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Juan Escoto Erígena. Los cinco libros sobre la división de la naturaleza (Periphyseon). I.

45 y 46
apud Migne PL 122. 486D- 489A.
trad. de Daniel González G.
Discípulo: (...) No me es claro de qué modo la οὐσία pueda circunscribirse dentro de los géneros,
dentro de las especies, o en los individuos [atomis], pues por las razones ofrecidas antes en este mismo
libro, se ha concluido que ella no resulta comprehensible a ningún sentido corporeo ni a ningún
intelecto.
Maestro: Definir la οὐσία por sí misma y decir qué es no puede hacerlo nadie. Tan sólo cabe
conseguirlo a través de aquello que se le adhiere de manera inseparable y sin lo cual no puede ser.
Quiero decir, a partir del lugar y el tiempo, pues toda οὐσία, creada a partir de la nada, es sin embargo
local y temporal: local porque se da en un cierto modo (puesto que no es infinita); y temporal porque lo
que antes no era, empieza a ser. Así pues, la οὐσία de ninguna manera se define por lo que ella es, sino
[simplemente] porque es. En efecto: a partir del lugar, del tiempo, y de otros accidentes que se
entienden ya como estando en ella, ya como estando fuera de ella, se nos manifiesta apenas el “de qué
modo”, mas no el “qué es”. Esto puede decirse sin problema tanto de la substancia más general como
de la más específica o de la intermedia: la causa de todas las cosas, es decir Dios, sólo se conoce en su
ser a partir de las cosas que Él ha establecido. Con base en las creaturas, no podemos, sin embargo,
decir qué sea tal causa. Resulta así que de Dios sólo cabe esta definición, motivada por su propio ser:
que [Él] es más que el ser. Disc. Me parece que nadie capaz de entendimiento correcto objetará tal
argumento.
Entonces, ves más claro que el sol porqué hemos de reirnos, y aún de dolernos, o de refutar —con base
en la ordenación misma de las cosas y si acceden a ello— a quienes opinan que las partes de este
mundo visible son lugares naturales para otros cuerpos constituidos adentro de ellas. Si, por el
contrario, esos tales desean continuar con su costumbre tan enemiga de la verdad, debemos de
abandonarlos por completo.
Es que resulta muy vergonzoso pensar tal cosa, por ejemplo, respecto de mi propio cuerpo. Decir, por
otra parte, que el alma está contenida por cierto espacio corporal de este mundo resulta una
desvergüenza. En efecto si el aire es lugar del cuerpo, resultaría que una de sus cuatro partes sería lugar
de él, pues es conocido que todo cuerpo visible está compuesto de cuatro partes; a saber: fuego, aire,
tierra y agua. Nada hay más cercano a la irracionalidad que pensar que todo un cuerpo puede estar
localizado en una sola de sus partes. Que el todo pueda abarcar a las partes resulta posible considerarlo
con certeza, mas no así que una parte rodee al todo. Así también, si digo que mi cuerpo está en este aire
como en su lugar, se sigue que entonces no puede tener ahí ningún lugar cierto, pues el aire se revuelve
siempre en torno a la tierra, y sería necesario que en un cuerpo tuviese innumerables lugares a lo largo
de un mismo intervalo temporal en el que dicho cuerpo existe. Esto no lo podemos conceder mediante
ningún razonamiento.
De hecho, las explicaciones precedentes sugieren que el lugar está fijo, y no es susceptible de variación
por movimiento alguno. Y así como lo que se encuentra en un río o nada en él no puede retener esta o
aquella parte, de modo que pudiera decirse que posee cierto lugar del río (pues consta que el río pasa de
un lado a otro sin interrupción), así tampoco nadie debe decir que este aire es el lugar de su cuerpo,
pues tal aire se mueve sin obstáculo y no está quieto en ningún momento. Si alguien quisiese oponer a
ello que la tierra, siempre fija, puede llamarse con derecho el lugar de los cuerpos, vea que la tierra es
igualmente materia de los cuerpos, no su lugar. ¿Quién que use la razón osará decir que la materia de
los cuerpos es también lugar de ellos, sobre todo porque la materia, al ser considerada por si misma
mediante la razón, no está ni movil ni quieta? En movimiento, efectivamente, no está la materia que
aún no empieza a contener una cierta forma, pues es por la forma que la materia se mueve; y sin forma,
está inmóvil, como quieren los griegos. ¿Por qué se movería aquello a lo que ningún lugar ni ningún
tiempo preciso restringe aún? Pero la materia tampoco está quieta, puesto que aún no posee el fin de su
perfección. La quietud es, por cierto, el final del movimiento y ¿de qué modo llegará a estar quieto
aquello que ni siquiera ha empezado a moverse? ¿Cómo podrá la materia del cuerpo ser lugar del
cuerpo que se construye a partir de ella cuando la materia misma y en sí misma no está circunscrita por
un cierto lugar ni modo ni forma, y no es tampoco definible más que por la negación? Niégase, en
efecto, que la materia se trate de algo de lo que es, pues se cree que todo lo creado tiene en ella su
fundamento.
Así pues, si las partes de este mundo visible fueran lugar de nuestros cuerpos o de algunos otros, no
podrían serlo siempre. Supuesto que se disolviese el cuerpo de un animal, las partes de dicho cuerpo
volverían por separado a sus sedes naturales, desde las cuales se extraído aquél. El lugar de esas partes,
empero, no sería ni el aire, ni el agua ni la tierra ni el fuego, sino que cada una de ellas se mezclaría con
los elementos que le son connaturales a manera de volverse uno con ellos, pero no como si estuviera en
ellos al modo de algo en otra cosa. Lo que volviera al aire sería, pues, aire, y no se establecería en un
casi-lugar de aire. Sin embargo, todo ello no ocurriría como si existiese una cierta confusión de los
cuerpos, sino de un milagroso modo natural por el que cada una de las partes [del cuerpo] tendría su
porción propia en cada uno de los elementos; el todo a través del todo, no la parte parcialmente. De esta
suerte, al momento de la resurrección nadie tomaría sino lo que es suyo, como la luz de varias
luminarias está a un mismo tiempo unida sin que exista en ellas mezcla, pero tampoco separación:
incluso cuando se ve que existe una y la misma luz, no obstante cada luminaria posee su luz propia, no
entremezclada con la de las otras, aunque vienen a estar todas en todas de un modo admirable, para
producir un solo resplandor.
En consecuencia: uno es el aire y otro el lugar del aire, y me parece que lo mismo ha de entenderse de
los elementos restantes y de las partes de los cuerpos disueltos que vuelven a ellos. Si esto es así, por
necesidad ocurrirá que estas partes generales del mundo no son lugares de los cuerpos fundidos y
compuestos a partir de ellas, o bien que tales cuerpos no tienen lugar cierto, o bien que todo lugar está
completamente vacío. Mas esto no lo consiente ni la naturaleza de las cosas ni su verdadera
contemplación, pues ninguna creatura (ya sea corpórea o incorporea) puede carecer de un cierto lugar
suyo e inmutable, y de cierto intervalo definido de tiempo. Por tal razón, y según dijimos, los filósofos
llaman a estas dos cosas el ὦν ἄνευ, es decir, “aquellas cosas sin las cuales [no]”, dado que en
ausencia de ellas no puede mantenerse y exisitir ninguna de las creaturas que han comenzado con la
generación y que subsisten de algún modo (...)

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