralistas ingenuos, prendados de bellas frases, disertos y nos—, acabaron a la postre por unirse armoniosamente. Porque
solubles, a los cuales debe la antigüedad clásica, en cualidades si a Cicerón puede escatimarse el dictado de filósofo (pero en
y en defectos, tocio lo esen c ia l de su tradición cultural. Y no sólo este caso habría que hacer otro tanto con S én eca), San Agustín,
la antigüedad, sino que, en la medida en que aquella tradición por el contrario, es uno de los mayores filósofos de todos los
se ha prolongado en nuestros propios métodos pedagógicos, es tiempos, y no obstante, es bien claro cómo continúa sirvién
Isócrates, mucho más que otro alguno, quien lleva sobre sí el dose, en su prosa incomparable, de todos los recursos del arte
honor y la responsabilidad de haber inspirado la educación pre retórica que profesó en su cátedra de Milán. Y por último, es
dom inantem ente literaria de nuestra tradición occidental".50 oportuno recordar cómo en su primera conversión —a la sabidu
Es un juicio que respetamos por la autoridad de quien lo ría en general, antes de volverse a la Sabiduría divina— influyen
emite, peí o que no podemos com partir. Hace tabla rasa de la decisivamente, después del H o r te n s ia ciceroniano, Platón y los
filosofía occidental, y desde luego, para no hablar de los póste neoplatónicos. A tal punto fue poderosa esta influencia, que no
ros, de las cuatro grandes escuelas que hasta el siglo vi de nuestra ha faltado quien sostenga la peregrina tesis de cjue Agustín de
era (hasta el nefando decreto de Justianiano que ordenó su Tugaste no se convirtió realmente al cristianismo, sino sólo al
clausura) perpetuaron en Atenas la enseñanza de la filosofía: la neoplatonismo. De modo, pues, que ni la educación en Occiden
Academia, el Liceo, el Pórtico y el Jardín, o si nos place decirlo te lia sido d d o m in a n te litté r a ir c , como pretende M arrou, ni
de otro modo, platónicos, peripatéticos, estoicos y epicúreos. En nuestros únicos maestros han sido tampoco esa cáfila de gárrulos
esas escuelas se educaron no sólo los griegos de la decadencia, disertos y volubles de que habla el humanista francés. Su apre
sino, cosa más importante, los romanos por cuya mediación tras ciación en este particular sorprende tanto más cuanto que, po
migró la cultura griega al Lacio primero, y de allí a todos los cas páginas después, agrega lo siguiente: "A los ojos de la pos
pueblos civilizados por Rom a. La figura más representativa es teridad, la cultura filosófica y la cultura oratoria aparecieron no
incuestionablemente M arco T u lio Cicerón, quien supo asimilar sólo como dos rivales, sino dos hermanas; como dos varie
como nadie todo el legado helénico: literatura, retórica y filo dades de una misma especie, cuyo debate enriqueció la tradición
sofía. No tiene la menor importancia que no haya sido propia clásica sin comprometer su unidad.” 52 P la u d ite , civesl
mente creador en filosofía, como no lo fueron en general los En realidad, la enemiga de Platón contra Isócrates (corres
romanos. Lo decisivo no es esto, sino el hecho de la información pondida por éste con una irónica conm iseración), no era tanto
y de la trasmisión, y el otro hecho de que él mismo, el mayor por lo que éste hacía, ni siquiera por lo que dejaba de hacer,
oí ador de su tiempo y en general de su pueblo, pone en la cum- sino por su pretcnsión de que la educación que él im partía, de
bie de todo no la retórica, sino la filosofía. No le faltan elogios biera considerarse como la educación últim a y total. Lo que sa
para Isócrates, claro está, ]>eio es a Platón a quien traduce: el
T iran o y el P ro lá g o r a s , hasta donde sabemos. Y pocos duelos del ca " l i l e ver o l íb er m u t as ¡i al d ea mu r u cu i u et acl te i psu r n , D om i n e,
m u t asi t p r eces m eas e; vot a ac d csi d er i a m ea feci t al i a.” C o n f. m , 47 .
60 M ar i ó n , o p . c it., p . 132. N üur ot i, o p . i i 1., ¡r. i ,¡7.
538 LA P ED A G O C ÍA DE LA “ R E P U B L IC A ” LA PED A G O G ÍA DE LA “ R E P U B L IC A 539

caba a Platón de quicio era el que Isócrates llamara “filosofía” preciso recordar ciertas cosas declaradas ya en la exposición de
a lo que aquél, por su parte, llamaba “música”. Isócrates está
la teoría de las Ideas.
muy lejos del pragmatismo cínico de los sofistas de la tercera En realidad, son más los hegelianos que Hegel mismo, quien
o cuarta generación, pero la moral que profesa, como la de Pro- tiene por Platón el mayor respeto,54 los que suelen desestimar
tágoras, no va más allá de lo socialmente establecido; y en el la dialéctica platónica, al contrastarla con la hegeliana, diciendo
dominio teórico —y esto es con mucho lo más grave— no cree de la primera cosas tales como la de que no es una “dialécti
que el hombre pueda elevarse más allá de la conjetura y la opi ca de contenido”, y esto por la simple razón de que, según estos
nión. “Para Isócrates —dice Jaeger— sólo existe una sabiduría
críticos, Platón no alcanzó jamás a emanciparse del eleatismo.
(aocpía) . L a esencia de ésta consiste en descubrir certeramente
Si esto último fuese verdad, no habría más que decir, porque el
en general lo mejor para el hombre a base de la mera opinión
eleatismo, en efecto, es la filosofía más antidialéctica que pueda
(SóSja) . . . Isócrates coincide aparentemente con Platón en que
imaginarse. Empieza y acaba en el principio de identidad, con
concibe el conocimiento de los valores (xó (ppoveíh/) como la meta só lo el cual no es posible dar un paso, ni en ninguna dirección,
y el compendio de la cultura filosófica del hombre. Pero reduce en la vía del conocimiento. Pero si algo hacen hacer ver textos
de nuevo este concepto a la significación puramente práctica tales como los del P a r m é n id e s y el S ofista, es que Platón no
que tenía en la conciencia ética del helenismo presocrático. Todo queda siendo, en modo alguno, un prisionero del pensador de
lo teórico aparece radicalm ente eliminado de él.” 53 No hay por Elea. Hegel es el primero en rendir homenaje al P a rm én id es,
qué añadir una palabra más a esta estupenda caracterización; primer m onumento del pensamiento dialéctico, haciendo ver
y sólo quien no conozca a Platón ni por el forro podrá imaginar
cómo desde el análisis de la primera proposición “lo uno es”,
que pudiera quedar impasible ante la suplantación del saber au
aparece el desdoblamiento (porque son dos cosas, y no una, lo
téntico por la opinión, de la e p is té m e por la d ox a.
“uno” y el “ser”) , y con él, simultáneamente, la multiplicidad
Por lo demás, y según lo testimonian innumerables textos,
indefinida, ya que lo uno es una de tantas cosas que igualmente
nunca pretendió Platón que la educación filosófica, ni siquiera
participan en el ser, y por último, la contradicción en lo mismo,
la enseñanza a fondo de las ciencias, hubiera de impartirse a la
desde el momento en que la proposión “lo uno es” lleva también
mayoría. U na y otra vez insiste en que no pueden tener acceso
implícita la de que "lo uno no es lo uno, sino lo m últiple” . T od o
a ella sino los m ejor dotados, y aun éstos sólo después de supe esto, en palabras de Hegel, es la “revelación dialéctica” com en
rar una serie de largas y duras pruebas. No obstante, hay algo zada en el P a r m é n id e s y consumada en el S o fista, en el cual
que imprime una unidad radical en uno y otro tipo de educa “demuestra Platón, en contra de Parménides, que el no ser es y
ción, en la inferior y en la superior, y es el espíritu que anima la también que lo simple, lo igual a sí mismo, participa de la al-
pedagogía en cualquiera de sus etapas o de sus estratos; la ver
teridacl, que la unidad participa de la pluralidad” .55
dad como m eta última, y una verdad, además, comprobada y Por otra parte, hay, como es bien sabido, grandes diferencias
vivida por el sujeto que la va p r o -d u c ie n d o paulatinamente como
entre una y otra dialéctica, y no hay por qué tratar de puntua
su fruto interior. “L a verdad no es una moneda acuñada que
lizarlas aquí. Lo único que hemos querido m ostrar es que, por
pueda darse y recibirse sin más ni más.” Fue Hegel quien lo
reconocimiento expreso del filósofo por antonom asia dialéctico,
dijo, pero apenas la imagen es nueva en un pensamiento que
la dialéctica platónica (y en esto insiste también Hegel reitera
viene desde Sócrates y Platón. Entre Platón y Hegel, para no
damente) no es meramente, como la dialéctica sofística, un arte
hablar de M arx o de Sartre, ha variado mucho la dialéctica,
de la disputa, sin otro propósito que el de refutar las tesis del
pero siempre en función de la metafísica que cada tipo de dia
adversario para reafirmar uno su punto de vista y no dar, de este
léctica lleva consigo, porque en lo que ve al método, y a algo
modo, un solo paso adelante. L a dialéctica platónica, por el con-
más quizá, creemos que puede hablarse de un denominador co
mún. Vale la pena detenerse en esto unos instantes, por ser sin 54 “ N ad i e t i en e m ás d er ech o q u e est os dos p en sad o r es [ Pl at ó n y A r i st ó ­
duda lo más típico de la pedagogía platónica, y aunque nos sea t el es] a l l am ar se m aest r os d el gén er o h u m an o .” H egel , L e c c i o n e s s o b r e la
h is t o r ia d e la f i l o s o f í a , I -CE, M éx i co , 1 9 5 5 , vol . u , p . 1 3 5 .
63 J acgcr > P& ideia, p . 943 .
H egel , ot>. c it., n , 189.
LA PED A G O GÍA DE LA "R E P Ú B L IC A ” 54 1
540 LA PEDAGO GÍA UL LA "R E P Ú B L IC A "

mún a todos se destaca luego, en una perfección ulterior, el filó


trario, es la escala ascendente del conocimiento mediante el en
sofo, definido como el amante del saber, pero en su totalidad
riquecim iento progresivo del concepto por la superación prime
(jtáo"q; crocpíag É7n.0uuT¡TT)q), o lo que es lo mismo, como aquel cuyo
ro, y la incorporación después, de las oposiciones o contrarie
amor está en la contemplación de la verdad.59 Y de estos hom
dades que lleva consigo: una verdadera A u fh e b u n g , por tanto,
bres se dice luego, como para recalcar la alianza en ellos de las
como es propio de toda genuina dialéctica y no sólo de la que
virtudes de la inteligencia y del carácter, que a la facilidad de
acuñó este término. No están en la R e p ú b lic a , indudablemente,
aprender y a la memoria deben aunar, en su naturaleza, el va
todas las etapas dialécticas que encontramos en la F en o m en o lo
lor y la grandeza de alm a.00 Son los hombres, en suma, enamo
g ía d e l E sp íritu , pero sí las primeras o las más importantes, las
que van del dato sensible a la percepción primero, al entendi rados del ser y en estrecho abrazo con él;01 abrazo que va, por
miento después, y por último a la razón. Según lo expresa un consiguiente, al Ser q u e es: el z\cto Puro en quien termina la
dialéctica, porque en Él no hay ya ninguna escisión dialéctica
hegeliano de nuestros días, "la dialéctica es, para Platón, la con
entre su ser y su existir, ningún desdoblamiento posible. A Dios,
versión de la opinión sensible en pensamiento, y por tanto, aquel
en efecto, debe asemejarse el filósofo en la medida de lo posi
arte de la reflexión que confunde y a la par disuelve las repre
ble; y la asimilación estará en razón directa de la justicia, de la
sentaciones limitadas de los hombres” .50 De la sensación al pen
santidad y de la claridad espiritual.02 Es el famoso pasaje del
samiento, de la percepción a la idea: esto es todo Platón y en
T ee te te s , que bien podría llamarse la Transfiguración del Filó
todo, lo mismo en metafísica que en pedagogía. Que lo diga
sofo, todo él, según el comentario de R itter, "clarificado”, o más
una vez más el mayor filósofo del idealismo absoluto:
aún, penetrado por entero de la luz de la V erdad.63
"L a grandeza verdaderamente especulativa de Platón, aquello
por lo que hace época en la historia de la filosofía y, por tanto, A ejemplo de Platón, y conforme a lo que él nos enseñó, con
en la historia universal, consiste en haber determinado y pre tinuamos pensando hasta hoy con ideas y gobernando nuestra
cisado lo que es la idea: este conocimiento, en efecto, estaba conducta por ideales, nunca o casi nunca de entero cum pli
llamado a ser, a la vuelta de algunos siglos, el elemento funda miento, pero siempre reguladores del pensamiento y de la ac
mental en la fermentación de la historia universal y en la nueva ción. Así ha pasado, puntualmente, con su ideario educacio
estructuración del espíritu hum ano.” 57 nal y con el tipo humano ideal en que se concretiza. T a n alto
Sin la menor intención de enmendarle la plana a Hegel, to es, tan insuperable, que Platón mismo no pudo ir más allá. No
davía queremos añadir que a la grandeza especulativa hay que obstante, algo se le quedó en el tintero, por lo visto, cuando
sumar la grandeza moral en la visión completa de la educación tres libros de su obra postuma: las L ey es, están íntegramente
platónica, y sobre todo cuando la miramos viviente y concreta, dedicados al problema de la educación. No podríamos, por tan
dejándonos ya de planes escolares o de técnicas pedagógicas, en to, pasar por alto lo que allí se contiene, cuando su autor quiso
el tipo de hombre que de todo ello resulta. Este tipo, plasmado expresar con ello su último mensaje. Pero como en las L ey es,
y descrito en tantos lugares de la R e p ú b lic a , es el del filósofo, todavía más que en la R e p ú b lic a , son inescindibles la educación
no en el sentido libresco, claro está, que hoy lo entendemos, sino
con toda la plenitud espiritual que tiene el término en el pen ev uoucny.fi. T r ad u zcám o sl o cu la b el l a p er íf r asi s de Jac g er : “ L a ed u caci ón
samiento antiguo y muy en especial en el platonismo. Es la per m u si cal es la ci n d ad el a d el Est ad o p er f ect o ” . (P a i d e i a , p . 10 17.)
5a Rep . 475 b y e: xoóc i r i s áb n O eías qptÁoOeÓM.ovas.
fección humana, simple y sencillamente, en lo moral y en lo
00 494 b: eü u áGsi a x u i 1a.vr4r.Ti x a i ávÓ Q t ía y.ai u.eYaXoKoé<x£t a x o ú n i ? xi íg
intelectual. En lo moral primero, en cuanto que la educación
qpúafto;.
filosófica presupone forzosamente la educación “musical”, o sea Bl 480 a: T ó 8v ( l o.xa^ ou fvou s cpd.oorótpov;.
la formación de los hábitos morales, regulados por lo mismo por ' - T e e t . 17b b: óit oúncri; Of c ¡) y .a x á xó ó u v ax ó v ópoít oau ; Sé Síx ai o v x ai
las virtudes propias del apetito irracional.r,s De este fondo co- ooi ov it Fxa cfQOvríoEíjK Yr vt oO at .
r>3 “ .V l cn scbcn . . . d i e W ah r h ei t i i b er al i es b eb en u n d i l i r gn n zcs YVescn
vori i h r d i i r ci i l ci i t en un d ver k l ar en l assen .” ( Ri t t er , P la tó n , ti, 572.) Son los
'•*» Er n st Bl o ch , E l p e n s a m i e n t o d e H e g e l, I CE, M éxi co . 1949, p. 100.
o? H egel , o p . c it., vo l . n , p. 181. m isin os t ér m i n os con q u e, en el m i si n o i d i o m a, se d escr i b e la V erklciru n g
r,s R e p . 424 d : xó cpD.uy.xfiouiv. • . évxuñOa rom olxü Sou r i xéov x o í ; cpú?.aiiv. del Señ or en el T ab o r .
542 LA PED A G O GÍA DE LA “ R E P Ú B L IC A ’

y la legislación, del modo que después veremos,04 amén de otras


razones que en su lugar aparecerán, preferimos dejar para el
final de esta obra lo que Platón dejó para el final de su vida. XVII. LA POLIFONÍA DE LA JU ST IC IA
Por ahora, pasemos a considerar la organización política dentro
de la .cual, como en su .medio indispensable, se desarrolla el
Desde tiempos muy antiguos ostenta el diálogo de la R e p ú b lic a
program a educativo propuesto en la R e p ú b lic a .
el título o subtítulo alternativo D e lo ju sto o S o b r e lo ju sto .
Rousseau le habría puesto, por su gusto, el D e la e d u c a c ió n , y
hov en día nos sentiríamos tentados a ponerle otros como, por
ejemplo, D el h o m b r e o D e la v id a h u m a n a , ya que, en efecto,
v según lo dice Sir Ernest Barker, la R e p ú b lic a —si hubiéramos
de resumir en una frase su extraordinaria riqueza te m á tica -
es una filosofía completa del hombre y de la vida humana en
todos sus aspectos y variedades sociales y personales. Los anti
guos editores, sin embargo, obraron muy cuerdamente en la
adopción de aquella nom enclatura, al atenerse humildemente
a lo que del diálogo mismo resulta, en el cual, como dice Ja e
ger —v cualquiera puede verlo por sí mismo— la idea del Estado
perfecto surge naturalm ente del problema de la justicia. Es
éste el tema único que Sócrates propone en el principio del diá
logo; y si el tema del Estado emerge desde los primeros com
pases del libro II, es sólo porque en la sociedad política pode
mos ver más fácilmente —en caracteres m ay ores, como dice Só
crates— la naturaleza de la justicia. Por último, y muy lejos de
ahogarse o siquiera reducirse el tema principal con la afluencia
de los otros temas que vienen en tropel, mantiene hasta el fin
su señorío por sobre todos ellos, hasta el bello mito escatológico
que corona la R e p ú b lic a , y que describe los premios y cas
tigos que en el ultramundo aguardan, respectivamente, a los
justos y a los injusLos.
H a b e n t sua ja la l i b e l l i . . . hasta las simples inscripciones a
veces; v así ha ocurrido con este doble epígrafe D e la R e p ú b lic a
o D e lo ju sto. Venturoso fa tu m esta vez, porque el legado más
vivo del diálogo platónico, hasta hoy, es la concepción del Es
tado como un orden de la conducta humana, 'construido y en
derezado a la realización de la justicia. Porque si a la concep
ción helénica del Estado educador estamos apenas regresando
en la actualidad, y no en todas partes ni por completo, nadie, en
cambio, ha dudado nunca que la misión del Estado —lo qué
verdaderamente lo constituye y justifica— es la gestión del bien
común y según la justicia, la que debe dispensarse por igual
04 ‘ 1 od a acci ó n l egi sl at i va es ed u caci ó n y la i ey su i n st r u m en t o .” Jaeger , a todos Jos miembros de la sociedad política. No faltará quien
P a id c ifí, p . 1 0 5 3 . diga que no estamos enunciando sino formalidades puras, ya

[543]
544 LA PED A G O GÍA DE LA “ R E P Ú B L IC A " LA P O L IFO N ÍA DE LA JU ST IC IA 545

que de un modo se entiende la justicia en el Estado liberal, y de blica platónica, y del pasado también ¿por qué no.J, hasta del
otro muy distinto en el Estado totalitario, de un modo en el terrible pasado inmediato. No todo en ella, seguramente, es
Estado capitalista y de otro muy diverso en el Estado comunis hoy vivo y actual, pero sí, seguramente también, el amplio de
ta. El hecho, sin embargo, es que en todos ellos, como en cual bate sobre la justicia con el que Platón empieza, y nosotros
quier otro tipo de Estado que nos plazca imaginar, el orden con él.
jurídico vigente ha tenido siempre la pretensión de ser justo,
aun en los casos monstruosos en que la justicia ha podido enten
derse, digamos, como el privilegio de la raza o de la casta supe Las p r i m e r a s voces
rior. Que la justicia se realice o no, o que sea ella, en cada caso,
la verdadera justicia, o no más bien la injusticia, es, por supues No a humo de pajas ni por artilicio retorico lleva este c a pí
to, otra cosa. Aludimos tan sólo a una pretensión. tulo el título que lleva. Polifónicamente, en efecto, desarrolla
Cuando, por otra parte, decimos que nadie ha pensado nun Platón en la R e p ú b l i c a el tema de la justicia, no de otro modo
ca de otro modo en este particular, lo decimos teniendo presen que como lo había hecho, con el tema del amor, en el B a n q u e t e .
te la conducta de los Estados, pero sin desconocer que en el En un conjunto de voces, las de los interlocutores y según la
pensamiento filosófico (que es capaz de todo y de volverlo concepción de cada uno, viene formulada la justicia, y por más
todo de revés) no ha sido siempre exactam ente lo mismo. La que estas voces puedan ser discordantes entre sí, todas ellas con
idea de que el Estado es una organización en vista de la justi curren de algún modo, por armonía o contrapunto, en el acól
cia se mantiene sin fisura alguna hasta el Renacimiento (porque ele final.
el mismo éliasim aco, como vamos a verlo, postula con toda ener Con una maestría artística que hasta hoy despierta nuestro
gía su ju sticia ), y es sólo a partir de Nicolás Maquiavelo cuando asombro, Platón personifica en los dialogantes - y sin que por
con plena conciencia se concibe el Estado como un orden de esto pierda ninguno de ellos su realidad viviente— las concep
dominación puramente fáctico de fuerza pura. El último en ciones de la justicia vigentes en aquel preciso momento histó
adherirse a esta concepción, por extraño que a primera vista rico, y a las que Platón tiene que pasar en revista antes de de
pueda parecer, fue Elans Kelsen, al definir el Estado como “el clarar, por boca de Sócrates, la suya propia. Estos personajes,
orden co a ctiv o de la conducta hum ana’’. La p u reza del método portavoces de ideas, pero intensamente vivos y espontáneos, son
llevo al gian jurista austríaco a no quedarse, al final, sino los siguientes: Céfalo, Polemarco, Trasím aco, Adim anto y Glau-
con la fuerza pura, y a canonizar anticipadamente, y sin que cón. T o d a la sociedad ateniense del siglo v está presente en
rerlo, el Estado nacionalsocialista, con su corolario —|tan coac todos y cada uno, y precisamente por esto, por su corporeidad
tivo!— del A n schlu ss. H ubo otros, como Radbruch, que no des tangible, están presentes también —porque el espíritu se expresa
cartaban la axiología, pero que, sin embargo, pensaban que la por el cuerpo— todas las corrientes espirituales de la época.
seguridad debía tener prioridad sobre la justicia. Céfalo en primer lugar, el anfitrión del grupo, un anciano
De todos estos dislates ha vuelto, afortunadamente, la filo bonachón y hasta, medio parlanchín, es, como dice Sciacca, el
sofía política alemana (R adbruch fue el primero en retractarse buen fariseo, el representante de la antigua moral enipíiica t
h on rad am en te), ' en cuanto se advirtió que la s eg u rid a d era la formalista, ele hechos y datos exteriores. L a justicia, para él,
de H einrich Him m ler o Lavrenti Beria, y el o r d e n co a ctiv o el de consiste en conducirse uno con verdad, y en pagar sus deuda-,
Ausschwitz, Büchenwald y Dachau. No hay mal que por bien devolviendo a cada uno lo que de él hemos recibido. A lo cual
no venga, una vez más. Bien penetrada está de axiología la cien objeta Sócrates —el mayor personaje del diálogo, como de cos
cia política hodierna, y en los más altos documentos oficiales, tumbre, activo del principio al fin— que si un amigo nuestro,
comenzando por la C arta de las Naciones Unidas, se proclama, estando en su sano juicio, nos ha prestado ciertas armas, no por
en estos o parecidos términos, que la misión del Estado y de la esto hemos de devolvérselas cuando, habiendo enloquecido,
com unidad internacional es el establecimiento de un orden de puede usar esas armas contra sí mismo, o contra nosotros o la
paz y de justicia. Del presente, por tanto, nos habla la R e p ú república. Y no es que Céfalo luna dicho precisamente un des
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I.A PO LIFO N ÍA DE LA JU S T IC IA

atino, ya que la devolución del depósito es normalmente de postular ta m b ié n el amor a los enemigos. No hay en Platón
una obligación de justicia, sino que hay que matizarla y sub este sentimiento (no lo hubo en absoluto en el mundo paga
sumirla bajo una norm a superior. En cuanto a Céfalo, bien no) , pero sí la convicción de que el hombre justo, el hombre
consciente de que no está él para meterse en estas filigranas, se de bien, simplemente por ser tal, no puede en ningún caso i n a
retira discretam ente de la discusión y deja la palabra a su hijo diar de sí el mal, sino tan sólo el bien, del mismo m odo que
Polemarco. el foco luminoso no puede irradiar sino la luz y no la oscuri
Algo más leído que su padre, pero con idéntica mentalidad dad. Descartado, pues, el apetito de venganza, queda a salvo
en el fondo, Polemarco, queriendo justificar con citas de auto (y de esto se hace expreso cargo Platón en otros lugares) la
ridades lo que ha dicho su progenitor, apela a Simónides, para función punitiva del Estado, ya que la pena, no sólo para la
el cual la justicia consiste en dar a cada uno lo que se le debe.12 sociedad sino para el delincuente mismo, es un bien.
Es una definición, dicho sea de paso, que con el tiempo pasará
a ser, con una ligera variante, la definición de la justicia en el
derecho rom ano: iu s s uum c u iq u e t r ib u e r e • Sólo que ahora se L a in terv en c ió n d e T ra sim a co
habla del d e r e c h o de cada cual (derecho que no tiene el loco
que reclam a sus a rm a s), mientras que Polemarco interpreta la Pero éstos no son, como hemos dicho, sino escarceos o esca
intuición del poeta en su nuda literalidad: el pago de la deuda, ramuzas preparatorias de la batalla. El verdadero conflicto, el
prescindiendo por completo del espíritu de la norma. En el drama de la justicia, no empieza sino con la intervención de
fondo, pues, Polem arco, aunque acogiéndose al patrocinio de Trasim aco; y es un drama tan actual hoy como entonces, si no
Simónides, viene a decir lo mismo que su padre; ni le va mejor es que más actual, después del remozamiento que la tesis del
cuando, estrechado por Sócrates, cambia la primera fórmula retórico de Calcedonia tuvo en el Renacim iento. De Maquiavelo
por o tra según la cual la justicia consistiría en hacer el bien acá, estamos todavía pidiendo a gritos que Platón venga a ayu
a los amigos y el mal a los enemigos. No tenemos por qué en darnos, porque a pesar de todo lo que se ha dicho y redicho, to
trar aquí en los argumentos, la mayor parte capciosos, a decir davía no está del todo claro, para la ciencia política, si el Estado
verdad, que aduce Sócrates contra la nueva m áxim a. No trata debe ser un orden de justicia o simplemente un orden coactivo,
mos de suplantar la lectura de Platón, sino de contribuir a ha sea como fuere, en suma, un orden de fuerza.
cerla más provechosa al confrontar los textos con nuestros pro L a primera definición que Trasim aco da de la justicia es la
blemas actuales. Pero sí hay que decir, en honor de Polemarco, sigriiente: “Digo que lo justo no es otra cosa que el interés del
tjue, con toda la m ediocridad filosófica del personaje, su segunda más fuerte” . Su “interés" o su “conveniencia" o “ provecho", si
fórmula es una buena expresión de la moral antigua y en todos fuere preciso dar variantes aclaratorias.3 Sócrates le pregunta en
los pueblos, del “ojo por ojo y diente por diente”, norma que tonces si lo del “más fuerte” ha de entenderse en el sentido de
no cesa de tener vigencia sino hasta que Cristo la deroga en el la fuerza física, en forma tal que la dieta de un atleta deba adop
Sermón de la M ontaña. Y en honor de Platón, a su vez, lo que tarse, como paradigma que es de la justicia, por toda la com u
hay que decir es que, así haya sido por razonamientos sofísticos nidad. Trasim aco rechaza indignado esta interpretación bur
en este preciso lugar (no en todos, ni m ucho m enos), nos ha lesca, y aclara que la fuerza de que él habla no es la de ningún
dado, al final de este escarceo entre Sócrates y Polemarco, la individuo en particular, sino aquella de que dispone, ¡xrr defi
m áxim a estupenda de que el hombre justo no puede en ningún nición, todo gobierno constituido, todo aquel que. de hecho y
caso hacer el mal a nadie, ni a su amigo ni a cualquier otro.* por cualquier medio, detenta el poder. I.a segunda definición
M áxim a claram ente precursora del Sermón de la Montaña, y de la justicia, por ende —pero en el fondo no distinta, .sitio sim
por más que Platón no haya ido, como Cristo, hasta el extremo plemente aclaratoria de la prim era—, será la siguiente: “En

1 l l r p . 331 e: t 6 x ii óq;EÚ,ó|iEva év.áat q ) ájt o St & ó vai fiíxaiáv t a r e


y R ep . 338 c: cprm'i ydp ¿yco el/vai to Síxouov o w dXXo t i. i\t o t ov v.pf ( t t o -
2 I i e p . 335 d : oi’ry. a p a t o C> f i i xaío v PXÓj x t eí v f y y o v , 01“ t f: qáXov o í r ’ aXXov
oi’ fieva- V<K ^l’JTCpÉQOV.
548 LA POLUO.XÍA DE LA JUSTICIA
L\ P O L I L O N l V !>L LA JUSTICIA 549

todas las ciudades lo ju sto es siempre lo mismo,, o sea el interés


instintos. Poi esto lia podido verse en C alilles el ¡aim er teórico
del gobierno constituido.”45*
de la moral del superhombre, tal y como luego la en con trare
lin las palabras anteriores han lisio numerosos intérpretes
mos configurada en Federico Nietzsche, y en esto no hay la m e
modernos, señaladam ente A dolf M en zel,1 la prim era expresión,
nor discusión entre los intérpretes. Al contrario de T rasím aco,
en la h istoria de las ideas, del positivismo ju ríd ico y político.
indiferente a las formas de gobierno, Cábeles postula, corno dice
Podemos aceptarlo así, aunque siempre es bueno recordar que
Menzel, la exaltación del tirano y el desprecio por la dem ocra
Ira s ím a c o pone gran énfasis en la circunstancia de que el po
cia y el humanismo. La dem ocracia, para él, es el pacto de los
der se ejerce siempre en interés y para el provecho del grupo do
débiles, el que éstos conciertan entre sí para im pedir, al am
m inante, grupo que, por lo demás, puede eventualmente coinci
paro de la idea de la igualdad, el nacim iento del hom bre su
dir con la gran masa del pueblo: Trasím aco, en efecto, declara
perior. Por ningún motivo podríamos ver en él, en consecuen
expresam ente que a él le es por completo indiferente que se trate
cia, un partidario del positivismo ju ríd ico. Muy lejos de ello, C á
de una m onarquía, de una aristocracia o de una democracia. No
beles, a su modo por supuesto, es un iusnaturalista, en cuanto
es él, ni por pienso, un teórico de la tiranía. Lo único que sos
que apela expresam ente al derecho de la naturaleza para colo
tiene es que es inútil in q u irir por otra noción o norm a de jus
carlo sobre los artificios de la convención, de la cual, a su vez,
ticia fuera de la que pueda contenerse en el derecho legislado
Trasím aco es el siervo más sumiso. En la célebre antítesis he
por el gobierno que ha sabido hacerse del mando. ‘‘Lo justo
lénica entre la naturaleza y la convención, uno y otro personaje
coincide con el derecho positivo”, como subraya Adolf Menzel.
se sitúan, por todo lo que puede verse, en una posición clara
mente antitética.
T ra sím a c o y C álleles Lo que a ambos les vincula, sin embargo, el sustrato común
de sus respectivas doctrinas, es el culto de la fuerza (o su resig
Es al llegar a este punto cuando se im pone la confrontación, nada aceptación en el caso de T ra s ím a co ), ya que en la fuerza
del todo insoslayable, entre la tesis de T rasím aco y la que, por descansa, por definición, el gobierno constituido. No hay, en ab
su parte, defiende, con no m enor ardim iento, el Cábeles del soluto, otra instancia ulterior, R azón tiene Jaeger, por lo tanto,
G orgias. U na y otra suelen presentarse, por la mayoría de los para ver en el belicoso T rasím aco a un representante, al igual
intérpretes, como simples variantes de una posición idéntica en que Calicles, de la filosofía del poder. Lo único que pasa es que
el fondo: el derecho del más fuerte. No faltan, empero, quienes Trasím aco es mucho más “m oderno” que Cábeles, en cuanto que
las presentan como del todo distintas entre sí. A nuestro enten su doctrina puede aparecer como la primera expresión de posi
der, pueden apreciarse, como habría dicho Alfonso Reyes, sim ciones tan modernas como el positivismo ju ríd ico y la teoría
patías y diferencias. pura del derecho —un neopositivismo, en fin de cuentas.
A prim era vista, parecería como que Calicles dijera lo mismo El paralelo, sin embargo, no ha de extrem arse hasta el punto
que Trasím aco; al aseverar que lo justo es que el más fuerte de hacer de Trasím aco un reposado profesor de la escuela de
m ande al más débil, y que posea más.0 Pero si seguimos leyendo Viena, o poco menos. Ni están tampoco en lo justo quienes,
con atención, no tardarem os en darnos cuenta de que Calicles como Menzel, presentan el pensamiento del retórico de C alcedo
pone m ucho mayor énfasis que Trasím aco en los valores vitales nia como si fuese un mero registro de la realidad jxrlítica del
puros, en la exaltación de un tipo hum ano que encarne el apo momento, o a lo más “una concepción demasiado jxzsimista
geo de la fuerza vital y el com pleto desbordam iento de todos ios del m undo”. Lo mismo se ha dicho, exactam ente, en defensa de
M aquiavelo; pero la verdad es que uno y otro pensador, aparte
4 Rt'P- 339 a: év án:úaai; xut; .xó/.tmv xavxáv eivou SLuiov, xo xr¡; y.uOe-
ixnrxrícic 'ío / L l ñ ’a c í r-
de estar animados de aquella concepi ión (esto no lo negamos') .
5 C a licles: C o n trib u c ió n a la h i s t o r i a d e la t e o r í a d e l d e r e c h o del más aprueban, más aún, recom iendan los desmanes del gobernante,
f u e r t e , liad. Minio de la Cuela, I S A M , 1964, p. 61. y con mayor cinismo aún el calcedonio que el florentino, va que
0 C o r . p;¡ <i: im o í -t u í xu dlxuiov taxi xov -/.nfíxTio xoü í)rc«voc ao/.civ x.aí no invoca siquiera la Razón de Estado, sino el puro provecho
,x/.éov f'/tiv-
personal del que manda. Clon sus súbditos ha de conducirse —es
LA P O L IF O N ÍA DE L A JU S T I C I A 551
550 L A P O L IF O N ÍA D E L A JU S T I C I A
talidad de la época. Más aún, fue en cierto momento la doc
la com paración que emplea— como el pastor con su rebaño, ob
trina oficial del Estado ateniense, en el momento, es decir,
jeto de esquilmo, venta o inmolación, según sea el interés del due
de su imperialismo más crudo. Y a aludimos a esto en el capí
ño. Más aún, y conforme va desbocándose la pasión de Trasí-
tulo sobre la Ilustración y la Sofística, y ahora conviene trans
maco (un tipo p u r san g ) , aguijoneado por las mordaces réplicas
cribir con mayor pormenor el célebre pasaje en que Tucídides
de Sócrates, acaba aquél por proclam ar que la justicia, caso de
hace hablar a los embajadores atenienses con los de la isla de
existir, sólo existe en el cándido súbdito siempre sumiso a las
Melos. Al apelar estos últimos, como supremo recurso, a la
leyes, pero no en el gobernante. L a justicia, en conclusión, y si
protección de los dioses, celadores de la justicia, contestan
nos empeñamos en tenerla como un bien, será a lo más un "bien
ajeno” o “de otro ” (áXXóvpt,ov áyaGóv), es decir, no para quien los primeros:
"E n cuanto toca a los dioses creemos con probabilidad, y
la practica, sino para quien la usufructúa, y el cual, a su vez,
por lo que se refiere a los hombres con absoluta certeza, que
será tanto más feliz cuanto mayores injusticias cometa, de modo
la dominación es una necesidad de la naturaleza hasta donde
tal que la perfecta felicidad resulta de la perfecta injusticia, de
alcanza la fuerza. Esta ley no la hicimos nosotros, ni fuimos
la "injusticia integral” (8Xri á S tx ía ), incomparablemente “más
los primeros que usaron de ella, sino que la encontram os como
fuerte, más digna de un hom bre libre y más señoril” que la jus algo preexistente, y después de nosotros tendrá perpetua vali
ticia. No se trata —aclara el orador— de hurtos o fechorías al dez. Hacemos uso de ella en nuestro provecho, porque estamos
menudeo, que no rinden sino por corto tiempo, sino de la in convencidos de que si vosotros o cualesquiera otros estuviesen
justicia masiva y total —y por lo mismo totalmente impune—, en posesión de la misma fuerza que nosotros poseemos ahora,
la que, después de haber reducido a servidumbre a los ciuda
usarían aquella ley en beneficio propio. Por tanto, no tememos
danos, sojuzga luego a otros Estados y naciones. La justicia, por
que los dioses nos causen daño alguno o nos coloquen en
tanto, es necedad, y la injusticia, por el contrario, sabiduría y
desventaja.” 8
virtud.7 Así ni más ni menos y con estos precisos términos en el Asi hablaba Atenas, embriagada de h y b ris y p le o n e x ia . No
texto; y si la justicia —term ina diciendo Trasím aco— sigue siendo siempre, felizmente, ni, además, toda Atenas, porque tan ate
objeto de encomios por parte de la mayoría, es simplemente nienses, como el que más, fueron Sócrates y Platón Y lo que
porque los hombres temen sufrir la injusticia (y por esto, cu ellos dicen, por su parte, no es por ningún entretenim iento
rándose en salud, la cen su ran ), pero no porque no quieran, académico —ahora lo vemos con harta claridad—, sino por la
en su corazón, practicar esta última cuandoquiera que tengan angustia que les hostiga por hacer volver a su ciudad al buen
la ocasión y los medios.
camino, al de la verdadera justicia.
En la más desaforada lau s in iu stitia e acaba así el discurso La respuesta a Trasím aco, y a cuantos con él com parten
de T rasím aco, a quien siempre es bueno leer completo antes la misma tesis, se nos da, y muy cumplidamente por cierto,
de canonizarlo —o atenuarlo si queremos— como un puro expo en los restantes libros de la R e p ú b lic a , del segundo en adelan
nente del positivismo jurídico. Porque aun dentro de esta con te. En el primero, escrito en la juventud de Platón, muchos
cepción, el gobernante debe siempre ser el guardián del interés años antes, según todas las apariencias, de los demás libros,
público y de la constitución, mientras que para Trasímaco los argumentos que opone Sócrates a T rasím aco, no son, dicho
debe serlo sólo de su bolsillo y de sus intereses, y la política, sea con todo respeto, de lo mas convincente. Muy poco valor
a su vez, el mayor de los bandidajes, el bandidaje en alta escala. tiene, si es que tiene alguno, el argumento de que todas las
L o último que hay que decir, no precisamente en descargo artes (entre ellas la política) son forzosamente operativas de
de T rasím aco, pero sí como una circunstancia atenuante, es un bien. Podrá ser así en el dominio del (a c e r e , según la vieja
que la doctrina del derecho del más fuerte, muy lejos de ha distinción de los escolásticos, pero no en el dominio del a g e r t,
ber sido una invención de aquél, ni siquiera de alguno de el único que aquí im porta, ya que la política compromete
los sofistas, era, por el contrario, moneda corriente en la men
8 G u e r r a d e l P e l o p o n e s o , vi , 105. Es el pasaje qu e pon ía en éxt asis a
Th ot n as H obbes y a Feder i co Niet zsche.
7 R ep. 349 a.
552 LA PO LIFO N ÍA DF I.A JU ST IC IA LA PO LIFO N ÍA OK LA JU ST IC IA 553

al hombre por entero, y io que reclamamos es tener políticos igualmente un orden de fuerza al servicio ele la justicia. ‘■Mi
honestos y no simplemente hábiles. No pasa de ser un sofis nistro de Dios para el bien" llama San Pablo al Estado, pero
ma, así lo díga Platón, el querer hacer pasar la perfección téc agregando en seguida que "no en vano ciñe espada” el gober
nica por perfección m oral: la virtú maquiaveliana por la vir nante. En concordancia parcial, pero no por esto menos real
tud genuinamente humana. con su antagonista Trasím aco, colocará Platón, como muy lue
El único argumento de peso, este sí verdaderamente pro go lo veremos, la clase de los guerreros como una de las tres
fundo y persuasivo, es el que esboza Sócrates, al terminar el fundamentales que concurren en la organización del Estado.
libro primero, cuando sienta la proposición de que la justicia
es la virtud, excelencia o perfección específica (a r e lé ) del alma
hum ana: la virtud que, como se explicitará después, resume /id i m an to y G lau có n
y organiza las restantes virtudes. Del alma humana o, lo que
es lo mismo, del hombre en cuanto tal, con la razón como Entre la intervención de Trasím aco y la exposición, por
principio superior y dominante, y no del hambre como ani Sócrates, de la doctrina platónica, ha situado Platón, con su
mal de presa, para el cual hay también una a r e té , la declarada fino sentido dramático y artístico, la intervención (porque en
por Trasím aco. Sólo que, recalquémoslo, el argumento socrá realidad es una, aunque la voz sea dual) de sus hermanos Adi-
tico está aquí apenas esbozado y no desarrollado, ya que no manto y Glaucón. Uno y otro son prácticam ente figuras de
hemos investigado aún la esencia y operaciones del alma. comparsa en el resto del diálogo, pero no en este preciso mo
T o d o esto vendrá después, en el desenvolvimiento ulterior mento, en el que ambos jóvenes son intensamente representa
del diálogo. Antes, empero, de pasar a esta nueva fase de la tivos de la é lite social ateniense. A Platón, en efecto, le hace
discusión, cumple decir, por deber de lealtad intelectual, que falta mostrar el extravío moral de su ciudad no sólo en los
el impetuoso Trasím aco —a pesar suyo tal vez o contra sus advenedizos, como el extranjero de Calcedonia, sino en lo más
intenciones— ha sido, con su intervención, una voz insoslaya íntimo y medular de aquélla, en el seno de las mejores fami
ble en la polifonía de la justicia. H a contribuido positiva lias, comenzando por la suya propia, la de Platón, y ¡sor esto
mente (y no sólo negativamente, como lo estima en general no teme exhibir a sus propios hermanos como portavoces de la
la exegética platónica) a la formación de los conceptos de la nueva mentalidad. Y lo más probable es que no se hubiera atre
justicia y del Estado. Al de la primera, al enunciar la proposi vido a hacerlo si no hubiese sido así en la realidad, en cuyo
ción de que la justicia es el bien ajeno, ya que, en efecto, la caso habría habido un hondo desgarramiento familiar en el
justicia es la virtud que ordena nuestra conducta no para propio hogar del filósofo.
nosotros mismos, sino para los otros. Dentro de otro contexto Conjeturas aparte, lo que Glaucón y A dim anto empiezan
y con otra intención, naturalm ente, y sin desconocer tampoco por decir es que, en su opinión, Trasím aco, mohíno y semiex-
que la justicia es asimismo un bien para nosotros (en esto hausto, se ha retirado del ruedo demasiado pronto, ya que Só
se separan los caminos) , el hecho es que en la justicia está crates está muy lejos de haberle contradicho victoriosamente, y
la a lte r id a d como uno de sus elementos formalmente consti peor todavía, se ha dejado llevar por su adversario al mismo
tutivos. Y por lo que hace a la teoría del Estado, ha destacado falso planteamiento del problema. No tenía por qué ponerse a
T rasím aco, así haya sido con una exageración a todas luces inquirir, como su antagonista, sobre las ventajas o desventajas
unilateral, el aspecto fundamental de la soberanía en la cual, que puedan resultarnos de la práctica de la justicia o de la in
a su vez, va necesariamente im plícito el elemento de la fuer justicia, ya que no es por esto por lo que debemos optar por la
za. En vano quiso eliminar este elemento (Herm ann Heller, una o por la otra. Lo único que está por averiguar —el u n u m
entre otros, lo ha demostrado concluyentemente) la teoría pura n cccssariu m en este caso— son los efectos que una y otra produ
del derecho y del Estado. Luí ‘poder de mando originario”, cen no en la situación personal y social, sitio dilectam ente en
corno dijo Jellinek, tendrá que ser siempre uno de los atribu el alma en cjue respectivamente residen, y esto por sí mismas,9
tos del Estado soberano, orden de justicia en primer lugar, pero ' > R e p . 358 b : t Ív « f'/ n 5vvan.iv « v it o x a 0 ‘ avi ó évóv év xfi vjmxfl - ■ •
554 LA P O L IF O N ÍA DE LA JU S T I C I A LA P O L IFO N ÍA DE LA JU S T IC IA 555

y prescindiendo en absoluto de los premios o castigos que po con ritos de alabanza o hecatombes magníficas. H e ahí, en
damos recibir en esta vida o en la otra. Sólo entonces, cuando suma, lo que los hombres creen en su corazón, y si lo disimu
veamos esto, podremos am ar la justicia por sí misma y no por lan, es por miedo a la sanción social o a la coacción del
sus consecuencias.10 He ahí, en suma, lo que Sócrates debe ha Estado. A ti, por tanto, Sócrates —term ina diciendo Adiman-
cerles ver, y sobre lo cual asumen los hermanos de Platón una to—, a ti que te has pasado la vida en el exam en de esta única
posición neutralista. Realm ente no saben ellos a qué atenerse, cuestión, corresponde mostrar que en cualesquiera circunstan
ya que la opinión común parece estar más bien en favor de cias, así pueda hallarse el injusto en la mayor felicidad, y
T rasím aco; y con el buen deseo de que pueda al fin sobre el justo en los mayores tormentos, y así lo sepan o no lo sepan
ponerse la teoría de Sócrates, cree Glaucón que lo mejor que los hombres y los dioses, la justicia es un bien y la injusticia
puede hacer es ponerse en la actitud del ad v o ca tu s d ia b o li, y un m al.11 Como valor absoluto, y no de otra manera, ha de
expresar, como si las com partiera, las creencias más generales amarse y venerarse la justicia: tal es el notable planteamiento
y socialmente vigentes.
que, al final de su peroración p í o d ia b o lo , hacen del proble
L o que se cree, por tanto, lo que por ahí se dice (tpaoáv),
ma los hermanos de Platón.
es que, de acuerdo con la naturaleza, cometer la injusticia es
un bien, y un mal, a su vez, el sufrirla. Pero como los hombres
acabarían p>or destruirse todos entre sí al permitirles con toda
E l n o m b r e y el E stad o
impunidad la comisión de la injusticia, ha sido necesario que
en cada sociedad se entiendan sus miembros con el fin de En cuanto a Sócrates, no puede él, evidentemente, dejar de
establecer, mediante una convención, ciertos ordenamientos acudir, según dice, en socorro de la justicia, tan desconocida
de convivencia pacífica que se conocen con el nombre de leyes, o tan vilipendiada. Y al hacerlo, imprime súbitamente al diá
y que se supone son expresión de lo que se denomina justicia. logo un giro del todo nuevo al introducir el segundo gran tema
T a l es, a lo que se dice, el origen y la esencia de la justi de la R e p ú b lic a , el tema del Estado. Y no es que se desentienda
cia: yévzcru; xai, oúcría Stxaioowng. Por primera vez asoma aquí del otro tema, ni siquiera que lo ponga entre paréntesis, sino
la teoría del contrato social, aunque no en la versión de Rous que simplemente traslada la justicia, para estudiarla mejor, a
seau, sino en la de Hobbes, en la del h o m o h o m in i lupus. Lo otro cuadro o situación. Lo hace asi porque hace falta, en su
natural, por tanto, es la injusticia, y lo convencional la justi opinión, una penetración mucho mayor para escrutar la justi
cia, la cual, según sigue diciendo Glaucón, no viene a ser sino cia en la intimidad del alma individual, de aquella que es
el compromiso entre el mayor bien, que es cometer la injusti menester para discernirla en las instituciones de la ciudad. Se
cia, y el mayor mal, que es el de padecerla sin poderlo reme gún la famosa comparación socrática, es como si tuviéramos
diar. Y si la honramos exteriorm ente, es por miedo y no por que leer un texto escrito en caracteres minúsculos, en cuyo caso,
convicción, porque a fe que no se encontrará ningún hombre ¿no nos sería de gran auxilio el que alguien nos dijera que el
que si pudiera volverse invisible, como Giges con su famoso mismo texto está ya escrito en otra parte y en caracteres m a
anillo, no se abandonara de todo en todo a sus pasiones, sin yores? A buen seguro que leeríamos éste antes que aquél, y
im portarle un ardite el respeto de la justicia. Y que no venga ciertamente para volver al texto microscópico después de ha
a hablársenos del temor de los dioses, porque aun suponien bernos adiestrado en la lectura del texto macroscópico.
do que existan, que sean ellos mismos justos y que, en fin, se Platón es bien consciente de lo que dice, y nosotros, por
curen de lo que hacen los hombres (todo lo cual está muy por nuestra parte, procuremos serlo tanto como él, y muy en espe
verse), siempre será posible concibámoslos, como dice Homero, cial en pasajes como éste, uno de los más profundos y trascen
10 A d m i r ab l e p l an t eam i en t o de l a cu est i ón , y h on est o r econ oci m i en t o,
dentales de la R e p ú b lic a . La lectura de la justicia, dondequie
p o r p ar t e d e Pl at ó n , d e l o d éb i l es q u e h ab ían si d o l os ar gu m en t o s de su ra que la hagamos, hemos de hacerla pasando los ojos por las
Sócr at es en el l i b r o p r i m er o , d e cu ya j u ven i l i d ad ser ía t od o est o, p or si
u R e p . 3(17 < : Éú vTf XavOorvn éáv xe |xt ) Oí míe; t e y.al ávO gavn oug, í) f ev
sol o, p r u eb a su f i ci en t e.
aYuQév, t| 5e, xaxáv e o t i.
556 LA P O L IFO N ÍA D1-: L A JU S T IC IA 557
IA PO LIFO N ÍA D !, LA JU ST IC IA

mismas letras: -c¿ aÚT¿ Ypápp.aTa. “ La justicia —comenta Bar- clase corresponde el gobierno; a la segunda, la milicia, y a la
ker— es como un manuscrito cuyo texto, uno y el mismo, existe tercera, en fin, todo lo que no es ni gobierno ni milicia: toda
en dos ejemplares, uno de letras más grandes y el otro más pe la actividad económicamente productiva, desde luego, pero tam
queñas’’.12 A hora bien, lo que esto quiere decir, ni más ni me bién toda la actividad que hoy adscribiríamos a las llamadas
nos, es que la justicia, no obstante las diferentes modalidades profesiones liberales. L a palabra Srunoupyóg (artesano o artífice,
empíricas que pueda ofrecer en uno u otro sujeto, es radical y también obrero) cubre todo esto, de lo mas alto a lo más
mente una y la misma tanto en el interior del individuo como bajo, ya que designa simplemente a todo aquel que, de cual
en la organización del Estado. Para Platón, en consecuencia, quier modo, hace una obra útil a la comunidad (5fjpo; +
no existe en absoluto, dentro de su filosofía política, la Razón epyov = Sripio'jpycg) . Platón, ya lo sabemos, no tiene otra
de E s ta d o 13 en el sentido que esta expresión recibirá en el palabra que la de Demiurgo para designar al supremo A rtí
Renacim iento, o sea como absolución plenaria de los crímenes fice del universo.
del gobernante cuando el motivo de su comisión es el interés Hasta aquí, no introduce Platón ninguna novedad, ya que
político. la mencionada tripartición clasista, con esta o con otra nomen
clatura, es la que de hecho existe en la ciudad antigua. No
Es en verdad una idea fecundísima, en el desarrollo del
sólo en ella, podemos añadir, sino que, como observa Barker,
diálogo y en la historia espiritual de Occidente, ésta de la co
se mantiene durante toda la edad media en la concepción
rrespondencia entre el hombre y el Estado; y con razón se ha
dicho que, a su modo naturalm ente y guardadas todas las pro análoga de los tres estamentos: o ra to res, bu llid ores, la b o r id oras,
porciones, la R e p ú b lic a es también y verdaderamente una fe o co m o tradujeron los alemanes, L e h r s ta n d , W eh rsta n d , N a h r -
stand. Sería el mayor de los anacronismos el querer trasladar
n o m e n o lo g ía d e l esp íritu . Por otra parte, no es menos evidente
a la sociedad antigua la actual división clasista entre el capital
que Platón, llevado de su amor por la simetría, ha exagerado
más de una vez el paralelo, y no debemos olvidar que la rea y el trabajo, y esto por la simple razón (amén de otras de
que por ahora podemos prescindir) de que el trabajo está re
lidad social y política no es ni puede ser una mera amplifica
presentado s o b r e io d o por el trabajo servil; ahora bien, los
ción de la psicología individual. No obstante, y m u tatis mu-
tan d is (todo está en saber efectuar esta operación) , es una idea esclavos no cuentan para nada, ya no digamos como clase, pero
grandiosa esta concepción del hombre como un Estado en pe ni siquiera como hombres. No decimos que haya estado bien
queño (m ic r ó p o lis ) y del Estado, a su vez, como un hombre en ¡cómo, por Dios!, mas por ahora estamos simplemente descri
biendo un hecho, una situación y una mentalidad. Ni decimos
grande (m a c r o á n th r o p o s ). Veámoslo en sus detalles, porque
tampoco que no haya habido entre los hombres libres de la
sólo así podremos hacer el deslinde entre lo perenne y lo cadu
tercera clase —en aquel tiempo como en todos los tiem p os-
co, o entre lo que puede aceptarse y lo que debe rechazarse.
pobres y ricos, explotadores y explotados; pero estas diferencias,
L a lectu ra del Estado, por tanto, permite apreciar, según
no tan agudas entonces como la que se da en la actual sociedad
Platón, el hecho prim ario de que su composición resulta de la
capitalista entre el patrón y el obrero, no cancelan el hecho
concurrencia de tres clases sociales, a saber: la de los guardia
fundamental de que todos ellos peí tenecían a la misma clase,
nes (tpúkaxsg), la de los auxiliares (ít . íx oupci) y la de los agri
a la que no nosotros, sino Platón, llama la clase económicamente
cultores y artesanos (yctopyoi xat Sripti'jpyoí) , A la primera
productiva.
Pero si en la enumeración de las tres clases susodichas parece
Si r Er n cst Bar k er , T h e p o l í t i c a l th n u g h t o f P íe l o a n d A r is ín tle , N . Y.,
1 9 ")!), p. 101. conformarse Platón a los esquemas político-sociales de la ciu
m Con t od a i n t en ci ón d eci m os q u e “ d en t r o de su f i l o sof ía p o l ít i ca” , dad antigua, su genio innovador —o su utopía, si nos place de
p o r q u e es i n d u d ab l e q u e d esgr aci ad am en t e y m ás d e u n a vez, com o desp u és cirlo así— irrumpe de lleno en la proposición que sienta de
lo m ost r ar em os, se l i a d ej ad o l l ev ar Pl at ó n de la r azón de Est ad o al que en los miembros de la tercera clase ha de estar to d a la
au t o r i z ar l a com i si ón d e ci er t os act os d el t od o r ep r o b ab l es. L o ú n i co que
riqueza nacional. T oda ella, recalquémoslo, ya que los miem
d eci m os es q u e n o el eva est a “ r azón ” a p r i n ci p i o r ect or de l a con du ct a
p ú b l i ca. bros de las otras dos clases, los guardianes y los guerreros,
558 LA PO LIFO N ÍA DE LA JU ST IC IA IA PO LIFO N ÍA DF. L A JU S T IC IA 559

no pueden tener n in g u n a propiedad privada (oútríav ptiSspfav Es el primer texto, en la historia del pensamiento ético, que nos
tStav) fuera de los objetos de primera necesidad. Las mismas propone, articuladas entre sí, las cuatro virtudes cardinales que
casas en que viven las tienen sólo en usufructo, y en ellas puede luego recogió la Iglesia, y que Dante colum bra, como las cuatro
entrar todo aquel que lo desee. Y esto sí que es gran novedad, estrellas de una constelación (tal y como hoy las vemos en la
ya que entonces se pensaba, como ahora, que los cargos públicos Cruz del Sur) , al llegar, al fin del Purgatorio, al paraíso terre
son para enriquecerse. Que no produzcan económicamente los nal. En este lugar precisamente, por la perfecta posesión que
políticos, es cosa que va de suyo, pero no, en cambio, que nc de ellas tuvo el primer hombre antes de la Caída: el hombre
puedan aprovecharse de lo que los demás producen: para esto, n a tu ra l en el mejor sentido del término. Platón, por su parte,
precisamente, tienen el poder. Pero Platón, así como da todo el las enuncia como algo que va de suyo (en realidad no es así,
poder a sus guardianes, así también, con la idea de suprimir en como lo veremos de aquí a p o co ), y poniendo en último lugar
ellos radicalm ente el apetito de la concupiscencia, los pone en la justicia, pasa luego a m ostrar el sujeto propio y específico de
una situación de pobreza absoluta. cada una de las tres primeras virtudes. Comenzando por la
Con razón se ha com parado a los guardianes del Estado prudencia o sabiduría, es ésta una virtud que reside exclusiva
platónico con los miembros de una orden religiosa, y con mayor mente en los guardianes, como el valor, a su vez, sólo en los
precisión, con las órdenes religioso-militares de la edad media. auxiliares o guerreros. La tercera virtud, en cambio, la tem
Podrán ser sus actividades la administración y la guerra, y po planza o moderación (<ruKppoa\ivri) es común a las tres clases
drán tener, además, el comercio sexual de que en su lugar ha del Estado, ya por ser una especie de acuerdo o arm onía entre
blaremos, pero en estado de perfección han de hallarse (y es los diversos elementos, ya porque igualmente puede definirse
esto lo verdaderamente fu n dam ental), ni más ni menos que los como el orden e imperio sobre los placeres y pasiones, y que,
profesos de una orden religiosa. ¿Cómo podrían no ser perfectos por tanto, debe encontrarse en cualquier hombre y en cual
quienes, por la especialísima educación que han recibido, han quier clase.
podido llegar a la contemplación de la Idea del Bien? Y si por Nos queda sólo por hallar la justicia. Pero en realidad,
tal o cual extrem o puede acaso fallar el paralelo, es rigurosa observa Sócrates en un pasaje extraordinariam ente vivaz, esta
mente exacto en lo que atañe a la pobreza. Del oro y de la mos haciendo el ridículo con esto de querer h a lla r la , cuando
plata de los hombres han de prescindir fácilmente estos hombres en realidad la hemos tenido ante nosotros en toda la discusión
que llevan oro divino en sus almas. Si no supiéramos que es anterior. L a justicia, en efecto, la justicia en la ciudad, consiste
Platón quien lo dice, podríamos creer que es una estrofa del simplemente en que cada una de las clases sociales que hemos
himno franciscano a M a d o n n a P ov srta. dicho, o más concretamente los hombres a ellas pertenecientes,
Otras peculiaridades de la clase gobernante, o en general hagan lo que les corresponde: los guardianes, que gobiernen;
del Estado platónico, las consideraremos en el capítulo siguiente. los soldados, que combatan, y los de la clase económicamente
Por ahora, nos parece suficiente este primer esquema, y lo productiva, que produzcan. Que hagan esto y sólo esto, y que
único que resta es tratar de deletrear en él —es el texto macros no se entrom etan por ningún motivo en lo que no les toca,
cópico— los caracteres de la justicia. ni por su oficio ni por su clase. La fórmula de la justicia, por
tanto, podría ser la siguiente: H acer cada uno lo suyo y no
entrometerse en lo de los demás: t o t ú aúxoü •npáx'CEt.v xaí pij
T e o r ía p la tó n ic a d e la ju sticia 7toXu7tpaypovEÍv. “No entrometerse” o “ no m ultiplicarse”, como
se quiera.
Que deba estar allí, en el esquema susodicho, es algo de H a c e r cada uno lo suyo, y no, como decía la vieja definición
todo punto forzoso, ya que nuestra ciudad, perfecta en hipótesis, de Simónides, d a r a cada uno lo suyo. No es una mera varian
debe ser, por lo mismo, prudente, valerosa, temperante y justa.14 te verbal, como salta a la vista, ni es tampoco, contra lo que
14 ¡ t c p . 427 e: f)f|/ .ov 8í) o r í oo<(>i) t t o t 'i x « i úv&QEi a x a i ccór fpor v x al muchos creen, una formalidad vacía, como si la justicia saliera
Si x aí a. sobrando cuando están presentes, en el cuerpo social, las otras
560
LA PO LIFO N ÍA D i ; LA JU ST IC IA
I.A POLIFONIA l.)K LA JUSTICIA 561
tres virtudes que lo inform an y sustentan. Pero es que ninguna
pero uno es el apetito del placer sensual, v otro muy distinto
de estas virtudes (así resuelve Platón anticipadamente la obje
el que nos empuja a cosas tales como el honor o la ambición, a la
ción) podría existir sin la justicia, la cual da a todas ellas el
consecución, es decir, de bienes no materiales sino espirituales.
“poder de nacer" y de conservarse, por tanto, una vez nacidas.
Y que son no sólo distintos sino a menudo antagónicos uno y
Es la fuerza (Súvaptg), según leemos a continuación, que im
otro apetito, lo persuade el hecho de que reprimimos el uno
pulsa a cada individuo a desempeñar la tarea que la sociedad
cuando ello es indispensable para alcanzar el bien superior al
le impone, y es, por lo mismo, una virtud (;o no es tuerza la
que el otro nos llama, o bien, por el contrario, nos abandona
virtus?) irreductible a las anteriores. Es, como dice Nettleship,
mos al placer, renunciando con ello a aspiraciones más altas.
el sentido del deber (se na a o ¡ duty), sin el cual no serían ¡as
Ahora bien, Platón llama "concupiscencia” (ámOupta) al ape
otras tres virtudes cardinales virtudes propiamente dichas, sino
tito inferior, v al superior, en cambio, lo designa con el nombre
a lo más normas de conducta exterior, impuestas por la coac
de 0u(j.óg: cólera o coraje, como más nos agrade, uno y otro su
ción social. He ahí lo que los textos dicen, v que es imprescin
bordinados, naturalmente, al imperio de la razón (Xoytcmtxóv) .
dible tener en cuenta si no queremos dejar el vá aúxoü TtpáTmv,
En el alma humana, en conclusión, pueden distinguirse estas
así desnudo y solo, en la prosaica significación del m in d ynur
ow n business. tres partes: la razón, la cólera y la concupiscencia. Y si habla
mos de “partes", es más que nada por comodidad de lenguaje
Si alguna objeción pudiera hacerse ule nuestra cuenta la
y a sabiendas de que estamos usando una metáfora, ya que te
hacemos, sin haberla visto en parte alguna) a esta concepción
nemos perfecta conciencia de que todas aquellas tendencias,
de la justicia en el Estado, es la de que, por más esfuerzos que
por antagónicas que puedan ser, se articulan entre sí en la
hace Platón, no alcanza a desligarla de la justicia en el indivi
unidad radical de la persona: yo, en efecto, soy el mismo que
duo, el único de quien pueden predicarse cosas tales como el
piensa, que ama o que desea.
sentido del deber o la fuerza interior que impele a ejecutarlo.
Al contrario de lo que pasa con la tripartición de la ciudad,
A tal punto es la justicia primeramente una virtud, un h a b ita s
que no ha tenido, ni mucho menos, perennidad en la historia,
interno, antes de traducirse en los actos exteriores correspon
la tripartición del alma es uno de los hallazgos más geniales
dientes, ya sea de los particulares, ya de los órganos del Estado.
de Platón, y es algo, además, que se mantiene vivo hasta hoy,
No obstante todo su formalismo jurídico, los romanos no ra
por lo menos en la filosofía escolástica. Y nada importa que
d iaron en definir la justicia ante todo como una voluntas, y
Platón haya podido tener precursores —los pitagóricos princi
sólo secundariamente como el acto mismo de tr ib u e r e u n icu iqu e
palmente, a lo que parece— en la elaboración de esta psicología,
su u m . Esta ha sido, en suma, la experiencia moral de la huma
porque lo decisivo es que él fue el primero en constituirla en
nidad, y tan lejos está Platón de escapar a ella, que por algo
una psicología propiamente tal, al escrutar con todo rigor cien
pasa luego, sin la m enor digresión, al examen de la justicia en
el individuo. tífico y con admirable agudeza de observación, nuestra vida
interior. En nuestra opinión, no vemos hasta hoy de qué otro
Como era de esperarse dado el paralelismo que ya sabemos,
modo, fuera de la consabida tripartición funcional, pueda expli
en el alm a hum ana encontramos también, no menos que en la
carse el combate íntimo que constituye literalmente nuestra
ciudad, una tripartición. Sin mengua de su unidad sustancial,
vida cotidiana; este "aprobar lo mejor y seguir lo peor", como
en el alma hum ana podemos advertir, consultando nuestra ex
dijo Ovidio, o según lo expresó San Pablo, “ no hacer el bien
periencia íntima, cierta composición, y desde luego la que r e
que quiero, sino el mal que no quiero". Claro que hay la otra
sulta. de la distinción tan obvia entre el elemento racional y el
solución, la cartesiana, de hacer del alma humana un espíritu
elemento irracional. No basta, con todo, la bipartición que de
puro, sólo que entonces no tendremos en el hombre una, sino
aquí resulta, ya que, por poco que profundicemos en nuestra
dos sustancias: el alma y el cuerpo, unidas quién sabe cómo
introspección, descubrimos inm ediatamente un desdoblamiento,
y en todo caso sólo con unión accidental.
que por motivo alguno podemos pasar por alto, del elemento
A las tres partes del alma que quedan dichas, o sea a cada
irracional. En él tienen su sede las pasiones, apetitos o deseos;
una de ellas, corresponde naturalm ente su propia y específica
562
l a po l if o n ía DE l a J u s t ic ia
LA PO LIFO N ÍA DF, LA JU ST IC IA 563
a r e te j excelencia o virtud- a i_ - ,
a la cólera, la valentía v a la * PrUí,encia o sabiduría; pudo ser primero, y qué después, en el pensamiento de Platón:
la justicia, en fin, análogam ente a la temP!anza- Y si la tripartición psicológica o la tripartición política, y de tal
consistirá en que cada una de 1- " Cne Ugar en eI Estado, modo que la precedencia de cualquiera de ellas hubiera lleva
corresponda, ’ « « * » l - g * lo que ,e do al filosófo a consumar la misma operación en el otro campo.
injusticia, a su vez será u lm Pe n ° de la razón, como la Las mayores autoridades están divididas en este punto, porque
otro modo, la sedición de ™ de. CSte orden- 0 dicho de mientras que Cornford, Pohlenz y Shorey, por ejemplo, sostie
razón. aÓn de las P ° ten« a s inferiores contra la nen que Platón llegó a la distinción de las partes del alma
partiendo de la distinción entre las clases sociales, abogan por el
proceso inverso otros muchos filólogos no menos insignes, entre
do el0 cabod0y m u y So r 3 ndeclÓCrateS’ dice> haber d°bla-
ellos Rohde, Adam, Wilamowitz y Frutiger. U n a solución apo-
a que en e / a l T a ^ e cad S ^ hay acuefdo en cu“ to
díctica parece ser imposible, ya que nada significa, evidente
en el mismo número que en el Estado’ l n t r e a ™ ™ Y
cutores, puede ser neró astado. Entie él y sus interlo- mente, el que Platón exponga primero la tripartición política
y luego la psicológica; aquí, como en todo lo demás, el orden
fuerza reconocer que és i « uno“ de T C° " •’0 , “ ri<Ud- V <=•
la teoría política de P !a , f p Puntos más débiles en expositivo no tiene por qué reflejar necesariamente el orden ge
nético. Y por otra parte, bien pudiera ser (si puede uno echar
núm ero , í co n sab id as^ p X e, 1 7 4 Í , C T “ d “ ¡™ °
ciudad, no puede d e d .,r ír » ’ ! individuo como en la su cuarto a espadas entre tantos y tan eminentes sch o la rs) que
mas (T¿ aúvá) ni l a d e r a ZTl ° ^ ^ sean las «■*- no hubiera habido en todo esto ni un antes ni un después,
sino que, con práctica simultaneidad a lo largo de su forma
semejanza tal que autorirp ^ emre unas y otras una
das las c o m e c S c f a ° Z ' Pa' a‘e ° reaI V 'fcctívo, con ción intelectual, Platón haya llegado a una y otra tripartición
partiendo de los que parecen haber sido sus antecedentes res
consigna el texto. Trem endas” , o H d lc h l e l X Í " e T f ^ pectivos: la división clasista de Hipódam o de Mileto y la doc
suhaCque YL ^ e g u n c U T l T t “ d suPuesto p a r a l e l ó l trina pitagórica de las tres vid as. U na y otra cosa fue luego
es tar, con r e s S t J í l l , a . tercera clase ^ 1» ciudad han de transformándolas de acuerdo con su genio, y por último trató de
bordinación Absoluta p n m era’ , en la m ‘sma relación de su- ensamblarlas del modo que hemos visto.
alma con respecto a la " T ' v '^ ,l0> apedtOS ínferiorí* del Si prescindimos, empero, de esos elementos empíricos y ar
la com paración que las ° 7 t ,rCSlí ta asimism° , prosiguiendo bitrarios, introducidos por el filósofo en la confrontación entre
el hombre y el Estado, queda en pie el gran acontecim iento de
P °r la sabiduría, l J c Z Z T n L ' Z f ‘“ “ ‘“ V rePre“ nI* 1“
te, y en las otras dos r i-,c« sd ° en a clase gobernad que, por obra de Platón y a partir de él, la justicia se eleva
la templanza, o sea l a s l i n u d Á " VCZ’- un‘ca™ente la valentía y al rango de virtud universal al constituirse, como dice Del Vec-
nales. A la vista está lo i» • proPIas de ,os apetitos irracio- chio, en principio regulador de toda la vida individual y social.
bierno para la dig d l l í ” * * « S ” ”» de go- “La justicia —sigue diciendo el filósofo italiano— entendida como
sido llevado Platón ñor - semejante extravíos ha la actuación del propio deber (va aúvoO -repáv-ceiv, suurn a g ere),
mente, digámoslo así. su P,rolÍ¡ a- significa la virtud que rige y armoniza la acción tanto de los
individuos como de las multitudes congregadas, asegurando a
cada facultad o energía la propia dirección y el oficio propio. . .
del pueblo de su ethn s m f
r.Xprf,de ^ vs
! ! ° n ,nm ed*ata del carácter Nadie puede desconocer la amplitud y profundidad de esta doc
trina que hace de la justicia un todo unitario con la armonía,
con la perfección y con la belleza.” 15 De esta justicia dijo Aris
to, de la ciencia j i i í t k T ” pr,m ero ™ tóteles, despojándose por un instante de su enjuta severidad,
que, en comparación con ella, ni el lucero del alba ni la es-

15 Ci o r gi o d el Vecch i o , L a C iu s tiz ia , Ro m a, 1959, p. 22.


564 LA PO LIFO N ÍA DE LA JU ST IC IA

trella de la tarde son tan maravillosos: Ñ e q u e L u c ife r n a qu e Ves-


p e r ita ad rn ira bilis.
De la justicia como virtud personal están, en el texto aris
XVIII. LAS PARADOJAS DE LA R E P Ú B L I C A
totélico, tan altos predicados; y con referencia a ella prueba con
cluyentemente Platón, al term inar el libro IV de la R e p ú b lic a , la
En el principio del libro V, y una vez que en los anteriores ha
tesis inicial de que la justicia es incondicionalmente preferible quedado trazado el esquema de la ciudad ideal, se propone Só
a la injusticia. Del mismo modo, en efecto, que la salud corporal crates, según dice, pasar a la consideración de las constituciones
es el equilibrio entre los diversos humores, la salud del alma, a imperfectas o degeneradas. Para esto, sin embargo, habremos
su vez, será la debida proporción o equilibrio entre la función de esperar hasta el libro V III, ya que los interlocutores de Só
gobernadora de la razón y la función a n c la r de los apetitos crates no le permiten que pase adelante sin que antes les ex
inferiores, de tal suerte que, en conclusión, la justicia es la sa plique ciertas cosas a que en la discusión anterior aludió muy
lud, la belleza y la buena disposición del alma: 'jyízia. xal de pasada, y que son en verdad cosas extrañas y novedosas, como
xáXXog xal eúe^ía lÍAZX'ñs- como la que se le salió al hablar de la comunidad de mujeres e
hijos.1 Y muy comprensibles, de gran verosimilitud “dram ática”,
son los titubeos o resistencias que opone Sócrates antes de acce
der finalmente a la apremiante instancia de sus amigos. Sabe
perfectamente, en efecto, que lo que va a decir es algo que choca
directamente con la opinión común o los prejuicios sociales; y
sin embargo, tendrá que decirlo, porque se trata nada menos
que de ciertas condiciones perentorias de posibilidad de la ciu
dad que acabamos de fundar. Si estas condiciones no se rea
lizan, tampoco podrá realizarse la ciudad. Habrá, pues, que bra
cear valientemente a fin de superar, una por una, estas tres olas
(es la espléndida comparación socrática) de incomprensión, de
ridículo mejor dicho, que ve alzarse ante sí el audaz expositor
al adelantar sucesivamente cada una de estas proposiciones: la
coeducación, o más exactam ente el acceso de las mujeres a la
misma educación que los varones; la comunidad de hijos y m u
jeres en la clase de los guardianes, y por último, y no ¡x>r cierto
lo menor, el gobierno de los filósofos.
A estas singulares proposiciones las ha llamado Morgenstern
las paradojas de la R e p ú b lic a , en razón de que todas ellas es
taban en aquel tiempo al margen o en contra de la opinión co
mún (r.apáSo^a) . Hoy, sin embargo, no tienen tal carácter sino
la segunda y la terrera, y no asi. en cambio, la primera, toda
vez que desde hace mucho tiempo es cosa común y corriente el
acceso de la mujer a la educación en lorias sus etapas o grados.
Pero en la época de Platón sí fue indudablemente una tesis ít-
volucionaria. en aquella sociedad en que la mujer estaba por lo
común confinarla al gi neceo (Aspas ia y otras ¡meas 1nerón glo
riosas excepciones), como tenía que ser cuantío la concepción de
i R c¡> . -121 a.
["•«“» I
566 LA S P A R A D O JA S DE LA "R E P Ú B L IC A ” 567
L A S P A R A D O JA S D E LA " R E P Ú B L I C A ”

la cultura estaba configurada por el predominio absoluto del cae por su base, porque, en primer lugar, el comunismo plató
nico, sea lo que fuere, sólo tiene lugar en la clase superior
principio masculino. No hay nada como los mitos legendarios
de los guardianes, y así lo entendió nadie menos que Aristóteles,
para denotar la m entalidad de un pueblo; y el mito de Palas
Atenea, hija de Zeus Olímpico sin intervención de mujer, ex y después de él la gran mayoría de los intérpretes modernos:
presaba con toda claridad la idea de que la inteligencia y la Jow ett, Barker, Jaeger, Diés y tantos más. Hay algunos, y desde
luego muy respetables, como Adam, que, con apoyo en ciertos
cultura son atributos y privilegios exclusivamente viriles.
textos de la R e p ú b lic a ,s estiman que el mismo régimen se aplica
H aríam os mal, sin embargo, en tomar a Platón como uno de
también a la segunda clase, la de los "auxiliares” ; pero todos
los adalides del feminismo moderno. Comienza, en efecto, por
están de acuerdo, éstos y aquéllos, en que los miembros de la
asentar la tesis de que la naturaleza del hombre y la de la
tercera clase, la inmensa mayoría de los ciudadanos —desconta
m ujer es radicalm ente una y la misma, ya que entre ellos no
das aquellas dos é lite s privilegiadas— están en absoluto fuera
se observa otra diferencia sino la de que el primero procrea
de aquel régimen excepcional. Entre ellos hay, sin ninguna cor
y la segunda concibe y pare; y de esta comprobación desprende
la consecuencia de que las mujeres no sólo deben recibir la tapisa, hogares exclusivos y propiedad privada.
misma educación que los hombres, sino que, además, no hay En segundo lugar, el comunismo de los guardianes lo es ex
razón para negarles a ellas el acceso a la vida pública, y aun clusivamente de las mujeres, las de su misma clase se entiende,
a los cargos más altos. Acto seguido, sin embargo, se apresura y de los hijos que tengan de ellas, pero no un comunismo de
a agregar que, sin mengua de esta identidad de naturaleza, la los bienes económicos, a no ser que pueda hablarse, pongamos
por caso, de un comunismo entre los franciscanos de la más
m ujer es, en todos los aspectos, más débil que el varón: ér d raún
estrecha observancia. Porque en la misma condición exactam ente
6é <xo-0Ev¿o-c£pov yuví) &v5pó<;* Pero si así es, habrá de darse a las
mujeres los trabajos más fáciles,2 3 reservando los más difíciles —lo están los guardianes del Estado platónico, los "regentes”, como
que quiere decir los más importantes y de mayor responsabili los llama Jaeger, al describir su estado de la siguiente m anera:
dad— al otro sexo. En suma, colaboradoras y asociadas, eso sí, " L a vida exterior del regente debe caracterizarse por la m áxim a
pero siempre subordinadas. Si el movimiento feminista no pudie sobriedad, severidad y pobreza. . . El regente recibe de la com u
ra apelar sino a la R e p ú b lic a platónica, podríamos estar perfec nidad lo estrictamente necesario para comer y para vestir, no
tamente tranquilos los varones. pudiendo poseer ningún dinero ni adquirir ninguna clase de
propiedad.” G No hay, pues, comunismo de bienes, por la sen
cilla razón de que no hay para ellos otros bienes sino los de
inmediato consumo. Y ni siquiera puede decirse que poseen co
E l co m u n ism o d e los g u a rd ia n es
lectivamente las tierras o casas donde viven, ya que, según ob
serva Barker, toda la propiedad, de cualquier especie que sea,
Vencida la primera ola, embiste Sócrates la segunda, mucho
está en manos de la tercera clase.
más temible, la que se le viene encima al declarar que entre los
En un punto tan sólo falla el paralelo franciscano: en el de
guardianes no puede haber ningún hogar particular, ya que sus
que Platón, con muy buen acuerdo, no ha querido imponer a
mujeres deben ser comunes a todos ellos, y los hijos también,
sus guardianes, con todas sus otras privaciones, la abstinencia
en forma tal que ni el padre podrá conocer nunca a su hijo,
sexual. Pero como la familia le parece ser un obstáculo insupe
ni el hijo a su padre.4
rable a la absoluta consagración al bien público que debe ser
He aquí el famoso co m u n ism o de Platón, del que podrá de
la vida de los guardianes, no queda otra solución que la comu
cirse todo lo que se quiera, pero a condición de tomarlo en su
nidad de mujeres e hijos. No el amor libre, entiéndase bien, el
singularidad incom partible con otros sistemas sociales y políti
cual, como dice Póhlmann, no tiene nada que hacer (n ic h ts zu
cos que circulan bajo el mismo rótulo. T odo posible paralelo
tu n ) en la ciudad platónica. T od o lo contrario, las relaciones
2 R ep. 455 c.
s R e p . 4 1 7 a.
3 R ep. 457 a.
a P a id e ia , p. 631.
* R ep. 457 <J.
568 L A S P A R A D O JA S DE LA “ R E P Ú B L IC A ” LA S P A R A D O JA S DE I.A “ R E P Ú B L IC A ” 569

intersexuales en la clase superior están minuciosamente regla ñas no son precisamente una invención de Platón, sino que eran
mentadas mediante una selección que hacen los magistrados de usuales entre los espartanos, dónele los niños que nacían defor
los mejores ejemplares de uno y otro sexo, a los cuales casan mes eran desjxiñados desde lo alto del T aigeto. Ni sólo en esto
luego —pero en uniones del todo transitorias— en solemnes, cere es víctima Platón de la esp a rta n itis (el término es de Aristó
monias públicas que son algo así como grandes bodas colectivas, fanes en los P á ja ro s) que estaba de moda en la sociedad ateniense,
Y una vez nacidos los niños, van todos desde el primer momento sino que también imita a los lacedemonios en el régimen gene
al hospicio común, donde son atendidos por un equipo imponen ral de vida de los guardianes, por cuanto que no había prácti
te de lactantes y nodrizas: y si aconteciere que son las mismas ma camente vida de familia en la ciudad-carnpamenlo (pie era Es
dres las que dan el pecho a los crios, habrán de tomarse todas parta. Y si es verdad que, como dice Nettleship, la R e p ú b lic a
las precauciones para que ninguna de ellas reconozca a sus pro es en buena parte una fusión de la g im n á stica espartana con la
pios hijos,7 a los cuales no han visto, en el m ejor de los casos, m úsica ateniense, es fuerza reconocer que, en la parte que co
sino en el momento de nacer. A todo trance, en suma, habrá mentamos, hay un decidido predominio del primer elemento
de procurarse el más completo anonim ato en la paternidad y sobre el segundo.
lili ación. No queremos decir con lo anterior que en Platón haya ha
Son cosas que harían reír si no causaran tristeza: la que pro bido simplemente una imitación extralógica, como diría Ga
voca este empeño por extirpar de raíz los vínculos y sentimien briel T ard e, de las instituciones espartanas, o en otras palabras,
tos que respeta de ordinario hasta el hombre más depravado. Y una aceptación servil de la manía laconizanie. No sería Platón
concurrentem ente con esta abolición de la familia, está el plan quien es si se doblegara sumisamente, sin previo examen y
de eugenesia o racismo —es imposible llamarlo de otro modo—, sin una decisión propia, a estas modas o manías. Hubo, según
en virtud del cual sólo serán tenidos por hijos leg ítim os aquellos creemos, dos factores principales: el de su experiencia personal
que fueren procreados en la edad de los cónyuges más apta para y el de sus más altas concepciones metafísicas, que le orillaron
la reproducción: de treinta a cincuenta y cinco años para los a estas aberraciones, de otro modo inexplicables en el mayor fi
hombres, y de veinte a cuarenta para las mujeres. Los demás, los lósofo de todos los tiemjros.
que nazcan de uniones prematuras o seniles, así no sea sino por Por lo primero, está el hecho de haber sido Platón, durante
parte de uno solo de los padres, serán tenidos por bastardos, toda su vida, un hombre sin familia, fuera naturalm ente de su
y a éstos no los alim entará el Estado.8 Lo que esto quiere decir familia filosófica, y pudo así creer tal vez que los demás podrían
es que, a menos de encontrar una adopción providencial en al igualmente prescindir de lo que a él no le hizo ninguna falta.
guna de las familias de la tercera clase, lo más práctico será des Por otra parte, y posiblemente bajo la impresión de los hogares
hacerse de ellos. Es una invitación tácita al infanticidio, y que infelices, comenzando por el de Sócrates, de que le tocó ser tes
se convierte de tácita en expresa —o casi— en el caso de los niños tigo, el hecho es también que no ve sino los aspectos tristes o
deformes, con respecto a los cuales se recomienda, en un texto repulsivos de la familia —todo lo que San Pablo llamará después
de terrible ambigüedad, su exposición en un lugar “innominado la Ir ib u la tio carn is—, y principalmente las rencillas y disensio
y oculto” .9
nes intrafamiliares o interfamiliares. No desconoce, por supuesto,
Son éstas, no hay duda, las páginas más negras que escribió que el hombre debe tener no sólo una sociedad intelectual, sino
Platón, y una confirmación, al propio tiempo, de que sólo con una asociación afectiva, una comunidad de la alegría y del dolor
el cristianismo pudo venir el reconocimiento pleno del valor ab (riSovfig t e xa.i Yú-mj; xoivwvta) ; pero como esta comunidad la en
soluto de la persona humana, y del derecho a la vida, por con contró él no en la familia, sino en su Academia, cree posible tras
siguiente, como la primera expresión de la dignidad personal. ladar esta experiencia a la clase de los guardianes. En ella, como
Por otra parte, no se puede olvidar que esas prácticas inhuma- vamos a verlo en seguida, todos son, obligatoriamente, filósofos,
' R ep. 460 d. y dicha clase es, por tanto, una Academia platónica en grande, o
* R ep. 461 c. como le habría gustado decir a Platón, una Academia macroscó
‘J R e p . 460 c. pica. Y vistas así las cosas, ya no resulta tan absurda la renun
570 LA S P A R A D O JA S DF. L.A “ R E P Ú B L IC A ” LA S P A R A D O JA S D E L A “ R E P U B L IC A ” 571

cia al m atrim onio por parte de los guardianes, si tomamos en télica de la ciudad platónica, no es la menos im portante la de
consideración el hecho de que la mayoría de los grandes filóso que los sentimientos afectivos, tan necesarios en la formación es
fos o han sido solteros, o en todo caso han sentido en el ho piritual del hombre, van “aguándose” (así lo dice el texto) con
gar una rém ora, más bien que un aliciente, en la consumación forme va siendo más amplio o más numeroso el círculo de
de su obra. Dicho de otro modo, la segunda paradoja de la personas a quienes tales sentimientos se enderezan. Cualquiera
R e p ú b lic a está en función y es inseparable de la tercera: el co puede ver, en efecto, cómo van decreciendo los afectos a medida
munismo familiar, del gobierno de los filósofos. que pasamos del círculo familiar al de los amigos, y luego a los
L a metafísica, sin embargo, debió de ser, en la formulación de más amplios de la propia ciudad, de la patria y de la hum anidad.
estas paradojas, tanto o por ventura más determinante que la ¿Cómo puede pensarse, entonces, que pueda haber un entendi
experiencia personal; y Barker lo ha puesto así de manifiesto en miento c o r d ia l entre los miembros de la clase de los guardianes,
páginas de gran lucidez. L a metafísica de las Ideas, en efecto, cuando, según dice Aristóteles, “a cada ciudadano le nacen mil
hace prácticam ente tabla rasa de lo Múltiple fáctico en la supre hijos que no son de cada uno en particular, sino que cualquiera
m a exaltación de lo Uno eidético; y siendo así, la Idea de la Co es igualmente hijo de cualquiera”?
m unidad Perfecta, encarnada, hasta donde era posible, en la Para terminar con esta segunda paradoja de la R e p ú b lic a —la
clase de los guardianes, no podía tener en cuenta esas otras más paradójica sin duda alguna— digamos aún que, por otra no
comunidades imperfectas, como la familia, que habrían sido un menos extraña y concomitante paradoja, cada uno de estos dos
embarazoso interm ediario en la refracción inmediata de la sumos filósofos: Platón y Aristóteles, asume en este particular
Idea en una com unidad que debe estar, o poco menos, a su la posición que menos esperaríamos si atendiéramos tan sólo
altura. a la situación personal del uno y del otro. Según la excelente ob
Es aquí donde, más que en ninguna otra parte de la R e p ú servación de Barker, Platón de Atenas ha sido en todo esto más
b lic a , se impone invenciblemente la confrontación con la P o fiel al espíritu de Esparta, donde o faltaban del todo, o eran
lític a aristotélica, en cuyo libro I I 10 se encuentra la más am meramente subdivisiones mecánicas, las asociaciones interm edia
plia y convincente crítica de la comunidad de mujeres e hijos. rias entre el individuo y el Estado. El celo del Estado lo consu
En Aristóteles también, no menos que en Platón, domina la meta mió como una llama devoradora de todas las otras comunidades.
física, sólo que la suya es una metafísica, digámoslo así, más Aristóteles de Estagira, por el contrario, un extranjero en Atenas,
pluralista, en cuanto que lo universal no tiene una existencia está más de acuerdo con esta ciudad, en la cual existían, y te
autónom a, a p a r te r e i, sino que está, si en alguna parte, en la nían vida muy real, aquellas asociaciones: la familia, el d em o s,
constitución ontológica de cada cosa. De aquí que, al consi la fratría y la tribu, muchas de ellas perfectamente organiza
derar la ciudad, el Estado, Aristóteles lo defina igualmente como das, con propiedad común y prácticas exclusivas de culto reli
una comunidad, e inclusive como la comunidad perfecta, pero gioso. Aristóteles, en suma, no hace sino universalizar lo que
precisamente por ser no un conglomerado mecánico de indivi ha visto en esta "com unidad de comunidades”, su segunda pa
duos, sino una comunidad de comunidades (xoivojvía xoivumwv), tria y el teatro mayor de su magisterio.
siendo la familia la prim era y más fundamental. Es así como
debe verse la com unidad política, y no como la república “una
e indivisible’’ de los ideólogos, así puedan llamarse Platón o E l filó s o fo rey
Robespierre. Y no es sólo por obediencia a su propia metafísica
por lo que Aristóteles toma, contra su maestro, la defensa de la A regiones más luminosas —utópicas también, pero de más
familia, sino por esa característica tan especial de su genio, como noble utopía— nos asomamos al acceder a la tercera paradoja,
es la de apegarse siempre a los datos de la experiencia. Entre las a esta ola “que revienta en risa”, como dice Sócrates para ex
muchas y admirables observaciones que hay en la crítica aristo presar el ridículo que caerá sobre él al exponer su tesis del fi
lósofo-rey o del rey-filósofo. No obstante, la afronta, com o a las
10 P o l. 1261 a- 1 2 6 2 b. anteriores, impávidamente, y sin la menor reticencia enuncia la
573
572 LAS P A R A D O JA S DE I.A R K P Ú lll.K .A
LAS P A R A D O JA S DE LA "R E PÚ B L IC A "

utopismo platónico— que pudiera integrarse la clase de los guar


célebre proposición 11 de que no habrá tregua para los males que
dianes, en la cual todos sus miembros, por definición, han de
afligen a las ciudades mientras no concurran en el mismo sujeto
ser filósofos. No es nada de eso, decididamente, el "filósofo”
el poder político y la filosofía (Súvaptg t e r.oXtTtxf] xai, cpiXocro-
platónico, sino el hombre superior, en todo y en absoluto, cuya
cpta), o más concretam ente aún, mientras los filósofos no reinen
maravillosa descripción se nos ofrece entre el final del libro V y
en las ciudades, o los reyes y soberanos no se hagan filósofos.
el principio tlel libro VI. Es el hombre, según podemos leer allí,
No ya por boca tle Sócrates, sino bajo su propia y exclusiva
que ama la verdad "toda entera”, y que, por esto mismo, se
responsabilidad, escribe Platón lo mismo en la C arta V II, y añade
apega no a la opinión ni al fenómeno, sino al ser y a la esen
cpie esta convicción la tenía ya desde antes de su primer viaje
cia. No puede haber en él ninguna bajeza o mezquindad, dado
a Sicilia. Es una de las más ciertas constantes, por consiguiente,
que, "espectador de todos los tiempos y de toda existencia” ,
del pensamiento platónico; una apreciación que se mantiene in
mutable de la juventud a la vejez. contempla, como desde una sublime atalaya, “el conjunto y la
universalidad de las cosas divinas y humanas” . Grande en todo,
A decir verdad, y si Platón no hubiera dicho sino esto, no “magnífico y magnánimo”, no siente gran aprecio ni por la
se ve que tenga nada de paradójica o absurda la proposición, casi
vida ni por los bienes exteriores. Es "am igo y pariente” de la
de sentido común, de que en el mismo sujeto: el gobernante,
verdad, de la justicia, de la valentía, del dominio de sí mismo,
deben estar reunidos la sabiduría y el poder. ¿O vamos acaso a y en suma, de toda virtud. Por último, y como cum ple a su
conferir el poder político a los ignorantes? La tesis en cuestión condición de guardián de la ciudad, hay en él un completo ol
(así lo hemos creído siempre sinceramente) no se torna para vido de sí mismo, de sus comodidades y placeres, para no tener
dójica sino cuando, pero muy posteriormente, introduce Platón
en mira sino el bien público y con total devoción.
el program a educativo a que deben someterse los futuros guar De la R e p ú b lic a , como de toda obra humana, pueden hacerse
dianes. En este programa, en efecto, y según lo vimos en el capí
todas las críticas que se quiera, y ya hemos demostrado que no
tulo sobre la educación platónica, hay ciertas disciplinas de las
sólo no nos arredran, sino que, en tal o cual punto, las com par
que con razón puede uno preguntarse si son muy apropiadas
timos. Pero sí creernos al propio tiempo que, aunque todo lo
para adiestrar al educando en lo que más importa, que es el demás se derrumbara, bastaría, para su eterna gloria, el ideal
arte del gobierno. Por el momento, sin embargo, "filosofía” no humanístico que lleva consigo la etopeya del filósofo. “El Filó
quiere decir sino "sabiduría”, y esta última palabra, a su vez, sofo —dice Rodríguez Adrados— es el verdadero H om bre, y a
perfección intelectual tanto como perfección moral. Pues vistas éste en general debemos aplicar nosotros todo lo que Platón dice
así las cosas, y así es como acaban por verse cuando se leen des de aquél. Aquí están sus innovaciones decisivas: su pasión educa
pacio estos textos y los de otros diálogos correlativos, ¿cómo no dora, su eliminación del egoísmo, su intento de crear un tipo hu
va a ser deseable, necesario mejor dicho, que la función humana
mano que sienta la solidaridad y el amor por sus semejantes.” 12
más alta en el orden de la acción: la del gobierno de los hom En nada pone Platón tanto esmero como en la formación del
bres, demande en su sujeto la mayor jxtrfección intelectual y
moral que sea posible? filósofo-guardián. En el capítulo sobre la educación hemos e x
puesto el currículo educativo a que deben sujetarse estos hom
Elay que insistir un jtoco en esto, porque casi todas las chan bres; currículo que termina, a los cincuenta años, en la maes
zas, tan fáciles como insípidas, que circulan sobre el gobierno tría de la dialéctica, y ésta, a su vez, en la v isió n del Bien:
de los filósofos, proceden no más que de la representación técnica ISecv t ó áy a 9óv. T erm in a —no será por demás recordarlo— en
o profesional que hoy tenemos del "filósofo”. Pero el “filósofo” cuanto que más allá no puede haber conocimiento ni experien
platónico no es ni un profesor tle filosofía, ni tampoco, en el cia mayor, pero no en el sentido de que todos los dialécticos
otro extrem o (es una excelente observación de Taeger), un pen lleguen a una visión semejante, accesible apenas, en el mejor
sador original, de los que no aparecen sino muy pocos en cada de los casos, a una m inoría reducidísima. T rátase, en efecto,
siglo, ya que no sería entonces posible —y no llega a tanto el
12 Ro d r ígu ez Ad r ad o s, I lu s tr a c ió n y p o l í t ic a en la G r e c ia c lá s ic a , Rcv. do
11 R c p . 473 d. O cc. M ad r i d , ic_)6G, p. 537.
574 LAS PARADOJAS DE LA “REPÚBLICA” LAS PARADOJAS DE LA “R E P Ú B L I C A ” 575

de u na visión propiam ente mística, ya que lleva consigo una ex tanto, nada tiene de absurdo el postular —como un ideal por
periencia inm ediata de lo divino; d iv in a p a ti, como dice Santo lo menos, si ya no como una exigencia perentoria— la mayor
T om ás. Por otra parte, y com o salta a la vista, todas estas apre intim idad posible con ese orbe ele valores m orales subsumidos
ciaciones tienen por fundam ento la concepción según la cual bajo la noción del Bien, por parte de aquellos que están llam a
la Idea del B ien es uno de los Nombres de Dios en la teología dos a fom entar el bien común de la ciudad, cifra y com pendio,
platónica. Algo quedó dicho, en el capítulo respectivo, sobre esta a su vez, de todos los otros bienes sociales y personales.
herm enéutica que por nuestra parte compartimos, y que ex- Ni se trata solam ente —hay que decirlo con toda claridad —
plicitarem os más am pliam ente, en el capítulo final de este libro, clel bien tem poral de la ciudad y de sus m iembros, sino del
al exam in ar los últim os perfiles que en el libro X de las L eyes bien eterno de estos últimos. Este es, en efecto, el últim o fin
configuran la idea de Dios en Platón. Por el m om ento lim ité a cuya consecución se endereza la R e p ú b lic a , en la cual no es
monos a la observación de carácter práctico, de que si Platón un ornam ento poético, sino una de las piezas esenciales el m ito
postula la necesidad de que los guardianes de la república con escatológico con que term ina el diálogo. N o sería P latón el
tem plen el Bien en si, no es para dejarlos en un quietismo mayor discípulo de Sócrates si el c u id a d o socrático del alma no
extático o cosa por el estilo, sino para que se sirvan de él fuera, para él tam bién, lo prim ero y principal. Y como por
como de un m odelo (TtapáSEiypa) para el gobierno de la ciu su parte ha llegado a la firm e convicción de la inm ortalidad
dad y el de ellos mismos. del alma (que acaso ni el mismo Sócrates percibió con tanta
Esta podría ser otra de las paradojas de la R e p ú b lic a , o en ev id en cia), tiene que cuidarse tam bién, por lo mismo, del
todo caso una subparadoja im plícita en la paradoja del filósofo destino eterno de sus conciudadanos, y hacer del Estado, en
rey: esto de que la visión del B ien deba ser la pauta suprema consecuencia, no sólo un agente de perfección m oral, sino un
del arte de gobernar. Ya desde la antigüedad, desde la misma agente de salvación. Y como la bienaventuranza eterna (para
A cadem ia platónica para ser más precisos, parece haberse ironi Platón naturalm ente) consiste en la contem plación de las Ideas,
zado con este im perativo del maestro, como lo da a entender a ella ha de encam inarse el hom bre, desde esta vida, b ajo
la socarrona observación de Aristóteles, nadie menos, cuando la dirección y guía de aquellos que han podido, desde esta vida
dice que, por su parte, no alcanza a ver “qué provecho derivará tam bién, tener acceso al reino eidético e hi per uránico.
para su arte el tejed or o el carpintero que conozca este Bien Es así com o hay que ver la ciudad platónica, y así la en tien
en sí, o cómo será m ejor m édico o general el que haya con den, si no nos engañamos, los mayores intérpretes contem porá
tem plado la Idea del B ie n ” . 13 A lo cual puede responderse, neos. La gran cuestión, como dice T ay lor, es la de saber cómo
en prim er lugar, que ésta es una crítica de mala fe, venga de podrá el hom bre alcanzar o perder la salvación eterna, y en
quien viniere, ya que P latón (y Aristóteles lo sabía de sobra) función de este "p rin cip io y fundam ento” se estudian la ju s
no dice en parte alguna que el saber técnico deba inspirarse ticia y la in ju sticia, y las instituciones políticas y sociales. “Para
directam ente en la Idea del B ien, sino sólo el saber político, b ien o para m al —sigue diciendo T a y lo r—, la R e p ú b lic a está
el cual reside exclusivam ente en la clase de los guardianes, y intensam ente proyectada al u ltram undo.” 11 Y como el últim o
cuyo o b jeto más propio es la perfección m oral de los goberna testim onio tal vez, citarem os lo que dice Sciacca: “El Estado
dos, y sólo muy secundariam ente el engrandecim iento m aterial platónico tiene tam bién un fin religioso: el de concurrir a la
y el poderío de la ciudad. Por haber atendido a lo segundo más salvación del alm a de cada uno de sus m iembros. Es como
que a lo primero, ni el gran Pericles (así lo dice tranquilam en una imagen terrena de la civ itas ideal, una preparación al reino
te P latón en el G org ias) puede considerarse espejo de gober de los bienaventurados, una anticipación de la beatitud celeste;
nantes. H izo grande y poderosa a Atenas, pero no hizo mejores y el gobernante, a su vez, un demiurgo que organiza, según el
a los atenienses, antes por el con trario dejó crecer en ellos la modelo ideal, la sociedad hum ana, de modo tal que ella misma
h y b ris del im perialism o. D entro de esta concepción, por lo considere como meros instrum entos los bienes m undanos, y

13 El. Nic. 1097 a 10. u pialo, 6a. cd., p. 265.


LAS PARADOJAS DE I,A “ R E P Ú B L I C A ” 577
576 LAS P A R A D O J AS Di; L A “REPÚBLICA"
sieron a especular sobre la política, es que la primera condi
com o fin supremo la contem plación del Bien en sí. E l Estado, ción de todo buen gobierno es que el poder esté repartido entre
por tanto, m ira a la realización de fines que le trascienden, los diferentes órganos del Estado, en form a tal que cada uno
y si manda, es en nom bre de valores suprahistóricos y supra-
de los poderes controle a los demás, de acuerdo con un sistema
sociales. . . La civitas h o m in is de los solistas es sustituida p o l de frenos y contrapesos (c h e c k s a n d b a la n ces), según dijeron los
la Ciudad ideal, a la cual aspiran los Ilumines como a su fin
grandes tratadistas británicos. Y esta división del poder o divi
suprem o.” 15
sión de poderes, que es hoy el abecé de la ciencia política, no
No hay nadie, que sepamos, que haya seguido a Platón en la es una invención de M ontesquieu (a quien debemos no más
postulación de este tan hermoso cuanto irrealizable designio.
que su perfecta form ulación te o ré tica ), sino que se practicaba
No lo hizo, desde luego, Aristóteles, el cual acepta de su maes
en la G recia clásica con la repartición de com petencias entre
tro la concepción del Estado como educador y agente de perfec
la Asamblea y el Consejo, y de ella se hace cargo Aristóteles, en
ción m oral, pero ya no de salvación, por cuanto que la ciudad
su P o lítica , y el propio Platón, como veremos después, en las
aristotélica se m antiene siempre dentro de la inm anencia tem
Leyes. En la R e p ú b lic a , sin embargo, vuelve tranquilam ente las
poral, sin abrirse en ningún m om ento, como la ciudad plató
espaldas a la dem ocracia ateniense que v en ía desde la constitu
nica, a la trascendencia eterna. La filosofía política que vino
ción de Clístenes, para ubicar la plenitud del poder, sin el
después, la inspirada en el cristianism o, ella sí, partícipe igual
menor freno o contrapeso en otros órganos, y sin ninguna li
m ente de la misma cosmovisión ultram undana, habría echado
m itación constitucional, en la clase de los guardianes. Videntes
probablem ente por la m isma vía; y si no lo hizo fue porque,
del Bien en sí como son ellos, tienen un derecho ilim itado de so
para im pedírselo, estaba la inequívoca separación, decretada
meterlo todo a su arbitrio. A la vista está lo peligroso, y por
por Cristo, entre el reino de Dios y el reino del César. De lo
ende lo inaceptable, de sem ejante programa político.
espiritual curaría en adelante la Iglesia, y de lo temporal el
En esto erró Platón, concedido, y puede con razón sabernos
Estado; y esta concepción, aunque por otros motivos, se m an
todo ello a utopismo y antigualla, esto últim o a causa del pare
tiene hasta hoy en el Estado moderno. Y si hacemos estas re
cido del Estado platónico con las órdenes religioso-m ilitares
flexiones es para hacer ver que la utopía platónica en este par
de la edad media. Pero precisamente por esto, no demos a su
ticular procede sim plem ente del hecho de haber exagerado su
esquema político la terrible actualidad de confundir sus trazos
autor ciertos rasgos constitutivos de la ciudad antigua. En ella,
con los del Estado totalitario, como lo hacen K arl Popper y los
en efecto, se tuvo siem pre como lo más norm al que el Estado,
.que con él com parten su mala fe. No hay el m enor fundam ento
amén de sus otras funciones, se encargara igualm ente del culto
para una trasposición semejante, por la simple y buena razón
religioso. ¿Por qué no, ya que no existía ninguna otra institu
de que los guardianes platónicos, por depositarios que sean de
ción al efecto? ¿No aunaba Ju lio César, por ejem plo, a sus otras
todo el poder, no pueden ejercerlo sino para el bien de los go
dignidades la de P o n tife x M axim u s? Y en lo único en que P la
bernados, por inspirarse ellos mismos en el B ien en sí. Y por
tón exageró —y no por desviación axiológica, sino por imposi
esto cabalm ente, según leemos al final de ia R epública,"'' son
bilidad práctica—, fue en haber querido suplantar el culto for
“semejantes a D ios”, o lo que viene a ser igual, unos santos, si
mal y ritualista de la ciudad antigua por un “cuidado del alm a”
es que la santidad consiste, desde entonces hasta hov, en la
que el Estado, norm alm ente, no está en capacidad de prestar.
asim ilación a Dios: ópotoGcrGat, Ge®. A Platón hay que leerlo com
Por otros motivos tam bién, y a la luz sobre todo de la cien
pleto antes de criticarlo. Podrá hablarse, si se quiere (porque
cia política m oderna, ilum inad a a su vez por la experiencia his
el lenguaje es muy generoso y se presta a todo) , de un totalita
tórica, podemos tener por utópico —más aún, como indeseable—
rismo del bien, pero será una denom inación equívoca con res
el gobierno de los filósofos, no así en general, pero sí con los
pecto a la espantosa realidad a que hemos aplicado, en este si
caracteres precisos que ostenta en la R e p ú b lic a platónica. Si
glo, el nom bre de totalitarism o. Y con esta trasposición cae
algo, en efecto, hemos aprendido desde que los griegos se pu

Rep . 613 a.
13 Sciacca, Pl al vn e, i, 92-93.
578 I.A S P A R A D O JA S DE LA “ R E P U B L IC A " 579
I.AS P A R A D O J A S DE LA “R E P Ú B L I C A ”

tam bién, y por motivos análogos, la otra que ha pretendido es y regir por esta visión el gobierno de sí m ism o ” . 18 En el cielo
tablecerse en tre el com unism o platónico y el comunismo como está, en el t ó t t o ; v o t j -t ó c; del que venimos y hacia el cual vamos,
hoy lo entendemos, sin u lterior especificación. Para este último, pero tam bién en el alma del justo, perfecta realización de la
en efecto, la felicidad del hom bre está circunscrita a este mun ciudad perfecta. “El reino de Dios, dentro de vosotros está.”
do, y de acuerdo con esto, hay una estim ación positiva de la Son palabras de Cristo, a las que Platón h abría asentido sin re
riqueza, la cual debe repartirse equitativam ente, sin poder ser el servas.
m onopolio de una clase privilegiada. No decimos que esta pre
tensión no sea justa, pero es algo jx>r com pleto diferente de
este otro “com unism o'' (exclusivam ente para los guardianes, L a s co n stitu cio n es d eg en era d a s
una vez más) en el cual no hay una repartición de la riqueza,
sino de la pobreza, con una total desestimación de los bienes “ L a R e p ú b lic a platónica es, ante todo, una obra de form ación
terrenales en el seno de una com unidad cuyos miembros miran hum ana. No es una obra política en el sentido usual de lo
al más allá antes que al más acá. p o lític o , sino en sentido socrático.”
Con todas las paradojas que pueda contener, el rendim iento En las palabras de Ja e g e r 18 que acabamos de transcribir, está
filosófico de la R e p ú b lic a está muy más allá de la practica- bien reflejada la impresión que d eja la lectura del diálogo has
bilidad o razonabilidad de tales o cuales pormenores estruc ta term inar el libro V II. E n los dos libros que siguen: V I II
turales. Con ella pasa lo que con las grandes obras de la hu y I X , continúa siendo el diálogo una obra de form ación hum a
manidad, en las cuales, com o dice Schacherm eyr , 17 aciertos y na, en cuanto que el paralelo entre el hom bre y el Estado no
errores ( E rh cn n en unii' í c r k n in e n ) guardan por igual una di sólo prosigue estando presente en todo m om ento, sino que,
mensión tle absoluta grandeza, y de su concurrencia resulta un más aún, está bien pormenorizado en una casuística de tip o s
despliegue titánico de fuerzas espirituales, ni más ni menos que primordiales. L a educación, sin embargo, deja de ser el tema
como, por ejem plo, en los frescos de la capilla Sixtin a, otra predom inante, y el primer lugar lo asume ahora la consideración
exposición universal de la \ida hum ana hasta el epílogo es- de las constituciones políticas opuestas a la constitución ideal:
catológico. tema que Sócrates, por las razones que vimos, había dejado en
Desde esta perspectiva, lo qu e menos im portancia tiene es suspenso.
el preguntarse si la constitución platónica es o no realizable. Conform e a lo que con antelación quedó dicho, el trata
Es un tesoro espiritual para la form ación del hombre, y con esto m iento de este tema es lo que más se acerca, en la R e p ú b lic a ,
basta y sobra. O dicho de otro modo, que P latón acertó en a la ciencia política de nuestros días, en cuanto descriptiva de
grande en la lectura del texto de letras pequeñas, del texto los tipos principales de constituciones políticas. En Platón, sin
m icroscópico del alma hum ana, y erró, en cam bio, en la lectura embargo —como en buen número, por lo demás, de tratadistas
del texto m acroscópico del Estado, y váyase lo uno por lo otro. modernos—, esta ciencia es no sólo descriptiva, sino tam bién,
Más aún, lo más probable es que Platón mismo, si es que alguna y aun en grado em inente, valorativa. Platón está persuadido
vez pudo creer en la viabilidad de su proyecto de Estado, haya de que el régim en político por él delineado es el m ejor, y siendo
acabado por convencerse de lo contrario, y que a esta convic así, todos los demás tendrán que ser inferiores o defectuosos. Y
ción haya llegado antes incluso de poner fin a la R e p ú b lic a . en esta persuasión se m antiene hasta el fin de su vida, ya que
A una confesión personal de esta especie equivale, en efecto, el Estado de las L ey es, como su nom bre lo indica, difiere fun
aquel famoso pasaje final del libro IX , donde se dice que poco dam entalm ente del de la R e p ú b lic a en dar mayor am plitud a la
o nada im porta que pueda o no realizarse en parte alguna el legislación, pero sin llegar, no obstante, al Estado tle derecho tal
Estado delineado en los discursos anteriores. A llí estará siempre, como hoy lo entendemos, con la absoluta suprem acía tle la Ley
"com o un m odelo en el cielo para el que quiera contem plarlo
i* U ep. 5 7 2 '» : tv ouyavw újtoc itapáSEiyvitt « v ú x e i t ui to i fWv.i>uévu> ó y á v
xu i ó p t i m a Éavr ó v x at o i x í vFi v.
j - | - nt / | ,;¡i I k -i i i k -m . <.; iV< l i i u h e C .e s c h ic h te , Sl u l i gai t , mj Co , p. 235. i ’ P a ió e ia , p . 6 5 6 .
580 LA S P A R A D O JA S D E I.A “ R E P Ú B L IC A ” 1
LAS PARADOJAS DE LA “REPUBLICA” 581
sobre el arb itrio del gobernante. No hay que pensar, en electo,
sino en ese órgano suprem o del segundo Estado platónico: el V iene luego, en tercer lugar, la d e m o c r a c ia . Dem agogia debió
C on sejo N octurno, en cuyas manos está, en últim a instancia, la haberla llam ado Platón con mayor propiedad, porque en rea
reform a de la legislación, y con poderes tan amplios que bien lidad no considera sino la dem ocracia degenerada, la única
puede tenerse a este Consejo, como dice liarker, por una se de la que él mismo tuvo experiencia directa, y cuyos tristes
gunda edición de la vieja clase de los guardianes filósofos. Y frutos fueron la derrota m ilitar en la guerra con Esparta y, pos
com o nos llevaría muy lejos el querer hacer, así fuese en rasgos teriorm ente, el asesinato ju d icial de Sócrates. En la teoría po
muy concisos, un cotejo entre una y otra p o lite ia , volvamos a lítica de Platón hay ciertam ente el vacío muy lam entable de ha
la de la R e p ú b lic a , la ú nica que por ahora nos incumbe. ber pasado por alto la dem ocracia auténtica, la form a de gobier
Hay, pues, cinco formas de gobierno, una perfecta y las cua no que hoy mismo, después de tantas calamidades, tenemos por
tro restantes im perfectas. La prim era, la descrita en los libros la más aceptable, y que en Atenas, además, había sido una reali
anteriores, no puede, en puridad idiom ática, llamarse sino dad efectiva desde la reform a de Sodón y hasta el gobierno de Pe
a r is to c r a c ia , 20 en cuanto que es literalm ente el “gobierno de los n d es. De demagogia, pues, se trata, y de la peor; y desde este
m ejores”, de aquellos que, por su feliz natural, han podido punto de vista es fuerza reconocer que P latón está en lo ju sto
recibir la educación perfecta. E n seguida y en orden descendente, al en ju iciar este régim en con mayor severidad aiin que los dos
según que se van alejand o más y más del Estado paradigmático, anteriores, en los cuales hay por lo menos una autoridad vi
tenemos estas cuatro formas, a saber: gorosa, así puedan estar sus titulares corroídos de orgullo o de
L a prim era es la tim o c r a c ia o tim a rq u ia , llam ada así porque avaricia. En este tercer rég im en , por el contrario —si es que
lo que predom ina en el e th o s que la inspira y anim a es el todavía puede merecer este nom bre— todo anda al buen ta
sentim iento del honor ('ct.pr)) o la am bición, sentim iento co lante de cada uno, la licencia se da sin freno alguno y las
rrespondiente al elem ento irascible del alma. Elem ento noble, improvisaciones se suceden a paso veloz, según las van urdiendo
sin duda, pero perteneciente a la parte irracional, y que por y aconsejando los “amigos del pueblo” que no buscan sino
ningún m otivo debe usurpar la soberanía de la razón. Y de aquí halagarlo y explotar sus pasiones más bajas. Es el reino del
que en este régim en se haga poco aprecio de la “verdadera r e la jo , para decirlo a la m exicana; y m alam ente puede hablarse
m usa”, la musa de la d ialéctica y la filosofía, y se tenga en más de una “constitución” en lo que, por ser tan tornadizo y tan
aprecio la gim nástica que la “m úsica ” . 2 1 Creta y Lacedem onia tornasolado, no es en realidad sino un "bazar de constituciones” .
—lo dice P latón expresam ente— han sido las más perfectas rea Y no digamos más, porque no es cosa de robarle al lector, con
lizaciones de la tim ocracia, y esto no en su decadencia, sino en la mala ocurrencia de querer anticipárselo, el encanto de estas
su hora m ejor. Con toda la esp a rta n itis que pueda haber tenido, páginas maravillosas, entre las m ejores sin duda de las que
nunca llega P latón a exaltar el régim en de Esparta sino como escribió Platón. Llenas están de vida, de im aginación y mo
el prim ero entre los regím enes degenerados. vim iento; y aun adm itiendo que Platón hable aquí com o re
L a segunda form a de gobierno es la o lig a r q u ía . Continuam os, resentido —por su exclusión de la vida pú blica—, su venganza
si se quiere, siendo fieles a la etim ología, pero con la im portan es, en el y>eor de los casos, la de los grandes artistas, al fijar
te calificación de que los "pocos” del gobierno son ahora, para siempre a sus enemigos, entregándolos al lu d ibrio de la
franca y abiertam ente, los ricos, en un régimen en que la am posteridad, en la obra de arte. ¿O procedió Platón con Atenas
bición del honor se ha degradado al apetito de la riqueza. Es de modo distinto que D ante con Italia, n o n d o n n a d i p r o v in c ie ,
tam bién Esparta, pero en su hora peor, cuando se ha producido m a b o rd ello ?
la escisión en tre la m ayoría fam élica y la m inoría privilegiada. Pero si Platón, como dice Jow ett, no es un creyente de la
Dos ciudades, en realidad, que se com batirán abierta o subrep libertad, tampoco es ¡cuán lejos de ello! un am ante de la tira n ía ,
ticiam ente hasta el abatim ien to final de la plutocracia. la cuarta forma de gobierno entre las degeneradas y la peor en
absoluto. En palabras de Auguste Diés, la tiran ía es la "flo r de
2» R e p . 544 c.
•i R ep. 548 e.
sangre” que brota del cadáver corrupto de la dem ocracia, cuando,
en la lucha inacabable de los partidos, surge el “protector del
582 LA S P A R A D O JA S D E LA “ R E P Ú B L IC A ’ LAS PARADOJAS DE LA “REPÚBLICA” 583

pu eblo’’ para reclam ar, a favor de este título, todo el poder, elogio que pronuncia Jaeger con estas palabras: " E l modo como
del cual, naturalm ente, usa en lo sucesivo solam ente para su Platón describe las constituciones políticas es una obra maes
propio provecho y engrandecim iento. T o d o el poder para uno, tra de psicología. Es la prim era interpretación general de este
lo que significa, cual en ningún otro de los regímenes antes tipo de la esencia de las formas políticas de vida, de dentro para
descritos, el im perio sin lím ites de la h y b ris: desenfreno, irres afuera, que conoce la literatura universal . ” '-3
ponsabilidad y violencia. T o d os viven en el ten o r, y sobre todo O bra maestra de psicología, recalquém oslo, y no precisam ente
el tirano, prisionero en su propio palacio y sabedor de que, de historia o de sociología política, lo cual, por lo demás, está
odiado com o es de todos sus conciudadanos, su vida no tiene aún por averiguarse. Desde la antigüedad, en efecto, desde Aris
otra defensa o protección fuera de la que puedan otorgarle los tóteles, para ser más exactos, suele hacérsele a P latón el cargo
bravi de su guardia m ercenaria, igualm ente dispuestos a asesi de no haberse ajustado a la secuencia histórica en el tránsito,
narlo si se presenta m ejor postor. T a n viva, tan dram ática como según lo indica él, de una a otra constitución. E n tre otras ob
la p intu ra de la dem ocracia degenerada, es esta etopeya del ti servaciones, Aristóteles hace la tic que una dem ocracia puede
rano en la que, más o menos estilizados posiblemente, pueden tanto convertirse en una oligarquía como en una tiranía.
reconocerse ciertos rasgos de D ionisio de Siracusa. A esto puede contestarse que todo esto lo sabía de sobra
D e no m enor interés que la descripción de las constituciones Platón (¿cómo suponerlo tan ignorante en la historia de su
degeneradas, es la de los tipos humanos correspondientes: el propia patria y de otras ciudades?) , pero cpte lo que él se
hom bre tim ocrático, el oligárquico, el dem ocrático y el tirá propone hacer aquí no es la sociología de las revoluciones ni
nico. Cada uno de ellos —¿habrá siquiera que decirlo?— es lo generalizaciones históricas siempre inseguras, sino sim plem ente
que es y recibe su denom inación prescindiendo por completo la caracterización de ciertas formas de gobierno. Y como el
de que pueda o no tener una función pública en el régimen punto de vista axiológico es aquí absolutam ente predominante',
político hom ónim o: circunstancia del todo accidental en una la secuencia tiene que ser de lo m ejor o menos malo a lo más
descripción fenom enológica de fo rm a s d e v id a, en este caso malo, hasta llegar a lo peor, siendo del todo indiferente que la
las patológicas. Y lo que esos tipos representan es el envileci realidad histórica se conform e o no a este esquema. Pero ade
m iento progresivo del espíritu, la gradual abdicación de la ra más, y dicho sea en su honor, está muy lejos de ser precisa
zón ante la subversión de los apetitos irracionales, primero los mente antihistórico el orden establecido por Platón. Dionisio
más nobles y luego los más viles, hasta term inar, en el alma de Siracusa, para no ir más lejos, era desde luego un caso tí
del hom bre tiránico, por borrar del todo lo que hay de divino pico, y no el único por cierto, de como puede pasarse de la
en el hom bre para sustituirlo por todo lo que hay de bestial. democracia a la tiranía. Y a la vuelta ele los años o de los siglos
Ahora bien, es indudable que Platón pudo perfectamente ha resulta que (de Barker es la preciosa observación) la Italia
ber llam ado de otro modo a estos tipos humanos, en lugar de medieval y renacentista reproduce exactam ente el esquema jila-
darles nom bres político-constitucionales; pero si optó por esto tónico. El c o m u n e oligárquico, en efecto, acaba por verse o b li
últim o, es porque quiso mostrar que hay una correspondencia gado a dar al p o p o lo m in u to una participación mayor o menor
real entre aquellos caracteres y las formas viciosas de gobierno, en el gobierno; y la lucha entre ambas clases, cada vez mas
y en esto le ha dado la posteridad toda la razón. No se trata aguda, no viene a apaciguarse sino con la im posición final de
ya, en efecto, de trasladar artificiosam ente las tres partes del la tiranía, abierta o solapada, ilustrada o bárbara. Porque ti
alm a a las tres clases sociales, sino del principio general de ranos son, en fin de cuentas, y por grandes protectores que
que Jas constituciones políticas no nacen de las encinas ni de hayan sido de las artes y las letras, los Sforza de M ilán, los
las jo ca s,2- sino de las costumbres y del carácter (éx t w v t j 0w v ) M édicis de Florencia, los Este de Ferrara, los Gon/aga de M an
de los ciudadanos. No dirá otra cosa, en su día, el autor de tua, los M alatesta de R ím in i, los M ontefeltro de l ’rbino, los
I .’E sp ril d es I.o is , y es bien com prensible, por tanto, el alto Aragoneses de Nápoles, etcétera, etcétera. ¿Qué más aún? ¿No

22 R t j / . D44 e. 2a P uideia, p. 729.


584
LAS PARADOJAS DE LA " r e f ÚBI.ICA”

han sido las grandes dictaduras de nuestro siglo, ellas también,


la “flor de sangre" de ciertas democracias oriundas de la primera
guerra m undial, y tan pronto nacidas como difuntas? X I X . EL ESTA DO DE LAS L E Y E S
De modo, pues, que aún por este lado, por el de la sociolo
gía política, es perfectam ente defendible la teoría platónica del No hay lector de Platón (confesémoslo honradam ente) que
m etabolism o constitucional. Lo de mayor valor, no obstante, no sienta la tentación de pasarse por alto el últim o diálogo del
es la teoría de las formas de vida correspondientes a las formas filósofo: las L ey es, o ya que lo haya leído, de dejárselo orí el
de gobierno. Es, por decirlo así, la patología de la ciudad in tintero, si es que le ha venido en gana pasar de lector a es
terior, la que está en el alm a de cada uno, y su estudio, como critor platonizante. Y no se trata sólo del lector moderno,
el de toda patología, tiende a promover la salud, o sea, en este de ordinario superficial y premuroso, sino que ya desde la an ti
caso, el m ejor gobierno de nosotros mismos. Es en la ciudad güedad, en pleno florecim iento de la Academ ia platónica, era
del espíritu donde podemos hacernos fuertes hasta hacerla inex general esta repugnancia, o como queramos llam arla, por su
pugnable. Pocos pensamientos como éste de las dos ciudades lectura. Muy pertinentem ente aduce Jaeger, a este respecto,
han sido tan fecundos en la historia espiritual de O ccidente; la autoridad de Plutarco, el cual se ufanaba de ser uno de los
pocos habrán contribuido en tan alta medida a promover la muy pocos que habían leído las Leyes .1
afirm ación victoriosa de la personalidad La longitud del diálogo, el más extenso entre todos los de
Platón, no es por sí sola una explicación suficiente de esta
retracción o desvío del público en general, e inclusive, hasta
hace muy poco tiempo, del público filosófico. Muy larga, aun
que no tanto, es tam bién la R epública, y no obstante, nos m an
tiene erguidos y vibrantes del principio al fin. En ningún m o
mento, mientras la recorremos, damos el m enor cabeceo, los
cuales, en cambio, acometen, con mayor frecuencia de la que
uno quisiera, al lector de las Leyes.
No le demos más vueltas, porque se trata de algo muy obvio.
Las Leyes son un libro extraordinario, pero de lectura penosa
bastante a menudo, por la simple razón de ser una obra de
vejez. Y por si esto fuera poco, hay además la circunstancia
de que se trata de un escrito de publicación póstuma; obra
inconclusa y no revisada por su autor, a quien la vida no le dio
más tiempo para haber podido darle, a su últim a producción,
la últim a mano. A Platón, literalm ente, le sorprendió la muerte
escribiendo este diálogo (scribens est m ortuus, como dijo C ice
rón) , y fue su secretario y discípulo, Filipo de O punte, quien
se encargó luego de arreglar como pudo, para dárnoslo en la
edición que hasta hoy tenemos, el m anuscrito del maestro.
Como obra de vejez —aunque siempre convendrá recordar que
de la vejez de un genio—, las Leyes tienen todas las excelencias
y todos los defectos de las obras producidas en la últim a edad
del hombre. Pensemos, por ejem plo, para nuestra m ejor com
prensión, en el M em orial de Ayres de M achado de Assís, o con
1 De Alex. fortuna, 328 e: xov<; ITXátíovoc; óXíyoi y ó ; i o i >5 á v a Y tv c ó o x o ^ rv .
[585]
586 l'X e s t a d o d e i .a s "l eye s" 587
EL E S T ADO DE LAS ‘ ‘L E Y E S ”

mayor afinidad para nosotros, en L o s tra ba jo s d e Persiles y Si rutina, y como, por lo mismo, no era lácil hacerse a la idea
gismundo.. A este libro lo tuvimos, también, más o menos tras de un Platón m onologante y ya no dialogante, y en un m onó
papelado, y fue necesario que Azorín, su gran apologista, nos logo, además, cuya lectura demanda cierto esfuerzo, el re
hicieta ver, entre otras cosas, que allí está la mejor prosa cer sultado de todo esto, en conclusión, fue la mala fortuna que
vantina: prosa fina y c l a r a ... sencillez, limpieza, diafanidad". encontraron las L ey es en la historiografía filosófica del siglo
No en lo mismo exactam ente, pero sí en algo semejante, nos pasado y hasta bien entrado el presente. Pasando sobre la irre
han hecho reparar los más modernos interpretes y reivindica- fragable autoridad de Aristóteles (quien declara expiesam ente
dores de las L e y e s : Jaeger, Diés, Des Places, amén de otros haber sido aquel diálogo el últim o de los escritos por Platón) ,
muchos. Nos han obligado, y no es poco, a leer con atención, Schleierm acher lo excluye de su traducción del o p u s p la t o m c u m
para darnos cuenta de cómo Platón, en su mas extrema senec (Berlín, 1804-1828), por la sola razón de que, en su concepto,
tud, tiene aún que decir muchas cosas grandes, profundas v no es posible conciliar ni su estilo ni su contenido filosófico
bellas. Cosas, además, que antes no había dicho, porque las con los otros diálogos platónicos. Eduardo Zellei, en seguida
L ey es no son, en modo alguno, un mero resta tem en t o recapitu (y no olvidemos que se trata del mayor historiador de la filo
lación de la R e p ú b lic a . Y lo único que pasa —y es lo que arre sofía helénica) , comenzó por negar, en un escrito ju venil, la
dra al lectot es que estas cosas no se nos ofrecen ahora con autoría platónica de las L e y e s ; y cuando más tarde, obligado
la economía expresiva y con la dramaticidad de los diálogos precisamente por el testimonio de Aristóteles, se retracta de
de la juventud o de la madurez, sino en un discurso largo, aquella apreciación, da cabida al diálogo en su obra m onum en
prolijo y monótono, porque, en efecto, no hay sino un solo tal ( P h ilo s o p h ic d er G riech en ), pero sólo en un ‘‘apéndice”, con
tono: el del personaje llamado el Extranjero de Atenas, al lado lo cual, según observa Jaeger, daba a entender que, por más
del cual los otios dos personajes del diálogo no son sino figuras que se tratase de una obra auténtica, no acertaba, con todo,
de comparsa, meras sombras, o menos que esto aún, meros a encuadrarla dentro del marco general de la filosofía plató
nombres. De la rica y dram ática polifonía que tanto hemos ad nica. Ju liu s Stenzel, por su parte, en una m onografía sobre
mirado en otros diálogos, no ha quedado aquí ni el menor ras Platón como educador (P la tó n d e r E rz ieh er) no se pronuncia
tro. Bien claro se ve que quien escribe todo esto es el anciano sobre la cuestión, pero tampoco se refiere para nada a las Leyes,
que, aunque todeado de un grupo de devotos discípulos, en en las cuales hay tres libros dedicados exclusivam ente a la edu
realidad, y como cumple a su edad, lia acabado por quedarse cación. W ilamowitz, por últim o, el gran W ilam ow itz-M oellen-
solo y consigo mismo mientras llega la muerte, y que, por tanto, dorff, aunque sin negar la autenticidad del diálogo, lo califica
no puede ya hacer otra cosa que devanar interminablemente despectivamente de extravagante caos, que^ no form a ningún
el hilo de su pensamiento. Consigo mismo y con nadie más todo, sino un conglomerado sin partes , 2 y anade, para con clu ii,
dialoga Platón en este diálogo postrero, que fue para él mismo, que bien puede ahorrarse la lectura de esta pesada obra (dieses
verdaderamente, el ‘‘diálogo interior y silencioso del alma con schw ere W erk ) todo aquel que quiera hacerse una idea de la
sigo m ism a", según lo había dejado escrito en el Sofista. filosofía platónica. L a frivolidad y la precipitación no son, pol
Todas estas consideraciones, por otra parte, son a lo más lo visto, patrim onio exclusivo de la plebe ignara, sino que tam
un argum ento contra el literato, pero no contra el filósofo, el bién, a veces, encuentran holgado acomodo hasta en los te m p la
cual puede perfectamente expresarse tanto por diálogo como sereña de la filología, de la filología germ ánica por lo menos,
pot monologo o poi soliloquio; y aun estaría por verse si por el y precisamente en la época de su mayor infatuación.
soliloquio no podemos alcanzar zonas de mayor profundidad Hoy estamos, felizmente, muy al cabo de todo esto, y nos
en nuestra pesquisa de la verdad. ¿Qué habrían dicho, por ejem hemos dado cuenta, por lo menos, de que antes de fonnular
plo, los glandes filósofos del soliloquio: San Agustín y Descartes, un veredicto de censura, hay que saber primero en qué consiste
cada cual en su celda o con su estufa? Y de este último soli
2 Wilamowitz, Platón , Berlín, 1 9 2 0 , vol . i, p p . 65-1 6 5 5 : " . . . ei n so w u n -
loquio, ¿no emerge, con el D iscurso d el M é t o d o , la filosofía
derliches C h a o s . .. kein Ganzes, sondern ein Konglomerat, und es hat Reme
moderna? Pero como los hombres nos dejamos llevar de la
Yeile. . .
EL ESTADO DE LAS “ LEYES" 589
588 EL ESTADO DE LAS “LE Y E S ”
lugar hablamos de todo esto con suficiente amplitud, y a ello
exactam ente el correlato que podría dar motivo a semejante
nos remitimos. Y si lo recordamos es sólo {tara hacer ver cómo
juicio. Que nos parezcan las L ey es inferiores a la R e p ú b lic a ,
Platón no hizo sino seguir ptor la pendiente del desencanto (ya
podrá estar justificado, pero sólo a p o s terio r i. Si Platón creyó
bien visible desde el libro JX ele la R e p ú b lic a ) en cuanto a la
necesario darnos, en las L ey es, o tra exposición universal de la
viabilidad, h ic et n u n c, del Estado filosófico. En el cielo puede
vida hum ana, habrá que ver las razones que le determinaron a
estar, y en el alma del justo, pero no en esta tierra y entre
emprender esta “segunda navegación", y com pararla luego con
estos hombres. A arriar velas, por tanto, y a m oderar los sue
la primera seguida en la R e p ú b lic a .
ños, aunque no hasta el punto de que el desencanto acabe en
abdicación. Todavía, mientras al viejo escritor le quede una
vislumbre de sol en las bardas, habrá que encontrar otro tipo
D el E sta d o d e los d ioses a l d e los h o m b r e s de Estado, un poco más humilde, más terre-á-terre, en el que sea
posible la convi vencía ya no entre dioses o hijos de dioses, sino
¿De qué debemos partir antes de iniciar, a nuestra vez, nuestro entre estos hombres, “ni buenos ni malos, simplemente peque
Seút epo c ; u Xo Oi; por el pensamiento político de Platón? Del carác ños", como dirá el elegante escepticismo de Anatole Trance.
ter general de la obra, a lo que parece, antes de entrar en los por L a primera característica, la generalmente configurativa de
menores que luego seleccionemos en razón de su mayor interés. este segundo Estado, es la de ser un Estado de ley es: entre el
En un pasaje sobre el cual hay que llamar vivamente la título del diálogo y su contenido hay perfecta adecuación. Gran
atención,3 Platón contrapone claramente el Estado de las L e novedad, además, esta característica, si tenemos presente que
yes al Estado de la R e p ú b lic a c o m o el reino de lo posible en la R e p ú b lic a es apenas el esquema, y bien simple por lo demás,
oposición al reino de lo ideal. Aquella ciudad, dice, en la que
de una constitución política, de la cual están por completo
todo es común (“comunidad de mujeres, comunidad de hijos, ausentes estas normas de conducta social que conocemos con el
com unidad de todas las cosas”) , es sin duda la mejor en ab nombre de leyes. En la R e p ú b lic a , la voluntad de los guardia
soluto, sólo que, por lo visto, no es sino para dioses o hijos de nes es la suprema ley, pror ser ellos mismos, los videntes del
dioses. Considerando lo cual, hay que esforzarse por excogitar Bien en sí, la “ley viviente". En las L ey es, por el contrario, está
otra constitución que pmeda tener mayores visos de realización, a tal punto desencantado Platón de la piersonalidad carism ática
así venga, en cuanto a su valor, en segundo lugar con respecto
(de la imposibilidad de encontrarla, mejor d ich o ), que no va
a la prim era: -upuq: Seut épo x ;.
cila en declarar lo siguiente: “Ninguna naturaleza humana nace
Es un pasaje claro como el agua, y que debieron haber leí lo suficientemente dotada como para proder saber, a la vez,
do con toda atención los apresurados críticos que rechazaron aquello que es mejor para los hombres en la convivencia p>o-
la autoría platónica de las L ey es, por el hecho simplemente de lítica y, sabiéndolo, para poder quererlo siempre y ponerlo siem
presentarse en este diálogo un Estado diferente del esbozado en pre por obra." 4 No hay hombre que, en el ejercicio diuturno
la R e p ú b lic a . Pero el hecho, también, es que las L ey es no can del ptoder, sea capaz de saber, de querer y de obrar lo mejor
celan el Estado ideal del otro diálogo, y más aún, lo reafirman
y hacia lo mejor: en alguno de esos tres momentos consecuti
vigorosamente. Es el mismo hombre, px>r tanto, el que escribió
vos fallará, simplemente porque lleva consigo esta naturaleza
estas y aquellas páginas, sólo que habiendo pasado, en el inter mortal que le empujará indefectiblemente a la ambición y al
valo de su composición, px>r experiencias terribles. La más tre egoísmo.5 T arde lo supo Platón, aunque no tan tarde como para
menda debió ser, muy probablemente, el trágico fin de Dión de
no haber podido legarnos, en su testamento filosófico, estas
Siracusa, a quien Platón sobrevivió cinco años. ¿En esto termina
preciosas verdades, fundamento, hasta hoy, del Estado ele de
ba el gobierno de los filósofos, y ejercido nada menos que px>r
recho. En lugar de la voluntad personal, proclive siempre a
el discípulo amado de Platón —p>or aquel que parecía ser un
vaso de elección— y pxtr sus compañeros de la Academia? En su * L e y e s , 8 7 5 a.
3 L ey e s, 875 b: Lt í nX.eove| íav xal íóuwtoaYÍav i'i Ovr\-rí) <pwn? ó(j|U)-
3 L e y e s , 739 c-e. üei asi- •■
590 EL ESTADO DE LAS "LEYES” EL ESTADO DE LAS “LEYES” 591

todos los caprichos del subjetivismo, habrá que erigir la ins se designa simplemente como el Extranjero de Atenas. ¿Por
tancia objetiva e impersonal de la ley en norma suprema de la qué no se le llama Sócrates, como en todos los otros diálogos
conducta humana. De acuerdo con esto, los gobernantes, muy platónicos? Pues por la simple razón, a lo que parece, de que
lejos de poder arrogarse una función señoril, deben llamarse, Sócrates no salió jamás de Atenas sino muy esporádicamente
con mayor propiedad, esclavos de la ley: -revi vópou SoíXoi. y por muy corto tiempo, por motivos religiosos o militares; aho
Vuelve así Platón, en esta noche todavía tan brillante de su ra bien, Platón, fiel como siempre a las normas de la ficción
vida, al reconocim iento de la soberanía de la ley, uno de los literaria, hasta con cierta coquetería si queremos, no puede
descubrimientos más fecundos del pensamiento helénico. “El hacer hablar a su maestro en un teatro tan distante de aquel
pueblo debe luchar por la ley como por sus muros”, había en que transcurrió su vida. Ésta nos parece ser, como decimos,
dicho H eráclito, y Sócrates, por su parte, había preferido morir la explicación más natural de la ausencia de Sócrates, y no la
antes que desobedecer a las leyes. extravagante suposición de que Platón hubiera renegado, en su
De la filosofía platónica se ha dicho, y con razón, que no vejez, del magisterio socrático. Si no lo hizo antes, ni en
es sino la conceptualización, hecha por su autor a lo largo de los diálogos metafísicos, ¿por qué iba a hacerlo ahora, en un
toda su vida, de las afirmaciones existenciales de Sócrates en su diálogo tan eminentemente práctico? De hecho, y según tendre
vida y en su muerte, en ésta sobre todo. Con sus actos simple mos ocasión de ponderarlo, tan socrático es este diálogo como
mente había afirmado el maestro cosas tales como la inmorta todos los anteriores, o por ventura más aún. Sócrates-Platón, en
lidad del alma, la existencia de valores absolutos y de verda suma, es, aquí también, el verdadero nombre del innominado
des eternas, y la sumisión a las leyes, las cuales son para él, se extranjero ateniense, y no hay que darle más vueltas.
gún lo dice en el G ritón , mucho más que su padre y su madre, Por el camino que va de Cnossos al templo y a la gruta de
ya que por ellas, antes que por sus progenitores, ha sido en Zeus (nacido en Creta, no lo olvidem os), por entre bosques
gendrado, nutrido y educado. Pues todas estas funciones, ex de cipreses “maravillosos por su talla y hermosura”, van, pues,
haustivamente conceptualizadas, tienen las leyes en el Estado nuestros tres ancianos; y el ateniense propone luego que, para
legislativo de Platón. La ley no tiene tan sólo una fuerza coac hacer la ruta menos penosa o más placentera, hablen entre ellos
tiva, sino también, y sobre todo, una fuerza persuasiva y edu de política y legislación: trepi, vópou x a i TtoXt/mag. Lo propone
cativa. Por algo hace preceder Platón, a las ,leyes de las L ey es, porque le interesa grandemente, al viajero de Atenas, com parar
de esos largos p r e lu d io s (así los llama él) que hoy llamaríamos las instituciones políticas de su ciudad con las de las otras dos
exposición de motivos, pero que aquí forman un todo orgánico ciudades a que pertenecen sus compañeros de peregrinación:
con la ley misma. El vópoc helénico, en efecto, es tanto ley como Cnossos y Esparta, cuya celebridad se debe justamente a la sa
costumbre o tradición, y también, con acepción originaria, aire bia legislación que en una y otra ciudad promulgaron, respec
musical. El preludio legal, por tanto, es parte integrante de la tivamente, Minos y Licurgo. De una legislación com parada, y
melodía legislativa que im prim e en la ciudad el orden, la me ya no sólo de su propia cabeza, como en la R e p ú b lic a , quiere
dida y la arm onía. No es el legislador enjuto, sino el varón Platón que resulte la ciudad de las L ey es.
musical (pownxóg ávrjp), quien, en el segundo Estado, formula L.a comparación, sin embargo, no tiene por qué llevar forzo
el orden normativo de la convivencia humana. samente a un sincretismo indigesto de los elementos com para
dos entre sí. La admiración del Extranjero por las institucio
nes de Creta y Lacedemonia es, en efecto, una admiración no
L a e d u c a c ió n d e las Leyes total, sino limitada a las virtudes en cuyo ejercicio descollaron
aquellas comunidades: el espíritu de disciplina y el valor m i
Después de estos preliminares, entramos directamente en el litar. Pero inmediatamente después de este reconocim iento, y
diálogo, cuya acción la ubica Platón, por esta vez, en la isla de fiel al espíritu de su propia ciudad en su mejor época, el E x
Creta. Los interlocutores son tres ancianos: un cretense, Cli tranjero de Atenas proclama que el Estado no debe tener como
mas, un lacedemonio, Megilo, y un ateniense anónimo, al que fin único la guerra y la victoria, sino la formación del hombre.
592 EL ESTA D O DE LA S “ LEY ES"
EL ESTA D O D E LA S “ L E Y E S ” 593
“L a victoria sobre sí mismo —dice— es de todas las victorias la
prim era y la más gloriosa.” 0 Y la guerra, por su parte, no puede parte del libro 1 y los libros II y V il en su totalidad. Ya desde
ser el mayor bien, smo la paz y la concordia (etprjvT) Sé "pog las primeras palabras que cruzan entre sí los peregrinos, hemos
podido darnos cuenta de que el Estado se presenta ante todo
á.XXr¡Xovg &¡j.a x a i cptXocppoaúvr)) . De acuerdo con esta estimativa,
como educador, y no tanto —o no tan solo— para desarrollar la
el legislador no debe disponer las cosas de la paz en orden a la
habilidad técnica o profesional en los educandos, sino para
guerra, sino, por el contrario, las cosas de la guerra en orden
a la pazo infundir en ellos la percepción y reverencia de los valores in
telectuales y morales resumidos en la expresión de ‘‘in teli
Esto por lo que ve a la dirección de la cosa pública; y en
gencia y ju sticia ” : voíg xai 5óxr¡. En la ceñida glosa que hace
lo que hace a la form ación del ciudadano, debe entenderse que
Jaeger del texto platónico, el legislador resulta ser, ante todo y
la virtud de la valentía no viene sino en cuarto lugar, después
sobre todo, forjador y m odelador (jiXáo-cing) de almas.
de la ju sticia, la templanza y la sabiduría . 3 Este es el o rd o
Prosiguiendo por los cauces tradicionales de “m úsica” y gim
v irtu tu m que debe tener siempre presente el legislador, a fin
nástica, el programa educativo de las L e y e s contiene, sin em
de orientar la educación de los ciudadanos no hacia una virtud
bargo, grandes y fecundas innovaciones. L a prim era es la crea
particular, sino hacia la virtud total: -rcpog Ttctaav ctp£Tr¡v.
ción de una m agistratura en cuyo titular está centralizada la
A esta gradación de las virtudes corresponde, en perfecto con
dirección de to d a la educación, la m asculina y la fem enina . 11
trapunto, la gradación de los bienes en cuya conquista está
Es, ni más ni menos, esto que hoy llamamos M inistro de E du
em peñada la vida hum ana. Dos especies de bienes hay, los di
cación. Y no se trata, en segundo lugar, de un m inisterio cual
vinos y los humanos, y a estos últimos pertenecen, y por este
quiera entre los demás de su especie, sino de “ una m agistratura
orden precisam ente, la salud, la belleza, el vigor físico, y en
que es con m ucho la más im portante entre las más altas m a
últim o lugar, la riqueza. Y los bienes humanos, por último, no
gistraturas de la ciudad” (itohü ¡j.£YÍcr-ni) . No puede, en verdad,
merecen llam arse tales si no se orientan a los bienes divinos,
ponderarse más la im portancia excepcional de este cargo,’-’ al
los cuales, a su vez, están señoreados por la inteligencia, que
cual 110 pueden tener acceso sino los guardianes de las leyes
es la soberana . 9
(vopocpúXaxeg) que hayan pasado de los cincuenta años, y que
Mas acre aún que la censura del m ilitarism o espartano, es la
sean, además, padres de fam ilia, y todavía m ejor, cuando pu
otra que en seguida form ula Platón, de las prácticas viciosas
diere ser, con hijos e lujas. ¡C uán distintos son. realm ente
estim uladas por aquella vida de cuartel, o más en concreto, de
cuánto, estos “guardianes” de las L ey es de sus hom ónim os de la
la pederastía. En el célebre pasaje aludido ya con antelación,
R e p ú b lic a ! No sólo no queda nada de la com unidad entre ellos
a propósito del B a n q u e te , el E x tran jero de Atenas declara ser
de hijos y m ujeres, sino que, al contrario exactam ente, se ex i
contra natura (mapa cpúcnv) el comercio sexual de machos con
ge ahora en ellos la experiencia de la familia, ya que no po
machos y el de hem bras con hem bras . 10 En estos textuales tér
drán ser buenos educadores de la ciudad quienes previamente
minos reivindica Platón, con mayor claridad que en ninguno
no lo hayan sido en sus propios hogares.
de los diálogos precedentes, el im perio de la ley natural.
La educación, en seguida, y tal como corresponde a la ins
A reserva de volver aún sobre esto cuando examinemos la
titución de aquella Suprema m agistratura, debe ser universal,
institución conyugal dentro del contexto de las L ey es, pasemos
para hombres y m ujeres sin distinción, y además, pública, o b li
al capítulo de la educación, la cual tiene en este diálogo un
gatoria y gratuita. El Estado toma a su cargo la construcción
desarrollo mayor aún que en la R e p ú b lic a , ya que ocupa buena
de escuelas y el salario de los maestros, los cuales han de serlo
de tiempo completo, ya que deben residir (aíxoüvvag) en la
« L eyes, fi;>G e.
7 L ey es, G28 e. escuela, y han de ser, además, extranjeros, ya que los duda-
8 L ey es, 630 e.
8 L eyes, 631 d. n L e y e s , 765 d: ó xfjc rcaifteíag ¿JUpeLipcYic; Jt áoru Orimarv t e xai áporveov.
" T h e most importan t office in a Pía tonic community is, as we should
12
10 Leyes, 636 c: úggévcov be jtpog apgevas 8 t hp.nt r. .y q ó ; Orikeíac ¡ragú
(fllKTlV . . . ex pee t, that of thc Miníster of Education.’’ 'íavlor, PUito, Londres, 1963,
p. 480,
594 EL ESTADO DE LAS “ LEYES" 595
EL ESTADO DE L A S .“ LE V E S"

los mismos cauces que en la R e p ú b lic a ; ahora bien, nuestro


danos han de em plear a su vez todo su tiempo en los nego
propósito es limitarnos tan sólo a las novedades más salientes
cios de la ciudad o en el perfeccionamiento continuo del cuer
po y del espíritu. del último esquema pedagógico-político ideado por Platón.
De acuerdo con este criterio selectivo, de ninguna manera po
T a n moderno como es Platón cu su segundo programa edu
dríamos pasar por alto las ordenanzas de las L ey es relativas a
cativo, no puede, sin embargo, eximirse del prejuicio aristo
la institución conyugal y familiar. Y es precisamente a pro
crático de tener por in d ig n a,d e un hombre libre la percep
pósito de la educación cuando debemos traerla a exam en, por
ción de un salario, ni siquiera en la alta y noble función de
la sencilla razón de que en Platón, según la excelente obser
la enseñanza, y de aquí la graciosa incongruencia de exigir que
vación de Jaeger, generación, crianza y educación (yév eo t c ,
los maestros hayan de ser extranjeros, metecos en fin de cuentas.
Tpoepr), mxíSeucng) forman una estricta unidad. No son, como
Tengam os bien presente, por otra parte, que estos maestros no
para la mentalidad actual, tres etapas o momentos en la vida
lo son de la enseñanza superior, o dicho más en concreto, de
del hombre, más o menos conexos entre sí, sino que cada uno
la filosofía, ya que la filosofía, para Platón (lo sabemos de
de ellos, comenzando por la generación, tiene por razón de ser
so b ra ), no es “enseñanza", sino otra cosa muy distinta. Quede
el cumplimiento de los sucesivos, y éstos, a su vez, no pueden
ella, por tanto, para los ciudadanos, y para los extranjeros asa
abstraerse de los precedentes. La educación, la más genuina y
lariados, en cambio, el d irly w o r k de hacer entrar con sangre
verdadera, supone previamente la paternidad; por algo el in
la letra en la mente del alumno. A despecho ele esta anomalía,
tendente supremo de la educación debe ser casado y con hijos.
sin embargo, el hecho fundamental, el "paso revolucionario",
El fin del matrimonio es el siguiente: “L a esposa y el esposo
.com o dice Jaeger, es el de que Platón instituye, por primera vez
deben proponerse dar a la ciudad los hijos más bellos y me
en la historia de las ideas, la educación tal y como hoy la
jores que esté en su mano tener” ,15 y después de esto, criarlos
entendemos: pública, universal, obligatoria, gratuita y popular.
y educarlos. L a esterilidad conyugal, según leernos líneas des
La educación, además, en su más amplio sentido de forma
pués, es causa de divorcio, y para los recalcitrantes al m atri
ción integral del hombre, empieza no ya con el nacimiento,
monio hay primero la publicación de sus nombres (una especie
sino antes aún, desde la vida prenatal en el claustro materno. de registro público de solteros) y si, cumplidos los 35 años,
Así lo prescriben las I.cy es en el principio del libro VII, el que perseveran en el celibato, incurren en una m ulta que deberá
más que todos tiene que ser con los problemas de la educación. hacerse efectiva cada año, y por últim o, si todo esto no surte
L a gim nástica infantil, en efecto, comienza con los paseos que efecto, viene la nota de infamia (áxivita), por virtud tle la
debe dar la m ujer encinta, con el fin de “modelar lo engen cual se ven excluidos de los honores de la ciudad y de sus más
drado, mientras está blando aún, como una figura de cera” .13
altos cargos.
Esto por lo físico propiam ente dicho, y por lo psicológico, debe
La familia es de este modo, en esta revisión de la política
ponerse especial cuidado en que la mujer grávida no tenga
platónica, la célula y el fundamento del Estado; y ¡rara rodear
emociones fuertes, placenteras o dolorosas, sino que, hasta don
de todo el respeto posible la institución familiar, viene luego
de sea posible, se m antenga en un estado afectivo “sereno, apa
lo que Auguste Diés ha llamado la reeducación tlel am or —de
cible y tranquilo" . 14 La educación de los sentimientos tiene así
aquel amor tan extraviado en la sociedad ateniense— o sea las
principio en el niño desde antes de ver la luz, y una vez na
leyes, promulgadas en el libro V III, sobre las relaciones se
cido prosigue la misma formación mediante el juego, la mú
xuales. Para no repetirnos inútilmente, nos remitimos a los
sica, el canio y la danza. T o d o ello está aquí minuciosamente textos que citamos en el capítulo sobre la T eo ría tlel Am or, y
reglam entado, y si no entramos en más pormenores, es por la
que conciernen a las dos leyes fundamentales enunciadas por
sola razón de que, con tales o cuales variantes, la educación
Platón. L a primera, la ley ideal, consiste en la prohibición
gimnástica y musical tle las L e y e s va fundamentalmente por
absoluta de toda relación sexual fuera del m atrim onio, y en

13 L e y e s , 780 e.
14 L e y e s , 792 e. is L ey es, 7S5 e.
596 EL ESTADO DE LAS “ LEVES”
EL ESTADO 1)F. L A S "LEY ES” 597

el m atrim onio mismo (siempre monógamo) de toda relación muchos y muy respetables: Diés, Taylor, Des Places, Brochárd,
contraria al fin natural de la cópula, que es la generación: Jaeger, amén de otros, han escrutado con ojos de lince ciertos
"absteniéndose igualm ente —dice el texto— de todo surco fe textos de las L ey es, no muchos a decir verdad, en los que es
menino en que no se quiera que brote lo sembrado.” Ifi Que lo taría presente el idealismo platónico. U no es aquel en que se
alabemos o lo censuremos, es asunto de la conciencia de cada dice que lo justo participa de lo bello,17 con lo que basta, por
cual: pero como punto de hecho, es perfecta la concordancia esta mágica palabra de \xéQs^ig, para que las Ideas estén pre
entre estos textos y los correlativos de la H u m a n a e v itae. En se sentes. El otro texto, y es el principal, es el que enuncia que el
gundo lugar, y como concesión a la naturaleza humana, viene la mejor método de observación y de investigación es el que con
ley subsidiaria (SeÚTepog vópog), en la cual, prohibiéndose siempre siste en reducir lo múltiple a la singularidad de la idea o de
y de m anera absoluta toda relación homosexual, se consienten, a la forma.18 De más valor que el precedente es este último texto,
más no poder, las relaciones extraconyugales y heterosexuales, por estar inserto en el capítulo del libro X I I consagrado a la
pero excluyendo de los honores cívicos, como a infames (a-upo t) educación superior que deben recibir los más altos dignatarios,
a quienes las practiquen. No hay en la antigüedad, segura y sobre todo los miembros del Consejo N octurno, guardián su
mente, otra exposición tan amplia y tan clara de la más elevada premo de la constitución. Trátase, empero, de una educación
moral sexual.
ciertamente superior a la media, pero en la misma línea. No es,
Volviendo a la educación propiamente dicha, la última no en suma, la educación dialéctica; por lo menos no lo consignan
vedad de las L ey es, novedad esta vez no positiva sino negativa, así los textos. El mismo texto clave, el de la reducción de lo
es la total ausencia de la educación superior, de la educa múltiple fáctico a lo uno eidético, puede perfectamente enten
ción dialéctica sobre todo, con los caracteres con que nos ha derse en un sentido meramente conceptualista (es hasta hoy
sido presentada en la R e p ú b lic a . Y a este silencio corresponde, la estructura y el lenguaje de la ciencia) , sin que sea necesario
como es natural, el de la teoría de las Ideas, las cuales no asumir la hipóstasis del universal, como lo hacen quienes leen
aparecen en las L ey e s por parte alguna. las L e y e s con los anteojos de la R e p ú b lic a . Gran voluntad sal-
¿H abrá abandonado Platón, en sus últimos años, lo que vífica se necesita para poder decir —con estos solos y escasísi
con tanto calor defendió a lo largo de toda su vida, aquello mos d isiecta m ern b ra— que la teoría de las Ideas, "invisible en
que se tiene de ordinario por la tesis cardinal de su filosofía? las palabras, está siempre presente en el pensamiento” del autor
O por el contrario, adicto siempre a su cosmovisión del pa de las Leyes.19 Lo segundo es problemático, y lo primero, en
sado, ¿no habrá pensado sencillamente que no era el caso de cambio, lo de la invisibilidad en las palabras, es de una evi
reproducirla en el diálogo del Estado más viable, y cuyo mayor dencia irresistible. Lo más que puede decirse, si a todo trance
énfasis se pone no en la educación de los guardianes, sino en hubiera de buscarse una continuidad ideológica entre la R e p ú
la educación popular? b lica y las L e y e s , es que Platón mantuvo hasta el fin la exigencia
A nuestro humilde entender, la cuestión estará siempre su b de que los gobernantes tengan la más alta cultura que sea
iu d ic e , y esto por la simple razón de que el único juez que posible, o como dice Taylor, que la aptitud política y la ciencia
podría dirim irla definitivamente, Platón mismo, se llevó con (sta lesm a n sh ip and Science) concurran en la misma persona.
sigo su secreto a la tumba. Si su silencio fue o no una retrac
tación, no nos lo dijo nunca, y mal podremos decirlo ahora
nosotros. Lo único que podemos decir, y sólo por un deber L a cu estió n d e la Epínontis
científico, es que no deja de ser muy fuerte —y tal vez sea
la preponderante en la actualidad—, la corriente exegética se A tal punto es deficiente en las L ey es el tratam iento de la
gún la cual la dialéctica y las Ideas estarían tan presentes en las educación de los guardianes, que Platón mismo (¿o Eilijx> de
L e y e s como en la R e p ú b lic a . Los adalides de esta opinión,
17 L ey es, 859 c: Síxcuov. . . xoü xaXoO ju r áxav. . .
i ® L ey e s, 9G5 c: xa .t o o : (n'av I Scav f x xui v .t o XL i o v ( í m ' a t i.y
i'. Leyes, 839 a.
>8 Víctor Brochare!, L e s L o is d e P la tó n e l la t h é o r i e d e s id e e s , en
EL ESTA D O DE LA S LEY ES’ 599
598 EL ESTA D O D i: LA S " L E Y F .s ”

estilo o, inclusive, del fondo mismo del diálogo, es decir de su


Opunte?) creyó necesario desarrollar más ampliamente el tema
filosofía. Por ninguno de estos aspectos, sin embargo, ha sido
en el apéndice o s u p le m e n to a las L ey es que, por esto mismo,
posible llegar sino a probabilidades más o menos fundadas, pero
lleva el nombre de E p in o m is (éití-vópot) . En razón de su mate
no a conclusiones irrefutables. luis virtuosos de la estilometría
ria: la alta educación en suma, nos parece c¡ue debemos ocu
encuentran tantas semejanzas como desemejanzas entre el estilo
parnos ahora mismo de este pequeño diálogo, antes de abordar
los temas políticos y sociales del diálogo mayor. de las L e y e s y el de la E p in o m is , según sea la opinión que a prio-
ri tengan (y de hecho así acontece) sobre la autenticidad o
Comencemos por la cuestión de su autenticidad, mucho más
inautenticidad del segundo diálogo. Hay otros críticos aún que,
debatida que la de las L e y e s : todavía hoy sus negadores preva
sin aplicar precisamente los métodos estilométricos tic Lutos-
lecen en número. El argumento toral, esgrimido ya en la an
lawski y Campbell, alegan la negligencia del estilo, y sobre esto
tigüedad por Proclo, el últim o de los grandes platonistas pa
aún, la pobreza y el desorden del pensamiento, como dice León
ganos, es el de que, constando como consta que Platón dejó
Robin. Pero todo esto no autoriza, en el peor de los casos, sino
sin term inar el manuscrito de las L ey es, malamente podía haber
a tener el diálogo por dudoso, como lo hace prudentemente el
escrito un apéndice a una obra inconclusa. A la mayoría de los
mismo Robin, y no necesariamente por apócrifo. Nada tendría
críticos les ha impresionado mucho este razonamiento; pero
de anormal el que Platón, como otro m ortal cualquiera, haya
como observan con muy buen sentido T aylor y Des Places, los
dos grandes reivindicadores de la E p in o m is, no sería la primera tenido que pagar, en el crepúsculo ele su vida, su tributo a la
naturaleza. El mismo estilo senil, por su prolijidad sobre todo,
vez —antes es de lo más frecuente— que un artista deja sin ter
lo encuentra Taylor en la célebre C arta V II, de cuya auten
m inar una obra para empezar otra, o que un escritor interrumpe
ticidad no duda hoy prácticam ente nadie. No hay, en con
el hilo del discurso para escribir, por variar o por tenerlo más
clusión. razones decisivas para oponerse a la tradición antigua,
maduro, un capítulo distinto. A más de esto, Proclo y los que le
que tuvo siempre la E p in o m is por diálogo de autoría plató
siguen pasan por alto el hecho de que no fue Platón, sino
nica. C ontra Proclo, el único disidente en la antigüedad, están
Filipo de Opunte quien, al revisar el manuscrito del maestro,
los nombres de Aristófanes de Bizancio, Cicerón, Eusebio, Cle
le dio al breve diálogo (entre los mismos interlocutores de las
mente de Alejandría entre los más representativos de aquella
L e y es , exactam ente) el acomodo y el título con que lo conocemos,
tradición a la que, a falta de prueba decisiva en contrario, hay
cuando puede perfectamente suponerse que, en la intención de
Platón, no iba a ser un apéndice, sino parte integrante de las que atenerse.
Aceptándola, pues, aunque con cierto margen de duda (ine
L ey es, muy probablemente del libro VII, el último de entre los
vitable en quien no es filólogo de profesión), veamos si está o
consagrados al tema de la educación. Pero Filipo, por lo visto,
no en armonía, o hasta qué pinito, la filosofía de la E p in o m is
tenía también su ribetes de coquetería, la de editor por lo menos,
y por esto no se contentó con hacer del diálogo un apéndice, sino con la de las L ey es.
El propósito del diálogo, enunciado desde el principio, es
que le puso aún, debajo del nombre de Epino-m is, el subtítulo de
el de investigar cuál podrá ser la ciencia por cuya adquisición
E l f i l ó s o f o , con la m ira sin duda de completar la trilogía que el
pueda llamarse sabio el hombre m ortal.-’ La sabiduría de que
propio Platón había anunciado e iniciado en el S o fista ,20 y que
aquí se trata, además, no es únicam ente la intelectual, sino que
luego había proseguido en el P o lític o , pero sin haber tenido tiem
con ella debe darse juntam ente la grandeza de alm a,-- o sea la
po de redondear la descripción de las formas de vida más sobre
perfección moral al lado de la perfección intelectual. Es el
salientes con una fenomenología completa del filósofo.
viejo ideal platónico, y más concretam ente el tic la R e p ú b lic a ,
No siendo nada convincente, como acabamos de ver, el argu
sólo que ahora, para explicitarlo, comienza Platón por hacer el
mento de Proclo contra la autoría platónica de la E p in o m is,
recuento de una larga lista de técnicas ti oficios de lo más pe
los impugnadores modernos han recurrido a otros derivados del
destre (tejedores, herreros, carpinteros, etc.) para mostrar
/ilu d e s d e pliiloso/diie ancienne el de philosophie moderne, París, I 96 (i,
p. 1 5 7 . 21 E p in o m is , 973 b; t í .t o t e uuOnrv O vino; üvOoui .’U) ; 009 ó ; «v t i\\.
20 Sof. i 17. 1: ooq.u m 'i v, j t o/ .i Ti xóv, (pi/ .óoo(fov.
22 E p in o m is . 975 c: to i i Eya/ au t CEaí '; ai -v n j i 00919.
600 E L EST A D O D E L A S “ L E Y E S ” EL ESTA D O DE LA S ‘ ‘ L E Y E S " 601

que en ninguno de ellos anida la sabiduría.23 Nada de todo ello, leemos en uno de los textos más expresivos, debe pasar su exis
ni siquiera ciencias como la estrategia, la medicina y la retórica, tencia en la presentación que haga a sus conciudadanos de una
pueden m erecer el nombre de sabiduría, sino tan sólo aquella por imagen de los dioses más bella y más digna que la fingida jror
la cual pueda uno merecer el dictado de sabio y bueno y de los poetas; y después de esto, en honrar y glorificar a los mismos
perfecto ciudadano, el cual es el que da siempre en su ciudad dioses tanto en himnos de alabanza como, y acaso sobre todo,
la “nota justa” (según el término musical del texto) como go en el ejemplo de beatitud que ofrece la vida del varón pia
bernante o como gobernado.21* doso.26
Descendiendo de estas generalidades a los pormenores del cu- En todo esto, pues, hay perfecta continuidad entre los dos
rrículo educativo, lo primero que llama la atención es que tam diálogos postumos, el mayor y el menor; pero la gran novedad
poco ahora figura en él la dialéctica; circunstancia que, dicho de la E p in o rn is (hay que decirlo desde ahora, ya que estamos
sea de paso, podría ser otro argumento en favor de la autenti en ella) es la religión astral. No que suplante o que excluya
cidad platónica del diálogo, ya que Filipo de Opunte, como es la religión olímpica, pero sí viene a su lado y apenas si en se
de suponerse, no habría dejado de acudir a la R e p ú b lic a para gundo lugar. Ix>s textos son de lo más claro e inequívoco. Pri
redondear con la dialéctica la educación cíe las L ey es. El es mero los dioses invisibles, los del antiguo Panteón olímpico:
critor de la E p in orn is, en cambio, sea quien haya sido, se limita “Zeus, H era y todos los demás”, e inmediatamente después, entre
a encarecer la necesidad de reducir lo individual a lo uni los dioses visibles, “los más grandes, los más venerables, los de
versal, a las especies, como dice el texto.-3 Podrá ser ésta, si vista más aguda y en todas las direcciones, como son, por su
queremos, la proposición cardinal de la dialéctica, pero en naturaleza, los astros.” 27
parte alguna encontramos el tratam iento a fondo de la ciencia He ahí otro argumento (¿ni cómo podrían haber dejado de
suprema. explotarlo?) contra la autenticidad de la E p in orn is, y el más
¿Qué es, entonces, lo que la E p in o rn is nos ofrece como progra fuerte tal vez de todos cuantos hemos exam inado. ¿Cómo, en
ma de la educación superior? Matemáticas, teología, astronomía efecto, pudo en sus postrimerías abrazar el politeísmo, y un
y astrolatría, para decirlo en pocas palabras. Primero la ciencia politeísmo tan burdo, quien había asumido previamente, en la
del número, fundamento insustituible de la razón verdadera R e p ú b lic a y en el i ¡m eo, una posición tan claram ente mono
íá/.T)0T); Xóyog), y después de las disciplinas matemáticas que teísta? Pero en primer lugar, es m ala crítica la de tener un texto
nos son ya conocidas, viene en último lugar la teología, en la por apócrifo por la sola razón de que no podamos concebir que
cual se hace ahora gran hincapié, del mismo modo que en las su autor se contradiga con lo que él mismo ha dicho en otros
L e y es , cuyo libro X está consagrado por entero al problema teo lugares de su obra, o que esto o aquello nos parezca indigno
lógico. P or esta razón reservamos su estudio para el final de este de él, de acuerdo con la imagen mayestática que de él nos lie
capítulo y de este libro, cuya cumbre y remate debe ser, a nues mos formado. Es mala crítica, y es desconocimiento, además,
tro entender, una visión sinóptica de la teología platónica. Di de la naturaleza humana, proclive siempre, aun en los mayores
gamos nada más, por ahora, que el saber teológico es para Platón, genios, al error y a la contradicción. Si Salomón cayó al fin en la
en sus últimos años, el más alto saber, como antes lo fue la idolatría, ¿por qué no también Platón y cualquier otro? L a úni
dialéctica, y no un saber puram ente especulativo, sino un saber ca defensa posible del famoso texto astrolátrico es la que hace
que redunda en la virtud de la piedad, de cuyo sentimiento están Taylor al decir que Platón, al recomendar (en las L e y e s tam
transidas las L e y e s y también la E p in orn is. El legislador, según bién, como veremos luego) la religión politeísta, lo hace no
porque ésta sea su convicción propia, sino simplemente porque
23 Es urui m u estra d e la pauvret é de la pensée que irrita b a a Léon Robín, no se atreve a tocar la religión tradicional de su ciudad: le basta
q u ie n a lod o tra n c e q u ería ver sie m p re a P la tó n en cu m b rad o en su augu sto con hacerla más noble y más pura, enmendando, como lo hace
solio.
2i I-.pinorrti j , 9 7 GÚ: ooq-ó; be ■/.a i AyuOóg 6 1’ u í ,'t Í)v h o /.Í x t i ; t e y.ni «y/.tov E p in o r n is , 9 8 0 b.
x o .l <íq x .ó nev o; évbizo): e o t u i Jtó/.eco; up a x a í é)i(i.e?.T);. ar E p in o r n is , 984 ti: O t o v; b r 6q r oüc; iu tax oóc,. i i evíar ot t c; x a l xi i m vxú xou c;
23 E p in o r n is , 991 c: xó z « 0’ cv rc¡) y.ux' etbi) jtp ooaxxÉav. x a ! Ó íú t at t r v ó q c ü v x ac a ú v t t v t o u ? Jt(to>TOuc xí|V xó>v úoxt fcov «pvoi v Áexxsov.
602 E L ESTA D O DF. LA S “ LEY ES" 603
EL ESTA D O DE TA S “ LEY ES”

en la R e p ú b lic a , las representaciones ultrajantes de los dioses. ahora, después de este excurso, tratemos de describir, en su
A hora bien, la astrolatría era parte integrante de la religión organización política, el Estado de las I,cyes.
helénica, y no hay sino recordar que el propio Sócrates, según
el célebre testim onio de A lcibíades , 28 comienza su jornada'Yo-
tidiana con su plegaria al sol.
L a con stitu ción m ixta
Puede que todo sea como lo dice I aylor ¡qué más quisiéra
mos! Des Places, sin embargo, en la últim a y exhaustiva monogra En contraposición con el Estado autócrata de la R e p ú b lic a , el
fía en esta m ateria , - 9 y no obstante que a él también le habría de las L ey es es una mezcla de autocracia (llam ada por Platón
gustado hacer de Platón un m onoteísta cien por liento, se \e “m onarquía”) y de democracia. Esta últim a es ahora o b jeto de
obligado a tomar estos textos como expresivos de la convicción una estimación positiva, en lugar de alojarla, como en aquel
personal del filósofo. A ju icio del em inente helenista francés, otro diálogo, entre las constituciones degeneradas. Según lo
y con apoyo en documentos no valorados debidamente hasta declara el E x tran jero de Atenas a sus dos compañeros de ruta,
ahora, h abría sido un misterioso extran jero caldeo, huésped de el cretense y el lacedemonio, m onarquía y democracia son algo
la Academ ia platónica en los últim os anos de su fundador, quien así como las dos madres o matrices de todas las constituciones , - 1
operó la “conversión” del m aestro a la astrolatría. Conversión o como diríamos hoy, sus principios fundam entales. De ninguno
es tal vez mucho decir, porque una vez presupuesto (como lo de ellos se puede prescindir, pero hay que saber com binarlos,
está desde el T im e o ) que los cuerpos celestes son movidos por en lugar de atenerse exclusivam ente al principio au toritario
almas, por una cada uno, no había sino un paso que dar pat a (monarquía) o al principio libertario (democracia) , como des
asum ir la religión astral. Y tengamos ]wr cierto que a nadie, graciadamente lo hicieron, cada cual por su lado, Persia y Atenas.
en aquel tiem po y en aquella sociedad, debió ser esto piedra En la primera, todos sabemos cómo a Ciro, espejo de gobernantes,
de escándalo. Los astros eran, para todos ellos, algo divino, o sucedió un loco como Cambises, y a D arío, rey ilustre a fresar de
por lo menos sagrado. Aristóteles, por ejem plo, ¡x)drá no haber todo, un megalómano como X erxes. A fuerza de exagerar el des
abrazado la astrolatría, pero sí, ciertam ente, la astrodulía, en potismo (t o SecntoTixóv) y de reducir cada vez mas la libertad
cuanto que para él son los cuerpos celestes, ingenerables e inco (t ó áXeú0£pov) , los reyes y sátrapas de Persia acabaron por ex
rruptibles, de un rango infinitam ente superior a este nuestro tirpar los sentim ientos de amistad recíproca y de com unidad de
m undo sublunar , sujeto a la generación v corrupción. intereses, de los cuales no puede prescindirse en la vida polí
E l verdadero problem a, en suma, no es el de la prolongación tica . 22 Atenas, por su parte, fue tam bién llevada a la ru in a por
del politeísm o antropom órfico en el politeísmo astral (una se el predominio exclusivo del principio libertario. Lo m ejor, por
gunda m ultiplicación que está ya im plícita en la primera) , sino tanto, será conciliar los dos principios sobredichos en la organi
en cómo pueden conciliarse entre sí m onoteísmo y politeísmo, zación del régimen político, tal y como ocurrió en C reta en
porque uno y otro están ¡qué le vamos a hacer! en los diálogos tiempo de Minos, y en Esparta después de Licurgo, con la re
platónicos. Demasiados dioses había en Grecia como para que partición del poder entre los reyes (siempre dos, para enfrenarse
pudiera im ponerse victoriosam ente, ni en las mentes más escla m u tu am en te), los éforos y la asamblea del pueblo. L a ciudad,
recidas, el monoteísm o exclusivo de los hebreos, el único de en efecto, sobre la que estamos legislando, debe ser al mismo
este carácter en la antigüedad precristiana. En los casos más so tiempo libre, bien avenida consigo misma y razonable . 33
bresalientes: X enófanes, Platón, Aristóteles, no tenemos, como D istribución del poder, por tanto, y tam bién d istiib u ción de
dice Brem ond, sino “un politeísm o orientado de cierto modo la riqueza, a cuyo efecto será dividido el territorio en 5040 lotes,
hacia el Dios único y verdadero ” . 90 Algo más diremos sobre esto ni uno más ni u n o menos, y todos de igual extensión, cada uno
en el resumen final que haremos de la teología platónica, y por
2» B a n q u e t e , 220 d. 31 Leyes, Gc)-j d: no/axEuov oíov utirÉCH'; fióo-•■
32 Leyes, 6h ) 7 c : t o ifí/.ov éuuóéfaav v.a'i xo xoivíiv év xf] m ó .F i ...
29 Edouard des J’laces, S. J., J a religión g recqu e, París, 1969, p. 256
:i:- I^eyes, 7 0 1 d: .11 Vi: 111-o rvr[ ;t o/: : i'i ¡Olí pn t í : coxal y. ai ’i u .1j íanxi.l
30 A. Bremond, L a p ióte g r e c q u e , p. 201.
y.al vovv cEgi-
E L ESTA D O D E LA S “ L E Y E S " 605
604 E L EST A D O DE LA S “ LEY ES”
para recibir el equivalente en moneda local, so pena de con
de los cuales será asignado, en propiedad inalienable, a cada
fiscación y m ulta en caso de ocultación.35 Practicable o no, es
jefe de familia. ¿Por qué tan extraña cifra? Pues sencillamente,
tamos ante el primer esquema de lo que hoy llamamos control de
según dice el texto, porque 5040 es el número que admite el
cambios, tan severo —o más aún— como en los países socialistas.
mayor núm ero de divisores: 59 exactam ente, y entre ellos todos
Con todas estas prevenciones y con la repartición igual, en
los comprendidos entre el 1 y el 10 ; todo lo cual resulta de
la forma que hemos visto, de la propiedad rural, esperaríamos
gran comodidad para la fijación, con rigurosa proporcionalidad
que el resultado final fuese una completa comunidad de for
a aquel total, de las diferentes magistraturas. Prurito mate
tuna, un ingreso p e r c a p ita , como diríamos hoy, exactam ente
m ático, en suma, que sería infantil si no fuera, en realidad,
igual para los 5040 beneficiarios de las parcelas territoriales.
senil. Y la cifra indicada de los patrimonios familiares ha de
En realidad, sin embargo, no es así, ya que en seguida, y no sin
ser siempre la misma, para lo cual cada p a te r fa m ilia s no puede
deplorar que no pueda realizarse cosa tan bella (xaXóv) como
dejar, al morir, sino un heredero entre sus hijos, no el mayor
la perfecta igualdad económica, se procede a distribuir la po
necesariamente; y si no tiene hijos, tendrá que adoptar alguno
blación en cuatro clases censitarias, de acuerdo, es decir, con
entre los desheredados de otras familias. Y cuando la población
el capital de cada uno de sus respectivos miembros. De este
aumente excesivamente, “ por el m utuo amor entre los cohabi
modo, los de la cuarta clase no tendrán sino su tierra, en tanto
tantes”, habrá de exhortarse entonces a los jóvenes a que emi
que los de la tercera, la segunda y la primera, tendrán por este
gren y vayan a fundar, donde puedan, colonias de la madre
orden, con su mismo lote, una riqueza doble, triple y cuádru
patria. Solución más humana, por cierto, que la “exposición” de ple del valor económico de la parcela familiar. A hora bien, ¿de
los niños deformes o bastardos, recomendada en la R e p ú b lic a . dónde sale esta proliferación de la riqueza mueble, cuando la
La fecundidad tiene ahora libre curso, y completa tutela la vida propiedad inmueble es igual para todos? Platón no lo explica
hum ana; y con la población superflua, con los desheredados, se claramente, sino que se lim ita a decir que puede ser “ por ha
hace algo semejante a lo que se hacía en la antigua España, llazgo (será la famosa invención del tesoro), por algún don, o
donde los hijos que venían después del mayor tenían que sentar por negocios (xpTipa-ncrapLévog) ”, lo que quiere decir epte la
plaza en el ejército, o como eclesiásticos o cortesanos: “Iglesia crem atística —para ceñirse al original— no está tan ausente, como
o m ar o casa real.”
a primera vista pudiera parecer, de la república patriarcal. Con
En cuanto al régimen económico correspondiente a esta socie mercado negro, es de suponerse, ya que legalmente sólo puede
dad, en principio o como ideal es el de una economía de tipo operarse, en el interior de la ciudad, con moneda depreciada.
agrícola o patriarcal, lo más rem ota que pueda ser de toda Como quiera que sea, lo im portante es que la constitución tic
especulación mercantil. A este efecto se dispone taxativamente las cuatro clases censitarias es el expediente de que se sirve Pla
que ningún ciudadano podrá poseer oro ni plata: “nada de esto tón para combinar (como tan acertadam ente dice Aristóteles en
para nadie”. Para las operaciones de cambio indispensables, ha su crítica de las L ey es) democracia y oligarquía. Muy claro se ve
brá una moneda local (vóincrpa émxwpicv) que no será de nin esto en la composición de los órganos gubernativos y en el régi
guno de aquellos dos metales preciosos, sino de otro más vil, y men electoral. Hay, en primer lugar, el Gran Consejo (Cá
que, por tanto, carecerá de todo valor en el exterior. No hay mara de Diputados diríamos h o y ), con 360 miembros, 90 por
ni que pensar, por consiguiente, en viajes de placer (¿con qué cada clase, lo que quiere decir que las clases superiores, de nú
pagárselos?), y sólo en el erario público habrá la suficiente can mero más reducido que las inferiores, tienen de hecho una re
tidad de divisas aceptadas en otras ciudades de Grecia (vipurpa presentación proporcionalmente más fuerte, tanto más fuerte a
éXXrjvtxóv), para costear con ellas los viajes de los embajadores medida que decrece, hasta la primera clase, el número de los
o de otros ciudadanos, pero siempre en misión oficial.31 Y si electores. En seguida, y con el mismo designio oligárquico,
aconteciere que estos enviados regresan a su ciudad trayendo se dispone que en el proceso electoral, que ha de durar siete
consigo moneda extranjera, deberán entregarla a las autoridades
■■>5 Aunque el texto no es muy claro, el cam bio entre la moneda helénica
31 L e y e s , 742 b. y la moneda local parece ser a la par: KQoq Xóvov.
606 E L EST A D O DE LA S “ LEY ES” F.L ESTA D O DE LA S " i . E Y E S ” 607

días, solo los ciudadanos de las dos primeras clases están obli tie la mayor importancia. Al final del libro X I I , en efecto, y como
gados a votar hasta el fin, en tanto que los de las dos últimas si hubiese sido un pensamiento de última hora (ésta es pol
pueden retirarse al tercer día, corno en efecto ha de acontecer, lo menos la impresión que se tie n e ), comparece el augusto y
ya que los pobres no pueden darse el lujo de desatender por misterioso Consejo N octurno (vux-tf.pivog crúXXoyog), anunciado ya,
una semana su trabajo para ocuparse de política. Y esto que por lo demás, desde el libro X . Es este Consejo el verdadero
acontece en el Consejo (pouXr¡) tiene lugar, análogamente, en nervio del Estado, como elice Jaeger, o su cerebro, como lo ex
la Asamblea (éxxXr¡uía), en la que tocios los ciudadanos parti presa Taylor, quien añade que se trata en realidad de un Co
cipan, pero con la circunstancia de que solamente los de las dos mité de Salud Pública, dotado, como todos los de su especie,
primeras clases están obligados a hacerlo, so pena de multa, mien de poderes extraordinarios y superiores a los de cualquier otro
tras que los de las dos últimas pueden libremente abstenerse, órgano. Sesiona diariamente en las últimas lloras de la noche
como lo harán de ordinario. Por último, y como para asegurar o al filo del alba. Sus miembros, casi todos ancianos (de otro
el dominio de la oligarquía, se dispone que la Asamblea se modo no podrían ser grandes madrugadores) , son los corregido
reúne sólo por convocatoria del Consejo, el cual puede, ade res —algo así como la suprema corte de justicia—, los diez, guardia
más, disolverla en cualquier m om ento.36 Sin embargo, y como nes de la ley de edad más avanzada, el ministro y ex-m.inistros
concesión a la dem ocracia esta vez —concesión más aparente de educación, \ diez “ jóvenes” entre 30 y 40 anos, nombrados
que real—, se prescribe que sólo la Asamblea podrá enmendar a d h oc. Todos ellos, como dijimos antes, deben haber recibido
la constitución, y que para esto hace falta una votación unánime. la más alta educación posible.
Es el lib eru m v eto más libérrimo que pueda imaginarse; y como El Consejo Nocturno, "ancla, síntesis, inteligencia y salva
la unanimidad será prácticam ente irrealizable, la constitución guarda de la ciudad” (citamos con fidelidad, aunque ensam
resulta ser de hecho la más rígida que sea posible concebir. blando libremente los textos) , tiene, por tanto, las facultades
El Consejo y la Asamblea representan en la ciudad platónica, omnímodas que corresponden a tan altos atributos, al de la in
como en general en las ciudades griegas, el poder legislativo, o teligencia sobre todo, cpie en la filosofía platónica —¿habrá
como se decía entonces, "deliberante” . En cuanto al poder eje siquiera que decirlo?— es siempre la soberana. En él radica, por
cutivo (en el que de hecho está también comprendido el poder consiguiente, la soberanía, ya que su misión, como la de todo
judicial) viene repartido en un gran número de magistrados comité de salud pública, es la de asegurar la salud efectiva de
y funcionarios administrativos, como, por ejemplo: regidores la ciudad toda entera. ' 7 Es asi como, según dice Barker, vuelve
de la ciudad (ácrvuvópoi,) y del mercado (ótYopavdpot) ; sacerdo Platón, en las últimas páginas de las L ey es, a su viejo ideal del
tes, sacerdotisas y sacristanes (vewxópoi) ; regidores rurales gobierno de la inteligencia y de los filósofos. En teoría por lo
(¿Ypov¿p.oi); censores o corregidores (eú Suv o i) ; autoridades edu menos, sigue diciendo Barker,36 la introducción final del Con
cativas, a cuya cabeza está el ministro de educación, y por último, sejo Nocturno cancela el Estado de derecho constituido en los
como m agistratura singularmente importante, ¡a de los guardia libros precedentes. En la teoría no más, afortunadam ente, ya
nes de la ley (vopotpúXaxEg), en número de 37 y con 50 años que en la práctica, mirando a su composición, el Consejo Noc
de edad por lo menos cada uno. Muy amplias son las facultades, luí no no es sino una selección de las magistraturas regulares
tanto ejecutivas como judiciales, de que están investidos, ya que (bajo el control de la Asamblea y del Consejo) , con excepción
a ellos, más que a nadie, incumbe el velar por la observancia de esos diez "jóvenes” de elección voluntaria, pero que poco o
de la ley. nada significan frente a la mayoría de los ancianos.
'ra l vez sea mucho decir esto de que Platón cancela en las
F.l C o n sejo N o ctu rn o últimas páginas de las L ey es lo escrito en las precedentes; pero
sí hay algo, entre las atribuciones del Consejo Nocturno (y esto
L a organización política delineada en el libro VI, en la for está dicho desde el libro X ) , que con toda razón puede suble-
ma que acabamos de ver, tiene aún, a su vez, un suplemento
L e y e s , 965 a: ccpceiv ovt cü ' t t |V jtóXiv o),rjv.
Leyes, 758 d: 33 T h e p o l i t ic a l th ou g h t o f P la t o and A r is t o tle , p. 212 .
608 E L ESTA D O DE LAS “ LEY ES” 609
EL ESTA D O D E I.A S “ LEY ES”

vam os, y son los terribles poderes inquisitoriales de que está en ningún momento que no creyera en los dioses de la ciudad,
aquél investido. De Inquisición, se trata, ni mas ni menos, y con antes por el contrario afirmó con toda energía que, creyendo
los mismos precisos rasgos que, andando los tiempos, ostentará como creía en los demonios, hijos de los dioses, |>or fuerza había
la Inquisición de la C ontrarreform a: se diría que copiaron esta de confesar la existencia de sus padres.
página de las L ey es los creadores de aquella institución de negra A despecho de sus funciones inquisitoriales, todo lo lamenta
memoria. En la legislación platónica, en efecto, severísima en bles que puedan ser, el Consejo Nocturno no es, afortunada
m ateria de delitos de impiedad, los ateos pasan cinco años por mente, una especie de R o n d e d e N u it a caza de los ateos. Tiene
lo menos (¡j .t q5 év eX íx t t o v ) en una prisión correccional, y en in otras muchas cosas de que ocuparse, y sobre todo de procurar
com unicación absoluta además, pudiendo visitarles tan serlo los que reinen en la ciudad las cuatro virtudes cardinales, arm oni
miembros del Consejo Nocturno, quienes irán a verles “para zándolas en la unidad de la conducta pública y privada.40 Órgano
amonestarlos y conversar con ellos sobre la salvación de su al de síntesis y de contemplación, tiene por esto que reunirse al
m a”. Pasado ese tiempo, serán readmitidos en la ciudad cuantos alborear el día, en la hora de la mayor vigilia mental y del ma
“entren en razón”; pero en cuanto a los demás, a los obstina yor sosiego. Olivier Revcrdin prefiere, por esto mismo, llam arlo
dos o relapsos (como decía la Inquisición española) la se el Consejo del A lba.41
gunda —y últim a— pena será la de m uerte.39 Lo mismo que acabamos tle observar, a propósito de la legisla
Con todo el am or que podamos tener por Platón, no es honesto ción penal en materia religiosa, podemos hacerlo extensivo, en
pasar en silencio (aunque algunos lo hacen) textos como los an lo general, al Estado de las L ey es. En su estructura fundamental,
teriores. Realm ente es un misterio de la naturaleza humana es el Estado ateniense, aunque con ciertas características del Es
cómo pudo jamás haberse conciliado una exaltada religiosi tado espartano. Los cuatro órganos fundamentales de la consti
dad (lo mismo en Platón que en los inquisidores europeos) con tución platónica: Asamblea, Consejo, Guardianes de la ley y
prácticas tan crueles y tan afrentosas a la dignidad humana, y Consejo Nocturno, corresponden puntualmente, como señala
sobre esto ha escrito Aldous Huxley, a propósito del Padre José Barber, a los otros cuatro órganos representativos de la vida po
(G rey E in in en c e), páginas de maravillosa profundidad. La única lítica ateniense, y que eran la Asamblea (sxx)oyna) , el Consejo
explicación posible (explicación y no justificación) es la de que o Senado (pouXr)), el Arcontado y el Areópago. Y las cuatro
el ateísmo, para esta mentalidad, era un peligro tal para la clases censitarias son también las que en el mismo número, y
religión de la ciudad, que a sus representantes, si se obstinaren con el mismo criterio económico, había establecido Solón. F.s
en su actitud, habría que eliminarlos como fuera. Por último, y verdad que toda esta estructura económico-política experim entó
para ponerlo todo en su punto, tengamos muy presente que, en su después cambios profundos en el sentido de una mayor igualdad
legislación penal sobre los delitos contra la religión, Platón no y democratización, con las reformas primero de Clístenes y lue
hace sino reproducir la legislación ateniense, con arreglo a la go de Efialtes, el cual, entre otras cosas, despojó al Areópago
cual el delito de impiedad (áo ip aa) se sancionaba de ordinario de todo poder efectivo. Lo más que puede decirse, por tanto,
con la pena de muerte. Y su única innovación (humana después es que Platón preconiza una política del pasado, reaccionaria en
de todo) es la de procurar, por el camino de la persuasión, la suma; ¡>ero lo extraño sería que hubiese podido tener otra el
conversión del reo, pronunciando la última pena únicamente descendiente de Solón y de los reyes de Atenas, el mayor aris
en los casos de impenitencia irreductible. Y que no se diga tam tócrata (por haberlo sido en todos los órdenes) que puede pre
poco, como lo dice Karl Popper (quien no puede perder la sentar la historia. H arta concesión fue, de su parte, el haber
ocasión de cargar en esto la m a n o ), que Platón viene a justifi temperado la rígida autocracia de la R e p ú b lic a con el régimen
car, como en un ataque de fanatismo senil, la muerte de su m ixto, oligái quico-democrático, de las L ey es.
maestro Sócrates, su condena por el tribunal ateniense. La acu Este régimen, además, considerado desde la perspectiva his
sación es simplemente ridicula, porque Sócrates no llegó a decir tórica en que actualmente estamos, ha sido, en lo fundamental,
so L e y e s , 9G4 a: o.-rr| xéxxaQO. ovxot t v t o n -
39 L ey es, 909 a: Bavóxip ^T](rioO0 0 co. i O. Rever d i n , l a r e lig ió n d e la c it é p l a t o n i c ie n n e , Par ís, 1945, p. 35.
610 E L EST A D O DE L A $ “ L E Y E S ” E L ESTA D O DE LA S “ L E Y E S ” 611

el régimen político de la civilización occidental, y no asoma otro alma, y que por esto deben practicarla, prescindiendo de que
distinto sino en octubre de 1917. Rom a lo llevó a toda su per haya o no, en este mundo o en el otro, recompensas y castigos,
fección posible con la institución de las tres magistraturas fun respectivamente, para la justicia y la injusticia. Al final del diá
damentales: tribunado, consulado y senado, y en la edad mo logo, sin embargo, Sócrates cancela esta duda o e p o x é , meramen
derna hizo Inglaterra otro tanto con la repartición del poder te metódica, para reafirmar la existencia de una justicia divina
entre la nobleza y el parlam ento. L a idea fue siempre la de que se ejerce inexorablemente después de la muerte.
que, juntam ente con el control popular, haya una clase superior, Lo que en la R e p ú b lic a son simples proposiciones, es en las
o sea de gentes especialmente preparadas para el gobierno; ahora L ey es —por lo menos pretende ser— objeto de rigurosas demos
bien, esta preparación, antes de la aparición del Estado so traciones. T od o el libro X de las L e y e s está consagrado ínte
cialista, no puede obviamente darse sino en las familias aco gramente, como dice Jaeger, al problema de Dios. Suele decirse
modadas. De ahí la estimación de la riqueza y el papel de la que en este libro está la teología platónica, aunque sería mejor
burguesía, clase que, a partir de la Revolución francesa, sus tal vez hablar en este caso no de teología, sino de teodicea.
tituye a la nobleza, y que fue, durante todo el siglo xix, la La teología, en efecto, el discurso sobre Dios o lo divino, anda
verdadera clase dirigente del Estado liberal. Los derechos del más o menos por otros diálogos platónicos. ¿Cómo olvidar, por
hombre, en los términos de nuestra Constitución del 57, son ejemplo, la Idea del Bien de la R e p ú b lic a y el Demiurgo del
el fin del Estado, pero a condición, naturalmente, de que el T im e o , expresiones supremas de Dios en Platón? L a teodicea,
derecho a la propiedad se incluya eminentemente entre los dere en cambio, en la acepción que Leibniz dio a este término, la
chos del hom bre, inm ediatam ente después del derecho a la vida justificación racional de la existencia de Dios y de sus atributos,
y del derecho a la libertad. Nunca pensaron de otro modo, desde no aparece sino en el diálogo póstumo, cuando el Extran jero
que el doctor Mora lo dijo así, nuestros grandes reformadores. de Atenas, advirtiendo en el ateísmo la verdadera "fuente de
Nunca estuvo Platón, por tanto, más lejos de la utopía como toda insensatez”, de todo extravío de la conducta, cree ne
cuando formuló la constitución m ixta de Jas L ey es, monumento cesario demostrar estas tres proposiciones: que los dioses exis
de la ciencia política vigente a lo largo de veinticuatro siglos. ten; que tienen cuidado de las cosas humanas, y que, por
¿H abría sido posible, una vez más, prescindir de esta su "se último, no se dejan corromper por ofrendas o sacrificios de los
gunda navegación”, tan a flor de m ar y tierra, para quedarnos mortales.43
únicam ente con la visión extática de los guardianes de la Las pruebas que siguen podrán no ser de gran valor, pero lo
R e p ú b lic a ? esencial no es esto, sino el cambio profundo que, por el solo
planteamiento de su teodicea, opera Platón en la religión de
su tiempo, en la religiosidad mejor dicho. Del ritualismo formal
L a te o d ic e a p la tó n ic a y puramente exterior de la ciudad antigua, pasamos a una
interiorización en la conciencia, a una actitud personal, que
En lo que sí, seguramente, es el segundo Estado platónico es al propio tiempo intelectual y moral. Lo esencial en adelante,
en todo semejante al primero, es en su dimensión o prolongación como dice Reverdin,44 es tener sobre los dioses ideas justas,
divina y escatológica. En la R e p ú b lic a , en efecto, se decía que es decir representárnoslos como seres perfectos, providentes e in
la constitución de la ciudad debía tener como su fundamento flexibles en su justicia, y después de esto, obrar en consecuencia.
insustituible la fe en la existencia de los dioses, en su provi El primer culto que les tributemos ha de ser, por tanto, el de la
dencia y en su justicia incorruptible.42 Fundam ento de la ciudad, vida recta, y de este espíritu estarán animadas las prácticas
lo recalcamos, ya que a los filósofos (que ocupan lugar tan pro cultuales.
minente en el prim er Estado) debe bastarles con la considera Pero aun en el terreno puramente especulativo, hay notables
ción de que la justicia es un valor absoluto: el mayor bien del aciertos, de incalculable rendim iento filosófico, en las "prue-

<3 L e y e s , 8 8 5 b.
<2 R ep. 365 d -e y 612 e. 44 O l i vi cr Rever d i n , L a r e lig ió n d e la c it é p l a t o n i c ie n n e , Par ís, 1945, p. 20 .
612 EL ESTA D O DF. L A S “ LEY ES”
EL ESTA D O DF. L A S “ LEY ES" 613
bas” de la teodicea platónica, por ingenuas que puedan pare
sólo la paciencia del padre Des Places ha sido capaz, de extrac
cemos. Es irreprochable, desde luego, el planteamiento de la
tar y catalogar.48
cuestión, al decirse que la fuente del ateísmo, de la “opinión
Los dioses, por último, son incorruptibles. Es en vano pen
insensata” (Tiriy-f) á v o i'jT o u Só^-qg), es el postular la anterioridad
sar que podamos aplacarles, como dice H om ero, con “heca
y el prim ado de la N aturaleza (los cuatro elementos tradiciona
tombes magníficas", para escapar, por esta especie de soborno,
les) sobre el Alma. U na vez sentada esta premisa, el alma no
a su justicia inexorable. De este modo se liga la providencia
podrá ser, en el mejor de los casos, sino un epifenómeno de la
con la justicia, como en el siguiente pasaje:
m ateria. Hay que poner de revés, sencillamente, tan grosero
“T a l es ¡oh joven que te crees abandonado de los dioses!
ü c rc e p o v T tp óxE p ov, por cuanto que el movimiento recibido, como
la sentencia de las divinidades del Olimpo: que todo aquel
lo es el de la m ateria, supone forzosamente la acción de un prin
que se ha hecho jxtor vaya a unirse a las almas peores, y el me
cipio automotriz, —o como diríamos hoy, con espontaneidad crea
jor que vaya hacia las mejores, y que tanto en la vida como
dora—, y esto precisamente, el automovimiento, es la definición
en la muerte, sea la que fuere, haga y padezca lo que es na
del alm a.15 H asta aquí todo va saliendo a pedir de boca; sólo
tural que se hagan mutuamente los semejantes entre sí. A este
que, en seguida, y por la ignorancia en que está de las leyes de la
decreto no podrás jactarte jamás de haber escapado, ni tu ni
gravitación universal, Platón no puede menos de pensar que los
otro alguno víctima de la desventura, porque los dioses lo han
cuerpos celestes son automotores, y que, por consiguiente, tienen
puesto por encima de todo decreto, y su reverencia, por tan
alma, con lo que estamos ya, prácticamente, en la religión as
to, debe ser absoluta. Porque, en lo que a ti toca, no lia de
tral de la E p in o m is . Pero Platón, evidentemente, no tiene por
desentenderse de ti jamás, ni aunque fueras tan pequeño como
qué ser también New ton, y lo grande de él, lo maravilloso,
para poder sumergirte en las profundidades de la tierra, o que
es el haber postulado la primacía incondicional del Espíritu.
fueras tan alto como para poder volar hasta el cielo. No te
Para él también, “el Espíritu se cernía sobre las aguas”, y en el
quedará sino pagar a los dioses la pena que les debes, o durante
principio de todo estaba la Razón creadora: év ápxij qv 5 A ó yo c .
tu permanencia aquí, o cuando vayas al Hades, o que seas
De no menor profundidad y belleza son los pensamientos sobre
trasportado a un lugar todavía más horrible.” 49
la Providencia. Dios/ 0 en efecto, es un ser necesariamente per
Es la misma escatología que hemos visto en la R e p ú b lic a , y
fecto, y siendo así, nada puede escaparle ni de lo sensible ni de
que Platón reitera aún tanto en el pasaje transcrito como en las
lo inteligible, ni de lo grande ni de lo pequeño. Su perfección,
últimas páginas que alcanzó a escribir de las L ey es. Bien lo
igualmente, excluye la negligencia o el desinterés por lo que
pintó Rafael en la Escuela de Atenas, en la serena figura del
pasa en el m undo; o dicho en términos positivos, a la omnis
anciano que con la mano apunta al cielo. Para él y para su
ciencia divina va necesariamente aparejado el gobierno divino
ciudad, “Dios es la medida de todas las cosas” ,30 según el texto
del universo. Y aun suponiendo que Dios y los dioses pudieran
venerable en que Platón opone expresamente su teocentrismo al
desinteresarse de las otras criaturas, de ninguna manera es esto
antropocentrismo de Protágoras. L a p a id e ia se define, dice Jae-
posible en lo tocante al hombre, en el cual hay un cierto
ger, como el camino hacia Dios.61
"parentesco divino” que le lleva a honrar aquello que siente
como de su raza y a creer en su existencia. 17 Es el gran tema
del parentesco entre el hombre y lo divino, que aparece prácti
cam ente en todos los diálogos platónicos, y en tantos lugares que -ts Cf . Ed o u ar d des Pl aces, S. I ., S y n g c n e ia , L.a p á r e n l e d e l' h o m m e a v e c
D ieu d ’H o m é r e á la p a t r i s t i q u e , Par ís, 19(11-
4:’ L e y e s , 89(1:1: t 6 cau r o r.ív ctv .. . -TÚYT; riMi/ yir TnoaayooErogFV. « L e v e s , 904 e-905 b. T r ad u ci m o s el t ext o d o n d e se h ab l a d el ú l t i m o l u ­
so En singular esta vez. ( 0 eóc), d e 901 a a 001 c y do 902 e a 90.1 c, bi en gar com o dy(HCÍ)TEeov, p o r p ar ecem o s m ás ver osím i l , au n q u e cu ot r o s códi ces
que en otros pasajes, y aun sobre el m i si n o tópico, se h ab l e, como es lo est á c u t i ó t e£>ov: “ m ás ap ar t ad o ” o “ m ás l ej an o ” . De acu er d o con t od o el
más com ún, «le lo s dioses. con t ext o, p ar ece t r at ar se t i c un l u gar de m ayo r h o n o r . Por la p r i m er a v er ­
si ón est án Pab ón v Fer n án d ez-Gal i an o ; p o r l a segu n d a l i es Pl aces,
47 L e y e s , 899 d: o i ’Yyév ei a t i .; t aco; o e Of í o .t oó ; r ó avucpuTov a y si xi p ü v
xa.l v o p í t ei v f i v o .i . so L e y e s , 716 c: ó 89 0 gó ; f| pi v j r ávr ü r v xtPIM-úrcov M-FTyKw .
>1 P a id e ia , p. 1077.
E L EST A D O D E L A S “ L E Y E S ” 615
614 E L ESTA D O DE LA S "L E Y E S ”

filósofo de que tengamos noticia, T a les de M ileto; y ninguno


D ios en P la tó n de los que le siguieron, salvo n aturalm ente los filósofos ateos,
parece haber disentido de él en este punto. Recordem os no más,
H a sido por esto mismo, en razón de estar Dios en el centro como prueba al canto, la famosa oración de Sócrates a Pan y a
de la filosofía platónica y en todas sus direcciones, en lo es las divinidades campestres —y locales— de la cuenca del Ilisos.
peculativo y en lo práctico, en el alm a y en la ciudad, por lo Y en cuanto a Platón, ahí están sus diálogos, hasta el últim o,
que hubim os de llegar a la conclusión, después de pensarlo m u para persuadirnos de que el politeísm o es el prim er dato y el
cho, de que no era posible hacer del problem a de Dios un tema más evidente.
más, un tema especial y connum erable con los seis grandes temas Se ha dicho, por los a d v o ca ti D ei, que Platón simula una creen
de la filosofía platónica. Es un tema, sin duda, en cuanto asunto cia que en el fondo no comparte, porque no se atreve, en n in
de discusión, pero que en todos los demás está y a todos los guno de sus dos proyectos políticos, a llevar las cosas hasta
penetra por entero. Por esto hubim os de tratarlo fragm entaria el extrem o de alterar la religión de la ciudad: habría sido una
m ente, y puesto que antes lo ofrecim os, nos toca ahora simple verdadera catástrofe. Pero en contra de esta piadosa hipótesis
m ente, para term inar, decir cómo vemos, por nuestra parte, está el sentim iento de reverencia con que habla de "Zeus, Hera
la teología platónica. y los demás”, o sean todos los olím picos, y en seguida de los
Dios o los dioses, o Dios y los dioses, es la gran cuestión dioses astrales, cuyo culto defiende y organiza con la mayor
—tan clara por su solo enunciado— que está en el corazón del m eticulosidad en el Estado de las L ey es. Para sim ulación, es
platonism o, y sobre la que han corrido mares de tinta. Hoy la mucho francam ente. Según una observación de R everdin, que
resolvemos todos (a condición, naturalm ente, de profesar una nos parece muy acertada, el ardor que pone Platón en su in
posición teísta) , por la disyuntiva y no por la copulativa. O vectiva contra los poetas, a quienes acusa de calum niar a los
abundan los dioses, con la jera rq u ía entre ellos que se quiera, dioses, al trasladar a ellos todos los vicios de los hombres, es
pero siempre dentro de una com unidad de naturaleza, como en buena prueba de que él, por su parte, cree en la existencia
las religiones politeístas africanas u orientales; 52 o, por el con de esos númenes cuya esencia venerable se esfuerza en vindicar
trario, tenemos el m onoteísm o absoluto del judaism o, del isla contra sus detractores. Que se les rinda culto, por tanto, pero
mismo y del cristianism o. Tod os cuantos vivimos en el ám bito como a perfectos paradigmas de toda virtud.
cultural de alguna de estas tres religiones, votamos siempre a Por encima, sin embargo, muy por encim a del panteón olím
blanco o negro: por la afirm ación del Dios único o por su pico, del panteón astral, del panteón dem oníaco, está ese Ente
negación. Lo único que no hay hoy son paganos. En la ciudad misterioso del que en ningún lugar dice Platón que sea el Dios
antigua, por el contrario, las cosas están muy lejos de ser tan único —y a quien, lo más frecuentem ente, ni siquiera lo nom
sencillas. L a disyuntiva no se im pone con esta fuerza en los bra Dios—, pero del que predica sustancialm ente los mismos
grandes representantes del pensam iento clásico (porque la masa, caracteres que son propios del Dios único de la R evelación judeo-
por supuesto, fue siempre p o liteísta ), sino que bien pudiera cristiana. A través de diversos nombres, siempre m etafóricos, lo
darse la copulativa: Dios y los dioses, con una terminología hemos entrevisto en los diálogos platónicos, siendo los princi
de la que no podrá jam ás decirse, a rajatabla, si es unívoca o pales los de Belleza en sí, Idea del Bien, Dem iurgo, Viviente
análoga. M onoteísm o y politeísm o, términos de suyo absoluta Inteligible y Plenitud del Ser ( t ó irav-ceLw^ ov) .
m ente excluyentes, podrían haber coexistido, vitalmente, en De todos estos nombres divinos, los que han encontrado hasta
aquellos pensadores. A nuestro hum ilde entender, es éste el gran hoy m ejor fortuna en la exegética platónica han sido, a lo que
problem a, por siem pre irresoluto, de la teología platónica. nos parece, los de Demiurgo y de Idea del Bien. Desgraciada
“T o d o está lleno de dioses”, parece haber dicho el primer mente, no ha sido posible establecer hasta hoy la perfecta ade
cuación, que tantos desearíamos, entre ellos y el Dios personal
£2 N o en t en d em os al u d i r al b u d i sm o, q u e es sobr e t od o u n m ét od o de
p u r i f i caci ó n m o r al , y q u e p o d r í a i n cl u so en car n ar u n a posi ci ón at eíst a.
y creador que como tal se nos muestra, inconfundiblem ente,
Es u n p r o b l em a dei q u e n o t en em os p o r q u é ocu p ar n os aq u í. desde la prim era linca del G énesis.
(¡16 IX ESTA D O DE TA S “ LEY ES” : 1. E S I ADO DE I .AS “ í.E Y E S ” 617

Al Dem iurgo, en prim er lugar, parece faltarle la nota de Es verdad que el texto no habla de la causalidad del Bien
creador. Persona lo es, sin duda, este A rtífice supremo, a quien sino ju ra el mundo inteligible; pero a Platón no le hace falta
se llam a “padre y hacedor del universo”. No por esto, sin em agregar que lo e- también para el mundo sensible, porque es
bargo, es Creador, si por creación entendemos la cpie lo es en su cosa que va de su yo. Líneas antes, en efecto, se nos ha dicho
sentido más propio, la creación ex n ih ilo . Así lo creen la mayoría que el Sol es prole o h ijo del Bien, engendrado por éste a su
de los intérpretes, entre los cuales citaremos, por su autoridad, imagen y semejan/..!.” y como el Sol es, a su vez, el agente fe-
a A lbert R ivau d : “El Demiurgo y sus agentes educen nuevas t nadador universal en el mundo sensible, resulta que es del
formas, pero estas formas son obtenidas por la armoniosa com Bien, en conclusión, ele quien viene lodo en absoluto, lo visible
binación de elem entos preexistentes. Ni en el orden del ser, \ ¡o inteligible. V ni siquiera necesitaba Platón haber hablado
ni en el orden del devenir, el Dem iurgo y los dioses subalternos de la m ediación solar, por ser algo evidente, dentro de su filoso
producen nada de m anera absoluta. Su actividad se ejerce sobre fía, (jue todo cuanto vemos o imaginamos, y que de algún modo
realidades que están ya dadas, y consiste únicam ente en com bi tiene una e n tid a d , es y existe por la Idea, y sólo por este paradig
narlas según ciertas leyes de orden y belleza, y en im itar un m o ma puede explicarse su existencia y su esencia. El Bien, por tanto,
delo anterior —a lo cpie parece— tanto a los dioses mismos como Idea de las Ideas, tiene por fuerza que ser tam bién el autor de
al mundo sensible.” 53 Porque ésta es, en efecto, la otra gran di Lodo aquello de que lo es la Idea.
ficultad: no sólo la preexistencia precreativa o acreativa de la El mismo texto dice tam bién —lo sabemos ya— que el B ien no
m ateria cósmica, sino esa dualidad, aparentem ente insuperable, es una esen cia (o sea algo concreto y lim itado cu su constitu
del Dem iurgo y el M odelo o V iviente Inteligible, hacia el cual, ción óntica) , lo cual no significa que no sea un ser; antes por el
como sede que es de las ideas, se vuelve el Demiurgo para poder contrario es el Ser absoluto, aquel del cual no ¡ruede predicarse
llevar a cabo su obra. Puede sostenerse, aunque con cierto es ninguna esencia en particular, justam ente por ser causa y prin
fuerzo, la interpretación contraria, con arreglo a la cual Dem iur cipio de todas ellas.55 V así, Platón llama al Bien ya el más es
go y Modelo serían dos nombres, b ajo razón diversa, del mismo plendoroso de los seres (t o ü ov-coq t ó epavótatov), ya el más di
ente; pero el hecho es que en parte alguna dice Platón que las choso (súScu.p.ovécTTa'Cov) , ya, en fin, el más excelente ( t ó apurxov
Ideas estén en el Demiurgo. En la teología agustiniana y to ¿v t o ü ; o u ¡n ) . 5T No es ¡josible entender todos estos lugares de otro
mista, por el contrario, las Ideas están, clara e inequívocam ente, modo que como denotativos no sólo de un existente, sino del su
radicadas en Dios; y la sim plicidad de la esencia divina no sufre premo Existente.
la m enor escisión al considerarla ya como Causa eficiente, ya Cuando todo ello se tiene presente, no sorprende mayormente
como Causa ejem plar. el que, desde los Apologistas griegos hasta nuestros días, la gran
Con la Idea del Bien pasa lo contrario que con el Demiurgo, mayoría de los intérpretes hayan visto en la Idea del Bien uno
o sea que es creadora, pero no personal. No puede, en electo más entre los muchos Nombres de Dios. Para no citar sino unos
(así Jo consignamos en el cap ítu lo relativo), escatimarse el poder cutimos, tanto Zeller como N ettleship ven en el Bien la causa
creador, un poder universal y absoluto, al E nte que com unica a final, creadora y conservadora del m undo. Es el litis realissim u tn
todos los demás entes “no solam ente su inteligibilidad, sino, por —dice por su ¡jarte T ay lo r—, y en el cual, por lo mismo, no puede
añadidura, su existencia y su esencia’’.51 darse ninguna essen tia que de cualquier modo coarte o sea dis
os A . Ri v au d , I n t r od u cci ón al T im e o , ed. Bu d é, Par ís, 1949, p. 36. En
tinta de su esse. No cabe ningún So Sein en la plenitud del Sein.
el cap í t u l o x d e est e l i b i o ad h er i m o s m ás b i en a l a i n t er p r et aci ón cr eaci o- Y el más próxim o a nosotros, Hans Kelsen, bien tocado de Kant,
n i st a de T ay l o r ; p er o ah o r a —y si n t en er p o r el l o que b o r r ar aqu el l as pero no hasta el punto de hacer de las Ideas platónicas, como
l í n eas— con f esar nos h u m i l d em en t e q u e nos hace m ás f uer za l a ot r a, la
q u e, a f al t a d e ot r o t ér m i n o, p o d r í am o s l l am ar or d en an ci st a. D esd e San =5 R e p . 5 0 8 c.
A gu st í n , q u e nos d i o d e el l o t an ed i f i can t e ej em p l o , no t i ene u n o p o r Co m o d i r á d esp u és l a t eol ogía cat ól i ca, l a esenci a de D i os —si a t odo
q u é aver gon zar se de q u e l a r e l r a c l a t i o p u ed a ser, a l a vez, r e-t r at am i en t o t r an ce q u er em os hablar d e u n a esen ci a d i v i n a— no p u ed e ser ot r a q u e su
y r et r act aci ón . ser m i sm o en act o exi st en ci al .
54 R e p . 509 b: xo el vat xt x ai xq v oü aíu v. . . 5t R e p . 518 c, 526 e, 532 c.
618 EL EST A D O DE LA S “ LEY ES” E L ESTA D O DE LA S “ l.E Y K S " 619

N atorp, ideas o categorías de la Razón, reconoce lealmente que lectualizada o refinada?59 Pero Platón, por devoto que haya
el Bien de la R e p ú b lic a es propiam ente la Divinidad, y agrega podido ser del panteón olímpico, emplaza claramente frente a
aún: “El Bien es, y es el Altísim o”.58 él y sobre él, en “maravillosa trascendencia” (Scupovía tmep-
A la Idea del Bien le falta, sin embargo, la personalidad, o poXiri), la existencia de otro Ser en absoluto incomparable, y
m ejor dicho, no se predica de ella explícitam ente; y ante esta por esto prefiere no darle ninguno de los atributos que son
piedra de escándalo retroceden, amedrentados, buen número de propios de los dioses inferiores, sino nombrarlo con metáforas,
intérpretes. Pero pensemos un poco. En primer lugar, Platón y afirmar enérgicamente, eso sí, que está muy “más allá de
no tenía consigo, en su idioma, un término (ni el concepto, por todos los seres que conocemos: “más allá de la esencia en ma
lo mismo) equivalente al término latino de persona, el cual, a su jestad y en poder” .00
vez, no vino a significar lo que hoy significa sino con el filósofo Por todo lo cual, y ya que el filósofo, más que curarse de
Severino Boecio. En un principio no expresaba otra cosa que nombres, debe ir directamente “a las cosas mismas”, habrá que
la máscara del actor teatral, cuya voz amplificaba (p erso n a re), decir entonces que si no es Dios, tendrá que ser un Superdiós
y sólo mucho después, por obra de la jurisprudencia romana, el Bien de la R e p ú b lic a . Quien lo dice así es Alfred Fouillée:
pasó a significar el sujeto capaz de derechos y obligaciones. De “Pero si el Bien no es Dios, es más que Dios; porque, según Pla
esta evolución semántica no hubo en Grecia el menor paralelo; tón, no hay nada por encima del B ien . . . Busquese, pues, un
y harto trabajo dio a los Padres griegos, en pleno apogeo del nombre aún más augusto que el de Dios para imponerlo al
cristianismo, traducir por h ip ó sta sis el vocablo, incomparable Bien.” 01
mente más expresivo, de p erso n a . Y a decir verdad, no se ve De la misma opinión es Simone W eil, como puede verse del
que hubiéramos ganado m ucho si Platón hubiera tenido la ocu siguiente pasaje:
rrencia de llam ar hipóstasis a su Idea del Bien. ¿Habría en él “Aunque Platón se expresa en términos estrictamente imperso
connotado esa voz lo que connota en la teología trinitaria de nales, este Bien que es el autor de la inteligibilidad y del ser de
Orígenes o San Atanasio? Como predicado abstracto, en suma, la verdad, no es otra cosa que Dios. . . Platón, al dar a Dios el
estaba por completo fuera del contexto lingüístico-conceptual nombre de Bien, expresa con la mayor energía posible que Dios
en que vivía Platón, la posibilidad de predicar la personalidad es para el hombre aquello hacia lo cual se dirige el am or.” 1,2
de la Idea del Bien. Y por esto mismo, como dice en otro lugar la ilustre escritora,
Lo que sí, en cambio, podría haber hecho, era haberla p e r Platón ha concebido a Dios bajo la razón del Bien, que es el
s o n ific a d o , como lo hizo con el Demiurgo. ¿Por qué en un caso objeto del amor, ya que “el amor de Dios es la raíz y el fun
sí y en el otro no? Sería largo, y hasta ocioso, bracear, aquí tam damento de la filosofía de Platón” .
bién, en el m ar de las conjeturas. Lim itándonos a la que nos Parece que no hay más que decir, al menos por mi parte.
parece ser la más probable, parece que puede perfectamente ad
mitirse la posibilidad de que Platón, muy conscientemente, haya
querido eliminar ttxla personificación de la Divinidad suprema,
precisamente para destacar su singularidad absolutamente emi
nente e inconfundible con los demás dioses, todos ellos perso-
nalísimos, pero con una personalidad más hum ana que divina,
y a veces demasiado humana. Porque si de “ persona” no había,
en aquella época y en aquel medio, sino la representación an-
trópica, o a lo más antropom órfica, ¿no había el peligro, al
personificar a la Divinidad, de que se la tomara por una nueva 5» ‘‘Tout p er son n al i sm e l u í apparaissait teinté d’anthropomorphisme."
versión del padre Zeus, o cosa por el estilo, aunque más inte- Des Places, Syngeneia, p. 98.
so R ep. 509 b : á.téxei va t t ¡5 oúaía.5 neeoP eíq: x a ! Óuvápti.
68 "Das Gute ist und ist der Allerhóchste.” D ie platonische Gerechtigkeit, si La filosofía de Platón, I, 255.
K a n t s t u d ie n , x x x v m , p . 113. 62 La source grccqu e, Gallimard, 1953, pp- 95-96.
ÍNDICE

Prólogo ............................................................................................ 7

I. Platón y su época.................................................................11
Viajes, 22; La Academia platónica, 28

II. Platón y S ic il i a ......................................................................35


Primer viaje, 30; Segundo viaje, -II; Tercer viaje, 15; T r i u n
fo y tragedia de Dion, 49; I.a vejez, las / . e y e s v la muerte, 54

III. Distribución de los diálogos............................................. 62


La clasificación de Trasilo, 65; Schleiermaeller, 71; Los mee-
'os métodos, 72; El método eslilonrcirico, 78; La cronología
lie Wiiamo'vit/, 81; Los seis grandes temas de la filosofía
platónica, 9U

IV. Teoría de la virtud............................................................... 111


Evolución semántica de la virtud, 92; Unidad o pluralidad
de la rirtud, 100; La piedad como calor religioso, 108

Y. Teoría de las ideas.............................................................. 126


Los primordios de la teoría, 120; Ideas platónicas y tilosolia
pi csocrática, 125: Platón v e n u s Hcráclito, 127; Las, Ideas en
el i'etlón , 135; Mundo láctico y mundo cidclico: modos posi
bles de enluce, l ió; 'Peoría de las Ideas y teoría del co
nocimiento, 154

VI. La idea del bien............................................................... 161

VII. La línea y la caverna.................................................. 176


La Caserna, 184; Solnc la alegoría en el platonismo, 190;
Interpretación de la alegoría, 19.3

VIII. La crisis del idealismo platónico...............................19b


Las aponas del "Parménides", 202; Idealismo eieático e idea
lismo platónico, 222

|6 2 l]
622 ÍN D IC E Í N D IC E 623

IX . La com unión de las form as........................................ 231 dad, 497; La oración fúnebre de Pericles, 501; De la "paid eia”
sofistica a la "paideia-’ platónica, 509
Del ser y del no-ser, 236; El no-ser como altendad, 243;
La autonomía del espíritu, 248
X V I. La pedagogía de la R e p ú b l i c a ..........................................512

X. La canción del m u n d o ...................................................... 253 La poesía y su censura, 5)6; Música y gimnástica, 521; La
educación científica y dialéctica, 526; Proyección histórica
El Piloto del universo, 255; La triple causalidad del Filebo, de la p a i d e i a platónica, 534
258; Introducción al T i m e o , 260; El mito de la Atlántida,
263; El Demiurgo y el Modelo, 266; Lo espiritual y lo divino,
273; Lo temporal y lo eterno, 279; El universo como música,
X V II. La polifonía de la ju s tic ia ............................................... 543
287; La causa errante. 290 Las primeras roces, 545; La intervención de Trasímaco, 547;
Trasímaco y Calióles, 548; Adinianto y Glaucón, 553; F.1 hom
X I. Representaciones helénicas del a lm a ...........................302 bre y el Estado. 555; Teoría platónica de la justicia, 558

El alma en los poemas homéricos, 303; La psique en el m un


X V III. Las paradojas de la R e p ú b l i c a .......................................... 565
do de ultratumba, 307; Dionisos y los órficos, 312; El alma
en la filosofía preplatónica, 315 El comunismo de los guardianes, 566; El filósofo rey, 571;
Las constituciones degeneradas, 579
X II. N aturaleza y destino final del a lm a ..........................322
X I X . El Estado de las L e y e s ................................................. 585
El alma en la R e p ú b l i c a , 324; El problema de la inmortali
dad, 329; La inmortalidad en el Gorgias, 330; La inmortali Del Estado de los dioses al de los hombres, 588; La educa
dad en la R e p ú b l i c a , 334; La inmortalidad en el Fedro, 338; ción de las Leyes, 590; La cuestión de la E p in o m i s , 597; La
El mito escatológico del F e d ro , 342; Las pruebas del Feclón, constitución mixta, 603; El consejo nocturno, 606; La teodicea
354; La deiformidad del alma, 359; Interludio polémico, 363; platónica, 610; Dios en Platón, 614
La prueba ontológica, 367; El mito final del F e d ó n , 372

X I I I . T e o ría del a m o r......................................................................376


El amor en el Lisis, 370; El amor en el B a n q u e t e , 382; Dis
curso de Fedro, 387; Discurso de Pausanias, 388; Discurso de
Erixímaco, 391; Discurso de Aristófanes, 393; Discurso de
Agatón, 396; Discurso de Sócrates, 399; La dialéctica erótica,
407; Intervención de Alcibíades, 412: El amor en el Fedro,
422; Arte, poesía, belleza, 432; Eros y Psiqué, 438

X IV . L a antigua educación h elénica......................................... 441


Homero como educador, 442; La didáctica moral en He-
síodo, 449; Del ideal agonístico al equilibrio interior, 454;
La educación espartana, 458; La antigua educación ateniense,
462

XV. L a ilustración y la so fística................................................467


El Imperio ateniense y la Ilustración, 470; La sofística como
pedagogía, 475; La filosofía de la educación en Protágoras,
479; La Retórica y sus vicisitudes, 488; La Idea de Huraani-

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