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STEPHEN TOULMIN

JUNE GOODFIELD

LA TRAMA DE LOS
CIELOS

EUDEBA

EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES


Titulo de la obra original:
Tb. Pm;c 01 Ih. H_."J
Hutchinson & Co., London, 1961

Traducida por
NÉSTOR MfGUBZ

La revisión técnica estuvo a carso del


ingeniero José BABINI,
~rofesor de la Universidad de Buenos Aires

® 1963. Editorial Universitaria de Buenos Aires - Florida 6~6


P~ por ¡., U"WWJitUJ tU B_OJ AW'J
Hecho el depósito de ley
IMPIUiSO EN LA ARGENTINA - PRINTBD IN ARGBNTINA

SE ACAB6 DE IMPRIMIR
EN MAYO DE 1963, EN
TALLEBES TOBFANO - ARTES GRÁFICAS
CABABOBO 1151, BUENOS AmEs
INDICE

RECONOCIMIENTOS •••••••• ••••••••••• • • • • • • • • • • 5


PRÓLOGO DE LOS AUTORES ••••••••••••••••••••••• 8
INTRODUCCIÓN GENERAL. COSMOLOGÍA ••••••••••.•• 11

PRIMERA PARTE. LAs PUENTES DEL VIEJO ORDEN

1. La predicción de fenómenos celestes ... 21


Las fuentes, 22; Los problemas, 26; El fundamen-
to de los problemas, 30; La soluci6n de los pro-
blemas, 34; Temas más amplios, 42; Nota: Cómo
calculaban las conjunciones los babilonios, 50;
Lecturas y obras de consulta complementarias, 52.
11. La invención de la teoría .............. 54
Las fuentes, 55; Los cimientos, 57; El carácter de
la teoría griega, 62; Las primeras teorías, 69;
De los ingredientes a los axiomas, 75; La astrono-
mía geométrica de Plat6n, 86; Lecturas y
obras de consulta complementarias, 97.
III. La síntesis prematura ................. 98
El programa de Aristóteles, 100; Movimiento y
cambio, 102; El mecanismo celeste, 117; Nota: El
tamaño de la espera terrestre, 125; Lecturas y
obras de consulta complementarias, 127.
IV. Escépticos y heréticos ................. 128
Remiendos en la dinámica, 130; La reforma de la
astronomía, 133; La teoría heliocéntrica de Aris-
tarco. 136.
V. La física pierde impulso ............... 143
Cuatro cuestiones, 144; El cimiento político de la
astronomía griega posterior, 146; El fundamento
310
científico: El abandono de la física, 149; El
fundamento científico: una adquisición, 152; La
astronomía matemática de Ptolomeo, 154; La
rebelión general contra la filosofía, 162; No-
ta: Arquímedes y el círculo, 167; Lecturas y
obras de consulta complementarias, 170.

SEGUNDA PARTE. LA NUEVA PERSPECTIVA Y SUS


CONSECUENCIAS

VI. El interregno ......................... 173


El camino indirecto,' 174; El resurgimiento me-
dieval, 180; El fundamento del que partió Co-
pérnico, 183; Argumentos medievales acerca del
movimiento de la tierra, 188; Copérnico: su ob-
jetivo y su teoría, 192; Copérnico: sus logros, 199j
Lecturas y obras de consulta complementaria,204.
VII. La preparación del terreno ............ 256
Los fundamentos de la nueva ciencia, 207j La
obra de Tycho Brahe, 209; Los descubrimientos
telescópicos de Galileo, 215; La física astronómica
de lohann Kepler, 225; Lecturas y obras de con-
sulta complementaria, 236.
VIII. La creación de la mecánica. .. .. . . .. ... 238
El cambio de Aristóteles a Newton, 239; El en-
foque matemático del movimiento, 241; Mo-
vimiento y fuerza, 250; El nuevo ideal: El mo-
vimiento rectilíneo, 256j Lecturas y obras de con-
sulta completariass, 257.
IX. El nuevo cuadro adquiere forma ...... 259
El hombre y su tarea, 260; La argumentación de
Newton, 264; El carácter de las realizaciones de
Newton, 271; La unidad de la artesanía y la
teoría, 278; Lecturas y obras de consulta com-
plementarias, 283.
X. El horizonte en expansión ............ 284
Los hilos sueltos: 1 ) las desigualdades planeta·
rias, 285; Los hilos sueltos; 2) el mecanismo de
la gravedad, 291; El cuadro en gran escala, 296j
La influencia de Newton en otros campos, 300j
Certeza y teoría científica, 305j Lecturas y obras
de consulta complementarias, 309.

311
RECONOCIMIENTOS

1
Los autores agradecen a las siguientes institucio-
nes por la autorización para reproducir ilustraciones
de medio tono:
A los custodios de la Biblioteca Bodleiana por la
Iluminación de un texto árabe en que se muestra
el culto a las estrellas (lámina V); a la Iraq Petro-
leum Co. por El Ziggurat de Ur (lámina 11); a
Percy Lund, Humphries and Co. Ltd. por la Tablilla
cuneiforme NP 101 tomada de "Textos astronómicos
cuneiformes", de O. Neugebauer, publicado por el
Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Nue-
va Jersey (lámina 1); a Mansell CoIlection por el
Cometa del tapiz de Bayeux (lámina VII) y por Esce-
na de siega del heno con datos astronómicos del
"Libro de horas" del duque de Berry (lámina VIII);
al Museo de Ciencias de Londres por Esfera armi-
lar, bronce, siglo XVI (lámina IV), El Cuadrante
mural de Tycho Brahe (lámina XI), Planetario
(lámina XIII) y por las fotos de la Nebulosa en espi-
ral de Ursa Major (lámina XIVa) y la Nebulosa
N.G.C. 4565 (lámina XIVb), reproducidas con autori-
zación del Observatorio de Monte Wilson, Califor-
nia.
y agradecen por la autorización para reproducir
dibujos:
A la Brltish Broadcasting Corporation por Tabla
en que se muestra la relaci6n entre los calendarios
lunar y ~olar (pág. 34); a Clarendon Press por El
esquema del universo del Dante, de "Studies In tbe
History and Method of Science", de Charles Singer
:>
(página 185); al Profesor N. R. Hanson y al Dr.
Harry Woolf por las figs. (págs. 135, 158, 159) que
aparecieron en un articulo sobre "El poder matemá-
tico de la astronomfa epiciclica", en Isis, Seattle,
junio de 1!l60; a Arthur Koestler por el Modelo del
universo de Kepler (pág. 257); Y a Van Nostrand
& Co. Ltd. por El movimiento retr6grado de Marte
(pág. 27).

11

Por la autorización otorgada para extraer citas,


los autores agradecen:
Al sefior Lawrence Durrell y a los sefiores Faber
& Faber Ltd., por un extracto de Bitter Lemons; al
seiior Siegfried Sassoon y a los sefiores Faber &: Fa-
ber Ltd., por el soneto "Grandeur of Ghosts", de los
CoUected Poema y al profesor Lean J. Rlchardson
por su traducción de la Oda de Halley.
Por la autorización para reproducir traducciones
de fuentes originales, los autores agradecen:
A la Chicago University Press por un extracto de
History 01 the Persian Empire, de A. T. Olmstead;
a la Columbia Unlverslty Presa por extractos de
Three Copemican Treatises, de E. Rosen; a la Ox-
ford University Press por extractos de Mathematics
in Aristotle y Aristarchos 01 Samos, ambos de T. L.
Heath; y a la Princeton University Press por la Ta-
bla de cálculos babilónicos de The Exact Science in
Antiquity, de O. Neugebauer.
Además, los autores reconocen su deuda por las
traducciones que han usado en el curso de prepa-
ración de este libro de:
Early (keek PriJosophy: J. Burnet (sefiores A. y
C. Black Ltd.); Galileo's Dialogue conceming Two
New Sciences: Crew y De Salvio (Northwestern
University Press); Repubtic 01 Plato: F M. Cornford
(Oxford University Press) y Source Book in (keek
Science: M. R. Cohen y l. E. Drabkln (Harvard
University Press).
6
C.-Jo oigo "c;r /rivolÍlÚtJtls d. Jos grandes hombres
MIr mBlo m 14 U~, enciendo m;s dos JJmp""as , JMlrgO
CoruitltJrO Jo qlH se h. dicho, dBitmáo a /u" Wo
Lo qlle Pul4f1o observó , Meng.no rBPlieó.

Hllbltm ligerammilr de mis _igos ;flmorl.les


(QUtl son luces en mi oscuri.Ja.J. numos qutl me guitm dOtUltt
b'o 'ropezMÑ),
Cittmdo p.,.a los ¡;fltlS super/ici4Jes dtl 14 ch.,.14
Lo que Shelley voei/eró, lo que Bl4ke afllaij" rugió slll"...
[jemenle . ..
¿Cómo puedet¡ pronunciar tales nombré's si,¡ una actitud
[humi/.tJtI?

MtI senlB en silencio, d;sgust.Jo de lo que expt'tlsaron.


Los muerlos les him /tlg.Jo 14 vida; los muertos han d;cho
Lo qlllr Irllos solo pueden memorizar y la'ft~lI4r.
"Grandeur of Ghosls" - Siegfried Sassoon
" ... el reSlo
De hombre o Jn.f!el el Gran Arqu;tecto
Hizo bien en ocullar y no divulg""
Sus lt1crelos, para no ser escud,;;¡.Jo por qu;,mes deben
,\fás bien a4mirar/o; o quiZJÍ ha aballdon.Jo
,1 sus diJpNlas la Irama de los cie/os,
{'ara reírse de s,u extrañas opiniones,
Si Halan de hacer conjeturas sobre ella;
Cuando hagan U" moJelo dtl los cielos
y ulc/Ulen i4s estreJi4s, ver cómo dispondrán
ú poJBrosa .,.mazón; cómo co"struye", destruyen ti i~gm­
P.,.a s.l".,. las apariencias; cómo ciñen 14 es/era
De g""abatos CBtI/,;cos y IrxcénlNcOS,
DIr ciclos y tlpiciclos, orbe en orbe."
El Paraíso perdido, Libro VIII - Jolm Milton

'1
PRóLOGO DE LOS AUTORES

Aquellos que lamentan con razón la división


actual de las personas educadas en "dos culturas"
-o, al menos, en dos cfrculos separados de personas
que mantienen una comunlcación- pueden conso-
larse con la siguiente consideración: que todos nos·
otros nos hemos formado dentro de una concepción
común del mundo en que vivimos, al menos en lo
que se refiere a los rasgos descollantes de su es·
tructura y a las fases principales de su desarrollo.
Esta visión de "sentido común" del mundo repre-
senta, por eso, el fundamento común que comparten
los hombres de las dos culturas, y todo estudio del
proceso por el cual llegó a su forma presente, así
como de sus características, puede tener la espe-
ranza de hallar un eco tanto en las mentes de
los "científicos" como de los "humanistas". Fue
con esta convicción que iniciamos en 1957, en la
Universidad de Leeds, un curso sobre Los ongenes
de la ciencia moderna, curso que fue seguido con
creciente interés e fgual éxito por los estudiantes
de las facultades de artes y de ciencias. Se afianzó
en nosotros la convicción de que la evolución de las
ideas cientificas --en particular, la embriología de
nuestra visión de sentido común del mundo- es
una parte importante del ámbito en que se superpo-
nen los estudios cienUficos, históricos y literarios.
Sobre la base de este fundamento común, tenemos
la esperanza de reanudar el diálogo entre los hom·
bres de las dos culturas, que en las generaciones an-
teriores se daba por supuesto.
Este libro es el primero de un conjunto de cuatro
volúmenes que constituirán una serie conexa acerca
8
del Linaje de la ciencia. Los primeros tres volúme-
nes abarcan el estudio extl!nso de casos particula-
res, centrados alrededor de grupos de temas esp~
ciales que han desempeñado un papel Importante·
en la evolución de nuestras Ideas. Aquí, en La trama
de los cielos, contemplaremos el desarrollo de la
astronomía y de la dinámica, y examinaremos la
contribución de estas ciencias a nuestra imagen
cosmológica. En el segundo volumen, La arquitec-
tura de la materia, nos concentraremos en las con-
cepciones relativas a la substancia material, tanto
en fisiología como en química, y en la gradual clari-
ficación de las ideas acerca del carácter especial de
los seres vivos. El tercer volumen será un estudio
de la manera en que la dimensión histórica penetra
en la ciencia; veremos cómo la anterior visión, ca-
rente de sentido histórico, de una naturaleza está-
tica fue desplazada por una visión evolutiva y cómo-
ese nuevo enfoque histórico comenzó a difundirse
desde la geología y la zoología (donde dio sus pri-
meros frutos) hacia las ciencias físicas. En el volu-
men final, usaremos el material reunido en los vo-
lúmenes anteriores para analizar las relaciones cam-
biantes a través de la historia entre la ciencia, la
literatura, la filosofía, la tecnología, la religión y
otros aspectos de la vida humana.
Todo el que se embarca en una labor de síntesis
e interpretación histórica como ésta, inevitablemen-
te, queda en deuda con los estudiosos cuya devota
labor aprovecha. En este caso es doblemente nece-
sario reconocer esta deuda, pues, durante los últi-
mos cincuenta años, el desarrollo histórico de las
ciencias naturales ha sido estudiado con un cuidado
y un desinterés nuevos y toda esta labor ha condu-
cido --especialmente desde 1946- a una nueva y
apasionante visión del tema. Dado que es sOlo una
pequeña parte de esta nueva visión la que ha apa-
recido hasta ahora en la literatura de carácter gene-
ral sobre el tema, que tiende más bien a trasladar
a una edad de mayor esprritu critico los prejuicios
polémicos del siglo XIX, hemos tratado de hacer el
mejor uso posible de los resultados de la erudición
actual. Hemos reconocido nuestras deudas principa-
les en la bibliografía que hayal final de cada capi-
9
tulo; sin embargo, debemos insertar aqul una ex-
presión general de gratitud a todos aquellos cuya
labor ha conducido durante los últimos afios a una
mejor comprensión de las concepciones cientificas
de nuestros predecesores. El problema más grave
ha sido el de la selección: hemos preferido concen-
trarnos en un número limitado de figuras represen-
tativas y exponer sus puntos de vista con alguna
extensión, en lugar de pretender ser exhaustivos.
"Si comenzáis por tratar las ideas cientificas de
siglos anteriores como mitos, terminaréis por tratar
vuestras propias ideas científicas como dogmas."
A través de todo este libro hemos tratado de expo·
ner el carácter evolutivo de la tarea cientifica e in·
~icar por qué los diferentes problemas de la cosmo·
logia fueron abordados en el orden en que lo fueron.
Si queremos comprender nuestras propias ideas
cientificas y hacer algo más que manipular loe
cálculos más recientes, haremos bien en estud1ar
los puntos nodales de los sistemas cientificos que
aquéllas desplazaron. A través de las dudas y las
dificultades que retardaron la formación de nuestro
moderno "sentido común" podemos descubrir el ver·
dadero carácter y el significado de nuestras concep-
ciones del siglo xx.
STEPHEN TOULMIN
JUNE GooDFIELD
Londres, 1960

10
INTRODUCClON GENERAL

CosMOLoGÍA

El objetivo de estos libros es ilustrar y documen-


tar la manera en que se han formado nuestras prin-
cipales ideas cientfficas. Comenzaremos con dos
ciencias cuyo desarrollo ha estado ligado muy estre-
chamente: la astronomia y la dinámica. Estas dos
ciencias han tratado de responder a preguntas como
las siguientes: ¿Qué son las cosas que podemos ver
en el cielo? ¿Cómo se mueven? ¿Qué es lo que pro-
voca su movimiento? ¿Son todas ellas iguales a las
cosas que nos rodean sobre la Tierra y se mueven
de la misma manera? Acerca de todas estas pregun-
tas el sentido común del siglo xx ha llegado a admi-
tir las respuestas del clentifico y nuestra tarea es
seguir la sucesión de pasos por los cuales hemos
llegado a nuestra concepción moderna. ¿Qué aspecto
presentaba el mundo (dehemos preguntarnos) ante
los hombres que trataron por vez primera de inter-
pretar las cosas que ocurren en el cielo, por encima
nuestro? ¿Qué concepción tentan del Sol, la Luna,
las estrellas y los planetas? ¿Y qué problemas de-
bian resolverse antes de poder aceptar sus puntos
de vista como nuestros y decir "¿es aquf donde en-
tramos?" --como hacemos en el cinematógrafo?
El sentido común es un molde poderoso. SI que-
remos ver el mundo con los ojos de los primeros
astrónomos, debemos dejar de lado deliberadamente
muchas creencias y distinciones que en la actuali-
dad aceptamos sin pensar en ellas. Pues, en un co-
mienzo, los hombres contemplaron el Cielo (como
todos los aspectos de la naturaleza) en un estado de
11
ignorancia mucho mayor del que podemos imaginar.
Ellos se enfrentaban, no con preguntas aún no res-
pondidas, sino con problemas todav[a no formula-
dos, con objetos y sucesos que aún no habían sido
ordenados, y mucho menos comprendidos. (Cuando
éramos nifios, ¿qué hubiéramos logrado entender
por nosotros mismos de los cielos, si los adultos no
hubieran guiado nuestros ojos y nuestros pensamien-
tos?) Para comprender plenamente la tradición cien-
tffica que hemos heredado, no basta descubrir qué
es lo que nuestros predecesores creyeron: debemos
tratar de contemplar el mundo a través de sus ojos
sin guia, examinar los problemas con que ellos se
enfrentaron y, de este modo, descubrir por nosotros
mismos por qué sus ideas eran tan diferentes de las
nuestras.
Lo que se requiere no es rebajar las creencias que
hoy consideramos como hechos establecidos al ran-
go de osadas especulaciones. Diferentes situaciones
dieron origen, en otros tiempos, a distintas exigen-
cias prácticas; éstas, a su vez, planteaban problemas
intelectuales distintos, y la solución de estos pro-
blemas exlg[a sistemas de ideas que, en algunos
aspectos, no son siquiera comparables con los nues-
tros. Consideremos, por ejemplo, la siguiente pre-
gunta: ¿Cómo se mueven, uno con respecto al otro,
el Sol y la Tierra? Hoy nos satisfacemos con la res-
puesta de que la Tierra gira alrededor del Sol. Con-
sideramos esto como un hecho establecido, aunque
indudablemente no era (ni es) obvio. ¿Qué pod[an
decir de esto los primeros astrónomos? Y ¿qué po-
dríamos decir de ello nosotros mismos, si no hubié-
ramos recogido en nuestra educación tantas ideas
astronómicas que damos ahora por supuestas?
La respuesta correcta es que ni siquiera hubié-
ramos entendido la pregunta. Dejar de lado nuestra
creencia de que la Tierra gira alrededor del Sol
(nuestra tema heliocéntrica del sistema planetario)
solo significa quitarnos la más externa de nuestras
vestiduras astronómicas. Los hombres que por pri-
mera vez plantearon preguntas acerca del cielo no
elaboraron una teoría geocéntrica rival, ni tampoco
ninguna otra teoría. ¿Por qué iban a hacerlo? Los
problemas como el de saber si la Tierra gira aIre-
12
lIedor del Solo si éste gira alrededor de la primera
son relativamente complicados. Los problemas de
que se ocuparon los primeros astrónomos eran de
un género que no daba origen a planteos teóricos, y
seria erróneo de nuestra parte discutir sus ideas
como si implicaran alguna teorfa, por ejemplo, la
teorfa geocéntrica. Si habia algo que fuera geocén-
trico era toda su actitud y toda la gama de proble-
mas prácticos que enfrentaron directamente, con-
centrada su atención en sus vidas cotidianas y, por
Jo tanto, en esta Tierra, en la cual tanto ellos como
nosotros tene~os que hallar nuestro camino y ga-
namos duramente la vida.
De modo que para ver el mundo con sus ojos te-
nemos que abandonar mucho más que nuestra sim-
ple creencia de que la Tierra gira alrededor del Sol.
Tenemos que abandonar todo un hábito de pensa-
miento acerca de los problemas de la astronomfa
planetaria: por ejemplo, la idea de que el Sol y la
Tierra son especies semejantes de cuerpos celes~
y que es nuestra tarea calcular sus posiciones y ve-
locidades relativas. Aun el hecho de haber llegado
a plantear la necesidad de una elección entre la
teoria geocéntrica y la heliocéntrica supone un re-
conocimiento de la similitud entre los dos cuerpos
que no puede hacerse en forma inmediata. En reali-
dad, los primeros astrónomos contemplaron los cie-
los con la mente ocupada en problemas muy dife-
rentes y, por consiguiente, respondieron también a
preguntas diferentes. .
Esto es solo el comienzo. Hay muchas más cosas
que damos por supuestas y que será necesario des-
eartar. Por ejemplo, hoy suponemos que los objetos
que aparecen en el cielo o llegan hasta nosotros de
él, son de muy diferentes clases. Las estrellas son
una cosa, los planetas y los cometas otras, los me-
teoros y las auroras polares otras aún. Las nubes,
los rayos, el granizo y los aguaceros también son
diferentes; más diferentes todavia son las invasio-
nes de langostas. Con todo, no debemos esperar que
nuestros antepasados hayan sabido que ellos son
fenómenos a los que es menester explicar en forma
distinta. Todos esos fenómenos y catástrofes: estre-
llas y planetas, cometas y estrellas, las colaR de
13
los cometas y la vía láctea, los meteoros y los rayos,
los rayos y los terremotos, las tronadas y las grani-
zadas, y hasta las tormentas de granizo y las nubes
de langostas aparec[an, ante los ojos del observador
que carec[a de teorías elaboradas, más semejantes
en sus orígenes y en sus efectos de lo que conside-
ramos nosotros, para quienes 2.000 afios de descu-
brimientos cientiflcos se han convertido en "puro
Rentido común".
Sin embargo, ¿qué es a fin de cuentas el sentido
común? El sentido común de una época es el des-
cubrimiento revolucionario de una época anterior
que se ha ido incorporando desde ese momento a
los hábitos naturales de pensamiento. Lógicamente,
al principio se concebía en los mismos términos lo
que era necesario reallzar con respecto al cielo:
lo que se debía justificar, sobre la base de descubri-
mientos que aún no se hablan hecho en el año 1000
a. e., era la afirmación de que los objetos que po-
blaban el cielo eran de muy diferentes tipos. ¿Dónde
trazar limites definidos en la serie de acontecimien-
tos o fenómenos que van desde las estrellas, en un
extremo, hasta las langostas y los terremotos, en el
otro? Solo el avance del conocimiento permitió ha-
llar tales limites. La palabra "meteorología" (el es-
tudio de las cosas-de-lo-alto) abarcaba al principio
la ciencia de todas las cosas que ocurrían por encima
de la Tierra y eran inaccesibles a una inspeCción
directa. Cuanuo restringimos esa palabra a la cien-
cia del tiempo, conservamos como fósil llngWstico
una fase anterior en la evolución de las ideas, en
la que aún ni se soñaba la escala geométrica del
universo y en la que los fenómenos de orden astro-
nómico y climático eran considerados del mismo
género. Es comprensible que la distinción entre su-
cesos atmosféricos y astronómicos que hacemos en
el siglo xx haya necesitado algún tiempo para esta-
blecerse.
Si, al comienzo, la clasificación de los objetos ce-
lestes era inevitablemente confusa, no es de sor-
prenderse que las relaciones e interacciones entre
ellos hayán permanecido en la oscuridad durante
más tiempo aún. Sin embargo, desde las épocas más
remotas, muy anteriores por cierto a la aparición
14
de algo que se asemejase a la ciencia moderna, los
hombres tomaron conciencia de que muchos ciclos
y ~mbios del Cielo y de la Tierra marchaban a la
par. En la primavera, cuando el camino del Sol
estaba dia a dia más alto en el cielo, la vegetación
comenzaba a florecer y las mieses a madurar; en
el otofio, cuando su camino se inclinaba hacia el
horizonte, también la vegetación decaía y el tiempo
era más frio. Análogamente, todos los meses, a me-
dida que la Luna avanzaba en el l:uarto creciente,
las mareas eran cada vez más altas y los débiles
mentales tenian accesos de locura, por lo que se
los llamaba "lunáticos"; el mismo ciclo mensual re-
aparecfa en la fisiologfa de la mujer. Por eso, era
un problema de mera observación el discernir co·
rrespondencias o armonfas entre ciertos sucesos del
cielo --el "macrocosmos"- y otros que se producian
sobre la Tierra y en el hombre mismo --el "micro-
cosmos".
El resultado natural de ello era la creencia gene-
ralizada en la astrologia. Sin la determinación de
ideas claras acerca de las causas y los efectos, nadie
podía fijar con seguridad un limite a esas corres-
pondencias y armonfas. (Reaparecerán cuando tra-
temos de los antepasados de la qufmica y de la bio-
logia.) Hoy creemos saber qué objetos del cielo
pueden actuar directamente sobre los acontecimien-
tos terrestres y por qué medios pueden ejercer esa
acción. Por ejemplo, por la atracción gravitacional
la Luna provoca los ascensos y descensos de las ma-
reas. En cambio, ya no ponemos como ejemplos
de la acción lunar directa otro género de concor-
dancias aparentes, como la que hay entre los ciclos
lunares y menstruales. Pero, ellúnite entre la astro-
nomia y la astrologfa tenia que ser confuso, inevi-
tablemente, hasta tanto los hombres elaboraran una
teorfa satisfactoria de las interacciones planetarias,
y para esto fue necesario esperar a Newton.
Si pasamos de la astronomía al movimiento de
las cuerpos (el estudio de la dinámica), debemos
nuevamente dejar de lado ideales e ideas de cuya
corrección, por lo general, no abrigamos dudas.
Desde la época de Galileo y Newton, la dinámica se
ha convertido en una rama de la matemática, y ya
15
no nos detenemos a pensar si es legitima esta in-
corporación. En las complejas ecuaciones de la diná-
mica matemática suponemos que la manera en que
se mueve un cuerpo depende de su peso, y no (por
ejemplo) de su color o de su constitución qufmica.
Además, para nosotros, la dinámica -la ciencia que
explica por qué los cuerpos cambian de posición y
de movimiento como lo hacen- es totalmente inde-
pendiente de otras teor[as del cambio. Supongamos
que algún objeto que estamos estudiando cambie
su posición, su forma, su constitución material, su
color o sus actividades vitales. Suponemos que cada
una de estas alteraciones es de un tipo distinto al
de las restantes, y para explicarlas acudimos a espe-
cialistas en ciencias distintas. Ya no vemos más que
remotas analogfas entre (por ejemplo) la acelera-
ción de un automóvil, el envejecimiento de un hom-
bre, un charco de agua en evaporación y un tinte
que se esfuma. La dinámica, la fisiología, la físico-
qufmica y las otras ciencias tienen temas de estudio
diferentes y explican los procesos de los que se
ocupan en términos de conjuntos de principios com-
pletamente distintos. Hemos abandonado la ambi-
ción de crear en la ciencia una teoría general y
amplfsima que explique todo género de cambios.
Pero, las distinciones entre nuestras ciencias ac-
tuales son muy recientes. SI, al comienzo, los hom-
bres tuvieron la esperanza de poder construir una
teorfa general capaz de abarcar toda suerte de pro-
cesos, esta ambición era totalmente razonable desde
el punto de vista del método. Buena parte de la
labor cientifica ha consistido siempre en elaborar
teorfas que puedan abarcar un ámbito de fenóme-
nos tan amplio comO lo permita nuestra experiencia
de las cosas. Si hoy trazamos Ifmites más allá de
los cuales, en nuestra opinión, es infructuosa una
mayor generalización, se debe a que la experiencia
nos ha forzado a hacerlo. El descubrimiento de esos
Hmites fue una etapa importante en la evolución
de nuestras ideas contemporáneas. Aun dentro de
la teona del "movimiento", en el sentido estricto del
término. las fronteras han variado; en diferentes
siglos los hombres se han ocupado de problemas
muy diversos. ¿Podemos hallar causas que expll-
16
quen todo movimiento, es decir, todo cambio de
posiclón? ¿O solamente debemos buscar causas cuan·
do los cuerpos en movimiento cambian de velocidad
o de dirección? Aun en este nivel elemental, en
siglos diferentes se expresaron opiniones distmtas.
Por ejemplo, la creencia de que una teorIa dinámica
debe consistir en ecuaciones matemáticas que esta·
blezcan relaciones entre magnitudes como cantidad
de movimiento y fuerza apenas tiene más de 400
años. Se la acepta universalmente entre los fisicos
desde hace solo. 250 años, y en épocas anteriores ni
siquiera se la consideraba como un Ideal.
Debemos mencionar una última cuestión. Desde
los comienzos de la ciencia ha habido tres tenden·
cias. Los hombres han tratado de comprender los
fenómenos de la naturaleza por varias razones; en
parte por pura curiosidad intelectual, en parte para
conquistar el dominio técnico sobre los procesos na·
turales y, asimismo, por motivos que eran, en esen·
cia, religiosos. Si las fronteras entre la ciencia y la
tecnolog[a siempre han sido difusas y fluctuantes,
lo mismo ha ocurrido con las fronteras entre la
ciencia y la religión. Los hombres han tratado de
comprender la naturaleza, no solamente por el saber
mismo o por los inventos y recursos que ello posi.
bilitaba, sino también porque deseaban hallar en el
mundo que los rodeaba objetos dignos de su vene·
ración, o sea, aspectos de la naturaleza a los que
pudieran dar una respuesta religiosa. Era necesario
arar la tierra y vigilar el cielo para hallar en él
signos reveladores. Pero la tierra y el cielo eran
agentes divinos y llevaban en s[ mismos las huellas
de la elaboración divina.
La astrología, la adivinación, la predicción de
eclipses, la determinación de la voluntad divina y
el adecuado control del ritual, al principio marcha-
ron a la par, pues todo ello depend[a del mismo
tipo de comprensión. Junto a la teorfa geocéntrica
de la astronomIa medieval y a la actitud geocéntri-
ca de los hombres prácticos, para quienes el clelo
era un calendario y una guia perpetuos, hallaremos
también la jerarqufa geocéntrica. En esta represen-
taclón religiosa, la posición relativa de la Tierra y
del cielo simbollzaba y reflejaba su condición rela-
17
tlva dentro del esquema divino. Indudablemente, la
revolución astronómica de los siglos XVI y XVII dio
origen a una controversia religiosa; pero esto no se
debió a un accidente histórico ni a la obstinación
clerical solamente. La independencia de la astrono-
mia y la astrologla aún no se habia establecido cla-
ramente. Por eso, a fin de conquistar la aceptación
general para la teona planetaria heliocéntrica, fue
necesario superar tanto las objeciones cienUficas
como las teológicas; no solo fue menester discutir
sobre bases científicas la teorfa geocéntrica, sino
también combatir la predisposición religiosa en fa-
vor de un foco geocéntrico. Este sorprendente cam-
bio dentro de la ciencia también tuvo, como era
inevitable, una profunda resonancia fuera de ella.
Por eso, la evolución de nuestras ideas astronómicas
muestra de manera particularmente clara que las
exigencias dispares de la tecnologia, de la compren-
sión teórica y del sentimiento religioso ejercen entre
si una acción recfproca.
Por ejemplo, Galileo se ocupó de manera directa
de ciertos problemas muy restringidos relacionados
con la dinámica y la teor[a planetaria. Sus expe-
riencias con planos inclinados demostraron la supe-
rioridad de su definición de la aceleración: lo que
vio a través de su telescopio le suminiRtró nuevos
argumentos en favor del sistema copemicano. Pero,
igualmente profundos fueron los efectos indirectos
de sus descubrimientos. Ya en la poesia del siglo
XVII puede atisbarse la trascendental influencia que
estaban destinados a ejercer sobre toda nuestra con-
cepción del mundo. Lo mismo ocurrió con el descu-
brimiento de la ley de la gravitación por Newton.
Edmund Halley, que persuadió a Newton de que
publicara las teor[as expuestas en los famosos Prin-
cipia, escribió un prefacio para esta obra en hexá-
metros latinos. En este poema, Halley no pretendió
poner en versos la ley de la gravitación, sino des-
tacar la influencia que las nuevas ideas de Newton
iban a tener sobre otros aspectos de la existencia
humana. La teoria planetaria era una parte impor-
tante de la matemática, es cierto; pero era más que
eso, pues tuvo consecuencias que afectaron a todos.
Halley seguramente tenia razón cuando consideraba
18
que uno de los resultados importantes del éxito de
Newton era el golpe que significó para la astrologfa
Una vez que comprendemos (por ejemplo) por qué
los cometas se mueven y reaparecen como lo hacen,
ya no necesitamos considerarlos como prodigios:
Ya no necesitamos temer
La aparición de las caudatas estrellas.
De este modo, los trIunfos del intelecto científico
puro han aumentado tambIén el dominio del hom·
bre sobre sus emociones y actitudes.
Pero ése solo fue el fin de una larga historia.
En el análisIs que sigue, disecaremos, lógica e his·
tóricamente, el cuerpo de ideas en desarrollo de las
que derivó nuestro cuadro actual del mundo y exa·
minaremos las capas sucesivas en las que se fueron
formando estas ideas. El alcance y los problemas de
la astronomía ffsica y de la dinámica planetaria no
eran manifiestos, ni era posible que se hiciese la cIa·
ridad en ellos de manera inmediata. Una de las
tareas consistió en predecir la aparición de los cuero
pos celestes: sus salidas y sus ocasos, sus eclipses,
sus aceleraciones, sus retardos y sus puntos estacio-
narios. Otra de las tareas consistió en especular
acerca de la naturaleza fisica de los acontecimientos
que observamos en el cielo. Otro problema consistfa
en elaborar un modelo plausible del sistema plane-
tario. Todos esos problemas podían ser abordados
muy bien aun sin resolver el que resultó luego ser
crucial: el de saber cuáles son las fuerzas que act6an
entre los cuerpos celestes. Nuestra historia comien·
za antes del 1000 a. e., con los primeros registros
astronómicos hechos por los hombres de los fenó'
menos y prodigios celestes y termina con las vastas
teorías de la astronomía fisica del siglo xx. Al echar
una mirada retrospectiva a esta historia, encontra·
remos en cada etapa diferentes problemas en discu·
sión. Lo primero es comprender el carácter evolu·
tivo de estos problemas intelectuales. Solamente al
nos tomamos el trabajo de comprender claramente
cuáles fueron los problemas que preocuparon a los
astrónomos en cada siglo -y por qué les preocu-
paron- podremos ser jueces imparciales de las res-
puestas que ellos consideraron adecuadas.
19
Primera parte

LAS FUENTES DEL VIEJO ORDEN

CAPITULO 1

LA PREDICCióN DE FENÓMENOS CELESTF.S

Los centros comerciales permanecían desiertos durante medio


día después de un incidente. Luego, la gente volvía a a50111aJ1e
cautelosamente, respirando ansiosamente el aire silencioso, co-
mo animales que olfatean el viento. Una vez tranquilizados,
reanudaban nuevamente las mil tareas triviales del día, que el
automatismo de la vida ordinaria había hecho familiares, com-
prensibles y sin ningún elemento de predicción ...
Vemos a los conejos dispersarse de este modo al primer
estampido de un arma, para resurgir después de media hora
y tantear dmidamente las hierbas, sin percatarse de que el
cazador aún está allí vigilando. Los civiles no tienen memoria.
Cada acontecimiento nuevo les llega en toda su frescura, prís-
tino y flamante, con todas las maravillas y los horrores de la
novedad. SOlo en lánguidas oficinas, iluminadas durante el día
con luz eléctrica, se ve a los investigadores sentados, registrando
obstinadamente los sucesos a fin de estudiar su estruCtura, de
relacionar el pasado con el presente, como los astrónomos, y
abrir un resquicio por el que pueda entreverse algo del bru-
moso futuro.

Así describe LAWBENCE DURRELL, en su libro Bittef'


lemons (Limones amargos), el efecto de 10R vlolen-
21
tos acontecimientos de Chipre sobre la vida de los
hombres. Incidentalmente, al hacerlo describió tam-
bién uno de los puntos de partida de toda ciencia.
Antes de poder elaborar una teoría exitosa en
cualquier campo de la ciencia, es necesario saber
qué es lo que requiere una explicación. En su mo-
mento, la teoría (así se espera) permitirá compren-
der las regularidades observadas en las cosas que
suceden a nuestro alrededor. Pero, para comenzar,
es necesario primero reconocer y analizar las regu-
laridades mismas. El primer paso es establecer que,
durante un cierto período de tiempo, se producen re-
gularmente acontecimientos de un determinado tipo;
solo después podremos preguntarnos: ¿Por qué es
así? Hasta haber logrado una comprensión clara
de esas regularidades, no podemos elegir con juicio
seguro entre las diversas teorfas esbozadas para
explicarlas. Es sorprendente el hecho de que, en el
campo de la astronomía, esos dos aspectos de la
ciencia -el estudio cuidadoso de las regularldades
y la elaboración de teorías- se originaron en luga-
res diferentes y, hasta cierto punto, se desarrollaron
también en forma independiente.
Comencemos, pues, por considerar la etapa de la
astronomía en la que ésta era (en la medida de
nuestros conocimientos) totalmente preteórica: la
astronomía de posición de los babUonios. Hasta hace
un siglo no se sabía nada de ella.

LAS FUENTES

Hasta hace muy poco, nuestro conocimiento de


los antiguos imperios del Medio Oriente era frag-
mentario, indirecto y, a menudo, impreciso. Los es-
critos de los clásicos griegos llegaron a la edad
moderna en muy mal estado de conservación, a
menudo después de muchas copias sucesivas y has-
ta de múltiples traducciones. Esos escritos conte-
nían referencias dispersas a las tradiciones astro-
lógicas de los "caldeos". Algunos autores llegaron
a admitir que la Mesopotamia y Egipto hablan al-
bergado una tradición intelectual de muchos siglos
de antigüedad, así como estados de elevada organl-
22
zac1ón. Se llegó a sugerir inclusive que los primeros
filósofos griegos, particularmente personajes difu-
sos como Tales y Pitágoras, hablan aprendido algo
de lo que sabían en Egipto o en Babilonia. Pero
era imposible reconstruir el contenido real de las
antiguas tradiciones solamente a partir de estas re-
ferenclas, y, para la mayoría de los europeos, el
nombre de Babilonia apenas significaba algo más
de lo que es posible espigar en la hIstoria de la
torre de Babel.
Por consiguiente, los hombres estaban poco pre-
parados para lo 'que iban a revelar la arqueologfa
y la erudición. Nuestro conocimiento de Babilonia y
de su astronomia se ha modificado sustancialmente
en los últimos setenta afios, y el proceso aún con-
tinúa. Conocemos las obras históricas y filosóficas
de los griegos, en la mayorfa de los casos, a tra-
vés de copias hechas varios siglos después de su
composición original. Pero nos hallamos hoy en una
situación privilegiada, en la que pocas veces se en-
cuentra el historiador: podemos descifrar y exami-
nar los documentos originales en los cuales los
astrónomos babilonios registraron sus observaciones,
sus predicciones y sus métodos de cálculo, corres-
pondientes a una época muy anterior a Cristo.
Los archivos de las grandes ciudades de la Meso-
potamia se han conservado en tablillas de barro
cocido, en las que es perfectamente legible en la
actualidad una masa de testimonios cuya existencia
ni siquiera se habia sospechado. Esas inscripciones
están hechas en la escritura "cuneiforme", consis-
tente en una serie de marcas grabadas en arcilla
blanda con el filo y la punta de pequeños estiletes
rectangulares y puesta luego al sol para que se
endurezca. Al principio, la mayoria de las tablillas
halladas en las ruinas de las ciudades de Ur, Babi-
lonia y Uruk se referían a las leyes o al ritual, o
eran registros de contratos, o inventarios de ani-
males, esclavos o cosechas. Luego apareció un grupo
de tablillas escritas en largas columnas y cuyos en-
cabezamientos eran nombres de dioses, que eran
también los nombres de los cuerpos celestes. Para
descifrar estas tablillas se necesitó mucho ingenio,
pero finalmente se logró, y resultaron ser registros
23
(~Uy similares a los de nuestros Almanaques Náuti-
-coso (En la lámina 1 puede verse una de estas tao
,blillas, con una transcripción a nuestra notación
actual, junto con un extracto de las Efemérides
para 1960, a fines de comparación.)
En estas tablillas hay observaciones planetarias,
tablas para la predicción de los movimientos y los
éClipses de la Luna, "reglas de procedimiento" en
las que se establecen los pasos aritméticos que es
menester realizar para calcular "efemérides" (las
posiciones diarias de los planetas) y una cantidad
de materiales análogos. También hay horóscopos;
los más antiguos se relacionan con problemas de
estado, pero desde el 400 a. C. comienzan a aparecer
también los horóscopos individuales. Además, hay
tablillas que registran la duración y las fechas de
terremotos, plagas de langostas y otros desastres
naturales. Es de imaginar que estos registros se
hicieron a fin de determinar si había en estos acon-
tecimientos algún ciclo repetidor, como las regula-
ridades de los sucesos astronómicos, pues, de ha-
berlos, los adivinadores hubieran podido predecirlos,
del mismo modo que habían aprendido a predecir
los eclipses lunares.
El cuadro que podemos reconstruir a partir de
estos restos es aún incompleto, pero basta ya para
demostrarnos que el respeto de los griegos de la
época clásica por los babilonios se basaba en algo
más que en una mera leyenda. En dos cosas, par-
ticulannente, los babilonios han sido los maestros
de toda la humanidad: mantuvieron el registro con-
tinuo y fechado de los sucesos astronómicos por lo
menos desde el 747 a. C., y sus mejores técnicas
.matemáticas solo han sido superadas hace muy poco.
Mantuvieron ininterrumpidamente esta pericia, aun
después de que Alejandro Magno capturase sus
ciudades en el 331 a.· C.: como toda verdadera tra-
dición científica, la de ellos continuó desarrollándose
y sus más elaboradas realizaciones provienen de
una época tan tardía como el 150 a. C., en el período
Seléucida.
En las tablillas más antiguas, los textos matemá-
·ticos están separados de los astronómicos. Las ta-
~las de multiplicar aparecen ya en el 2000 a. C. Un

-24:
poco más tarde, hallamos problemas geométricos
simples, que se resolvían por métodos aritméticos
o algebraicos, a düerencia de los métodos que nos
son más familiares, desarrollados por los geómetras
griegos (como Euclides) 1500 años más tarde. Por
la misma época, alrededor del 1800 a. e., se hicieron
los primeros catálogos estelares y 16s primeros re-
gistros de movimientos planetarios. Al principio,
todas las posiciones celestes se indicaban con refe-
rencia a constelaciones conocidas; se lee, por ejem-
plo: "a tres dedos de la cola de la Osa Mayor". Solo
desde el 450 a. e. hallamos una localización de su-
cesos astronómicos. hechos mediante el uso de un
sistema numérico preciso de "grados" angulares;
desde ese momento, se determinan las posiciones
con referencia a los signos del Zodíaco. En este sis-
tema, se divide arbitrariamente el cielo en doce
zonas de 30°; cada zona se halla caracterizada por
una constelación particular. Gracias a esto se hizo
posible la "aritmética angular": podían sumarse o
He resta las distancias a través del cielo del mismo
modo que las distancias sobre la Tierra. Así, pudie-
ron introducirse técnicas aritméticas muy precisas
para la predicción de los acontecimientos celestes.
Los signos numéricos usados por los babilonios
para los cálculos aritméticos iban de 1 a 60, de 61
11 3.600, etc.; en nuestro sistema "decimal" vamos
de 1 a 10, de 11 a 100, etc. Era natural. pues, que
también empleasen estos signos "sexagesimales" pa-
ra el registro de los grados angulares. En realidad,
hemos tornado de ellos, sin cambio alguno, el siste-
ma para medir ángulos y aún lo empleamos. Los
ángulos que nosotros indicamos, por ejemplo, 290,
31', 5" (hablando de grados, minutos y segundos),
ellos los escribían simplemente 29,31,5, como los dí-
gitos sucesivos de una fracción sexagesimal, es de-
31 5
elr, indicaban el número 29 + - + --, del mismo
60 (60)2
modo en que nosotros expresarnos la, fracción deci-
4 8
mal 5,48, o sea: 5 + - + --o
10 (10)2
25
Los PROBLEMAS
Por remota que sea la época de la que se conserve
algún testimonio, hallamos siempre en ella que los
hombres han tenido motivos para estudiar el cielo
y las cosas que ocurren en él. La vida agrícola esta-
ble exige un conocimiento práctico del ciclo de las
estaciones, por lo cual, aunque el centro del hombre
se halle en la tierra en que vive, las idas y venidas
de los cuerpos celestes atrajeron su atención desde
épocas tempranas: sus apariciones (los "fenómenos",
como los llamaban los griegos), sus desapariciones,
sus fases, sus eclipses y todos esos ciclos periódicos
cuya existencia es obvia aun antes de disponer de
ninguna teorJa o modelo de los cielos. Los babilo-
nios estudiat'on con gran minuciosidad este espec-
tá¿ulo, aun :sin preguntarse -que nosotros sepa-
mos-, comó "problema de física, qué son realmente
los objetos que integran la procesión celeste. Ellos
observaron, registraron y aprendieron a conocer los
ciclos astronómicos por razones prácticas y parecen
haber ignorado casi totalmente los problemas de
tipo especulativo.
El problema básico que abordaron los babilonios
fue el de la predicción celeste, que en gran medida
también resolvieron. Algunos sucesos son fáciles de
predecir: a medida que cambian las estaciones, las
constelaciones se desplazan de manera gradual y
uniforme a través del cielo, para reaparecer afio
tras año en la misma sucesión regular. Pero él Sol,
la Luna y los planetas se mueven a través de las
constelaciones a velocidades variables y siguiendo
trayectos a veces intrincados.
Ilustraremos esto con dos ejemplos. Consideremos
primero los planetas. Los babilonios sabían que
éstos no -se mueven a través de las estrellas fijas en
trayectorias rectas y a velocidades constantes. Si 9b-
servamos un planeta como Marte y diagramamos
sus posiciones sucesivas a través de las constela-
ciones noche tras noche y durante meses, pronto se
hace evidente la gran irregularidad de su trayecto.
Después de moverse de manera continua a través
de las estrellas durante algún tiempo, se detiene
periódicamente por unos días, luego retrocede du-
26
rante varias semanas, se detiene una vez más y
finalmente reanuda su marcha normal hacia el este.
Si unimos los puntos de su trayectoria en los que
lo hemos observado, veremos que el planeta ha des-
cripto un rizo: como decimos hoy, su movimiento
ha sido "retrógrado". (Los babilonios registraron y
sabían cómo prever este movimiento retrógrado de
los planetas.)
Aun el movimiento visible del Sol es bastante
difícil de analizar. Podemos, también en este caso,
di agramar sus posiciol1es relativas a las constela-

..
... -..... ,;
~
. .
'".9·~:;.·· .. · i
", ;' 1 Jun. 'Mayo e 1 Abril ••
'0." . 0----'0 • O .'
..............
~

".. SAGITARIO
.

El movimiento retrógrado de Marte en 1939

ciones observando las estrellas que aparecen en el


cielo occidental poco después de su puesta. Regis·
tremos de esta manera las posiciones diarias del Sol
durante todo un año y unamos los puntos sobre un
mapa e~telar: el trazo continuo resultante recibe el
nombre de "ecliptica", y es el mismo cada afio. (La
Luna y los planetas también se mueven a través
de las estrellas aproximadamente a lo largo de la
misma linea.) Sin embargo, contemplado desde la
Tierra, el Sol tiene un movimiento doble: no sola-
mente se mueve a lo largo de la eclíptica, sino que
también comparte el movimiento diario y anual de
las estrellas y de todo el firmamento; atraviesa el
cielo una vez cada veinticuatro horas y cambia su
elevación con las estaciones. Es necesario tener cla·
ramente en cuenta esta doble naturaleza del movi-
miento visible del Sol, especialmente cuarido exami~
nemos los problemas que abordaron los griegos. Con
27
respecto al horizonte, por ejemplo, el Sol parece mo-
verse hacia el oeste, a través del cielo, un poco más
rápidamente que la Luna, la cual permanece visible
detrás de él, de un día al siguiente, a unos 120.
Puede observarse esto más claramente a la hora del
ocaso en los días inmediatamente anteriores a la
luna nueva. La Luna se eleva cada vez más en el
cielo durante el ocaso y se oculta cada vez más tar-
de a medida que avanza el mes. Pero, considerado
con relación al fondo de las estrellas fijas, la Luna
se mueve a 10 largo de la ecUptica en direeci6n este
a una velocidad trece veces mayor que la del Sol,
pues recorre en un mes una distancia que el Sol re-
corre en un afio.
Todo esto los babilonios lo sabían muy bien. Quizá
la exposición más clara de esta cuesti6n es la que
dio el autor romano Vitruvio, quien introdujo en su
tratado sobre arquitectura' instrucciones para el di-
sefio y la construcción de relojes de sol. Como pre-
facio a estas instrucciones, expone el sistema de los
cielos, quizá tornado directamente de Dem6crlto; al·
gunos eruditos creen que muchas partes del mismo
describen la concepción babilónica del cosmos. He-
mos omitido en el pasaje siguiente las especulacio-
nes que son, obviamente, de origen griego; lo res-
tante es un resumen razonable del aspecto que
deben de haber adoptado los cielos ante los prime-
ros observadores sistemáticos.
El sistema de la Naturaleza está dispuesto de tal modo que
su polo superior está por encima de la Tierra en la pane none,
mienuas que en el sur el polo opuesto está oculto por la pane
inferior de la Tierra. Además, hay una zona iDclinada en la
parte media, que llega hasta el sur del Ecuador y a la que se
representa mediante los doce signos del zodiaco. Las doce cons-
telaciones zodiacales giran alrededor de la Tierra y el mar jun-
to con las estrellas restantes y completan su camino con cada
revolución de los cielos.
Al mismo tiempo que estos doce signos, cada uno de los
cwaIes ocupa la doceava parte del firmamento, giran continua-
,lDente de este a oeste, vagan a través del cielo en dirección
contraria, de oeste a este, y atravesando los mismos signos, la
Luna, Mercurio, Venus, el Sol mismo, Marre, Júpiter y Satur-
no, como si cada uno de ellos marchara a su propio paso y
tuviera su propio trayecto. La Luna tarda 28 dfes y una hora,
28
aproximadamente, en ~ la vuelta desde un punto del zodiaco
al mismo punto, completando así el mes lunar.
m Sol, por su parte, tarda un mes en recorrer un solo signo,
es decir, 1/12 parte del cielo. De esta manera. atraviesa los
doce signos en doce meses; vuelve luego al signo de donde
partió y completa así el lapso de un año. Por consiguiente, el
circulo que la Luna recorre trece veces en un año, el Sol lo
recorre solamente una vez en el mismo período.
Los planetas Mercurio y Venus parecen ir bordeando los
rayos del Sol; así, de tanto en tanto parecen retroceder y mar-
char a ritmo m~ lento, retardando su paso por las constela-
ciones cuando su trayecto atraviesa la eclíptica. Esto puede
observarse con mayor claridad en el caso de Venus, que, cuando
sigue al Sol, puede ser visto en el cielo después de la puesta
del primero, y al que se da el nombre de Estrella Vespertina
por su brillante luz. En otras épocas, en cambio, marcha de-
lante del Sol y se eleva en el cielo antes del alba, por lo que
se lo llama entonces Lucifer, o el Portador de Luz. Así, estos
planetas a veces permanecen en un signo del zodíaco durante
varios días y en otras épocas pasan al signo siguiente más rápi-
damente que de costumbre. Puesto que no permanecen en cada
signo un número fijo de días, con el aumento de su velocidad
compensan en ciertas épocas los períodos en los que se retar-
dan; después de cada retardo, retoman rápidamente su ritmo
propio.
m planeta Mercurio atraviesa el firmamento de manera tal
que vuelve al mismo signo a los 360 días de su curso. En pro-
medio tarda 30 días en cada signo del zodíaco. En sus períodos
de movimiento más veloz, Venus atraviesa IIn signo del zodíaco
en 30 días. Pero, si bien permanece menos de 40 días en cada
signo, compensa la diferencia retardándose en un signo cuando
llega a su punto estacionario. De este modo, completa su cir-
cuito a través del firmamento en 485 días, es decir, vuelve a
los 485 días al signo del cual partió.
Marte atraviesa las constelaciones y retorna al punto inicial
de su trayecto en 683 días, aproximadamente; después de avan-
zar rápidamente por algunos signos, comp:nsa este adelanto
cuando llega a sus puntos estacionarios. Júpiter, que remonta
suavemente la rotación de los cielos, permanece unos 360 días
en cada signo y retorna, después de once años y 313 días, al
signo en que se hallaba unos doce años antes. Saturno atra-
viesa cada signo en 29 meses y algunos días, y tarda 29 años
y 160 días en volver al signo en que se hallaba unos 30 años
antes.
De tanto en tanto, especialmente cuando se hallan en el
mismo tercio del cielo que el Sol, esos planetas detienen su
avance y rerroceden hasta que el Sol ha pasado al signo ze-
diaca1 siguiente.
29
Obsérvese que en todo lo anterior solo se trata
de las posiciones de los cuerpos celestes tal como
los vemos. Aún no se plantea el problema de hallar
explicaciones. Actualmente, claro está, podemos -ex-
plicar todos esos movimientos visibles --sobre la
eclfptica, ecuatorial, etcétera- con referencia a la
rotación de la Tierra alrededor de su eje, al despla-
zamiento de la Luna alrededor de la Tierra, etcétera.
Pero, para calcular dónde estará la Luna (por ejem-
plo) tal o cual día a la hora del ocaso estas explica-
ciones son innecesarias.
El objetivo al que tendían los babilonios era el
de que todos esos movimientos fueran tan predeci-
bles como los de las estrellas. Estaban particular-
mente interesados en dos problemas: 1) el de pre-
decir los eclipses lunares y solares, y 2) el de calcu-
lar los días en que la luna nueva sería visible por
vez primera en el horizonte occidental.

EL FUNDAMENTO DE LOS PROBLEMAS

¿Por qué estaban tan interesados en estas cues-


tiones particulares los astrónomos babilonios? Sus
razones aclaran los objetivos prácticos que los ba-
bilonios esperaban alcanzar por medio de la astro-
nomía: la adivinación y la regulación del calendario.
Por otro lado, se consideraba que los cuerpos celes-
tes eran dioses, y a los planetas mayores les dieron
nombres de dioses. Se creía que sus movimientos, no
solamente influían en el clima y en las mareas, sIno
también en la salud y la fortuna de los hombre!,! y
de los estados. Por eso, el arte de predecir aconte-
cimientos astronómicos fue valorado como un me-
dio para obtener indicios acerca del futuro del Esta-
do. (También se usaban otras formas de adivina-
ción: por ejemplo, se sacrificaban animales y se
examinaban sus hígados para discernir signos "fa-
vorables" o "desfavorables".) Por carente de impor-
tancia que pueda ser esto para la astronomía, tal
como la concebimos hoy, hizo que los babilonios
atribuyeran gran valor al estudio cuidadoso de los
movimientos de los cuerpos celestes. Ya en la época
del gran rey y legislador Hammurabi, alrededor del
30
1800 a. e., se hab1an elaborado catálogos estelares
y toscos registros planetarios, presumiblemente ba-
jo los auspicios oficiales.
Pero, aunque se pensara que el principal interés
de los eclipses era su valor como presagios, había
otra razón que impulsaba a las autoridades del Es-
tado a estimular los estudios astronómicos. Era la
necesidad, tanto para cuestiones civiles como reli-
giosas, de disponer de un calendario uniforme y
seguro. Si bien nuestro propio calendario, con sus
afias bisiestos y sus meses de duración desigual,
puede ser confuso en ciertos aspectos, es bastante
adecuado para que no necesitemos pensar mucho
en él, especialmente a causa de que es verdadera-
mente universal, ya que se lo usa tanto en Gran
Bretafia como en Nueva Zelandia, en Siberia como
en América del Sur. En cambio, en el mundo anti-
guo, muchos lugares tenían calendarios diferentes,
de modo que a veces era difícil saber a qué fecha
del sistema aceptado en Egipto (por ejemplo) le co-
rrespondía una determinada fecha de otro sistema,
por ejemplo del ateniense. Algunos calendarios se
basaban en el movimiento anual del Sol; otros,en
las fases de la Luna. Esas dificultades no eran im-
portantes en una pequefia ciudad-Estado; así, duran-
te todo el período clásico, el comienzo del nuevo
mes en Atenas era proclamado por los "arcontes"
(magistrados) locales cuando veían con sus propios
ojos la luna nueva. Pero la Mesopotamia era el
corazón de un gran imperio continental centrali-
zado. Tanto por exigencias comerciales como guber-
namentales, se necesitaba un calendario más unifor-
me y fácil de predecir, exento de variaciones locales
y de otras irregularidades. Por eso, no cabe sor-
prenderse de que Hammurabi, además de atrase-
formas, ordenara la confección de un calendario que
debía regir en todo el imperio.
Pero una cosa es promulgar un decreto y otra
distinta ponerlo en práctica. Los problemas técni-
cos que implica establecer un sistema uniforme de
fechas son mayores de los que hoy suponemos. Para
cortos períodos de tiempo, el día es una unidad muy
adecuada; pero para todas las necesidades que va-
yan más allá de lo cotidiano se requiere una unidad'
3L
más prolongada. La más obvia que se ofrece a la
elección: es el mes, esto es, el período entre una
luna nueva y la siguiente. En la mayoría de los
países del mundo antiguo, la palabra "mes" signi-
ficaba el período que comenzaba durante el ocaso
en que la luna nueva era visible por vez primera y
terminaba en la ocasión similar siguiente. Aún hoy,
ésa es la definición oficial del mes en los calendarios
religiosos de judíos y musulmanes, y una de las
funciones del sacerdote o del imán es declarar el
comienzo del mes cuando ven con sus propios ojos
la luna nueva en el horizonte occidental. El mes
comienza en el crepúsculo, y cada crepúsculo suce-
sivo marca el comienzo de un nuevo día, hasta que
se completa el ciclo de las fases lunares.
El uso de este mes lunar para la determinación
del tiempo plantea dos serias dificultades y se ne-
cesita mucho ingenio de parte de los astrónomos
para superarlas, o al menos para atenuarlas. El pri-
mer problema práctico que se plantea se debe a
que el número de días que hay entre dos lunas nue-
vas consecutivas no es siempre el mismo. A veces
es veintinueve y a veces es treinta días y el prome-
dio es un poco mayor que veintinueve y medio. Ade-
más, las velocidades del Sol y de la Luna a través del
cielo no son constantes. Por otro lado, hay muchos
factores que pueden afectar la visibilidad de la luna
nueva. Por ejemplo, si la Luna está demasiado cerca
del Sol en el crepúsculo, la luz del último es dema-
siado intensa para permitir ver el tenue arco de la
Luna. El ángulo entre la eclíptica y el horizonte
también incide sobre la visibilidad: en el verano, el
Sol y la Luna se ponen en ángulos rectos con res-
pecto al horizonte, pero en el invierno el ángulo es
menor y la distancia entre los dos cuerpos quizá
tenga que ser mayor para que se pueda ver la Luna.
Por eso, es un problema complicado calcular de
,antemano el punto en que la Luna será visible por
vez primera y si un mes determinado tendrá vein-
tinueve días o treinta. Los atenienses de la edad de
oro nunca resolvieron 'este problema, y el primer
método efectivo de predecir el nuevo mes con mu-
cha antelación fue creado, aun en Babilonia, recién
en el 300 a. C. Constituye una de las apHcaciones
32
más elaboradas de las técnicas aritméticas babiló-
nicas.
Otro problema serio surge cuando se quiere man-
tener la concordancia de un calendario basado en
meses lunares con el ciclo anual de las estaciones,
esto es, con los movimientos del Sol. El año formado
por doce meses lunares es once días más corto que
el año solar, o sea, el Sol necesita once días más
para completar su ciclo. En tal sistema, el año nue-
vo cae cada vez más pronto en relación (por ejem-
plo) con los dias más cortos y más largos, o sea,
los solsticios. Por otra parte, un año de trece meses
lunares contendrá uhos diecinueve días de más y
cada año nuevo caerá casi trece dias más tarde que
el anterior, con respecto al Sol.
Hay varias maneras de eludir esta dificultad. Los
egipcios adoptaron un calendario puramente solar,
como nosotros. No se tomaban en cuenta las fase.
reales de la Luna y se fijaba arbitrariamente un
mes de treinta dias, independientemente del aspecto
que presentara la Luna. Doce meses de treinta dfas
junto con cinco dias "intercalares" al fin del afio
hacían un total de 365 días. Pero la mayoría de los
otros pueblos adoptaron, como los babilonios, una
serie de doce meses lunares como base del año; se
compensaban los once días restantes insertando un
mes extra -"intercalándolo"- cuando los solsticios
comenzaban a retrasarse demasiado con respecto al
calendario legal. Entre los afios regulares de doce
meses lunares se intercalaban afios ocasionales de
trece meses para evitar que el afio civil se apartara
demasiado del solar. Es posible introducir cierta re-
gularidad en este calendario mixto "lunisolar" cuan-
do se descubre que diecinueve afios solares solo
difieren de 235 meses lunares en medio día, apro-
ximadamente: en teoría, es posible entonces agregar
meses extras en un ciclo regular de diecinueve años
para mantener el calendario en consonancia con las
estaciones durante un largo periodo. De hecho, se
observa que, desde alrededor del 750 a. C., el ciclo
de intercalaciones se hace un poco más regular, si
bien el -dominio completo de los ciclos del calenda-
riono se logró hasta el 300 a. C. o más tarde. Con
todo, aun sin este reajuste final, el calendario babl-
33
lónico estaba tan bien regulado y sus registros tan
bien hechos que hoy podemos situar ~odos los acon-
tecimientos fechados de acuerdo con el sistema ba-
bilónico y persa, desde el 626 a. C. hasta el 45 d. C.,
con un margen de error de un día a lo sumo. En el
caso de la Atenas clásica no podemos alcanzar esta
exactitud.

580 Abr. 4 575 Abr. 12 570 Abr. 16 565 Mar. 22


579 Mar. 26- 574 Abr. 1** 569 Abr. 4- 564 Mar. 11**
578 Abr. 14 573 Abr. 19 568 Abr. 23 563 Mar. 29*
577 Abr. 3- 572 Abr. S* 567 Abr. 13 562 Abr. 17
576 Abr. 22 571 Abr. 26 566 Abr. 2

Tabla que mueJ/ra la relación entre el calendario


lunar :Y el solar

Los años 580-562 a. C. fueron los últimos di~cinueve años


del reino de Nebuchadnezzar 11 (Nabucodonosor 11). El co-
mienzo del año lunar variaba por esa época entre el 11 de
marzo y el 26 de abril, de acuerdo COn nuestro calendario.
Los meses lunares extras se agregaban a siete de los años,
durante la primavera en cinco casos (. ) y en el otoño en
los otros· dos ( •• ). (Diecinueve años solares de doce meses
civiles cada uno corresponden muy de cerca a 235 meses lu-
nares.)

LA SOLUCIÓN DE LOS PROBLEMAS

¿Cómo trataron los babilonios de resolver estos


problemas? ¿Y de qué manera influyeron sus des-
cubrimientos y sus técnicas matemáticas en sus
ideas acerca de los cuerpos celestes? ¿Qué creían
que eran los planetas y cómo explicaban los movi-
mientos celestes observados?
Llegaron a adquirir gran habilidad en la predic-
ción celeste y en todo lo que concierne a los movi-
mientos visibles de los cuerpos celestes fueron muy
entendidos. Sin embargo, sus métodos eran pura-
mente aritméticos: se trataba de complicadas sumas
llevadas a cabo siguiendo reglas muy ingeniosas.
Por lo que sabemos, nunca fueron más allá de los
mismos problemas con que comenzaron, ni los con-
sideraron desde un punto de vista teórico. Sus inda-
34
gaciones eran siempre del siguiente tipo: ¿en qué
momento del afio será visible por vez primera en
el cielo la constelación de Orión? ¿Cuándo veremos
el próximo eclipse de Luna? ¿En qué momento se
detendrá Marte en su trayecto y comenzará su mo-
vimiento retrógrado? Tales fueron los problemas
que se plantearon: sus métodos de pensamiento les
permitian dar una respuesta precisa a estas cues-
tiones, pero solamente a éstas.
Lo que hacían era analizar los registros de los
movimientos celestes de manera aritmética. Pode-
mos comprender 10 que esto significa considerando
cómo se resuelve un tipo de problema semejante en
nuestros días, el de la preparación de tablas de ma-
reas. Pues si bten desde el punto teórico como
prendemos muy bien, en términos generales, por
qué el mar asciende y descien«;le como 10 hace, la
tarea de predecir los momentos y las alturas de las
mareas es demasiado compleja para que podamos
realizarla a partir de los principios más generales.
Por eso, los cálculos de las tablas de mareas se ha-
cen mediante un análisis aritmético muy complica-
do, cuyo desarrollo se basa en métodos empíricos
de ensayo y de corrección de errores, métodos que
no dependen en modo alguno de la teoría de la
gravitación. Esto no significa que las mareas no
cumplan las leyes de la dinámica y la gravitación:
nadie supone tal cosa. Pero la tarea de aplicar estas
leyes a la predicción de las mareas es demasiado
compleja para que sea de valor práctico, y tal fin
puede lograrse perfectamente bien mediante el aná-
lisis numérico de los registros pasados.
¿De qué manera se hace esto? No presenta nin-
guna dificultad, por supuesto, llevar registros de
los tiempos y las alturas de las mareas en un lugar
determinado, siempre que nos contentemos con apro-
ximaciones dentro de un margen de error de unos
pocos centímetros y unos pocos minutos. Si tene-
mosmuchos de estos registros -una "serie de tiem-
po", como los llamarían los economistas-- podemos
examinarlos para ver si aparecen en ellos ciclos
recurrentes. Hay un ciclo que se manifiesta de ma-
nera inmediata: en casi todas las partes del globo
las mareas altas se suceden cada doce horas y me-
35
dia, aproximadamente. Pero la recurrencla no es
perfecta: las mareas no se suceden con la precisión
de un reloj y a veces una marea alta aparece un
poco después o un poco antes que el promedio, según
resulta de los cálculos basados exclusivamente en
el ciclo de doce horas y media. Luego: podemos es-
tudiar estas desviaciones del promedio para ver si
también en ellas hay algún ciclo. ¿Las mareas par-
ticularmente altas aparecen antes o después del
tiempo m€dio de una manera predecible, o hay en
ellas alguna otra regularidad? Después de hallar
un ciclo medio en estas desviaciones, podemos exa-
minar luego las desviaciones de este nuevo prome-
dio, y así sucesivamente.
Lo mismo se hace con las alturas de las mareas.
También aquí hay una regularidad básica: las altu-
ras aumentan en las "mareas de aguas vivas" y dis-
minuyen en las "mareas de aguas muertas"; todo
el ciclo se completa en un período de catorce días
y tres cuartos, en promedio. Pero las alturas máxi-
mas de las mareas de aguas vivas y las mmimas de
las mareas de aguas muertas también son varia-
bles: una marea alta de aguas vivas será seguida
por otra no tan alta, que a su vez será seguida por
otra más alta, etcétera. Y las más altas mareas de
aguas vivas aparecen comúnmente en la época de
los equinoccios, o sea a fines de marzo y a fines de
septiembre. Así, además del ciclo básico de catorce
días y tres cuartos, hay otras variaciones de altura,
en menor escala, que se repiten cada veinticuatro
días y medio y cada noventa y un días y tres cuartos.
~n uno y otro caso, ya estudiemos las alturas o
los tiempos de la marea alta, procedemos de la mis-
ma manera. Primero analizamos los registros para
hallar los cambios cíclicos básicos; luego estudiamos
los casos que se apartan del promedio, para ver qué
ciclos podemos hallar en estas desviaciones; luego
estudiamos las desviaciones de las desviaciones pro-
medio; y así sucesivamente. De este modo, vamos
descubriendo de manera progresiva todos los cam-
bios cíclicos que se combinan para producir las altu-
ras y los tiempos de las mareas.
Luego damos el paso decisivo. Una vez que he-
mos descubierto estos ciclos mediante el estudio de
36
los registros pasados, podemos mirar hacia adelan-
te: podemos "extrapolar" -extender cada uno de los:
ciclos independientemente hacia el futuro- y calcu~
lar los tiempos o las alturas para una fecha futu--
ra determinada, combinando los datos resultantes.
Supongamos que sobre la base del ciclo de doce-
horas y media calculamos cierta altura para una
fecha determinada a las 4 y 37 de la tarde; pero la
desviación cíclica indica que la altura en cuestión
será alcanzada siete minutos antes, esa tarde, mien-
tras que el ciclo de desviaciones de este promedio-
da un atraso de dos minutos ... El tiempo que se-
quiere predecir será, entonces, 4 h 37' - 7' + 2', o-
sea, las 4 y 32 de la tarde.
Tal es, en esencia, la técnica usada hasta la actua-
lidad para calcular los tiempos y las alturas de las
mareas. Los métodos de este género parten, claro-
está, de ciertas suposiciones: por ejemplo, la de que-
el desarrollo in extenso del análisis numérico per-
mitirá revelar todas las variaciones del problema.
El ciclo de doce horas y media es obvio para cual-
quier observador; el ciclo de catorce horas y tres
cuartos es conocido por cualquiera que haya vivido-
largo tiempo junto al océano; los factores de menor
escala y de mayor períOdo solo aparecen después
de una larga experiencia o de un cuidadoso estudio.
Desarrollando lo suficiente el proceso, cabe esperar,
debe de ser posible calcular los tiempos y las altu-
ras de mareas futuras con la exactitud que se quie-
ra. Pero, en el caso de las mareas, hay un límite-
para esto, una dificultad que no tuvieron los astró-
nomos babilonios. Algunos de los factores que afec-
tan a las mareas no varían cíclicamente, sino irre-
gularmente. Por ejemplo, un viento fuerte que sopla
a lo largo de un canal estrecho puede hacer que la
marea suba más de lo que subiría normalmente y,
al impedir que el agua se expanda, retardar el des-
censo de la marea. (Las crecientes uel mar del Norte
de enero de 1953 fueron un caso extremo de este
fenómeno. ) Con estas limitaciones, la técnica de-
analizar los cambios de las mareas en ciclos inde-
pendientes satisface todas nuestras necesidades prác-
ticas.
37
Debe observarse un punto que es de gran impor-
tancia para nuestra comprensión de la astronomia
babilónica. Para los fines de este tipo de análisis
numérico no es necesario explicar por qué se pro-
ducen esos cambios dclicos, o cuáles son los agentes
responsables de los mismos. En realidad, inclusive
hoy no comprendemos con mucha claridad cómo se
producen los diferentes tipos de ciclos de las mareas.
El ciclo de doce horas y media está relacionado con
la rotación de la Tierra, en combinación con el mo-
vimiento de la Luna. El ciclo de catorce dias y tres
cuartos sigue las fases de la Luna, y se sabe (por
una conocida regla empírica) que la más alta marea
de aguas vivas es la quinta marea alta después de
la luna llena_ La atracción gravitacional del Sol
tiene otro efecto subsidiario sobre las mareas: el
ciclo de noventa y un días aproximadamente puede
ser relacionado con la longitud de los afios solares,
ya que cuatro de esos ciclos hacen 365 dias. Es po·
sible comprender todas estas variaciones dcllcas
mediante la teorla de la gravitación. Pero, por la
preparación de tablas de mareas, la teoria carece
de utilidad. Puede ser intelectualmente satisfactorio
que podamos explicar los ciclos, pero, para propósi-
tos prácticos, basta saber que existen.
Los babilonios abordaron los problemas de la pre-
dicción de fenómenos celestes mediante técnicas aná-
logas. Tenían extensos registros de eclipses, y con
el tiempo acumularon también registros completos
de otros fenómenos astronómicos. Mediante su exa-
men pudieron determinar un número cada vez ma-
yor de las variaciones dclicas que se combinan para
hacer que el Sol, la Luna o un planeta aparezcan
en el cielo en un punto dado a una cierta hora del
dia o de la noche. Por extrapolación, aplicaron los
análisis numéricos resultantes a la predicción de
eclipses, de momentos de primera visibilidad y
de puntos estacionarios en las trayectorias de los
planetas. Tratándose de fenómenos astronómicos,
ningún factor perturbador obstaculizó su labor (fac-
tor que introduce el viento en la predicción de las
mareas), y asf vemos que su habilidad para la pre-
38
dicción celeste fue cada vez mayor a través de los
siglos. Las invasiones de langostas y los terremotos,
en cambio, se producían de manera menos predeci-
ble y la aplicación a los mismos de esos métodos
de.' predicción nunca dio resultado.
La falta de espacio nos impide analizar en detalle
todas las variaciones ciclicas de los movimientos del
Sol y de la Luna, y los métodos precisos que usaron
los babUonios para las predicciones. Pero, podemos
indicar algunas de las dificultades con las que tro-
pezaron. Consideremos, por ejemplo, qué situación
debe darse para que se produzca un eclipse de Luna.
Para comenzar, el Sol y la Luna deben estar exac-
tamente "en oposición", esto es, separados por lSOO
medidos a lo largo de la eclíptica. Esto, naturalmen-
te, ocurre a mediados de todo mes lunar, durante la
luna llena. Pero las velocidades a las que se mue-
ven el Sol y la Luna a través del cielo no son muy
uniformes, de modo que calcular el momento de la
oposición es ya una tarea muy compUcada. Y aun
cuando se logre esto, es necesario saber también a
qué distancia estará la Luna, en ese momento, de la
línea de la ecHptlca. Para que se produzca un eclip-
se, la Luna debe estar exactamente sobre la ecHptlca
en el momento de la oposición, y no (por ejemplo)
a 1,2 0 o más por encima o por debajo de ella; en
realldad, sabemos, y los babilonios también lo sa-
bían, que la Luna no se mantiene exactamente en la
trayectoria del Sol, sino que oscila hasta unos 60
por encima o por debajo de la misma.
Por consiguiente, para predecir un eclipse lunar
es necesario haber descubierto y registrado separa-
damente todos los ciclos anteriores. Estos ciclos va-
rían independientemente unos de otros, pero debe·
mos ajlrrnder a combinarlos para obtener la predic-
ción dQ.~eada; la gran visión de los babilonios se
revela en el hecho de que reconocieron esto con toda
claridad. En realidad, elaboraron métodos para la
predicción infalible de eclipses lunares. Hasta fue-
ron capaces de calcular, aproximadamente, si un
eclipse sería total o parcial y en qué medida. Y lle-
garon eventualmente a resolver también el proble-
ma más huidizo de todos: el de determinar de ante-
mano exactamente en qué tarde seria visible por
39
primera vez en el cielo el creciente de la luna nue-
va, para dar comienzo al mes legal y religioso.
En cambio, no pudieron resolver con certeza el
problema de predecir eclipses solares. Como sabe-
mos en la actualidad, estos eclipses solo son visibles
desde una franja estrecha de la superficie terrestre,
debido a la pequefiez de la sombra que arroja la
Luna sobre la Tierra. Con todo, evitaron ser toma-
dos por sorpresa por un eclipse solar. Sablan que
éste siempre se producfa exactamente en el mo-
mento de la "conjunción", cuando la Luna es com-
pletamente invisible y está en linea recta con el
Sol. Mediante el estudio de la trayectoria de la Luna
y de los momentos en que atraviesa alternativa-
mente hacia uno u otro lado del camino del Sol, al
menos podfan saber cuándo era posible que hubiera
un eclipse de Solo cuándo era totalmente imposible.
(Si existfa el "peligro" de un eclipse y éste no se
producia, se consideraba esto como un buen pre-
sagio.)
Al referimos a la sombra que la Luna arroja so-
bre la Tierra, estamos explicando con nuestros pro-
pios términos por qué las técnicas babilónicas da-
ban resultado en algunos casos y fallaban en otros.
Pero, al hacerlo, nos colocamos fuera de su propio
esquema de pensamiento. ¿Conoclan ellos las (~aU8a&
de los eclipses? No tenemos una respuesta segura
para este interrogante. Lo que lograron, siguit'lldo
su propia Unea de pensamiento, es bastante notable
y es importante darse cuenta de cuán lejos se puede
ir mediante el simple análisis de los fenómenos
-sean los de las mareas o los del cielo--, sin pe-
netrar en los problemas teóricos que constituyen
para nosotroli una parte esencial de la oceanograffa
y la astronomfa. Todo lo que se necesita para la
predicción astronómica como la que ellos practica-
ban es analizar lo que vemos en el cielo. Aun la
cuestión de saber si la Tierra se mueve o no es
ajena al problema. Más aún lo son las cuestiones
relativas a "sombras", "fuerzas de atracción", f'tcé:-
tera.
La precisión alcanzada por los últimos astróno-
mos babilonios, por ejemplo, Kidinnu, a fines del
40
siglo IV a. C., ha sido juzgada sumariamente de la
siguiente manera:

Hansen, el más famoso de los ascronomos lunares, en 1857


dio un exceso de 0,3" para el movimiento anual del Sol y la
Luna; el error de Kidinnu era tres veces mayor. Oppolzer
elaboró en 1887 las reglas que empleamos comúnmente para
fechar eclipses de la antigüedad. Se reconoce acrualmente que
su valor para el alejamiento del Sol del nodo era inferior al
real en 0,7" por año; Kidinnu estaba más cerca de la verdad,
pues dio un valor cuyo error era de 0,5" por encima del real.
Parece increíble que pudiera lograrse tal cxactimd sin telesco-
pios, relojes, sin los innumerables aparatos mecánicos que
abundan en nuestros observatorios y sin nuestra matemática
superior hasta que recordamos que Kidinnu disponía de una
más rica colección de registros de eclipses y otros fenómenos
utronómicos cuidadosamente observados, que los que disponen
sus sucesores de la actualidad.

Los griegos, cuya astronomía está llena .de espe-


culaciones acerca del carácter flsico de las estrellas
y de lo;; planetas, y de las causas de sus movi-
mientos, solo en sus últimos tiempos lograron un
grado de exactitud semejante. Por entonces, los as-
trónomos como Hiparco y Ptolomeo pudieron sacar
provecho de los trabajos babilónicos y adaptaron
los resultados de éstos a sus modos de pensamiento
más geométrieos. Pues, después de la captura de
Bahilonia por Alejandro Magno sp abrió la posi-
bilidad de que confluyeran las tradiciones astronó-
micas mesopotámica y griega, cosa que ocurrió de
hecho en Alejandrfa alrededor del 200, a. C.
La alusión en la cita anterior a la "rica colección
de registros de fenómenos cuidadosamente obser-
vados" requiere un comentario. La precisión alcan-
zada por los babilonios provenía, no de la gran
exactitud de las observaciones individuales, sino
solamente de la antigüedad y la continuidad de sus
registros. Los pocos instrumentos que usaron no
eran precisos: eran simples orientadores basados
en el mismo principio que el reloj de sol. Además,
muchos de los sucesos en los que ellos estaban más
interesados se producían sobre el horizonte o cerca
de él y a menudo quedaban oscurecidos por la are-
na. Pero si se dispone de una serie de registros su-
41
flcientemente larga, base de extrapolación, no vale
la pena preocuparse por las fluctuaciones provo-
cadas por el azar (como las que el viento origina
en las mareas), o por inexactitudes en las observa-
ciones individuales. La mejor prueba de un método
de extrapolación consiste en determinar sus már-
genes de error: "¿de cuántos minutos por año será
el error de nuestras predicciones?" De acuerdo con
este criterio, los errores de mlnutos y aun de horas
en los registros de una persona pueden carecer de
significado cuando el acontecimiento en cuestión
se produjo varios siglos antes. Un error oe veinti-
cuatro horas en un periodo de 250 afios (o sea de
5,76 minutos por afio) es proporcionalmente menor
que un error de una hora en un periodo de diez
afios (S('¡8 minutos por afio). Los babilonios dispo-
nian de los dos ~'lemcntos más importantes: con-
tinuidad en sus registros y un calendario seguro
de acuerdo con el cual interpretarlos.

TEMAS MÁS AMPLIOS

Considerando retrospectivamente dCi'de el siglo


xx la astronomia babilónica, hay dos cosas que sor-
prenden: el cuidado con que mantuvieron los re-
gistros y la brillantez matemática de sus técnicas
de predicción. La ciencia contrajo una gran deuda
con 108 astrónomos babilonios, pues, en última ins-
tancia, las teorias especulativas acerca de los cielos
solo podian ser sometidas a prueba examinando en
qué medida explicaban los movimientos ya observa-
dos de lo!; cw~rpos crlestes. Los datos hahilónicos
fueron de fundamental importancia para Hiparco y
Ptolomeo. Si leyéramos la historia para atrás, casl
podr{amos pensar que los babilonios acumularon
sus registros astronómicos e hicieron sus análisis
de los fenómenos celestes con la intención de sumi-
nistrar una base para una astronomla cientffica.
Pero esto parece estar muy alejado de la verdad.
Aunque podian hacer predicciones de gran exacti-
tud, lo hicieron de manera tal que no ayudaba
para nada a explicar los acontecimientos en cues-
tión. Su labor permitió predecir eclipses, conjun-
42
ciones y movimientos retrógrados, pero no los hizo
más inteligibles que antes. Cada uno podfa tener
de los planetas las ideas que quisiera, y las regula-
ridades de sus movimientos, en lo fundamental,
permanecían en el misterio. La búsqueda de expli-
caciones de los acontecimientos naturales surgió,
no tanto en Babilonia como en Grecia, y cuando
nos preguntamos en qué puede ayudarnos una ex-
plicación científica debemos recordar este origen
múltiple de la ciencia. En la Nautical Almanac Orrice
todavía hoy se calculan las posiciones de los plane-
tas por métodos empfricos, al igual que las tablas
de mareas o las propias efemérides de los babilo-
nios. Aún en la actualidad estos métodos deben
muy poco a la ffsica de Newton. Nuestras teorías
pueden ayudamos a comprender por qué son efec-
tivas esas técnicas, pero los procesos concretos de
cálculo hallan su justificación en su eficacia, no
e:l su respetabilidad teórica.
¿Por qué los babilonIos no teorizaron acerca de
los cielos? Aquí entran en consideración otros as-
pectos de su labor. Creían que lo:; principales cuer-
pos celestes eran dioses: aun en tablillas que son
los equivalentes de nuestras Efemérides nduticas
-columnas de cifras que registran las posiciones
de los planetas dfa por día- vemos que se los
llama por sus nombres divinos corrientes. En el
mito tradicional de la creación se habla de las mis-
mas estrellas-dioses, mito que fue trasmitido du-
rante Siglos con muy pequefias alteraciones y que
formaba parte de la Escritura sagrada de Babilo-
nia.
Se trata del gran poema o himno cosmológico
conocido como Enuma Elish que se ha logrado re-
construir en gran parte a través de fragmentos in-
dependientes descubiertos por los arqueólogos du-
rante el siglo pasado. Las primeras versiones
conocidas del mito datan ya de la época de Ham-
lI1urabi (1800 a. C.), pero nunca cambió mucho en
su forma y a partir del 700 a. C. quedó pr¡icUca-
mente inmutable. Es, en parte, una historia de la
creación, semejante al libro del Génesis de nuestras
Escrituras. Pero, en sus versiones canónicas tiene
también la intención de explicar, y de este modo
43
justificar, la posición de Marduk como Dios princi-
pal de la Mesopotamia, cuyo héroe nominal era, y
de Babilonia como ciudad principal de la región. A
través de todo el mito, se presentan los dos órdenes
de cosas, el de los cielos y el de la Tierra, como inse-
parablemente relacionados. Babilonia, así reza el
mito, fue construida por los dioses de las estrellas
por orden de Marduk y bajo la dirección de Anu,
el dios de los cielos superiores y de la ecHptica.
El comienzo del poema está escrito en el estilo
literario que nos es familiar por los Salmos: los
versos están ordenados en pares, que se repiten con
muy pocas palabras diferentes. En el comienzo era
el caos: una extensión indiferenciada de agua que
se prolongaba por un cielo uniforme.
Cuando los cielos superiores aún DO tenían noml:re,
y los cielos inferiores aún no habían sido nombrados,
Cuando solo existía el primigenio Apsu que iba a crearlos,
y su madre Ti'amat, que dio origen a todos ellos;
Cuando aún estaba todo mezclado en las aguas,
y nO podía verse tierra firme, ni tan solo un pantano;
Cuando ninguno de los dioses había aún llegado a existir,
Ni se les habla dado nombres, ni se habían fijado sus destinos:
Entonces fueron creados los dioses entre los engendradores.
Más adelante se habla en el poema del estable-
cimiento del orden de los cielos. Los movimientos
de los dioses deben servir como medida natural
del tiempo; asi comenzaron las fases de la Luna.
Luego Marduk creó lugares para los grandes dioses.
Estableció a sus semejantes en las constelaciones.
Fijó el año y determinó sus divisiones,
Estableciendo tres constelaciones para cada uno de los doce
[meses.
Después de determinar los días del año por las constelaciones,
Estableció el lugar de Nibiru [la banda zodiacal] como medida
[de todos ellos,
Para que ninguno fuese demasiado cono o demasiado lar,llo,
y estableció también los lugares de: Enlil y Ea [los cielOl
[superiores e inferiores].
Cre6 puenas abienas de ambos lados,
Con fuenes cerrojos en el este y en el oeste.
y en el centro fijó el cenit.
Hizo que la Luna brillara intensamente y puso " la noche bajo
[su orden.
Hizo que ella permaneciera en la noche e indiara el tiempo.
Mes tras mes, incesantemente, hizo que su disco aumentara.
nA comienzos del mes, cuando te eleves sobre la Tierra,
brillarás como un creciente con cuernos durante seis días;
y con la mitad del disco el séptimo día.
En la luna llena estarás en oposición al Sol, en medio de cada
{mes.
Cuando el Sol te haya pasado en el horizonte orienral,
Te contraerás , dirigirás el creciente hacia atrás.
Cuando se attrque el momento de la invisibilidad, te aprcW-
{marás al camino del Sol.
y el dia veintinueve estarás. en Unea con el Sol por segun~
{vez.

Finalmente, Marduk ordena a Ea que cree al


hombre, cuya tarea será servir a los dioses "para
que puedan descansar". En recompensa los dioses
construyen la ciudad de Babilonia, inclusive Esa-
gila, el gran ziggurat (o templo escalonado) que
era el hogar de Marduk y el centro de la religión
babilónica.
Después que Ea, el sabio, creara al hombre
y le impusiera el deber de servir a los dioses.
(Esta creación estaba más allá de la comprensión humana
y fue realizada de acuerdo con los ingeniosos planes de
[Marduk.)
Marduk, rey de los dioses, dividió a toda la población de los
{Anunnaki {los dioses] por encima y por debajo,
y los subordinó a Anu, para que cumplieran sus decretos.
Puso a trescientos de ellos como guardias de los cielos,
y también determinó los caminos de los dioses y de la Tierra,
Hizo que seiscientos de ellos habitaran el cielo y la Tierra.
Después de dar todos sus decretos.
Otorgando sus porciones a los Anunnaki del cielo y de la
[Tierra,
Los Anunnaki abrieron sus bocas
y gritaron a Marduk, su Señor:
··Ahora, ¡oh Señor!, que nos has liberado de fatigas,
¿Qué haremos para mostrane nuestra gratitud?
Construiremos un altar cuyo nombre será
El lugar de reposo de la noche; venid, descansemos en él".
Crearemos un altar ...
El día de nuestta llegada [el día de año nuevo] descansaremos
[en él.
Cuando MarduJe oyó esto su rostro resplandeció con el brillo
[del dia y dijo:
"Entonces, que sea Babilonia, que vosotros habéis deseado
[construir;
Que se construya una ciudad y se erija un airar bien
[amurallado."
Entonces los anunnaki trabajaron con sus palas
E hicieron ladrillos durante todo un año;
y cuando llegó el segundo año,
Elevaron sobre lo alto la cima de Esagila, encima del Apsu.

La estrecha unión de la astronomía práctica con


la mitología tradicional tuvo un doble efecto con·
servador. Por un lado, hizo de la observación de
los cuerpos celestes un deber piadoso y fue un
motivo tradicional para la reunión y la preserva-
ción de los registros astronómicos; pero, al mismo
tiempo, rodeó al cielo y las estreIlas de una aureo-
la de santidad que los sacó del ámbito de la es-
peculación racional. El destino era un decreto de
los dioses. Pero los caminos de los dioses formaban
un esquema en el cielo que el intelecto podía com-
prender; y la lectura de presagios, astronómicos o
de otro género, fue una manera de predecir el des-
tino. Proyectadas sobre este fondo, las artes de la
adivinación y de la astrología no eran una forma
arcaica del engaño, sino un auténtico desafio al
ingenio humano. Para los babilonios, el Sol, la Luna
y las estrellas no solamente determinaban el as-
'Censo y el descenso de las mareas, y los cambios
de las estaciones, sino también el curso de sus for-
tunas per,¡onales y colectivas. Rechazar esta creencia
exigia una dilatada comprensión de las interco-
nexiones reales que hay en la naturaleza que solo
se alcanzó mucho más tarde. Para comenzar, no
habia ninguna diferencia esencial entre la predic-
ción astrológica y la profecfa astronómica; todavia
en el siglo XVI astrónomos profesionales como Ke·
pIer estaban dispuestos a actuar también como
astrólogos.
Pero, aunque la astronomía babilónica estaba re-
lacionada con la religión y la mitologia, es necesa-
rio no asignar demasiada significación a este hecho.
Por ejemplo, decir que los registros astronómicos
que hemos descubierto se conservaban en "templos"
y fueron recopilados por "colegios sacros de sacer-
dotes" puede ser engañoso. Pues esto supone una
división entre cuestiones sacras y seculares que es
totalmente inadecuada cuando se aplica a las anU-
46
guas ciudades de la Mesopotamia. En aquel enton-
ces, los asuntos poUticos y religiosos estaban
entrelazados de una manera que serIa totalmente
inconcebible hoy dIa. El arte de la escritura cunei-
forme solo lo poseían unos pocos, y a éstos les
correspondian tareas que hoy se dividen entre la
Iglesia, los colegios y el servicio público. Se nece-
sitaba un calendario seguro, RO solamente para los
propósitos del ritual, sino también para la admi-
nistración civil; a través de los pocos elementos de
juicio que poseemos, solo podemos decir que, muy
probablemente, los astrónomos de Babilonia eran
empleados del estado: Cómo se los educaba, cómo
trabajaban y si tenian o no otras funciones, no lo
sabemos. Posiblemente estuvieran adscriptos al gran
ziggurat, que era el centro rellgioso y administra-
tivo de la ciudad. (Lámina 2.) Podemos llamar a
este edificio un "templo", si nos place, ya que era
eso entre otras cosas. Pero seria un error suponer
por esto que la principal motivación de la astrono·
mfa babilónica era necesariamente religiosa. cuan-
do exlstfan tantas otras necesidades prácticas -y
hasta doctas-, además de las rellgiosas.
Sea como fuere, para hablar con honestidad, 1;0
sabemos con seguridad si los astrónomos babilonios
tenian o no ideas teóricas acerca de los cuerpos ce-
lestes. Todo lo que podemos decir es que sus rea-
lizaciones prácticas no requerlan ninguna compren-
sión teórica y que no han sobrevivido rastros de
cualquier teoria que pudieran tener.
Uno de los pocos elementos de juicio de que se
dispone, y bastante indirecto por cierto, es el si-
guiente pasaje de Vitruvio. Este habla de una tra-
dición según la cual Beroso, sacerdote de Bel (es
decir, de Marduk), emigró a la isla de Cos (c. 290-270
a. C.) y dio clases sobre la ciencia babilónica. Entre
otras cosas, enseñó una doctrina acerca de las cau-
sas de las fases de la Luna. A primera vista esto
parece refutar nuestra afirmación referente a la
astronomfa babilónica, de que ésta era puramente
computacional y que la especulación teórica tenIa
en ella un papel despreciable. Pero, si se lo analiza
más detenidamente, ese pasaje parece más bien con-
firmar esa opinión, pues la teorIa que en él se ex-
47
pone es sorprendentemente primitiva, si se la com-
para con las teor[as griegas:
Seroso, que vino de la ciudad o naClon de los caldeos y
expuso la ciencia babilónica eD Asia Menor, enseñaba lo si-
guiente:
El globo de la Luna es luminoso en un hemisferio, mientras
que la otra mirad es de color azul oscuro. En el curso de su
trayecto, cuando pasa por debajo del disco del Sol, los rayos
de éste y su violento calor se apoderan de ella, y, a causa de
las propiedades de la luz, la mitad brillante se vuelve hacia
la luz de aquél. Pero, mientras que las panes superiores miran
hacia el Sol, la pane inferior de la Luna, que no es luminosa,
se hace indistinguible de la atmósfera que la rodea y por tanto,
aparece oscura. Cuando está perpendicular a los rayos, toda
su luz queda reteDida en la cara superior y entonces se la
<onoce como la primera luna [o luna nueva].
Cuando, al avanzar, la Luna se desj,laza hacia las panes
orientales del cielo, la acción del Sol sobre ella se debilira
y el borde de su hemisferio luminoso arroja su espleDdor sobre
la Tierra, en forma de un arco muy tenue; por eso, es llamada
la segunda luna. Al continuar su movimiento día tras día,
recibe los nombres de tercera luna, de cuana luna, etc. Al
séptimo día, cuando el Sol está en el oeste, la Luna ocupa la
mitad del cielo visible y, estando a mitad de camino del Sol
a través del cielo, vuelve la mitad de su faz brillante hacia la
Tierra. Pero, en el día catorce, cuando todo el ancho de los
cielos separa al Sol de la Luna, ésta se eleva en el este en el
momento en que el Sol se oculta en el oeste; a esa distaDcia la
Luna está libre de los efectos de los rayos solares y exhibe la
gloria plena de toda su esfera como un disco completo. Du·
raDte los días restantes, hasta completar el mes lunar, dismi-
nuye cada día más y cae nuevamente bajo la influencia de los
rayos del Sol; y así se suceden los días del mes en su debido
orden.

Esta explicación ignora media docena de avances


teóricos hechos por los pensadores griegos durante
los dos siglos anteriores al 270 a. C. Basta imaginar
Que el Sol y la Luna se mueven en órbitas cerradas,
para poder atribuir las fases de ésta -como hicie-
ron los griegos- a la variación del ángulo en el
Que refleja la luz solar. Pero Beroso ni siquiera su-
pone que la luz de la Luna pueda ser luz reflejada.
Todo su cuadro parte de la suposición de que los
dos cuerpos marchan en caminos rectos a diferen-
tes alturas en el cielo y por encima de la Tierra.
48
SI recordamos el cuadro tradicional, que tiene re-
miniscencias de Enuma Elish, con sus
"puertas abiertas de ambos lados
con fuertes cerrojos en el este y en el oeste"
podemos comprender la teorfa de Beroso. Pero a un
griego debe haberle parecido enormemente rudimen-
taria.
,1/
- - - -Aü,- -d''''",
Cero
- - - - -0--
l' ,'.erte
Treyectoria del Sol
Fuerza 01.1 Sol .obre
-e -- - --() ---:. . - ~ --
luna Media luna
la looa

lI.ftG lUfta nu.yo Tr'2'1ctC'oria de la lvltO

~r7"""-:,-r-:::=:--"""7"T'j"'T,-r~""T7 Fa... tle I~ luna


//l/ 17 TlEIIA llll/llll'
Teoría de 8eroso de LIS faJes de la Luna
Para resumir, lo que queda de la astronomfa ba-
bilónica es la reIlquia de la larga tradición de ha-
bilidad aritmética dirigida a la solución del pro-
blema de la predicción celeste. Es de presumir que
los sabios y escribas que vivfan de la confección de
tablas de efemérides acostumbraban discutir mucho
más de lo que registraban en la arcilla. Pero si lo
hicieron, sus ideas i1unca llegaron a constituir una
propiedad común y se han perdido para nosotros.
Ciertamente no se opusieron a la tradición mitoló-
gica general.
Este hecho es sumamente significativo en dos
sentidos y muestra cuán lejos se hallaban los ba-
bilonios de hacer "ciencia" en el cabal sentido que
damos a la palabra en el siglo xx. Tal como la
concebimos nosotros, la vida de la ciencia depende
de la oportunidad que tengan los hombres, no so-
lamente de poder pensar en si mismos, sino tam-
hién de transmitir sus concep.ciones a otros. No
basta elaborar una nueva gran idea para si mismo,
o justificarla para unos pocos colegas profesiona-
les. Una revolución intelectual solo es completa
cuando la concepción fundamental sobre la cual
descansa llega a formar parte del patrimonio ge-
neral del "sentido común".
49
Más específicamente, esa protección de la mito-
logfa babilónica contra la critica astronómica nos
hace remontarnos a una etapa del pensamiento
en la cual la cosmologia y la astronomfa estaban
tan poco diferenciadas como lo estaba para el
autor del Génesis. Nuestras ideas contemporáneas
acerca de la estructura del universo derivan de
una tradición teórica que se remonta, no a Babi-
lonia, sino a Grecia: los antiguos filósofos fueron
los primeros en comprender que las ideas cosmo-
lógicas deben poder resistir la crítica cuando se
las confronta con las "apariencias" de los cielos.
En cambio, sus registros astronómicos fueron es-
casos. Asf, aunque los esponsales entre la astrono-
mfa y la cosmología que llevaron a cabo los griegos
debfa parecerles una unión ilfcita a los devotos
adoradores de Marduk, fue a los registros babiló-
nicos a los que tuvieron que recurrir los griegos
como piedra de toque de sus teorfas. Dirigiremos
ahora nuestra atención a esta otra rama más es-
peculativa del árbol genealógico de la ciencia.

NOTA: CÓMO CALCULABAN LAS CONJUNCIONES


LOS BABILONIOS

Como ejemplo de los procedimientos aritméticos


que usaban los babilonios cuando hacian sus cálcu-
los astronómicos, examinemos la siguiente tabla:
2,59 I 28, 37, 57, 58 20, 46, 16, 14 Tauro
11 28, 19, 57, 58 19, 6, 14, 12 Gémini!
111 28, 19, 21, 22 17, 25, 35, 34 Cáncer
IV 28, 37, 21, 22 16, 2, 56, 56 Leo
V 28, 55, 21, 22 14, 58, 18, 18 Virgo
VI 29, 13, 21, 22 14, 11, 39, 40 Libra
VII 29, 31, 21, 22 13, 43, 1, 2 &corpio
VIII 29, 49, 21, 22 13, 32, 22, 24 Sagitario
IX 29, 56, 36, 38 13, 28, 59, 2 Capricornio
X 29, 38, 36, 38 13, 7, 35, 40 Acuario
XI 29, 20, 36, 38 12, 28, 12, 18 Piscis
XII 29, 2, 36, 3M 11, 30, 48, 56 Aries

Esta tabla es una transcripción directa a nuestra


notación de una tablilla cuneiforme de los aftos
133-2 a. C. La fecha está indicada por las cifras
50
2,59 de la izquierda: designa el afio 2,59 de la era
seléucida, o sea, 2 X 60 + 59 (= 179) afios después
del 312 a. C., comienzo de la era. (En la notación
sexagesimal 2,59 corresponde a nuestro número
decimal 179.)
¿Cómo debe interpretarse esta tabla? Al parecer,
da las posiciones en el cielo en las que cabe espe-
rar "conjunciones" del Sol y la Luna durante el
año en cuestión. (Ver página 40.) La columna de
números de 1 a XII indica los meses sucesivos del
año. Las cifras de la columna siguiente, que co-
mienza con 28, 37, 51, 58 (es decir, 28 0 37'57/158"')
dan las distancias que el Sol recorre a través del
zodiaco en cada mes, entre una conjunción y la
siguiente. Obsérvese la repetición de las cifras en
el último par de lugares de estos números sexage-
simales: todos terminan en 57 y 58, o en 21 y 22,
o en aG y 3<;. Lo'; illlollcebihle que ¡él'; o;l:-icrvaciones
reales de los movimientos del Sol presenten tal
unirormidad; e"tas repeticiones confirman la supo-
,';\ción de que se trata de movimien tos calculados,
no observados. La columna final da las posiciones
en el zodíaco, calculadas de antemano, de las con-
junciones, para cada uno de los doce meses. Cada
posición registrada en la columna de la derecha se
obtiene agregando a la posición del mes anterior
(la cifra superior inmediata) el monto del "pro-
greso mensual", registrado en la columna de la
Izquierda: cada vez que se pasa a un nuevo signo
del zodiaco, se resta 300. Por ejemplo, si se suman
las cifras de la tercera línea de la columna izquier-
da a las cifras de la segunda Hnea de la columna
derecha, se obtienen las cifras de la tercera Unea
de la columna derecha: el movimiento del Sol de
28019'21"22'" reallzado durante el mes lleva a
aquél desde la posición 1906'14"12'" en el signo de
<:émini" a la posición 17°25'35"34"' en el signo si-
guiente, Cáncer. (Obsérvese que ZSO + 190 = 47"
l'n Géminis corresponde a 17° en Cáncer, después
de restar aoo.)
¿En qué regla se basa este cá.lculo? La suposi-
ción fundamental es que cada vez el Sol se mueve
HY (0,3°) más o menos que en el mes anterior.
Por ejemplo, entre los meses V y VI se le asigna
51
un movimiento de 290 13' 21" 22'" Y entre los me-
ses VI y VII se le asignan 18' más, o sea, 29°31'
21" 22"'. Se acelera mes tras mes hasta alcanzar el
máximo de aoo l' 59" 0''' por mes y luego se retar-
da nuevamente hasta que se aproxima a un mi-
olmo de 280 10' 39" 40''' por mes. Hoy representa-
riamos la velocidad del Sol a través del zodIaco
mediante un gráfico que darla una lfnea ondulada;
los babilonios se aproximaban a esta curva usando
31

Velocldod
del Sol 30
grodo.' .. e.

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ mln .
.1.1.10,",40

r n m1YYE'EItllI1X.X~m Me.

un par de líneas rectas, una arriba y otra abajo


(ver el diagrama). El lector puede ver por si mis-
mo cómo hacfan que la velocidad del Sol "doblara
la esquina", en los casos en que sumar o restar 18
habría excedido el máximo o habría caldo por de-
bajo del minimo. Téngase en cuenta que el cambio
de las cifras que terminan con 57,58 a las que
terminan con 21,22 representa el paso por un ml-
nimo, mientras que el cambio siguiente a las cifras
que terminan con 36,38 representa el paso por un
máximo.
Para una explicación detallada de esta tabla,
consultar la obra de O. Neugebauer The Exact
Sciences in Antiquity, págs. 101·10.

LECTURAS y OBRAS DE CONSULTA


COMPLEMENTARIAS
la obra más valiosa para quien se interese por la astronomla J
la matemática babilónicas es:
NBUGBBAUBR, O., The Exlld Scitl11ces in Anliquil,.

Pata un examen de la ciencia mesopotámica ubicada en su


contexto histórico, ver:
52
OLMSTBAD, Á. T., H;11or, 01 Ihll PIlr1U,,, Empiu.
Para una ubicaci6n hist6rica senera! de la ciencia en los Im-
perios Antiguos, son útiles las sisuientes obras:
GoRDON CHILDB, Y., Qué ocurrió lItI J. H;1Ior;'.
BRBASTBD, J. H., Ancilltll Times.
WOOLLBY, LEONARD, Thll SUmffltms.

Ila, una aposición , una discusión interesante de los aspectos.


mitolósicos del pensamiento preciendfico en:
FRANKPORT, H." otros, 8e/ore Philosoph, (publicado an-
teriormente con el tírulo The i,,'ellecIIIM Ad"lI11ll1re o/ A,,-
ciIItIl Mtm).
Los libros de Childe , Fran·kfon están publicados en la serie-
en rústica de Pelican, y el de Olmstead en la Serie Phoenix.
J..a película en 16 mm Rit'lIrs 01 Time (Ríos del tiempo),
hecha bajo los auspicios de la lraq Petroleum Company, su-
ministra una masnífia introducción visual a las civilizacio-
nes sumérica y 'cabe de la Mesopotamia.
La primera parte de la película EMlh 1ln4 Sk, (Tiecra y cielo).
que ha salido junto con este libro, trata de la astronomía.
babilónica; en esta sección se muestran los movimientos re-
rrósrados y la escriruca cuneiforme.
CAPÍTULO Il

IJA INVENCIÓN DE LA TEORíA

A 1 pasar de la astronomía babilónica a las pri-


meras especulaciones griegas recibimos la impresión
de pasar de una disciplina intelectual a otra com-
pletamente diferente. Y esto es, en efecto, lo que
ocurrió. Hoy sabemos que los primeros intentos de
los griegos por elaborar una teoría astrofísica te-
nían tan pocos caracteres de "ciencia" como las
técnicas babilónicas. Sin embargo, unos y otros, in-
dependientemente, contenían un germen que más
adelante iba a contribuir al desarrollo de la tradi-
ción científica. Ambos pertenecen a los antepasados
de la ciencia.
El único propósito de la astronomía babilónica
era servir como instrumento de predicción y adivi-
nación, prever las apariciones astronómicas, más
que explicarlas. El problema fundamental que im-
pulsó a los filósofos griegos de la naturaleza era
muy diferente. Podamos o no predecir todos los
cambios que se producen en los cielos o en la
Tierra, debemos tratar de descubrir, en términos
generales, por qué esos cambios ocurrieron de la
manera en que han sucedido. El día y la noche, el
verano y el invierno, la juventud y la vejez, la
enfermedad y la salud se suceden uno a otro como
imágenes sobre una pantalla cinematográfIca. Pero
detrás del "flujo" de los sucesos cotidianos hay
"principios" eternos y permanentes (los griegos es-
taban convencidos de esto). Si se pudiera descubrir
54
"la naturaleza de las cosas", seña posible explicar
de una manera racional muchas cosas que, de lo
contrario, simplemente nos dejarían perplejos.

LAS FUENTES

Nuestro conocimiento de la primitiva ciencia o


"filosofía natural" de los griegos (los términos son
equivalentes) deriva de fuentes que nunca llegaron
a perderse completamente para el conocimiento
humano, como se perdieron las tablillas cuneifor-
mes babilúnica:~. Es CÍ"TtO que algunas d~ las obras
más importantes permanecieron desconocidas en
Europa occidental durante un millar de años; las
copias de los textos originales, o las copias de copias,
solo se conservaron en las bibliotecas de Constanti-
nopla, o en las traducciones árabes de Córdoba, el
Cairo y Bagdad. Pero siempre hubo algún conoci-
miento de las ideas de los griegos, y los eruditos
han aumentado progresivamente la cantidad de
autores cuyas obras podemos estudiar.
Los siglos han tratado con más benevolencia a
ciertos autores que a otros. Con muy pocas excep-
ciones, las obras de Platón y Aristóteles han llegado
hasta nosotros completas. En el caso de éstos, el
problema es más bien poder discriminar entre las
obras genuinas de las espurias, las que circularon du-
rante la Edad Media bajo sus augustos nombres, y
decidir a la luz de los diversos manuscritos que aún
se conservan cuáles eran los textos originales. La
enciclopedia en que se hallaban reunidos todos los
conocimientos que poseían los griegos sobre astro-
nomb, coml)i!ado3 por Claudio Ptolomeo alrprledor
del 150 d. C., ha llegado hasta nosotros completa,
aunque de Hiparco (a quien Ptolomeo debió mucho)
solo se conocen fragmentos e informes de segunda
mano.
Los escritos de muchos otros autores que podían
haber sido de interés para nosotros a este respecto,
han sufrido el mismo destino que los de Hiparco.
Antes de la época de los grandes filósofos atenien-
ses, las especulaciones originales acerca de la na-
turaleza estuvieron centradas en dos regiones, am-
55
bas fuera de los límites de la Grecia actual: la
.Jonia, el borde costero de Asia menor que da al
mar Egeo (yen particular, la ciudad de Mileto), y
las chldades griegas de Sicilia y de Italia del sur.
Solo podemos reconstruir estas tradiciones "preso-
cráticas" a través de fragmentos y relaciones pos-
teriores; aun éstas a menudo proceden de críticos
hostiles. Queda de ellos lo suficiente para indicar-
nos el tipo general de teoría que elaboraron esos
hombres, pero no más que esto. Si exigimos inter-
pretaciones exactas, las respuestas que nos dan los
fragmentos son simplemente desconcertantes y am-
biguas. }<::;sto es una gran lástima, pues en el desarro-
llo de las ideas científicas, las ideas de los perso-
najes menores pueden ser tan reveladoras como
las de los gigantes. Comprenderíamos mejor el ca-
rácter de la tradición griega en el campo científico
si hubiera sobrevivido una parte mayor de sus
obras. Con todo, aún queda lo suficiente para poder
esbozar los contornos de un cuadro inteligible.
Antes de abandonar el tema de las fuentes, debe-
mos agregar algo más. En el siglo xx disponemos
de materiales más abundantes acerca de los filóso-
fos griegos que nuestros predecesores del siglo XVII
(por ejemplo), y mucho más que los eruditos del
siglo XIV, para no hablar ya de los del siglo XI. Ade-
más, las ediciones que hoy podemos consultar son
superiores y todo el cuadro del pensamiento griego
que podemos reconstruir es más detallado, más
exacto y más completo. Debemos recordar esto muy
en particular cuando consideramos, por ejemplo, la
justicia de los ataques del siglo XVII contra los pun-
tos de vista de Aristóteles, Ptolomeo o Galeno. Pues,
-como resultado de siglos de manipuleo por los es-
cribas, traductores y comentaristas, las teorías de
aquellos fueron en parte elaboradas y desarrolladas,
y en parte también adulteradas. Por eso, debemos
distinguir cuidadosamente entre las tradiciones aris-
totélica, ptolemaica o galénica contra las cuales se
hallaban dirigidas aquellas diatribas, y los puntos
de vista originales de esos autores.
Aquí, por supuesto, nos ocuparemos de los proble-
mas que abordaron realmente los griegos cuando
:trataron por primera vez de comprender las accio-
nes (le la naturaleza y de las nuevas teorías que
avanzaron para explicarlas. Los cambios que sufrie-
ron sus ideas en los dos mil afias siguientes consti-
tuirán una parte ulterior de nuestra historia.

Los CIMIENTOS

En los siglos anteriores al 300 a. C., las tierras


griegas que rodeaban al mar Egeo ofrecían un sor-
prendente contraste con la Mesopotamia, tanto po-
liticamente como en muchos otros aspectos. Si bien
el equilibrio de fuerzas entre los ríos Tigris y
Eufrates osciló entre los asirios y los babilonios, los
medos y los persas, esa región formó parte durante
toda esa época de un gran imperio terrestre centra-
lizado. Las dinastías subían y caían, el territorio se
hallaba unido políticamente, ya sea con Persia al
este, ya sea con Siria y Anatolia al oeste, pero por
lo demás la vida continuaba del mismo modo. La
organización social se había desarrollado por pri-
mera vez en la región durante el período sumerio
mucho antes del 3000 a. C., alrededor de la gran red
de canales de irrigación que se extendían desde el
interior hasta los deltas. Esta red de canales sub-
sistió sin alteraciones bajo los babilonios y los per-
sas y, más tarde aún, bajo los macedonios, los roma-
nos, los parto~. los sasánidas y los árabps; solo fue-
ron destruidos durante la invasión mongólica del
1258 d. C. El nomercio y las comunicaciones conti-
nuaron casi sin interrupciones. Los relatos mitoló-
gicos se transmitían de una generación a otra. Se
continuó pag:' 'lo los tributos y los impuestos. Los
)'ituales religiosos prosiguieron sus ciclos tradiciona-
les. La exigencia de un calendario exacto y de una
predicción exitosa siguió siendo acuciante y dio tra-
bajo a toda una clase de astrónomos profesionales.
Alrededor fi ~ 1 Egeo, en cambio, no había tal orden
y tal estabilidad. La Jonia se hallaba en la periferia
de los imperios continentales del Medio Oriente, y
MUeto fue, durante siglos, motivo de disputa entre
los griegos y los persas. Muchas de las ciudades
griegas eran puertos cuya prosperidad dependía
del comercio marítimo, tanto con Egipto y el Orien-
57
te mediterráneo como con sus propias factorías o
"colonias" en Italia y más allá de ésta (Lámina 3).
Después del derrumbamiento del imperio minoico,
cuyo centro se hallaba en Creta, y del poder micé-
nico en la Grecia continental (cuyas hazaiías en los
siglos anteriores al 1000 a. C. se hallan registradas
en las leyendas de la guerra troyana), las ciudades
del mundo griego fueron totalmente independientes
unas de otras durante muchos siglos: hasta el 338
a. C. nunca estuvieron unidas políticamente, sino
que a lo sumo colaboraron en una confederación de
lazos muy débiles. Las ciudades adquirían la supre-
macía o caían en la obscuridad según los azares del
comercio o de la guerra. Como resultado de todo
esto, era un mundo, no solamente libre de toda auto-
ridad cen tralizada, sino también sin ninguna pro-
longada tradición política o intelectual.
Proyectadas contra este fondo, las principales di-
ferencias culturales entre la Mesopotamia y el mun-
do griego son fácilmente inteligibles. Tanto bajo los
babilonios como bajo los persas la sociedad mesopo-
támica era esencialmente conservadora. El aspecto
positivo de eso es que sus archivos conservaron du-
rante siglos los testimonios de la tradición, no sola-
mente en los ámbitos de la ley y la religión, sino
también en los de la matemática y la astronomía;
¡Jor otro lado, no era una situación apropiada vura
estimular el fermento intelectual o para avivar las
especulaciones originales y las ideas heterodoxas.
En el mundo griego, la situación era diferente. Es
cierto que los griegos también tenían sus tradicio·
nes en la poesía y en la religión, y que los dioses
del Olimpo no eran muy distintos en carácter de los
dioses contemporáneos del Medio Oriente. Pero,
LiGsd~ épocas tempranas, algunos d2 lOS griegos no
pudieron evitar verse atraídos por los problemas
centrales de la religión comparada, por ejemplO.
Claro que se hallaban particularmente bien situa-
dos para precisar esos problemas. Las rutas comer-
ciales terrestres de la Mesopotamia llegaban hasta
la costa, donde se encontraban los puertos griegos.
El comercio provocó el contacto personal con los
fenicios, los egipcios y los etruscos; a través de es-
tos pueblos, también recibieron informes de segunda
58
mano acerca de las creencias de otros pueblos aún
más alejados. ¿Cómo podían los griegos reconciliar
lqs cuentos egipcios acerca de Tot y Osiris, o los
rrlitos mesopotámicos acerca de Marduk yEa con
sus propias tradiciones acerca de Zeus, Apolo, etc.?
Es bien comprensible la reacción de J enófanes, que
heqía nacido en Colofón, en Jonia, alrededor del
560 a. C., pero había emigrado a Sicilia a la edad de
25 años. Enfrentado con las tradiciones conflictua-
les de los diferentes pueblos, echó por tierra a todas
las mitologías por igual, las griegas incluidas, sobre
la base de que eran e~cesivamente antropomórficas:
Homero y Hesíodo han atribuido a los dioses todo lo que es
una vergüenza y una desgracia entre los mortales: el robo, el
adulterio y el mutuo engaño. Los mortales creen que los dioses
son engendrados como ellos J que tienen vestidos, voces y
aspectos similares a los suyos. Lo etíopes imaginan a sus dioses
negros y de nariz chata; los tracios dicen que los suyos tienen
ojos azules y cabellos rojizos. Y si los bueyes, los caballos o
los leones tuviesen manos y pudiesen pintar, y crear obras de
arte al igual que los hombres, los caballos pintarían a los dio-
ses con forma de caballos, los bueyes con forma de bueyes, y
harían sus cuerpos a la imagen de sus diversas especies.

Quizás es comprensible que estas ideas se origi-


naron en un lugar que era un punto de contacto de
culturas diferentes. Con gran originalidad, Jenófa-
nes postuló la existencia de un único dios omnipre-
sente, "distinto en su forma y pensamiento a los
mortales" y que "puede sin esfuerzo influir en ro-
das las cosas por el pensamiento de su mente"
Además de este monoteísmo novedoso, expuso al-
gunas ideas acerca de astronomía y meteorología.
Los cuerpos celestes (argumentaba) no son dioses,
sino nubes luminosas; y "lo que ellos llaman Iris
(el arco iris) es también una nube, púrpura, escar-
lata y verde a la vista". Allí, en las ciudades mer-
cantiles del Egeo griego, hallamos una curiosidad
crítica e insatisfecha, así como la exigencia de una
racionalidad que comenzó a producir una rica cose-
cha intelectual de un nuevo tipo.
Sin embargo, esta situación tenía también su as-
pecto negativo. Carentes de una tradición de regis-
tros o cálculos astronómicos, los griegos no sentían
59
la necesidad de tener astrónomos profesionales. Los
filósofos de la naturaleza de la antigua Grecia era~
intelectuales puros; unos pocos de ellos se ganaba,tl
la vida como maestros o como médicos, pero la n$-
yoría disponía del ocio. Algunos historiadores hán
puesto mucho énfasis en las bases políticas y eco-
nómicas del pensamiento griego, bajo la suposición
de que las democracias mercantiles han dado un
positivo estímulo en todas las épocas a la especula-
ción original. Pero es ir demasiado lejos: la especu-
lación crítica acerca de los poderes de la naturaleza,
de hecho, era una actividad restringida y minorita-
ria aun en Atenas. Sócrates fue criticado en el
juiciO que se hizo contra él por la indebida curiosi-
dad que se le atribuía con respecto a la naturaleza
de las cosas celestes, acusación que también formula
Aristófanes en su obra "Las nubes". (Sin embargo,
sabemos hoy que Sócrates abandonó pronto su inte-
rés inicial por las cuestiones científicas y se dedicó
a los problemas relativos a la política, a la conducta
personal y a la inmortalidad.) También Anaxágoras
fue llevado a la prisión y luego expulsado de Ate-
nas por impiedad, ya en el período del gran Peri-
eles. Su impiedad consistió en enseñar que el Sol
era una roca caliente al rojo y que la Luna estaba
hecha de tierra.
Con todo, las condiciones prevalecientes en el
mundo griego dieron algún estímulo al pensamiento
original, y la vida social no estaba ordenada tan
rígidamente para excluir de manerél total la discusión
pública y la difusión de las ideas heterodoxas. Pero,
a fin de cuentas, en los cinco siglos que siguieron
al 650 a. C., el número de personas que tuvo una
contribución activa a la creación de la "ciencia grie-
ga" no pasó de unas pocas docenas, y el número de
sus compatriotas que leían o escuchaban sus ense-
ñanzas con una comprensión real de ellas, probable-
mente no pasara de unos pocos cientos. Debemos
recordar esto cuando valoramos sus realizaciones;
por eso, es un error pretender ver una discontinui-
dad demasiado grande entre las especulaciones de
los griegos acerca de la naturaleza y lo que se había
hecho antes de ellos.
Para nuestros fines, los aspectos interesantes de
60
su obra son los que tienen proyecciones futuras, los
que constituyeron las simientes de las cuales cre-
cieron más tarde en la ciencia ciertas ideas claves.
Al mismo tiempo, las formas de la teoría científica
posterior se desarrollaron con lentitud: solo empe·
zamos realmente a sentir cierta familiaridad con el
pensamiento posterior al 300 a. e. con la obra (por
ejemplo) de los matemáticos Euclides y Arquímedes.
Muchas de las especulaciones más antiguas y más
influyentes eran presentadas como "mitos raciona-
les"; algunas recibían inclusive la forma de poemas
y, al menos en un caso, una idea de gran signi-
ficación apareció originariamente como la doctrina
privada de una hermandad religiosa. Fue la embrio-
naria físico-matemática de los pitagóricos. Es indu-
dable que Pitágoras no era tanto la cabeza de
un equipo dC! investigación científica o el jefe de
un establecimiento educacional como (en términos
modernos) el guru de una ashram hindú. Su admi-
sión de la base matemática que hay en los fenóme-
nos naturales formaba parte de una revelación re-
ligiosa y esta doctrina solo se ensefiaba al principio
a los iniciados de su secta. Las hermandades como
ésta, y las pocas "academias" que se desarrollaron
alrededor de los grandes maestros fueron los únicos
lugares en los que los primeros filósofos griegos
pudieron evitar el aislamiento intelectual completo.
Después del 300 a. e., cuando el centro intelectual
empezó a desplazarse a Alejandría, las autoridades
políticas comenzaron por fin a patrocinar las acti-
vi-dades intelectuales. Pero se trataba del mecenaz-
go de una monarquía ilustrada. La democracia
griega toleraba en cierta medida la especulación so-
bre la naturaleza, pero hizo poco por estimularla.
Su actitud frente a los nuevos pensadores que apa-
recían en su medio era más bien como la que adop-
taron las autoridades de la Francia revolucionaria:
La République n'a pas besoin de savants (La Répu-
blica no necesita de sabios). Pero la ciencia griega
de los períodos macedónico y alejandrino, desde
Aristóteles en adelante, constituirá el tema de un
capitulo posterior. Por el momento consideraremos
a los fundadores de la filosofía griega de la natura-
leza: los jonios, los italianos, Platón y Eudoxo.
61
EL CARÁCTER DE LA TEORÍA GRIEGA

Los primeros filósofos griegos concibieron la na-


turaleza íntima de las cosas de muchas y variadas
formas. Algunos de ellos recogieron la idea tradi-
cional de que el estado primigenio del universo
había sido un caos acuoso, "vacío y carente de for-
mas": postulaban una materia básica que, como el
agua, podía adoptar formas muy diferentes y a par-
tir de la cual podían constituirse todos los objetos
del mundo. Otros rechazaban la idea de una única
materia elemental y postulaban en cambio la exis-
tencia de tres o cuatro materias fundamentales, que
se mezclaban en diferentes proporciones. Algunos
consideraban a los "átomos" como la base de todas
las cosas, aunque estos átomos eran muy diferentes
de los átomos del siglo xx. Otros creían que los prin-
cipios subyacentes detrás de los fenómenos eran de
carácter matemático y, en consecuencia, formulaban
sus explicaciones en términos -puramente matemá-
ticos. Otros aún, se quejaban con alguna razón de
que las explicaciones puramente matemáticas no
podrían nunca responder a todas nuestras pregun-
tas acerca del mundo cambiante de colores, sonidos
y vida que conocemos a través de nuestra experien-
cia cotidiana.
Sin embargo, a pesar de todos estos desacuerdos,
había una convicción fundamental que los unía a
todos ellos, eran fil6sofos, no profetas. Detrás del
flUjo cambiante de la experiencia existen principios
inmutables, y reflexionando acerca de nuestra expe-
riencia podemos traerlos a la luz, sean en última
instancia ingredientes elementales, axiomas mate-
máticos básicos o agentes dadores de forma. Los
filósofos deben perseverar en su búsqueda de ellos,
aunque esto los conduzca hasta la negación de las
.', ,dellcias que le!:! ofrecen sus :;imtidos y a rechazar
la tradición. Creer en la existencia de estos princi-
pios era una cuesti6n de fe, al igual que la creencia
de los babilonios en la previsibilidad de los fenó-
menos estelares. Pero esta fe comenzó a acuciar la
curiosidad de unos pocos hombres en una dirección
radicalmente nueva, que los llevó a plantearse por
primera vez problemas desconocidos hasta ese mo-
62
mento. A partir de estos modestos comienzos, esa
fe creció, se estableció y se desarrolló en el mundo
griego durante un período de varios siglos.
En la época del Imperio Romano, tal fe habia
transformado y desplazado en gran parte a la mito-
logía tradicional; solo perdió su ascendiente de una
manera seria alrededor del 200 d. C., con el surgi-
miento del misticismo cristiano y la difusión de
otros cultos orientales provenientes de Siria y Egip-
to. Examinaremos más adelante las razones de este
fracaso; en parte se debió a ciertas debilidades fun-
damentales en las respuestas de los filósofos a los
problemas de la astronomía física. Pero, en última
instancia, esas deficiencias carecen de importancia.
Los gripgos fueron. en efecto, los precursore~
de la ciencia moderna, no en sus respuestas y
teorías particulares, sino más bien en las nuevas
cuestiones que formularon. Ellos esbozaron por pri-
mera vez el programa que han recogido y refinado
los científicos modernos. A ellos pertenece la gloria
de haber inventado la idea misma de una teoría
científica.
Hubo un campo, al menos, en el cual se destaca-
ron: la geometría. En otros dominios, sus teorías
especulativas condujeron a resultados muy pOCo
efectivos. Una y otra vez se encuentran en los grie-
gos atisbos de descubrimientos posteriores, pero
esas visiones nunca adquirieron un carácter defini-
do. Se indica con frecuencia que la explicación de
un cierto fenómeno podría ser tal o cual, pero nun-
ca se nos dice con convicción que ésa debe ser la
explicación.
Hay dos razones de esto. Los griegos estaban an-
siosos principalmente por mostrar que sus expli-
caciones favoritas eran posibles, y no dar esta o
aquella explicación exacta. Además, algunos creían
beneficioso poder elaborar una serie de teorías
optativas, cada una de las cuales fuera adecuada.
Un ejemplo de posición extrema es Epicuro. :Éste
anhelaba explicar todas las cosas que nos ocurren
en términos naturales y racionales, pero sus moti-
vaciones no eran las de un científico, sino más bien
las de un "humanista científico": "No penséis que
los suefios (por ejemplo) son misteriosos", declara;
63
no creáis que estáis obligados a interpretarlos como
visitas sobrenaturales o a tratarlos cómo presagios."
(Recordemos que era una época en la cual hasta los
reyes consultaban a los oráculos a fin de obtener
una interpretación de sus suefios.) "Pues hay gran
número de maneras por las que los sueños pueden
ocurrir muy naturalmente, sin que tengamos que
atribuirlos a los dioses. Los dioses tienen cosas más
importantes para hacer que aparecerse a los hom-
bres en suefios. Por consiguiente, no torturéis vues-
tra mente por ello, pues realmente no hay ninguna
necesidad."
Desde este punto de vista, si el principal enemigo
es el temor supersticioso a los dioses, cuanto mayor
sea el número de explicaciones naturales que poda-
mos ofrecer, tanto mejor será. Si los suefios pueden
producirse d~ manera perfectamente natural en
ml1chas formas distintas, habrá muchas menos ra-
zones para angustiarse por ello; tal era el argumen-
to que Epicuro encontraba plausible: cuanto mayor
fuese el número de teorías naturales posibles, tanto
menos probable era que se acudiese a una explica-
ción sobrenatural.
Aun aquellos filósofos cuyas motivaciones eran
científicas y no religiosas no se encontraban en
condiciones de ofrecer elementos de prueba para
sus especulaciones. Su primera tarea era dar a sus
ideas una forma coherente y plausible; luego, de-
bían ver de qué manera los resultados concordaban
con las observaciones de la experiencia corriente;
solamente si podían pasar exitosamente por estas
dos etapas podían luego alcanzar la etapa de la
prueba estricta y crítica. Por el momento, sus es-
fuerzos se concentraban en las dos primeras etapas
y, por lo general, faltaban elementos que pudieran
establecer de manera concluyente la validez de sus
explicaciones y la inadecuación de las explicaciones
rivales.
¿Debemos criticar a los filósofos griegos por esto?
¿Era una falla de su parte no haber adoptado antes
la práctica de la crítica severa a la luz de la obser-
vación controlada, que constituye la esencia del
"método experimental" de la ciencia moderna? An-
tes de dejarnos arrastrar por una actitud despectiva
64
a este respecto, debemos considerar dos cosas. Ante
todo, podemos preguntarnos cuál de dos automóvi-
les anda mejor -cuál acelera mejor, o cuál consu-
me menos nafta- solo cuando los autos rivales
están armados y en condiciones de funcionar; sería
mejor comparar a los filósofos griegos con aquellos
hombres que entrevieron por primera vez la posi-
bilidad de los automóviles y que elaboraron para
nosotros los diseños de prueba originales. Sus teo-
rías aún se hallaban en el "tablero de dibujo".
En segundo lugar, para los griegos la ciencia era
una empresa puramente intelectual, que se empren-
día sin ningún objetivo tecnológico en vista, y que,
en este aspecto, no rendía ningún fruto. Solo en las
etapas posteriores de la ciencia griega los hombres
aplicaron ;;us resultados a la construcción de relo-
jes de agua, de odómetros, etc. (También la tradi-
ción práctica de la medicina griega fue indepen-
diente de la tradición filosófica hasta la época de
Galeno.) Lo que daba seguridad a la posición de los
astrónomos babilonios eran las exigencias prácticas
de profecías y predicciones exactas. En cambio, la
misma libertad y fertilidad que caracterizaban al
pensamiento de los griegos se relacionaban con el
hecho de que la validez de sus resultados carecía de
consecuencias. Si hubieran tenido que pagar caro
las generalizaciones apresuradas, los razonamientos
inválidos o las analogías poco cautelosas; por ejem-
plo, si ese precio se hubiera medido en vidas huma-
nas, en puentes hundidos o en presagios erróneos,
con seguridad que hubieran procedido con mayor
cautela. Si su originalidad y su imaginación hubie-
sen estado trabadas de tal modo, hubiera sido una
gran pérdida para nosotros.
Son éstas, pues, las razones por las cuales los filó-
sofos griegos nunca estuvieron calificados para lle-
var nuestro moderno título de "científicos". Por
supuesto, por entonces era tan importante como
ahora elaborar ideas teóricamente fructíferas. Pero
nosotros hemos cargado además a los científicos el
peso adicional de tener que ofrecer demostraciones
experimentales, y a menudo nuestras vidas depen-
den de sus resultados. Ya no basta tener ideas co-
rrectas, como las tuvieron los griegos en muchos
65
casos: también es necesario elaborar las pruebas de
ellas. Esta unión efectiva de la teoría y la práctica,
que caracteriza a la "ciencia" actual, solo se realizó
posteriormente.
¿En qué consistía la novedad del modo de pensa-
miento griego acerca del mundo? Quizá la mejor
manera de expresarlo es la siguiente: ellos transfor-
maron toda nuestra manera de comprender los fe-
nómenos naturales. Por definición, el filósofo era
un hombre que relacionaba los cambios visibles en
la naturaleza con los principios permanentes que
subyacen bajo ellos y muestra de esta manera por
(jué los acontecimientos suceden como suceden.
El mitólogo o el mago pueden tener el "senti-
miento" intuitivo de los estados de la naturaleza,
familiaridad que proviene de una larga experient:la
práctica, razón por la cual su consejo puede a me-
nudo ser efectivo: puede ser el depositario también
de los remedios populares, y de una buena cantidad
del saber popular. Pero, el filósofo de la naturaleza
no se siente satisfecho hasta poder respaldar sus
explicaciones mediante razonamientos. Debe dispo-
ner de una teoría.
Ahora bien, tanto la magia como la teoría supo-
nen que el mundo está ordenado, pero interpretan
su ordenación de diferentes maneras. Muchos de
nosotrm: t~memos una id",a falRa acerca ele las creen-
cias mágicas, y concebimos al curandero o al sa-
cerdote como a un hombre que pretende provocar
milagros en nombre de fantasmas o espíritus ocul-
tos. En realidad, la actitud del curandero es mucho
más concreta: se halla más cerca, en espíritu, a la
del artesano que a la del místico. "Ver el mundo
correctamente", comprenderlo, no significa para él
tener un telescopio privado con el cual observar
el mundo por encima del cielo, sino más bien ha-
llarse en bueno~ términos con 1;1<; cosa~ na t ur¡:lles:
conocerlas personalmente, por decirlo así. Su arte
consiste en regular nuestras relaciones con la na-
turaleza, al igual que un diplomático maneja las
negociaciones con las potencias extranjeras. Puede
leer en el espíritu de los poderes de la naturaleza,
e influye sobre ellos por el ritual o por su interven-
ción. El filósofo, en cambio, está convencido de que
66
la naturaleza funciona "racionalmente", según prin-
cipios firmes, y no según la voluntad o el deseo. Es
posible teorizar sistemáticamente acerca del mundo
y aprender cómo está estructurado, pero no sentirlo.
Cuando hemos hallado los principios de las cosas y
hemos comprobado que hasta los dioses están obli-
gados a actuar como lo hacen, entonces podemos
decir con seguridad que comprendemos. Cuando se
forman nubes y cae la lluvia, esto no es una prueba
del favor o de la cólera d!vinos, sino el resultado
inevitable de procesos naturales: para decirlo con
palabras de Ari::;tóteles; "Zeus (el cielo) no llueve a
fin de que maduren las mieses, sino por necesidad",
es decir, la lluvia cae cuando debe caer. La tarea
esencial del filósofo, en Crlte campo, es llegar a una
comprensión intelectual del carácter del orden na-
tural.
En las antigu<ls mitologías, la cosmología, o sea .'la
descripción de la naturaleza, adquiere la forma de
relatos históricos teatralizados, como la historia ba-
bilónica de Marduk y los Anunnaki. Se ha com-
prendido CGn creci~nL~ c~aril.!aLl t'il lO" úitimOJ añ()i:l
que los griegos no abandonaron repentinamente esb~
tradición. Muchas creencias que se originaron en
el período mitológico se mantuvieron a través q,e,
toda la edad de oro de Atenas (500-300 a. C.). Él
universo era aún contemplado por la mayoría de la
gente como una sociedad en la cual las estrellas,
los hombres y las ciudades formaban parte de un
orden común. Se sentía que los dioses aún interve-
nían en el mundo que los rodeaba y se contaba a
los cuerpos celestes en el número de los dioses. Aun
el principal diálogo científico de Platón, el Timeo,
comienza con un mito de tinte histórico en el que
el "Demiurgo" realiza muchos de los actos de crea-
ción atribuidos a Marduk en el relato babilónico.
Pero hay una diferencia fundamental. Marduk hacia
10 que se le antojaba, pero el Demiurgo estaba obli-
gado a ordenar el mundo sobre la base de principios
racionales. Como observa Platón, el mito solo no
basta: además del mito de la creación hay que re-
latar otra historia acerCa de la naturaleza, y ésta es
de carácter teórico, pues explica la estructura y la
67
conducta de las cosas naturales en funci6n de los
principios que las rigen.
El científico moderno, al examinar los textos de
los fil6sofos griegos, a menudo se exaspera por la
cantidad de argumentos puramente discursivos y de
"sutilezas 16gicas" que hay en ellos, y se siente
tentado a criticarlos por no haber "emprendido una
labor concreta". Para él, el titulo de la Física de
Arist6teles es totalmente inapropiado, pues en este
tratado casi no se exponen observaciones o experi-
mentos, sino que está dedicado casi en su totalidad
a una pura argumentaci6n de gabinete. Una obra
semejante, preguntará el cientifico, ¿c6mo puede
haber significado una contribuci6n seria al progreso
de la ciencia?
Sin embargo, sería un grave error descartar la
tradición griega de los razonamientos discursivos
acerca de la Física como ajenos a la ciencia: toda
esa argumentación era muy adecuada, es decir, ade-
cuada a los problemas que preocupaban a los fil6so-
fas griegos. Pues al examinar, sea a estudiantes o a
teorías, es necesario siempre, como paso preliminar,
analizar la lista de los candidatos para ver cuáles
de ellos se hallan en condiciones de ser sometidos a
dicho examen. Algo similar ocurre en la historia de
toda ciencia, donde los hombres comienzan siempre
por proponer teorías de un nuevo tipo como "la ex-
plicación" de esto o de aquello. (Piénsese en todo lo
que se ha escrito desde 1900 acerca de la legitimidad
del psicoanálisis.) Así, cuando los hombres comen-
zaron a considerar seriamente la posibilidad de ex-
plicar los sucesos naturales en términos de átomos,
o números, o formas geométricas, tuvieron primero
que convencerse de que tenían entre manos un pro-
grama razonable, al menos de que no había objecio-
nes que no pudieran responderse. Enfrentados con
una variedad de ideas tan grande, los griegos (como
veremos) tuvieron que empezar por eliminar aque-
llas que carecían de coherencia interna, o sea que
conducían a contradicciones demostrables, o aqueo
llas que no lograban explicar siquiera las experien-
cias cotidianas más familiares. Era, pues, una acti-
tud muy juiciosa.
Al examinar sus teorías, podemos tener la im-
68
presión de que eran extremadamente sensibles a las
objeciones lógicas, de que deberían haber tenido el
coraje de seguir adelante, de elaborar teorías más
detalladas que pudieran ser confrontadas con los
hechos, en vez de estancarse en razonamientos pre-
liminares acerca de los principios. Pero esto es ser
sabio después de los acontecimientos. Haber inven-
tado el concepto mismo de "teoría" no es una insig-
nificancia, y los griegos se sentían orgullosos con
razón de haber sido los creadores de la investiga-
ción filosófica. Y a fin de cuentas, fue en gran parte
de este debate acerca de las formas rivales de la
teoría de donde se derivaron gradualmente las defi-
niciones de los principales conceptos de la ciencia.
Como resultado de esto, ideas que fueron en un
comienzo vagas y muy generales, fueron luego for-
muladas con la precisión que debe exigirse de toda
teoría científica satisfactoria. Así se llegó, poco a po-
co, a plantear los problemas centrales de la ciencia.

LAS PRIMERAS TEORíAS

Los primeros intentos de los griegos por explicar


la estructura y la conducta de los fenómenos celes-
tes datan del periodo comprendido entre el 600 y el
450 a. C., y se basan principalmente en razonamien-
tos por analogía. Al comparar los remotos objetos
del cielo con los cuerpos familiares que nos rodean
sobre la Tierra, los jonios usaron el método de los
modelos te6ricos, y fueron los primeros, que sepa-
mos, en hacer un uso intenso de este método de
explicación. En la física moderna, muchas de las
propiedades de la luz pueden explicarse comparán-
dolas con propiedades análogas de las ondas sobre
el agua, que son familiares para nosotros y pueden
verse de manera directa; los jonios buscaron com-
paraciones similares entre los cielos y la Tierra.
Un modelo terrestre convincente (así pensaban ellos)
nos autoriza a suponer que existe un orden análogo
en el cielo.
Este tipo de pensamiento teórico puede ser muy
fructífero. En el campo de la astronomía, condujo
rápidamente -aunque no en forma inmediata- al
69
reconocimiento de que la luz de la Luna es luz re-
flejada proveniente del Sol y que la primera es eclip-
sada cuando la sombra de la Tierra impide que la
luz del Sol llegue hasta ella. (Como hemos visto,
el babilonio Beroso no comprendía estos fenómenos
aun en una época tan tardía como el 290 a. C.)
Muchas de sus especulaciones eran plRusibles y al-
gunas de ellas aún las aceptamos hoy, pero otras
eran menos acertadas: hasta que los hombres no
alcanzaran a hacerse una idea del ordenamiento
geométrico de las estrellas y los planetas, no podía
haber un gran progreso en la astronomía. Hasta ese
momento nadie había sondeado las vastas profun-
didades del cielo, ni se había calculado con alguna
exactitud la distancia a que se encuentran el Sol y
la Luna de la Tierra. Por eso, era muy natural que
Jenófanes (por ejemplo) comparara objetos como
el Sol y las cstrellas (objetos astronómico;; qw! se
hallan a gran distancia) con fenómenos como el
arco iris y las nubes brillantes (objetos atmosféri-
cos que se encuentran a gran prm:.dlúd:.;,ú; ..h.:r la
misma razón, Anaxágoras, que discernió la causa
de los eclipses, sugirió también que el Sol, en la
época del solsticio de verano, es arrastrado hacia el
trópico de Cáncer al sur de Egipto, por los aires
más fríos de las regiones septentrionales.
Tradicionalmente, el primero de los filósofos grie-
gos de la naturaleza fue Tales, que impartió su en-
señanza poco después del 600 a. C. Pero el primer
hombre cuyas doctrinas fueron conservadas por la
tradición con cierta extensión fue Anaximandro, que
era una generación más joven que Tales. La mayo-
ría de lo que sabemos hoy de sus ideas nos ha lle-
gado a través del discípulo de Aristóteles, Teofrasto,
aunque también Aristóteles se refiere a él de pasada.
En la selección de pasajes que reproducimos aquí,
se ha dejado sin traducción la palabra clave (apei-
rón), pues es ambigua. Es una combinación del sig-
nificado de "sin fronteras" con los de "sin restric-
dun" e '·ilimitado". El apeir6n no solo cance de
fronteras, sino que también es capaz de adoptar to-
das las formas y propiedades posibles. La traducción
habitual que se da de esa palabra ("10 infinito")
es, por consiguiente, totalmente inadecuada. Los pa-
70
sajes siguientes se han seleccionado a fin de dar
una idea de sus puntos de vista sobre el origen del
universo, la naturaleza de los cuerpos celestes y las
causas de los fenómenos meteorológicos.
Anaximandro de Mileto, hijo de Pcaxiades, compatriota y
colaborador de Tales, decía que la causa material y el primer
elemento de las cosas era el apeirón; él fue el primero en in-
troducir ese nombre para la base material de las cosas. Afirma-
ba Anaximandro que no es igual al agua ni a ninguna otra de
las llamadas sustancias elementales, sino que es algo diferente
de ellas, que no tiene límites y de 10 cual surgen los cielos y
todos los mundos que hay en ellos... Además, hay un movi-
miento eterno, por el cual se ha producido el origen de los
mundos.
Anaximandro no explicaba el origen de las cosas en términos
de cambios materiales, sino que lo atribuía a la separación de
propiedades opuestas existentes en el substrátum "ilimitado".
En los comienzos del mundo actual se produjo la separación
de algo capaz de engendrar calor y fcío a partir de lo eterno.
De esto surgió una esfera de fuego, que rodeaba la atmó,fera
de la Tierra tan estrechamente como la corteza rodea al árbol.
:asta luego se desprendió y formó anillos, de los que surgieron
el Sol, la Luna y las estrellas. En cuanto al mar, al principio
toda la región terrestre era húmeda, luego fue secado por el
Sol y la parte de ella que se evaporó dio origen a los vientos
y al movimiento del Sol y la Luna, mientras que la otra parte
constituyó el mar. Así, desde este punto de vista, todo se secará
finalmente.
Anaximandro afirmaba que la Tierra es de forma cilíndrica
y que su altura es la tercera parte de su diámetro. Flota libre-
mente, sin ser sostenida por nada, y se mantiene en su lugar
debido a que equidista de todas las otras cosas del universo.
Es hueca y redonda, como un pilar de piedra. Nosotros vivimos
en una de las superficies planas, mientras que la otra es la cara
opuesta del cilindro.
En los cielos, hay ruedas de fuego, separadas del fuego del
mundo y rodeadas de aire. En esas ruedas hay aberturas en
forma de tubo, a través de las cuales es visible el fuego [en la
forma del Sol, la Luna y las estrellas]. Cuando las aberturas
están obturadas se producen los eclipses. El menguante y el
creciente de la Luna se producen a medida que las estreUas
se cierran y se abren. La rueda del Sol tiene 27 veces el tamaño
de la Tierra, mientras que la de la Luna es 18 veces más
grande que ésta. La rueda del Sol es la más alta [es decir, la
más alejada] mientras que las más bajas son las ruedas de las
estrellas.
E! trueno y el rayo son producidos por las ráfagas explosivas
del viento. Cuando éste queda encerrado en una nube espesa
71
y estalla violentamente, la ruptura de la nube provoca el ruido
del trueno mientras que la grieta aparece como un relámpago
luminoso en contraste con la negrura de la nube. El viento es
'una corriente de aire, que se produce cuando las partículas más
pequeñas y más húmedas son agitadas o mezcladas por el Sol.

El último del original grupo de filósofos de la na-


turaleza que impartieron su enseñanza en Mileto,
en el siglo VI a. C., fue Anaxímenes. Cuando exami-
nemos el desarrollo de las ideas acerca de la cons-
titución material de las cosas, veremos que su im-
portancia consistió en ser el primero que describió
la substancia universal subyacente de las cosas como
un pneu.ma o hálito. Aunque a veces podamos tra-
ducir esta palabra como aire, es indudable que Ana-
xímenes no la considera (como haríamos nosotros)
como una mezcla de gases inertes, sino más bien
como "el hálito de la vida" que anima a todo el
universo. También sus ideas han llegado hasta nos-
otros, principalmente a través de Teofrasto. La si-
guiente selección de textos nos informa acerca de
sus doctrinas astronómicas y meteorológicas.

Anaxímenes de Mileto, hijo de Eurístrato, que fue colabo-


rador de Anaximandro, afirmaba como éste que la substancia
elemental era única e ilimitada. Sin embargo, según él, no careo
da de rasgos, como para Anaximandro, sino que tenía un ca-
rácter definido, pues afirmaba que era aire.
Sostenía que mientras el aire se espesaba como fieltro, surgió
la Tierra. Ésta tiene la forma de una mesa, es muy ancha, y
por consiguiente puede ser sostenida por el aire. El Sol, la
Luna y otros cuerpos celestes, que son de naturaleza ígnea, se
hallan también sostenidos por el aire, debido a su amplitud.
Los cuerpos celestes nacieron de la humedad que se elevaba de
la Tierra. Cuafldo ésta se rarificó, se produjo fuego: así, las
estrellas están compuestas del fuego que ha subido hacia lo
alto. J ur.ro con las estrellas hay también en revolución cuerpos
terrestres.
Los cuerpos celestes no se mueven debajo de la Tierra, como
algunos suponen, sino alrededor de elJa, como un gorro que
.se hace girar alrededor de la propia cabeza. El Sol desaparece
de la vista, no porque siga su curso debajo de la Tierra, sino
porque, debido a la extensión de su trayecto, es ocultado por
las partes superiores de la Tierra. Las estrellas no dan calor
porque están muy alejadas. Están fijas como clavos en la cris-
talina cúpula de los cielos, aunque algunos dicen que son co-
mo hojas ardientes pintadas sobre el cielo.
72
Anaxímedes explicaba el rayo como Anaximandro, y citaba
como ilustración la manera en que el mar restalla cuando es
hendido por los remos de un bote. El granizo se produce
cuando el agua se congela al caer; la nieve, cuando queda aire
aprisionado en el agua. El arco iris se produce cuando los
haces luminosos del Sol caen sobre masas de aire espeso y con-
densado. La parte frontal parece roja pues sobre ella caen los
rayos del Sol, mientras que la otra parte es más oscura debido
al predominio de la humedad. También la Luna puede produ-
cir de noche un arco iris, pero esto no es frecuente porque la
Luna no siempre está en la fase de luna llena y su luz es más
débil que la del Sol.

El más influyente de ¡os filósofos jonios de la na-


turaleza fue Anaxágoras, oriundo de elazómenes,
aunque se dice que enseñó en Atenas durante trein-
ta años; nació en el 500 a. e. o alrededor de esta
fecha, y (como vimos antes) fue desterrado de Ate-
nas alrededor del 450 a. e., después de 10 cual volvió
a Asia menor y enseñó en Lampsaco hasta su muer-
te, ocurrida aproximadamente en el 428 a. e.
Anaxágoras retomó y mejoró las ideas astronómi-
cas y meteorológicas de Anaximandro y Anaxíme-
nes, y fue el primero de los jónicos que dio una
formulación clara de las causas de los eClipses. Sus
puntos de vista sobre estos temas están expuestos
en los siguientes pasajes:
La Luna debe su brillo al Sol. Llamamos "arco iris" al re-
flejo del Sol sobre las nubes. Esto es un signo de tormenta: el
agua que fluye alrededor de la nube origina vientos y cae en
forma de lluvia.
La Tierra es plana y permanece suspendida a causa de su
tamaño y de que no hay vacío. El aire es muy fuerte y sostiene
a la Tierra. En cuanto a las aguas que hay sobre la superficie
de la Tiecca, el mar se originó parcialmente del agua que
había por encima de la Tierra -pues, a medida que ésta se
evaporó, lo que quedaba se convirtió en sal-- y en pacte de
los ríos que fluyen a través de ella. Los ríos deben su exis-
tencia tanto a las lluvias como a las aguas que hay en el inte-
rior de la Tierra; pues la Tierra es hueca y tiene aguas en sus
cavidades. El Nilo sube en verano a causa del agua que des-
ciende de las nieves de Etiopía.
El Sol, la Luna y todas las estrellas son rocas ígneas arras-
tradas por la rotación del éter. Debajo de las estreUas esrán
el Sol, la Luna y también ciertos cuerpos que giran con ellOs,
pero son invisibles para nosotros. El Sol es mayor que el Pelo-
73
poneso [la mitad meridional de Grecia] en tamaño. La Luna
no tiene luz propia, sino que recibe la del Sol. El camino de
las estrellas pasa por debajo de la Tierra, la Luna es eclipsada
cuando la Tierra intercepta la luz del Sol y también, a veces,
cuando los cuerpos [invisibles] que están por debajo de la
Luna pasan frente a ella. El eclipse del Sol se produce en la
luna nueva, cuando ésta se interpone entre el primero y nos-
otros. Tanto el Sol como la Luna retroceden en su curso [ver
pág. 70] a causa del rechazo del aire. La Luna retrocede con
más frecuencia debido a que es menos capaz de vencer el frío.
Anaxágoras también afirmaba que la Luna está hecha de
tierra y que tiene llanuras y depresiones. La Vía Láctea es el
reflejo de aquellas estrellas que no están iluminadas por el Sol.
Las estrellas fugaces son chispas, por decirlo así, que saltan
debido al movimiento de la bóveda celeste.

Además, Anaxágoras elaboró una doctrina cosmo-


lógica general. De acuerdo con su teoría, la creación
y el funcionamiento del mundo debían atribuirse a
una mente universal, a la cual llamó el nous (la
palabra aún se usa en el dialecto regional del norte
de Inglaterra en el sentido de "perspicacia"). Esta
doctrina era la antecesora de la posterior teoría de
Aristóteles según la cual la rotación de la esfera
exterior de los cielos era la principal actividad vi-
sible de la potencia divina, o del "primer motor".

Todas las otras cosas [enseñaba Anaxágoras] están mezcladas:


solamente el 1I0NJ es ilimitado, puro y autónomo... el nONJ
es la más tenue de todas las cosas y la más pura: lleva en sí
el conocimiento universal y la máxima fuerza, y tiene poder
sobre todas las arras cosas vivientes, grandes y pequeñas. Al
nOIlJ se debe toda la revolución del cosmos, y él mismo fue el
primero que comenzó a girar. El cosmos comenzó girando en
6rbitas pequeñas, pero luego su movimiento se extendi6 sobre
una región mayor, y en el futuro se extenderá aún más.
Cuando el nONJ inició este movimiento, las cosas de propie-
dades diferentes comenzaran a separarse de manera proporcio-
nal a su cantidad de movimiento. Al continuar este movimien-
to, la rotación del cosmos hizo que se separaran aún más.
Además, el nONJ penetra en todo, tanto en las cosas que ya se
han separado como en el caos circundante.
Las cosas densas, húmedas, frías y oscuras se unieron allí
donde ahora está la Tierra, mientras que las cosas rarificadas,
calientes, secas y brillantes, se desplazaron hacia la parte exte-
rior, lejana del éter. A medida que estas substancias se sepa-
raron, la Tierra se solidific6, porque el agua se separa de las
74
brumas y la Tierra del agua. Las piedras se solidifican a partir
de la Tierra por el frío.

D~ LOS INGREDIENTES A LOS AXIOMAS

Para los primeros filósofos, pues, los principios


inmutables de la naturaleza eran "substancias sub-
yacentes" o ingredientes. Las teorías de la natura-
leza de este tipo tenían muy limitadas ventajas.
La visión que ofrecían de toda la creación y la ani·
quilación como resultado de la expansión, la con·
tracción y la mezcla de unidades de materiales in-
mutables tenía un carácter vívido; pero este cuadro
tocaba más a la imaginación que al intelecto. Ahora
bien, puesto que el tema principal de la filosofía
griega era el poder de la razón, no es sorprendente
que desde muy temprana época hubiera personas
que buscaran otro tipo de concepciones. en particu-
lar, concepciones que se prestaran más al razona-
miento y a la demostración racional.
Por eso, junto con esta idea de los "ingredientes
básicos", se desarrolló también la idea de que los
verdaderos principios de las cosas eran axiomas ma-
temáticos. A fin de explicar por qué las cosas son
como son y por qué actúan como lo hacen, no es
suficiente (según este punto de vista) indicar las
unidades materiales de las cuales están formadas,
pues dar semejante lista de ingredientes, y nada
más, no permite explicar nada con certeza. Del mis-
mo modo, en la física moderna, decir solamente que
las cosas están compuestas de "partículas funda-
mentales" no explica nada. A fin de obtener una
genuina explicación de algo, debemos suponer que
estas partículas se rigen de acuerdo a ciertas ecua-
ciones matemáticas fundamentales. Las explicacio-
nes son razonamientos; por eso, los ladrillos con los
cuales construimos nuestras explicaciones finales no
deben ser objetos, sino proposiciones, es decir, no
átomos, sino axiomas.
¿Qué fundamentos tenemos para creer que es po-
sible encontrar tales proposiciones? ¿Pueden los se-
res humanos descubrirlas? Y si es así, ¿cómo? Desde
Parménides hasta Bertrand Russell, todos estos pro-
75
blemas se han discutido furiosamente. Están en el
corazón de la metafísica y en la teoría del conoci-
miento, y suministran un lazo perdurable entre la
ciencia y la filosofía.
El resultado más importante de esta pasión por
la demostración racional fue que, además de la físi-
ca teórica. los griegos inventaron el ideal clásico de
la matemática abstracta. En Egipto y la Mesopota-
mia habían llegado a adquirir gran desarrollo las
técnicas prácticas de cálculo. Por ejemplo, la geo-
metría (ge= tierra, metro = yo mido) consistía en
un conjunto de reglas empíricas para ser usadas
en la agrimensura. Así, encontramos que los mate-
máticos babilonios comprendieron la relación entre
los lados de un triángulo rectángulo que midieron
tres, cuatro y cinco unidades; pero nunca formula-
ron el teorema general de Pitágoras, y menos aún
dieron alguna demostración del mismo. La presen-
tación de la matemática como un sistema de propo-
siciones generales y abstractas, unidas por el 'razo-
namiento lógico -como en los textos de geometría
de la actualidad-, parece haber sido una innova-
ción de los griegos. Solo después de esta innovación
fue posible examinar la matemática de una manera
teórica y separada, aparte de toda aplicación prác-
tica. La primera gran innovación intelectual de los
griegos condujo de este modo, de manera natural,
a la segunda: el resultado más sorprendente de la
fe de los griegos en la posibilidad de comprender el
mundo en términos de principios racionales fue
la invención de la matemática abstracta.
La más grandiosa ambición que concibieron fue
explicar todas las propiedades de la naturaleza en
términos exclusivamente aritméticos. Tal fue el ob-
jetivo de los pitagóricos del sur de Italia. Ellos sa-
bían, por supuesto, que los fenómenos del cielo
reaparecerían de manera cíclica; por eso, cuando
descubrieron Que también en la Tierra algunas co-
sas se comportan de manera tal que manifiestan
relaciones numéricas simples, tal ambición recibió
nuevo estímulo. El ejemplo que más los impresio-
naba era el del sonido emitido por una cuerda vi-
brante. Ellos descubrieron que el sonido se relaciona
76
de manera simple con la longitud de la cuerda. Si la
totalidad de la cuerda da un sonido de altura deter-
minada, al reducir su longitud a la mitad produci-
remos la octava; si la dividimos por tres, el sonido
producido estará una quinta por encima de esta últi-
ma octava, y así sucesivamente. Las correlaciones
entre el sonido original y sus "armónicos" siempre
se expresan en magnitudes fraccionarias simples.
Por eso, al principio, el programa de la filosofía
matemática era buscar "los números en las cosas".
y puesto que los pitagóricos constituían una her-
mandad religiosa, para quienes el orden natural y
el orden moral se hallaban ligados estrechamente,
ellos pensaron que esta búsqueda no solamente los
iba a conducir a explicaciones. Creían que si logra-
ban descubrir las armonias matemáticas que hay en
las cosas, podrian también descubrir cómo ponerse
en armonía con la naturaleza. De este modo, tanto
las virtudes como los sonidos, las formas y los mo-
vimientos debian recibir una interpretación aritmé-
tica. (Si esto suena extraño, debemos recordar que
los primeros griegos aún no habían recibido la in-
fluencia de las concepciones cristianas posteriores
acerca del alma: para ellos, el alma formaba parte
del mundo natural. Un hombre que gozaba de salua
espiritual era como un instrumento musical bien
afinado.) Cualquiera que sea el juicio que nos me-
rezca su ética aritmética, debemos admitir que te-
nian buenas razones para pensar que tanto la astro-
nomia como la acústica eran aritméticas en su esen-
cia. El estudio de las fracciones simples, tales como
las aprendemos hoy en la escuela, era llamado "mú_
sica" hasta fines de la Edad Media.
¿Qué influencia ejercieron en el campo particular
de la astronomia esos intentos por elaborar una con-
cepción aritmética de la naturaleza? Los primeros
pitagóricos, como Anaxágoras, comprendieron que
la luz de la Luna no es propia, y que los eclipses se
producen cuando un cuerpo astronómico oscurece
a otro. Pero fueron aún más allá, y enseñaron que
la Tierra es una esfera, y no un disco o un cilindro.
Aristóteles, en su libro Sobre el cielo, expone de la
siguiente manera la astronom[a pitagórica.
77
Mientras la mayoría de los fiiósofos afirman que la Tierra
está en el centro del universo, los filósofos de Italia, los lla-
mados pitagóricos, afirman lo contrario. Dicen que en el
medio está el fuego, y que la Tierra, por ser una de las estre-
l1as, es arrastrada alrededor del centro, produciéndose así el
día y la noche. También afirman que hay otra Tierra opuesta
a la nuestra, que ellos llaman la antitierra, pero en esto [objeta
Aristóteles} no buscan explicaciones y causas para lo que pode·
mas observar, sino que tratan de obligar a los fen6menos a
entrar dentro del marco de sus propias ideas y hacerlos que se
adecuen a éstas.
Si buscamos la verdad, no en los hechos observados, sino en
el razonamiento a partir de primeros principios, debemos admi-
tir que el lugar central no debe asignarse a la Tierra. Pues
los pitagóricos consideran que el lugar más digno pertenece
al más digno, que el fuego es más digno que la Tierra
y que los extremos son más dignos que los caminos interme·
dios, ya que la circunferencia y el centro son extremos. A
partir de estas consideraciones, arguyen que es el fuego y no
la Tierra el que debe ocupar el centro de la esfera celeste.
Dan de esto una razón adicional, a saber, la necesidad de
proteger la parte más importante del universo, que es el cen-
tro. Por consiguiente, llaman al fuego que ocupa esta posición
"La atalaya de Zeus."
Estos pitagóricos que afirmaban que la Tierra no ocupa el
centro, le atribuían un movimiento circular alrededor de este
centro, al igual que a la antitierra. Algunos llegaban a pensar
que podía haber más cuerpos que giraran alrededor del centro,
pero que no se veían porque la Tierra lo impedía. Daban esto
como razón de que haya más eclipses de Luna que de Sol, pues
la Luna es oscurecida, no solamente por la Tierra, sino tam-
bién por todos los otros cuerpos en revolución.

En este cuadro general (podría objetarse) no hay


nada especialmente aritmético, pero el siguiente co-
mentario de Alejandro de Afrodisias (siglo III a. C.)
muestra dónde aparece la aritmética.

Los pitagóricos afirmaban que los cuerpos del sistema pla-


netario giran alrededor del centro a distancias que se hallan
relacionadas entre sí por proporciones matemáticas. Algunos
cumplen sus revoluciones más rápidamente que otros. Los
más lentos emiten sonidos más graves, a medida que se mue-
ven, y los más rápidos emiten sonidos más agudos. Estos so-
nidos dependen de las proporciones de las distancias, que se
hallan distribuidas de tal manera que el efecto combinado es
armonioso ... Si la distancia del Sol a la Tierra (por ejemplo)
es el doble de la distancia de la Luna, la de Venus tres veces
78
mayor y la de Mercurio cuatro veces mayor, suponían que-
había proporciones aritméticas en el caso de los otros planetas
igualmente, y que el movimiento de todo el cielo era armo-
nioso. Los cuerpos más distantes (afirmaban) se mueven con
mayor rapidez, los más cercano. se mueven más lentamente y
los cuerpos que están entre los primeros y los segundos se
mueven a velocidades que corresponden a las dimensiones de
sus órbitas.
(Obsérvese que en la cita anterior las distancias
planetarias se miden desde la Tierra. Alejandro era
aristotélico y por eso usa un ejemplo geocéntrico
para ilustrar el punto. central de la teoría pitagórica.
Es de presumir que los pitagóricos medían sus dis-
tancias desde el centro de todo el universo.)
Pero si los planetas emiten estos armoniosos so-
nidos, ¿por qué no los oímos? Aristóteles informa
cuál es la respuesta de los pitagóricos.
Para responder a la objeción de que ninguno de nosotros
oye este sonido, ellos explican que los oímos desde el momento
de nuestro nacimiento y que por lo tanto no hay ningún si-
lencio que, por contraste, lo revele; pues el silencio y el ruido
se perciben por el contraste mutuo, y por eso toda la humani-
dad sufre una experiencia [en el caso de los planetas] similar
a la del calderero, quien por el largo hábito cesa de ser cons-
ciente del estrépito que hay a su alrededor.

Como veremos, esta creencia pitagórica en que las


distancias de los planetas del centro de sus órbitas
cumple una ley matemática simple y "armoniosa",
fue una convicción que Kepler sostuvo durante toda
su vida, dos mil afias más tarde, e inspiró todo el
curso de sus investigaciones astronómicas.
Debemos observar dos cosas acerca del primer
pasaje de Aristóteles. En primer término, encontra-
mos por primera vez en los pitagóricos un cuadro
del cielo caracterizado en todos sus puntos por una
"simetría radial". El universo como un todo es esfé-
rico. los cuerpos celestes se mueven en órbitas per-
fectamente circulares, y la Tierra misma es esférica,
al igual que el Sol, la Luna y las estrellas. El cuadro
babilónico del universo, en cambio, se asemejaba
más a una caja rectangular. Aun los primeros jo-
nios concebían la Tierra como un disco aplanado.
Pero aún se discute dónde ubicaban los pitagóricos
79.
el verdadero centro del universo. Se refieren vaga-
mente a él como al "fuego central" o como a "la
atalaya de Zeus". Algunos, Kepler incluso, han sos-
tenido que estas expresiones se refieren al Sol mis-
mo y han exaltado a los pitagóricos como los pri-
meros en defender una teoría heliocéntrica. Otros
sostienen que si realmente creían que el Sol era el
centro del universo, lo hubieran dicho más clara-
mente. Según esta otra interpretación, también el
Sol se mueve alrededor del fuego central y obtiene
de él su luz y su calor; durante el día, todo el cielo
que se ve sobre la Tierra está lleno de la luz del
fuego, y el Sol actúa simplemente como una lente,
que concentra esta radiación más intensamente en
una parte del cielo. Si esta interpretación es correc-
ta, la primera rival seria de la concepción geocén-
trica de los cielos fue una teoría que no ubicaba el
centro del universo ni en la Tierra ni en el Sol.
En segundo término, obsérvese el carácter del ar-
gumento pitagórico para ubicar el centro del cosmos
en un 'fuego'. Defendiera o no una doctrina helio-
céntrica, sus razones para hacerlo ciertamente no
eran las nuestras. Lo que les preocupaba no era
hallar técnicas para elaborar tablas astronómicas, ni
eran problemas relativos a las fuerzas que empujan
a los planetas, sino que se preguntaban por la pro-
piedad de uno u otro sistema cósmico: "El lugar
más digno corresponde al ocupante más digno". El
mismo argumento esencialmente religioso fue revi-
vido más tarde por Copérnico y por Kepler.
Los pitagóricos fueron los primeros, que sepamos,
en captar la fascinación intelectual -o la diver-
sión- que ofrece el mundo de los números. Inde-
pendientemente de la astronomía y de la acústica,
hicieron una serie de descubrimientos acerca de las
propiedades de los números enteros, muchas de las
cuales demostraron geométricamente disponiendo
guijarros para formar triángulos, cuadrados y rec-
tángulos. Su figura sagrada era el tetraktys (ver
pág. 82). Esta figura expresaba para ellos la ecua·
ción aritmética en números 10 = 1 + 2 + 3 + 4. La su-
ma de cualquier serie de números enteros 1 + 2 + ...
(como ellos comprendieron) siempre puede expre-
sarse en forma de un triángulo equilátero agregando
80
1

I-T-l
~
1+.3

LJ·

·• •
• • •
1+3+5

8• •





• • • •
• • • •
t+3+5T1

81

• •

• .. •
• o ..
10=1+2+3+4
El ",r_kI1 s

EJ2
E2J •
2+4
• •

l· · I • •
~ ·1 J • •

r-:
~_...J
I

• " ~

• • • • • I
I•
2+4+6
I• 2+4+6·1-8
• •

P.gfl1'as oblongas

82
nuevas filas, de 5, 6 ... gUlJarros al tetraktys. Tam-
bién expresaron otras sumas de manera similar, por
ejemplo, las sumas de números impares sucesivos.
que forman cuadrados, y las sumas de números
pares sucesivos, que forman figuras oblongas (ver
página 82). ¿Qué tiene de sorprendente, pues, que
hayan supuesto desde un primer momento princi-
pios aritméticos similares detrás de todas las ver-
dades y construcciones de la geometría?
El programa pitagórico encontró, ya en época
temprana, un serio inconveniente como resultado
del cual cambió toda la- dirección de las especula-
ciones griegas acerca de la naturaleza. En efecto,
descubrieron ciertas relaciones geométricas muy ele-

0'141

La construcción de un cuadrado con unidades de igual longitud


A través del cuadrado podemos colocar exactamente 10 cubos
de longitud igual a la unidad. A lo largo de la diagonal entran
10 cubos, pero queda sin llenar una pequeña extensi6n igual a
0,142. .. La longitud total de la diagonal nunca puede ser
expresada como un numero entero en las mismas unidades que
se usaron para construir el cuadrado
83
mentales que no se adecuaban a su esquema; este
descubrimiento fue un duro golpe para ellos.
Consideremos el siguiente problema. Supongamos
que tenernos una gran cantidad de cubos, como los
de los nifios, todos de igual longitud. Luego, forma-
mos un cuadrado en el piso, con diez ladrillos en
cada lado:
Si querernos colocar una nueva hilera de cubos
a través del cuadrado, desde el punto medio de uno
de los lados hasta el punto medio del lado opuesto,
podemos hacerlo muy fácilmente. Intercalamos diez
ladrillos más, uno junto al otro, y vemos que enca-
jan exactamente, sin que quede ningún resquicio.
Esto puede hacerse sea cual fuere el tamaño del
cuadrado y sea cual fuere el tamafio de los cubos.
Es pOSible hacer construcciones similares con muy
diversas figuras geométricas. Ahora bien, tratemos
de colocar una hilera de ladrillos a través del mis-
mo cuadrado, desde uno de sus vértices hasta el
opuesto: cuando coloquemos en su lugar el último
ladrillo, no podremos hacer que encaje exactamente.
Si colocamos catorce cubos, quedará un resquicio;
en cambio, quince serán demasiado. El lector quizá
piense que es posible superar esta dificultad usando
cubos suficientemente pequeños y aumentando su

1 unidad

1 unidad
11.+ J: =2
Triángulos rectángulos que tienen ldos iguales a la unidJ
84
número lo necesario, pero, en tanto todos los cubos
de la construcción tengan la misma longitud, la di-
ficultad volverá a aparecer. Por pequeñas que haga-
mos las unidades, siempre se necesitará un frag-
mento de cubo para completar la diagonal.
Puede formularse esta dificultad de muchas ma-
neras distintas, pero todas equivalen a lo mismo.
Podemos expresarla así: siempre se necesitará un
fragmento de cubo para completar la diagonal, por
pequeños que sean los cubos. También podemos ex-
presarla de este modo: si el lado de un cuadrado
tiene una longitud igUal a un número entero de uni-
dades, la longitud de la diagonal nunca será un
número entero de estas mismas unidades. También
podemos decir (para introducir una nueva palabra):
la diagonal y el lado de un cuadrado son "inconmen-
surables", es decir, no son medibles en unidades
comunes. Finalmente, puesto que, por el teorema
de Pitágoras, la longitud de la diagonal de un cua-
drado de lado igual a la unidad es la raíz cuadrada
de dos, podemos decir que no es posible expresar la
raíz cuadrada de dos como una fracción simple de
dos números enteros. No hay dos números enteros
cuya división sea igual a la raíz cuadrada de dos;
esta cantidcd solo puede ser expresada numérica-
mente mediante el decimal infinito 1,4142 ...
Hasta el día de hoy los matemáticos llaman a la
raíz cuadrada de dos un número irracional. Esto
constituye un eco lejano de la respuesta de los grie-
gos a este descubrimiento. Toda la concepción pita-
górica del mundo se basaba en la idea de que todo
se adecua a principios racionales y que éstos son la
expresión de números enteros y de sus fracciones
(o "razones"). Así, la irracionalidad de la raíz cua-
drada de dos amenazaba con quebrantar toda su fe.
La leyend~ nos dice que trataron a ese descubli-
miento como a una especie de esqueleto oculto en
el aparador, cuyo conocimiento por el resto de la
humanidad es necesario evitar. Pues, ¿de qué ma-
nera su enseñanza fundamental, según la cual loa
números enteros constituyen los principiOS esencia-
les de la naturaleza, podía sobrevivir a la revelación
de que, de acuerdo con sus pautas, ni siquiera 13
geometría simple era totalmente racional?
85
Aunque su primera reacción fue suprimir este
descubrimiento, a la larga debieron enfrentarse con
él, y los resultados de esto fueron beneficiosos. Este
obstáculo para la elaboración de una teoría aritmé·
tica de la naturaleza no desacreditó a la matemática
(como ellos temían). En lugar de ello, sirvió como
estímulo para la creación de una teoría geométrica,
que en realidad funcionó mucho mejor. Después de
todo (pensaban los hombres), quizá los números
son demasiado generales y abstractos para servir
como principios universales de las cosas; las figuras
y los modelos geométricos quizá podrían servir más
efectivamente a la física.

LA ASTRONOMÍA GEOMÉTRICA DE PLATÓN

El programa científico de la academia de Platón


se basaba en esta nueva idea. En la entrada de la
academia podían leerse las siguientes palabras: "Que
no entre aquí nadie que no sepa geometría." No se
sabe exactamente cuánta geometría sabía el mismo
Platón, pero, sea como fuere, fue su patrocinador
y su propulsor. Sus discípulos hicieron importantes
descubrimientos tanto en geometría pura como en
geometría aplicada.
Fue uno de los seguidores de Platón, Euclides,
quien elaboró la primera y la más famosa exposi-
ción de la geometría como un sistema coherente de
proposiciones que se deducen lógicamente de un
único conjunto de suposiciones. Otro discípulo de
Platón anterior a Euclides, Teeteto, demostró un
famoso teorema acerca de los cinco sólidos "plató-
nicos". Si tomamos cuatro triángulos equiláteros del
mismo tamaño, podemos unirlos para formar una
pirámide (o tetraedro); ::;i tomamos seis cuadrados,
todos del mismo tamaño, podemos unirlos para foJ"
mar un cubo; pero, por sorprendente que parezca,
mediante este procedimiento solo pueden construir-
se cinco figuras sólidas regulares, en total, a partir
de figuras planas equiláteras. Además del cubo y
del tetraedro, son el octaedro (formado por ocho
triángulos eqUiláteros), el dodecaedro (formado por
doce pentágonos regulares) y el icosaedro (formado
86
por veinte triángulos equiláteros). Teeteto no sola-
mente mostró cómo pueden construirse estas cinco
figuras, sino que también probó, mediante un razo·
namiento concluyente, que no hay otros sólidos re-
gulares de este tipo. Este resultado era muy sor-
prendente e hizo gran impresión en Platón y en
toda su escuela. Los cinco sólidos platónicos reapa-
recen en la teoría de la materia de Platón (que
examinaremos en otro volumen) y también, mucho
más tarde, en la astronomia de Kepler (pág. 227).
Platón retuvo la idea de los pitagóricos de que
nuestras teorías de la naturaleza deben descansar
fundamentalmente en principios matemáticos. Lo
ideal, pensaba, es que estas teorías adopten la for-
ma de razonamientos rigurosos, cuya validez sea
evidente para todo pensador de mente clara. (A este
respecto, la moderna física matemática es, en buena
medida, una realización de los ideales de Platón.)
El tiempo ya estaba maduro para dar a la geome-
tría plana esta forma teórica ideal, y Euclides 10
hizo. Pero se descuidó la geometría tridimensional
o "sólida" (de lo cual se quejaba Platón): sus de-
bilidades solo podían ser superadas mediante una
investigación metódica. Seguía en la lista la astro-
nomía planetaria, a la cual Platón consideraba como
una extensión de la geometria sólida, si bien había
en ella serios problemas que aún no habían sido
resueltos. El problema principal era el del movi-
miento retrógrado de los planetas, y veremos en
breve cómo Eudoxo encaró este problema.
Lo que no encontramos en ninguna parte en la
obra de Platón o de sus continuadores inmediatos
es una teoría matemática de la fuerza. Las formas
de los sólidos y de las órbitas se prestaban a un
examen realizado en términos matemáticos, pero el
paso siguiente era muy difícil de dar. Como Aristó-
teles destacó luego con insistencia, nuestras expe-
riencias cotidianas de la pesadez y del esfuerzo físi-
co no sugieren que haya en ellos nada esencialmente
matemático. En realidad, ninguno de los griegos
logró nunca realizar, con respecto a las fuerzas y a
sus efectos, lo que habían hecho de manera tan
completa para los números y las formas.
fl7
Platón discute los objetivos y los métodos de ia
astronomia en el siguiente pasaje de su diálogo La
República. En esta obra, Platón describe a su maes-
tro, Sócrates, conversando acerca del programa edu-
cativo ideal con su interlocutor Glaucon. Ya se han
puesto de acuerdo en que los gobernantes deben
aprender mucha matemática, en particular, geome-
tria plana. Luego, Sócrates plantea el problema de
la economia:
SÓCRATES: ¿Pondremos a la astronomía en tercer término?
¿:&tás de acuerdo?
GLAUCÓN: Por cierto que sí. Es importante para propósitos
militares, no menos que para la agricultura y navegación,
poder predecir exactamente las épocas del mes y del año.
S.: Me divierte tu evidente temor de que el vulgo piense de
ti que recomiendas conocimientos inútiles. En realidad, es
muy difícil comprender que toda alma posee un órgano [el
intelecto] que vale más la pena conservar que mil ojos, por-
que es el único medio por el cual podemos ver la ver-
dad; ... de modo que es mejor que te decidas de inmediato
para quién [los teóricos o los hombres prácticos} pretendes
razonar. A menos que ignores a ambos y lleves adelante la
discusión, sobre todo para tu propia satisfacción ...
G.: Prefiero continuar la conversación por sí misma, en lo
esencial.
S.: Pues bien, entonces volvamos atrás. Cometimos un error
hace un momento acerca del tema que debe seguir a la geo-
metría. De la geometría plana pasamos directamente al estu-
dio de los cuerpos sólidos que se mueven en círculos. Más
bjen deberíamos primero tomar los cuerpos sólidos por sí
mismos; pues después de la segunda dimensión debe venir
la tercera, y esto nos lleva al tema de los cubos y otras figu-
ras que tienen profundidad.
G.: Es cierto. Pero este tema, Sócrates, no parece haber sido
investigado.
S.: Hay dos razones para ello. :&tas investigaciones son difíci-
les y decaen porque ningún estado las considera dignas de
estímulo ...
G.: Prosigue con tu explicación, por favor. Hace un momenre
hablaste de la geometría como del estudio de las superficies
planas y luego hiciste seguir este estudio por de la astrono-
mía. Pero luego volviste atrás.
S.: Sí, estaba demasiado apresurado por cubrir la distancia
más prisa, menor velocidad. Luego debe venir el estudio de
88
los sólidos: lo pasé por alto porque se encuentra en UD es-
tado lamentable, y pasé entonces directamente a la astrono-
mía, que estudia los movimientos de los objetos sólidos.
G.: Es cierto.
S.: Entonces, coloquemos en cuarto lugar a la astronomía, su-
poniendo que el gobierno haya estimulado el estudio de este
tema tan descuidado {el de la geometría sólida] y que sus
principios hayan quedado establecidos.
S.: Para todos excepto para mí, quizás. Yo no estoy de acuerdo.
G.: Muy bien, Sócrates. Ahora elogiaré a la astronomía de
manera conforme a tus principios, en lugar de recomendar
vulgarmente su utilidad, por lo cual me criticaste. Es evi-
dente para todos que 'este tema obliga a la mente a mirar
hacia arriba, lejos de este mundo nuestro, para contemplar
cosas superiores.
S.: Para todos, excepto para mí, quizás, yo 1:0 estoy de acuerdo.
G.: ¿Por qué no?
S.: Tú interpretas la frase "las cosas de lo alto" demasiado va-
gamente. Tú crees que un hombre que echa su cabeza hacia
atrás para estudiar las decoraciones del cielo raso descubre
cosas por el uso de su razón, no de sus ojos ...
G.: ¿De qué manera, pues, pretendes reformar el estudio de
la astronomía?
S.: De la manera siguiente. Sin duda, esas intrincadas tracerías
del cielo [las trayectorias de las estrellas y los planeras] son
las más hermosas y más perfectas de las cosas malflt'ÍtÚes,
pero aún forman parte del mundo visible y por eso no son
las verdaderas realidades, los verdaderos movimientos, en ~l
mundo ideal de los números y las figuras geométricas que
son los que provocan esas rotaciones. Estarás de acuerdo
conmigo en que aquéllos {principios teóricos] deben ser ela-
borados por la razón y el pensamiento, y que no pueden
ser observados.
G.: Exactamente.
S.: Por consiguiente, debemos usar las bordaduras del cielo
como un ejemplo para ilustrar nuestras teorías, así como po-
drían usarse exquisitos diagramas trazados por algún gran
artista corno Dédalo, Un experto en geometría que contem-
plara tales diseños admiraría su terminación y su artesanía,
pero no pensaría siquiera en estudiarlas seriamente con la
esperanza de hallar que todos los ángulos y las longitudes se
conformen exactamente a los valores teóricos.
G.: Eso, por supuesto, sería absurdo.
S.: El astrónomo auténtico, pues, adoptará el mísmo punto de
vista al estudiar los movimientos de. los planetas. Admitirá
sg
que el cielo y todo lo que éste contiene han sido forjados
por su Hacedor de manera tan perfecta como pueden ser las
cosas. Pero cuando examine las proporciones del día con
respecto a la noche, o del día y la noche con respecto e.1
mes, o del mes con respecto al año, o los períodos relativos
de los diferentes planetas con respecto al Sol Y a la Luna
y de uno respecto a otro, no pensará que estos cambios
visibles y materiales continuarán siempre sin presentar la
menor alteración o irregularidad, pues perdería vanament'
sus esfuerzos tratando de hallar en ellos una perfecta exac·
titud.
G.: Expresado de esa manera, estoy de aC,uerdo contigo.
S.: Por eso, si queremos estudiar la astronomía de una ma-
nera que haga uso adecuado del intelecto innato del alma,
debemos proceder como lo hacemos en geometría --es decir,
trabajando en problemas matemáticos- y no perder el tiem-
po observando los cielos.
Platón insiste mucho aquí en que los astrónomos
deben concentrarse en problemas teóricos e ignorar
la "tecnología" de su tema de estudio -la navega-
ción y el calendario-, y subestima el papel de la
observación. Muchos lectores modernos hallanan
que esta actitud es totalmente objetable: La obser-
vación, afirmarían, es la esencia vital de la ciencia.
Sin embargo, no debemos desechar totalmente lo
que dice Platón. Pues, en primer lugar, en la época
de Platón se sabía mucho más acerca de los movi-
mientos observables de los planetas de lo que cual-
quier teoría de la época hubiera logrado explicar.
l~dudablemente, lo que la astronomía necesitaba
por entonces era un fuerte impulso en el aspecto
teórico, y no nuevas observaciones. En segundo lu-
gar, lo que preocupaba a Platón era el valor educa-
tivo de la astronomía, a la que consideraba como un
buen entrenamiento para el intelecto. Consideraba
que los problemas de astronomía serían ejercicios
~ razonamiento tan buenos como los aritméticos o
g~ométricos.
Pero el punto crucial es el siguiente. Una teoría
de los cielos no debe describir simplemente cómo se
mueven' en apariencia las estrellas y los planetas,
sino que además debe explicar esos movimientos.
Solo comprenderemos a la naturaleza (pensaba Pla-
tón) si podemos pasar de los cambios cotidianos
90
que vemos, a los modelos sUbyacentes que son los
únicos que pueden darnos satisfacción intelectual.
Para él, el movimiento uniforme en un círculo per-
fecto era uno de esos modelos ideales: era un tipo
de movimiento al que consideraba explicatorio por
sí mismo. ¿Por qué este modelo particular presen-
taba tanto atractivo? Aquí tanto la lógica como la
observación probablemente tuvieran igual importan-
cia. Las verdades matemáticas son inmutables: Si
son aceptables hoy, son aceptables siempre. Un cuer-
po que se mueve a lo largo de un círculo puede
continuar haciéndolo siempre, puesto que su camino
nunca llega a un fin; y puesto que todos los radios
de un círculo son de la misma longitud, su distancia
del centro de su órbita también será inmutable. Con
este modelo ideal en la mente, lo único que Platón
consideraba completamente inteligible en los cielos
era el movimiento aparente de las estrellas fijas.
Ninguna otra cosa material. afirmaba, puede demos-
trar más perfectamente las "verdades eternas" de
la geometría.
En cambio, los caminos más intrincados del Sol,
la Luna y los planetas, no son inmediatamente inte-
ligibles en estos términos. Pero es necesario hacer-
los inteligibles. Es de presumir que los mismos prlll
o

cipios rigen todos los movimientos celestes: el pro-


blema fundamental de la teoría astronómica, por
tanto, adopta la forma siguiente: "¿Cómo podemos
construir geométricamente trayectorias como las de
los planetas, usando solamente como principio báglf~
co movimientos circulares concéntricos?"
Cuando Platón escribió La república aún no se
había resuelto este problema. Pero aquél logró indi-
car en forma de esbozo qué clase de cuadro del
cosmos exigían sus principios. Platón pone el cuadtb
en boca de Sócrates, como parte del mito de Et;
alegoría que es una especie de antepasado lejaltrl
del Progreso de un peregrino, de John Bunyan.
Platón describe al cosmos como un complicado trom~
po, formado por ocho capas, todas las cuales giran
independientemente alrededor de un eje común. Las
capas se mueven a velocidades un poco diferentes:
las siete capas inferiores contienen a los planetas V
se retrasan un poco con respecto a la capa exterior,
91
en la que se encuentran las estrellas fijas (Lámina
4), Geométricamente, el modelo de Platón dio la
primera explicación satisfactoria de los movimiento,:;
de los cielos. Pero cuando se trataba de explicar
qué es lo que causa los movimientos de las capas,
cuáles son los agentes que producen estos mov.i -
mientos, una teoría de este tipo no podía dar nin-
guna respuesta al problema. Solo se invocaban imá-
genes alegóricas: la Necesidad y sus tres hijas, las
Parcas. Volvemos así al ámbito mitológico de las
causas naturales personificadas. De todos modos, se
dio un gran paso hacia adelante.
Luego, después que los huéspedes pasaran siete días en el
Prado, al octavo debieron partir y continuar el viaje. Cuatro
días después llegaron a un lugar del cual podían ver 1m haz
de luz recto, como una columna, que se extendía a través de
todo el cielo y la Tierra, muy semejante al arco iris, pero más
brillante y más puro. Llegaron a esa columna después de un
día de viaje y allí, en el medio de la luz, vieron los extremos
de sus cadenas que se extendían desde el cielo; pues este haz
de luz une a los cielos, manteniendo unido al firmamento en
revolución, como los tirantes debajo de la comba de un barco.
y desde los extremos se extendía el eje de la Necesidad,
alrededor del cual giran todos los círculos. El haz y el gancho
eran diamantinos, y el cuerpo estaba hecho de la siguiente
manera: su forma era como la de un trompo común; pero por
el relato de Er podemos representárnoslo como consister.te en
una gran peonza, con el interior completamente hueco, dentro
de la cual había una segunda peonza más pequeña, y una ter-
cera, y una cuarta y cuatro más, cada una de las cuales enca-
jaba en la anterior, como un juego de vasijas cada una de las
cuales encaja en otra. Había en total ocho peonzas, una dentro
de otra, y sus bordes formaban (por decirlo así) la superficie
continua de una sola peonza y presentaba desde arriba el as-
peao de círculos alrededor del eje, que atravesaba el centro
de la octava peonza. El círculo que forma el borde de la bó-
veda primera y más externa [estrellas fijas} es el más aI!cho;
sigue en ancho el sexto [Venus]; luego el cuano [Mane];
luego el octavo [la Luna]; luego el séptimo [el Sol]; luego
el quinto [Mercurio]; luego el tercero [Júpiter]; el segundo
[Saturno] es el más estrecho de todos. El borde de la bóveda
más grande [estrellas fijas] era de diversos colores; el séptimo
[el Sol] era el más brillante; el octavo [la Luna] tenía un
color y una luz que eran reflejos de los del séptimo; el segundo
y el quinto [Saturno y Mercurio] eran muy semejantes y más
amarillos que los otros; el tercero [Júpiter] era el más blanco;
el cuarto [Marte] era algo rojizo; el sexto [Venus] era el se-
92
gundo en blancura. El eje giraba como un todo en una direc-
ción; pero los siete círculos interiores giraban lentamente en
la dirección opuesta. De estos, el OCtavo [la Luna] era el que
5e movía más rápidamente; seguían en velocidad el séptimo.
el sexto y el quinto {el Sol, Venus y Mercurio], que se movían.
en conjunción; luego, seguía el cuano [Mane], que daba la
impresión de volver para atrás en su camino; luego venía el
tercero [Júpiter], y el más lento de todos era d segundo [Sa-
turno].
El eje giraba en las rodillas de la Necesidad. Sobre cada uno
de sus círculos había una sirena, que era arrastrada con su
movimiento y emitía un único sonido de altura constante de
manera que las ocho formaban una escala. Alrededor del eje.
a distancias iguales, se hallaban las tres hijas de la Necesidad,
las Parcas, sentadas en tronos, vestidas de blanco y con guir-
naldas sobre sus cabezas. Eran Laquesis, Cloto y Atropos, que
acompañaban con su canto al de la Sirena. Laquesis cantaba el
pasado, CIoto el presente y Atropos lo venidero. De tanto en
tanto, Cloto impulsaba con su mano derecha el borde exterior
del eje, mientras que Atropos hacía lo mismo, COn su mano
izquierda, con los círculos inferiores; Laquesis tocaba alterna-
tivamente los círculos interiores y los exteriores con una u otra
mano.

Compárese este pasaje con el citado anteriormen-


te de Vitruvio para ilustrar el conocimiento que
tenían los babilonios de los movimientos planeta-
rios. Vitruvio simplemente informa acerca de la
manera en que se ven moverse a través del cielo a
los cuerpos celestes, observados desde la Tierra.
Todo el que pueda nombrar y reconocer a los dife-
rentes cuerpos celestes puede comprender lo que
él dice. Platón, en cambio, introduce un nuevo ele-
mento de carácter teórico: para comprenderlo, no
basta mirar al cielo, sino pensar acerca de los cielos
usando nuestra imaginación. Fiel a sus principios,
Platón nos ofrece un modelo intelectual de tipo geo-
métrico. En lugar de permanecer sobre la Tierra y
de informar acerca de lo que vemos desde ella cuan-
do miramos hacia el cielo, debemos imaginarnos
a.hora fuera de todo el universo, y preguntarnos
cuál debe ser su estructura para que dé origen a los
sucesos familiares visibles en el cielo. El resultado
de esto es su cuadro del cosmos como una serie de
ocho capas concéntricas situadas alrededor de la
Tierra.
9:1
Platón comprendía que su visión del sistema cós-
mico no SOlamente era esquemáí:.ica, S.ll0 que t.enía
un cabo suelto muy importante. Era menester re·
mediar estas faltas, para comprender realmente los
principios que rigen los movimientos celestes. Todo
lo que había construido era un esbozo general, que
era necesario elaborar en los detalles: debían calcu·
larse lo!'; radios y las velocidades de las diversas
capas. Además, había un fenómeno que parecía
irreconciliable con el esquema general de Platón.
Era el "movimiento retrógrado" de los planetas,
que ya hemos encontrado en los testimonios babi-
lónicos. (En la cita anterior, obsérvese la referencia
a la manera en que la cuarta esfera, la de Marte,
daba la impresión de volver hacia atrás en su ca-
mino.) El problema consistía en explicar esta tra-
yectoria en forma de bucle sin abandonar su modelo
teórico fundamental de un movimiento circular
constante, regular y continuo.
No es de sorprenderse que Platón planteara a sus
discípulos de la academia la tarea de hallar una
construcción geométrica mediante la cual pudiera
incluirse este fenómeno dentro del esquema general.
El hombre que halló la solución más satisfactoria
fue Eudoxo de Cnido. Su modelo del sistema pla-
netario requería, no ocho, sino veintisiete esferas:
tres para el Sol y tres para la Luna, cuatro para
-cada uno de los cinco planetas conocidos por aquel
entonces y una para las estrellas fijas. Las veinti-
siete esferas rotaban alrededor de un centro común,
la Tierra. Cada esfera giraba alrededor de su propio
eje a una velocidad uniforme, pero el sist.ema estaba
concebido de tal manera que cada esfera podía com-
partir el movimiento de las esferas cercanas por la
unión de su propio eje. El movimiento retrógrado
final era una consecuencia de dos factores: (a) de
.esta superposición de movimientos de tres o cuatro
.esferas, y (b) del hecho que los ejes de las esferas
no se hallaban todos en el mismo plano.
Cada una de las cuatro esferas requeridas para un
planeta tenía sus propias funciones. La más extE;!rna
de las cuatro explicaba la parte del movimiento del
planeta que compartía con todo el firmamento este-
lar: la salida y la puesta cada veinticuatro horas.
La segunda esfera daba al planeta su movimiento
a lo largo de la eclíptica, llevándolo alrededor del
zodiaco en un período que oscilaba desde un mes
para la Luna hasta treinta años para Saturno. Las
dos esferas restantes, cuyos ejes formaban un ángu-
lo con las otras, permitían explicar las variaciones
de velocidad. El planeta mismo era arrastrado por
la cuarta esfera, la más interior, cuyo movimiento
observado era la resultante del movimiento de las
cuatro esferas.
Es muy difícil visualizar este esquema, aun con
la ayuda de un diagrama; pero daba resultado, pues
permitía deducir, a par.tir solamente de movimien-
tos circulares uniformes, la peculiar trayectoria en
forma de rizo de los planetas. Como construcción
intelectual, todo el sistema es muy ingenioso: la
explicación precisa de su estructura es demasiado
compleja para poder darla aquí con detalles. Parti-
cularmente elegante era la manera en que Eudoxo
deducia el "rizo" mediante la combinación de los
movimientos de las dos esferas interiores.
Eudoxo, pues, intentó dar coherencia matemática
a los cielos de una manera nueva. Pero, ¿en qué
medida tuvo éxito? ¿Y por qué caminos iba a pro-
gresar la astronomía después de él?
Es indudable que su teoría tal como la formuló,
solo parcialmente lograba ofrecer un cuadro convin-
cente del funcionamiento del sistema planetario.
Todo lo que Platón pedía, y todo lo que Eudoxo dio,
era una construcción intelectual que permitiera in-
cluir los principales fenómenos planetarios dentro
del armazón geométrico general. Desde el punto de
vista de Platón, carecfa de importancia el prOblema
de saber si las veintisiete esferas eran cosas mate-
riales reales: se trataba de ideales matemáticos, no
de cuerpos sólidos. Tampoco se habia realizado el
examen completo de todas las consecuencias dedu-
cibles del nuevo modelo, para determinar cuán se-
mejante a la realidad era el cuadro que ofrecia de
la procesión de los cielos.
A partir de ese punto, el camino se bifurcaba.
Se podía dirigir la atención hacia la adecuación de
95
la teoría a los hechos, agregando al sistema básico
tantas construcciones geométricas elaboradas como
se necesitaran para deducir los movimientos obser-
vados (retomaremos esta línea de desarrollo cuan·
do hablemos de Ptolomeo); y otra alternativa era
tomar el éxito del sistema geométrico de Eudoxo
eomo un punto de partida y continuar examinando
los problemas que planteaba. Suponiendo que las
veintisiete esferas tuvieran una genuina realidad
física, ¿cómo actuaban unas sobre otras? ¿Qué fuer-
zas se necesitaban para mantenerlas a todas en mo·
vimien.to, como lo estaban? ¿De qué estaban hechas
las esferas? ¿Se movían los cuerpos celestes de
acuerdo a los mismos principios que los terrestres?
Así, se podía pasar de la matemática a la física (en
otras palabras).
En la historia ulterior de la astronomía griega,
estas dos exigencias impulsaron a los sabios en di·
recciones diferentes. El deseo de hacer físicamente
Inteligible el modelo geométrico a menudo entraba
en conflicto con la necesidad de hacer que se ade-
cuara más exactamente a los hechos. Al principio,
el camino de la física ejerció mayor atractivo. Hay
indicios de que el mismo Eudoxo fue arrastrado en
esta última dirección, de que tenía más el espíritu
de un físico matemático que el de un matemático
puro. Parece haberse preguntado si existen real·
mente equivalentes materiales en el cielo que co-
rrespondan a las esferas matemáticas de su cons-
trucción, o sea, si las esferas no eran tan imagina-
rias como invisibles. Es casi como si hubiera intuido
la forma más reciente de la teoría física, en la cual
las ecuaciones matemáticas no son solamente idea·
les intelectuales, sino que se consideran referidas
a algún mecanismo que existe realmente, aunque
no podamos verlo o tocarlo. (Un ejemplo apropiado
de esto es la representación del átomo como un sis-
tema solar en miniatura, esbozada por Rutherford.)
Para el mismo Platón, el sistema de esferas de
Eudoxo era una construcción matemática pura. Pero
Eudoxo ya estaba tentando el camino que conduce
más allá de la geometría pura. Pronto Aristóteles
iba a convertir todo el sistema en un sólido juego
~ecánico de engranajes.

116
LECTURAS Y OBRAS DE CONSULTA
COMPLEMENTARlAS

La transición de la fase mitológica a la racionalista en el


pensamiento griego se analiza en
CoRNFORD, F. M., Rrom Religion lo Philosoph¡
GUTHRIB, W. K. C., The Greeks and Their Gods
La exposición de conjuto y obra de consulta corriente sobre
los primeros filósofos de la naturaleza griegos (y aún la más
útil en muchos aspectos) es
BURNBT, J., Eart¡ GrrJek Philosoph¡

Se encontrará un examen particularmente bueno de las con·


cepciones pitagóricas en
SAMBURSYK, S., The Physicat World 01 Ihe Greeks
Para una exposición detallada de las primeras teorías astro·
nómicas de los griegos, ver
HBATH, T. L., Ar;slarchus 01 Samos
DREYBR, J. L. E., A HislOf'¡ 01 ASlronom¡ from Thales lO
Kleper
Se hallará una breve exposición de divulgación sobre este
tema en
FARRINGTON, B., Science in Anliquil¡

El papel de los problemas astronómicos en el sistema filosó'


fico de Platón se exa..nUna en
CORNFORD, F. M., plato's Cosmotog,

97
CAPiTULO 111

LA SINTESIS PREMATIJRA

El progreso de la ciencia siempre supone un deli-


cado equilibrio entre la observación crítica y la es-
peculación teórica, entre la investigación cuidadosa
y fragmentaria de problemas particulares y la inter-
pretación general y de vuelo imaginativo de los
resultados obtenidos. Los aspectos parciales de la
investigación pueden ser en si mismos triviales.
¿Por qué (podríamos preguntarnos) una persona
tiene que dedicar días enteros a vigilar a las abejas
en su colmena? ¿Y por qué debemos gastar dinero
para construir globos de polietileno a fin de trasla-
dar placas fotográficas a la atmósfera superior?
Quizá supongamos también que es mucho más no-
table bombardear la Luna con un cohete espacial.
Sin embargo, los temas de investigación solo pare-
cerán extraños o aburridos al profano si no com-
prende sus implicaciones más amplias: vale la pena
investigarlos a causa de la posibilidad que ofrecen
de aclarar temas más generales. Se estudian minu-
ciosamente las "danzas de las abejas", no por pura
curiosidad, sino porquE' en este caso hemos hallado
finalmente seres del mundo animal que se trasmiten
información unos a otros casi como si poseyeran
un lenguaje. Y si enviamos cantidades de IJe!lcula
vIrgen a la estratosfera es para exponerla a la ele-
vada energía de los rayos cósmicos, cuyos etectos
sobre la emulsión fotográfica tienen importantes
imnlicaciones para nuestra teoría acerca de la es-
truct.urR nuclear.
98
Por otro lado, la coheterfa espacial no es en reali-
dad una actividad cientifica, sino más bien tecno-
lógica. Las posibilidades de construir cohetes espa-
ciales puede depender de nuevos descubrimientos
eientíficos, por ejemplo, de nuestros conocimientos
relativos a los combustibles que se consumen rápi-
damente, y disponer de cohetes nos permite inves-
Ligar de manera directa las condiciones que preva-
lecen en las regiones interplanetarias. Pero, en sí
mismo, saber cómo disparar un proyectil a la Luna,
no aclara ningún hecho natural o principio general
nuevos; por consiguiente, no es ciencia. Pues en la
ciencia lo que cuenta son las conclusiones teóricas.
A igualdad de todos los otros factores, cuanto más
amplias son las implicaciones de una investigación,
tanto más importante es ésta. Y cuanto más gene·
rales son las conclusiones sobre las cuales un hom-
bre está dispuesto a arriesgar su reputación, tanto
más numerosos son los rehenes que otorga a la for-
tuna, pues sabe que la corrección de sus ideas será
juzgada finalmente por sus sucesores de las gene-
raciones venideras.
Hay dos tipos de avance en la ciencia que, cuan-
do se producen, son particularmente sorprendentes.
Primero, cuando se han desarrollado siguiendo lineas
independientes varias ramas distintas de una cien-
cia, los hombres tratan con razón de hacerlas armo-
nizar con la armazón más amplia de una teoría más
general, por ejemplo, uniendo las teorías fundamen-
tales de la electricidad, el magnetismo y la óptica,
como hizo Maxwell. Como cuestión de método, el
anhelo de establecer tales conexiones entre ramas
diferentes de una ciencia es totalmente legítimo.
En segundo lugar, ciertos avances científicos pue-
den tener repercusiones aun fuera de los limites de
la ciencia, y producir cambios radicales en la con-
cepción del mundo del hombre común. AsI, por
ejemplo, Newton demostró que los cometas, desde
el punto de vista de la dinámica, no son diferentes
de los planetas; este resultado hacia innecesario
consloerarlos como anuncios divinos o como porten-
tos. Algunas personas pueden preguntarse con razón
en qué medida los resultados de la ciencia apoyan
o desacreditan las ideas populares acerca del mundo
99
en que VIVunOS. La teoría del movimiento y de la
gravitación de Newton fue importante en ambos
aspectos: logró exitosamente reducir a un esquema
único los resultados de media docena de lineas de
investigación independientes, y lo hizo de tal mane-
ra que ejerció una profunda influencia sobre el "sen·
tido común". Dos mil afios antes, Aristóteles tuvo
la misma ambición.

EL PROGRAMA DE ARISTÓTELES

Para comprender la orientación que siguió la físi-


ca griega después de Eudoxo, es menester tomar
esto en cuenta. La astronomía babilónica era esen-
cialmente fragmentaria, y carecía de una teoría ge-
neral. Los antiguos jonios y pitagóricos manifesta-
ron clara propensión por las especulaciones gene-
rales, pero nunca lograron dar a sus ideas un
fundamento sustancial en los hechos. Las esferas
geométricas de Eudoxo, finalmente, parecieron ofre-
cer una base sólida para una teoría acerca del me-
canismo de los cielos, y la posibilidad que abrió fue
rápidamente aprovechada.
Era necesario construir esa teoría en dos etapas.
Priinero, era menester llegar a cierta comprensión
general de las maneras en que se mueven los obje-
tos, mediante el estudio de los movimientos obser-
vables sobre la Tierra; después de esto, el sistema
de Eudoxo podía suministrar la clave, o el punto de
apoyo, para extender al cielo las teorías acerca de los
primeros. Comparando los mecanismos celestes con
los terrestres, era posible confirmar o refutar las
ideas populares acerca de los cielos y la Tierra. Este
fue el programa que Aristóteles se fijó a sí mismo
en su obra sobre la dinámica y la astronomía: sus
resultados se hallan expuestos en sus tratados de
la Ffsica y De los cielos.
La ambición que impulsaba a Aristóteles era la
de unificar todas las ramas separadas de la filosofía
natural y demostrar sus consecuencias para la teo-
logía natural. Su obra constituyó la primera gran
síntesis de la ciencia. Su éxito fue tan completo que
los hombres necesitaron casi dos mil afios para
100
construir un sistema fisico mejor, que abarcara un
dominio tan vasto. A la larga, su sistema se derrum-
bó. Pero este hecho no es ningún baldón para su
creador. Su programa era legitimo; hasta donde lle-
gaban, sus conclusiones eran en gran parte correc-
tas; y la síntesis que él intentó realizar en física
eventualmente fue completada por hombres que
aprovecharon su experiencia.
Ha estado de moda escarnecer la física de Aristó-
teles. Pero no es necesario volver atrás para ha-
cerle justicia. Sus principios generales pueden haber
sido superados, pero muchos de sus resultados más
criticados eran bastante razonables, si se los consi-
dera en el contexto dentro del cual los presentó.
Algunos de ellos, inclusive, han conservado un lugar
respetado, si bien subordinado, aun en el desarrollo
reciente de las ciencias. En dinámica, su punto de
partida parece al fisico moderno muy mal elegido.
Pero, en su época, el análisis matemático del movi-
miento no había sido desarrollado lo suficiente para
establecer la dinámica sobre su base actual. Cuando
él aplicó sus principios dinámicos a la astronomía, el
resultado fue un esquema que en los últimos siglos
los hombres han destruido totalmente y abandona-
do. Sin embargo, era natural que él estudiase pri-
mero los movimientos de los cuerpos sobre la Tierra
y que tomara esto como base para sacar conclusio-
nes acerca de los cielos: no podía haber previsto
que el proceso inverso iba a resultar mucho más
fructífero. Podía haber seguido un camino más se-
guro, y haber desarrollado aún más minuciosamen-
te los métodos de análisis geométrico creados por
Eudoxo. Si lo hubiera hecho, podría haber sido un
matemático de mayor talla, pero ciertamente hubie-
ra sido un científico natural de menor importancia.
Pues en la ciencia, la osadía en la generalización es
una gran virtud, y no es posible juzgar las dimen-
siones de un hombre exclusivamente en términos
de su éxito a largo plazo.
Por eso, no basta con barrer las ideas de Aristó-
teles acerca de la física como si fueran meros dis-
parates. A menos que nos tomemos el trabajo de
reconstruir sus argumentos con algún cuidado no
entenderemos qué es lo que se necesitaba para pre-
"101
parar el camino a Galileo y a Newton, ni seremos
capaces de comprender sus verdaderas realizaciones.
Menos aún lograremos entender por qué las ideas
de Aristóteles prevalecieron durante tanto tiempo.
En realidad, los argumentos que expuso Aristóte-
les eran muy fuertes. Analizó inteligentemente una
gran cantidad de observaciones detalladas. Sus con-
clusiones concordaban admirablemente con nuestra
experiencia común del mundo, y en muchos aspec-
tos la experimentación y la observación ulteriores
habrían reforzado sus ideas, y no refutado. Lejos
de ser una pura especulación, su teoría del movi-
miento estaba demasiado afeITada a los hechos y no
era suficientemente abstracta. Por contraste, cuan-
do GaUJ.eo y Newton retrocedieron para considerar
los hecnos nuevamente, desde la perspectiva segura
de un punto de vista matemático, se vieron condu-
cidos a remodelar la teoría dinámica en una forma
que resistiera su confrontación con la experiencia
común.

MOVIMIENTO y CAMBIO

Debemos examinar ahora directamente las ideas


dinámicas de Aristóteles y ver luego, en la sección
siguiente, cómo las aplicó a la astronomía. Para co-
menzar, es necesario relacionar estas ideas con su
último objetivo intelectual.
Aristóteles, como Eudoxo, fue discípulo de Platón
en la academia. Sin embargo, nunca compartió to-
talmente el ideal geométrico de la explicación cien-
tífica. No tenía temperamento de matemático y sus
diferencias con los sucesores de Platón se hicieron
tan acentuadas que abandonó la academia y se esta-
bleció por su propia cuenta. Por supuesto, compartió
la ambición suprema de todos los filósofos griegos,
la de hallar los principios generales de la natura-
leza; pero sus propios intereses personales y su
experiencia lo impulsaban en una dirección com-
pletamente distinta a la de Platón; por eso, al cabo
de los años, elaboró un ideal de la ciencia totalmen-
te diferente.
El padre de Aristóteles era médico y estuvo al
102
servlClo de Filipo de Macedonia. El mismo Aristó-
teles fue un brillante zoólogo, dotado de particular
talento para la biología marina; inclusive algunos
de sus descubrimientos fueron considerados durante
muchos afios como cuentos de viejas y solo recien-
temente han sido "redescubiertos". Este interés por
la zoología hizo que tuviera siempre muy presente la
complejidad, la variedad y la vitalidad de la natu-
raleza. Como resultado de esto, nunca se sintió muy
convencido de que se pudieran o se debieran reducir
los procesos de la naturaleza a términos abstractos,
matemáticos.
Otorgaba a la matemática cierta importancia y
cierto valor, pero consideraba que su ámbito era
limitado. Entendía que se tratara los números ma-
temáticamente, como también las distancias y los
tiempos --si bien comparativamente, no absoluta-
mente-. Una distancia podía ser igual a otra mul-
tiplicada por lh, y un cierto período de tiempo igual
a otro multiplicado por 2, pero toda medición (él
lo comprendió) supone una comparación. Un hom-
bre de seis pies de altura tiene una talla igual a
seis por la longitud de un pie, pero es igual a dos
por la longitud de un metro. Por eso, su altura no
I iene nada que ver intrinsecamente con '6' o '2'.
Pero, en opinión de Aristóteles, hay muchas pro-
piedades de las cosas que no pueden comprenderse
pn términos geométricos o numéricos, aun en esta
medida. Hoy damos por supuesto que la diferencia
pntre cosas pesadas y livianas puede recibir un tra-
t.amiento matemático en términos de su "cantidad
de materia" o "masa". En cambio, en opinión de
Aristóteles, la pesadez y la liviandad son cualidades
sl'nsoriales, que no tienen en si mismas más carác-
ter numérico que un gusto dulce o un mal olor.
Aun la velocidad conduce a ciertas dificultades si
se la trata de tal forma: no podemos "dividir" una
longitud por un tiempo y obtener una "razón" pura.
Una teoría matemática de los cambios en la natu-
raleza era defectuosa (pensaba Aristóteles) en dos
sentidos: era demasiado abstracta y abarcaba de-
masiado poco. Una teoría adecuada debe tratar los
cambios de todo género como si fuesen igualmente
auténticos y significativos, de los cuales los cambios
103
que pudieran ser expresado.s numéricamente so.lo.
son uno. de lo.s mucho.s tipos po.sibles de cambiOs.
su' idea del cambio. era co.mpletamente general;-las
alteracio.nes de co.lo.r, fo.rma, salud o. estado. mental
so.n so.lo. variedades diferentes de cambio., cada una
de las cuales tiene sus pro.pias características. Po.r
ejemplo., ¿cómo. puede darse una explicación co.m-
pleta del crecimiento. y maduración de una manzana
so.lamente en término.s de número.s y fo.rmas? .
Partiendo. del punto. de vista de un biólo.go., Aris-
tóteles reco.no.cia do.s tipo.s principales de alteracio.-
nes que pueden afectar a un cuerpo.. Po.r un lado.,
puede cambiar según su pro.pia sucesión natural de
crecimiento. y desarro.llo.: una simiente se co.nvierte
primero. en una planta jo.ven, luego. en una planta
madura, luego. surgen las flo.res, luego. surgen nue-
vas simientes, que a su vez sufren un desarro.llo.
ulterio.r. .. Se trata del cambio. "natural". Po.r o.tro.
lado., algunas alteracio.nes se deben a la intervención
de un cuerpo. extrafio., que intro.duce cambio.s to.tal-
mente ajeno.s a la sucesión no.rmal de desarro.llo.:
po.r ejemplo., una planta puede ser piso.teada, o. po.-
dada, o. reco.rtada en fo.rma Po.co. natural. El cambio.
de este segundo. tipo. es un cambio. "fo.rzado.".
La distinción entre cambio.s fo.rzado.s y cambio.s
naturales es impo.rtante, po.rque (co.mo. lo. co.mpren-
dió Aristóteles) casi to.das las pro.piedades de lo.s
cuerpo.s pueden sufrir una alteración en una u o.tra
de estas fo.rmas y lo.s do.s tipo.s de cambio. exigen
explicacio.nes diferentes. Una manzana puede adqui-
rir co.lo.r ro.jo., ya sea po.rque haya madurado. natu-
ralmente, o. po.rque una larva haya alterado. su me-
tabo.lismo., o. po.rque algún nifio. la haya pintado.
para la víspera de To.do.s lo.s Santo.s. Para explicar
un cambio. natural, so.lo. necesitamo.s demo.strar que
es característico. de la "especie", sea animal, vegetal
o. mineral. Para explicar lo.s cambio.s fo.rzado.s, debe-
mo.s sefialar lo.s agentes externo.s respo.nsables de
lo.s mismo.s. En el nivel co.tidiano. de interpretación,
esta distinción entre co.sas que "o.curren natural-
mente" y co.sas a las que "se hacen o.currir" es muy
razo.nable.
Después de trazar esta distinción co.mpletamente
general, Aristóteles elaboró su teo.ría del mo.vimien-
104
· ,~

to, es decir, del cambio de posici6n. También ,.el


movimiento puede ser natural o forzado: las co~as
se mueven, o bien por sus propios medios, o bien se
ven forzadas a moverse por algún agente externo.
Podemos ver ambos tipos de movimiento en la Tie-
ITa. Las rocas y los torrentes abandonados a sí mis-
mos ruedan o fluyen montafia abajo hasta hallar
su nivel natural, momento en que paran; en cambio,
solo pueden ir montafia arriba si se los arrastra.
Las llamas y el humo que surgen de un fuego se
elevan verticalmente a través del aire inmóvil hasta
donde alcanza nuestra vista; también ellos, presu-
mía Aristóteles, dejarán de moverse solo en su nivel
natural, en alguna parte de la atmósfera superior,
y solo se detendrán antes de ese nivel si se 10~
fuerza a ello. En cada caso, el movimiento natural
es vertical y limitado en su duración: un cuerpo
sobre la Tierra puede moverse de un lado a otro o
mantener indefinidamente su movimiento solo si es
empujado o arrastrado. Esto parecía confirmar una
de las ideas generales de Aristóteles acerca del cam-
hio terrestre. La inestabilidad parecía característica
de las cosas terrestres. El movimiento, el crecimien-
to, hasta la misma vida humana, siguen su curso
y llegan a un fin natural.
Bafta mirar a los cielos para percibir un completo
contraste. El Sol, la Luna y las estrellas fijas giran
alrededor nuestro continuamente, y nada parece im-
pulsarlos. Este movimiento incesante, razonaba Aris-
tóteles, debe de ser el movimiento natural que cabe
esperar de los objetos celestes. Son, en todo respec-
to, tan permanentes como transitorios son los obje-
tos terrestres: su luz nunca falta, reaparecen con
una absoluta puntualidad y no hay nada en ellos
que no sea permanente, en la medida en que per-
miten determinarlo nuestras experiencias persona-
les. De igual modo, el círculo constituye un camino
inacabable y. sin desviaciones, simétrico en todas
partes y que no tiene fin ni comienzo. Para expresar
el argumento con sus propias palabras:

De los cielos derivan otras cosas su existencia y su vida •..


Así como la idea popular acerca de las cosas divinas y celestes
es que, por ser primarias y supremas, ellas son necesariamente
105
inmutables. Esto confirma lo que ya heIQ08 dicho. Pues no hay
-algo que sea más fuerte que la esfera celeste y que pueda pro-
vOcar una alteración en ésta, puesto que si lo hubiera, teíldrfa
que ser más perfecto. Pero los cielos no tienen defectos y son
todo lo que necesitan ser. Por eso, el incesante movimiento de
los cielos es perfectamente comprensible: todo deja de moverse
cuando llega a su destino natural, pero para los cuerpos cuyo
aunino natural es un círculo, su destino es un punto de par-
tida constante.

Por consiguiente, el movimiento circular no sola-


mente era lo que se veía en los cielos, sino también
lo que la teoría hubiera permitido prever, e inclu-
sive lo que la teología requería. La física y la astro-
nomía parecían confirmar de esta manera lo que los
hombres comunes habían dado por supuesto durante
largo tiempo: el contraste absoluto entre el cielo
divino y la Tierra mortal.
Antes de examinar las consecuencias astronómi-
cas de esta doctrina, debemos considerar en detalle
el análisis que hace Aristóteles de los movimientos
terrestres. Ante todo, debemos ver cómo concebía
él la relación entre la velocidad de un cuerpo y la
fuerza que 10 impulsaba; en segundo lugar, cómo
se relacionaba la velocidad con la resistencia que se
oponía a su movimiento; y finalmente, por qué llegó
él a la conclusión de que no podía existir en la
naturaleza un vacio completo.

1) Velocidad y esfuerzo

En la base de la teoría dinámica de Aristóteles se


halla una doctrina que a menudo ha sido mal inter-
pretada. Pues el primer principio de su teoría parece
muy similar a la afirmación:
Fuerza = masa X velocidad
o sea, que una fuerza dada moverá un cuerpo con
una velocidad proporcional a la fuerza e inversa-
mente proporcional a la masa del cuerpo. Los físicos
modernos considerarían totalmente falaz una doc-
trina semejante. La verdadera relación, afirmarían
ellos, fue claramente formulada por vez primera por
Newton:
106
Fuerza = masa X aceleración

o sea, que una fuerza dada originaría en un cuer-


po, no una velocidad, sino un cambio de velocidad
proporcional a la fuerza e inversamente proporcio-
nal a la masa del cuerpo.
Si interpretamos la teoría dinámica de Aristóteles
de esta manera, es indudablemente errónea y esta-
remos predispuestos en contra de la misma desde
el comienzo. Pero, tal interpretación no seria apro-
piada: las palabras fuerza, masa y velocidad adqui-
rieron sus actuales significados teóricos en el siglo
XVII, de modo que usarlos para formular este punto
de vista es provocar la mala comprensión. En reali-
dad, Aristóteles elaboró una fórmula general seme-
jante a la del tipo moderno para expresar las rela-
ciones de un instante a otro entre variables mate-
máticas como fuerza, masa, distancia y tiempo. Los
prOblemas de los que se ocupó eran mucho más
concretos. Eran, por ejemplo, del siguiente tipo:
"¿Cuánto tiempo necesitará un grupo de hombres
para trasladar un cuerpo dado a una distancia de-
terminada?" Matemáticamente, esta teoría nunca fué
más allá de las reglas de tres del tipo siguiente:
"Si tres muchachos comen doce bollos en cuatro
minutos, ¿cuánto tardarán dieciocho muchachos en
comer veintisiete bollos?"
En los mismos términos formuló sus conclusiones
generales acerca del movimiento: estableció "reglas
de proporcionalidad" y especificó su alcance.

Supongamos, entonces, que una persona ha movido un cuer-


po hasta una distancia determinada en un tiempo determinado;
luego, en el mismo tiempo y con el mismo esfuerzo moverá
la mitad del cuerpo hasta el duplo de la distancia, y en la
mitad del tiempo moverá la mitad del cuerpo a través de toda
esa distancia: de esta manera se observan las reglas de propor-
ci6n. .. Pero de esto no se desprende necesariamente que COA
el mismo esfuerzo se moverá un cuerpo del doble de tamaño
en la mitad de la distancia dada y durante el mismo tiempo.
Si fuera simplemente una cuesti6n de proporciones, un hom-
bre podría mover un barco sin ayuda, puesto que los esfuetzOl
combinados de rodo un equipo de acarreadores de barcos y la
distancia a la que pueden moverlo pueden ser divididos por el
Ilúmero de hombres del equipo. Esto refuta el a.rgu1IleIlto de
107
Zen6n de que UD simple grano de cereal rleli. hacer un ruido
cuando cae, pues, por lento que sea el proceso, una parte tan
pequeña no puede mover la cantidad de aire que mueve todo
un bushel de cereales cuando cae.
e:

(Obsérvese que Aristóteles extiende inmediata-


mente su generalización acerca del movimiento para
llegar a una conclusión acerca del sonido: como
Vimos antes, todos los tipos de cambio son para él
variedades diferentes de un único tipo general.)

2) Velocidad y resistencia

El segundo de los principios generales de ArIstó-


teles se refiere a los efectos de la resistencia al mo-
vimiento. Supongamos que el problema general sea:
"¿Cuánto tiempo se necesitará para mover un cierto
cuerpo a una distancia determinada, mediante el
ejercicio de un determinado esfuerzo?" Aristóteles
vio que la respuesta correcta a este problema es:
"Depende de cuáles sean las resistencias que deba
superar". Si sus trasportadores de barcos arrastran
un barco a través de una superficie engrasada, es
indudable que cubrirán la distancia mucho más rá-
pidamente que si tuvieran que arrastrarlo a lo largo
de un trayecto pedregoso. Y si debemos vadear una
región acuosa con el agua hasta las rodillas, espe-
cialmente contra la corriente, necesitaremos mucho
más tiempo para recorrer cien metros que si cami-
náramos la misma distancia a lo largo de una playa.
El medio origina una diferencia [en el movimiento] porqte
obstaculiza 111 cuerpo en movimiento, en mayor medida si se
mueve en la dirección opuesta y en un grado menor aún si
estuviera en reposo; esto es particularmente cierto de un medio
qúe no es fácil de penetrar, o sea de un medio espeso. Un
cu~po se mueve a través de un medio dado en un tiempo·de-
terminado, y atravesará la misma distancia en un medio menos
denso en un tiempo más corro, proporcional a la espesura del
medio obstructor. Tomemos por ejemplo el agua y el aire: el
cuerpo se moverá más rápido a través del aiee que a través del
agua en la misma medida en que el aire es más tenue y menos
corpóreo que el agua... Por eso, en general: cuanto menos
resistente, más incorpóreo y más fácilmente divisible sea el
medio, tanto más rápido será el movimiento.
108
(Lo que Arístóteles entiende aquí por espeso es
lo que nosotros llamaríamos "pegajoso", o, para uSar
eI término técnico, viscosidad: se relaciona con la
densidad o masa por unidad de volumen de los dos
medios, pero no es idéntica a ésta.)
Por consiguiente, Aristóteles concebía a todo rim-
vi miento como un equilibrio entre el esfuerzo y la
resistencia. Se necesitaba un cierto esfuerzo inicild
para hacer mover un cuerpo, y el tiempo en el que
atravesaba una distancia estaba determinado por el
equilibrio entre el esfuerzo y la resistencia. Siempre
que teoriza acerca de un cuerpo en movimiento lo
compara, para llevar a cabo su análisis, con un obje-
to patrón que se mueve a un ritmo constante contra
una resistencia uniforme. Este era su "paradigma
explicativo". En esto reside la diferencia crucial en-
tre su sistema de dinámica y el moderno: uno y
otro no hacen afirmaciones que se contradicen acer-
ca de la relación entre la fuerza, la velocidad y la
aceleración, sino que usan paradigmas diferentes, o
sea, colocan ejemplos diferentes en el centro de sus
representaciones teóricas. El ejemplo de Aristóteles
es el de un cuerpo que se mueve contra una resis-
tencia constante mientras que el de Newton es el
de un cuerpo que se mueve en ausencia de toda
resistencia. Por eso, no es de asombrarse que sus
primeros prinCipios sean tan diferentes.
Si se combinan las dos primeras reglas de propor-
cionalidad de Aristóteles, se llega al siguiente resul-
tado. La velocidad a la que se mueve un cuerpo 'es
'proporcional al esfuerzo que se ejerce sobre él e
lnversamente proporcional a su masa y a la resis-
tencia que se opone a su movimiento. Si formulamos
esta doctrina de una manera matemática precisa
-aunque esto sería ajeno al modo de pensamiento
aristotélico-, obtenemos la fórmula conocida en la
física moderna como la ley de Stokes. Ésta dice' que
la velocidad con que se mueve un cuerpo a través
de un medio viscoso es proporcional a la fuerza que
actúa sobre él e inversamente proporcional a la vis-
cosidad. Se trata de un principio bien establecido
de la hidrodinámica y rige con gran exactitud para
lÓ9
los movimientos que se producen a través de cual-
quier fluido de cierta densidad
Vemos ahora por qué los experimentos, en lugar
de provocar dudas en la mente de Aristóteles, más
probablemente hubieran confinnado sus creencias.
Supongamos que hubiera tomado un cilindro de
~idrio de dos metros de largo, lo hubiera parado y
lo hubiera llenado alternativamente de agua, vino,
aceite de oliva, miel y melaza. Si hubiera arrojado
la misma piedra pór cada columna de fluido y con
su pulso hubiera tomado el tiempo que tarda en
atravesar ~, lA! Y la longitud total de la columna,
¿qué es 10 que habría observado? La respuesta es la
siguiente: hubiera observado exactamente lo que él
formuló. Después de una aceleración inicial suma-
mente breve, la piedra caería a través del líquido a
una velocidad constante que depende de la viscosi-
dad. Si hubiera duplicado la "pegajosidad", la piedra
hubiera tardado el doble; si hubiera duplicado la
fuerza que actuaba -usando una piedra de la misma
forma y tamaño, pero que pesara el doble de la ante-
rior- hubiera atravesado la misma distancia en la
mitad del tiempo. En tales casos, la experiencia con-
finna completamente las conclusiones de Aristóte-
les: en esas condiciones, no hay ningún error serio
en 10 que él afirma.
¿Qué ocurriría (podríamos preguntarnos) si hu-
biera arrojado las piedras a través del aire? ¿Habría
él visto las limitaciones de su doctrina? Es dudoso.
El tiempo de caída habría sido demasiado corto para
poder medirlo con cierta exactitud; el mismo Galileo
no estudió directamente la caída libre de los cuer-
pos, a pesar de todas las leyendas acerca de la torre
inclinada de Pisa, sino que retardó su movimiento
haciéndolo rodar por planos inclinados. Naturalmen-
te, Aristóteles suponía que en el aire se mantenía
la regla de proporcionalidad y que el menor tiempo
de caída correspondía al carácter más tenue del
aire, comparado, por ejemplo, con la miel. En prime-
ra instancia, no había ninguna razón para sospechar
que un cuerpo que cayera a través del aire se mo-
viera de una manera significativamente distinta.
110
3) La imposibilidad del vacio

A partir de estos principios, Aristóteles llegó a


otra conclusión que debía ejercer una profunda in-
fluencia: la de que no podía existir en la naturaleza
un vacío completo. Razonó de la manera siguiente.
Dados dos cuerpos en movimiento, podemos pregun-
tamos cuánto más rápidamente se mueve uno de
ellos que el otro. La respuesta consistirá siempre
en algún número definido: 5 veces más rápido (por
ejemplo) o 1h de rápido. Los tiempos que tardan
los dos cuerpos para ir de A a B se hallarán también
en proporción de 1:5, o de 2:1, o sea, también será
un número definido. Pero supongamos que uno de
ellos se mueva en el vacío, es decir en un medio
que no ofrezca resistencia alguna al movimiento; en
tal caso, de acuerdo con las reglas de proporciona-
lidad, se llega a conclusiones carentes de sentido.
Pues (planteaba Aristóteles), ¿cuánto tiempo tarda-
ría un cuerpo en ir de A a B en este vacío? La res-
puesta parecía ser: en tiempo nulo. La idea de un
cuerpo que se moviera de un lugar a otro en tiempo
nulo le parecía totalmente inconcebible --con bas-
tante razón- y no veía ninguna otra alternativa
más que negar la suposición original. Si las reglas
de proporcionalidad eran válidas no podría existir
ningún medio que ofreciera una resistencia cero.
Las principales conclusiones de Aristóteles acerca
d~l movimiento de los cuerpos terrestres son, en
resumen: 1) En primer lugar, siempre que el es-
fuerzo sea bastante grande, es posible trasladar
cuerpos de tamaños diferentes en tiempos distintos
si se ejercen esfuerzos determinados a través de
distancias que varian simplemente en proporción a
esos factores; 2) todos estos efectos también va-
riarán proporcionalmente según la resistencia del
medio en el que se realiza el movimiento; 3) aho-
ra bien, de acuerdo con estas reglas de proporciona-
lidad, un cuerpo atravesaría un vacio en un tiempo
nulo, de modo que es necesario descartar la posibi-
lidad del vacío. Según este enfoque, el movimiento
es de equilibrio entre el agente responsable del
mismo y la resistencia que se debe superar. Así, un
.caballo que arrastra un carro por el suelo 10 moverá
111
de manera constante auna velocidad que depende de
la rugosidad del suelo y de la lubricación de los
ejes, al menos hasta que el caballo comience a can-
sarse. Estas conclusiones se basan en un cuidadoso
estudio de los movimientos comunes, del tipo que
aún podernos observar nosotros mismos.

4) Los problemas de la aceleración y la cantidad 'de


movimiento.

¿Por qué un argumento tan firmemente arraigado


en la experiencia común condujo a conclusiones que
finalmente debieron ser abandonadas? Podemos ver
retrospectivamente que el talón de Aquiles de la
teoría de Aristóteles era su tratamiento de los cuer-
pos que se mueven teniendo que superar resisten-
cias ligeras; el movimiento a través del vado era
un caso extremo. Cuando un caballo comienza a
arrastrar un carro o cuando se lanza una piedra
a: través de un trayecto meloso, llegan a su veloci-
dad constante o "final" muy rápidamente, de modo
que podemos dar una descripción perfectamente
adecuada de sus movimientos aun cuando dejemos
de lado la aceleración inicial. Pero, a medida que se
reducen las resistencias al movimiento, la fase ini-
cial de aceleración se prolonga cada vez más y, por
consiguiente, adquiere mayor importancia. En reali-
dad, las reglas de proporcionalidad de Aristóteles
no pueden aplicarse hasta que se ha alcanzado la
'velocidad constante. En el caso extremo, o sea en
el vado, nunca se alcanza la velocidad final y la
aceleración continúa indefinidamente. Tal es, en
efecto, la doctrina newtoniana fundamental. Aristó-
teles tenía razón al concluir que la velocidad final
en el vado debía ser infinita, pero, debido a que
descuidó el análisis de la aceleración, interpretó
'erróneamente la conclusión.
Como sabemos hoy, es de crucial importancia un
'estudio de la aceleración, no solamente en el vacío,
sino también en el aire. Los razonamientos de Aris-
tóteles, que partían de la experiencia con los medios
espesos para llegar a conclusiones acerca del aire,
no eran sólidos. En el caso del aire, no se puede
112
dejar de lado la aceleración inicial. Un hombre que
cae de un risco o de un aeroplano necesitará bas-
tante más de cinco segundos para alcanzar su velo-
cidad final (unos 192 kilómetros por hora), y caerá
más de doscientos cincuenta metros antes de ello.
Esto es algo que, probablemente, Aristóteles nunca
comprendió; iY seguramente tampoco tuvo opoñu-
nidad de medir el tiempo! Los movimientos en que
es importante el problema de la aceleración no se
adecuaban muy armoniosamente al esquema concep-
tual de Aristóteles. y resistieron durante siglos todos
los intentos por incorporarlo a él. EventualmentE.
iban a constituir el punto de partida de un sistema
dinámico nuevo y más amplio. No es accidental el
hecho de que en el período comprendido entre Aris-
tóteles y Galileo la discusión se planteó reiterada-
mente alrededor de estos tres problemas: el movi-
miento de un cuerpo en caída libre a través del
aire, el movimiento de los proyectiles (por ejemplo,
flechas o balas de cafión) después que han abando-
nado el artefacto que los lanza, y el movimiento de
los planetas.
La caída libre supone una aceleración, pero el
movimiento de los proyectiles y de los planetas
planteaba un problema adicional: ¿qué es lo que
mantiene a un cuerpo en movimiento una vez que
el agente impulsor original ya no está en contacto
con él? Aristóteles mismo vio la dificultad, pero
confió en que podría hallarse alguna explicación que
permitiera incorporarlo a su esquema general. En
sus razonamientos acerca del vacío, se refiere al
problema de los proyectiles:
Los objetos arrojados continúan moviéndose aun cuando la
cosa que provocó su movimiento al principio ya no esté en
contacto con ellos. Continúan moviéndose, o bien --como dicen
algunos- debido a un "mutuo reemplazo" [quiere significar
con esto una turbulencia que se produce cuando el aire des-
plazado de adelante del cuerpo en movimiento cocee a llenar
el vacío que queda detrás de él], o bien porque el aire que
ellos mismos empujan hacia adelante los fuerza a moverse más
rápidamente de lo que lo harían si se movieran de manera
natural.
Para resolver este problema, hubiera sido nece-
sario que Aristóteles tuviera una concepción clara
113
de la cantidad de movimiento, pues una flecha en
vuelo es un caso tIpico de un cuerpo que se mueve
"por su propia cantidad de movimiento". Pero la
idea de cantidad de movimiento, como la de acele-
ración, solo adquirió claridad gradualmente en el
curso de los siglos entre Aristóteles y Galileo. En su
época, era razonable tomar el caballo y el carro
como el caso más típico del cuerpo en movimiento,
y buscar agentes activos que mantuvieran el movi-
miento de proyectiles y planetas.
La posibilidad de un cuerpo terrestre que se mo-
viera continuamente y por sí mismo --que iba a ser
más tarde el ideal de Newton del movimiento natu-
ral- era, desde el punto de vista de Aristóteles,
algo completamente desusado. Sin embargo, a pesár
de este conflicto aparente con la física moderna,
Aristóteles no era ningún necio. Como ideal mate-
mático, puede justificarse nuestra aceptación de la
sugerencia de N ewton, o sea de que un cuerpo libre
de toda interferencia externa se movería por sí mis-
mo continua y eternamente en una linea recta eucli-
diana. Pero en la vida real, como insiste Aristóteles,
esto nunca ocurre.
Tampoco podemos dar ninguna raz6n de por qué, después
de ser puesto en movimiento, un cuerpo [en el vacío] deba
detenerse en alguna parte: pues, ¿por qué se detendría en un
punto determinado y no en otro? El resultado sería que, o
bien permanecería en reposo, o bien debe continuar movién-
dose ad infinitum hasta dar en su camino con algo más pode-
roso. [Lo cual es absurdo, concluye.]
Si dejamos de lado las consideraciones teóricas y
solo tomamos en cuenta las posibilidades prácticas,
no podemos admitir en serio el paradigma de
Newton.

5) El camino hacia adelante

Antes de pasar de la dinámica de Aristóteles a su


astronomía vale la pena preguntarse qué obstáculos
debían ser superados para poder construir otra teo-
ría más amplia. No bastaba hacer más observaciones
o realizar más experiencias, pues, como hemos visto,
114
unas y otros tanto podían haber reforzado como
refutado los puntos de vista de Aristóteles. Lo que
importaba, en cambio, era la manera en que se in-
terpretaban los hechos observados. Una interpreta-
ción más adecuada que la de Aristóteles exigía todo
un nuevo arsenal de conceptos y distinciones. Hasta
el advenimiento de esa nueva interpretación, los
casos difíciles debían explicarse mediante hipótesis
subsidiarias (como la del "reemplazo mutuo").
¿Qué género de nuevos conceptos se necesitaban?
Aristóteles solo habia respondido a la primera y
más simple de las cuestiones relativas al movimien-
to. Como resultado de ello, había trazado un cuadro
demasiado tosco de un fenómeno muy complicado.
Hoy comprendemos que es· menester distinguir, al
menos, media docena de variables distintas, por
ejemplo: aceleración inicial, velocidad final, veloci-
dad en cada momento, velocidad media durante un
período de tiempo, masa, peso, cantidad de movi-
miento, etcétera. Para hacer todas estas distinciones,
es necesario definir de manera matemática cohe-
rente toda una gama de magnitudes, muchas de las
cuales aún no habían sido definidas y otras (según
parecía) nunca podrían ser definidas. Tomemos un
ejemplo. En la época de Aristóteles, la noción misma
de "velocidad" podía conducir a dificultades. Mencio-
namos antes sus escrúpulos para "dividir una dis-
tancia por un tiempo"; muchos de los razonamientos
que se encuentran en su Física estaban destinados
a evitar dificultades lógicas a las que podía' dar
origen la idea de la velocidad.
Zenón de Elea (por ejemplo) expuso una serie de
paradojas que demostraban, aparentemente, que la
idea misma de "velocidad en un instante de tiempo"
conduce a contradicciones. Si entendemos por un
"instante" un período de tiempo infinitamente pe-
queño, entonces en un instante una flecha no puede
atravesar ninguna distancia. Pensemos qué ocurriría
si fotografiáramos la flecha en vuelo; cuanto más
corto hiciéramos el tiempo de exposición, menos
borrosa sería la fotografía de la flecha; en una foto-
grafia totalmente "instantánea" el movimiento de la
flecha quedaría completamente eliminado. Así (pa-
115
recia), considerada en un instante de tiempo; ni
siquiera podría decirse que la flecha tuviera una
"velocidad". Y si se considera el tiempo como la
suma de una sucesión de instantes infinitesimales,
resulta la paradoja de que la sobredicha flecha en
movimiento en ningún instante de tiempo "se mue-
ve" en modo alguno.
Ahora bien, esa paradoja de Zenón no fue conce-
bida para agudizar el ingenio de los estudiantes de
filosofía. En la época en que él la formuló, repre-
sentaba una dificultad real que debía ser tomada
seriamente por cualquiera que deseara elaborar una
adecuada teoría del movimiento. El concepto de ve-
locidad, como lo comprendieron los hombres ya en
el 400 a. C., desembocaba tan directamente en con-
tradicciones que Aristóteles, con toda razón, debia
ser muy cauto en su tratamiento del mismo. En
realidad, nunca halló solución a la paradoja de
Zenón.
A la física moderna ya no la perturban las para-
dojas de Zenón; pero esto se debe solamente a la
obra de los matemáticos del siglo XVII. El cálculo
diferencial, que ellos inventaron, define "velocidad
instantánea" de una manera nueva y elaborada, que
ofrece una técnica coherente para el cálculo con
cantidades "infinitesimales". Ahora podemos hablar
de movimientos que "no transcurren en ningún
tiempo en absoluto" sin encontrar dificultades lógi-
cas. Lo esencial (como ellos comprendieron) no era
el caso extremo, sino la manera en que nos aproxi-
mamos al mismo. Para continuar con nuestra analo-
gia fotográfica: en una fotografía "instantánea",
toda flecha en vuelo parecerá infinitamente aguza-
da, sea cual fuere su velocidad rea1. Pero, en todas
las exposiciones finitas, por cortas que sean, la fle-
cha más veloz aparecerá más difusa que la más
lenta. Así, en lugar de concentrarnos en el "instante"
congelado, debemos considerar la manera en que la
nebulosidad se reduce a medida que se acorta el
tiempo de exposición. Es posible definir la velocidad
en un instante como un limite matemático al que
nos aproximamos a medida que se reduce indefini-
damente el tiempo de exposición.
116
EL MECANISMO CELESTE

Como hemos visto, el programa que esbozó Aris-


tóteles para la física comprendía dos etapas. En pri-
mer lugar, habla que establecer una teorla general
del movimiento a partir de un estudio de las cosas
familiares que se observan sobre la Tierra; luego,
cabía esperar que se pudieran aplicar los principios
físicos asl establecidos a los cielos. Fue aqul donde
se insertó el sistema de Eudoxo de las esferas geo-
métricas concéntricas. Las construcciones geométri-
cas que empleó Eudoxo ya sugerían claramente co-
nexiones mecánicas. La tarea consistía en seguir
esas pistas y ver adonde conduelan.
En primer término, como insisda Aristóteles, un
esquema geométrico solo puede ser aceptable si sa-
tisface otra condición más. Debe tener sentido mecá-
nico, es decir, debe adecuarse a nuestras ideas gene-
rales acerca de la materia y el movimiento. Estaba
muy bien concebir una representación puramente
geométrica del sistema planetario, pero para una
comprensión real del mismo se necesitaba algo más:
era menester determinar cómo se conectaban unas
con otras las partes del mismo, o sea cómo funcio-
naba todo el sistema. Como esquema ideal, era admi-
rable. Su ambición era hacer de la descripci6n geo-
métrica que dio Eudoxo de los movimientos plane-
tarios ("la cinemática planetaria"), la base para
una teoría acerca de las interacciones que producen
esos movimientos ('la dinámica planetaria'). Esto
era precisamente lo que Newton iba a realizar siglos
más tarde con la más refinada cinemática planetaria
de Kepler.
Para los propósitos de Aristóteles, la exposición
de Eudoxo tenla una gran deficiencia. En lo que
respecta a la geometría, podía usarse el esquema de
las veintisiete esferas concéntricas para construir
órbitas planetarias muy semejantes a las observadas
en la realidad. Pero Eudoxo no explicaba por qué
los planetas se mueven de este modo, qué los fuerza
a continuar su viaje a lo largo de esas intrincadas
trayectorias. El abismo más serio se encontraba en-
tre el cuarteto de esferas pertenecientes a cada
planeta. y los cuartetos de los planetas situados a
117
cada lado. Eudoxo había tratado la trayectoria de
cada planeta como un problema independiente y el
esquema resultante era mecánicamente ininteligible.
Aristóteles podía aceptar la rotación de la esfera
más externa, la esfera de las estrellas fijas, que cum-
plía una vuelta completa uniformemente cada vein-
titrés horas cincuenta y seis minutos. Esta esfera
era el Primum M6bile, que derivaba directamente
su rotación de la fuente divina de todos los movi-
mientos celestes. Pero, ¿cómo se trasmitía a su vez
esta rotación (correspondiente al mftico "eje de la
Necesidad" de Platón) a cada una de las veintiséis
esferas internas de Eudoxo? No se podían dejar sin
llenar los resquicios entre los diferentes cuartetos
de esferas.
Por eso, Aristóteles concibió un mecanismo que
daba al esquema un sentido mecánico coherente.
El movimiento debe ser trasmitido, por ejemplo,
desde la esfera más interior de Júpiter a la esfera
más externa de Marte. ¿Cómo se realizaba esto? Las
esferas externas de todos los planetas se movían de
la misma manera --o sea, a la par con la esfera de
las estrellas fijas-, de modo que cualquiera sea la
conexión que hubiera entre las esferas de Júpiter
y las de Marte deben quedar anulados los efectos
de las tres esferas internas de Júpiter; pues son
éstas las que en conjunto hacen que Júpiter se
mueva de manera especifica. El modo más simple
de anular estos efectos es suponer que los lazos me-
cánicos introducidos por las tres esferas interiores
de Júpiter se invierten, uno por uno, a medida que
se avanza hacia el interior hasta la esfera más ex-
terna de Marte. Como Aristóteles comprendió muy
bien, esto ocurrida si entre Júpiter y las esferas de
Marte se interpusieran tres esferas adicionales, cada
una de las cuales se moviera exactamente en el
sentido inverso al movimiento de una de las tres
esferas interiores de Júpiter. Algo semejante ocu-
rriría con respecto a los otros abismos interplane-
tarios.
Supongamos que todos estos eslabones de los en-
granajes celestes rotaran uniformemente en circulos
alrededor de sus propios ejes y, al mismo tiempo,
trasmitieran a las esferas interiores un movimiento
118
cuyo origen último sea la esfera de las estrellas
fijas. Tenemos entonces un esquema de conexiones
que introduciría en la teoría planetaria una armonía
con sentido mecánico.
Eudoxo suponía que los movimientos del Sol o de la Luna
involucran, en uno u otro caso, la ell:istencia de tres esferas y
que el movimiento de cada uno de los planetas supone la
existencia de cuatro esferas [o sea veintiséis en total].
Calipo asignó a las esferas las mismas posiciones que Eudo-
xo. Pero, aunque asignó a Júpiter y a Saturno el mismo "';_0
que Eudoxo, consideraba que, para explicar los hechos obser-
vados, es necesario agregar dos esferas más para el Sol y dos
para la Luna; y también lina más para cada uno de los pla-
netas restantes [o sea, treinta y cinco en total].
Pero, a fin de que la combinación de todas las esferas per-
mita explicar los hechos observados, es necesario que para cada
uno de los planetas haya esferas adicionales -una menos que
las asignadas hasta ahora-, para compensar a las anteriores y
reinstaurar a la esfera más externa del planeta siguiente en su
posición propia; pues solamente así pueden producir todos los
agentes que intervienen el movimiento observado de los pla-
netas. El número de todas las esferas, de las que mueven a los
planetas y de las que compensan sus movimientos, será de
veinticinco.

Así, el esquema planetario completamente desarro-


llado que resultó de la obra de los filósofos atenien-
ses clásicos representó a los cielos como una serie
de caparazones esféricos, encajadas unas dentro de
otras, en número de cincuenta y seis y con la Tierra
en el centro. La más grande de todas era la esfera
divina, que se movía por sí misma y que contenía
a las estrellas fijas. La esfera más externa de Satur-
no rotaba a la par con la anterior, y había otras
tres esferas que explicaban el movimiento propio
del planeta, producido directamente por la más in-
terna de las cuatro, a la cual se hallaba unido. Tres
esferas compensatorias unían las esferas más peque-
ñas de Saturno con la más grande de Júpiter; de
este modo, Saturno tenía en total siete esferas uni-
das entre sí y asociadas con su movimiento. Júpiter
también tenía siete; Marte, el Sol, Venus y Mercurio
tenían nueve cada uno, cinco para producir su mo-
vimiento, cuatro para "compensar". Finalmente, la
Luna tenía cinco.
119
Solo la esfera más externa tenia un movimiento
simple; las cincuenta y cinco esferas unidas que
tra$portaban a los cuerpos celestes restantes depen~
dian para su movimiento de los complejos vínculos
que las ligaban a ella. Solo la Tierra era estaciona-
ria, en el centro de todo el sistema de caparazones
concéntricos: la esfera más interna, la de la Luna,
era el límite entre el mundo mortal "sub-lunar", de
la Tierra y el mundo inmutable, "superlunar", de
los cielos. Hallamos un eco de esta división todavía
en la poesía del siglo XVII, cuyos "amantes subluna-
res" deploran la mortalidad de la vida y la incons-
tancia del amor.
Un esquema teórico de este género presentaba
muchos atractivos. Considerado como sistema mate-
mático, era geométricamente coherente: a partir de
la única suposición fundamental de que el movi-
miento circular uniforme era el más apropiado y
natural para las cosas celestes inmutables, daba un
sentido matemático coherente a los movimientos ce-
lestes, los cuales, observados desde la Tierra forma-
ban "tracerías sumamente intrIncadas". También
tenia sentido mecánico pues presentaba un sistema
inteligible de vínculos por los cuales el movimiento
de la esfera más externa podía comunicarse a cada
una de las cincuenta y cinco esferas interiores.
Eso solo fue el comienzo. Pues el mismo cuadro
del cosmos también se adecuaba claramente a las
ideas de Aristóteles acerca de la materia y de los
seres vivientes. El mundo sublunar estaba compues-
to por los cuatro tipos de materia cuyo movimiento
natural era limitado y vertical -los tipos terrestres,
aéreo, ígneo y lfquido-, mientras que el mundo
superlunar estaba compuesto por un quinto tipo de
materia, la llamada "quintaesencia", cuyo movimien-
to natural era circular y sin fin. También la jerar-
quía de los seres vivientes se extendía desde los
cielos divinos, en el extremo exterior del cosmos,
pasando por las divinidades menores, intermedias,
aunque inmortales, hasta el mundo de las criaturas
mortales en el centro. (Examinaremos las teorías
de Aristóteles acerca de la materia y de los seres
vivientes en volúmenes posteriores de esta serie.)
El esquema de Aristóteles tampoco iba contra las
120
ideas religiosas populares. Algunos filósofos de la
naturaleza anteriores, como Anaxágoras, habían ha-
blado de los cuerpos celestes en un tono aparente-
mente detractor; con Aristóteles, la ciencia se hizo
respetable.

Las cosas del cielo más externo no tienen lugar de nacimien-


to, no las envejece el paso del tiempo, ni afecta ningún género
de cambio a los seres cuyo lugar está más allá del movimiento
más externo: libres de cambio e interferencia, pueden gozar
sin interrupción de la mejor y más independiente de las vidas
por todo el eón de su existencia.

Así, la divinidad de los cielos, que había sido un


punto central en la teología de las religiones del
Medio Oriente, pudo ser mantenida en el sistema de
Aristóteles.

Nuestra teoría parece confirmar la experiencia común y ser


confirmada por eIla. Pues todos los hombres tienen alguna con-
cepción de la naturaleza de los dioses, y todos los que creen en
la existencia de los dioses, bárbaros o griegos, coinciden en
que el lugar más elevado corresponde a la deidad, presumible-
mente porque suponen que las cosas inmortales se pertenecen
unas a otras... Pues en todo el ámbito del tiempo pasado,
hasta donde alcanzan los testimonios heredados, no parece ha-
berse producido ningún cambio, ya sea en los diseños de las
constelaciones en el cielo más externo, ya sea en las estrellas
individuales que las componen. .. Nuestro razonamiento aaual
demuestra además que la esfera celeste no tiene comienzo en
el tiempo y no tendrá fin. También está libre de todos los
inconvenientes y las restricciones del mundo mortal; pues no
debe ser forzada a continuar su camino, ni es necesario impe·
dir que se mueva de alguna otra manera más natural. Tal mo-
vimiento forzado exigiría necesariamente un esfuerzo, tanto
mayor cuanto más prolongado sea aquél, 10 cual no condeciría
con la perfección de los cielos. Por eso, no debemos aceptar el
viejo mito de que algún Atlas deba necesariamente mantener
la seguridad del mundo ... No solamente es más apropiado
concebir su eternidad de la manera en que lo hacemos, sino
que también solo esta suposición nos permite elaborar una tea-
ría adecuada a las ideas populares acerca de la naturaleza de
los dioses.

(Obsérvese un rasgo de la cosmología de Aristóte-


les que a primera vista puede resultarnos muy ex-
trafio en el siglo xx. A pesar de todo lo que ha dicho
121
acerca del -mecanismo de los movimientos celesteS,
insiste en que los cuerpos celestes están animados.
Para comprender plenamente por qué afirma esto,
debemos incursionar en sus ideas zoológicas. Su puno
to de vista es, en rasgos generales, el siguien,te.
Todo en la naturaleza tiene un propósito y está ani-
mado por un alma adecuada a ese propósito. El hom-
bre es el más elevado de los entes terrestres, asf
como la esfera de las estrellas fijas es el más eleva-
do de los entes del cielo. Los movimientos de los
planetas menores guardan la misma relación con los
movimientos de la esfera más externa que la con-
ducta de las plantas y los animales con la del hom-
bre. Al igual que ocurrió con la idea pitagórica de
la "armonía del alma", las ideas cristianas posterio-
res nos alejaron de esta idea, al establecer una dis-
tinción más tajante entre cosas animadas y cosas
inanimadas de la que los griegos hallaban natural.
Sin embargo, como ha sostenido recientemente el
filósofo Whitehead, puede tener tanto valor conce·
bir el universo como un único organismo gigantesco
que como una máquina tremendamente complicada.)
Con todo, si bien la cosmología de Aristóteles era
respetable, no era dogmática. Como veremos dentro
de poco, estaba dispuesto a admitir dudas con res-
pecto a ella -más que sus adeptos medievaIes- y
estaba preparado para fundamentar con argumentos
todas sus afirmaciones. A fin de cuentas, si hubiera
basado su sistema en dogmas, habría sido infiel a
su vocación de filósofo. Si los resultados de su inves-
tigación armonizaban con los principios religiosos
tradicionales, tanto mejor. Las palabras que Newton
escribió a Bentley acerca de las implicaciones teo-
lógicas de su propia teoría también podían haber
sido escritas por Aristóteles: .
Cuando escribí mi tratado acerca de nuestro sistema tuve en
cuenta esos principios que pueden respaldar la creencia de los
hombres en una deidad, y nada puede regocijarme más que
hallarlo útil a tal fin. Pero si algún servicio he prestado al
público de esta manera, solo se debe a la laboriosidad y la ·pa-
ciente meditación.

Lo más necesario en uno y otro caso era descu-


brir con "laboriosidad y paciente meditación" los
122
principios que gobiernan los procesos de la natura-
leza, manteniendo la fidelidad a la razón y a los
elementos de juicio que ofrece la observación.
Para concluir con la exposición de las ideas de
Aristóteles, consideremos un ejemplo de su método,
a través del pasaje en el cual defiende la opinión
de que la Tierra es una esfera. Comienza con consi-
deraciones teóricas: toda la materia terrestre tiende
a converger en un centro común; por eso, si la
Tierra se formó por la congregación de la materia
que la compone, ello debía dar como resultado una
forma esférica. (Este razonamiento es igualmente
sólido desde el punto de vista más moderno según
el cual los planetas se condensaron a partir de los
materiales gaseosos y calientes provenientes del
Sol.)

La forma de la Tierra debe ser una esfera. Pues toda materia


sólida [terrestre] se hunde por su peso hasta que alcanza el
centro, y el amontonamiento de partes mayores y menores ten-
drla como resultado, no que la superficie resultante se acana-
lada, sioo más bien que las diferentes partes continuarían
convergiendo y prensándose hasta alcanzar el centro. Puede
concebirse este proceso suponiendo que la Tierra surgió de la
manera descripta por los antiguos filósofos de la naturaleza,
con la diferencia de que ellos trataban el movimiento hacia
abajo de la materia sólida como si fuera foriaJo, cuando en
realidad la verdadera explicación de este movimiento es que
todas las cosas pesadas tienen una tendencia natural a moverse
hacia el centro. Así, la materia separada de la mezcla origiDal
indiferenciada se desplazó en todas partes hacia el centro de
la misma manera. No interesa que las partes que llegaron a
unirse en el centro originalmente estuvieran distribuidas de
manera uniforme en todas direcciones, o de cualquier oua ma-
nera. Por una parte, si hubiese habido un movimiento similar
desde cada dirección al centro común, la masa resultante [de la
Tierra] obviamente tendría la misma forma de cada lado ...
pero no afecta para nada al argumento que la cantidad de
materia proveniente de cada dirección fuera diferente. Pues si
un peso mayor [proveniente de una dirección] hallara en su
camino uno menor, lo forzaría hacia adelante, puesto que BU
impulso está dirigido hacia el destino central y su mayor peso
arrastrará al menor hasta alcanzar su objetivo.

.Luego agrega otros argumentos basados más di-


rectamente en la observación. En todos los puntos
123
de la Tierra, los cuerpos pesados caen formando un
ángulo recto exacto con el nivel de superficie, y
no oblicuamente o a lo largo de trayectorias para-
lelas: esto solo es inteligible, arguye correctamente,
si la Tierra es una esfera y todos los cuerpos caen
hacia su centro. Finalmente, hay pruebas provenien-
tes de las obse~aciol1es astronómicas: una de ellas
es la forma de la sombra de la Tierra, tal como se la
observa sobre la superficie de la Luna durante un
eclipse lunar; otra, es la manera en que las estrellas
difieren en elevación según la latitud del lugar des-
de el cual se las observa.
Esro se halla confirmado, además, por el testimonio de la
observación directa. Pues, ¿de qué otro modo podrían los eclip-
ses de Luna mostrar líneas como las que vemos? De ordinario,
la Luna misma presenta todos los meses formas de varios tipos
diferentes, de bordes rectos, convexas y cóncavas; pero en un
eclipse, el límite entre la zona de luz y la zona oscura siempre
es curvo. Puesto que el eclipse resulta de la interposición de la
Tierra [entre el Sol y la Luna], la forma de esa línea corres-
ponde a la forma de la superficie de la Tierra, la cual, por 10
tanto, es redonda. También nuestras observaciones de las es-
trellas revelan, no solamente que la Tierra es esférica, sino que
es una esfera de muy moderado tamaño. Pues si recorremos
un pequeño trayecto hacia el norte o hacia el sur, el efecto
sobre el horizonte se manifiesta fácilmente. Las estrellas que
se hallan directamente sobre nuestras cabezas cambian, yapa-
recen también nuevas estrellas. En Egipto y en los alrededores
de Chipre pueden verse algunas estrellas que no son visibles
desde más al norte; y otras que en el norte~ nunca se ocultan
de la vista; en Egipto salen y se ponen. Todo esto muestra, no
solamente que la Tierra es esférica, sino también que no es de
gran tamaño: pues de 10 contrario un cambio de posición tan
ligero no tendría tales efectos obvios. (Por esta razón no de-
bemos apresuramos a descartar como increíble la idea de que
la región situada más allá de las Columnas de Hércules, hacia
el oeste [es decir, el Estrecho de Gibraltar], se continúa en
las regiones que se hallan más allá de la India, hacia el este, y
que los océanos se unan. Suele citarse como otra prueba en
favor de esta opinión el hecho de que hay elefantes en ambas
regiones extremas, semejanza que sugiere una continuidad.)
Además, los matemáticos que han calculado el tamaño de la
Tierra a partir de estas observaciones han llegado a la cifra de
400.000 estadios. Evidentemente, la materia de la Tierra no
solamente forma una esfera, sino que: ésta no es muy grande
comparada con las estrellas.
124
NOTA: EL TAMAÑO DE LA ESFERA TERRESTRE

Aristóteles dio excelentes razones para creer que


la Tierra era de forma esférica: ¿cómo pudo vol-
verse a poner en duda la cuestión? El conocimiento
así conquistado se convirtió en un lugar común en
aquellas partes del mundo, por ejemplo, en Bagdad,
donde la obra de Aristóteles y de Ptolomeo mantu-
vo su vigilancia, entre el 500 y el 1100 d. C.; el
hecho de que se perdiera en Europa occidental es un
signo de cuán confusas fueron las edades oscuras
europeas.
Los pitagóricos enseñaron que la Tierra era una
esfera ya en los albores de la filosofía griega y en
el 400 a. C. se trataba de algo comúnmente aceptado.
Los cálculos matemáticos de la circunferencia de la
Tierra a los que se refiere Aristóteles se hicieron
por lo general comparando la elevación del mismo
cuerpo celeste contemplado desde dos latitudes di-
ferentes. El mejor cálculo que se registra es el de
Eratóstenes. Eligió para su comparación dos lugares
de la misma longitud, aproximadamente, cuya dis-
tancia era de unos 5.000 estadios: Alejandría y
Syene, que estaba al sur de Egipto y sobre el tró-
pico de Cáncer. El 24 de junio, en Syene, el Sol se
hallaba en el cenit; pero en Alejandría su ángulo
de elevación se apartaba de la vertical en la cin-
cuentava parte de una circunferencia (7 1/ 5 °). Si la
Tierra es una esfera cuyo tamaño es pequeño com-
parado con la distancia al Sol puede considerarse
que la diferencia de latitud entre Siena y Alejandría
es también igual a la cincuentava parte de la cir-
cunferencia. Por consiguiente, la circunferencia com-
pleta de la Tierra será cincuenta veces la distancia
de Siena a Alejandría, o sea, 250.000 estadios. Infor-
tunadamente, no sabemos con exactitud cuántos
estadios había en una milla romana; los valores osci-
laban entre siete y medio y diez; por tanto, no pode-
mos comparar con precisión el cálculo de Eratós-
tenes de 250.000 estadios con el valor obtenido en
las mediciones modernas de 40.000 kilómetros. Pero
es indudable que el valor que obtuvo no puede ha-
ber estado muy lejos del correcto.
Ptolomeo extendió luego el método general. Par-
125
tiendo siempre de la esfericidad de la Tierra como
un axioma, calculó la distancia que hay entre la
Luna y la Tierra. Puesto que la Luna se halla muy
cerca, dentro de los órdenes de magnitud astronó-
micos, su ubicación con respecto al fondo de las
constelaciones en una noche cualquiera dependerá
de la latitud desde la cual se la observa, o sea, ma-
nifestará la "paralaje lunar". Mediante cuidadosas
observaciones hechas desde Alejandría, Ptolomeo
halló que podía desplazarse de esta manera hasta

El Sol está tan


Aleiondrig rejo, que puede
\----------<.- suponerse que 101
fQfO~ de Ivz
\-----------+-- son paralelos

C~;"If'~ d~ Sie/iO
jg T;~lrQ

El Cálculo de B,.atóstenes de la ci,.cunferencia de la Tie",~

Ángulo a = 7 1/f'o grados, es decir, una cincuentava


parte de un círculo (360·). Este ángulo es igual al
subtendido en el centro de la Tierra por Alejandría .,
Siena. Por consiguiente, la distancia entre Alejandría
., Siena puede ser considerada como la cincuentava
parte de la circunferencia de la Tierra.

20 de la posición que cabía esperar. Sobre la base


de estas observaciones calculó que su distancia va-
riaba alrededor de un promedio de 59 radios terres-
tres (unos 358.000 kilómetros según la escala mo-
derna). Luego trató de calcular la distancia del Sol
mediante la estimación del tamafio que presenta la
sombra de la Tierra cuando la Luna es eclipsada a
una distancia conocida de la Tierra. Pero este mé-
todo no es fácil de aplicar con exactitud, y el resul-
tado que obtuvo (1.210 radios terrestres) es dema-
126
siado pequefio, pues equivale en unidades modernas
a menos de 8.000.000 de kilómetros, cuando el valor
real es de 150.000.000 de kilómetros.

LECTURAS y OBRAS DE CONSULTA


COMPLEMENTARIAS

Del cuadro científico del universo que se hicieron los griegos


de la época clásica y particularmente de las teorías de Aris-
t6teles se encontrará en
SAMBURSKY, S., ThB PhYJical Wo,./d of the G,.eekJ.
Para las ideas de Arist6teles acerca de la dinámica, se puede
consultar:
HEAnI T. L., MathematicJ in AriJtotle.
CORNFORD, F. M., The LaWJ of Motion in Al1citmt Thought.

Se hallarán también valiosos análisis de carácter general en


CLAGETr, M., G,.eek SciencB in A'ltiquity.
KUHN, T. R., The Copernican Revolution.
Además, se podrían consultar los libros de BURNET y DREYER
a que hicimos referencia anteriormente.

127
CAPíTULO IV

ESa:PTICOS y HEIttllCOS

Las teorías de Aristóteles nunca fueron sacrosan-


tas en el mundo antiguo, y menos para el mismo
Aristóteles. Hubiera sido sorprendente que no fuera
así. Durante un período de unos 250 años, la avan-
zada de la filosofía griega de la naturaleza había
adelantado cada vez más. Las pequeñas cabeceras
de puente establecidas por Tales y Pitágoras habían
sido ampliadas, se habían unido y expandido me-
diante la obra de sus sucesores hasta constituir una
base segura para operaciones futuras. Por eso, los
filósofos griegos tenían razón en sentir confianza
por la dirección general de su labor; pero tampoco
podían pensar que se había dicho la última palabra
allí donde se habían producido tantos cambios y tan
rápidamente. Sin duda, la síntesis de Aristóteles
presentaba muchos atractivos. Pero, para filósofos
convencidos de que la razón puede llegar a descu-
brir los principios de la naturaleza, sus méritos de-
pendían de los razonamientos y las pruebas que se
adujeran a su favor. Siglos más tarde, las conclu-
siones de Aristóteles iban a ser integradas en el
esquema más amplio de la teología cristiana, siste-
ma dogmático cuyos propósitos principales eran muy
distintos a los de aquél. Pero, hasta que eso ocu-
rrió, esas conclusiones debieron someterse al juicio
de nuevas pruebas y de mejores razonamientos.
Difícilmente haya habido un solo punto de todo
el sistema que escapara a la crítica de uno u otro de
los sucesores de Aristóteles. Platón mismo ya había
128
puesto en tela de juicio la inmutabilidad de los
cielos:
ID genuino astrónomo admitirá que el cielo y todo lo
que él contiene han sido construidos por su Hacedor tan
perfectamente como es posible construir tales cosas [mate-
riales]. Pero... no puede imaginar que esos cambios visibles
y materiales continuarán eternamente sin la menor alteración
o irregularidad.

Aristóteles, por su parte, en ocasiones tuvo dudas


acerca de la teoría de las esferas planetarias con-
céntricas. Sus objecione.s fueron recogidas por astró-
nomos posteriores y durante los cuatro siglos si-
guientes la cinemática planetaria llegó a ser mucho
más compleja de lo que había sido para Eudoxo.
Dos generaCiones después de Aristóteles, Aristarco
de Samos llegó inclusive a retomar la sugestión
pitagórica de que la Tierra, en lugar de permanecer
inmóvil, viajaba en una órbita circular; de acuerdo
con su concepción, solamente el Sol y las estrellas
fijas son estacionarias. También en dinámica, el pro-
blema de hacer entrar en la teoría de Aristóteles
la caída libre de los cuerpos y el movimiento de los
proyectiles mantuvo siempre su actualidad; y a me-
dida que pasó el tiempo se vieron cada vez mejor
las dificultades que presentaba ese problema. Sin
embargo, nadie pudo llegar a formular una teorfa
coherente y conSistente, ni de tanta amplitud, CUUlO
la que había formulado Aristóteles.
Frente a todas estas dificultades, ¿por qué los
filósofos griegos no dejaron totalmente de lado la
teoría de Aristóteles? ¿Por qué no se resignaron a
suspender el juicio con respecto a las cuestiones
que planteaba? Es fácil ser muy severo al respecto.
Hay momentos en los que es necesario suspender
el juicio, pero también hay momentos en los que es
conveniente llegar a un compromiso. Las dificulta-
des que presentaban las teorías de Aristóteles eran
auténticas, pero también debemos reconocer que
tenía sus puntos fuertes. Las diferentes partes del
esquema encajaban muy armoniosamente, y satisfa-
cían al mismo tiempo muchos de los requisitos que
se exigían a un sistema cosmológico. Si no somos
capaces de reconocer sus méritos, nunca compren-
129
deremos por qué la teoría siguió siendo durante
largo tiempo el fundamento cosmológico del pensa-
miento europeo.
Ciertamente, era necesario introducir enmiendas.
Con el tiempo, algunas de estas enmiendas entraron
en conflicto con los principios básicos sobre los
cuales se había construido inicialmente la teoría.
Esta especie de oportunismo intelectual puede en-
contrarse en el pensamiento científico de todCis los
períodos. Los hombres se ven obligados a menudo
a introducir modificaciones sustanciales en una teo-
ría, aun sin llegar a abandonarla totalmente, con la
esperanza de que finalmente pueda encontrarse al-
guna manera de reconciliarlas con los principios
básicos de la teoría. En realidad, eso es todo 10 que
pueden hacer, a menos que alguien elabore otro
sistema igualmente vasto. A nadie le gusta perder
un asidero intelectual, aunque a veces debamos
resignarnos a ello. Por el momento, las teorías de
Aristóteles acerca del movimiento y del cosmos re-
presentaban el mejor esquema general de que se
disponía, y sus sucesores tenían la legítima espe-
ranza de poder aplicarlD a todos los casos, mediante
enmiendas adecuadas.

REMIENDOS EN LA DINÁMICA

La primera adición importante a la teoría del mo·


vimiento de Aristóteles constituyó una prefiguración
de la idea moderna de cantidad de movimiento.
La más antigua formulación que se conserva acerca
de la necesidad de tal idea se remonta al siglo VI
d. C.: aparece en el comentario sobre la Física de
Aristóteles escrito por el bizantino Juan Filopón.
Sin embargo, hay razones para pensar que la esen-
cia de la teoría de Filopón provenía de Hiparco, del
siglo II a. e., pues presentaba todas las caracterís-
ticas del maduro y original pensamiento científico
de los griegos.
Filopón discute tanto la caída de los cuerpos
como el movimiento de los proyectiles. Señala cla-
ramente el alcance limitado de las "reglas de pro-
porcionalidad" de Aristóteles. Sea 10 que fuere lo
130
que ocurra en el caso de medios viscosos, como la
miel,. es un error suponer que los cuerpos- caen
en el aire a velocidades proporcionales a sus masas.
Se deduce de los principios de Aristóteles, afirm"l
Filopón, que

cuando cuerpos de peso diferente se mueven a través del


mismo medio, los tiempos de sus movimientos son inversa-
mente proporáonales a sus pesos. Por ejemplo, si su peso se
doblara, el tiempo requerido sería la mitad. Pero eso es tocal-
mente erróneo, como puede verse por la observación real de
manera más efectiva que por cualquier género de argumento
verbal. Pues, si se dejan caer" dos pesos desde la misma altura,
uno "de ellos varias veces más pesado que el otro, veremos que
lOs "tiempos en los que se realiza el movimiento no están en
ninguna proporción que dependa de la razón de sus pesos; sino
que la diferencia real de tiempo es muy pequeña.

Filopón esboza aquí, mil afios antes, el experi-


mento que habitualmente se atribuye a Galileo. Las
pruebas de que Galileo usara la torre inclinada de
Pisa para demostraciones dinámicas en realidad son
muy escasas; sea como fuere, sus teorías más ma-
duras datan de un período en el que hacía tiempo
que" había abandonado Pisa por Padua y Florencia.
Probablemente fue Simón Stevin, de Brujas, el que
introdujo en Europa el argumento y el experimento
de Filopón. Lo importante, naturalmente, es esto:
que la demostración de Filopón no refuta en si
misma a Aristóteles. Simplemente agrega un caso
más a los ya mencionados por Aristóteles, en los
cuales no se aplica la regla de proporcionalidad:
Por "ejemplo, el caso de un barco que puede ser
movido una distancia de 15 metros por 15 hombres
en una hora, puede ser demasiado grande para que
.un solo hombre lo mueva un metro en el mismo
tiempo, o inclusive para que simplemente logre
moverlo.
Lo mismo ocurre con los proyectiles. También en
este caso Filopón sostiene que la experiencia común
revela una insuficiencia en la teoría de Aristóteles.
En el caso de una piedra o de una flecha arrojada
a través del aire, Aristóteles no había visto otra
alternativa que suponer alguna causa externa, tal
como la perturbación del aire producida por el cuer-
131
po en movimiento, como responsable de que el
cuerpo continuara en movimiento. Filopón sugirió'
que en este caso sería más fructifero concebir el
movimiento continuo como debido a una causa in-
terna·. También aquí recurre a un experimento im~­
ginario. Si la perturbación del aire tuviera poder
suficiente para mantener un cuerpo en movimiento
a elevada velocidad, entonces, soplando el aire alre-
dedor de un cuerpo estacionario podríamos hacer
que se moviera; pero, obviamente, esto no ocurre.
Cuando se arroja con fuerza una piedra, ¿se la obliga a mo-
verse de manera contraria a su dirección natural, al perturbar
el aire deuás de ella? ¿O el que la arroja también imparte
alguna fuena motriz [interna] a la piedra? Si no imparte tal
fuena a la piedra, sino que simplemente la mueve al ampujar
el aire, y si la cuerda del arco mueve la flecha de la misma
manera, ¿cuál es la ventaja de que la piedra esté en contacto
con la mano, o de que la cuerda del arco esté en contacto con
el extremo hendido de la flecha?
En tal caso, se podría colocar la flecha o la piedra sobre
una estaca, de manera que solo la toquen a lo largo de una
linea delgada [para evitar la fricción]; y luego, sin que haya
ningún contacto directo entre el proyector y el proyectil, se
podrían usar máquinas para poner en movimiento detrás del
cuerpo una gran cantidad de aire. Es indudable que cuanto
más aire se mueva y cuanta mayor sea la fuerza con que se lo
mueva, tanto mayor debe ser la fuerza con que impulse la
flecha o la piedra y tanto más lejos debe arrojarlas.
El hecho es que, aun cuando coloquemos la flecha o la pie-
dra sobre un soporte de muy escaso espesor y aunque ponga-
mos en movimiento con toda la fuerza posible todo el aire
que está detrás de él, el proyectil no se moverá ni un solo
codo. .. Por éstas y muchas otras consideraciones podemos ver
cuán imposible es que sea ésa la verdadera explicación del
movimiento continuo de los proyectiles. En cambio, es esencilll
suponer que algún poder incorpóreo se transfiere del proyector
al proyectil, y que el aire puesto en movimiento no contribuye
para nada, o contribuye muy poco, al movimiento del proyectil.

Este "poder incorpóreo" es el más lejano antece-


sor que se conoce de nuestra expresión "momento".
Sin embargo, aunque Filopón puso el dedo preci-
samente en los puntos en que la dinámica de Aris-
tóteles presentaba las mayores dificultades, no esta-
ba en condiciones de rechazar en bloque la teoría
o de reconstruirla totalmente. La mecánica no per-
132
maneció estacionaria después de Aristóteles; Arquf.
medes realizó una labor importante en hidrostática
y halló el principio de la palanca; Estratón des-
arrolló el análisis de Aristóteles de las reglas de
proporcionalidad. Sin embargo, su teoría siguió sien-
do el punto de partida de la obra posterior y una
reconstrucción radical de la misma solo pudo em-
prenderse en el siglo XVII d. C.

LA REFORMA DE LA ASTRONOMÍA

Aristóteles mismo parece haber comenzado la


labor de remiendo en el campo de la astronoDÚa.
aunque solo poseemos informes de segunda mano
acerca de las dificultades que trató de superar.
El problema que lo preocupaba era el siguiente:
"¿Son realmente concéntricas las esfe.ras celestes?"
Sus dudas surgían de ciertas variaciones aparentes
en los tamaños de los cuerpos celestes, especial-
mente de Venus, Marte y la Luna. De primera in-
tención era tentador atribuir esas variaciones a las
condiciones atmosféricas; pero pronto quedó descar-
tada esta posibilidad. La única explicación natural
que quedaba era que las distancias de estos cuerpos
con respecto a la Tierra variaban mucho. Sin em-
bargo, tal explicación era incompatible de manera
total con el cuadro de Eudoxo. Si las esferas que
contienen al Sol, la Luna y los planetas tuvieran
todas como centro exacto la Tierra, las distancias
de todos esos cuerpos con relación a un observador
terrestre deberían ser constantes. (Aun para la
Luna, el cuerpo más cercano, la máxima variación
en la distancia solo podría ser de un 1 por ciento.)
La importancia de este problema surge claramen-
te del siguiente pasaje. Se trata de una cita de
Sosígenes (siglo II d. C.) hecha por Simplicio (siglo
VI d. C.):
En ciertas épocas los planetas parecen estar muy cerca de
nosotros y en otras parecen haberse alejado. En algunos casos.
esta variación es fácilmente visible: así. en la mitad de su retro-
gradación, los planetas Venus y Marte parecen tener un tamaño
varias veces mayor al común, tanto más grande que en las
noches sin Luna la luz de Venus hace que los cuerpos proyec-
133
ten sombras. Es claro también, aun a simple vista, que la Luna
~,siempre está a la misma distancia de nosouos, porque aun
cuando las condiciones atmosféricas sean las mismas, no siem-
pie; parece tener el mismo tamaño.
·Lo antedicho se confirma cuando estudiamos la Luna con un
instrumento. El disco que, colocado a una distancia fija del
()bservador, se superpone exactamente con la Luna, debe tener
un ancho de 11 dedos en una época y de 12 dedos en otra.
Los eclipses totales de Sol suministran otra prueba de esta
opinión [o sea, de las distancias variables de los cuerpos ce-
lestes]. Cuando el centro del Sol y el centro de la Luna se
hallan en línea recta con respecto al observador, lo que se ve
no es siempre lo mismo. En una ocasión, el cono subtendido
por la luna con vértice en el ojo del observador contien~ total-
mente al Sol, de modo que éste permanece invisible durante un
largo período de tiempo; pero en otra ocasi6n, lejos de suceder
uf, hay un anillo de luz nftido, visible alrededor [de la Luna],
aun en la mitad del eclipse. [Este fenómeno recibe el nombre
de eclipse '"anular"]. Este hecho nos obliga a concluir que las
variaciones aparentes en el tamaño de los cuerpos celestes, cuan-
c;lo se los observa en las mismas condiciones atmosféricas, son
una consecuencia de la variación de su distancia con respecto
a nosotros.
Aristóteles demostró tener conocimiento de este fenómeno
cuando, en los Problemas fisicos [un libro perdido], discute
las objeciones de los astrónomos, basadas en el hecho de que
los tamaños de los planetas no parecen ser siempre los mis-
mos, a la hipótesis de las esferas concéntricas. A ese respecto,
él. mismo no estaba enteramente satisfecho de la idea de las
esferas en rotaci6n, aunque hallaba muy atrayente la suposi-
ción de que éstas se mueven uniformemente alrededor del cen-
tro del cosmos y son concéntricas con respecto al mismo.

·Con el tiempo, cuando se examinaron más minu-


.~iosamente los registros planetarios y se los con-
frontó con las implicaciones del sistema de Eudoxo,
surgieron otras dificultades. Además de estas varia.
ciones de la distancia, aparecieron ciertas variaciones
cm la velocidad que tampoco podían explicarse con
~a teoría de las esferas concéntricas. En verdad, ya
en vida de Aristóteles se esbozaron otras teorías.
Heráclides de Ponto, que era cuatro años mayor que
Aristóteles, hizo dos importantes sugestiones: a)
La primera se relacionaba con el hecho curioso,
óbservado ya por Platón, de que el Sol, Mercurio y
Venus se mueven siempre en conjunción; los dos
planetas pequeños a veces aparecen delante del Sol
134
y. a veces detrás de él. Heráclides explicaba ·este
llecho suponiendo que esos dos planetas acompaña-
ban al Sol .como "lunas" en su trayectoria anual
a~~ededor de la Tierra b) El movimiento diario
de las estrellas sostenía, puede explicarse tanto por
la· rotación de la Tierra alrededor de su propio eje
como por la rotación de la esfera de las estrellas
fijas: en uno u otro caso los movimientos obser-
vables serían los mismos, y en el primero los movi-
mientos serían mucho menos violentos.

1!.l movimiento .,.etrógrado de los planetas explicado por 14


combinación de dos movimientos circulares
El planeta se desplaza a 10 largo de la trayectoria circular
principal -el circulo deferente-- y al mismo tiempo se mueve
en un epiciclo.

Una vez que comenzaron a circular estas dos su-


g~stiones,surgieron naturalmente de ellas otras dos.
La menos drástica era la de Apolonio. La primera
tesis de Heráclides implicaba que Mercurio .y Venus
135
giraban alrededor de la Tierra, no en circulos siJn..
pleB, sino en órbitas que son una combinación de
dos movimientos circulares separados; los tres cuer-
pos compartirian el movimiento circular mayor del
Sol, pero, además, Mercurio y Venus girarían alre-
dedor del Sol en movimiento siguiendo "epiciclos'"
(o circulos sobre circulos) menores. Visto desde la
Tierra, el trayecto resultante parecerá formar un
bucle cada vez que Mercurio o Venus se detienen
y retroceden cruzándose con el Sol. Apolonio vio
que una idea semejante podría explicar los movi-
mientos retrógrados de los planetas exteriores.
Supongamos que Marte tenga una órbita también
semejante a una combinación de dos circulos sepa-
rados: un gran circulo "deferente" cuyo centro e!lté
en la Tierra, combinado con un "epiciclo" merfor
cuyo centro esté, no en el Sol, sino en un punto que
se mueva uniformemente sobre el circulo deferente.
Si se suponen para esas dos rotaciones radios y
velocidades apropiados, la suma de esos dos movi-
mientos será un trayecto rizado como el que se
observa en la realidad. Además, el resultado será
que Marte, en la mitad de su retrogradación, estaré
mucho más cerca de la Tierra que en otra época; de
este modo, se resuelve al mismo tiempo el proble-
ma del cambio aparente de su tamafio, tal como lo<
describía Sosígenes.

LA TEORÍA HELIOCÉNTRICA DE ARISTARCO

Sin embargo, Aristarco fue aún más lejos. Herá~


elides había imaginado que las estrellas permane-
cen inmovibles: según él, el movimiento diario era
una ilusión óptica producida por la rotaci6n de la
Tierra sobre su propio eje. Aristarco extendió esta
concepción al movimiento anual del Sol, el cual
(sostenía) era otra ilusión producida por el despla-
zamiento de la Tierra a lo largo de su órbita circu-
lar. Era el Sol, y no la Tierra, el que se encontraba
en reposo en el centro de la esfera estrellada. Esta
opinión es, ~n lo esencial, la misma que 1.700 afios
más tarde iba a elaborar Copérnico con mayor deta-
lle y con argumentos más completos.
136
La sugestión de Aristarco no fue tomada muy en
serio. Aunque se ha conservado uno de sus tratados
astronómicos, el que trataba de los tamafios y las
distancias del Sol y la Luna, solo tenemos exposi-
ciones breves y de segunda mano de su hipótesis
heliocéntrica. Una generación más tarde, Arquíme-
des tomó conocimiento de ella y se refiere a la
misma en su libro El arenaría, que trata de las
dimensiones del universo:

Como sabéis, la mayoría de los astrónomos dan el nombre


de "cosmos" a la esfera cuyo centro está en la Tierra y cuyo
radio es igual a la distancia entre los centros de la Tierra y el
Sol; esto lo habéis visto' en los tratados escritos por los astró-
nomos. Pero Aristarco de Samos publicó un libro de tipo
especulativo, en el cual las suposiciones iniciales conducen a la
conclusión de que todo el universo es mucho más grande de
lo que ahora se llama el "cosmos". Supone que las estrellas
fijas y el Sol son estacionarios. que la Tierra viaja alrededor
del Sol a lo largo de la circunferencia de un círculo... y que
la esfera de las estrellas fi jas es tan vasta en extensión que, en
comparación, la supuesta órbita circular de la Tierra no es,
en efecto, más grande que el punto central de una esfera com-
parada con su superficie.
Es evidente que Aristarco trató afanosamente de
hacer aceptable para sus contemporáneos la concep-
ción heliocéntrica; pero no tuvo éxito.
¿A qué se debió eso? A veces se indica este epi-
'sodio como prueba de que los griegos tomaban
demasiado en cuenta a los "filósofos" y no lo sufi-
ciente a los "cientificos", como si hubiera algo in-
trínseca y obviamente verdadero en una concepción
heliocéntrica que la hiciera de inmediato preferible
a las doctrinas de Eudoxo y Aristóteles. Pero esto
es interpretar de manera errónea la situación. De-
jando totalmente de lado el problema de saber si
Aristarco era más o menos "cientifico" que Aristó-
teles, los elementos de juicio cientificos de que se
disponía en la época eran contrarios a la concepción
heliocéntrica. Indudablemene, era una sugestión va-
liosa, pero habría sido poco cientifico por parte de
los griegos haberla aceptado como una teoría bien
fundada. De hecho, no era más que una especulación
y los contemporáneos de Aristarco la trataron como
tal. La mencionaban como una idea interesante, in-
137
meaban las principales objeciones que se le podían
haeér y pasaban a otro problema.
Las objeciones a la teoría heliocéntrica eran de
tres clases. Las más importantes eran cientificas,
algunas de las cuales provenían de la física y otras
de la astronomía; pero también contaba en buena
medida, en contra de la opinión heliocéntrica, el
sentimiento religioso general.
Las objeciones astronómicas se relacionaban con
problemas referentes a las estrellas fijas. (En lo
que respecta al sistema planetario,las observaciones
que pOdían hacerse en aquel entonces eran igual-
mente compatibles con una teo¡ía heliocéntrica y
con una teoría geocéntrica.) El hecho más sorpren-
dente relativo al cielo visible es éste: que, desd.e
todas las partes de la tierra y en todas las épocl;ls
del año, los tamaños relativos de las diferentes es-
trellas son siempre los mismos, y que sus distancias
angulares y las figuras que forman en las conste-
laciones nunca se alteran de manera visible en lo
más mínimo. De esto, era natural inferir tres cosas:
1) que las estrellas estaban todas a la misma dis-
tancia de la Tierra; 2) que su distancia no eambÍa
-o sea, que la Tierra está en reposo con relación
a las estrellas-; 3) que esta distancia es enor-
memente mayor que el tamaño de la Tierra. Pues
si la distancia entre la Tierra y las estrellas fuera
variable, deberían verse cambios en las figuras de
las constelaciones. Las estrellas serían entonces co-
mo .objetos distantes vistos desde un tren, cuya
disposición cambia a medida que el tren se mueve.
(Es a esto a lo que los astrónomos llaman "paralaje
estelar".) Y si el tamaño de la Tierra fuera aprecia-
ble con relación al cosmos, también podrían obser-
varse esos cambios al viajar sobre la superficie de
la Tierra. Pero, de hecho, hasta el siglo XIX no se
observó paralaje estelar alguna, ni siquiera con
ayuda de telescopios (lámina VI). Además, agregaba
Ptolomeo:
Hay claras pruebas de esto en el hecho de que los planos
que pasan por nuestros ojos y a los que llamamos "horizontes~'
siempre cortan la esfera celeste en dos partes iguales. Esto DO
podiia ocurrir si el tamaño de la Tierra fuera apreciable com-
parado con la distancia de los cielos, pues en tal caso, el únito
138
plano capaz de dividir la esfera celeste en mitades iguales sería
el que pasa por el centro de la Tierra; mientras que los planos
horizontales trazados a través de cualquier punto de la super-
ficie de la Tierra dividirían la esfera celeste en una parte me-
nor por encitna y otra mayor por debajo.
Los astrónomos griegos, pues, se hallaban prepa-
rados para admitir que la esfera de las estrellas
fijas es muy grande.
Pero la doctrina de Aristarco exigía que el uni-
verso fuera, no solamente grande, sino inmensa-
mente grande. Pues para que su teoría pudiera
explicar las figuras inmutables de las constelacio-
nes, era necesario suponer que todo el diámetro de
la órbita anual de la Tierra era un punto comparado
con la distancia de las estrellas: los esquemas este-
lares no solo no cambiaban al viajar de Gibraltar
a la lndia. sino que tampoco manifestaban cambio
alguno a través de toda la extensión de dos puntos
de la trayectoria de la Tierra tales que para pasar
de uño a otro ésta tardara seis meses. Aunque los
científicos griegos se hallaban ya bastante dispues-
tos a tomar en consideración especulaciones origi-
nales y sorprendentes, ésta superaba a la mayoría
de ellas. Aristarco admitía (como nos 10 dice Arquí-
medes) que, de acuerdo con su teoría, toda la órbita
de la Tierra no era más que un punto en compara-
ción con la esfera de las estrellas, suposición que
los griegos hallaban francamente increíble. Hoy en
día la gente está tan acostumbrada a las estadísti-
cas astronómicas que afirma sin pensar: "las estre-
llas están a una distancia increíble" y deja las cosas
ahí. Los astrónomos griegos eran más escrupulosos
en sus argumentos y renunciaban a creer 10 increí-
ble. En su opinión, la teoría de Aristarco exigía un
precio que no valía la pena pagar.
Pero eso no era simplemente pereza mental. Si
hubieran llevado más adelante la argumentación
tampoco habrían hallado enseguida razones para
cambiar de opinión. Pues en una teoría heliocén-
trica también surgen dificultades con respecto 'al
tamaño aparente de las estrellas. Un ejemplo de
esto es el siguiente: si las estrellas están realmente
tan lejos, ¿cómo es que podemos verlas y por qué
no se reducen a puntos invisibles? ¿O son todas ellas
139
de un tamafio fabuloso? Esas dificultades se pre-
sentaron nuevamente en el siglo XVI, después que
Copérnico retomara la teoria de Aristarco: Tycho
Brahe las halló insuperables y sólo en la época de
Galileo se les dio solución.
Las dificultades astronómicas por sí solas hubie-
ran sido suficientes para que la teoría de Aristarco
fuese dejada de lado, por el momento. Nadie disputó
los atractivos de la teoría, que permitia suponer que
la esfera de las estrellas fijas y el Sol estaban en
reposo; el único problema era qué precio intelectual
valía la pena pagar por estos méritos. Pero los ar-
gumentos astronómicos fueron de todos modos re-
forzados por los dinámicos. Aun hoy en dia pocas
personas hallan fácil habituarse a las implicaciones
de la creencia en los movimientos diarios y anual
de la Tierra. Y en verdad, nuestra mente al princi-
pio retrocede ante el pensamiento de que todo el
globo material, junto con nosotros los hombres,
nuestras casas y posesiones, para no mencionar los
barcos, los animales y los árboles, atraviesan cada
veinticuatro horas una distancia de unos 3.200.000
kilómetros a la par que rotan hacia el este a
1.600 kilómetros por hora en la superficie. ¿Debe-
mos maravillarnos de que Ptolomeo hallara total-
mente increíble tanto la rotación como la traslación
de la Tierra por razones dinámicas? Para comenzar,
planteaba Ptolomeo, ¿por qué su traslación no deja
todas las cosas detrás de ella?

Se supone normalmente que todo el cuerpo de la Tierra•. por


ser mucho más grande que las cosas que transporta y que caen
sobre ella, puede absorber el choque de su caída sin adquirir
ella misma movimiento alguno. Pero si la Tierra companiera
un movimiento común junto con todos los otros cuerpos ma-
cizos, pronto los dejada detrás --al desplazarse más rápida-
mente debido a su mayor tamaño--, de modo que los animales
y Otros cuerpos pesados quedarían sin más medio visible de
apoyo que la atmósfera; pronto la Tierra desapareceda de la
vista. Estas consecuencias son demasiado absurdas para que
podamos imaginarlas como reales.

En lo que respecta a la rotación de la Tierra,


¿cómo puede un cuerpo terrestre moverse hacia el
este sobre su superficie -particularmente algo ca-
140
mo una nube, en la atmósfera superior-, si la Tie-
rra misma ya se mueve en esa dirección a 1.600
kilómetros por hora? Esto significaría admitir, ar-
gumentaba Ptolomeo,

que la Tierra tiene un movimiento, debido a su revolución,


más rápido que cualquiera de esos movimientos que puedan
producirse a su alrededor, puesto que tiene que rotar en un
tiempo muy corto. En tal caso, todos los cuerpos que no sean
transportados directamente por ella parecerán tener un movi-
miento contrario al de la Tierra. las nubes, los proyectiles o
los animales en vuelo nunca parecerían moverse hacia el este,
puesto que la Tierra siempre viajaría en esa dirección más
rápidamente que ellos y los dejaría atrás por su propio movi-
miento hacia el este. El resultado de ello sería que todos los
otros cuerpos parecerían retroceder hacia el oeste.

Las consecuencias dinámicas de la concepción de


Aristarco eran inaceptables sin una revolución en
las ideas dinámicas.
Comparadas con estas objeciones científicas a la
teoría heliocéntrica, las dificultades religiosas pa-
recen poco dignas de mención. Solo sabemos que
Cleantes acusó a Aristarco de impiedad "por poner
en movimiento el hogar del universo", pero no· hay
ningún indicio de que la acusación tuviera conse-
cuencias como el encarcelamiento que Anaxágoras
había sufrido antes. Los tres tipos de objeciones
mencionados mantuvieron su vigor hasta la época
de Newton. Aun Copérnico halló dificultades para
responderlas, y entre 1450 y 1687, época en que la
dinámica de Newton resolvió finalmente el conflic-
to, nunca fue muy grande el número de los coper-
nicanos convencidos.
Por consiguiente, no debemos sorprendemos de
que los griegos fueran escépticos con respecto a
la sugestión de Aristarco; más bien debemos feli-
citarlos por su buen sentido. Al juzgarlos como
científicos, es decir, como intérpretes racionales de
la Naturaleza, lo importante no es saber a cuántas
conclusiones de las que nosotros aceptamos habían
llegado, sino en qué medida sus conclusiones se
hallaban fundamentadas por los elementos de juiCiO
disponibles por entonces. En la medida en que sus
juicios se hallaban influidos por el peso de las prue-
141
bas, puede decirse que pensaron cientificamente.
A la luz de los desarrollos posteriores podemos
abandonar sus argumentos en pro de la teoría geo-
céntrica. Pero tal como estaban las cosas por aquel
entonces, tenían ellos igual justificación científica
para rechazar las especulaciones heliocéntricas de
Aristarco.

142
CAPíTULO V

LA FISICA pmRDE IMPULSO

Hasta ahora hemos' visto que el ámbito de la cien-


Cia se dilató continuamente. La fe griega en la ra-
cionalidad de la naturaleza, fe originaria de Jonia,
parece haberse arraigado hondamente, al menos en-
tre los filósofos. Bajo su égida, no había ninguná
razón para que la ciencia griega no se I:;xpandiera
hasta abarcar todos los aspectos del mund.) natural
y todo género de problemas. Pero en los 500 años
siguientes las cosas tomaron otro sesgo, en algunos
sentidos paradójico. Después del 250 a.C. el centro
intelectual del mundo griego se desplazó a Alejan-
dría, lugar en el que las oportunidades para la labor
científica eran mucho más favorables que lo que
habían f>ido en Atenas. Sin embargo, la ciencia per-
dió gradualmente su impulso y los científicos per-
dieron la fe en sus métodos. Raramente se plantea-
ron nuevas cuestiones y los problemas aprrmiantes,
pero difíciles de abordar, eran dejados de lado. En
la época de Ptolomeo, la cosmología, la física y la
astronomía matemática, que habían "ido unidas
por Aristóteles, se separaron nuevamente. La cien.
cia del cielo se convirtió otra vez en una mera ce.
lección de técnicas matemáticas.
Más de 1.000 afios después se repitió esa situación.
Copérnico aún trataba de mejorar las técnicas ma.-
temáticas de Ptolomeo, aunque tenía la esperanZa
de eliminar los elementos más irracionales de sus
métodos: en el curso de su obra, iba a revivir 'la
sugestión de Aristarco relativa a una Tierra en mo-
vimiento. Mientras tanto, el esquema de la astrono-
mía aristotélica se había convertido en un cuadro
del cosmos esencialmente religioso. Las cuestiones
143
físicas básicas, relativas a los procesos mecánicos
del sistema planetario -que Aristóteles había plan-
teado y Ptolomeo había ignorado- no volvieron a
ser investigadas seriamente hasta el siglo XVII. Co-
mo veremos más adelante, después de Copérnico la
astronomía matemática volvió al nivel al que Pto-
lomeo la había elevado: la física de los planetas -la
teoría de las leyes y de las causas que gobiernan
sus movimientos-, en cambio, estaba en el punto
en que la había dejado Eudoxo.

CUATRO CUESTIONES

Al llegar a esta etapa, nos enfrentamos con cua-


tro desconcertantes cuestiones. Dos de ellas son de
carácter general: se relacionan con el desarrollo de
la ciencia como disciplina intelectual, y en particu-
lar con los factores que afectan al ritmo de este
desarrollo. Solo rozaremos su,perficialmente estas
cuestiones aqui, ya que las discutiremos con mayor
extensión en otra parte. Las otras dos cuestiones se
relacionan más específicamente con la astronomía
y constituirán nuestro principal tema de análisis.
Esas cuatro cuestiones son las siguientes:
1) ¿A qué factores sociales e intelectuales debe-
mos atribuir la pérdida del carácter original de la
tradición científica griega, y eventualmente su
completa interrumpción?
2) ¿Qué contribuciones originales a la astronomía
hizo Ptolomeo?
3) ¿Por qué, durante los trece siglos transcurri-
dos entre Ptolomeo y Copérnico, la ciencia de la
astronomía apenas hizo algo más que determinar
el tiempo, de modo que el primer tema abordado
por Copérnico retomaba los problemas planteados
por el último que abordó Ptolomeo?
4) ¿Qué es exactamente lo que Copérnico criticó
en las anteriores ideas astronómicas? ¿Yen qué
medida fueron revolucionarias sus propias innova-
ciones?
En este capítulo y en el siguiente discutiremos
una por una estas cuatro cuestiones.
144
Obviamente, la primera y la tercera se relacionan,
no solamente con la estructura interna y con el de-
sarrollo de la ciencia, sino también con las influen-
cias externas que afectan de una u otra manera a
ese desarrollo. Las formas en que estos factores
externos alteran la velocidad y la dirección del de-
sarrollo a veces pueden ser analizadas en parte, al
menos retrospectivamente, pero no se puede seria-
mente intentar predecirlas de antemano. Hay mu-
chos factores importantes: los cambios políticos y so-
ciales, los factores económicos, la religión, el azar, la
fe intelectual y también la honestidad intelectual. En
tanto no se comprenda totalmente la manera en que
evolucionan las ideas de los hombres acerca de la
naturaleza, no estaremos en condiciones de explicar
completamente esas influencias, sino que sOlo po-
dremos demostrar que tuvieron tal efecto. En este
libro, por lo tanto, solo trataremos de estas cues-
'tiones generales por 1a lu~ que pueden arrojar
sobre el desarrollo histórico de las ideas astronómi-
cas y dinámicas. Con todo, al llegar a esa etapa será
útil tener en cuenta los siguientes puntos:
Primero: Cuando se considera el destino que tuvo
la vida intelectual en el mundo griego entre el 300
a. C. y el 200 d. C, un rasgo muy sorprendente es
la dispersión de los sabios en toda esa región. Du-
rante los siglos v Y IV a. C., fue en las escuelas y en
las academias de Atenas donde se discutieron repe-
tidamente los problemas centrales relativos a la na-
turaleza. Durante el siglo y medio siguiente, se ini-
ciaron en Atenas líneas de investigación que fueron
luego desarrolladas por pensadores que habitaban
en Sicilia, Rodas y Alejandría. Pero en los 600 afios
que siguieron a esa época solo surgieron sabios ais-
lados, capaces de dominar la tradición y de hacer
algunas contribuciones originales. La labor en coo-
peración, en los problemas principales de la ciencia,
se hizo rara; solo contaba el individuo.
En segundo lugar: Por muchas razones políticas
y sociales, el contacto personal entre los cientificos
parece haberse hecho cada vez menos frecuente.
Actualmente, en el siglo xx, la tradición científica
podría continuar aun cuando todos los científicos
contemporáneos dejaran de comunicarse entre sí.
145
Ahora disponemos de la letra impresa. Indudable-
mente, la ciencia se desvitalizaría, puesto que su sa-
lud depende de que sus ideas sean discutidas y pues-
tas en tela de juicio constantemente; pero, con todo,
permanecería viva y se desarrollarla. En cambio,
cuando la permanencia de la tradición intelectual y
de la trasmisión de ideas dependen del contacto per-
Fonal, entre maestro y maestro, así como entre maes-
tro y discípulo, toda interrupción en la cadena de
contactos personales corre el riesgo de ser defini-
tiva.
En tercer lugar, cosa que es probablemente la
más importante, durante esos siglos los científicos
perdieron fe gradualmente en sí mismos y en sus
métodos de pensamiento. No solo se había disipado
el primer entusiasmo; además de eso, desde el 100
a. C. en adelante, los hombres comenzaron a dudar
cada vez más de que, a fin de cuentas, la investiga-
ción racional por sí sola pudiera permitir el conoci-
miento de los procesos que tienen lugar en los cie-
los. Y puesto que este problema había sido en cierto
modo una piedra de toque de la filosofía natural,
los fracasos en esta dirección tuvieron vastas reper-
cusiones. Por el 200 d. C., la astrología ya había re-
cuperado todo el terreno perdido y había logrado
desplazar a la astrofísica racional. Los a<;trónomos
griegos comenzaron a limitar sus ambiciones y a
concentrarse en aquellas cosas con las que ya es-
taban familiarizado~'. Se !'atisfacÍ<ln con haC'T pe-
queñas enmiendas a las teorías matemáticas exis-
tentes y con elaborar los detalles, más que en crear
nuevas ramas de las mismas. Puesto que el progreso
de la ciencia exige que tratemos siempre de resolver
los problemas que hasta ahora carecen de solución,
y no solamente aplicar las técnicas que ya po-
seemos, los científicos griegos posteriores contribu-
yeron positivamente de esta manera a la decadencia
de este campo de estudio.
EL CIMIENTO POLÍTICO DE LA ASTRONÓMÍA GRIEGA
POSTERIOR

Los cambios políticos que transformaron el mun-


do griego comenzaron ya en vida de Aristóteles. A
146
pesar de la presión intermitente de Persia en el
Este, las ciudades-estados de la Grecia contin"ntal
mantuvieron su independencia hasta alÍ'ededor del
350 a. C., si hien luchahan constantemente unas con
otras, en lugar de luchar con los "bárbaros". Sin
embargo, hacia fines del siglo IV a.C., la mayor parte
de Grecia fue unificada por la fuerza al ser absor-
bida por el reino del Norte en expansión, Macedonia.
Alejandro, su más famoso gobernante, fue un
hombr.:! ele inquietudes diversas. En 1::1 334 a. e.,
cuando inició su cruzada contra el imperio Persa,
estaba inspirado por' el gran ideal de crear una
unión mundial de los estados, en la que todos los
hombr,-·s fueran considerados como iguales, tanto
griegos como bárbaros. El equipo técnico que lo
acompañó -formado por secretarios privados, his-
tori:ldorcs, cronistas, topógrafos, botánicos, geógra-
fos y otros cientlficos- probablemente no tuvo
paralelo hasta la expedición de Napoleón en Egipto,
en el siglo XIX. Algunos de eSOd hombres parecen
habers(! unido a la expedición a instancias de Aris-
tóteles, que nunca des~erdició una oportunidad para
obtener informes acerca de animales y plantas de
tierras lejanas. Su sobrino Calístenes fue uno de los
hlstoriaclort:S del equipo, también encargauo de en-
viar a Macedonia toda información que considerara
de interés para Aristóteles.
Para la ciencia, el resultado m;;'" :,ignificativo de
las campañas de Alejandro fue la fundación de la
ciudad que pronto habría de reemplazar a Atenas
como c~ntro de gravLelad del mundo intelectual. Su
primer objetivo fue totalmente logrado: destruyó el
poder político (le Persia, e hizo de Egipto y la Me-
sopotamia provincias de una federación gobernada
por griegos. En verdad, antes de que sus acompa-
ñantes pudieran sentirse con nostalgias del terruño,
llegó hasta la India y Asia Central. Pero su :;.ueño
de crear una especie de "naciones unidas" nunca
pudo realizarse. Después de su muerte prematura,
sus generales dividieron su imperio en cuatro par-
tes, cada una de las cuales se convirtió en un reino
separado. Para nuestra historia, la más importante
de esas regiones es Egipto.
Al llegar a Egipto, Alejandro fundó la ciudad y
147
el puerto de Alejandría, en el delta del Nilo. El pri-
mer rey macedonio de Egipto, Ptolomeo Soter, go-
bernó de 305 a 283 a. C. y fundó la dinastía que iba
a durar hasta la muerte de Cleopatra. Estableció
en Alejandría el famoso "Museo". Como muchos co-
legios modernos, el Museo era nominal mene una
fundación religiosa dedicada a las musas, pero pron-
to se convirtió en una especie de universidad e ins-
tituto de investigación sostenido por el estado.
Asociada al Museo estaba la no menos famosa Bi-
blioteca, que pronto llegó a tener una colección de
medio millón de volúmenes, como resultado (se de-
cia) de la compra de colecciones de libros personales
de famosos científicos, tales como Aristóteles. Estas
dos instituciones, el Museo y la Biblioteca, consti-
tuían conjuntamente el centro mejor equipado para
los estudios avanzados que existió nunca en el mun-
do griego; desde alrededor del 250 a. e., la labor es-
pecializada de carácter científico se desplazó cada
vez más de la Grecia continental a Alejandría. Es
cierto que algunos de los más talentosos científicos
vivieron y trabajaron en otras partes: Arquímides
(279-212 a. C.) en Siracusa, Sicilia, e Hiparco (180-
125 a. C.) en la isla de Rodas. Sin embargo, las fa-
cilidades que ofrecia Alejandría ejercían una com-
prensible atracción sobre los sabios, similar a la que
Estados Unidos, por razones análogas, ha ejercido
en el siglo xx sobre los sabios del resto del mundo.
Todo el que haya leído la obra de Shakespeare
Antonio y Cleopatra sabe de la conquista de Egipto
por Roma, en el último siglo a. C. Sin embargo, este
cambio político tuvo poco efecto sobre la vida aca-
démica de Alejandría. Casi 200 afios más tarde, el
gran astrónomo Claudio Ptolomeo trabajaba en el
Museo, y aún era un centro de investigación mate-
mática en el siglo IV d. C. Pero, desde esa época en
adelante, las condiciones para la labor científica
empeoraron rápidamente. A principios del siglo IV,
Constantino, el primer emperador cristiano, fundó
la ciudad de Constantinopla junto al Bósforo, en el
emplazamiento de la ciudad griega de Bizancio, que
hoy conocemos con el nombre de EstambuI. En el
500 se convirtió en la capital del imperio Romano
de Oriente y quedó aislada de Roma por la invasión
148
de Italia por los germanos. Pronto se convirtió en
un centro de ortodoxia religiosa, y se hizo cada vez
más intolerante a medida que las presiones políti-
cas se hacían más intensas. Esta ortodoxia impuesta
desde arriba, junto con el fanatismo que bulHa a su
alrededor, hizo que los sabios de Alejandría comen-
zaran a dirigir sus miradas fuera del mundo griego,
hacia Persia y el este, con la esperanza de hallar la
atmósfera más favorable a su labor.

EL FUNDAMENTO CIENTÍFICO:
EL ABANOONO DE LA FÍSICA

En los años inmediatamente posteriores a Aris-


tóteles, la ciencia griega no cambió substancialmente
de orientación. En los primeros años que siguieron
a su muerte, los problemas astronómicos y mecánicos
parecen haber sido descuidados: su sucesor inme-
diato en el Liceo fue un botánico. Pero, en el 287 a.C.,
Estratón asumió la dirección del mismo, con lo cual
renació el interés por los problemas del movimiento,
hasta el grado d~ llegar a reconocer plenamente los
puntos débiles de la explicación de Aristóteles. Es-
tratón comprendió claramente, por ejemplo, que lós
cuerpos que caen en calda libre hasta el nivel natu-
ral no se mueven con velocidad uniforme, sino que
se aceleran, y corno prueba de esto citaba el siguiente
fenómeno de observación corriente:
Si se observa el agua que cae por un techo a través de una
distancia considerable, se verá que aquélla fluye en la parte
superior de manera continua, mientras que en la parte inferior
de la corriente el agua cae en chorros separados. Esto nunca
podría ocurrir a menos que en las distancias siguientes el agua
no cayera más rápidamente que en las anteriores.

Alrededor de esa época, alguien relacionado con


el Liceo escribió el tratado conocido en la edad me-
dia corno "La mecánica de Aristóteles". Fue el nrl-
mer intento sistemático de traducir las generaliza-
ciones de sentido común de Aristóteles a ecuaciones
matemáticas. Los problemas que creó esta traduc-
ción iban a ser, con el tiempo, uno de los principales
149
puntos de partida de los matemáticos de la Europa
medieval.
Mientras tanto, Arquímedes introducía en la ma-
temática métodos de razonamiento totalmente nue-
vos, cuyas grandes posibilidades no se reconocieron
hasta el siglo XVI d. C. Algunos de esos razonamien-
tos eran sumamente ingeniosos, por ejemplo, aque-
llos a los cuales aplicó su nueva idea del "centro
de gravedad" de un cuerpo para resolver problemas
de estática, consistentes en tratar el peso de un
cuerpo, a los fines del cálculo, como si estuviera
concentrado en un punto, y no disperso alrededor
de éste. Este recurso intelectual de reemplazar un
peso extenso por otro localizado, ha demostrado
repetidamente su efectividad en la historia del pen-
samiento científico. La misma labor de Newton re-
lativa a la gravitación se vio trabada hasta que
aquél se convenció de que es posible tratar de la
misma manera la acción gravitacional de un cuerpo
de gran tamaño como la Tierra. No menos significa-
tiva fue la otra gran idea de Arquímedes en la ma-
temática. Hemos visto que la dinámica fue obstacu-
lizada en su desarrollo por la falta de una concep-
ción adecuada de la "velocidad instantánea", que
solo podía ser definida de manera coherente como
un límite matemático. Ahora bien, Arquímedes fue
el primero en demostrar claramente la posibilidad
de razonar en términos de límites y esta demostra-
ción fue un paso importante hacia la creación del
cálculo infinitesimal. (Como ejemplo de su método,
explicaremos al final de este capitulo la prueba que
dio Arquímedes de la fórmula para hallar la super-
ficie de un circulo).
Entramos ahora al período de la labor puramente
individual. Alrededor del 150 a. e., Hiparco de Rodas
aún abordaba los problemas cruciales de la diná-
mica. por ejemplo, en su tratado 8oin·e lo.~ cuerpos
que caen por su propio peso. Pero no dejÓ sucesores
y solo tenemos relatos de segunda mano acerca de
su obra. A través de esos relatos parece haber anti-
cipado las concepciones posteriores de Filopón y ya
habia comenzado a elaborar la idea de momento.
Nuevamente, la forma en que planteó el problema
de la caida libre implicaba cuestiolles muy similares
150
a las que fueron retomadas más tarde por los ma-
temáticos de los siglos XII y XlII.
Si Hiparco y Arquímedes hubieran dejado dis-
cípulos tan interesados como ellos por los intrata-
bles problemas de la dinámica, las dificultades que
perduraron hasta el siglo XVII podían haber sido
superadas mucho antes. Tal como estaban las cosas,
la astronomía superó rápidamente a la física. Las
ideas generales de los hombres acerca de la materia
y el movimiento eran aún demasiado rudimentarias
para permitir una comprensión física de los movi-
mientos celestes en términos de leyes y fuerzas.
Desde entonces, la situación a este respecto, lejos
de mejorar, empeoró. En la astronomía de observa-
ción y de predicción, se hicieron sorprendentes pro-
gresos en el período que llega hasta el 150 d. C. En
as¡,rofísica, en cambio, fueron años de retroceso
gradual.
La ambición suprema de los filósofos de la natu-
raleza aún era dar una explicación física de los mo-
vimientos celestes, pero esta ambición se convirtió
en una esperan~a cada vez más remota. La hallamos
una vez má!! enunciada como un ideal por Gemino,
en el siglo 1 a. C.:

En muchos casos el astrónomo y el físico se proponen de-


mostrar las mismas conclusiones, por ejemplo, que el Sol es
muy grande o que la Tierra es de forma esférica, pero no 10
hacen siguiendo el mismo camino. El físico explica todo ape-
lando a las naturalezas y substancias de las cosas, a las fuerzas
implicadas, a la utilidad del estado de cosas existente o a las
teorías de! cambio y e! desarrollo; mientras que el astrónomo
explicará los hechos geométricamente, o aritméticamente, o re-
lacionando la cantidad de movimiento hallada a través de la
observación con el tiempo requerido para que se produjera.
También, aunque el flsico busca a menudo la explicación iden-
tificando la fuerza responsable, e! astrónomo, que solo consi-
dera las condiciones exteriores del fenómeno, no se halla en
condiciones de discernir la causa subyacente, por ejemplo, de
la forma esférica de la Tierra. A veces, inclusive, no tiene nin-
gún interés particular en hallar la causa, por ejemplo, de un
eclipse; y otras veces se limita a formular hipótesis o suposi-
ciones mediante las cuales los fenómenos observados puedan
ser relacionados matemáticamente.
Por ejemplo, ¿cómo debe explicarse el hecho de que el Sol,
la Luna y los planetas parezcan moverse de una manera irre-
151
.sular? Podemos responder a esto [como astrónomos] suponien-
do que las órbitas circulares de los cuerpos celestes son excén-
tricas. o que describen epiciclos, con lo cual quedarán expli-
·cadas las aparentes irregularidades de sus movimientos. Pero
esto no basta; también debemos examinar el problema de saber
de cuántas maneras diferentes pueden producirse los fenómenos
-observados. de modo que podamos hacer armonizar nuestra
teoría [matemática] de los planetas con una explicación de las
·causas físicas subyacentes que sea teóricamente admisible.

Así, en tiempo de Gemino, la unificación de la


f[sica con la astronomía matemática aún constituía
un objeto razonable. Doscientos años más tarde el
problema parecía completamente irresoluble y de
hecho tal objetivo no pudo alcanzarse hasta la época
>{fe Newton. Las actitudes contrarias de Hiparco, que
aún mantenía la esperanza, y Ptolomeo, que simple-
mente había suprimido la astrofísica, muestra de
qué manera tan drástica podía afectar al espíritu de
la ciencia griega el transcurso de tres siglos.
Claudio Ptolomeo, cuya obra iba a ser la cúspide
final en el desarrollo de la astronomía griega, era
un "astrónomo" total y no tenía nada de "físico";
limitó el alcance de su obra de la misma manera en
-que lo habían hecho los babilonios antes que él. En
lo que concernía a la astronomía matemática, Ptolo-
meo compendió la obra de sus predece;lores, como
Euclides lo había hecho con la geometría, a la par
que agregó buena cantidad de contribuciones origi-
nales propias. Pero, como veremos, se contentaba
·éon "salvar las apariencias" y no especuló acerca de
la trama subyacente de los cielos. Ni siquiera se pre-
ocupó como se había preocupado Eudoxo-- por saber
'si las construcciones matemáticas que usaba para
propósitos astronómicos eran compatibles unas con
-otras, y el esquema que elaboró iba a constituir
durante siglos el fundamento de la astronomfa.

EL FUNDAMENTO CIENTÍFICO: UNA ADQUISICiÓN

A la par que el curso de la historia griega cambió


-de manera definitiva con la creación del imperio,
recientemente conquistado, de Alejandro, la astro-
nomía griega sufrió un cambio similar mediante el
152
nuevo conocimiento de que se dispuso como resul-
tado de la victoria de Alejandro. Después de la cap-
tura de Babilonia, Calístenes pudo enviar a Aristó-
teles algo del mayor interés científico, o sea, una
informaci6n de primera mano acerca de los registros
acumulados por los astr6nomos babilonios. Esta in-
formación fue usada inmediatamente. Calipo, que es-
taba trabajando con Arist6teles, us6 algunos de los
registros para sus propios cálculos relativos a la
longitud del año y del mes. (Al principio, solamente
se enviaron los registros astron6micos y solo más
tarde se trasmitieron, más lentamente, los métodos
babilónicos de cálculo matemático.)
Los griegos quedaron tan impresionados por la
antigüedad de ese material, que comenzaron a circu-
lar absurdas exageraciones. Los rumores informaban
que las observaciones babilónicas se remontaban a
31.000 años atrás. Probablemente, se produjo aquí la
misma confusión que aparece, como es obvio, en el
Antiguo Testamento, en el que se atribuye una lon-
gevidad fantástica a los reyes mesopotámicos, como
Nebuchadnezzar, pues los meses se leían como años
en las nóminas de sus edades. Con todo, aun una
cifra de 31.000 meses equivale a fechar los más
antiguos registros astronómicos en alrededor del
2.800 &. C., fecha muy probable, pues por aquel en-
tonces las principales ciudades de Babilonia se ha-
llaban en pleno florecimiento.
Así, por el 150 a. C. confluyeron las corrientes de
la astronomía babilónica y la astronomía griega. A
causa, en parte, de la cantidad y la antigüedad de
esos registros, los astr6nomos griegos prestaron
atención a la precisión numérica. Se hizo cada vez
más difícil adecuar los movimientos observados de
los planetas al pulcro sistema aristotélico de las
esferas concéntricas y los registros revelaron cada
vez mayor número de aberraciones en sus trayec-
torias. Con el tiempo, la armazón general de las ideas
cosmológicas lleg6 a formar parte de un cuadro
religioso del mundo, mientras que los astrónomos
se concentraban independientemente en las técnicas
matemáticas de c6mputo.
Hiparco, uno de los más grandes calculistas de
la antigüedad, cit6 los registros de eclipses babil6-
153
nicos y también usó probablemente sus resultados
para preparar su catálogo estelar. Los cálculos de
Hiparco fueron aún más precisos que los cálculos
babilónicos; por ejemplo, descubrió la "precesión de
los equinoccios", c.i.ue habia pu::;..t(Jo mauvertida panl
los últimos. Después de elaborar un catálogo de más
de 850 estrellas, con sus latitudes y longitudes ce-
lestes, compará sus posiciones con las registradas
por astrónomos anteriores y observó que, aparente-
mente, todas las estrellas se hallaban un poco des-
plazadas. El eje de rotación de todo el firmamento
de las estrellas fijas parecía haber descripto un
pequeño círculo en el cielo, círculo que completaba
una rotación cada 26.000 años. (La explicación de
este fenómeno en términos modernos es que el pro-
pio eje de la Tierra cambia lentamente de dirección
y rota como el eje de un trompo.)
Para tener una idea de la exactitud de los cálculos
de Hiparco examinemos sus estimaciones del año
solar medio y del mes lunar medio. La cifra que
halló para el mes -29 días, 12 horas, 44 minutos,
2 % segundos-, solo difiere de lu aceptada actual-
mente en menos de un segundo. Para el año solar
medio obtuvo un valor de análoga exactitud: 365'4
días, menos cinco minutos. Esta deficiencia de algu-
nos minutos se compensa en el calendario moderno
omitiendo un año bisiesto cada 400 años: febrero 29
debe omitirse de nuestro calendario en los años
2.000, 2.400, etc.

LA ASTRONOMÍA MATEMÁTICA DE PTOLOMEO

Claudio Ptolomeo vivió aproximadamente -desdeel


85 al 165 d. C. Su obra maestra astronómica se co-
noce con el nombre de Almagesto. (Este mismo
nombre constituye una reliquia histórica significa-
tiva, pues deriva de una versión latina medieval del
título dado al libro en Bagdad, durante el siglo Vlll;
éste, a su vez, era una corrupción arábiga de la
expresión griega que significa "el más grande", o
sea, el más vasto de los tratados de Ptolomeo. El
título griego original podría ser traducido como La
sintaxis matemática de la astronomÚl.) La mayor
154
parte del libro expone en detalle los métodos geo-
métricos que pueden usarse para calcular las tra-
yectorias del Sol, la Luna y los planetas a través del
cielo. También consigna, con algunos aportes pro-
pios, los cálculos solares y lunares de Hiparco, y,
además, da un tratamiento completo de los movi-
mientos de los cinco planetas restantes. Así, la tarea
que iniciaron los babilonios mediante el uso de la
aritmética, la completó Ptolomeo con el uso de la
geometría.
Los detalles de sus métodos matemáticos son su-
mamente ingeniosos, pero demasiado complejos para
exponerlos aquí. Para comprender la orientación
posterior del pensamiento astronómico, solo necesi-
tamos recordar sus tres recursos geométricos prin-
cipales: el epiciclo, la excéntrica y el ecuante.
a) La idea del elJi ciclo ya ha sido mencionada
en conexión con Heráclides y Apolonio. El propósito
original de esta construcción era explicar el "mo-
vimiento retrógrado" de los planetas, lo cual se hacía
suponiendo que las trayectorias de los planetas son,
no círculos simples, sino un par de círculos sumados;
el centro del movimiento circular menor y más
rápido se desplaza a lo largo del circulo mayor más
lento, a velocidad constante.
ú) La idea de la excéntrica había sido aplicada
por Hiparco antes de Ptolomeo. Según Apolonio,
cuando el planeta se mueve en un epiciclo más
rápido, podemos considerar que el centro del círculo
deferente se desplaza alrededor de la Tierra. En tal
caso, todo el círculo deferente rota asimétricamente
como un engranaje excéntrico.
e) Hasta ahora no nos habíamos encontrado
con la idea del ecuante. Surgió de la manera siguien-
te. Cuando Ptolomeo trató de calcular las velocida-
des a las cuales se mueven los diversos cuerpos
celestes alrededor de sus centros geométricos, halló
una dificultad imprevista. Después de construir ór-
bitas para el Sol, la Luna y los planetas mediante
una combinación de epiciclos y excéntricas, se en-
contró con que los cuerpos celestes se movían a una
velocidad aparentemente no uniforme. Explicó las
más grandes de esas desviaciones mediante la supo-
sición de que las rotaciones planetarias eran unlfor-
155
mes, no medidas desde la Tierra como centro -ni
tampoco desde los centros de sus epiciclos o excéri-
tricas-, sino desde un punto totalmente distinto
que recibi6 el nombre de "ecuante". A menudo, el
ecuante era un punto del espacio cuya distancia de
la Tierra era el doble que la del centro del circulo
deferente excéntrico.
Sus cálculos dieron resultados que coincidían en
casi todos los casos con los que podían observarse
mediante el uso de los instrumentos astronómicos
simples de la época. Pero, hay un aspecto de sus
métodos que nos resulta hoy muy curioso. Ptolomeo
elaboraba una construcción distinta para cada pro-
blema separado y se contentaba con mostrar que de
esta manera se podía resolver el problema en cues-
tión. Hecho esto, elaboraba una nueva construcción,
a menudo totalmente incompatible con la anterior,
para resolver otro problema. Por ejemplo, para ex-
plicar la velocidad del movimiento de la Luna la
atribuyó a que ésta posee un epiciclo grande, aun-
que esto implicaba que los cambios en el diámetro
aparente de la Luna son mucho mayores de los que
realmente vemos. Para explicar los cambios obser-
vados en el diámetro de la Luna usaba luego otra
construcción. En ninguna parte ofrecía Ptolomeo un
conjunto único de construcciones geométricas capa-
ces de explicar todos los movimientos de un planeta
al mismo tiempo, y mucho menos todos los movi-
mientos de todos los planetas, como había hecho
Eudoxo. Y esto no parece haberle preocupado lo más
mínimo. Como astrónomo, consideraba que su labor
estaba cumplida una vez que había "salvado" cada
"apariencia" por separado.
Siempre que dos construcciones dieran resultados
matemáticos equivalentes, no había entre ellas nin-
guna diferencia astronómica, en opinión de Pto-
lomeo. Dadas dos observaciones planetarias que ma-
nifiesten dos tipos independientes de irregularidad
estamos en libertad de explicar una anomalía en
términos de "excéntricas" y la otra en términos de
"epiciclo", o a la inversa, según nos plazca. Para
Ptolomeo, el problema de la realidad o ausencia de
realidad física de esos movimientos carece totalmen-
te de correspondencia con el problema.
156
Hablando científicamente, pues, Ptolomeo limitó
sus objetivos. En líneas generales, aceptó la física
de Aristóteles, pero ésta no desempefió ningún pa-
pel importante dentro de su astronomía. La teorfa
de los cielos (así creía) no concernía a los físicos,
sino a los matemáticos.
Al adoptar esa actitud, Ptolomeo simplemente vol-
vía la espalda a algunos problemas teóricos crucia-
les, que eventualmente iban a exigir solución. Desde
el punto de vista del físico, el ecuante era un recurso
muy insatisfactorio. Matemáticamente podía dar re-
sultado, pero había· en él algo intrínsecamente poco
razonable. Más tarde, Copérnico tomó ese aspecto
de la astronomía de Ptolomeo como el punto de
partida de su ataque. Como sostenía Copérnico, mo-
vimiento circular uniforme solo puede significar una
cosa, o sea movimiento circular uniforme. No puede
significar movimiento circular alrededor de un cen-
tro y velocidad uniforme alrededor de otro centro.
Si separamos el centro de la órbita del centro de
velocidad uniforme, es necesario dar alguna expli-
cación física de ello, y Ptolomeo no daba ninguna.
Pero si todo lo que se quiere hacer es elaborar
tablas de las posiciones de los cuerpos celestes en el
cielo, la objeción no es válida, pues lo único que se
necesita es un conjunto de construcciones geométri-
cas que sirvan. En esto Ptolomeo tuvo gran éxito,
pues fue el primero en elaborar construcciones geo-
métricas que armonizaban realmente con los regis-
tros astronómicos. Eudoxo solo había mostrado en
lineas generales cómo se podrían explicar las anoma-
lías en los movimientos planetarios, pero Ptolomeo
demostró en detalle cómo podía hacerse. En reali-
dad los métodos geométricos que empleó eran sus-
ceptibles de refinamiento indefinido, mucho más allá
del punto en que él los dejó, y permitían órbitas de
cualquier forma: elipses y hasta cuadrados. (Ver
los diagramas de las páginas 158·59 Ptolomeo, pues,
consideró que la física era ajena a la astronomía y
se confinó en la matemática. Justificó esta actitud
en la introducción de su tratado, en la que explica
los principios sobre los que se basa su método. Aquí
puede verse que su punto de vista presenta sorpren-
157
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LA VERSATILIDAD DE LOS EPICICLOS
A, B Y C muestran algunas de las diversas órbitas que pueden construirse mediante una com-
binación de epiciclos deferentes. A, muestra de qué manera un epiciclo puede producir
un efecto equivalente a una excéntrica. Si el planeta se mueve en el epiciclo a una velocidad tal
que, a medio camino sobre el círculo deferente, ha atravesado una vez todo el epiciclo en la
misma dirección, entonces el efecto, visto desde el centro de la órbita, será el mismo que si
el planeta se hubiera movido a través de un círculo excéntrico. B, muestra cómo puede pro-
ducirse una órbita elíptica. En este caso, el camino del círculo deferente tiene un sentido ~on­
lrario al de las agujas de un reloj, mientras que el planeta se mueve sobre el epiciclo en el sentido
de las agujas del reloj. Esta vez, el planeta atraviesa la mitad del epiciclo en el tiempo que tarda
en atravesar la mitad de! c1,cu.1o .d.efeuo.te.-
e
e, muestra de qué manera, para un adecuado conjunto de
radios y velocidades, es posible obtener una órbita cua-
drada. Mediante adecuadas variaciones en los radios y las
velocidades, es posible consuuir cualquier tipo de órbita
que podamos encontrar en astronomía.

dentes diferencias con respecto al de los antiguos


filósofos griegos.
Comienza por contraponer el conocimiento prác-
tico al conocimiento teórico:
En mi opinión, los filósofos sensatos han hecho muy bien
en distinguir la parte teórica de su tema de estudio de la parte
práctica. Pues aun allí donde una teoría tiene una aplicación
práctica, pueden encontrarse grandes diferencias entre la teoría
y la práctica. En primer lugar, en un nivel práctico, muchas
personas se las arreglan para vivir perfectamente bien, a pesar
de no ser educados; en cambio, solo puede adquirirse una teo-
ría general a través de la educación. Además, el progreso en
el conocimiento teórico y en el práctico se produce de diferen-
15D
tes maneras; en las cuestiones práaicas, el progreso se logra
mediante la continua repetición de aaos del mismo tipo, pero
en cuestiones teóricas solo se adquiere por el descubrimiento de
reglas o principios generales. Por consiguiente, al presentar
nuestras observaciones y operaciones práaicas, y aun al refle-
xionar acerca de ellas, hemos considerado mejor adoptar una
exposición ordenada, de modo que nuestro relato sea elegante
y claro, aun en lo concerniente a los detalles. Y en la búsqueda
de los principios fundamentales de nuestro tema de estudio,
diversos y elegantes como son, nos hemos concentrado en aque-
llos que son del tipo matemático.

Luego, distingue las tres ramas principales de la


filosofía natural e indica cuáles son, en su opinión,
sus relaciones mutuas:
Aristóteles esboza adecuadamente otra distinción y divide la
teoría filosófica en tres partes: física, matemática y teológica.
las cosas de todo género pueden ser analizadas en materia,
forma y cambio; aunque ninguno de estos aspectos puede ser
considerado realmente como teniendo una existencia indepen-
diente de los otros, a no ser en el pensamiento. 1) As!, todo
el que se interese fundamentalmente por la fuente última de
todo cambio en el universo, llegará, a fin de cuentas, al Dios
inobservable e inmutable; y por ser la naruraleza de Dios una
cuestión teológica, solo podemos concebir su actividad como
ubicada muy por encima de nosotros, entre las cosas más ele-
vadas del universo, mucho más lejos que los objetos que pode-
mos observar directamente con nuestros sentidos. 2) Por
otro lado, la naruraleza de las cosas materiales ordinarias, con
sus propiedades continuamente cambiantes -color, calor, gus-
to, textura, etc.-, es una cuestión de física, pues las cosas de
este género pertenecen en su mayoría al ámbito sublunar mu-
table.
Quedan, plles: 3) los cambios de forma, es decir, los
cambios de trayeaoria, conformación, cantidad, tamaño, posi-
ción, tiempo, etcétera. Estas cosas, de las cuales nos ocupare-
mos, constiruyen el objeto de esrudio de la matemática y ocu-
pan una posición intermedia entre los otros géneros de cosas ...
Es evidente que dos de estos tres tipos de teorías diferentes
deben ser expuestos de manera especulativa, y no cientlfica: 1)
la teología, puesto que sus objetos son al mismo tiempo in-
observables y diflciles de captar, y 2) la flsica, porq ue las
cosas materiales de que se ocupa son tan inestables y diflciles
de examinar que nunca puede esperarse que los filósofos es-
tén de acuerdo con respeao a ella. Solamente el esrudio siste-
mático de la teorla matemática puede permitir a los que lo
llevan a cabo llegar a conclusiones sólidas, libres de duda,
puesto que sus demostraciones --sean aritméticas o geométri·
160
cas- se realizan de manera que no admite ninguna discusión.
Hemos decidido, pues, que este último es el género de teoría
que debemos estudiar de preferencia, para el mejor desarrollo
de nuestra capacidad, concentrándonos en su aplicación a las
cosas de naturaleza divina y celeste. Puesto que solamente la
ciencia de las cosas celestes se ocupa de objetos eternos e inmu-
tables, consideramos posible de esta manera llegar a conclusio-
nes que son al mismo tiempo claras ., ordenadas, y que tienen
también una validez eterna, como deben tenerla las conclu-
siones de una verdadera ciencia.

Compárese la posición de Ptolomeo, tal como está


expuesta aquí, con.la actitud de los antiguos filóso-
fos de la naturaleza griegos. Estamos a mitad ca-
mino de los babilonios. La teología se ocupa de "las
cosas más elevadas del universo", o sea, de las cosas
de los cielos divinos superiores; la física, en cambio,
se ocupa fundamentalmente de las cosas mutables
de la Tierra. En uno u otro caso podemos emplear
métodos matemáticos para discernir, extrapolando
a partir de la experiencia pasada, la manera en que
es probable que cambien las cosas. Pero el estudio
de la naturaleza real de las cosas de los cielos y de la
Tierra corresponde a disciplinas separadas. De este
modo, se abandona la ambición original de los grie-
gos de explicar los sucesos celestes en términos de
causas conocidas que operan en la Tierra.
Además, comparada con la matemática, la física
es una ciencia especulativa, acerca de la cual no
podemos esperar que haya acuerdo general. Las di-
ferentes escuelas de físicos continuarán argumen-
tando eternamente sin llegar a convencerse unas a
otras, al igual que teólogos de escuelas opuestas.
Pronto veremos claramente cuáles fueron las conse-
cuencias de este cambio de actitud. En efecto, puso
fin a la antigua fe en que la razón humana pueda
descubrir Jos principios naturales que gobiernan la
conducta de las cosas.
A primera vista Ptolomeo parece seguir a Platón,
para quien, en la ciencia, el verdadero conocimiento
solo puede provenir de la visión intelectual del orden
matemático de la naturaleza. Los cielos no son ente-
ramente perfectos ni inmutables, pero son todo lo
inmutables que pueden ser las cosas materiales, de
modo que, después de reflexionar en el ordenamien-
161
to matemático del sistema planetario, el hombre
puede anhelar instaurar una armonia similar en su
propia alma. En realidad, Ptolomeo ve en el estudio
de la astronomía algo del mismo fin moral que
Platón:
Más que cualquier otro tema de estudio, nos ayuda a me-
jorarnos, al obligarnos a concentrar nuestra atención en la
belleza y el valor de la conducta moral. Pues la· corresponden-
cia que se encuentra entre el orden de las cosas celestes divinas
y el orden de nuestras proposiciones matemáticas despierta en
los estudiosos de la astronomía matemática el amor por esa
divina belleza, y, de esta manera, los acostumbra a usarla como
modelo de su propia conducta, asimilando a elIa los poderes
del alma, por decirlo así.

Pero hay un cambio de tono fundamental. La acti-


tud de Ptolomeo es más afin a la de los neoplatóni-
cos, que quizás haya conocido en Alejandría. En su
opinión, una "visión" completa de las cosas eternas
no solo da una comprensión intelectual de la natu-
raleza, sino que también pone en unión mística con
lo divino. Ya no se confiaba en la ciencia racional
solamente para lograr el verdadero conocimiento: se
pensaba que la cabal comprensión de los cielos no
era alcanzable sino a través del contacto personal
con la divinidad. La distinción física de Aristóteles
entre una Tierra sujeta al cambio y los cielos inmu-
tables adquirió un carácter de la mayor importancia
teológica. Una vez más, los entes de los cielos fueron
objeto de adoración, como lo habían sido en la época
de los babilonios. Y una vez más, la astronomia fue
valorada por su conexión con la astrología, no con
la física.

LA REBELIÓN GENERAL CONTRA LA FILOSOFÍA

En la época de Ptolomeo, pues, el impulso racional


originario que animaba las investigaciones de los
griegos acerca de la naturaleza se había evaporado.
La ciencia nunca echó raíces profundas en la Grecia
clásica y la obra de los filósofos de la naturaleza no
afectaba las vidas de la mayoría de las personas.
La astronomía era una ciencia que podía haber ejer-
162
cido gran influencia en el sentido común de la época,
pero parecía haber fracasado. Si hubiera habido una
teoría realmente satisfactoria de los procesos del
sistema planetario, se habría reconocido universal-
mente la futilidad de la astrología. En lugar de ello,
mantenía su ascendientE: la "religión astral", que los
filósofos habían descartado en un comienzo. Además,
al trasladarse a Alejandría, la actividad científica
entró en una región en la cual la astrología tenia
una larga tradición de la que se enorgullecía.
Mientras que los atenienses eran en su mayoría in-
diferentes a la rivalidad entre la astronomía y la
astrología, la mayoría de los egipcios consideraba
natural ubicarse de parte de los astrólogos.
Por eso, desde alrededor del 100 a. C., la filosofía
estuvo a la defensiva. Había una creciente preocu-
pación por problemas tecnológicos, por un lado, y
por los problemas religiosos, por otro. Entre unos
y otros, la especulación científica racional se esfu-
mó gradualmente. Grecia y Egipto habían sido incor-
porados al Imperio Romano y los romanos se inte-
resaban primordialmente por cuestiones prácticas,
no por problemas teóricos. Los filósofos griegos del
último período se apartaron cada vez más de la
especulación racional acerca de la naturaleza y se
ocuparon más bien de problemas de ética y de teo-
logía.
La escuela estoica, fundada por Zenón de Citio
-que no tenía ningún parentesco con el Zenón de
las paradojas-, ejercía un gran atractivo sobre los
romanos y conquistó la adhesión de hombres tan
influyentes como Cicerón. Los estoicos tenian algu-
nas ideas científicas de valor, particularmente en
relación con la teoría de la materia, pero para mu-
chos de ellos la divinidad de los cielos -que era
para Aristóteles una cuestión de visión teórica-
tenia importancia sobre todo como una profunda
verdad religiosa. Sobre esta base, algunos de ellos
llegaron a elaborar un complicado culto de las estre-
llas, según el cual el alma de cada hombre escapaba
del cuerpo a su muerte para ir a reunirse con su
estrella personal (lámina V). Creian que todos los
sucesos naturales estaban determinados casualmen-
163
te, pero est.a creencia no estimulaba tanto la inves-
tigación científica como la fe en la adivinación.
Entre los romanos, la única filosofía capaz de
competir con la estoica era la de Epicuro. Tampoco
esta doctrina hizo mucho para impulsar la labor
científica y quizá los epicúreos estaban aún menos
interesados por los problemas de la astronomía.
Apartaron la atención de los hombres de los cielos,
arguyendo que lo que sucedía en ellos no era de
ningún interés para aquéllos, quienes debían enfren-
tarse con los problemas de la vida en la Tierra.
El poeta romano Lucrecio, que popularizó las ideas
de Epicuro en el siglo 1 a. C., llegaba a rechazar la
idea de las antípodas y consideraba que la esferici-
dad de la Tierra -que había sido durante muchos
siglos, en Atenas, un lugar común- era una especu-
lación totalmente infundada.
Por lo tanto, el fracaso en la solución de los pro-
blemas fundamentales de la astronomía científica
tuvo grandes repercusiones. Hasta Ptolomeo adherfa
a la doctrina estoica, en sus aspectos esenciales.
Inclusive escribió un complemento del Almagesto
en cuatro partes, conocido como el Tetrabiblos, en el
que hizo, dentro del campo de la astrología, lo que
ya había realizado en la astronomía matemática.
Ptolomeo señala en el prefacio de la obra la evi-
dente influencia que ejercen los cuerpos celestes so-
bre los asuntos terrenales y justifica a la astrología
comparándola con la predicción del tiempo. Cual-
quier tonto (expresa) puede ver que el Sol y la
Luna influyen en el crecimiento de las mieses, en el
ascenso y descenso de los mares, en los cambios
climáticos, en el tiempo de germinación de las si-
mientes, etcétera:
Supongamos, entonces, que un hombre conozca exactamente
los movimientos de todas las estrellas, del Sol y de la Luna
y sepa el lugar y el momento de cada una de sus conjuncio-
nes ... ; y que de estos datos pueda inferir, por cálculo y por
conjeturas felices, los efeaos caraaerÍsticos que resultan de ·la
acción combinada de todos esos factores. ¿Qué dificultad halla-
ría en predecir de qué manera será afectada la atmósfera por
la interacción de esos fenómenos en cualquier ocasión panicu-
lar, por ejemplo, si estará más cálida o más húmeda? Del mis-
mo modo, examinando la naturaleza de las circunstancias astro-
164
nómicas en el momento de su nacimiento, ¿por qué no podría
saber el carácter general que presentará el temperamento de
cualquier individuo, por ejemplo, saber que tendrá tales o
cuales características corporales y mentales?

La astrología, arguye Ptolomeo, no solamente es


posible, sino que también es útil. Todos usamos el
conocimiento de los cielos y de las estaciones para
saber cuál es la mejor época para la siembra, cuáles
son las ocasiones más favorables para la navegación,
cuál es el tiempo de obtener lefía para el fuego,
etcétera: "Nadie condena estas prácticas como impo-
sibles o como inútiles." ¿Por qué, entonces, vamos
a considerar inútil la astrología? En consonancia
con esto expone luego la significación política de los
eclipses y los poderes astrológicos de los diferentes
planetas: indica cuáles de ellos brindan calor o hu-
medad, cuáles son benéficos y cuáles son maléficos.
Ptolomeo consideraba a la astrología, en todo aspec-
to, en un pie de igualdad con la predicción de mareas
o con la meteorología. Todavía por el 1600 hallamos
que Kepler también la acepta. Hasta que Newton
estableció una teoría de la fuerza según la cual los
cuerpos celestes pueden actuar sobre las cosas te-
rrestres, era dificil demostrar la inutilidad científica
de la astrología.
El espíritu de investigación racional no murió
totalmente, pero la perspectiva de hallar un atajo
hacia la 'Verdad' desalentó la especulación racional
acerca de la naturaleza. Hasta la filosofía tuvo que
justificarse como sierva de la religión y no fue estu-
diada como un fin en sí misma, sino más bien como
un medio de estimular la piedad religiosa:
El sincero amor por la filosofía consiste únicamente en el
deseo de conocer mejor a la divinidad, mediante hábitos de
contemplación y de sagrada piedad. Muchas personas ya la han
adulterado con todo género de falsas sabiducias... y la han
mezclado con ciencias ininteligibles: la aritmética, las Erac-
ciones, la geometcia y otcas. La filosofía pura, que depende
exclusivamente de la piedad para con Dios, solo debe intere-
sarse por oteas ciencias en la medida que éstas. .. nos estimu-
len a admirar, adorar y bendecir la artesanía y la inteligencia
de Dios... Amar a Dios con un corazón y un alma simples.
reverenciar las obras de Dios y, finalmente, expresar en la
propia vida el agradecimiento a la Voluntad divina, en la cual
165
sOlamente existe la plenitud del Bien; ésa es la filosofía que
no se halla contaminada por ninguna nociva curiosidad de la
mente.
La idea de que la curios!dad racional era nociva
se convirtió en el grito de batalla de un contraata-
que a fondo dirigido contra la ciencia y la filosofía
griegas. En el siglo de Ptolomeo, el teólogo Tertu-
liano expuso con vigor esa idea:
¿Qué tiene que ver Jerusalén con Atenas, la Iglesia con la
Academia, el cristiano con el herético? Nuestra doctrina pro-
viene de la casa de Salomón, y éste nos ha enseñado: debemos
buscar al Señor en la simplicidad de nuestro corazón. Nada
tenemos que ver con un cristianismo estoico, con un cristia-
nismo platónico o dialéctico. Toda curiosidad termina en Jesús
y toda investigación en el Evangelio. Debemos tener fe y no
desear nada más.
En el siglo IV, las condiciones para la labor cien-
tífica en Alejandría empeoraron rápidamente; solo en
la matemática se realizó una labor de gran origina-
lidad. Se barrió con el espíritu crítico de la ciencia
y la ciudad se convirtió en escenario de reyertas
religiosas. Según una tradición, una muchedumbre
de cristianos fanáticos incendió la biblioteca; según
otra tradición, fueron los conquistadores árabes quie-
nes la incendiaron tres siglos más tarde. Quienes-
quiera hayan sido los responsables, destruyeron una
parte mayor de nuestra herencia intelectual que la
que se haya destruido en cualquier otra época, antes
o después. En el siglo VI había que convertirse al
{!ristianismo o abandonar la ciudad.
Alrededor del 500 hubo un breve renacimiento,
{!uyas dos figuras más conocidas eran dos enconados
enemigos intelectuales, Filopón y Simplicio. Después
de sus años de labor cientifica, Filopón (cuyos argu-
mentos relativos él la dinámica consideramos en el
último capítulo) se convirtió al cristianismo y se
empeñó en debates teológicos. Por ironía, el único
resultado perdurable de este entusiasmo teológico
fue su condenación póstuma como herético. Simplicio
abandonó Alejandría para establecerse en Atenas,
pero el emperador Justiniano suprimió la Academia
en el año 529, después de nueve siglos de existencia.
Junto con otros seis filósofos descollantes, Simplicio
166
se trasladó a Persia, con la esperanza de hallar UBa
atmósfera más ilustrada. Eventualmente volvió al
mundo griego, pero el futuro de éste ya estaba seña-
lado. En adelante, la dirección general del movi-
miento intelectual se orientó hacia el este, y la cris-
tiandad penetró en su conjunto en las edades
oscuras. Con una mirada retrospectiva, puede verse
que la declinación de la ciencia griega no se debió
a la falta de capacidad individual: los pocos hom·
bres que mantuvieron la tradición cientifica de los
griegos eran tan capaces como sus antecesores.
Filopón y Simplicio manifestaron ambos una com-
pleta comprensión de los problemas que habían tra-
tado Aristóteles y Platón. Además de anticipar la
idea del momento, Filopón hizo otras sugestiones
originales; llegó inclusive a rechazar la doctrina
fundamental de Aristóteles de que los cielos son
inmutables y están compuestos de un material muy
distinto del que compone las cosas terrestres. (Esto
originó una envenenada investigación por parte de
su opositor pagano, Simplicio, dirigida a ver de qué
manera reconciliaba ese punto de vista con su nueva
religión.) Lo que detuvo el desarrollo de la ciencia
en el mundo griego fue más bien el empeoramiento
general de las condiciones para la labor cientifica
y un difundido escepticismo con respecto al valor
de una filosofía racional de la naturaleza. Por eso, y
por talentosos que hayan sido, fue imposible para
hombres como Filopón y Simplicio trasmitir la tra-
dición científica a las generaciones posteriores.
Al menos en la cristiandad, la física habia sido anes-
tesiada y reducida a la inmovilidad.

NOTA: ARQuíMEDES y EL CÍRCULO

Los griegos se planteaban el siguiente problema:


"¿Qué figura limitada por líneas rectas tiene un
área igual a la de un circulo dado?" Este problema
era parte del problema general de la "cuadratura
del circulo". Arquímedes le dio una solución me-
diante un razonamiento en el que introdujo "limites"
y llegó de este modo a una fórmula para la super-
ficie del círculo equivalente a nuestra "It r 2 • Su prue-
ba puede presentarse de la manera siguiente:
167
Todo triángulo rectángulo puede ser considerado
como la mitad de un rectángulo cuyos lados, a y b,
son los lados menores del triángulo y cuya diagonal
e, es la hipotenusa. El área del triángulo será, enton-
ces, lf2 abo
Podemos construir entonces una serie de figuras
formadas solamente por triángulos rectángulos, cuya
superficie se aproxime a la de un círculo dado tanto
como nos plazca. Podemos comenzar trazando un
cuadrado cuyos vértices sean puntos del círculo y
luego duplicar el número de lados para obtener un
octógono; si repetimos la operación obtenemos una
figura de dieciséis lados, y así sucesivamente. Cada

G
El método de Arquímedes para hallar el área de un círculo
El triángulo ABe tendrá un área de lf2d1 X 1fsPl'
El área total del cuadrado ADEF será ~dlP\.
El octógono HDIEJFGA tendrá un área de lf2d~2' etc.
J es siempre la longitud de la perpendicular trazada desde
el centro de una figura a cualquier lado del polígono,
y p es el perímetro.

1GB
una de estas figuras tendrá una superficie menor
que la del circulo, pero siempre podemos reducir la
diferencia aumentando el número de lados. Para
llegar a la superficie del círculo, tendríamos que
aumentar indefinidamente el número de lados; de
este modo, el circulo puede ser concebido como el
"límite matemático" al que nos aproximamos a me-
dida que los lados del polígono inscripto aumentan
en número.
El cuadrado está compuesto por ocho triángulos
rectángulos iguales (uno de los cuales está sombrea-
do en la figura), cada uno de los cuales tiene como
hipotenusa un radio del circulo. Si la perpendicular
desde el centro del circulo a un lado del cuadrado
es de longitud di y el perímetro del cuadrado (o sea
la longitud total de sus lados) es PI' cada triángulo
tendrá un área igual a V2 dI por % PI Y el área total
del cuadrado será de 1f2 d¡ PI. De manera análoga,
el octógono tendrá un área % el:! P2' el decahexá-
gono un área de 1f2 da Pa' etcétera, donde d es la
longitud de una perpendicular trazada desde el cen-
tro a cualquier lado del polígono y P es su perí-
metro.
A medida que aumenta el número de lados, d se
aproxima en longitud al radio del círculo, mientras
que P se aproxima continuamente a la longitud de
la circunferencia. De este modo, la superficie de los
polígonos se aproxima cada vez más al valor 1f2
radio X circunferencia, aunque nunca llega a ese
valor.
Construyamos luego una segunda serie de figuras
exteriores al círculo. Un cuadrado de perímetro P'
tendrá un área de 1f2 rp'; un octógono tendrá un
área de 1f2 rp"; un decahexágono un área de 1f2 rp'"
etcétera. Las superficies de estas figuras serán ma-
yores que la del círculo, pero, una vez más, podemos
reducir el exceso tanto como nos plazca aumentando
el número de lados. A medida que "contraemos"
gradualmente de esta manera el polígono circuns-
cripto al círculo, 169 la superficie se aproximará más
y más al valor límite de 1f2 radio X circunferencia.
Todos los polígonos inscriptos son menores que
el circulo dado y todos los circunscriptos son mayo-
r~s, pero unos y otros convergen al mismo límite.

169
Este límite, sostenía Arquimedes, es la superficie
del circulo. Puesto que se define al número "It como
la razón de la circunferencia de un circulo a su
diámetro, podemos sustituir el valor 2"1tr en lugar
de la longitud de la circunferencia, en la fórmula
que Arquimedes da del área: "1h radio X circunfe-
rencia", con lo cual obtenemos la fórmula que nos
es familiar:
Área del círculo = "ltr2 •
Este razonamiento contiene el germen de la idea
de los "infinitésimos". Posteriormente, el método de
dividir figuras o magnitudes en partes cada vez me-
nores para obtener la fórmula buscada como un
"límite", fue trasladado de la geometría y la está-
tica (en las cuales lo introdujo Arquímedes) a la
dinámica. A fines del siglo XVII, esto condujo ;:¡ la
creación del cálculo de "fluxiones" o "infinitési-
mos" por Newton y Leibniz y a su introducción a
la dinámica tal como la conocemos.

LECTURAS y OBRAS DE CONSULTA


COMPLEMENTARIAS

Tanto los estudiosos como los autores de obras populares han


descuidado hasta hace muy poco el período tardío de la
ciencia griega. Se hallará una breve exposición de la ciencia
Alejandrina en
CLAGETT, M., Greek Science in Antiquily.
El sistema astronómico ptolemaico se discute con cierta exten-
sión en el libro de Dreyer y también en un apéndice a la
segunda edición de la obra más reciente:
NBUGBBAUER, O., The EXIlCI Sciences in Antiquity.
Sobre la filosofía narural de los .griegos en los siglos posterio-
res a Aristóteles, consultar:
SAMBURSKY, S., The Phys;cs 01 the Stoics.
KIRK, G. S., Y RAVEN, J., Stoics tlnJ Epicuretllls.
FBSTUGIERB, A. J.. Epicurus tlnJ bis GoJs.

En el libro de Heath sobre Aristtlrco se discute el desarrollo


de la astronomía griega en el período anterior a Ptolomeo,
170
pero aún no hay ninguna edición o traducción aceptable del
AJtlU~gesto al inglés hasta el presente (1960). S. Sambutsky
tiel!e en preparación una colección de textos científicos que
datan del período examinado en este capítulo, colección cuya
necesidad se ha hecho sentir desde hace tiempo.
Sobre las teorías alejandrinas del último período, y especial-
mente sobre la influencia de los neoplatónicos, aún es me·
pester consultar los tratados eruditos, por ejemplo:
FESTUGIERE, A. J,. La Révéla#on d'Hermés Trismeg;sle.
Sobre la versatilidad de las construcciones con epiciclos de Pto·
lomeo, ver el anículo de N. R. Hanson en [Sis .(Sea.ttle)
de 1960. Se muestra el uso de epiciclos para explicar el
movimiento retrógrado en la sección griega de ia película
Tierra 'Y delo.

1'11
Segunda parte

LA NUEVA PERSPECTIVA Y SUS


CONSECUENCIAS

CAPÍTULO VI

EL INTERREGNO

Después del Almagesto de Ptolomeo no surgieron


nuevas ideas importantes en la astronomía durante
casi 1.400 años. En el siglo XVI, los astrónomos aún
se ocupaban de los mismos problemas que había
abordado Ptolomeo y recién empezaban a entrever
una solución de los mismos. Para muchas personas,
este período de estancamiento es misteriosa e inex-
cusablemente largo, y buscan a alguien a quien
culpar de ello. Seguramente (así creen), la interrup-
ción hubiera terminado antes si no se hubiera impe-
dido a los hombres reconocer verdades que eran
fáciles de discernir, de lo cual quizás haya sido res-
ponsable la Iglesia.
Pensar de esta manera equivale a pasar por alto
dos puntos cruciales. El paso a nuestra concepción
moderna del universo no podía hacerse mediante un
mero reconocimiento de hechos obvios. Exigía toda
una serie de audaces avances intelectuales que solo
podían realizarse a medida que se acumularan gra-
dualmente nuevos elementos de juiciO y se enfren-
173
taran dificultades y objeciones de peso. Esto reque-
ría tiempo, inevitablemente. Sea como fuere, ese
proce~o no podía iniciarse de inmediato. El brote
juvenil de la ciencia griega, que había sido cercenado
en Atenas y Alejandría, tuvo que ser trasplantado
y cultivado nuevamente en tierra nueva. Pasaron
muchos años antes de que pudiera arraigarse firme-
mente en un nuevo medio ambiente y durante un
tiempo lo suficientemente largo para dar nuevos
frutos.

EL CAMINO INDIRECTO

En el último período de la antigüedad, los intelec-


tuales de Alejandría se interesaron más por la teo-
logía y las ciencias ocultas que por la filosofía y las
ciencias naturales. En Atenas, la academia fue ce-
rrada. En Constantinopla, las autoridades del muti-
lado imperio romano de Oriente se hallaban absor-
bidas por problemas de política y de teología. Por
supuesto, se conocía algo de la antigua tradición de
la filosofía natural, pero no había serias oportuni-
dades de desarrollarlas. Los libros y los manuscritos
dorrnfan en las bibliotecas acumulando polvo.
A los ojos de las autoridades bizantinas, el estado
era la personificación política de la cristiandad, así
como para las autoridades rusas de la actualidad, la
URSS es la personificación política del marxismo.
Esta identificación de la Iglesia cristiana con el
Estado bizantino tendía a convertir toda polénúca
intelectual en una polémica ideológica: las opiniones
se juzgaban, no solamente por sus méritos, sino
también por sus presuntas tendencias políticas.
Las concepciones intelectuales no ortodoxas corrían
el riesgo de ser c!"ondenadas, no solamente como he-
réticas, sino también como traidoras. La atmósfera
intelectual resultante de esto no era muy estimu-
lante para la especulación imaginativa que se nece-
sitaba a fin de desarrollar y hacer progresar la
ciencia. Por eso, la filosofía natural fue colocada en
el congelador.
Los hombres de la época asociaban la ciencia grie-
ga con el paganismo. Después del 500, pocos de los
174
Padres de la Iglesia se molestaban siquiera en con-
denarla; solamente Lactancio, a principios del siglo
IV, hizo un intento serio de refutar los argumentos
de los griegos,rechazando la doctrina de la esferi-
cidad de la Tierra y ridiculizando la idea de las
antipodas como totalmente imposible. En una geo-
grafía popular del siglo VI de Cosmas, también se
hacía burla de los astrónomos griegos:

... con aires arrogantes, como si hubiesen superado en sabi-


duría al resto de la humanidad, atribuyen a los cielos una
forma esférica y un movimiento circular; mediante métodos y
cálculos geométricos aplicados a los cuerpos celestes, así como
mediante el abuso de palabras y con mundanos artificios, tratan
de discernir la posición y la fonna del mundo por medio de
los eclipses solares y lunares, conduciendo a otros al error, aun-
que son ellos mismos quienes están en el error al mantener que
tales fenómenos no podrían presentarse si su forma no fuera
esférica.

Alrededor del 1100, la historiadora Ana Comnena


hablaba con respeto de Ptolomeo, pero la emperatriz
Irene, en el siglo XIII, se burlaba drl sabio acropolita
por decir que los eclipses se debían a que la Luna
se interponía entre la Tierra y el Sol. Para la ma-
yoría de los teólogos, el estudio de la naturaleza solo
era interesante como una fuente de alegorías que se
usaban para ilustrar las virtudes y bellezas de la
vida espiritual. En este sentido, la ciencia simple-
mente pasó de moda.
En cuanto al imperio romano de Occidente, desde
la época de las invasiones germánicas y francas
hasta alrededor del 1000, su contribución a la tradi-
ción científica fue totalmente insignificante. Econó-
micamente, las invasiones lo redujeron al nivel de
la subsistencia: se falsificaba la moneda y las opor-
tunidades para la vida intelectual eran muy limita-
das. Si había algún lugar en el que la edad oscura
fuera realmente oscura, era allí.
Por eso, el resultado fue que las menguadas reli-
quias de la ciencia griega llegaron a la Europa me-
dieval por una ruta indirecta: emigraron varias
veces de un centro intelectual a otro en el Medio
Oriente y finalmente volvieron a entrar a Europa
a través de los reinos árabes de España y Sicilia.
175
Así, las obras científicas de los sabios antiguos como
Aristóteles y Ptolomeo llegaron a las incipientes
universidades de Francia, Italia e Inglaterra en ver-
-.siones de tercera o cuarta mano. En algunos casos
ihabían sido traducidas hasta tres veces. Recopilados
y cargados de comentarios, esos textos llegaron a
Europa para ser encajados de manera forzosa -co-
mo fragmentos incompletos de cuatro o cinco rom-
pecabezas aislados- en el esquema conocido en la
Edad Media como el sistema del mundo de la anti-
güedad. (Lámina IX.)
Solamente necesitamos mencionar aquí los princi-
pales mojones de este camino indirecto. No era una
casualidad que Simplicio y sus amigos se dirigieran
en primer término a Persia con la esperanza de
hallar una recepción más simpática. Los monasterios
de Armenia y Siria, provincias bizantinas del orien-
te, eran ya centros de erudición, donde la filosofía
y la ciencia griegas habían sido traducidas al siriaco
-lengua semítica emparentada con el hebreo y con
el árabe- y sus obras atravesaron las fronteras para
llegar hasta Persia. Los doctores y maestros del
gran hospital establecido por el rey persa en. Jun-
dishapur, cerca de la frontera entre los estados
modernos del Irán y del Irak, eran en buena parte
judíos de habla siriaca y cristianos; con el tiempo,
el lugar se convirtió en un centro de ensefianza de
considerable importancia.
A principios del siglo VII los adeptos de Mahoma,
provenientes de Arabia, invadieron todo el Medio
Oriente; en pocas décadas ocuparon toda Persia,
Egipto, la costa de África del Norte y el sur de
Espafia. Pero las condiciones para la vida intelectual
siguieron siendo favorables debido a la tolerancia
religiosa del Islam de la primera época. Desde el 750
en adelante los grandes protectores de la ciencia
fueron los califas de Bagdad, la magnífica ciudad
nueva fundada a pocas millas, río arriba, de las
ruinas de Babilonia. Se decía que su interés por la
astronomía lo despertó un visitante de la India.
El conocimiento de la ciencia había llegado a la
India como resultado de las conquistas de Alejan-
dro, y las doctrinas hindúes existentes acerca de la
.astronomía eran una especie de compromiso entre
176
las de Hipareo y las de Ptolomeo. El califa Alman-
zar ordenó que esas doctrinas fueran traducidas al
árabe y adaptadas al uso local. Posteriormente, se
hizo una traducción del Almagesto de Ptolomeo y
se construyó un nuevo observatorio en Bagdad en el
año 829, en el cual trabajaron los más destacados
astrónomos árabes. En la nueva universidad árabe
de Bagdad, la Bait AI-Hikma, se tradujeron también
al árabe las obras de Aristóteles, Arquímedes y otros
científicos, algunas del siriaco y otras directamente
del griego.
Así, al menos durante dos siglos, Bagdad fue un
gran centro de estudios matemáticos y astronómicos.
La tolerancia religiosa y el mecenazgo oficial per-
mitieron que se mantuviera vivo en el mundo islá-
uúco el interés activo por la naturaleza. Bagdad
sucedió a Atenas, Alejandría y Jundishapur como
centro de atracción para los sabios: muchos de los
principales científicos árabes solo eran "árabes" por
la lengua, pues provenían de regiones muy distantes
del Imperio. Desde Córdoba, en España, hasta Samar-
canda, en el Asia Central, el mundo islámico cons·
tituía una unidad cultural.
La edad de oro de la ciencia, en Bagdad, perduró
hasta poco más del 1000. En medicina y en química
los árabes hicieron contribuciones substanciales, pero
en astronomía y en dinámica solo tuvieron tiempo
de asimilar y adaptar las tradiciones existentes.
Desarrollaron y en gran parte mejoraron los instru-
mentos astronóuúcos que les legaron los griegos,
particularmente el estro labio, una especie de sex-
tante-con-computador que era muy usado para orien-
tarse en el desierto, tanto como en la astronomía.
(Durante siglos, las caravanas han avanzado princi-
palmente de noche, para evitar el sofocante calor
del sol de mediodía, y por eso las estrellas eran su
guía natural.) Hicieron nuevos cálculos de la dimen-
sión de la Tierra y de las distancias relativas de los
planetas, e investigaron pequefias irregularidades
en los movimientos planetarios, pero no introduje-
ron ningún cambio fundamental en los métodos de
Ptolomeo. Indudablemente, nunca pusieron en tela
de jUicio los aspectos centrales de su esquema; a lo
sumo, trataron de adecuarlo más estrechamente a
177
las ideas de Aristóteles. El problema era reconstruir
el sistema aristotélico de esferas sólidas y transpa-
rentes de manera de dar sentido mecánico a las
construcciones geométricas de Ptolomeo, como el
mismo Aristóteles había hecho con la geometría de
Eudoxo. El esquema sólido y mecánico que resultó
de ello, una mezcla maravillosamente complicada de
esferas excéntricas transparentes separadas por co-
jinetes de epiciclos, iba a convertirse más tarde en
un elemento esencial de la cosmología de la Europa
medieval. Las "inteligencias" que algunos árabes
suponían necesarias para mantener en movimiento
a las esferas planetarias, fueron identificadas enton-
ces, en la mente popular, con "poderes angélicos".
Después del 1000, el centro de la actividad inte-
lectual del Islam se desplazó hacia el oeste, a Espa-
ña, y a los sabios de las regiones vecinas de Europa
se les abrió el apetito por los tesoros perdidos de la
ciencia antigua. Las guerras de los siglos xu y XlII
no tenían el carácter extremo que adquirieron desde
entonces; aunque en España, la Castilla cristiana
y la Andalucía islámica se hallaban en estado conti-
nuo de querella por motivos políticos y religiosos,
había un flujo constante de sabios y traductores a
través de la cambiante frontera. Alrededor del 1150,
el sabio Gerardo de Cremona parece haber fundado
hasta una especie de oficina de traducciones en
Toledo, dedicada a hacer versiones latinas de textos
árabes relativos a una gran variedad de temas.
En Italia surgió un comercio de ideas semejante,
que unía la Sicilia mahometana con el nuevo hospi-
tal de Salerno, cerca de Nápoles.
Desde el siglo XII en adelante, el poder político
del Islam comenzó a declinar. En sus días de gloria,
no había habido hostilidad entre filósofos y teólogos.
Pero luego, bajo la amenaza política creciente, ve-
mos repetirse la situación que se dio en Alejandría:
la investigación racional en la ciencia y en la filo-
sofía fue condenada por vez primera como corrupto-
ra de las verdades del Islam. La tradición científica
comenzó a extinguirse en el mundo árabe y si su
conocimiento no hubiera llegado a Europa en el mo-
mento en que llegó, la corriente principal de los
178
estudios astronómicos y físicos podría haberse diri-
gido más bien hacia el Este, a Asia.
El primer gran maestro del Renacimiento latino
fue el sabio Gerberto, que se convirtió más tarde
en el Papa Silvestre 11. Desde el año 972 fue un
activo estudioso y maestro de la lógica, la matemá-
tica y la astronomía, en Reims. Sus conocimientos
se limitaban al escaso material disponible en latín,
pero sus discípulos comenzaron a extender su mi-
rada más lejos: poco después del 1000, empezó a
atravesar la frontera, desde la España musulmana,
la primera filtración seria de material de enseñanza.
Fulberto, Obispo de· Chartres de 1006 a 1028, fundó
la primera de las grandes escuelas catedrales. Desde
esa época se restableció en Europa la cadena de
maestro a discípulo que ha continuado ininterrum-
pidamente hasta la actualidad.
El mismo Fulberto se apresuró a sacar ventajas
de los nuevos contactos intelectuales con los árabes.
En su época llegó a Europa desde el mundo islá-
mico el astrolabio y comenzaron a hacerse nueva-
mente toscas mediciones astronómicas. Hasta ese
entonces la enseñanza se había valorado en el mun-
do latino por el mejoramiento que podía ofrecer al
alma del hombre; Fulberto estimuló la enseñanza
de todo género y por su propio valor. Incidental-
mente, las Cruzadas despertaron un nuevo interés
por el griego, y el saqueo veneciano de Constanti-
nopla (el único resultado efectivo de la cuarta Cru-
zada) creó un comercio transmediterráneo de viejos
manuscritos, comparables al comercio transatlántico
de libros raros de la actualidad. En el siglo xv, los
manuscritos griegos antiguos ya habían adquirido
el valor propio de un objeto de moda entre las per-
sonas ricas y educadas, y a ellos alude Robert
Browning en el poema El obispo ordena su tumba.
El Obispo teme que sus hijos economicen en su
tumba y trata de sobornarlos con promesas de las
posesiones más deseadas y más deseables, promesas
que debían cumplirse desde más allá de la tumba:
'Tis jasper 'le stand pledged lO, lest 1 gr;fI1Ie
M'l bath mt¿st needs he left bebind, alas!
One block, pure green as a p;stachio-nul,
There's plenl'l iasper somewhere in the worU--
179
Ami have 1 not St P,axed'J ear to pr4'Y
H01'JeJ 101' '1e, aná brown G,.eeJ¡ manuJct'iptJ,
And m;Jtt'eJSeJ with gt'eat smooth marb1'Y limbs?
(Es jaspe lo que se os promete, para no lamentar
Que os olvidéis de mi baño, ¡ay!
Todo un trozo de jaspe, de verde puro como un alfóncigo.
En alguna parte del mundo hay gran cantidad de jaspe--
¿Y acaso no tengo el favor de San Práxedes
Para pedir caballos para vosotros, y pardos monumentos griegos
Y queridas de suaves y marmóreos miembros?)

EL RESURGIMIENTO MEDIEVAL

Es dificil darse cuenta cuán ignorantes eran los


hombres ilustrados de la Europa occidental en el
afio 1000 y cuánto camino debían remontar antes de
poder competir con los árabes, para no hablar de me-
jorar a Aristóteles. En la época de la primera Cru-
zada, Europa estaba en retroceso. Constantinopla
tenía diez veces el tamaño de cualquier ciudad de
la Europa occidental y sus autoridades trataron,
con razón, a los cruzados, que se habían invitado a
sí mismos, como a una chusma incivilizada. También
Córdoba, en la España árabe, superaba en brillo a
las capitales europeas. Tenía una biblioteca de me-
dio millón de volúmenes en la época en que la
Biblioteca Real de París quizá solo contenía 2.000.
Conocedores de apenas algunos fragmentos de la
tradición antigua, los hombres de letras europeos
ni siquiera podían comprender los textos elementa-
les que aún poseían. Uno de los discípulos más
famosos de Fulberto, Regimbaldo de Colonia, halló
una observación en Boecio que ni él ni Ralfo de
Lieja pudieron descifrar. Se refería al teorema ele-
mental de Euclides según el cual "los ángulos inte-
riores de un triángulo son iguales a dos ángulos
rectos". Ninguno de esos hombres, que estaban en-
tre los principales eruditos de la Europa occidental,
había oído hablar antes del teorema y ni siquiera
sabían qué significaba la expresión "ángulos inte-
riores de un triángulo". Sus conjeturas eran suma-
mente erróneas: Regimbaldo, por ejemplo, creía que
significaba "los ángulos rectos de cada lado de una
180
perpendicular trazada desde el vértice de un trián-
gulo a la base". Por eso, al reconstruir la tradición
científica después del 1000, los hombres de la Europa.
occidental tuvieron que comenzar desde cero.
Dada esa situación, son comprensibles algunas q~
las evidentes deformaciones del cuadro que se hi-
ciera de la ciencia antigua. Pocos sabios medievales
podían leer el griego; por otro lado, las traducciones
que sufrieron al siriaco y al árabe introdujeron en
los textos, como en el juego de salón consistente
en transmitir una frase de una persona a otra, no-
solamente algunas verdades adicionales, sino tam-
bién un buen número de corrupciones y malas inter-
pretaciones. La tarea ulterior de traducir los textos
antiguos al latín tuvo que ser realizada por hombres
poco familiarizados con los términos y las ideas
técnicas que se encontraban en ellos, lo cual contri-
buyó, naturalmente, a aumentar la confusión. Cuan-
do comenzaron a llegar de Constantinopla textos de
primera mano, la tarea se hizo un poco más fácil;
pero, para comenzar, no había siquiera manera de
distinguir los errores de Aristóteles (por ejemplo)
de los desatinos de traductores e intérpretes. Puesto
que en muchos casos el conocimiento y la compren-
sión personales de Aristóteles habían demostrado
ser tan profundos y tan exactos, no debemos asom-
bramos de que los sabios europeos pronto comenza-
sen a sentir agudamente su inferioridad intelectual.
Era muy razonable vacilar antes de concluir que
Aristóteles se había equivocado.
Una confusión aún mayor resultaba de la tenden-
cia de los sabios medievales a mezclar las doctrinas
astronómicas de Eudoxo, Aristóteles y Ptolomeo, y
a borrar todos los desacuerdos y las incompatibili-
dades. Su examen retrospectivo, realizado después
de todo un milenio, no les permitió reconstruir el
desarrollo histórico del pensamiento griego en pers-
pectiva. (A pesar de todas nuestras ventajas inte-
lectuales, nosotros mismos cometemos a menudo el
mismo error, al buscar un único "cuadro del mundo
medieval" coherente, que abarque todas las concep-
ciones desde el año 1050 hasta la época de Galileo.)
El cuadro reconstruido difería de las teorías grie-
gas originales, no solamente en perspectiva, sino
181
también en lo que se consideraba de mayor impor-
tancia. Por carecer de una tradición de enseñanza,
los sabios medievales tenían que intercalar sus pro-
pias interpretaciones en las diferentes partes del
cuadro. Por ejemplo, hallamos que en las ideas
de Aristóteles del "motor inmóvil" y del cielo más
externo recibieron un matiz religioso notablemente
distinto al que el mismo Aristóteles les había dado.
El nuevo énfasis en las relaciones entre la filosofía
natural y la teología alteraron toda la perspectiva
del cuadro cosmológico.
Era inevitable que la Iglesia desempeñara un pa-
pel fundamental en el resurgimiento medieval de la
ciencia. Algunos eruditos han vociferado contra el
escolasticismo y han denunciado la influencia de la
Iglesia como "reaccionaria", trasladando retrospec-
tivamente a la alta edad media el pánico ideológico
que manifestó la Inquisición alrededor del 1600 y
del cual fue un síntoma el juicio de Galileo. En reali-
dad, la edad media fue en su mayor parte un período
de creciente confianza intelectual, y la Iglesia se
sentía feliz de suministrar los institutos que se ne-
cesitaban para la rehabilitación de la filosofía. Espe-
cialmente en las órdenes dedicadas a la enseñanza,
se daba una oportunidad a los hombres para cons-
truir un cuerpo de conocimiento y trasmitirlo a
otras generaciones de discípulos en sucesión ininte-
rrumpida, de manera que antes no había sido posible
durante cientos de años. Durante la Edad Media, los
hombres de estudio pudieron dedicarse nuevamente
a adquirir el dominio de tecnicismos y a especiali-
zarse en temas que no tenían ninguna importancia
práctica inmediata. Sin esta restauración de una
tradición de estudio teórico desinteresado, la ciencia
nunca podría haber resurgido en Europa como efec-
tivamente resurgió. (Láminas VII y VIII.)
Claro que también hubo retrocesos. La Ffsica y
la Metafísica de Aristóteles llegaron a Europa a tra-
vés de Averroes, cuyos comentarios destacaban la
dificultad de reconciliar la ciencia de Aristóteles con
la teología ortodoxa, sea musulmana o cristiana.
Como resultado de esto, durante algunas décadas,
desde el 1210 en adelante, esas obras quedaron eli-
minadas de los programas de estudio de las escuelas.
182
Pero Santo Tomás de Aquino (1225-1274) se dedicó
a la tarea de mostrar que en el sistema de Aristó-
teles no hay nada esencialmente incompatible con
la teología cristiana ortodoxa. Aunque no era labor
fácil, integró los rasgos principales de la síntesis
aristotélica con la concepción ortodoxa del universo.
Desde esa época en adelante, el gran sistema teórico
creado por Aristóteles se convirtió en el cimiento
de la ciencia natural de Occidente.
Por el 1600, la identificación de la Igle¡lia con
Aristóteles se había convertido en un obstáculo.
Era difícil llevar a cabo la reconstrucción que reque-
ría la física por aquel entonces sin entrar en con-
flicto con las autoridades teológicas. La Inquisición
impuso prácticas de represión intelectual que la
Iglesia no habría admitido un siglo antes. (En reali-
dad, el libro de Copérnico fue puesto en el fndex
por primera vez sesenta años después de su apari-
ción.) Pero esto ocurrió 500 afios después del primer
resurgimiento serio de la erudÍción. No es posible
apreciar con justicia la contribución de la Iglesia,
como institución, al desarrollo de las ideas científi-
cas durante la Edad Media examinando de manera
exclusiva el período de mayor ansiedad de la misma,
o sea, desde el 1550 en adelante. También debemos
tomar en consideración los años de confianza, desde
el 1000 al 1500, cuando sus sabios y doctores más
destacados se dedicaban a asimilar la ciencia de los
antiguos y a hacer sus propios aportes timidos. Solo
sobre esta base previa es posible apreciar y com-
prender cabalmente las tareas intelectuales con que
se enfrentaron Copérnico y sus sucesores.

EL FUNDAMENTO DEL QUE PARTIÓ COPÉRNICO

Los astrónomos del siglo XVI heredaron de la Edad


Media dos tradiciones distintas: por una parte, un
conjunto de técnicas de cálculo que no hablan cam-
biado desde la época de Ptolomeo; por otra, un cua-
dro cosmológico general. Este último era una amal-
gama de la fisica de Aristóteles y los epiciclos de
Ptolomeo, sumergida en una armazón construida
183
por los místicos neoplatónicos y los teólogos cris-
tianos.
Toledo era el centro desde el cual Gerardo de
Cremona hacía circular sus traducciones de los clá-
sicos de la ciencia árabe y fue también allí donde,
en 1252, se elaboró un nuevo conjunto de tablas
planetarias mediante el uso de los métodos de
Ptolomeo. Las tablas fueron confeccionadas por un
equipo de astrónomos judíos y cristianos cuya labor
fue seguida con un interés activo (y quizás también
con la colaboración) del rey Alfonso X de Castilla.
(Alfonso estaba evidentemente espantado por la
complejidad de la tarea; afirmaba qUE' si Dios lo
hubiera consultado cuando planeaba la Creación,
le hubiera hecho un par de sugerencias.) Estas
Tablas alfonsinas circularon por toda Europa du-
rante 300 años, y durante ese período fueron las
mejores de que se podía disponer. Se las hizo impri-
mir en 1483 y solo fueron superadas en 1551, cuando
Erasmo Reinhold preparó sus Tablas prusianas para
el Duque de Prusia, sobre la base de las nuevas
técnicas de Copérnico. Pero las tablas posteriores
no eran más dignas de confianza que las anteriores,
sino que solamente estaban más al día.
El cuadro cosmológico no desempeña ha ningún
papel importante en los tratados profesionales de
astronomía. Se lo encuentra descripto más bien en
los manuales populares de cosmología, por ejemplo,
en el De Sphaera de Juan de Holywood que desde
mediados del siglo XIII fue durante tres siglos un
libro de texto elemental corriente. El mismo cuadro
vuelve a aparecer en la poesía de la época y aun
en los tratados de teología más complejos, como en
la Summa Theologiae de Santo Tomás. En él, la re-
gión inmutable exterior a la esfera de las estrellas
fijas era identificada con el cielo de la religión cris-
tiana. Se asignaban diferentes funciones a los nueve
órdenes de ángeles y se los asociaba con distintas
partes del cosmos: tres de los grados operaban en
el empíreo más externo, tres en la Tierra misma y
tres en la región intermedia. La creación más humil-
de y más imperfecta se encontraba en la Tierra; a
medida que se atravesaban las esferas celestes hacia
el exterior, los cielos eran cada vez más perfectos.
184
l\;'lás allá de la esfera más externa estaba la mansión
de. Dios y de todos los elegidos.
En el gran poema en tres partes del Dante, la
Divina comedia, este simbolismo es desarrollado aún
más. En él se ubica el Infierno en el centro de la
Tierra, de modo que la vida del hombre se desen-
vuelve -simbólicamente -a mitad de camino entre
el mundo perfecto superlunar y las pútridas regio-
nes infernales. Mediante otras analogías (que exa-
minaremos en un libro ulterior) se hacía concordar

El esquema del universo de Dante


185
las ideas centrales de la zoología y la teoría de la
materia con esta jerarquía celeste. Toda la ciencia
natural, según eso, parecía confirmar la concepción
de la religión: que el universo era (por decirlo asO
una manzana de oro con un centro podrido.
Las exposiciones populares de la ciencia moderna
frecuentemente pintan a Nicolás Copérnico (1473-
1543) como un hombre que se propuso deliberada-
mente refutar ese cuadro del universo. Se lo mues-
tra como el iniciador de una nueva dirección en la
ciencia que condujo en línea recta a nuestras con-
cepciones modernas a través de Galileo y de Newton,
y como el proclamador de verdades que los hombres
de su tiempo eran demasiado ciegos para ver o de-
masiado prejuiciosos para admitir. Según este enfo-
que, su gran libro Sobre las revoluciones de las
esferas celestes es el primer mojón de la ciencia
moderna. punto de origen en la astronomía de la
revolución copernicana que luego se convirtió en
una revolución científica general. Una vez que los
hombres comenzaron a confiar en las evidencias
de sus propias observaciones y experimentos, y ya
no fueron trabados por la tradición, el descubri-
miento de Copérnico de que la Tierra se mueve
alrededor del Sol fue pronto seguido por otros des-
cubrimientos igualmente revolucionarios... Más o
menos así discurre esta historia.
Debemos ahora mirar más allá de las semiverda-
des de esta caricatura para discernir lo que Copér-
nico intentó realizar y lo que de hecho realizó. Pues
en la ciencia, como en política, el término "revolu-
ción" -que supone el derrumbe de toda una estruc-
tura elaborada y su reconstrucción de un día par~
otro- puede ser sumamente engañoso. En el des-
arrollo de la ciencia, como veremos, las revoluciones
totales nunca se producen, pues es demasiado lo que
es necesario reconstruir. Al comienzo, las nuevas
ideas son simplemente maneras de enfocar ciertos
problemas específicos. Una vez que han demostrado
su valor como soluciones de estas dificultades par-
ticulares, deben enfrentarse luego con otras objeció-
nes dentro de su campo original de aplicación.
Sus plenas posibilidades e implicaciones solo se ha-
cen evidentes de manera gradual, a medida que
186
aquellos que trabajan en otros campos desarrollan
las nuevas construcciones y que el resto de nuestras
ideas son reorganizadas para que armonicen con
aqué,llas. Los cambios que a la larga son los más
profundos pueden haber tenido comienzos muy mo-
destos.
Copérnico desplazó a la Tierra de su posición en
el centro del sistema planetario sin ningún espíritu
de rebelión contra las tradiciones. Lo hizo simple-
mente porque, en su opinión, las construcciones
improvisadas de Ptolomeo ofendían al intelecto y
deseaba elaborar un sistema más coherente de geo-
metría planetaria. Fue necesario más de un siglo
para que este sistema llegara a formarse. Pues, al
menos hasta cincuenta años después de su muerte,
no era de ningún modo claro que sus ventajas supe-
raran a sus desventajas, o que pudiera responder a
las objeciones que se le oponían. Eventualmente,
Copérnico triunfó allí donde había fracasado Aris-
tarco, pero ello se debió a que tuvo la fortuna
de tener otros sucesores. Las teorías de Kepler y de
Newton dieron profundidad y nuevo significado a
un cambio que, en Copérnico mismo, apenas era
algo más que un prejuicio intelectual. Su disgusto
casi estético por los métodos matemáticos de Pto-
lomeo suministraron a sus sucesores una clave para
realizar un nuevo tipo de unión entre la astronomía
matemática y la astrofísica. Sin embargo, Copérnico
mismo estaba lejos de prever el uso que se haría
más tarde de sus ideas; él se consideraba a sí mismo
más bien como el restaurador de la física aristoté-
lica en los puntos en los que Ptolomeo se había
apartado de ella.
Sea como fuere, Copérnico no fue, en la Europa
occidental, el primero en plantear el problema del
movimiento de la Tierra. A principios del siglo XIV
se conocían todas las doctrinas importantes de la
antigüedad, al menos en líneas generales, inclusive
las de Heráclides y Aristarco. Nicolás de Oresme, un
destacado sabio parisiense, discutió en detalle la idea
de que la rotación de los cielos podía ser una ilusión
óptica resultante de la rotación de la Tierra. Un si-
glo más tarde, el cardenal Nicolás de Cusa, también
discutió el movimiento de la Tierra y planteó difi-
187
cultades acerca de los conceptos de espacio y móvi-
mento que aún no han logrado resolverse en la
actualidad. Así, pues, digase lo que se diga aceica
de los poetas y los teólogos profesionales de la Edad
Media, el cuadro tradicional de los cielos no era
aceptado sin critica por todos los doctores ilustrados
de la Iglesia.

ARGUMENTOS MEDIEVALES ACERCA


DEL MOVIMIENTO DE LA TIERRA

Nicolás de Ores me minó los fundamentos de las


teorías de Aristóteles y Ptolomeo mediante una serie
de argumentos, muchos de los cuales fueron reto·
mados por Copérnico. El mismo Ores me no acepta-
ba, en última instancia, el movimiento de la Tierra;
su único propósito era demostrar que no podía refu-
tarse la teoría sobre la base de la argumentación
o de la observación. Su opinión era que el problema
relativo al movimiento de la Tierra debía ser juz-
gado con los mismos patrones que los artículos de
fe en la religión y que era, de hecho, una cuestión
de "razón natural y de revelación":
Sin embargo, todo el mundo sostiene, y yo lo creo, que se
mueven los cielos y no la Tierra, pues "Dios creó la esfera
de la Tierra, que no se moverá" (Salmo 92, 1), a pesar de lOs
argumentos en sentido contrario. Pues estos argumentos son
persuasivos, pero no hacen obviamente verdaderas las conclu-
siones. Después de reflexionar en todo lo que se ha dicho, es
posible creer que la Tierra, y no los cielos, se mueve de esta
manera y no hay medio de refutarlo. Pero esta conclusión pa-
rece tan contraria a la razón natural, o más, que muchos otros
anículos de nuestra fe.

Para lograr su objeto, Ores me refutó por turno


todos los argumentos corrientes contra la idea de la
rotación de la Tierra. Abordó primero los argumen-
tos basados en la observación. Si se afirma que
puede verse el movimiento de los cielos, entonces
podemos replicar simplemente que todo movimiento
es relativo:
188
Supongamos que un hombre estuviera ubicado en los cielos.
de modo que se moviera junto con éstos en una rotación dia-
ria.. y supongamos que este hombre, transportado por los cielos,
tuviera una visión clara y nítida de la Tierra, de sus montañas.
valles, ríos, ciudades y castillos. En tal caso, le parecería que
la Tierra se mueve con una rotación diaria, asf como a nosotros
sobre la Tierra nos parece que son los cielos los que se mueven.
Del mismo modo, si la Tierra rotara diariamente, y no los
cielos, nos parecería que la Tierra está en reposo y se mueven
los cielos. Solo se necesita poca inteligencia, en verdad, para
que podamos imaginarnos esto fácilmente. Así, la respuesta a
la primera observación es clara: se puede afirmar que la razón
por la cual el Sol y las estrellas parecen salir y ponerse como
lo hacen, y que los cielos parecen rotar, es el movimiento de
la Tierra.
Luego muestra cómo responder a las objeciones
comunes basadas en la dinámica. ¿Debe inevitable-
mente la rotación de la Tierra dar origen a vientos
de gran violencia? No, responde Oresme: si supone-
mos que la atmósfera comparte la rotación, no será
asL Todos los movimientos locales sobre la Tierra
-aun los movimientos de flechas, nubes y otras
cosas que no se hallan en contacto con el suelo-
se producirán como si la Tierra estuviera en reposo.
Las observaciones de este género no pueden deter-
minar de manera concluyente si la Tierra rota o no.
Esto sigue siendo verdadero en la actualidad, a pe-
sar de todos los cambios que se han producido en la
ciencia desde la época de Oresme.

La respuesta a la segunda observación es la siguiente: el


movimiento diario no solamente afecta a la Tierra, sino tam-
bién al agua y a la atmósfera ... Pensemos en el aire encerrado
en un barco en movimiento: para una persona que está en el
barco este aire parece ser estacionario ...
Supongamos [de igual modo] que un hombre esté en un
barco que se mueve rápidamente en dirección este, sin ser
consciente del movimiento. Si hiciera avanzar su mano hacia
adelante en línea recta, con respecto al mástil del barco, desde
su punto de vista la mano pareceda moverse con un movi·
miento rectilíneo único. Según la opinión [de Heráclides], nos
parecerá, del mismo modo, que una flecha arrojada hacia arri·
ba se eleva o cae en línea recta.

Este último argumento fue luego repetido por


Galileo, cuya creación suele atribuírsele.
189
¿.Qué ocurre, entonces, con la astronomía de post-
dón? En ésta, responde Oresme, la única diferencia
que origina la suposición de que la Tierra rota es
de carácter lingüistico. (También en esto tiene toda
"la razón.)
En cuanto al quinto argumento, según el cual si los cielos no
rotaran día a día toda la astronomía carecería de validez, yo
.simplemel!te lo ¡,iego. Se deduce obviamente de nuestra réplica
ji la primera observación que desde el otro punto de vista [o
Sea, el de la rotación de la Tierra} todos los aspectos, conjun-
ciones, oposiciones, constelaciones, formas e influencias de los
cielos serían exactamente los mismos. Las tablas de movimiento
y otros libros astronómicos serían tan verdaderos en esta otra
concepción como lo son ahora, excepto que en el primer caso
airíamos que la rotación diaria se produce "aparentemente"
en los cielos, pero "en realidad" se produce en la Tierra.
No hay ningún fenómeno compatible con un punto de vista
que no sea también compatible con el otro.
Dejando de lado la afirmación directa del Salmo
92, los argumentos indirectos derivados de expresio-
nes de la Escritura tampoco son concluyentes. En la
historia de Josué, la Biblia habla de que el Sol "se
detuvo en el cielo" como de una milagrosa excep-
ción a la regla general, pero la Biblia se expresa
de la manera familiar propia del lenguaje cotidiano
para ser inteligible a los hombres corrientes. "Por
ejemplo, está escrito que Dios 'se arrepiente' o 'se
tranquiliza', etcétera, expresiones que no significan
exactamente lo que parecen significar." (Galileo
también retomó este argumento 300 años más tarde,
y la grave culpa en que incurrió al hacerlo indica el
efecto traumático que tuvieron sobre la Iglesia los
acontecimientos que hablan ocurrido en el interin.)
Es posible ir aún más lejos, continúa Oresme: hay
argumentos positivos en favor de la opinión de que
la Tierra rota. La idea de que todo el ciclo se mueve
a lo largo de un círculo completo todos los días es,
en cierto modo. mucho más dificil de aceptar:

Nos vemos obligados a suponer que su velocidad es suma-


mente grande. Cualquiera que reflexione acerca de la gran
altura o distancia de los cielos, de sus dimensiones y de la lon-
·gitud de su circuito diario, comprenderá esto claramente: si
tal rotación .se completa en un solo día, la velocidad de los
190
cielos es tan extraordinaria e inmensamente grande que no
podemos imaginarla o concebirla .•.
De igual modo, si se supone que todo el cielo se mueve coa
una rotación diaria y que, además, la octava esfera tiene otro
movimiento, como suponen los astrónomos [para explicar la
precesión de los equinoccios], nos vemos obligados a suponer
una novena esfera que se mueva solamente con la rotación
diaria. Pero, si es la Tierra la que se mueve, la octava esfera
solo necesita tener un único movimiento lento [o sea, la pre-
cesión]; así, según esta teoría, no es necesario concebir o ima-
ginar en la naturaleza una novena esfera invisible y sin estrellas ..
Por consiguiente, las objeciones clásicas a la idea
de la rotación de la Tierra habian sido refutadas
más de un siglo antes del nacimiento de Copérnico.
En el interin, Nicolás de Cusa, cardenal alemán del
siglo xv, planteó algunos problemas aún más espi-
nosos como parte de un ataque general contra el
dogmatismo en la filosona de la naturaleza, en su
obra titulada De la docta ignorancia. Los problemas
que planteó en cosmologia fueron retomados a fines
del siglo XVIII por Emmanuel Kant, filósofo que tenia
grandes conocimientos de astronomia, y aún perdu-
ran en las disputas cosmológicas actuales en las que
intervienen cientfficos como Fred Hoyle y George
Gamow.
Nicolás de Cusa sostenía que no puede darse una
interpretación literal al cuadro del mundo tradicio-
nal. La esfera más externa, de la que se suponia
que su movimiento provenía directamente de Dios,
era considerada, no solamente como el límite de todo
el universo material, sino también del espacio mis-
mo. Pero, ¿cómo puede tener un limite el espacio?
Si nos situáramos en este límite y arrojáramos una
flecha más allá de él, ¿qué es lo que ocurrida?
¿Rebotaría la flecha o desapareceria completamen-
te? Y si no es nada de esto, ¿qué ocurriría? La idea
del espacio limitado acababa en una paradOja: cual-
quier "limite" debe separar una región espacial de
otra, de modo que carece de sentido hablar del espa-
cio en su conjunto como si tuviera un "limite".
El mismo tipo de paradoja surge cuando se habla
del "comienzo del tiempo".
Tampoco es posible concebir el universo en su
totalidad como si tuviera un "centro". Pues, por tal
191
"'centro" deberíamos entender el punto que se en-
cuentra colocado simétricamente, en todas direccio-
nes, con respecto a los "límites". Si las referencias
al límite son ininteligibles, toda selección de un cen-
tro debe ser arbitraria. Para ciertos propósitos pue-
de ser conveniente considerar a la Tierra como el
centro; pero nada nos obliga a hacerlo así. Ninguna
porción de universo -sea la Tierra, el Sol o lo que
fuere- tiene un derecho exclusivo a ser considerada
el "centro". Los movimientos observados son todos
relativos y seleccionar un punto del universo como
el origen de referencia central es simplemente un
problema de decisión. De modo que la opinión de
que la Tierra está en movimiento es tan admisible
como la de que está en reposo.
Pero, ni Oresme ni Nicolás de Cusa eran astróno-
mos profesionales. Sus argumentos solo sirvieron
para plantear problemas, pero no para resolverlos.
Ni el cálculo geométrico de Ptolomeo ni la cosmo-
logía medieval podían ser superados hasta que se
crearan nuevas concepciones igualmente amplias
que las reemplazaran. Copérnico fue el primero que
se enfrentó con Ptolomeo en su propio terreno y
fue él quien indicó cómo podían conservarse los
puntos fuertes de su geometría planetaria, a la par
que se evitaban los rasgos dudosos de su teoría.

COPÉRNICO: su OBJETIVO y SU TEORÍA

Al reconstruir la línea de pensamiento de Copér-


nico, lo primero que es menester destacar es lo
siguiente: el motivo de que atacara la teoría plane-
taria de Ptolomeo no fue que ésta hiciera de la
Tierra el centro del universo. Sus motivos se basa-
ban en una insatisfacción de carácter puramente
teórico. Los recursos a los que había apelado Pto-
lomeo eran inaceptables para él y estaba decidido
a reemplazarlos por otros más razonables. Al perse-
guir tal fin se vio conducido a reordenar el sistema
planetario en una nueva perspectiva, orden en el
que el centro lo ocupaba el Sol, en lugar de la Tierra.
El movimiento de la Tierra, dentro de este esque-
ll1a, era una consecuencia de tal cambio! Il,O s1,1, prin-
192
.cipal objetivo, y se vio obligado a admitirlo como la
única solución satisfactoria para un tenaz problema
intelectual.
Cuando Copérnico critica a astrónomos anteriores
a él, usa con cierta frecuencia dos expresiones:
afirma que sus teorias son "contradictorias y asis-
temáticas", y que violan el "principio de regulari-
dad". La primera objeción no necesita ser explicada:
a Copérnico le chocaba profundamente la manera
despreocupada con que Ptolomeo, sin siquiera ofre-
cer explicación alguna, pasa de un tipo de construc-
ción a otra, según el problema particular que aborda.
Es como si un artista uniera en sus cuadros manos, pies, ca-
bezas y otras partes del cuerpo de diferentes modelos, cada una
de las cuales estuviera admirablemente diseñada en sí misma,
pero sin relación alguna entre sí. Puesto que esas diferentes
partes no armonizarían entre sí, el resultado sería, no un hom-
bre, sino un monstruo.

De tal punto de vista matemático, las ensefianzas


tradicionales no constituían un sistema coherente,
sino una mezcla de construcciones inconexas_ En
cambio, sostiene, su propio sistema es verdadera-
mente sistemático:
Si se relacionan los movuruentos de los restantes planetas
con la propia circulación de la Tierra por su órbita y se calcu-
lan las dimensiones del círculo de cada planeta, no solamente
quedan explicados los fenómenos, sino que el orden y el tama-
ño de todos los cuerpos y esferas celestes, así como el de los
cielos mismos, adquieren una interdependencia tal que no es
posible mover ninguna parte de su lugar sin introducir la
confusión en todas las oteas partes y en el universo en su
conjunto.
Su segunda objeción a la teoría ptolemaica iba
más a fondo. Los métodos geométricos corrientes
eran opuestos a los principios fundamentales de la
física. Aunque rendía un homenaje puramente ver-
bal al ideal aristotélico del movimiento circular uni-
forme, Ptolomeo había introducido irregularidades
-por ejemplo, mediante el uso de "ecuantes"- a
las que había dejado sin explicación. Copérnice se
lanzó a la construcción de su esquema planetario
rival del de Ptolomeo con la esperanza de remediar
193
este 'seguÍldo defecto y de hacer armonizar la astro-
riomia matemática con el tdeal aristotélico de uni-
formidad.
En los párrafos iniciales del Commentariolus, ex-
presa muy claramente ese objetivo. Esa obra era
un breve esbozo que hizo circular años antes de la
aparición de De Revolutionibus.
Observo que nuestros antepasados supusieron la existencia
de un gran número de esferas celestes, sobre todo por la si-
guiente J'lIZ6n: a fin de explicar los movimientos aparentes de
los planetas de una manera compatible con el principio de re-
gularidad. Pues consideraban totalmente absurdo que un cuerpo
celeste, que es una esfera perfecta, pudiera no moverse siempre
de manera uniforme. Comprendían, además, "ue, conectando y
combinando movimientos regulares de diversas maneras, podían
explicar el movimiento aparente de cualquier cuerpo hacia
cualquier posici6n ...
Sin embargo, las teorías plan erarias de Ptolomeo y de la
mayoría de los otros astr6nomos, aunque compatibles con los
datos numéricos ... , presentan dificultades no pequeñas. Pues
estas teorías no son adecuadas a menos que se postulen ciertos
ecuantes: parece, entonces, que los planetas no se mueven con
velocidad uniforme en sus círculos deferentes ni alrededor de
los centros de sus epiciclos. Un sistema semejante no es sufi-
cientemente absoluto ni suficientemente atractivo para la mente.
Conocedor de estos defectos, dediqué mucho tiempo a la
consideraci6n de la posibilidad de hallar un ordenamiento de
círculos más razonable, a partir del cual pudiera calcularse toda
desigualdad aparente y en el que todo elemento se moviera
uniformemente alrededor de su propio centro, como requiere
la regla del movimiento absoluto.
El fin fundamental de CopérniCo, por tanto, era
demostrar que los movimientos del Sol, la Luna y
los planetas forman un sistema genuino, cuyos ele-
mentos son otros movimientos, circulares y unifor-
mes, relacionados unos con otros de manera cohe-
rente. Según él, la astronomia debe volver de Ale-
jandria a Atenas y abandonar las técnicas de re-
miendos introducidas por Ptolomeo. Considerada en
detalle, ésta podria parecer una actitud retrógrada:
desde la época de Newton, se ha abandonado com-
pletamente el paradigma del movimiento circular
uniforme. Pero, en espíritu, ese programa significaba
un avance 'real. La insistencia de Copérnico en que
las construcciones de la geometria planetaria no
194
debían violar los "principios de regularidad" acep-
tados, preparó el camino para una nueva unión de
la astronomía con la física. Desde ese momento, la
astronomía matemática tuvo que dar a sus fórmu-
las, nuevamente, un sentido basado en las ideas cen-
trales de la física.
Eso en cuanto a la tarea que era menester rea-
lizar. Si Copérnico hubiese sido capaz de superar a
Ptolomeo en todo aspecto, el siguiente período de
disensiones habría sido mucho más breve, al menos
dentro de la ciencia. Pero su alcance excedía a su
comprensión, por razones que son claras considera-
das retrospectivamente. Al principio, las cosas fue-
ron bien. Fue posible explicar de manera más
natural y más simple que antes las principales
desigualdades planetarias. Todo lo que se nece-
sitaba era formular siete suposiciones iniciales:
1. No hay ningún centro de todos los circulos o esferas
celestes.
2. El centro de la Tierra no es el centro del universo, sino
solamente de la gravedad [N. B. Por "gravedad" queda .signi-
ficar "peso", no "fuerza gravitacional"} y de la esfera lunar.
3. Todas las esferas rotan alrededor del Sol, que está en el
punto medio; por consiguiente, el Sol es el centro dcl universo.
4. La distancia de la Tierra al Sol es... imperceptible
cuando se la compara con la altura del firmamento [de las es-
trellas fijas].
Esta cuarta afirmación, claro está, se hallaba di-
rigida a responder a la objeción corriente que ale-
gaba la ausencia de paralajes estelares: Copérnico
simplemente se hace eco de la afirmación de Aris-
tarco relativa a la lejanía de las estrellas, afirmáción
de la cual, dicho sea de paso, no había pruebas in-
dependientes.
5. Todo movimiento aparente del firmamento es resultado,
no del movimiento del firmamento mismo, sino del movi-
miento de la Tierra. :asta, junto con los elementos materiales
que se encuentran cerca de ella, cumple una rotación completa
alrededor de su eje cada día, mientras que el firmamento y los
ciclos superiores permanecen inmóviles.
6. lo que se nos aparece como el movimiento [anual] del
Sol es el resultado, no dcl movimiento de éste, sino del IDO-
195
vimiento [lineal} de la Tierra y su esfera, por el cual viajamos
alrededor del Sol al isual que cualquier otro planeta. Por con-
siguiente, la Tierra tiene más de un movimiento.

La Tierra, pues, no solamente rota, sino que tam-


bien describe una órbita completa alrededor del Sol.
Posteriormente, Copérnico postuló un tercer movi-
miento para explicar la precesión de los equinoccios.
La afirmación final expresa el punto crucial de
su concepción: que muchas de las irregularidades
hasta ese momento atribuidas a los planetas eran
ilusiones ópticas.
7. Las retrogradaciones y [las reanudaciones de} los movi-
mientos directos aparentes de los planetaS son el resultado, no
de su propio movimiento, sino del de la Tierra. El movimiento
de la Tierra por sí solo, por lo tanto, basta para aplicar mu-
chas anomalías aparentes en los cielos.

En esta primera etapa, las nuevas ideas de Co-


pérnico le prestaron buenos servicios. Sus resultados
lo convencieron de que su nuevo cuadro era esen-
cialmente correcto. Ptolomeo había introducido en
cada una de sus construcciones planetarias un com-
ponente que tenía un período de un año terrestre,
exactamente. Desde el punto de vista matemático,
esto podía ser una simple coincidencia, pero un fí-
sico desearía explicarla. Copérnico consideraba todos
estos componentes anuales como subproductos del
movimiento de la Tierra .. De esta manera, convertía
la sucesión aparentemente compleja de rizos retró-
grados -que, aunque conocidos, habían desconcer-
ta40 desde los tiempos más remotos- en algo que
se adecuaba muy bien al ideal de Aristóteles. Ade-
más, comparandO los tamafios de los rizos, logró
finalmente calcular las dimensiones relativas de las
órbitas planetarias de una manera digna de confian-
za y exenta de contradicciones. Por último, Copér-
nico comenzó a elaborar un esquema del sistema
planetario detallado y coherente, en el cual solo
usó movimientos circulares uniformes. Ya otros ha-
bían intentado hacerlo antes de él: al m~!llOS un
astrónomo árabe había mostrado que es posible eli-
minar los ecuantes si se los reemplaza por una larga
serie de epiciclos. Al reordenar todo el sistema cen-
196
trándolo en el Sol, en lugar de hacerlo en la Tierra,
Copérnico fue el primero que llevó a cabo ese pro-
grama. (Compárense las Láminas 9 y 10.)
Hasta este punto todo había marchado bien. Claro
que quedaban dificultades, algunas de ellas astro-
nómicas, otras dinámicas. Trató de superar estas
últimas en la exposición final que dio de sus siste-
ma, Sobre las revoluciones de las esferas celestes,
publicada el afio de su muerte. La ausencia de para-
lajes estelares lo obligó, como había obligado a Aris-
tarco, a concebir las estrellas fijas situadas a distan-
cias tales que comparado con ellas el diámetro de
la órbita anual de la Tierra es insignificante. Luego,
había un problema con el planeta Venus. Si su dis-
tancia máxima de la Tierra era cuatro veces mayor
que la mínima, cabía esperar que su brillo presenta-
ra una variación mucho mayor que la observada.
(La solución de este problema residía en las fases
de Venus, que fueron descubiertas más tarde por
Galileo. Venus y la Tierra, se hallan más alejados
cuando se encuentran a uno y otro lado del Sol. Un
momento antes de desaparecer detrás del Sol, Ve-
nus expone ante la Tierra la totalidad de su disco,
con lo cual compensa los efectos de la distancia; en
cambio, cuando está más cerca, momento en el que
cabria esperar que su brillo fuera muy grande, solo
presenta a la Tierra un delgado arco, como el de la
luna nueva.)
Finalmente, quedaban las dificultades dinámicas
y para enfrentarse con éstas Copérnico hizo una
adaptación de los argumentos de Oresme:
¿Por qué vacilamos, pues, en atribuir a la Tierra la movili-
dad naturalmente apropiada a su forma esférica, en lugar de
suponer que todo el universo, cuyos limites son desconocidos
e incognoscibles {d. Cusa], está en rotación? ¿Y por qué no
admitimos que la rotación diaria de los cielos es solo aparente,
mientras que la de la Tierra es real? Es como lo que dice
Eneas en la Eneida de Virgilio (l1I. 72): "Salimos del puerto
y vimos retirarse a la tierra y las ciudades". Cuando un barco
flota en un mar calmo, todas las cosas exteriores parecen a 101
navegantes poseer un movimiento que, en realidad, es el mo-
vimiento del barco, mientras que ellos mismos parecen estar
en reposo, junto COn todo lo que está con ellos en el barco.
AnáJclgamente, en el caso del movimiento de la Tierra, se pen-
saba que era todo el universo el que rotaba .••
197
En cuanto a las cosas terrestres que se elevan y que caen,
debemos admitir que su movimiento con relación al universo
es doble, pues generalmente es la combinación de un movi-
miento rectilíneo y otro circular. Las cosas en las que predo-
mina su terrenalidad son llevadas hacia abajo por su peso ... ;
las cosas ígneas son llevadas hacia arriba, hacia las regiones
superiores.
Solamente los objetos que están lejos de sus lu-
gares naturales tienen este doble movimiento: una
vez que las cosas terrenales llegan al suelo o que las
ígneas llegan a la atmósfera superior, desaparece
el componente rectilíneo. Todo lo que está en su
lugar natural se mueve en un simple círculo, pues
un movimiento circular es siempre uniforme, puesto que la
causa de su movimiento nunca cesa.
Hasta aquí, Copérnico estableció su nueva astro-
nomía sobre la base de los principiOS de la física
aristotélica. Pero luego, da un nuevo sesgo a las
ideas de Aristóteles. Si tenemos que elegir entre
una rotación diaria de la Tierra y una rotación si-
milar de los cielos, arguye, indudablemente debe
considerarse en reposo "la esfera inamovible de las
estrellas fijas, que contiene y da su posición a todas
las cosas, en lugar de la Tierra mutable e inestable.
Con respecto al ciclo anual de las estaciones razona
de manera similar: la Tierra corrupta y variable no
puede aspirar a ocupar el lugar central, cuando se
la compara con la magnífica fuente de luz y calor
que es el Sol. El respeto religioso por el Sol había
sido durante siglos un rasgo fundamental de las re-
ligiones babilónica y persa. Sobrevivió en el pensa-
miento cristiano por influencia de los neoplatónicos
alejandrinos y desempefió un papel importante en
el pensamiento de Copérnico.
En el medio de todo está el Sol. Pues, en este templo de
suprema belleza {el universo], ¿quién podría colocar esa lám-
para [el Sol} en mejor lugar que aquél desde el cual puede
iluminar todas las otras cosas al mismo tiempo? Algunos lla-
man al Sol, con cazón, la luz del mundo; otros lo llamáD su
alma o su gobernante. Trismegisto lo llama el Dios visible y
la Electra de Sófocles lo llama el omnividente. Así, el Sol, en
su 'trono real, guía a la familia en revolución de las estrellas
[es decir, de los planetas].
198
()oPÉRNICO: sus LOGROS
Copérnico debe de haber experimentado gran
atractivo por esta teoría. Era sistemática, coherente
.y estaba exenta de contradicciones, requisitos que
nunca había llenado el sistema de Ptolomeo. Estaba
libre de las violaciones del "principio de regulari-
dad", que originaron el uso de ecuantes, y restaur6
la fuente de luz IY calor en el lugar correcto que
habían asignado los pitagóricos al "fuego central".
Parecía justificada, pues, su obstinada búsqueda de
una explicación más racional del sistema planetario.
Desgraciadamente, las cosas no siguieron tan bien
como habían empezado. Para poder convencer a sus
colegas astrónomos de que su sistema era superior
al de Ptolomeo, era necesario que igualara a éste en
la vastedad de sus cálculos. Pero esto significaba
volver a escribir el Almagesto en su totalidad. La
mayor parte de su libro Sobre las revoluciones de
las esferas celestes expone sus resultados. Pero, de
la época en que Copérnico lo terminó, había tantas
complejidades de detalle en su sistema como en el
de Ptolomeo. En el Commentariolus había prometi-
do no usar más de 34 esferas; para adecuarse a los
hechos, tuvo que introducir una docena más. Aunque
se negaba a admitir ecuantes no podía prescindir de
las excéntricas y los epiciclos, y cuando llegó a la
parte geométrica, ni siquiera pudo lograr que el Sol
quedara ubicado en el centro exacto de ninguno de
los círculos planetarios. Mantuvo al Sol estacionario
en el centro de las estrellas fijas, pero se vio obliga-
do a referir los circulos de todos los planetas a un
punto vacio del espaciO. Este punto se movía pe-
riódicamente alrededor del Sol en una trayectoria
epicíclica, que era a su vez el centro moviente del
movimiento de la Tierra. Aun despues de introducir
todas estas complicaciones, los cálculos resultantes
presentaron pocas mejoras con respecto a los de
Ptolomeo, en cuanto a exactitud; a veces eran mejo-
res, pero a veces eran peores.
Así, el resultado final de la obra de Copérnico fue
una especie de anticlímax. Si tomamos esto en cuen-
ta, podremos comprender que no se lo recibiría con
más entusiasmo. A menos que se compartiera su
199
.apasionada convicclOn de que valía la pena salvar
la "regularidad" a toda costa, parecia poco ventajoso
-el precio intelectual que era menester pagar por su
~eoría. Antes de 1600, los copernicanos convencidos
-eran muy pocos. La mayoría de sus sucesores reac-
.clonaron de una manera abiertamente pragmática:
.ignoraron sus principios, pero adoptaron sus méto-

Centro del epicieto de lo Tierra I

\
- Cenlro d. lo órbilo de lo Tierra

El movimienlo de t. Tierra en el sislema cop_iCtlflo


La Tierra recorre un círculo cuyo centro no es el Sol,
sino un punto exterior a éste. El centro de la órbita
de la Tierra es un punto en movimiento que gira
alrededor de E., el cual a su vez se mueve alrede-
dor del Sol.

dos de cálculo en los casos en que demostraron ser


más exactos que los de Ptolomeo. Para otros proble-
mas, no vacilaron en aferrarse a los viejos métodos:
ignoraban totalmente la incoherencia que resultaba
de tratar al Sol a veces como si se moviera y otras
-como si permaneciera estacionarlo. Todavía cincuen-
ta afios más tarde el astrónomo inglés Thomas
200
Blundeville sostenia que la Tierra era estacionaria ..
pero agrepba:
Copémico ... afirmaba que la Tierra gira y que el Sol est¡\-,
en reposo en medio de los cielos. Mediante esta falsa suposi-
ción logró demostraciones más verdaderas de los movimientos
y revoluciones de las esferas celestes que las realizadas ants·
de él.

Esta actitud recibió estimulo de una circunstancia


que rodeó la pUblicación del libro de Copérnico. Eil
él apareció un prefacio sin firma de su colega Osian-
der. Como éste sabia muy bien, los primeros infor-·
mes acerca del nuevo sistema de Copérnico hablan
intranquilizado tanto a católicos como a protestan-
tes. El simbolismo tradicional del cuadro del mundo
medieval estaba tan intimamente ligado a las ideas:
de todos que no era posible circunscribir la inova-
ción de Copérnico a la astronomía: tuvo, inevitable-
mente, repercusiones más vastas. Por eso, agregó
prudentemente unas pocas palabras dirigidas al lec~
tor "Concernientes a las hipótesis de esta obra". No-
habia que sentirse ofendido por ellas, explicaba,
puesto que
el autor de esta obra no ha heeho nada reprobable. Pues et
deber del astrónomo es componer la historia de los movimien-
tos celestes mediante cuidadosas y hábiles observaciones. Enton-
ces ... , ya que no puede llegar a las causas verdaderas, debe-
concebir y elaborar hipótesis que le permitan calcular corree-
tamente los movimientos a partir de los principios de la geo-
metría, tanto para el futuro como para el pasado. El autor lJ3..
realizado estas dos tareas con maestría.

Nadie puede suponer, afirma Osiander, que Copér~


nico haya descripto la verdadera estructura del
sistema planetario; y menciona entonces las difi-
cultades relativas a Venus. Luego pasa de la astro-
nOflÚa a la metafísica y continúa arguyendo que nO'
es tarea del astrónomo lograr eso:
Está claro que las causas de los movimientos aparentes des-
iguales son total y simplemente desconocidas para ese arte.
y si bien se conciben causas mediante la imaginación, como-
efectivamente sucede a menudo, no se las formula pan cono.
vencer a nadie de que son verdaderas, sino sencillamente fJM.·
201
.logf'M una base COf'f'BCItI PM/I el cJlculo. Ahora bien, CWüldo
de tanto en tanto se formulan diferentes hip6tesis p4Ca espli-
car el mismo movimiento. .. el astr6nomo acepta de preferen-
da aquella que es más fácil de comprender. El filósofo .quizá
busque también la verosimilitud. Pero ni uno ni otro compren-
derá o formulará nada cierto, a menos que sea por reve1aci6n
divina.
Después de conceder a los teólogos la última pala-
bra en cosmología, Osiander invita a los astrónomos
a tratar el sistema de Copérnico exactamente como
éstos lo trataron de hecho:
Por consiguiente, permitamoS que se conozcan estas nuevas
hipótesis junto a la antiguas, que no son más probables, tanto
más cuanto que las nuevas son a la vez admirables y simples,
y llevan consigo todo un tesoro de observaciones muy sabias.
En lo que a las hipótesis concieme, que nadie espere nada
-cierto de la astronomía, pues ésta no puede darlo, ya que, de
lo contrario, aceptaría como verdaderas cosas concebidas para
-otro propósito y abandonaría su estudio mucho más tonto de
10 que era al comenzarlo. Adiós.

El autor de estas palabras fue el amigo de Co-


pérnico, Osiander. Su modo de pensar, que está en
contradicción con el que el propio Copérnico expresó
-de manera explicita en otra parte, es el de Ptolomeo
y Oresme. Copérnico no habia afirmado el movi-
miento de la Tierra "gratuitamente" o "simplemente
a fin de tener una base para el cálculo". Adujo
fuertes argumentos en favor d2 esa afirmación, ba-
sándose en su convicción de que los cambios celestes
:se producen de manera uniforme. En el Commenta-
riolus admitía que "las teorías planetarias de Pto-
lomeo" eran "compatibles con los datos numéricos":
-era su irracionalidad lo que les objetaba. Este fue
.su motivo de queja y lo que se propuso remediar.
Contrariamente a la interpretación de Osiander,
Copérnico creía que, a pesar de todo, era posible des-
cubrir por investigación racionalJa verdad acerca de
'los cielos. Esto equivalia a negar a los teólogos al de-
recho de pronunciarse en cuestiones cosmológicas y
a. reintegrar la cosmología de la esfera de la revela-
ción al dominio de la razón. A fin de cuentas, el cho-
que con las autoridades eclesiásticas quizás era ine-
vitable. Por el momento, Osiander hizo lo qU{! pudo
202
por evitarlo, y durante cincuenta años no se recono-
cieron plenamente las implicaciones de·la concepción
copernicana. A fines del siglo, Galileo y Kepler, en-
tre otros, comenzaron a insistir públicamente en lo
que Osiander había tratado de ocultar. En el ínterin,
las ideas de Copérnico habían sufrido aproximada-
mente el mismo destino que las de Aristarco.
Esto no es de sorprender. Al considerar las cosas
retrospectivamente, nos sentimos tentados a pres-
tar demasiada atención a lo que ocurrió después de
Copérnico y esto nos impide contemplar su teoría
como lo hacían sus· contemporáneos. A fin de .cuen-
tas, Copérnico no hizo ningún descubrimiento ~ota­
ble en los cielos, como iba a hacerlo Tycho Brahe
después de él. En realidad, solo registró unas pocas
docenas de medidones astronómicas, las necesarias
para relacionar sus propios cálculos con los registros
más voluminosos legados por Ptolomeo. Por lo ge-
neral, se contentaba con aceptar confiadamente los
registros ptolemaicos, que habían sido copiados mu-
chas veces y habían sido parcialmente adulterados.
En principio, sus métodos de cálculo astronómico
no eran más exactos que los de Ptolomeo; en la prác-
tica, a veces lo eran menos. Tampoco eran, a fin de
cuentas, sensiblemente más simples que los métodos
anteriores. Hasta el mérito descollante del sistema,
el reconocimiento de que el movimiento retrógrado
era una ilusión óptica, no era del todo claro en la
época en que la teoría fue elaborada completamente;
en última instancia, las construcciones usadas para
calcular los movimientos planetarios volvieron a
introducir elementos del movimiento propio de la
Tierra, a través del "centro en movimiento" de la
órbita circular de la Tierra.
Frente a todos estos resultados negativos, ¿por
qué se considera que Copérnico inició una revolu-
ción? La respuesta es la siguiente: su sistema fue
presentado en el lugar adecuado y en el tiempo ade-
cuado. Casi en todas sus facetas, Copérnico era un
astrónomo anticuado, no moderno. Sus ideas iienen
más en común con las de Ptolomeo o Aristóteles que
con las de Kepler o Newton. (A primera vista. no es
fácil distinguir una página de Sobre las revolucio-
nes de Copérnico de una página del Almagesto de
203
ptolomeo.) Pero, en los 75 afios que siguieron a la
muerte de Copémico comenzaron a acumularse prue-
bas y argumentos que, en conjunto, minaron gra-
d'Uáfmenté' el cUadro clásico del sistema cósmico, y,
lo que es más importante aún, siguieron las líneas
generales de otro sistema posible.
Lo más importante de todo es esto: Copérnico pu-
so a la astronomía en el camino de la fisica, si bien,
paradójicamente, la racionalidad estaba ejemplifica-
da para él en un paradigma que hoy rechazamos: el
movimiento circular. Como fisico, Copérnico solo
introdujo una innovación importante. Al explicar el
movimiento diario aparente de la esfera de las es-
trellas fijas, eliminó del sistema de Aristóteles el
"motor inmóvil": o sea, la esfera automotora que,
a través de sus conexiones con las esferas nlaneta-
rias inferiores a ella, controlaba y regulaba -los mo-
vimientos del todo. Este cambio hizo necesario bus-
car en otra parte este control, con lo cual se despejó
el terreno para el surgimiento de nuevas teorías de
las fuerzas celestes, como la idea de Kepler de que
los movimientos planetarios están controlados no
desde afuera, sino desde el interior, por el Sol.
Iniciador de la física moderna, Copérnico no tenía,
y no podía tener, una clara visión de lo que habia
iniciado. Sin su nueva perspectiva heliocéntrica no
se podía haber construido ningún sistema adecuado
de física celeste. Pero su reordenamiento geométri-
co del sistema planetario solo fue el comienzo. Se
requería otra media docena de pasos, tanto en astro-
nomía como en dinámica, para llevar a cabo com-
pletamente esa revolución intelectual. Sus resultados
finales habrían sorprendido al mismo Copémico.

LECTURAS y OBRAS DE CONSULTA


COMPLEMENTARIAS

Hay pocas obras de carácter general en inglés sobre la ciencia


en los mundos bizantino e islámico. La mejor introducción
a la ciencia árabe (aunque más útil para los eruditos que
para el lector corriente) es
MlEu, A., La Science A,.abe.

204
Hay una buena exposición general de la vida y el pensamiento
bizantinos en
RUNOMAN, S., Byzalll;"e Civilizalion
pero solo se refiere muy de paso a las ideas científicas.
Se encontrará un admirable relato sobre el remodelado de la
tradición cosmológica clásica para construir el esquema me-
dieval del mundo en
KUHN, T. S., The Copernican Revolulion.
Sobre el desarrollo general de la ciencia en la Edad Media, ver
CROMBJB, A. c., Media(ff)aJ and Ea,ly Modern Science (pu-
blicada anteriormente con el título AJl.gustine CaJileo).
SINGBR, CHARLES, Prom Magic lo Science.
Los fundamentos sociales e intelectuales que dieron origen al
surgimiento de la Europa medieval se hallan admirablemente
examinados en
SoUlRBRN, R. W., The Mak;"g o/ Ihe Middle Ages.
PJRENNE, H., &on011l;c 11114 Social History o/ the Middie
Ages (hay traducción castellana).
Para el estudio de -la obra de Copérnico, la obra indispensa-
ble es
ROSEN, E., Three Copernican Trealises (la segunda edición,
con adiciones, ha sido publicada hace poco por Dover
Books).
Pueden hallarse materiales útiles sobre Copérnico en el libro
de Kuhn, así como en
ARMITAGB, A., The Wo,ld 01 Copernicus (también publi-
cado con el tírulo Sun, Stand Thou Still).
BUTTBRPJBLD, H., The O";g;ns 01 Modern Science.
La sección inicial de la Parte II de la peHcula Tierra y cielo
trata de la transición al sistema copernicano; demuestra la
equivalencia geométrica de las construcciones ptolemaica y
copernicana y expone de qué manera explicaba la perspec-
tiva copernicana el movimiento retrógrado de los planetas
como una ilusión óptica.

205
CAPfTULO VII

LA PREPARACIÓN DEL TERRENO

Copérnico fue en muchos aspectos un "conserva-


dor" y hasta un "reaccionario", pero los cambios que
se produjeron en la ciencia en los 150 años posterio-
res a su muerte fueron "revolucionarios". Pero es-
tos calificativos históricos necesitan minuciosas
aclaraciones, pues pueden ser engañosos. En dos
aspectos es indudable que en esos años se produjo
una transformación completa en la ciencia: en las
condiciones exteriores de la labor científica y en la
armazón fundamental de las ideas cosmológicas. Con
todo, sería un error suponer que, alrededor del 1600,
se hechó por tierra y se reconstruyó toda la ciencia,
ni siquiera toda la física. En algunas ciencias, du-
rante ese período solo se produjo una aceleración de
cambios que ya se habían iniciado durante el último
periodo medieval. En otras, lejos de haber una revo-
lución, el estado de los conocimientos humanos en
1700 era el mismo de un par de siglos antes.
El progreso realizado entre 1550 y 1700, aunque
muy notable, fue localizado. Los temas de estudio en
los cuales pueden observarse los cambios más es-
pectaculares son aquellos de los que trata este libro:
la astronomía y la dinámica. En estos dominios, ese
periodo termina con la instauración del nuevo y
vasto sistema del mundo de Newton. Por el momento
debemos examinar los pasos a través de los cuales
se preparó el terreno para el surgimiento de este
nuevo sistema de pensamiento.
206
Los FUNDAMENTOS DE LA NUEVA CIENCIA

Se produjo en esa época un cambio profundo en


la actitud de los hombres hacia la ciencia, que, aun-
que intangible, fue de la mayor significación. A tra-
vés de todo el siglo XVII creció rápidamente el nú-
mero de los hombres de la Europa occidental que
experimentaban la misma confianza de los antiguos
filósofos griegos en el poder del intelecto y en las
potencialidades del razonamiento matemático unido
a la observación honesta. Inclusive desde el punto
de vista teológico los hombres se hallaban prepara-
dos para justificar el libre uso de la propia com-
prensión y de la propia razón en la interpretación
de los acontecimientos de la naturaleza. Dios, se
decía por entonces, dio al hombre dos fuentes de
pruebas separadas relativas a su creación: el Libro
de la Sagrada Escritura y "el Libro de la Naturale-
za". Él no solamente fue el Creador, sino también
el arquitecto divino, cuyo espíritu puede leerse en
los productos de su elaboración. Así, la investigación
científica dejó de ser el signo de una indebida curio-
sidad y se convirtió, en cambio, en un deber piado-
so. Así como Santo Tomás había hecho lo posible
para poner de acuerdo las enseñanzas de Aristóte-
les con las doctrinas de la Iglesia, alrededor del 1650
los teólogos protestantes trataron de hacer lo mismo
con las nuevas ideas y los nuevos descubrimientos
de la ciencia.
El resurgimiento de la confianza recibió un gran
impulso de una innovación tecnológica -vacilamos
en llamarla una invención, puesto que los chinos
habían practicado ese arte durante siglos-, o sea
de la imprenta. En toda Europa, desde 1500 en ade-
lante, hubo una gran eclosión de la actividad inte-
lectual, que aumentaba a medida que las prensas
multiplicaban el número y la variedad de libros que
se lanzaban a la circulación. Los hombres pudieron
estudiar directamente muchos más textos de los que
nunca pUdieron disponerse hasta aquel entonces.
Como nuestra actual "revolución de los libros en
rústica", se hizo ventajoso lanzar nuevas y mejores
ediciones de los clásicos; la reedición en Venecia de
las obras originales de Arquímedes dio comienzo a
207
toda una nueva ola de investigaciones matemáticas
y desde entonces los hombres ilustrados de Europa
podían poner sus obras en manos de sus colegas de
muchos países en el curso de pocos meses. .
Seria dificil exagerar la importancia de este cam-
bio en la eficiencia de la comunicación científica.
Mientras que antes el ritmo del avance cientifico
había dependido en gran parte de la concentración
de los sabios en el mismo lugar, desde ese momento
pudieron colaborar de manera efectiva hombres que
vivían a grandes distancias unos de otros. Antes del
15QO. dificilmente podía hablarse de avances mate-
míticos o científicos que llegaran a convertirse en
"conocimiento común": los logros importantes reali-
zados en un determinado tiempo y lugar se perdían
en el curso del siglo siguiente y los sabios que tra·
bajaban en ciudades diferentes partían de cuerpos
de conocimiento totalmente distintos. Puede asegu-
rarse que desde alrededor del 1550 todo el que es-
cribiera acerca de dinámica planetaria, por ejemplo,
había leído la mayoría del material existente que
tuviera relación directa con su labor. Solo en el si-
glo xx, cuando la corriente de las publicaciones
científicas se ha convertido en un torrente, esto deja
de ser una suposición razonable. La época de los ar-
tículos y los libros originales va siendo reemplazada
rápidamente por la época de la "síntesis".
Debemos mencionar un último factor de verdadera
importancia: el nacimiento de las academias cientí·
ficas nacionales. Hombres de acción pública como
Francis Bacon, conde de Verulam (1561·1626), co-
menzaron a predicar acerca de 103 beneficio~; que
podía obtener la humanidad de la ciencia y pidieron
la fundación de instituciones para estimular la in-
vestigación científica. En Italia, Francia y Gran
Bretaña se persuadió a las familias gobernantes pa-
ra que dieran su patronazgo a las academias erudi-
tas, y en algunos casos también su ayuda financiera.
Esas academias, especialmente la Accademia dei
Lineei, a la cual perteneCió Galileo, y la Royal So-
ciety de Londres, fundada en 1660, fueron centros
activos de discusión y de publicaciones científicas.

208
LA OBRA DE TVCHO BRAHE

El nuevo sistema astronómico de Copérnico dejó


inalterada buena parte de la síntesis de Aristóteles
y sus méritos se pagaron a alto precio. Su sucesor
más notable, Tycho Brahe (1546-1601), introdujo sus
propias enmiendas drásticas en el cuadro clásico,
pero se negó a seguir en todo a Copérnico. Tycho,
más que un intéprete de la naturaleza, era sobre to-
do un apasionado observador de los cielos. Empren-
dió un programa de observaciones astronómicas
más sistemático y continuo que el que se había rea-
lizado nunca antes de él. La práctica tradicional
consistía en registrar las posiciones de los planetas
solamente en puntos significativos de sus trayecto-
rias, por ejemplo, en los puntos estacionarios de
la retrogradación. Tycho comprendió que la deter-
minación precisa de la forma de las órbitas y, por
ende, toda teoría planetaria bien fundada, debía ba-
sarse a la larga en registros planetarios más vastos
y exactos que los que había conservado la tradición.
En su observatorio privado de Dinamarca, y duran-
te corto tiempo en Praga, en donde fue nombrado
matemático y astrónomo principal del emperador,
registró las posiciones de los planetas, especiaJm~nte
del planeta Marte, noche tras noche. (Lámina XI.)
Puesto que era un observador, no cabe sorpren-
derse de que su objeción fundamental al sistema
copernicano se basara en una simple observación,
o sea, en la ausencia de paralajes estelares. Las for-
mas de las constelaciones permanecen inmutales de
una estación a otra, aunque (de creer a Copérnico)
la Tierra atraviesa más de ciento sesenta millones
de kilómetros. Este movimiento debe provocar ine-
vitablemente algún cambio visible en las constela-
ciones, a menos que el diámetro de la órbita terres-
tre sea poco más que un punto geométrico en
comparación con la distancia de las estrellas, aun
de las más próximas. Pero la lD'=lyoría de los cua-
dros tradicionales de los cielos situaba a las estrellas
fijas apenas un poco más allá del planeta Saturno,
de manera que desterrarlas a una distancia enorme-
mente mayor requería un inmenso esfuerzo de la
imaginación. Cuanto más consideraban esta dificul-
209
tad los sucesores de Copérnico, tanto más seria les
parecía. Hasta Kepler, que era un copemicano con-
vencido desde sus clfas de estudiante, dedicó un
tiempo considerable a tratar de observar las parala-
jes. Si hubiera habido una sola estrella cuya para-
laje pudiera ser detectada a simple vista, el triunfo
de la perspectiva heliocéntrica habría sido mucho
más rápido. (Lámina VI.)
Pero no se trataba solamente de una cuestión de
distancias. También surgieron otras dificultades
relativas al tamafío y la distribución de las estrellas
fijas. Si, como sostenía Copérnico, las estrellas más
cercanas estaban tan lejos que un observador te-
rrestre podía desplazarse 320 millones de kilómetros
sin que se alterara el esquema que forman, ¿por
qué parecen tan grandes las estrellas individuales?
A la distancia supuesta, ni siquiera podía tenerse la
esperanza de verlas. Si cualquier estrella de gran
tamafío hubiera cambiado de posición a través de
una distancia mayor que su propio ancho aparente,
entonces, Tycho suponía que, mediante cuidadosas
mediciones, él habría podido determinar el cambio.
Como no se observaba ningún cambio semejante,
parecía deducirse de la teoría copernicana que las
estrellas más cercanas y más brillantes debían tener
varios cientos de millones de kilómetros de diámetro
todas ellas, para que su aspecto pudiera ser el que
presentan para nosotros. En tal caso, el tamafío del
Sol solo sería una pequefía fracción del tamafío de
cualquiera de las estrellas fijas. Esto hacía que el
precio de las innovaciones de Copérnico fuera mayor
del que parecía a primera vista.
Tycho no podía reconciliar estas tres cosas: el mo-
vimiento de la Tierra, la distancia de las estrellas y
la creencia de que el Sol es tan grande como una
estrella media. Dados los conocimientos de que se
disponía tenía toda la razón del mundo en creer
que esas cosas eran incompatibles. En realidad, ha-
bía una dificultad inesperada, que no se hizo mani-
fiesta hasta las observaciones de Galileo con el
telescopio. Todos los cálculos del tamafío real de
las estrellas basados en sus diámetros aparentes
suponían que las manchas de luz que vemos en el
cielo son una guía segura. Hoy sabemos que la luz
210
estelar se hace difusa por la difracción que se pro-
duce al pasar a través de la pupila del ojo, igual
que ocurre con la luz de una antorcha o una lám-
para distante. No es posible calcular el tamafio de
una estrella distante a partir de su diámetro
aparente, como no se puede calcular el tamafio de
una fuente de luz lejana vista desde una distancia
de varios kilómetros en el campo.
Por eso, aunque Tycho se hallaba dispuesto a
reconocer todas las ventajas del sistema coperni-
cano, había un punto en el cual era inflexible.
Admitfa que los cinco planetas regulares viajaban
en círculos alrededor del Sol; sin embargo, de esto
no se deducía. como él sefialó, Que también la
Tierra estuviera en movimiento. Habia una tercera
posibilidad: un sistema que no fuera ptolemaico ni
copernicano, sino que, manteniendo la Tierra en
reposo, conservara los principales méritos intelec-
tuales del sistema de Copérnico sin tropezar con
sus dificultades. Para explicar el movimiento retró-
grado, solo necesitamos suponer que los cinco pla-
netas principales giran alrededor del Sol: éste y
sus cinco satélites pueden todos moverse también
alrededor de la Tierra. Los cálculos copernicanos
permanecerían inalterados y no surgida ninguna
dificultad astronómica. En realidad, eran posibles
dos de tales sistemas. En el de Tycho, la esfera
estrellada rotaba alrededor de una Tierra central
y estacionaria, mientras que el Sol y los planetas
se rezagaban con respecto a las estrellas en un
promedio de un grado por día. En el otro sistema,
propuesto por von Baer, las estrellas permanecen
inmóviles y la Tierra cumple una rotación por día,
mientras que el Sol gira alrededor de ésta una
vez por afio. En uno u otro caso, la distancia de
la Tierra a las estrellas fijas permanece constante,
como en el sistema plotemaico. (Lámina XII.>
El sistema "tychoniano" resultante presentaba
muchos atractivos. Para aquellos que gustaban con-
siderarse como "conservadores modernos" ofrecia
una conveniente solución intermedia. John Donne,
por ejemplo, dirigiÓ pesados sarcasmos contra Copér-
niCo en Ignatius Bis Conclave y se inclinaba en favor
del compromiso de Tycho. S.s conveniencias eran
211
bastante claras. En tanto se concibiera la esfer~
de las estrellas fijas como si circunscribiera y defi-
niera la posición de las cosas, el problema de las
paralajes constituía un verdadero obstáculo: parecía
bastante gratuito suponer que la Tierra estaba en
movimiento alrededor del Sol cuando, como lo sefia-
laba Tycho, no había ninguna necesidad de esa su-
posición.
Si la única contribución de Tycho a la astronomía
hubiera sido este sistema de compromiso, no sería
una figura tan significativa dentro de ella. Pero,
además, suministró dos nuevas pruebas de que era
menester cambiar el cuadro tradicional de los cielos.
Hizo las observaciones iniciales de manera casi inci-
dental, en el curso de sus estudios regulares de los
planetas. Pero Tycho comprendió inmediatamente su
importancia. Son de gran interés por dos razones.
Aparte del impacto que tuvieron sobre las creencias
tradicionales, mostraron también de manera retros-
pectiva hasta qué medida un observador tiende a
reparar solamente en aquellas cosas para las cuales
está preparado. Sucesos tales como los que Tycho
observó en el cielo durante la década de 1570 se
habían producido antes y han ocurrido desde enton-
ces sin provocar el mismo apasionamiento. En ver-
dad, deben de haberse producido también durante
el período medieval, cuando se aceptaba sin vacila-
ciones el cuadro tradicional, pero se pasó por alto su
significación por falta de observadores dispuestos a
reconocer su importancia.
La primera observación se relacionaba con la in-
mutabilidad de los ciclos. En el afio 1572 apareció
una luz brillante en las cercanías de Casiopea, que
aumentó rápidamente de intensidad hasta que su
brillo fue tan grande como el de las estrellas más
brillantes del cielo. Parece haber sido lo que hoy lla-
mamos una "supernova", o sea, una estrella que era
tenue, se hincha luego repentinamente, para extin-
guirse por último de manera gradual. Fue una gran
suerte para Tycho que esta nova particular apare-
ciera en su época. Las novas de este tamafio aparecen
en promedio solamente una vez cada trece siglos.
Los observadores de toda Europa se hallaban pro-
fundamente excitados por la aparición de la estrella
212
y se publicaron docenas de folletos acerca de sus
implicaciones. No podía tratarse de un fenómeno
atmosférico, pues en tal caso su posición en el cielo
habría variado de un lugar a otro sobre la Tierra. A
medida que pasaron los afios, se la vigiló con cre-
ciente curiosidad para ver si se movía de la manera
en que se mueven los cometas o si era estacionaria
y, por consiguiente, pertenecia a la "esfera de las
estrellas fijas". Tycho, que era el observador más
fino de su tiempo, logró determinar que, a pesar de
todos los rumores en sentido contrario, la luz era
estacionaria y en todo aspecto indistinguible de una
estrella normal de primera magnitud.
Por el 1570, los hombres se hallaban dispuestos a
creer lo que veían cuando una nueva estrella ingre-
saba en los cielos. Pero sabemos con seguridad que,
remontándonos en el pasado, en el afio 1054 una BU-
pernova semejante era visible en la Europa occiden-
tal. Se cree que esa supernova es en la actualidad
una estrella que se esfuma lentamente en la conste-
lación del Cangrejo. Los chinos registraron su apari-
ción. Pero no hay ningún testimonio de que, en la
Europa occidental, haya habido siquiera alguien que
la notara. Claro que, en aquella época, el interés de
la gente por el cielo era casi exclusivamente de
carácter práctico y no se conocía, en general, en
Europa, la cosmología de Aristóteles. Con todo, es un
indicio pequefio, aunque significativo, de la escala
de la actividad científica en Europa durante el si-
glo XI que un fenómeno celeste tan sorprendente y
anómalo haya pasado completamente inadvertido.
Quizás la nova del Cangrejo atrajo la atención de
algún monje europeo que se haya sentido durante
un tiempo sorprendido por ella. Pero, disponiendo
solo de catálogos estelares fragmentarios y de una
tradición puramente verbal, quizá haya vacilado
antes de aceptar su observación como una prueba
evidente de un cambio superlunar. No habría creido
a s1:lS propios ojos.
La segunda observación fundamental de Tycho la
hizo cinco afios más tarde, en 1577. En este afio
apareCió un gran cometa en el cielo que fue visible
durante algunos meses. Tycho siguió cuidadoSlimen-
te sus movimientos y comparó su posición cambiante
213
con la de las estrellas, la Luna y otros" objetos celes-
tes. Sus observaciones lo llevaron a la convicción de
que el cometa no era un objeto sublunar, por ejem-
plo, un fenómeno atmosférico semejante al de las
auroras boreales, como la doctrina corriente suponía.
En cambio, se desplazaba siguiendo una trayectoria
que llegaba más allá de la Luna. Confirmó esta con-
clusión por medios trigonométricos.
Indudablemente, la estrella de Casiopes era nueva,
de modo que ya no se podía sostener que la esfera
de las estrellas fijas estaba completamente exenta de
cambio. El cometa de 1577 arrojó duda sobre otro
punto de la cosmología tradicional: el de la existen-
cia de esferas planetarias sólidas. Evidentemente, el
cometa se movía de manera suave y continua, atra-
vesando la región situada entre los planetas, en la
cual se suponía que también estaban situadas esas es-
feras. (Lámina VII.) En sí misma, la observación no
era concluyente. De ella no se desprendía nada deci-
sivo, puesto que no era necesario concebir las esfe-
ras planetarias como si fueran sólidas, rígidas y
completas. Pero la observación de Tycho condujo
naturalmente a los astrónomos a preguntarse una
vez más si los rasgos principales de su cuadro cos-
mológico tenían un fundamento seguro. En tanto la
teoría no dejara lugar para los cometas en las regio-
nes superlunares, los hombres decidieron, como es
natural, que debían pertenecer al mundo sublunar.
Pero ahora esa alternativa ya no podía mantenerse.
Al admitir cometas en el mundo superlunar se re-
planteó de inmediato todo el problema del me'canis-
mo del sistema planetario, y esta vez el problema
seguiría en discusión durante más de un siglo, hasta
que fuera resuelto por la teoría de la gravitación
de Newton.
Tycho dirigió la crítica a la vieja cosmología en
una dirección que Copérnico nunca previó. Pero
hasta Tycho, aunque ponía en tela de jUicio la inmu-
tabilidad de los cielos y la existencia de las esferas
cristalinas, aceptaba el caparazón esférico que lleva-
ba las estrellas fijas como límite externo del universo
y lo colocaba a una distancia de la Tierra no muy
grande. Tycho probablemente haya sido uno de 108
más diestros constructores de instrumentos que "han
2i4
trabajado en el canipo de la astronomía. Sus cua-
drantes y otros instrumentos para determinar la
dirección estaban hechos con gran exactitud y preci-
sión. Fue un observador escrupuloso, honesto y sis-
temático. Todo lo que fuera posible descubrir limi-
tándose a observaciones a simple vista, Tycho era
capaz de descubrirlo. Sus limitaciones derivaban
únicamente de esta restricción. El paso siguiente en
la disgregación del cuadro del mundo medieval se
dio unos treinta años más tarde, como resultado
de la labor de Galileo con su telescopio: el efecto de
este avance fue, ,entre otros, eliminar de nuestro
cuadro del universo el límite tradicional que Tyebo
aún había mantenido.

Los DESCUBRIMIENTOS TELESCÓPICOS


DE GALILEO

Galileo Galilei (1564-1642) es aún un personaje dis-


cutido, como lo fue en vida. Era franco, de espíritu
abierto, sincero, de gran inventiva y no sabía ser
diplomático u ocultar sus opiniones: prefería lanzar-
se a polémicas en las que podía ejercitar sus brillan-
tes talentos y la facilidad con que muy a menudo
derrotaba a sus oponentes le granjeó, no solo devotos
amigos, sino también enemigos influyentes y celosos.
La lista de las incursiones de Galileo por la ciencia
incluye casi todos los temas que estaban en discusión
seria alrededor del 1600 al menos en las ciencias
físicas. Tan pronto se ocupaba de la invención de
un termómetro, con la esperanza de reemplazar las
estimaciones subjetivas de calor y de frío por medi-
ciones numéricas objetivas, como se ocupaba de pr~
blemas de ingeniería militar o de los puntos de
ruptura de las vigas. Dirigió su atención sucesiva-
mente a la acústica, la hidrostática, el vacío, la luz
y el magnetismo. Pero durante toda su vida, en sus
años juveniles en Pisa, en los años de la madurez
en Padua y en Venecia y en su triste vejez en Fl~
rencia, hubo dos temas que siempre lo preocuparon:
la astronomía copernicana y la teoria matemátiCI;\
del movimiento.
En ambos campos hizo importantes descubrimiep-
215
tos, que luego, en el mismo siglo, iban a ser integra-
dos por N ewton a su teoría de la dinámica plane-
taria. Sin embargo, Newton nació en el mismo afio
en que murió Galileo y es necesario no atribuir a
éste resultados posteriores que no previó. En reali-
dad, para Galileo, los problemas de la astronomía y
los de la dinámica eran problemas distintos. En la
astronomía, contribuyó a derribar las barreras que
quedaban entre los mundos sublunar y superlunar.
En la mecánica, estableció sobre una base nueva la
geometría del movimiento terrestre. Pero la tarea
final de extender sus propios descubrimientos mecá-
nicos a los cielos y explicar de esta manera las inter-
acciones del Sol y los planetas parece no haber sido
contemplada por él. Al igual que Copérnico, conti-
nuaba considerando que el movimiento circular
eterno era totalmente autoexplicatorio. Como vere-
mos más tarde, sus experimentos mecánicos pare-
cían confirmar esta opinión.
Galileo solo hizo una incursión seria por la astro-
nomía, y aun ésta en un ámbito limitado. Pero eligió
"muy bien su dirección y explotó sus descubrimien-
tos hasta el fin. La aparición de la nueva estrella
de 1572 puso nuevamente sobre el tapete el problema
de la condición de las estrellas fijas y ya en 1576
el inglés Thomas Digges, en una exposición popular
de la teoría copernicana, las había descripto exten·
diéndose sin límites en todas las direcciones alrede-
dor de la región vacía central que contiene el siste·
ma solar. Esta nueva visión de un cosmos infinito
e ilimitado había sido predicada entusiastamente
por Giordano Bruno, quien además sostenía -lo que
Copérnico nunca habia soñado-- que había una
infinidad de mundos que contenían muchos sistemas
solares, algunos de ellos poblados por seres humanos
como nosotros. Aun juzgada por los criterios de la
ciencia ficción del siglo xx, la cosmología de Bruno
era especulativa. Fue ejecutado como herético en el
año 1600.
La abolición por Bruno del habitaculum Dei y de
las mansiones de los elegidos tradicionales, que hasta
Digges había mantenido, provocó finalmente reaccio·
nes hostiles por parte de las autoridades religiosas.
Desde ese momento, la doctrina copernicana se hizo
216
o~pal~ente sospechosa y se cOlpenzó a desconfiar
del libre pensamiento en la astronomía de manera
q1,le nunca se había visto antes. Pero no es posible
quemar las ideas en la hoguera al mismo tiempo
qqe a los heréticos. La idea de que las estrenas
continuaban indefinidamente en todas direcciones y
que no todas eran equidistantes de un centro único
pronto fue considerada como una seria posibilidad.
Por eso, en la época en que Galileo dirigió su teles-
copio recientemente construido hacia los cielos, las
mentes de los hombres estaban preparada~ para
aceptar una descripción totalmente nueva de los
mismos.
Galileo dio esa descripción en su pequeño libro el
Sidereus Nuncius, es decir, El mensajero estelar, es:
crito en Venecia en el año 1610. Comenzaba descri-
biendo el telescopio que había construido, cuyo prin~
cipio le había sido sugerido por informes que habia
recibido de la construcción de instrumentos si mi fa-
res en Holanda para uso terrestre. El telescopio de
Galileo aumentaba, el diámetro treinta veces, y, si
bien su poder separador no era de los, más altos,
como es de suponer, lo que pudo observar era ba~
tante notable. Como él mismo dice:
Puede contarse el número de las estrellas fijas que los
observadores han logrado ver sin poderes de visión artificiales
hasta este día. Por eso, decididamente, es una gran hazaña,
aumentar su número y desplegar de manera nítida ante los
ojos otras miríadas de estrellas que nunca habían sido vistas
antes y cuyo número supera en más de diez veces el de las
antiguas estrellas conocidas anteriormente.
Es también una visión de belleza y deleite supremos contem-
plar el cuerpo de la Luna, que se halla a una distancia de
nosotros de casi sesenta radios terrestres, tan cerca como si
solo estuviera a la distancia de dos de esas medidas.

Galileo comunicó los resultados de su primera ob-


servación en términos que arrojaban nuevas dudas
sobre la supuesta perfección de los cuerpos celestes.
Toda la cara de la Luna, informa, está cubierta de
manchas menores que las visibles a simple vista,
Tan abundantes que salpican toda la superficie de la Luna,
pero especialmente la parte más brillante de ella. .. Mis obser-
vaciones de las mismas, repetidas con frecuencia... me inspí-
217
can la seguridad de que la superficie de la Luna no es perfec-
tamente lisa. libre de desigualdades y exactamente esférica,
como cree una escuela filosófica que cuenta con muchos adep-
tos ••• sino que, por el contrario, está llena de desigualdades.
es escabrosa y está cubierta de agujeros y protuberancias, igual
que la superficie de la Tierra, en la que abundan por todas
partes las elevadas montañas y los valles profundos.

Fundamenta esta opinión describiendo la manera


en que cambia la apariencia de esas manchas en
diversas épocas del mes.
Presentan la parte oscura dirigida hacia el Sol, y en el lado
más alejado del Sol tienen límites brillantes, como si estuvieran
coronadas por cimas resplandecientes. Ahora bien, en la Tierra
podemos observar algo similar durante la salida del Sol; si
contemplamos los valles, veremos que éstos aun no están inun-
dados de luz, pero las montañas que los rodean del lado opuesto
al Sol llamean con el esplendor de sus rayos. Y al igual que
los valles a medida que el Sol se eleva cada vez más en el
cielo, así también esas manchas de la Luna pierden su negrura
a medida que la parte iluminada es cada vez mayor.
Luego, elimina la dificultad que planteó Tycho
con respecto al tamafio aparente de las estrellas.
Galileo quedó sorprendido de inmediato por el hecho
de que el tamafio de las estrellas que contemplaba
aumentaba mucho menos que la distancia entre
ellas. Las estrellas mismas seguían siendo puntos de
luz, mientras que las extensiones de cielo negro que
había entre ellas aumentaba muchas veces. Por tan-
to, el diámetro aparente de las estrellas era a fin de
cuentas engañoso. Galileo no podía saber que el po-
der de separación visual que es posible alcanzar
está limitado, en definitiva, por la apertura del ins-
trumento, sea éste la pupila de un ojo o un telesco-
pio; este resultado solo es inteligible en términos
de la teoría ondulatoria de la luz. Pero, sea como
fuera, sus observaciones bastaron para determinar
el punto principal:
Un telescopio que (a título de ilustración) es suficiente-
mente poderoso para aumentar cientos de veces el tamaño de
otros objetos, apenas aumentará cuatro o cinco veces el de las
esuellas. .. Cuando contemplamos las estrellas con nuesuos
ojos, éstas no presentan su verdadero y real tamaño, sino que
centellean con cierta viveza y fulguran con rutilantes rayos, espe-
cialmente cuando la noche está avanzada. Por esta circunstan-
218
cia, parecen mucho mayores de lo que parecerían si se las
despojara de estos adornos adventicios... El telescopio ...
elimina de las estrellas sus esplendores adventicios y accidentales,
más bien que aumentan sus discos verdaderos (si tienen en
realidad esta forma), y por eso su aumento parece menor
que el de otros objetos.
(Aún hoy, en el siglo xx, los telescopios más pode-
rosos solo nos muestran las imágenes difractadas de
las estrellas; solo los planetas son visibles con su
forma real.)
También meroce observarse la diferencia entre la apariencia
de los planetas y la de las estrellas fijas. Los discos de los
planetas parecen perfectamente redondos, como si se los trazara
con un compás y presentan el aspecto de pequeñas lunas,
completamente iluminadas y de forma globular; pero las estre-
llas fijas no parecen a simple vista limitadas por una circunfe-
rencia circular, sino más bien se representan como luces llamean-
tes que emiten rayos hacia todas direcciones y de manera muy
centelleante; con un telescopio parecen tener la misma forma
que contemplándolas a simple vista.

Había "una multitud infinita" de estas nuevas es-


trellas "telescópicas". Anteriormente, los astrónomos
habían clasificado las estrellas en seis órdenes de
magnitud, según su brillo visible:
Pero más allá de las estrellas de la sexta magnitud contem-
plaréis a través del telescopio una cantidad de otras estrellas
que escapan a la contemplación a simple vista, tan numerosas
que superan todo lo creíble, pues podéis ver más de seis dife-
rencias de magnitud además, y la mayor de éstas, a la que
llamaría estrellas de la séptima magnitud, o primera magnitud
de las estrellas invisibles, aparecen --cón la ayuda del telescn-
pio-- más grandes y más brillantes que las estrellas de la
segunda magnitud contempladas a simple vista.

Originalmente proyectaba describir toda la conste-


lación de Orión, "pero me sentía abrumado por la
enorme cantidad de estrellas y por la falta de tiem-
po", por lo cual trazó un cuadro del cinturón y la
espada de Orión, en los que las tres estrellas visibles
de cinturón y las seis de la espada se hallaban acom-
pafiadas por "otras ochenta estrellas recientemente
descubiertas en su vecindad". (Lámina VlIa.) Análo-
gamente, las Pléyades contenían otras cuarenta estre-
219
llas invisibles a simple vista, además de las seis
éonocidas.
Luego dirigió su telescopio hacia la Vía Láctea,
con motivo de lo cual aprovechó para dar otra
jovial palmada a sus colegas académicos.
Con la ayuda de un telescopio, cualquiera puede contemplar
esto de manera que entra tan claramente por los sentidos que
tbdas las disputas agitadas entre los filósofos durante tanto
tiempo quedan refutadas de inmediato por la irrefragable evi-
dencia de nuestros ojos; nos vemos libres así de las disputas
verbales acerca de este tema, pues la Galaxia no es nada más
que una masa de innumerables estrellas agrupadas en cúmulos.
1!n cualquier parte de ella a la que dirijamos el telescopio se
presenta gran multirud de estrellas a la vista. Muchas de ellas
son medianamente grandes y sumamente brillantes, pero el
número de las pequeñas está más allá de toda posible deter-
minación ...
Además, y esto os sorprenderá en sumo grado, las estrellas
que hasta la fecha todos los astrónomos han llamado nebulosas
500 grupos de pequeñas estrellas estrechamente agrupadas de
manera maravillosa, y aunque cada una de ellas escapa a
nuestra vista por su pequeñez o por su inmensa distancia de
óosotros, de la mezcla de sus rayos surge ese brillo que ha sido
éóilsiderado hasta ahora la parte más densa de los Cielos, capaz
de reflejar los rayos de las estrellas o del Sol.

Estas observaciones no demostraban de manera


inmediata que las estrellas estuvieran a distancias
diversas de la Tierra, como las había descripto
Digges; no había nada que pudiera demostrarlo, ex-
cepto el descubrimiento de que estrellas distintas
manifiestan paralajes diferentes, cosa que no se
pudo determinar hasta el siglo XIX. Si se lo deseaba,
se ,podía pensar que Galileo escrutaba con su teles-
copio la superficie interna del firmamento estelar.
Pero, a medida que se iba delineando el nuevo cua-
dro. la conclusión de que las estrellas más débiles
~s~aban más lejos pareció cada vez más natural. Así,
n.ynca se abandonó explícitamente la "esfera de las
estre.las fijas", pero se esfumó gradualmente de la
mente de -los hombres.
La última de las observaciones de Galileo era la
más interesante. Según Copérnico, el sistema plane-
t&rio no tiene un centro único: los planetas giran
alrededor del Sol, afirmaba, pero la Luna gira alre-
220
deqor de la Tierra. Esta dualidad de centros del
sistema planetario era considerada por algunas per-
sonas como la objeción más grave contra la nueva
teoría: si la Luna no hubiera presentado esta des-
mañada excepción a la regla general, habrían acep-
tado la concepción heliocéntrica. Pero Galileo deri-
vó de sus observaciones
un notable y magnífico argumento para disipar los escrúpulos
de aquellos que pueden admitir la revolución de los planetas
alrededor del Sol, en el sistema copernicano, pero se sienten
tan incómodos con el movjmiento de la Luna alrededor de la
Tierra, a la par que ambas completan UDa órbita en un año
alrededor del Sol, que consideran que debe ser rechazada como
imposible esta teoría del universo.

El descubrimiento crucial fue su observación de


los cuatro satélites mayores de Júpiter.
Pues ahora no solamente tenemos un planeta que gira alre-
dedor de otro, a la par que ambos recorren una vasta órbita
alrededor del Sol, sino que nuestra vista nos muestra cuatro
satélites que giran alrededor de Júpiter, al igual que la Luna
alrededor de la Tierra, -mientras tódo el sistema viaja a través
de una enorme órbita alrededor del Sol en el lapso de doce años.

Informa que el 7 de enero de 1610 observó tres


pequeñas estrellas brillantes cerca del planeta Jú-
piter.
y aunque yo creía que pertenecían al número de las estrellas
fijas, me extrañaron un poco, porque parecían estar dispuestas
exactamente en una línea recta paralela a la eclíptica y ser más
brillantes que el resto de las estrellas iguales a ellas en magnitud.
Tomó nota de sus posiciones y no pensó más en
ellas por el momento.
Yo no me preocupé en absoluto por la distancia que había
entre ellas y Júpiter, pues, como ya he dicho, creía al principio
que eran estrenas fijas; pero el 8 de enero, conducido por
alguna fatalidad, dirigí nuevamente el telescopio a la misma
parte de los cielos y hallé un estado de cosas muy diferente ..•

¡Las posiciones de Júpiter y de las estrellas eran


:diferentes!

221
Me pregunté con enrañeza c6mo podía Júpiter estar un día
al este de las estrellas fijas antedichas cuando el día anterior
estaba al oeste de dos de ellas. De inmediato temí que ei
planeta se hubiera movido de manera diferente a la prevista
por los cálculos de los astrooomos y que hubiera pasado a esas
estrellas por su movimiento propio.

En el curso de las noches siguientes, comprobó


que las pequeñas estrellas en cuestión atravesaban
el cielo siempre en compañía de Júpiter:
puesto que a veces están detrás de Júpiter y a veces delante
de él, a distancias iguales, y se alejan de este planeta hacia el
este y hacia el oeste solo dentro de muy estrechos límites, y
puesto que acompañan al planeta tanto cuando su movimiento
es retrógrado como cuando es directo, no puede quedar ninguna
.duda de que giran alrededor del mismo .•. Los satélites que
.describen los círculos menores alrededor de Júpiter son los
más rápidos, pues los satélites más cercanos al planeta a me-
nudo se ven en el este, cuando el día anterior aparecían en el
-oeste, y viceversa. Después de observar cuidadosamente los
:momentos de su retorno a posiciones observadas anteriormente,
_me parece también que el satélite que se mueve en la órbita
.mayor tiene un tiempo periódico de medio mes.

Estos "planetas mediceos" (como los llamó en


honor a los Médicis, la casa gobernante de Floren-
cia) hicieron imposible seguir sosteniendo que todos
los cuerpos del sistema planetario deben girar al-
rededor de un centro único. Con ello se superó una
objeción importante contra el sistema copernicano.
En años posteriores Galileo ofreció más pruebas
en apoyo de sus conclusiones, entre otras, pruebas
que resultaron de sus observaciones de las manchas
solares. Pero nada de lo que publicó más tarde tuvo
el impacto universal del Mensajero estelar. El libro
fue conocido de inmediato en toda Europa e hizo es-
pecial impresión en Inglaterra. A los cinco años de
su publicación se lo discutía en lugares tan alejados
como Pekín. Desde ese momento, se despejaron las
dudas más serias de los astrónomos y matemáticos
profesionales con respecto al sistema copemicano.
Aun para los aficionados, la astronomía se convirtió
en un tema interesante y los telescopios en juguetes
de moda. Sin embargo, todavía J ohn Donne se incli-
naba, en última instancia, por el tema de compro-
222
miso de Tycho y John Milton (en la parte del Pa-
raíso perdido citada como lema de este libro) volvió
a la tesis de Osiander, según la cual la tarea era,
no aspirar a la verdad cosmológica, sino simple-
mente
cómo construir, destruir, inventar
Para salvar las apariencias.

Pero, aun Milton se apartó de su camino, durante


un viaje a Italia, para solicitar una entrevista con
Galileo, que había caído en desgracia, entrevista en
la que tuvo oportunidad de mirar, por primera vez,
con un telescopio la Luna y los cielos. El micros-
copio y el telescopio suministraron muchas fuentes
de estímulo y de fantasía que los poetas de toda
Europa, y en especial los de Inglaterra, aprovecha-
ron con entusiasmo y dieron buen uso.
Como es sabido, la vida de Galileo tuvo un final
desdichado. Su famoso diálogo Los dos principales
sistemas del mundo, pUblicado en 1632, era un amplio
examen de los puntos en discusión entre las concep-
ciones ptolemaica y copernicana. Hizo la defensa del
copernicanismo de manera popular y muy atrayen-
te; refutó las objeciones contra el mismo con argu-
mentos, algunos de los cuales estaban tomados de
Aristarco, Ores me y Copérnico, mientras que otros
se basaban en su propia obra. Al principio, las auto-
ridades eclesiásticas estimularon la redacción del
libro, pues Galileo era un buen católico y no tenía
ningún deseo de hacer una mala jugada a la Iglesia.
Por otro lado, los sectores liberales del Vaticano se
habrían sentido felices de que se resolviera la dispu-
ta dentro de la astronomía sin escándalos ulteriores.
Pero cuando apareció, el diálogo era demasiado tao
jante para recibir la aceptación general; asl, los con-
servadores, entre los cuales se contaban algunos de
los más influyentes enemigos de Galileo, lograron
cambiar la política de la Iglesia. Galileo se halló en
una situación muy similar a la del anciano Paster-
nak en la Unión Soviética; fue estigmatizado y vigi-
lado, y debió publicar sus Discursos finales en la
Holanda protestante, en 1639. La historia de todo
este desdichado episodio ha sido relatada admirable-
223
mente por G. de Santillana en su libro The Trial 01
Galileo (El juicio de Galileo).
Para resumir, Galileo hizo dos grandes aportes a
la astronomla. En primer término, convirtió al teles-
copio en un instrumento indispensable para todas
las observaciones futuras; por primera vez en la
historia, los hombres tomaron, conocimiento de que
había otros objetivos celestes además de los vIsi-
bles a simple vista en el cielo. Esta ampliación de
nuestros horizontes, iniciada por Galileo, aun con-
tinúa. En segundo lugar, mediante su eficaz defensa
del sistema copernicano, considerado como una ver-
dad física, finalmente conquistó para la ai3tronomía
el derecho reclamado por Copérnico: el derecho de
ser algo más que un conjunto de construcciones ma-
temáticas destinadas "simplemente a suministrar
una base correcta para el cálculo". Los problemas
concernientes a la estructura, la trama y los meca-
nismo,; de los cielos volvieron a caer bajo su dominio.
Aparte de su labor con el telescopio, Galileo no
hizo mucho para resolver los principales problemas
de la física celeste. Con tantos intereses en el campo
científico, nunca se preocupó mucho por los intrin-
cados detalles de la geometría planetaria y se con-
tentó con examinar el sistema copernicano como
posición cronológica general. Tampoco abordó seria-
mente el problema de saber por qué los cuerpos
celestes se mueven en las órbitas que tienen. Insi-
nuó que la clave de esto podría ser que
el Sol, como principal ministro de la naturaleza y en cierto
sentido el corazón y el alma del universo, por su propia rota-
ción, no solamente infunde luz, sino también movimiento a los
otros cuerpos que lo rodean. .. Si la rotación del Sol se detu-
viera, también se detendría la rotación de todos los planetas.

Pero no vio ninguna necesidad de buscar una


causa para explicar por qué los planetas se despla-
zan en órbitas cerradas, y no en lineas rectas. Por
razones que parecían bastante convincentes antes
de Newton, nunca abandonó totalmente la concep-
ción del movimiento circular como tipo de movf-
miento ideal.

224
LA FÍSICA ASTRONÓMICA DE JOHANN KEPLER

Como ocurre siempre en la ciencia, la solución de


un problema trae aparejada también la solución de
otros problemas. Si la coherencia del "sistema del
mundo" no reside en sus relaciones con la esfera
estelar, era necesario buscar otro género de cohe-
rencia dentro del sistema. Ya en 1611 John Donne
deploraba el derrumbe de la vieja cosmología bajo
el impacto de la crítica de Copérnico y Galileo:
El Sol está perdido y' ya no sirven al hombre la Tierra ni
[el ingenio
Para dirigir su búsqueda de él.
y confiesan abiertamente los hombres que este mundo está
[agotado.
Cuando en los planetas y en el firmamento
Buscan tantas cosas nuevas;
Todo está destruido, la coherencia ha desaparecido
y también toda provisión y toda relación.
La misión que se asignó Johann Kepler (1571-
1630) Y cuya realización persiguió durante toda su
vida fue descubrir una nueva coherencia interna en
el sistema planetario centrado en el Sol. Su principal
propósito era elal;>orar una "física celeste", un siste-
ma astronómico de nuevo tipo en el cual quedaran
manifiestas las fuerzas que producen los fenómenos.
La vida de Kepler ilustra las motivaciones y las
peripecias del pensamiento científico casi hasta la
caricatura. Comenzó sus investigaciones impulsado
por la visión de una teoría que diera sentido mate-
mático al número de los planetas y a sus distancias
relativas con respecto al Sol. Debe haber, segura-
mente, (pensaba él) una razón matemática simple
para que haya seis planetas y solo seis; esa misma
razón debe explicar de qué manera se relacionan
entre sí sus respectivas distancias del Sol. Nunca
perdió totalmente la fe en que podía encontrarse
una teoría semejante. Pero, a pesar de que se tra-
taba de una fe, nunca se contentó simplemente con
afirmar; lejos de ello, estaba dispuesto a dedicar su
vida a confrontar la validez de sus ideas con los
registros astronómicos, explorando con meticulosa
tenacidad las maneras en que fue'ra posible armoni~
22.1)
zar las primeras con los segundos. En este proceso,
y casi incidentalmente, descubrió las tres leyes del
movimiento planetario por las que aun se lo recuer-
da. La plena significación de estas leyes solo se
aclaró medio siglo más tarde.
Desde ciertos puntos de vista, puede parecer que
sus realizaciones reales tienen poco que ver con sus
propósitos, por lo que sus últimos biógrafos lo han
llamado un "sonámbulo". Es cierto que sus ideas
acerca de las distancias planetarias han desapare-
cido totalmente de la física y que se ha abandonado
su concepción de la acción del Sol sobre los planetas.
Sin embargo, en su aspecto más general, su concep-
ción ha sido triunfalmente confirmada. Las formas
y las dimensiones de las órbitas planetarias, así co-
mo las velocidades con que los planetas se desplazan
por ellas, se hallan relacionadas matemáticamente
como él creía con gran pasión; y la clave de esas
relaciones matemáticas -como él intuyó- reside en
la acción ejercida por el Sol, mediante la cual rige
los movimientos en los planetas.
La particular unión que hallamos en Kepler de
una capacidad de especulación original de largo al-
cance, de ilimitada paciencia y de escrupuloso res-
peto de los hechos, constituyen los rasgos caracte-
rísticos de lo mejor que hay en la ciencia moderna.
Ya a los veinte años había aceptado la doctrina co-
pernicana y, además, estaba firmemente convencido
de que los pitagóricos tenían razón. Había en el
mundo relaciones matemáticas, que era menester
descubrir y de las que cabía esperar que permitieran
explicar el sistema planetario. Para esbozar un cua-
dro del universo, o "cosmografía", verdaderamente
racional, el primer problema que era necesario re-
solver era el de esta "armonía matemática": tal es
el problema que sugería el titulo mismo de su pri-
mer libro, Mysterium Cosmographicum, que publicó
en 1596.
Buscó sin éxito una ley que rigiera las distancias;
la buscó primero en una aritmética simple y luego
en la geometría plana. Finalmente, recurrió a la
geometría de sólidos y llamó su atención una esti-
mulante posibilidad que parecía resolver todos sus
problemas de inmediato. Como vimos antes, el dis-
226
cípulo de Platón, Teeteto, había demostrado el im·
portante teorema de que solo hay cinco sólidos re-
gulares. Kepler vio en este teorema la solución del
"misterio cosmográfico". Si solo había seis planetas
(los únicos que se conocían por entonces), entonces
había exactamente cinco regiones interplanetarias.

El modelo del universo de Kepler

la esfera más externa es la de Saturno

Kepler trató de imaginar de qué manera las pro-


porciones de los cinco sólidos platónicos podían
determinar las distancias entre los planetas. To-
mando las distancias máxima y mínima entre cada
227
planeta y el Sol como limites d"! las fases eJc't€'l'Jla
~ ifttétina de >su zona, construyó un modelo materná-
tieo Ge todo elsistenia como una especie de drja
mina. El caparazón que contenia la órbita de Mer-
curio encajaba dentro de un octaedro cuyos vértices
tocaban la cara interior del caparazón de Venus.
De igual modo, entre el caparazón de Venus y el de
la Tierra encajaba un icosaedro; entre la Tierra y
Marte, un dodecaedro; y entre Júpiter y Saturno, un
cubo.
Este aspecto de la visión inicial de Kepler ha des-
aparecido sin dejar rastros. Hoy sabemos que hay
nueve planetas y hemos abandonado la búsqueda de
relaciones matemáticas simples que gobiernen sus
distancias del Sol. Pero esa teoría suministró a Ke-
pler un esquema para orientar su investigación y
durante los veinte años, o más, de labor activa, hizo
tres descubrimientos de valor más perdurable. Éstos
han compensado con creces por todos los defectos
del esquema general.
Cuando Kepler procedió a estudiar los registros,
comenzó por plantearse también otros problemas.
Observó que los planetas más distantes se movían
más lentamente que los interiores. Para recorrer
toda su órbita Júpiter necesitaba doce veces más
tiempo que el que necesitaba la Tierra para recorrer
la suya, y Saturno 30 veces más, aunque esos pla-
netas no se hallaban 12 ó 30 veces más alejados.
Creyó que solo podía haber dos razones posibles de
ello. O bien cada planeta se mantenía en movi-
miento por su propio "espíritu motriz", que debía
ser tanto más débil cuanto más alejado del Sol
estuviera el planeta, hipótesis que consideró poco
plausible, o bien alguna fuerza proveniente del Sol
mismo debía mantener a 10fl planetas en movi·
miento, fuerza cuya acción debía disminuir a me·
dida que aumentaba la distancia. Los detalles de la
concepción que tenía Kepler de esta fUi-Tza solar no
son de mucha importancia, pues fueron corregidos
por Newton. Pero lo que era notablemente original
era la co~epci6n misma: la idea de que una fuei'~a
ffsica pudiera originarse en el Sol y ser la causa de
los movimientos planetarios. Antes de Kepler. a n~­
die se le 'OCllITió que los movimientos celestei'l exi-
228
gían una explicación en términos de una fuerza fi-
~jiéa 'qúe actuara continuamente.
É'rt i596 ~epler no podía hacer más que suponer
estas ideas ;cómo posibi'lidades. Para poder avanzt;ir,
tenía queconftontarlas en detalle con los mejores
regiStros planetarios disponibles. Aquellos a los que
tenía acceso no eran suficientemente seguros. Fue así
que entró en contacto con Tycho Brahe, que acababa
de ser designado algo así como "astrónomo real" en la
corte imperial de Praga. Tycho tomó a Kepler como
"investigador adjunto" y así se inició una corta y
tormentosa relación entre los dos sabios, que duró
desde principios de 1600 hasta la muerte de Tycho,
en octubre de 1601. Parte de ese tiempo Kepler lo
lJasó fuera de Praga.
~I pr~blema que Tycho propuso resolver a ¡<epler
fue muy venturoso. De todos los cuerpos celestes,
'eí ~v.e :present~p"a inayor~'s dificultades para 1Qs
astrónomos era Marte. ,Si se aplicaba, como habían
hecho r,tolomeo y Copérnico, 1,1n círculo deferente
~~c.~ntrico jpI}~o con un solo epiciclo, se podia ~~n­
te~er, .en teoría, un a.cuerdo entre la.s prediccioJ.1,es
y la observacíón de un décimo de grado, para los
otros planetas, y de un centésimo de grado para el
Sol. Si Ptolomeo o Copérnic;o Il;)graron realmen~e
este grado de exactit'ud en la práctica es algo g:üe
tlo ~e sabe, pero ~ní;¡m los medios para lograrlo.
IJasta la ~pocade T;ycho, eso era el limite de ~ac­
titud en las obsf'!rvaciones. En .realidad, CopérJ;\ipo
se hllbiera sentido fe~iz si hubiera logrado un ma~­
gen de error no mayor de un sexto de grado.
Solamente Marte salía del orden. La discrepancia
entre la teoría y la observación era mayor de lo qUe
podía corregirse mediante remiendos auxiliares. En
el caso de Marte, la construcción corriente de "ex-
céntri~a·cum-epiciclo" conducía a errores de lf.!0; las
laboriosas observaciones de Tycho revelaron fuera
de toda duda la existencia de esta discrepancia. Ke-
pler tenia que encontrar alguna otra construcción
que hiciera concordar el movimiento observado de
Marte con la predicción teórica.
Al llegar a este punto, se reveló el genio físico de
Kepler. Podía haberse contentado con agregar niJe-
229
vos círculos y con ellminar las desviaciones me-
diante artificios matemáticos. Pero él no era un sim-
ple calculista, sino que tenia el temperamento de
un físico matemático. La tarea de "salvar las apa-
riencias" podría haberse llevado a cabo por medios
matemáticos pedestres, agregando epiciclos tras epi-
ciclos; pero esto solo habría hecho más impenetrable
el misterio cosmográfico. Kepler estaba decidido a
hallar una solución más simple del problema, a de-
mostrar que la órbita de Marte podía ser represen-
tada mediante una sola figura ge01llétTica, que pu-
diera ser explicada por la acción de fuerzas físicas
shhples.
Creyó que podía realizar esa tarea en ocho días:
en realidad, le llevó más de ocho años. Continuó
trabajando en ella después de la muerte de Tycho
y publicó sus resultados en 1609, en su Nueva astro-
twmía. Este libro es un monumento a su pasión
Intelectual y a su terca constancia. En lugar de
escribir uno de esos asépticos articulos científicos
de moda a mediados del siglo xx, en los que el re-
sultado final de la investigación aparece de pronto
como un conejo de un sombrero, Kepler registró
todos sus intentos sucesivos por analizar los movi·
mientos de Marte. Por eso, puede comprenderse
mejor lo que es una investigación cientifica en este
libro que en una moderna revista cientifica.
Antes de abordar el problema de la forma de la
órbita, se planteó cómo variaba la velocidad del
planeta en los distintos puntos de su trayecto. A
dUerencia de Copérnico, no pensaba que su veloci-
dad debía ser necesariamente uniforme; en cam-
bio, ensayó la idea -ya presente en su libro ante-
rior- de que la velocidad del planeta disminuía a
medida que aumentaba su distancia del Sol. La idea
parecía plausible y como primer prinCipio de su
investigación elaboró la relación matemática que hoy
conocemos como la segunda ley de Kepler. Según
esta ley, la velocidad de un planeta varia en pro-
porción inversa a su distancia del Sol, de manera tal
que la línea que une el planeta al Sol barre áreas
iguales en tiempos iguales (cf. pág. 230.) Detrás de
este principio hay una teoría dinámica que aún debe
algo a Aristóteles; dio por supuesto que toda varia-
230
clón en la fuerza del Sol debía provocar un cambio
proporcional en la velocidad. El Sol, pensaba, ejerce
una fuerza lateral sobre los planetas que los man-
ilene en sus órbitas: así como la fuerza ejercida ,por
una palanca disminuye al aumentar la distancia del
punto de apoyo, así también disminuye la fuerza del
Sol en proporción a la distancia.

lA segunda ley de Kepler de la dinámica planeltlritl

Según la ley de Kepler, el tiempo que tarda un planeta en


ir del punto 1 al 2 de la órbita depende del área de la órbita
dlIltenida dentro de esos puntos. La línea SP barre áreas iguales
en tiempos iguales. Obsérvese que cuando Kepler formuló por
Primera vez esta ley no supuso que la órbita era una elipse;
pensaba que era circular y que el Sol estaba en una posiá6n
excéntrica. Kepler comprendió que, al formular esta ley, babia
hecho dos suposiciones discutibles: primero, que es posible
i8uaIar un número infinito de líneas con un área; y segundo,
~e la órbita era circular.

231
Provisto de este principio KepIer se concentro en
latormade la 6rbita. Dt:ti'ante larga 'tieÍripo contiriüó
su.1abOr con la idea de que 'era circular, 'aun cuani:Ío
e_o significara ~l abandono de sus pririCipios dinfl-
micos. EvimtualmeJite, se vio obligado a ensayar
otras formas, puesto que indudablemente la óÍ'blja
se achataba en una dirección. Una vez al menos pasó
por su mente el pensamiento de que la forma podria
ser una elipse, aunque al principio jugó con esta
idea simplemente como construcción matemática.
Por razones físicas, se inclinaba a creer que la órbita
verdadera debía de ser en forma de huevo. Al con-
frontar esta idea con las observaciones, halló ciertas
discrepancias. En magnitud, estas discrepancias eran
exactamente iguales a lus diferencias entre su pre-
sunta curva en forma de huevo y la elipse que habia
usado como aproximación. Finalmente, calculó el
aspecto que presentaría Marte desde la Tierra no-
che tras noche, si su órbita fuera una elipse con el
Sol en uno de sus focos. Así desaparecieron las úl·
timas discrepancias serias.
La historia de esta infatigable investigación ha
sido relatada más de una vez en los últimos años.
Es fácil resumirla en dos párrafos ahora que su
resultado nos es familiar. Pero es imposible exage-
rar el valor de esa ardua labor de ocho años de pe-
nosos cálculos y la escrupulosa honestidad de Ke-
pIer para admitir un fracaso tras otro.
En los diez años siguientes, Kepler volvió al pro-
blema del número de los planetas y de sus distan-
cias relativas. La teoría de los cinco sólidos regula-
res fue aun el punto de partida de su investigación,
pero fue bastante sincero para admitir que los he-
chos no suministraban un completo apoyo a su espe-
culación original.
Con respecto a las proporciones entre las órbitas planetariu,
la p~oporción entre dos órbitas planetarias vecinas es siemp;e
tál que, como puede verse fácilmente, Je aP1'oxima a la proP,Qt-
dilo de las esferas de uno de los cinco sólidos regulares. Sin
embargo, no es exaaamente igual, como osé asegurar antes.

Luego expone los ajustes detallados que se necesi-


tan para adecuar la teoría a los hechos:

232
En pocas palabras: el cul;!o y el octaedro, que. son compañe-
ros, no penetran en absoluto en sus esferas planetarias; el
dodecaedro y el icosaedro, que son compañeros, no alcanzan
a ellas; y el tetraedro las toca exactamente. En el primer caso,
hay una pequeña deficiencia, en el segundo un pequeño exceso
y en el tercero hay igualdad con respecto a los intervalos
pl~etarios.
Evidentemente, pues, las verdaderas proporciones de las dis-
tancias entre los planetas y el Sol no han sido tomadas sola-
mente de los s6lidos regulares. PueS el Creador, que es la
verdadera fuente de la geometría y que "constantemente hace
geometría" (como dice Plat6n), no se aparta de sus propias
especificaciones. .. Por consiguíente, debemos reconocer que,
p~ra calcular los diámetros y las excentricidades conjuntamente,
n~esitamos más principios, además de los que rigen a los cinco
s611dQS regulares.
En sus exposiciones finales de la astronomía co·
pernicana y de "las armonías del mundo", examinó
nuevamente gran parte de los elementos de juicio,
pero solo incidentalmente presentó algunos resulta-
dos nuevos. Explicaba su segunda ley como una
aplicación directa del principio de la palanca:
Cuando los brazos (de una palanca) están en equilibriQ, la
razón de los pesos que cuelgan de cada brazo es inversa a la
razón de (las longicudes de) los brazos... El peso del brazo
más largo es al peso del brazo más corto lo que éste es al
más largo. Y si eliminamos, en el pensamiento, uno de los
brazos, y en lugar del peso que cuelga de él imaginamos
un impulso de giro de la misma magnitUd actuando en el punto
de apoyo, a la par que se mantiene el otro brazo con su peso
en alto, entonces, evidentemente, este impulso en el punto de
apoyo no ejercerá la misma fuerza sobre un peso sicuado a una
cierta distancia que sobre el mismo peso si escuviera más cerca.
Del mismo modo, nos dice la astronomía, en el caso de un
planeta, el Sol no tiene el mismo poder de moverlo y de hacer
que gire a su alrededor cuando el planeta está lejos que cuando
la distancia es menor.

Luego compara la otra causa responsable de las


variaciones en la distancia de cada planeta al Sol
con la fuerza de la atracción magnética:
¿No es increíble que los cuerpos celestes se comporten como
enormes imanes? Sin embargo, leed la filosofía del magnetismo
del inglés William Gilbert; pues en su libro, aunque el autor
no cree que la Tierra se mueva entre las estrellas, demuestra
233
con muchos argumentos su naturaleza Jlla8Dética... No es ea
modo alguno absurdo o increíble que loJos los principales
planetas tengan la misma naturaleza.

En otras oportunidades, Kepler representó los mo-


vimientos excéntricos de los planetas mediante el
uso de la notación musical, un eco final de la "ar-
monía de las esferas" de los pitagóricos. Buscó tall1-
bién una ley matemática que rigiera las densidades
relativas de los diferentes planetas:
No es adecuado que todos los planetas tengan la misma
densidad material... la principal raz6n de esto se relaciona
con las ·diferencias entre sus tiempos periódicos ... Todo cuerpo
que esté más cerca del Sol será también más denso, pues d
Sol mismo es el más denso de todos los cuerpos del mundo,
como resulta evidente por su inmenso y múltiple poder ...

Ensayó varias relaciones matemáticas posibles y


concluyó:
Asi, reducidos a números redondos, los resultados son las
cifras registradas en la tabla que presentamos más adelante;
hallé . que las substancias terrestres registradas junto a ellas
están en proporciones muy semejantes, como puede verse en
mi libro escrito en alemán, en 1616, sobre pesos y medidas:

Saturno 324 las gemas más duras


Júpiter 438 piedra imán
Marte 810 hierro
Tierra 1000 plata
Venus 1175 plomo
Mercurio 1605 mercurio.

De este modo, podemos reservar el oro, cuya densidad en


esta proporción es de 1800-1900, para el Sol.

(En nuestro próximo libro, veremos cuán estre-


chamente ligada está la anterior idea con las doctri-
nas tradicionales de los alquimistas. Éstos asociaban
108 principales cuerpos celestes con la!" diferentes
substancias; al Sol se lo comparaba habitualmente
con el oro, en la literatura alquímica, cloro recibia
comúnmente el "nombre clave" de Sol. El planeta
Mercurio aún comparte su nombre ("on el metal
fluido.)
234
Casi perdida en estas especulaciones "armónicas"
encontramos una breve formulación de la tercera y
última de las leyes por las que se recuerda a Kepler.
Los tiempos periódicos de los planetas no están en las mismas
proporciones que los tamaños de sus esferas, sino que son
mayores; la exaaa proporción, en el caso de los planetas prin-
cipales, es la 3/2a. potencia. Es decir, si tomamos la raíz cúbica
de los perlodos de Saturno (30 años) y Júpiter (12 años) y
los elevamos al cuadrado, la razÓn verdadera de las esferas
de Saturno y Júpiter estarán en proporción. Esto es así aun en
el caso de esferas que no son contiguas. Por ejemplo, Saturno
tarda 30 años, la Tierra uno. La raíz cúbica de 30 es aproxi-
madamente 3,11 y la de uno es uno. Los cuadrados de estas
raíces cúbicas son 9,672 y uno. Luego, el tamaño de la esfera
de Saturno es 9,672 veces mayor que el de la Tierra.

Esta última relación:


(afio planetario)2 a (distancia del 801)3
estaba destinada a desempeñar un papel fundamen-
tal en los argumentos de Newton sobre la gravita-
ción. Kepler había llegado a ello como un subpro-
ducto, entre muchos otros, de su convicción de que
el sistema planetario tenía una estructura esencial-
mente matemática. El mismo método también pro-
dujo resultados de ningún valor intelectual, pero no
tenemos por qué burlarnos: su convicción funda-
mental dio como fruto descubrimientos que solo un
hombre dotado de la más elevada imaginación y de
la mayor persistencia podía haber logrado.
Kepler y Galileo reconstruyeron el sistema cósmi-
co en la medida en que podían hacerlo sin una teoría
adecuada de la dinámica planetaria. Además, Kepler
era consciente de la necesidad de ampliar la con-
cepción de la gravedad y comprendió también que
se trataba de una atracción recíproca:
La doctrina tradicional acerca de la gravedad es errónea ...
La gravedad es la tendencia mutua entre cuerpos semejantes a
unirse o ponerse en contacto ( también la fuerza magnética
es de este tipo), de modo que la Tierra atrae a una piedra
mucho más que la piedra a la Tíerra. . . -
Si le colocaran en cualquier parte del espacio dos piedras,
cercanas una a otra, y fuera del alcance de la fuerza de- UD
235
rercer cuerpo afín, se unidan, a la manera de los cuerpos
magnéticos, en un punto intermedio y cada una de ellas se
aproximaría a la otra en proporción a la masa de ésta.
Al fin alguien comprendía que el problema crucial
del sistema planetario era el del equilibrio dinámico:.
Si la Tierra y la Luna no se mantuvieran en sus órbitas
respectivas por una fuerza espiritual o de algún otro género,
la Tierra se elevaría hacia la Luna en una quincuagesimocuarta
parte de la distancia, y la Luna descendería las otras cincuenta
y tres partes del intervalo, con lo cual se unirían, suponiendo
que ambas sean de la misma densidad.
Pero Kepler no tenía los medios para descubrir
cuáles son las verdaderas fuerzas que mantienen a
la Luna y los planetas en sus órbitas. La unión final
de la astronomía y la dinámica se realizaría solo
sesenta años más tarde y por el momento debemos
retroceder para examinar la otra faz de nuestra
historia.

LECTURAS y OBRAS DE CONSULTA


COMPLEMENTARIAS

Se hallará una discusión muy viva y estimulante, aunque


litisiosa, del desarrollo de la astronomía en el período enhe
Copéinico y Newton en el libro.
KOESTLER, ARTHUR, The Sleepwalkers. [Traducción al esp.:
Los sonámbulos, Ed.EuDEBA, Buenos Aires.]
Para las principales figuras de este período, ver también:
GADE, J. A., The Lile aná Times 01 T'Ycho 8rahe.
CASPAR, MAJe, Johann Kepler.
DRAKE, STILLMAN, Discoveries aná Opinions 01 Galileo.

Sobre el conflicto entre Galileo y la Iglesia, ver:


SANTILLANA, G. DE, The Trial 01 Galileo.
SHERWOOD TAYLOR, F., Galileo and the Preedom 01 Thought.
La influencia de la astronomía del siglo XVII sobre la litera-
.tura y la Poesía de la época p~ede constituir en sí misma ~n
tema de estudio. Ver, en particular, la serie inicial de ensayos
reunidos en:
NICOLSON, MARJORIE, Science aná lmaginal;on.
236
Se encontrará' una exposición general del desarrollo de la
cieocia durante el siglo XVII en la primera parte del libro:
HALL, A. R., The Scientific Revolution.
En la película T ¡erra y cielo hay secciones destinadas a ilus-
trar la obra de Tycho, Galileo y Kepler.

237
CAPíTULO VIII

LA CREACIÓN DE LA MECÁNICA

En la astronomía, durante el medio siglo que va


-de 1570 a 1620, se produjo una ruptura radical con
la tradición. En la mecánica, en cambio, no hubo
una discontinuidad tan tajante. Las historias popu-
lares sobre el tema a menudo acreditan a Galileo
una originalidad en este campo igual a la que ma-
nifestó en la astronomía. Según esas historias, desde
la época de Aristóteles, ese tema de estudio langui-
deció, abandonado en manos de monjes o filósofos,
quienes, con bizantina insistencia en las distincio-
nes, lo trataron exclusivamente como un ejercicio
en sutilezas lógicas. Galileo, al introducir el método
experimental, desenmascaró todos los elementales
disparates de Aristóteles transmitidos por los esco-
lásticos medievales.
Las investigaciones recientes han demostrado que
este cuadro es una caricatura de la realidad. En los
siglos transcurridos entre Aristóteles y Galileo, la
mecánica hizo continuos progresos. Los matemáticos
y filósofos árabes combinaron las ideas de Arquími-
des, Euclides y Filopón con las de Aristóteles con
muy buen resultado, particularmente en estática. Ya
antes del siglo XIII, los sabios de la Europa me-
dieval retomaron el problema desde un punto de
vista original. Y puede comprenderse mejor la obra
de Galileo como la culminación de esta tradición me-
dieval. Los problemas que discutió, los métodos de
argumentación que empleó y los términos técnicos
que usó fueron todos tomados de la tradición, y sin
238
el cimiento que éste le ofreció hubieran sido impO-
sibles sus propios descubrimientos. Sus descubri-
mientos experimentales fueron indudablemente im-
portantes, pero quizá su contribución de mayor in-
fluencia fue de carácter literario: sus dos grandes
tratados, sobre astronomía y sobre mecánica, plan-
tearon los principales problemas a los lectores inte-
ligentes en diálogos escritos en italiano y de f:lcil
lectura.

EL CAMBIO DE ARISTÓTELES A NEWTON

Aristóteles había dado una explicación de la ma-


nera en que se mueven los cuerpos que permitia
comprender, en el nivel del sentido común, los tipos
más familiares de movimientos que podemos ver,
tanto sobre la Tierra como en los cielos. Por la época
de Newton, se habían producido cinco cambios im-
portantes en la teoría del movimiento, como resul-
tado de los cuales se hizo posible realizar una nueva
síntesis de la dinámica y la astronomía. Los efectos
de estos cambios pueden resumirse de la siguiente
manera:
a) Aristóteles consideraba el movimiento como
una variedad especial -o sea, la del cambio de po-
sición- del fenómeno general del cambio. Se intere-
saba por el movimiento como fenómeno cualitativo
que debía explicarse en los mismos términos que
los cambios de color, de calor o de salud fisica. En
su examen del movimiento habia un mínimo de ma-
temática: por ejemplo, simples proporciones numé·
ricas entre una distancia y otra. Un concepto mate-
mático como el de "velocidad", que no es un simple
número, sino más bien una cantidad "dimensional"
(una longitud dividida por un tiempo), no tenía ca-
bida en su sistema. En Newton encontramos el
nuevo arsenal matemático del cálculo diferencial
aplicado a los problemas de la mecánica.
b) Puesto que el examen de la mecánica realizado
por Aristóteles era cualitativo, hizo pocas distincio-
nes de las que constituyen el fundamento de la me-
cánica moderna. No tenía idea alguna de la "veloci-
239
,~d. ins~tánea" y apenas sugirió una definición de
l~. "aceleración", ideas a~bas que debian desempe-
~ un papel capital en la mecánica de Newton.
'También, Aristóteles solo trabajó con una idea difu-
'&a de la masa de un cuerpo, mientras que hoy dis-
t~~imos entre el peso, la densidad, la masa y el
pes.o especifico. Del mismo modo, trató el "esfuerzo"
requerido para mover un cuerpo a veces de la ma-
nera en que nosotros hablamos de "fuerza", mientras
que otras veces parece indicar "trabajo", "acción" o
"energia". Finalmente, su noción de "resistencia" a
veces parecía ser "densidad", otras veces "viscosi-
dad" y solo en ocasiones una "fuerza resistente" en
el sentido moderno. Los matemáticos medievales
precisaron gradualmente todas esas definiciones, pe-
ro- esta tarea solo fue completada por Newton.
c) Aristóteles admitfa cinco tipos diferentes de
materia que se movían de muy distintas maneras.
según su ubicación. Después de Newton, la distinción
entre el transitorio movimiento rectilineo de las co-
sas terrestres y el eterno movimiento circular de
los objetos celestes desapareció totalmente, pues se
dispuso de un conjunto de principios dinámicos
aplicables a todo tipo de materia y en todos los
estados.
d) A medida que esa distinción comenzó a desapa-
recer se hizo cada vez más claro que, en condiciones
apropiadas, los cuerpos terrestres serían capaces de
continuar en movimiento eternamente, si se los de-
jara librados a sí mismos. Lo que impide en la prác-
tica que esto ocurra es la imposibilidad de eliminar
todos los obstáculos (fricción, resistencia del aire,
etc.) que normalmente hacen detener a los cuerpos
en movimiento.
e) Finalmente, se llegó a un nivel nuevo y más
refinado de análisis matemático, en el que la relación
esencial se establecía entre la fuerza y la acelera-
ción. El efecto inmediato de una fuerza externa era,
no mantener la velocidad y la dirección de un cuer-
po, sino alterarlas. Se abandonó la concepción del
movimiento como un equilibrio entre una fuerza
motriz y una resistencia: en el nuevo cuadro esbo-
zado, el movimiento era algo inercial, o sea, algo
240
que se mantenía a sí mismo. Las fuerzas externas
solo podían retardarlo, o acelerarlo () cambiar su
dirección.
Se estableció la unión de estos cinco cambios como
resultado de un paso final. El paradigma del movi-
miento circular uniforme fue reemplazado por el del
movimiento a lo largo de una línea recta eucHdea,
con lo cual la antigua concepción del movimiento
celeste in obstaculizado y autoexplicativo cedió el lu-
gar a un nuevo ideal matemático. Toda la mecánica
newtoniana se funda en este "paradigma expllcah-
vo" del movimiento ,rectilíneo constante.
Este nuevo paradigma no podía haberse imaginado
antes del año 1600, ni siquiera como mera posibili-
dad. Esto se debía a dos razones. La idea misma de
un cuerpo terrestre que continuara moviéndose eter-
namente es contraria a la experiencia cotidiana; por
eso era ajena al pensamiento de Aristóteles. Solo
podía surgir dentro de una teoría matemática que
pudiera explicar con igual eficacia situaciones ideales
y situaciones comunes. No es una casualidad que tal
teoría solo surgiera después del renovado interés por
Platón y por el pensamiento platónico que se pro-
dujo durante el Renacimiento.
En segundo término, en tanto los hombres conci-
bieran todo el universo como una esfera cerrada y
finita, no podía surgir la idea de un cuerpo que se
moviera indefinidamente en una línea recta eucli-
diana. Tal cuerpo tenía que acabar por salir, no sola-
mente de este mundo, sino inclusive "fuera del espa-
cio". El movimiento circular, en cambio, se adecuaba
a un universo esférico. La introducción prematura
del paradigma newtoniano podría haber retrasado la
aplicación de la nueva física a la cosmología, en lugar
de acelerarla. En un universo infinito, como el que
preconizaron Digges y Bruno, tales dificultades no
podían surgir.

EL ENFOQUE MATEMÁTICO DEL MOVIMIENTO

Examinemos más detenidamente cada uno de los


puntos anteriores, en ese mismo orden. Comencemos
con la transformación de la mecánica hasta hacerse
241
cuantitativa y matemática. Esto exige el estudio del
desarrollo de la cinemática durante la Edad Media.
La cinemática, como explicamos antes, trata de los
movimientos de los cuerpos en términos de distan-
cia, tiempo y velocidad exclusivamente; no se ocupa
para nada de las fuerzas y causas responsables del
movimiento, tema que constituye el objeto de estu-
dio de la dinámica. La cinemática es la geometría
del movimiento, mientras que la dinámica es su
física. Eudoxo y Ptolomeo se limitaron al estudio de
la cinemática planetaria; Aristóteles y Kepler se in-
teresaron también por la dinámica planetaria.
El examen griego clásico de la cinemática siempre
tenía una forma sumamente concreta. En ella, los
barcos no tenían "una velocidad de x kilómetros por
hora", sino que "se desplazaban y metros en z mi-
nutos". Naturalmente, Aristóteles también usaba las
palabras "más rápido" y "más lento", pero siempre
especificaba las velocidades en términos de distan-
cias reales atravesadas en tiempos determinados.
Aun Arquímides expresó sus teoremas Mnemáticos
en los mismos términos:
Si un punto se mueve con velocidad uniforme a lo largo de
[toda la extensión de] una línea dada, y si marcamos sobre
esta línea otras dos líneas {más cortas], éstas estarán en la
misma relación [en longitud] que los perlodos de tiempo
utilizados por el punto en atravesarlas.
Aristóteles rozó en dos oportunidades, en la Fí-
sica, el problema de la aceleración, pero nunca la
definió de manera satisfactoria. Ni siquiera parece
haber concebido 111 velocidad y la aceleración como
dos variables distintas, sino como "movimientos que
aumentan de intensidad". Estratón tuvo un primer
acierto al distinguir el movimiento acelerado de los
distintos tipos de movimiento y al definirlo como el
que atraviesa distancias iguales en períodos sucesi-
vos de tiempo cada vez más cortos; es decir, man-
tuvo constantes las distancias.
En el siglo XII, Jordanus de Nemours formuló la
definición de otro modo: la aceleración se produce
cuando, en tiempos iguales, se atraviesan distancias
cada vez mayores. En ambas definiciones, la base
de la relación es una constante, ya sea un tiempo
242
determinado, ya sea una distancia determinada. La
primera tarea de los matemáticos medievales con-
sistió en determinar que la velocidad de un cuerpo
podía ser considerada también como una variable, y
no como una distancia determinada (por ejemplo)
recorrida en un tiempo patrón. El problema siguiente
que debían resolver era describir el movimiento de
un cuerpo acelerado en términos de esta propiedad,
"la velocidad", que podía cambiar continuamente en
tiempos sucesivos.
La transición a la moderna cinemática matemá-
tica se dio en tres pasos; lo dos primeros fueron
dados antes del 1400. Esos tres pasos eran los si-
guientes: 1) la extensión del análisis de Aristóteles
a los cuerpos acelerados; 2) el uso de gráficos para
demostrar el efecto total de los cambios que se pro-
ducen a un ritmo variable; y 3) el desarrollo de
esos primeros métodos gráficos simples hasta llegar
al "cálculo infinitesimal".
Casi con seguridad, el primer paso se dio entre
1330 y 1350; se debió a los sabios del colegio Mer-
ton, de Oxford. En varios de sus manuscritos hay
pruebas de un teorema que es la clave para lograr
un tratamiento satisfactorio de la aceleración uni-
forme. Este teorema nos parece actualmente muy
obvio, pues ya en la física elemental se nos enseñan
resultados que dependen del mismo. Pero, en su
época, significó un positivo avance con respecto a
todo lo anterior. William Heytesbury lo formuló en
1335 en términos que pueden parafrasearse de la si-
guiente manera:
Partiendo de cero, o de algún valor definido, todo cambio
en velocidad que termine en un valor finito y se adquiera o se
pierda a un ritmo uniforme tendrá un efecto equivalente al
de su valor medio. Así, un cuerpo en movimiento que adquiere
o pierde velocidad uniformemente, durante un período de tiem-
po determinado, recorrerá exactamente la misma distancia que
habría atravesado en el mismo período de tiempo si se hubiera
movido constantemente al valor medio de la velocidad. .. o sea,
al valor de ella en el momento medio del tiempo.

La distancia total atravesada por un cuerpo uni-


formemente acelerado será exactamente la misma
que si se hubiera estado moviendo durante el mismo
243
periodo de tiempo a la velocidad media. ¿Suena esto
obvio? Este resultado está muy lejos de ser obvip
y es fácil pasar por alto sus implicaciones. Por
ejemplo, si un auto de carrera se acelera uniforme-
mente a partir del reposo hasta llegar a 224 kilóme-
tros por hora a lo largo de una distancia de dos
kilómetros ¿cuál será su velocidad a mitad de
camino, o sea al llegar al primer kilómetro? (Podrfa-
mos sentirnos tentados a decir de antemano): "112
kilómetros por hora, naturalmente". Pero, esto seria
cometer el error que los matemáticos de Merton evi-
taron. Pues, en una aceleración uniforme, el auto-
móvil alcanzaría la mitad de la velocidad en la
mitad del tiempo, pero solo habría recorrido la
cuarta parte de la distancia: en el momento de llegar
a la mitad del camino, su velocidad sería cercana a
los 160 kilómetros por hora y recorrería el segundo
kilómetro en un tiempo mucho menor del que tardó
para recorrer el primero.
La escuela de Merton, pues, definió la aceleración
de un cuerpo como el recorrido, en cada período
sucesivo de tiempo, de la misma distancia adicional
en más o en menos. El quid de la cuestión era el
tiempo: a partir de esta definición, era posible de-
mostrar sin una matemática muy elaborada el "teo-
rema de la velocidad media".
De inmediato sacaron otra conclusión: un cuerpo
que se acelera uniformemente a partir del reposo
atravesará una distancia tres veces mayor en la se-
gunda mitad del tiempo que en la primera. La forma
en que demostraron esto revela el surgimiento de la
técnica de los gráficos como método matemático.
Nicolás Oresme, alrededor del 1360, en su tratado
Sobre las configuraciones de cualidades, usó un grá-
fico que es una anticipación del cálculo infinitesimal
(cf. pág. 245>. Supongamos que estamos consideran-
do un cambio de cualquier tipo, por ejemplo, un mo-
vimiento uniformemente acelerado. Trazamos una lí-
nea horizontal ABCD, en la que representaremos tres
minutos sucesivos. Luego trazamos una línea incli-
nada para representar la velocidad que aumenta
constantemente, a partir del reposo. Ahora bien,
afirmaba Oresme, las dimensiones de los triángulos
AEB, AFC y AGD corresponden a los cambios com-
244
pletos producidos en uno, dos y tres minutos res-
pectivamente: es decir, en el caso del movimiento,
a las distancias totales atravesadas. El movimiento
uniformemente acelerado a partir del reposo, que
tarda dos minutos, da un triángulo cuya área es
cuatro veces la del mismo movimiento durante un
minuto: en el segundo minuto, el cuerpo se habrá
movido tres veces más rápidamente que en el pri-

Velocidad que aumenta

Dis'ancia atravesada en, 1 :5 S 7


",mutos sucesivos
Distancia lolal recDnida 1 4 !' 16
des-I{l .1 reposo

El método de O,.esme para ,.ep,.esenlar los cambios


g,.'¡/iC4menle

Los triángulos AEB, AFC y AGD corresponden a los cambios


totales en uno, dos y tres minutos respectivamente. En el
segundo minuto (BEFC) el cuerpo va tres veces más rápido
que en el primero; en el tercer minuto (CFGD) irá cinco veces
más rápido que en el primero. Los cambios que se producen
a1!mentan en proporción a los números impares.

mero. En general, los cambios que se producen en


minutos sucesivos están en proporción a los núme-
ros impares sucesivos: en nuestro ejemplo, las dis-
tancias atravesadas en el primero, el segundo, el
tercer. .. minuto serán proporcionales a 1, 3, 5 ...
245
"Tespectivamente. Para pasar de esto a la fórmula
general de la aceleración uniforme.
(distancia) a (tiempo)2
;solo se necesitaba le introducción de la notac;ón
algebraica. Pues las áreas de los triángulos del dia-
grama de Oresme, que representan las distancias,
son proporcionales a los cuadrados de sus bases, que
representan el tiempo.
Este género de procedimientos gráficos originó
<los importantes avances. En primer término, esti-
muló la búsqueda de maneras de reemplazar cuaLi-
,dades, que Aristóteles consideraba fundamentalmen-
te, por "grados numéricos" o cantidades. Hasta la
.idea de una escala de temperatura se halla antici-
pada -200 años antes de que se construyera un
termómetro satisfactorio- en el siguiente pasaje:
Dada una cantidad de agua de dos unidades de peso, con un
calor de grado 6... y otra cantidad de agua de un peso cuyo
-calor es de grado 12, supongamos que las dos cantidades de
agua se mezclan; en tal caso, el calor de la mezcla se elevará
al grado 8 en la escala de intensidad... pues la distancia de
6 a 8 es la mitad de la distancia de 8 a 12, así como el agua
de una unidad de peso es la mitad del agua de dos unidades
de peso.
La otra importante línea de desarrollo iniciada por
la labor de Oresme con los gráficos condUjO a la
idea de "integración" en el cálculo infinitesimal mo-
"derno. El uso del triángulo para ilustrar el teorema
de la velocidad media se difundió rápidamente: por
ejemplo, reaparece en el tratado de Galileo. Con el
tiempo, los diagramas de tal género se hicieron cada
vez más complicados hasta adquirir la forma que
conocen todos los que hayan estudiado un libro de
texto de cálculo inifinitesimal.
En la época del -diario de Isaac Beeckman (1618)
ya nos hallamos en los umbrales del método mo-
~erno. Beeckman toma como ejemplo de aceleración
uniforme una pilidra que cae en el vacío. Divide el
tiempo de caída en "momentos indivisibles" -es
odecir, infinitesimales- y se plantea cuál es la con-
tribución al movimiento total .de las distancias atTa-
:246
vesadas en esos momentos sucesivos. Para comeo-
zar, representa los momentos "indivisibles" como si-
tuviera magnitud finita; luego los trata en su razo-
namiento como si fueran de una pequeñez que per-
mite dejarlos de lado y da una prueba matemática
que recuerda a la de Arquímides: muestra que el
área del triángulo se aproxima con tanta mayor
exactitud a la distancia total atravesada, cuanto más
pequeños suponemos los "indivisibles". A fines de)
mismo siglo, Newton y Leibniz dieron una base
formal a esta prueba. .
A la par de esta discusión de la aceleración, se
realizó un progresivo refinamiento en las definicio-
nes de los principales conceptos cinemáticos. La
práctica de trazar distinciones de los sabios medie-
vales fue en este caso de la mayor utilidad: aunque
se tratara de un "bizantinismo lógico", estaba diri-
gido a un buen propósito. Distinguieron claramente
entre movimiento, aceleración y velocidad, en todas
sus variedades. Oresme, por ejemplo, contrapone la
velocidad lineal con la velocidad circular y distingue
sus respectivas medidas o "dimensiones":
En el movimiento circular, se dice que un cuerpo "se mueve"
y "gira". Ahora bien, la intensidad de una velocidad lineal se
mide por la distancia lineal que recorre a esa taSa de velocidad.
Pero la intensidad de una velocidad rotacional se indica me-
diante los ángulos descriptos alrededor del centro de movi-
miento. Por consiguiente, un cuerpo que se mueve en un:
círculo puede desplazarse más rápidamente que otro y, sin
embargo, girar más lentamente. Por ejemplo, quizá Marte se'
desplaza más rápidamente que el Sol en su movimiento propio,
debido al tamaño del círculo que describe; sin embargo, el
Sol completa su círculo más velozmente y gira más rápida-
mente alrededor del centro... En la práaica, los astrónomos.
prestan mayor atención a la velocidad rotacional {angular] que
a la velocidad de movimiento {lineal].
Con todo, aunque muchas de estas distinciones.
fundamentales se hicieron ya a principios del siglo·
XIV, las confusiones acerca de ellas reaparecen hasta
la época de Galileo. Éste mismo, en 1604, incurrió-
en la mencionada falacia de nuestro automóvil de
carrera. Esas ideas cristalizaron en la mente de lQtS.
hombres solo después de cumplirse dos condiciones:
primero, la reunión de todos esos teoremas dispersot\.
247'
en una formulación matemática única presentada
como un sistema coherente de proporciones; segun·
do, la determinación de sistemas· de la vida real que
pudieran ser tomados como ejemplos concretos de
las diferentes especies de movimientos que los m3-
temáticos medievales habían discutido abstracta-
mente.
La obra de Galileo en la mecánica desplazó a la
de sus predecesores justamente porque logró ambas
cosas. Después de publicados sus diálogos, ya no era
necesario referirse a los siglos anteriores de labor
original que yacían tras él. Hizo con la mecánica
medieval lo que Euclides había hecho con la geom~­
tria griega; por eso, desde el 1640 en adelante, podfa
dejarse en el olvido -y de hecho lo fue- la obra
de las escuelas de Merton y de París. Además, dio
al menos una demostración memorable de un cuerpo
que sufre efectivamente una "aceleración uniforme";
la bola que rueda por un plano inclinado.
Esta demostración se halla descripta en un famoso
pasaje de sus Discursos sobre dos nuevas ciencias.
El interlocutor de Galileo en el diálogo ha explicado
por qué es menester definir la aceleración uniforme,
de la manera en que lo habían hecho los mertúnia-
nOs, como un "movimiento en el que la velocidad
aumenta en cantidades iguales en tiempos iguale;;".
Uno de los oyentes pide una demostración práctica
de esto. El ejemplo dado es el siguiente;
Se tomó un trozo de madera de 12 codos de largo, medio
codo de ancho y tres dedos de espesor; en él se cavó un canal
de poco más de un dedo de ancho. Después de dar gran rectitud,
suavidad y pulido a esta acanaladura y después de recubrirla
con un pergamino, también lo más suave y pulido posible,
hicimos rodar por ella una bola de bronce dura, lisa y de muy
perfecta redondez. Después de colocar el madero en una posi-
ción inclinada, elevando un extremo uno o dos codos por encima
del otro, hicimos rodar la bola, como decía, a lo largo del
canal y observamos, de la manera en que describiremos, el
tiempo que tomaba para descender. Repetimos este experimento
varias veces, a fin de medir el tiempo con una exactitud tal
que la diferencia entre dos observaciones no excediera núnca
de un décimo de un latido. Después de realizar esta operación
y de asegurarnos de su resultado, hicimos rodar nuevamente
la bola a solamente un cuano de la longitud del canal. Al
medir el tiempo de descenso hallamos que era eltaClalDeDte
248.
la mitad del anterior. Luego, ensayamos con otras distancias.
comparando el tiempo de la longitud total con el de la mitad.
o con el de los dos tercios, o de los tres cuartos, o cualquier
otra fracción. En tales experimentos, repetidos unas buenas
cien veces, siempre hallamos que los espacios atravesados esta-
ban en la misma proporción que los cuadrados de los tiempos
y esto era verdad para todas las inclinaciones del plano, es
decir, del canal a lo largo del cual hicimos rodar la bola.
Observamos también que los tiempos de descenso, para diversas
inclinaciones del plano, estaban exactamente en la misma pro-
porción que, como veremos luego, el Autor había predicho y
demostrado.
Para la medición del tiempo empleamos un gran recipiente
de agua colocado en una posición elevada; se soldó al fondo
de este recipiente un tubo de pequeño diámetro por el que
pasaba un chorrito de agua, el cual reunimos en un vaso pe-
queño durante el tiempo de cada descenso, fuera para la longitud
cotal del canal o para parte de ella. Se pesaba luego el agua
así reunida después de cada descenso en una balanza de gran
precisión. Las diferencias y las proporciones de estos pesos nos
daban las diferencias y proporciones de los tiempos. La exactitud
lograda fue tal que, aunque se repitió la operación muchísimas
veces, no hubo ninguna discrepancia apreciable en los resultados.

Es importante comprender claramente qué es lo


que esto prueba y qué no prueba. Galileo no demos-
tró que "un cuerpo que se acelera uniformemente a
partir del reposo atraviesa una distancia proporcio-
nal al cuadrado del tiempo". Esta conclusión se
deduce directamente de la definición de "aceleración
uniforme": es una consecuencia lógica de la defini-
ción y no se necesitan pruebas experimentales para
confirmarla. En cambio, Galileo mostró que un tipo
familiar de movimiento ejemplifica con gran exacti-
tud la "aceleración uniforme" que los sabios ante-
riores habían definido y discutido. Además, estaba
convencido de que la demostración que había dado
para una bola que rueda por un plano inclinado
debía ser igualmente cierta para una bola que cayera
libremente en el vacío: el plano inclinado solo tenia
el efecto de retardar el movimiento. Obsérvese en el
relato de qué manera variaba la inclinación del plano
para demostrar que la aceleración era uniforme para
cualquier grado de inclinación. Su conclusión era:
si la inclinación fuera vertical, la bola caería de la
misma manera, con aceleración uniforme.
249
Esta demostración experimental de Galileo ilustra
muy bien la orientación particular y original que dio
a la mecánica. Mientras que en la astronomía suS;
descubrimientos contribuyeron a consumar la ru~
tura con la cosmología tradicional, en la mecánica:
(como en otras ramas de la física) su misión fue, no
destruir la tradición medieval, sino completarla. Los
sabios medievales, como Heytesbury y Oresme, ha-
bíanprobado que, si un cuerpo se acelera uniforme-
mente a partir del reposo, entonces su distancia del
punto de partida debe aumentar por definición en
proporción al cuadrado del tiempo; Galileo demostró
que, dentro del grado de exactitud que él podía me-
dir, una bola que rueda por un plano inclinado se
comporta exactamente de la misma manera. Algo
análogo ocurrió en el estudio del calor: mientras
que los "filósofos de la naturaleza" del siglo XIV de-,
terminaron qué condiciones deben satisfacerse para:
tener una escala adecuada destinada a la "medición
del calor", Galileo, el "físico cientifico" del siglo XV"
construyó prácticamente un termómetro a fin de
obtener estimaciones numéricas del calor.
La célebre invención de Galileo, el "m~todo expe-
rimental", fue, pues, el instrumento, no tanto para
refutar los errores medievales como para demostrar
la relación que tenían con el mundo real ideas que
hasta entonces solo habían tenido un desarrollo abs-
tracto. En su contenido teórico hubo una continuidad
en la mecánica desde la tradición medieval hasta
Galileo y a través de éste.

MOVIMIENTO y FUERZA

Hasta ahora tenemos tres resultados que prepara-


ron el camino a Newton: una definición útil y
coherente de la aceleración, los atisbos del cálculo
infinitesimal y una nueva visión de la geometría
de la caída libre. Pero todos ellos están dentro del
campo de la cinemática y no nos dicen nada de las
fuerzas y las causas del movimiento. Debemos exa-
minar ahora cómo se abordaron en los siglos ante-
riores a Galileo y N ewton los problemas dinámico8
principales. Debemos examinar brevemente dos pro-
250
blemas: la causa del movimiento de los proyectiles
y la influencia de las fuerzas y las resistencias sobre
la velocidad de un cuerpo.
Aristóteles nunca logró explicar de manera con-
vincente cómo puede continuar moviéndose un
cuerpo cuando dejaba de actuar una fuerza que lo
impulsara. Éste era el famoso problema de los "pro·
yectiles". Filopón había introducido la idea de los
"poderes motores incorpóreos" que, al ser comuni-
cados a un cuerpo, hacen que éste continúe en
movimiento. Esta idea fue desarrollada por los ára-
bes. El primer autor medieval que adoptó esta idea
fue Juan Buridán, sabio parisiense y maestro de
Oresme, que vivió por el 1330. Buridán concebía el
poder incorpóreo como una energía interna cuya
continua actividad fuese la causa del continuo mo-
vimiento del cuerpo. Lo llamó "ímpetus".
Había dos opiniones contrarias entre los sabios
medievales, como las había habido entre los árabes.
O bien el ímpetus era una especie de agregado no
natural a las propiedades normales del cuerpo en
movimiento, que, a medida que pasaba el tiempo,
se esfumaba y desaparecía por sí mismo; o bien era
algo capaz de perdurar indefinidamente en tanto
nada interfiriera con él. La primera concepción
comparaba el proyectil en movimiento con unacam-
pana puesta en vibración por un golpe. Del mismo
modo que los sonidos emitidos por una campana se
esfuman progresivamente, así también desaparece
el ímpetus del proyectil. El ímpetus se consume
espontáneamente. (Ésta era la opinión de Oresme.)
Pero, Buridán pensaba de otro modo: en su opinión,
el ímpetus "se aflojaba" o "se corrompía" por una
interferencia o resistencia externa; es como si una
campana continuara sonando eternamente a menos
que su vibración fuera detenida por la fuerza.
Buridán rechaza las ideas ya mencionadas de
Aristóteles como posibles explicaciones del movi-
miento del proyectil. Si el aire se escurriera hacia
la parte trasera del proyectil para llenar el vacío y
mantener a éste en movimiento, una lanza afilada
en ambos extremos se detendría antes que otra que
ofreciera al aire una superficie trasera mayor. En to-
do caso, habia pruebas más directas contra la teoría:
251
Un barco arrastrado por un do, aunque vaya contra la
corriente, no puede ser detenido rápidamente después de cesar
el arrastre, sino que continúa moviéndose durante largo tiempo.
Sin embargo, un marinero que esté sobre la cubierta no siente
detrás de sí ningún aire que lo empuje. Solo siente la resistencia
del aire que está delante de él. Y supongamos que se cargara
el barco de cereales, o de madera y que un hombre se halle
detrás de la carga. En tal caso, si el aire tuviera tal fuerza que
pudiera empujar al barco, el hombre sería apretado violenta-
mente entre la carga y el aire. La experiencia revela que esto
es falso ..•
Así, debemos decir que, en una piedra u otro proyectil, algo
se adhiere que actúa como la fuerza motriz del proyectiL .•
en la direcci6n en que el impulsor original hizo mover el
cuerpo: hacia arriba o hacia abajo, a los costados, o en círculo.
Buridán calculaba que el ímpetus de un cuerpo
es proporcional a la velocidad de éste y a su canti-
dad de materia.
Obsérvese que Buridán considera al ímpetus como
una causa constantemente activa, no como un efecto
o una medida del movimiento.
El ímpetus es el movimiento mismo por el cual el proyectil
se mueve, porque el ímpetus causa el movimiento del pro-
yectil y un cambio debe ser producido por un agente. Luego.
el ímpetus es el causante del movimiento y una cosa no puede
producirse a sí misma.
Así, sobre un cuerpo en caída libre actúan dos
causas, la gravedad y el ímpetus;
De acuerdo con esta teoría, podemos comprender también
por qué el movimiento natural de un cuerpo pesado se acelera
continuamente al caer. Al comienzo, la gravedad sola provoca
el movimiento y por eso el cuerpo se mueve lentamente; pero
luego imprime un ímpetus al cuerpo. Entonces, el movimiento
es causado por el ímpetuS junto con la gravedad. Es así que el
movimiento se acelera y, a medida que aumenta la velocidad.
el ímpetus se hace más intenso.
Buridán aplica inclusive esta teoría del ímpetus
a la dinámica celeste. Las "inteligencias", o poderes
angélicos a los que se había atribuido la tarea de
mantener las esferas celestes en movimiento no
tenían ninguna autoridad en las Escrituras, como
señala Buridán, y la teoría del ímpetus los hace
innecesarios:
252
,Podda replicarse que Dios, al crear el mundo, puso en movi-
miento a cada una de las esferas celestes a su antojo, y al
hacerlo les imprimió un ímpetus que las mantuvo en movi-
miento sin que ru tuviera que actuar nuevamente ... y este
ímpetus que ru imprimió a los cuerpos celestes no disminuyó
ni se corrompió posteriormente, porque esos cuerpos no tienen
tendencia a moverse de ninguna otra manera, ni hay resistencia
capaz de corromper o frenar el ímpetus.
Buridán no sostuvo dogmáticamente esta concep-
ción, pues podía haber objeciones teológicas a ella
que él desconociera. Pero señaló un camino hacia
la superación de cualquier distinción absoluta entre
los movimientos celestes y los terrestres. En el mo-
vimiento continuo de los proyectiles podía verse un
indicio de cómo los cuerpos celestes continúan gi-
rando alrededor de la Tierra sin ninguna pérdida
de velocidad. Una vez que Dios hizo girar las esferas
planetarias, en la creación, continuarían luego giran-
do indefinidamente, como una rueda de alfarero sin
fricción.
Ahí quedaron las cosas hasta poco antes de Gali-
leo. En 1585, Benedetti recurrió a la doctrina del
ímpetus para explicar el movimiento de una piedra
lanzada con una honda: Benedetti sustituyó el ím-
petus circular de Buridán por una línea recta.
Un cuerpo pesado es arrojado más lejos con una honda que
a mano, porque, a medida que la honra gira, se imprime al
cuerpo pesado un ímpetu mayor que con la mano solamente.
Cuando el cuerpo parte de la honda y se mueve por sí mismo,
sigue una trayectoria tangencial a la última revolución de la
honda ... bajo la influencia del ímpetus que ya se le ha dado.

Sin embargo, la idea tradicional del movimiento


circular mantenía su atractivo, y Galileo nunca la
abandonó totalmente. Buridán había argüido que los
planetas podían continuar moviéndose eternamente
porque no chocaban con ninguna resistencia. Galileo
demostró luego que, en condiciones muy similares,
los cuerpos terrestres se comportan de la misma
manera: es decir, se mueven constantemente y en
círculos. Dispuso otro plano inclinado y, esta vez,
hizo rodar una bola hacia arriba. Cuando la pen-
diente era empinada, la bola atravesaba una corta
distancia antes de detenerse; cuando la inclinación
253
era menor, la bola iba mucho más lejos antes de
llegar al reposo. La distancia que recorría solo
dependía de la velocidad con que empezaba y del
ángulo de inclinación. Para cada velocidad determi-
nada, había una altura definida a la que la bola
podía llegar.
Pero, ¿qué ocurría si el plano era horizontal?
En tal caso, la bola nunca se elevaba hasta la altura
a la cual debía detenerse. Galileo concluyó de esto
que solo la fricción y la resistencia del aire impedían
que la bola continuara rodando eternamente sin
pérdida de velocidad. En su juventud había aceptado
la doctrina de Oresme de que el ímpetus se consu-
ll1ía por sí mismo, pero luego se convenció de que
debía ser permanente. Además, trató el ímpetus, no
como la causa del movimiento continuo, sino sim-
plemente como una medida del movimiento.
Pero Galileo sabía muy bien que un "plano hori-
zontal" es una superficie que tiene en todo punto
la misma altura sobre el nivel del mar: de hecho, es
una esfera. Cuando Galileo describe los movimientos
inerciales en gran escala, es obvio que llega a tal
conclusión:
Suponiendo que se eliminaran todos los impedimentos exter-
nos, un cuerpo pesado que estuviera sobre una superficie
esférica concéntrica con la Tierra se mantendría neutro entte
el reposo y el movimiento hacia cualquier pane del horizonte
y mantendría cualquier estado de movimiento con el que hu-
biera comenzado. Así, si se lo hubiera colocado en reposo,
seguiría en reposo, y si hubiera comenzado con un movimiento
hacia el oeste (por ejemplo), seguiría con ese movimiento.
Por ejemplo, un barco, una vez que hubiera adquirido cierto
ímpetus en un mar calmo, continuaría moviéndose alrededor
de nuestra Tierra sin detenerse jamás, o si se 10 pusiera en
reposo, continuaría perpetuamente en reposo, suponiendo pri-
mero que se han eliminado todos los impedimentos externos,
y en segundo lugar que no se presentara ninguna causa externa
de movimiento.

Así, para Galileo, el movimiento inercial es aun


circular. No dice de su barco que la gravedad le
impida moverse linealmente en una tangente a la
Tierra. Se había dado el primer paso esencial hacia
la inercia newtoniana: en teoría, los cuerpos terres-
tres podían continuar moviéndose eternamente, al
254
igual que los celestes. Pero el segundo paso, la intro-
ducción de la línea recta euclidiana ideal, lo dieron
sus sucesores.
La discontinuidad real en el desarrollo de la me-
cánica surgió en lo relativo al problema de la fuerza
y la resistencia. Galileo había vuelto a analizar de
manera completa la geometría del movimiento, de-
jando de lado los problemas dinámicos. Sus trabajos
en la cinemática dieron como resultado la revela-
ción de que ninguna de las explicaciones tradicio-
nales de la relación entre la fuerza, la velocidad y
la resistencia era satisfactoria. Era necesario replan-
tear todo el problema, y en el proceso se invirtió
la cuestión. El antiguo interrogante había sido:
"¿qué fuerza mantiene a un cuerpo en movimien-
to?" A la luz de la tendencia recientemente descu-
bierta de los cuerpos a continuar moviéndose inde-
finidamente, era necesario preguntarse, en cambio:
"¿Qué fuerza hace que un cuerpo se detenga o cam-
bie su movimiento?"
Hablar de una discontinuidad no implica que la
dinámica haya permanecido estancada desde Aristó-
teles. Durante la Edad Media hubo tres concepciones
diferentes acerca de la manera en que la fuerza
motriz y las resistencias que actúan sobre un cuerpo
se combinan para determinar su velocidad. La teo·
ría de Aristóteles establecía que la velocidad variaba
en proporción a la razón de la fuerza a la resisten-
cia; su principal dificultad se presentaba en el caso
del vacio. En ausencia de toda resistencia, uncuer-
po iría de un lugar a otro en un tiempo nulo. Este
problema fue abordado por Filopón, quien sugería
que el punto crucial podría ser la diferencia entre
la fuerza y la resistencia (la fuerza menos la resis-
tencia), y no su razón (la fuerza dividida por la
resistencia): según esta concepción, la velocidad de
un cuerpo en el vacio sería directamente proporcio-
nal a la fuerza. Thomas Bradwardine, en el siglo
XIV, sugirió un compromiso entre las dos concepcio-
nes antiguas que era más complicado que ambas.
Las tres concepciones presentaban aspectos atra-
yentes, pero la cuestión se hallaba oscurecida por
las ambigüedades de los términos "resistencia" y
·"fuerza". El mismo Galileo, después de inclinarse
255
por la opinión de Filopón, cuando vivía en Pisa,
llegó a ver cuán complicado era todo el problema
y lo eludió.

EL NUEVO IDEAL: EL MOVIMIENTO RECTILÍNEO


En el rígido universo esférico de Aristóteles, el
movimiento circular parecía muy "natural". Pero la
nueva visión de un cosmos infinito preconizada por
Digges y Bruno despejó el camino para una concep-
ción totalmente nueva; según ésta, el ideal apro-
piado para la fIsica era el movimiento rectilíneo, no
el circular. René Descartes (1596-1650) hizo explí-
cita esta nueva concepción. Sostenía que Dios había
creado una cantidad definida de movimiento recti-
lineo en cada dirección, de modo que un cuerpo no
podía cambiar su dirección de movimiento como
no fuera adquiriendo o perdiendo movimiento a tra-
vés de otro cuerpo.
Una vez que comenzó a concebirse el movimiento
dentro de un espacio euclidiano ilimitado, la nueva
concepción comenzó a parecer, a su turno, la "única
razonable". A fin de cuentas, hasta el movimiento
circular era una desviación de la linea recta en una
dirección u otra, y era necesario explicar, además,
por qué un cuerpo se movía, en un trayecto circu-
lar, hacia un lado y no hacia otro. ¿Y qué pasaba
con el barco de Galileo? A menos que se siguiera
atribuyendo a la Tierra su antiguo lugar privilegiado
como centro "natural" del movimiento circular, de-
bía de haber alguna fuerza fIsica que mantuviera al
barco sobre la superficie del mar. Esta fuerza era,
claramente, su peso. Los discípulos de Galileo acep-
taron este punto de vista como una extensión natu-
ral de las doctrinas de su maestro.
Descartes colocó la idea de la inercia rectilínea
sobre bases puramente metafísicas, como parte de
un cuadro enteramente geométrico del mundo y no
como resultado de experimentos mecánicos. Pero
pronto se la aplicó a problemas más prácticos.
Christiaan Huygens (1629-1695) la usó para elaborar
la primera teoría satisfactoria de la fuerza centrI-
fuga. Benedetti había discutido el caso de la honda,
que impide la huida tangencial de la piedra y la
256
obliga a moverse en un círculo. Ahora bien, argüía
Huygens, la tendencia natural de la piedra es mo-
verse en linea recta, y esta tendencia es tanto más
fuerte cuanto más cerrados y veloces son los círcu-
los en los que se mueve la piedra. La explicación
reside en el hecho de que la piedra es acelerada
continuamente: es desviada en cada momento, de
modo que continúa en el círculo, en una cantidad
directamente proporcional al cuadrado de su velo-
cidad e inversamente proporcional al radio del
círculo. Puesto que esta aceleración ha sido produ-
cida por la honda, es de presumir que la fuerza
ejercida para impedir que la piedra escapara aumen-
tó en la misma proporción que la aceleración. En es-
to vemos la primera aplicación sistemática de la
nueva concepción a la física: que la fuerza reque-
rida para mover un cuerpo, dejando de lado las
resistencias, es proporcional a su aceleración, y no
a su velocidad.
Pronto se comenzó a aplicar esta idea, no sola-
mente a los movimientos terrestres como el de la
piedra arrojada por una honda, sino también a los
cielos. Borelli (1608-1679), por ejemplo, aplicó la
fórmula de Huygens a los planetas: llegó a la con-
clusión de que la fuerza ejercida por el Sol sobre
los planetas debía ser una atracción. Huygens
demostró, además, que esa atracción suponía una
relación en la que entrara en consideración el inver-
so del cuadrado de la distancia para mantener la
concordancia con la tercera ley de Kepler, si las
órbitas planetarias eran todas circulares_ El proble-
ma principal era: ¿lo mismo es válido por órbitas
elípticas? Significó un verdadero avance, a partir
de la teoría de Kepler, que se necesitara postular
una fuerza lateral continua desde el Sol para expli-
car que los planetas continuaran moviéndose en sus
órbitas. Todo estaba ya preparado para el adveni-
miento de Newton. (Lámina XIII.)

LECTURAS y OBRAS DE CONSULTA


COMPLEMENTARIAS
El desarrollo de la dinámica y la cinemática en el periodo
medie\'al ha sido estudiado nuevamente durante los últimos
257
años Y los resultados de esta labor han sido expuestOS resumida-
mente en una obra admirable e imparcial:
CLAGB'lT, M., The Science 01 Mechtmics in Ihe Middle Ages.
En la Serie de estudios sobre la ciencia medieval publicada
por la universidad de Wisconsin han salido monografías sobre
autores medievales, como Bradwardine y Heytesbury. Sobre
Galileo y sus predecesores inmediatos, ver:
KOYRÍ!, A., budes GfJliléennes.
CooPBR, I.ANB, Arislolle, GfJlileo fNJd Ihe TOWH 01 PiSil.

Sobre la transición a la concepción euclidiana del espacio, ver:


KoYRÉ, A., Prom Ihe elosed W Of'ld lo lh. lnlinile Ul'Ii1JHJe.
GILLlSPIB, C. c., The Bdge 01 Objeclw;,y.
CAPÍTULO lX.

EL NUEVO CUADRO ADQUIERE FORMA

El tema central de La guerra y la paz, de Tolstoy,


es el papel del individuo en la historia. Tolstoy sos-
tiene que solo en nuestras vidas privadas tenemos
algún poder real para influir en los acontecimientos
o iniciarlos. Los militares y los estadistas creen
controlar las grandes fuerzas de la historia que
determinan el resultado de los sucesos militares y
políticos; esta creencia los hace víctimas de un per-
petuo engaño. En realidad, son las fuerzas de la
historia las que los rigen: todo lo que pueden hacer
es representar un determinado papel en el escenario
ya preparado para ellos. Los actos del drama histó-
rico se suceden en la misma secuencia regular, inde-
pendientemente de quienes sean los actores. Si el
actor principal desaparece, siempre hay un suplente.
El problema que encaró Tolstoy también se plan-
tea en la historia de la ciencia. ¿Dan los hombres
precisamente aquellos pasos que están "preparados"
por el clima intelectual de su época? ¿O pueden
saltar por encima de su época y dirigir el pensa-
miento por caminos genuinamente nuevos y crea-
dores? Estos problemas se prestan para muchas y
fascinantes especulaciones, especialmente en el caso
de un hombre como Isaac Newton (1642-1727).
Contemplando su obra desde la distancia, se tiene
la impresión de ver a un único individuo que des-
encadena un terremoto intelectual y que es capaz
de crear por si solo toda una nueva sIntesis com-
pleta de la dinámica y la teoría planetaria. Luego,
259
cuando examinamos los problemas detallados que
abordó en el contexto de su época, podemos irnos
al otro extremo: había tantas de las piezas unidas
en su rompecabezas que estaban por caer en el
lugar apropiado por si mismas, que Newton parece
no haber hecho sino aquello, y solamente aquello,
que la historia exigía que hiciese.
En verdad, la historia de la ciencia arroja una
luz particularmente reveladora sobre el problema de
Tolstoy. Sea político o cientifico, un hombre solo
puede hacer en su propia época una tarea que sea
necesario hacer; pero puede hacerla de muchas ma-
neras diferentes. Aun cuando Newton no hubiera
existido, los pasos determinados que él dio hubieran
sido dados, sin duda alguna, por otros antes del 1750.
Lo que caracterizó a la obra de Newton no fueron
sus detalles, sino su vastedad. Aun en Inglaterra
había en su tiempo una buena media docena de
hombres que tenían su formación y tenian acceso
al mismo material de información. Sin embargo,
ninguno de ellos vio más que una parte de todo el
esquema. Solo N ewton tuvo la imaginación y la ca-
pacidad matemática, primero para concebir todo ese
sistema de ideas, y luego para demostrar que sola-
mente este sistema permitia conectar los hilos des-
unidos y entretejerlos en una trama única.

EL HOMBRE Y SU TAREA

Las distintas ciencias naturales exigen de sus


grandes hombres diferentes cualidades personales:
en algunas hay más ámbito para la imaginación
especulativa, en otras para la reflexión madura.
En ciertos campos, un hombre solo puede llegar a
las más profundas concepciones a la edad de cin-
cuenta aftos o más. En la matemática y la física
teórica, la labor más valiosa se hace a menudo antes
de los treinta. Como todas las generalizaciones sim-
ples, también ésta está sujeta a reservas; con todo,
tiene una base en la experiencia, que se refleja en
las edades a las que los diversos tipos de cientificos
son elegidos para entrar en la Royal Society. Por eso,
es interesante observar que, según su propia decla-
260
ración, Newton puso los cimientos de BU gran siste-
ma de física celeste a la edad de veintitrés afias.
Había nacido en 1642, el afio de la muerte de
Galileo. (El joven prodigio de la astronomía Jere-
miah Horrocks, que fue un destacado discípulo de
Kepler, había muerto el afio anterior a la edad
de veinticuatro afios.) Newton creció en Woolsthor-
pe, cerca de Grantham, en Lincolnshire, y fue a
estudiar a Cambridge en 1661. Aquí estudió con el
matemático Isaac Barrow, a quien sucedió como pro·
fesor de matemáticas. A causa de la gran plaga del
afio 1665, los estudiantes se dispersaron, y Newton
pasó estas vacaciones forzadas en Woolsthorpe.
Fue durante ese período de pensamiento solitario
cuando surgieron en su mente las ideas esenciales
que iban a constituir el núcleo de su sistema. Poco
después se reabrió la universidad y fue elegido
miembro del Trinity College. Dos afios más tarde
sucedió a Barrow en la cátedra y mantuvo esta
designación hasta 1701. En sus últimos afios tuvo
también el cargo de director de la Casa de Moneda
y desde 1703 fue presidente de la Royal Society.
En estos días, se da por supuesto que un joven
de la capacidad de Newton tiene la obligación de
desarrollar y explotar al máximo sus talentos cien-
tíficos, y de dar a publicidad los resultados de su
labor. Newton no reconocía tal obligación: para él,
la "filosofía natural" era un pasatiempo intelec·
tual, la forma superior del arte de descifrar acero
tijos. Una vez que se convencía de tener en esbozo
la solución de un problema físico, volvía a lo que
para él eran cuestiones más serias; como escribió
a Robert Hooke en 1679: "lamentaba el tiempo dedi·
cado a este estudio, a menos de hacerlo en horas de
ocio y a veces como una diversión". Solo a media-
dos de la década de 1680, en respuesta al entusiasta
interés de su amigo Edmund Halley, se puso a pre-
parar una exposiCión sistemática de sus descubri-
mientos. (Como los fondos de la Royal Society
estaban en merma, Halley también cargó con los
pesados gastos de la publicación y el libro apareció
finalmente en 1687, con el título Philosophiae Natu-
ralis Principia M athematica.)
Algunos historiadores ven también otra razón de
261
la lentitud de Newton en publicar sus trabajos en
sua tormentosas relaciones con Hooke y suponen
que éste lo trababa con sus celos y su crítica.
Sea esto cierto o no, es indudable que para Newton
la satisfacción que derivaba de sus descubrimientos
físicos era puramente personal e intelectual. No com-
partía la apasionada fe de Francis Bacon en las
posibilidades de la tecnología científica para el me-
joramiento de la vida humana.
Al llegar a esta etapa de nuestra historia, ya esta-
mos familiarizados con la mayor parte de la materia
que usó Newton para su nueva concepción. Debemos
ver ahora cómo la filtró y qué hizo de ella. Toda la
obra de Newton comenzó con la idea de que el mo-
vimiento rectilíneo uniforme no es ni más ni menos
"natural" que un estado de reposo, para un cuerpo
abandonado a sí mismo. Como hemos visto, esto
iba más allá de las mismas conclusiones de Galileo,
pues éste aún concebía el "movimiento inercial"
como circular por naturaleza, sea en el caso de un
barco que se mueve sobre la superficie de la Tierra,
sea en el de un satélite que gira alrededor del pla-
neta Júpiter.
En su aceptación del ideal del movimiento eucli-
diano rectilíneo, Newton seguía a Descartes. Era fun-
damental la idea del espacio euclidiano. No admitía
que ningún objeto particular, sea la Tierra o el Sol,
tuviera una posición privilegiada en el espacio, o
un "lugar natural" definido, como tenía el centro
de la Tierra para Aristóteles. Para Newton, en lo
concerniente a las leyes del movimiento, todos los
marcos de referencia que se movieran uniforme-
mente Unos con respecto a otros eran equivalentes.
Al aceptar apresuradamente como natural el mo-
vimiento circular y al excluir de su teoría de la
mecánica la discusión de las fuerzas, Galileo dejó
dos grupos separados de problemas a los que era
necesario dar solución. Por un lado, era menester
postular una fuerza que impidiera la huida tangen-
cial de su barco ideal, cosa que debía hacer según
la concepción de Descartes del movimiento "natu-
ral". También era necesario postular otras fuerzas
para explicar por qué los planetas y los satélites se
mueven en órbitas cerradas. Descartes explicaba el
262
movimiento circular de los objetos celestes en tér-
minos de "vórtices": en su teoría, todo el espacio
está lleno de un tenue fluido de corpúsculos, en el
que hay remolinos circulatorios, cuyo movimiento
arrastraba a los planetas y los satélites alrededor de
los cuerpos de gran masa. Estos vórtices se mante-
nían, como los remolinos en un río, por la continua
transferencia de impulso proveniente del choque de
corpúsculos. Newton rechazaba la teoría cartesiana
que explicaba las fuerzas planetarias por los vórti-
ces, pero aceptaba que las desviaciones del movi-
miento rectilíneo eqclidiano suponían la acción de
fuerzas de algún género. Si los cuerpos se mueven
hacia el centro de la Tierra o del Sol y no hacia
otros puntos del espacio, debe haber alguna razón
física de esto: toda vez que un cuerpo se desvía del
camino rectilíneo, debe haber alguna fuerza que ex-
plique por qué se desvía de la manera en que lo hace.
Las fuerzas necesarias para explicar esos dos mo-
vimientos circulares, en los cielos y en la Tierra,
pueden ser separadas e independientes. Pero tam-
bién podrían estar relacionadas: si es así, el pro-
blema consistía en extender el análisis hecho por
Galileo del movimiento terrestre al movimiento de
los cuerpos celestes. Newton halló la pista en los
descubrimientos de Kepler. Dejando de lado la afec-
ción de Kepler por los sólidos platónicos, sus ideas
sobre el magnetismo solar y los espíritus motrices,
Newton tomó de él tres ideas, las "tres leyes" por
las que aún recordamos a Kepler.
No era una casualidad que, para Aristóteles, el
límite entre la Tierra y los cielos haya sido la esfera
de la Luna: todo lo que puede observarse más allá de
ésta manifiesta un movimiento circular libre y todo
lo que está más acá gravita con respecto al centro
de la Tierra. Pues la Luna es el más distante objeto
visible cuyo movimiento está regido fundamental-
mente por el campo gravitacional de la Tierra.
La Luna, entonces, también era para Newton el
caso clave. Si era posible explicar la órbita de la
Luna en términos de fuerzas y principios terrestres
comunes, 'esto podía ser la piedra de toque, pues
luego se podría generalizar la explicación para apli-
carla a los satélites que giran alrededor de Júpiter
263
y a los seis planetas regulares que giran alrededor
del Sol.
Todo el mundo conoce la anécdota relatada por
el amigo de Newton, William Stukeley, según la
cual N ewton concibió la idea clave de la gravitación
cuando vio caer una manzana en el huerto de
Woolsthorpe. A diferencia de muchas leyendas, ésta
es una anécdota que tiene sentido científico, con
adecuadas aclaraciones. No debemos imaginar a la
manzana cayendo verticalmente, como si nadie su·
piera que los cuerpos pesados "gravitan". Más bien
debemos imaginar al manzano sacudido por el vien-
to, que arranca los frutos de los árboles y los hace
caer a los costados, a distancias diversas del árbol.
El rasgo imaginativo consistía en plantearse: "¿Qué
ocurriría si las manzanas comenzaran su caída más
rápidamente? Si su velocidad fuera bastante grande,
su tendencia natural a escapar por una tangente se
equilibraría exactamente con su tendencia a caer
hacia el suelo. Sin tomar en consideración la resis-
tencia del aire, podrían moverse alrededor de la
Tierra describiendo un giro completo. Suponiendo
que la Luna no encuentre resistencias, su movi-
miento podría explicarse de manera similar."

LA ARGUMENTACIÓN DE NEWTON
Para ver cómo construyó Newton su nuevo esque-
ma de los cielos y de la Tierra a partir de estas
ideas e indicios diversos, sigamos los puntos prin.~i­
pales de su argumentación, tal como la expuso él
mismo en una exposición popular de su teoría titu-
lada El sistema del mundo.
Comenzó con dos suposiciones que el desarrollo
ulterior de su argumentación justificaría, pero que
por el momento eran puramente hipotéticas. Ellas
son: 1) la doctrina copernicana, según la cual la
Tierra es un satélite del Sol como los otros plane-
tas; 2) la tesis de que el espacio interplanetario
es vacío. Fantaseosamente, presenta estas dos con-
cepciones santificadas por la antigüedad en medio
de una especie de jardín del edén científico, antes
que los hombres se extraviaran debido a las serpien-
tes de la filosofía griega.
264
, No pocos opinaban antiguamente, en las primeras épocas
de la filosofía, que las estrellas fijas permanecían inmóviles en
las partes superiores del mundo; que, debajo de las estrellas
fijas, los planetas giraban alrededor del Sol; que la Tierra,
como un planeta más, describía un curso anual alrededor del
Sol, a la par que rotaba alrededor de su eje en un movimiento
diurno; y que el Sol, como fuego común que servía para calentar
el todo, permanecía fijo en el centro del universo. .. Se admitía
[también] que los cuerpos celestes cumplían sus movimientos
en espacios totalmente libres y sin resistencia. La fantasía de
las órbitas sólidas nació en época posterior y fue introducida
por Eudoxo, Calipo y Aristóteles, cuando la filosofía antigua
comenzó a declinar y a ceder ante las ficciones prevalecientes
de los griegos.

Sea como fuere, sostiene, hay pruebas positivas


en contra de la solidez de las esferas planetarias:

Los fenómenos de los cometas son totalmente incompatibles


con la idea de las esferas sólidas. Los caldeos, los más sabios
astrónomos de su época, consideraban a los cometas (que desde
mucho tiempo antes habían sido contados entre los cuerpos
celestes) como un tipo particular de planetas. .. y la conse-
cuencia inevitable de la hipótesis de las esferas sólidas era que
los cometas debían estar debajo de la Luna; por eso, cuando las
posteriores observaciones de los astrónomos, por ejemplo, de
Tycho, restauraron a los cometas a sus antiguos lugares en los
cielos superiores, esos espacios celestes quedaron inmediatamente
libres del impedimento de las esferas sólidas.

Luego plantea el prOblema de por qué los plane-


tas se "mantienen dentro de ciertos límites en esos
espacios libreS" -es decir, por qué recorren órbitas
cerradas- y "son desviados del curso rectiHneo que
habrían seguido si se los abandonara a sí mismos".
Kepler y Descartes "pretenden explicarlo por la
acción de ciertos vórtices", mientras que "Borelli,
Hooke y otros de nuestra nación" lo explican "por
algún otro principio de impulso o atracción". Pero,
a fin de no dejarse arrastrar a una discusión infruc-
tuosa acerca de la naturaleza de la fuerza gravita-
cional, él solo tratará de demostrar "de manera
matemática" a qué tipo de ley debe obedecer "la
fuerza centrípeta" que da origen a las órbitas pla-
netarias.
265
Luego expone directamente la idea clave:
Podemos comprender fácilmente que los planetas se manten-
gan en ciertas órbitas por la acción de fuerzas centrípetas si
examinamos los movimientos de los proyectiles. Al arrojar una
piedra, la presión de su peso la desvía del camino rectilíneo, que
habria seguido por el impulso inicial, y hace que describa una
curva en el aire; esta trayectoria curva la lleva finalmente al
suelo y cuanta mayor es la velocidad con que se la arroja, tanto
más lejos va antes de caer a cierra. Por eso, podemos suponer
que la velocidad aumente sucesivamente de manera que describa
un arco de 1, 2, 5, 10, 100, 1.000, etc., kilómetros anres de
llegar a tierra, hasta que, finalmente, al exceder de los limites
de la Tierra, seguiría por el espacio sin tocarla.

El J41élite de la Tierra de Neu;to7t

Por lo común, un proyectil (A) caerá pronto al suelo. Pero,


argü.ia Newton, si se aumentara bastante su velocidad (B, e, D,
E, ... ), llegaría a dar vuelta alrededor de la Tierra: la Luna
es un "proyectil" de tal tipo, cuyas tendencias centrífugas se
hallan equilibradas eX:lctamente por la fuerza gravitacional.

La explicación estaba ilustrada por el diagrama


que reproducimos aquí. Es indudable que, si bien
266
los hombres del siglo dieciocho no tenían la capaci-
dad técnica para construir un satélite de la Tierra,
Newton previó su posibilidad teórica:
Si se aumentara más y más la velocidad, llegaría mucho más
allá de la circunferencia de la Tierra y volvería a la montaña
de la cual se 10 lanzó. .. Su velocidad, al llegar a la montaña,
no sería menor que al principio, por 10 que describiría la
misma curva una y otra vez, de acuerdo a la misma ley.

Siempre que pueda reducirse suficientemente la


resistencia del aire, podemos imaginar a los cuerpos
terrestres arrojados tan rápidamente que

describan arcos, ya sea concéntricos con la Tierra, ya sea de


variada excentricidad, y que continúen girando por los cielos
en- esas órbitas al igual que los planetas.

Ahora bien, la fuerza que provoca la caída a tierra


de una piedra es la fuerza que llamamos "gravita-
ción". Nadie ponía en duda su existencia; se le atri-
buía, por ejemplo, la aceleración de la bola que
rodaba por el plano inclinado de Galileo. La tarea
consistía en establecer una analogía exacta entre los
movimientos terrestres y celestes, de modo que
también los movimientos planetarios pudieran expli-
carse como "gravitacionales". Solo los cuerpos cer-
canos a la Tierra están regidos por la gravitación
"circunterrestre": en los otros casos es necesario
suponer la existencia de una gravitación "circun-
solar" -dirigida hacia el Sol-, o de una gravitación
"circunjovial" -dirigida hacia JÚpiter-. De esta
manera, Ne""ton esperaba establecer "que hay fuer-
zas centrípetas dirigidas hacia los cuerpos del Sol,
la Tierra y los otros planetas".
Es aquí donde comienzan a adquirir importancia
los descubrimientos de Kepler. Para comenzar:
La Luna gira alrededor de nuestra Tierra y los radios diri-
gidos a su centro describen áreas aproximadamente proporcio-
nales a los tiempos que se tarda en describirlas, como .resulta
evidente si se compara su velocidad con su diámetro aparente
[visible]; pues su movimiento es más lento cuando su diámetro
es menor (y, por lo tanto, es mayor su distancia), y su movi-
miento es más veloz cuando su diámetro es mayor... Puede
267
demostrarse que la Tierra describe alrededor del Sol, o el Sol
alrededor de la Tierra, -mediante un radio que una a ambos-
áreas exactamente proporcionales a los tiempos, por el diámetro
aparente del Sol comparado con su movimiento aparente.
Estos "experimentos astronómicos", junto con ob-
servaciones similares relativas a Júpiter y Saturno,
demuestran "que hay fuerzas centrípetas dirigidas
(exactamente o sin error apreciable) hacia los cen-
tros de la Tierra, de Júpiter, de Saturno y del Sol";
es de presumir que esto también es válido para los
otros planetas. La base de esta prueba es un teorema
matemático que Newton desarrolló en la primera
parte de sus Principia, según el cual la regla de "las
áreas iguales" de Kepler podía ser explicada por
una fuerza dirigida hacia el centro.
Después de determinar la existencia de fuerzas
centrípetas, pudo demostrar -al menos en dos ca·
sos- que éstas varían de manera inversa al cua-
drado de la distancia del centro de fuerza. Kepler
había demostrado que la duración de los años pla-
netarios aumenta a medida que aumenta la distancia
del Sol, no en proporción directa a las distancias,
sino en una proporción mayor; por ejemplo, al mul-
tiplicarse la distancia cuatro veces, el año planetario
aumenta ocho veces. (La duración de los años pla-
netarios, cuando se los eleva al cuadrado, son pro-
porCionales a los cubos de las distancias.) La misma
relación es válida en el caso de los satélites de Júpi-
ter: Newton pudo demostrar la exactitud de esto
citando las recientes observaciones de Flamsteed y
Townley. Luego aplicó otro de sus teoremas mate-
máticos, por el cual extendía la relación del cuadra-
do inverso de Huygens de los simples círculos a las
elipses y otras "secciones cónicas". Así pudo expli-
car la tercera ley de Kepler, suponiendo que las
fuerzas circunsolares y circunjoviales "disminuyen
en proporción inversa al cuadrado de las distancias
desde los centros".
El problema adquirió entonces un carácter más
cuantitativo. Newton calculó las fuerzas ejercidas
por el Sol sobre cada uno de los planetas y mostró
que son, probablemente, "proporcionales a las canti-
dades de materia", es decir, a las masas de los dis-
tintos planetas. Señaló que estos resultados coinci-
268
dían con sus propias demostraciones experimentales
de que la gravitación terrestre ejerce sobre los pén-
dulos de diferentes materiales fuerzas proporciona-
les a sus masas. (Este resultado explicaba también
por qué algunos matemáticos anteriores, como Gali-
leo y Descartes, pudieron prescindir de la diferencia
entre el peso y la masa.) Todas las fuerzas gravita-
cionales, concluye Newton, son recíprocas: la Tierra,
por ejemplo, atrae al Sol débilmente, mientras que
éste atrae a la primera con gran fuerza. Tomando
el sistema planetario en su conjunto, se deduce que
"el centro común de gravedad del Sol y de todos los
planetas está en reposo". Solo si los planetas estu-
vieran dispuestos alrededor del Sol, con perfecta
simetría, este "centro común de gravedad" coincidi-
ría con el centro del Sol. Por consiguiente, sugiere
Newton, el Sol normalmente "se mueve con un mo-
vimiento muy lento".
A este respecto, Newton se mostró conservador.
Adhirió a la antigua concepción de un centro defi-
nido del universo, estacionario con respecto a las
estrellas "fijas". Según sus propios principios, debía
de haber estado dispuesto a admitir la alterna-
tiva de que el sistema planetario, como un todo, se
moviera uniformemente en línea recta. Pero, dejan-
do de lado el problema ele la significación que
tiene decir que algo está "absolutamente en reposo",
agrega inmediatamente: "Se trata de una hipótesis
difícil de admitir." Ni siquiera Newton podía abar-
car todas las posibilidades imaginativas que ofrecía
la visión de un universo infinito de Giordano Bruno.
Newton explica luego de qué manera su concep-
ción ampliada de la gravitación relaciona los descu-
brimientos astronómicos de sus predecesores. Pero
ubtuvo un resultado adicional. Si además de dar
solución a los problemas para cuya explicación ha
sido concebida, una teoría resuelve también de ma-
nera inesperada otros problemas aparentemente sin
conexión con los primeros, su fuerza de convicción
es mucho mayor. Newton pudo demostrar que tam-
bién las mareas son una consecuencia de las inter-
acciones gravitacionales entre el Sol, la Luna y la
Tierra. ~te fue un éxito muy notable, pues ninguno
269
de sus predecesores había logrado dar una explica-
ción coherente de las mareas. Galileo, por ejemplo,
las atribuía a fuerzas creadas por los movimientos
laterales y rotatorios de la Tierra. La teoría de la
gravitación explicaba las mareas, no solamente en
términos generales, sino también en los detalles.
Lograba explicar, por ejemplo, por qué "las mareas
son mayores en los equinoccios" y aun variaciones
menores como la siguiente:
Pero, debido a que el Sol está menos alejado de la Tierra
en invierno que en verano, sucede que las mareas mayores y
menores aparecen con mayor frecuencia antes que después del
equinoccio vernal y con mayor frecuencia después que antes
del equinoccio de otoño.

y no solamente esto, Newton logró también ex-


plicar la apariencia y el movimiento de los cometas.
Supuso que eran cuerpos materiales, impulsados por
fuerzas gravitacionales al igual que los planetas, solo
que giraban alrededor del Sol en elipses de gran
excentricidad o en parábolas. Además, afirmaba, si
suponemos que "el aire y los vapores son sumamen-
te raros en los espacios celestes", entonces "Wla
cantidad muy pequeña de vapor puede bastar para
explicar todos los fenómenos de las colas de los
cometas". La presión de la atmósfera disminuye con
extraordinaria rapidez.
De tal modo que, si una esfera del aire más prÓ%imo a la
Tierra y de solo 2,5 centímetros de diámetro, se dilatara
hasta llegar a la rarefacción que habría a la altura de un semi-
diámetro de la Tierra, llenaría todas las regiones planetarias
hasta la esfera de Sarurno, y aún más allá; y a la alrura de
diez semidiámetros de la Tierra, llenaría más espacio que el
conteddo en todo el cielo de este lado de las estrellas fijas.

El hecho de que podamos ver brillar las estrellas


a través de las colas de los cometas revela cuán
tenues son éstas.
La argumentación de Newton siguió el curso pro-
pio de las mejores argumentaciones cientificas.
Al comienzo postuló un sistema heliocéntrico en Wl
espacio vacío. La comparación de los movimientos
terrestres y celestes lo condujo luego al estableei-
270
núento de la gravitación universal como hipóte-
sis general muy plausible. A partir de esta hipótesis
pudo explicar también las mareas y los cometas.
Finalmente, pudo atenuar las suposiciones iniciales.
No era estrictamente necesario suponer que el Sol
estaba en reposo absoluto: era muy probable que
se moviera ligeramente. Tampoco era necesario que
las regiones interplanetarias estuvieran absoluta-
mente vacías: hay razones diversas para suponer
que son "muy enrarecidas", y esto basta. La argu-
mentación había seguido un curso circular.

EL CARÁCTER DE LAS REALIZACIONES DE NEWTON

Solo siguiendo con cierta minuciosidad la argu-


mentación de Newton es posible captar todo el vuelo
de su imaginación. Del punto de vista lógico, no hay
nada fuera de lo común en la forma de su argumen-
tación. Lo que si es extraordinario es la magnitud
de la escala en que opera y su donúnio matemá-
tico de la misma. Partiendo de hechos familiares
para sus contemporáneos y aplicando principios me-
cánicos que muchos de ellos admitían -al menos
en términos generales-, transformó la "hipótesis de
la atracción" de Borelli y Hooke en una generali-
zación matemática exacta, con cuya ayuda elaboró
un esquema teórico totalmente nuevo del sistema
planetario.
La fe de Newton en la posibilidad de la física
celeste era absoluta. La exigencia planteada por
Copérnico para que se diera sentido a la astronomía
matemática en términos de principios físicos, fue col-
mada sin discusión alguna. Quizá sea ésta la más
significativa de todas las contribuciones de Newton
a la ciencia. Las teorías del movimiento lunar, de la
influencia de las mareas y de los cometas han tenido
poca importancia tecnológica, al menos antes de la
época de los Sputniks. Aun la teoría general de
la gravitación ha tenido pocos resultados prácticos
directos. Para la ingeniería, lo que tuvo valor fueron
las leyes del movimiento de Newton y sus reglas
para el cálculo de fuerzas.
Pero, desde el punto de vista intelectual, el éxito
271.
de la teoría tuvo enorme significación. Finalmente,
.pudieron dejarse totalmente de lado las ideas de la
astrología. La imposibilidad de predecir la aparición
,de los cometas había hecho que se los considerara
!Como presagios funestos. Después de Newton se los
pudo comprender tan bien que Edmund Halley pre-
dijo la reaparición de uno de ellos. Observó sorpren-
dentes paraLelismos en los registros d2 cometas
observados en 1531, 1607 Y 1682, Y llegó a la conclu-
sión de que se trataba en todos los casos del mismo
cometa de gran excentricidad y con un período de
unos setenta y cinco años. El cometa debía volver
en 1758, de acuerdo con sus predicciones, que debían
hallar más tarde una confirmación póstuma.
Pero, el rasgo más importante de la teoría de
Newton no era ningún detalle aislado, sino la con-
cepción total. Tomadas independientemente, sus
ideas ya habían sido expuestas antes, en su mayor
parte. Buridán declaraba que los planetas no nece-
sitan de una fuerza motriz externa para mantenerse
en movimiento; Descartes afirmaba que solo se nece-
sitaba tal fuerza para impedir que escaparan en
linea recta y que se mantenían en sus órbitas casi
circulares por la acción de una fuerza centripeta
(analizada por Huygens) que neutralizaba sus ten-
c;lencias rectilíneas. Esta fuerza neutralizante era,
probablemente, una atracción hacia el Sol, como
habia sugerido Borelli, y podia obedecer a la ley del
inverso del cuadrado de la distancia, como habian
supuesto Hooke y Huygens. Inclusive se podia de-
mostrar en dos líneas que tal ley armonizaba con la
tercera ley de Kepler para el caso de una órbita
circular. ¿En qué consiste, pues, la contribución de
Newton?
En lo que respecta a los detalles técnicos, las con-
tribuciones efectivas de Newton fueron pocas: un
análisis más claro de las relaciones entre el peso y
la masa, y la demostración de que la ley del inverso
del cuadrado de la distancia es tan válida en el
caso de los elipses o las parábolas como en el de los
círculos. Si sus aportes solo hubieran sido éstos,
nunca habría sido considerado el príncipe de los
científicos.
La verdad está en otra parte. La gran contribu-
272
ci6n de Newton es la integración conceptual de
muchas ideas en un solo esquema. Muchas de las
más grandes teorías científicas presentan en común
esta cualidad de integración conceptual. Partiendo
de un principio relativamente simple, pero llevando
a cabo de manera sistemática el análisis a través de
un dominio inesperadamente vasto, tales teorías tie-
nen el poder de presentar viejos problemas bajo un
aspecto totalmente nuevo. Se abren así nuevos cam-
pos de estudio a la investigación paciente y labo-
riosa. Como resultado de ello, al contemplar retros-
pectivamente . dificultades antiguas e insolubles en
apariencia, nos parece que todo lo que había alre-
dedor de ellas era una mera confusión mental, acti-
tud que quizá sea injusta.
Hay también otro aspecto que presentan todas las
teorías. Por grande que sea el alcance de una especu-
lación conceptual, solo puede llegar a formar parte
de la ciencia si hay pruebas detalladas de ella.
Las plenas posibilidades de las ideas de Newton solo
podían ser demostradas mediante un examen minu-
cioso de sus implicaciones. Probablemente dieran
otros los primeros avances conceptuales, pero nadie
tenía en su época la maravillosa capacidad matemá-
tica de N ewton.
Consideramos, por ejemplo, todos los elementos
implicados en el primer paso de su investigación.
Propuso considerar la Luna como un proyectil te-
rrestre: un cuerpo material constantemente acele-
rado hacia la Tierra, pero que se mueve tan rápida-
mente por su propio impulso que permanece en una
órbita, en lugar de caer al suelo. Esta suposición
~olo era justificable si la fuerza requerida para man-
tenerla en su órbita, a 320.000 kilómetros de la
Tierra, correspondía exactamente a aquella que po-
día esperarse de la gravedad. Por consiguiente, sur-
gían tres problemas: primero, calcular la tasa de
aceleración de la Luna en linea recta, para que su
movimiento fuera el observado; segundo, comparar
esta aceleración con la aceleración de caída libre en
la superficie de la Tierra y demostrar que estas dos
aceleraciones (y, por consiguiente, las fuerzas res-
pectivas) estaban en la proporción adecuada; final-
mente, lo más difícil de todo, comprobar que las
273
diferentes partes de la masa terrestre podían ser
reemplazadas, cuando se trataba de calcular su po-
der total de atracción, por una masa única ubicada
en el centro de la Tierra.
El primer cálculo no era difícil teóricamente; solo
era laborioso. Con respecto al segundo, tropezó con
un obstáculo inicial: el valor del radio terrestre
aceptado en 1660 era inexacto, de modo que los pri-
meros cálculos de Newton solo eran aproximados.
El tercer problema era matemáticamente el más
penoso. Una vez que pudiera darse una prueba de
que los cuerpos de las dimensiones del Sol y los
planetas se comportaban, del punto de vista gravi-
tacional, como puntos de masa concentrados, todos
los cálculos ulteriores eran simples. Pero, Newton
no podía simplemente presuponerlo y hallar la prue-
ba matemática requerida le llevó un tiempo consi-
derable.
Las cosas se simplificaron un poco para Newton
con la introducción del "método de las fluxiones",
equivalente a nuestro cálculo diferencial. Esto abre-
vió su tarea al principio, pero solo a costa de pro-
longarla más adelante. A causa de que sus métodos
matemáticos eran novedosos y difíciles de seguir, se
vio Obligado a reconstruir todas las pruebas en la
geometría euclidiana corriente antes de poder publi-
carJ"". Aun así, los científicos del siglo XVIII, que se
consideraban newtonianos, abandonaban con alivio
los rigores de los Principia por la óptica, de lectura
relativamente más fácil.
Newton también desarrolló la teoría de la hidro-
dinámica, el estudio de las leyes que rigen el movi-
miento de los fluidos, a fin de refutar la principal
teoría rival, la teoría de los vórtices de Descartes.
Demo~tró que ésta solo puede entrar en armonía
con los hechos si se hacen una serie de suposiciones
poco plausibles acerca del presunto fluido universal
en el que se forman los vórtices. La hidrodinámica
era por entonces, y lo es aún, una rama ingrata de
las matemáticas. Descartes mismo se había conten-
tado con usar la hipótesis de los vórtices como
esquema intelectual cuyo principal mérito residía en
su carácter muy claro. Pero nunca llevó a cabo el
274
desarrollo detallado de sus implicaciones que su rival
dedicó a esa hipótesis. .
'Newton demostró que hay dos hechos fatales para
la teoria. El primero es la tercera ley de Kepler,
según la cual los períodos de revolución de los saté-
lites varían proporcionalmente a la potencia 3/2 de
sus distancias.
En esta proposición he tratado de investigar las propiedade!>
de los vórtices, para discernir si es posible explicar por ellos
los fenómenos celestes. El fenómeno es éste: que los tiempos
periódicos de los planetas que giran alrededor de júpiter son
proporcionales a la potencia 3/2 de sus distancias del centro
de júpiter. La misma regla es válida para los planetas que
giran alrededor del Sol. Estas reglas se cumplen también con la
mayor exactitud, en la medida en que las observaciones astronó-
micas permiten saberlo. Por eso, si esos planetas fueran arras-
trados por vórtices que giran alrededor de júpiter y del Sol,
los vórtices también deben girar de acuerdo a la misma ley.
Pero aquí hallamos que los tiempos periódicos de las partes
del vórtice son proporcionales al cuadrado de la distancia del
centro de movimiento y no es posible disminuir esta proporción
y reducirla a la potencia 3/2, a menos que la materia del
vórtice sea más fluida a medida que aumenta su distancia
del centro, o que la resistencia proveniente de la falta de lubri-
cidad de las partes del fluido aumenten, a medida que aumenta
la velocidad a la que se separan las partes del fluido, en una
tasa mayor a la del aumento de la velocidad. Pero ninguna de
estas suposiciones parece razonable ...
Si, como piensan algunos, los vórtices se mueven más rápi-
damente cerca del centro, luego disminuyen de velocidad hasta
un cierto límite y luego se aceleran nuevamente cerca de la
circunferencia, es indudable que no rige en ellos la potencia
3/2 ni ninguna otra potencia cierta y determinada. Dejemos
pues a los filósofos que averigüen cómo puede explicarse por
los vórtices este fenómeno de la potencia 3/2.

Para dirimir la cuestión, demuestra que un cuer-


po solo puede moverse eternamente en un vórtice,
en una órbita cerrada, si tiene la misma densidad
que el fluido circundante. Pocos físicos se han toma-
do el trabajo de extraer las implicaciones de una
teoría rival con la misma aplicación que puso
Newton en la hipótesis de los vórtices de Descartes.
Una elocuente prueba de la notable facilidad ma-
temática de N ewton es el hecho de que pudiera
inventar un método matemático tras otro de manera
275
casi accidental, al servicio de su teoría de la gravi-
tación, y de que se embarcara en toda esta empresa
como un pasátiempo intelectual, ya que creía que
las cuestiones de verdadera importancia eran las de
orden religioso. La misma imaginación teórica, dis-
ciplinada por una gran capacidad matemática, se
manifiesta en su obra sobre óptica. Al mismo tiem-
po, era un exégeta de la Biblia, que dedicaba a estos
estudios la misma dedicación que manifestaron los
exponentes de la "crítica superior" en el siglo XIX.
Finalmente fue un químico que tuvo la visión sufi-
ciente para prever que la idea de las "atracciones"
-o "fuerzas de unión"- podía ser la clave para
comprender el cambio químico y de intuir que las
fuerzas en juego probablemente fueran de natura-
leza eléctrica. (Volveremos a encontrar sus ideas
atomísticas en nuestro próximo libro, sobre la teoría
de la materia.) Sin embargo, todavía a fines del siglo
XVIl la química se hallaba rodeada por una espesa
bruma, y Newton buscó en vano una clave, en los
escritores alquímicos, que permitiera obtener una
cierta comprensión general de ella.
A mediados del siglo XIX, Newton ya se había con-
vertido en el ídolo para los científicos. Los Principia,
que en el siglo XVIIl habían quedado un tanto rele-
gados por la óptica, fueron reivindicados como la
gran obra que era y llegó a parecer la encarnación
misma de la racionalidad. Más recientemente, sobre
todo desde la aparición de las ideas de Einstein, los
biógrafos se han concentrado en los aspectos más
oscuros del carácter personal de Newton -el "tem-
peramento temeroso, cauto y desconfiado" del que
hablaban sus colegas de Cambridge- y han afirma-
do que era un "introvertido torturado" y un "solita-
rio empedernido e irreductible". Según Lord Keynes,
no fue "el primer hombre de la edad de la razón",
sino "el último de los magos". Para Newton, el libro
de la naturaleza no estaba escrito simplemente en
"símbolos matemáticos", sino en la forma de un
criptograma La capacidad propia de un físico puede
permitir a un hombre descifrar en parte este cripto-
grama, pero (dice Keynes) él pensaba que la clave
estaba probablemente en la tradición mística legada
por los egipcios y los caldeos:
276
Pues su manera de revelar sus misterios, esto es, su filosofia
de las cosas, estaba por encima de la manera de pensar co-
rriente, detrás del velo de los ritos religiosos y de los símbolos
jeroglíficos.

Sea cual fuere nuestra opinión acerca de esta


interpretación del carácter y de las convicciones de
Newton, la prueba de su poder intelectual se halla
en los Principia para quien quiera estudiarlos. Pode-
mos perdonar a Edmund Halley que haya tenido
la impresión de haber obtenido una incomparable
recompensa intelectual por su inversión financiera
en los Principia. ·Prologó la obra con una oda dedi-
cada a Newton que comienza así:
¡Mirad con vuestra propia mirada el esquema de los cielos!
¡Qué equilibrio de la masa, qué cómputos
divinos! Aquí se examinan también las leyes que Dios,
A} modelar el universo, no dejó de lado,
Sino que hizo de ellas los cimientos de toda su obra.
Los más recónditos lugares de los cielos, ahora conquistados,
Se revelan ante la vista; ya no permanece oculta
La fuerza que hace girar a la esfera más lejana. El sol,
Encumbrado en su trono, ordena que todas las cosas tiendan
Hacia él por inclinación y descenso.
Ni admite que los cursos de las estrellas
Sean rectos, como tenderían a moverse en el vado ilimitado,
Sino que, erigiéndose en el centro, las acelera
En elipses inmóviles. Ahora conocemos
Los variadísimos caminos de los cometas, antaño
Fuentes de temor; pero ya no nos sobrecogen
Las apariciones de caudatas estrellas •.•
Problemas que desconcertaban las mentes de antiguos videntes,
y que a nuestros eruditos doctores a menudo condudan
A agrias y vanas disputas, ahora son contemplados
A la luz de la razón; las brumas de la ignorancia
Finalmente han sido disipadas por la ciencia •••
Halley consideraba, con cierta razón, que los
logros de Newton tenían una importancia compara-
ble solamente a otros cuatro grandes descubrimien-
tos humanos: el establecimiento de la vida social,
la agricultura sedentaria, la producción del vino y la
invención de la escritura.
Entonces, vosotros que gustáis del néctar celestial
Venid y cantad conmigo el nombre
277
De Newton, caro a las musas; pues él
Descerrajó los ocultos tesoros de la verdad:
Pues a través de su mente Febo ha arrojado en abundancia
El resplandor de su propia divinidad.
Ningún mortal puede estar más cerca de los dioses.

LA UNIDAD DE LA ARTESANíA Y LA TEORÍA

En 1687, pues, se esbozaron claramente las líneas


generales de un nuevo esquema de los cielos. Aun-
que algunos de sus rasgos habrían sorprendido a
Copérnico, este esquema justificaba su convicción
de que el sistema de los cielos podía ser compren-
dido en términos físicos. El Sol y su cortejo de pla-
netas debía ser considerado como un sistema auto-
suficiente de cuerpos que se mueven exclusivamente
por sus interacciones mutuas, y cuyo centro de
gravedad está en reposo con respecto a las estrellas
visibles. Éstas, presumiblemente, se esparcían a tra-
vés de una distancia ilimitada, más allá del ámbito
de observación.
Se trataba de un nuevo cuadro del universo, suma-
mente vasto y también -fácil es reconocerlo- el
esbozo inicial de nuestro propio cuadro. Los proble-
mas de Newton son nuestros problemas y sus res-
puestas los puntos de partida de nuestra compren-
sión. Aún quedaba mucho por descubrir: dos o tres
planetas más dentro del sistema solar e innumera-
bles nebulosas más allá de las estrellas visibles.
El horizonte del universo conocido iba a expandirse
mucho más allá de todo lo que podían estudiar los
hombres del 1700. A medida que transcurrió el tiem-
po y que aumentó la escala conocida del cosmos, las
dificultades acerca del espacio y del tiempo antici-
padas por Nicolás de Cusa se convirtieron en proble-
mas muy candentes. Considerando todos los cambios
sobrevenidos en la física desde Newton, podemos
decir con todo que éste nos habla en nuestro propio
lenguaje. En cambio, no podemos comprender cabal-
mente a Aristóteles y a Copérnico, ni siquiera a
Kepler y Galileo, sin una labor de reconstrucción
intelectual realizada con una actitud de simpatía.
Ubicarnos en sus puntos de vista nos exige un es-
fuerzo de imaginación poco habitual para nosotros.
278
Después de 1687, seguir el desarrollo de la astrono-
mía requiere más capacidad matemática que visión
imaginativa. El lenguaje de Newton puede tener
expresiones arcaicas, pero los conceptos fundamen-
tales que él introdUjO se han incorporado al sentido
común del siglo xx. Por eso, para nuestro estudio el
año 1700 es un adecuado punto de referencia: es, por
decir así, la cuenca a partir de la cual todas las
pistas conducen a nuestro propio tiempo por rutas
familiares. Las ideas cuyos antecedentes nos propu-
simos rastrear en este libro se formaron de manera
efectiva por el 1700; por eso, cuando volvemos al
período moderno solo "necesitamos esbozar las direc-
ciones prinCipales en las que se han desarrollado
esas ideas.
Los Principia de Newton constituyen esa cuenca
de la que hablamos, no solamente porque aún com-
partimos muchas de sus ideas, sino también por otra
razón importante. Cuando tratamos de determinar
el momento en que una ciencia llega a su mayoría
de edad, podemos aplicar una prueba muy útil.
En las primeras etapas de una ciencia, por lo común
hay dos tradiciones separadas que se desarrollan
independientemente: una tradición artesanal y una
tradición especulativa. El punto crucial que es me-
nester buscar es aquél en el que estas dos tradicio-
nes comienzan a fertilizarse mutuamente. Estamos
justamente en ese punto.
Los artesanos desarrollan y continúan técnicas
para manipular, controlar o predecir los sucesos de
la naturaleza. Pueden ser metalurgistas que desarro-
llan técnicas para fundir el bronce y el hierro, o
médicos que descubren cómo tratar las heridas y las
enfermedades, o adivinos que descubren cómo pre-
decir acontecimientos ominosos como eclipses, etcé-
tera. Al comienzo, se desarrollan esos oficios sobre
una base empírica: los hombres aprenden a hacer
esas cosas sin poder explicar cómo o por qué son
eficaces esas técnicas. A menudo sus oficios llegan
a un nivel muy alto de perfección antes de que
puedan explicarse las razones de su éxito.
En contraste con los primeros, hay hombres de
ideas especulativas, que aspiran a ir más allá de los
esquemas regulares que presentan los sucesos natu-
279
rales para descubrir las leyes y los mecanismos que
los rigen (están convencidos de ello) y los explican..
Cuando esos hombres abordan por vez primera un
problema, puede no resultar de esto ningún avance
tecnológico: sus especulaciones pueden ser muy sor-
prendentes y originales, pero al comienzo los arte-
sanos pueden no hallar en esas teorías. nada que los
ayude. (Probablemente, en esa etapa las teorías no
pueden explicar ni la mitad de los procesos con que
los artesanos han adquirido familiaridad en la prác-
tica.) Pero, llega eventualmente un momento en que
la tradición especulativa comienza a dar frutos.
Cuando esto sucede, las especulaciones de los teóri-
cos pueden, al menos, hacer inteligible el éxito prác-
tico de los artesanos. Desde ese momento, se hace
posible mejorar las viejas técnicas artesanales a la
luz del nuevo cuadro presentado por el teórico.
La artesanía empírica es reemplazada por la tecno-
logía cientifica. Para decirlo en una sola frase: un
rasgo distintivo de una ciencia adulta es la unión
del oficio y la especulación. Juzgada con este crite-
rio, la teoría de Newton fue el primer sistema adulto
de la dinámica y la astronomía.
¿Cómo unificó Newton el oficio y la teoría? No pu-
do ofrecer inmediatamente técnicas de predicción,
para los planetas, mejores que las que ya tenían a
su disposiCión los calculistas. (El único fruto de este
género de su teoría fue el descubrimiento de Halley
de un gran cometa que aparecía regularmente cada
tres cuartos de siglo. Sin embargo, esta recurrencia
del "cometa de Halley" podía haber sido prevista
empíricamente en cualquier época, sin referencia
alguJ1a a la teoría.) En realidad, ;11 'n 'nos durante
un siglo hubo discrepancias apreciables entre las
prediCCiones planetarias de la tradición artesanal y
los resultados de los mejores cálculos basados en la
teoría de Newton. Estas "desigualdades" fueron un
tema de investigación y de debate hasta el 1800.
Aun hoy, la predicción de las mareas se basa en
técnicas elaboradas sobre bases empíricas. Pero las
teorías de Newton tenían el poder de hacer inteli-
gible la eficacia de la predicción astronómica, y éste
es el quid de la cuestión. Si los astrónomos podían
predecir eclipses, mientras que los astrólogos no
280
eran profetas tan eficientes, el hecho de.iaba de ser
misterioso: detrás de los cuerpos celestes hay un me-
canismo inteligible, mientras que no había ningún
mecanismo que relacionara las fortunas de los hom-
bres con las estrellas.
Antes de abandonar a Newton, debemos decir dos
cosas acerca de sus explicaciones y acerca de los
supuestos y conceptos fundamentales de su teoría.
Lo importante de su explicación no eran las pre-
dicciones categóricas que permitía realizar, sino el
sentido que daba a las té:.:nicas de predicción tradi-
cionales al relacionar su eficiencia a enunciados hi-
potéticos generales que adoptaban la forma de "Le-
yes de la naturaleza". Lo primero que es menester
comprender es esta distinción entre predicciones ca-
tegóricas y leyes hipotéticas.
Kepler descubrió que los planetas se mueven en
elipses a velocidades determinadas. Sin embargo, a
pesar de todas sus teorías acerca de las fuerzas in-
terplanetarias, no podía explicar la forma elíptica
de las órbitas. Este hecho era para él totalmente
arbitrario, pues no se relacionaba con el resto de
su sistema de manera inteligible; para decirlo con
sus palabras "era otra carrada de estiércol obte-
nida como precio por librar al sistema de una can-
tidad de estiércol mayor".
En cambio, la teoría de Newton mostraba que,
partiendo de ciertas hipótesis, los descubrimientos
de Kepler no eran arbitrarios, sino naturales o in-
teligibles. Si era correcto identificar los planetas
con "satélites que se mueven libremente bajo la
acción de una fuerza dirigida hacia el centro y que
obedece a la ley del inverso del cuadrado de la dis-
tancia", entonces -partiendo de la hipót~~is de la
gravitación- los movimientos observados de los
mismos son lo que cabe esperar. De esta manera,
las leyes condicionales (o hipotéticas) de Newton
dan sentido a las conexiones que subyacen tras los
descubrimientos fácticos (y categóricos) de Kepler.
El segundo punto que debemos .observar es el si-
guiente: mientras que la teoría aristotélica del mo-
vimiento se basaba en principios familiares y coti-
dianos, la de Newton estaba formulada en términos
de ideales matemáticos abstractos. La revolución de
281
los cielos, una piedra que cae, el humo que sale de
un fuego, el avance continuo de un caballo y un
carro eran los objetos de comparación con respecto
a los cuales Aristóteles explicaba otros tipos de
movimiento. Para Newton, en cambio, el paradigma
explicativo era un tipo de movimiento que nunca
encontramos en la vida real. No hay nada en la rea-
lidad que se mueva uniformemente y libre de toda
fuerza externa, a una velocidad constante y en una
dirección euclidiana constante. Sin embargo, N ewton
pudo unir los hilos sueltos dejados por sus predece-
sores justamente mediante la aplicación sistemáti-
ca de este ideal abstracto del movimiento "natural".
Lejos de guiarse exclusivamente por la experiencia,
no se aferraba demasiado a las evidencias de sus
sentidos o a los resultados de los experimentos; más
bien era Aristóteles quien se había mantenido de-
masiado atado a los hechos. Newton estaba dispues-
to a concebir algo que fuera prácticamente imposi-
ble y a elevarlo a la categoría de ideal teórico.
También en matemáticas se hallaba preparado
para operar con la noción abstracta de "infinitesi-
mos". Así pudo finalmente manipular velocidades
instantáneas. que habían escapado a Zenón y Aris-
tóteles, y solo oscuramente habían sido captadas
por los matemáticos medievales. Definió a tales ve-
locidades como "fluxiones", en términos de las
"razones últimas", o límites,
... hacia las cuales convergen siempre las razones de cantidades
que disminuyen sin límite [por ejemplo, distancias atravesadas
en pequeños incrementos de tiempos}; y a las cuales se aproxi-
man más que cualquier diferencia determinada, por pequeña
que sea, pero a las que nunca pasan, y ni siquiera alcanzan,
hasta que las cantidades hayan disminuido in infinilum.
En cada caso, el paso de avance fundamental con
respecto a Aristóteles suponía una idealizaci6n ma-
temática.
¿Cómo podía saberse que ese paso estaba justi-
ficado? Al comienzo, era menester postularlo en
parte sobre la base de una confianza razonable, ~
ro no demostrable. Galileo había dicho: "El libro
de la naturaleza está escrito en símbolos matemáti-
cos" y Newton parecía haber descifrado parcialmente
282
el código. Pero no había ninguna manera de de-
mostrar inmediatamente que sus claves eran clara-
mente correctas, ni era seguro que la idealización era
el procedimiento correcto. (No puede haber ningún
conjunto de recetas para la construcción de teo-
rías.) En cualquier investigación cientifica particu-
lar, lo único que se puede hacer es respaldar las
intuiciones razonadas en el trabajo y la reflexión.
El fruto de las especulaciones (si llega a haber al-
guno) solo aparece más tarde.

LECTURAS y OBRAS DE CONSULTA


COMPLEMENTARIAS

lA biografía de Newton más corriente como obra de refe-


rencia es la de 1. T. More. Hay también biograflas cortas de
B. N. da C. Andrade, J. \VI. N. SuIlivan y S. Brodetsky. lA
única edición corriente de Jos Principia de Nemon es la de
P. Cajori, pero se halla en preparación una edición erudita
completa por 1. B. Cohen y A. Koyré. Para el estudio del clima
intelectual general anterior a Newton, consultar:
WILLBY, BASIL, The Sevenleenlh Cenlur'Y BackgrouM.
BURTT, E. A., Melaph'Ysical PoundaJion 01 Moáem Sc;ence.
STRONG, E. W., Melaph'Ys;cs aM ProcedUf'es.
WOLF, A. (y McKlB, D.), A Hislory 01 Science TechnoJog'Y
.M Philosoph'Y in Ihe sixleenlh aM sevenleenlh Cenluries.
PLBDGB, H. T., Scúnce since 1500.
Ver también las discusiones que sobre el terna hay en las
obras de Butterfield y Hall ya citadas.
Se encontrará una admirable selección de los escritos no
matemáticos de Newton en el libro:
THAYBR, N. S., (compilador), Newlon's Philosoph'Y 01
NtIIUf'e.

283:
CAPiTULO X

EL HORIZONTE EN EXPANSIÓN

Una cuenca marca el fin de una pendiente, pero


no es el fin del camino. Las nuevas ideas de Newton
dieron inmediatamente sentido a una gran cantidad
de sucesos naturales; con el tiempo. I!rgarOll a
formar parte del "sentido común" de todos. Pero aún
era menester desarrollarlas, y los problemas que
surgieron luego obligaron a los hombres a elabo-
rar más detalladamente las suposiciones básicas del
sistema. El siguiente gran avance en la astronomía
y la dinámica significó la solución de esos problemas
y fue ei r2sultado de las dos teorías de la relativi-
dad de Einstein.
Mientras tanto, la labor de Newton también tuvo
sus repercusiones fuera de la nsica. La confianza in-
telectual que originó su éxito se propagó a otras
ciencias: los químicos del siglo XVIll hici,;l'on buen
uso de su idea de la conservación de la masa, mien-
tras que los psicólogos y los científicos sociales to-
maron su lenguaje y trataron de descubrir "fuerzas"
mentales y económicas para explIcar los fenómenos
de sus campos de estudio. Aun en la literatura y en
la teología esa nueva confianza dejó sus huellas. En
lugar de tratar la cosmología como un problema de
revelación y no de ciencia, los teólogos protestan-
tes dieron la bienvenida al avance de la ciencia como
una ayuda a la "teología natural", pues veían en
el orden y la disposición del mundo natural prue-
bas de la naturaleza y la actividad de Dios. Esta
creencia iba a disiparse, pero durante casi un siglo
muchos teólogos consideraron la obra de Newton
literalmente como un don de Dios.
284
Los HILOS SUELTOS: 1) LAS DESIGUALDADES
PLANETARIAS

Lo que la teoría de Newton podía explicar, lG


explicaba muy bien. Pero no logró responder a to-
dos los interrogantes acerca del sistema solar, por
ejemplo: por qué los distintos planetas se hallaban
a sus respectivas distancias del Sol. Durante un
tiempo los astrónomos creyeron que sería posible
relacionar esas distancias mediante alguna ley ma7
temática simple; pero actualmente ya hemos aban-
donado la esperanza de hallar una ley cristalina
semejante. En su momento, se abordaron también
otros de esos interrogantes. Newton mismo se sor-
prendía de que su teorí;;l solo permitiera explicar el
movimiento continuo de los planetas por sus tra-
yectorias. Pero no había nada en ella que ofreciera
un indicio acerca de cómo habían llegado original-
mente a constituir tal sistema regular y estable:
Donde no hay aire que resista a su movimiento, todos Jos
cuerpos se mueven con la mayor libertad; y, de acuerdo con
las leyes expuestas, los planetas y los cometas repetirán cons-
tantemente sus revoluciones en las órbitas del tipo y la posición
dadas. Pero, aunque esos cuerpos puedan continuar en sus
órbitas simplemente por las leyes de la gravedad, en modo
alguno pueden haber derivado de e.tas leyes, al principio, las
posiciones regulares de las órbitas mismas.

Según la opinión personal de Newton, debe buscar-


se el origen del sistema solar en un plan deliberado
del Creador:
Este sistema de suprema belleza que constituyen el Sol, los
planetas y los cometas solo puede proceder del designio y el
arbitrio de un ser inteligente y poderoso. Y si las estrellas fijas
son los centros de otros sistemas similares, éstos, estando for-
mados de acuerdo con el mismo sabio plan, deben estar todos
sujetos al dominio de uno, en panicular, dado que la luz de
las estrellas fijas es de la misma naturaleza que la luz del So)
y puesto que la luz pasa de un sistema a todos los otros sistemas.
y para que los sistemas de las estrellas fijas no caigan unos
sobre otros, por su gravedad, Él los ha colocado a inmensas
distancias unos de otros.
285
Pero se presenta una dificultad cuando una "teo-
logía natural" invoca las acciones de la deidad para
dar cuenta de las regularidades aún no explicadas
por la ciencia. Pronto los hombres tratarían de ex-
plicar el origen del sistema planetario en términos
no teológicos, así como antes habían buscado teorías
físicas para explicar su permanente regularidad.
Al considerar como milagroso y divino todo lo que
la ciencia aún no ha logrado comprender, se coloca
a la teología en una posición de la que se verá obli-
gada a retirarse cuando el conocimiento avance.
Así, en el caso que nos ocupa, en su momento Kant
y Laplace iban a proponer una hipótesis física para
explicar la formación del sistema solar, la llamada
hipótesis de la "nebulosa". En general, hubiese sido
preferible concebir a Dios como si hubiese creado
y dispuesto las leyes del mundo ffsico al comienzo,
de manera que su intervención posterior fuera in-
necesaria, al menos en tanto no estuvieran en juego
las acciones de los seres humanos.
N ewton mismo creía ver la mano del Todopode-
roso en el orden del sistema solar. Pero, con esto,
lile creaba una dificultad. Creía que Dios lo había
creado siguiendo un ingenioso plan de modo que
continuara moviéndose eternamente de una ma-
nera ordenada y estable. Pero no había nada en
su teoría que garantizara esta conclusión: más bien
los indicios apuntaban en sentido contrario. En par-
te, la dificultad era matemática. Consideremos un
sistema de dos cuerpos solamente, por ejemplo el
Sol y un planeta cualquiera. Podemos demostrar
matemáticamente que la órbita resultante de la sola
interacción gravitacional será estable. Pero el sis-
tema planetario comprende doce cuerpos al menos,
que no solamente están en interacción con el Sol,
sino también con cada uno de los cuerpos restantes
(aunque más débilmente). En consecuencia, cada
uno de los planetas presenta ligeras "perturbacio-
nes" en su órbita, no se mueve exactamente como
lo haría si no estuvieran presentes los otros pla-
netas. Ahora bien, se plantea el siguiente problema:
¿son acumulativas estas perturbaciones, de modo
que eventualmente puedan alterar los cursos de los
planetas? ¿O, tomándolas en conjunto, tienden a
286
anularse sin alterar la estabilidad de todo el sistema
de planetas? Del punto de vista matemático, las
ecuaciones de la teoría de Newton atinentes a esta
cuestión no tienen solución general: solamente es
posible responder al interrogante, paso por paso,
mediante "aproximaciones sucesivas" calculadas pa-
ra cada configuración particular de los planetas.
Además, como lo admitia el mismo Newton, hay
muchos procesos mecánicos en el mundo cuyo efec-
to es el de disipar la cantidad total de movimiento
en el universo:
En razón de la adhesividad de los fluidos y de la fricción
de sus partes, así como de la escasa elasticidad en los sólidos,
es mucho más fácil perder movimiento que ganarlo, por lo
cual siempre hay una disminución del mismo. Pues los cuerpos
que son absolutamente duros, o tan blandos que están totalmente
desprovistos de elasticidad, no rebotarán.
Se creyó posible, pues, que Dios tuviera que in-
tervenir en el mundo natural para corregir el desor-
den introducido por las "perturbaciones" y restaurar
los movimientos perdidos. Para tal propósito, Él debe
utilizar ciertos "principios activos".
Al ver, pues, que la variedad de movimientos que encontra-
mos en el mundo siempre disminuye, se concluye que hay
necesidad de conservarlos y restableCClrlos mediante principios
activos, como la gravedad -por la cual los planetas y los
cometas mantienen sus movimientos en sus órbitas y los cuerpos
adquieren gran movimiento al caer-, o la fermentación -por
la cual el corazón y la sangre de los animales mantienen cons-
tantemente su movimiento y su calor, las panes interiores de la
Tierra se calientan constantemente e incluso llegan a tener
enorme calor, los cuerpos se queman y brillan, las montañas
se incendian, las cavernas de la Tierra estallan y el Sol conserva
su gran calor y brillo, y calienta a todas las cosas con su luz,
pues encontramos muy poco movimiento en el mundo. apane
del que proviene de estos principios activos. Y si no fuera por
estos principios activos, la Tierra, los planetas, los cometas, el
Sol y todas las cosas que hay en ellos se enfriarían, se congela-
rían y se convertirían en masas inactivas; toda la putrefacción,
la generación, la vegetación y la vida cesarían y los planetas
y cometas no permanecerían en sus órbitas.

Para el filósofo alemán Leibniz, estos aspectos de


la teoría de Newton eran tan chocantes que se sen-
287
tía justificado al rechazar el sistema en su totalidad.
En su opinión, Newton habia comenzado por sos-
tener que la sabiduría y la maestría del Todopode-
roso eran evidentes en el diseño de su mecanismo
celeste y terminaba por atribuirle una creación cha-
pucera, un cosmos que necesitaba ser "ajustado"
y "remendado" de tanto en tanto. ¿Es Dios un ar-
tesano tan torpe, preguntaba Leibniz, que no puede
construir un mundo que funcione con precisión y
sin su intervención continua?
El problema de la conservación del movimiento
quedó aclarado en gran parte en el siglo XVIII. cuan-
-do d' Alembert formuló por primera vez nítidamen-
te la relación entre "impulso" y "energía cinética",
El problema de la estabilidad del sistema solar no
ha sido resuelto hasta la actualidad. Puesto que
solo es posible tratar con métodos de aproxima-
ción el "problema de los tres cuerpos", todo lo que
se puede decir es que por el momento esta esta-
hilidad parece asegurada en alto grado; pero no
hay ninguna garantia de que sea eterna. Sin em-
bargo, después de un tiempo, la cuestión perdió su
agudeza por dos razones. La teología natural per-
dió algunos de sus ingenuos encantos. Los hom-
bres dejaron de concebir a Dios como un "artesano",
de la manera tan literal en que lo habían concebido
Newton y los teólogos del siglo XVIII. Además, las
perturbaciones orbitales resultaron ser mucho me-
nores de lo que se había supuesto.
A fines del siglo XVIII, el matemático francés La-
place, usando métodos y datos más precisos, volvió
a calcular las órbitas newtonianas de la Luna y los
planetas: el resultado fue que los movimientos ob-
servados eran casi exactamente los que se deducían
de una aplicación estricta de la teoría. Así, pudo
sostener que no se necesitaba ninguna intervención
divina para mantener el orden del sistema plane-
tario. Cuando se le preguntó por qué había elimina-
do la acción de Dios de la teoría del mecanismo
celeste, respondió: "no tenía ninguna necesidad de
esa hipótesis". Esta anécdota no supone en modo
alguno que Laplace fuera ateo. Por el contrario, era
un hombre religioso, pero su teología era más or-
todoxa que la de Newton. Para Laplace, era un error
288
tratar la acción de Dios en un mundo natural como
una especie de "hipótesis" explicativa. Dios era más
bien un ser trascendente y no cabe esperar que se
manifieste directamente en los procesos de la na-
turaleza física.
Aun después de los trabajos de Laplace se halló
que no era total la coincidencia entre el cálculo y
la observación. Ese laborioso observador que fue
William Herschel había descubierto el planeta Ura-
no en 1781. A medida que el movimiento de este
nuevo planeta fue seguido año tras año, los astr6-
nomos matemáticos trataban de determinar cuál
era exactamente su elipse, considerando, claro está,
las perturbaciones debidas a su proximidad de Sa-
turno. Sin embargo, cualquiera que fuese el tamafío
y la excentricidad que asignasen a su órbita, el
planeta seguía apartándose ligeramente de las pre-
dicciones: alrededor de 1840, se había seguido la
trayectoria de Urano casi en una revolución com-
pleta y las anomalías halladas en su movimiento
constituían un pequeño escándalo astronómico. Le-
verrier y Couch Adams calcularon, independiente-
mente uno de otro, que las inexplicadas desviaciones
de Urano podrían deberse, de acuerdo con la teoría
newtoniana, a la acción de otro planeta desconocido
más distante, que perturbara su movimiento. Por
una mezcla de buen razonamiento y de buena suer-
te, lograron determinar en qué punto del cielo debía
hallarse. Fue así cómo se descubrió Neptuno. (En
en el siglo xx se ha descubierto otro planeta, Plu-
tón; hay un indicio de que originariamente fue, no
un planeta, sino un satélite de Neptuno que "esca-
pó" posteriormente.)
Por aquel entonces, la predicción de Leverrier re-
lativa a la existencia y la posición de Neptuno pa-
reció un triunfo indiscutible de la teoría newtonia-
na. Después de 150 años de vacilaciones con respecto
a las desigualdades planetarias, se vio en este des-
cubrimiento una espléndida confirmación de su va-
lidez. Pues, si las conclusiones de Newton no fueran
correctas (se creía), el éxito de Leverrier habría sido
una coincidencia fantástica. Sin embargo, este ar-
gumento chocaba con una dificultad. Urano no era
el único planeta cuyo movimiento manifestaba des-
289
~dad~. También Mercurio se comportaba de un
modo ligeramente irregular: el eje de su elipse cam-
biaba lentamente de dirección con respecto al Sol.
El ritmo de este cambio era muy lento (menos de
un grado por siglo), pero, con todo, era más rápido
de lo que podía explicarse. Leverrier abordó luego
este problema. Para explicar la conducta anormal de
Mercurio razonó del mismo modo que antes y pos-
tuló la existencia de un pequeño planeta situado en-
tre Mercurio y el Sol, al que llamó Vulcano. Durante
algunos años hubo observadores que informaban
haber visto a Vulcano, pero probablemente se trata-
ra de manchas solares.
Eventualmente, se llegó a admitir que Vulcano
no existe. El momento del triunfo fue para toda la
teoría newtoniana del momento en que manifestó
también su debilidad fundamental. Después de bus·
car en vano alguna otra explicación, los astrónomos
se vieron obligados a admitir que la fuerza gravita-
cional no varía con absoluta exactitud según el in-
verso del cuadrado de la distancia: en el caso de dos
cuerpos de gran masa, que actúan uno sobre otro
a distancias relativamente cortas, la fuerza debe ser
ligeramente mayor.
Al principio, esta suposición fue totalmente arbi-
t~aria. Luego, durante la primera guerra mundial,
A~.bert Einstein presentó su teoría general de la re-
latividad. Ésta introducía una ligera modificación
ep. la ley newtoniana original. El cambio era peque-
~o y sus consecuencias solo se manifestaban en con-
dJciones muy particulares, pero era exactamente del
orden de magnitud que se necesitaba para explicar
la,s anomalías en el movimiento de Mercurio. De la
teorIa también se deducía que los rayos de luz se
ct§l>-vían gravitacionalmente, en las proximidades de
querpos pesados, más de lo que se había previsto.
Inmediatamente después de la primera guerra mun-
dial, se hizo un intento por detectar este efecto fo-
tografiando estrellas cercanas al disco solar durante
un eclipse total; los resultados parecieron entonces
confirmar la concepción de Einstein. Pero el efecto
era muy pequeño y era necesario hacer mediciones
de.. gran exactitud para poder decidir entre la nueva
290
concepción y la vieja. Así, continúa siendo obj~
de controversia saber si las observaciones de 1921
realmente confirmaban la teoría general de Einstein.

Los HILOS SUELTOS: 2) EL MECANISMO


DE LA GRAVEDAD

Estas dudas acerca de la teoría newtonianafriéton


reforzadas por otras consideraciones. Esta segunda
discusión se centró en la noción fundamental de la
teoría de Newton, la de "fuerza gravitacional". Tam-
bién en este punto Newton fue atacado por Leibniz.
(Aparte de la violenta controversia entre los adep.
tos de uno y otro acerca de quién había sido el pri-
mero en inventar el cálculo diferencial.) LeibniZ
estaba de acuerdo con Newton en que el movimien-
to natural de un cuerpo libre de fuerzas externas
era rectiHneo. Pero el único tipo de "fuerza externa"
que admitía era la que operaba por contacto directo,
por ejemplo, la fuerza que imprime a una pelota
una raqueta de tenis. En consecuencia, no podía
digerir la suposición de Newton de que la "fuerzá"
gravitacional pudiera actuar a través del espado
vacío, entre el Sol y un planeta situado a 150.000.000
de kilómetros de distancia. Si Newton hubiese ex-
plicado el mecanismo por el que se trasmitia la
acción gravitacional, Leibniz habría tomado más
en serio su teoría; pero, tal como estaban las cosas,
halló la idea totalmente inaceptable, pues hacia de
la gravedad (afirmaba Leibniz) un constante mi-
lagro.
La objeción de Leibniz era admitida por otros y
Newton era muy sensible acerca de este punto. En
su respuesta, insistia en que su teoría solo había
pretendido demostrar la acción de la gravedad "de
manera matemática", es decir, no trató de establecer
su causa o su mecanismo, sino solamente la forIna
de la ley, que se manifestaba en sus efectos. Tanto
él como Samuel Clarke (que adoptó su defensa en
la controversia) afirmaban con el mismo calor que
Leibniz, que con el tiempo se llegaría a descubrir
algún mecanismo de impulso y disparo que expli-
cara la gravedad. En una carta a Richard Bentley,
291
obispo de Worcester, que había sido colega suyo en
el Trlnity College de Cambridge, Newton afirmaba
que no consideraba la gravedad como una "propie-
dad oculta", como la "virtus dormitiva" del opio
que satiriza Moliere:
Es inconcebible que la materia bruta inanimada pueda, sin
la mediación de algo que sea material, actuar sobre otra materia
y afectarla sin contacto, como ocurrida si la gravitación, en el
sentido de Epicuro, fuera esencial e inherente a ella. Que la
gravedad sea innata, inherente y esencial a la materia, de modo
que un cuerpo pueda actuar sobre otro a distancia, a través del
vacío y sin mediación de alguna otra cosa que trasmita la
acción y la fuerza del primero al segundo, es para mi un
absurdo tan grande que creo que ningún hombre con facilidad
para las cuestiones filosóficas puede caer en él. La gravedad debe
ser causada por un agente que actúe constantemente de acuerdo
con ciertas leyes, pero si este agente es material o inmaterial lo
dejo a la consideración de mis lectores.

A pesar de todas estas protestas, Newton no hizo


nada en realidad por explicar el mecanismo de la
acción gravitacional. Especuló sobre el tema en al-
gunas de sus cartas, pero en sus obras publicadas
no expuso ninguna hipótesis y afirmó al respecto:
Para nosotros es suficiente que la gravedad exista, actúe de
acuerdo a las leyes que hemos explicado y contribuya eficaz-
mente a explicar todos los movimientos de los cuerpos celestes
y de nuestro mar.

Este problema quedó para las generaciones si-


guientes y aún no ha sido resuelto satisfactoriamen-
te. Newton sospeChaba que la influencia gravitacio-
nal se trasmitía a través de un "éter" constituido
por átomos imponderables y que actuaban unos so-
bre otros por impacto y acción directa. Esta idea ha
sido abandonada hace ya tiempo. Durante un tiempo
se creyó que la gravitación podía ser una especie
de radiación, idea que aún surge de tanto en tanto.
Emmanuel Kant, por ejemplo, trató la fuerza gra-
vitacional como una influencia que se propagaba
uniformemente por el espacio en todas direcciones;
sostenía que, por razones de simetría geométrica,
la fuerza de la gravedad debe ser inversamente pro-
porcional al cuadrado de la distancia. Este paralelo
292
entre la gravitación y la radiación se mantiene hoy
en la sugestión de que las ondas gravitacionales
son afectadas por la "dualidad onda - partícula" y
tienen "gravitones" en forma de partículas, a se-
mejanza de los "fotones" de la luz.
En 1900, el problema estaba obviamente en el
mismo punto que en 1700. Los cuerpos en movimien-
to se desvían, de manera indudable, de las lineas
rectas euclidianas cada vez que pasan cerca de otros
cuerpos de gran masa, en estrecho acuerdo con las
leyes matemáticas que formuló Newton. Pero si
se intenta explicar este hecho diciendo (por ejem-
plo) que el Sol ejerce una "fuerza" sobre la Tierra,
no es posible indicar ningún mecanismo que pueda
efectuar esta interacción. Esto significa aceptar sim-
plemente el hecho de que el Sol -jallá lejos!-
puede ejercer una fuerza sobre la Tierra -idebajo
de nuestros pies!- sin ninguna cuerda que los una,
o sin átomos impulsores, o haces de radiación que
trasmitan las fuerzas atractivas. Y aceptar este sim-
ple hecho es tener que aceptar demasiado. A fin de
cuentas, los espacios vacíos entre el Sol y la Tierra
actúan como un escudo acústico, que impide que el
sonido se trasmita a través del abismo. Por 10 tanto,
¿cómo es que la gravedad no se encuentra trabada
de la misma forma, sino que opera a través de un
vacío real?
Algunos físicos consideraron que este problema de
la acción a distancia podía ser resuelto introducien-
do la idea de "campos de fuerza", forma de explica-
ción que ha adquirido popularidad. Un "campo de
fuerza" de tales o cuales características en un pun-
to determinado explicaría (así se arguye) por qué
un cuerpo en movimiento dentro de ese campo es
acelerado y apartado del camino rectilíneo en ese
punto en la medida correspondiente. Otros han opi-
nado que el término "campo" no ayuda mucho. Todo
estaría bien si la acción de este campo pudiera ser
explicada, por ejemplo, como el resultado de un es-
tado de tensión en un medio elástico, pues en tal
caso se ofrecería un mecanismo explicativo. En caso
contrario, el nuevo término en lugar de resolver
las paradojas de la acción a distancia, solo serviría
para que nos acostumbremos a ellas. Leibniz habría
293
dicho que el término "campo" solo expresa una ma-
nera de hacer calculables los milagros de Newton.
Al no lograrse descubrir un medio etéreo que tras-
mita las fuerzas gravitacionales (medio que nunca
se ha revelado en los experimentos), la naturaleza
de la acción gravitacional siguió siendo un misterio.
Un intento más profundo de resolver esas parado-
jas consistió en poner en tela de juicio la concepción
que el siglo XVII tenia de un "mecanismo", como algo
que deba ser necesariamente una cuestión de im-
puIso-y-disparo. Aun cuando pudiera hallarse tal
mecanismo, en el caso de la gravedad, ¿darla una
solución satisfactoria al problema? Supongamos que
hrubiese una cuerda que une al Sol con la Tierra: en
lo esencial esto no nos ayudaría mucho. Solo haría
retroceder el -problema, ya que surge nuevamente
tan pronto tratamos de explicar por qué cada centí-
metro de la cuerda se adhiere a los adyacentes, en
lugar de separarse de ellos. También este hecho solo
podría ser explicado suponiendo que hay un campo
interno de fuerzas de unión que actúan a distancia,
de átomo a átomo, y que impiden que la cuerda se
rompa. (El mismo Newton observó sagazmente que
la cohesión de los cuerpos sólidos plantea un proble-
ma, de modo que no se la debe dar por supuesta.)
De una manera u otra, pues, desde 1900 comenzó a
considerarse la existencia de campos de fuerza co-
mo uno de esos principios básicos de la Naturaleza
sobre los cuales reposan todas las explicaciones:
una categoría explicativa última como la que los
hombres habían buscado desde el 600 a. C. Pero, an-
tes de abandonar la "gravitación universal" debe-
mos mencionar otra sugestión atinente al tema, ya
que éste ha servido también como punto de partida
de la teoría de la relatividad de Einstein.
Para comprender la naturaleza de esa idea, debe-
mos examinar el argumento que condUjo a Newton
a postular una "fuerza" de gravedad. Éste tomó de
Bruno y Descartes la idea de que el movimiento
rectilíneo euclídeo era el ideal natural del movi-
miento libre. Así, se refirió (por ejemplo) a "los
cursos rectilíneos que seguirían los planetas aban-
donados a sí mismos". Al comparar los movimientos
reales de los planetas con este ideal, se vio obligado
294
a suponer la existencia de una "fuerza gravitacio-
nal": Por las leyes del movimiento, es seguro que
estos efectos (gravitacionales) deben proceder de
la acción de alguna fuerza". Pero esta nueva fuerza
era en más de un aspecto muy distinta de las fuer-
zas en general. Aparte de la ausencia de todo me-
canismo de trasmisión y de la imposibilidad de im-
pedir su acción, CaFecia de los efectos sensibles
que normalmente asociamos a las fuerzas. Cuando
saltamos de una pared, no sentimos ninguna fuerza
que nos empuje hacia abajo; nuestro cuerpo sim-
plemente se acelera.
Por consiguiente, lo único que lo obligó a intro-
ducir esta nueva "fuerza" fue su insistencia en el
ideal rectilíneo. Pero, ¿qué ocurriría si este ideal,
en realidad, fuese demasiado abstracto? A fin de
cuentas, este paradigma del movimiento libre for-
maba parte del andamiaje teórico de Newton, pero
no era la auténtica voz de la naturaleza; por tanto,
¿no sería mejor modificar este paradigma, en lugar
de introducir una fuerza hipotética, y evitar así el
problema del mecanismo de la gravitación, en lugar
de tener que resolverlo? Newton había rechazado la
definición de Aristóteles de "movimiento natural"
porque implicaba una referencia a la Tierra como
"centro del universo": en el esquema copernicano
no se otorgaba a la Tierra ninguna condición pre-
ferencial con respecto a cualquier otro objeto as-
tronómico. Ahora bien, el ideal rectilíneo del mo-
vimiento natural por el que abogaba Descartes no
era la única alternativa a la concepción aristotélica.
Algunos años antes de Einstein, W. K. Clifford su-
girió que todos los cuerpos de gran masa podrían
ser los centros de regiones en las que los movimien-
tos fueran naturalmente no rectilíneos, y Einstein
retomó esta idea.
Tenía además otra razón para hacerlo. El vio 'que
la teoría de Newton se basaba en otra suposición.
Las magnitudes espaciales y temporales se defi-
nSan en ella de manera totalmente independiente
de las propiedades de los objetos materiales y de
las fuerzas que actúan sobre ellos. Pero, ¿no podría
suceder que una gran masa situada en cierto punto
del espacio afectara nuestras mediciones de esas
295
magnitudes, en su vecindad? ¿Podemos estar segu-
ros, por ejemplo, de que los relojes andan exacta-
mente a su ritmo usual cuando están cerca de cen-
tros de gravitación intensos? En realidad, sostenía
Einstein, las distinciones que estableció Newton en-
tre "espacio", "tiempo", "materia" y "fuerza" eran al
mismo tiempo demasiado abstractas y demasiado
tajantes. Las mediciones espacio-temporales tienen
que hacerse usando agentes físicos, en el caso ideal
sefíales luminosas, y no podemos decir que dos acon-
tecimientos (por ejemplo) son "simultáneos" si no
existe algún método concebible para determinar esta
simultaneidad
Cuando tenemos en cuenta este hecho en nuestro
análisis teórico, obtenemos una teoría cuya estruc-
tura es diferente de la de Newton, una teoría en la
cual las distinciones fundamentales no pueden ser
tan tajantes. En este esquema relativista, un cuerpo
"gravita" hacia otro a lo largo de un camino "natu-
ral" y no es necesario postular ninguna "fuerza"
semejante a las fuerzas de impacto. Así, la presencia
de materia afecta a la forma geométrica del trayecto
natural de un cuerpo, como había supuesto la teoría
de Aristóteles, pero hay una diferencia crucial: la
Tierra es ahora un centro de movimiento gravita-
cional, no porque sea el centro del universo, sino
simplemente porque es un cuerpo grande, de gran
masa, y en el nuevo esquema todos los cuerpos
semejantes son centros de gravitación.

EL CUADRO EN GRAN ESCALA

Al mismo tiempo que se ataban los hilos sueltos


de la teoría newtoniana, se fueron agrandando las
fronteras del universo observable. Newton hablaba
vagamente de las estrellas visibles como "fijas" y no
había nada en su sistema que indicara lo que habla
más allá de ellas. A medida que pasó el tiempo, los
hombres llegaron a dar por supuesto que estaban a
diferentes distancias de la Tierra, aunque no se
disponía de cálculos directos. En 1837, se estableció
fuera de toda duda la existencia del fenómeno de la
paralaje estelar, que era esencial para la teoría hello-
296
céntrica desde los días de Aristarco. Bessel en Ale-
mania y Struve en Rusia demostraron luego que las
anteriores pretensiones de haber observado el efecto
eran infundadas, pero que aparecía auténticamente
en el caso de las estrellas 61 Cygni y Alfa Lirae: en
uno y otro caso, el desplazamiento angular produ-
cido por el movimiento estacional de la Tierra era
menor que un diezmilésimo de grado. Sir J ohn Hers-
chel, al ofrecer a Bessel la medalla de la Royal
Astronomical Society, habló con un entusiasmo fácil
de comprender:
Lo congratulo y me congratulo a mí mismo por haber vivido
para ver superada la grande y hasta ahora infranqueable barrera
que se alzaba ante nuestras incursiones en el universo sidéreo .•.
contra la cual se dirigieron durante tanto tiempo y tan vana-
mente nuestros esfuerzos ...

A fines del siglo XVIII se planteó nuevamente el


problema del origen del sistema planetario. Se co-
nocían desde hacía tiempo las estrellas "nebulosas",
que a través del telescopio presentaban la apariencia
de una masa arremolinada de gas luminoso; Galileo
había hecho referencia a ellas en un pasaje que he-
mos citado antes. Kant y Laplace, independiente-
mente, sugirieron que el sistema solar se habría
originado en una nebulosa en rotación semejante,
que luego se habría condensado y dividido en el Sol,
los planetas y los satélites. Al continuar el estudio
de las nebulosas, los astrónomos vieron que muchas
de ellas eran realmente más grandes que el sistema
solar. Entonces se pensó que el sistema solar mismo
solo era una parte de una nebulosa mucho más
vasta. La Vía Láctea, o banda "galáctica", podría ser
justamente la visión transversal que nos ofrece
nuestra "galaxia" (lámina XIV). Y quizás haya mu-
chos sistemas semejantes a éste. Pareció que, más
allá de nuestra galaxia, había otros sistemas simila-
res situados a distancias enormes. Esto significó el
comienzo de una expansión del horizonte astronó-
mico que amplió a éste hasta alcanzar dimensiones
mucho mayores de las que en su época había cono-
cido Newton.
Durante los últimos cincuenta años algunos cos-
mólogos se han preguntado si no nos estaremos
297
aproximando a los límites mismos del universo. Al
llegar a este punto, reaparecen las dificultades que
J)lanteara Nicolás de Cusa. En algún sentido literal,
los problemas acerca de "el limite del espacio" quizá
no tengan ningún significado, y lo mismo podría
decirse de los problemas acerca de "el comienzo del
tiempo". En su juventud, Kant mismo se entregó
con entusiasmo a la astronomía y la cosmología
física; creía que podría explicar toda la historia del
universo desde la creación sobre principios estricta-
mente newtonianos. Pero en sus últimos años com-
prendió que esto era pedir demasiado a la teoría
física. Los problemas acerca de "todo el universo"
termInaban en las paradojas que Nicolás de Cusa
había expuesto. En un cuadro relativista del univer-
so, en cambio, pueden evitarse algunas de las para-
dojas: por ejemplo, es posible concebir como finitas
las dimensiones del universo, sin verse obligado por
eso a suponer la existencia de un "límite" paradó-
jico. En años recientes, ciertos fenómenos nuevos
han replanteado toda la cuestión. Se han propuesto
nuevos y sorprendentes "modelos del mundo", para
explicar la distribución que se ha observado en los
cuerpos celestes.
El descubrimiento que más ha estimulado la espe-
culación se relaciona con los espectros ópticos de las
galaxias distantes. Para entender este punto se nece-
sita una pequeña preparación. Aristóteles creía que
los cuerpos celestes estaban hechos de una substan-
cia distinta de los terrestres: la inmutable "quinta-
esencia". Filopón puso en duda esto, arguyendo que
ellos emiten una luz similar a la luz terrestre y que,
por consiguiente, era probable que fueran cuerpos
materiales comunes. Pero solo el desarrollo de los
prismas y del análisis espectral permitió a los hom-
bres identificar las sustancias reales que componen
a los cuerpos celestes lejanos. Al comparar las lineas
espectrales visibles en la luz emitida por el Sol, por
ejemplo, con las que presentan sustancias conocidas
de la Tierra, Fraunhofer y sus sucesores demostra-
ron la presencia de sodio y de otras sustancias te-
rrestres en las capas externas de la esfera gaseosa
del Sol. Eventualmente, llegó a usarse el argumento
a la inversa. Así, Sir William Ramsay identificó
298
ciertas lineas espectrales nunca vistas en la luz solar
y las atribuyó a una sustancia desconocida, a la que
llamó "helio"; luego, demostró que también existía
en la atmósfera terrestre en pequeñísimas cantidades.
Esta serie de éxitos sorprendentes condujo a los
astrónomos a suponer, hasta hace muy poco, que los
espectros celestes y terrestres son idénticos. Pero,
Hubble ha demostrado que esto no es así: la luz de
las galaxias más remotas llega a nuestros telescopios
con todas sus lineas espectrales ligeramente corridas
hacia el extremo rojo del espectro, osea, su "longi-
tud de onda" es mayor. Cuanto más lejana es una
galaxia, tanto mayor es este "corrimiento hacia el
rojo"; su magnitud parece aumentar en proporción
a la distancia. El problema central de la cosmologia
física actual es: ¿cómo debe interpretarse este 'corri-
miento hacia el rojo? Por una parte, se lo puede
atribuir a un alejamiento de las nebulosas: la mag-
nitud del corrimiento varía con la velocidad de aleja-
miento. Según esta explicación, las galaxias más
distantes se alejarían a velocidades enormes; algu-
nos cosmólogos creen que nuestro universo actual
es el resultado de una "explosión cósmica". Consi-
deran a las galaxias en retroceso como los fragmentos
de una gigantesca granada de mano o "átomo pri-
mitivo" que estalló hace unos cinco mil millones de
afios y que aún se están dispersando.
Por otro lado, se ha sugerido que el corrimiento
hacia el rojo no indica ningún alejamiento. Supon-
gamos, por ejemplo, que la radiación "envejezca"
gradualmente, que su longitud de onda aumente
lentamente a medida que transcurre el tiempo. En
tal caso, aunque las galaxias permanezcan estacio-
narias, la luz proveniente de una distancia mayor, y
que por lo tanto habrá tardado más en atravesar,
llegará a la Tierra con un mayor corrimiento hacia
el rojo.
No son éstas las únicas posibilidades. Aun supo-
niendo que sea real el alejamiento, pueden elabo-
rarse varias teorías. Algunos cosmólogos rechazan la
explicación del "átomo primitivo" y sostienen que el
universo está en equilibrio, en un "estado estable".
En general, presenta el mismo aspecto ante los oh-
servadoreª ge Wdos l()l? Iysares y todos los tiempos,
299
y el continuo alejamiento de la materia más allá de
los límites de la observación es compensado por la
continua creación de átomos de hidrógeno a partir
de la nada. (Esta teoría tiene el mérito de explicar
por qué, en la parte observable del universo, el
hidrógeno es con mucho el más abundante de los
elementos químicos.)
La cosmología física se encuentra en la actualidad
en una curiosa situación, del punto de vista lógico.
Los problemas son en gran parte oscuros, los indi-
cios son escasos, las inferencias son aproximadas y
ninguna teoría tiene más a su favor que las otras.
Por otro lado, lo que está en juego es de tal magni-
tud que es natural, y apropiado, hallar el tema apa-
sionante. Si llega a ser posible elaborar mediante la
investigación racional una teoría convincente acerca
del nacimiento (o renacimiento) del mundo material
que conocemos ello constituiría un triunfo intelec-
tual tan notable, a su manera, como los que alcanzó
Newton.

LA INFLUENCIA DE NEWTON EN OTROS CAMPOS

Hasta ahora, nuestro tema ha sido la influencia


de Newton en los campos de su especialidad: la diná-
mica y la astronomía. Lo que realizó Euclides en la
geometría plana y lo que, de Heytesbury a Galileo
hicieron los sabios en la cinemática, lo hizo Newton
en la dinámica: hizo una elaboración sistemática y
fructífera de los conceptos de "fuerza" y "masa",
y los aplicó a la astronomia. Pero, una vez elabora-
das, estas ideas también presentaban un valor poten-
cial para otras ciencias y pronto se les halló apli-
cación en otros campos.
En nuestro próximo libro, veremos que Lavoisier
usó el principio de conservación de la masa como
un axioma de su teoría química. También se hicie-
ron otras extensiones de la idea de fuerza. Los cuer-
pos electrizados o magnetizados que se aceleran uno
hacia el otro (razonaban los hombres) se mueven
bajo la acción de fuerzas eléctricas y magnéticas,
así como los planetas se mueven bajo la acción de
fuerzas gravitacionales; del mismo modo, las magnl'
300
tudes de esas fuerzas pueden ser estimadas por las
aceleraciones producidas en los cuerpos de masas
diferentes. Fue así como la idea de fuerza se convir-
tió en una noción tan fundamental para la com-
prensión de las interacciones eléctricas y magnéticas
como lo había sido antes en las teorías del impacto
y la gravitación. Einstein dedicó sus últimos afios al
intento de construir una teoría unificada en la cual
las fuerzas eléctricas y magnéticas quedaran integra-
das a un esquema relativista, así como se había
hecho antes con las fuerzas gravitacionales.
La influencia de· Newton, sin embargo, no se li-
mitó al ámbito de ideas en el que su labor fue impe-
recedera. A causa de su prestigio personal, hasta las
creencias que se le atribuían eran consideradas por
ciertas personas como la voz de "la ley y de los
profetas", contra la cual no había apelación. Por
ejemplo, habíase manifestado por una teoría atómica
-o,como se la llamaba entonces, una filosofía "cor-
puscular"- de la materia, la luz y el éter. Esta teoría
atómica no tenía ninguna conexión con sus ideas
dinámicas y gravitacionales y solo adujo en su favor
elementos de juicio de muy poco peso. No obstante
esto, los científicos newtonianos aceptaron durante
todo el siglo XVIII esas ideas corpusculares como si
fueran la verdad del Evangelio. Los resultados de
tal actitud fueron a veces infortunados. Newton ha-
bía tenido el cuidado de no comprometerse definiti-
vamente con una teoría acerca de la naturaleza física
de la luz. Es cierto que al examinar los fenómenos
ópticos supuso que la luz era de naturaleza corpus-
cular; pero también le atribuyó un carácter periódiCO
u ondulatorio -lo que él llamaba "cortes alternados
de fácil reflexión y refracción"- a fin de explicar
los efectos de difracción que aún reciben el nombre
de "anillos de N ewton". Sus adeptos, en cambio,
pasaron por alto el aspecto ondulatorio de sus teo-
rías y tomaron la teoría corpuscular como si hubiese
estado totalmente justificada. Como resultado de
esto, la teoría ondulatoria de la luz, que podría ha-
ber sido desarrollada de manera natural a partir de
las concepciones de Newton sobre los "cortes", solo
recibió una atención seria después del 1800.
Pero lo que tuvo mayor influencia fue el ejemplo
301
que dio Newton a los hombres que trabajaban en
otras disciplinas. En las investigaciones intelectua-
les, como en otros ámbitos, es fácil descorazonarse
ante los obstáculos. La deferencia que los sabios me-
dievales mostraron hacia la autoridad teológica no
solamente se originaba en la subordinación. Eran
genuinamente modestos y humildes: carecían de la
ardorosa convicción del filósofo de que la investi-
gación desinteresada puede revelar los procesos de
la naturaleza. El espectacular éxito de Newton cam-
bió la actitud de los hombres. Las dudas acerca de
la capacidad de la razón humana quedaron disipadas,
o al menos pasaron de moda. Jonathan Swift aun
podía burlarse de la Royal Society un año antes de
la muerte de Newton: el "Viaje a Laputa", en Los
viajes de GuUiver es una acre caricatura de los
científicos contemporáneos. Pero, antes de que pasara
mucho tiempo, David Hume -para no mencionar
más que un nombre- pretendía haber introducido
los métodos de Newton en las ciencias humanas y
escribía ensayos sobre temas antropológicos y socia-
les con un espíritu que presagiaba la economía y la
sociología modernas. A mediados del siglo XVIII, dis-
cutían en Francia los fundamentos de los asuntos
políticos y sociales hombres que anhelaban reorde-
narlos sobre una base "científica". Laplace no sola-
mente fue un físico matemático; fue también un
científico social y escribió un tratado sobre la proba-
bilidad. Entre otras cosas, se discutían en él técnicas
matemáticas para determinar las decisiones de las
asambleas políticas.
Nos queda por examinar la influencia de Newton
sobre las ideas religiosas y teológicas. A los ojos de
Newton, la naturaleza era la milagrosa invención de
un Creador de supremo ingenio, mantenida en orden
por su propia intervención:
Blondell dice en alguna pane de su libro sobre bombas que,
según Platón, los planetas se mueven como si todos ellos hubie-
ran sido creados por Dios en alguna región muy alejada de
nuestro sistema y luego se los hubiese dejado caer desde allí
hasta el Sol, y como si al llegar a sus diversas órbitas su
movimiento se hubiese desviado lateralmente. .. Por eso, pues,
la gravedad puede poner en movimiento a los planetas, pero
sin el poder divino nunca podría inducir en ellos el movi-
302
miento circulante que realizan alrededor del Sol; por esta '1
por otras razones, me veo obligado a atribuir el esquema de
este sistema a un agente inteligente.
Los grandes defensores continentales de Newton,
Voltaire y sus sucesores, sustituyeron esta imagen
del universo por otra muy distinta: por la de una
máquina gigantesca y autosuficiente, puesta en mar-
cha (quizá) por Dios durante la creación de todas
las cosas, pero abandonada luego a su propio fun-
cionamiento sin ulteriores interferencias divinas y
sujeta a leyes inexorables. Para los deístas del siglo
XVIII, la creación era la primera y única' intervención
de Dios en los asuntos de su propia creación natural.
Cualquier otra posición olfa a superstición.
La teoría de Newton había quitado la última justi-
fidlción que podía haber para considerar a los (l()-
metas con temor o alarma: en el Siglo XVIII era el
ejemplo típico del temor irracional. Un desastroso
terremoto que se prodUjo en Lisboa provocó el más
enconado debate y dividió a los hombres de Europa
en campos irreductiblemente opuestos. Algunos aun
interpretaban el acontecimiento como una visita
divina, ignorando al parecer las observaciones de
Jesús acerca de "los hombres sobre los que cayó la
torre de Siloam". Según su opinión, Dios aun inter-
venía por medio de la naturaleza para recompensar
al bueno y castigar al malvado. Una idea similar
apareció en Lnglaterra en 1940, en la época del "mi-
lagro de Dunquerque". Los racionalistas y deístas del
siglo XVIII respondían que la intervención divina de
este género estaba completamente fuera de la cues-
tión. Del mismo modo, Voltaire ridiculizaba la idea
de Leibniz de que la necesidad de una "razón sufi-
ciente" del mundo creado por Dios garantizaba que
"todo sucedía por lo mejor y en el mejor de los mun-
dos posibles". Por el contrario, argumentaba Vol-
taire, los acontecimientos naturales de todo género
suceden de acuerdo a leyes y no pueden tener signi-
ficación moral alguna, sea para bien o para mal. En
su novela Cándido, Voltaire hace que el portavoz de
Leibniz sea testigo del terremoto de Lisboa y luego
se burla de él por tratar de explicar los sufrimientos
consiguientes como habiendo sucedido "por lo
mejor".
303
Durante los siglos XIX y xx cambiaron los puntos
de contacto entre la ciencia y la teología. Todavía en
1650 los poetas podían hablar del cielo de la fe reli-
giosa en términos casi astronómicos:
Alma mía, hay un pars
Mucho más allá de las estrellas
Donde reside un centinela alado
De suprema habilidad en la guerra.
En tanto los hombres no lograron descubrir nada
acerca de las más remotas profundidades del cielo,
estas imágenes tradicionales podían conservar su
ascendiente sobre sus mentes. Después de Galileo,
estaban condenadas. Los doctos experimentaban
desde hacía tiempo la impresión de que una concep-
ción del cielo que consideraba a éste, literalmente,
más allá de los límites del mundo natural tenía gra-
ves defectos. Después de 1610, esta concepción ya no
pudo mantenerse siquiera como una representación
visualmente atractiva del pensamiento religioso. Co-
pérnico, Galileo y Newton no habían respondido a
todos los interrogantes que la ciencia podía plantear
acerca de los cielos remotos, pero los rescataron de
la esfera de impenetrable misterio.
En los últimos 250 afios, todo ha tendido a reforzar
la creencia de que el universo es muy homogéneo
y que, desde el punto de vista científico, los cielos
remotos y los cielos cercanos son muy semejantes.
Por consiguiente, el cielo, en el sentido religioso de
la palabra ya no constituye un tema de estudio de la
astronomia y ha sido eliminado de los mapas celes-
tes. La astronomia y la teología, sin embargo, aun
no se han separado completamente. Los problemas
de la cosmologia física, por ejemplo, parecen tener
alguna significación potencial para la teología. Santo
Tomás halló dificil reconciliar la tesis aristotélica de
que el universo había existido siempre con la doc-
trina cristiana de la creación. Por razones teológicas
similares, algunas personas prefieren hoy la teoría
del "átomo primitivo" sobre el origen del universo
a la teoría del "estado estable". Pero éste es el único
punto de contacto que subsiste. Se ha producido un
cambio sorprendente: cuanto más valioso es lo que
se ha descubierto acerca de los cielos desde un punto.
304
de vista cientifico, tanto menos significativo ha sido
desde un punto de vista teológico. En el siglo xx,
cuando nuestro conocimiento astronómico es más
extenso y detallado que nunca, los teólogos encuen-
tran en la astronomía menos material de interés
para sus problemas que en cualquier época anterior.

CERTEZA y TEORÍA CIENTÍFICA

Durante buena parte del siglo XVlII se consideró


que Newton había df¡!scubierto, no leyes provisiona-
les para calcular los movimientos de los cuerpos,
sino leyes cuya verdad era definitiva y eterna. Es
decir, sus teorías parecían, no solamente válidas
hasta un cierto punto, sino absolutamente correctas,
seguras y definitivas. Más tarde, comenzaron a sur-
gir dudas e interrogantes lógicos. Había un problema
que era particularmente desconcertante. La física
era una ciencia empírica que estudia los procesos
reales de la naturaleza; las pruebas de N ewton eran
localizadas y estaban restringidas a un período limi-
tado de tiempo. ¿Cómo, pues, podía haber dado él
con leyes y principios válidos para todos los tiempos
y todos los lugares? Cuando los jonios comenzaron
su búsqueda de los "principios eternos" de las cosas,
Heráclito había planteado una duda similar. Puesto
que todos los indicios de nuestros sentidos están en
flujo continuo (argüía), no podemos tener la espe-
ranza de alcanzar un conocimiento seguro de esos
"principios ocultos". Todavía en la época de Osiander
era posible sostener que solo la revelación divina
podía otorgar la certeza. Sin embargo, Newton había
logrado lo imposible, o al menos así se creía en su
tiempo.
Consideremos, por ejemplo, las leyes del movi-
miento de Newton. Si se cree que el mundo fue
construido para que operase de acuerdo a las deter-
minaciones de un artífice divino, entonces quizá
podría suponerse que Dios, como acto de gracia,
permitiría a los hombres diligentes descubrir por si
mismos cuáles han sido sus determinaciones. Pero,
ni siquiera esta respuesta es totalmente satisfacto-
ria: indudablemente, es tan dificil demostrar con
305
seguridad que ha habido de hecho un acto de gracia
como establecer de manera directa las leyes de la
naturaleza. Ya avanzado el siglo XVIII, los hombres
comenzaron a preguntarse si la certeza y la intem-
poralidad de la teoría dinámica de Newton no pro-
vendria de alguna otra fuente.
Los cambios de ideas en K8J1t nos suministran
nuevamente una gula útil. Cuando joven, daba por
supuesto que las leyes del movimiento y la gravita-
ción ofrecian los medios para descubrir lo que él
llamaba la Historia general de la naturaleza y la
teorla del cielo. Es decir, confiaba en que estas leyes
darlan una información positiva acerca del" curso
real de acontecimientos a través de los cuales se ha
desarrollado el universo. Pero Newton, en su teoría,
trata acerca de cómo deben moverse los cuerpos, no
acerca de cómo se mueven de hecho; y cuanto más
reflexionaba Kant acerca de esta cuestión, tanto me-
nos podla reconciliar esta necesidad con el carácter
informativo que atribula a las leyes del movimiento.
Tomemos la primera, según la cual "un cuerpo con-
tinuará en estado de reposo o de movimiento recti-
líneo uniforme a menos que actúe sobre él alguna
fuerza externa". Esta ley, o bien es una afirmación
directa acerca de lo que siempre ocurre, o bien es
una afirmación acerca de lo que debe ocurrir, pero
no puede ser ambas cosas. Si este axioma supone
algún género de "necesidad", no podemos ver su
origen en hechos de la naturaleza solamente.
Durante un tiempo se sostuvo que el origen de
esta necesidad es lingüística y surge de nuestras defi-
niciones, Que un cuerpo deba moverse uniforme-
mente, a menos que actúe sobre él una fuerza, es
una consecuencia de la manera en que definimos
"fuerza": usamos el ideal del movimiento uniforme
como prueba para determinar cuándo hay una "fuer-
za". Pero, en opinión de Kant, esto no explica todo.
Puede decirse: "a menos que un cuerpo sea negro,
blanco, gris o transparente, debe ser coloreado, pues,
según nuestro uso de este término, esto es lo que
significa 'coloreado' por definición", pero en el caso
del término "fuerza" tal doctrina parece poco con-
vincente. En los axiomas de la física matemática y
en ciertos principios fundamentales de la filosofía,
306
Kant veía un tipo de certeza que no era la certeza
contingente de los hechos bien comprobados, ni la
certeza trivial .de las verdades de definición. A fin
de explicar la fuente de esta "verdad sintética nece-
saria", se embarcó en la investigación de la que
surgió su gran tratado, aunque oscuro, La crítica de
la raz6n pura.
Para nuestros propósitos, las conclusiones de Kant
no nos interesan. Tampoco necesitamos aceptar su
creencia de que solo la geometría euclidiana y la
dinámica newtoniana. son aplicables al mundo de la
naturaleza. Pero, hay algo en su análisis que es de
permanente importancia. Cierto tipo de principios,
sostiene Kant, son la armazón indispensable de todo
cuadro racional del mundo. Podemos definir cuerpos
"coloreados" de manera que incluyan los negros, los
blancos y los grises, o de manera que los excluyan,
según nos plazca. La decisión es arbitraria y decir
"un cuerpo debe ser coloreado, a menos que sea ne-
gro, blanco, gris o transparente" es trivial justa-
mente porque nuestra decisión es arbitraria. Pero en
geometría y en dinámica la cuestión es diferente.
No somos libres de usar cualquier definición que
elijamos de términos como "línea" o "fuerza": tene-
mos las manos atadas, en cierta medida. Es verdad
que los axiomas de la geometría y las leyes del mo-
vimiento, tomadas aisladamente, determinan la ar-
mazón para trazar un cuadro del mundo, pero no
nos dicen directamente qué tipos de procesos ocu-
rren en el mundo. En esta medida, derivan su nece-
sidad de una fuente similar a la de las verdades de
definición. Pero, la armazón que definen no es arbi-
traria, pues es aquella cuyo uso conduce a resul-
tados coherentes y no confusos. En esto reside la
diferencia.
En la ciencia, nuestro propósito es esbozar esque-
mas intelectuales coherentes de la naturaleza; esta
exigencia limita nuestro ámbito de elección, cuando
se trata de definir nuestros términos fundamentales.
En otros dominios quizá las elecciones puedan ser
arbitrarias. Pero las ideas del científico ganan preci-
sión a medida que aumenta su conocimiento de la
naturaleza: las palabras que usa deben ser redefini-
das a la luz de sus descubrimientos. En este progreso
307
conjunto, sus definiciones se hacen cada vez menos
arbitrarias Para que su teoría sea exitosa, la forma
de sus ideas debe estar hecha a medida del mundo
natural.
En una visi6n retrospectiva, podemos ver que el
punto crucial en el desarrollo de una ciencia se
alcanza en el momento en que se forja un sistema
de ideas que suministra un esquema coherente y de
gran amplitud. Hasta ese momento, se anda a tien-
tas y predomina la incertidumbre; las definiciones
de los términos fundamentales son poco claras; se
hacen conquistas, pero se las pierde nuevamente y
el progreso de la ciencia no es aun acumulativo.
Al comienzo de nuestra historia, muchas distin-
ciones eran aun oscuras, pero iban a ser aclaradas
y determinadas por el progreso de la astronomía y
la dinámica. A medida que se desarrollaron las ideas
de los hombres sobre los cielos y la Tierra, cambia-
ron una y otra vez sus creencias, sus concepciones y
hasta las mismas esperanzas y ambiciones que presi-
dían su búsqueda de un sistema del mundo, y de un
mecanismo de los cielos y la Tierra.
Al principio solo consideraron la materia prima de
la astronomía: las apariencias cambiantes del cielo.
Luego, impulsados por su curiosidad crítica, esboza-
ron analogías con procesos o cosas familiares para
explicar lo que veían por encima de sus cabezas.
Más tarde, concibieron la posibilidad de sondear los
cimientos matemáticos de los cielos y hasta las fuer-
zas que operaban en ellos. Por momentos dudaron
de su derecho a aspirar a tanto y se limitaron mo-
destamente a un mero análisis matemático de las
apariencias. Estas dudas surgieron en parte de una
comprensión inadecuada de la física de los cielos, y
en parte de su deseo de no invadir los dominios de
la teología. El primer intento de síntesis de Arist6-
teles fue prematuro, por falta de un sistema de me-
cánica adecuado. Pero, con el tiempo se lleg6 a
elaborar una mecánica mejor sobre los cimientos
puestos por los escolásticos medievales. El segundo
intento por abordar la dinámica y la teoría planeta-
ria terminó con éxito. Entre el 1540 y el 1690 fueron
reemplazadas las últimas reliquias de la antigua sín-
tesis por un nuevo esquema que ha seguido siendo
308
el fundamento de nuestro "sentido común" hasta el
presente.
En esta historia, hemos observado a los hombres
estudiar el universo con un microscopio intelectual,
por decir asf. El cuadro es ahora claro y nítido allí
donde al comienzo solo era un esbozo confuso de
proporciones ambiguas. El cambio realizado no es
solo una consecuencia de la observación y la especi-
ficación honestas. De igual importancia ha sido la
progresiva remodelación y los sucesivos enfoques de
las ideas fundamentales que constituyen nuestros
instrumentos intelectuales.

LECTURAS y OBRAS DE CONSULTA


COMPLEMENTARIAS
La recepci6n inmediata que tuvo la teoria de Newton se
halla documentada en:
ALBXANDBR, H. G., (recopilador): The Leibniz-Clarke Co·
rresponáence. Se discute la influencia de las ideas de Newton
en la ciencia, la literatura y el pensamiento en general en:
COHBN, l. B., Prt.mklin t.má Newton.
WILLBY, BASIL, The Eighteenth-CentM'Y B"kground.
NICOLSON, MARJORIE, Newlon Demanás the Muse.
WOLF, A., (y McKIB D.), A History 01 Science, Techno-
10g'Y t.má Philosoph'Y. •. in the Eighteenth CenllH'J.
Vale la pena leer las Lettres SM les Anglais de Voltaire.
También su novela Cánáido contiene muchas reflexiones sad-
ricas sobre los debates intelectuales examinados aquí. Las posi-
ciones que critica se hallan muy bien documentadas en el libro:
KENDRICK, Sm THOMAS, The Lisboa EMthqNilke.

Sobre el desarrollo de las ideas físicas y astron6micas que


han conducido a la teoria de la relatividad, ver:
GILLISPIB, C. c., The Eáge 01 ObiecliviI'Y.

EINSTEIN, A., y INFBLD, L., The Evolution 01 Pb'Ysics.


CLIFFORD, W. K., The Common Sense 01 the Extlcl Sciences.
POINCARÉ, H., Science aná H'Ypothesis.

Las teorías de la acci6n a distancia se discuten en una mono-


grafía de Mary B. Hesse. Varios de los problemas filos6ficos
planteados en este último capítulo están desarrollados en el
libro de N. R. Hanson: Pillterns 01 DiscovefY. Ver también:
DUHEM, P., The Aims IIntl StruclMe 01 Pb'Ysical TbeDr'Y.
309
dorso

Tablilla astronómica babilóniea en escritura cuneiforme y


extractos de las Efemérides Astronómicas reproducidos a
fines de comparación.
L\ML\A JI
Escalera principal elel Ziggurat ('x¡;:!va(lo f'n L' r.

LÁMI N A IU
El puerto ele Pitagoreon, en la isla ele Samas, presunto lugar
de nacimiento de Pitúgoras,
UMI.\'A IV
Esfera armilar d e hronce
del siglo XVI. Obsérvense
los l'Í rClllos del Sol y de 1,1
Luna, )' pI eje central a
través de los polos; compú-
rcse10s con la descripción
d,,1 sistc'ma planetario qu e
ha,' , ' 11 ('1 Mito d e EH de
Platón,

L\ i\ JJ ~A V
Iluminación de IIn texto
,'trabe <]u e il ustra la persis-
J,'ncia de la adoración de
las estrellas más de mil
a,-,os dl'Spll L'S dc la époea
h"hilúnÍ(:a ,
1. í~ II " .\ V I
I'a ralaj t' ,'sklar: lo s ol¡jdo,
t,'rn'stT.,S l'x hilH'n lIna di spo-
, idún dift'l'l 'lÜ" clIando S<' lo.'
conte mpla d esd e úngu los db-
tintos. ( Compúrcnse a, h y c.)
I .as cOllstc laci01lt'S no manifies-
tan ta l camhio d .. un a ('sta e iún
a otra . Vista a travl's d .. 1111
telescopio, la COll stc laciún ti,·
Orión contie ne muchas ,'stn'-
Has in visibles a simple vis ta,
como lo I'l'veló por prinlt'J'a e
v.'z Cali lco en SIlS dihlljos, d,
d..! C.'nturiúlI l ' la Espada .

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UMINA VII
1'" ,." l,l homh,." m"dieval ," lus cometas ",.¡U' misterio"" \'i -
, il"lIll" 1', " "0 lu gar "11 el cielo no SE' comprendía, Est, · "lIadro
Ilt'rlt-ol'('l' al tapiz d e nayE' lI x,

LíMINA V III
1·:1 U/I/'II d, ' 1/0/'(/-' d,,1 dllque d c Ben)' mu,'str" r" ses de la
1 , 1111" l' 111m,' ,!; lios "stro uúm icos, "d('m:", cI, · UII ('" I"IIclari tl
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Dinamarca.

LÁMINA XIl
El sistema del
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eho . Tomado d e
la Sele nogmphi(/
de [. Hewlius.
> 1647.
Planetario de metal construido a fines
del siglo XVIII sobre un diseño
de Benjamin Martin. Imagen modificada.

L\MINA XIII
Se ilustraba el nu evo esquema de! sistema solar en modelos
(llamados planetarios) que tuvieron gran difusión dun\ntc
e! siglo XVIII.

Dos galaxias espirales barradas:


NGC 253 (Moneda de Plata) y NGC 1300.
Imágenes modificadas.

UMINA XIV
Estas dus nebulosas en espiral, una vista de cantu y la
utra de frente se asemejan -según se cree- a la galaxia
de la que forma parte nuestro propio sistema solar.

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