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Cada vez que lanza alguna convocatoria el Ministerio de Educación escucho a diario

comentarios de la porquería que es esta cartera, y lo repulsivamente irresponsable y


deshonroso en la que se ha convertido el magisterio latinoamericano con escuelas y
colegios en donde solo se enseñan cuatro días a la semana y cuatro horas cronológicas
al día; y, dice que y el gobierno está buscando 40 mil profesores por año para ingresar
a la carrera pública magisterial para llegar al bi-centenario con calidad educativa.
¿Por qué los profesores han comenzado un lento pero irremediable éxodo hacia otras
ocupaciones?, es que les pagan mal. Además de enseñar, tienen que escribir en detalle
lo que piensan hacer en clase cada año, cada mes, cada semana, cada día, cada hora,
cada cinco minutos, y entregar esos documentos a una burocracia impasible que no los
lee siquiera y de importarle menos. Y ahora correrán el riesgo de pararse frente a un
grupo de treinta o cuarenta muchachos agresivos que se negaran a aceptar cualquier
tipo de información que no venga de la televisión o de esas páginas de tipo basura de
la internet.
Si uno juzga por lo que pasa en el sistema educativo, puede pensarse con razón que el
Perú se está haciendo cada vez más ridículo en su educación; pero, lo mismo podría
decirse de todos los países latinos, donde la situación es parecida y tampoco se ven
señales de mejoría.
Hubo una vez en que los profesores eran personajes importantes. En el pueblo – y en
todos los pueblos - se recurría sin falta al profesor, al médico algunas veces, y al
sacerdote creo que también en busca de guía y consejo, y sin falta cualquiera de esos
personajes daba consejo y guía a quien lo pidiera o lo necesitara. Pero ya se acabó,
fatalmente ya se acabó. Y ¿sabe porqué?, por sindicalismos corruptos, burocracias
dictatoriales, ocurrencias gubernamentales muy asquerosas, ineptitudes
presupuestales, indignidad de profesores corruptos, inercias personales y la tristeza
propia del fin de siglo fueron deteriorando esta noble profesión, y ya nadie quiere ser
profesor.
La imagen romántica que soñaban los herederos de Encinas, la teoría que impulsaba a
los seguidores de Montessori, el espíritu que practicaban los discípulos de Horacio
Zeballos, esta multitud de principios que hacían un apostolado del oficio de enseñar,
viven sus últimos tiempos.
Yo entiendo que el profesor del siglo veintiuno no puede ser como los de antes porque
las cosas han cambiado tanto y tan rápidamente que nadie se dio cuenta hasta que fue
demasiado tarde. El problema es que nadie parece saber ¿cómo tiene que ser el
profesor del siglo veintiuno?.
Quien responda esta pregunta habrá avanzado hacia la solución de un problema que
puede cambiar al mundo tal y como lo conocemos. No es ninguna exageración.
Mientras esto pasa, yo recuerdo el mediodía de aquella escuela en la cima casi de una
montaña que se alza donde se encuentran las tierras peruanas: en un salón único,
oloroso a lápiz y a sudor infantil, en pupitres disparejos y remendados, diez o doce
niños de edades diversas repetíamos en voz alta lo que íbamos escribiendo en el
reverso de hojas del cuaderno del año anterior sentados en una mesa circular que le
pertenecía a la dirección. ¿Que se ha mejorado desde aquella época? La respuesta muy
sencilla. Nada.

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