Lucas Baccelliere
7 Este es el motivo por el que la razón provee un conocimiento tan claro y preciso: lo universal abstracto es
simplísimo, carece de toda complejidad.
8 Un color sólo puede enlazarse con otro color. Lo mismo vale para todas las cualidades de este tipo.
Podemos nombrar inmediatamente y sin esfuerzo todas las cosas que aparecen ante
nosotros. ¿Cómo se volvieron cosas individuales, nominadas, esas pilas de formas y colores
arbitrariamente esparcidos por el espacio a nuestro alrededor? No sabemos, no importa. Lo
que importa es que no pudo ser por obra de los sentidos. Por tanto, ellos no son
autosuficientes para determinar verdad alguna acerca del mundo, tal como ordinariamente
pensamos que el mundo es.
Por otra parte, aun cuando concediéramos a los sentidos la capacidad de operar
sobre las percepciones particulares y de transformarlas en cosas, seguiríamos necesitando
un principio extrasensorial para explicar por qué pensamos que las cosas son lo que
percibimos que son y no algo distinto. Ante todo, por el hecho de que en los sentidos no hay
capacidad de juicio. Ellos son absolutamente imparciales. Su incumbencia es mostrar una
faz del mundo. Mostrarla, nada más. La única parcialidad que les cabe es la de ser los
sentidos de un ser finito, incapaz de percibirlo todo, puesto a ver el mundo desde cierta
perspectiva. No obstante, podríamos pensar que a ellos debemos el poder andar por nuestra
casa sin chocarnos los muebles —porque los vemos y podemos esquivarlos—, tocar un
instrumento musical —lo cual requiere coordinación audiomotora— o cocinar un guiso de
arroz bien sabroso —combinando los ingredientes que, confiamos, colaborarán para lograr
el sabor que esperamos—. Pero en las acciones mencionadas interviene algo más que los
puros sentidos: la costumbre, la memoria, el don estético… Los sentidos tampoco son
autosuficientes desde el punto de vista funcional.
Volviendo al laboratorio: tanto la razón como los sentidos se mostraron carentes de
fundamento intrínseco para decir algo verdadero acerca del mundo. Ambos necesitan ser
externamente acreditados. Vale decir que debemos creer en ellos para servirnos de ellos.
Hay motivos para pensar que la fuente de la confianza que ponemos en los sentidos, es la
razón. Los hay, de hecho, porque también hay motivos para pensar que es la razón la
responsable de ordenar los datos —de por sí azarosos— que vienen de los sentidos. Si
asumimos que esto es así, el laboratorio es un objeto que demanda la misma fe que un dios.
Su punto fuerte es la funcionalidad. El laboratorio funciona y el conocimiento que el
científico extrae de él hace funcionar muchas otras cosas. La razón puede predecir lo que
más tarde confirmarán los sentidos y eso basta, en principio, para convencernos de que el
mundo es y realmente funciona como el laboratorio muestra, pero, pero, pero… como
dijimos, la razón, que es la que justifica los sentidos, es, a su vez, justificada por un no sé
qué anímico-afectivo, así que lalala.