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“Semiótica Popular”- ​José Luis Petris

El Signo

El signo es el punto de partida de toda teoría semiótica. Hay por lo menos dos
conceptos de signos, así como padres de la semiótica (o semiología).
Ferdinand de Saussure ​presentó un concepto de signo conformado por dos partes
indisociables: el ​significante (digamos incorrectamente la materialidad transmitida en un
acto de comunicación), y el ​significado ​(el sentido de esa comunicación que prevé el
emisor que va a ser entendido por el receptor de la misma).
Alguien dice /diario/ (significante), y según Saussure, si conocemos el código,
entendemos hojas de papel impresas con noticias de hechos ocurridos en las últimas
veinticuatro horas (significado).
Charles Peirce ​propuso un signo conformado por tres elementos: el ​representamen
(algo parecido al significante de Saussure), el ​interpretante ​(algo desde lo cual se
construye/recepciona al representamen) y el ​objeto ​(el sentido construido por la
interrelación entre representamen e interpretante).
Alguien dice /diario/ (representamen), y alguien puede tener como interpretante qué
fue en la historia de la comunicación el diario (interpretante), entonces “entiende” hojas de
papel impresas con noticias de hechos ocurridos en las últimas veinticuatro horas (objeto).
Pero otra persona recepciona el mismo representamen desde otro interpretante, por
ejemplo el retroceso actual del diario frente a otros medios de comunicación, y por lo tanto
el objeto que se le construye es otro, algo así como medio informativo antiguo/tradicional.
A pesar de sus diferencias, Saussure y Peirce coinciden en algo fundamental, el
signo es algo que siempre remite a otra cosa, es algo que está en el lugar de esa otra cosa,
y esa otra cosa se nos hace presente a partir del signo, o a veces queda oculta en el signo.

Ícono, índice, símbolo

Peirce realizó varias clasificaciones de tipos de signos. La que se hizo más conocida
fue la que atiende a qué relación existe entre el signo y esa otra cosa a la que remite.
Ícono es aquel signo que guarda similitud con esa otra cosa. Por ejemplo, la grabación de
un cantante. Presenciamos un sonido semejante a la voz del artista, esa grabación es un
ícono de su voz.
El ​índice​, por su parte, es ese tipo de signo en el cual su relación con esa otra cosa
no es de semejanza sino de algún tipo de causalidad. Por ejemplo, si despertamos una
mañana y vemos que toda la calle se encuentra mojada, ello es signo de que ha llovido
durante la noche. La calle mojada no es parecida a la lluvia, es una consecuencia de ella,
por lo tanto es signo de que ha llovido, es índice de esa lluvia.
Por último el ​símbolo​. Es un signo cuya relación con esa otra cosa es
absolutamente arbitraria, y para ser entendido, imprescindiblemente convencional. Por
ejemplo la bandera de Argentina, no se parece a nuestro país ni es consecuencia lógica de
él, es un símbolo (arbitrario y convencional) de nuestro país.
“Tratado de Semiótica general”- ​Umberto Eco

LÍMITES NATURALES: DOS DEFINICIONES DE SEMIÓTICA

La definición de Saussure

Según Saussure (1916): “La lengua es un sistema de signos que expresan ideas y,
por esa razón, es comparable con la escritura, el alfabeto de los sordomudos, los ritos
simbólicos, las formas de cortesía, las señales militares, etc. Simplemente es el más
importante de dichos sistemas. Así pues, podremos concebir una ciencia que estudie la vida
de los signos en el marco de la vida social; podría formar parte de psicología social y, por
consiguiente, de la psicología general; nosotros vamos a llamarla semiología”.
Su definición de signo como entidad de dos caras (significante y significado) ha
anticipado y determinado todas las definiciones posteriores de la función semiótica. Y, en la
medida en que la relación entre significantes y significado se establece sobre la base de un
sistema de reglas (la lengua), la semiología saussureana puede parecer una semiología
rigurosa de la significación. Pero no es casualidad que los partidarios de una semiología de
la comunicación se inspiren en la semiología saussureana.
Según Saussure, el signo “expresa” ideas, y sus ideas eran fenómenos mentales
que afectaban a una mente humana. Así, pues, consideraba implícitamente el signo como
artificio comunicativo que afectaba a dos seres humanos dedicados intencionalmente a
comunicarse y expresarse algo.

La definición de Peirce

Peirce (1931) llamó semiótica a “la doctrina de la naturaleza esencial y de las


variaciones fundamentales de cualquier clase posible de semiosis”, y por semiosis entiende
“una acción, una influencia que sea, o suponga, una cooperación de tres sujetos, como, por
ejemplo, un signo, su objeto y su interpretante, influencia tri-relativa que en ningún caso
puede acabar en una acción entre parejas.
Los sujetos de la semiosis de Peirce no son necesariamente sujetos humanos, sino
tres entidades semióticas abstractas, cuya dialéctica interna no se ve afectada por el hecho
de que se de un comportamiento comunicativo concreto. Según Peirce, un signo es algo
que está en lugar de alguna otra cosa para alguien en ciertos aspectos o capacidades. Un
signo puede representar alguna otra cosa en opinión de alguien sólo porque esa relación
(representar) se da gracias a la mediación de un interpretante.
Quienes reducen la semiótica a una teoría de los actos comunicativos no pueden
considerar los síntomas como signos ni pueden aceptar como signos otros
comportamientos, aunque sean humanos.
Proponemos que se defina como signo todo lo que, a partir de una convención
aceptada previamente, pueda entenderse como alguna cosa que está en lugar de otra.
Aceptamos la definición de Morris (1938): “Algo es un signo sólo porque un intérprete lo
interpreta como signo de algo. Por tanto, la semiótica no tiene unes en la medida en que
participan en la semiosis”. La única modificación que hay que introducir en esta definición es
la de que la interpretación por parte de un intérprete debe entenderse como una
interpretación posible por parte de un intérprete posible.

EL INTERPRETANTE

La teoría de Peirce

El interpretante es lo que garantiza la validez del signo aún en ausencia del


intérprete. Según Peirce, el interpretante es lo que el signo produce en esa “casi-mente” que
es el intérprete: pero eso puede concebirse también como la definición del representamen y,
por lo tanto, su intención. No obstante, la hipótesis filológica más fructífera parece ser
aquella por la que el interpretante es otra representación referida al mismo “objeto”. En otras
palabras, para establecer el significado de un significante es necesario nombrar el primer
significante que puede ser interpretado por otro significante y así sucesivamente. Tenemos
así un proceso de semiosis ilimitada.
Por tanto, un signo es “toda cosa que determina alguna otra cosa (su interpretante) a
referirse a un objeto al que ella misma se refiere, del mismo modo con lo que el
interpretante se convierte, a su vez, en un signo, y así sucesivamente hasta el infinito. De
modo que la propia definición de signo supone un proceso de semiosis ilimitada.
“El objeto de la representación no puede ser sino una representación de aquello
cuyo interpretante es la primera representación. Pero podemos concebir una serie infita de
representaciones que tenga un objeto absoluto por límite”. Peirce define dicho objeto
absoluto, no como objeto sino como hábito y lo entiende como interpretante final.

La variedad de los interpretantes

El interpretante puede adoptar formas diferentes. Algunas de ellas:


a) Puede ser el significante equivalente (o aparentemente equivalente) en otro
sistema semiótico. Por ejemplo, puede hacer corresponder el diseño de una
silla con la palabra /silla/;
b) Puede ser el indicio directo sobre el objeto particular, que supone un
elemento de cuantificación universal (“todos los objetos como éste”);
c) Puede ser una definición científica o ingenua en términos del propio sistema
semiótico (por ejemplo, /sal/ por /cloruro de sodio/ y viceversa);
d) Puede ser una asociación emotiva que adquiera el valor de connotación fija
(como /perro/ por “fidelidad” y viceversa)
e) Puede ser la traducción de un término de un lenguaje a otro, o su sustitución
mediante un sinónimo.
Además, el interpretante puede ser una respuesta de comportamiento, un hábito
determinado por un signo, una disposición, y muchas otras cosas.

La semiosis ilimitada

Esa continua circularidad es la condición normal para la significación y es lo que


permite el uso comunicativo de los signos para referirse a cosas.
Las unidades culturales son abstracciones metodológicas, pero son abstracciones
“materializadas” por el hecho de que la cultura continuamente traduce unos signos en otros,
unas definiciones en otras, palabras en iconos, iconos en signos ostensivos, signos
ostensivos en nuevas definiciones, funciones proporcionales en enunciados ejemplificativos
y así sucesivamente.

Interpretantes y teorías de los códigos

Para limitar el concepto de interpretante a la teoría de los códigos debemos


identificarlo con las tres categorías semióticas siguientes:
a) El significado de un significante, entendido como una unidad cultural
transmitida también por otros significados y, por lo tanto, independiente
semánticamente del primer significante, definición ésta que se asimila a la de
significado como sinonimia.
b) El análisis intensional o componencial mediante el que una unidad cultural es
segmentada en unidades menores o marcas semánticas y, por lo tanto,
presentada como semema que puede entrar, mediante amalgama de sus
propios sentidos, en diferentes combinaciones textuales, definición ésta que
asimila el interpretante a la representación componencial de un semema, es
decir, como un árbol como el propuesto por Katz & Fodor.
c) Cada una de las marcas que componen el árbol componencial de un
semema, con lo que cada unidad o marca semántica pasa a estas, a su vez,
representada por otro significante y abierta a una representaci+on
componencial, definición ésta que asimila el interpretante al “sema” o
componente semántico, tal como lo ha presentado Greimas.

“Semiótica de los medios masivos” - ​Oscar Steimberg

DE QUÉ TRATÓ LA SEMIÓTICA

El tema de los medios, entre las irrupciones y retornos de los estudios semióticos

A cada una de las “ciencias sociales” a partir de los años ‘60 le ha ocurrido
abandonar su inicial sentimiento oceánico y sufrir un proceso de fragmentación ya típico.
También en el menos inclusivo campo de la semiótica ha sobrevenido la
concentración sucesiva en distintas áreas temáticas y en distintos objetos analíticos, y la
diversificación en escuelas y orientaciones teórico-metodológicas igualmente cambiantes y
móviles. La semiótica de los medios constituye uno de esos campos de elección. En la
semiótica de la última década, en el campo de estudio de los medios masivos replantean el
interés, para los estudios mediáticos, de temas con una tradición extensa y heterogénea.
Así ocurre con los incluidos en la problemática de los estilos y en la de las transposiciones
entre soportes y medios. Lo que implica el reconocimiento de que hay textos anteriores o
paralelos y externos al campo de los estudios semióticos, que la semiótica debe asumir
también como contexto de trabajo. El contexto de estas recuperaciones es el de los
procesos de cambio que caracterizaron el decurso de los estudios semióticos,
especialmente a partir del momento en que empezaron a privilegiarse grandes objetos
discursivos, en lugar de los códigos y unidades mínimas de la primera época. En este
desarrollo influyó la expansión de semióticas específicas, como la del cine, y la de las
teorías de la enunciación y del discurso; tanto en el campo de la lingüística, que seguían
constituyendo una disciplina orientativa, como en el de los medios, en trabajos como los de
Christian Metz y Eliseo Verón.

Medios y géneros

Entre los dispositivos discursivos potenciados por la expansión de los medios


masivos se encuentran las clasificaciones silvestres de los discursos sociales:
ordenamientos de textos compartidos conflictivamente por distintos operadores semióticos
de una misma área cultural. En los medios estas clasificaciones se despliegan junto con los
mismos productos discursivos que ordenan. El estudio del género contribuye a condicionar
el conjunto de la previsibilidad social del dispositivo mediático.
Los géneros existen e insisten en los medios, y también insisten esas clasificaciones
que constituyen, de por sí, un objeto de investigación con interés propio, en tanto
interpretante estabilizado de una región cultural.
Cuando se focaliza el estudio de los medios toma un importante lugar en estudio de
fenómenos que, como el de la transposición, habla, por un lado de la pervivencia de
determinados géneros transmediáticos, y por otro de la aparición en cada medio de géneros
específicos, relacionados con sus rasgos particulares. Hay transposición cuando un género
o un producto textual particular cambia de soporte o de lenguaje. El estudio de estos
fenómenos informa no solamente acerca de la vida de los géneros en el seno de la vida
social, sino también de un fenómeno general de nuestra cultura. Esas celdas culturales,
largamente consolidadas, en las que a la vez se despliega y se restringe el intercambio
discursivo, han dado lugar a algunos de los asuntos polémicos más fecundos, en el campo
de la teoría y la crítica de los medios. Y también a algunos equívocos clásicos, como el que
consiste en adjudicar al medio propiedades de un transgénero que se asienta en él pero
que lo antecede y lo excede (ejemplo: la telenovela y su relación con el melodrama).

Semiótica, lingüística, retórica

Lo que trata la semiótica general son definiciones iniciales como la que enuncia: “la
ciencia que estudia la vida de los signos en el seno de la vida social”. Esa “vida social” no
era para Saussure solamente una vida de textos, pero siempre conviene aclarar que
también lo era. La noción de semiosis infinita de Peirce acabaría, como se verá, por
imponerse incluso en los espacios de desarrollo de la semiología de raíz saussureana y
devolviendo complejidad y movilidad a las relaciones entre “semiótica y sociedad”.
Así como en una etapa la semiótica se manifestó como el efecto de una determinada
extensión de la lingüística, en otras posteriores ha ido incorporando perspectivas no
lingüísticas y aún no relacionadas con las ciencias del lenguaje”, en un proceso que no se
presenta como destinado a cerrarse.

La noción sistema y sus asistemática fecundidad


Uno de los conceptos centrales de la teoría de Saussure, por el que se postula la
necesidad de estudiar todo hecho lingüístico en función de sus relaciones. La noción de
sistema, en Saussure, se conecta con esta noción.

Otros ejes del saussureanismo post-saussureano

Red, Redes

“La semiótica argentina y la publicación de Semióticas y La


semiosis social 2. El trabajo de Eliseo Verón y Oscar Steimberg”-
Rolando Martínez Mendoza y José Luis Petris

La semiótica argentina tiene un doble origen: ​La semiosis social (1987) y Semiótica
de los medios masivos (1991).
Algunas de las características que describen de la semiótica argentina son:

El interés por los procesos de significación social-comunicacional

Tal vez la semiótica desarrollada en la Argentina tenga dos nacimientos. El primero


empujado por la iniciativa de algunos pocos nombres propios (Verón, también Massota,
rápidamente Steimberg y Traversa), en espacios fébriles, polémicos ex profeso, de
búsqueda y experimentación como lo fue el Di Tella, por ejemplo, y un segundo nacimiento,
de fuerte impronta institucional, cuando la recuperación democrática de 1983, en el ámbito
de la Universidad de Buenos Aires.
La semiótica argentina constituyó como su objeto de estudio la dimensión
significante de los procesos sociales de comunicación. En lugar de la sola descripción de
operatorias textuales, se exigió también el análisis de las relaciones interdiscursivas
significantes, considerándose a la comunicación no como un instrumento de la política o de
la ideología, sino reconociendo a la comunicación como una de las dimensiones
constitutivas de lo social, de su política y de su ideología. Pensando a lo social como lo
común, lo más extendido, como las condiciones productivas compartidas. Los medios
masivos de comunicación y sus productos constituyen el objeto de estudio dominante de la
escena semiótica argentina.
La semiótica argentina tomó para sí objetos del primer Barthes pero los abordó con
una mirada más cercana al último Barthes. Objetos socialmente comunicacionales, casi
inevitablemente soportados/generados por los medios masivos de comunicación,
analizados en su complejidad intertextual, aquella que limita las posibilidades de producción
de sentido esperadas por las intenciones de sus productores y que en consecuencia
devuelve su dimensión política al acto de consumo, recepción y/o reconocimiento.

La sutil elisión del signo


“Significativamente” la semiótica argentina, la de Verón y Steimberg, sin criticar
abiertamente el signo, lo elidió. En su lugar trabajó con la idea de operaciones de
significación que agrupándose, mutuamente alterándose, expulsándose, construyendo otras
nuevas y transformándose, producen sentido en cada situación concreta bajo lógicas y/o
“gramáticas” inestables. Dialéctica que explica a la comunicación: siempre distinta,
cambiante, pero con permanencias, así sean momentáneas, imprescindibles para permitir
su realización. No hay comunicación sin repetición, no hay producción de sentido sin
novedad, y no hay comunicación sin producción de sentido (aunque puede haber
producción de sentido sin comunicación).
La semiótica argentina defendió y trabajó con la idea de procesos de significación
siempre abiertos y cambiantes, capaces de ser descriptos y explicados sólo por sus
operaciones subyacentes, constelaciones medianamente estables, aunque nunca
totalmente, para Verón, y destellos siempre imposibles de asir en forma plena, pero
capaces de ser parcialmente reconstruidos, para Steimberg.

El desfase entre producción y reconocimiento

Eliseo Verón introdujo entre las instancias de producción y reconocimiento un


quiebre. Explícitamente situado en una concepción temaria peirceana, aunque ya no del
signo de la significación, y duplicándola en las instancias de producción y reconocimiento,
bosquejó una teoría comunicacional basada en la impureza o imperfección del acto, y en la
imposibilidad de su repetición.
Ninguna producción discursiva es originaria, siempre proviene de otras anteriores. Y
es en sus relaciones con lo preexistente que encripta un juego de sentidos. Pero en la
instancia de reconocimiento esa producción discursiva es espontáneamente relacionada
con otros juegos de producciones discursivas previamente conocidas, generando sentidos
nunca iguales a los encriptados, aunque nunca absolutamente distintos (si estamos
ubicados en un mismo espacio cultural y los actores sociales comparten las mismas
operaciones necesarias para la sociabilidad). El fin principal de un acto comunicacional
puede ser producir un determinado sentido, pero siempre generará en reconocimiento uno
distinto al construido en producción. La comunicación es una trágica cadena de equívocos.
La imposibilidad de la repetición de todo proceso de significación tiene dos motivos.
En cada espacio cultural y/o social son distintas las “condiciones de reconocimiento”
existentes, luego los sentidos generados no pueden coincidir en forma plena (lo común
entre ellos es sólo un subconjunto de las significaciones producidas o un sentido básico
sostén de las distintas significaciones). El otro es la impronta de la experiencia: un mismo
actor expuesto reiteradamente a un mismo estímulo discursivo, las segundas veces lo
enfrentará con “condiciones de reconocimiento” modificadas por las primeras experiencias,
cambian “las condiciones de reconocimiento”, cambia el sentido producido (aunque el
estímulo, materialmente, sea el mismo). Podremos extender este razonamiento al ámbito de
lo social.
Si toda producción de sentido no es efecto de un discurso sino de un juego de
relaciones entre discursos cruzados por operaciones, el desfase entre producción y
reconocimiento nos señala que estas relaciones discursivas no son plenamente
compartidas ni estables, y que la semiosis social (el entramado discursivo) es una red
conformada tanto de hilos como de vacíos, un entramado discontinuo. Esta semiosis social
es el objeto de estudio, el desafío, de la semiótica argentina.

La triléctica género/estilo/campo de desempeño semiótico

Oscar Steimberg identifica una serie de operaciones iniciales en toda producción de


sentido. Si un discurso, por lo visto, no genera sentido si no es interdiscursivamente, los
primeros sentidos provienen de su inclusión en dos series, la de género y la de estilo.
Muchos significados generados por un discurso provienen del género y del estilo en los
cuales se inscribe o lo inscribe una sociedad.
Pero estas inclusiones no son estables. En tanto clasificaciones sociales, los
géneros tienen desarrollos en el tiempo expansivos, contractivos, de mutación, de partición
o agregación, etc. Igual con el estilo, pero con la gran diferencia: en la contemporaneidad de
los discursos el concepto de estilo es confrontación y debate dentro de esa sociedad, y si
existe algún consenso no es social sino “comunal”. Las clasificaciones de género y estilo
sintetizan la dialéctica entre el reconocimiento social y el disenso entre las comunidades
estilísticas que lo conforman. Consenso descriptivo y disenso valorativo que permite al
mismo tiempo procesar comprensión y disputa, unidad y diferencia, permanencia y
transformación.
Pero esta dialéctica está situada, en, como siempre, territorios en movimiento: los
“campos de desempeño semiótico”. Son el tercer término según el cual un discurso significa
antes que pueda hacerlo por su singularidad.
Todo discurso empieza a significar desde esta “triléctica” género/estilo/campo de
desempeño semiótico. Allí se posiciona la semiótica argentina con instrumentos y
proposiciones propias.

La enunciación de los dispositivos

Oscar Traversa manifiesta la voluntad por tener en cuenta la especificidad de cada


dispositivo mediático con sus lenguajes y sus particulares formas de proponer y generar
vínculos enunciativos diferenciados entre la emisión y la recepción. Es decir, el análisis de
los fenómenos de la comunicación en tanto productores enunciativos de sentido, en
contraposición con aquellos que realizaban una denuncia generalizada de los medios
masivos de comunicación por su manipulación de los contenidos y “automática”
manipulación de sus receptores, sin tener en cuenta la escisión entre producción y
reconocimiento, la actividad política presente en toda recepción y (precisamente) la
especificidad enunciativa propia de cada dispositivo mediático.
Traversa definió con los años al dispositivo como una particular gestión del contacto,
incluyendo en él tanto el aparataje técnico como las gestiones sociales de distribución y
circulación de los textos producidos por esos instrumentos técnicos. Es decir, introdujo a la
sociedad en la decisión de cuándo y cómo utilizar las posibilidades técnicas de cada
tecnología, y no la redujo a sujetos expuestos a la utilización de ellas.

Las especificidades (y las semióticas)


La semiótica argentina, la de Steimberg y Verón, evitó y evita pensar cada nuevo
fenómeno significante como un nuevo caso confirmatorio de una construcción teórico
disciplinar previa. Por el contrario lo toma como un desafío a su saber anterior. Si hay un
valor que define a la semiótica argentina es éste, el de la especificidad.

El tácito debate sobre la posición de análisis

La semiótica argentina se considera a sí misma como una “teoría del observador”.


La exigencia de observar los eslabones adecuados con el nivel epistemológico que plantea
Fabbri, donde se explicite desde qué lugar se observa y las consecuencias de la
observación respecto a la construcción del objeto observado, fue respondida por Verón a
veces mediante formulaciones más o menos poéticas, en otras con una escritura más dura
donde parecer resonar sus primeras preocupaciones científicas. ​“Ponerse fuera del juego”​
para “​jugar a otro juego”​ . En todas está presente, en alguna medida, la construcción de una
posición con pretensión de exterioridad, que complejiza mostrando todas las instancias
mediadoras con el objeto, pero que busca ocupar un lugar diferenciado de reconocimiento.
En Steimberg es distinto, en el análisis interpelar al objeto de estudio, pero
sabiéndose interpelado por él. Siempre en una escena cambiante donde, tal vez, deberá
modificarse el plan, la táctica, el método y la estratégia.
Las diferencias entre Verón y Steimberg sobre la posición del analista nunca se
convirtieron en un debate explícito. Fue tácito y productivo. Porque en ellas se cifran dos
concepciones que en lugar de negarse una a la otra, se interrogan, y se posicionan como
límites para sus propios desarrollos.

Cierre

“La semiosis social, parte II”- ​Eliseo Verón

Discursos sociales

En los años setenta hizo su aparición un recién llegado: el concepto de “discurso”.


Ante todo abre la posibilidad de un desarrollo conceptual que está en ruptura con la
lingüística. Una teoría de los discursos sociales se sitúa necesariamente en un plano que no
es el de la lengua. Igualmente, el saber lingüístico es indispensable para una teoría de los
discursos sociales.
El concepto de “discurso” abre la posibilidad de una reformulación conceptual, con
una condición: hace estallar el modelo binario del signo y tomar a su cargo lo que yo llamo
“pensamiento temario sobre la significación”, sepultado bajo cincuenta años de lingüística
estructuralista. A este proyecto yo lo designo: teoría de la discursividad o teoría de los
discursos sociales. La teoría de los discursos funda así su vocación translingüística.

El sentido como producción discursiva


La teoría de los discursos sociales es un conjunto de hipótesis sobre los modos de
funcionamiento de la semiósis social. Por semiósis social entiendo la dimensión significante
de los fenómenos sociales: el estudio de la semiósis es el estudio de los fenómenos
sociales en tanto procesos de producción de sentido.
Una teoría de los discursos sociales reposa sobre una doble hipótesis:
a) Toda producción de sentido es necesariamente social: no se puede describir
ni explicar satisfactoriamente un proceso significante, sin explicar sus
condiciones sociales productivas.
b) Todo fenómeno social es, en una de sus dimensiones constitutivas, un
proceso de producción de sentido, cualquiera que fuere el nivel de análisis
(más o menos micro o macrosociológico)
La doble hipótesis que acabo de formular es inseparable del concepto de discurso:
esta doble determinación puede ser puesta en evidencia a condición de colocarse en el
nivel de los funcionamientos discursivos​. Este doble anclaje, del sentido en lo social y de lo
social en el sentido, sólo se puede develar cuando se considera la producción de sentido
como discursiva. Por lo tanto, sólo en el nivel de la discursividad el sentido manifiesta sus
determinaciones sociales y los fenómenos sociales develan su dimensión significante. Es
por ello que una sociosemiótica sólo puede ser una teoría de la producción de los discursos
sociales.
Pero tampoco es menos cierto que la teoría de la producción de sentido es uno de
los capítulos fundamentales de una teoría sociológica, porque ​es en la semiosis donde se
construye la realidad de lo social​. El análisis de los discursos sociales abre camino, de esa
manera, al estudio de la ​construcción social de lo real​.
Toda producción de sentido, en efecto, tiene una manifestación material. Esta
materialidad del sentido define la condición esencial, el punto de partida necesario de todo
estudio ​empírico de la producción de sentido. Siempre partimos de “paquetes” de materias
sensibles investidas de sentido que son ​productos;​ con otras palabras, partimos siempre de
configuraciones de sentido identificadas sobre un soporte material (texto, imagen, etc) que
son fragmentos de la semiosis. Cualquiera fuera el soporte material, lo que llamamos un
discurso o un conjunto discursivo no es otra cosa que una configuración espacio-temporal
de sentido.
Las condiciones productivas de los discursos sociales tienen que ver, ya sea con las
determinaciones que dan cuenta de las restricciones de generación de un discurso o de un
tipo de discurso, ya sea con las determinaciones que definen las restricciones de su
recepción. Llamamos a las primeras ​condiciones de producción ​y, a las segundas,
condiciones de reconocimiento.​

Desde el punto de vista de un análisis discursivo, esta polémica es un falso debate:


el análisis de los discursos no es “externo” ni “interno”. No es “externo” porque para postular
alguna cosa es una condición productiva de un conjunto discursivo dado, hay que demostrar
que dejó huellas en el objeto significante, en forma de propiedades discursivas.
Inversamente, el análisis discursivo no es ni puede ser “interno”, porque ni siquiera
podremos identificar lo que hay que describir en una superficie discursiva, sin tener
hipótesis sobre las condiciones productivas. Debe quedar en claro que este doble rechazo
no es, para nosotros, el rechazo de dos posiciones antagónicas posibles: decimos, por el
contrario, que la oposición misma de estos dos puntos de vista reposa en un malentendido.

Los “objetos” que interesan al análisis de los discursos no están, en resumen, “en”
los discursos; tampoco están “fuera” de ellos, en alguna parte de la “realidad social
objetiva”. Son ​sistemas de relaciones: s​ istemas de relaciones que todo producto significante
mantiene con sus condiciones de generación por una parte, y con sus efectos por la otra.

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