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MITO EL TORO ENCANTADO

Rasuhuillca es una laguna situada a unos quince kilómetros de la


población de Huanta.
Está en medio de otras tres lagunas que la rodean, pero Rasuhuillca es
la más grande, por lo tanto la principal.
La laguna está en la cima de un cerro que domina la entrada del pueblo,
por eso se ha construido en ella una represa que suministra de agua
para el regadío, y para el consumo del pueblo.
La tradición huantina dice que dentro de ésta laguna se encuentra un
toro negro hermoso y corpulento, sujeto con una cadena de oro cuyo
extremo guarda una anciana de cabellos canos.
Hace muchos años, el toro logro vencer a la anciana y salió a la
superficie; e inmediatamente las aguas de la laguna se embravecieron
y rompieron los diques con grandes oleajes, inundaron el pueblo,
arrasaron toda la población produciendo grandes estragos;
entonces, los indios de la altura, al darse cuenta de esto, procedieron
rápidamente a echar lazo al toro y lo hundieron nuevamente.
LEYENDA LA HUACACHINA (ICA)

Desde aquel día la gente teme que otra vez el toro pueda escaparse y la
laguna inunde la floreciente ciudad de Huanta.
LA HUACACHINA:

Existe una leyenda acerca del origen de este oasis, una historia de amor que
se remonta a tiempos prehispánicos. Cuentan que una hermosa doncella,
proveniente del cercano pueblo de Tacaraca, llega desconsolada a este lugar,
donde sólo había unos cuantos guarangos, a llorar la muerte de su amado,
un valiente general incaico.

Las lágrimas de esta mujer, de ojos verdes y cabello muy negro, fueron
formando poco a poco la laguna. Se dice que en las noches de Luna nueva
aún se pueden escuchar sus lamentos, los que confunden a los visitantes
desprevenidos.Tambien cuentan que una mujer empezo a correr por que un
hombre la perseguia y ella salio de su casa con una toalla un espejo y un
peine en ese momento empezo a correr asustad y se cayó entonces el
espejo se transformo en un lago el peine en las palmeras y la toalla se
transformo en toda esa arena del oasis.
LEYENDA DEL CERRO LA VIEJA

Nuestro Señor Jesucristo llegó al sitio descampado y arenoso cercano a


Motupe, en donde hoy se encuentra situado el cerro llamado de La Vieja. El
Señor venía cansado, sudoroso, fatigado y sediento, y habiendo divisado una
lejana "choza" se encaminó hacia ella, encontrando en la puerta un
matrimonio formado por dos ancianos.
Jesús le dijo a la mujer: "Dame un poco de agua para calmar mi sed", pero
la vieja le repuso de mala manera: "No tengo nada que darte". Entonces el
Señor le pidió al marido que le vendiera una hermosa sandía, de las que en
abigarrado montón se encontraban en uno de los ángulos de la posada, pero
el viejo negó tenerlas. El Señor dijo señalando las sandías: "Y esas ¿qué
son?","Son piedras" dijeron al unísono ambos.
El Señor meditó brevemente, produjo su maldición, diciendo:"Pues si son
piedras, en piedras se convertirán y ustedes también”. Y súbitamente el
montón de sandías reconvirtió en un montón de piedras, que son las que
forman el centro mismo del cerro. La vieja se tomó en la piedra más grande,
que de lejos da el aspecto de una anciana y el viejo se volvió la piedra más
pequeña, que muestra las características de su edad.
Y para que se pueda producir el desencantamiento, se precisa que
nuevamente el Señor Jesucristo llegue a ese mismo sitio, en el mismo estado
de cansancio y de sed, que se repita exactamente la escena primitiva y que
los viejos ofrezcan al viajero el agua lustral de la caridad, que borre su falta.
LEYENDA DE EL DORADO

Muy adentro de la frondosa selva de Rodríguez de Mendoza, se encuentran los restos de los
antiguos pueblos de Posic y Laurel, dos villorrios que colindaban, apenas separados por un corto
espacio.
Estas aldeas se ubicaban entre las quebradas del corazón Laurel y Oratorio.
En un apartado paraje de Posic, se escucha aún el suave fluir de un arroyuelo que desde una
colina discurre a un claro alfombrado de un verde gras.
La pequeña pampa está flanqueada por arbustos de todo tipo, propios de la zona, dando un
matiz edénico al paisaje.
Las diáfanas aguas han erosionado por siglos a unas piedras planas que parecen haberse
convertido en palanganas. Antes de colisionar el agua en las lajas, se aprecian los cestos de unos
canales de palma, dando la impresión de que se construyeron para orientar, no sólo el agua sino
algo más especial.
Este paisaje que en otros ámbitos sería irrepetible, se produce en la vecina población de Laurel.

Antonio, un labrador que frecuenta la zona, nos dice que antaño los pobladores de Posic y Laurel
acopiaban el polvo de oro que bajaba de las alturas y lo lavaban en canastillas de cuero, para
disponer luego del preciado metal.
Fue una época dorada en que los lugareños se proyectaban como el pueblo de mayor esplendor
en toda la región.
Durante la conquista de los chachapoyas por los Incas, los súbditos del monarca recibían de
estos lugares el tributo en oro y luego lo procesaban en joyas que exhibía su gobernante.
La fama de estos pueblos se expandió por todo el reino, y mucha gente comenzó su peregrinaje
a estos lugares para aprovecharse de las minas.
Establecida la Colonia, los conquistadores llegaron a conocer los lavaderos de oro de Posic y
Laurel, y como suele suceder con los pueblos destinados a sufrir del miserable arrebato de la
ambición, pronto desaparecería “por fin el Dorado” –dijeron.
Para usufructuar mejor el producto, la zona fue poblada de explotadores y comenzó la
convivencia. Rápidamente el mestizaje y las nuevas costumbres fueron parte de la idiosincrasia
de estos pueblos, construyeron sus templos y la adoración a la Pachamama, al sol y a la
naturaleza, fue reemplazada por las imágenes. Se habían cristianizado.
El templo era la ambición de muchos. Se dice que emplearon mucho oro en su construcción. La
custodia era espléndida. El retablo contenía adornos de precioso metal y cuando los cirios se
encendían, éste duplicaba la iluminación de las débiles mechas.
La llave de la puerta fue también fabricada de oro y la cadenita de la que prendía era tan gruesa
que tenía un peso admirable. Esta joya fue entregada al sacristán a quien se le responsabilizó de
lo que ocurriera con ella.
— Sacristán: esta llave ha sido hecha de oro puro para abrir la puerta de nuestro sagrado templo.
Usted es el responsable de lo que ocurra. No debe desaparecer ni de día ni de noche, usted es
el guardián perpetuo de este tesoro.
— Juro que cumpliré con mi compromiso.
Un domingo, muy temprano, las campanas de la capilla de Posic echaron al vuelo sus
inarmónicos tonos, llamando a los fieles a la Santa Misa.
El pueblo acudió presto a oír el sermón del día. En el momento de la Eucaristía, un aldeano
irrumpió el santo sacrificio y desesperado, casi sin poder hablar por la agitación, advirtió a los
presentes:
— ¡Pronto escapen, los infieles atacan el pueblo!
Se escuchó un extraño ruido en las inmediaciones de la población. Parecía una estampida.
Gritos de guerra de raras voces, se acercaban a la plaza.
Los fieles miraron por la puerta de acceso al templo y vieron absortos que las tribus salvajes que
habitaban el otro lado del río Guambo, atacaban el poblado.
Los gritos desesperados de mujeres y niños que pretendían escapar de la furia de los invasores
inundaron el tranquilo cielo de Posic. El cura, al ver el salvajismo del trato a los inocentes
lugareños, se aprestó a proteger a los fieles que estuvieran en el templo.
— ¡Cierren la puerta! ¡Pongan las bancas!
¡Hagan fuerza común para que no irrumpan en este lugar santo! –gritó, dejando el púlpito.
— ¡Los niños y las mujeres, que se atrincheren en el fondo!
La turba infiel, sin desistir de sus propósitos, se dirigió a la capilla y empleando un madero
pesado, usándolo como ariete comenzó a arremeter el acceso principal.
Rompieron la puerta y se dio inicio a la masacre. Los que pudieron escapar despavoridos
tomaron el camino que conducía a los antiguos pueblos de Omia.
Otros pensaron diferente.
— Tomemos el camino que va a nuestros vecinos de Laurel para informarles lo que está
ocurriendo. Ellos tienen que salvarnos.
— ¡Apresuremos el paso!
— Llevemos con nosotros nuestra imagen, no podemos dejarla a manos de los infieles.
— Sí, dos de nosotros vamos a cargarla y salgamos por la puerta trasera, otros que carguen con
la custodia, los demás que cubran nuestra huída.
Un grupo de salvajes buscaba afanosamente en un retiro lateral derecho la llave de oro.
Aunque desconocían el incalculable valor de la reliquia, no obstante su instinto natural les decía
que era muy apreciable. Lanzaron los candelabros y otros armamentos en su pretencioso afán
de encontrarla; pero no pudieron cumplir su cometido.
El sacristán, quien manejaba la codiciada llave, no pretendió escapar sin ella. Sólo él sabía dónde
escondía el pequeño tesoro, de modo que asiéndola con sumo cuidado salió por la puerta de
escape y tomó el camino que va a Laurel.
Los atacantes vieron a aquél escaparse, y a medida que corría, la cadena dorada se balanceaba
en su mano reflejando los brillantes rayos de sol.
Lo persiguieron, más el huidizo cetrero al sentir desvanecerse por el cansancio llegando a la
laguna de Laurel, arrojó la llave con su cadena. El que traía la custodia hizo lo mismo, y a medida
que éstas se hundían, las aguas comenzaron a borbotear como llegadas al punto de ebullición.
Las gotas de agua formaron cristalinas columnas, semejantes a la de un geiser, y al alzarse
dispersaba la luz de la tarde convirtiéndolo en un maravilloso espectáculo iridiscente.
— ¡Por Dios! ¡Qué milagro!…–dijo, fascinado, el sacristán.
Los perseguidores también cayeron asustados, mientras la laguna se convertía en un espejo de
agua encantada, pero continuaron su propósito. En Laurel también diezmaron a la población y
tras su abominable acción, se retiraron a Pachiza.
Los hombres y las mujeres que huían siguiendo las orillas del río Guambo, llegaron hasta una
bella catarata de más de doscientos metros de altura.
Aprovecharon los juncos que flanqueaban la caída de la cascada para salir por el río
Guayabamba, junto a Hairango, aldea que pertenecía a la provincia del Huallaga, en el
departamento de San Martín.
Más tarde estos sobrevivientes fundaron los nuevos pueblos de Omia, Chirimoyo y
Huamampata.
Luego de salvar sus vidas, deshicieron las lianas de la catarata que permitía encontrar el camino
a estos poblados, a fin de que los infieles no vuelvan a cometer otra tropelía con ellos, lo que al
parecer dio resultado ya que nunca más fueron molestados por ellos.
Hoy sólo quedan escombros de los asentamientos mineros de Posic y Laurel.
La imagen que salvaron pudo haber sido la de San Nicolás de Tolentino, que fue abandonada en
una cueva de Huamampata, cuando los que escapaban ya no pudieron continuar con la efigie
“El Dorado”, que sí existió y estuvo en aquella libérrima región que se llama Amazonas.
LA LEYENDA DE LOS HERMANOS AYAR

También llamada mito de Pakariktampu según los cronistas, esta


leyenda esta considerada como la de los hermanos Ayar. Ayar en
quechua significa, grande.
Los cronistas dicen que no tiene equivalencia en el quechua ni en el
aymara. Tal vez sea una tergiversación de Ayaj: picante, porque hay
un Ayar uchu que significa ají picante.
Se dice que en Tampu-Toko (Pakarek - Tampu). Posada de la aurora,
salieron de tres ventanas tres tribus: los tampus, los maras y los ayars.
Estos últimos con sus respectivas hermanas en número de
cuatro salieron de la ventana grande y eran:
Ayar Manko: Cerro grande Mama Ocllo :Madre que abriga
Ayar Kachi: Señor de la sal Mama Waro :Señora Oroba
Ayar Uchu : Señor del ají Mama IpaKura:Señora del oro
Ayar Auka : Señor guerrero Mama Rauwa :Señora del fuego
Los cuatro hermanos con sus respectivas parejas se dirigieron al
Cuzco en busca de buenas tierras.
Ayar Kachi era el más fuerte e iba arrojando piedras con la honda y
estas se hundían en los cerros.
Los hermanos alarmados por la fortaleza y el poder del hermano con
engaños lo hicieron volver a Tampu-Toko.
Cuando penetró a la cueva lo taparon con una enorme piedra. Con su
voz hizo temblar la tierra y al traidor lo convirtió en piedra.
En su avance los hermanos se estacionaron en Tampu Kiro posada de
los dientes allí apareció Ayar Kachi (dotado de alas) a sus hermanos, y
ordenó fundar el Cuzco, el resto de los hermanos siguió la expedición,
y en Wuanakauri Ayar Uchu, es un intento de mover una piedra se
convirtió en roca.
En las inmediaciones del Valle del Cuzco, Ayar Auka, quiso tomar
posesión de acuerdo a las costumbres de la época y al sentarse en una
roca se convirtió a su vez, en roca.
Ayar Manco se quedó solo sometiendo a las tribus del Cuzco y allí fundo
el imperio de los Incas.
De este mito surge la siguiente hipótesis: Se le ha dado una
interpretación a esta leyenda, como una lucha de las tribus para
conquistar el poder.
Muerto los tres hermanos quedó tan solo Ayar Manco comandando la
confederación tribal de los Mascas, porque según Valcarcel la borla
imperial de los Incas Mascaypacha quiere decir: Borla de los mascas o
distintivo imperial de los mascas.
LEYENDA EL PUEBLO DE NARIHUALÁ

A pocos kilómetros de la ciudad de Catacaos existe un pueblecito


llamado Narihualá. Este pueblo, según relatos históricos y los restos
encontrados, fue poblado por varias tribus.

En tiempo en que los tallanes poblaron esta ciudad, vivían formando


ayllus que se dedicaban al pastoreo y la agricultura.

Al tener noticias de que el conquistador Francisco Pizarro se encontraba


cerca del pueblo, se llenaron de espanto, y se enterraron vivos, con
todas las riquezas que poseían, a fin de que los españoles no se
apoderaran de ellas.

También dicen que este pueblo tenía un grandioso templo dedicado al


culto del Sol, adornado con objetos de gran valor. Entre estos objetos
existía una campana de oro; al descubrirla, los españoles se llenaron
de admiración; y aumentó más su codicia.

Se arrojaron para capturar la campana, pero ella se desplomó, y cayó


al suelo, hundiéndose; y no fue posible encontrarla a pesar de los
esfuerzos de los españoles. Hoy este pueblo tiene pocos habitantes; y
todavía existen paredes de casas antiguas.

La iglesia está construida sobre una lomita de tierra, a la cual se le ha


denominado el Alto de Narihualá.

Cuentan los pobladores que el día de Viernes Santo sale un indiecito


que lleva en la mano derecha un candil encendido y en la izquierda una
campana que al tocarla hace gran ruido; y que este día es el apropiado
para hacer la búsqueda de los objetos enterrados.

Muchas veces han encontrado sepulcros rodeados de objetos de oro,


plata y huacos que contienen dentro gran cantidad de perlas.

Está prohibido por el Gobierno y las autoridades apoderarse de estas


riquezas, aplicando serios castigos a los que desobedecen esta orden.
LEYENDA DE LA HUACACHINA

En Tacaraca, centro indígena de alguna importancia, durante el período


precolombino vivía una ñusta de verdes-pardosas pupilas, cabellera negra
como el negro azabache que forma piedra escogida de la tierra, o quizás como
el negro profundo del chivillo, el pájaro quebradizo de las notas agudas, el
tordo de nuestros alfalfares de las cejas de las sierras, doncella roja de curvas
y sensuales contornos gallardos, como las vasijas del sol en el Coricancha de
los incas.
Allí cerca también de las alturas de Pariña Chica, el pago de las huacas, de
los enormes tinajones y las gigantescas lampas de huarango esculpido, vivía
Ajall Kriña, un apuesto mozo de mirada dura y fiera en el combate, como la
porra que se yergue en la mano del guerrero o como la bruñida flecha de
tendido arco.

Pero de mirada dulce y suave en la paz, en el hogar, en el pueblo, como


rizada nota de música antigua; como gorjeo de quena hogareña, percibida a
lo lejos por el fatigado guerrero que tras dilatada ausencia regresa.
Ajall Kriña, enamoróse perdidamente de las formas blandas, pulidas de la
virgen del pueblo y un día en la confusa claridad de una mañana, cuando la
ñusta llevaba en la oquedad de esculpida arcilla, el agua pura, su alma
apagada y muda hasta entonces, abrió la jaula y dejó cantar a la alondra del
corazón:
Mi corazón en tu pecho
cómo permitieras;
aunque penda de un abismo,
muy hondo, muy hondo o estrecho
de modo que tú me quieras
como tu corazón mismo.
La de las eternas lágrimas, la princesa Huacachina, llamada así porque desde
que los ojos de su alma se abrieron a la vida, no hicieron sino llorar, no tardó
en corresponder el cariño hondo, fervoroso e intenso del feliz varón de los
cambiantes ojos de fiereza o de dulzura, de acero o de miel.
Todas las mañanas y todas las tardes, en los cárdenos ocasos o con las
rosadas auroras, Huacachina, cuyas lágrimas parecían haberse secado para
siempre, entregaba a Ajall Kriña las preferencias de su corazón, las joyas de
su ternura, los incendios de su alma pura y sencilla.
Pero la felicidad que siempre se sueña eterna a los ojos egoístas de que goza,
voló como el céfiro fugitivo que se escurre entre las hojas de los árboles o
entre las hebras del ramaje.
Orden del Cusco, disponía que todos los mozos se aprestaran a salir
inmediatamente para combatir la sublevación de un lejano pueblo belicoso.
Ajall Kriña, con el alma despedazada, despidióse de su ñusta hechicera. Ella
juróle amor, fidelidad, cariño; y él, alegre, feliz porque comprendía con la fe
y la fiebre del que quiere, que ella no lo engañaría y entregaría su corazón
como aquella otra ñusta odiosa de la leyenda iqueña que enajenó su ser por
el oro de la joya, la turquesa del adorno y los kilos de la blanca lana como
vellón de angora.
Marchó con otros de su pueblo en pos de nuevos soles a develar la rebelión,
a sofocar el movimiento sacrílego contra el Dios-Inca.
Ajall Kriña, con heridas terribles, abiertas, incicatrizables en el cuerpo de
bronce, muere en el combate después de haber luchado como un león.
La triste nueva pronto se comunica a Huacachina, la bella princesa de los ojos
hechiceros, quien alocada, desesperada, al amparo de las sombras que se
vienen, huye sin que lo adviertan sus padres, entre los cerros y cuchillos de
arena hasta caer postrada, abatida, jadeante, sudorosa, con el llanto que
desbordándose del manantial inagotable de sus olas, caían en las arenas que
como pañuelos de batista se extendían más allá de la Huega.
Las lágrimas ruedan y siguen rodando muchos minutos, numerosos días;
tiempo tal vez incontable para ella, de sus ojos inyectados por el dolor y
cuando el hambre, el dolor, la tristeza, la desventura rompen el frágil cristal
de su alma y la vida huye y se aleja veloz; esas abundantes lágrimas,
absorbidas por las candentes arenas, surgen a flor de tierra en el inmenso
hoyo amurallado por las arenas superpuestas, después de haberse saturado
con las sustancias de la entraña de la tierra, que las devuelve por no poder
resistir el contagio del inmenso dolor.
En el día, las verdes aguas pardosas se evaporan en pequeña cantidad hacia
los cielos, como si fueran llamadas por los dioses para aprender del dolor y
se cuenta que todavía en las noches, cuando las sombras y el silencio han
empujado a la luz, al ruido, sale la princesa, cubierta con el manto de su
cabellera que se plisa u ondea en su cuerpo.

Con ese manto negro, muy negro, pero menos oscuro que su alma, para
seguir llorando su llanto de ausencia y de pesadumbre, algunas de cuyas
gotas todavía se descubren en la mañana, en los primeros minutos de la luz,
hasta sobre los raros juncos que a veces brotan en la orilla de oquedad.
Se ven sobre las innumerables hojas rugosas del toñuz tendido en sus ocios
y se perciben sobre cada uno de los dientes de las hojas peinadas del viejo
algarrobo, que extiende sus ramas levantándose sobre la cama de arena para
pedir a los cielos, piedad y consuelo.
LEYENDA DEL RIO HABLADOR

Hace mucho, pero mucho tiempo, vivía en la cima celestial el dios sol,
conocido también como Inti.

Un joven de gran postura y sumamente bondadoso llamado Rimac, quien de


cuando en cuando bajaba al mundo de los humanos a contarles bellas
historias, por lo que era muy querido y reverenciado.
Un día que acompañado de los demás dioses miraba hacia la tierra por las
ventanas del palacio dorado, vio que los llanos junto al mar eran azotados
por una grave sequía; las hierbas, las flores y los árboles se marchitaban y
los hombres y animales morían de sed.
Los dioses se alarmaron y acudieron al dios Inti, su padre, a pedirle que
librase a los hombres de la costa, de aquella horrenda sequía.

Pero el Inti les dijo que era imposible, pues según las leyes celestiales solo
sacrificando a uno de ellos en el altar de fuego podrían conseguir agua.
Los dioses callaron, sin embargo ante la sorpresa de todos, Chaclla, la más
bella y virtuosa de las hijas del sol, poniéndose delante de su padre se ofreció
valientemente ante el sacrificio.
Rimac que adoraba a su hermana, se arrodilló implorante y pidió a Inti que
lo sacrificase a él en vez de ella, pero Chaclla, aun cuando agradecía su gesto,
no aceptó aduciendo que los hombres echarían de menos las bellas historias
que aquel sabía contarles.
Mas Rímac insistió, finalmente a ruego de ambos y ante la resignación de
Inti, los dos se dirigieron al altar de fuego para el sacrificio. El dios sol pudo
así hacer llover la tierra.
Agradeciendo a los cielos, los yungas, así llamados antiguos hombres de la
costa, recibieron jubilosos el agua.
Rimac y Chaclla, envueltos en infinidad de gotas caían sobre las montañas
cercanas al gran valle de Lima, y convertidos en un tormentoso río corrían,
jugando y riendo, hacia el mar. Una vez allí, elevándose en forma de nubes,
persiguiéndose, llegaban al cielo para vaciarse de nuevo.
Pero eso duró solo cuarenta noches, al cabo de los cuales, Chaclla quedó
convertida para siempre en lluvia y Rimac en el más bullicioso río de la costa
peruana.
Cuenta la leyenda que quienes suelen sentarse a orillas del río Rimac y se
ponen a escuchar con atención perciben claramente el murmullo de sus aguas
como se disuelve en una voz humana que cuenta bellísimas historias de este
y de antiguos tiempos, por eso se le llama “RIO HABLADOR”.
LA LEYENDA DE MANCO CAPAC Y MAMA OCLLO

En las tierras que se encuentran al norte del lago Titicaca, unos


hombres vivían como bestias feroces.

No tenían religión, ni justicia, ni ciudades. Estos seres no sabían


cultivar la tierra y vivían desnudos. Se refugiaban en cavernas y se
alimentaban de plantas, de bayas salvajes y de carne cruda.

Inti, el dios Sol, decidió que había que civilizar estos seres. Le pidió a
su hijo Ayar Manco y a su hija Mama Ocllo descender sobre la tierra
para construir un gran imperio.

Ellos enseñarían a los hombres las reglas de la vida civilizada y a


venerar su dios creador, el Sol.

Pero antes, Ayar Manco y Mama Ocllo debían fundar una capital. Inti
les confía un bastón de oro diciéndoles esto:

- Desde el gran lago, adonde llegarán, marchen hacia el norte. Cada vez que se detengan
para comer o dormir, planten este bastón de oro en el suelo.

Allí donde se hunda sin el menor esfuerzo, ustedes construirán Cuzco y dirigirán el
Imperio del sol.
La mañana siguiente, Ayar Manco y Mama Ocllo aparecieron entre las aguas del lago
Titicaca.

La riqueza de sus vestimentas y el brillo de sus joyas hicieron pronto comprender a los
hombres que ellos eran dioses. Temerosos, los hombres los siguieron a escondidas.
Ayar Manco y Mama Ocllo se pusieron en marcha hacia el norte. Los días pasaron sin
que el bastón de oro se hundiera en el suelo.
Una mañana, al llegar a un bello valle rodeado de montañas majestuosas, el bastón de
oro se hundió dulcemente en el suelo. Era ahí que había que construir Cuzco, el
"ombligo" del mundo, la capital del Imperio del Sol.
Ayar Manco se dirigió a los hombres que los rodeaban y comenzó a enseñarles a cultivar
la tierra, a cazar, a construir casas, etc...
Mama Ocllo se dirigió a las mujeres y les enseñó a tejer la lana de las llamas para fabricar
vestimentas. Les enseñó también a cocinar y a ocuparse de la casa...
Es así que Ayar Manco, devenido Manco Capac, en compañía de su hermana Mama Ocllo
se sentó en el trono del nuevo Imperio del Sol.
A partir de este día, todos los emperadores Incas, descendientes de Manco Capac,
gobernaron su imperio con su hermana devenida en esposa.
LA LEYENDA DE NAYLAMP

Siguiendo la corriente del Niño, algunas embarcaciones en forma de balsa viajaban hacia el sur.

La navegación, iniciada en la costa occidental de México proseguía serena y regular sobre la clara
inmensidad del océano Pacífico.

Encabezaba el grupo la nave del jefe: un inmenso abanico de plumas multicolores adornaba su
proa.

Sobre el puente de mando se erguía un hombre de elevada estatura, aspecto aristocrático y


altivo, tez clara y facciones netamente semitas; envolvía un voluminoso turbante rematado por
una diadema de plumas, sujeta a su vez por una magnífica turquesa.

Naymlap - éste era su nombre - el héroe divinizado, guiaba su flota hacia la región que más tarde
se llamaría Perú. Tras algunos días de navegación, al avistar una playa que le pareció adecuada
para sus proyectos, emitió una orden.

Las naves viraron hacia el éste. Poco después, la proa de la nave capitana encallaba dulcemente
en la arena. Un nuevo ciclo histórico estaba a punto de comenzar Junto a la playa había
centenares de embarcaciones quietas, en las que se amontonaban miles de hombres, mujeres
y niños; pero nadie se movía.

Poco más tarde, un hombre bajó de la nave capitana: era Pitazofi, encargado de hacer sonar la
trompa real, un instrumento construido con un caracol llamado Spondylus. Avanzó algunos
pasos y luego, llevándose a los labios el nacarado cuerno , la arrancó un sonido ronco y potente.

Acto seguido el jefe de los portadores de la litera real, Nicacolla, bajó a tierra seguido de sus
ayudantes. Ellos también se quedaron inmóviles apenas pisaron la playa, mientras resonaba otro
toque de trompeta y descendía de la nave otro viajero, con un pesado cofre a cuestas.

Se trataba de Fongasidas, cuya función consistía en esparcir por el suelo, delante del cortejo
real, puñados de piedrecillas rojas a fin de proteger de al augusto ocupante de la litera. Volvió a
escucharse la trompa y, seguido por seis hombres que transportaban enormes cajas,
desembarcó LLapchilully, encargado del guardarropas real; luego le tocó el turno a
Ochocali,¨cocinero-jefe¨,junto con sus ayudantes.

Por último desembarcó Allopoopo, cuya misión era preparar el baño del rey a cada etapa del
viaje. Todos aguardaban inmóviles. Y he aquí que, sin que resonara la trompa, cuatro individuos
lujosamente ataviados y con sendas coronas de oro sobre las sienes, desembarcaron con paso
solemne llevando a hombros una litera sobre cuyos cojines estaba muellemente recostada la
princesa Ceterni, esposa del rey.

De pronto, una voz ronca dejó oír una orden y todos los pasajeros de la nave capitana se
ordenaron en fila sobre la cubierta: Naylamp avanzó entre ellos, estrechando contra el pecho
un gigantesco Spondylus. Apenas hubo desembarcado, se postró ante su dios. Todos los demás
pasajeros a tierra ...
¿Cuál fue la primera orden del rey? Tal como harían más tarde los conquistadores, ordenó que
se erigiese, en el lugar exacto del desembarco, una señal tangible de su llegada, un monumento
que celebrase, de acuerdo con sus intenciones, la alianza entre el mar y la tierra, es decir, entre
sus respectivas divinidades: Chia (la luna) y Ra, el dios solar generador de mieses...

Por último, vale la pena recordar que a orillas del lago del Guatavita se celebraba todos los años
una ceremonia religiosa que consistía en arrojar al agua algunos trozos de arcilla verde; dichos
trozos habían de transformarse, en el interior del palacio lacustre, en una estatuilla que
representaba a una rana, naturalmente de jadeíta.

La ciudad de LLampallec está ya edificada, la religión ha arraigado sólidamente, y la economía


de la nueva nación es segura y estable. Entonces, tal como ya lo habían hecho Quetzalcóalt y
Viracocha, el primero respecto a mayas y aztecas, y el segundo respecto a los pueblos andinos,
Naymlap decide partir y dejar a su gente.

Acercándose a la orilla del mar, despliega las alas y pronto desaparece tras el horizonte.
Quedaba su hijo, Si-Um, quien reinó sobre el país durante muchos largos años. Antes de morir
se hizo encerrar en un subterráneo para dejarle a su descendencia, a manera de legado, el mito
de la inmortalidad.

Tres de sus hijos crearon pequeños principiados locales. La dinastía propiamente dicha tuvo aún
once representes, el último de los cuales, Fempellec, quiso trasladar a otro sitio la estatua de
Naymlap, que, por aquel entonces, estaba en el templo de Chia, la Luna.

Sin embargo, por alguna causa desconocida, no pudo llevar a término su proyecto: cuentan que
se le apareció un "demonio" bajo el aspecto de una joven que lo sedujo y le convenció que
renunciase a su propósito.

Estalló entonces una terrible tempestad que duró treinta días, y, cual auténtico diluvio, arrasa
con las cosechas casi por completo.

El pueblo, desorientado y preso de irritación ,se reveló contra el soberano, y, tras sumar a su
causa a nobles y sacerdotes, los rebeldes capturaron a Fempellec, lo amarraron fuertemente,
arrojándole al mar.
Así, por extraña fatalidad, la mítica dinastía de Naymlap, que había llegado del mar, concluyó
también en mar.

Nadie volvió a ocupar aquel trono hasta que el Gran Chimú de Chan Chan extendió su dominio
sobre casi todas las regiones occidentales de América del Sur.

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