Ferenc Feher
New School for Social Research
Nueva York
I
Resulta fácil determinar si un tratado sobre economía política es
una genuina obra de filosofía política o si meramente se trata de algo
un poco más profundo que un libro de texto. La prueba es simple. Se
trata de determinar si la doctrina examinada comprende un «fenómeno
central» del cual toda la teoría se despliega orgánicamente, o si, por el
contrario, es «un tratamiento sistemático de cuestiones relacionadas»
Revista del Centro de Estudios Constitucionales 53
Núm. 15. Mayo-agosto 1992
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II
La escasez es una categoría muy amplia como para servir de fenó-
meno interpretativo central de la teoría elaborada sobre una clase
particular de economía, dado que todas las organizaciones económicas
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valor de uso se sitúa como lo «natural» (el Hombre tenía por naturaleza
una cantidad limitada de necesidades que podían ser satisfechas por un
número igualmente limitado de «proveedores naturales de satisfac-
ción» o valores de uso), mientras que el valor de cambio se presenta
como Historia. Hasta la llegada del capitalismo, el alcance y volumen
de la producción humana eran demasiado limitados como para produ-
cir una cantidad suficiente de productos capaces de satisfacer a todos;
la «naturaleza humana» permaneció confinada a estar prisionera en la
casa de una Historia portadora de potencialidades restringidas. Pero
con las múltiples revoluciones de la producción capitalista ha emergido
la abstracta posibilidad de la abundancia, de poder satisfacer todas las
necesidades humanas con valores de uso. El hecho de que haya perma-
necido precisamente eso, una posibilidad abstracta, fue debido a la
circunstancia de que el universal y omnipresente mercado —que había
sido el ingeniero principal de la revolución productiva pero que tam-
bién había vuelto a dudar (había «re-dudado») sobre los resultados de
esta revolución—, produjo valores de uso sólo para necesidades renta-
bles, esto es, produjo sólo aquellos objetos que pudieran servir en tanto
valores de cambio al mismo tiempo. Una «dudante» (e historicista)
naturaleza humana de valores de cambio cubrió y suprimió la naturale-
za humana «real» (natural) encarnada en valores de uso concretos. El
viraje socialista implicó, en consecuencia, la liberación-excavación de
la naturaleza humana «natural» (cuya expresión material era el con-
junto de valores de uso) de debajo de la sofocante corteza de la históri-
ca y dudante naturaleza humana de valores de cambio o, lo que es lo
mismo, del mercado universal. Una vez que esto suceda, la genuina
riqueza será alcanzada en el sencillo sentido de que, por primera vez en
la historia, la producción será organizada teniendo en la mira la «ge-
nuina», aunque limitada, existencia de bienes de uso (y no en nombre
de la rentabilidad y los valores de cambio); más aún, igualmente por
primera vez en la historia, estos valores de uso podrían ser producidos
en cantidades suficientes para la plena satisfacción de las necesidades
humanas «naturales».
Como resultado de todo ello, en el escenario marxiano la cuestión
social sería no simplemente «solucionada» (lo que hubiera sido un
prosaico «fin de la prehistoria»), sino que sería «abolida» y su lugar en
la Historia quedaría evacuado. Al mismo tiempo, este dramático giro
desenterrará el principio real de la racionalidad económica, ésa del
trabajo general, de debajo de los escombros del mercado universal. Su
sola sustancia es el tiempo (necesario para su reproducción) en térmi-
nos del cual la reproducción social, y así el futuro, podría ser planeado.
A esta visión los autores del libro, críticos de Marx, han opuesto los
siguientes contraargumentos. Como primera medida, la posición de
Marx implica la inadmisible naturalización de los valores de uso. En
realidad, los valores de uso «se sitúan en la historia» del mismo modo
que lo hacen los distintos modos de producir para ellos y satisfacerlos.
Producir para los complejos valores de uso de la modernidad es un
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III
La característica distintiva que exhibía, tal vez de la manera más
conspicua, el quiebre del socialismo radical, era que la expropiación de
la propiedad privada despertaba en la sociedad la sensación de que el
socialismo radical la había creado como «mancipación», no como eman-
cipación (como el apoderamiento de las posesiones de otros, no como
la liberación de canales sociales); más aún, como una manera comple-
tamente opresiva e irracional de escasez. Esto era causado por tres
factores.
Primero, el único propietario en esta sociedad no basada en la
propiedad era un considerablemente misterioso agente, a veces llama-
do «el estado» (así se lo llamaba en los seudolegales documentos del
régimen, por ejemplo en su así llamada constitución), en otras ocasio-
nes, principalmente filosóficas, identificado como la «sociedad» mis-
ma. Esto último, huelga decirlo, convertía la cuestión de la extensión
de la propiedad en algo completamente irracional, dado que la exclu-
sión de cualquier persona de la categoría de propietario devenía lógica-
mente imposible, dada la identificación entre sociedad y propietario.
Era, sin embargo, una tarea de lo más difícil la de definir quién era (o
quiénes eran) el estado: el aparato del partido en su totalidad, incluido
el estrato directivo nombrado por la cumbre del partido, o solamente la
cumbre misma del partido. Siempre que un análisis más o menos
racional trataba de abordar la cuestión desde el punto de vista de las
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