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El Torito De La Piel Brillante aliento. ¡Ya no volveré!

Me ha de hundir en el lago –dijo


De: José María Arguedas. el torito.
Este era un matrimonio joven. Vivían solos en una Al oír esto, el hombre lloró. Y cuando llegaron a casa,
comunidad. El hombre tenía una vaquita. La alimentaba lloraron ambos, el hombre y su mujer.
dándole toda clase de comida: gachas de harina o restos ¡Ay mi torito! ¡Ay criatura! ¿Con qué vida, con qué alma
de jora. La criaban en la puerta de la cocina. Nunca la nos has de dejar?
llevaron fuera de la casa y no se cruzó con macho Y de tanto llorar se quedaron dormidos.
alguno. Sin embargo, de repente, apareció preñada. Y Y así, muy al amanecer, cuando aún quedaban
parió un becerro color marfil, de piel brillante. Apenas sombras, muchas sombras, cuando aún no había luz de
cayó al suelo mugió enérgicamente. la aurora, se levantó el torito, y se dirigió hacia la puerta
El becerro aprendió a seguir a su dueño; como un perro de casa de sus dueños, y les habló así:
iba tras él por todas partes. Y ninguno solía caminar -Ya me voy. Quedaos, pues, juntos.
solo; ambos estaban juntos siempre. El becerro olvidaba ¡No, no! ¡No te vayas! –le contestaron llorando-. Aunque
su madre; sólo iba donde ella para mamar. Apenas el venga tu señor, tu encanto, nosotros le destrozaremos
hombre salía de la casa, el becerro lo seguía. los cuernos.
Cierto día, el hombre fue a la orilla de un lago a cortar -Mo podréis – contesto el torito-.
leña. El becerro lo acompaño. El hombre se puso a -Sí, hemos de poder. ¡Espera!
recoger leña en una ladera próxima al lago; hizo una -Pero el torito salió hacia la montaña.
carga, se echó al hombro y luego se dirigió a su casa. -Subirás a la cumbre, y muy a ocultas, me verás desde
No se acordó de llamar al torito. Este se quedó en la allí –dijo-.
orilla del lago comiendo totora que crecía en la playa. El hombre corrió, le dio alcance y se colgó de su cuello,
Cuando estaba arrancando la totora salió un toro negro, lo abrazó fuertemente.
viejo y alto, del fondo del agua. Estaba encantado, era -¡No puedo, no puedo quedarme! –le decía al torito-.
el demonio que tomaba esa figura. Entre ambos -¡Iremos juntos!
concertaron una pelea. El toro negro dijo al becerro. -No, mi dueño. Sería peor, ¡me vencería! Quizás yo solo,
de algún modo pueda salvarme.
-Ahora mismo tienes que luchar conmigo. Tenemos que -¿Y cómo ha de ser mi vida si tú te vas? –Decía y lloraba
saber cuál de los dos tiene más poder. Si tú me vences, el dueño-. En ese instante el sol salía, ascendía en el
te salvarás; si te venzo yo, te arrastraré al fondo del cielo.
lago. -Juntos viviréis, juntos os ayudaréis, mi dueño. No me
-Hoy mismo no –contesto el torito-. Espera que pida atajes más, mira que el sol ya está subiendo. Anda a la
licencia a mi dueño, que me despida de {el. Mañana cumbre, y mírame desde allí. Nada más – rogó el torito.
lucharemos. Vendré al amanecer. Entonces ya no hay nada que hacer –dijo el hombre- y
-Bien –dijo el toro viejo-. Saldré al mediodía. Si no te se quedó en el camino. El torito se marchó.
entro a esa hora, iré a buscarte en una litera de fuego, y El dueño subió el cerro y llegó a la cumbre. Allí se tendió;
te arrastraré a ti y a tu dueño. oculto en la paja miró el lago. El torito llegó a la ribera;
- Está bien. A la salida del sol apareceré por estos empezó a mugir poderosamente; escarbaba el suelo y
montes – contestó el torito. echaba el polvo al aire. Así estuvo largo rato mugiendo
Así fue como se concretó la apuesta, solemnemente. y aventando tierra; solo, muy blanco, en la gran playa.
Cuando el hombre llegó a su casa, su mujer le preguntó: Y el agua del lago empezó a moverse; se agitaba de un
-¿Dónde está nuestro becerrito? extremo a otro; hasta que salió de su fondo un todo, un
-¿Dónde estará? toro negro, grande y alto como las rocas. Escarbando la
Sólo entonces el dueño se dio cuenta que el torito no tierra, aventando polvo, se acercó hacia el torito blanco.
había vuelto con él. Se encontraron y empezó la lucha.
Salió de la casa a buscarlo por el camino del lago. Lo
encontró en la montaña. Venía mugiendo de instante en Era el mediodía y seguían peleando. Ya arriba, ya abajo,
instante. ya hacia el cerro, ya hacia el agua, el torito luchaba; su
-¿Qué fue lo que hiciste? ¡Tú dueña me ha reprendido cuerpo blanco se agitaba en la playa. Pero el toro negro
por tu culpa! Debiste regresar inmediatamente –le dijo el lo empujaba, poco a poco, lo empujaba. Lo empujaba
hombre, muy enojado. hacia el agua. Y al fin, le hizo llegar hasta el borde del
El torito contestó: lago, y de un gran astazo lo arrojó al fondo; entonces el
-¡Ay! ¿Por qué me llevaste, dueño mío? ¡No sé qué ha toro negro, el poderoso, dio un salto y se hundió tras de
de suceder! su adversario. Ambos se perdieron en el agua. El
-¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Qué puede sucederme? hombre lloró a gritos; bramando como un toro descendió
– preguntó el hombre. la montaña; entró a su casa y cayó desvanecido. La
-Hasta hoy nomás hemos caminado juntos dueño mío. mujer lloraba sin consuelo.
Nuestro camino común se ha de acabar.
-¿Por qué? ¿Por qué causa? –volvió a preguntar el Hombre y mujer criaron a la vaca, a la madre del becerro
hombre. blanco con grandes cuidados, amándola mucho, con la
-Me he encontrado con el poderoso, con mi gran señor. esperanza de que apareciera un torito igual al que
Mañana tengo que ir a luchar con él. Mis fuerzas no perdieron. Pero transcurrieron los años y la vaca
pueden alcanzar a sus fuerzas. Hoy, él tiene un gran permaneció estéril. Y así, los dueños pasaron el resto de
su vida en la tristeza y el llanto.
La agonía del Rasu-Ñiti José María Arguedas corredor! ¡Anda!

Estaba tendido en el suelo, sobre una cama de pellejos. Un La mujer obedeció. En el corredor de los maderos del techo,
cuero de vaca colgaba de uno de los maderos del techo. Por la única colgaban racimos de maíz de colores. Ni la nieve, ni la tierra blanca
ventana que tenía la habitación, cerca del mojinete, entraba la luz de los caminos, ni la arena del río, ni el vuelo feliz de las parvadas de
grande del sol; daba contra el cuero y su sombra caía a un lado de la palomas en las cosechas, ni el corazón de un becerro que juega,
cama del bailarín. La otra sombra, la del resto de la habitación, era tenían la apariencia, la lozanía, la gloria de esos racimos. La mujer los
uniforme. No podía afirmarse que fuera oscuridad; era posible fue bajando, rápida pero ceremonialmente.
distinguir las ollas, los sacos de papas, los copos de lana; los cuyes,
cuando salían algo espantados de sus huecos y exploraban en el Se oía ya, no tan lejos, el tumulto de la gente que venía a la casa
silencio. La habitación era ancha para ser vivienda de un indio. del bailarín.

Tenía una troje. Un altillo que ocupaba no todo el espacio Llegaron las dos muchachas. Una de ellas había tropezado en el
de la pieza, sino un ángulo. Una escalera de palo de lambras servía campo y le salía sangre de un dedo del pie. Despejaron el corredor.
para subir a la troje. La luz del sol alumbraba fuerte. Podía verse Fueron a ver después al padre.
cómo varias hormigas negras subían sobre la corteza del lambras que
aún exhalaba perfume. Ya tenía el pañuelo rojo en la mano izquierda. Su rostro
enmarcado por el pañuelo blanco, casi salido del cuerpo, resaltaba,
—El corazón está listo. El mundo avisa. Estoy oyendo la cascada porque todo el traje de color y luces y la gran montera lo rodeaban, se
de Saño. ¡Estoy listo! Dijo el dansak’ “Rasu-Ñiti”1 . diluían para alumbrarlo; su rostro cetrino, no pálido, cetrino duro, casi
no tenía expresión. Sólo sus ojos aparecían hundidos como en un
Se levantó y pudo llegar hasta la petaca de cuero en que guardaba mundo, entre los colores del traje y la rigidez de los músculos.
su traje de dansak’ y sus tijeras de acero. Se puso el guante en la
mano derecha y empezó a tocar las tijeras. —¿Ves al Wamani en la cabeza de tu padre? —preguntó la mujer
a la mayor de sus hijas.
Los pájaros que se espulgaban tranquilos sobre el árbol de molle,
en el pequeño corral de la casa, se sobresaltaron. Las tres lo contemplaron, quietas.

La mujer del bailarín y sus dos hijas que desgranaban maíz en el —No —dijo la mayor.
corredor, dudaron. —No tienes fuerza aún para verlo. Está tranquilo, oyendo todos los
cielos; sentado sobre la cabeza de tu padre. La muerte le hace oir
— Madre ¿has oído? ¿Es mi padre, o sale ese canto de dentro de todo. Lo que tú has padecido; lo que has bailado; lo que más vas a
la montaña? —preguntó la mayor. sufrir.
—¡Es tu padre! —dijo la mujer. —¿Oye el galope del caballo del patrón?
—Sí oye —contestó el bailarín, a pesar de que la muchacha había
Porque las tijeras sonaron más vivamente, en golpes menudos. pronunciado las palabras en voz bajísima—. ¡Sí oye! También lo que
las patas de ese caballo han matado. La porquería que ha salpicado
Corrieron las tres mujeres a la puerta de la habitación. sobre ti. Oye también el crecimiento de nuestro dios que va a tragar
los ojos de ese caballo. Del patrón no. ¡Sin el caballo él es sólo
“Rasu-Ñiti” se estaba vistiendo. Sí. Se estaba poniendo la excremento de borrego!
chaqueta ornada de espejos.
Empezó a tocar las tijeras de acero. Bajo la sombra de la
— ¡Esposo! ¿Te despides? — preguntó la mujer, habitación la fina voz del acero era profunda.
respetuosamente, desde el umbral. Las dos hijas lo contemplaron
temblorosas. —El Wamani me avisa. ¡Ya vienen! —dijo.
—El corazón avisa, mujer. Llamen al “Lurucha” y a don Pascual. —¿Oyes, hija? Las tijeras no son manejadas por los dedos de tu
¡Qué vayan ellas! padre. El Wamani las hace chocar. Tu padre sólo está obedeciendo.

Corrieron las dos muchachas. Son hojas de acero sueltas. Las engarza el dansak’ por los ojos,
en sus dedos y las hace chocar. Cada bailarín puede producir en sus
La mujer se acercó al marido. manos con ese instrumento una música leve, como de agua pequeña,
hasta fuego: depende del ritmo, de la orquesta y del “espíritu” que
—Bueno. ¡Wamani2 está hablando! —dijo él— Tú no puedes oír. protege al dansak’.
Me habla directo al pecho. Agárrame el cuerpo. Voy a ponerme el
pantalón. ¿Adónde está el sol? Ya habrá pasado mucho el centro del Bailan solos o en competencia. Las proezas que realizan y el
cielo. hervor de su sangre durante las figuras de la danza dependen de
—Ha pasado. Está entrando aquí. ¡Ahí está! quién está asentado en su cabeza y su corazón, mientras él baila o
Sobre el fuego del sol, en el piso de la habitación, caminaban unas levanta y lanza barretas con los dientes, se atraviesa las carnes con
moscas negras. leznas o camina en el aire por una cuerda tendida desde la cima de
—Tardará aún la chiririnka3 que viene un poco antes de la muerte. un árbol a la torre del pueblo.
Cuando llegue aquí no vamos a oírla aunque zumbe con toda su
fuerza, porque voy a estar bailando. Yo vi al gran padre “Untu”, trajeado de negro y rojo, cubierto de
espejos, danzar sobre una soga movediza en el cielo, tocando sus
Se puso el pantalón de terciopelo, apoyándose en la escalera y en tijeras. El canto del acero se oía más fuerte que la voz del violín y del
los hombros de su mujer. Se calzó las zapatillas. Se puso el tapabala arpa que tocaban a mi lado, junto a mí. Fue en la madrugada. El
y la montera. El tapabala estaba adornado con hilos de oro. Sobre las padre “Untu” aparecía negro bajo la luz incierta y tierna; su figura se
inmensas faldas de la montera, entre cintas labradas, brillaban mecía contra la sombra de la gran montaña. La voz de sus tijeras nos
espejos en forma de estrella. Hacia atrás, sobre la espalda del rendía, iba del cielo al mundo, a los ojos y al latido de los millares de
bailarín, caía desde el sombrero una rama de cintas de varios colores. indios y mestizos que lo veíamos avanzar desde el inmenso eucalipto
de la torre. Su viaje duró acaso un siglo. Llegó a la ventana de la torre
La mujer se inclinó ante el dansak’. Le abrazó los pies. ¡Estaba ya cuando el sol encendía la cal y el sillar blanco con que estaban
vestido con todas sus insignias! Un pañuelo blanco le cubría parte de hechos los arcos. Danzó un instante junto a las campanas. Bajó
la frente. La seda azul de su chaqueta, los espejos, la tela roja del luego. Desde dentro de la torre se oía el canto de sus tijeras; el
pantalón, ardían bajo el angosto rayo de sol que fulguraba en la bailarín iría buscando a tientas las gradas en el lóbrego túnel. Ya no
sombra del tugurio que era la casa del indio Pedro Huancayre, el gran volverá a cantar el mundo en esa forma, todo constreñido, fulgurando
dansak’ “Rasu-Ñiti”, cuya presencia se esperaba, casi se temía, y era en dos hojas de acero. Las palomas y otros pájaros que dormían en el
luz de las fiestas de centenares de pueblos. gran eucalipto, recuerdo que cantaron mientras el padre “Untu” se
—¿Estás viendo al Wamani sobre mi cabeza? —preguntó el balanceaba en el aire. Cantaron pequeñitos, jubilosamente, pero junto
bailarín a su mujer. a la voz del acero y a la figura del dansak’ sus gorjeos eran como una
Ella levantó la cabeza. filigrana apenas perceptible, como cuando el hombre reina y el bello
—Está —dijo—. Está tranquilo. universo solamente, parece, lo orna, le da el jugo vivo a su señor.
—¿De qué color es? El genio de un dansak’ depende de quién vive en él: ¿el “espíritu”
—Gris. La mancha blanca de su espalda está ardiendo. de una montaña (Wamani); de un precipicio cuyo silencio es
—Así es. Voy a despedirme. ¡Anda tú a bajar los tipis de maíz del transparente; de una cueva de la que salen toros de oro y
“condenados” en andas de fuego? O la cascada de un río que se el ritmo lento, como el arrastrarse de un gran río turbio, del yawar mayu éste
precipita de todo lo alto de una cordillera; o quizás sólo un pájaro, o que tocaban “Lurucha” y don Pascual? “Lurucha” aquietó el endiablado ritmo de
un insecto volador que conoce el sentido de abismos, árboles, este paso de la danza. Era el yawar mayu, pero lento, hondísimo; sí, con la
figura de esos ríos inmensos, cargados con las primeras lluvias; ríos, de las
hormigas y el secreto de lo nocturno; alguno de esos pájaros proximidades de la selva que marchan también lentos, bajo el sol pesado en
“malditos” o “extraños”, el hakakllo, el chusek, o el San Jorge, negro que resaltan todos los polvos y lodos, los animales muertos y árboles que
insecto de alas rojas que devora tarántulas. arrastran, indeteniblemente. Y estos ríos van entre montañas bajas, oscuras de
árboles. No como los ríos de la sierra que se lanzan a saltos, entre la gran luz;
“Rasu-Ñiti” era hijo de un Wamani grande, de una montaña con ningún bosque los mancha y las rocas de los abismos les dan silencio.
nieve eterna. Él, a esa hora, le había enviado ya su “espíritu”: un
cóndor gris cuya espalda blanca estaba vibrando. “Rasu-Ñiti” seguía con la cabeza y las tijeras este ritmo denso. Pero el brazo
con que batía el pañuelo empezó a doblarse; murió. Cayó sin control, hasta
tocar la tierra.
Llegó “Lurucha”, el arpista del dansak’, tocando; le seguía don
Pascual, el violinista. Pero el “Lurucha” comandaba siempre el dúo. Entonces “Rasu-Ñiti” se echó de espaldas.
Con su uña de acero hacía estallar las cuerdas de alambre y las de
tripa, o las hacía gemir sangre en los pasos tristes que tienen también —¡El Wamani aletea sobre su frente! —dijo “Atok’ sayku”.
las danzas. —Ya nadie más que él lo mira —dijo entre sí la esposa—. Yo ya no lo veo.
Tras de los músicos marchaba un joven: “Atok’ sayku”4, el
“Lurucha” avivó el ritmo del yawar mayu. Parecía que tocaban campanas
discípulo de “Rasu-Ñiti”. También se había vestido. Pero no tocaba graves. El arpista no se esmeraba en recorrer con su uña de metal las cuerdas
las tijeras; caminaba con la cabeza gacha. ¿Un dansak’ que llora? Sí, de alambre; tocaba las más extensas y gruesas. Las cuerdas de tripa. Pudo
pero lloraba para adentro. Todos lo notaban. oírse entonces el canto del violín más claramente.
“Rasu-Ñiti” vivía en un caserío de no más de veinte familias. Los
pueblos grandes estaban a pocas leguas. Tras de los músicos venía A la hija menor le atacó el ansia de cantar algo. Estaba agitada, pero como
un pequeño grupo de gente. los demás, en actitud solemne. Quiso cantar porque vio que los dedos de su
—¿Ves “Lurucha” al Wamani?— preguntó el dansak’ desde la padre que aún tocaban las tijeras iban agotándose, que iban también a helarse.
Y el rayo de sol se había retirado casi hasta el techo. El padre tocaba las tijeras
habitación. revolcándolas un poco en la sombra fuerte que había en el suelo.
—Sí, lo veo. Es cierto. Es tu hora.
—¡“Atok’ sayku”! ¿Lo ves? “Atok’ sayku” se separó un pequeñísimo espacio, de los músicos. La esposa
del bailarín se adelantó un medio paso de la fila que formaba con sus hijas. Los
El muchacho se paró en el umbral y contempló la cabeza del otros indios estaban mudos; permanecieron más rígidos. ¿Qué iba a suceder
dansak’. luego? No les habían ordenado que salieran afuera.
—Aletea no más. No lo veo bien, padre.
—¿Aletea? —¡El Wamani está ya sobre el corazón! —exclamó “Atok’ sayku”, mirando.
—Sí, maestro.
—Está bien. “Atok’ sayku” joven. “Rasu-Ñiti” dejó caer las tijeras. Pero siguió moviendo la cabeza y los ojos.
— Ya siento el cuchillo en el corazón. ¡Toca! —le dijo al arpista.
El arpista cambió de ritmo, tocó el illapa vivon (el borde del rayo). Todo en
“Lurucha” tocó el jaykuy (entrada) y cambió enseguida al sisi nina (fuego las cuerdas de alambre, a ritmo de cascada. El violín no lo pudo seguir. Don
hormiga), otro paso de la danza. Pascual adoptó la misma actitud rígida del pequeño público, con el arco y el
violín colgándole de las manos.
“Rasu-Ñiti” bailó, tambaleándose un poco. El pequeño público entró en la
habitación. Los músicos y el discípulo se cuadraron contra el rayo de sol. “Rasu- “Rasu-Ñiti” movió los ojos; la córnea, la parte blanca, parecía ser la más viva,
Ñiti” ocupó el suelo donde la franja de sol era más baja. Le quemaban las la más lúcida. No causaba espanto. La hija menor seguía atacada por el ansia
piernas. Bailó sin hervor, casi tranquilo, el jaykuy; en el “sisi nina” sus pies se de cantar, como solía hacerlo junto al río grande, entre el olor de flores de
avivaron. retama que crecen a ambas orillas. Pero ahora el ansia que sentía por cantar,
aunque igual en violencia, era de otro sentido. ¡Pero igual en violencia!
—¡El Wamani está aleteando grande; está aleteando! —dijo “Atok’ sayku”,
mirando la cabeza del bailarín. Duró largo, mucho tiempo, el “illapa vivon”. “Lurucha” cambiaba la melodía a
cada instante, pero no el ritmo. Y ahora sí miraba al maestro. La danzante llama
Danzaba ya con brío. La sombra del cuarto empezó a hen-chirse como de que brotaba de las cuerdas de alambre de su arpa, seguía como sombra el
una cargazón de viento; el dansak’ renacía. Pero su cara, enmarcada por el movimiento cada vez más extraviado de los ojos del dansak’; pero lo seguía. Es
pañuelo blanco, estaba más rígida, dura; sin embargo, con la mano izquierda que “Lurucha” estaba hecho de maíz blanco, según el mensaje del Wamani. El
agitaba el pañuelo rojo, como si fuera un trozo de carne que luchara. Su ojo del bailarín moribundo, el arpa y las manos del músico funcionaban juntos;
montera se mecía con todos sus espejos; en nada se percibía mejor el ritmo de esa música hizo detenerse a las hormigas negras que ahora marchaban de
la danza. “Lurucha” había pegado el rostro al arco del arpa. ¿De dónde bajaba o perfil al sol, en la ventana. El mundo a veces guarda un silencio cuyo sentido
brotaba esa música? No era sólo de las cuerdas y de la madera. sólo alguien percibe. Esta vez era por el arpa del maestro que había
acompañado al gran dansak’ toda la vida, en cien pueblos, bajo miles de
—¡Ya! ¡Estoy llegando! ¡Estoy por llegar! —dijo con voz fuerte el bailarín, piedras y de toldos.
pero la última sílaba salió como traposa, como de la boca de un loro. “Rasu-Ñiti” cerró los ojos. Grande se veía su cuerpo. La montera le alumbraba
con sus espejos.
Se le paralizó una pierna
“Atok’ sayku” salió junto al cadáver. Se elevó ahí mismo, danzando; tocó las
—¡Está el Wamani! ¡Tranquilo! —exclamó la mujer del dansak’ porque sintió tijeras que brillaban. Sus pies volaban. Todos estaban mirando. “Lurucha” tocó
que su hija menor temblaba. el lucero kanchi (alumbrar de la estrella), del wallpa wak’ay (canto del gallo) con
que empezaban las competencias de los dansak’, a la media noche.
El arpista cambió la danza al tono de Waqtay (la lucha). “Rasu-Ñiti” hizo
sonar más alto las tijeras. Las elevó en dirección del rayo de sol que se iba —¡El Wamani aquí! ¡En mi cabeza! ¡En mi pecho, aleteando! —dijo el nuevo
alzando. Quedó clavado en el sitio; pero con el rostro aún más rígido y los ojos dansak’.
más hundidos, pudo dar una vuelta sobre su pierna viva. Entonces sus ojos
dejaron de ser indiferentes; porque antes miraba como en abstracto, sin Nadie se movió.
precisar a nadie. Ahora se fijaron en su hija mayor, casi con júbilo.
—El dios está creciendo. ¡Matará al caballo! —dijo. Era él, el padre “Rasu-Ñiti”, renacido, con tendones de bestia tierna y el
Le faltaba ya saliva. Su lengua se movía como revolcándose en polvo. fuego del Wamani, su corriente de siglos aleteando.
—¡“Lurucha”! ¡Patrón! ¡Hijo! El Wamani me dice que eres de maíz blanco. De
mi pecho sale tu tonada. De mi cabeza. “Lurucha” inventó los ritmos más intrincados, los más solemnes y vivos.
Y cayó al suelo. Sentado. No dejó de tocar las tijeras. La otra pierna se le “Atok’ sayku” los seguía, se elevaban sus piernas, sus brazos, su pañuelo, sus
había paralizado. espejos, su montera, todo en su sitio. Y nadie volaba como ese joven dansak’;
dansak’ nacido.
Con la mano izquierda sacudía el pañuelo rojo, como un pendón de
chichería en los meses de viento. —¡Está bien! —dijo “Lurucha”—. ¡Está bien! Wamani contento. Ahistá en tu
cabeza, el blanco de su espalda como el sol del medio día en el nevado,
“Lurucha”, que no parecía mirar al bailarín, empezó el yawar mayu (río de brillando.
sangre), paso final que en todas las danzas de indios existe. —¡No lo veo! —dijo la esposa del bailarín.
—Enterraremos mañana al oscurecer al padre “Rasu-Ñiti”.
El pequeño público permaneció quieto. No se oían ruidos en el corral ni en —No muerto. ¡Ajajayllas! —exclamó la hija menor—. No muerto. ¡Él mismo!
los campos más lejanos. ¿Las gallinas y los cuyes sabían lo que pasaba, lo que ¡Bailando!
significaba esa despedida?
“Lurucha” miró profundamente a la muchacha. Se le acercó, casi
La hija mayor del bailarín salió al corredor, despacio. Trajo en sus brazos tambaleándose, como si hubiera tomado una gran cantidad de cañazo.
uno de los grandes racimos de mazorcas de maíz de colores. Lo depositó en el
suelo. Un cuy se atrevió también a salir de su hueco. Era macho, de pelo —¡Cóndor necesita paloma! ¡Paloma, pues, necesita cóndor! ¡Dansak’ no
encrespado; con sus ojos rojísimos revisó un instante a los hombres y saltó a muere! — le dijo.
otro hueco. Silbó antes de entrar. —Por dansak’ el ojo de nadie llora. Wamani es Wamani.

“Rasu-Ñiti” vio a la pequeña bestia. ¿Por qué tomó más impulso para seguir
1. AUTOR: José María Arguedas.
2. GÉNERO LITERARIO: Narrativo.
3. ESPECIE LITERARIA: Cuento
4. FORMA DE COMPOSICIÓN: Prosa
5. ETAPA LITERARIA: literatura quechua.
6. ÉPOCA: contemporánea(recopilación)
7. LOCALIZACIÓN DEL TEXTO LITERARIO: Este cuento fue recogido en Maranguí, provincia de Canchis, Cusco; por el
sacerdote cusqueño Jorge A. Lira (1912 – 1984)
8. ESTRUCTURA DE LA OBRA: No es compleja, ya que carece de capítulos.
9. LOS PERSONAJES DE LA OBRA:
-Personaje Principal:
a. El torito de la piel brillante. Era un fiel acompañante de su dueño, siempre le seguía como un pero por todas partes. Su
cuerpo era de color marfil.

-Personajes Secundarios:
b. Un toro negro y viejo. Era enorme y alto como las rocas; peleó con el torito de la piel brillante.
c. La vaca. Madre del torito de la piel brillante.
d. Los dueños del torito de la piel brillante.

10. EL TIEMPO: el cuento está escrito en tiempo pasado:


-“Este era un matrimonio joven. Vivían solos en una comunidad”.
-“Cuando el hombre llegó a su casa, su mujer le preguntó: ¿Dónde está nuestro becerrito?”
11. EL ESCENARIO:
- El hogar de la pareja joven, donde nace y crece el torito de la piel brillante.
-Y la pelea entre el toro negro y el torito de la piel brillante se desarrolla en el lago.
12. EL PUNTO DE VISTA DEL NARRADOR: El cuento está narrado en tercera persona.
13. EL LENGUAJE: Es sencillo y directo, facilita la compresión total del texto literario.
14. ARGUMENTO:

Se narra la historia de un torito que nació y creció en el hogar de una joven pareja, proveniente de una comunidad campesina El
torito tenía la costumbre de acompañar a todas partes a su joven dueño, hasta que un día el joven campesino se puso a cortar
leña a la orilla del lago mientras el torito comía totora y después de recogerla se fue, olvidándose de él. En ese instante salió un
toro negro y grande del fondo del lago, quien retó a una pelea de muerte al torito diciéndoles: “Si tú me vences, te salvarás, si
te venzo yo, te arrastraré al fondo del lago”. El torito respondió que le era imposible pelear porque no tenía el permiso de su
dueño; postergando el duelo hasta el amanecer. El toro negro aceptó la propuesta, no sin antes amenazarlo ante un posible
arrepentimiento. El joven regresó de su hogar para buscar al torito y lo encontró en la montaña, allí escuchó muy apenado toda
la historia. Al amanecer, el torito se despidió de sus queridos amos y aunque estos trataron de oponerse a su destino, el torito
muy entristecido marchó a la cita diciéndole a su dueño: “subirás a la cumbre y desde allí me veras”. El hombre llegó a la cumbre
de la montaña y desde allí pudo ver la ardua lucha entre los combatientes, que finalizó cuando el toro negro logró sumergir al
torito, desapareciendo ambos animales en el agua. El dueño lloró y gritó como nunca y a su regreso hizo lo mismo su mujer; y
aunque ambos criaron con mucho cuidado a la vaca, madre del torito, esta nunca pudo alumbrar otro becerrito.

La parte central es la danza que realiza el moribundu “Rasu-ñiti”,así como su toque magistral
ante cada nuevo paso de baile que los músicos le ofrecen. El rito culmina con la muerte del
bailarín y la iniciación de su discípulo y sucesor “AtokSayku”; que comienza a realizar su
sacerdocio ante el cadáver del dansak. Los fieles de este rito religioso creen ver en los restos
inertes del fallecido “Rasu-ñiti”, el espíritu del poderoso wamani.

DATOS DE LA OBRA
AUTOR:JOSÉ MARÍA ARGUEDAS.

GÉNERO LITERARIO: Narrativo.

ESPECIE LITERARIA: Cuento.

FORMA DE COMPOSICIÓN: Prosa.

ESCUELA LITERARIA:Neoindigenismo.

ÉPOCA CONTEMPORÁNEA: (S XX).


Personaje Principal
Dansak “Rasu-Ñiti”. (Dansak:bailarín; Rasu-ñiti, que aplasta nieve). Es el bailarín de tijeras.

Personajes Secundarios
 “Atoksayku”; discípulo del bailarín “Rasu-ñiti”.
 Lurucha; Músico que toca el arpa para que baile Rasu-ñiti.
 Wamani; Dios de la montaña que se presenta en forma de cóndor.
 La mujer de Rasu-ñiti.
 las hijas de Rasu-ñiti.
 Don Pascual.
 La gente del pueblo.

TEMA PRINCIPAL.
Es la agonía, que finaliza con el triunfo pasando por la muerte.

RESUMEN
“La agonía de Rasu Ñiti" es una escena de ballet, con la danza del bailarín de tijeras (Dansak:
bailarín): “Rasu Ñiti", que aplasta la nieve, con el cuadro mágico de los concurrentes a este baile
final, donde el oficiante, el dansak “Rasu Ñiti”, esta envuelto en las ricas vestimentas que lo
particularizan: el tapavala, adornado con hilos de oro; la montera, sobre cuyas inmensas faldas,
entre cintas labradas brillan espejos en formas de estrellas; sombrero, del cual caía una rama de
cintas de varios colores; pantalones de terciopelo y zapatillas.

La música que acompaña al dansak “Rasu Ñiti” se siente en variadas tonalidades, y es


interpretada por “Lurucha”, el arpista, y por don Pascual, el violinista. “Rasu Ñiti” estaba tendido
en el suelo de su habitación, sobre una cama de pellejos.

Por la única ventana, cerca del mojinete entraba la luz del sol que daba sobre un cuero de vaca
que colgaba de unos de los maderos del techo y, la sombra producida, caía a un lado de la cama
del bailarín.

A pesar del oscuro del ambiente, era posible distinguir las ollas, los sacos de papas, los copos
de lana, y aun los cuyes cuando salían algo espantados de sus huecos y exploraban en el
silencio.

Cuando sintió que era ya el momento, se levantó y pudo llegar hasta la petaca de cuero en que
guardaba su traje de dansak y sus tijeras de acero. Se puso el guante en la mano derecha y
empezó a tocar las tijeras.

La mujer del bailarín y sus dos hijas que desgranaban maíz en el corredor, corrieron a la puerta
de la habitación cuando oyeron las tijeras que sonaban mas vivamente. Encontraron a “Rasu
Ñiti” que se estaba poniendo la chaqueta adornada de espejos.

El bailarín pidió a su mujer que llamaran al “Larucha” y a don Pascual, porque ya el corazón le
había avisado que había llegado el momento en que el tenia que recibir al Wamani (Dios de la
montaña que se presenta en figura de cóndor).

“Rasu Ñiti” sentía que el Wamani le estaba hablando directamente al pecho; pero su mujer no
podía oírlo. La mujer se inclinó ante el dansak y le abrazó los pies. Estaba ya vestido con todas
sus insignias, un pañuelo blanco le cubría parte de la frente.

La seda azul de su chaqueta, los espejos, la tela roja de los pantalones ardía bajo el angosto
rayo del sol que fulguraba en la sombra del tugurio que era la casa del indio Huancayre, el gran
dansak “Rasu Ñiti”, cuya presencia se esperaba, casi se temía y era luz de la fiestas de
centenares de pueblos.
Cuando el bailarín interrogó a su mujer sobre si veía al Wamani sobre su cabeza, esta le contestó
que si, que era de color gris y que la mancha blanca de su espalda estaba ardiendo.

El tumulto de la gente que venia a la casa del bailarín se oía ya muy cerca. Cuando las hijas del
danzarín, que habían ido a llamar al “Lurucha” y a don Pascual, regresaron, Pedro Huancayre el
gran dansak “Rasu Ñiti”, ya tenia el pañuelo rojo en la mano izquierda.

Su rostro enmarcado por el pañuelo blanco, casi salido del cuerpo, resaltaba por que todo el traje
de color y luces, y la gran montera lo rodeaban, se diluían para alumbrarlo, su rostro cetrino casi
no tenia expresión.

Solo sus ojos aparecían hundidos como en un mundo, entre los colores del traje y la rigidez de
los músculos. “Rasu Ñiti” empezó a tocar las tijeras. Cuando llegó Lurucha, el arpista del dansak,
tocando, ya la fina luz del acero era profunda; le seguía don Pascual, el violinista.

El Lurucha, que comandaba siempre el dúo, hacia estallar con su uña de acero las cuerdas de
alambre y las de tripa.

Tras de los músicos marchaba un joven: “Atok Sayku”, el discípulo de “Rasu Ñiti”. También se
había vestido; pero no tocaba las tijeras.

“Rasu Ñiti” vivía en un caserío no más de veinte familias. Los pueblos grandes estaban a pocas
leguas. Tras de los músicos venia un pequeño grupo de gente. Cuando “Rasu Ñiti” sintió que ya
el final se acercaba, pidió al arpista que tocara.

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