JUNE GOODFIELD
LA TRAMA DE LOS
CIELOS
EUDEBA
Traducida por
NÉSTOR MfGUBZ
SE ACAB6 DE IMPRIMIR
EN MAYO DE 1963, EN
TALLEBES TOBFANO - ARTES GRÁFICAS
CABABOBO 1151, BUENOS AmEs
INDICE
311
RECONOCIMIENTOS
1
Los autores agradecen a las siguientes institucio-
nes por la autorización para reproducir ilustraciones
de medio tono:
A los custodios de la Biblioteca Bodleiana por la
Iluminación de un texto árabe en que se muestra
el culto a las estrellas (lámina V); a la Iraq Petro-
leum Co. por El Ziggurat de Ur (lámina 11); a
Percy Lund, Humphries and Co. Ltd. por la Tablilla
cuneiforme NP 101 tomada de "Textos astronómicos
cuneiformes", de O. Neugebauer, publicado por el
Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Nue-
va Jersey (lámina 1); a Mansell CoIlection por el
Cometa del tapiz de Bayeux (lámina VII) y por Esce-
na de siega del heno con datos astronómicos del
"Libro de horas" del duque de Berry (lámina VIII);
al Museo de Ciencias de Londres por Esfera armi-
lar, bronce, siglo XVI (lámina IV), El Cuadrante
mural de Tycho Brahe (lámina XI), Planetario
(lámina XIII) y por las fotos de la Nebulosa en espi-
ral de Ursa Major (lámina XIVa) y la Nebulosa
N.G.C. 4565 (lámina XIVb), reproducidas con autori-
zación del Observatorio de Monte Wilson, Califor-
nia.
y agradecen por la autorización para reproducir
dibujos:
A la Brltish Broadcasting Corporation por Tabla
en que se muestra la relaci6n entre los calendarios
lunar y ~olar (pág. 34); a Clarendon Press por El
esquema del universo del Dante, de "Studies In tbe
History and Method of Science", de Charles Singer
:>
(página 185); al Profesor N. R. Hanson y al Dr.
Harry Woolf por las figs. (págs. 135, 158, 159) que
aparecieron en un articulo sobre "El poder matemá-
tico de la astronomfa epiciclica", en Isis, Seattle,
junio de 1!l60; a Arthur Koestler por el Modelo del
universo de Kepler (pág. 257); Y a Van Nostrand
& Co. Ltd. por El movimiento retr6grado de Marte
(pág. 27).
11
'1
PRóLOGO DE LOS AUTORES
10
INTRODUCClON GENERAL
CosMOLoGÍA
CAPITULO 1
LAS FUENTES
-24:
poco más tarde, hallamos problemas geométricos
simples, que se resolvían por métodos aritméticos
o algebraicos, a düerencia de los métodos que nos
son más familiares, desarrollados por los geómetras
griegos (como Euclides) 1500 años más tarde. Por
la misma época, alrededor del 1800 a. e., se hicieron
los primeros catálogos estelares y 16s primeros re-
gistros de movimientos planetarios. Al principio,
todas las posiciones celestes se indicaban con refe-
rencia a constelaciones conocidas; se lee, por ejem-
plo: "a tres dedos de la cola de la Osa Mayor". Solo
desde el 450 a. e. hallamos una localización de su-
cesos astronómicos. hechos mediante el uso de un
sistema numérico preciso de "grados" angulares;
desde ese momento, se determinan las posiciones
con referencia a los signos del Zodíaco. En este sis-
tema, se divide arbitrariamente el cielo en doce
zonas de 30°; cada zona se halla caracterizada por
una constelación particular. Gracias a esto se hizo
posible la "aritmética angular": podían sumarse o
He resta las distancias a través del cielo del mismo
modo que las distancias sobre la Tierra. Así, pudie-
ron introducirse técnicas aritméticas muy precisas
para la predicción de los acontecimientos celestes.
Los signos numéricos usados por los babilonios
para los cálculos aritméticos iban de 1 a 60, de 61
11 3.600, etc.; en nuestro sistema "decimal" vamos
de 1 a 10, de 11 a 100, etc. Era natural. pues, que
también empleasen estos signos "sexagesimales" pa-
ra el registro de los grados angulares. En realidad,
hemos tornado de ellos, sin cambio alguno, el siste-
ma para medir ángulos y aún lo empleamos. Los
ángulos que nosotros indicamos, por ejemplo, 290,
31', 5" (hablando de grados, minutos y segundos),
ellos los escribían simplemente 29,31,5, como los dí-
gitos sucesivos de una fracción sexagesimal, es de-
31 5
elr, indicaban el número 29 + - + --, del mismo
60 (60)2
modo en que nosotros expresarnos la, fracción deci-
4 8
mal 5,48, o sea: 5 + - + --o
10 (10)2
25
Los PROBLEMAS
Por remota que sea la época de la que se conserve
algún testimonio, hallamos siempre en ella que los
hombres han tenido motivos para estudiar el cielo
y las cosas que ocurren en él. La vida agrícola esta-
ble exige un conocimiento práctico del ciclo de las
estaciones, por lo cual, aunque el centro del hombre
se halle en la tierra en que vive, las idas y venidas
de los cuerpos celestes atrajeron su atención desde
épocas tempranas: sus apariciones (los "fenómenos",
como los llamaban los griegos), sus desapariciones,
sus fases, sus eclipses y todos esos ciclos periódicos
cuya existencia es obvia aun antes de disponer de
ninguna teorJa o modelo de los cielos. Los babilo-
nios estudiat'on con gran minuciosidad este espec-
tá¿ulo, aun :sin preguntarse -que nosotros sepa-
mos-, comó "problema de física, qué son realmente
los objetos que integran la procesión celeste. Ellos
observaron, registraron y aprendieron a conocer los
ciclos astronómicos por razones prácticas y parecen
haber ignorado casi totalmente los problemas de
tipo especulativo.
El problema básico que abordaron los babilonios
fue el de la predicción celeste, que en gran medida
también resolvieron. Algunos sucesos son fáciles de
predecir: a medida que cambian las estaciones, las
constelaciones se desplazan de manera gradual y
uniforme a través del cielo, para reaparecer afio
tras año en la misma sucesión regular. Pero él Sol,
la Luna y los planetas se mueven a través de las
constelaciones a velocidades variables y siguiendo
trayectos a veces intrincados.
Ilustraremos esto con dos ejemplos. Consideremos
primero los planetas. Los babilonios sabían que
éstos no -se mueven a través de las estrellas fijas en
trayectorias rectas y a velocidades constantes. Si 9b-
servamos un planeta como Marte y diagramamos
sus posiciones sucesivas a través de las constela-
ciones noche tras noche y durante meses, pronto se
hace evidente la gran irregularidad de su trayecto.
Después de moverse de manera continua a través
de las estrellas durante algún tiempo, se detiene
periódicamente por unos días, luego retrocede du-
26
rante varias semanas, se detiene una vez más y
finalmente reanuda su marcha normal hacia el este.
Si unimos los puntos de su trayectoria en los que
lo hemos observado, veremos que el planeta ha des-
cripto un rizo: como decimos hoy, su movimiento
ha sido "retrógrado". (Los babilonios registraron y
sabían cómo prever este movimiento retrógrado de
los planetas.)
Aun el movimiento visible del Sol es bastante
difícil de analizar. Podemos, también en este caso,
di agramar sus posiciol1es relativas a las constela-
..
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El movimiento retrógrado de Marte en 1939
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del Sol 30
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LAS FUENTES
Los CIMIENTOS
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2+4+6
I• 2+4+6·1-8
• •
P.gfl1'as oblongas
82
nuevas filas, de 5, 6 ... gUlJarros al tetraktys. Tam-
bién expresaron otras sumas de manera similar, por
ejemplo, las sumas de números impares sucesivos.
que forman cuadrados, y las sumas de números
pares sucesivos, que forman figuras oblongas (ver
página 82). ¿Qué tiene de sorprendente, pues, que
hayan supuesto desde un primer momento princi-
pios aritméticos similares detrás de todas las ver-
dades y construcciones de la geometría?
El programa pitagórico encontró, ya en época
temprana, un serio inconveniente como resultado
del cual cambió toda la- dirección de las especula-
ciones griegas acerca de la naturaleza. En efecto,
descubrieron ciertas relaciones geométricas muy ele-
0'141
1 unidad
1 unidad
11.+ J: =2
Triángulos rectángulos que tienen ldos iguales a la unidJ
84
número lo necesario, pero, en tanto todos los cubos
de la construcción tengan la misma longitud, la di-
ficultad volverá a aparecer. Por pequeñas que haga-
mos las unidades, siempre se necesitará un frag-
mento de cubo para completar la diagonal.
Puede formularse esta dificultad de muchas ma-
neras distintas, pero todas equivalen a lo mismo.
Podemos expresarla así: siempre se necesitará un
fragmento de cubo para completar la diagonal, por
pequeños que sean los cubos. También podemos ex-
presarla de este modo: si el lado de un cuadrado
tiene una longitud igUal a un número entero de uni-
dades, la longitud de la diagonal nunca será un
número entero de estas mismas unidades. También
podemos decir (para introducir una nueva palabra):
la diagonal y el lado de un cuadrado son "inconmen-
surables", es decir, no son medibles en unidades
comunes. Finalmente, puesto que, por el teorema
de Pitágoras, la longitud de la diagonal de un cua-
drado de lado igual a la unidad es la raíz cuadrada
de dos, podemos decir que no es posible expresar la
raíz cuadrada de dos como una fracción simple de
dos números enteros. No hay dos números enteros
cuya división sea igual a la raíz cuadrada de dos;
esta cantidcd solo puede ser expresada numérica-
mente mediante el decimal infinito 1,4142 ...
Hasta el día de hoy los matemáticos llaman a la
raíz cuadrada de dos un número irracional. Esto
constituye un eco lejano de la respuesta de los grie-
gos a este descubrimiento. Toda la concepción pita-
górica del mundo se basaba en la idea de que todo
se adecua a principios racionales y que éstos son la
expresión de números enteros y de sus fracciones
(o "razones"). Así, la irracionalidad de la raíz cua-
drada de dos amenazaba con quebrantar toda su fe.
La leyend~ nos dice que trataron a ese descubli-
miento como a una especie de esqueleto oculto en
el aparador, cuyo conocimiento por el resto de la
humanidad es necesario evitar. Pues, ¿de qué ma-
nera su enseñanza fundamental, según la cual loa
números enteros constituyen los principiOS esencia-
les de la naturaleza, podía sobrevivir a la revelación
de que, de acuerdo con sus pautas, ni siquiera 13
geometría simple era totalmente racional?
85
Aunque su primera reacción fue suprimir este
descubrimiento, a la larga debieron enfrentarse con
él, y los resultados de esto fueron beneficiosos. Este
obstáculo para la elaboración de una teoría aritmé·
tica de la naturaleza no desacreditó a la matemática
(como ellos temían). En lugar de ello, sirvió como
estímulo para la creación de una teoría geométrica,
que en realidad funcionó mucho mejor. Después de
todo (pensaban los hombres), quizá los números
son demasiado generales y abstractos para servir
como principios universales de las cosas; las figuras
y los modelos geométricos quizá podrían servir más
efectivamente a la física.
116
LECTURAS Y OBRAS DE CONSULTA
COMPLEMENTARlAS
97
CAPiTULO 111
LA SINTESIS PREMATIJRA
EL PROGRAMA DE ARISTÓTELES
MOVIMIENTO y CAMBIO
1) Velocidad y esfuerzo
2) Velocidad y resistencia
C~;"If'~ d~ Sie/iO
jg T;~lrQ
127
CAPíTULO IV
ESa:PTICOS y HEIttllCOS
REMIENDOS EN LA DINÁMICA
LA REFORMA DE LA ASTRONOMÍA
142
CAPíTULO V
CUATRO CUESTIONES
EL FUNDAMENTO CIENTÍFICO:
EL ABANOONO DE LA FÍSICA
"
ct
i-1
\,
/ .
~ (]
H
B
LA VERSATILIDAD DE LOS EPICICLOS
A, B Y C muestran algunas de las diversas órbitas que pueden construirse mediante una com-
binación de epiciclos deferentes. A, muestra de qué manera un epiciclo puede producir
un efecto equivalente a una excéntrica. Si el planeta se mueve en el epiciclo a una velocidad tal
que, a medio camino sobre el círculo deferente, ha atravesado una vez todo el epiciclo en la
misma dirección, entonces el efecto, visto desde el centro de la órbita, será el mismo que si
el planeta se hubiera movido a través de un círculo excéntrico. B, muestra cómo puede pro-
ducirse una órbita elíptica. En este caso, el camino del círculo deferente tiene un sentido ~on
lrario al de las agujas de un reloj, mientras que el planeta se mueve sobre el epiciclo en el sentido
de las agujas del reloj. Esta vez, el planeta atraviesa la mitad del epiciclo en el tiempo que tarda
en atravesar la mitad de! c1,cu.1o .d.efeuo.te.-
e
e, muestra de qué manera, para un adecuado conjunto de
radios y velocidades, es posible obtener una órbita cua-
drada. Mediante adecuadas variaciones en los radios y las
velocidades, es posible consuuir cualquier tipo de órbita
que podamos encontrar en astronomía.
G
El método de Arquímedes para hallar el área de un círculo
El triángulo ABe tendrá un área de lf2d1 X 1fsPl'
El área total del cuadrado ADEF será ~dlP\.
El octógono HDIEJFGA tendrá un área de lf2d~2' etc.
J es siempre la longitud de la perpendicular trazada desde
el centro de una figura a cualquier lado del polígono,
y p es el perímetro.
1GB
una de estas figuras tendrá una superficie menor
que la del circulo, pero siempre podemos reducir la
diferencia aumentando el número de lados. Para
llegar a la superficie del círculo, tendríamos que
aumentar indefinidamente el número de lados; de
este modo, el circulo puede ser concebido como el
"límite matemático" al que nos aproximamos a me-
dida que los lados del polígono inscripto aumentan
en número.
El cuadrado está compuesto por ocho triángulos
rectángulos iguales (uno de los cuales está sombrea-
do en la figura), cada uno de los cuales tiene como
hipotenusa un radio del circulo. Si la perpendicular
desde el centro del circulo a un lado del cuadrado
es de longitud di y el perímetro del cuadrado (o sea
la longitud total de sus lados) es PI' cada triángulo
tendrá un área igual a V2 dI por % PI Y el área total
del cuadrado será de 1f2 d¡ PI. De manera análoga,
el octógono tendrá un área % el:! P2' el decahexá-
gono un área de 1f2 da Pa' etcétera, donde d es la
longitud de una perpendicular trazada desde el cen-
tro a cualquier lado del polígono y P es su perí-
metro.
A medida que aumenta el número de lados, d se
aproxima en longitud al radio del círculo, mientras
que P se aproxima continuamente a la longitud de
la circunferencia. De este modo, la superficie de los
polígonos se aproxima cada vez más al valor 1f2
radio X circunferencia, aunque nunca llega a ese
valor.
Construyamos luego una segunda serie de figuras
exteriores al círculo. Un cuadrado de perímetro P'
tendrá un área de 1f2 rp'; un octógono tendrá un
área de 1f2 rp"; un decahexágono un área de 1f2 rp'"
etcétera. Las superficies de estas figuras serán ma-
yores que la del círculo, pero, una vez más, podemos
reducir el exceso tanto como nos plazca aumentando
el número de lados. A medida que "contraemos"
gradualmente de esta manera el polígono circuns-
cripto al círculo, 169 la superficie se aproximará más
y más al valor límite de 1f2 radio X circunferencia.
Todos los polígonos inscriptos son menores que
el circulo dado y todos los circunscriptos son mayo-
r~s, pero unos y otros convergen al mismo límite.
169
Este límite, sostenía Arquimedes, es la superficie
del circulo. Puesto que se define al número "It como
la razón de la circunferencia de un circulo a su
diámetro, podemos sustituir el valor 2"1tr en lugar
de la longitud de la circunferencia, en la fórmula
que Arquimedes da del área: "1h radio X circunfe-
rencia", con lo cual obtenemos la fórmula que nos
es familiar:
Área del círculo = "ltr2 •
Este razonamiento contiene el germen de la idea
de los "infinitésimos". Posteriormente, el método de
dividir figuras o magnitudes en partes cada vez me-
nores para obtener la fórmula buscada como un
"límite", fue trasladado de la geometría y la está-
tica (en las cuales lo introdujo Arquímedes) a la
dinámica. A fines del siglo XVII, esto condujo ;:¡ la
creación del cálculo de "fluxiones" o "infinitési-
mos" por Newton y Leibniz y a su introducción a
la dinámica tal como la conocemos.
1'11
Segunda parte
CAPÍTULO VI
EL INTERREGNO
EL CAMINO INDIRECTO
EL RESURGIMIENTO MEDIEVAL
\
- Cenlro d. lo órbilo de lo Tierra
204
Hay una buena exposición general de la vida y el pensamiento
bizantinos en
RUNOMAN, S., Byzalll;"e Civilizalion
pero solo se refiere muy de paso a las ideas científicas.
Se encontrará un admirable relato sobre el remodelado de la
tradición cosmológica clásica para construir el esquema me-
dieval del mundo en
KUHN, T. S., The Copernican Revolulion.
Sobre el desarrollo general de la ciencia en la Edad Media, ver
CROMBJB, A. c., Media(ff)aJ and Ea,ly Modern Science (pu-
blicada anteriormente con el título AJl.gustine CaJileo).
SINGBR, CHARLES, Prom Magic lo Science.
Los fundamentos sociales e intelectuales que dieron origen al
surgimiento de la Europa medieval se hallan admirablemente
examinados en
SoUlRBRN, R. W., The Mak;"g o/ Ihe Middle Ages.
PJRENNE, H., &on011l;c 11114 Social History o/ the Middie
Ages (hay traducción castellana).
Para el estudio de -la obra de Copérnico, la obra indispensa-
ble es
ROSEN, E., Three Copernican Trealises (la segunda edición,
con adiciones, ha sido publicada hace poco por Dover
Books).
Pueden hallarse materiales útiles sobre Copérnico en el libro
de Kuhn, así como en
ARMITAGB, A., The Wo,ld 01 Copernicus (también publi-
cado con el tírulo Sun, Stand Thou Still).
BUTTBRPJBLD, H., The O";g;ns 01 Modern Science.
La sección inicial de la Parte II de la peHcula Tierra y cielo
trata de la transición al sistema copernicano; demuestra la
equivalencia geométrica de las construcciones ptolemaica y
copernicana y expone de qué manera explicaba la perspec-
tiva copernicana el movimiento retrógrado de los planetas
como una ilusión óptica.
205
CAPfTULO VII
208
LA OBRA DE TVCHO BRAHE
221
Me pregunté con enrañeza c6mo podía Júpiter estar un día
al este de las estrellas fijas antedichas cuando el día anterior
estaba al oeste de dos de ellas. De inmediato temí que ei
planeta se hubiera movido de manera diferente a la prevista
por los cálculos de los astrooomos y que hubiera pasado a esas
estrellas por su movimiento propio.
224
LA FÍSICA ASTRONÓMICA DE JOHANN KEPLER
231
Provisto de este principio KepIer se concentro en
latormade la 6rbita. Dt:ti'ante larga 'tieÍripo contiriüó
su.1abOr con la idea de que 'era circular, 'aun cuani:Ío
e_o significara ~l abandono de sus pririCipios dinfl-
micos. EvimtualmeJite, se vio obligado a ensayar
otras formas, puesto que indudablemente la óÍ'blja
se achataba en una dirección. Una vez al menos pasó
por su mente el pensamiento de que la forma podria
ser una elipse, aunque al principio jugó con esta
idea simplemente como construcción matemática.
Por razones físicas, se inclinaba a creer que la órbita
verdadera debía de ser en forma de huevo. Al con-
frontar esta idea con las observaciones, halló ciertas
discrepancias. En magnitud, estas discrepancias eran
exactamente iguales a lus diferencias entre su pre-
sunta curva en forma de huevo y la elipse que habia
usado como aproximación. Finalmente, calculó el
aspecto que presentaría Marte desde la Tierra no-
che tras noche, si su órbita fuera una elipse con el
Sol en uno de sus focos. Así desaparecieron las úl·
timas discrepancias serias.
La historia de esta infatigable investigación ha
sido relatada más de una vez en los últimos años.
Es fácil resumirla en dos párrafos ahora que su
resultado nos es familiar. Pero es imposible exage-
rar el valor de esa ardua labor de ocho años de pe-
nosos cálculos y la escrupulosa honestidad de Ke-
pIer para admitir un fracaso tras otro.
En los diez años siguientes, Kepler volvió al pro-
blema del número de los planetas y de sus distan-
cias relativas. La teoría de los cinco sólidos regula-
res fue aun el punto de partida de su investigación,
pero fue bastante sincero para admitir que los he-
chos no suministraban un completo apoyo a su espe-
culación original.
Con respecto a las proporciones entre las órbitas planetariu,
la p~oporción entre dos órbitas planetarias vecinas es siemp;e
tál que, como puede verse fácilmente, Je aP1'oxima a la proP,Qt-
dilo de las esferas de uno de los cinco sólidos regulares. Sin
embargo, no es exaaamente igual, como osé asegurar antes.
232
En pocas palabras: el cul;!o y el octaedro, que. son compañe-
ros, no penetran en absoluto en sus esferas planetarias; el
dodecaedro y el icosaedro, que son compañeros, no alcanzan
a ellas; y el tetraedro las toca exactamente. En el primer caso,
hay una pequeña deficiencia, en el segundo un pequeño exceso
y en el tercero hay igualdad con respecto a los intervalos
pl~etarios.
Evidentemente, pues, las verdaderas proporciones de las dis-
tancias entre los planetas y el Sol no han sido tomadas sola-
mente de los s6lidos regulares. PueS el Creador, que es la
verdadera fuente de la geometría y que "constantemente hace
geometría" (como dice Plat6n), no se aparta de sus propias
especificaciones. .. Por consiguíente, debemos reconocer que,
p~ra calcular los diámetros y las excentricidades conjuntamente,
n~esitamos más principios, además de los que rigen a los cinco
s611dQS regulares.
En sus exposiciones finales de la astronomía co·
pernicana y de "las armonías del mundo", examinó
nuevamente gran parte de los elementos de juicio,
pero solo incidentalmente presentó algunos resulta-
dos nuevos. Explicaba su segunda ley como una
aplicación directa del principio de la palanca:
Cuando los brazos (de una palanca) están en equilibriQ, la
razón de los pesos que cuelgan de cada brazo es inversa a la
razón de (las longicudes de) los brazos... El peso del brazo
más largo es al peso del brazo más corto lo que éste es al
más largo. Y si eliminamos, en el pensamiento, uno de los
brazos, y en lugar del peso que cuelga de él imaginamos
un impulso de giro de la misma magnitUd actuando en el punto
de apoyo, a la par que se mantiene el otro brazo con su peso
en alto, entonces, evidentemente, este impulso en el punto de
apoyo no ejercerá la misma fuerza sobre un peso sicuado a una
cierta distancia que sobre el mismo peso si escuviera más cerca.
Del mismo modo, nos dice la astronomía, en el caso de un
planeta, el Sol no tiene el mismo poder de moverlo y de hacer
que gire a su alrededor cuando el planeta está lejos que cuando
la distancia es menor.
237
CAPíTULO VIII
LA CREACIÓN DE LA MECÁNICA
MOVIMIENTO y FUERZA
EL HOMBRE Y SU TAREA
LA ARGUMENTACIÓN DE NEWTON
Para ver cómo construyó Newton su nuevo esque-
ma de los cielos y de la Tierra a partir de estas
ideas e indicios diversos, sigamos los puntos prin.~i
pales de su argumentación, tal como la expuso él
mismo en una exposición popular de su teoría titu-
lada El sistema del mundo.
Comenzó con dos suposiciones que el desarrollo
ulterior de su argumentación justificaría, pero que
por el momento eran puramente hipotéticas. Ellas
son: 1) la doctrina copernicana, según la cual la
Tierra es un satélite del Sol como los otros plane-
tas; 2) la tesis de que el espacio interplanetario
es vacío. Fantaseosamente, presenta estas dos con-
cepciones santificadas por la antigüedad en medio
de una especie de jardín del edén científico, antes
que los hombres se extraviaran debido a las serpien-
tes de la filosofía griega.
264
, No pocos opinaban antiguamente, en las primeras épocas
de la filosofía, que las estrellas fijas permanecían inmóviles en
las partes superiores del mundo; que, debajo de las estrellas
fijas, los planetas giraban alrededor del Sol; que la Tierra,
como un planeta más, describía un curso anual alrededor del
Sol, a la par que rotaba alrededor de su eje en un movimiento
diurno; y que el Sol, como fuego común que servía para calentar
el todo, permanecía fijo en el centro del universo. .. Se admitía
[también] que los cuerpos celestes cumplían sus movimientos
en espacios totalmente libres y sin resistencia. La fantasía de
las órbitas sólidas nació en época posterior y fue introducida
por Eudoxo, Calipo y Aristóteles, cuando la filosofía antigua
comenzó a declinar y a ceder ante las ficciones prevalecientes
de los griegos.
283:
CAPiTULO X
EL HORIZONTE EN EXPANSIÓN
LÁMI N A IU
El puerto ele Pitagoreon, en la isla ele Samas, presunto lugar
de nacimiento de Pitúgoras,
UMI.\'A IV
Esfera armilar d e hronce
del siglo XVI. Obsérvense
los l'Í rClllos del Sol y de 1,1
Luna, )' pI eje central a
través de los polos; compú-
rcse10s con la descripción
d,,1 sistc'ma planetario qu e
ha,' , ' 11 ('1 Mito d e EH de
Platón,
L\ i\ JJ ~A V
Iluminación de IIn texto
,'trabe <]u e il ustra la persis-
J,'ncia de la adoración de
las estrellas más de mil
a,-,os dl'Spll L'S dc la époea
h"hilúnÍ(:a ,
1. í~ II " .\ V I
I'a ralaj t' ,'sklar: lo s ol¡jdo,
t,'rn'stT.,S l'x hilH'n lIna di spo-
, idún dift'l'l 'lÜ" clIando S<' lo.'
conte mpla d esd e úngu los db-
tintos. ( Compúrcnse a, h y c.)
I .as cOllstc laci01lt'S no manifies-
tan ta l camhio d .. un a ('sta e iún
a otra . Vista a travl's d .. 1111
telescopio, la COll stc laciún ti,·
Orión contie ne muchas ,'stn'-
Has in visibles a simple vis ta,
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El sistem,·l del
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\,,]ms, 1647.
L\MIl\A XI
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Dinamarca.
LÁMINA XIl
El sistema del
mundo de T y-
eho . Tomado d e
la Sele nogmphi(/
de [. Hewlius.
> 1647.
Planetario de metal construido a fines
del siglo XVIII sobre un diseño
de Benjamin Martin. Imagen modificada.
L\MINA XIII
Se ilustraba el nu evo esquema de! sistema solar en modelos
(llamados planetarios) que tuvieron gran difusión dun\ntc
e! siglo XVIII.
UMINA XIV
Estas dus nebulosas en espiral, una vista de cantu y la
utra de frente se asemejan -según se cree- a la galaxia
de la que forma parte nuestro propio sistema solar.