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Universidad Industrial de Santander

Facultad de Ciencias Humanas


Escuela de Filosofía
Seminario de San Agustín
Angélica Maria Becerra Estrada
Dios como la única verdad en Libros III y IV de las Confesiones

El ser humano desde su aparición se ha encaminado en la búsqueda de un principio o motivo


que le dé sentido y explicación a su existencia, una fuerza ordenadora del cosmos, una figura
divina y superior por la cual todo se genera y sigue existiendo; evidentemente, esta búsqueda
y cuestionamiento también hizo mella en el pensamiento de San Agustín, quien, tras una
ardua experimentación en diversas creencias, religiones y formas de sabiduría con las que
buscó alcanzar la comprensión de un conocimiento verdadero, como lo fueron el
maniqueísmo, el zoroastrismo, el paganismo romano y la filosofía cicerónica- plotiniana, optó
por adoptar la fe cristiana, con la cual fundó y perfeccionó una teología de la salvación, en la
que plasmó una filosofía de vida proyectada en algunas de sus obras, especialmente en sus
Confesiones, donde, a modo de literatura biográfica, narró muy teleológica y
sistemáticamente algunos hechos de su vida, con los cuales buscaba llamar a la conversión a
las masas, y conseguir, de este modo, mayoría de adeptos con quienes compartir su filosofía
cristianizada, es decir, su fe racionalizada.

En sus Confesiones, específicamente en los libros III y IV, Agustín menciona el problema de
la búsqueda de la verdad y la sabiduría: “¡Cómo ardía, Dios mío! ¡Cómo ardía en deseos de
reconducir mi vuelo desde las cosas terrenas hacia ti, y no sabía qué estabas haciendo
conmigo! Pues en ti se aloja la sabiduría” (2010, p.190); como se puede apreciar, Agustín
menciona la tendencia humana a querer encontrar la sabiduría en las cosas terrenas, es decir,
lo perceptible por los sentidos, tal como lo hacían los antiguos al situar como causa y origen
de todo a los elementos naturales, (como es el caso de Tales de Mileto quien tenía el agua
como arché), también cuando menciona: “Buscáis la vida feliz en el país de la muerte: no está
allí.”(p. 230), al hacer referencia a las cosas materiales y terrenas, en las cuales, debido a su
cualidad de finitud, corrupción o tendencia a la muerte, no puede reposar la sabiduría, la
felicidad, ni la verdad. Del mismo modo, Agustín también descarta que en los placeres
corporales, los que evidentemente producen cierto regocijo temporal, pero luego desaparece,
no son la felicidad absoluta, por ello, postula que la única felicidad debería estar encaminada a
la búsqueda de la verdad, además, califica este placer como concupiscencia o acto de pecado
y maldad, propios de la vida temporal y terrena:

De hecho, tal como existen actos de maldad —si es defectuoso aquel sentimiento en el
que hay agresión, y se engríe con insolencia y furia— y también ignominias —si es
desmesurada aquella afección del alma por la que se toca fondo en las voluptuosidades
carnales— así también los extravíos y las falsas creencias emponzoñan la vida si la
propia mente racional es defectuosa ti, ni en mí, ni en un cuerpo, ni tampoco tu
Verdad me lo creaba, sino que desde el cuerpo me los fabricaba mi vanidad. (2010, p.
238)

Como podemos apreciar, Agustín también hace mención y rechazo de las falsas creencias
racionales: las filosofías, las cuales son para él sabidurías o conocimientos incompletos,
debido a la ausencia de fe en sus teorías y discursos racionales en la explicación de la
existencia; estas `sabidurías`, gracias a la retórica aplicada en sus discursos, hacen creer
superior , sabio, y conocedor de la verdad a quienes la práctica, Agustín denomina esto como
soberbia, puesto que es un error considerar que la razón humana puede llegar a conocerlo
todo, debido a que esta también es finita y corruptible por el pecado, por ello, posiciona al
Dios del cristianismo como la única verdad, ya que este posee los atributos de infinito,
inmaterial, omnisciente, omnipotente y omnipresente, por ello, en el reside la única verdad, es
decir, dios es la verdad misma. Por ello, Agustín descarta los discursos filosóficos, la belleza
de la retórica y las falsas teorías que pretenden explicar la existencia con los fenómenos
físicos, los cuales, en últimas son sólo creaciones de Dios:

Estos nombres no se apartaban de sus bocas, pero sólo en cuanto al sonido y al ruido de la
boca: su corazón, por lo demás, estaba vacío de verdad. Y decían «verdad»; y «verdad»; y no
paraban de repetírmela, y en ninguna parte la tenían, sino que decían falsedades no sólo acerca
de ti —que eres verdaderamente Verdad— sino también acerca de los principios de este
mundo, creación tuya; incluso a los filósofos que hablaban verdades sobre esos principios debí
dejarlos atrás por amor a ti, padre mío, supremo bien, hermosura de todo lo hermoso. (2010, p.
193)

Referencias Bibliográficas:

Encuentra, O. A. (2010). San Agustín, Confesiones. Madrid, España: Gredos.

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