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Universidad del Centro de México

Licenciatura en Filosofía
Ontología II
Cesar Edgardo Medina Castañeda
Reflexiones y comentarios en torno al Error de Narciso de Louis Lavelle
10 de abril de 2019
La propuesta de Lavelle es ante todo un texto de carácter humanista, es decir, que coloca al
hombre y su desarrollo como el eje desde el cual se desarrolla la obra. El autor parte, como el título
dela obra lo indica, de señalar la equivocación que comete Narciso, y que no es otro que la
contemplación de si mismo. Sin embargo, habría que preguntarse si tal error lo es realmente. Lo
que el mito de Narciso presenta es lo siguiente: Narciso, joven de singular belleza es advertido por
sus padres evitar por cualquier medio ver su imagen reflejada en cualquier espejo o fuente.
Inconsciente de el sentido de esta advertencia, un día que andaba por el monte, se dio cuenta que
su imagen era reflejada en una fuente de agua.

Instantáneamente, Narciso quedo atrapado de la imagen que le proyectaba la superficie del


agua. Enamorado de si, contemplaba su imagen, complaciéndose de ella y olvidando todos los
elementos que le rodeaban, se sumergió en la contemplación de aquel rostro, que nunca antes
había observado. El mito narra que Narciso quedo atrapado en una loca pasión. Desprovisto de la
razón, extendió los brazos hacia aquel objeto amado, imposible de alanzarlo, pues cuando sus
manos tocaban la superficie del agua, la imagen se desvanecía. Finalmente, presa de la
desesperación y del reconocimiento de que asir la imagen sería imposible, queda inmóvil. Como una
roca, pasa los días hasta morir de inanición y melancolía. En el lugar en el que muere, nace la flor
que desde entonces porta su nombre.

En la tragedia de Narciso, sin embargo, no es el único actor. La ninfa Eco, aquella que es
condenada a repetir incesantemente las ultimas palabras del que la convoca se enamora de Narciso.
Busca acercarse a el, atraerlo, pero la belleza de una ninfa no es suficiente para que el joven aparte
la mirada de si mismo. No hay imagen más bella que la que le regresa el reflejo de las aguas, por lo
que Eco, decide morir, dejando solo el recuerdo de su voz. Sin embargo, tal tragedia no conmueve
a Narciso, atrapado en la suya propia, la del enajenamiento a la de una imagen.

El relato del mito es ciertamente trágico, pues no hay un desenlace que asegure la felicidad
o la superación de un mal. Al contrario, Narciso y Eco mueren de amor, el primero de un amor sin
medida, la ninfa, de un amor que nunca es tal pues nunca es reconocida por aquel a quien ella adora.
Y en este punto reaparece la pregunta si realmente Narciso esta equivoco. ¿Es realmente un error
la admiración de el mismo? Pare responderla habría que considerarse al menos 3 posturas, cada
una de ellas que asume el termino de narcisismo y la figura de Narciso como modelo para desarrollar
su postura. La primera, es la del uso común de la palabra narcisismo; la segunda, que remite al texto
de 1914, Introducción del narcicismo, de Sigmund Freud y que servirá como pivote para el desarrollo

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de la metapsicología. Finalmente, la propuesta de Lavelle, que no es ajena a las otras propuestas,
pero original en el modo de plantear lo que el reconoce como el error, es decir, aquel desvió de
Narciso que lo lleva a la aniquilación.

El hombre contemporáneo no es muy diferente al mítico Narciso. Busca contemplarse a sí


mismo, quedando atrapado de una imagen que resulta agradable y de ensueño. Los hombres
actuales –y quizás también de diferentes épocas- han sucumbido a la mejora de la imagen y a la
devoción a ella. Somos homo videns, según Sartori, es decir, somos seres determinados por la
imagen. Y no es de menos que en la actualidad, nuestra forma de conocer la realidad, es por medio
de un aparato audiovisual, diseñado para ofrecer imágenes, que funcionan a modo de espejo, no
del ser que en realidad somos, sino de la imagen especular y fantasmática que poseemos. El hombre
queda atrapado en una imagen proveniente de la televisión, que le determina. No hace falta la
reflexión interna o la contemplación en una superficie que refleje, los medios audiovisuales, como
autoridades garantizadas ofrecen una imagen, construyendo las formas de representación del
sujeto, que subvierte el sentido de la palabra misma, pues sujeto es aquello que no puede
convertirse en objeto, y la acción es justamente la opuesta, la cosificación del individuo,
convirtiéndose en un reflejo, copia fotostática de una imagen que le es dada.

De esta manera, conceptos como narcisista, metrosexual, mirrey, etc., señalan el sentido
manifiesto de una percepción exagerada del sí mismo. Más allá de las posibles situaciones de
autoimagen, autoconcepto y autodefinición, componentes necesarios para el establecimiento de
un sujeto integrado en lo concerniente al valor que se otorga a sí mismo, la exageración de la
autoestima que el sujeto tiene de sí, no establece sino una relación disimétrica con la alteridad:
puesto que soy lo más excelso, nada puede ser semejante a mí. Y en este sentido, la semejanza no
es solo el sentido dela imagen, se refiere al otro como tal. En suma, la condición contemporánea del
narcisismo no solo resume al exceso que hacen los individuos para engalanarse de bienes, sino el
acto de rechazo a la alteridad por ser esta incapaz de semejarse al sí mismo, por demás
desproporcionado.

El otro uso del término narcisismo, proviene del psicoanálisis. Este ha sido más depurado y
desarrollado que en otros campos como la psicología, la antropología o la sociología. Freud
introduce el narcisismo a su teoría como un elemento necesario para teorizar los modos en que se
establecen las catexias, es decir, los modos en que la libido o energía envisten a los objetos y
proporcionan la energía que requiere el aparato psíquico para su funcionamiento. Freud es preciso

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en el título de su obra: introducción del narcisismo, donde la proposición del, señala que un
elemento teórico se introduce en la obra que desarrollaba.

En este texto, Freud distinguen varios momentos de fijación de la libido y los efectos de
estas fijaciones en el desarrollo psicosexual del niño. Así, al principio él bebe es una masa
indiferenciada, no una distinción entre el adentro y el afuera y entre las diversas partes del cuerpo.
El niño es un todo investido. El niño es su primer objeto de amor, invistiendo, es decir, cubriendo de
la libido propia toda la materia corporal que lo constituye, pues no hay nada más placentero para él
bebe que su cuerpo, fuente de las sensaciones placenteras y del dolor, que será trastocada en calma
cuando la necesidad que exige sea satisfecha. Conforme La relación de la madre avanza, el niño
comenzara a investir a la madre con la libido que antes se halla depositada en sí mismo. Este
momento es vital por varios aspectos. El primero, porque permite al niño salir de la enajenación de
sí mismo y colocar su atención en otros objetos fuera de él; segundo, porque establece la búsqueda
de los objetos de amor: el primero es el niño, el segundo será la madre, lo que permitirá después
que el niño busque otra clase de objetos; tercero, que justamente esto será un impulso vital, que
lleva al niño del interior al exterior en la búsqueda de objetos, lo que necesariamente lo introduce
a la cultura y al lenguaje. Si no hubiera un narcisismo primario o auto erótico –primera etapa- no
podría haber una elección de objeto y en consecuencia una salida al mundo.

En otros términos, para que el niño se desarrolle en el mundo, debe de abandonar algo del
amor que le es propio y depositarlo en algo más. Sin embargo, la ley de la cultura que prohíbe el
incesto, rechaza que sea la madre el único objeto investido, y obliga al niño, una retracción de su
propia libido, en espera de poder colocarla en otros objetos. Este narcisismo secundario, la
retracción de la libido colocada en el objeto de regreso al yo, puede observarse en el juego de los
niños. En ocasiones estos juegan solos, y no hay necesidad de intervenir en su actividad, puesto que
se bastan a sí mismos para cumplir sus fantasías y deseos en el juego. Sin embargo, el camino que
debe recorrer la libido debe necesariamente encontrar un depositario. Toda libido es libido lloica,
es decir, no amamos sino es con el amor que nosotros mismo poseemos, porque ¿Cómo sería
posible dar lo que uno no posee? La idea no se resume a pensar que el amor propio es el principio
del amor a los otros. Ciertamente es un aspecto necesario de toda relación humana, pero lo que la
teoría analítica ofrece es la explicación de que esta libido, o energía de la pulsión de vida y que
moviliza el aparato psíquico, es siempre una libido yoica. Proviene del yo, y sale del yo para colocarse

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en otros objetos y así llevar al niño a la búsqueda de otros horizontes. Esto, en el sujeto
normopático, es lo esperado.

Freud advertía, aun antes de la introducción de este concepto y sus desarrollos


psicopatológicos, la noción de psicosis de defensa, que describe como aquellas donde la
trasferencia, recurso técnico de la cura psicoanalítica, es imposible de sostener. Estas psicosis de
defensa se caracterizan por la imposibilidad del trato del paciente con el analista. No hay otro con
el que se pueda dialogar, en consecuencia, no hay forma terapéutica. Y en un nivel más amplio, si
no hay otro y no hay dialogo, la dimensión del lenguaje queda subyugada. Este es en esencia, el
sentido de todos los trastornos que serán llamados patologías narcisistas en algunos casos y psicosis
en otros: Esquizofrenia, paranoia, melancolía, alucinaciones, etc., es decir, todas esas
manifestaciones donde el sujeto queda atrapado de un pensamiento o una imagen y no logra salir
de esta relación y compartirla con un otro dispuesto a escucharla.

El narciso del mito era un sujeto profundamente patológico. Melancólico al extremo de


morir por una imagen inalcanzable, olvidándose a sí mismo en la búsqueda de un fantasma,
alucinando por una imagen que le atormente y negando la realidad exterior y al mundo que le llama
– Eco-. Narciso se pierde en un esfuerzo de volver a colocar su libido en si mismo. En este sentido,
Heinz Kohut, realiza importantes aportes sobre las patologías narcisistas y propone que estas son
modos en que el self, es decir, la totalidad del sujeto psíquico, se altera y expresa al menos, tres
formas de personalidad: las hambrientas de espejo, las hambrientas de ideal y las personalidades
alter ego. Todas ellas implican en principio una sobrevaloración desmedida del sujeto, que buscan
establecer vínculos con los otros, pero no de forma intersubjetiva, sino a manera de herramientas.
El otro es un espejo donde puedo reflejarme.

Si algo enseña el psicoanálisis al respecto de estas situaciones, es que el sujeto vive


momentos críticos, en los que debe siempre superar el reto de aceptar la relación con los demás, o
sumergirse en el manantial espejo, y quedar atrapado ahí. Kohut señala que los sujetos que quedan
atrapados son aquellos en los que su Self no logro una cohesión a lo largo del desarrollo. Algo falto,
que permitirá unir los diversos aspectos de si, incluyendo los elementos del porvenir, la vocación y
el desarrollo de las potencias. Por eso, no es de extrañar que un momento profundamente narcisista
en la vida del hombre es la adolescencia, con los importantes cambios que genera en la estructura
del sujeto y en la definición del si mismo. El self se fragiliza, y considerando de forma muy laxa el

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self como la totalidad del individuo, si este se halla susceptible de daño y fragmentación, lo mejor
será evitar el contacto con las exigencias.

Hasta aquí, dos ideas para concluir el psicoanálisis: el narcicismo, pensado como una
perversión en la cual el sujeto trata a su propio cuerpo como objeto de amor, no es patológica en
cuanto ofrece la posibilidad de investirse a sí mismo y de ahí investí otros objetos. El problema
ocurre, cuando esta investidura queda enfrascada en el sujeto, sin posibilidad de abrirse al otro.

Estos aportes, encuentran un eco en la obra de Louis Lavelle. Filósofo francés, con
importantes influencias de la filosofía del espíritu, expresa en su obra una vigorosa defensa de la
libertad, el valor y la relación con los otros, determinada por una concepción metafísica donde el
hombre es un devenir constante, determinado por su propia voluntad y deseo, pero sin reducirse a
la dimensión unipersonal de Nietzsche ni al concepto de desesperación de Schopenhauer o a la
angustia de Kierkegaard. Lavelle es un filósofo optimista, que contempla al hombre como un ser que
puede desarrollar todas las potenciales que la vida le ofrece solo y mediante la relación con los
demás. Es un existencialista, pues reconoce en la libertad el fin y el medio para el logro de la
felicidad, pero siempre mediante la participación comunitaria.

Es esto lo que Lavelle nombra como el error de Narciso. Él no se equivoca al observar su


imagen. Su imagen es sin duda hermosa e inigualable. El error está en la elección que él hace, entre
elegir en la contemplación de la cosa en contra de la observación del mundo, en quedar atrapado
en una imagen temporal y fantasmática y rechazar observar el entorno que le rodea. Narciso se
equivoca también, cuando elige abandonar la condición de posibilidad que le habita y se queda en
el único lugar donde no habría otras posibilidades excepto la de una eterna contemplación de sí
mismo, en un instante eterno que nuca cambia y nunca se trasforma, sin llegar a ser ni potencia ni
acto, pues la pasividad no da más fruto que la incapacidad de Narciso para pensar de sí. El error, y
quizás el más funesto, es que para Narciso no hay otro, niega el mundo de los hombres y niega el
amor que le ofrece Eco. Pero la imagen que emerge de las aguas es a la vez hermosa y terrible, pues
lo aparta de los hombres y no le ofrece nada más que un encadenamiento a una imagen. Negar el
amor por el ensimismamiento llevo a Narciso a la decepción, a la melancolía y a la extinción, pues
en el constante repetir de lo mismo, Narciso no deja de negar la mirada en el mas allá para quedar
atrapado en un instante. La muerte no ocurrió cuando, débil por inanición se metamorfosea en la
flor homónima. Narciso muere en el momento en que no logra salir de sí mismo para encontrarse
con el otro.

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Es esta reflexión, la que puede englobar gran parte del contenido de la obra de Lavalle, pues lo que
el autor intenta trasmitir, a modo de aforismos y explicaciones de estos, es que el hombre no puede
desarrollarse sino es en relación con los otros, y donde más que una relación de dos, es una relación
íntima, y donde el sujeto debe, en principio reconocer sus potencialidades, pero más que nada,
aceptar que estas solo se logran en una relación con los demás. No hay desarrollo de las
potencialidades en la vocación, sino es en la medida de que estas se orientan hacia el desarrollo del
otro, donde yo puedo desarrollarme. La reciprocidad está ausente en Narciso. El hombre que va en
sentido opuesto, debe reconciliar su ser con el de los otros, colocando al otro en una situación de
dignidad tal que cuando la potencia del otro se cumple, yo logro la mía.

Así, el yo mismo, la concierna y todo lo que me define, no viene de una relación de mi


mismidad con el entorno. Soy en la medida que me relación con los otros seres, estableciendo un
dialogo que suscite una idea y entonces el mundo comienza. No hay yo sin otro, y el mundo es un
conjunto de nosotros.

Por otro lado, Lavelle explica también que el sujeto debe aceptar de si sus condiciones pues
tas son las que determinan su potencialidad. Escribe que es preferible que era como soy a que no
lo sea, diciendo con esto que lo propio de la conciencia es obligarme a tomar posesión de mí mismo,
y que no es lo mismo que sumergirse en la melancolía de Narciso. Ser lo que se es, sin mentira, sin
ofrecerse al engaño. Y donde ser sincero implica la aceptación de los dones que nos pertenecen y
que permiten el desarrollo del yo. Pues no hay nada más necesario que ser responsable. Aquí, la
idea es que responsabilidad es la capacidad de responder, ¿a qué? A los pensamientos, a los actos
y ante todo a la voluntad que lleva a la manifestación del potencial que en cada sujeto hay. Narciso
no responde a Eco, y a ella no le queda más que un continuo responder que jamás encuentra
receptor. Lavelle considera que la responsabilidad es el acto por el cual el sujeto es capaz de
responder a la llamada de Eco, una llamada amorosa que implica la unión. Y que, para poder
responder, el sujeto tiene que ser sensible, a todo aquello que le permite su llegada al otro extremo
del ahora, en un equilibrio entre inteligencia y sensibilidad que permita no solo un desarrollo
intelectual, sino espiritual.

Y es que para Lavalle Narciso es un sujeto desespiritualizado. Nada hay más sublime que él.
Y eso no es el verdadero espíritu, que implicaría una búsqueda de lo trascendente. Narciso se
equivoca al negar este aspecto de su vida, además de negar el dolor, que da cuenta de la vida, y,
ante todo, de negar los dones que posee, en potencia y que no serán jamás ejercitados. El signo de

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Narciso es el amor propio, pero un amor que resulta distinto al del psicoanálisis. Es un amor
desmedido y que no encuentra destinatario. Se autodevora, como la serpiente que come su cola
incesantemente, destruyéndose a sí misma en su voracidad. El amor propio no fructifica, sino se
convierte en amor por los otros. Sin embargo, sin amor por uno mismo, no habría posibilidad por el
amor al otro. Lavalle parece así en extremo ascético, pues la deslibidinizacion del yo no puede dar
libido de objeto. En otras palabras, uno no puede dar lo que no posee. No puedo amar sin antes
amarme a mí.

Pero no hay que descuidar que el núcleo de este texto está en la relación entre los hombres
mediada por Dios. Lavelle nombra frecuentemente a Dios, como aquel que habla a los hombres y
los une. Y el hombre que escucha, queda en silencio, se abandona, queda en vacío para dar cabida
al amor hacia los demás.

En suma, no basta señalar que Narciso se extravió en su imagen. Como metáfora de la


codician del hombre, en cualquier tiempo, Narciso representa un hecho particular, el abandono de
la realidad y de los otros en la búsqueda de una satisfacción. A Lavelle esto le queda claro, el hombre
no puede ser sino es una constante búsqueda del otro, abandonándose a sí mismo, pero en este
abandono se logra el desarrollo de las potencias. La responsabilidad es una manera de asumir el
llamado para ser para los otros y auto lograrse de esta forma. No es un narcisismo egoísta, es una
actitud generosa con uno mismo y con los demás, difícil de distinguir en la primera pero que para el
autor señala el fin del hombre que es el desarrollo de sí mismo mediante los demás.

No hay en esta obra, elementos metafísicos complejos. La obra es casi un manual moral,
una guía de comportamiento del hombre que procura salir del atrapamiento de su imagen en la
búsqueda de una vida feliz.

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