INTERNACIONALES
MÓDULO 1
CARRERA: RELACIONES
INTERNACIONALES
PROFESOR: LIC. MARTÍN A. RODRÍGUEZ
CURSO: 3º AÑO
SALTA - 2009
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Educación
A DISTANCIA
Autoridades de la Universidad
Canciller
S.E.R. Mons. MARIO ANTONIO CARGNELLO
Arzobispo de Salta
Rector
Dr. ALFREDO GUSTAVO PUIG
Vice-Rector Académico
Dr. GERARDO VIDES ALMONACID
Vice-Rector Administrativo
Ing. MANUEL CORNEJO TORINO
Secretaria General
Prof. CONSTANZA DIEDRICH
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Indice General
UNIDAD I UNIDAD IV
INTRODUCCIÓN ......................................... 23 TEORÍAS REALISTA CLÁSICA................. 149
Paradigmas de la Teoría Internacional .......... 24 Introducción ................................................ 149
Antecedentes y desarrollo de las relaciones Cuadro comparativo: Realismo
Internacionales como disciplina científica 27 - Idealismo - Marxismo ........................... 151
Antecedentes ................................................ 27 LECTURAS COMPLEMENTARIAS ......... 153
Las relaciones internacionales como La Guerra del Peloponeso (Tucídides) ....... 153
disciplina científica .................................... 29 El dilema del hombre científico ((Hans J.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS ........... 35 Morgenthau) ........................................... 159
El informe de Brodie (Jorge Luis Borges) ..... 35 El rechazo de la política (Hans J.
Nuevos métodos de investigación aplicables Morgenthau) ........................................... 161
a las relaciones internacionales (Rafael Entrevista a Henry Kissinger ...................... 163
Calauch Cervera) ..................................... 39 Relacionando el realismo y la cristiandad
El Príncipe (Nicolás Maquiavelo) .................. 74 en el pensamiento internacional de
De Jure Belli ac Pacis (Hugo Groccio) ......... 77 Martin Wight (Sean Molloy) .................... 170
Leviathan (Thomas Hobbes) ......................... 82 Recapitulación de Bosnia (Robert
Strausz-Hupé) (*) ................................... 178
La Paz Perpetua (Immanuel Kant) ................ 93
UNIDAD V
UNIDAD II
REALISMO SOCIOLÓGICO ...................... 185
TEORÍAS AMBIENTALES ......................... 101
Introducción ................................................ 185
Introducción ................................................ 101
LECTURAS COMPLEMENTARIAS ......... 191
LECTURAS COMPLEMENTARIAS ......... 105
Sobre la Sociedad Anárquica de Hedley
Geopolítica: Pensamiento de Mahan
Bull (Hiaemi Suganani) ........................... 191
(Alexander Tavra Checura) .................... 105
Hedley Bull y la Sociología en la Teoría
Lindo clima, malas instituciones (Charo
de las Relaciones Internacionales (Erol
Quesada) ................................................ 111
Hofmans) ................................................ 194
La visión de Toynbee .................................. 112
UNIDAD VI
UNIDAD III
NEOREALISMO ......................................... 205
TEORÍAS IDEALISTAS .............................. 119
Introducción ................................................ 205
Introducción ................................................ 119
LECTURAS COMPLEMENTARIAS ......... 209
LECTURAS COMPLEMENTARIAS ......... 123
El Capitalismo Casino (Susan Strange) ...... 209
El Idealismo en relaciones internacionales
Dinero loco (Josep Ibáñez) ......................... 211
(María del Milagro Dallacamina) ............. 123
Consecuencias para la gobernabilidad del
Discurso de los Catorce Puntos (Woodrow
surgimiento de nuevas organizaciones
Wilson) ................................................... 141
sociales (Rogelio Queijeiro T.) ............... 215
5
Structural Realism after the Cold War
(Kenneth N. Waltz) ................................. 223
DEMOCRACY AND PEACE ...................... 224
The Causes of War ..................................... 225
Democratic Wars ........................................ 228
THE WEAK EFFECTS OF
INTERDEPENDENCE ........................... 230
THE LIMITED ROLE OF
INTERNATIONAL INSTITUTIONS ....... 232
Explaining International Institutions ............. 233
International Institutions and National Aims . 238
BALANCING POWER: NOT TODAY
BUT TOMORROW ................................ 238
The Behavior of Dominants Powers ........... 239
Balancing Power in a Unipolar World .......... 240
International Structure and National
Responses ............................................. 242
CONCLUSIÓN ........................................... 247
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CURRICULUM VITAE
DATOS PERSONALES:
ESTUDIOS:
ANTECEDENTES LABORALES:
- Coordinador de Programas
Dirección de Programas Especiales, Nacionales e Internacionales, de Formación
Continua y Post-Grado.
Universidad Católica de Salta
Salta. Desde septiembre de 2002.
7
- Pasante.
National Council on United States – Arab Relations.
Washington, D.C. 1999.
- Asesor.
Centauro S.A, embarcadores internacionales.
Córdoba. 1997/1998.
- Asesor, miembro.
Grupo Ferro.
Salta. De mayo a septiembre de 1999.
- Encuestador para Liderato Consultora y LV 2 Radio General Paz, para las eleccio-
nes de Diputados y Senadores de 1991.
8
- Asesor de Relaciones Institucionales de la Asociación Americana de Ciencia y
Tecnología, Santa Rosa 506, CP 5000 Córdoba. De febrero a mayo de 1997.
BECAS:
CURSOS Y CONGRESOS:
- Organizador y asistente del seminario “El Pacífico: una frontera posible”. Universi-
dad Católica de Salta, Fundación Novum Millenium. Salta, abril a octubre de 2001.
9
- Asistente del “Curso-Taller de Negociación Internacional”. Expositor Dr. Luis
Dallanegra Pedraza. Organizadas por la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Uni-
versidad Católica de Salta, Cátedra de Relaciones Internacionales. Salta, 26 al 28
de agosto de 1999.
- Asistente a las charlas “The Israeli Judicial System”, “The U.S. Congress and Iran:
Twenty Years After the Revolution” y “Lybia: The Lockerbie Dilemma and the Future”.
The Middle East Institute. Washington, D.C. marzo – abril de 1999.
OTROS ANTECEDENTES:
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Carrera: Relaciones Internacionales
Curso: 3º Año
Materia: Teoría de las Relaciones Internacionales
Profesor: Lic. Martín A. Rodríguez
Año Académico: 2009
I. Fundamentación
La Teoría de las Relaciones Internacionales constituye una disciplina académica
nueva y se diferencia de otras similares en sus métodos, leyes y principios, como así
también una estructura diferenciada de otras que le son complementarias, tal el caso
de la Teoría Política, la Historia Diplomática, el Derecho Internacional Público o la
Diplomacia. Su programación refleja su óptica pluridimensional, integral, con la que
analiza los fenómenos internacionales, buscando interpretarlos y explicarlos
sistematizadamente.
II. Objetivos
Que el estudiante:
11
- Capte en forma profunda y pluridimensional a la sociedad internacional y compren-
da la incidencia que poseen los diferentes factores y el accionar de los protagonistas
de las relaciones internacionales en el sistema.
UNIDAD II:
Teorías Ambientales: El papel del entorno en las relaciones internacionales. Buckle y
Toynbee. Factores y Geográficos y teorías geopolíticas. Mahan, Makinder, Sprout. Li-
mitaciones de la teorización geopolítica. Críticas a las teorías ambientales.
UNIDAD III:
Teoría Idealistas: El paradigma idealista. Emmanuel Kant. Wilson y los teóricos del
idealismo.
UNIDAD IV:
Teoría Realista Clásica: Antecedentes del realismo. Nicholas Spykman. Hans
Morgenthau: Principios de las Relaciones Internacionales, el Poder, el Equilibrio de
Poder. George Kennan: Política Exterior de EE.UU., función de la Diplomacia. Arnold
Wolfers: Objetivos de las Naciones. Henry Kissinger: Tipos de Orden Mundial, Capaci-
dades de los Estados, Equilibrio Internacional. Robert Strausz-Hupe. La Escuela Ingle-
sa de las relaciones internacionales.
UNIDAD V:
El Realismo Sociológico: Raymond Arón: la Teoría, Sociología, Historia y Praxiología
de las Relaciones Internacionales, Modelos de Sistema Internacional. Hedley Bull, Marcel
Merle.
UNIDAD VI:
El Neorealismo: Kenneth Waltz, Robert Gilpin. Kenneth Waltz, Susan Strange y el
capitalismo casino. Robert Keohane y la interdependencia. Criticas y Aciertos de las
Teorías Realistas.
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UNIDAD VII:
Teorías Sistémicas: Definición y enfoque de la teoría de los sistemas. Interdepen-
dencia, Interacción. Sistema de Interdependencia en Cascada. Kenneth Boulding. Talcott
Parsons: Subsistemas. David Easton, Charles McClelland, Richard Rosencrace. Morton
Kaplan: Modelos de Sistema Internacional. Bipolaridad - Multipolaridad. El Sistema
Mundial, Subsistemas. Criticas a la Teoría.
UNIDAD VIII:
Teorías del Imperialismo y del Marxismo: Hobson: el Imperialismo. Lenin : imperialis-
mo y conflicto internacional. Stalin. Criticas a las teorías económicas del imperialismo.
Los marxistas modernos y el Tercer Mundo. El debate Norte - Sur. La Teoría de la
Dependencia. El Nuevo Orden Económico Internacional. Las empresas multinaciona-
les. La economía mundial capitalista. Conclusiones.
UNIDAD IX:
Teorías Microcósmicas y Macrocósmicas del Conflicto. La acción internacional: Con-
cepto. Modalidades Cooperación y conflicto. Clasificación de los conflictos. Causas.
“Utilidad” de los conflictos. Desarrollo. Problemas de percepción de los conflictos. Con-
secuencia de los conflictos. Corriente armonicista, estrategista y trialista. Paz y Desar-
me. Teorías pacifistas. Teorías belicistas y antidemocráticas. El anarquismo y los so-
cialistas marxistas. Teorías biológicas y psicológicas. Teorías instintivas de la agre-
sión. La disuasión nuclear y el control de armamentos.
UNIDAD X:
Teorías de la Integración Internacional. Funcionalismo e integración. Neofuncionalismo:
Joseph Nye, León Lindberg. Alianzas, cohesión, tamaño, desintegración. Teoría de la
integración. Limitaciones.
UNIDAD XI:
Teoría de la Toma de Decisiones. Análisis de la toma de decisiones. Enfoques de la
teoría. La política burocrática. Motivaciones. El proceso de la toma de decisiones.
Allison, modelos. Los ajustes de Snyder y Diesing. La teoría cibernética. La toma de
decisiones en crisis.
UNIDAD XII:
Teoría de los Juegos, Simulación y Negociación. Técnicas de Negociación. Juego de
Suma Cero, Cero de Dos Personas, de No Cero. El Juego del Dilema del Prisionero. Las
RR.II. como juego de conflicto y cooperación. La simulación de las relaciones Interna-
cionales. Usos y limitaciones de la simulación. Juego y Simulación: el desarrollo de las
Relaciones Internacionales.
UNIDAD XIII:
Teorías y visiones de autores argentinos sobre el sistema internacional. Alberdi,
Carlos Juan Moneta, Juan Perón, Roberto Russell, Carlos Escudé, Juan Archibaldo
Lanús, Luis Dallanegra Pedraza, Roberto Bouzas.
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UNIDAD XIV:
Principales problemas de una Teoría de las Relaciones Internacionales. Hacia una
Teoría de las Relaciones Internacionales. El Método en las Relaciones Internacionales:
Método Clásico, de las Ciencias Experimentales, de las Ciencias Exactas, Ecléctico,
Dialéctico. Tendencias disruptivas del “Orden Internacional” y nuevos problemas de las
relaciones internacionales. Origen y proyectos de solución.
ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE:
Por último, la forma de estudio que debe seguir el estudiante es la siguiente: Primero:
debe leer la introducción de cada Unidad en el módulo. Segundo: debe leer los capítulos
del libro señalado en la bibliografía de cada unidad, se trata del mismo libro parta todas
las unidades y está indicado en el apartado “BIBLIOGRAFÍA”. Tercero: Debe leer las
lecturas complementarias de cada Unidad presentes en los módulos. Y cuarto: debe
realizar los ejercicios de autoevaluación.
El alumno durante el estudio de cada unidad deberá realizar las consultas sobre el
contenido de las mismas y pedidos de aclaraciones a través del Foro Académico de la
página Web del I.E.A.D., en tanto que el profesor se compromete a responder a las
mismas dentro de las 48 hs. de formuladas.
Los módulos constituyen una guía temática y amplían por medio de lecturas comple-
mentarias los contenidos del libro requerido. Los módulos no son suficientes para apro-
bar la materia, ya que las evaluaciones serán efectuadas de acuerdo a los contenidos
del libro de texto y por supuesto de las lecturas complementarias aquí incluidas.
Se advierte al estudiante que esta es una materia troncal de la carrera, por lo tanto
es responsabilidad del profesor el tratar de darles en profundidad todos los contenidos
estipulados. Es una materia larga y algunos temas pueden ser de difícil comprensión,
por ello se le indica al estudiante que sea constante en la lectura de la bibliografía y de
las lecturas complementaria aquí dispuesta, como así también en la realización de los
ejercicios. De esta forma podrán despejar cualquier duda que tengan con el profesor en
el momento indicado y no tendrán sorpresas inesperadas al momento de los exáme-
nes.
Por otro lado se les aconseja a los estudiantes reflexionar sobre las diferentes teo-
rías, analizar el marco histórico en el cual fueron formuladas y tratar de aplicarlas a los
hechos históricos acaecidos durante ese periodo temporal, además de analizar si las
mismas son útiles para explicar la situación actual del mundo. Para ello es bueno
repasar las asignaturas mencionadas en el punto “FUNDAMENTOS”, y estar siempre
actualizado respecto de las noticias internacionales, por medio de la lectura de periódi-
cos locales, nacionales e internacionales, navegación por Internet y viendo los noticie-
ros televisivos.
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Se aconseja a los estudiantes consultar los libros escritos por cada uno de los
autores que serán abordados durante cada unidad, muchos de ellos han sido publica-
dos en nuestro medio (se puede consultar al profesor respecto a este punto a través
del Foro Académico), y otros ya han sido colgados en Internet. Internet constituye
también una herramienta muy útil al momento del estudio ya que proporciona mucha
información respecto a cada autor abordado, libros completos, foros de discusión, po-
nencias en congresos y artículos sobre los temas ha tratar en esta asignatura. El
profesor enviará a los estudiantes un listado de páginas Web que pueden ser consulta-
das.
Además se advierte al estudiante que una parte importante del estudio responsable
de esta asignatura lo constituye una visita regular a la página web del Foro Académico
de la cátedra, ya que a través de la misma el profesor comunica aclaraciones, indica-
ciones de estudio, e información respecto a prácticos y parciales, lo cual sustituye en
buena parte a la asistencia a clases presenciales.
MATERIALES Y RECURSOS:
- Videos: se han grabado seis videos que abordan diferentes unidades de la cáte-
dra, teniendo en cuenta la mayor importancia o espectro de conocimientos que abarca
cada tema en el universo de conocimientos que plantea la cátedra.
- Clases Virtuales: el I.E.A.D. ha planificado seis clases virtuales para todo el año
lectivo. Durante las mismas se emiten los videos grabados, posteriormente el profesor,
que se encuentra en forma presencial durante la emisión, queda a disposición de los
alumnos para responder a cualquier tipo de planteo sobre los temas abordados en el
video o sobre la unidad temática tratada.
- Foro Académico: en la página Web del I.E.A.D. la cátedra posee un Foro Virtual a
través del cual los alumnos pueden plantear sus dudas e inquietudes sobre los temas
de la cátedra o su situación académica en la misma. El profesor también utilizará la
misma para realizar aclaraciones o brindar otro tipo de información.
- E-mail: el profesor ha brindado su e-mail a través del cual los alumnos pueden
comunicarse en forma personal con la cátedra.
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- Internet: fuente de información útil y actualizada respecto de los temas abordados
por la cátedra. El profesor pondrá a disposición de los alumnos un listado de páginas
que pueden ser consultadas.
ESTRATEGIAS DE ENSEÑANZA:
Esta estrategia es la misma que se utiliza con los alumnos en forma presencial.
Primero se realiza una introducción a la unidad, este punto es la introducción presenta-
da en los módulos, luego se abordan los contenidos en la bibliografía planteada, acla-
rando y discutiendo cada punto. Esto a distancia se sustituye con el estudio de los
capítulos de la bibliografía indicada y a través de la consulta por el Foro Académico.
Planificación de videos:
a) Video 1:
b) Video 2:
- Temas a Tratar: La cosmovisión realista. El realismo clásico. El realismo socioló-
gico.
El neorrealismo o realismo estructural.
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- Traer leído: Unidades IV, V y VI del Módulo 1 (leer introducciones, capítulos co-
rrespondientes del libro de Dougherty y Pfaltgraff, y las lecturas complementa-
rias).
c) Video 3:
- Temas a tratar: Idealismo y Teorías de “izquierda”. El idealismo. Marxismo. Leni-
nismo.
El Imperialismo. Teorías de “izquierda” posteriores al stalinismo en la URSS. Nue-
vas teorías “estructuralistas”.
- Traer leído: Unidad III del Módulo 1 y Unidad VIII del Módulo 2 (leer introduccio-
nes, capítulos correspondientes del libro de Dougherty y Pfaltgraff, y las lecturas
complementarias).
d) Video 4:
- Temas a tratar: Teorías sistémicas. Definición y enfoques. Interdependencia e
interacción.
Diferentes modelos de sistema internacional.
- Traer leído: Unidad VII del Módulo II (capítulo correspondiente de Dougherty y
Pfaltgraff y las lecturas correspondientes).
e) Video 5:
- Temas a tratar: Teorías de Integración Internacional. Funcionalismo y
neofuncionalismo.
Alianzas, cohesión tamaño y desintegración.
- Traer leído: Unidad XI del Módulo III (capítulo correspondiente de Dougherty y
Pfaltgraff y las lecturas correspondientes).
f) Video 6:
- Temas a tratar: Nuevas teorías de las relaciones Internacionales. El Choque de
Civilizaciones según Samuel Huntington y el Mundo sin Sentido de Zaki Laidi.
- Traer leído: Unidad XVI del Módulo III (capítulo correspondiente de Dougherty y
Pfaltgraff y las lecturas correspondientes).
IV. Bibliografía
UNIDAD I:
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993.
Capítulo I.
UNIDAD II:
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993.
Capítulo II.
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UNIDAD III:
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993.
Capítulo III.
UNIDAD IV:
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993.
Capítulo III.
UNIDAD V:
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993.
Capítulo III.
UNIDAD VI:
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993.
Capitulo III.
UNIDAD VII:
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993.
Capítulo IV.
UNIDAD VIII:
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993.
Capítulo VI.
UNIDAD IX:
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993.
Capítulo V, VII, VIII, y IX.
UNIDAD X:
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993.
Capítulo X.
UNIDAD XI:
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993.
Capítulo XI.
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UNIDAD XII:
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993.
Capítulo XII.
UNIDAD XIII:
- Lecturas Complementarias del Módulo III.
UNIDAD XIV:
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993.
capítulo XIII.
Bibliografía Complementaria:
IMPORTANTE
• Tablón de anuncios
• Foro de la materia
• Cuadros de regularización publicados en la página web
Manténgase atento!!!
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20
DIAGRAMA DE CONTENIDO - UNIDAD I
Relaciones Internacionales s. XX
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22
VI. Guía de Estudio
UNIDAD I
Introducción
Antes que nada quisiera presentarles un cuadro elaborado a partir del trabajo reali-
zado por el Dr. Luis Dallanegra Pedraza, investigador del Conicet, en el que se puede
ver casi todo el universo de las ideas sobre las relaciones internacionales. He tratado
en este módulo, de ordenar estas ideas para que puedan ser más fácilmente entendi-
das y definidas dentro de un contexto histórico y de desarrollo teórico.
Tradicionales Organizacionalista
Institucionalistas
(Guerra Fría) Gobierno Mundial (G. Clark, Kenneth Waltz)
Dualistas (Northedge)
Concepciones Antiguas
Geográficas
Regionalistas
Geopolíticas
Federalistas (Wilson)
Integracionistas Funcionalistas (E. Hss, Deutsch)
Neofuncionalistas (E. Hass)
Convergencia
Cientificistas Institucionalistas
(Década ´60) Conflictualistas (Johan Galtung)
Behavioristas (Deutsch, Kenneth Waltz
23
Paradigmas de la Teoría Internacional (*)
(*) A partir del libro “Teoría Internacional, las Tres Tradiciones” de Martin Wight.
Coerción Política: “Gracias a Dios por “La gran tarea es descu- “Los filósofos han interpre-
Maquiavelo y esa clase brir no aquello que el go- tado el mundo solo en va-
de escritores, que nos bierno prescribe, sino rios modos; sin embargo
dice no aquello que el aquello que debiese pres- el punto es como debe ser
hombre debiese hacer, cribir, que ninguna pres- modificado” (Marx).
pero si aquello que real- cripción es válida en con-
mente hace” (Bacon). tra de la conciencia de la
humanidad” (Acton).
2-Sociedad “Bellum ominum contra “Societas quasi politica et “Civilitas maxma” (Wolff).
Internacional: omnes” (Hobbes). moralis” (Suarez).
3-Relaciones Las civilizaciones tienen Las civilizaciones solo tie- La sociedad internacional
con los “bárbaros”: el derecho de expandir nen derecho a un comer- abarca toda la humani-
sus conquistas. cio pacífico y a la conver- dad.
sión.
24
Los “bárbaros” no tienen Los “bárbaros” tienen de- Los “bárbaros” tienen el
derechos. rechos bajo la ley natural. derecho de reprimenda
contra la civilización.
Ayuda por motivos estra- Ayuda condicionada. Ayu- Ayuda para asegurar las
tégicos. da para promover la esta- alianzas ideológicas.
bilidad y la prosperidad.
4-Interés Nacional: Conflicto de intereses. Tensión (armonía estipula- Solidaridad (armonía na-
da) de intereses. tural) de intereses.
Egoísmo Sacro. “Nuestros intereses, guia- Interés de la humanidad.
dos por la justicia” (Was-
hington).
Balance de Poder: Existencia de una distri- Distribución de poder “Desplome de todo balan-
bución de poder. nivelado. ce” (Burke de los
Cualquier tipo de distribu- Principio de que el poder Jacobinos).
ción. debe ser redistribuido
Mi espacio necesita mar- eventualmente.
gen de expansión.
25
Negociación desde una Intereses reconciliables. Persuasión moral:
posición de poder. apelación a la opinión pú-
blica internacional.
Cambio pacífico: “Docilidad del miedo a la El orden precede a la jus- La justicia precede al or-
fuerza” ticia. den.
Desarme: Imposible debido a que Dificultoso porque conge- Necesario debido a la de-
destruirá el balance de lará el balance de poder manda de la opinión públi-
poder existente. existente. ca internacional.
Solo puede imponerse La seguridad (control) El desarme precede a la
luego de la derrota. precede al desarme. seguridad.
6- Causas de la Intereses conflictivos en- Pasiones naturales de los “La mente de los hom-
Guerra: tre los estados. hombres. bres”:
Desajustes
institucionales:
desequilibrios económi-
cos, desequilibrios racia-
les.
Obligaciones: Rebus sic stantibus. Pacta sunt servanda. Las obligaciones son
provisionales.Cum reticis
fides non servanda.
26
Etica: Doble estándar: Oportu- Doble estándar: Doble estándar:
nidad vs. moralidad; Justicia vs. caridad. Interinato vs. milenio.
Raison d´etat: Moralidad política: El bien pude venir del mal:
Justificación por necesi- Elección del menos malo. Politique du pire.
dad. No todos los fines son El fin justifica los medios.
Justificación por éxito. permiticos.
Para poder comenzar con los antecedentes de las relaciones Internacionales como
disciplina es necesario distinguir entre el desarrollo de una teoría y la génesis y evolu-
ción de la misma como disciplina académica y científica. La diferencia es muy clara ya
que la existencia de una teoría Internacional es mas antigua que la de la disciplina o
ciencia de la Relaciones Internacionales.
La Teoría Internacional se inicia con las primeras interpretaciones del mundo Inter-
nacional, desde los tiempos mas remotos de la historia del pensamiento, problemas
relativos a la convivencia de los pueblos y especialmente con las distintas guerras que
marcaron la historia. Por el contrario la disciplina es muy reciente, inicia su camino
después de la segunda Guerra Mundial. Pero a pesar de sus diferencias están al mismo
tiempo necesariamente unidas.
27
El Derecho Internacional
El derecho internacional, viene caracterizado por una indudable pobreza moral, debi-
do al prejuicio intelectual que supone hacer del Estado el centro exclusivo de su aten-
ción. Así se configura como ciencia jurídica autónoma, separado de la filosofía, teolo-
gía y la diplomacia unido al progreso como ordenamiento jurídico.
Diplomacia
Entendida como ciencia de las relaciones entre los estados, también ha desempeña-
do el papel de ciencia de la sociedad internacional en el siglo XVIII y especialmente en
el XIX, se la considera como ciencia. Su desarrollo descansa, al igual que en el caso de
la historia diplomática y el derecho internacional, en la configuración de un sistema
europeo de estados, cuya función es preservar la existencia de los estados, lo que
exige una institucionalización de sus relaciones.
Garden definirá la diplomacia, en su acepción mas amplia, como “la ciencia de las rela-
ciones y de los intereses respectivos de los Estados, o el arte de conciliar los intereses de
los pueblos entre si”, para a continuación señalar que “la diplomacia abarca todo el sistema
de intereses que nacen de las relaciones establecidas entre las naciones; tiene por objeto
su tranquilidad, su seguridad y sus dignidad respectivas, y su fin directo, inmediato, es, o
debe ser al menos, el mantenimiento de la paz de la buena armonía entre las potencias”.
28
La diplomacia se presentaba, así, en el siglo XIX, como una ciencia cuyas metas eran
mas amplias y ambiciosas que las de la historia diplomática y el derecho internacional,
pues trataba de comprender y orientar globalmente las relaciones internacionales.
29
de instaurar un orden de paz y seguridad, la toma de conciencia del papel que juegan los
factores ideológicos, económicos y sociales y el protagonismo internacional de otros acto-
res distintos de los estados, son algunos de los factores que contribuyen a generar la
necesidad de individualizar el estudio de las relaciones internacionales y de desarrollar una
disciplina que se ocupe de la sociedad internacional en cuanto tal. La incapacidad de las
disciplinas tradicionales para dar cuenta a tales transformaciones harán patente la necesi-
dad de una nueva disciplina que aborde globalmente la problemática internacional.
Es a principios del siglo XX cuando aparecen con fuerza los primeros indicios del
inicio de las relaciones internacionales como disciplina científica. A nivel de institucio-
nes, cuyo objetivo es la paz internacional y que se insertan en la línea científica que
llevara a las relaciones internacionales, hay que mencionar antes de la primera Guerra
Mundial, el establecimiento de la Carnegie Endowment for International Peace y de la
Word Peace Fundation, de Boston.
Las dos perspectivas dominan en los estudios internacionales de los años veinte
son de un lado, un enfoque predominantemente descriptivo de los acontecimientos
internacionales de la época en los que la historia diplomática sigue desempeñando un
papel importante, y de otro, un enfoque normativo, en el que pesa fuertemente el dere-
cho internacional.
30
Las Relaciones Internacionales empiezan así a adoptar un carácter netamente
interdisciplinario, haciéndose patente la necesidad de contar con las aportaciones de la
economía, la geografía, sociología, la ciencia política, etc.
Al mismo tiempo, por un lado, se inician las relaciones internacionales, como disci-
plina científica, y por otro, el derecho Internacional y la historia diplomática, conocen
nuevas concepciones.
La indagación teórica, por otro lado, conoce una ampliación considerable de su cam-
po de acción, la misma se debe a la evolución de las propias relaciones internaciona-
les, en especial a la aparición, de las armas nucleares y su impacto revolucionario en
las consecuencias de la guerra, al desarrollo de las organizaciones internacionales
gubernamentales y no gubernamentales, a la bipolarización del sistema internacional,
la descolonización, y nacimiento de nuevos Estados, a la creciente desigualdad entre
países industrializados y en países en vías de desarrollo, aparición de nuevos autores,
sobre todo económicos, y a la interdependencia cada vez más acusada entre política
interior y política exterior.
31
nales y a otras ciencias sociales como ciencias sino simplemente una limitación actual
de las mismas. Lo que está claro es que la aproximación al estudio de las Relaciones
Internacionales ha de ser científico.
32
La anterior visión de las relaciones internacionales saca a la luz la dificultad de
establecer una definición de una ciencia que es más que la investigación, de un sector
autónomo de la realidad social, por cuanto cubre un sector amplísimo, objeto de consi-
deración de otras ciencias sociales desde una óptica particular y más limitada que la
propia de las relaciones internacionales. Podemos definirla del siguiente modo:
Contribuye a: Es a la vez:
La Comprención Una historia
Predicción Una ciencia
Valoración Una filosofía
Control de las relaciones Un arte
entre los estados
33
34
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
El informe de Brodie
Jorge Luis Borges (*)
En un ejemplar del primer volumen de las Mil y Una Noches (Londres, 1840) de
Lane, que me consiguió mi querido amigo Paulino Keins, descubrimos el manuscrito
que ahora traduciré al castellano. La esmerada caligrafía -arte que las máquinas de
escribir nos están enseñando a perder- sugiere que fue redactado por esa misma
fecha. Lane prodigó, según se sabe, las extensas notas explicativas; los márgenes
abundan en adiciones, en signos de interrogación y alguna vez en correcciones, cuya
letra es la misma del manuscrito. Diríase que a su lector le interesaron menos los
prodigiosos cuentos de Shahrazad que los hábitos del Islam. De David Brodie, cuya
firma exornada de una níbrica figura al pie, nada he podido averiguar, salvo que fue un
misionero escocés, oriundo de Aberdeen, que predicó la fe cristiana en el centro de
África y luego en ciertas regiones selváticas del Brasil, tierra a la cual lo llevaría su
conocimiento del portugués. Ignoro la fecha y el lugar de su muerte. El manuscrito, que
yo sepa, no fue dado nunca a la imprenta.
«...de la región que infestan los hombres monos (Apemen) tienen su morada los
Mlch1, que llamaré Yahoos, para que mis lectores no olviden su naturaleza bestial y
porque una precisa transliteración es casi imposible, dada la ausencia de vocales en
su áspero lenguaje. Los individuos de la tribu no pasan, creo, de setecientos, incluyen-
do los Nr, que habitan más al sur, entre los matorrales. La cifra que he propuesto es
conjetural, ya que, con excepción del rey, de la reina y de los hechiceros, los Yahoos
duermen donde los encuentra la noche, sin lugar fijo. La fiebre palúdica y las incursio-
nes continuas de los hombres-monos disminuyen su número. Sólo unos pocos tienen
nombre. Para llamarse, lo hacen arrojándose fango. He visto asimismo a Yahoos que,
para llamar a un amigo, se tiraban por el suelo y se revolcaban. Físicamente no difieren
de los Kroo, salvo por la frente más baja y por cierto tinte cobrizo que amengua su
negrura. Se alimentan de frutos, de raíces y de reptiles; beben leche de gato y de
murciélago y pescan con la mano. Se ocultan para comer o cierran los ojos; lo demás lo
hacen a la vista de todos, como los filósofos cínicos. Devoran los cadáveres crudos de
los hechiceros y de los reyes, para asimilar su virtud. Les eché en cara esa costumbre;
se tocaron la boca y la barriga, tal vez para indicar que los muertos también son
alimento o -pero esto acaso es demasiado sutil- para que yo entendiera que todo lo que
comemos es, a la larga, carne humana.
En sus guerras usan las piedras, de las que hacen acopio, y las imprecaciones
mágicas. Andan desnudos; las artes del vestido y del tatuaje les son desconocidas.
35
Es digno de atención el hecho de que, disponiendo de una meseta dilatada y herbosa,
en la que hay manantiales de agua clara y árboles que dispensan la sombra, hayan
optado por amontonarse en las ciénagas que rodean la base, como deleitándose en los
rigores del sol ecuatorial y de la impureza. Las laderas son ásperas y formarían una
especie de muro contra los hombres-monos. En las Tierras Altas de Escocia los clanes
erigían sus castillos en la cumbre de un cerro, he alegado este uso a los hechiceros,
proponiéndolo como ejemplo, pero todo fue inútil. Me permitieron, sin embargo, armar
una cabaña en la meseta, donde el aire de la noche es más fresco.
La tribu está regida por un rey, cuyo poder es absoluto, pero sospecho que los que
verdaderamente gobiernan son los cuatro hechiceros que lo asisten y que lo han elegi-
do. Cada niño que nace está sujeto a un detenido examen; si presenta ciertos estigmas,
que no me han sido revelados, es elevado a rey de los Yahoos. Acto continuo lo mutilan
(he is gelded), le queman los ojos y le cortan las manos y los pies, para que el mundo
no lo distraiga de la sabiduría. Vive confinado en una caverna, cuyo nombre es Alcázar
(Qzr), en la que sólo pueden entrar los cuatro hechiceros y el par de esclavas que lo
atienden y lo untan de estiércol. Si hay una guerra, los hechiceros lo sacan de la
caverna; lo exhiben a la tribu para estimular su coraje y lo llevan, cargado sobre los
hombros, a lo más recio del combate, a guisa de bandera o de talismán. En tales casos lo
común es que muera inmediatamente bajo las piedras que le arrojan los hombres-monos.
En otro Alcázar vive la reina, a la que no le está permitido ver a su rey. Ésta se dignó
recibirme; era sonriente; joven y agraciada, hasta donde lo permite su raza. Pulseras
de metal y de marfil y collares de dientes adornan su desnudez. Me miró, me husmeó y
me tocó y concluyó por ofrecérseme, a la vista de todas las azafatas. Mi hábito (my
cloth) y mis hábitos me hicieron declinar ese honor, que suele conceder a los hechice-
ros y a los cazadores de esclavos, por lo general musulmanes, cuyas cáfilas (carava-
nas) cruzan el reino. Me hundió dos o tres veces un alfiler de oro en la carne; tales
pinchazos son las marcas del favor real y no son pocos los Yahoos que se los infieren,
para simular que fue la reina la que los hizo. Los ornamentos que he enumerado vienen
de otras regiones; los Yahoos los creen naturales, porque son incapaces de fabricar el
objeto más simple. Para la tribu mi cabaña era un árbol, aunque muchos me vieron
edificarla y me dieron su ayuda. Entre otras cosas, yo tenía un reloj, un casco de
corcho, una brújula y una Biblia; los Yahoos las miraban y sopesaban y querían saber
dónde las había recogido. Solían agarrar por la hoja mi cuchillo de monte; sin duda lo
veían de otra manera. No sé hasta dónde hubieran podido ver una silla. Una casa de
varias habitaciones constituiría un laberinto para ellos, pero tal vez no se perdieran,
como tampoco un gato se pierde, aunque no puede imaginársela. A todos les maravilla-
ba mi barba, que era bermeja entonces; la acariciaban largamente.
Son insensibles al dolor y al placer, salvo al agrado que les dan la carne cruda y
rancia y las cosas fétidas. La falta de imaginación los mueve a ser crueles.
He hablado de la reina y del rey; paso ahora a los hechiceros. He escrito que son
cuatro: este número es el mayor que abarca su aritmética. Cuentan con los dedos uno,
dos, tres, cuatro, muchos; el infinito empieza en el pulgar. Lo mismo, me aseguran,
ocurre con las tribus que merodean en las inmediaciones de Buenos-Ayres. Pese a que
36
el cuatro es la última cifra de que disponen, los árabes que trafican con ellos no los
estafan, porque en el canje todo se divide por lotes de uno, de dos, de tres y de cuatro,
que cada cual pone a su lado. Las operaciones son lentas, pero no admiten el error o el
engaño. De la nación de los Yahoos, los hechiceros son realmente los únicos que han
suscitado mi interés. El vulgo les atribuye el poder de cambiar en hormigas o en tortu-
gas a quienes así lo desean; un individuo que advirtió mi incredulidad me mostró un
hormiguero, como si éste fuera una prueba. La memoria les falta a los Yahoos o casi no
la tienen; hablan de los estragos causados por una invasión de leopardos, pero no
saben si ellos la vieron o sus padres o si cuentan un sueño. Los hechiceros la poseen,
aunque en grado mínimo; pueden recordar a la tarde hechos que ocurrieron en la maña-
na o aun la tarde anterior. Gozan también de la facultad de la previsión; declaran con
tranquila certidumbre lo que sucederá dentro de diez o quince minutos. Indican, por
ejemplo: Una mosca me rozará la nuca o No tardaremos en oír el grito de un pájaro.
Centenares de veces he atestiguado este curioso don. Mucho he vacilado sobre él.
Sabemos que el pasado, el presente y el porvenir ya están, minucia por minucia, en la
profética memoria de Dios, en Su eternidad; lo extraño es que los hombres puedan
mirar, indefinidamente, hacia atrás pero no hacia adelante. Si recuerdo con toda nitidez
aquel velero de alto bordo que vino de Noruega cuando yo contaba apenas cuatro años
¿a qué sorprenderme del hecho de que alguien sea capaz de prever lo que está a punto
de ocurrir? Filosóficamente, la memoria no es menos prodigiosa que la adivinación del
futuro; el día de mañana está más cerca de nosotros que la travesía del Mar Rojo por
los hebreos, que, sin embargo, recordamos. A la tribu le está vedado fijar los ojos en
las estrellas, privilegio reservado a los hechiceros. Cada hechicero tiene un discípulo,
a quien instruye desde niño en las disciplinas secretas y que lo sucede a su muerte.
Así siempre son cuatro, número de carácter mágico, ya que es el último a que alcanza
la mente de los hombres. Profesan, a su modo, la doctrina del infierno y del cielo.
Ambos son subterráneos. En el infierno, que es claro y seco, morarán los enfermos, los
ancianos, los maltratados, los hombres-monos, los árabes y los leopardos; en el cielo,
que se figuran pantanoso y oscuro, el rey, la reina, los hechiceros, los que en la tierra
han sido felices, duros y sanguinarios. Veneran asimismo a un dios, cuyo nombre es
Estiércol, y que posiblemente han ideado a imagen y semejanza del rey; es un ser mutilado,
ciego, raquítico y de ilimitado poder. Suele asumir la forma de una hormiga o de una culebra.
37
hecho de apilarlas, el congreso de los cuatro hechiceros, la unión carnal y un bosque.
Pronunciada de otra manera o con otros visajes, cada palabra puede tener un sentido
contrario. No nos maravillemos con exceso; en nuestra lengua, el verbo to cleave vale
por hendir y adherir. Por supuesto, no hay oraciones, ni siquiera frases truncas.
La virtud intelectual de abstraer que semejante idioma postula, me sugiere que los
Yahoos, pese a su barbarie, no son una nación primitiva sino degenerada. Confirman
esta conjetura las inscripciones que he descubierto en la cumbre de la meseta y cuyos
caracteres, que se asemejan a las runas que nuestros mayores grababan, ya no se
dejan descifrar por la tribu. Es como si ésta hubiera olvidado el lenguaje escrito y sólo
le quedara el oral.
Las diversiones de la gente son las riñas de gatos adiestrados y las ejecuciones.
Alguien es acusado de atentar contra el pudor de la reina o de haber comido a la vista
de otro; no hay declaración de testigos ni confesión y el rey dicta su fallo condenatorio.
El sentenciado sufre tormentos que trato de no recordar y después lo lapidan. La reina
tiene el derecho de arrojar la primera piedra y la última, que suele ser inútil. El gentío
pondera su destreza y la hermosura de sus partes y la aclama con frenesí, arrojándole
rosas y cosas fétidas. La reina, sin una palabra, sonríe. Otra costumbre de la tribu son
los poetas. A un hombre se le ocurre ordenar seis o siete palabras, por lo general
enigmáticas. No puede contenerse y las dice a gritos, de pie, en el centro de un círculo
que forman, tendidos en la tierra, los hechiceros y la plebe. Si el poema no excita, no
pasa nada; si las palabras del poeta los sobrecogen, todos se apartan de él, en silen-
cio, bajo el mandato de un horror sagrado (under a holy dread). Sienten que lo ha
tocado el espíritu; nadie hablará con él ni lo mirará, ni siquiera su madre. Ya no es un
hombre sino un dios y cualquiéra puede matarlo. El poeta, si puede, busca refugio en
los arenales del Norte.
Escribo ahora en Glasgow. He referido mi estadía entre los Yahoos, pero no su horror
esencial, que nunca me deja del todo y que me visita en los sueños. En la calle creo
que me cercan aún. Los Yahoos, bien lo sé, son un pueblo bárbaro, quizás el más
38
bárbaro del orbe, pero sería una injusticia olvidar ciertos rasgos que los redimen.
Tienen instituciones, gozan de un rey, manejan un lenguaje basado en conceptos gené-
ricos, creen, como los hebreos y los griegos, en la raíz divina de la poesía y adivinan
que el alma sobrevive a la muerte del cuerpo. Afirman la verdad de los castigos y de las
recompensas. Representan, en suma, la cultura, como la representamos nosotros,
pese a nuestros muchos pecados. No me arrepiento de haber combatido en sus filas,
contra los hombres-monos. Tenemos el deber de salvarlos: Espero que el Gobierno de
Su Majestad no desoiga lo que se atreve a sugerir este informe.»
Introducción
Han transcurrido ochenta años desde que en 1919 se crearan los primeros estudios
universitarios británicos dedicados a las Relaciones Internacionales.
39
rosas y profundas que en el pasado y, de este modo, elaborar conceptos más precisos,
modelos más operativos y explicaciones teóricas más sólidas.
La polarización de los debates doctrinales sobre estos tres aspectos resulta lógica
pues detrás de cada uno de ellos se oculta un aspecto decisivo para la supervivencia
de la nueva ciencia en la competición que inicia con las ciencias ya establecidas. (2)
Por su parte, el debate sobre el objeto formal permite encontrar los límites que le
separan de otras ciencias que investigan la misma parcela de la realidad y, de este
modo, se alcanza la justificación social necesaria para que la nueva disciplina se abra
paso, por oposición o diferenciación con las ciencias ya existentes, logrando insertarse
plenamente en las estructuras que la sociedad ha arbitrado para garantizar la evolución de
sus conocimientos y experiencias, es decir en la Universidad y en los Centros Superiores
de Investigación. Se trata, por tanto, de la decisiva cuestión de la singularidad científica.
40
y/o competidoras, y su nivel de reconocimiento científico. En otras palabras, se trata
del tema de la rentabilidad científica y social.
No cabe la menor duda de que esta ha sido la evolución experimentada por las
Relaciones Internacionales desde su aparición. Desde el punto de vista de la intrahistoria
teórica, el principal mérito de la poderosa irrupción de esta nueva disciplina, pero tam-
bién sus limitaciones más importantes, le corresponde al realismo político clásico. (3)
Además, desde la perspectiva de la historia externa de la disciplina las condiciones
políticas internacionales surgidas tras la Segunda Guerra Mundial, con su epicentro en
la disuasión nuclear Este-Oeste, constituyeron el contexto idóneo para su rápida difu-
sión pues no en vano había surgido una nueva realidad mundial, sin precedentes histó-
ricos de referencia, que reclamaba explicaciones teóricas no sólo sobre su naturaleza
sino también sobre sus posibilidades de evolución y, llegado el caso, de superación. La
Humanidad se jugaba su propia existencia en este reto. (4)
Pero esta recurrente tendencia a suscitar las cuestiones metodológicas podría de-
berse también a la constatación de que los avances científicos y tecnológicos no dejan
inalterado el campo metodológico, antes al contrario, suelen irrumpir en él obligando a
una profunda revisión de los métodos y, sobre todo, de las técnicas para adaptarlos a
las nuevas circunstancias.
Sea como fuere, creo llegado el momento de proceder a una profunda consideración
de los logros y limitaciones que caracterizan la metodología de las Relaciones Interna-
cionales como disciplina para actualizar los primeros, enfrentando las oportunidades
que nos brindan los últimos avances en el terreno de la lógica, de la matemática y de la
informática, tratando de minimizar las segundas y de este modo aliviar las hipotecas de
un debate doctrinal que amenaza con esterilizarnos frente al desarrollo de las restan-
tes ciencias sociales. (6)
41
Varios son los errores y omisiones metodológicas que debemos abordar. Sin embar-
go, resulta imprescindible señalar previamente que el debate metodológico que propug-
no, sin poder abstraerse totalmente del debate doctrinal o entre los distintos paradigmas,
sí debe y puede diferenciarse claramente de él. No podemos repetir la experiencia
suscitada por los conductistas y su empeño en cuantificar o matematizar las relacio-
nes internacionales con la ingenua convicción de que con ello se lograría trascender el
imprescindible recurso a la Historia y el carácter normativo que habían impuesto a la
disciplina los principales autores del primer debate doctrinal, (7) alcanzándose un ran-
go equiparable al que habían logrado la Economía y ciertas parcelas de la Sociología.
Por el contrario, mi propuesta parte del supuesto de que las propuestas metodológicas
que implícita o explícitamente formulan las distintas corrientes teóricas de nuestra
ciencia son susceptibles de articularse, siempre y cuando se diferencien del sustrato
conceptual y de postulados característicos de la propuesta doctrinal que las introdujo
en nuestra disciplina.
Para que esta vertebración metodológica sea posible deberán corregirse también
algunas insuficiencias que todavía subsisten. Sin embargo, las soluciones de algunos
de los profundos problemas que provocaron la diversidad de planteamientos
metodológicos, comienzan actualmente a perfilarse nítidamente y con ellas adquiere
mayor vigencia la formulación de propuestas de cohesión metodológica.
Resulta revelador que hace ya más de tres décadas, en 1958, Fernand Braudel
vislumbrara ya las oportunidades ofrecidas por los avances matemáticos y tecnológi-
cos en el terreno de la metodología de las ciencias sociales y propugnase la necesidad
de una amplia conjunción de éstas con la Historia, en los siguientes términos: “Desde
este momento, el paso de la observación a la formulación matemática no se hace ya
obligatoriamente por la intrincada vía de las medidas y los largos cálculos estadísticos.
Se puede pasar directamente del análisis social a una formulación matemática; casi
diríamos que a la máquina de calcular.
(...)
Un doble hecho está, sin embargo, establecido: en primer lugar, que semejantes
máquinas, que semejantes posibilidades matemáticas existen; en segundo lugar, que
hay que preparar a lo social para las matemáticas de lo social, que han dejado de ser
únicamente nuestras viejas matemáticas tradicionales. Curvas de precios, de salarios,
de nacimientos...
(...)
En estos campos se abren con toda evidencia miles de posibilidades de investigación.
(...)
En la práctica - porque este artículo tiene una finalidad práctica - desearía que las
ciencias sociales dejaran, provisionalmente, de discutir tanto sobre sus fronteras recí-
procas, sobre lo que es o no es ciencia social, sobre lo que es o no es estructura...Que
intenten más bien trazar, a través de nuestras investigaciones, las líneas - si líneas
hubiere - que pudieran orientar una investigación colectiva y también los temas que
permitieran alcanzar una primera convergencia. Yo personalmente llamo a estas líneas
matematización, reducción al espacio, larga duración. Pero me interesaría conocer
cuales propondrían otros especialistas.” (8)
42
Sin lugar a dudas, Braudel estaba en lo cierto sobre la tendencia que seguirían los
avances metodológicos de las ciencias sociales en las décadas posteriores. Por ello,
conviene seguir la línea trazada por este autor aplicándola al marco concreto de las
Relaciones Internacionales, para ampliar su horizonte científico y aproximarlo al de las
restantes ciencias sociales incluida, claro está, la propia Historia.
43
En buena medida, los seguidores de esta corriente se han nutrido de los datos
estadísticos aportados por estas ciencias, para intentar demostrar su validez y avan-
zar en su aplicación a las teorías internacionales. Los estudios realizados para deter-
minar indicadores del poder estatal, en sus vertientes militar y económica, (15) del
número y alcance de los conflictos bélicos, (16) de los flujos de comunicación, (17) del
grado de integración (18), del nivel de desarrollo (19) o de la estabilidad del sistema
internacional, (20) son algunos de los ejemplos más significativos de las áreas en
donde ha penetrado la cuantificación estadística.
Esta no es una tarea sencilla, como se ha podido apreciar en los trabajos de elabora-
ción del Indice de Desarrollo Humano, que precisamente ha encontrado sus mayores
obstáculos en la determinación de indicadores socio-políticos, demostrando que la
verdadera barrera metodológica, hasta ahora no superada satisfactoriamente, surge
entre los conceptos teóricos y las definiciones operativas (22) que exige la implanta-
ción de todo indicador estadístico. (23)
44
“Las estadísticas no demuestran cómo funciona algo ni cómo las cosas encajan. Las
estadísticas son simples descripciones con forma numérica. La forma es económica
porque las estadísticas describen un universo por medio de manipulaciones de las
muestras extraídas de él. Las estadísticas son útiles a causa de la variedad de opera-
ciones ingeniosas que autorizan, algunas de las cuales pueden utilizarse para compro-
bar la significación de las otras. El resultado, no obstante, sigue siendo una descripción
de alguna parte del mundo y no una explicación de ella. Las operaciones estadísticas
no pueden franquear el abismo que se abre entre la descripción y la explicación.” (24)
45
colectivos, las innumerables relaciones que se establecen entre ellos y que son de
muy distinta naturaleza y alcance, así como las intrincadas y mutuas influencias entre
la dimensión interior y externa de los actores internacionales, y cuya resultante no
puede ser otra que la de dificultar su observación. (27)
Ante todo, la observación de los fenómenos internacionales rara vez se puede reali-
zar de forma directa por el investigador ya que, por lo general, éste no tiene un acceso
directo o una participación inmediata en los sucesos internacionales. En consecuen-
cia, el internacionalista se convierte en tributario de los datos o la información que
pueda obtener de aquellas personas o entidades que realizan la observación directa de
los sucesos.
46
La fragmentariedad de la observación impone al internacionalista la necesidad
metodológica de realizar una reconstrucción intelectual de los distintos datos o infor-
maciones obtenidos de los observadores directos para poder alcanzar una idea gene-
ral o una visión de conjunto del fenómeno internacional que investiga y, de este modo,
poder descubrir las interrogantes a las que debe dar respuesta.
Este método obliga a descubrir tanto las semejanzas (búsqueda analógica) como las
diferencias (búsqueda diferenciadora) o incluso las oposiciones (búsqueda antagóni-
ca). El empleo del método comparativo nos permite distinguir entre los sucesos o
variables que se repiten en diversas realidades internacionales y, por tanto, que poseen
un carácter de generalidad y aquellos otros que son exclusivos de cada una de ellas y
sólo podemos considerarlos desde su singularidad.
47
En la medida que el método comparativo lo apliquemos a una misma realidad inter-
nacional en momentos temporales diferentes, nos permitirá captar la dimensión diná-
mica en términos históricos de esa realidad, al poder diferenciar los sucesos o varia-
bles estructurales, que tan sólo cambian a largo plazo, de los meramente coyunturales.
Pero además, algunos autores consideran que el método comparativo puede ser
empleado como una forma particular de experimentación. (32) En efecto, Bernard en
relación con la medicina estableció la diferencia entre las experiencias provocadas y
las experiencias invocadas (33) para diferenciar entre los fenómenos que se producen
como resultado de la manipulación de la realidad por el investigador de aquellos otros
que se producen de forma natural y respecto de los cuales el investigador sólo los
utiliza para la observación y/o la verificación.
48
De cualquier modo, el internacionalista, al igual que el historiador aunque no del
mismo modo, debe admitir imposibilidad de verificar sus hipótesis o sus teorías me-
diante la experimentación y, consiguientemente, debe recurrir a la verificación compa-
rativa, ya sea histórica o del presente, para corroborar su validez.
Considerado este punto de vista, el debate metodológico entre los partidarios del
empirismo inductivo o del normativismo deductivo, resulta en buena medida ajeno a
nuestra disciplina ya que nos alejan de los primeros las dificultades de la observación
directa y de la verificación experimental, pero tampoco nos aproximan a los segundos
las singularidades históricas, consustanciales a los fenómenos internacionales, y las
limitaciones intrínsecas de la verificación comparativa. (34)
49
supuestos de una teoría. (36) Así considerado, coincidimos con Ramírez, en que el
modelo teórico es un “instrumento de la investigación y no, en sentido estricto, el
resultado de la misma. Combina las ideas previas con la experiencia que tenemos del
objeto, en este sentido, no es una pura idealización sin referente concreto, pero tampo-
co, una descripción fidedigna de lo real.
El modelo teórico reproduce algunas de las relaciones causales que la teoría esta-
blece entre las variables o sucesos de la realidad, mientras que ignora deliberadamen-
te otras. Para que un modelo sea verdaderamente representativo y, por tanto, útil a los
efectos metodológicos, debe incluir aquellas variables que cumplen con las condicio-
nes de necesidad y suficiencia para explicar las relaciones de causalidad, de conformi-
dad con los supuestos teóricos utilizados.
a) los Estados con un poder menor resultan irrelevantes porque no gozan del poder
suficiente para alterar la realidad internacional;
c) no existe un interés general diferente del interés particular de los Estados más
poderosos;
Llegados a este punto, conviene despejar algunos equívocos sobre los modelos
teóricos, ya que suelen ser la fuente de no pocas críticas y debates doctrinales, conde-
nados a la más absoluta esterilidad.
50
toda la complejidad de los fenómenos que pretende representar o, dicho de otro modo, por no
reunir todas las variables relevantes que pueden observarse en la realidad. Semejantes críticas
ignoran el verdadero sentido de la modelización como instrumento metodológico, ya que la finali-
dad de los modelos teóricos no es la reproducción de la realidad, ya sea con fines de observación
o experimentación, sino representar su configuración esencial para facilitar la comprensión y
determinar su comportamiento.
Otra crítica frecuente atribuye los defectos de la teoría al modelo elaborado a partir
de ella. Un modelo sólo es comprensible y útil en el contexto de una determinada teoría
científica, por consiguiente si ésta es incompleta o inadecuada para describir y explicar
determinados fenómenos de la realidad, difícilmente podemos esperar que estas defi-
ciencias se subsanen con el modelo, ya que éste es sólo una versión simplificada de la
misma. En el ejemplo del modelo del equilibrio de poder, no podemos juzgarlo inade-
cuado porque consideremos que los supuestos del realismo político en los que descan-
sa sean excesivamente simplificadores de la realidad política internacional. Esa, en
todo caso, es una crítica a la teoría científica no al modelo que la representa.
Por último, suele objetársele a los modelos su incompletitud teórica, es decir que no
representan el conjunto de leyes o relaciones causales incluidas en una determinada
teoría científica. Semejante crítica posee dos variantes: la de quienes atribuyen el
término de teoría a leyes científicas o concepciones teóricas particulares que forman
parte de una teoría más general y la de quienes identifican teoría y representación
formal de la misma. A los primeros hay que recordarles que no existe ningún modelo
capaz de representar de forma satisfactoria la totalidad de leyes contenidas en una
teoría general. Por ej. no existe un modelo único que represente toda la física newtoniana.
A los segundos resulta imprescindible indicarles que todo modelo teórico posee una
finalidad distinta de la teoría y, desde luego, de la representación formalizada de la
misma, lo que justifica que la necesidad de versiones simplificadas de esta última.
Parte de la simplificación se alcanza limitando el modelo a las variables causales
necesarias y suficientes, pero la simplificación también se obtiene dejando implícitos
en el modelo postulados o principios teóricos que en su formalización completa debe-
rán figurar de modo expreso. Por ejemplo, en el modelo del equilibrio de poder, los
supuestos teóricos que lo sustentan son: a).- el poder (político-militar) entre los Esta-
dos está desigualmente distribuido; b).- no existe autoridad capaz de ejercer su poder
en el contexto internacional; c).- las relaciones entre los Estados están determinadas
por la lucha por el poder.
51
Para determinar la validez de un modelo teórico debemos atender fundamentalmente
a tres criterios: su precisión, su sencillez y su utilidad. La precisión del modelo significa
su capacidad para reproducir de forma inequívoca las relaciones entre las variables
que establece la teoría. La sencillez exige la consideración exclusiva de aquellas varia-
bles necesarias y suficientes para el cumplimiento de las relaciones de causalidad que
contempla la teoría y que se pretenden representar en el modelo. La utilidad supone la
capacidad del modelo para resolver, o al menos facilitar la resolución, de problemas,
teóricos o prácticos, concretos.
Los modelos dinámicos priman la consideración de las variables que explican los
procesos de cambio en una determinada realidad internacional. Conviene señalar que
en el contexto de nuestra disciplina, existe un gran vacío de modelos dinámicos que
traten de representar los procesos de cambio de una realidad internacional a otra. Ya se
trate de procesos de cambio generativos o degenerativos, lo cierto es que la escasa
atención teórica prestada a los cambios de sociedad internacional y no a los cambios
en la sociedad internacional, lastra necesariamente su modelización.
Finalmente se encuentran los modelos globales que intentan reproducir todas las
variables y relaciones fundamentales para comprender el funcionamiento dinámico de
una parte de la sociedad internacional. Por tanto, se trata de modelos elaborados si-
guiendo un análisis macrointernacional. (45) Su desarrollo ha estado presidido por la
conjugación de la dinámica de sistemas y el empleo del ordenador, con todas sus
potencialidades de rapidez y fiabilidad en el cálculo numérico. El origen de este tipo de
modelización se encuentra en los modelos elaborados por Forrester, del Instituto Tec-
nológico de Massachusetts, denominados World-1 y World-2, (46) antecedentes del
modelo empleado por Meadows en el Primer Informe del Club de Roma. (47)
52
Estas primeras iniciativas, muy pronto fueron seguidas por otras modelizaciones.
Entre ellas debemos mencionar: el Segundo Informe del Club de Roma, realizado por
Mesarovic y Pestel, en el que se realiza una crítica del criterio de proyección matemá-
tica empleado por Meadows: el crecimiento exponencial. (48) Estas críticas, junto con
la aparición de otros muchos modelos globales, como el SIMLINK elaborado por el
Banco Mundial, el Modelo de Relaciones Internacionales en la Agricultura, desarrollado
por técnicos del Consejo del Medio Ambiente y del Departamento de Estado de los
Estados Unidos o el Interfuturos de la OCDE, indujeron a Meadows a realizar una
nueva revisión de su modelo originario, comparando la evolución real de los datos de
las variables con los que había considerado e introduciendo algunas correcciones adi-
cionales, para llegar a la conclusión de que las previsiones iniciales se estaban cum-
pliendo antes, incluso, de lo previsto. (49)
Desde luego todos estos esfuerzos de modelización teórica, no han sido baldíos. En
primer lugar, han permitido adquirir un conocimiento práctico sobre algunos de los
principales problemas de la realidad internacional y, lo que tal vez resulta más impor-
tante, han generado una conciencia política sobre la necesidad de su resolución.
Y, sobre todo, gracias a estos esfuerzos de modelización teórica, las ciencias socia-
les, en general, y la disciplina de las Relaciones Internacionales, en particular, han
visto enriquecerse sus instrumentos metodológicos de investigación y análisis, abriendose
de este modo un camino lleno de posibilidades que apenas hemos comenzado a recorrer.
Sin embargo, sería inadecuado concluir este apartado, sin hacer referencia a la
principal limitación que presentan los modelos más sofisticados hasta ahora desarro-
llados, es decir los globales. Se trata de la excesiva concentración en las variables
cuantificables en detrimento de aquellas otras que, sin ser cuantificables, resultan
decisivas en la interpretación causal de ciertos fenómenos internacionales.
Hasta ahora nos hemos referido a algunas deficiencias esenciales que justifican la
necesidad de una revisión metodológica de nuestra disciplina. Resulta oportuno dedi-
car algunas consideraciones a las posibilidades que ofrecen los avances teóricos más
recientes en otros ámbitos científicos, así como las extraordinarias oportunidades que
existen en la obtención, almacenamiento, gestión y transmisión de la información, tras el
espectacular desarrollo tecnológico de la informática y la telecomunicaciones, así como la
implantación a escala universal de Internet. (50)
53
Como hemos señalado con anterioridad, una de las dificultades metodológicas que
se consideraba característica de las Relaciones Internacionales respecto de otras cien-
cias sociales, y que servía de pretexto para justificar su desfase en el empleo de
ciertos métodos y técnicas eminentemente empíricos, era su incapacidad para em-
plear la experimentación como instrumento de adquisición de conocimiento y de verifi-
cación de hipótesis. El empleo del método comparativo, ya fuese de forma sincrónica o
diacrónica, era la alternativa que se nos ofrecía a los internacionalistas, aunque ello
suscitaba otra serie de dificultades metodológicas.
54
está cada vez más empleándose allí donde la experimentación resulta imposible de
realizar. Este es, sin lugar a dudas, el caso de nuestra disciplina. (55)
Aunque ambos casos realizan la simulación de los procesos de decisión política en los
Estados, cada uno de ellos respondía a una filosofía y una estructura muy distintas. (57)
55
Tal vez por ello, y en la medida en que el desarrollo de la informática ha potenciado
sus capacidades, ha constituido el principal instrumento de simulación internacional en
las últimas décadas. En efecto, en la segunda generación de modelos de simulación
mixta, desarrollada tomando como referencia el INS de Guetzkow, aparecen el World
Politics Simulation (WPS -1969-) elaborado por William Coplin y el International
Processes Simulation (IPS -1968-) de Paul Smoker y, mucho más tarde, el Simulated
International Processer (SIPER -1977-) creado por Stuart A. Bremer. (60)
Un sistema experto fue definido por Feigenbaum como: “un programa inteligente para
ordenador que utiliza conocimiento y procedimientos inferenciales en la resolución de
problemas, problemas que son lo suficientemente difíciles para que su resolución re-
quiera una experiencia humana importante. El conocimiento necesario para actuar así,
junto con los procedimientos inferenciales utilizados, puede considerarse como un
modelo de la experiencia de los mejores expertos del campo.” (66) En la actualidad,
como muy certeramente han destacado Castillo y Alvarez, el sistema experto desarro-
lla muchas más funciones que la resolución de problemas y, por consiguiente, sería
más correcto definirlo como: “un sistema informático que simula el proceso de aprendi-
56
zaje, de memorización, de razonamiento, de comunicación y de acción de un experto
humano en una determinada rama de la ciencia, suministrando, de esta forma, un
consultor que puede sustituirle con unas ciertas garantías de éxito.” (67)
A partir de esta definición, podemos deducir que los sistemas basados en el conoci-
miento tratan de resolver problemas complejos pero bien definidos, utilizando las posi-
bilidades ofrecidas por los ordenadores, y a partir del conocimiento aportado por ex-
pertos humanos especializados en la resolución de tales problemas. Como señala
Dincbas, un sistema experto tiene como finalidad “la modelización del comportamiento
de un experto humano, que cumple una tarea de resolución de problemas para los que
no dispone de ningún algoritmo, centrándose en un dominio muy preciso.” (68)
Entre las principales utilidades prácticas que aportan los sistemas expertos, pode-
mos destacar dos: incrementan sustancialmente la capacidad, rapidez y fiabilidad del
proceso de conocimiento y aprendizaje especializados de los seres humanos y redu-
cen extraordinariamente los costes del desarrollo y adquisición del conocimiento.
57
Tabla comparativa entre los programas convergentes y los sistemas expertos
Procedimiento Algorítmico Sistema Experto
Modelo Cuantitativo Cuantitativo y cualitativo
Relaciones precisas Relaciones imprecisas
Opaco Transparente
Proceso de desarrollo Proceso de desarrollo relativamen-
estructurado te estructurado
Revisión relativamente difícil Revisión relativamente fácil
Variables/atributos Numéricos Numéricos o simbólicos
Todos los valores deben ser Re suelve con valores conocidos
conocidos para resolver o desconocidos
Proceso de solución convergente satisfactorio
Dependiente del orden Relativamente independiente del
orden
Conjuga el qué conocemos Separa el qué conocemos
con el cómo lo hacemos del cómo lo hacemos
Conclusiones Por lo general una sola Con frecuencia múltiples con
sin explicación explicación
1) Base de conocimiento
Es una estructura de datos que reúne todo el conocimiento especializado que aporta
el experto humano sobre un problema determinado. Fundamentalmente incluye los ob-
jetos o sucesos relevantes para la solución del problema, así como las relaciones que
se desarrollan entre ellos. Además incorpora los casos particulares o excepciones que
deben tomarse en consideración y las estrategias de resolución del problema así como
la forma de aplicarse. Estos elementos últimos constituyen el meta-conocimiento o
reglas de conocimiento sobre la forma de adquirir o utilizar el propio conocimiento.
58
2) Motor de inferencia
Es la parte más operativa del sistema experto ya que activa los datos o sucesos de
la base de conocimiento para desarrollar procesos de razonamiento que permitan ex-
traer las soluciones a los problemas planteados.
Los procesos de inferencia que puede emplear esta parte del sistema experto se
basan en las reglas de razonamiento existentes en los diversos tipos de lógica (numé-
rica; booleana; simbólica; etc.)
5) Módulo de explicaciones
Ya veíamos que una de las ventajas de los sistemas expertos respecto de los siste-
mas algorítmicos, radica en que los primeros pueden aportar explicaciones sobre el
modo de adquirir y utilizar el conocimiento del experto humano para alcanzar la solu-
ción en cada caso concreto.
Este módulo presenta el conjunto de inferencias realizadas, así como las reglas
aplicadas para alcanzarlas. De este modo, permite que el sistema experto no sólo
aporte soluciones a los problemas, sino también el conocimiento sobre cómo y porqué
se alcanzan tales soluciones.
Es la parte del sistema experto que gestiona la obtención del conocimiento aportado
por el experto humano y/o de los datos suministrados por el usuario o alcanzados
mecánica o informáticamente de la realidad ( instrumentos de medición; bases de da-
tos de otros ordenadores; etc.).
59
La articulación relacional entre los diversos componentes del sistema experto, se
corresponde con el siguiente esquema elaborado por Dussauchoy y Chatain (70):
GRAFICO Nº 1
PRINCIPALES ELEMENTOS DEL SISTEMA EXPERTO
Representeación
Base de hechos Base de conocimiento
del conocimiento
Tratamiento del
conocimiento
INTERFASE DE USUARIO
Utilización del
conocimiento
USUARIO
60
DIFERENCIAS ENTRE TIPOS DE SISTEMAS EXPERTOS
Resulta innecesario insistir sobre la dificultad de establecer con rigor las probabili-
dades para cada una de estas variables y para cada uno de los Estados afectados.
61
podemos recurrir a dos técnicas bien conocidas en nuestro campo: el juicio sistemáti-
co de expertos y el análisis delphi. (74)
Los sistemas expertos basados en reglas emplean reglas de inferencia del tipo
SI............LUEGO.......... En el ejemplo que considerábamos anteriormente, la regla de
inferencia sería la siguiente:
Regla 1
62
Como ya indicábamos, la base de conocimiento debe contener además de las reglas
de conocimiento empírico y de los casos excepcionales, las denominadas meta-reglas
o reglas del meta-conocimiento, es decir las reglas que determinan la estrategia de
utilización del motor de inferencia. En esta categoría deben formularse al menos tres
tipos de reglas:
a) las reglas de activación;
b) las reglas de resolución de conflictos;
c) las reglas de ejecución.
Las primeras establecen los criterios que deben emplearse para comparar los datos
con las premisas de las reglas de conocimiento empírico. Las segundas, incluyen los
criterios que deben seguirse cuando las conclusiones obtenidas de la aplicación de una
regla de conocimiento empírico activa dos o más reglas, con objeto de determinar cual
de ellas deberá ejecutarse. Finalmente la tercera categoría incluye los criterios de
ejecución de las conclusiones alcanzadas con la activación de la regla de conocimien-
to empírico.
En este caso cabe dos posibles soluciones: los sucesos o datos concluidos se
derivan a la base de hechos o bien se convierten en nuevas reglas de conocimiento
empírico que se incorporan a la base de conocimiento. El modelo de representación del
encadenamiento de reglas hacia delante se corresponde con el del gráfico siguiente:
GRÁFICO Nº 2
Modelo de encadenamiento de reglas hacia adelante
Regla1
Regla 4
A
C Regla 6
B
H
D
R2
E G J
F
I
K
R3
M
L
Regla 5
63
poder determinar de este modo si la regla se activará o no. En el caso de que se active
podrá especificar los datos o sucesos contenidos en sus premisas y los incorporará a
la base de hechos, en caso contrario buscará en la siguiente regla y así sucesivamen-
te. Según González y Dankel, (75) el procedimiento es el siguiente:
c) Si en el caso anterior sigue sin encontrarse ninguna regla cuyos valores de las
premisas satisfagan los requerimientos de la subconclusión o subobjetivo, se le pre-
gunta al usuario para que introduzca un valor para el mismo y se vuelve a revisar el
cumplimiento de los valores de las premisas de cada una de las reglas, hasta encon-
trar aquella que los satisfaga.
Si todas las reglas que pueden satisfacer el objetivo o conclusión considerada fallan,
esta conclusión u objetivo se considerada indeterminado y se extrae del grupo de
objetivos o conclusiones, procediéndose a considerar el siguiente. En caso de que la
base de conclusiones u objetivos se encuentre vacía, se da por concluido el proceso.
Regla 1
64
Se comprobaría si el valor del objetivo se satisface por la regla y se revisaría el
cumplimiento del valor de la primera premisa de la regla, en caso de satisfacerse se
comprobaría el de la segunda premisa y en caso afirmativo se deduciría el cumplimien-
to del objetivo o conclusión, dado que no hay más reglas. Si el cumplimiento de los
valores de la primera o segunda premisa no se satisficiesen, entonces se incluiría una
nueva subconclusión o subobjetivo que podría ser:
GRAFICO Nº 3
Modelo de encadenamiento de reglas hacia atras
OBJETIVO A
Premisa 2
Evidentemente, excede de las posibilidades de esta breve exposición, estudiar todas las
variantes de sistemas expertos que se han desarrollado, atendiendo a los tipos de lógica
utilizada, a las formas de tratamiento del conocimiento, a los ámbitos científicos en los que
se está aplicando o las utilidades prácticas a las que podemos dedicarlos. (76)
65
Internacionales sigue existiendo una amplia laguna en el desarrollo y aplicación de los
sistemas expertos. Fundamentalmente hay tres áreas donde su utilización resultaría
extraordinariamente fecunda: a) en la modelización de teorías con la finalidad de facili-
tar su aprendizaje y utilización por los alumnos; b) en el desarrollo de programas
informáticos de diagnóstico de situaciones internacionales a corto y medio plazo, así
como de la simulación de los procesos decisionales en el terreno de la política exterior
de los Estados y c) en la verificación de teorías a través de la simulación de escena-
rios internacionales.
Sin duda, la explotación de este vasto campo que ofrecen las nuevas técnicas de
investigación no puede ser la obra del investigador individual y ni tan siquiera de equi-
pos aislados. Se requiere la creación de redes de equipos de investigación que faciliten
su coordinación y el máximo rendimiento de los recursos humanos y materiales, dedi-
cados al desarrollo y aplicación práctica de estas técnicas, mediante la
complementariedad de las líneas de trabajo que eviten, en la medida de lo posible, la
redundancia de las investigaciones y el trabajo disperso. Las facilidades para el acceso
mundial a la información, las bases de datos y la transmisión de conocimientos nos
proporciona los medios, ahora sólo hace falta la voluntad.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
(1).- En un artículo publicado hace cinco décadas Harold Guetzkow llamaba ya la atención de las
deficiencias más notables que aquejaban al esfuerzo teórico que se estaba realizando en la naciente
disciplina de las Relaciones Internacionales.
GUETZKOW, H.- “Investigación a largo plazo en las relaciones internacionales” - VASQUEZ, J.A.
(comp.)- Classics of International Relations.- Edit. Prentice-Hall; 2ª ed., 1990. Traducción de Isadora
Somervile Alzate.- Relaciones Internacionales. El pensamiento de los clásicos.- Edit. Limusa, S.A.
México, 1994; págs. 101-111.
(2).- En este sentido, la emergencia de una nueva ciencia supone siempre una revolución científica,
en el sentido empleado por Kuhn, y por tanto se encuentra sometida a las reglas generales señala-
das por este autor para este tipo de fenómenos.
KUHN,Th.- La estructura de las revoluciones científicas.- Edit. Fondo de Cultura Económica. México,
1ª ed.; 6ª reimp.1987.
(3).- Aunque el realismo político clásico tiene su principal desarrollo teórico en las universidades
norteamericanas, existen destacados autores europeos que se inscriben plenamente dentro de esta
corriente, como Schwarzenberger o Aron, y como he tenido ocasión de demostrar, la concepción
realista dominó el núcleo central de la obra teórica y de la política práctica de los dirigentes soviéticos
desde Lenin hasta Breznev.
SCHWARZENBERGER,G.- Power Politics. A Study of International Society.- Edit. Stevens. Lon-
dres, 1941; 3ª ed. 1964. Traducción de J. Campos y E. González Pedrero.- La política del poder.
Estudios de la sociedad internacional.- Edit. Fondo de Cultura Económica. México, 1960.
ARON,R.- Paix et guerre entre les nations.- Edit. Calmann-Lévy. París, 1962. Traducción de Luis
Cuervo.- Paz y guerra entre las naciones.- Edit. Revista de Occidente. Madrid, 1963.
Ídem..- Les derniéres années du siècle.- Edit. Julliard. París, 1984. Traducción de Mauro Armiño.- Los
últimos años del siglo.- Edit. Espasa-Calpe. Madrid, 1984.
CALDUCH,R.- “Las relaciones internacionales en la obra de los dirigentes soviéticos: una reflexión
teórica”.-Revista de Estudios Internacionales, vol.2, nº.3 (julio-septiembre 1981); págs. 543-597
66
(4).- Sobre la decisiva influencia de la historia interna y la historia externa en la evolución de las
ciencias, véase:
LAKATOS, I.- “La Historia de la ciencia y sus reconstrucciones racionales”.- HACKING, I. (comp.).-
Scientific Revolutions.- Edit. Oxford University Press. Oxford, 1981. Traducción de JuanJosé Utrilla.-
Revoluciones científicas.- Edit. Fondo de Cultura Económica. México, 1ª ed. Castellana, 1985. Págs.
235 - 242.
(6).- El reciente debate suscitado por la corriente postmodernista, so pretexto de liberarnos de las
rigideces y esquematismos racionalistas impuestos por las principales teorías de las Relaciones
Internacionales, amenaza con enterrarnos en la ciénaga de la interpretación arbitraria de los fenóme-
nos internacionales y de la crítica intrascendente, es decir sin el menor rigor metodológico, de las
principales conclusiones científicas alcanzadas por esta disciplina.
TOMASSINI,L.- La política internacional en un mundo postmoderno.- Edit. Grupo Editor Latinoameri-
cano. Buenos Aires, 1991.
(8).- BRAUDEL, F.- La Historia y las ciencias sociales.- Edit. Alianza. 1ª ed.; 7ª reimp. Madrid, 1986;
págs. 89-90; 105-106.
(10).- RICHARDSON, L.F.- “Could an Arms Race End Without Fighting?”.- Nature, 29 Septiembre 1951.
(11).-DAVIS, M.D.- Game Theory. A Nontechnical Introduction.- Edit. Basic Books Inc. New York, sin
fecha de edición. Traducción al castellano de Francisco Elías Castillo.- Teoría del juego.- Edit. Alianza.
Madrid, 1971.
(13).- BRAMS, S.J.; KILGOUR, D.M.- Teoría de juegos y seguridad nacional.- Edit. Ministerio de
Defensa.,1989.
(14).- Las limitaciones de la teoría de juegos en su aplicación a las Relaciones Internacionales, han
sido descritas por Keohane en relación a su propia trayectoria personal, en los siguientes términos:
“Como resultado de mi compromiso con un intento colectivo por entender ‘la cooperación en anar-
quía’ a través del uso de simples preceptos derivados de la teoría de los juegos, llegué a la conclu-
67
sión de que era poco probable que una mayor formalización de la teoría de los juegos pudiera dar una
estructura clara para una investigación precisa y reflexiva sobre la política mundial y, en cualquier
caso, que no estaba equipado intelectualmente y por temperamento era poco adecuado para hacer
una contribución a esa empresa. El empleo de la teoría de los juegos sólo destacaba la importancia
del contexto dentro del cual los juegos tienen lugar y las percepciones que afectan la toma de deci-
siones en situaciones ambiguas.”
KEOHANE, R:O.- International Institutions and State Power. Essays in International Relations Theory.-
Edit. Westview Press. Boulder, 1989.Traducción al castellano de Cristina Peña.- Instituciones interna-
cionales y poder estatal. Ensayos sobre teoría de las relaciones internacionales.- Edit. Gurpo Editor
Latinoamericano. Buenos Aires, 1993; págs. 51-52
Para un análisis crítico de estas teorías, apoyado en una amplia base bibliográfica, véase:
ARENAL, C. del.- op. cit.; págs. 295-300.
(15).- HART, J.- “Three approaches to the measurement of power in international relations”.-
International Organization, vol. 30 (1976); págs. 289-305.
(16).- BOUTHOUL, G.; CARRÈRE, R.- Le défi de la guerre, 1740-1974: duex siècles de guerres et
révolutions.- Edit. Presses Universitaires de France. París, 1976.
JAMES, P.- “ Structure et conflit en politique internationale: Une analyse séquentielle des crises
internationales 1929-1973.”.- Études Internationales, vol. XX, nº 4 (diciembre 1989); págs. 791-815.
(17).- DEUTSCH, K.W.- Political Communication at the International Level. Problems of Definition and
Measurement.- Edit. Handem, Co. New York, 1ª ed., 1954; 2ª ed. 1970.
ídem.- “Shifts in the Balance of International Communications Flows”.- Public Opinion Quarterly; vol.
20 (1956); págs. 143-160.
ídem.- “Towards an Inventory of Basic Trens and Patterns in Comparative and International Politics”.-
American Political Science Review; vol. 54 (1960); págs. 34-37.
ídem.- The Nerves of Government. Models of political Communication and Control.- Glencoe, 1ªed.
1963. Traducción al castellano de A Ciria.- Los nervios del Gobierno. Modelos de comunicación y
control políticos..- Buenos Aires, 1960.
ídem.- Tides among Nations.- Nueva York, 1979. Traducción al castellano de E.L Suárez.- Las nacio-
nes en crisis.- Edit. Fondo de Cultura Económica. México, 1981.
(18).- HANSEN, R.D.- “Regional Integration. Reflections on a Decade of Theoretical Efforts”.- Wolrd
Politics, vol. 21 (1969); págs. 242-271.
LINDBERG, L.N.- “Political Integration as a Multidimensional Phenomenon Requiring Multivariate
Measurement”.- International Organization, vol. 24 (1970).
(19).- AA.VV.- “Medir y evaluar el desarrollo”.- Revista Internacional de Ciencias Sociales, nº 143
(marzo 1995); págs. 3-90.
(20).- HAAS, M.- “International Subsystems: Stability and Polarity”.- American Political Science Review;
nº 64 (1970); págs. 98-123.
BUENO DE MESQUITA, B.- “Measuring Systemic Polarity”.- Journal of Conflict Resolution; nº 19
(1975); págs. 187-216.
(21).- PULIDO, A.; SANTOS, J.- Estadística aplicada para ordenadores personales.- Edit. Ediciones
Pirámide. Madrid,1998.
(22).- CEA, Mª. A.- Metodología cuantitativa: estrategias y técnicas de investigación social.- Edit.
Síntesis. Madrid, 1996; págs. 123-158.
(23).- PNUD.- Desarrollo Humano: Informe 1991.- Edit. Tercer Mundo Editores. Bogotá, 1991; págs.
37-58 y 203-232.
68
(24).- WALTZ, K.N.- Theory of International Politics.- Edit. Addison-Wesly Publishing Comp.1979. Tra-
ducción al castellano de Mirta Rosenberg.- Teoría de la política internacional.- Edit. Grupo Editor
Latinoamericano, 1988; pág. 12.
(25).- Aunque en los orígenes de la disciplina se situó el problema de la superación de la guerra como
tema central y última ratio que justificaba su creación, hoy en día resulta insuficiente cualquier plan-
teamiento disciplinar que ignorase problemas tales como el desarrollo; los derechos humanos; la
seguridad colectiva; la mundialización de las comunicaciones o el deterioro medioambiental. Hecha
esta precisión, seguimos compartiendo la formulación que realizaba Harold Guetzkow hace medio
siglo: “El presente artículo sostiene que el camino más seguro y rápido hacia la paz mundial es de
carácter indirecto: la elaboración paciente, a través de los años, de una teoría básica de relaciones
internacionales. A partir de esta teoría pueden surgir soluciones nuevas, y nunca antes considera-
das, para poner un alto a las guerras y guiar las relaciones internacionales por un sendero pacífico.”
GUETZKOW, H.- op. cit.; pág. 101
(27).- Merle ha señalado detalladamente las principales dificultades que se le presentan al internacio-
nalista en el proceso de observación. No obstante, la distinción que realiza este autor entre observa-
ción directa y observación estadística resulta discutible. La primera no es tal, ya que una atenta
lectura de su contenida demuestra que se identifica observación directa con observación de fenóme-
nos contemporáneos, para diferenciarla de la observación histórica. En cuanto a la segunda, la utili-
zación de las técnicas estadísticas no impide que se apliquen a fenómenos contemporáneos, luego
sus observaciones deberían ser catalogadas como observaciones directas tal y como las ha consi-
derado este autor.
MERLE, M.- Sociologie des relations internationales.- Edit. Jurisprudence Generale Dalloz. París, 4ª
ed. 1988. Traducción al castellano por Roberto Mesa.- Sociología de las relaciones internacionales.-
Edit. Alianza. Madrid, 2ª ed. revisada y ampliada, 1991; págs. 114-135.
(29).- Duverger establece una clasificación de las observaciones tan sencilla como útil, distinguiendo
entre la observación documental, la observación directa extensiva, que está destinada a amplias
comunidades sociales y que descansa en la realización de encuestas, y la observación directa
intensiva, dirigida a conocer en profundidad la realidad social de pequeñas comunidades o individuos
y que utiliza las técnicas de la entrevista, los test o la observación participativa.
DUVERGER, M.- op. cit.; págs.115-354.
(31).- Aron ha puntualizado muy certeramente la relación entre evidencia e inferencia, o si se prefiere
entre datos y proposiciones científicas, en los siguientes términos:
“Los conceptos de evidencia e inferencia, aunque tienen un significado posible, no pertenecen a mi
vocabulario espontáneo. El primero designa, en mi opinión, el conjunto de datos de que dispone el
sabio (y en su caso el historiador) antes de arriesgarse a las inferencias, es decir a los diversos
actos mediante los cuales alcanzará proposiciones más o menos generales, que no estaban conte-
nidas en los datos pero que, sin embargo, se pueden obtener de ellos, deducidas o inducidas legíti-
mamente.
(...)
Más aún: la distinción que hemos establecido entre los datos y las inferencias es falsamente clara.
Madie ignora que, en las ciencias naturales más avanzadas, la inferencia de ayer es el dato de hoy.
Las proposiciones establecidas antes por inferencia se convierten en los datos de que parte el sabio.
69
Teorías y hechos están integrados de tal manera que sería vano intentar separarlos con algún rigor.”
ARON, R.- Dimensiones...op. cit.; págs. 57-58.
(34).- Waltz es especialmente crítico tanto respecto del método deductivo como del inductivo, cuando
escribe: Nada puede ser explicado por deducción, pues los resultados de la deducción se desprenden
lógicamente de las premisas iniciales. La deducción puede ofrecer ciertas respuestas, pero nada nuevo;
lo que se deduce ya está presente, o bien en las premisas mayores teóricas o en las premisas menores
empíricas que se ocupan de las cuestiones observadas previamente. La inducción puede ofrecer nue-
vas respuestas, pero nada seguro; la multiplicación de observaciones particulares no puede respaldar
nunca una afirmación universal. La teoría es fructífera porque trasciende el enfoque hipotético-deductivo,
que es necesariamente estéril. Tanto la deducción como la inducción son indispensables en la construc-
ción de la teoría, pero su utilización combinada sólo da nacimiento a una teoría si emerge una idea
creativa.”
WALTZ, K.N.- op. cit.; págs. 22-23.
En nuestra opinión esta crítica nos parece excesiva, pues ignora algunas de las principales ventajas que
cada uno de estos métodos aporta al desarrollo del conocimiento científico, para conceder un valor
determinante a lo que denomina “idea creativa”. Sin negar el decisivo papel desempeñado por estas
“ideas creativas” en la evolución de las ciencias, tal y como ya lo demostrara Kuhn, resulta evidente que
la deducción y la inducción desempeñan importantes funciones metodológicas al facilitar la acumulación
de conocimientos, la formulación de leyes y la elaboración de modelos teóricos. En resumen, cabría decir
que a pesar de las críticas de Waltz, las ciencias han avanzado gracias a la deducción y a la inducción.
(36).- Braudel los define como “hipótesis, sistemas de explicación sólidamente vinculados según la
forma de la ecuación o de la función” una concepción demasiado restrictiva a nuestro juicio. Por su
parte, Waltz, precisa un poco más el concepto, aunque sigue manteniendo una cierta confusión entre
el modelo y la teoría: “Modelo es un término utilizado de dos maneras principales. En un sentido, un
modelo representa una teoría. En otro sentido, un modelo describe la realidad simplificándola, diga-
mos, por medio de la omisión o de la reducción a escala.”
Por su parte, Merle formula un concepto mucho más restringido:
“El término modelo, de uso corriente en el lenguaje científico no debe tomarse aquí en un sentido
moral (ejemplo a imitar). Designa un esquema sintético y abstracto que ordena los elementos de la
realidad en una construcción rigurosa.
La construcción de un modelo parte de una serie de observaciones concretas o experimentales
sobre hechos o datos previamente cuantificados.”
Limitar la construcción del modelo a las realidades que pueden traducirse en “hechos o datos cuan-
tificados” equivale a restringir su aplicación a los modelos matemáticos, ya sean estadísticos o no.
BRAUDEL, F.- op. cit.; pág. 85.
WALTZ, K.N.- op. cit.; pág. 17.
MERLE, M.- op. cit.; pág. 138.
38).- SEARA, M.- “La crisis mundial y los modelos de la sociedad internacional”.- Cursos de Derecho
Internacional de Vitoria-Gasteiz. Edit. Universidad del País Vasco. Bilbao, 1985;págs. 15-79.
70
(40).- KAPLAN, M.A.- Systema and Process in International Politics.- Nueva York, 1957.
Una selección de esta obra puede encontrarse en:
HOFFMANN, S.- Contemporary Theory in International Relations.- Edit. Prentice-Hall Interntaional
Inc. Englewood Cliffs, 1960. Traducción al castellano de M.D. López Martínez.- Teorías contemporá-
neas sobre las relaciones internacionales.- Edit. Tecnos. Madrid, 1960; págs. 141-162.
Una revisión de algunos de sus modelos teóricos, puede consultarse en:
AA.VV.- “Sistemas Internacionales”.- Enciclopedia Internacional de Ciencias Sociales.- Edit. Aguilar.
Madrid, 1977; vol. 9; págs. 727-729.
(43).- DEUSTCH, K.W.- The Analysis of International Relations.- Edit. Prentice-Hall International.
Englewood Cliffs, 1968. Traducción al castellano de E.J. Prieto.- El análisis de las relaciones interna-
cionales. Buebos Aires, 2ª ed., 1974; págs. 126 y ss.
(44).- DEUSTCH, K.W.- Tides among Nations.- Nueva York, 1979. Traducción al castellano de L.
Suárez.- Las naciones en crisis.- Edit. Fondo de Cultura Económica. México, 1981.
(45).- POQUET, G.- “Los límites de la modelización global”.- Revista Internacional de Ciencias So-
ciales; vol. XXX, nº 2 (1978); págs. 299 y ss.
(46).- TAMAMES, R.- La polémica sobre los límites del crecimiento. Edit. Alianza. Madrid, 1974.
(47).- MEADOWS, D.H.; MEADOWS,D.L.; RANDERS, J.; BEHRENS, W.W.- The Limits Growth..-
Nueva York, 1972. Traducción al castellano de Mª Soledad Loaeza.- Los límites del crecimiento. Edit.
Fondo de Cultura Económica. México, 1ª ed. 1972; 2ª reimp. 1975, págs 253 y ss.
(48).- MESAROVIC, M.; PESTEL, E.- Mankind and The Turning Point. The Second Report to The Club
of Rome.- sin lugar de edic.,1974.Traducción al castellano de Miguel A. Cárdenas.- La Humanidad en
la encrucijada. Segundo Informe del Club de Roma.- Edit. Fondo de Cultura Económica. México,
1975.
(49).- MEADOWS, H.; MEADOWS, D.- Más allá de los límites del crecimiento.- Edit. Ediciones El
País, S.A./ Aguilar S.A. de Ediciones. Madrid, 1992.
(50).- Sobre este último aspecto, puede consultarse el análisis realizado por el reciente informe del
Banco Mundial.
BANCO MUNDIAL.- Informe sobre el desarrollo mundial. El conocimiento al servicio del desarrollo
1998/99.- Edit. Ediciones Mundi-Prensa. Madrid, 1998.
(53).- Guetzkow definió, en 1959, la simulación como “una representación operativa de las caracte-
rísticas centrales de la realidad”.
Años más tarde, y tras la experiencia de su modelo de simulación Inter-Nation Simulation realizó una
definición mucho más completa y precisa en los siguientes términos:
71
“...una construcción teórica consistente no sólo de palabras y símbolos matemáticos, sino de palabras,
símbolos matemáticos y componentes sustitutorios o repetidos de cualquier tipo operando en el tiempo
para representar los fenómenos que son estudiados.”
GUETZKOW, H.- “A Use of Simulation in the Study of International Relations”.- Behavioral Science; vol. 4,
nº 3 (Julio 1959); pág. 183.
Ídem. “Some Correspondence Between Simulations and ‘Realities’ in International Relations”.-
KAPLAN,M.A.- New Approaches to International Relations. Edit. St. Martin’s Press. New York, 1968; pág.
203.
(55).- SMOKER, P.- “International Relations Simulations”.- Peace Research Reviews; vol. 3, nº 6
(1970); pág. 1-84.
(56).- GUETZKOW, H.; CHERRYHOLMES, C.- Inter-Nation Simulation Kit: Instructor´s Manual.- Edit.
Science Research Associates Inc. Chicago, 1966.
GUETZKOW, H.- Inter-Nation Simulation Kit: Participant’s Manual.- Edit. Science Research Associates
Inc. Chicago, 1966.
BLOOMFIELD, L.P.; ‘PADELFORD, N.J.- “Three Experiments in Political Gaming”.- The American
Political Science Review; vol. LIII, nº 4 (diciembre 1959); págs. 1105-1115.
(57).- Para un estudio detallado de cada uno de estos casos de simulación, véase:
SMOKER,P.- op. cit.; págs. 26-34.
ALKER Jr., H.R.; BRUNNER, R.D.- “Simulating International Conflict: A Comparison of Three
Approaches”.- International Studies Quarterly; vol. 13, nº 1; págs. 70-110.
(58).- Esta distinción entre juegos y simulaciones trataba de enfatizar la idea de que era posible el desa-
rrollo de simulaciones diferentes a las que se elaboraban a partir de la teoría de juegos, en la que el
número de jugadores y el grado de comunicación entre ellos constituyen variables decisivas en la formu-
lación de sus distintos modelos (dos jugadores, n-jugadores, suma nula, suma no nula, etc.).
Desde este punto de vista, nuestra posición se aproxima más a la de Guetzkow ya que consideramos
que el concepto de simulación teórica incluye las simulaciones desarrolladas a partir de la teoría de
juegos aunque, desde luego, no se agota en ellas ni mucho menos.
BENNETT, P.G.- “Hypergames: developing a Model of Conflict”.- Futures, vol. 12, nº 6 (diciembre 1980).
(59).- En Marzo de 1995.se realizó una simulación humana entre alumnos de la Escuela Diplomática y del
Magister de Relaciones Internacionales y Comunicación de la Facultad de Ciencias de la Información de
la Universidad Complutense de Madrid, sobre el funcionamiento del Consejo de Seguridad de las Nacio-
nes Unidas. Dicha simulación se realizó bajo la dirección de Rafael Moreno Izquierdo y de James P.
Muldoon y tomó como referencia el conflicto fronterizo entre Ecuador y Perú durante ese mismo año. El
desarrollo de la simulación se tuvo una duración de día y medio y se basó en el manual de procedimiento
y la documentación aportadas por los directores de la misma.
(60).- COPLIN, W. (ed.).- Simulation in the Study of Politics.- Edit. Markham Publishing Comp. Chicago,
1968.
Ídem.- “Man-Computer Simulation as an Approach to the Study of Politics: Implications from a Comparison
of State Department and High School Runs of the World Politics Simulation”.- Proceedings, National
Gaming Council, Eighth Symposium. 1969.
Ídem.- “Approaches to the Social Sciences trough Man-Computer Simulations”.- Simulation and Games;
vol. I (1970).
SMOKER, P.- International Processes Simulation: A Man-Computer Model.- Edit. Northwestern
University. Evanston, 1968.
Ídem.- Analyses of Conflict Behaviours in an International Processes Simulation and an International
System 1955-60.- Edit. Northwestern University. Evanston, 1968.
72
Ídem.- IPS Program Pack.- Edit. Northwestern University. Evanston, 1968.
BREMER, S.A.- Simulated Worlds. A Computer Model of National Decision-Making.- Edit. Princenton
University Press. Princenton, 1977.
(61).- Diversos estudios empíricos realizados para determinar la validez del modelo INS a partir de la
correspondencia de las diversas variables empleadas o los resultados obtenidos con su empleo y
las situaciones de la realidad internacional demostraron su elevado nivel de validez.
SMOKER, P.- op. cit; págs. 30-34.
(62).- HUGHES, B.B.- International Futures. Choices in the Creation of a New World Order.- Edit.
Westview Press. Boulder, 1993.
(63).- Un algoritmo, siguiendo a Gear, puede ser definido como “un método para resolver un problema
usando operaciones a partir de un grupo determinado de operaciones básicas, que produce la solu-
ción en un número finito de tales operaciones.”
Citado por IGNIZIO, J.P.- Introduction to Expert Systems. The Development and Implementation of
Rule-Based Expert Systems..- Edit. McGraw-Hill. New York, 1991, pág. 27.
(64).- En 1962 se celebró una conferencia sobre informática teórica, organizada por John McCarthy,
y en la que intervinieron algunos de los creadores de la Inteligencia Artificial, como Allen Newell;
Herbert Simon; J.C. Show; Marivin Minsky y el propio organizador. En esta conferencia se presenta-
ron algunos de los primeros resultados significativos, entre los que cabe destacar el Information
Processing Language (IPL) desarrollado por Show y el lenguaje de procesamiento de listas (LISP)
elaborado por Minsky y McCarthy.
Citado por CASTILLO, E.; ALVAREZ, E.- Sistemas expertos. Aprendizaje e incertidumbre.- Edit. Pa-
raninfo. Madrid, 1989; págs. 23-24.
(65).- Las seis áreas principales de la Inteligencia Artificial, según Castillo y Alvarez son: la demos-
tración de teoremas; los juegos inteligentes; el procesamiento del lenguaje natural, la robótica, la
visión artificial y los sistemas expertos.
CASTILLO, E., ALVAREZ, E.- op. cit.; pág. 24.
(66).- HARMON, P.; KING, D.- Expert Systems. Artificial Intelligence in Bussiness.- Edit. John Wiley and
Sons Inc., 1985. Traducción de Gregorio F. Fernández.- Sistemas Expertos. Aplicaciones de la inteligen-
cia artificial en la actividad empresarial.- Edit. Ediciones Díaz Santos S.A.. Madrid, 1988; pág. 5.
(68).- Citado por DUSSAUCHOY, A. ; CHATAIN, J.N.- Systèmes Experts. Méthodes et outils.- Edit.
Eyrolles. París, sin fecha de edic. Traducción al castellano de Tomás Hurtado Merelo.- Sistemas
Expertos. Métodos y herramientas.- Edit. Paraninfo. Madrid, 1988; pág. 31.
P (Aj / Ej ) x P (Ej)
P ( Ej / Aj ) = ——————————————————————————-
? [ P ( Aj / Ej ) x P (Ej ) ]
En donde P (Ej) es la probabilidad “a priori” de un suceso Ej; P ( Ej / Aj ) es la probabilidad “a posteriori”
de un suceso Ej tras conocer cierto dato o hecho Aj sobre el mismo; P ( Aj / Ej ) es la “verosimilitud”,
73
es decir la probabilidad de que un suceso Ej elegido al azar posea el hecho o dato Aj; ? [ P ( Aj / Ej )
x P (Ej ) ] es la suma de las probabilidades de todos los sucesos Ej multiplicada por las probabilida-
des de todos los sucesos Ej que contienen el hecho o dato Aj.
(73).- Una versión simplificada de esta ecuación, aplicada a la disuasión nuclear la he formulado en:
CALDUCH, R.- Relaciones...op. cit.; pág. 383.
(75).- GONZALEZ, A.; DANKEL, D.D.- The Engineering of Knowledge-based Systems. Theory and
Practice.- Edit. Prentice Hall. Englewood Cliffs, 1993; págs. 96-97.
(76).- Un amplio tratamiento de los diversos tipos de sistemas expertos que existen, atendiendo a
todas estas características puede encontrarse en:
HARMON, P.; KING, D.- op. cit.; págs. 123 y ss.
DURKIN, J.- Expert Systems. Design and Development.- Edit. Prentice Hall. Englewood Cliff, 1994;
págs. 701 y ss.
BENFER, R.A.; BRENT Jr., E.E.; FURBEE, L.- “Expert Systems”.- Sage University Papers, nº 77
(1991); págs. 79-85.
El Príncipe
(Nicolás Maquiavelo)
74
derlos. Del primer caso ya se ha hablado, y se agregará más adelante lo que sea
oportuno. Del segundo caso no se puede decir nada, salvo aconsejar a los príncipes
que fortifiquen y abastezcan la ciudad en que residan y que se despreocupen de la
campaña. Quien tenga bien fortificada su ciudad, y con respecto a sus súbditos se
haya conducido de acuerdo con lo ya expuesto y con lo que expondré más adelante,
difícilmente será asaltado; porque los hombres son enemigos de las empresas dema-
siado arriesgadas, y no puede reputarse por fácil el asalto a alguien que tiene su ciudad
bien fortificada y no es odiado por el pueblo.
Las ciudades de Alemania son libérrimas; tienen poca campaña, y obedecen al em-
perador cuando les place, pues no le temen, así como no temen a ninguno de los
poderosos que las rodean. La razón es simple: están tan bien fortificadas que no pue-
den menos de pensarse que el asedio sería arduo y prolongado. Tienen muros y fosos
adecuados, tanta artillería como necesitan, y guardan en sus almacenes lo necesario
para beber, comer y encender fuego durante un año; aparte de lo cual, y para poder
mantener a los obreros sin que ello sea una carga para el erario público, disponen
siempre de trabajo para un año en esas obras que son el nervio y la vida en la ciudad.
Por último, tienen en alta estima los ejercicios militares, que reglamentan con infinidad
de ordenanzas.
Un príncipe, pues, que gobierne una plaza fuerte, y a quien el pueblo no odie, no
puede ser atacado; pero, si lo fuese, el atacante se vería obligado a retirarse sin gloria,
porque son tan variables las cosas de este mundo que es imposible que alguien perma-
nezca con sus ejércitos un año sitiando ociosamente una ciudad. Y al que me pregunte
si el pueblo tendrá paciencia, y el largo asedio y su propio interés no le harán olvidar al
príncipe, contesto que un príncipe poderoso y valiente superará siempre estas dificul-
tades, ya dando esperanza a sus súbditos de que el mal no durará mucho, ya infundién-
doles terror con la amenaza de las vejaciones del enemigo, o ya asegurándose diestra-
mente de los que le parezcan demasiado osados. Añadiremos a esto que es muy
probable que el enemigo devaste y saquee la comarca a su llegada, que es cuando los
ánimos están más caldeados y más dispuestos a la defensa; momento propicio para
imponerse, porque, pasados algunos días, cuando los ánimos se hayan enfriado, los
daños estarán hechos, las desgracias se habrán sufrido y no quedará ya remedio
alguno. Los súbditos se unen por ello más estrechamente a su príncipe, como si el
haber sido incendiadas sus casas y devastadas sus posesiones en defensa del señor
obligara a éste a protegerlos. Está en la naturaleza de los hombres el quedar reconoci-
dos lo mismo por los beneficios que hacen que por los que reciben. De donde, si se
considera bien todo, no será difícil a un príncipe sabio mantener firme el ánimo de sus
ciudadanos durante el asedio, siempre y cuando no carezcan de víveres ni de medios
de defensa.
75
único que compete a quien manda.Y su virtud es tanta que no sólo conserva en su puesto
a los que han nacido príncipes, sino que muchas veces eleva a esta dignidad a hombres de
condición modesta; mientras que, por el contrario, ha hecho perder el Estado a príncipes
que han pensado más en las diversiones que en las armas. Pues la razón principal de la
pérdida de un Estado está en el olvido de este arte, en tanto que la condición primera para
adquirirlo es la de ser experto en él.
Francisco Sforza, por medio de las armas, llegó a ser duque de Milán de simple ciudada-
no que era; y sus hijos, por escapar a las incomodidades de las armas, de duques pasaron
a ser simples ciudadanos. Aparte de otros males que trae, el estar desarmado hace despre-
ciable, vergüenza que debe evitarse por lo que luego explicaré. Porque entre uno armado y
otro desarmado no hay comparación posible, y no es razonable que quien esté armado
obedezca de buen grado a quien no lo está, y que el príncipe desarmado se sienta seguro
entre servidores armados; porque, desdeñoso uno y desconfiado el otro, no es posible que
marchen de acuerdo. Por todo ello, un príncipe que, aparte de otras desgracias, no entienda
de cosas militares, no puede ser estimado por sus soldados ni puede confiar en ellos.
En consecuencia, un príncipe jamás debe dejar de ocuparse del arte militar, y durante los
tiempos de paz debe ejercitarse más que en los de guerra; lo cual puede hacer de dos
modos: con la acción y con el estudio. En lo que atañe a la acción, debe, además de
ejercitar y tener bien organizadas sus tropas, dedicarse constantemente a la caza con el
doble objeto de acostumbrar el cuerpo a las fatigas y de conocer la naturaleza de los
terrenos, la altitud de las montañas, la entrada de los valles, la situación de las llanuras, el
curso de los ríos y la extensión de los pantanos. En esto último pondrá muchísima seriedad,
pues tal estudio presta dos utilidades: primero, se aprende a conocer la región donde se
vive y a defenderla mejor; después, en virtud del conocimiento práctico de una comarca, se
hace más fácil el conocimiento de otra donde sea necesario actuar, porque las colinas, los
valles, las llanuras, los ríos y los pantanos que hay, por ejemplo, en Toscana, tienen cierta
similitud con los de las otras provincias, de manera que el conocimiento de los terrenos
sirve para el de las otras. El príncipe que carezca de esta pericia carece de la primera
cualidad que distingue a un capitán, pues tal condición es la que enseña a dar con el
enemigo, a tomar los alojamientos, a conducir los ejércitos, a preparar un plan de batalla y a
atacar con ventaja.
Filopémenes, príncipe de los aqueos, tenía, entre otros méritos que los historiadores le
concedieron, el de que en los tiempos de paz no pensaba sino en las cosas que incumben a
la guerra; y cuando iba de paseo por la campaña a menudo se detenía y discurría así con
los amigos: «Si el enemigo estuviese en aquella colina y nosotros nos encontrásemos aquí
con nuestro ejército, ¿de quién seria la ventaja? ¿Cómo podríamos ir a su encuentro,
conservando el orden? Si quisiéramos retirarnos, ¿cómo deberíamos proceder? ¿Y cómo
los perseguiríamos, si los que se retirasen fueran ellos?» Y les proponía, mientras cami-
naba, todos los casos que pueden presentársele a un ejército: escuchaba sus opinio-
nes, emitía la suya y la justificaba. Y gracias a este continuo razonar, nunca mientras
guió sus ejércitos, pudo surgir alguno para el que no tuviese remedio previsto.
76
porqué de sus victorias y derrotas para evitar éstas y tratar de lograr aquéllas; y sobre
todo hacer lo que han hecho en el pasado algunos hombres egregios que, tomando a
los otros por modelos, tenían siempre presentes sus hechos más celebrados. Como se
dice que Alejandro Magno hacia con Aquiles, César con Alejandro, Escipión con Ciro.
Quien lea la vida de Ciro, escrita por Jenofonte, reconocerá en la vida de Escipión la
gloria que le reportó el imitarlo, y cómo, en lo que se refiere a castidad, afabilidad,
clemencia y liberalidad, Escipión se ciñó por completo a lo que Jenofonte escribiera de
Ciro. Esta es la conducta que debe observar un príncipe prudente: no permanecer
inactivo nunca en los tiempos de paz, sino, por el contrario, hacer acopio de enseñan-
zas para valerse de ellas en la adversidad, a fin de que, si la fortuna cambia, lo halle
preparado para resistirle.
77
Pues éste defiende esta sentencia, que por derecho natural y de gentes aquellos
pactos que no tienen promesa no inducen obligación alguna; pero que se cumplen
honestamente, si es tal la cosa, que habría sido honesto y congruente a alguna virtud
hacerlo fuera de la promesa.
Echa también mano del testimonio de Tulio, quien dijo, que no se han de guardar
aquellas promesas que sean inútiles para aquellos para quienes hubieses prometido, y
tampoco si te dañan más a ti que aprovechan a aquel para quien hubieres prometido.
Y los pactos que tienen fuerza de obligar según las leyes, como los pactos estipula-
dos y algunos otros, la tienen por beneficio de las leyes, que tienen tal eficacia, que lo
que por sí es honesto pueden hacerlo también necesario.
3. Pero esta sentencia, así en general, como es aceptada por él, no puede subsistir.
Pues lo primero que se sigue de allí, que entre los reyes y tos pueblos diversos no
tienen fuerza alguna los pactos mientras nada se ha dado en virtud de ellos, principal-
mente en aquellos lugares donde no se halló forma alguna de alianzas o de promesas.
Pues entonces ninguna razón puede hallarse por qué las leyes, que son cuasi el pacto
común del pueblo, y con este nombre son llamadas por Aristóteles y Demóstenes,
pueden añadir obligación a los pactos; y la voluntad de cualquiera, obrando del mismo
para obligarse, no pueda hacer lo mismo, principalmente cuando la ley civil no pone
impedimento. Añade que, significada suficientemente la voluntad, puede traspasarse el
dominio de la cosa, como antes dijimos; ¿por qué, pues, no puede traspasarse también
el derecho sobre la persona o para traspasar el dominio (el cual es menor derecho que
el dominio) o para hacer algo, comoquiera que sobre nuestras acciones tenemos igual
derecho que sobre nuestras cosas?
4. Añádase a esto el consentimiento de los sabios; pues, corno dicen los jurisconsul-
tos, nada es tan natural que tenerse por válida la voluntad del dueño que quiere transfe-
rir a otro su cosa; del mismo modo se dice que nada es tan conveniente a la fe humana
que guardar aquellas cosas que les agradaron a los hombres entre sí.
78
Así, el edicto sobre el dinero ofrecido a día cierto, donde no había precedido en el
oferente causa alguna de deuda aparte del consentimiento, dícese que favorece a la
equidad natural.
También Paulo, el jurisconsulto, dice que aquél debe por naturaleza a quien por
derecho de gentes conviene dar, la palabra del cual hemos seguido; en el cual lugar,
primeramente, la voz conviene significa cierta necesidad moral; y no se ha de admitir
lo que dice Conano, que se considera cumplimos nosotros la palabra cuando comenza-
mos a cumplir algo de lo prometido; pues trataba en aquel lugar Paulo del retorno de lo
indebido, el cual cesa si se pagó algo por cualquier pacto, porque ya antes, sin haber
pagado dinero alguno, era necesario que se diese por derecho de naturaleza y de
gentes, aun cuando la ley civil no prestaba su auxilio para quitar ocasiones de pleitos.
5. Pero Marco Tulio, en los deberes, concedió tanta fuerza a las promesas, que llama
a la fidelidad fundamento de la justicia, a la cual llamó también Horacio hermana de la
justicia, y los Platónicos, muchas veces justicia; y Simónides definía la justicia no sólo
devolver lo recibido, sino también decir verdad.
6. Más para que se entienda bien la cosa, hanse de distinguir diligentemente tres
grados de hablar de las cosas futuras que son de nuestra potestad o se estima que lo
fueron.
***
II. El primer grado es la aserción de que en lo futuro será tu ánimo el que ahora es; y
para ella, para que carezca de vicio, requiérese verdad del pensamiento en el tiempo
presente, pero no que se persevere en el mismo pensamiento. Pues tiene el ánimo
humano no sólo la potencia natural de mudar de consejo, sino también el derecho. Y si
en la mudanza del parecer hay algún vicio o le sobreviene, ello no es intrínseco a la
mudanza, sino que depende de la materia, a saber, porque el primer parecer era mejor.
***
Pues en muchos casos acontece que hay obligación en nosotros y ningún derecho
en otro, como se ve en la deuda de la misericordia y de la gracia, a las cuales es
parecida esta deuda de la constancia o fidelidad. Y así, por tal promesa no podrá
retenerse la cosa del promitente ni podrá ser forzado por derecho natural a cumplir su
palabra aquel que prometió.
IV. 1. EI tercer grado es cuando a tal determinación añádese señal de querer que
confiera a otro derecho propio; la cual es perfecta promesa, que tiene efecto parecido al
de la enajenación del dominio. Pues, o es camino para la enajenación de la cosa, o
79
enajenación de alguna pequeña parte de nuestra libertad. A lo primero pertenecen las
promesas de dar; a lo segundo las promesas de hacer.
De lo que hemos dicho dannos insigne argumento los divinos oráculos, los cuales
nos enseñan que el mismo Dios, que no puede ser obligado por ley alguna constituída,
obraría contra su naturaleza si no cumpliese las promesas. (Neh. IX, 8; Hebr. VI, 18 y
X, 23; I Cor. I, 9, X, 13; I Tesal. V, 24; 2 Tesal. III, 3; 2 Tim. II, 13.)
Añádase el juicio de Salomón: Hijo mío; si algo prometiste a otro, sujetaste a extraño
íus manos, te ataste con las palabras de tu boca. Por eso entre los hebreos llámase a
la promesa vínculo, y se equipara al voto. (Nun. XXw, 4, 5, 6.) Parecido origen de la voz
nota Eustaquio al libro segundo de la Iliada: En cierto modo vence al prometedor aquel
a quien se hace la promesa. El cual sentido no expresó mal Ovidio en el segundo de las
Metamorfosis, donde el promisor dice a aquel al cual había prometido: Mi voz ha sido
hecha tuya.
Ni negamos que haya en los demás pueblos parecidas leyes. ¿Qué ley nos obliga a
dar aquello que prometemos a alguno?, dice Séneca hablando de la ley humana y de la
promesa hecha no solemnemente.
V. 1. En primer lugar se necesita el uso de razón; por eso es nula la promesa del
furioso, del loco y del niño. Otra cosa ha de pensarse de los menores, porque si bien se
cree que éstos no tienen un juicio bastante sólido, como asimismo las mujeres, sin
embargo, no es esto general, ni es suficiente de suyo para quitar la validez al acto.
80
2. Mas cuándo comienza el niño a entender o tener uso de razón no es posible
determinarlo con seguridad, sino que ha de determinarse por las acciones ordinarias, o
también por lo que acontece comúnmente en cada región. Así, entre los hebreos valía
la promesa que había hecho el joven que hubiese cumplido los trece años y la joven de
doce. En otras partes las leyes civiles, movidas por justos motivos, declararon inváli-
das ciertas promesas de los pupilos y de los menores, no sólo entre los romanos, sino
también entre los griegos, como notó Dión Crisóstomo en el discurso LXXV; contra
algunas establecen el derecho de la restitución; pero estos efectos son propios de la
ley civil y, por tanto, nada tienen de común con el derecho natural y de gentes, sino que
en los lugares donde existen es también natural que se observen. Por lo cual, aunque
un extranjero (peregrino) pacte con un ciudadano, estará obligado a esas leyes; porque
quien contrata en algún lugar sométese, como súbdito temporal, a las leyes de aquel lugar.
3. Otra cosa sería si el pacto se hiciera en el mar, o en una isla inhabitada, o por
escrito entre ausentes. Porque esos pactos sólo se regulan por el derecho natural,
como asimismo los pactos de los que tienen el poder supremo, en cuanto son tales;
pues en las cosas que hacen privadamente tienen aplicación las leyes, aun las que
anulan el acto, cuando se hacen en favor de los mismos, no en castigo.
***
VI. Sobre el pacto del que se equivoca, la cuestión es muy dudosa. Pues suele
distinguirse entre error sobre la substancia de la cosa y el que no versa sobre ella: si el
engaño dió motivo al contrato o no; si fué o no el cómplice del engaño aquel con quien
trató; si es acto de estricto derecho o de buena fe. Pues según la variedad de estas
cosas, declaran los escritores unos actos nulos, otros ciertamente válidos, pero de
suerte que pueden rescindirse o modificarse a voluntad del que ha sido perjudicado.
Pero muchas de estas distinciones provienen del Derecho romano, ya civil antiguo, ya
pretoriano, y hay algunas no suficientemente verdaderas y limadas. Mas nos abre el
camino para encontrar la verdad natural lo que es recibido por consentimiento de casi
todos acerca del valor y eficacia de las leyes, que si la ley se funda en alguna presun-
ción de hecho, que existiendo en realidad consta no haber sucedido así, entonces no
obliga aquella ley, porque en faltando la verdad del hecho falta todo el fundamento de la
ley. Mas cuándo la ley está fundada en esa presunción ha de colegirse por la materia de
ella, por las palabras y las circunstancias. Del mismo modo diremos, pues: si la prome-
sa está fundada en cierta presunción de un hecho que no sea tal, naturalmente que no
tiene ningún valor, porque el prometiente no consintió en absoluto en la promesa, sino
bajo cierta condición, que en realidad no existió; a lo cual se refiere aquella cuestión de
Cicerón en el libro primero del Orador, sobre el que creyendo falsamente muerto a su
hijo nombró otro heredero.
81
cuanto sufrió de daño el prometiente con ese error, por aquel otro motivo de obligación. Si la
promesa se apoya sólo en parte de un error, valdrá en lo demás.
VII. Sobre el que lo hace por miedo no es menos complicada la cuestión, pues
asimismo debe distinguirse en este caso entre el miedo grave en absoluto, teniendo en
cuenta la persona que teme, o leve, inferido justa o injustamente por aquél a quien se
promete o por otro; asimismo entre actos generosos y onerosos; y, según estas dife-
rencias, unos actos se llaman inválidos, otros revocables, a voluntad del prometiente;
otros que han de devolverse a su estado primitivo; no sin grande variedad de opiniones
acerca de cada una de estas cosas.
2.Yo me uno completamente al parecer u opinión de aquellos que piensan que, aparte de
la ley civil, que puede quitar o disminuír la obligación, está obligado el que prometió algo por
miedo; porque en ese caso hubo consentimiento, y no condicional, como decíamos poco ha
en el que se equivoca, sino absoluto; porque, según escribió Aristóteles, el que por el temor
al naufragio arroja sus mercancías querría conservar sus bienes con la condición de que no
amenazase el naufragio; pero en absoluto quiere perderlos, conviene a saber, considerada
la circunstancia del tiempo y del lugar. Pero considero muy verdad aquello, que si aquel a
quien se hace la promesa impusiese el miedo, no justo, sino injusto, aunque leve, y se sigue
de él la promesa, está obligado a librar al prometiente, si éste quiere; no porque la promesa
haya sido ineficaz, sino por el daño causado por la injuria; lo cual qué excepción tenga por el
derecho de gentes lo trataremos después en su lugar.
3. Pero el que algunos actos se invalidan o se rescinden a causa del miedo inferido por
otro, con el cual se ha contratado, es por la ley civil, que con frecuencia hace nulos o
revocables aun los actos hechos libremente por la debilidad del juicio.Y lo que dijimos arriba
acerca del valor y la eficacia de las leyes civiles, lo mismo queremos que se dé por repetido
en este caso. Pero qué fuerza tenga el juramento para confirmar las promesas lo veremos
después.
Leviathan
(Thomas Hobbes)
82
Y en lo que toca a las facultades mentales, (dejando aparte las artes fundadas sobre
palabras, y especialmente aquella capacidad de procedimiento por normas generales e
infalibles llamado ciencia, que muy pocos tienen, y para muy pocas cosas, no siendo
una facultad natural, nacida con nosotros, ni adquirida (como la prudencia) cuando
buscamos alguna otra cosa, encuentro mayor igualdad aún entre los hombres, que en
el caso de la fuerza. Pues la prudencia no es sino experiencia, que a igual tiempo se
acuerda igualmente a todos los hombres en aquellas cosas a que se aplican igualmen-
te. Lo que quizá haga de una tal igualdad algo increíble no es más que una vanidosa fe
en la propia sabiduría, que casi todo hombre cree poseer en mayor grado que el vulgo;
esto es, que todo otro hombre salvo él mismo, y unos pocos otros, a quienes, por
causa de la fama, o por estar de acuerdo con ellos, aprueba. Pues la naturaleza de los
hombres es tal que, aunque puedan reconocer que muchos otros son más vivos, o más
elocuentes, o más instruidos, difícilmente creerán, sin embargo, que haya muchos más
sabios que ellos mismos: pues ven su propia inteligencia a mano, y la de otros hombres
a distancia. Pero esto prueba que los hombres son en ese punto iguales más bien que
desiguales. Pues generalmente no hay mejor signo de la igual distribución de alguna
cosa que el que cada hombre se contente con lo que le ha tocado.
No hay para el hombre más forma razonable de guardarse de esta inseguridad mutua
que la anticipación; esto es, dominar, por fuerza o astucia, a tantos hombres como
pueda hasta el punto de no ver otro poder lo bastante grande como para ponerle en
peligro. Y no es esto más que lo que su propia conservación requiere, y lo generalmen-
te admitido. También porque habiendo algunos, que complaciéndose en contemplar su
propio poder en los actos de conquista, los llevan más lejos de lo que su seguridad
requeriría, si otros, que de otra manera se contentarían con permanecer tranquilos
dentro de límites modestos, no incrementasen su poder por medio de la invasión, no
serían capaces de subsistir largo tiempo permaneciendo sólo a la defensiva. Y, en
consecuencia, siendo tal aumento del dominio sobre hombres necesario para la con-
servación de un hombre, debiera serle permitido.
Por lo demás, los hombres no derivan placer alguno (sino antes bien, considerable
pesar) de estar juntos allí donde no hay poder capaz de imponer respeto a todos ellos.
Pues cada hombre se cuida de que su compañero le valore a la altura que se coloca él
mismo. Y ante toda señal de desprecio o subvaloración es natural que se esfuerce
hasta donde se atreva (que, entre aquellos que no tienen un poder común que los
83
mantenga tranquilos, es lo suficiente para hacerles destruirse mutuamente), en obte-
ner de sus rivales, por daño, una más alta valoración; y de los otros, por el ejemplo.
Así pues, encontramos tres causas principales de riña en la naturaleza del hombre.
Primero, competición; segundo, inseguridad; tercero, gloria.
El primero hace que los hombres invadan por ganancia; el segundo, por seguridad; y
el tercero, por reputación. Los primeros usan de la violencia para hacerse dueños de
las personas, esposas, hijos y ganado de otros hombres; los segundos para defender-
los; los terceros, por pequeñeces, como una palabra, una sonrisa, una opinión distinta,
y cualquier otro signo de subvaloración, ya sea directamente de su persona, o por
reflejo en su prole, sus amigos, su nación, su profesión o su nombre.
Es por ello manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder
común que les obligue a todos al respeto, están en aquella condición que se llama
guerra; y una guerra como de todo hombre contra todo hombre. Pues la GUERRA no
consiste sólo en batallas, o en el acto de luchar; sino en un espacio de tiempo donde la
voluntad de disputar en batalla es suficientemente conocida. Y, por tanto, la noción de
tiempo debe considerarse en la naturaleza de la guerra; como está en la naturaleza del
tiempo atmosférico. Pues así como la naturaleza del mal tiempo no está en un chapa-
rrón o dos, sino en una inclinación hacia la lluvia de muchos días en conjunto, así la
naturaleza de la guerra no consiste en el hecho de la lucha, sino en la disposición
conocida hacia ella, durante todo el tiempo en que no hay seguridad de lo contrario.
Todo otro tiempo es PAZ.
Puede resultar extraño para un hombre que no haya sopesado bien estas cosas que
la naturaleza disocie de tal manera a los hombres y les haga capaces de invadirse y
destruirse mutuamente. Y es posible que, en consecuencia, desee, no confiando en
esta inducción derivada de las pasiones, confirmar la misma por experiencia. Medite
entonces él, que se arma y trata de ir bien acompañado cuando viaja, que atranca sus
puertas cuando se va a dormir, que echa el cerrojo a sus arcones incluso en su casa, y
esto sabiendo que hay leyes y empleados públicos armados para vengar todo daño que
se le haya hecho, qué opinión tiene de su prójimo cuando cabalga armado, de sus
conciudadanos cuando atranca sus puertas, y de sus hijos y servidores cuando echa
el cerrojo a sus arcones. ¿No acusa así a la humanidad con sus acciones como lo hago
yo con mis palabras? Pero ninguno de nosotros acusa por ello a la naturaleza del
84
hombre. Los deseos, y otras pasiones del hombre, no son en sí mismos pecado. No lo
son tampoco las acciones que proceden de esas pasiones, hasta que conocen una ley
que las prohíbe. Lo que no pueden saber hasta que haya leyes . Ni puede hacerse ley
alguna hasta que hayan acordado la persona que lo hará.
Puede quizás pensarse que jamás hubo tal tiempo ni tal situación de guerra; y yo
creo que nunca fue generalmente así, en todo el mundo. Pero hay muchos lugares
donde viven así hoy. Pues las gentes salvajes de muchos lugares de América, con la
excepción del gobierno de pequeñas familias, cuya concordia depende de la natural
lujuria, no tienen gobierno alguno; y viven hoy en día de la brutal manera que antes he
dicho. De todas formas, qué forma de vida habría allí donde no hubiera un poder común
al que temer puede ser percibido por la forma de vida en la que suelen degenerar, en
una guerra civil, hombres que anteriormente han vivido bajo un gobierno pacífico.
Pero aunque nunca hubiera habido un tiempo en el que hombres particulares estu-
vieran en estado de guerra de unos contra otros, sin embargo, en todo tiempo, los
reyes y personas de autoridad soberana están, a causa de su independencia, en conti-
nuo celo, y en el estado y postura de gladiadores; con las armas apuntando, y los ojos
fijos en los demás; esto es, sus fuertes, guarniciones y cañones sobre las fronteras de
sus reinos e ininterrumpidos espías sobre sus vecinos; lo que es una postura de gue-
rra. Pero, pues, sostienen así la industria de sus súbditos, no se sigue de ello aquella
miseria que acompaña a la libertad de los hombres particulares.
De esta guerra de todo hombre contra todo hombre, es también consecuencia que
nada puede ser injusto. Las nociones de bien y mal, justicia e injusticia, no tienen allí
lugar. Donde no hay poder común, no hay ley. Donde no hay ley, no hay injusticia. La
fuerza y el fraude son en la guerra las dos virtudes cardinales. La justicia y la injusticia
no son facultad alguna ni del cuerpo ni de la mente. Si lo fueran, podrían estar en un
hombre que estuviera solo en el mundo, como sus sentidos y pasiones. Son cualidades
relativas a hombres en sociedad, no en soledad. Es consecuente también con la misma
condición que no haya propiedad, ni dominio, ni distinción entre mío y tuyo; sino sólo
aquello que todo hombre pueda tomar; y por tanto tiempo como pueda conservarlo. Y
hasta aquí lo que se refiere a la penosa condición en la que el hombre se encuentra de
hecho por pura naturaleza; aunque con una posibilidad de salir de ella, consistente en
parte en las pasiones, en parte en su razón.
Las pasiones que inclinan a los hombres hacia la paz son el temor a la muerte; el
deseo de aquellas cosas que son necesarias para una vida confortable; y la esperanza
de obtenerlas por su industria. Y la razón sugiere adecuados artículos de paz sobre los
cuales puede llevarse a los hombres al acuerdo. Estos artículos son aquellos que en
otro sentido se llaman leyes de la naturaleza, de las que hablaré más en concreto en
los dos siguientes capítulos.
El derecho natural, que los escritores llaman comúnmente jus naturale, es la libertad que
cada hombre tiene de usar su propio poder, como él quiera, para la preservación de su
85
propia naturaleza, es decir, de su propia vida y, por consiguiente, de hacer toda cosa que en
su propio juicio, y razón, conciba como el medio más apto para aquello.
Una Ley de Naturaleza (lex naturalis) es un precepto o regla general encontrada por
la razón, por la cual se le prohíbe al hombre hacer aquello que sea destructivo para su
vida, o que le arrebate los medios de preservar la misma, y omitir aquello con lo que
cree puede mejor preservarla, pues aunque los que hablan de este tema confunden a
menudo jus y lex, derecho y ley, éstos debieran, sin embargo, distinguirse, porque el
derecho consiste en la libertad de hacer o no hacer, mientras que la ley determina y ata
a uno de los dos, con lo que la ley y el derecho difieren tanto como la obligación y la
libertad, que en una y la misma materia son incompatibles.
De esta ley fundamental de naturaleza, por la que se ordena a los hombres que se
esfuercen por la Paz, se deriva esta segunda ley: que un hombre esté dispuesto, cuan-
do otros también lo están tanto como él, a renunciar a su derecho a toda cosa en pro de
la Paz y defensa propia que considere necesaria, y se contente con tanta libertad
contra otros hombres como consentiría a otros hombres contra él mismo. Pues, en
tanto todo hombre mantenga su derecho a hacer toda cosa que quiera, todos los hom-
bres estarán en condición de guerra. Pero si otros hombres no renunciaran a su dere-
cho como él, no hay entonces razón para que nadie se despoje del suyo, pues esto
sería exponerse a ser una presa (a lo que no está obligado hombre alguno) antes que
disponerse a la PAZ. Esto es aquella ley del Evangelio: todo aquello que requerís otros
os hagan, hacédselo a ellos, y aquella ley de todo hombre, quod tibi fieri non vis, alteri
ne faceris.
86
previamente, porque no hay nada a lo cual no tuviera todo hombre derecho por natura-
leza, sino que simplemente se aparta de su camino, para que pueda gozar de su propio
derecho original, sin obstáculo por parte de aquél, no sin obstáculo por parte de un
otro, por lo que el efecto para un hombre de la falta de derecho de otro hombre no es
sino la equivalente disminución de impedimentos para el uso de su propio derecho
original.
Cada vez que un hombre transfiere su derecho, o renuncia a él, es o por considera-
ción de algún derecho que le es recíprocamente transferido, o por algún otro bien que
espera obtener de ello, porque es un acto voluntario, y el objeto de los actos voluntarios
de todo hombre es algún bien para sí mismo. Y hay, por tanto, algunos derechos que no
puede pensarse que un hombre abandone o transfiera por palabra alguna o cualquier
otro signo. Un hombre no puede, en primer lugar, renunciar al derecho de resistirse a
aquellos que le asaltan por fuerza, para arrebatarle la vida, porque no puede compren-
derse que por ello apunte a bien alguno para sí mismo. Lo mismo puede decirse de las
heridas, y cadenas, y prisión, tanto porque no hay beneficio que se siga de tal pacien-
cia, como la hay para la paciencia de soportar que otro sea herido, o puesto en prisión,
como porque un hombre no puede determinar, cuando ve que otros hombres proceden
contra él por medio de violencia, si intentan matarle o no. Finalmente, el motivo y fin por
el que esta renuncia y transferencia de derecho se introduce no es otra cosa que la
seguridad de la persona de un hombre, en su vida y en los medios de preservarla para
no cansarse de ella. Por tanto, si un hombre, por medio de palabras u otros signos,
pareciera privarse a sí mismo del fin para el que dichos signos se destinaban, no debe
entenderse que fuera éste su propósito o su voluntad, sino que ignoraba cómo habrían
de interpretarse dichas palabras y acciones.
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La transferencia mutua de un derecho es lo que los hombres llaman Contrato.
También puede uno de los contratantes entregar por su parte la cosa contratada, y
dejar que el otro cumpla con la suya en algún tiempo posterior determinado, confiando
mientras tanto en él, y entonces el contrato por su parte se llama Pacto o Convenio, o
ambas partes pueden contratar ahora para cumplir más adelante, y en tales casos el
cumplimiento de aquél que, gozando de confianza, tiene que cumplir en el futuro, se
llama cumplimiento de promesa, o de fe, y la falta de cumplimiento (si es voluntaria)
violación de la fe.
Los signos de un contrato son expresos o inferidos. Son expresas las palabras
habladas con comprensión de lo que significan, y dichas palabras se refieren ya sea al
tiempo presente o al pasado, como doy, concedo, he dado, he concedido, quiero que
esto sea tuyo, o al futuro, como daré, concederé, las cuales palabras de futuro son
llamadas Promesa.
Los signos por inferencia son a veces consecuencia de palabras, a veces conse-
cuencia de silencio, a veces consecuencia de acciones, a veces consecuencias de
omitir una acción. Y en general, es signo inferido de todo contrato todo aquello que
demuestre suficientemente la voluntad del contratante. Las meras palabras, si se refie-
ren a un tiempo por venir y contienen una simple promesa, son signo insuficiente de
donación y, por tanto, no obligatorias, porque si son del tiempo por venir, como mañana
daré, son señal de que todavía no he dado, y, por consiguiente, de que mi derecho no
ha sido transferido, sino que permanece hasta que lo transfiera por algún otro acto.
Pero si las palabras se refieren al tiempo presente, o pasado, como he dado, o doy para
que sea entregado mañana, entonces mi derecho de mañana ha sido entregado hoy, y
ello por virtud de las palabras, aunque no hubiera otra manifestación de mi voluntad. Y
hay una gran diferencia en la significación de estas palabras, volo hoc tuux esse cras,
y cras dabo, esto es, entre quiero que esto sea tuyo mañana y lo daré mañana, pues la
palabra quiero, en la primera forma de hablar, significa un acto de voluntad presente,
pero en la última significa una promesa de un acto de voluntad por venir, y, por tanto,
las primeras palabras, refiriéndose al presente, transfieren un derecho futuro, y las
últimas, refiriéndose al futuro, no transfieren nada. Pero si hubiera otros signos de
voluntad de transferir un derecho aparte de las palabras, entonces, aunque el regalo
sea gratuito, puede entenderse que el derecho se establece por palabras referentes al
88
futuro, como el regalo es gratuito si un hombre ofrece un premio a aquel que llegue
primero al final de una carrera, y aunque las palabras se refieran al futuro, se estable-
ce, sin embargo, el derecho, pues si no quisiera que sus palabras fuesen así entendi-
das, no debiera haberlas dejado correr.
En los contratos se establece el derecho no sólo allí donde las palabras se refieren
al tiempo presente o pasado, sino también cuando se refieren al futuro, porque todo
contrato es una mutua traslación o un cambio de derecho y, por tanto, debe entenderse
que aquel que sólo promete porque ya ha recibido el beneficio a causa del cual promete
tiene la intención de que el derecho se establezca, pues si no se hubiera contentado
con que sus palabras fuesen así entendidas, el otro no hubiera cumplido con su parte
previamente. Y por esa razón, en la compra, y en la venta, y en otros actos contractua-
les, una promesa equivale a un convenio y es, por tanto, obligatoria.
Si se hace un pacto en el que ninguna de las partes cumple de momento, sino que
confía en la otra en la condición de mera naturaleza (que es condición de guerra de
todo hombre contra todo hombre), es, ante la menor sospecha razonable, nulo. Pero
habiendo un poder común a ambos superpuesto, con el suficiente derecho y fuerza
para obligar al cumplimiento, no es nulo, pues aquel que cumpla en primer lugar no
tiene seguridad alguna de que el otro cumpla después, porque los lazos de la palabra
son demasiado débiles para frenar la ambición, avaricia, ira y otras pasiones del hom-
89
bre, cuando falta el temor a algún poder coercitivo, que no hay posibilidad alguna de
suponer en la condición de mera naturaleza, donde todos los hombres son iguales y
jueces de la justicia de sus propios temores. Y, por tanto, aquel que cumple el primero
no hace sino entregarse a su enemigo, contrariando el derecho (que no puede nunca
abandonar) a defender su vida y medios de vida.
Pero en un estado civil, donde hay un poder establecido para obligar a aquellos que
de otra forma violarían su palabra, aquel temor no es ya razonable, y por esa causa,
aquel que debe a tenor del pacto cumplir primero, está obligado a hacerlo.
La causa del temor que hace dichos pactos inválidos debe ser siempre algo que
surja una vez hecho el pacto, como algún nuevo hecho, u otro signo de la voluntad de
no cumplir. En caso contrario no puede invalidar el pacto, pues aquello que no pudo impedir
a un hombre prometer no debiera ser admitido como impedimento para el cumplimiento.
Es imposible hacer un pacto con Dios, salvo por mediación de aquellos a los que
Dios habla, ya sea por revelación sobrenatural o por los lugartenientes que bajo Él y en
Su nombre gobiernan, pues de otra forma no sabemos si nuestros pactos son acepta-
dos o no. Por tanto, aquellos que hacen cualquier voto contrario a cualquier ley de
naturaleza, hacen ese voto en vano, siendo cosa injusta el cumplir dicho voto. Y si fuera
algo ordenado por la ley de la naturaleza, no es el voto sino la ley lo que les ata.
La materia o tema de un pacto es siempre algo que cae bajo ponderación (pues
pactar es un acto de voluntad, es decir, un acto, y el último acto, de ponderación), y se
entiende, por tanto, como siempre referente a algo por venir, cuyo cumplimiento juzga
posible aquel que pacta; por tanto, prometer aquello que se sabe imposible no es pacto.
Pero si aquello que en principio se consideró posible probare más tarde ser imposible,
el pacto es válido y obliga, si no a la cosa misma, sí al valor o, si también eso fuera
imposible, al sincero esfuerzo por cumplir tanto como sea posible, pues ningún hombre
puede ser obligado a más.
Los hombres quedan liberados de sus pactos en dos formas: cumpliendo o siendo
perdonados, porque el cumplimiento es el fin natural de la obligación y el perdón la
restitución de la libertad, como si fuera una retransferencia de aquel derecho en que la
obligación consistía.
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Los pactos aceptados por miedo son, en la condición de mera naturaleza, obligatorios.
Por ejemplo, si pacto pagar un rescate o servicio por mi vida a un enemigo, quedo por ello
obligado, pues es un contrato en el que uno recibe el beneficio de la vida y el otro ha de
recibir por ello dinero o servicios, y, por consiguiente, donde ninguna otra ley (como en la
condición de mera naturaleza) prohíba el cumplimiento, el convenio es válido. Por tanto, si
se confía a prisioneros de guerra el pago de su rescate, están obligados a pagarlo, y si un
príncipe más débil hace una paz desventajosa con uno más fuerte, por miedo, está obligado
a conservarla, salvo que (como antes se ha dicho) surja alguna nueva y justa causa de
miedo que renueve la guerra. E incluso en las Repúblicas, si me veo forzado a redimirme de
un ladrón prometiéndole dinero, estoy obligado a pagarle hasta que la ley civil me descar-
gue, pues cualquier cosa que pueda hacer legalmente sin obligación, puedo legalmente
pactar por miedo, y lo que legalmente pacto no puedo romperlo legalmente.
Un pacto previo invalida el posterior, pues el hombre que hoy ha entregado su dere-
cho a un hombre no puede entregarlo mañana a otro y, por tanto, la última promesa no
establece derecho, sino que es nula.
91
Siendo la fuerza de las palabras (como he hecho notar previamente) demasiado
débil para sujetar a los hombres al cumplimiento de sus convenios, no hay en la natura-
leza del hombre más que dos ayudas imaginables para fortalecerlo, que son, o un
temor a la consecuencia de faltar a su palabra, o una gloria u orgullo en parecer no
necesitar faltar a ella. Esta última es una generosidad que se encuentra demasiado
raramente para ser supuesta, especialmente en los que persiguen prosperidad, mando
o placer sensual, que forman la mayor parte de la humanidad. La pasión que debe
reconocerse es el temor, que tiene como objetos dos muy generales: uno, el poder de
espíritus invisibles; el otro, el poder de aquellos hombres a quienes así ofendería. De
estos dos, aunque el primero sea el mayor poder, es comúnmente el temor al último el
mayor temor. El temor primero es en todo hombre su propia religión, que tiene lugar en
la naturaleza del hombre antes que la sociedad civil. El último no aparece así, al me-
nos, no lo suficiente como para sujetar a los hombres a sus promesas, porque en la
condición de mera naturaleza, la desigualdad de poder no se discierne más que en el
curso de la batalla. Por ello, antes del tiempo de la sociedad civil, o en la interrupción
del mismo por la guerra, no hay nada que pueda fortalecer un convenio de paz acorda-
do contra las tentaciones de avaricia, ambición, lujuria, u otro deseo fuerte, salvo el
temor a aquel poder invisible que cada uno de ellos venera como Dios y teme como
vengador de su perfidia. Y por tanto, lo que pueden hacer dos hombres no sometidos a
poder civil es pedir del otro que jure por el Dios que teme.
Jurar o Juramento, es una forma de hablar que se añade a una promesa, por la cual
aquel que promete significa que si no cumple renuncia a la piedad de su Dios, o atrae
su venganza sobre sí mismo. Tal era la forma pagana, máteme si no Júpiter, como doy
muerte a este animal. Tal es nuestra forma, haré esto y esto, y que Dios me lo reclame.
Y ello, con los ritos y ceremonias que cada cual use en su religión, para que el temor a
faltar a la palabra pueda ser el mayor.
Se demuestra con ello que, tomado un juramento de acuerdo con cualquier otra
forma o rito, el del que jura es vano, y no es juramento, y que no hay que jurar por cosa
alguna que el que jure no considere Dios, pues aunque los hombres han tenido a veces
la costumbre de jurar por sus reyes, por miedo, o adulación, con ello querían dar a
entender que les atribuían honor divino. Jurar innecesariamente por Dios no es sino
profanación de su nombre, y jurar por otras cosas, como los hombres hacen en el
discurso común, no es jurar, sino una costumbre impía, adquirida por excesiva vehe-
mencia en el hablar.
92
La Paz Perpetua
Immanuel Kant (*)
“A la Paz Perpetua”
1º- No debe considerarse como válido un tratado de paz que se haya ajustado con la
reserva mental de ciertos motivos capaces de provocar en el porvenir otra guerra.
En efecto: semejante tratado sería un simple armisticio, una interrupción de las hos-
tilidades, nunca una verdadera “paz”, la cual significa el término de toda hostilidad;
añadirle el epíteto de “perpetua” sería ya un sospechoso pleonasmo. El tratado de paz
aniquila y borra por completo las causas existentes de futura guerra posible, aun cuan-
do los que negocian la paz no las vislumbren ni sospechen en el momento de las
negociaciones; aniquila incluso aquellas que puedan luego descubrirse por medio de
hábiles y penetrantes inquisiciones en los documentos archivados. La reserva mental,
que consiste en no hablar por el momento de ciertas pretensiones que ambos países
se abstienen de mencionar porque están demasiado cansados para proseguir la gue-
rra, pero con el perverso designio de aprovechar más tarde la primera coyuntura favo-
rable para reproducirlas, es cosa que entra de lleno en el casuísmo jesuítico; tal proce-
der, considerado en sí, es indigno de un príncipe, y prestarse a semejantes deduccio-
nes es asimismo indigno de un ministro.
Este juicio parecerá, sin duda, una pedantería escolástica a los que piensan que, según
los esclarecidos principios de la prudencia política, consiste la verdadera honra de un
Estado en el continuo acrecentamiento de su fuerza, por cualquier medio que sea.
93
2.º- Ningún Estado independiente -pequeño o grande, lo mismo da- podrá ser
adquirido por otro Estado mediante herencia, cambio, compra o donación...
Un Estado no es -como lo es, por ejemplo, el “suelo” que ocupa- un haber, un patri-
monio. Es una sociedad de hombres sobre la cual nadie, sino ella misma, puede man-
dar y disponer. Es un tronco con raíces propias; por consiguiente, incorporarlo a otro
Estado, injertándolo, por decirlo así, en él, vale tanto como anular su existencia de
persona moral y hacer de esta persona una cosa. Este proceder se halla en contradic-
ción con la idea del contrato originario, sin la cual no puede concebirse derecho alguno
sobre un pueblo. Todo el mundo sabe bien a cuántos peligros ha expuesto a Europa ese
prejuicio acerca del modo de adquirir Estados que las otras partes del mundo nunca
han conocido. En nuestros tiempos, y hasta época muy reciente, se han contraído
matrimonios entre Estados; era éste un nuevo medio. o industria, ya para acrecentar la
propia potencia mediante pactos de familia, sin gasto alguno de fuerzas, ya también
para ampliar las posesiones territoriales. También a este grupo de medios pertenece el
alquiler de tropas que un Estado contrata contra otro, para utilizarlas contra un tercero
que no es enemigo común; pues en tal caso se usa y abusa de los súbditos a capricho,
como si fueran cosas.
3.º- Los ejércitos permanentes -miles perpetuus- deben desaparecer por com-
pleto con el tiempo.
Los ejércitos permanentes son una incesante amenaza de guerra para los demás
Estados, puesto que están siempre dispuestos y preparados para combatir. Los dife-
rentes Estados se empeñan en superarse unos a otros en armamentos, que aumentan
sin cesar.
4.º- No debe el Estado contraer deudas que tengan por objeto sostener su polí-
tica exterior.
La emisión de deuda, como ayuda que el Estado busca, dentro o fuera de sus lími-
tes, para fomentar la economía del país -reparación de carreteras, colonización, crea-
94
ción de depósitos para los años malos, etc...- no tiene nada de sospechoso. Pero si se
considera como instrumento de acción y reacción entre las potencias, entonces se
convierte en un sistema de crédito compuesto de deudas que van aumentando sin
cesar, aunque siempre garantizadas de momento -puesto que no todos los acreedores
van a reclamar a la vez el pago de sus créditos-, ingeniosa invención de un pueblo
comerciante en nuestro siglo; fúndase de esta suerte una potencia financiera muy
peligrosa, un tesoro de guerra que supera al de todos los demás Estados juntos y que
no puede agotarse nunca, como no sea por una baja rápida de los valores -los cuales
pueden mantenerse altos durante mucho tiempo por medio del fomento del tráfico, que
a su vez repercute en la industria y la riqueza-. Esta facilidad para hacer la guerra,
unida a la inclinación que hacia ella sienten los que tienen la fuerza, inclinación que
parece ingénita a la naturaleza humana, es, pues, el más poderoso obstáculo para la
paz perpetua. Por eso es tanto más necesario un artículo preliminar que prohiba la
emisión de deuda para tales fines, porque además la bancarrota del Estado, que inevi-
tablemente ha de llegar, complicaría en la catástrofe a muchos otros Estados, sin culpa
alguna por su parte, y esto sería una pública lesión de los intereses de estos últimos
Estados. Por tanto, los demás Estados tienen, por lo menos, el derecho de aliarse
contra el que proceda en tal forma y con tales pretensiones.
¿Con qué derecho lo haría? ¿Acaso fundándose en el escándalo y mal ejemplo que
un Estado da a los súbditos de otro Estado? Pero, para éstos, el espectáculo de los
grandes males que un pueblo se ocasiona á sí mismo por vivir en el desprecio de la ley
es más bien útil como advertencia ejemplar; además, en general, el mal ejemplo que
una persona libre da a otra —scandalum acceptum- no implica lesión alguna de esta
última. Sin embargo, no es esto aplicable al caso de que un Estado, a consecuencia de
interiores disensiones, se divida en dos partes, cada una de las cuales represente un
Estado particular, con la pretensión de ser el todo; porque entonces, si un Estado
exterior presta su ayuda a una de las dos partes, no puede esto considerarse como una
intromisión en la constitución de la otra -pues ésta entonces está en pura anarquia-. Sin
embargo, mientras esa interior división no sea francamente manifiesta, la intromisión
de las potencias extranjeras será siempre una violación de los derechos de un pueblo
libre, independiente, que lucha sólo en su enfermedad interior. Inmiscuirse en sus plei-
tos domésticos sería un escándalo que pondría en peligro la autonomía de todos los
demás Estados.
6.º- Ningún Estado que esté en guerra con otro debe permitirse el uso de hosti-
lidades que imposibiliten la recíproca confianza en la paz futura; tales son, por
ejemplo, el empleo en el Estado enemigo de asesinos (percussores), envenenadores
(venefici), el quebrantamiento de capitulaciones, la excitación a la traición, etc.
Estas estratagemas son deshonrosas. Pues aun en plena guerra ha de haber cierta
confianza en la conciencia del enemigo. De lo contrario, no podría nunca ajustarse la
paz, y las hostilidades degenerarían en guerra de exterminio -bellum internecinum-. Es
la guerra un medio, por desgracia, necesario en el estado de naturaleza -en el cual no
95
hay tribunal que pueda pronunciar un fallo con fuerza de derecho-, para afirmar cada
cual su derecho por la fuerza; ninguna de las dos partes puede ser declarada enemigo
ilegítimo -lo cual supondría ya una sentencia judicial-, y lo que decide de qué parte está
el derecho es el “éxito” de la lucha -como en los llamados juicios de Dios-. Pero entre
los Estados no se concibe una guerra penal -bellum punitivum-, porque no existe entre
ellos la relación de superior a inferior. De donde se sigue que una guerra de exterminio,
que llevaría consigo el aniquilamiento de las dos partes y la anulación de todo derecho,
haría imposible una paz perpetua, como no fuese la paz del cementerio de todo el
género humano.
Todas las leyes que hemos citado son objetivas, es decir, que en la intención de los
que poseen la fuerza deben ser consideradas como “leyes prohibitivas”. Sin embargo,
algunas de ellas son “estrictas” y valederas en todas las circunstancias.Y exigen una
“inmediata” ejecución -las números 1, 5, 6-; otras, en cambio -las números 2, 3, 4-, son
más amplias y admiten cierta demora en su aplicación, no porque haya excepciones a
la regla jurídica, sino porque teniendo en cuenta el ejercicio de esa regla y sus circuns-
tancias, admiten que se amplíe subjetivamente la facultad ejecutiva y dan permiso para
demorar la aplicación, aunque sin perder nunca de vista el fin propuesto.
96
permiso, se refiere a la actual posesión. Esta última, al pasar del estado de naturaleza
al estado civil, puede seguir manteniéndose, por una ley permisiva del derecho natural,
como “posesión putativa”, que si bien no es conforme a derecho es, sin embargo,
honesta; aun cuando una posesión, putativa, desde el momento en que es reconocida
como tal en el estado de naturaleza, queda prohibida, como asimismo queda prohibida
toda manera semejante de adquirir en el estado civil posterior, después de realizado el
tránsito de uno a otro. El permiso de seguir poseyendo no podría, pues, existir, en el
caso de que la adquisición putativa se hubiese realizado en el estado civil; pues tal
permiso implicaría una lesión y, por tanto, debería desaparecer tan pronto como fuera
descubierta su ilegitimidad.
Yo no me he propuesto aquí otra cosa que fijar, de pasada, la atención de los maes-
tros del derecho natural sobre el concepto de “ley permisiva”, que se presenta espontá-
neamente cuando la razón se propone hacer una división sistemática de la ley. De ese
concepto se hace un uso frecuente en la legislación civil -estatutaria-, con la diferencia
de que la ley prohibitiva se presenta sola, bastándose a sí misma, y, en cambio, el
permiso, en lugar de ir incluido en la ley, a modo de condición limitativa -como debiera
ser-, va metido entre las excepciones. Establécese: queda prohibido esto o aquello. Y se
añade luego: excepto en el caso 1.º, 2.º, 3.º, y así indefinidamente. Vienen, pues, los permi-
sos a añadirse a la ley, pero al azar, sin principio fijo, según los casos que van ocurriendo.
En cambio, hubieran debido las condiciones ir inclusas “en la fórmula de la ley prohibitiva”,
que entonces hubiera sido al mismo tiempo ley permisiva. Es muy de lamentar que el
problema propuesto para el premio del sabio y penetrante conde de Windischgraetz no haya
sido resuelto por nadie y haya quedado tan pronto abandonado: Referíase a esta cuestión,
que es de gran importancia, porque la posibilidad de semejantes fórmulas -parecidas a las
matemáticas- es la única verdadera piedra de toque de una legislación consecuente. Sin
ella será siempre el jus certum un pío deseo. Sin ella podrá haber, sí, leyes generales que
valgan en general; pero no leyes universales, de valor universal, que es el valor que parece
exigir precisamente el concepto de ley.
(*) Según la versión de F. Rivera Pastor, “La paz perpetua”, Espasa-Calpe, Madrid,
1946.
97
Actividades
8. ¿Pude decir cuales son las ideas principales de las lecturas complementarias?
98
DIAGRAMA DE CONTENIDO - UNIDAD II
LA GEOPOLÍTICA
Objetivo
Consideraciones Maham
Mc Kinder
Toynbee
99
100
UNIDAD II
TEORÍAS AMBIENTALES
Introducción
101
Para otros, como Weigert, Hupé, y Atencio, lo relevante en la geopolítica es la geo-
grafía y la influencia de los factores geográficos en la vida y evolución de los Estado.
Tiene por objetivo ser guía de la conducción por parte del estadista o del militar.
Esta influencia permanece, y los pensamientos han sido retomados por otros auto-
res. Por ejemplo David Landes en su libro “La riqueza y la pobreza de las Naciones” (2)
dice: “La desigualdad de la naturaleza resulta obvia al observar el contraste entre este
panorama desalentador y las condiciones mucho más favorables de las zonas templa-
das; y dentro de éstas, en Europa sobre todo; y dentro de Europa, fundamentalmente
en Europa occidental”. ... “Este ambiente favorable permitió a los europeos dejar los
bosques y las tierras sin cultivar y criar ganado sin necesidad de buscar pasturas. Sus
animales eran más grandes y fuertes que los de otras tierras”. Con estos y otros
argumentos Landes trata de explicar el porqué de la superioridad europea y de su
desarrollo económico a través del tiempo.
Por otro lado busca dar razones al atraso económico, político y social de grandes
regiones del mundo: “Los países tropicales, excepto en elevadas altitudes, no conocen
las temperaturas bajo cero; la temperatura promedio en el mes más frío no supera los
18°C. Como resultado son un enjambre de actividades biológicas, gran parte de la cual
destruye a los seres humanos. La región de África que se encuentra por debajo del
Sahara - Subsahariana – es una amenaza para todas las personas que viven o viajan
allí... Hoy sabemos por ejemplo que muchas personas son portadoras de varios parási-
tos, no de uno solo: por tal motivo están demasiado enfermas para trabajar y el deterio-
ro resulta progresivo”
Los argumentos que proporciona la geopolítica también pueden utilizados para ana-
lizar hechos actuales en la política mundial. Así podemos ver como Augusto Zamora,
profesor de Derecho Internacional y de Relaciones Internacionales en la Universidad
Autónoma de Madrid, explica el conflicto de Kosovo:
“Las imágenes dramáticas de los refugiados kosovares han creado una cortina de
humo sobre las causas reales del conflicto en Yugoslavia. Según el nuevo marco, la
OTAN desborda el escenario europeo occidental para adjudicarse derechos sobre Eu-
ropa y la antigua URSS.
102
La extensión del teatro de operaciones parece responder a una planificación delibe-
rada, cuyos orígenes deben buscarse en 1904, en las teorías de Sir Halford Mackinder,
el más influyente impulsor de la geopolítica en Gran Bretaña y EE.UU.”
La agresión contra Yugoslavia modifica el panorama, con plena ganancia para los
promotores de la guerra. Europa queda bajo mando de Estados Unidos.
Referencias:
BIBLIOGRAFÍA
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993. Ver
capítulo 2.
103
104
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Introducción
Otros, sostienen que dado que el conflicto y las inestabilidades estarán siempre
presentes en las relaciones internacionales, el arte del estadista consistirá en llevar
las fuerzas reinantes hacia los intereses del propio país (aprovechando su sinergia),
pero sin detenerse en mayores consideraciones de índole moral o ética. Sin embargo,
es innegable que todos los países buscarán siempre alcanzar mayores grados de
poder para apoyar sus relaciones internacionales, por lo que el breve análisis que se
efectuará, pretende mostrar a los lectores cómo ideas geopolíticas ayudaron a los
Estados Unidos de Norteamérica a alcanzar sus objetivos políticos.
105
internacional, grado de desarrollo tecnológico, sistemas de transporte, capacidades de
información y de comunicaciones, posición financiera, recursos naturales, producción
industrial y agrícola, exportaciones de bienes, y por supuesto, sus fuerzas militares.
Para caracterizar este período, se han elegido tres pensadores relevantes para el
análisis. El Capitán de Navío (USN) Alfred Thayer Mahan, a quien muchos reconocen
como el más importante geopolítico a la fecha, quien fuera siempre un ardiente propa-
gandista acerca de la expansión de los Estados Unidos de Norteamérica hacia territo-
rios y áreas de ultramar. También, despertó la inquietud acerca de recrear una podero-
sa marina (en una época en que muchos norteamericanos temían la expansión de los
intereses chilenos por el Pacífico), y por una mucho mayor participación de su país en
asuntos de Europa y Asia. Otro afamado geopolítico fue Sir Halford Mackinder, un
geógrafo inglés y más tarde miembro del Parlamento, director por un tiempo dela Es-
cuela de Economía de la Universidad de Londres y considerado como la contraparte
británica de Mahan. Mackinder teorizó acerca de un Imperio Británico conservador,
generalmente satisfecho de cómo se encontraba el ya, grande y poderoso país que
representaba. Por supuesto, mostraba alarma ante la irrupción de nuevos imperios que
amenazaban a los intereses de la corona británica, y estaba ansioso por contribuir con
la fórmula para permitir a Gran Bretaña sobrevivir como un poder global. Finalmente el
General alemán Karl Haushofer, quien reflejara en sus escritos la amargura y desazón
por la derrota germana en la Primera Guerra Mundial. Haushofer asimiló y adaptó
pensamientos de Mahan, Mackinder y otros, con el propósito manifiesto de volver a
colocar a Alemania en el tope de la lista de poderes mundiales.
106
de poder político a través de la tierra- estuvo en el pasado (y continuaría estándolo en
el futuro...) fundamentada en la capacidad de los estados de manejar el uso de los
océanos y pasos internacionales marítimos como un medio de transporte.
Sin embargo y al mismo tiempo que vislumbraba el poder naval como la base funda-
mental del poder nacional, nunca desarrolló profundamente el concepto de “Poder Na-
cional” del estado, y sólo algunas referencias menores existen al respecto en los capí-
tulos iniciales de su obra, “La Influencia del Poder Naval en la Historia”. En ellos,
Mahan intentó clasificar las variables que afectarían los resultados esperados (o, po-
tencialmente esperados...) por parte de los estados que competían por el poder. A
dichos factores, Mahan los clasificó en dos grupos: Los llama los “factores geográficos”
y los “factores humanos o sociales”. Respecto a los “factores geográficos”, Mahan
enfatizó en tres puntos: los conceptos de ubicación geográfica, la capacidad defensiva
y los recursos naturales, respectivamente.
Pero Mahan destacaba el punto de que no era la distancia en sí misma la que hacía la
diferencia. Tampoco lo era la posición geográfica central la que importaba. Lo que era
gravitante, era el tiempo que tomaba ir de un lugar a otro, la cantidad de energía (o costo, en
términos económicos) necesaria para transportar un tonelaje dado desde un lugar al otro, y
la velocidad en que se podría realizar. Sus argumentos iban por el lado de que por costos,
velocidad y capacidad de transporte, Inglaterra podía mover más tonelaje por mar y a más
lugares de las costas europeas, que cualquier otro estado europeo continental lo podría
hacer por tierra. Consecuentemente y en sentido estratégico, la posición de Inglaterra era
central, aunque geográficamente fuese periférica.
Luego, Mahan unió dicho concepto con el de la capacidad defensiva, término por el cual,
él simplemente conectó con la facilidad o dificultad (por ej., costos económicos), de tener
una posición segura contra ataques. Su punto relevante fue el desarrollo del concepto de
insularidad, contra el común concepto de continentalismo. Por insularidad, Mahan describió
al estado que se encontraba rodeado de mar, y bajo cuya definición entraba Inglaterra y
Japón, entre algunos pocos ejemplos al respecto. Sin embargo, Mahan agregó al concepto
de países insulares a aquellos estados que, ocupando una posición continental y sin tener
vecinos continentales como rivales potenciales, también debían ser catalogados como
107
“estratégicamente insulares”, lo que era sin duda, el caso de Estados Unidos de
Norteamérica. En consecuencia, los Estados Unidos también serían una potencia insular
igual en carácter al de Gran Bretaña.
Mahan también fue débil respecto a la discusión del tema factores humanos y socia-
les. Su discusión acerca del tema población es francamente desilusionante. Aunque
pareció considerar la población como tema estratégicamente significativo, su interés
finalmente se centró en la capacidad de proveer personal para construir una armada,
una marina mercante y las facilidades terrestres necesarias para servir a los buques y
personal de a bordo.
Mahan además discutió especialmente el tema del carácter nacional, por el cual él
asignaba un significado relacionado con los hábitos y costumbres del pueblo y las
relaciones de dichas características con el desarrollo del poder nacional. Sin embargo,
Mahan nunca asignó demasiado valor a la moral, disciplina y otros aspectos de la
población, que podrían haber sido esenciales en la discusión del carácter y el poder
nacional hoy en día.
Acerca del carácter del gobierno como uno de los factores sociales en relación al
poder nacional, Mahan insistió repetidamente que, los gobiernos elegidos democrática-
mente, eran notoriamente improvisadores y generalmente antimilitaristas. Mahan per-
cibía que en una democracia pura, sería muy difícil e impopular interesar a los gober-
nantes y gobernados en incrementar un Poder Nacional mayor, basado en el Poder
Naval y el desarrollo de los Intereses Marítimos. Si acaso este poderse debía susten-
tar en fuerzas poderosas, debería otorgárseles recursos extras. Su solución entonces,
fue sugerir crear “grupos de presión”, interesados en crear o mantener una poderosa
armada. Mahan sostuvo que al existir una poderosa marina mercante, poderosos inte-
reses comerciales tras ella, un notorio interés por la industria marítima y un coherente
grupo organizado de personalidades que creyeran en la importancia del Poder Naval,
se podría obtener apoyo en grupos parlamentarios y del gobierno que podrían entonces
producir leyes que tendiesen en parte, a contrarrestar la improvisación crónica de las
democracias respecto a sus fuerzas navales
La prospectiva de Mahan.
108
a) Tempranamente dedujo que ningún poder del continente eurasiático podría dominar
grandes territorios y a la vez, ser un poder naval global. Su argumento fue que si el
estado tiene aunque sea una sola frontera terrestre vulnerable que defender por su ejérci-
to, se desgastaría en energía y recursos de tal forma, que no podría competir con otro
estado que fuese claramente de carácter insular. Sin embargo, este pensamiento falló en
relación a Alemania, y posteriormente, en 1910, trató de reconciliar sus pensamientos
diciendo que “Alemania representa una extremadamente eficiente forma de organización
del estado, y sus vecinos y potenciales enemigos representan formas abyectas de
ineficiente despotismo(Rusia) o imprevisoras democracias (Francia y Gran Bretaña)”.
b) Prematuramente también, Mahan concluyó que Gran Bretaña mantendría su papel como
poder naval global dominante y gravitaría en el balance de poder de Europa. Sin embargo,
para 1910 Mahan reconoció haberse equivocado respecto a su conclusión anterior, al
expresar dudas que cualquier estado pudiese en el futuro mantener un poder naval global
dominante, sin ver afectado su papel como parte del balance de poder en Europa.
c) Mahan indicó que Estados Unidos de Norteamérica poseía las capacidades latentes
necesarias para ejercer un control global de los océanos, enfatizando especialmente su
posición central, en términos de líneas de comunicaciones marítimas. Esto equivalía a
sostener que por aquellos días, Estados Unidos carecía aún de las bases estratégicas
desde donde proyectar su poder naval alrededor de la periferia de Eurásia y Africa. 6Por
el contrario, desde aquellos puntos era desde donde Gran Bretaña proyectaba su dominio
y los defendería con gran dedicación: Las Islas Británicas, Gibraltar, Malta, Suez, Chipre,
el cabo de Buena Esperanza (Sudáfrica), Hong Kong, las islas Falkland, Trinidad - Tobago,
Jamaica, etc., demostrando que donde hubiese una zona focal o de confluencia, los
ingleses mantendrían una base naval en ella o muy cercana.
d) Mahan reconocía que los Estados Unidos de Norteamérica no podrían controlar aún
aquellos “cuellos de botella” del comercio marítimo mundial, en la forma que lo hacía
Gran Bretaña. Por ello, más tarde en su vida sostuvo que las cualidades de Inglaterra y
Estados Unidos eran “complementarias”. Si acaso ambas naciones pudieran unir sus
esfuerzos, ellas podrían resistir cualquier oposición, lo cual coincide notablemente con
muchos de los fundamentos estratégicos de la creación de la OTAN (Organización del
Tratado del Atlántico Norte).
e) Finalmente, Mahan nunca se desvió de sus ideas de que Rusia podría ser contenida y
afectada por un poder naval oponente, pero jamás sería mortalmente doblegada por él. El
poder naval podría afectar a Rusia en aquellos territorios donde existían accesos rusos
desde el mar al continente, tales como a través de los estrechos turcos (Dardanelos)
hacia el Mar Negro, el mar Báltico, y las lejanas costas del este de Siberia. Mahan
concluyó que Rusia por sí misma, nunca sería un serio y gran contendor para el control
del mar, excepto en el poco probable evento de una exitosa conquista rusa de las tierras
marginales de Europa y Asia. Asimismo, concluyó que Alemania sería el aliado natural
de los estados insulares, en una política exterior concertada para contener a Rusia. Sin
embargo, para 1910 Mahan había visto con alarma el desarrollo naval alemán y las
ambiciones coloniales territoriales en los antiguos territorios de ultramar, y urgió el
109
rápido alineamiento del país insular por excelencia - Estados Unidos de Norteamérica-
con las potencias marítimas de Europa Occidental (Inglaterra - Francia) y Rusia, a
fin de contener a la Alemania Imperial del Kaiser Guillermo II. La Primera Guerra
Mundial le dio la razón.5.
Conclusión
A pesar de la mala propaganda hacia las teorías geopolíticas existentes en Europa desde
la Segunda Guerra Mundial, ellas han continuado afectando a la política internacional y en
particular, a los pensadores políticos y militares de todo el mundo, siempre acerca de su
influencia en la formación del “Poder Nacional” del estado.
Las teorías de Mahan fueron exitosamente adoptadas por los Estados Unidos de
Norteamérica entre fines del siglo pasado y las primeras décadas de este siglo, llevando a
dicho país a alcanzar todos sus objetivos políticos, económicos y militares, hasta conver-
tirlo en un poder global incontrarrestable a la fecha. En ellas se fundamentaron la guerra
Hispano –norteamericana (1898), la adquisición del archipiélago de Hawai, las conquistas
de los archipiélagos de las Filipinas, Marianas y otras posesiones en el Pacífico Occidental
y la creación artificial de Panamá y su canal, al promover una revolución contra Colombia,
dueña de dicho territorio. Es evidente también que el Pacífico ya se vislumbraba como el
teatro de futuras operaciones vitales para Estados Unidos y de allí el entusiasmo de Mahan
por promover adquirir bases que permitiesen al país multiplicar sus fuerzas navales, en
caso necesario.
Pareciera hoy ser que dichas teorías geopolíticas han sido puestas en un lugar menos
relevante, principalmente por el notable desarrollo de otros medios de comunicación y
nuevas formas de transporte, que han permitido a ciertos países superar las limitaciones
impuestas a ellos por sus ubicaciones geográficas o barreras físicas. En cualquier caso,
debe reconocerse que la geopolítica y sus conceptos derivados, continuarán siendo
gravitantes frente a las realidades que impone la realidad de cada estado. De allí que
algunos de ellos desarrollen nuevos conceptos, tales como Océano política o Políticas
Aerospaciales, buscando dar una nueva dimensión a ventajas, reales o potenciales, que
aumentarían el Poder Nacional, fin último de los esfuerzos que debería perseguir un verda-
dero estadista.
BIBLIOGRAFÍA
The Influence of Sea Power Upon History (1660-1783), Captain (USN) Alfred Thayer
Mahan.
Politics Among Nations, Hans J. Morgenthau, brief edition 1993.
Basic Texts in International Relations, Evan Luard, St. Martin’s press, 1993.
Naval War College Reviews, various issues.
Geopolitics and the New World Order, Lewis A.Tambs, global affairs, june 1993. International
Relations on the World Stage, fourth edition, JohnT. Romke, University of Connecticut,
1993.
110
Lindo clima, malas instituciones
Charo Quesada (*)
La riqueza del suelo, la bonanza del clima y el capital humano pudieron determinar
las grandes diferencias entre norte y sur de Las Américas, según una nueva teoría.
Entre conjeturas posibles y probables para explicar este fenómeno, dos se repiten
con mayor frecuencia. La primera argumenta que la era colonial explotó y agotó los
recursos materiales y humanos, dejando un legado de atraso y desigualdad hasta hoy
insuperable. La segunda se basa en el mayor nivel de desarrollo de las instituciones de
los colonos británicos que desde un comienzo construyeron un tipo de sociedad más
equitativa y democrática.
En contraste, el norte del hemisferio ofrecía muy poco a los colonos ingleses, aparte
de un horizonte para sus ilusiones. Un clima inhóspito en algunos casos, tierras poco
fértiles y un número de aborígenes insuficiente para su explotación masiva favorecie-
ron una mejor distribución de la tierra y esto dio lugar a un mayor número de propieta-
rios independientes.
111
La distribución más equitativa de la riqueza y del poder en el norte contrastó con la
arbitrariedad que imperó en el resto de las Américas en este orden. Esto, argumenta el
profesor Solokoff, contribuyó a una distinta evolución en el desarrollo de las institucio-
nes, mucho más participativas y avanzadas en el norte, en áreas tan cruciales como el
derecho al voto, el reparto justo del poder y el acceso a la educación.
Según Sokoloff, los factores externos, tales como la nacionalidad de los colonizado-
res y su bagage religioso, político y cultural, no marcaron los distintos caminos de la
región sino que fueron factores añadidos a otros internos originados por las condicio-
nes naturales existentes.
Sokoloff apoya su estudio con estadísticas y ejemplos consistentes con esta teoría.
Las colonias británicas del Caribe, por ejemplo, sufrieron el mismo destino que sus
vecinos a pesar de pertenecer al Imperio Británico. Argentina, Uruguay y Costa Rica,
por otro lado, podrían citarse como excepciones a la regla de que el imperio español
marcó a todas sus colonias por igual.
Los dos ejes elementales de acción de esa nueva función administrativa, según
Toynbee, serían el control de la energía atómica y la administración de la producción y
distribución de los alimentos. En cuanto a la factibilidad de medios materiales para la
comunicación entre los distintos mienbros de ese cuerpo gubernativo integrado por
individuos provenientes de distintas partes del globo, la tecnología brinda la oportuni-
dad de medios de comunicación instantáneos (más aún hoy que la época de Toynbee),
como la televisión vía satélite, las teleconferencias, el uso del fax y modem entre
computadoras, fibras ópticas y otros medios que seguramente se irán desarrollando en
las próximas décadas, que hoy hacen posible la toma de decisiones conjuuntamente y
a distancia.
112
Con respecto a la posible sensación psicológica de impersonalidad que tendría este
gobierno, Toynbee sañala que ese distanciamiento entre representantes y gobernados
existe desde la primera ciudad-estado Sumeria en cualquier nivel local, debido a la
explosión demográfica. Por lo tanto, el presunto temor de una presión sicológica alta
debida a la indiferencia del gobierno a reclamos populares debe descartarse: no será
nunca mayor a la actual. Los asuntos locales -que son los que más afectan a la vida
cotidiana de las personas- se seguirán decidiendo a nivel local, por gobiernos munici-
pales, provinciales y nacionales. Sólo los riesgos de conflicto bélico y las crisis en la
distribución alimenticia mundial serán parte de la agenda de un organismo de esta
naturaleza.
Se precisaría una mínima coincidencia entre lo que se cree “malo”. Como ejemplo de
ello, cita la división producida en el seno de una federación como los Estados Unidos
de América en el siglo pasado, a raíz de que una parte de la población estaba a favor de
la existencia de esclavos, y otra en contra. Esta división de opiniones, proyectada al
seno de la comunidad de naciones, es virtualmente posible, aunque poco probable en
los asuntos que serían de incumbencia para un gobierno mundial. El mecanismo debe
su existencia precisamente al deseo de ponerse de acuerdo en temas sumamente
delicados como la eliminación del hambre y el mantenimiento de la paz, por lo que
resultará en la práctica muy difícil no aceptar la decisión mayoritaria y exponerse a la
represión de un cuerpo armado especialmente destinado para tales casos. Si bien
ciertas premisas básicas deben aceptarse sin reservas para configurar la Constitución
fundacional de este Estado mundial, ellas deberán fijarse por concenso entre las par-
tes, siendo hoy día mucho más común que en el siglo pasado la coincidencia en algu-
nos puntos centrales favorecedores de la covivencia humana, como la no discrimina-
ción de minorías étnicas, religiosas o de cualquier otra clase, la igualdad de oportuni-
dades para la mujer, la educación universal, la adopción de un idioma auxiliar univer-
sal, la eliminación de los extremos de pobreza y de riqueza, etc.
Otro ejemplo usado por Toynbee es la unidad lograda por la helenización de las
costumbres de todas las ciudades-estados que conformaron el extenso Imperio Roma-
113
no, a lo largo de seis siglos, derivando solamente la función de evitar guerras internas o
invaciones externas al poder central de Roma, en tanto que las cuestiones locales se
resolvían en cada ciudad, sin injerencias del poder central. O la China unida por el
confucianismo, practicado por toda la escala social en una unificación política que
todavía hoy es la más grande del planeta.
Un rasgo central de este nuevo gobierno planetario será que los pueblos permanece-
rán renuentes a perder soberanía en manos de este nuevo poder, por lo que solamente
aceptarán delegar cuestiones de alto riesgo para su propia existencia, como la preser-
vación de la paz y la extinción del hambre y la pobreza extrema.
En ese entonces existia una homogeneazación absoluta de esa clase ilustrada, puesto
que cualquier potencia accidental que conquistaba un territorio y accedía al poder
usaba su posición para imponer la cultura occidental. Era el producto derivado de una
lucha de carácter económico por su supremacía de un poder con centro en Estados
Unidos de América versus -también con ambiciones de extender su dominio- como lo
fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Pero actualmente, cuando esa hipotesis de conflicto ya fue desechada a nivel mun-
dial, y las prioridades del modo de vida hegemónico y de su centro (EE.UU.) son otras,
¿qué rol ocupará una nueva Intelligentsia en la unificación de la humanidad?. Según
Toynbee, un papel muy importante. Cuenta con un arma con que no contaban las anti-
guas civilizaciones, como es la educación primaria universal y obligatoria, administra-
das por las autoridades públicas, la cual es una innovación de la civilización occidental
de extremada eficacia en la fijación de un modelo cultural determinado. A ello podría-
mos agregar hoy la fuerza de los medios de comunicación.
114
Pero más allá de las armas poderosas con que cuenta Occidente para expandir su
sistema de vida, no cree Toynbee suficiente -ni nosotros reemos deseables- una
homogeneaización en las costumbres de la humanidad. Por otro lado, reconoce que un
gobierno mundial, como cualquier gobierno, necesitará medios materiales para hacer
cumplir sus mandatos -y llegado el caso, para exigir por la fur}erza ese cumplimiento-
por parte de todos los estados del planeta. Es decir, su fuerza deberá ser mayor a la de
la suma individual de la fuerza de todos los estados. Finalmente, deja para el siguiente
capítulo de su libro el papel de una religión universal en la unificación de la humanidad.
Actualmente, coincidimos en que éste es el eje por el cual pasará una posible unifi-
cación del género humano, y creemos que ese papel ya está siendo desempeñado por
la Fe Bahá¨í, que cuenta desde hace tre décadas con una estructura de Gobierno
Mundial en perfecto funcionamiento para seis millones de personas en todas partes del
planeta.
Aquellas diferencias culturales que Toynbee cree necesario anular, por el contrario,
deben mantenerse en vigor, sólo que introduciendo mecanismos para la toma de deci-
sión política diferentes. Eso no debe confundirse con la occidentalización de costumbre
tales como la alimentación, la vestimenta, la vivienda, etc., que son negativas en grado
sumo para la fuerza creativa de un pueblo, fuerza que siempre brota de una identidad
bien definida. En cambio, un sentimiento auténticamente religioso puede obrar el mila-
gro de unir políticamente a los hombres en una confraternidad de razas, culturas y
costumbres, evitando los males que Toynbee invocaba con certeza como los principa-
les peligros que afronta la humanidad: la guerra nuclear y el hambre.
115
Actividades
116
DIAGRAMA DE CONTENIDO - UNIDAD III
EL IDEALISMO LIBERALISMO
Evolución El Realismo
El pensamiento
pacifista
Sentimiento humanitario
Conciencia moral
117
118
UNIDAD III
TEORÍAS IDEALISTAS
Introducción
Hugo Biagini (1) nos indica que la interpretación del significado último del liberalismo
hace surgir dos enfoques diferentes. El primero va ha ver al liberalismo como un paradigma
que trasciende todo tipo de partidismo o sistema socioeconómico, que se identifica con la
misma civilización, y se confunde con el porvenir de la libertad. Por otro lado, el segundo
enfoque lo considera como una ideología que pretende justificar cierto estado de las cosas
, como ser la propiedad privada, la economía de mercado y un individualismo adverso a la
transformación estructural profunda.
A nosotros nos interesa el idealismo político que tiene sus bases en el pensamiento
kantiano. El mismo tiene una visión optimista respecto al hombre, ve a la historia como un
desarrollo lineal del progreso humano y que persigue la transformación del mundo.
Kant expone este pensamiento en su libro “La paz perpetua, un esbozo filosófico” (del
cual extrajimos una de las lecturas complementarias de la Unidad I), que escribe en 1795
luego de producirse la Revolución Francesa (1789) y la firma del Tratado de Basilea (abril de
1795). Aquí plantea, en una primera parte, seis artículos preliminares de una paz perpetua
entre los Estados (repasar lectura complementaria), y, en la segunda parte, tres artículos
definitivos:
Para Kant la paz no se produce solo como resultado de la abstención de hacer la guerra,
los Estados deben construirla e instaurarla. La misma se podría lograr a través de una
Federación de Estados, en donde cada uno conservase su autonomía, su libertad, y no
mediante la institución de un gobierno mundial.
La moralidad del hombre, esta idea positiva respecto a su naturaleza, le permitiría cons-
tituir Estados, a través de un contrato social, justos, que bregasen por el desarrollo humano.
119
Sostenía también la idea positiva del hombre con su pedido a que la forma de gobierno sea
Republicana, es decir con división de poderes. Esto también ayudaría a la consolidación
de la paz.
Estas ideas son retomadas luego en el período de entre guerras del siglo XX, es
decir los años 20 y 30, en lo que Celestino del Arenal denomina la “Primera fase del
desarrollo de la teoría internacional” (2). Del Arenal llama a esta fase “idealista normativa”.
Las ideas liberales / idealistas, también llamadas utópicas, resurgen en esta época
debido a los efectos de la Primera Guerra Mundial. Celestino del Arenal recalca aquí la
incapacidad del sistema vigente, de “balance de poder” o “concierto europeo”, para
asegurar el orden y la paz internacional, además del surgimiento de una opinión pública
internacional que veía con horror a la guerra, a consecuencia de la atroz pérdida de
vidas humanas por la contienda bélica en Europa.
Es así que a los elementos anteriores que definían al idealismo se le suma ahora la
concepción de que el nuevo sistema internacional puede ser garantizado a través de
organismos multilaterales donde el balance de poder se establece sobre la base de la
seguridad colectiva. La seguridad colectiva implica, por su lado, la reducción de las
capacidades militares de los Estados individuales, y considera que existen áreas de
gobierno a nivel internacional representadas por los organismos políticos mundiales
que incluyen a todas las naciones (Liga de Naciones, Naciones Unidas).
Estos nuevos conceptos se ligan a la idea de que los Estados pueden conducir sus
acciones basándose en los lineamientos morales con que los hombres conducen las
suyas, y que para “animarles u obligarles a ello, había que institucionalizar a nivel
mundial el interés común de todos los pueblos en alcanzar la paz y prosperidad”(3). De
esta forma el estudio de las relaciones internacionales se acercaba a la ireneología o
ciencia de la paz (4).
Ya a finales de la década del 20 y en los principios de los 30, todas estas ideas de
progreso y prosperidad estaban en debacle. La crisis de la Bolsa de Nueva York, el ascenso
del nazismo en Alemania y el fascismo en Italia, la no ratificación del tratado de creación de
la Sociedad de las Naciones por parte del Congreso de los Estados Unidos, y por lo tanto la
inoperancia de la misma, darán paso a que las ideas idealistas-juridicistas sean puestas en
entredicho por nuevos estudiosos, que se denominarán realistas.
Sin embargo, y pese a sus fracasos, las ideas liberales perduraron y aún nutren la
acción de los Estados, las organizaciones interestatales, las organizaciones no guber-
namentales y los individuos. Podemos verlas en la misma existencia de Naciones
Unidas, en la firma de los numerosos tratados internacionales y en la cooperación
internacional.
120
Referencias:
(1) En: Di Tella, Torcuato S.. “Diccionario de ciencias sociales y políticas”. Editorial
Puntosur. Bs. As., 1989. Pág. 258.
(2) Del Arenal, Celestino. “Introducción a las Relaciones Internacionales”. Editorial
Tecnos. Madrid, 1994.
(3) Reynolds, P.A. “An introduccion to International Relations”. Citado por Celestino
del Arenal.
(4) Ibid. Pág. 101.
BIBLIOGRAFÍA
- Este tema no es abordado por Dougherty, por ello se pasa directamente a las
lecturas complementarias
121
122
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
I- Palabras preliminares:
El presente trabajo procura describir el idealismo como teoría de las relaciones interna-
cionales: conocer más sus características, sus orígenes y evolución, sus principales expo-
nentes, y por qué no, también sus limitaciones.
Debo reconocer antes que nada la limitación bibliográfica al abordar el tema. Son muy
pocos los autores que adhiriendo a esta teoría han dejado obras escritas al respecto, y son
muchos menos aquellos a los que se puede tener acceso. Por tal motivo, este trabajo está
realizado sobre la base de distintos autores que son en su mayoría críticos del idealismo, o
que solo marginalmente han escrito sobre el tema, ya sea en una narración histórica de los
acontecimientos internacionales, o al escribir sobre teoría de las relaciones internacionales.
Según Herz, el idealismo no reconoce los problemas que surgen del dilema de la seguri-
dad y el poder o que lo hacen sólo de modo superficial, centrando su interés sobre condicio-
nes racionales.
Siguiendo al mismo autor, y teniendo en cuenta que su punto de vista está sesgado por el
realismo, podemos establecer como características idealismo, las siguientes:
123
- Visión no determinista del mundo, porque la fe en el progreso carecería de sentido
si no fuese acompañada de una creencia similar en la eficacia del cambio a través
de la acción humana.
- Racionalismo, en cuanto considera que así como los individuos pueden ordenar
su conducta de acuerdo a un orden racional y moral, los Estados son capaces de
comportarse entre sí de una forma racional y moral.
- Armonía natural de intereses, es decir que los intereses de los Estados son com-
plementarios más que antagónicos.
Otras características de los idealistas que suelen enunciar los autores son las si-
guientes:
124
- Consideran que son las normas morales universales las que deben regir las con-
ductas de los estados. Entonces el papel de la moral es fundamental, no solo para
las personas sino también para los estados.
Es de destacar que por encima del enfrentamiento entre ambas corrientes, hay un
hecho común a ambas que las caracteriza frente a las nuevas concepciones teóricas
que se desarrollan en el campo de las relaciones internacionales a partir de los años
cincuenta, que es su pertenencia a la teoría internacional clásica. Además, ambas
utilizan la misma metodología y técnicas de análisis tradicionales.
Los realistas, en contraste con los idealistas, subrayan el poder y el interés nacio-
nal, más que los ideales.
Mientras los idealistas ignoran las lecciones de la historia, los realistas a menudo
leen la historia de forma demasiado pesimista.
Los idealistas exageran la libertad de elección que tienen las personas respecto de
sus acciones, y de igual manera los estados respecto de sus decisiones, mientras que
los realistas exageran la causalidad fija y caen en el determinismo.
Los idealistas pueden confundir el interés nacional con los principios morales uni-
versales, mientras que los realistas suponen que los principios morales en su formula-
ción abstracta no pueden aplicarse a acciones políticas específicas.
125
Los realistas consideran que los patrones de conducta a nivel internacional difieren
de aquellos que gobiernan el comportamiento dentro de una unidad nacional, o por lo menos
difieren de los que rigen las conductas de los individuos entre sí.
Según los realistas, la política no está en función de la filosofía ética. Por el contrario, la
teoría política se deriva de la práctica política y la experiencia histórica. Plantean que el
interés nacional tiene, o por lo menos debe tener, primacía sobre los ideales supranacionales.
A diferencia de los idealistas, los realistas suponen que no hay una armonía de intereses
esencial entre las naciones. Suponen por el contrario que los estados a menudo tienen
objetivos nacionales en conflicto, algunos de los cuales pueden llevar a la guerra.
Carr llega a la conclusión que las teorías políticas sólidas contienen elementos de idea-
lismo y realismo, de valores morales tanto como de poder.
La sociedad europea que había superado o sabía cómo superar las grandes plagas de la
humanidad (peste, hambre, pobreza) se hallaba frente a la “ultima plaga”, en este caso no
vinculada a fenómenos naturales sino a la actividad humana. Así, un mundo capaz de
cambiar las condiciones humanas (hambre, enfermedad) mediante los avances técnicos y
la ingeniería social (...) se veía lanzado a una carnicería que afectaba a la sociedad en su
conjunto (...)
La voluntad de cambio, propia de “la era del progreso” y que afecta a la sociedad en su
conjunto (...) inspira el nacimiento de una disciplina que ha de tener como preocupación
inicial el fenómeno de la guerra, negando así la máxima de Clausewitz que consideraba la
guerra como una forma más de la actividad política” (BARBÉ. 1995: 28-29)
126
No solo el pensamiento liberal sino también el socialista ven a la sociedad como
víctima de las guerras. Y si bien ven el fenómeno desde distintos puntos de vista, y las
soluciones que proponen son también diferentes, ambos tienen influencia en el ámbito
político. Los liberales proponen una reforma de los mecanismos diplomático militares y
una democratización de las actividades internacionales con la participación de la opi-
nión pública. Mientras tanto, los marxistas adoptan una postura anti-sistema.
“En palabras de E.H. Carr, las relaciones internacionales “surgieron de una guerra
grande y desastrosa; y el propósito abrumador que dominaba e inspiraba a los pioneros
de la nueva ciencia era impedir la recurrencia de esta enfermedad en el cuerpo político
internacional.” La destrucción producida por la Primera Guerra Mundial fue lo que llevó
además a la búsqueda de normas e instituciones internacionales en la forma del Acuer-
do de la Liga de las Naciones y el marco de seguridad colectiva establecido por sus
fundadores”. (DOUGHERTY et. al. 1993: 15)
Carr considera que los idealistas son los descendientes intelectuales del optimismo
iluminista del siglo XVIII, el liberalismo del siglo XIX y el idealismo wilsoniano del siglo
XX. Los idealistas consideraban que Estados Unidos había entrado en la Primera Gue-
rra Mundial como un adalid desinteresado de la moral internacional. Los idealistas
norteamericanos desdeñaban la política del equilibrio de poder (históricamente identifi-
cada con Europa), los armamentos nacionales, el uso de la fuerza en las relaciones
internacionales y los tratados secretos de alianza que precedieron a la Primera Guerra
Mundial. Al contrario, subrayaban los derechos y obligaciones legales internacionales y
la armonía natural del interés nacional como reguladores de la preservación de la paz
internacional, también predicaban una fuerte confianza en la razón y en la función de
preservadora de la paz que cumpliría la opinión pública.
127
De todos modos, en la medida en que la Segunda Guerra Mundial se aproximaba, la
brecha entre la teoría idealista y los acontecimientos del momento fue ensanchándose.
El fracaso de la Sociedad de Naciones motivó dudas acerca de la armonía de interés
en la paz. Contrariamente al presupuesto idealista, la autodeterminación nacional no
siempre producía gobiernos representativos. En muchos casos, el derrocamiento del
viejo orden monárquico dio surgimiento a un Estado totalitario aún más generalizado,
por ejemplo en Rusia. El mundo no estaba formado fundamentalmente por estados que
amaban la paz, sino que, al contrario, cada vez más abrazaban ideologías como el
fascismo y el comunismo.
Los estados que de manera más ferviente encarnaban la teoría utópica fueron los
que más cortos se quedaron en la aplicación de sus principios. El Congreso de Esta-
dos Unidos no ratificó la incorporación a la Sociedad de Naciones, rechazando el
llamado al internacionalismo, volcándose nuevamente al aislacionismo. Gran Bretaña
había salido de la Gran Guerra con saldos tan desastrosos, que se replegó en sí
misma, generando un pacifismo que restringió en gran medida cualquier capacidad de
aplicar la fuerza dentro o fuera de la Sociedad de las Naciones contra los estados
expansionistas, hasta principios de la Segunda Guerra Mundial.
Las raíces del paradigma idealista se remontan al tiempo de Dante, el poeta italiano del
siglo XIV que escribió acerca de la “universalidad del hombre” y quien previó un estado
mundial unificado. En el siglo XX este paradigma se ha asociado estrechamente con el
presidente Woodrow Wilson y otros pensadores de la época de la primera guerra mundial,
cuando las relaciones internacionales estaban iniciándose como una disciplina académica
independiente en los Estados Unidos. Los idealistas lograron una prominencia importante
entre las dos guerras, en el periodo entre el fin de la primera guerra mundial en 1918 y el
comienzo de la segunda en 1939, y son aún hoy una escuela de relaciones internacionales
bastante activa, representada por el Federalismo Mundial y por grupos similares. Como
sucede a muchos observadores de los asuntos internacionales, los idealistas se proponen
atender el desafío de minimizar el conflicto y maximizar la cooperación entre las naciones.
128
Lo que distingue a los idealistas, sin embargo, es su tendencia a fijar su atención en aspec-
tos legales y formales de las relaciones internacionales como el derecho internacional y las
organizaciones internacionales, y en conceptos y preocupaciones morales como los dere-
chos humanos. Ellos quisieron sacar una serie de experiencias de las cenizas de la primera
guerra mundial manifestando que con tan nefasto evento habían aprendido ciertas lecciones
acerca de la forma como operan las relaciones internacionales y de lo que era necesario
hacer para prevenir otra catástrofe similar. En su opinión era necesario construir un nuevo
orden basado en el respeto a la ley, la aceptación de valores internacionales comunes y el
desarrollo de las organizaciones de carácter multilateral como la Liga de las Naciones.
Los idealistas tienden a estar más interesados en cómo debería ser el mundo que en
analizar cómo en efecto es el mundo. Los idealistas argumentarían que la realidad del
momento no es la única Posible; su modo de pensar se refleja en inmejorable forma en
la frase del presidente Wilson cuando a una pregunta de sus asesores acerca de la
practicidad de la idea de la Liga de las Naciones, contestó: “Si no opera, debe trabajarse
para que opere”.
129
Los realistas manifiestan que han aprendido sus propias lecciones de la segunda gue-
rra mundial, esto es, que la forma de prevenir futuros enfrentamientos bélicos radica en
depender no sólo de las instituciones formales y legales o de los preceptos morales,
sino fundamentalmente de un “equilibrio del poder” capaz de disuadir a los agresores
potenciales, o también de un “acuerdo de poderes” capaz de efectuar una labor policiva
en el mundo. El paradigma realista ha dominado el pensamiento de una generación
entera de observadores de las relaciones internacionales desde la segunda guerra
mundial hasta el presente (académicos, profesionales y juristas), y hoy en día continúa
teniendo gran aceptación en muchos interesados.
130
Algunos académicos han argumentado que la historia reciente, especialmente el fin
pacífico de la guerra fría, ha reivindicado la visión liberal-idealista del presidente Wilson.
Otros estudiosos han sugerido que la compleja interdependencia y la fusión de situa-
ciones domésticas e internacionales se ha acelerado en tal forma que hoy en día se
hace necesaria la aparición de un nuevo paradigma de “política posinternacional” en el
campo de las relaciones internacionales.
Pocas personas son en efecto realistas puros o idealistas puros aun cuando muchos
de ellos se apoyan fuertemente en una dirección o en otra. Teniendo en cuenta el papel
131
que desempeñan los paradigmas en estructurar la visión que tiene una persona acerca
del mundo, es importante entender que con frecuencia se presentan interpretaciones
que compiten entre sí y se tornan conflictivas respecto a las relaciones internaciona-
les; esto se debe a que diferentes personas y culturas, basadas en sus experiencias
históricas y recientes, poseen a menudo diferentes lentes a través de los cuales pue-
den analizar los varios eventos. En África y Asia la gente que ha experimentado el
colonialismo comienza con un conjunto de supuestos bastante diferentes acerca del
mundo que, por ejemplo, un estadounidense. Mientras muchos norteamericanos están
inclinados a interpretar los asuntos internacionales en términos de los paradigmas
realista o quizá idealista, los observadores en los países menos desarrollados pueden
estar más inclinados a analizar los eventos en un contexto propio del paradigma mar-
xista. En lo que respecta al paradigma globalista, éste puede ofrecer un marco cada
vez más convincente para cualquiera que esté interesado en entender los efectos
políticos en un mundo en que las relaciones entre niveles subnacionales,
transnacionales, gubernamentales e intergubernamentales de actividad, se vuelven
cada vez más intrincadas. En adición a los paradigmas que se han mencionado, es
posible reconocer también otros enfoques tales como las perspectivas “posmoderna” y
“feminista”. Se debe tener presente que aun cuando ciertos académicos han sido iden-
tificados con un paradigma específico, sus investigaciones no siempre caen en forma
precisa dentro de una calificación u otra, toda vez que el campo de estudio de las
relaciones internacionales está caracterizado por enfoques cada vez más eclécticos.
Como vimos anteriormente, el papel que juega la ética, en las relaciones internacio-
nales es un tema recurrente del paradigma idealista. Por eso, este capítulo está desti-
nado a profundizar sobre esta característica.
Con frecuencia, especialmente entre los realistas, circula la idea de que “la moral no
tiene lugar en las decisiones de política exterior”. Se preguntan entonces los autores:
¿hasta qué punto, si es que así sucede, las consideraciones de carácter ético (en
forma opuesta a los fríos y duros cálculos del interés propio) influyen sobre la política
exterior? Y la segunda pregunta, de tipo normativo es: ¿hasta qué punto, si es que así
sucede, debe permitírseles a las consideraciones de carácter ético jugar un papel en
las decisiones de política exterior?
A primera vista, se puede responder a la primera pregunta afirmando que los Esta-
dos sacrifican los principios éticos para obtener los intereses propios en las materias
de gobierno. Pero ¿significará esto que la moral nunca afecta las decisiones de política
exterior de los Estados Unidos o de cualquier otro país? Sólo un cínico extremo contes-
taría que la moral es totalmente irrelevante.
132
refugiados por mes procedentes de Indochina, originando una carga económica impor-
tante en muchas comunidades norteamericanas. Los escépticos podrían decir que un
país tan rico como los Estados Unidos podría darse el lujo de absorber a los refugiados
y que lo hicieron para orientar la opinión del mundo en contra de los regímenes comu-
nistas del sudeste de Asia y para ablandar la conciencia de otros países para que
contribuyeran a solucionar la difícil situación de los refugiados de la guerra de Vietnam.
Los escépticos también podrían argumentar la inclinación de Estados Unidos para
aceptar con más facilidad los refugiados provenientes de los regímenes de izquierda
que los de derecha. Sin embargo, la actitud fue un gesto generoso pero innecesario.
Los miembros del comité ejecutivo norteamericano durante la difícil situación plan-
teada por la crisis de los misiles en Cuba, en 1962, manifestaron de manera explícita
su preocupación por el aspecto moral de las alternativas de política que estaban sobre
la mesa. Así se opusieron a la opción de un ataque aéreo, argumentando que un ataque
sorpresivo violaría las mejores tradiciones de los Estados Unidos y perjudicaría la
posición moral de la nación, llamando la atención también sobre el alto costo de vidas
inocentes que resultaría de una acción de esta naturaleza. Fue el respeto para con la
humanidad el que primó en la decisión, no solo consideraciones de interés nacional.
Algunos observadores notaron que quienes toman las decisiones generalmente sienten
la necesidad de ejecutar solo aquellas acciones que pueden ser públicamente justifica-
das en alguna forma, en tanto que otras opciones serán rechazadas si se consideran
perjudiciales contra la moral o si son indefendibles.
Aún cuando algunas veces los pronunciamientos morales pueden encubrir decisio-
nes interesadas, es evidente que incluso en situaciones de crisis, cuando más se
podría esperar que las consideraciones prácticas estén por encima de cualquier otra
cosa, los aspectos éticos pueden tener una influencia muy importante.
133
- El relativismo moral: como todavía no existe un consenso sobre la existencia o no de
normas morales universales, y ante la gran diversidad ideológica y cultural en el sistema
internacional, no se puede suponer que acciones tomadas sobre bases morales serán
recibidas por otros en la misma forma. Por ejemplo, la política de derechos humanos del
presidente estadounidense Jimmy Carter fue objetada por algunos países que no deseaban
promover los derechos políticos como la libertad de expresión y de prensa. Y vieron a los
Estados Unidos como impostores de su propio sistema de valores, y ésta sí constituye una
posición éticamente cuestionable.
Que un país actúe de acuerdo a la moral no implica que los otros países estén inclinados
a actuar de la misma forma. Por el contrario, pueden aprovecharse de la situación. Por
ejemplo cuando el presidente Carter suspendió la transferencia de tecnología nuclear y
ayuda económica a regímenes autoritarios de América Latina y de otras partes del mundo
condicionando estos beneficios a la liberalización de sus sistemas políticos, aquellos regí-
menes se orientaron entonces hacia Francia, Alemania Occidental y a otros países, que,
viendo las oportunidades de negocio, pasaron por encima cualquier objeción moral respec-
to a sus clientes. Este es el conocido planteamiento de que “dos males hacen un bien” o el
problema de que “todo el mundo lo hace”. Argumentos similares se han utilizado para
justificar el soborno por parte de las empresas a funcionarios públicos de gobiernos extran-
jeros a fin de obtener lucrativos contratos, afirmando que los negocios internacionales se
conducen de acuerdo con un código de conducta diferente que el que se considera acepta-
ble dentro de cada país.
- Otro problema es el síndrome de que “el fin justifica los medios”: es decir, la tentación
de justificar los actos más horrendos si se realizan en la búsqueda de lo que se consideran
causas nobles. Dados los fines que están en juego en la política internacional, como la
supervivencia nacional, existe una tentación en los líderes de considerar que “todo vale”:
explotar bombas atómicas, apoyar dictadores sin escrúpulos y asesinar agentes extranje-
ros, todo se hace en nombre de causas como la defensa nacional y la libertad. Aun cuando
los fines podrían en ocasiones justificar los medios, basarse demasiado en esta idea puede
dejar a una nación físicamente intacta pero éticamente en bancarrota.
Como vimos, el pacifismo es otro de los rasgos fundamentales del idealismo. La voluntad
de cambiar el contexto internacional signado por las guerras, sosteniendo la idea de que un
mundo pacífico es posible, es propia los idealistas. Es por ello que este capítulo analiza los
movimientos pacifistas del siglo XIX y principios del siglo XX, como claras muestras de
idealismo en relaciones internacionales.
134
físicos y morales; acostumbra a los hombres a la violencia; pervierte el espíritu porque
mueve a admirar el uso de la fuerza y a considerar “noble” matar al prójimo. Por lo tanto,
el respeto por la persona humana invita a condenar la violencia. Además, la guerra es
inútil porque en muchos casos no resuelve definitivamente los problemas o porque las
soluciones que propone son aparentes o temporales.
Por eso surgen las preocupaciones humanitarias y los argumentos de sentido común.
Estas preocupaciones se han expresado con mayor fuerza poco después de las
grandes guerras o en los periodos en que los movimientos revolucionarios amenazan
con trastornar las relaciones internacionales.
Este sentimiento pacifista fue apoyado, por un lado, por el pensamiento de ciertos
economistas y reformadores sociales y, por otro, por los movimientos religiosos.
Otros advierten además que una gran guerra romperá los vínculos establecidos
entre los productores de los diversos países y desorganizará el sistema de intercam-
bios propios del mundo actual.
También entre los socialistas se advertía la misma tendencia. A mediados del siglo
XIX Constantin Pecqueur insistió en el tema de la “guerra ruinosa” con su célebre frase
de que “son necesarios cincuenta años de paz para curarse de algunos años de victo-
rias”. Sin embargo todavía en esa época no se subrayaba el interés que tenían los
trabajadores en el mantenimiento de la paz.
135
luz el tema con la afirmación de que “hay hombres y clases a los cuales la guerra
aporta algunas veces una ganancia, pero para los trabajadores, ésta no es más que
una pérdida”.
El sentimiento religioso
a) El protestantismo
Fue tan sólo en los años que precedieron a la primera Guerra Mundial cuando tuvo
lugar un esfuerzo con miras a comprometer a esas iglesias protestantes en el “movi-
miento de la paz”. En los Estados Unidos retomó la idea Andrew Carnegie, quien había
creado en 1910 el Fondo Carnegie para la Paz Internacional. En 1914 se fundó la
Church Peace Union, que tuvo como objetivo examinar cómo puede la religión asegurar
la paz. Estaba convencido que la acción de las organizaciones religiosas era funda-
mental para la paz. Se organizó también una Conferencia Mundial de Iglesias, cuya
136
convocatoria fue para el 1 de agosto de 1914. La conferencia se inició, a pesar de los
acontecimientos internacionales (la noche anterior se había proclamado el “estado de
peligro de guerra”); pero debió disolverse al día siguiente, luego de haber dirigido a
todos los gobiernos europeos un llamado a la paz.
- Unos creían que toda guerra era contraria a la voluntad divina y que en conse-
cuencia no debían involucrarse;
- Otros consideraban que la guerra era justa cuando tenía como finalidad asegurar
el respeto del derecho internacional o auxiliar a las víctimas de una agresión no
provocada, (y para juzgar sobre ello se remitían a la conciencia de cada uno);
- Y otros afirmaban sin reservas el deber de obedecer al Estado que era el organis-
mo que Dios había querido para evitar la anarquía.
b) El catolicismo
En la primera parte del siglo XIX, el pensamiento católico fue mucho más reservado que
el protestantismo en relación al pacifismo, quizás porque la jerarquía estaba atenta a evitar
una postura que hubiera podido disgustar a algunos gobernantes. Entre 1871 y 1914, con el
auge de los nacionalismos en Europa, comenzaron a vislumbrarse cambios.
137
León XIII, considerado por muchos como “Papa político y gran diplomático” se mos-
tró dispuesto a desempeñar un papel activo en las relaciones internacionales para
restablecer el prestigio de la Santa Sede. Por tal motivo aceptó en 1885 actuar como
mediador entre España y Alemania en la controversia por las islas Carolinas. Con el
mismo fin hubiera querido participar en 1899 en la primera Conferencia de La Haya.
Declaró que la “paz armada” y el armamentismo eran intolerables. Puso de manifiesto
sus intenciones de que se instituyera un tribunal internacional de arbitraje. Pero no
propuso iniciativas concretas al respecto.
Pío X, que no quería ser diplomático, fue bastante reservado; lo más destacable de
este período fue que en 1911 dio la aprobación al Fondo Carnegie para la Paz Interna-
cional.
Con Benedicto XV la actitud de la Santa Sede adoptó una nueva orientación respecto
a las ideas pacifistas. En el momento en que la Primera Guerra Mundial causaba
estragos, el papa no se limitó a una expresión de deseos de paz, sino que tomó inicia-
tivas concretas. Al cumplirse un año de la guerra dirigió un llamamiento a los pueblos
beligerantes para recomendar una paz negociada; en 1917 sugirió a Guillermo II las
bases generales que deberían postular una oferta de paz; más adelante sugirió tomar
parte de una mediación, deseando también poner fin a los peligros que corría la Iglesia
y de paso no dejar al socialismo las iniciativas para las acciones en favor de la paz.
Pero Benedicto XV fue aún más allá cuando recomendó, la supresión del servicio
militar obligatorio, o cuando en su encíclica de 1920 proclamó el “deber” de un “acerca-
miento fraternal de los pueblos” y deseó el éxito de la Sociedad de Naciones.
Los pasos de Benedicto XV fueron los seguidos, por Pío XI, quien fomentaba el
patriotismo, como fuente de virtudes y de heroísmo, pero lo distinguía claramente del
nacionalismo inmoderado, que era germen de injusticias e inquietudes. Presentó como
remedios a la “inviolabilidad del derecho de gentes” y a la “pacificación de los espíritus”
gracias a la acción de la Iglesia Católica. Sin embargo, la Santa Sede no pronunció una
censura contra los actos de agresión de Italia en 1935 ni de Alemania en 1938, porque
evidentemente temía provocar en la conciencia de los católicos un conflicto entre el
sentimiento nacional y el deber de obediencia al mensaje pontifical.
Pío XII dirigió con firmeza en 1939 llamamientos públicos a la paz y las iniciativas
diplomáticas; realizó gestiones ante los gobiernos con miras a la reunión de una confe-
rencia internacional destinada a buscar una salida para los conflictos y reconoció como
deber de la Iglesia la pacificación. Realizó un esfuerzo continuo que contrastó notable-
mente con las acciones de Pío X en julio de 1914.
La nueva conducta adoptada por la Santa Sede durante los 20 años de entreguerras
estimuló el surgimiento de los movimientos pacifistas católicos: en 1921 se realizó en
París el Primer Congreso Católico de la Paz; y se realizó en 1931 una “consulta escrita”
sobre el tema “La paz y la guerra”. Ahí también fue muy notorio el contraste con las
iniciativas anteriores a 1914. Pero los resultados de tales esfuerzos fueron modestos:
en la mejor época, ninguna de las organizaciones agrupaba más que a algunos miles
de miembros y casi todas, salvo la Pax Romana, dejaron de funcionar a partir de 1933,
138
cuando los peligros aumentaron. En ningún momento se reunieron las organizaciones
para definir una actitud común con respecto a la Sociedad de Naciones y a la seguridad
colectiva. Y a pesar de los llamamientos a la paz que realizó la Santa Sede, el naciona-
lismo conservó posiciones fuertes en el mundo católico.
En una encuesta se comprobó que la mayor parte de los católicos aprobaban antes
el interés nacional que el interés de la Iglesia. En vísperas de la segunda gran guerra,
en Francia, un filósofo católico y pacifista, Emmanuel Mounier, intentó definir la actitud
de los cristianos ante el problema de la guerra y de la paz. Y llegó a la conclusión que el
cristiano no debería ser un “pacifista absoluto”, sin condenar la guerra cuando es “jus-
ta”, sino que debería admitir “la legitimidad de la violencia al servicio de la justicia”.
Pero advertía que la justicia internacional no es abstracta sino que cambia de conteni-
do con el tiempo. Y así en 1939, para hacer la resistencia al nazismo, la doctrina ya no
acudía al interés nacional sino a un deber moral.
Los militantes pacifistas siguieron tres vías para determinar los medios de su acción:
Notas
(1) Este acápite está realizado sobre la base de dos obras: Celestino del Arenal
(Introducción a las relaciones internacionales) págs 109-111; y Dougherty y Pfaltzgraff
(Teorías en pugna de las relaciones internacionales), págs. 14-17 y 91-93.
139
(2) E. H. Carr fue el especialista que de manera más aguda pudo establecer las
diferencias entre idealismo y realismo, en la época del “Gran Debate” entre ambos. Su
obra se titula “The Twenty- Years´ Crisis, 1919-1939: An introduction to the Study of
International Relations (Londres, Macmillan, 1939; Harper & Row, Torchbooks, 1964).
La mayoría de los análisis comparativos siguientes se remiten a ese trabajo. Tomado
de Dougherty y Pfaltgraff, op. cit., págs. 14-17 y 91-93.
(3) Este acápite fue realizado a partir de las obras de Dougherty y Pfaltzgraff, op. cit,
págs. 14-17; y de Esther Barbé (Relaciones Internacionales), págs. 28-32.
BIBLIOGRAFÍA
(*) Arreglo del Trabajo Final presentado para la Cátedra de teoría de las Relaciones
Internacionales. Licenciatura en Relaciones Internacionales, UCS, octubre de 2002.
140
Discurso de los Catorce Puntos
(Woodrow Wilson) (*)
Será nuestro deseo y propósito que el proceso de paz, cuando comience, sea abso-
lutamente abierto y que el envuelva y que no permita en el futuro entendimientos secre-
tos de ningún tipo. La época de la conquista y el engrandecimiento territorial ha pasado;
también ha pasado la época de los convenios secretos concertados en el interés de
gobiernos particulares y capaces en el momento menos esperado, de alterar la paz del
mundo. Es esta feliz circunstancia, evidente para todo hombre público cuyos pensa-
mientos no se detengan en una era muerta e ida, la que hace posible que toda nación
cuyos objetivos sean acordes con la justicia y la paz del mundo, declare ahora o en
cualquier otra ocasión los fines que tiene en mente.
Entramos en esta guerra por haberse perpetrado violaciones del derecho que nos
afectaron en lo vivo y hacía la vida de nuestro pueblo imposible, a menos que las
mismas se rectificaran y el mundo quedase asegurado de una vez por todas de que no
volverían a repetirse. Lo que exigimos en esta guerra, por lo tanto, no es nada que nos
sea exclusivo: es que se haga del mundo lugar digno y seguro en que vivir, y, particu-
larmente que se le haga segur para toda nación amante de la paz que, como la nuestra,
desee vivir su propia vida, determinar sus propias instituciones, y contar con la seguri-
dad de que será tratada con justicia y equidad por los demás pueblos del mundo, en
vez de con la fuerza y la agresión egoísta. Todos los pueblos del mundo son en realidad
partícipes de este interés, y, en cuanto a nosotros, comprendemos con perfecta clari-
dad que si no hacemos justicia a los demás, no se nos hará justicia a nosotros.
2- Absoluta libertad de navegación en los mares, fuera de las aguas territoriales, por igual
en la paz y en la guerra, excepto en caso de que los mares se cierren en todo o en parte
a la navegación por acción internacional obedeciendo a convenciones internacionales.
141
5- Un ajuste libre, franco y absolutamente imparcial de todas las reclamaciones colo-
niales, basado en la estricta observancia del principio de que, en la determinación de
todas esas cuestiones de soberanía, los intereses de las respectivas poblaciones
deben tener el mismo peso que las reclamaciones equitativas de los gobiernos cuyo
título habrá de determinarse.
7- Todo el mundo convendrá en que debe evacuarse y reconstruirse Bélgica, sin intento
alguno de limitar la soberanía que disfruta en común con todas las otras naciones
libres. Ningún otro acto podrá servir como este para restablecer la confianza entre
las naciones en las leyes que ellas mismas han establecido y determinado para el
gobierno de sus relaciones con las demás. Sin este acto de sanar, la estructura toda
del derecho internacional se habría dañado para siempre.
10- Se debe brindar a los pueblos de Austria y Hungría, cuyo lugar entre las naciones
deseamos ver salvaguardado y asegurado, la mejor oportunidad de desenvolvi-
miento autónomo.
11- Se debe evacuar Rumania, Serbia y Montenegro; restituir los territorios ocupados;
conceder a Serbia acceso libre y seguro al mar; y determinar las relaciones de los
diversos estados balcánicos entre si por el juicio amistoso, de conformidad con las
líneas de lealtad y nacionalidad históricamente establecidas,; así como se debe
proceder a establecer las garantías internacionales de independencia política y
económica e integridad territorial de los varios Estados balcánicos.
12- Debe proporcionarse segura soberanía a las porciones turcas del actual Imperio
Otomano, pero en lo que concierne a las demás nacionalidades que se encuentran
142
actualmente bajo mandato turco, debe dárseles las garantías de una seguridad de
vida sin lugar a dudas, y una oportunidad absolutamente sin estorbos para su
desarrollo autónomo; y los Dardanelos deben quedar abiertos permanentemente
como pasaje libre para los barcos y el comercio de todas las naciones, bajo garan-
tías internacionales.
13- Se debe formar un estado independiente de Polonia, que comprenda los territorios
habitados por poblaciones indiscutiblemente polacas, con garantías de acceso li-
bre y seguro al mar, y cuya independencia política y económica e integridad territo-
rial deben garantizarse por convención internacional.
14- Debe formarse una sociedad general de naciones bajo convenciones concretas,
con la finalidad de establecer garantías mutuas de independencia política e integri-
dad territorial para los estados grandes y pequeños por igual.
Hemos hablado en términos demasiado concretos, par que puedan caber dudas o
interrogantes. Evidentemente, el programa que acabo de exponer está regido por un
principio: el principio de la justicia para todos lo pueblos y nacionalidades, y de su
derecho a vivir en términos iguales de libertad y seguridad entre sí, sean fuertes o
143
débiles. A menos que este principio se convierta en su cimiento, ninguna parte de la
estructura de la justicia internacional podrá sostenerse. El pueblo de los Estados Uni-
dos no podría proceder guiado por ningún otro principio, y a la vindicación de este
principio está decidido a consagrar su vida, su honor y todo lo que posee. El desenlace
moral de esta guerra culminante y final por la libertad humana ha llegado, y ese pueblo
está dispuesto a poner a prueba su propia fuerza, sus propios más elevados propósi-
tos, su propia integridad y su consagración.
(*) Discurso del Presidente Wilson ante el Congreso de los Estados Unidos pronun-
ciado el 8 de enero de 1918.
144
Actividades
3. ¿Cuáles son los dos hechos históricos que preceden al libro “La Paz perpetua, un
esbozo filosófico” de Kant?.
145
146
DIAGRAMA DE CONTENIDO - UNIDAD IV
EL REALISMO
sobre Pedraza
Concepto sobre Morgenthau
Visiones de
* Clásico
Clasificación Wight
* Sociológico
Del Arenal
* Neorrealismo
Morgenthau
Aportes de la
escuela inglesa
147
148
UNIDAD IV
TEORÍAS REALISTA CLÁSICA
Introducción
Primero debemos saber que el realismo tiene como antecedentes más antiguos a
Tucídides, con su libro sobre la Guerra del Peloponeso, a Maquiavelo, con El Príncipe y
a Thomas Hobbes, con El Leviathán.
Las ideas maquiavélicas / hobbesianas tienen una idea pesimista respecto del hom-
bre. Hobbes escribió en El Leviathán “hommo lupus hommes” (el hombre es el lobo del
hombre). Maquiavelo y Hobbes reflexionan sobre lo que verdaderamente es el mundo y
no sobre lo que debería ser.
Para ellos la sociedad internacional está regida por la política del poder y se divide
entre los vencedores y los vencidos. Es decir los Estados tienen el derecho a ser
poderosos y a ejercer ese poder sobre los débiles.
Es a partir de estas ideas que escriben los realistas. Celestino del Arenal los va ha
ubicar en la segunda fase del desarrollo de las relaciones internacionales.
El modelo de sistema internacional que plantea el realismo tiene las siguientes ca-
racterísticas:
149
- Los problemas principales que va ha tratar son las causas de la guerra y las
condiciones de la paz.
- El sistema internacional sufre de una anarquía estructural.
- El actor principal del sistema es el Estado.
- Las motivaciones principales del Estado son el interés nacional, la seguridad y el
poder.
- Las lealtades se rinden solamente a los actores geográficamente delimitados: los
Estados.
- El principal proceso de funcionamiento es la búsqueda de la seguridad y la super-
vivencia.
- Existen pocas probabilidades de cambio en el sistema.
- El origen de las teorías son la historia, la política y la economía.
Del otro lado del Atlántico se produce el desarrollo de un realismo más moderado y
matizado. Estamos hablando de los que se denominó “Escuela Inglesa de las Relacio-
nes Internacionales”. El autor más importante dentro de esta escuela fue Martin Wight,
también son considerados Hedley Bull (que nosotros veremos por sus últimos trabajos
en el realismo sociológico), Herbert Butterfield y Charles Manning.
150
Del Arenal también describe que para Wight el hombre se mueve considerando al
derecho y a la justicia, y que posteriormente, este autor se dedicará a centrar sus
trabajos en el elemento de los intereses comunes y obligaciones comunes como deter-
minantes de las relaciones internacionales.
Los exponentes de esta escuela ven a las reflexiones académicas como partes de la
práctica política. La conexión se debe mayormente a su concepción de que los diplo-
máticos del mundo real son los portadores de ideas y de prácticas. (5)
Referencias:
(1) Dallanegra Pedraza, Luis. “Tendencias del Orden Mundial: Régimen Internacio-
nal”. Buenos Aires, Edición del Autor, 2001. Capítulo N° 5.
(2) Del Arenal, Celestino. “Introducción a las Relaciones Internacionales”. Editorial
Tecnos. Madrid, 1994.
(3) Del Arenal. Obra citada, pág. 131.
(4) Del Arenal cita a Martin Wight en Power Politics. Londres, 1946. Pág. 66.
(5) Waever, Ole. “The english School´s Contributions to the Study of International.
Relations”. Trabajo presentado en la 24va Conferencia Anual de la Asociación.
Británica de Estudios Internacionales. Diciembre de 1999.
BIBLIOGRAFÍA
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993. Ver
capítulo 3.
151
Realismo Idealismo Marxismo
Probabilidades de Pocas (elementos) Altas dentro del modelo Altas dentro del modelo
cambio en el estructurales del sistema (por la rapidez de los (por las contradicciones
sistema: son perdurables a pesar cambios tecnológicos, inherentes al sistema
de muchos otros etc.). capitalista mundial).
cambios.
Origen de las teo- Política. Todos los campos de las Teoría marxista-leninista
rías, percepciones Historia. ciencias sociales. (diversas variantes).
y evidencias: Economía (esencialmen- Ciencias naturales y
te los realistas “moder- tecnológicas.
nos” o neorrealistas).
152
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
La mayoría de mis predecesores en este sitio nos ha dicho que es honesto pronun-
ciar unas palabras, exigidas por la ley durante el entierro de aquéllos que han muerto
en batalla.
Por lo que se refiere a mi mísmo, me inclino a pensar que el valor que se ha mostra-
do en hechos concretos ya ha sido saldado suficientemente mediante los honores,
también mostrados en hechos concretos.
Ustedes mismos pueden apreciar lo que ellos significan ya que están participando
de este funeral solventado por el pueblo.
Por un lado, el amigo a quien le son familiares algunos hechos de la vida de estos
muertos puede pensar que varios aspectos no han sido destacados con la dedicacíón
que desea y que sabe que merecen.
Por otro, aquél que no los ha conocido puede sospechar por envidia, que hay exage-
ración, cuando escucha mencionar virtudes que están por encima de su propia natura-
leza. (Porque los hombres aceptan que se ensalce a otros en tanto en cuanto ellos se
puedan persuadir que las mismas acciones recordadas las podrían haber vivido ellos
mismos como protagonistas. Cuando ese limite se traspasa, surge la envidia y con ella
la incredulidad)
Sin embargo como nuestros antecesores han establecido esta costumbre y la han
aprobado, la obediencia a la ley pasa a constituir para mí un deber.
Intentaré satisfacer las opiniones y deseos de todos ustedes de la mejor manera que
pueda.
Tendría que comenzar con nuestros antepasados. Es tan adecuado como prudente,
que ellos reciban el honor de ser mencionados en primer lugar, en una ocasión como la
153
de ahora. Ellos vivieron en esta comarca sin interrupción de generación en generación;
y nos la entregaron LIBRE como resultado de su bravura. Y si nuestros antepasados
más lejanos merecen alabanza, mucho más son merecedores de ella nuestros padres
directos. Ellos sumaron a nuestra herencia el imperio que hoy poseemos y no escati-
maron esfuerzo alguno para transmitír esa adquisición a la generación presente.
Por último, hay muy pocas partes de nuestro dominio que no hayan sido aumentadas
por aquéllos de entre nosotros que han llegado a la madurez de sus vidas. Por su
esfuerzo la patria se encuentra provistac con todo lo que le permite depender de sus
propios recursos, tanto en guerra como en la paz. Aquella parte de nuestra historia que
muestra cómo nuestras hazañas bélicas trajeron como consecuencia nuestras diver-
sas posesiones, así como tambien la que muestra cómo tanto nosotros como nuestros
padres pudimos frenar la marea de la agresión extranjera, valerosamente y sin doble-
ces, constítuye un capítulo demasiado conocido por todos los que me escuchan. No
necesito extenderme en el tema que, por consiguiente, dejo de lado.
Pero cuál fue el camino por el que llegamos a nuestra posición; cuál es la forma de
gobierno que permitió volver más evidente nuestra grandeza; cuáles los hábitos nacio-
nales a partir de los cuales ella se originó; éstos son los problemas máximos que
intento dejar en claro, antes de proseguir con el panegírícode todos estos muertos.
Pienso que el tema es adecuado para una ocasión como la presente y que ha de
resultar ventajoso escucharlo con atención tanto por los nativos como por los extranje-
ros. Nuestra constitución no copia leyes de los estados vecinos. Más bien somos
patrón de referencia para los demás, en lugar de ser imítadores de otros. Su gestión
favorece a la pluralidad en lugar de preferir a unos pocos. De ahí que la llamamos
democracia.
Otra diferencia entre nuestros usos y los de nuestros antagonistas se aprecia con
nuestra política militar.
Abrímos nuestra ciudad al mundo. No les prohibimos a los extranjeros que nos ob-
serven y aprendan de nosotros, aunque ocasionalmente los ojos del enemigo han de
sacar provecho de esta falta de trabas. Nuestra confianza en los sistemas y en las
políticas es mucho menor que nuestra confianza en el espíritu nativo de nuestros
conciudadanos.
154
No hubo aun enemigo que se opusiera a toda nuestra fuerza unida, puesto que nos
empeñamos al mismo tiempo no sólo en alistar a nuestra marina sino también en
despachar por tierra a nuestros conciudadanos en cien servicios diferentes.Y así re-
sulta que a menudo entra en lucha alguna de estas fracciones de nuestro poderío total.
Si el encuentro resulta victorioso para el enemigo, su triunfo lo exageran como si fuera
la victoria sobre toda la nación. Si en cambio cae derrotado. El contraste se presenta
como sufrido con el concurso de un pueblo entero.
Y sin embargo, con hábitos que son más bien de tranquilidad que de esfuerzo y con
coraje que es más bien naturaleza que arte, estamos preparados para enfrentar cual-
quier peligro con esta doble ventaja: escapamos de la experiencia de una vida dura,
obsesionada por la aversión al riesgo; y sin embargo, en la hora de la necesidad,
enfrentamos dicho riesgo con la misma falta de temor de aquellos otros que nunca se
ven libres de una permanente dureza de vida. Pero con estos puntos no finaliza la lista
de los motivos que causan admiración en nuestra ciudad. Cultivamos el refinamíento
sin extravagancia; la comodidad la apreciamos sin afeminamiento; la riqueza la usamos
en cosas útiles Más que en fastuosidades, y le atribuimos a la pobrezauna única des-
gracia real. La pobreza es desgraciada no por la ausencia de posesiones sino porque
invita al desánímo en la lucha por salir de ella.
Nuestros hombres públicos tienen que atender a sus negocios privados al mismo tiempo
que a la política y nuestros ciudadanos ordinarios, aunque ocupados en sus industrias, de
todos modos son jueces adecuados cuando el tema es el de los negocios públicos. Puesto
que discrepando con cualquier otra nación donde no existe la ambición de participar en
esos deberes, considerados inútiles, nosotros los atenienses somos todos capaces de
juzgar los acontecimíentos, aunque no todos seamos capaces de dirigirlos.
En lugar de considerar a la discusión como una piedra que nos hace tropezar en
nuestro camino a la acción, pensamos que es preliminar a cualquier decisión sabia.
La palma del valor corresponde ser entregada en justicia a aquéllos que no ignoran,
por haberlo experimentado en carne propia, la diferencia entre la dureza de la vida y el
placer de la vida; y que, sin embargo, no ceden a la tentación de escapar frente al
peligro.
Si nos referimos a nuestras leyes, ellas garantizan igual justicia a todos, en sus
diferencias privadas. En lo que respecta a las diferencias sociales, el progreso en la
vida pública se vuelca en favor de los que exhiben el prestigio de la capacidad. Las
cosideraciones de clase no pueden interferir con el mérito. Aún más, la pobreza, no es
óbice para el ascenso. Si un ciudadano es útil para servir al estado, no es obstáculo la
oscuridad de su condición.
155
La libertad de la cual gozamos en nuestro gobierno, la extendemos asimismo a
nuestra vida cotidiana. En ella, lejos de ejercer una supervísión celosa de unos sobre
otros, no manifestamos tendencia a enojarnos con el vecino, por hacer lo que le place.
Y puesto que nada está haciendo opuesto a la ley, nos cuídamos muy bien de permi-
tirnos a nosotros mismos exhibir esas miradas críticas que sin duda resultan molestas.
Y son solamente los atenlenses quienes sin temor por las consecuencias abren su
amistad, no por cálculos de una cuenta por saldar sino en la confianza de la liberalidad.
En pocas palabras resumo que nuestra ciudad es la escuela de Grecia y que dudo que el
mundo pueda producir otro hombre que dependiendo sólo de sí mismo llegue a su altura en
tantas emergencias y resulte agraciado por tamaña versatilidad como el atenlense.
Y ésta no es una mera bravata lanzada en esta ocasión favorable, sino que es la
realidad de los hechos, considerando el presente poder de Atenas que esos hábitos
conquistaron.
156
Antes bien, han quedado de él testimonios gigantescos.
Esta es la Atenas por la cual estos hombres han luchado y muerto noblemente, en la
seguridad de contribuir a que no desfallezca. De la misma manera que cualquiera de
los sobrevivientes está dispuesto a morir por la misma causa. Por supuesto, si es que
me he detenido con cierto detalle en señalar el carácter de nuestra comarca, ha sido
para mostrar que nuestra disposición en la lucha no es la misma que la de aquéllos que
no tienen ese tipo de bendiciones que se pueden llegar a perder si no se defienden; y
también para demostrar que el panegírico de los hombres a quienes me refiero puede
ser construído sobre la base de pruebas establecidas.
Casi está completo este panegírico. Pues la Atenas que he celebrado, es solamente
la que ha conquistado el heroísmo de éstos y de sus émulos. Al fin estos hombres,
apartándose del resto de los helenos, han de llegar a tener una fama solamente compa-
rable a sus merecimientos. Pero si hace falta prueba definitiva de su bravura intrínse-
ca, es fácil encontrarla en esta escena terminal.
Hay justicia en la aseveración de que el valor en las batallas por su nación puede
ocultar muy bien otras imperfecciones del hombre, dado que la buena acción ha oculta-
do a la mala; y su mérito como ciudadano más que sobradamente ha alanceado a su
demérito como individuo.
Sintiendo que la bravura frente al enemigo es más deseable que sus personales
venturas; y dándose cuenta que en esta ocasión surge el más glorioso de loa azares,
ellos se determinaron gozosamente a aceptar el riesgo, a confirmar su altivez, y a
postergar sus deseos; y mientras se arrojaban hacia la esperanza de volcar la certi-
dumbre de la victoria, en la empresa que estaba frente a ellos, prefirieron morir resis-
tiendo, en lugar de vivir sometiéndose. Huyeron solamente del deshonor. Luego de un
breve momento, que resultó la crísis de su fortuna, durante el cual pensaron en esca-
par, no de su miedo, sino de su gloria, enfrentaron la muerte cara a cara.
157
Y así murieron estos hombres como es honesto de un ateniense. Ustedes, los so-
brevivientes, se tienen que determinar, en el campo de batalla, a la misma resolución
inalterable, pese a que es lícito que oren por un desenlace más feliz.
Y sin contentarse con ideas solamente inspiradas en palabras, con respecto a las
ventajas de defender nuestro país (aunque esas palabras serían un arma de importan-
cia para cualquier orador frente a un auditorio tan sensible como el presente) ustedes
mismos, con su acción, deben exaltar al poder de Atenas y alimentar los ojos con su
visión, día a día, hasta que el amor por ella llene el corazón de ustedes; y luego, cuando
su grandeza se derrame hacía ustedes, deben reflexionar que fue el coraje, el senti-
miento del deber y una sensibilidad especial del honor en acción, los que permitieron al
hombre ganar todo esto.
A pesar que exístieran las fallas de carácter, o las defecciones previas en la vida
personal, ellas no fueron suficientes como para privar a nuestra comarca de su valor,
puesto a sus pies como homenaje, como la contribución más gloriosa entre las que
ellos podían ofrecer.
Por esta ofrenda de sus vidas hecha en común por todos ellos, individualmente,
cada uno de ellos, se hizo acreedor de un renombre que no se vuelve caduco, así como
se hizo acreedor de un sepulcro, mucho más que el receptáculo de sus huesos: ya que
es el más noble de los altares.
Altar donde se deposita la gloria por ellos alcanzada para ser recordada cuando las
eventualidades inviten a su conmemoracíón.
Porque los héroes tienen al mundo entero por tumba y en países alejados del que los
vió nacer (único sitio donde un epitafio lo atestigua) tienen su ara en cada pecho y un
recordatorio no escrito en cada corazón que como mármol lo preserva.
Adopten ustedes estos hombres como modelo y juzgando que la felicidad es el fruto
de la libertad y que la libertad es el fruto de la bravura, nunca declinen la exaltación de
sus valores.
No son desgraciados quienes no ahorran su vida en aras de lo justo. Nada tienen que
perder. Sino más bien lo son aquéllos quienes ahorran las vidas suyas a costa de una
caída que si sobreviene, ha de tener tremenda consecuencia.
Puedo ofrecer ayuda, pero no condolencia, a los parientes de los muertos. Son
innumerables los azares a los cuales el hombre está sujeto, como ustedes saben muy
bien. Pero son afortunados aquéllos a quienes el azar ofrece una muerte gloriosa, la
misma que hoy nos enluta. Aquéllos cuya vida ha sido tan bien medida que pudiera
acabar en la felicidad de servir de modelo.
158
A pesar de ello reconozco que es una dura manera de decir, especialmente cuando
está involucrado aquél que ha de ser recordado por untedes, que ven continuar en
otros hogares la bendición que alguna vez también han tenido. Porque la pena se siente
más por la pérdida de algo a lo cual estábamos acostumbrados, que por el deseo de
algo que nunca fue nuestro.
Aquéllos entre los deudos que estén en edad de procrear hijos, deben consolarse
con la esperanza de tener otros en su lugar. No solamente van a ayudar a que no olvide
a quien se ha perdido, sino que para el mismo estado ha de ser un refuerzo y un
reaseguro. Porque nunca un ciudadano ha de buscar tanto una política justa y honesta
cuanto que lo motiven, siendo padre, los intereses y las aprehensiones de tal condi-
ción. Los que ya han sobrepasado la edad madura, dejen que los convenza la idea de
que la mayor parte de la vida les fue afortunada y que el breve intervalo que falta, ha de
ser iluminado con la fama del que ya no está. Porque lo único que no se vuelve viejo es
el amor al honor. No son las riquezas, como algunos quisieran. Es el honor lo que
reconforta al corazón, con la edad y la falta de ayuda.
Me dirijo a los hijos y a los hermanos de los difuntos. Veo una ardua lucha en
ustedes. Cuando un ser humano se va, todos tienden a alabarlo y pese a que el mérito
de ustedes ha de ir creciendo, es difícil que se acerque a su renombre. Los vivientes se
ven expuestos a la envidia. En cambio los muertos están libres de ella y honrados con
la buena voluntad de quiénes los recuerdan.
159
evidentes de que éstas no pueden dar sentido a los acontecimientos de mediados del
presente siglo. Nuestra civilización considera que el mundo social es susceptible de
control racional a partir de modelos de las ciencias naturales, mientras que la experien-
cia interna e internacional de nuestro siglo contradice esta premisa. Sin embargo, en
lugar de preguntarse si dicha premisa ha de ser revisada, se lleva acabo una defensa a
ultranza de la misma; lo que supone profundizar aún más en las contradicciones entre
la filosofía y su experiencia.
160
destructivos respecto de los propósitos iniciales. La política es un arte y no una cien-
cia, y lo que se requiere para dominarla no es la racionalidad del ingeniero, sino la
prudencia y la fuerza moral del estadista. El mundo social, sordo a las llamadas de la
razón pura y simple, tan sólo cede ante la combinación conjunta de presiones morales
y materiales que el arte del estadista sabe crear y mantener.
El rechazo de la política
(Hans J. Morgenthau)
La guerra es una cosa del pasado. Pertenece, según Herbert Spencer, a la época del
militarismo y del deseo; se vuelve obsoleta en nuestra civilización industrial “en la que
el hombre puede apaciguar sus instintos codiciosos a través de la inversión productiva
del capital”. De ahí que la guerra esté “muerta” y sea “imposible”. La guerra no solucio-
na nada. Es una inversión improductiva; tal y como Emeric Crucé reconocía ya en el
siglo XVII, “no es productiva”. Nadie ha ganado jamás una guerra. Incluso la observa-
ción de Wellington de “que no hay nada peor que ganar una guerra, excepto perderla”,
contiene elementos de ese pacifismo racionalista.
161
medias es primordialmente comercial o de naturaleza profesional mientras que su ene-
migo histórico, la aristocracia, se ha educado en la tradición del uso de las armas.
En la vida diaria de los individuos, esta superioridad ha sido una tentación constante
para los aristócratas que intentaban desposeer a las clases medias del fruto de su
trabajo por medios violentos, y así se convirtió en una amenaza constante para la
supervivencia y el bienestar económico de los miembros de las clases medias. Estas
últimas asumieron la violencia como la negación de todos los valores que más aprecia-
ban, y a su uso le pusieron el estigma de la inmoralidad y de la irracionalidad. Y de
hecho es irracional desde el punto de vista de los sistemas filosófico, social y económi-
co desarrollados por las clases medias.
Así pues, no hay lugar para la violencia en un sistema racional de sociedad. Es, por
tanto, una preocupación vital —tanto práctica como intelectual— para las clases me-
dias el evitar cualquier interferencia exterior, especialmente las interferencias violen-
tas, con el mecanismo delicado del sistema económico y social que simboliza la racio-
nalidad del mundo en sentido amplio. Al convertir esta preocupación en un postulado
filosófico y político de validez absoluta, el liberalismo reconoce tanto la singularidad
como el carácter excepcional de la experiencia que le dio origen. Ya que la ausencia de
violencia organizada durante largos períodos de la historia constituye, tanto en el nivel
interno como en las relaciones internacionales, la excepción más que la regla.
162
Entrevista a Henry Kissinger (*)
Entrevistador: Dr. Kissinger, para comenzar con uno de sus grandes éxitos, China.
Dr. Henry Kissinger: La razón principal para buscar un acercamiento a China fue
para restaurar la fluidez de toda la situación internacional. Si hay cinco jugadores y
usted no puede tratar con uno de ellos, produce rigidez. Segundo, nosotros queríamos
demostrar al público americano que Vietnam fue una aberración, que teníamos las
ideas para la construcción de la paz en una escala global. Y tercero, queríamos aislar a
Vietnam. Esto comenzó a cerrar en nosotros después que estuviésemos en la oficina
en un momento cuando existían tensiones reales en la relación China – Rusia, y que
posiblemente la causa de las tensiones fue la Unión Soviética y no China, que era la
idea opuesta con la que entramos. Cuando dije “nosotros”, incidentalmente, quise decir
Nixon y yo, no es un “nosotros” de la realeza.
E.: Habiendo obtenido el acercamiento, ¿ Cuál fue la principal ventaja que el mismo
trajo a la política exterior de los Estados Unidos?
HK: Bueno, estableció una relación triangular entre los Estados Unidos, China y
Rusia, en la que tratamos de estar más cerca de cada uno de ellos de lo que estaban
entre ellos, por lo tanto podíamos calibrar nuestra política en relación a las crisis
específicas que emergían en relación a nuestros intereses nacionales. También nos dio
una mayor flexibilidad con otras naciones asiáticas que estaban bajo la sobra de China.
HK: Mi experiencia con Moscú es que cuando uno realiza un movimiento dramático, a
uno le dicen que va a antagonizar con la Unión Soviética para siempre, pero en mi propia
experiencia siempre pasó lo contrario.: ellos siempre se ajustaron y trataron de acompañar
el movimiento de la nueva realidad en su propia diplomacia, que incidentalmente es usual-
mente más correcto. Por ello, la reacción de Moscú fue que el encuentro que nosotros
tratamos de realizar antes del viaje a China, que ellos trataron de detener y buscaron...
bueno, para ponerlo en forma amable, chantajearnos para obtener concesiones desfavora-
bles, o por lo menos concesiones que nosotros pensábamos eran desfavorables... repenti-
namente ellos acordaron en hacerlo, ellos trataron de ir tras China, y eso descongeló
nuestra relación con China.. con Rusia.
E.: Usted ha dicho que esperaba que hablando con China, aislaría a Vietnam del
Norte, y presumiblemente usted también esperaba que China lo ayudase, o que esa
presión que tuviese que soportar China pudiese ayudar las negociaciones a realizarse
con Vietnam del Norte.
HK: No, no
163
E: ¿Lo hizo.. fue ese el caso?
HK: Nosotros no esperábamos que China presionara a Vietnam para negociar. Nosotros
pensamos que el solo hecho que China estaba tratando con nosotros en ese momento,
cuando estabamos realizando operaciones militares en Vietnam, y continuaban las nego-
ciaciones cuando intensificábamos esas operaciones, tuviese un impacto desmoralizador.
Nosotros nunca esperamos que China hiciese algo activo para ayudarnos.
E: Una nota personal. ¿Cuáles fueron sus sentimientos cuando descendió del jet
pakistaní en Beijing?
HK: Bueno uno lee acerca de grandes eventos, la gente siempre piensa que hubo un
sentimiento elevado. Cuando me paré fuera del jet pakistaní. Mi mayor preocupación
fue con quién me iba a encontrar y cómo se conducirían la conversación. No puse mi
pié y dije, “Ahora he hecho historia, y esto nunca será olvidado”. Pensé, “¿Con quién
me voy a encontrar, y cómo llegaré a un acuerdo?”.
E: Pero cuando usted volvió con le presidente Nixon, el pensó que ustedes dos
estaban haciendo historia, ¿Seguro?
E: Los chinos le habían enviado señales a usted, ellos estaban esperando su ida.
HK: Bueno, eso no funcionó... mi llegada no fue nuestra propuesta: los chinos nos
enviaron señales que ellos estaban ansiosos de abrir relaciones y que querían un
dialogo con nosotros, y ellos no invitaron a ninguna persona en particular.
HK: Uno debe separara dos cosas. Cuando fui Consejero de Seguridad, no coman-
daba una burocracia, por ello si la casa blanca iba a conducir una negociación, tenía
que ser realizada por un canal trasero. Cuando fui secretario de Estado, no existían en
164
efecto canales posteriores, porque podía diseñar las negociaciones como me parecie-
sen adecuadas. Ahora bien, una de las razones para el canal trasero de negociaciones
fue que el presidente Nixon, que era muy determinante y muy capaz de tomar grandes
decisiones, no era sin embargo capaz de ....... sobrepasar a sus subordinados en su
presencia, y por lo tanto encontraba muy, my doloroso, es más lo encontraba para todo
propósito imposible, decirle a una burocracia: “Estoy en desacuerdo con usted, y usted
lo va ha hacer a mi manera”. El comúnmente establecía canales posteriores, de esa
forma evitaba el problema. Segundo, por ese entonces nuestra burocracia estaba
desproporcionada y había mucho personal, los papeles iban y venían, y sobretodo, la
incapacidad de la burocracia de entender las ordenes presidenciales, aunque estuvie-
sen dadas claramente, sumado al hecho de sus preconceptos, era tan grande, que
Nixon decidió que para lograr coherencia debía establecer un canal trasero de negocia-
ción. Entonces existía un canal frontal, que hacía la tarea pesada, y uno trasero que
hacia la tarea minuciosa, y se trabajó bastante bien.
E: ¿Hubo desventajas...?
HK: Bueno....
E: ¿...políticas?
HK: Bueno, antes que nada, hubo desventajas en término de las demandas nervio-
sas en mí, porque obviamente existían ciertos temores, sin saber a ciencia cierta lo
que la Casa Blanca estaba haciendo, fácilmente podíamos tomar una dirección que no
era totalmente compatible con lo que estabamos tratando de conseguir. Políticamente,
las desventajas son que no hay algo más irritante que un burócrata menospreciado, o
un diplomático despreciado, o la gente que no participa en las negociaciones ya que
siempre se vanaglorian de lo que pudiesen haber obtenido, porque ellos no asumieron
ninguna responsabilidad por las concesiones. Por lo tanto nos creamos una oposición,
de personas que, sin saber que las negociaciones se estaban realizando, proponían
mayores concesiones que las que hicimos. Pero cuando hicimos las concesiones,
ellos, por supuesto, decían que se podría haber tomado la línea dura.
E: Gracias. Para dejar los métodos y tomar un punto en particular del SALT 1, que
fue firmado pero que no manejaba nada acerca de los misiles de cabezas múltiples, o
de cabezas múltiples para misiles, ¿Por qué fue eso, por qué usted...?
HK: Bueno, primero... no existían las cabezas múltiples cuando el SALT 1 fue nego-
ciado. Nosotros recién estábamos iniciando las pruebas de las cabezas múltiples. La
Unión Soviética ni siquiera, por lo que sabemos, tenía un diseño de cabezas múltiples,
ciertamente estaban lejos de la fase de pruebas. Por lo tanto hubiese sido muy difícil
negociar un edicto sobre cabezas múltiples. Segundo, nosotros habíamos tomado, en
realidad durante la administración anterior, bajo McNamara, deliberadamente la deci-
sión de poseer pequeños misiles con muchas cabezas múltiples. Y anteriormente al
tratado ABM, necesitábamos muchas cabezas para poder penetrar un sistema conce-
bible soviético. Por lo tanto tratar de incluir a las cabezas múltiples en una negociación,
cuando no había cabezas múltiples, y cuando aún no existía el acuerdo ABM, hubiese
165
sido imposible. Incluimos las cabezas múltiples tan pronto el SALT 1 estaba completo y
los números fueron incluidos en negociaciones posteriores.
HK: El debate acerca de la deténte en los Estados Unidos tomo una forma muy
curiosa. Antes que nada, No recuerdo de donde vino la palabra deténte. No es una
palabra que tenga en mi léxico, y repentinamente emergió en la discusión. Pero ese es
un punto secundario, porque ella no significa nada más que cierta relajación en la
tensión. Cuando el presidente Nixon ingresó al gobierno, la sapiencia de todos los
medios y de la gente que se veía a sí misma como intelectuales, fue que él era un
“busca pleitos”, y que debían moderarlo, y estábamos bajo mucha presión para comen-
zar negociaciones en temas comerciales, en el SALT, y en un conjunto complejo de
temas. Tuvimos la visión que queríamos poner juntos los asuntos políticos y estratégi-
cos, y nos movimos a un paso muy deliberado. Entonces, cuando una serie de acuer-
dos fue concertada con la Unión Soviética, el debate acerca de la deténte tomó una
forma muy particular, porque algunos liberales parecieron tener la visión de que si
Nixon estuviese lejos de la relajación, tal vez, la tensión no fuese tan mala, y de
repente desarrollaron teorías de la necesidad de intervenir en procedimientos sobre los
derechos humanos, que nosotros no habíamos escuchado antes y que habían sido
extremadamente rechazadas antes. Segundo, los argumentos fueron desarrollados acer-
ca de la tecnología del SALT, que ciertamente le dieron gran crédito a estudiantes de
teología en una academia de teología, pero que realmente no eran completamente
relevantes. Y cuando ahora... cuando vemos la capacidad del sistema soviético, esta
idea de que los soviéticos estaban haciéndolo como un engaño monumental, de tal
manera que una mañana podían dispararnos cientos de misiles y destruirnos, es ahora
absurda, que el sistema hubiese podido alguna vez hacerlo. Entones lo tercero, una
clase entera de graduados emergió, que se movieron de la izquierda a la derecha al
principio de 1973, y aparecieron en el guisado de los neoconservadores, y de repente
nosotros estabamos a la defensiva y éramos... Nixon, el viejo “chupasangre”, era
acusado de ser blando con el comunismo. Y existía una diferencia substancial entre
nosotros y nuestros críticos. Nuestros críticos pensaban que la historia iba hacia una
sombra apocalíptica, en la cual la capacidad nuclear soviética iba a ser abismalmente
mayor que la norteamericana. Nosotros nunca pensamos que esto nunca se iba a
acercar a la dirección que estaba tomando la política y la historia. Nosotros pensába-
mos que esta estaba... la real amenaza era rastrear la expansión de la esfera soviética.
166
Por lo tanto poníamos nuestra vista hacia los cambios geopolíticos. Y nuestros críticos
desarrollaron enormes refinamientos en subtítulos o en puntos particulares del debate
del SALT. Entonces cuando en algunos momentos tratábamos de resistir, en Angola o
en cualquier otro punto cercano a la periferia soviética, la mayoría de nuestros críticos
estaban en contra nuestra, pero ellos hubiesen saltado sobre nosotros si nosotros
hubiésemos hecho cualquier cambio a sus posiciones sobre contrafuego os obre cual-
quier cosas que fuese la teología en ese momento.
E: Dejando a un lado el debate, como así fue, y yendo más hacia la esencia sobre lo
que usted esta tratando de hacer: ¿Estaban los Estados Unidos y la Unión Soviética
buscando el mismo resultado con la búsqueda de la relajación de tensiones?
E: Usted mencionó Angola. ¿Cuál fue su pensamiento sobre los efectos de esta
política en el Tercer Mundo?
HK: Bueno, pensamos, con respecto a Angola, que si la Unión Soviética podía inter-
venir a tales distancias de las áreas tradicionales de seguridad rusas, y cuando las
tropas cubanas podían ser introducidas en puntos de conflicto tan distantes, y si Occi-
dente no podía encontrar un límite a eso, entonces pensamos, que el sistema interna-
cional entero podía ser desestabilizado con mercenarios o con tropas auxiliares. Y por
esa razón, mientras que no teníamos una gran convicción sobre lo que vendría, tenía-
mos la fuerte convicción que no debía ser logrado por los cubanos; y lo que realmente
tratamos de hacer fue aislar a Cuba de la Guerra Fría. Pero casi no tuvimos apoyo de
los críticos de la deténte sobre ese tema.
HK: Probablemente fue una combinación de ambos. Y nuevamente, uno debe anali-
zarlo en el contexto de ese período. Cuba estaba fomentando revoluciones en toda
América Latina, al máximo de sus capacidades en ese momento, y eso era considera-
do una amenaza. Pero Cuba era una isla caribeña, por ende la asunción fue que si una
nación tradicional de América Latina se convertía en base para la subversión comunis-
ta de todos los países vecinos, entonces la repetición de la experiencia cubana en el
167
Caribe, América Central y Sudamérica, se haría muy dificil de manejar. Segundo exis-
tía... y esto de forma accidental, aquella convicción mantenida en las administraciones
Kennedy y Johnson, y como varias investigaciones infortunadamente lo revelaron, que
los recursos americanos fueron sumados a los que se consideraban partidos democrá-
ticos durante los períodos Kennedy y Johnson, para derrotar a Allende. Por ello el
temor de Allende no era imaginario. En el momento en que Allende fue electo, esta
consideración general... este análisis estratégico general fue mezclado con una enor-
me frustración con la forma en que algunas de nuestras agencias habían manejado el
tema, ya que la visión de la casa blanca era que el apoyo, sobre el cual todos estaban
de acuerdo en darlo, se debía haber concentrado en el Partido Democrático, que tenía
claras chances de ganar. Pero la burocracia había seguido los pasos establecidos en
los sesenta y quería ayudar al partido Demócratacristiano, que no tenía chances de
ganar. Por ello nuestra preocupación de que la victoria de Allende fue en contra de los
intereses nacionales fue sumada al hecho, dado que se trató de una victoria estrecha,
y fue gracias a la división del Partido demócrata... fue sumada al hecho de que noso-
tros, ya sea de forma acertada o no, estabamos convencidos de que si hubiésemos
focalizando apropiadamente la ayuda, él no hubiese ganado. Eso explica porque Nixon
reaccionó con preocupación y rabia.
E: Voy a saltar nuevamente, esta vez hacia Medio Oriente en 1973 y a preguntarle
¿cuál fue su política en Medio Oriente en 1973?, ¿qué estaba tratando de...
HK: Bueno, para usted poder entender nuestra política en 1973, tiene que volver a
1969. Cuando la administración Nixon se hizo cargo del gobierno, encontramos a Ru-
sia, el principal proveedor de armas de los árabes, o al menos de los árabes en con-
frontación con los israelíes, un soporte del programa de paz radical árabe, pidiendo
nuestra ayuda para colaborar con ellos en la imposición de esa idea, para la cual no
teníamos ningún incentivo, ¿por qué teníamos que hacerlo en conjunto con ellos?.
Establecimos la política que íbamos a impedir cualquier movimiento respaldado por
Sarms, hasta que algún líder árabe se sintiese tan frustrado que se viese en la necesi-
dad de recurrir a nuestra diplomacia, y entonces trataríamos de tomar una posición que
fuésemos capaces de desarrollar. Y tempranamente en la administración Nixon, cuan-
do era poco hábil para manejar la prensa, le dije a un periodista. “Nuestra intención es
expulsar las tropas rusas de Medio Oriente”. Y todo se perdió, pero esa era nuestra
política. Entonces en 1973, teníamos dos ribetes en nuestra política. Antes que nada,
queríamos prevenir una victoria de las armas rusas, no queríamos que Israel fuese
derrotado con armas soviéticas, o con cualquier arma. Segundo, queríamos que esto
se convirtiese en la piedra capital de una política en la que los líderes árabes aprendie-
sen, como les dije en algunos mensajes: les envié un mensaje al comienzo de la
guerra, diciendo: “Ustedes hicieron la guerra con armas soviéticas, pero para la paz
necesitan de la diplomacia americana, y tengan esto en mente mientras se desarrolle
la guerra”. Esa fue nuestra estrategia. Entonces vimos que no queríamos que Israel
fuese derrotado, pero queríamos también mantener la opción de comenzar un proceso
de paz apenas terminase la guerra. Este fue nuestra posición fundamental, y pudimos
mantenerla bastante firme.
168
E: Usted estableció, o autorizó una alerta DefCom, que fue una suerte de señal para
la Unión Soviética, en lo alto de la crisis.
HK: La.. así llamada alerta contra la Unión Soviética no ocurrió durante la guerra,
ocurrió al final de la misma. Un cese el fuego había sido negociado entre Brezhnev y yo
y había sido aceptado por todas las partes. La fecha, creo que fue el 20 de octubre,
pero eso realmente no importa. Entonces, fui desde Moscú a Tel Aviv a discutirlo con
los israelíes. En el viaje de vuelta de eso, los israelíes saltaron y atraparon la Tercera
Armada egipcia, luego del cese el fuego. En ese punto, los líderes soviéticos tenían
toda la razón en pensar que todo había sido una suerte de engaño, y reaccionaron muy
violentamente y nos enviaron una nota extrema en la que decían que querían una
intervención conjunta Americana – Soviética, y que si no actuarían unilateralmente. Y
el texto de la misma puede conseguirse, entonces la gente la puede juzgarla ella mima.
Pero yo pienso, y Dobrynin también, que se usaron palabras desafortunadas. Enton-
ces, llamé a una reunión del Consejo de Seguridad Nacional en la Casa Blanca para
discutirla, y cuando se estaba realizando llamé a Dobrynin y dije: “Ahora por favor
comuníquele a sus líderes no hacer nada hasta que tengamos una respuesta”. A lo que
la respuesta normal sería: “Por su puesto que no, no vamos actuar hasta que nos den
una respuesta”. Pero todo lo que el dijo fue: “me tengo que comunicar con Moscú, y
transmitiré su pedido a Moscú”, la cual es una frase muy amenazadora. Entonces
decidimos ponernos en alerta. Pero es importante saber que significa eso. Normalmen-
te hay cinco niveles de alerta. Normalmente, las fuerzas americanas en ese momento,
estaban en el cuarto o quinto nivel. Nosotros subimos del cuarto al tercero, lo que
quiere decir que las tropas en salidas de paracaidismo, y en el mar, en barcos de la
Sexta Flota en el Mediterráneo, fueron llamadas a sus unidades. Las fuerzas estratégi-
cas ya estaban, debido a la guerra en Asia, ya estaban en DefCom 2, y ellas siempre
están en el máximo nivel de preparación, por lo tanto no mucho las afectaba. El propó-
sito básico era generar un alto tráfico que los soviéticos iban a percibir antes que
nuestra respuesta, para que supiesen que esto se estaba poniendo serio. Pero esto fue
luego que se completara la guerra, y fue una crisis, que nuevamente, fue manejada.
Antes de las 24 horas, los soviéticos retiraron su amenaza, nosotros bajamos nuestros
preparativos, y la crisis desapareció.
HK: Mi primera reacción fue la preocupación de que esto podía alentar a un naciona-
lismo germano, de que si Alemania operaba su propia relación vis-á-vis con el Este,
enfatizaría sus intereses nacionales, si no inmediatamente en cierto período de tiempo.
Tengo la más alta estima por Brandt, y soy muy estimado por él, y esa preocupación
fue de alguna manera medida por esa estima. De todas formas, pensé que las tenden-
cias iban hacia esa dirección. Así como la política comenzó a desarrollarse, comenza-
mos a ver que mientras el peligro que sentíamos era verdadero, la mejor manera de
contrarrestarlo no era luchando contra ella y por eso ser acusados de la partición
permanente de Alemania, sino ayudándola a encarriarse a una dirección más compati-
169
ble con la política de los aliados. Entonces establecimos otro canal trasero, hacia
Brandt a través de su asociado (Egon Barre) y con la Unión soviética, vía Dobrynin y
Falin, e insistimos en que antes de que cualquier cosa estuviese concluida respecto a
Alemania, debía existir una completa seguridad respecto a nuestra posición hacia Ber-
lín. De allí que conducimos simultáneamente negociaciones hacia Berlin y hacia Ale-
mania. Y mientras no estábamos de acuerdo con la Ostpolitik en sus inicios, creo que
tanto Barre como Brandt están de acuerdo en que si hubiesen negociado sin nosotros
no hubiesen podido llegar a una conclusión.
Pocas figuras en la historia del pensamiento internacional han dejado un legado tan
diputado como Martin Wight. Para quienes lo apoyan, él fue un profesor influyente con una
serie magistral de escritos que articulan mucho de lo que se denominó la “Escuela Inglesa”
de las relaciones internacionales (1). Su colega en la London School of Economics and
Political Science, Hedley Bull, se describe a sí mismo como “en la sombra del pensamiento
de Martin Wight, sometido por el, un constante pedigüeño de el, siempre esperando poder
trascenderlo pero nunca siendo capaz de escapar de el” (2). Aunque entre los aplausos hay
voces disidentes. Roy e. Jones en su cáustico ataque a Manning y Wight, como los formadores
del la escuela Inglesa, describe el sistema de pensamiento de Wight como “aún en sus
propios términos, como una historia metafísica, el sistema wightiano es particularmente
frío y sin vida.... sus efectos sobre la Escuela Inglesa han sido lamentables” (3). Martin
Nicholson, mientras que reconoce el impacto de las enseñanzas de Wight, deplora el hecho
que él hizo al pesimismo respetable en las relaciones internacionales británicas (4). Este
trabajo busca establecer las conexiones entre los conceptos claves en el pensamiento
internacional de Wight, entre el realismo y el cristianismo. En cierto sentido es una respues-
ta al artículo de Epp, “Martin Wight: Relaciones Internacionales como un Dominio de Per-
suasión”, que confronta que la teoría de Wight fue en un primer momento condicionada por
la moral Cristiana (5). La pieza informativa y esclarecedora de Epp transita un largo camino
para contradecir la idea prevaleciente de que Wight fue un realista no reconstruido de las
relaciones internacionales, y suma a nuestro conocimiento de las amplias bases
epistemológicas de los procesos de teorización de Wight (6). Es la contención de este
trabajo, sin embargo, que tal vez Epp va ligeramente muy allá en su opinión de que Wight
fue predominantemente un pensador moralista (como opuesto a teológico) . Pienso que es
importante darse cuenta que Wight un pensador de compartimentos, que trazó claras dife-
rencias entre sus creencias personales y las necesidades de políticas mundiales. La sepa-
ración no es completa, sin embargo, ya que existen puentes entra varios elementos del
pensamiento de Wight, que cuando son reconocidos dan las claves para un entendimiento
170
más profundo de sus escritos sobre relaciones internacionales. Este trabajo se concentra
en le puente más importante en el pensamiento de Wight, el que relaciona el realismo con la
cristiandad.
El realismo de Wight
Sin querer escribir mucho sobre este tema, es necesario hacer una distinción entre
Wight y otros descriptos como “realistas” en la literatura de las relaciones internaciona-
les. Que Wight no se acomoda a las definiciones de realismo de los libros de texto está
fuera de cuestión, su esquema teórico es mucho más complejo para ser encuadrado en
las descripciones tripartitas que usualmente se dan sobre el realismo como una defini-
ción. Su sistema es el de una crítica evaluación histórica hacia las actitudes en las
relaciones internacionales y emplea tres categorías separadas (al último cuatro) en
orden de establecer el estudio de las relaciones internacionales, con una genealogía
tripartita de interpretaciones, Maquiavelismo – Realismo; Grociano –Racionalismo;
Kantiano – Revolucionario. El sistema de Wight es dialogístico, no axiomático, y es
descripto con sus propias palabras como: “todo lo que estoy diciendo es que encontré
estas tradiciones de pensamiento en la historia internacional interactuando
dinámicamente, pero siempre en forma distinta, y pienso que pueden ser vistas en
tensiones mutuas y en conflicto debajo de las posturas ideológicas formales” (7).
La figura más importante en nuestra apreciación de Wight e Hedley Bull. Como editor
de los trabajos póstumos de Wight, Bull ha ejercido una poderosa e inmediata influen-
cia en como nosotros interpretamos los textos de Wight. También ha escrito un número
de trabajos sobre el mismo Wight, incluyendo una introducción y memoria para “Siste-
ma de Estados” y la edición revisada de “Política de Poder”. La exposición más conoci-
da de Bull sobre la orientación teórica de Wight fue entregada en la segunda memoria
sobre Martin Wight, manifestando si esto era necesario, que él colocaría a Wight en el
pensamiento grociano o en la tradición liberal de las relaciones internacionales (8). De
acuerdo con Bull, Wight fue dibujado en la naturaleza moderada de los grocianos, pero
Bull admite que Wight también fue profundamente influenciado por las otras dos tradi-
ciones, y que las tendencias grocianas de Wight fueron templadas por “partes del
realismo maquiavélico, sin el cinismo, y por el idealismo de los kantianos, sin su fana-
tismo... una vía media” (9). Pero entonces Bull cambia de puntada, tal vez dándose
cuenta del hecho de que Wight evitaba categorizarse en términos de sus tradiciones
históricas como resultado que no encontraba a ninguna de ellas enteramente convin-
centes como teorías singulares, y establece de que “sería erróneo forzar a Martin
Wight dentro del nido grociano. Es mejor verlo fuera de las tres tradiciones, sintiendo
la atracción de cada una de ellas, pero siendo inhábil de permanecer en una sin ningu-
na de las otras” (10). Esto se contradice con una primera apreciación de Wight en 1969,
171
particularizada por Bull como “estudiada y profunda”, en la que se decía estar “al lado
de Morgenthau y Carr como representante de la primera generación de realistas” (11).
La detección de Bull de un cambio en el énfasis del trabajo de Wight desde 1946, fue
atribuida a su propia conversión Paulina en la década del setenta del ala realista al ala
racionalista de la teoría internacional, como Kenneth Thompson dice: “el lector se pre-
gunta cuando el estudiante introduce ocasionalmente pensamientos propios a su inter-
pretación del maestro”.
Roger Epp también reconoce que Wight fue diferente a los realistas estado – céntri-
cos de la Escuela Americana, dado que Wight fue consciente de la importancia jugada
por la ideología en determinar las relaciones internacionales. Argumenta que esto es el
resultado de la lectura de la teoría internacional hecha por Wight, un objetor de cons-
ciencia durante la Segunda Guerra Mundial, nunca se identificó a sí mismo como un
realista en totalidad (14). Tal vez la contribución más importante de Epp a nuestro
entendimiento de Wight en su énfasis en los elementos cristianos del pensamiento de
Wight. De acuerdo a Epp, Wight se oponía al neo-paganismo de la modernidad y a la
idea de un acomodo entre la cristiandad y la “civilización post-cristiana” (15). Entonces
Epp menciona un discurso de Wight, preocupado por los atajos morales del moderno
sistema de política de poder, que se caracteriza por “la emancipación del poder de las
restricciones morales”, en el cual las superpotencias han puesto al mundo en un “pre-
dicando invertido y terrorífico” del comando bíblico “vayan, multiplíquense, llenen la
Tierra, y conquístenla” (16). Las condenas siguientes de Wight se refieren a las cuatro
“perversiones demoníacas”, la guerra, el estado, el nacionalismo y la revolución (17).
172
Como dije en la introducción, Martin Wight fue un pensador en compartimentos, por
esto quiero decir que el aislaba sus pensamientos en categorías discretas, aunque con
importantes encadenamientos entre los elementos varios. Uno debe dibujar la distin-
ción entre el pensamiento político de Martin Wight y su moralidad personal. Wight
separó profundamente sus escritos políticos de los elementos religiosos / morales de
sus psiquis, en una expresión que realizó define las relaciones internacionales como
amorales o inmorales, mientras que al mismo tiempo que la moralidad juega un papel
secundario en el proceso de toma de decisión, “sería tonto suponer que los estadistas
no son movidos por consideraciones de derecho y justicia... Pero es sensato comenzar
por reconocer que las políticas de poder (entendidas como políticas entres poderes)..
son siempre, inexorablemente, próximas al poder en el sentido inmoral, y analizarlas
bajo esta luz” (22). Esto de acuerdo al mismo Wight, la concepción maquiavélica de la
naturaleza amoral / inmoral de las relaciones internacionales usualmente es correcta y
es la base para el correcto estudio de las relaciones internacionales. La condena de
Wight a las superpotencias es una posición moral, no politica.
173
Libre albedrío y pecado original: la lógica cristiana del realismo.
Martin Nicholson admitió estar perplejo por la actitud de Wight, a la cual considera
inconsistente y fatalista. Nicholson, reconoce que existe una diferencia entre lo que
“debiera” ser y lo que “es” en las relaciones internacionales, pero que no se pueden
profundizar las razones del sistema de teorías de Wight o sobre los métodos que
emplea (31). Wight hizo referencia a la escena depresiva de la política internacional
que él pintó, pero concluyó que “debemos comenzar desde la situación tal cual es, no
de la situación que nosotros quisiéramos que fuese”, antes de concluir que la historia
humana ha sido catastrófica, y que hemos sido forzados hacia atrás a un punto donde
debemos aceptar la interpretación cristiana de la historia, que tiene la “adicional, y no
poco considerable, ventaja de estar en concordancia con nuestra experiencia histórica”
(32). A pesar de su desconcierto acerca de las motivaciones de Wight, la identificación
de Nicholson del rol del pesimismo cristiano en el esquema teórico de Martin Wight es
de crucial importancia. La cristiandad de Wight fue de un tipo severo particular, al cual
Bull, Nicholson y Thompson enfatizan en las lecturas de su pensamiento (33). Nicholson
identifica el elemento básico de la cristiandad de Wight, “a través de la insensatez, el
pecado original, instintos animales agresivos básicos, o por otra cause inherente a la
condición humana, la humanidad está condenada a la miseria” (34). Agregado al rol de
la inmoralidad del hombre está el papel clave jugado por Dios en las relaciones interna-
cionales, para Wight, al nivel de lo divino, lo que importa no es la ocasión de la guerra,
sino más bien entenderla como una consecuencia de la Justicia de Dios (si la guerra
ocurriese) o Su Misericordia (si la guerra es evitada) (35). Libre albedrío, garantizado
por Dios al hombre, pero condicionado por la propensión natural del hombre a la inmo-
ralidad como consecuencia del pecado original, actúa como una herramienta paradóji-
ca de Dios en el orden divino del universo. Por ello los hombres son libres de elegir,
pero los resultados de sus acciones son en realidad determinadas como resultado del
juzgamiento de Dios, punitivo o misericordioso (36). Como el Dios de Milton describe a
los ángeles revoltosos en “Paraíso Perdido”:
Conclusión
174
internacionales, el significado del pesimismo cristiano se transforma claramente en
ese pesimismo de Wight hacia la condición del hombre, derivado de bases religiosas,
es la fuente última de su actitud realista y explica porque la naturaleza de las relacio-
nes internacionales siempre está en la proximidad de lo inmoral. El pesimismo cristiano
es el puente entre dos elementos claves del pensamiento de Wight, el cristianismo y el
realismo. Para Wight, la inmoralidad del hombre es la causa última de la anarquía
internacional, sistema imperfecto de creadores imperfectos. En un artículo titulado “La
Iglesia, Rusia y Occidente”, Wight se explaya sobre este tema. La remoción de cual-
quier input moral en la sociedad occidental en los últimos tres siglos ha creado las
condiciones para el lógico output de sistema de balance anárquico de poder, en el cual
la fuerza de los poderosos se incrementa a la vez que su número se achica, rindiendo
a la tierra en dos campos mutuamente opuestos. Wight expresa la lógica del realismo
en las relaciones internacionales como una consecuencia de la naturaleza de los estados:
“El Leviathán es una simple bestia: su ley es la auto preservación, su apetito es el poder”. Si
se los deja a ellos mismo los humanos inevitablemente traerían la Tercera Guerra Mundial al
balance del poder, el significado por el cual la Humanidad tiene, de acuerdo a su propia
razón, relaciones internacionales ordenadas es “esencialmente inestable”. (39)
175
do a San Agustín, Wight diferencia entre la Ciudad de Dios, que era perfecta, y la
Ciudad del Hombre, que era imperfecta. Wight como cristiano cree en la victoria even-
tual de la Ciudad de Dios, pero esto será después de la historia: Wight, el pensador
político, reconoce que la sociedad fue de un orden bastante diferente, y operaba de
acuerdo a las reglas del hombre, no de Dios, y esto tiene una lógica diferente que apoya
la relación, algo que es mejor entendido si sabemos que el hombre es un ser pecador y
corrupto, esclavo de sus pasiones, manda sobre el la Avaricia y la Furia. Esta concep-
ción del Hombre tiene consecuencias importantes para el sistema de las relaciones
internacionales que ha creado, lógicamente, el sistema tiene que ser tan imperfecto
como su creador. La mejor manera de entender el ambiente internacional es asumir lo
que en palabras de Wight es “aproximación a la inmoralidad”, y las tradiciones asocia-
das con esta aseveración es el Maquiavelismo o (por lo menos de acuerdo a la concep-
ción de Wight) el Realismo.
Notas:
(1) Forward by Jack Spence to Wight’s Power Politics, 2nd Edition. Leicester University
Press and the RIIA, London, 1995. p. 7.
(2) Bull, Hedley. Martin Wight and the Theory of International Relations, in International
Theory: The Three Traditions. Gabriele Wight and Brian Porter (Ed.s). Leicester
University Press, Leicester, 1991, p. ix.
(3) Roy E. Jones, The English School, The Case for Closure, in Review of International
Studies 7 (1981), p. 11. See also Sheila Grader’s reply to Jones: The English School
of International Relations: Evidence and Evaluation, in Review of International Studies
14, (1988), pp. 29-44 which defends Wight’s method from Jones’s accusations of
being ‘static’ in nature.
(4) Martin Nicholson, The Enigma of Martin Wight in Review of International Studies, 7
(1981), p. 22. See also Alan James comprehensive reply to Nicholson , Michael
Nicholson on Martin Wight: a Mind Passing in the Night, in Review of International
Studies 8, (1982), pp. 117-123 and Nicholson’s retort in Martin Wight: Enigma or
Error? in Review of International Studies 8 (1982), pp. 125-128.
(5) Roger Epp, Martin Wight: International Relations as Realm of Persuasion, in Post-
Realism, The Rhetorical Turn in International Relations, Francis A. Beer and Robert
Hariman (Eds.) Michigan State University Press, East Lansing, 1996.
(6) Hedley Bull also commented upon the effect of Wight’s Christianity in his writings.
See Bull’s introduction to Wight’s Systems of States. Leicester University Press &
LSE, London 1977.
(7) ‘Wight, An Anatomy of International Thought, in Review of International Studies, 13,
(1987), p. 227. Note that the idea of cyclical progress and transformation typical of
the dialectical form is absent from Wight’s self-diagnostic appreciation of his work,
all three traditions are distinct despite their interaction, and each remains distinct -
Wight’s system is a trialogue of three conversational poles not an examination of
thesis, antithesis and synthesis.
(8) Martin Wight and the Theory of International Relations, Hedley Bull in International
Theory: The Three Traditions, Gabriele Wight and Brian Porter (Eds). Lecester
University Press, Leicester, 1991. Page XIV
176
(9) Ibid, page XIV. This is one of a number of attempts to portray Wight’s theory scheme
in dialectical form (cf. Robert H. Jackson, Martin Wight International Theory and
the Good Life, in Millennium Vol. 19, 1990 p.269). See the note above for Wight’s
position, which is clearly not dialectical.
(10) Bull, Martin Wight and the Theory of International Relations, p. xiv.
(11) Bull, ‘The Theory of International Politics, 1919-1969,’, The Aberystwyth Papers:
International Politics 1919-1969, Brian Porter, reprinted in Intenational Theory: Critical
Investigations, James Der Derian (ed), (MacMillan, London, 1995) p. 191.
(12) Kenneth Thompson, Masters of International Thought, p. 51.
(13) Epp, Martin Wight, p. 125. Wight’s awareness of the qualitative differences between
states, which is neglected by many realists, see also Seán Molloy’s unpublished
MA thesis The English School and Critical Theory (Dublin City University Library).
(14) Epp, Martin Wight, p.122. Epp also mentions Wight’s disdain for the realism of Carr
and his ‘critical coolness’ towards Morgenthau.
(15) Epp, Martin Wight, p. 127.
(16) Epp, Martin Wight, p.127.
(17) Ibid.
(18) Ibid., p. 133.
(19) Ibid., p. 135
(20) See the posthumously edited collection of Wight’s LSE lectures, International Theory:
The Three Traditions, which details Wight’s analysis of both the traditions and their
interrelationships.
(21) Epp, Martin Wight, p. 135. See also Seán Molloy’s The English School and Critical
Theory which examines the possibility of a dialogue between Wight and his colleague
Hedley Bull with critical theory.
(22) Wight, Power Politics, 2nd Ed, p. 29
(23) Wight, Why Is There No International Theory? p. 19 in Diplomatic Investigations:
Essays in the Theory of International Politics, Martin Wight and Herbert Butterfield
(Ed.s). Allen & Unwin, London, 1966.
(24) Ibid., p. 20.
(25) Ibid., p. 26.
(26) Ibid. see Robert H. Jackson, Martin Wight International Theory and the Good Life,
in Millennium Vol. 19, 1990 for an interesting critique of Wight’s position
(27) Wight, Why Is There No International Theory? p. 28
(28) Ibid., p. 30
(29) Ibid., p. 33
(30) Ibid., 34
(31) The Enigma of Martin Wight, Michael Nicholson, Review of International Studies,
pp. 15-22 Vol. 7, 1981
(32) Christian Commentary, pp. 2-5.
(33) Epp, op. cit., pp. 124 - 129 and Nicholson, The Enigma of Martin Wight, p. 17
(34) Nicholson, The Enigma of Martin Wight, p. 17.
(35) See Bull’s treatment of these themes in Martin Wight and the Theory of International
Relations, pp.xvi-xvii
(36) Christian Commentary, p. 5
(37) Wight this position clear in ‘Christian Commentary,’– ‘The picture of human history
this suggests is of mankind, not marching steadily up out of the shadow into broad
177
sunshine, but going on always through the murk and obscurity produced by man’s
misuse of his moral freedom,’ p. 4
(38) In an attempt to understand the biblical origins of Wight’s attitude to human nature,
original sin and the connection between mans immorality and international relations,
I ransacked a bible and found the following representative selection of the Judaeo-
Christian attitude to the human condition:
I John 5:19 the whole world lieth in wickedness.
Galatians 3:22 scripture hath concluded all under sin.
Romans 3:23 all have sinned, and come short of the glory of God Isaiah 64:6 all
our righteousnesses are as filthy rags
Ecclesiastes 7:20 there is not a just man upon earth
Psalm 53:3 none that doeth good — not one.
I Kings 8:46 there is no man that sinneth not.
Genesis 6:5 every imagination of the thoughts — was only evil
All quotations from the King James version of the Bible. Bull also attributes Wight’s
pessimism regarding international relations and humanity to his religious back-
ground in his introduction to Systems of States, p. 11. See also Wight, Christian
Pacifism, in Theology Vol. 33, 1936, p. 21, for the role of predestination and the
divine will, Wight quotes Bishop Fell-‘ “Events are in the Hands of God but Duty is
in ours.”’
(39) ‘The Church Russia and the West,’ Ecumenical Review, pp. 30-31.
(40) Ibid., p. 33
(41) Ibid., p 41
(42) Wight, Christian Pacifism, in Theology Vol. 33, 1936, p. 21
178
situaciones de casi paz, el carácter de esta gente ha permanecido. Ella sigue siendo
igual a cuando la conocí hace tiempo, hace una era política, cuando el imperio y la
civilización europea austro-húngara pre-1914 creyeron que valía la pena una lucha en
los Balcanes.
En la primera mitad de este siglo, las grandes potencias de Europa habían sujetado
las reglas de la fuerza superior en los Balcanes, estableciendo una paz tenue basada
en el equilibrio general de potencias heredada de la generación anterior. Los forasteros
tendieron a jugar con esas reglas y continuaron haciéndolo a pesar que la gente
balcánica buscó romper con las mismas. Los supremos, entre los que se imaginaban
ese hábito y respetaban la ley que había cambiado los Balcanes, eran los burócratas
imperiales de Viena. Cuando Gavrilo Príncip, que asesinó al archiduque Fernando junto
con su esposa e inició la primera guerra mundial, fue puesto en juicio, los magistrados
descubrieron que él era demasiado joven ser condenado a la muerte. No lo ejecutaron
por tan alto crimen, pero fue puesto en la fortaleza de Theriesenstadt, en donde murió
tres años más tarde por una enfermedad.
Los americanos, juegan también con leyes. Antes de que los acuerdos de Dayton
fueran alcanzados tardíamente en 1995, nosotros y nuestros aliados pasamos tres
años lanzando resoluciones en tiempos de masacres. Los europeos desplegaron a las
tropas que fueron testigos de hechos horribles. Y los burócratas de las N.U., como sus
precursores vieneses, siguieron los protocolos de la civilización en el medio del barba-
rismo.
179
El primero es continuar con lo ya montado, tratando con la esperanza piadosa, el
gasto costoso, y la frustración. En última instancia, conseguiremos bajas y después
probablemente saldremos.
Esto deja una tercera política, la única que puede trabajar a través del tiempo y que
no nos conseguirá el tiro demasiado a menudo, ni nos forzará a tirar encima de serbios,
croatas, o musulmanes. Esta es una política clásica de balance de poder, sostenida
por fuerzas pequeñas de intervención se puede accionar discretamente. Las diferentes
partes tendrán que ser mantenidas más o menos infelices entre una y otra y deben
estar constantemente accosadas para obtener una ventaja. Y tendremos que dar una u
otra ventaja, pero solamente temporalmente y no demasiado.
Nuestro objetivo debe ser guardar la paz, para no transigir con lo que nunca existió y
por lo tanto no puede ser dado. Nuestro método debe ser cínico, exacto, y pronto; sin
ninguna vacilación ni nauseas. Y entonces podemos esperar que la generación siguien-
te, sin aprender de otra forma y poco dispuesta a verter más sangre a nombre de la
pelea de sus padres, finalmente se acerque una vez más a los márgenes europeos de
la historia
http://www.unc.edu/depts/diplomat/AD_Issues/amdipl_7/strausz.
180
Actividades
181
182
DIAGRAMA DE CONTENIDO - UNIDAD V
EL REALISMO SOCIOLÓGICO
183
184
UNIDAD V
REALISMO SOCIOLÓGICO
Introducción
En las últimas décadas a tomado fuerza un enfoque de tipo sociológico de las rela-
ciones internacionales. Los autores de esta rama del realismo han tratado de superar
limitaciones conceptuales que se les planteaban.
En este punto seguiremos las ideas que sostiene Celestino del Arenal (1), ya quien
es el que mejor distingue toda esa concepción.
Celestino del Arenal aclara que considera a las relaciones internacionales como una
disciplina autónoma que se va a nutrir de otras disciplinas. Entre las disciplinas aportantes
se encuentra la sociología, es decir las relaciones internacionales van ha utilizar con-
ceptos y categorías de la misma sin fundirse en ella. Estudiará las teorías internacio-
nales que se acercan más a la sociología que a la ciencia política.
De acuerdo a Truyol (2) este enfoque tendrá sus más altos exponentes en Europa, a
consecuencia del mayor desarrollo de la sociología en aquel continente y al mayor
desarrollo e influencia de la ciencia política en Norteamérica, lo cual hace que los
autores americanos continúen con su realismo clásico.
Entre los diferentes autores que son catalogados como “realistas sociológicos” tenemos
a los británicos Georg Schwarzenberger (Power Politics, 1941), Ralph Pettman (State and
Class, 1979) y a Hedley Bull (quien también participa de la Escuela Inglesa ya que es el
discípulo principal de Martin Wight). En Francia se destacan Robert Bosc (Sociologie de la
Paix, 1965), Raymond Arón (Paix et Guerre entre les Nations, 1962) y Marcel Merle
(Sociologie des Relations Internationales, 1976). En Suiza Panayis Papaligouras (Theorie
de la Societé Internationales, 1941). También se presentan en esta corriente el estadouni-
dense Stanley Hoffman (Therorie et Relations Internationlaes, 1961) y el español Antonio
Truyol (La teoría de las relaciones internacionales como sociología, 1957).
Lo que hace Celestino del Arenal es dividir a estos autores en dos corrientes, la
sociología internacional y la sociología histórica. Esta división es planteada porque no
se puede llevar un lineamiento continuo de los pensamientos de cada autor, pero si se
puede distinguir una inclinación hacia conceptos político-internacionales o estricta-
mente sociológicos o hacia conceptos históricos.
Aquellos conceptos que engloban a las dos vertientes, siguiendo a del Arenal, son:
185
- Su afirmación que el estudio de las relaciones internacionales es fundamentalmente
un estudio de ideas, conceptos y perspectivas.
- En este estudio el medio social presenta un orden al establecimiento de leyes, regula-
ridades y a la predicciones del futuro.
- La teoría de las relaciones internacionales tiene un componente valorativo y normativo
que hace imposible todo intento de formular una ciencia neutral.
- El enfoque sociológico permite aprehender una realidad internacional en que las rela-
ciones interestatales y políticas son solo una parte de la misma.
- El enfoque sociológico es el inicio del análisis de las relaciones internacionales y no
excluye otros enfoques.
- Tratan de considerar la realidad internacional en forma global y omnicomprensivamente.
- Las relaciones internacionales son una ciencia.
a) La sociología internacional
Respecto de Schwarzenberger nos dice que es el autor más influyente y principal dentro
de la sociología internacional, que escribe en el período anterior a la Segunda Guerra
Mundial y que consagran lo que se denominó la sociología del derecho internacional.
Dentro de esta línea sociológica, Schwarzenberger afirma que es imposible separar los
asuntos nacionales de los asuntos internacionales, y que son esto últimos los que condicio-
nan a los primeros.
Con respecto al método que puede utilizar en las relaciones internacionales, el autor
inglés sostiene que debe ser un enfoque primordialmente empírico, sin embargo dada la
complejidad de la materia el método cambiará de acuerdo al propósito de la investigación.
Se podrán utilizar los métodos que provienen de otros campos, como la historia, la psicolo-
gía, el derecho, etc., y la sociología brindaría la síntesis.
186
Schwarzenberger va a ser influyente en los pensamientos políticos de Jean-Jaques
Chevalier y en los escritos de Manning.
Otro de los autores destacados en esta vertiente es el religioso francés Robert Bosc. En
él sobresale un marcado moralismo y sostiene que en análisis del comportamiento de los
Estados debe tener un propósito, la realización de la paz.
El autor británico Ralph Pettaman parte del presupuesto de que la sociedad mundial
existe realmente, superando su sentido nominal. Lo social debe estudiarse, según este
autor, desde los conceptos de cultura y desde la cuestión del carácter de la conciencia
humana. Esto es así dado que los miembros individuales de un sistema social actúan de
acuerdo a las concepciones y significados que se le presentan a los miembros de otros
grupos sociales.
2- Otra estructuralista: existe una jerarquía entre los Estados por la cual los desarrolla-
dos reproducen sus características socioeconómicas y sus formas políticas en los subde-
sarrollados. Se presentan términos desiguales de industrialización, una multiplicidad de
clases sociales y una división internacional del trabajo.
Por otro lado, Antonio Truyol se inserta así mismo dentro de la sociología internacional.
Par él el objeto formal de las relaciones internacionales es lo que Max Huber llamó
internacionalidad. Es decir que la perspectiva de la teoría de las relaciones internacionales
es la de la sociedad internacional (universal o particular) en cuanto tal, y no simplemente la
de los elementos de la misma, por amplia que pretenda ser (4).
187
La teoría de las relaciones internacionales, diferente a la teoría de la política internacional
(que estudia las relaciones internacionales desde la ciencia política y desde el punto de
vista del poder) tiene una perspectiva amplia y es en última instancia una “sociología de la
vida internacional, una teoría sociológica de la sociedad internacional”.
Posteriormente Truyol comienza a estudiar las conexiones que se dan entre las relacio-
nes internacionales y la historia internacional. La historia es una disciplina auxiliar de la
política y de la sociología y Truyol reconoce el aporte que le ha brindado a la génesis de las
relaciones internacionales a través de la historia diplomática. De esta forma Truyol se acer-
ca al pensamiento de Stanley Hoffman y se introduce en la sociología histórica.
b) La sociología histórica
Como Dougherty en “Teorías en Pugna ...” se explaya sobre Arón, nosotros pasaremos a
estudiar a otros pensadores de esta vertiente.
Y es sobre este tema, las relaciones, sobre lo cual se interesa, y de aquí se plantea la
cuestión de quienes son los sujetos o actores de esas relaciones. Para resolver este dilema
distingue entre:
Papalígouras entiende que la sociedad internacional es una sociedad política, dado que
organiza la distribución del poder y que las relaciones entre los entes que participan en ella
están determinadas por la fuerza. Distingue, también, tres tipos de relaciones sociales:
188
Stanley Hoffman va ha seguir los pasos de Raymond Aron y sostiene que es imprescin-
dible para analizar las relaciones internacionales partir de una diferencia entre el medio
interno y el medio internacional.
A partir de allí realiza una teoría totalmente empírica que la entiende como “un estudio
sistemático de los fenómenos observados, destinado a poner de manifiesto las principales
variables, a explicar las conductas, y a dar a conocer las formas características de las
relaciones entre las unidades” (5). Sin embargo el estudio de las relaciones internacionales,
de acuerdo a Hoffmann, no debe abandonar nunca el plano normativo filosófico. Primero el
estudioso debe centrarse en el plano del ser, es decir analizar la situación tal cual es, y
luego en el plano del deber ser, darle a sus estudios un sentido, de forma tal que defienda un
ideal.
En el segundo plano, el del deber ser, sostiene que el estudiosos debe tratar de construir
utopías relevantes. Esto se debe a que la política plantea cuestiones morales y estas han
de ser examinadas. Se plantean dos problemas, el primero es la búsqueda de los valores a
ser defendidos, y el segundo es tratar de relacionar esos valores con el mundo tal cual es.
Referencias:
(1) Del Arenal, Celestino. “Introducción a las Relaciones Internacionales”. Editorial Tecnos.
Madrid, 1994. Pág. 152 y siguientes.
(2) Truyol, Antonio. “La teoría de las relaciones internacionales como sociología”. Madrid
1973. Citado por Celestino del Arenal.
(3) Schwarzenberger, Georg. “Power Politics, A study of international society”. Londres,
1941. Citado por Celestino del Arenal.
(4) Truyol, Antonio. “La teoría de las relaciones internacionales como sociología”. Madrid
1973. Citado por Celestino del Arenal.
(5) Hoffman, Stanley. “Theorie et Relations Internationales”, Revue Francaise de Science
Politique, vol. 11 (1961). Citado por Celestino del Arenal.
189
BIBLIOGRAFÍA
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993. Ver
capítulo 3.
190
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
(Hidemi Suganami)
Universidad De Keele (*)
Soberanía, intervención y la “Escuela Inglesa”.
El principal trabajo de Bull, la “Sociedad Anárquica” (1977) todavía merece ser leído
como la mejor expresión articulada de la opinión de la escuela inglesa sobre la estruc-
tura, el funcionamiento, y el futuro del sistema de los estados. Su opinión es una
manifestación del vigésimo siglo de la larga tradición de la teoría internacional Racio-
nalista en el sentido del término de Martin Wight. Sin embargo hay algunos problemas
con la teoría de Bull de la política del mundo. Tocaré aquí un par de debilidades relacio-
nadas para indicar donde es necesario trabajar más para llegar a un argumento más
satisfactorio.
Por supuesto, los que no están satisfechas con el status quo no se opondrán a tales
metas. Pero no se preocuparán sobre seguridad contra violencia, la observancia de
acuerdos, o la estabilidad de la propiedad en abstracto. Su preocupación primaria esta-
rá sobre temas más concretos, tales como que vidas deben estar más aseguradas
contra qué clase de violencia, como qué acuerdos serán alcanzados y con qué clases
de contenido, y a quienes beneficiará más la estabilidad de la propiedad.
Esta línea del pensamiento demuestra que el punto de partida normativo de Bull es
inestable. Parece ser el de aquel que se ha abstraído de su posición de satisfacción
social, y ser un hecho plausible de demanda acompañado hasta para aquel socialmen-
te no privilegiado que no negaría la elemental importancia de estas tres metas básicas
vistas en abstracto.
Es bueno observar que Bull considera sus tres metas básicas de la sociedad incluso
como las metas de la postulada “sociedad mundial de la humanidad”. Es fácil ver que
esto no era una observación antropológica; era para atribuir una postura normativa
particular a la humanidad en su totalidad. Esto no es imprevisible dentro de los parámetros
de la “Sociedad Anárquica”, puesto que Bull dice en su inicio “no deseo implicar nada
tan absurdo como que este estudio es no normativo” (xv).
191
premisas a la investigación y la crítica, para estudiar temas morales y políticos como
parte de la investigación” (ídem). Lo que no creo es que Bull haya sujetado sus propias
normas valorativas a un escrutinio suficientemente crítico.
Cuando Bull discute, en la última parte libro, los pros y contra de la estructura política del
mundo existente, él deja sin organizar su pensamiento alrededor de las tres metas básicas
a las cuales dio preeminencia considerable en la parte anterior del libro. Él ahora conduce
su discusión en términos de un sistema de metas diferente: paz y seguridad internacional,
justicia económica y social, y la protección del medio ambiente. Es con referencia a estas
metas que desarrolla una bien articulada y explícita argumentación en defensa del sistema
de estados y, dentro del mismo, de la sociedad internacional.
Esta parte de la argumentación de Bull se relaciona bien con una postura normativa
más progresiva. Según esta línea progresista, el tema principal de la política es cómo
organizar y manejar las relaciones sociales de tal manera que se asegure una distribu-
ción más justa de los valores básicos entre los miembros de la sociedad, cómo reducir
la desigualdad con respecto al disfrute de estos valores dentro de los límites de las
sociedades, y cómo reducir el daño hecho al medio ambiente para las futuras genera-
ciones de la raza humana.
Sin embargo, todas estas opiniones pueden ser discutidas. Dado especialmente el fenó-
meno de los “estados fallidos” y una gran cantidad de estados que no funcionan muy bien, lo
que no es más creíble es la idea de que los estados no son un problema sino que es su
coexistencia la que necesita nuestra atención especial. Ya no es pertinente decir que la
violencia entre Estados es el tema fundamental que debe ser resuelto antes que cualquier
otro. Antes que nada, la violencia entre Estados ya no es la característica particularmente
192
relevante en la política del mundo. Por otra parte, la violencia que se atestigua globalmente,
incluso aquella puramente física, no se puede entender por separado de otros elementos,
tales como la desigualdad global, la discriminación política, y las violaciones de los dere-
chos humanos. Y no es creíble sugerir que estos temas, o el de la degradación
medioambiental, pueden ser estudiados en forma totalmente separados de cómo se ha
desarrollado y funciona la economía mundial.
Pero la crítica de la economía política del mundo está más allá del alcance de la
Sociedad Anárquica. Lo que se observa en su lugar es la ausencia de la solidaridad
humana a través de los límites de Estados. La esperanza de Bull sobre el futuro, por lo
tanto, se basa precariamente en la esperanza de que la solidaridad ganará fuerza
gradualmente.
Así, a pesar de la división del mundo en Estados soberanos, las metas de la justicia
económica y social podrían ser alcanzadas si estos Estados fuesen, en la definición de
sus objetivos, cada vez más definidos con un sentido de solidaridad humana o de una
naciente sociedad mundial (292); el sistema Estatal llegaría a ser más funcional con
respecto a la gerencia de los problemas medioambientales si “un mayor sentido de la
solidaridad humana emergiese sobre las amenazas ambientales” (294).
Bull no es optimista en que estas cosas realmente sucedan, “podemos ser testigos de
una contracción más que de una extensión del área del consenso entre estados”, pero dice,
“no es inconcebible que el sentido de un bienestar común mundial, esta planta ahora tan
delicada, sobrevivirá y crecerá “ (292). En cualquier caso, si esto no sucede, no hay otra
alternativa que intentar sobrevivir en el sistema de Estados soberanos y tener como objeti-
vo mínimo la meta de una coexistencia ordenada entre Estados. Y aquí Bull es razonable-
mente esperanzado en que el sistema existente del alejamiento del uso de la fuerza por
parte de los estados “será preservado y extendido” (288).
Una pregunta importante para Bull es cómo puede desarrollarse en el futuro cercano
“un sentido mayor de solidaridad humana”, de tal forma que permita a la raza humana,
dividida en Estados soberanos, ir más allá de la satisfacción de la meta mínima de
orden en las relaciones interestatales. Aquí Bull no ofrece ninguna respuesta; no inves-
tiga la dinámica social son la base de extensión o contracción del sentido de solidari-
dad humana. En su lugar, lo que ofrece es la dirección normativa. Según él, la hoy
naciente cultura cosmopolita se recarga sobre las culturas dominantes del oeste, pero
dice “puede necesitar absorber a un grado mucho mayor elementos no-Occidentales si
pretende ser genuinamente universal y proporcionar las bases para una sociedad inter-
nacional universal” (317).
Hay un número de preguntas al respecto que permanecen sin tocar o sin resolver en
el libro “Sociedad Anárquica”. En particular, ¿cuáles son los elementos no-Occidenta-
les que se refieren a la justicia económica y social o a la protección del medio ambien-
te? ¿Por qué es necesario absorber tales elementos a un mayor grado que hasta aho-
ra? ¿Se necesitan para alcanzar el objetivo de orden y justicia ó pueden ser incorpora-
dos luego de que este sea alcanzado?, ¿Si es de hecho deseable acomodar elementos
no-Occidentales en la cultura del mundo, cómo es que se hará? ¿Cómo se desarrolla la
193
cultura cosmopolita y qué puede hacerce para formar su evolución?, ó ¿Esta la evolu-
ción de tal cultura en gran parte más allá del control de los agentes intencionales?, ¿Si
esto no es necesariamente así, pues, quienes son los agentes del cambio?
La “Sociedad Anárquica” no trata tales preguntas. Sigue siendo un libro acerca del
orden y la justicia, más que un libro acerca del cambio. Para las siguientes investiga-
ciones históricas sobre la evolución de la solidaridad humana a través de los límites de
los Estados puede ser considerado como un primer paso necesario. Por mi parte, sería
curioso en saber respecto de diferentes interpretaciones que se pueden dar como
representaciones plausibles del curso de la historia humana en esta área.
Este ensayo discute que la reciente vuelta sociológica en la teoría de las relaciones
internacionales, que refleja el conocimiento de las nuevas estructuras que se presen-
tan en el nivel doméstico e internacional, puede utilizar la teoría de la Escuela Inglesa
de las relaciones internacionales, y lo más notablemente la ontología del transparadigma
según lo propuesto por Hedley Bull, como marco analítico apropiado y comprensivo
para determinar aspectos importantes en el proceso de la transnacionalización de
estructuras de gobierno y de legitimidad.
Ya que Hedley Bull ofrece tanto un realismo clásico y una teoría social del realismo
político, con una ontología del constructivismo y un foco en dimensiones normativas,
bien se puede colocar como debate del transparadigma para ofrecer los planos de la
tangente en la actual discusión interdisciplinaria sobre la fase transitoria de la globali-
zación.
194
I. Antecedentes de la Escuela Inglesa de las relaciones internacionales
Entre sus miembros fundadores estaba Hedley Bull, Herbert Butterfield, E.H. Carr y
Martin Wight. Muchos otros desde entonces se han unido al debate, es decir Dunne,
Hoffmann, Hurrel, Linklater, Mayall, Nardin, Roberts, Vincent, Watson y Wheeler.
En la sociedad anárquica, orden y orden internacional son entendidos por Hedley Bull
como patrón recurrente de la conducta humana que preserva metas elementales, funda-
195
mentales o universales de la vida social. Supera la tradición estatocéntrica Hobbesiana y su
opinión de anarquía, significando la ausencia de una estructura centralizada de autoridad,
como característica de la arena internacional. La escuela inglesa cree que los líderes persi-
guen objetivos comunes en las áreas del interés común puesto que saben de su propio
mutuo interés, de tal modo construyen un orden internacional. Las áreas del interés común,
sin embargo, no constituyen una visión normativa común (Bull 1977, 3-19; Buzan 1993, 343;
Dunne 2001b, 225; Jackson 1995, 113; Makinda 1997).
En cuarto lugar, ligado a la paz como condición normal, está el interés común de
mantener un límite en el uso de la fuerza y del constreñimiento de la violencia (Alderson
2000; Buzan 1993, 343; Rønnfeldt 1999, 145).
Finalmente, se supone una santidad de los contratos, “pacta sunt servanda”, enton-
ces esto mantiene a las promesas como el elemento superior que constituye el orden
internacional (Buzan 1993, 334-335; Knudsen 2000; Neumann 2002).
196
Una sociedad internacional es la expresión del orden internacional. Tiene muchas carac-
terísticas, la más importante es que constituye una sociedad de estados (Dunne 2001b,
227; Makinda 1997).
Hedley Bull tiene la firme creencia que los estados son las únicas unidades son parte de
la limitada membresia de la sociedad internacional. Como describe en “Sociedad Anárqui-
ca”, tiene poca creencia en que cualquier alternativa al sistema westfaliano de estados-
soberanos probablemente surja. Ve a los estados como los agentes colectivos obligados a
cargar con la protección y el fomento de los intereses de su población y de sus valores. Una
sociedad internacional es posiblemente juzgada por cualquier grupo de estados que com-
parta metas coherentes, aunque Hedley Bull no explica en qué punto una sociedad interna-
cional surge en un sistema internacional (Buzan 1993, 334, 338; Simmons / Martin 2002;
Williams 2001).
Hedley Bull fue llamado un “realista suave” puesto que utiliza aspectos del interés nacio-
nal y de la moralidad en su explicación de la sociedad internacional (Knudsen 2000; Megas
2000; Rønnfeldt 1999, 145-147).
Lo que es más notable sobre una sociedad internacional, es que sus miembros, los
estados, puede hacer juicios. Los estados por lo tanto son percibidos como partes de una
estructura diferente de la conducta de estadista, una estructura que es más que la simple
suma de sus partes humanas e institucionales. Hedley Bull se abstiene de contestar a la
cuestión subsecuente de quiénes son los agentes que gobiernan el proceso de la creación
de las normas (Jackson 1995, 111-112, 126-127).
197
IV. Instituciones Internacionales
198
lo tanto, la confianza mutua. La idea de confianza conforma una cultura diplomática, un
stock común de ideas y valores poseídos por los representantes oficiales de los estados,
que simboliza la existencia de una sociedad internacional (Buzan 1993, 343; Kissolewski
2000; Makinda 1997; Neumann 2002; Rønnfeldt 1999, 145; Wolfe 1999).
V. La concepción de Solidaria
El Solidarismo puede ser visto como el lado natural de la vieja controversia entre las
tradiciones legales del naturalismo y el positivismo. Hedley Bull fue el primero en extender
esta controversia introduciéndola en la política, y en presentar sistemáticamente el debate
en las características y la estructura de la sociedad internacional, en aspectos como el
status del individuo, la guerra, y el esfuerzo colectivo de principios comunes. Hedley Bull,
sin embargo, no intenta explorar la naturaleza y el potencial de la concepción solidaria de la
sociedad internacional y deliberadamente trata de apartarse de ella (Knudsen 2000; Makinda
1997).
Los supuestos principales del solidarismo apuntan hacia la solidaridad o sobre un poten-
cial solidario entre los estados con respecto a la imposición del derecho. El derecho interna-
cional y los estándares internacionales de conducta pueden ser impuestos por el común de
los estados. Ellos tienen una responsabilidad común de defender la institución del derecho
internacional, y al lado de esto, ellos tienen la obligación de ofrecer soporte diplomático o
militar a cualquier estado cuyos derechos hayan sido violados. La obligación de defender
los intereses de la humanidad a nivel global a través de la auto-restricción y la obligación de
prevenir los crímenes contra la humanidad como un todo (Knudsen 2000).
Hedley Bull cree que el solidarismo tiene tres dimensiones: crea un marco cooperativo
cuando surgen nuevos temores y sensibilidades; las fuentes de sus normas pueden ser
localizadas fuera del marco estatocentrico; y una implementación mejorada de estas nor-
mas a través de la aplicación de la seguridad colectiva y la intervención coercitiva
promocionarán metas comunes o mantendrán los valores comunes (Dunne 2001b, 239).
199
Advierte acerca de este desarrollo, especialmente de la expansión del derecho interna-
cional cubriendo los derechos humanos, dado que esto puede poner en peligro el prin-
cipio de no-intervención y por lo tanto al orden internacional (Rønnfeldt 1999, 146-147).
Conclusiones
200
Actividades
2. ¿Cuáles son los mayores aportes a las relaciones internacionales desde el rea-
lismo sociológico?
4. ¿Qué postulados convergen en las dos vertientes según Celestino del Arenal?
201
202
DIAGRAMA DE CONTENIDO - UNIDAD VI
EL NEORREALISMO
Concepto
Representantes
Realismo Estructural
203
204
UNIDAD VI
NEOREALISMO
Introducción
En su libro presenta un sistema de balance de poder en el cual son las fuerzas sistémicas,
y no los Estados, las responsables del comportamiento de las políticas exteriores, más allá
de la disparidad en las ideologías inherentes a varios Estados.
Esta visión sistemática tiene también la esperanza de desarrollar una base más rigurosa
y profunda para el estudio de las relaciones internacionales.
Los grandes poderes son catalogados como polos dentro de un sistema internacional o
de un subsistema regional, y en cierto período de tiempo ese sistema pude constituirse
como bipolar o multipolar. A la luz del período de la Guerra Fría, los neorrealistas afirmaban
que el sistema bipolar presente, con estados Unidos y la Unión Soviética a la cabeza, era
mucho más estable que el anterior multipolar. Esto era así, según ellos, porque un mundo
bipolar reduce las posibilidades de una confrontación bélica directa entre las superpoten-
cias debido a las cuestiones de seguridad y supervivencia. En este contexto las armas
nucleares tienen una gran importancia, ya que su presencia no asegura la victoria o la total
derrota.
205
A los neorrealistas también se los denomina realistas estructurales, debido a su concep-
ción de poder en forma de estructura. El poder no es solo una capacidad militar y puede
recaer en otras variables, tipo la capacidad tecnológica o financiera de un Estado o de una
organización multinacional.
La alemana Susan Strange fue una representante del realismo estructural que se
refería al poder como una capacidad para “crear reglas de juego” en la sociedad inter-
nacional. Las fuentes de esta capacidad, del poder estructural, se presentan no en una
única estructura sino en cuatro que están interrelacionadas (2):
4) Estructura del control sobre el conocimiento, las creencias, las ideas: aquí se
presenta la capacidad de difundir una cultura, una ideología, de controlar el desarrollo
de cierta tecnología. Aunque esta estructura parezca sutil es más fuerte de lo que
podríamos suponer, vean ustedes estos tres ejemplos: El primero de ellos es el control
sobre la propiedad intelectual, en este caso veamos el de medicamentos, muchos de
ellos son desarrollados en países periféricos, la patente es luego comprada por empre-
sas multinacionales y el país que lo produjo debe comenzar a pagar royalties. El argen-
tino Cesar Milstein, premio Nobel de medicina, tuvo que refugiarse en Gran Bretaña y
sus investigaciones en el país europeo le produjo ganancias millonarias. El segundo
ejemplo lo podemos ver en el desarrollo del Condor II en Argentina, más allá de la
discusión sobre los socios que tenía nuestro país para su construcción y los fines que
hubiese podido tener, no cabe duda que significaba un gran adelanto tecnológico y nos
hubiese colocado en la cabeza de la región en cuestión misilística. Pero por orden de
los Estados Unidos tuvimos que desmantelarlo. El tercer ejemplo es el de un libo que
apareció en el mes de abril del presente año. El mismo se llama “La CIA y la Guerra
Fría cultural”, fue escrito por la británica Frances Stoner Saunders (Editorial Debate), y
en él se denuncia como la organización de inteligencia norteamericana solventaba
muchos gastos (pago de cruceros, presentaciones de libros, conferencias, becas y
subsidios) de respetables intelectuales, hasta se incluye a Raymond Aron y Charles
Murras. Por supuesto algunos de ellos eran “engañados” con estos premios, pero el
resultado era el mismo, ellos escribían a favor de la posición norteamericana.
Susan Strange también realiza una crítica respecto a la forma en que se desarrolla
actualmente la economía mundial, pero eso lo podrá ver en la lectura complementaria
titulada “Capitalismo Casino”.
206
Los argumentos en contra del neorrealismo surgen a partir de la caída de la Unión
Soviética y del Pacto de Varsovia en 1990-91. Francis Fukuyama, uno de los críticos,
argumenta que la declinación de la bipolaridad tiene que ver con la propagación de la
democracia liberal. Rosencrance con su “surgimiento del Estado comercial”, sostiene
que los Estados no solo han reemplazado el conflicto militar con pacíficas relaciones
económicas de cooperación, sino que también han sido más propensos a realizar ta-
reas más especializadas. Estos argumentos van en contra de la idea que tenían los
neorrealistas de dar importancia a las unidades individuales sobre el sistema político.
Otros cuestionamientos son respecto a su naturaleza “ahistórica”. Según los críticos el
neorrealismo falló en comprender el significado del cambio moral y cultural contempo-
ráneo, debido a que los autores neorrealistas sacaron al sistema de estados de las
condiciones sociales y culturales. También, dicen, el neorrealismo falló en su idea del
surgimiento de las necesidades del Estado de la anarquía, cuando en realidad se dan
como resultado de un proceso internacional.
Sin Embargo, y más allá de estas críticas, la presencia de los conceptos neorrealistas
están presentes en nuestro mundo actual. El colapso de varias economías asiáticas en
1997 demuestra que las fuerzas sistémicas, como la acción de los inversores priva-
dos, afectaron directamente las políticas exteriores de aquellos países. Los mismos
tuvieron que recurrir a la ayuda de instituciones financieras internacionales, como el
FMI, para poder estabilizar sus economías. La idea de una institución internacional de
crédito también es un concepto neorrealista. El mismo descansa en la “estabilidad
hegemónica” obtenida gracias a la dominación económica de una institución (FMI), a
través de la cual los Estados son forzados a cooperar con ella para obtener fondos muy
necesitados y restaurar la confianza de los inversores.
Referencias:
(1) Schmidt, Viven. “The New World Order incorporated: The rise of business and the
decline of the Nation State”. Aedalus, Vol. 124, N°2. Primavera 1995.
Stange, Susan. “States and Markets”. Londres, 1988. Citado por Esther Barbé en
“Relaciones Internacionales” (Editorial Tecnos, Madrid, 1995), pág. 108.
BIBLIOGRAFÍA
- DOUGHERTY, James E.– PFALTGRAFF, Robert L.. “Teorías en Pugna en las Re-
laciones Internacionales”. Editorial Nuevo Hacer – G.E.L.. Buenos Aires, 1993. Ver
capítulo 3.
207
208
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
El Capitalismo Casino
Susan Strange
El sistema financiero Occidental se parece cada vez más a un gran casino. Cada día se
juegan en este casino cantidades de dinero tan enormes que serían difíciles de imaginar.
Por las noches el juego continúa en la otra parte del mundo. En las torres de bloques de
oficinas que dominan todas las grandes ciudades del mundo, las salas están llenas de
jóvenes en smoking jugando a estos juegos. Sus ojos están fijos en las pantallas de los
ordenadores que parpadean con los precios cambiantes. Son como los jugadores de los
casinos, mirando girar la bolita de plata de la ruleta y poniendo sus fichas en rojo o negro, en
pares o nones.
Al igual que en un casino, el mundo de las altas finanzas ofrece en la actualidad a los
jugadores numerosos juegos. En lugar de la ruleta, el blackjack o el póker, hay negocios que
donde actuar - el mercado de cambio internacional y todas sus variaciones: o los fondos de
depósito, las obligaciones del tesoro, o las acciones. En todos estos mercados puedes
hacer apuestas para el futuro haciendo transacciones, y comprando o vendiendo opciones
de compra y todo tipo de recónditos inventos financieros. Algunos de los jugadores -espe-
cialmente los bancos- utilizan un amplio abanico de apuestas. Hay también muchos peque-
ños operadores. También los hay que hacen pronósticos, vendiendo sus consejos, y vende-
dores ambulantes del sistema para los incautos. Y los croupieres en este casino financiero
global son los grandes banqueros y los corredores de bolsa. Juegan “para la casa”. A la
larga, son los que mejor viven.
Estos banqueros y hombres de negocios parecen ser un tipo muy distinto de personas,
que trabajan en un mundo muy distinto del mundo de las finanzas y de los típicos banqueros
que los mayores pueden recordar. Antes los banqueros tenían una imagen de hombres
serios y sobrios, de rostro grave, vestidos con traje de rayas negras, celosos de su reputa-
ción de personas prudentes, de cuidadosos guardianes del dinero de sus clientes. Algo muy
serio y radical ha debido de ocurrir en el sistema financiero internacional para que se
parezca tanto a una sala de juegos. No está claro en qué ha consistido este cambio, ni cómo
ha ocurrido.
Lo que es cierto es que ha afectado a todos. La gran diferencia entre un casino normal -
donde puedes entrar o no- y el casino global de las altas finanzas, es que las apuestas
diarias que se hacen en este último nos concierne a todos involuntariamente. Un cambio de
moneda puede reducir a la mitad el valor de la producción de un granjero antes de la
cosecha, o arruinar a un exportador. Una subida de los tipos de interés puede hacer aumen-
tar de forma ruinosa los costes de los productos de un vendedor. La absorción de una
compañía decretada por razones financieras puede dejar a los trabajadores sin empleo.
Desde los recién titulados hasta los pensionistas, lo que ocurre en el casino de los bloques
de oficinas de los grandes centros financieros puede tener unas consecuencias repentinas,
impredecibles e inevitables en las vidas individuales. El casino financiero nos tiene a todos
209
en la montaña rusa. Que una tirada de dados te envíe a lo alto de la montaña, encumbrándo-
te en la riqueza, o al borde de un precipicio, precipitándote en la ruina, es una cuestión de
suerte.
Esto puede que no ayude, pero tiene graves consecuencias. Si la pura suerte co-
mienza a entrar en juego y a determinar más y más lo que le ocurre a la gente, mientras
que la capacidad, el esfuerzo la iniciativa, la determinación y el trabajo duro cuentan
cada vez menos, ocurre que rápida e inevitablemente se pierde la fe y la confianza en
el sistema social y político. El respeto a los valores éticos -que es la base de una
sociedad libre y democrática- sufre un peligroso declive. Cuando la mala suerte afecta
a una persona no sólo en los ámbitos donde la suerte siempre solía hacerlo: salud,
dinero, catástrofes naturales o opciones genéticas, sino también en nuevos e inespera-
dos campos, se produce un cambio psicológico. La suerte, ahora, igual que la enferme-
dad o la incapacidad, puede hacer que pierdas tu trabajo. La suerte puede hacer que
pierdas todos tus ahorros, puede duplicar o reducir a la mitad el coste de unas vacacio-
nes en el extranjero, puede arruinar un negocio a causa de cambios impredecibles en
los tipos de interés o en los precios de las mercancías o por otros factores que ante-
riormente se solían considerar más o menos estables y seguros. Se diría que cada vez
tiene menos importancia intentar tomar la decisión correcta, dada la dificultad para
saber cómo girará la rueda de la fortuna y cuándo se detendrá. El resultado de apostar
al rojo o al negro es igual de impredecible. Esa es la razón por la que creo que el
aumento de la incertidumbre ha hecho de todos nosotros jugadores empedernidos e
involuntarios.
Además, la posibilidad de tener mala suerte -en un sistema que es de por sí des-
igual- está lejos de ser la misma para todos. Algunos pueden encontrar modos de
amortiguarla o de protegerse de ella, mientras que otros no. Y desigualdades que origi-
nalmente se debían a diversos factores son percibidas repentinamente de forma más
aguda y amarga. La frustración y el odio se vuelven más fuertes y se expresan con
más violencia cuando el factor de la suerte es demasiado grande y cuando las arbitra-
riedades del sistema parecen intervenir de forma tan desigual.
Si esto es verdad para los individuos, también lo es para las grandes empresas y
para los gobiernos de los países. Los líderes políticos, y sus adversarios, intentan
aparentar que aún controlan sus economías nacionales, que sus políticas tienen capa-
cidad para reducir el desempleo, animar el crecimiento económico, restablecer la pros-
peridad y potenciar las inversiones en el futuro. Pero en los últimos años se ha visto
una y otra vez cómo los planes de los políticos han sido frustrados por cambios que se
daban en el mundo exterior al Estado y que no podían prever. El dólar se debilitaba -o
se volvía demasiado fuerte. Los tipos de interés han tenido que cargar con el peso de
una deuda externa demasiado grande. Los bancos han decidido repentinamente no
prestar más dinero al Estado. Los precios del crudo han subido de pronto -o han bajado.
Los precios de otros productos de los que dependían los ingresos por exportaciones,
caen, porque las grandes economías o los principales países consumidores han entra-
do en un periodo de recesión. La incertidumbre que gobierna en el mundo financiero
tiene consecuencias no sólo en las vidas individuales sino también en la riqueza de los
gobiernos y de los países -y tarde o temprano en las relaciones entre los Estados. Este
210
fenómeno ocurrió ya hace cincuenta y tantos años, tras el Crash de 1929, y si esta vez
la incertidumbre nos conduce a una crisis dramática o -como parece más probable- a un
tenaz y continuo malestar en la economía del mercado mundial, ello debe ser algo que
nos concierna a todos, no sólo a los economistas.
Dinero loco
Josep Ibáñez (*)
Hasta hace pocos años nadie se atrevía a proclamar que el sistema financiero inter-
nacional estaba funcionando de forma descontrolada o caótica, y sólo recientemente
una personalidad como Alan Greenspan afirmaba en público que los mercados bursáti-
les del mundo se comportaban como casinos. Tal tesis ya había sido adelantada por
Susan Strange en 1986 refiriéndose al sistema financiero occidental en Casino
Capitalism (Oxford: Basil Blackwell), obra capital para comprender los cambios sisté-
micos acaecidos en las finanzas internacionales durante los años setenta y ochenta.
Dinero loco aparece como la continuación de aquella obra de referencia y su objetivo
es explicar la transformación del sistema financiero internacional que conocíamos des-
de la posguerra en el sistema financiero global que ahora conocemos. No se trata tan
sólo de la ampliación de la escala geográfica a la que se realizan las operaciones
financieras, sino que esta transformación implica la conformación progresiva, aunque
por ahora incompleta, de un único mercado financiero integrado: la globalización finan-
ciera. El estudio de este fenómeno viene a confirmar la coherencia que caracterizó la
trayectoria intelectual de Susan Strange.
211
De ahí las propuestas de nuevas concepciones del poder que surgen entre los teóri-
cos durante los años ochenta, y dentro de las cuales destaca sin duda la que Strange
plantease en 1988 en States and Markets (Londres: Pinter). El poder estructural es
aquél que permite a un actor conformar y determinar las estructuras de la economía
política global en las que el resto de actores han de operar, y una de dichas estructuras
es la financiera, mediante la que se provee el crédito en la economía mundial.
Dinero loco es el estudio del poder en la estructura financiera durante los años
ochenta y noventa. Las preguntas que guían el trabajo de Strange son muy básicas:
¿cuáles han sido los cambios recientes más significativos en el sistema financiero
internacional?, ¿Cómo ha evolucionado la relación de fuerzas entre Estados y merca-
dos, entre autoridades públicas y autoridades privadas?, ¿Cuáles son las normas e
instituciones básicas que gestionan realmente el sistema y qué grado de orden consi-
guen establecer en él?, ¿Cuáles son los peligros a los que se enfrenta el sistema y que
amenazan su supervivencia misma?
Pero las respuestas no son nada sencillas, pues no es fácil explicar el funcionamien-
to de un sistema financiero en el que el dinero circula de manera voluble, impredecible
e irracional, lo que equivale a decir que su característica predominante es la locura.
212
tes ilegales, así como a través de la evasión fiscal que llevan a cabo hombres de
negocios, y también de la política, de todo el mundo. Pero la competencia por el poder
no es algo que sólo enfrente a Estados y a operadores privados de los mercados. Los
Estados también compiten entre ellos por atraer capitales extranjeros hacia sus econo-
mías, y a la tradicional competencia entre países ricos se ha sumado la que plantean
países en vías de desarrollo que ofrecen suculentas perspectivas de beneficio para las
empresas radicadas en Estados Unidos, Europa Occidental o Japón. Y compiten asi-
mismo entre ellos los diferentes operadores de los mercados financieros, en particular
las entidades bancarias frente a las entidades no bancarias (compañías de seguros,
sociedades de valores, gestores de fondos, etc.), pues han desaparecido los límites
funcionales que distinguían sus actividades, de modo que la intermediación ya no es
una fuente de beneficios exclusiva de los bancos y la asunción de elevados niveles de
riesgo ya no es algo característico sólo de las entidades no bancarias.
213
responsabilidad limitada; ó la restricción del uso de algunos de los productos financieros
más arriesgados y retorcidos que contribuyen a sembrar el caos en el sistema, como
algunos tipos de derivados.
Pero cabe decir que el tratamiento que hace la autora de estas medidas que contribuirían
a mejorar el funcionamiento del sistema financiero es más bien escueto y apresurado;
también resulta poco exhaustivo el estudio de algún otro tema de cierta importancia - como
por ejemplo el papel de los paraísos fiscales en las redes de blanqueo de dinero -; y en el
apartado de críticas cabría mencionar asimismo su afición a embarcarse en ejercicios de
prospectiva presentando escenarios de futuro que no siempre desarrolla con todo el rigor y
la extensión que serían deseables.
Con todo, el principal problema del ensayo de Strange radica quizá en el desequilibrio que
presenta la estructura del trabajo, pues transmite la sensación de ser una adición de capítu-
los monográficos: algunos de ellos son de gran nivel y coherencia, como los referidos a las
innovaciones, al crimen organizado y a los sistemas de control nacionales e internaciona-
les; pero otros resultan algo deslavazados, como los dedicados a los apuntalamientos
políticos (el eje Estados Unidos - Japón y el eje Francia - Alemania), a las principales
plazas bursátiles o al problema de la deuda transnacional. El capítulo dedicado a las conclu-
siones refleja este desequilibrio en la estructura y es más una enumeración de ideas varias
ya apuntadas, que la presentación concisa y ordenada del resultado al que conduce todo el
trabajo.
En cualquier caso, las virtudes de esta obra de Susan Strange exceden con creces lo
que pudieran ser considerados defectos que, al fin y al cabo, son reflejos de una vida
académica caracterizada por la heterodoxia, la pasión y la honestidad intelectuales. El
estudio de la sociedad internacional implicó siempre para la profesora británica un compro-
miso intelectual hacia aquellos más débiles que sufrían las consecuencias de las acciones
de los más poderosos.Y hasta su fallecimiento, dos semanas después de la publicación de
“Dinero loco” en 1998, Strange mantuvo esta preocupación “por la gente de a pie a la que
nunca se le ha preguntado si quería apostar sus trabajos, sus ahorros y sus rentas en este
sistema capitalista que funciona como un casino” (p. 15).
Sirvan estas líneas de homenaje a la que será recordada como una de las personalida-
des académicas mundiales en el estudio de la economía política internacional.
214
Consecuencias para la gobernabilidad del surgimiento de
nuevas organizaciones sociales
Rogelio Queijeiro T. (*)
Introducción:
Si aceptamos la validez de la proposición que afirma que existe una relación directa
entre el nivel de ofertas (competencia) en el mercado electoral y la gobernabilidad,
podría afirmarse entonces que mientras más democrático sea el sistema más ingober-
nable será.
Ello nos lleva a ponderar la postulación tecnocrática según la cual puede suprimirse
la democracia en favor de la gobernabilidad del sistema. Si por el contrario, entende-
mos y aceptamos que en la Democracia todos tienen el derecho de expresar su opi-
nión, aceptaríamos altísimos grados de fragmentación, y por ende estaríamos acep-
tando su incidencia sobre la gobernabilidad.
Análisis Preliminar
215
El derrumbamiento generalizado de las barreras proteccionistas que separaban
artificialmente nuestras economías ha constituido un canal adecuado para lograr un
vínculo más efectivo con un mercado internacional que se encuentra atravesando por una
fase de liberalización.
Del mismo modo, al igual que nuestras economías se han encontrado, así nuestros
fenómenos políticos también lo han hecho. En todos partes se habla del surgimiento de
nuevas entidades que afectan la gobernabilidad del sistema democrático.
Si existe un tema sobre el cual pareciera haber consenso, a nivel global, es el relativo al
agotamiento del “monopolio” del Estado Nación como Actor Internacional. Se comenta
cotidianamente la existencia de una profunda redimensión de las Relaciones Internaciona-
les, en este globalizado Orden - o caos- mundial.
Ello será verdad en tanto aceptemos la validez de la proposición que afirma que el
paradigma de las Relaciones Internacionales ha cambiado. El ocaso del esquema bipolar ha
evidenciado el triunfo de las corrientes liberales y liberalizadoras del comercio internacional,
redimensionando así la visión sobre las amenazas y la seguridad. Ello redunda en favor de
la fragmentación, y por ende, tiene efectos sobre la gobernabilidad democrática.
De allí que la actividad de los Estados esté encaminada hacia la promoción de sus
producciones exportables competitivamente y al aseguramiento del libre acceso a los mer-
cados. Entonces habrá de ponderarse la permanencia de las asimetrías y su tratamiento
multilateral. Ello sin duda puede verificarse por la estructuración definitiva del GATT en la
Organización Mundial del Comercio, fenómeno auspiciado por los países industrializados y,
paralelamente la permanencia de otros Regímenes Internacionales soportados en la UN-
TAD como el Acuerdo Internacional del Café, el Acuerdo Internacional del Cacao y la OPEP,
216
cuya base legal encuentra fundamento en la Carta de Derechos y Deberes Económicos de
las Naciones, y que atienden a las necesidades de los países menos desarrollados.
Así por ejemplo, Francia alega el peligro de un neocolonialismo que afecta la identi-
dad nacional en cuanto atenta contra su identidad cultural, atendiendo a la influencia
anglosajona; China por su parte pretende crear una “Intranet”, en colaboración con las
grandes corporaciones internacionales de computación, para que funja como un meca-
nismo de control y censura del Estado, en pro de examinar el flujo de información para
filtrarla; del mismo modo Alemania intenta controlar el acceso de cierta información
que puede considerarse atenta contra los postulados de su política nacional. De otra
parte están los usuarios de la Red, quienes defienden la libertad de la información. Es
definitivamente un nuevo modo de hacer negocios. De nuevo el Estado frente al “Laisser
Faire”.
Keohane en el artículo “Realism, Neorealism and The Study of World Politics” plan-
tea, entre otras muchas interrogantes, si será válido el estudio teórico de las Relacio-
nes Internacionales y su relevancia frente a una reducción cada vez más economicista
de las Relaciones Internacionales. Pero antes de adentrarnos en el análisis central del
presente ensayo consideramos conveniente destacar la creciente influencia de las
entidades federales, incluso las menores, en la actividad internacional, amén de la
transnacionalización, y en todo caso la globalización económica.
Ello a nuestro entender y salvo mejor opinión, servirá de aval para la afirmación
inicial acerca de la progresiva pérdida de influencia del Estado Nación como único
sujeto de las relaciones internacionales contemporáneas, amén de las consideracio-
nes especialísimas para el caso del Estatuto de la Corte Internacional de Justicia, la
cual reconoce únicamente al Estado como Actor Internacional y el caso de la Corte
Interamericana de los Derechos Humanos.
217
En la lectura supracitada, plantea Keohane severas y fundamentales críticas al
Neorrealismo y su validez tanto como nueva Teoría como para explicar con suficiencia
los fenómenos actuales.
De ello puede colegirse que, para el autor en comento, es de gran importancia el empleo
de una Teoría como instrumento metodológico para la comprensión de la realidad interna-
cional y de las Relaciones Internacionales. Ello revela pues, que los estudiosos de las
relaciones internacionales han encaminado sus esfuerzos hacia la producción de instru-
mentos que les permitan, de algún modo, un acercamiento teórico a la complejidad actual, y
al mismo tiempo se revela que los anteriores instrumentos teóricos han perdido su eficacia
como tales, frente al cambio del paradigma y sus efectos.
Hemos advertido que el autor destaca cierta propensión hacia el realismo en el pensa-
miento occidental. Señala sobre el particular: “Cualesquiera conclusiones acerca de la
validez del neorrealismo contemporáneo para el análisis de la Política Internacional en
nuestros tiempos, es importante entender el realismo y el neorrealismo por su completa
aceptación entre los estudiosos y los círculos políticos contemporáneos. El Realismo polí-
tico está profundamente arraigado en el pensamiento occidental. Sin entender esto, no
podremos ni comprender ni criticar nuestra propia tradición de pensamiento sobre la políti-
ca internacional” (Op. Cit. Pp. 4).
El autor para el desarrollo de sus críticas acerca del Neorrealismo y su validez, funda-
menta su tesis en el desarrollo de la Teoría Realista y sus características principales,
comparándola con el neorrealismo.
Las principales críticas que le autor hace a la teoría en comento es su reiterada voluntad
de no renunciar a la problemática del poder y a la no superación de la anarquía internacional
como soportes de su idea. Plantea, o mejor dicho, evidencia que el neorrealismo es una
especie de redimensión del realismo y que se presenta conservador frente al desplaza-
miento evidente del Estado Nación como actor internacional.
218
En cuanto a las consideraciones que sobre la lucha por el poder hace el autor, destaca-
mos con especial atención el siguiente pasaje de la lectura: “Si las razones de Morgenthau
acerca del porque de la Política Internacional es una lucha de poder no fueron enteramente
convincentes, tampoco lo es su tratamiento del concepto de poder. Su definición de poder
fue oscura, desde que falló en distinguir entre el poder como una fuente (basado en accio-
nes tangibles e intangibles) y poder como la capacidad de influir en el comportamiento de
otros” (Op. Cit. Pp. 13, subrayado nuestro).
Por otra alejados ya de la teoría y retomando nuestro punto central, si bien el Estado
detenta aún el monopolio del uso de la fuerza, no es menos cierto que si se considera la
capacidad de influencia sobre ciertas decisiones en política internacional como otro ele-
mento del poder, bien puede afirmarse en detrimento de la tesis neorrealista que no son los
Estados los únicos con dicha capacidad.
Es allí quizá donde se evidencia con más fuerza, que nos vemos forzados a ponderar
ciertos fenómenos comunes en las relaciones internacionales actuales, a saber: la
transnacionalización y la supranacionalidad.
Estos elementos, a nuestro entender y salvo mejor opinión, son determinantes para
demostrar la nueva realidad. Si los postulados elementales continúan siendo la lucha por el
poder y presenta al Estado nación como actor único con sus consideraciones sobre lo
doméstico y lo internacional, se revela allí el germen de su propia inadaptabilidad a la
realidad internacional contemporánea.
Por el contrario, en las materias en las cuales haya cedido soberanía, tendrá que acatar
las directrices y recomendaciones, así como las normas que demanden de los diferentes
cuerpos legislativos y jurisdiccionales comunitarios, so pena de verse forzado a soportar
las sanciones que ello amerite o en caso más grave, abandonar el subsistema. Ello sin
duda es prueba suficiente de la importancia de los esquemas de integración y de la ordena-
ción de bloques regionales frente a la creciente pérdida de influencia del Estado Nación y la
interdependencia político-económica. Ello hace más difícil la tarea de la Gobernabilidad
Democrática.
219
Estas afirmaciones, que encuentran soporte en un raudal de opiniones y elementos,
pueden sostener la comprensión de la realidad internacional.Y son apenas algunas aristas
del fenómeno de la globalización, la transnacionalización y la pérdida de influencia del
Estado nación en las relaciones internacionales.
Elementos de Soporte
Se nos antoja conveniente para precisar ciertos puntos, - descritos a lo largo del
presente documento -, destacar algunos elementos de análisis tales como: en primer
lugar, la interdependencia económica e ideológica, en segundo orden, los cambios en
la capacidad funcional de los gobiernos, como tercer punto las variaciones en la dispo-
nibilidad de la información, y por último el papel de las instituciones y los regímenes
internacionales.
Para que dicho proceso avance es necesario que los actores que participen posean
identidad de intereses, o por lo menos, que sus ideas converjan en ese imbricado
proceso productivo. Así pues, la defensa de la democracia de libre mercado es la que
permite el crecimiento y desarrollo económico al abolir las barreras ficticias al comer-
cio internacional, permitiendo el libre tránsito y circulación de los factores de produc-
ción, aprovechando economías de escala y en fin, todas las bondades que se esmeran
en publicitar los postuladores del libre mercado.
Así queda de algún modo revelado que es necesaria una identidad de “ideas” para
que funcione el mecanismo de producción global, lo que a todas luces produce un
efecto de interdependencia no solo económica relativa al desarrollo, sino, ideológica en
virtud de la necesaria identificación de metas y objetivos, así como de amenazas y
enemigos comunes.
220
se quiere, para los asuntos domésticos y para la negociación multilateral se considera-
rán a los Organos Supranacionales de Integración Comunitaria.
Otro fenómeno con el cual tendrán que lidiar los Estados Nación es con el creciente
efecto de las autonomías nacionales y sus ánimos de participar, de modo activo, en las
imbricadas relaciones internacionales contemporáneas.
Por demás está señalar que el Derecho Constitucional delimita expresamente cuales son
las capacidades de actuación de los entes menores de la Administración Nacional, pero
como quiera que fuese, en la práctica se vive a diario la internacionalización de las relacio-
nes que, para el caso de Venezuela, la Consultoría Jurídica del Ministerio de Relaciones
Exteriores ha optado por denominar Acuerdos Interinstitucionales, según el criterio del
citado Despacho Ministerial dichos acuerdos no comprometen a la República, sino, a la
entidad menor que asume la obligación.
Trataremos aquí de dar respuesta a dos interrogantes fundamentales: Qué son los Regí-
menes Internacionales y Cuál es su relación con los Organismos Internacionales.
A los efectos del presente documento se entenderá al GATT/OMC y sus acuerdos secto-
riales como un tipo especial de Régimen Internacional.
221
Sobre el Particular señalan Peter Meyer, Volker Rittberger y Michael Zürn: “La Teoría de
los Regímenes Internacionales explica la posibilidad, condiciones y consecuencias de la
“gobernabilidad” internacional más allá de la anarquía y bajo un sistema cuasi-supranacional
en una área específica” (Meyer et Al: 1995 en Rittberger: 1995, Pp. 393).
Así la gobernabilidad internacional difiere de la anarquía, por que los actores internacio-
nales reconocen la existencia de obligaciones - preceptos de conducta que, de alguna
manera, se sienten obligados a respetar -. Estas obligaciones no dimanan de una norma
jerárquica ni de un proceso de gestación legislativo, emergen de acuerdos voluntarios y de
una serie de reglas con el sentido de crear expectativas convergentes y comportamientos
gubernamentales aceptables.
Para 1947 la adopción del GATT, conocido como Acuerdo General sobre Aranceles y
Comercio, es reflejo contrario a un fenómeno de institucionalización generalizado. Para ese
año la sociedad global responde positivamente a la institucionalización de la Sociedad de
las Naciones, convirtiéndola en la Organización de las Naciones Unidas (O.N.U.).
222
sobre el punto Matthías Herdegen: “[La Carta de la Habana] contiene las reglas que abarcan
el campo del comercio, la libre competencia, la política de desarrollo y el mercado de
trabajo. A causa de las oposiciones del Congreso de los EE.UU., la Carta de la Habana no
entró nunca en vigor. Amplios círculos de la economía y política norteamericana temían por
la excesiva restricción paulatina del espacio de configuración de la política económica
externa” (Herdegen. Op Cit, Pp.150).
Negada así la posibilidad de institucionalización del GATT, opera éste como un Régi-
men Internacional desde ese mismo año. En el entendido que dichas pautas de conduc-
ta generadas del propio Régimen no se pueden considerar vinculantes, ni mucho me-
nos supranacionales, punto señalado anteriormente en la definición de los regímenes
Internacionales.
Some students of international politics believe that realism is obsolete.1 They argue
that, although realism’s concepts of anarchy, self-help, and power balancing may have
been appropriate to a bygone era, they have been displaced by changed conditions and
eclipsed by better ideas. New times call for new thinking. Changing conditions require
revised theories or entirely different ones.
True, if the conditions that a theory contemplated have changed, the theory no longer
applies. But what sorts of changes would alter the international political system so
profoundly that old ways of thinking would no longer be relevant? Changes of the system
would do it; changes in the system would not.
223
Within-system changes take place all the time, some important, some not. Big changes
in the means of transportation, communication, and war fighting, for example, strongly
affect how states and other agents interact. Such changes occur at the unit level. In
modern history, or perhaps in all of history, the introduction of nuclear weaponry was
the greatest of such changes.
Yet in the nuclear era, international politics remains a self-help arena. Nuclear weapons
decisively change how some states provide for their own and possibly for others’ security;
but nuclear weapons have not altered the anarchic structure of the international political
system. Changes in the structure of the system are distinct from changes at the unit
level. Thus, changes in polarity also affect how states provide for their security.
Significant changes take place when the number of great powers reduces to two or
one. With more than two, states rely for their security both on their own internal efforts
and on alliances they may make with others. Competition in multipolar systems is more
complicated than competition in bipolar ones because uncertainties about the comparative
capabilities of states multiply as numbers grow, and because estimates of the
cohesiveness and strength of coalitions are hard to make.
Both changes of weaponry and changes of polarity were big ones with ramifications
that spread through the system, yet they did not transform it. If the system were
transformed, international politics would no longer be international politics, and the past
would no longer serve as a guide to the future. We would begin to call international
politics by another name, as some do.
The terms “world politics” or “global politics,” for example, suggest that politics among
self-interested states concerned with their security has been replaced by some other
kind of politics or perhaps by no politics at all.
What changes, one may wonder, would turn international politics into something
distinctly different? The answer commonly given is that international politics is being
transformed and realism is being rendered obsolete as democracy extends its sway, as
interdependence tightens its grip, and as institutions smooth the way to peace. I consider
these points in successive sections. A fourth section explains why realist theory retains
its explanatory power after the Cold War.
The end of the Cold War coincided with what many took to be a new democratic
wave. The trend toward democracy combined with Michael Doyle’s rediscovery of the
peaceful behavior of liberal democratic states inter se contributes strongly to the belief
that war is obsolescent, if not obsolete, among the advanced industrial states of the
world.2
224
The democratic peace thesis holds that democracies do not fight democracies. Notice
that I say “thesis,” not “theory.” The belief that democracies constitute a zone of peace
rests on a received high correlation between governmental form and international
outcome. Francis Fukuyama thinks that the correlation is perfect: Never once has a
democracy fought another democracy. Jack Levy says that it is “the closest thing we
have to an empirical law in the study of international relations.”3 But, if it is true that
democracies rest reliably at peace among themselves, we have not a theory but a
purported fact begging for an explanation, as facts do. The explanation given generally
runs this way: Democracies of the right kind (i.e., liberal ones) are peaceful in relation
to one another. This was Immanuel Kant’s point. The term he used was Rechtsstaat or
republic, and his definition of a republic was so restrictive that it was hard to believe
that even one of them could come into existence, let alone two or more.4 And if they did,
who can say that they would continue to be of the right sort or continue to be democracies
at all? The short and sad life of the Weimar Republic is a reminder. And how does one
define what the right sort of democracy is? Some American scholars thought that
Wilhelmine Germany was the very model of a modern democratic state with a wide
suffrage, honest elections, a legislature that controlled the purse, competitive parties, a
free press, and a highly competent bureaucracy.5 But in the French, British, and American
view after August of 1914, Germany turned out not to be a democracy of the right kind.
John Owen tried to finesse the problem of definition by arguing that democracies that
perceive one another to be liberal democracies will not fight.6 That rather gives the
game away. Liberal democracies have at times prepared for wars against other liberal
democracies and have sometimes come close to fighting them. Christopher Layne shows
that some wars between democracies were averted not because of the reluctance of
democracies to fight each other but for fear of a third party—a good realist reason. How,
for example, could Britain and France fight each other over Fashoda in 1898 when
Germany lurked in the background? In emphasizing the international political reasons
for democracies not fighting each other, Layne gets to the heart of the matter.7 Conformity
of countries to a prescribed political form may eliminate some of the causes of war; it
cannot eliminate all of them. The democratic peace thesis will hold only if all of the
causes of war lie inside of states.
To explain war is easier than to understand the conditions of peace. If one asks what
may cause war, the simple answer is ”anything.“ That is Kant’s answer: The natural
state is the state of war. Under the conditions of international politics, war recurs; the
sure way to abolish war, then, is to abolish international politics.
Over the centuries, liberals have shown a strong desire to get the politics out of
politics. The ideal of nineteenth-century liberals was the police state, that is, the state
that would confine its activities to catching criminals and enforcing contracts. The ideal
of the laissez-faire state finds many counterparts among students of international politics
with their yen to get the power out of power politics, the national out of international
225
politics, the dependence out of interdependence, the relative out of relative gains, the
politics out of international politics, and the structure out of structural theory.
Proponents of the democratic peace thesis write as though the spread of democracy
will negate the effects of anarchy. No causes of conflict and war will any longer be found
at the structural level. Francis Fukuyama finds it ”perfectly possible to imagine anarchic
state systems that are nonetheless peaceful.“ He sees no reason to associate anarchy
with war. Bruce Russett believes that, with enough democracies in the world, it “may be
possible in part to supersede the ‘realist’ principles (anarchy, the security dilemma of
states) that have dominated practice . . . since at least the seventeenth century.” 8 Thus
the structure is removed from structural theory. Democratic states would be so confident
of the peace-preserving effects of democracy that they would no longer fear that another
state, so long as it remained democratic, would do it wrong. The guarantee of the state’s
proper external behavior would derive from its admirable internal qualities.
This is a conclusion that Kant would not sustain. German historians at the turn of the
nineteenth century wondered whether peacefully inclined states could be planted and
expected to grow where dangers from outside pressed daily upon them.9 Kant a century
earlier entertained the same worry. The seventh proposition of his ”Principles of the
Political Order“ avers that establishment of the proper constitution internally requires
the proper ordering of the external relations of states. The first duty of the state is to
defend itself, and outside of a juridical order none but the state itself can define the
actions required. ”Lesion of a less powerful country,“ Kant writes, ”may be involved
merely in the condition of a more powerful neighbor prior to any action at all; and in the
State of Nature an attack under such circumstances would be warrantable.“10 In the
state of nature, there is no such thing as an unjust war.
Every student of international politics is aware of the statistical data supporting the
democratic peace thesis. Everyone has also known at least since David Hume that we
have no reason to believe that the association of events provides a basis for inferring
the presence of a causal relation. John Mueller properly speculates that it is not
democracy that causes peace but that other conditions cause both democracy and
peace.11 Some of the major democracies —Britain in the nineteenth century and the
United States in the twentieth century—have been among the most powerful states of
their eras. Powerful states often gain their ends by peaceful means where weaker
states either fail or have to resort to war.12 Thus, the American government deemed
the democratically elected Juan Bosch of the Dominican Republic too weak to bring
order to his country. The United States toppled his government by sending 23,000
troops within a week, troops whose mere presence made fighting a war unnecessary.
Salvador Allende, democratically elected ruler of Chile, was systematically and effectively
undermined by the United States, without the open use of force, because its leaders
thought that his government was taking a wrong turn. As Henry Kissinger put it: ”I don’t
see why we need to stand by and watch a country go Communist due to the irresponsibility
of its own people.“13 That is the way it is with democracies—their people may show bad
judgment. ”Wayward“ democracies are especially tempting objects of intervention by
other democracies that wish to save them. American policy may have been wise in both
cases, but its actions surely cast doubt on the democratic peace thesis. So do the
226
instances when a democracy did fight another democracy.14 So do the instances in
which democratically elected legislatures have clamored for war, as has happened for
example in Pakistan and Jordan.
One can of course say, yes, but the Dominican Republic and Chile were not liberal
democracies nor perceived as such by the United States. Once one begins to go down
that road, there is no place to stop. The problem is heightened because liberal
democracies, as they prepare for a war they may fear, begin to look less liberal and will
look less liberal still if they begin to fight one. I am tempted to say that the democratic
peace thesis in the form in which its proponents cast it is irrefutable. A liberal democracy
at war with another country is unlikely to call it a liberal democracy.
Democracies may live at peace with democracies, but even if all states became
democratic, the structure of international politics would remain anarchic. The structure
of international politics is not transformed by changes internal to states, however
widespread the changes may be. In the absence of an external authority, a state cannot
be sure that today’s friend will not be tomorrow’s enemy. Indeed, democracies have at
times behaved as though today’s democracy is today’s enemy and a present threat to
them. In Federalist Paper number six, Alexander Hamilton asked whether the thirteen
states of the Confederacy might live peacefully with one another as freely constituted
republics. He answered that there have been ”almost as many popular as royal wars.“
He cited the many wars fought by republican Sparta, Athens, Rome, Carthage, Venice,
Holland, and Britain. John Quincy Adams, in response to James Monroe’s contrary
claim, averred ”that the government of a Republic was as capable of intriguing with the
leaders of a free people as neighboring monarchs.“15 In the latter half of the nineteenth
century, as the United States and Britain became more democratic, bitterness grew
between them, and the possibility of war was at times seriously entertained on both
sides of the Atlantic. France and Britain were among the principal adversaries in the
great power politics of the nineteenth century, as they were earlier.
Their becoming democracies did not change their behavior toward each other. In
1914, democratic England and France fought democratic Germany, and doubts about
the latter’s democratic standing merely illustrate the problem of definition. Indeed, the
democratic pluralism of Germany was an underlying cause of the war. In response to
domestic interests, Germany followed policies bound to frighten both Britain and Russia.
And today if a war that a few have feared were fought by the United States and Japan,
many Americans would say that Japan was not a democracy after all, but merely a one-
party state.
What can we conclude? Democracies rarely fight democracies, we might say, and
then add as a word of essential caution that the internal excellence of states is a brittle
basis of peace.
227
Democratic Wars
During World War I, Walter Hines Page, American ambassador to England, claimed
that there ”is no security in any part of the world where people cannot think of a
government without a king and never will be.“ During the Vietnam War, Secretary of
State Dean Rusk claimed that the ”United States cannot be secure until the total
international environment is ideologically safe.“18 Policies aside, the very existence of
undemocratic states is a danger to others. American political and intellectual leaders
have often taken this view. Liberal interventionism is again on the march. President Bill
Clinton and his national security adviser, Anthony Lake, urged the United States to take
measures to enhance democracy around the world. The task, one fears, will be taken up
by the American military with some enthusiasm. Former Army Chief of Staff General
Gordon Sullivan, for example, favored a new military ”model,“ replacing the negative
aim of containment with a positive one: ”To promote democracy, regional stability, and
economic prosperity.“19 Other voices urge us to enter into a ”struggle to ensure that
people are governed well.“ Having apparently solved the problem of justice at home,
”the struggle for liberal government becomes a struggle not simply for justice but for
survival.“20 As R.H. Tawney said: ”Either war is a crusade, or it is a crime.“21 Crusades
are frightening because crusaders go to war for righteous causes, which they define for
themselves and try to impose on others. One might have hoped that Americans would
have learned that they are not very good at causing democracy abroad. But, alas, if the
world can be made safe for democracy only by making it democratic, then all means are
permitted and to use them becomes a duty. The war fervor of people and their
representatives is at times hard to contain. Thus Hans Morgenthau believed that ”the
democratic selection and responsibility of government officials destroyed international
morality as an effective system of restraint.“22
Since, as Kant believed, war among self-directed states will occasionally break out,
peace has to be contrived. For any government, doing so is a difficult task, and all
states are at times efficient in accomplishing it, even if they wish to. Democratic leaders
may respond to the fervor for war that their citizens sometimes display, or even try to
arouse it, and governments are sometimes constrained by electoral calculations to
defer preventive measures. Thus British Prime Minister Stanley Baldwin said that if he
had called in 1935 for British rearmament against the German threat, his party would
have lost the next election.23 Democratic governments may respond to internal political
228
imperatives when they should be responding to external ones. All governments have
their faults, democracies no doubt fewer than others, but that is not good enough to
sustain the democratic peace thesis.
That peace may prevail among democratic states is a comforting thought. The obverse
of the proposition—that democracy may promote war against undemocratic states—is
disturbing. If the latter holds, we cannot even say for sure that the spread of democracy
will bring a net decrease in the amount of war in the world.
With a republic established in a strong state, Kant hoped the republican form would
gradually take hold in the world. In 1795, America provided the hope. Two hundred years
later, remarkably, it still does. Ever since liberals first expressed their views, they have
been divided. Some have urged liberal states to work to uplift benighted peoples and
bring the benefits of liberty, justice, and prosperity to them. John Stuart Mill, Giuseppe
Mazzini, Woodrow Wilson, and Bill Clinton are all interventionist liberals. Other liberals,
Kant and Richard Cobden, for example, while agreeing on the benefits that democracy
can bring to the world, have emphasized the difficulties and the dangers of actively
seeking its propagation.
If the world is now safe for democracy, one has to wonder whether democracy is safe
for the world. When democracy is ascendant, a condition that in the twentieth century
attended the winning of hot wars and cold ones, the interventionist spirit flourishes. The
effect is heightened when one democratic state becomes dominant, as the United States
is now. Peace is the noblest cause of war. If the conditions of peace are lacking, then
the country with a capability of creating them may be tempted to do so, whether or not
by force. The end is noble, but as a matter of right, Kant insists, no state can intervene
in the internal arrangements of another. As a matter of fact, one may notice that
intervention, even for worthy ends, often brings more harm than good. The vice to which
great powers easily succumb in a multipolar world is inattention; in a bipolar world,
overreaction; in a unipolar world, overextention.
If the democratic peace thesis is right, structural realist theory is wrong. One may
believe, with Kant, that republics are by and large good states and that unbalanced
power is a danger no matter who wields it. Inside of, as well as outside of, the circle of
democratic states, peace depends on a precarious balance of forces. The causes of
war lie not simply in states or in the state system; they are found in both. Kant understood
this. Devotees of the democratic peace thesis overlook it.
229
THE WEAK EFFECTS OF INTERDEPENDENCE
If not democracy alone, may not the spread of democracy combined with the tightening
of national interdependence fulfill the prescription for peace offered by nineteenth-century
liberals and so often repeated today?24 To the supposedly peaceful inclination of
democracies, interdependence adds the propulsive power of the profit motive. Democratic
states may increasingly devote themselves to the pursuit of peace and profits. The
trading state is replacing the political-military state, and the power of the market now
rivals or surpasses the power of the state, or so some believe.25
Before World War I, Norman Angell believed that wars would not be fought because
they would not pay, yet Germany and Britain, each other’s secondbest customers,
fought a long and bloody war.26 Interdependence in some ways promotes peace by
multiplying contacts among states and contributing to mutual understanding. It also
multiplies the occasions for conflicts that may promote resentment and even war.27
Close interdependence is a condition in which one party can scarcely move without
jostling others; a small push ripples through society. The closer the social bonds, the
more extreme the effect becomes, and one cannot sensibly pursue an interest without
taking others’ interests into account. One country is then inclined to treat another country’s
acts as events within its own polity and to attempt to control them. That interdependence
promotes war as well as peace has been said often enough. What requires emphasis is
that, either way, among the forces that shape international politics, interdependence is a
weak one.
Interdependence within modern states is much closer than it is across states. The
Soviet economy was planned so that its far-flung parts would be not just interdependent
but integrated. Huge factories depended for their output on products exchanged with
others. Despite the tight integration of the Soviet economy, the state fell apart. Yugosla-
via provides another stark illustration. Once external political pressure lessened, internal
economic interests were too weak to hold the country together. One must wonder whether
economic interdependence is more effect than cause. Internally, interdependence
becomes so close that integration is the proper word to describe it. Interdependence
becomes integration because internally the expectation that peace will prevail and order
will be preserved is high. Externally, goods and capital flow freely where peace among
countries appears to be reliably established. Interdependence, like integration, depends
on other conditions. It is more a dependent than an independent variable. States, if they
can afford to, shy away from becoming excessively dependent on goods and resources
that may be denied them in crises and wars. States take measures, such as Japan’s
managed trade, to avoid excessive dependence on others.28
230
zone in between is a gray one with the effects of interdependence sometimes good,
providing the benefits of divided labor, mutual understanding, and cultural enrichment,
and sometimes bad, leading to protectionism, mutual resentment, conflict, and war.
The uneven effects of interdependence, with some parties to it gaining more, others
gaining less, are obscured by the substitution of Robert Keohane’s and Joseph Nye’s
term ”asymmetric interdependence“ for relations of dependence and independence among
states.30 Relatively independent states are in a stronger position than relatively dependent
ones. If I depend more on you than you depend on me, you have more ways of influencing
me and affecting my fate than I have of affecting yours. Interdependence suggests a
condition of roughly equal dependence of parties on one another. Omitting the word
“dependence” blunts the inequalities that mark the relations of states and makes them
all seem to be on the same footing. Much of international, as of national, politics is about
inequalities. Separating one “issue area” from others and emphasizing that weak states
have advantages in some of them reduces the sense of inequality. Emphasizing the low
fungibility of power furthers the effect. If power is not very fungible, weak states may
have decisive advantages on some issues. Again, the effects o f inequality are blunted.
But power, not very fungible for weak states, is very fungible for strong ones. The
history of American foreign policy since World War II is replete with examples of how
the United States used its superior economic capability to promote its political and
security interests.31
231
government she had in mind, she answered immediately: ”The fate of Mexico is decided
in Washington more than Wall Street. And the International Monetary Fund (IMF) is
obliged to follow the American lead, despite the misgivings of Germany or Japan.“34
The history of the past two centuries has been one of central governments acquiring
more and more power. Alexis de Tocqueville observed during his visit to the United
States in 1831 that ”the Federal Government scarcely ever interferes in any but foreign
affairs; and the governments of the states in reality direct society in America.“35 After
World War II, governments in Western Europe disposed of about a quarter of their
peoples’ income. The proportion now is more than half. At a time when Americans,
Britons, Russians, and Chinese were decrying the control of the state over their lives, it
was puzzling to be told that states were losing control over their external affairs. Losing
control, one wonders, as compared to when? Weak states have lost some of their
influence and control over external matters, but strong states have not lost theirs. The
patterns are hardly new ones. In the eighteenth and nineteenth centuries, the strongest
state with the longest reach intervened all over the globe and built history’s most extensive
empire. In the twentieth century, the strongest state with the longest reach repeated
Britain’s interventionist behavior and, since the end of the Cold War, on an ever widening
scale, without building an empire. The absence of empire hardly means, however, that
the extent of America’s influence and control over the actions of others is of lesser
moment. The withering away of the power of the state, whether internally or externally,
is more of a wish and an illusion than a reality in most of the world.
Under the Pax Britannica, the interdependence of states became unusually close,
which to many portended a peaceful and prosperous future. Instead, a prolonged period
of war, autarky, and more war followed. The international economic system, constructed
under American auspices after World War II and later amended to suit its purposes,
may last longer, but then again it may not. The character of international politics changes
as national interdependence tightens or loosens. Yet even as relations vary, states have
to take care of themselves as best they can in an anarchic environment. Internationally,
the twentieth century for the most part was an unhappy one. In its last quarter, the
clouds lifted a little, but twenty-five years is a slight base on which to ground optimistic
conclusions. Not only are the effects of close interdependence problematic, but so also
is its durability.
One of the charges hurled at realist theory is that it depreciates the importance of
institutions. The charge is justified, and the strange case of NATO’s (the North Atlantic
Treaty Organization’s) outliving its purpose shows why realists believe that international
institutions are shaped and limited by the states that found and sustain them and have
little independent effect. Liberal institutionalists paid scant attention to organizations
designed to buttress the security of states until, contrary to expectations inferred from
realist theories, NATO not only survived the end of the Cold War but went on to add new
members and to promise to embrace still more. Far from invalidating realist theory or
232
casting doubt on it, however, the recent history of NATO illustrates the subordination of
international institutions to national purposes.
The nature and purposes of institutions change as structures vary. In the old multipolar
world, the core of an alliance consisted of a small number of states of comparable
capability. Their contributions to one another’s security were of crucial importance
because they were of similar size. Because major allies were closely interdependent
militarily, the defection of one would have made its partners vulnerable to a competing
alliance. The members of opposing alliances before World War I were tightly knit because
of their mutual dependence. In the new bipolar world, the word ”alliance“ took on a
different meaning. One country, the United States or the Soviet Union, provided most of
the security for its bloc. The withdrawal of France from NATO’s command structure and
the defection of China from the Soviet bloc failed even to tilt the central balance. Early in
the Cold War, Americans spoke with alarm about the threat of monolithic communism
arising from the combined strength of the Soviet Union and China, yet the bloc’s
disintegration caused scarcely a ripple. American officials did not proclaim that with
China’s defection, America’s defense budget could safely be reduced by 20 or 10 percent
or even be reduced at all. Similarly, when France stopped playing its part in NATO’s
military plans, American officials did not proclaim that defense spending had to be
increased for that reason. Properly speaking, NATO and the WTO (Warsaw Treaty
Organization) were treaties of guarantee rather than old-style military alliances.36
Glenn Snyder has remarked that “alliances have no meaning apart from the adversary
threat to which they are a response.”37 I expected NATO to dwindle at the Cold War’s
end and ultimately to disappear.38 In a basic sense, the expectation has been borne
out. NATO is no longer even a treaty of guarantee because one cannot answer the
question, guarantee against whom? Functions vary as structures change, as does the
behavior of units. Thus the end of the Cold War quickly changed the behavior of allied
countries. In early July of 1990, NATO announced that the alliance would “elaborate new
force plans consistent with the revolutionary changes in Europe.”39 By the end of July,
without waiting for any such plans, the major European members of NATO unilaterally
announced large reductions in their force levels. Even the pretense of continuing to act
as an alliance in setting military policy disappeared.
With its old purpose dead, and the individual and collective behavior of its members
altered accordingly, how does one explain NATO’s survival and expansion? Institutions
are hard to create and set in motion, but once created, institutionalists claim, they may
take on something of a life of their own; they may begin to act with a measure of
autonomy, becoming less dependent on the wills of their sponsors and members. NATO
supposedly validates these thoughts.
Organizations, especially big ones with strong traditions, have long lives. The March
of Dimes is an example sometimes cited. Having won the war against polio, its mission
233
was accomplished. Nevertheless, it cast about for a new malady to cure or contain.
Even though the most appealing ones—cancer, diseases of the heart and lungs, multiple
sclerosis, and cystic fibrosis—were already taken, it did find a worthy cause to pursue,
the amelioration of birth defects. One can fairly claim that the March of Dimes enjoys
continuity as an organization, pursuing an end consonant with its original purpose. How
can one make such a claim for NATO?
The question of purpose may not be a very important one; create an organization and
it will find something to do.40 Once created, and the more so once it has become well
established, an organization becomes hard to get rid of. A big organization is managed
by large numbers of bureaucrats who develop a strong interest in its perpetuation.
According to Gunther Hellmann and Reinhard Wolf, in 1993 NATO headquarters was
manned by 2,640 officials, most of whom presumably wanted to keep their jobs.41 The
durability of NATO even as the structure of international politics has changed, and the
old purpose of the organization has disappeared, is interpreted by institutionalists as
evidence strongly arguing for the autonomy and vitality of institutions.
The institutionalist interpretation misses the point. NATO is first of all a treaty made
by states. A deeply entrenched international bureaucracy can help to sustain the
organization, but states determine its fate. Liberal institutionalists take NATO’s seeming
vigor as confirmation of the importance of international institutions and as evidence of
their resilience. Realists, noticing that as an alliance NATO has lost its major function,
see it mainly as a means of maintaining and lengthening America’s grip on the foreign
and military policies of European states. John Kornblum, U.S. senior deputy to the
undersecretary of state for European affairs, neatly described NATO’s new role. “The
Alliance,” he wrote, “provides a vehicle for the application of American power and vision
to the security order in Europe.”42 The survival and expansion of NATO tell us much
about American power and influence and little about institutions as multilateral entities.
The ability of the United States to extend the life of a moribund institution nicely illustrates
how international institutions are created and maintained by stronger states to serve
their perceived or misperceived interests.
The Bush administration saw, and the Clinton administration continued to see, NATO
as the instrument for maintaining America’s domination of the foreign and military policies
of European states. In 1991, U.S. Undersecretary of State Reginald Bartholomew’s
letter to the governments of European members of NATO warned against Europe’s
formulating independent positions on defense. France and Germany had thought that a
European security and defense identity might be developed within the EU and that the
Western European Union, formed in 1954, could be revived as the instrument for its
realization. The Bush administration quickly squelched these ideas. The day after the
signing of the Maastricht Treaty in December of 1991, President George Bush could say
with satisfaction that “we are pleased that our Allies in the Western European Union . . .
decided to strengthen that institution as both NATO’s European pillar and the defense
component of the European Union.”43
The European pillar was to be contained within NATO, and its policies were to be
made in Washington. Weaker states have trouble fashioning institutions to serve their
234
own ends in their own ways, especially in the security realm. Think of the defeat of the
European Defense Community in 1954, despite America’s support of it, and the inability
of the Western European Union in the more than four decades of its existence to find a
significant role independent of the United States. Realism reveals what liberal
institutionalist “theory” obscures: namely, that international institutions serve primarily
national rather than international interests.44 Robert Keohane and Lisa Martin, replying
to John Mearsheimer’s criticism of liberal institutionalism, ask: How are we “to account
for the willingness of major states to invest resources in expanding international institutions
if such institutions are lacking in significance?”45 If the answer were not already obvious,
the expansion of NATO would make it so: to serve what powerful states believe to be
their interests.
With the administration’s Bosnian policy in trouble, Clinton needed to show himself
an effective foreign policy leader. With the national heroes Lech Walesa and Vaclav
Havel clamoring for their countries’ inclusion, foreclosing NATO membership would have
handed another issue to the Republican Party in the congressional elections of 1994. To
tout NATO’s eastward march, President Clinton gave major speeches in Milwaukee,
Cleveland, and Detroit, cities with significant numbers of East European voters.46 Vo-
tes and dollars are the lifeblood of American politics. New members of NATO will be
required to improve their military infrastructure and to buy modern weapons. The
American arms industry, expecting to capture its usual large share of a new market,
has lobbied heavily in favor of NATO’s expansion.47
The reasons for expanding NATO are weak. The reasons for opposing expansion are
strong.48 It draws new lines of division in Europe, alienates those left out, and can find
no logical stopping place west of Russia. It weakens those Russians most inclined
toward liberal democracy and a market economy. It strengthens Russians of the opposite
inclination. It reduces hope for further large reductions of nuclear weaponry. It pushes
Russia toward China instead of drawing Russia toward Europe and America. NATO, led
by America, scarcely considered the plight of its defeated adversary. Throughout modern
history, Russia has been rebuffed by the West, isolated and at times surrounded. Many
Russians believe that, by expanding, NATO brazenly broke promises it made in 1990
and 1991 that former WTO members would not be allowed to join NATO. With good
reason, Russians fear that NATO will not only admit additional old members of the WTO
but also former republics of the Soviet Union. In 1997, NATO held naval exercises with
Ukraine in the Black Sea, with more joint exercises to come, and announced plans to
use a military testing ground in western Ukraine. In June of 1998, Zbigniew Brzezinski
went to Kiev with the message that Ukraine should prepare itself to join NATO by the
year 2010.49 The farther NATO intrudes into the Soviet Union’s old arena, the more
Russia is forced to look to the east rather than to the west.
The expansion of NATO extends its military interests, enlarges its responsibilities,
and increases its burdens. Not only do new members require NATO’s protection, they
also heighten its concern over destabilizing events near their borders. Thus Balkan
eruptions become a NATO and not just a European concern. In the absence of European
initiative, Americans believe they must lead the way because the credibility of NATO is
at stake. Balkan operations in the air and even more so on the ground exacerbate
235
differences of interest among NATO members and strain the alliance. European members
marvel at the surveillance and communications capabilities of the United States and
stand in awe of the modern military forces at its command. Aware of their weaknesses,
Europeans express determination to modernize their forces and to develop their ability
to deploy them independently. Europe’s reaction to America’s Balkan operations duplicates
its determination to remedy deficiencies revealed in 1991 during the Gulf War, a
determination that produced few results.
Will it be different this time? Perhaps, yet if European states do achieve their goals of
creating a 60,000 strong rapid reaction force and enlarging the role of the WEU, the
tension between a NATO controlled by the United States and a NATO allowing for
independent European action will again be bothersome. In any event, the prospect of
militarily bogging down in the Balkans tests the alliance and may indefinitely delay its
further expansion. Expansion buys trouble, and mounting troubles may bring expansion
to a halt. European conditions and Russian opposition work against the eastward extension
of NATO. Pressing in the opposite direction is the momentum of American expansion.
The momentum of expansion has often been hard to break, a thought borne out by the
empires of Republican Rome, of Czarist Russia, and of Liberal Britain.
One is often reminded that the United States is not just the dominant power in the
world but that it is a liberal dominant power. True, the motivations of the artificers of
expansion—President Clinton, National Security Adviser Anthony Lake, and others—
were to nurture democracy in young, fragile, long-suffering countries. One may wonder,
however, why this should be an American rather than a European task and why a
military rather than a political-economic organization should be seen as the appropriate
means for carrying it out. The task of building democracy is not a military one. The
military security of new NATO members is not in jeopardy; their political development
and economic well-being are. In 1997, U.S. Assistant Secretary of Defense Franklin D.
Kramer told the Czech defense ministry that it was spending too little on defense.50 Yet
investing in defense slows economic growth. By common calculation, defense spending
stimulates economic growth about half as much as direct investment in the economy. In
Eastern Europe, economic not military security is the problem and entering a military
alliance compounds it.
Using the example of NATO to reflect on the relevance of realism after the Cold War
leads to some important conclusions. The winner of the Cold War and the sole remaining
great power has behaved as unchecked powers have usually done. In the absence of
counterweights, a country’s internal impulses prevail, whether fueled by liberal or by
other urges. The error of realist predictions that the end of the Cold War would mean the
end of NATO arose not from a failure of realist theory to comprehend international
politics, but from an underestimation of America’s folly. The survival and expansion of
NATO illustrate not the defects but the limitations of structural explanations. Structures
shape and shove; they do not determine the actions of states. A state that is stronger
than any other can decide for itself whether to conform its policies to structural pressures
and whether to avail itself of the opportunities that structural change offers, with little
fear of adverse affects in the short run.
236
Do liberal institutionalists provide better leverage for explaining NATO’s survival and
expansion? According to Keohane and Martin, realists insist “that institutions have only
marginal effects.”51 On the contrary, realists have noticed that whether institutions
have strong or weak effects depends on what states intend. Strong states use institutions,
as they interpret laws, in ways that suit them. Thus Susan Strange, in pondering the
state’s retreat, observes that “international organization is above all a tool of national
government, an instrument for the pursuit of national interest by other means.”52
237
As in Europe, a hegemonicpower may suppress it. As a high-level European diplomat
put it, “it is notacceptable that the lead nation be European. A European power broker is
ahegemonic power. We can agree on U.S. leadership, but not on one of our own.”59
Accepting the leadership of a hegemonic power prevents a balance of power from emerging
in Europe, and better the hegemnic power should beat a distance than next door.
Keohane believes that “avoiding military conflict in Europe after the Cold War depends
greatly on whether the next decade is characterized by a continuous pattern of
institutionalized cooperation.”60 If one accepts the conclusion, the question remains:
What or who sustains the ”pattern of institutionalized cooperation“? Realists know the
answer.
What is true of NATO holds for international institutions generally. The effects that
international institutions may have on national decisions are but one step removed from
the capabilities and intentions of the major state or states that gave them birth and
sustain them. The Bretton Woods system strongly affected individual states and the
conduct of international affairs. But when the United States found that the system no
longer served its interests, the Nixon shocks of 1971 were administered. International
institutions are created by the more powerful states, and the institutions survive in their
original form as long as they serve the major interests of their creators, or are thought
to do so. ”The nature of institutional arrangements,“ as Stephen Krasner put it, ”is better
explained by the distribution of national power capabilities than by efforts to solve
problems of market failure“61—or, I would add, by anything else.
Either international conventions, treaties, and institutions remain close to the underlying
distribution of national capabilities or they court failure.62 Citing examples from the
past 350 years, Krasner found that in all of the instances ”it was the value of strong
states that dictated rules that were applied in a discriminating fashion only to the weak.“63
The sovereignty of nations, a universally recognized international institution, hardly
stands in the way of a strong nation that decides to intervene in a weak one. Thus,
according to a senior official, the Reagan administration ”debated whether we had the
right to dictate the form of another country’s government. The bottom line was yes, that
some rights are more fundamental than the right of nations to nonintervention. . . . We
don’t have the right to subvert a democracy but we do have the right against an
undemocratic one.“64 Most international law is obeyed most of the time, but strong
states bend or break laws when they choose to.
With so many of the expectations that realist theory gives rise to confirmed by what
happened at and after the end of the Cold War, one may wonder why realism is in bad
238
repute.65 A key proposition derived from realist theory is that international politics
reflects the distribution of national capabilities, a proposition daily borne out. Another
key proposition is that the balancing of power by some states against others recurs.
Realist theory predicts that balances disrupted will one day be restored. A limitation of
the theory, a limitation common to social science theories, is that it cannot say when.
William Wohlforth argues that though restoration will take place, it will be a long time
coming.66 Of necessity, realist theory is better at saying what will happen than in
saying when it will happen. Theory cannot say when “tomorrow” will come because
international political theory deals with the pressures of structure on states and not with
how states will respond to the pressures. The latter is a task for theories about how national
governments respond to pressures on them and take advantage of opportunities that may
be present. One does, however, observe balancing tendencies already taking place.
Upon the demise of the Soviet Union, the international political system became unipolar.
In the light of structural theory, unipolarity appears as the least durable of international
configurations. This is so for two main reasons.
One is that dominant powers take on too many tasks beyond their own borders, thus
weakening themselves in the long run. Ted Robert Gurr, after examining 336 polities,
reached the same conclusion that Robert Wesson had reached earlier: ”Imperial decay
is... primarily a result of the misuse of power which follows inevitably from its
concentration.“67 The other reason for the short duration of unipolarity is that even if a
dominant power behaves with moderation, restraint, and forbearance, weaker states
will worry about its future behavior. America’s founding fathers warned against the perils
of power in the absence of checks and balances. Is unbalanced power less of a danger
in international than in national politics? Throughout the Cold War, what the United
States and the Soviet Union did, and how they interacted, were dominant factors in
international politics. The two countries, however, constrained each other. Now the United
States is alone in the world. As nature abhors a vacuum, so international politics abhors
unbalanced power. Faced with unbalanced power, some states try to increase their own
strength or they ally with others to bring the international distribution of power into
balance. The reactions of other states to the drive for dominance of Charles V, Hapsburg
ruler of Spain, of Louis XIV and Napoleon I of France, of Wilhelm II and Adolph Hitler of
Germany, illustrate the point.
Will the preponderant power of the United States elicit similar reactions? Unbalanced
power, whoever wields it, is a potential danger to others. The powerful state may, and
the United States does, think of itself as acting for the sake of peace, justice, and well-
being in the world. These terms, however, are defined to the liking of the powerful, which
may conflict with the preferences and interests of others. In international politics,
overwhelming power repels and leads others to try to balance against it. With benign
intent, the United States has behaved and, until its power is brought into balance, will
continue to behave in ways that sometimes frighten others.
239
For almost half a century, the constancy of the Soviet threat produced a constancy of
American policy. Other countries could rely on the United States for protection because
protecting them seemed to serve American security interests. Even so, beginning in the
1950s, Western European countries and, beginning in the 1970s, Japan had increasing
doubts about the reliability of the American nuclear deterrent. As Soviet strength
increased, Western European countries began to wonder whether the United States
could be counted on to use its deterrent on their behalf, thus risking its own cities. When
President Jimmy Carter moved to reduce American troops in South Korea, and later
when the Soviet Union invaded Afghanistan and strengthened its forces in the Far East,
Japan developed similar worries.
With the disappearance of the Soviet Union, the United States no longer faces a
major threat to its security. As General Colin Powell said when he was chairman of the
Joint Chiefs of Staff: ”I’m running out of demons. I’m running out of enemies. I’m down
to Castro and Kim Il Sung.“68 Constancy of threat produces constancy of policy; absence
of threat permits policy to become capricious. When few if any vital interests are
endangered, a country’s policy becomes sporadic and self-willed.
The absence of serious threats to American security gives the United States wide
latitude in making foreign policy choices. A dominant power acts internationally only
when the spirit moves it. One example is enough to show this. When Yugoslavia’s collapse
was followed by genocidal war in successor states, the United States failed to respond
until Senator Robert Dole moved to make Bosnia’s peril an issue in the forthcoming
presidential election; and it acted not for the sake of its own security but to maintain its
leadership position in Europe. American policy was generated not by external security
interests, but by internal political pressure and national ambition.
Aside from specific threats it may pose, unbalanced power leaves weaker states
feeling uneasy and gives them reason to strengthen their positions. The United States
has a long history of intervening in weak states, often with the intention of bringing
democracy to them. American behavior over the past century in Central America provides
little evidence of self-restraint in the absence of countervailing power. Contemplating
the history of the United States and measuring its capabilities, other countries may well
wish for ways to fend off its benign ministrations. Concentrated power invites distrust
because it is so easily misused. To understand why some states want to bring power
into a semblance of balance is easy, but with power so sharply skewed, what country or
group of countries has the material capability and the political will to bring the ”unipolar
moment“ to an end?
The expectation that following victory in a great war a new balance of power will form
is firmly grounded in both history and theory. The last four grand coalitions (two against
Napoleon and one in each of the world wars of the twentieth century) collapsed once
victory was achieved. Victories in major wars leave the balance of power badly skewed.
240
The winning side emerges as a dominant coalition. The international equilibrium is broken;
theory leads one to expect its restoration.
Clearly something has changed. Some believe that the United States is so nice that,
despite the dangers of unbalanced power, others do not feel the fear that would spur
them to action. Michael Mastanduno, among others, believes this to be so, although he
ends his article with the thought that ”eventually, power will check power.“69 Others
believe that the leaders of states have learned that playing the game of power politics is
costly and unnecessary. In fact, the explanation for sluggish balancing is a simple one.
In the aftermath of earlier great wars, the materials for constructing a new balance were
readily at hand. Previous wars left a sufficient number of great powers standing to
permit a new balance to be rather easily constructed. Theory enables one to say that a
new balance of power will form but not to say how long it will take. National and
international conditions determine that. Those who refer to the unipolar moment are
right. In our perspective, the new balance is emerging slowly; in historical perspectives,
it will come in the blink of an eye.
I ended a 1993 article this way: ”One may hope that America’s internal preoccupations
will produce not an isolationist policy, which has become impossible, but a forbearance
that will give other countries at long last the chance to deal with their own problems and
make their own mistakes. But I would not bet on it.“70 I should think that few would do
so now. Charles Kegley has said, sensibly, that if the world becomes multipolar once
again, realists will be vindicated.71 Seldom do signs of vindication appear so promptly.
The candidates for becoming the next great powers, and thus restoring a balance,
are the European Union or Germany leading a coalition, China, Japan, and in a more
distant future, Russia. The countries of the European Union have been remarkably
successful in integrating their national economies. The achievement of a large measure
of economic integration without a corresponding political unity is an accomplishment
without historical precedent. On questions of foreign and military policy, however, the
European Union can act only with the consent of its members, making bold or risky
action impossible. The European Union has all the tools—population, resources,
technology, and military capabilities—but lacks the organizational ability and the collective
will to use them. As Jacques Delors said when he was president of the European
Commission: ”It will be for the European Council, consisting of heads of state and
government..., to agree on the essential interests they share and which they will agree
to defend and promote together.“72 Policies that must be arrived at by consensus can
be carried out only when they are fairly inconsequential. Inaction as Yugoslavia sank
into chaos and war signaled that Europe will not act to stop wars even among near
neighbors. Western Europe was unable to make its own foreign and military policies
when its was an organization of six or nine states living in fear of the Soviet Union. With
less pressure and more members, it has even less hope of doing so now. Only when the
United States decides on a policy have European countries been able to follow it.
Europe may not remain in its supine position forever, yet signs of fundamental change
in matters of foreign and military policy are faint. Now as earlier, European leaders
express discontent with Europe’s secondary position, chafe at America’s making most
241
of the important decisions, and show a desire to direct their own destiny. French leaders
often vent their frustration and pine for a world, as Foreign Minister Hubert Védrine
recently put it, “of several poles, not just a single one.” President Jacques Chirac and P
rime Minister Lionel Jospin call for a strengthening of such multilateral institutions as
the International Monetary Fund and the United Nations, although how this would diminish
America’s influence is not explained. More to the point, Védrine complains that since
President John Kennedy, Americans have talked of a European pillar for the alliance, a
pillar that is never built.73 German and British leaders now more often express similar
discontent. Europe, however, will not be able to claim a louder voice in alliance affairs
unless it builds a platform for giving it expression. If Europeans ever mean to write a
tune to go with their libretto, they will have to develop the unity in foreign and military
affairs that they are achieving in economic matters. If French and British leaders decided
to merge their nuclear forces to form the nucleus of a European military organization,
the United States and the world will begin to treat Europe as a major force.
The European Economic Community was formed in 1957 and has grown incrementally
to its present proportions. But where is the incremental route to a European foreign and
military policy to be found? European leaders have not been able to find it or even have
tried very hard to do so. In the absence of radical change, Europe will count for little in
international politics for as far ahead as the eye can see, unless Germany, becoming
impatient, decides to lead a coalition.
Throughout modern history, international politics centered on Europe. Two world wars
ended Europe’s dominance. Whether Europe will somehow, someday emerge as a great
power is a matter for speculation. In the meantime, the all-but-inevitable movement
from unipolarity to multipolarity is taking place not in Europe but in Asia. The internal
development and the external reaction of China and Japan are steadily raising both
countries to the great power level.74 China will emerge as a great power even without
trying very hard so long as it remains politically united and competent. Strategically,
China can easily raise its nuclear forces to a level of parity with the United States if it
has not already done so.75 China has five to seven intercontinental missiles (DF-5s)
able to hit almost any American target and a dozen or more missiles able to reach the
west coast of the United States (DF-4s).76 Liquid fueled, immobile missiles are vulne-
rable, but would the United States risk the destruction of, say, Seattle, San Francisco,
and San Diego if China happens to have a few more DF-4s than the United States thinks
or if it should fail to destroy all of them on the ground? Deterrence is much easier to
contrive than most Americans have surmised. Economically, China’s growth rate, given
its present stage of economic development, can be sustained at 7 to 9 percent for
another decade or more. Even during Asia’s near economic collapse of the 1990s,
China’s growth rate remained approximately in that range. A growth rate of 7 to 9 percent
doubles a country’s economy every ten to eight years.
242
Unlike China, Japan is obviously reluctant to assume the mantle of a great power. Its
reluctance, however, is steadily though slowly waning. Economically, Japan’s power
has grown and spread remarkably. The growth of a country’s economic capability to the
great power level places it at the center of regional and global affairs. It widens the
range of a state’s interests and increases their importance. The high volume of a country’s
external business thrusts it ever more deeply into world affairs. In a self-help system,
the possession of most but not all of the capabilities of a great power leaves a state
vulnerable to others that have the instruments that the lesser state lacks. Even though
one may believe that fears of nuclear blackmail are misplaced, one must wonder whether
Japan will remain immune to them.
Countries have always competed for wealth and security, and the competition has
often led to conflict. Historically, states have been sensitive to changing relations of
power among them. Japan is made uneasy now by the steady growth of China’s military
budget. Its nearly 3 million strong army, undergoing modernization, and the gradual
growth of its sea- and air-power projection capabilities, produce apprehension in all of
China’s neighbors and add to the sense of instability in a region where issues of
sovereignty and disputes over territory abound. The Korean peninsula has more military
forces per square kilometer than any other portion of the globe. Taiwan is an unending
source of tension. Disputes exist between Japan and Russia over the Kurile Islands,
and between Japan and China over the Senkaku or Diaoyu Islands. Cambodia is a
troublesome problem for both Vietnam and China. Half a dozen countries lay claim to all
or some of the Spratly Islands, strategically located and supposedly rich in oil. The
presence of China’s ample nuclear forces, combined with the drawdown of American
military forces, can hardly be ignored by Japan, the less so because economic conflicts
with the United States cast doubt on the reliability of American military guarantees.
Reminders of Japan’s dependence and vulnerability multiply in large and small ways.
For example, as rumors about North Korea’s developing nuclear capabilities gained
credence, Japan became acutely aware of its lack of observation satellites.
Uncomfortable dependencies and perceived vulnerabilities have led Japan to acquire
greater military capabilities, even though many Japanese may prefer not to.
Given the expectation of conflict, and the necessity of taking care of one’s interests,
one may wonder how any state with the economic capability of a great power can
refrain from arming itself with the weapons that have served so well as the great deterrent.
For a country to choose not to become a great power is a structural anomaly. For that
reason, the choice is a difficult one to sustain. Sooner or later, usually sooner, the
international status of countries has risen in step with their material resources. Countries
with great power economies have become great powers, whether or not reluctantly.
Some countries may strive to become great powers; others may wish to avoid doing so.
The choice, however, is a constrained one. Because of the extent of their interests,
larger units existing in a contentious arena tend to take on systemwide tasks. Profound
change in a country’s international situation produces radical change in its external
behavior. After World War II, the United States broke with its centuries-long tradition of
acting unilaterally and refusing to make long-term commitments. Japan’s behavior in
the past half century reflects the abrupt change in its international standing suffered
because of its defeat in war. In the previous half century, after victory over China in
243
1894–95, Japan pressed for preeminence in Asia, if not beyond. Does Japan once again
aspire to a larger role internationally? Its concerted regional activity, its seeking and
gaining prominence in such bodies as the IMF and the World Bank, and its obvious
pride in economic and technological achievements indicate that it does. The behavior of
states responds more to external conditions than to internal habit if external change is
profound.
When external conditions press firmly enough, they shape the behavior of states.
Increasingly, Japan is being pressed to enlarge its conventional forces and to add
nuclear ones to protect its interests. India, Pakistan, China, and perhaps North Korea
have nuclear weapons capable of deterring others from threatening their vital interests.
How long can Japan live alongside other nuclear states while denying itself similar
capabilities? Conflicts and crises are certain to make Japan aware of the disadvantages
of being without the military instruments that other powers command. Japanese nuclear
inhibitions arising from World War II will not last indefinitely; one may expect them to
expire as generational memories fade.
Japanese officials have indicated that when the protection of America’s extended
deterrent is no longer thought to be sufficiently reliable, Japan will equip itself with a
nuclear force, whether or not openly. Japan has put itself politically and technologically
in a position to do so. Consistently since the mid-1950s, the government has defined all
of its Self-Defense Forces as conforming to constitutional requirements. Nuclear weapons
purely for defense would be deemed constitutional should Japan decide to build some.77
As a secret report of the Ministry of Foreign Affairs put it in 1969: ”For the time being,
we will maintain the policy of not possessing nuclear weapons. However, regardless of
joining the NPT [Non-Proliferation Treaty] or not, we will keep the economic and technical
potential for the production of nuclear weapons, while seeing to it that Japan will not be
interfered with in this regard.“78 In March of 1988, Prime Minister Noboru Takeshita
called for a defensive capability matching Japan’s economic power.79 Only a balanced
conventional nuclear military capability would meet this requirement. In June of 1994,
Prime Minister Tsutumu Hata mentioned in parliament that Japan had the ability to
make nuclear weapons.80 Where some see Japan as a ”global civilian power“ and
believe it likely to remain one, others see a country that has skillfully used the protection
the United States has afforded and adroitly adopted the means of maintaining its security
to its regional environment.81 Prime Minister Shigeru Yoshida in the early 1950s suggested
that Japan should rely on American protection until it had rebuilt its economy as it
gradually prepared to stand on its own feet.82 Japan has laid a firm foundation for doing
so by developing much of its own weaponry instead of relying on cheaper imports.
Remaining months or moments away from having a nuclear military capability is well
designed to protect the country’s security without unduly alarming its neighbors.
The hostility of China, of both Koreas, and of Russia combines with inevitable doubts
about the extent to which Japan can rely on the United States to protect its security.83
In the opinion of Masanori Nishi, a defense official, the main cause of Japan’s greater
“interest in enhanced defense capabilities” is its belief that America’s interest in
“maintaining regional stability is shaky.”84 Whether reluctantly or not, Japan and China
will follow each other on the route to becoming great powers. China has the greater
244
long-term potential. Japan, with the world’s second or third largest defense budget and
the ability to produce the most technologically advanced weaponry, is closer to great
power status at the moment.
When Americans speak of preserving the balance of power in East Asia through their
military presence,85 the Chinese understandably take this to mean that they intend to
maintain the strategic hegemony they now enjoy in the absence of such a balance.
When China makes steady but modest efforts to improve the quality of its inferior
forces, Americans see a future threat to their and others’ interests. Whatever worries
the United States has and whatever threats it feels, Japan has them earlier and feels
them more intensely. Japan has gradually reacted to them. China then worries as Japan
improves its airlift and sealift capabilities and as the United States raises its support
level for forces in South Korea.86 The actions and reactions of China, Japan, and South
Korea, with or without American participation, are creating a new balance of power in
East Asia, which is becoming part of the new balance of power in the world. Historically,
encounters of East and West have often ended in tragedy. Yet, as we know from happy
experience, nuclear weapons moderate the behavior of their possessors and render
them cautious whenever crises threaten to spin out of control. Fortunately, the changing
relations of East to West, and the changing relations of countries within the East and the
West, are taking place in a nuclear context. The tensions and conflicts that intensify
when profound changes in world politics take place will continue to mar the relations of
nations, while nuclear weapons keep the peace among those who enjoy their protection.
America’s policy of containing China by keeping 100,000 troops in East Asia and by
providing security guarantees to Japan and South Korea is intended to keep a new
balance of power from forming in Asia. By continuing to keep 100,000 troops in Western
Europe, where no military threat is in sight, and by extending NATO eastward, the
United States pursues the same goal in Europe. The American aspiration to freeze
historical development by working to keep the world unipolar is doomed. In the not very
long run, the task will exceed America’s economic, military, demographic, and political
resources; and the very effort to maintain a hegemonic position is the surest way to
undermine it. The effort to maintain dominance stimulates some countries to work to
overcome it. As theory shows and history confirms, that is how balances of power are
made. Multipolarity is developing before our eyes. Moreover, it is emerging in accordance
with the balancing imperative.
American leaders seem to believe that America’s preeminent position will last
indefinitely. The United States would then remain the dominant power without rivals
rising to challenge it—a position without precedent in modern history. Balancing, of
course, is not universal and omnipresent. A dominant power may suppress balancing
as the United States has done in Europe. Whether or not balancing takes place also
depends on the decisions of governments. Stephanie Neuman’s book, International
Relations Theory and the Third World, abounds in examples of states that failed to mind
their own security interests through internal efforts or external arrangements, and as
one would expect, suffered invasion, loss of autonomy, and dismemberment.87 States
are free to disregard the imperatives of power, but they must expect to pay a price for
doing so. Moreover, relatively weak and divided states may find it impossible to concert
245
their efforts to counter a hegemonic state despite ample provocation. This has long
been the condition of the Western Hemisphere.
In the Cold War, the United States won a telling victory. Victory in war, however, often
brings lasting enmities. Magnanimity in victory is rare. Winners of wars, facing few
impediments to the exercise of their wills, often act in ways that create future enemies.
Thus Germany, by taking Alsace and most of Lorraine from France in 1871, earned its
lasting enmity; and the Allies’ harsh treatment of Germany after World War I produced a
similar effect. In contrast, Bismarck persuaded the kaiser not to march his armies along
the road to Vienna after the great victory at Königgrätz in 1866. In the Treaty of Prague,
Prussia took no Austrian territory. Thus Austria, having become Austria- Hungary, was
available as an alliance partner for Germany in 1879. Rather than learning from history,
the United States is repeating past errors by extending its influence over what used to
be the province of the vanquished.88 This alienates Russia and nudges it toward China
instead of drawing it toward Europe and the United States. Despite much talk about the
“globalization” of international politics, American political leaders to a dismaying extent
think of East or West rather than of their interaction. With a history of conflict along a
2,600 mile border, with ethnic minorities sprawling across it, with a mineral-rich and
sparsely populated Siberia facing China’s teeming millions, Russia and China will find it
difficult to cooperate effectively, but the United States is doing its best to help them do
so. Indeed, the United States has provided the key to Russian-Chinese relations over
the past half century. Feeling American antagonism and fearing American power, China
drew close to Russia after World War II and remained so until the United States seemed
less, and the Soviet Union more, of a threat to China. The relatively harmonious relations
the United States and China enjoyed during the 1970s began to sour in the late 1980s
when Russian power visibly declined and American hegemony became imminent. To
alienate Russia by expanding NATO, and to alienate China by lecturing its leaders on
how to rule their country, are policies that only an overwhelmingly powerful country
could afford, and only a foolish one be tempted, to follow. The United States cannot
prevent a new balance of power from forming. It can hasten its coming as it has been
earnestly doing.
In this section, the discussion of balancing has been more empirical and speculative
than theoretical. I therefore end with some reflections on balancing theory. Structural
theory, and the theory of balance of power that follows from it, do not lead one to expect
that states will always or even usually engage in balancing behavior. Balancing is a
strategy for survival, a way of attempting to maintain a state’s autonomous way of life.
To argue that bandwagoning represents a behavior more common to states than balancing
has become a bit of a fad. Whether states bandwagon more often than they balance is
an interesting question. To believe that an affirmative answer would refute balance-of-
power theory is, however, to misinterpret the theory and to commit what one might call
“the numerical fallacy”—to draw a qualitative conclusion from a quantitative result.
States try various strategies for survival. Balancing is one of them; bandwagoning is
another. The latter may sometimes seem a less demanding and a more rewarding strategy
than balancing, requiring less effort and extracting lower costs while promising concre-
te rewards. Amid the uncertainties of international politics and the shifting pressures of
domestic politics, states have to make perilous choices. They may hope to avoid war by
246
appeasing adversaries, a weak form of bandwagoning, rather than by rearming and
realigning to thwart them. moreover, many states have insufficient resources for balancing
and little room for maneuver. They have to jump on the wagon only later to wish they
could fall off.
Balancing theory does not predict uniformity of behavior but rather the strong tendency
of major states in the system, or in regional subsystems, to resort to balancing when
they have to. That states try different strategies of survival is hardly surprising. The
recurrent emergence of balancing behavior, and the appearance of the patterns the
behavior produces, should all the more be seen as impressive evidence supporting the
theory.
CONCLUSION
Every time peace breaks out, people pop up to proclaim that realism is dead. That is
another way of saying that international politics has been transformed. The world, however,
has not been transformed; the structure of international politics has simply been remade
by the disappearance of the Soviet Union, and for a time we will live with unipolarity.
moreover, international politics was not remade by the forces and factors that some
believe are creating a new world order. Those who set the Soviet Union on the path of
reform were old Soviet apparatchiks trying to right the Soviet economy in order to
preserve its position in the world. The revolution in Soviet affairs and the end of the Cold
War were not brought by democracy, interdependence, or international institutions. Instead
the Cold War ended exactly as structural realism led one to expect. As I wrote some
years ago, the Cold War “is firmly rooted in the structure of postwar international politics
and will last as long as that structure endures.”89 So it did, and the Cold War ended only
when the bipolar structure of the world disappeared.
Structural change affects the behavior of states and the outcomes their interactions
produce. It does not break the essential continuity of international politics. The
transformation of international politics alone could do that. Transformation, however,
awaits the day when the international system is no longer populated by states that have
to help themselves. If the day were here, one would be able to say who could be relied
on to help the disadvantaged or endangered. Instead, the ominous shadow of the future
continues to cast its pall over interacting states. States’ perennial uncertainty about
their fates presses governments to prefer relative over absolute gains. Without the
shadow, the leaders of states would no longer have to ask themselves how they will get
along tomorrow as well as today. States could combine their efforts cheerfully and work
to maximize collective gain without worrying about how each might fare in comparison
to others.
Occasionally, one finds the statement that governments in their natural, anarchic
condition act myopically—that is, on calculations of immediate interest—while hoping
that the future will take care of itself. Realists are said to suffer from this optical defect.90
Political leaders may be astigmatic, but responsible ones who behave realistically do
247
not suffer from myopia. Robert Axelrod and Robert Keohane believe that World War I
might have been averted if certain states had been able to see how long the future’s
shadow was.91 Yet, as their own discussion shows, the future was what the major
states were obsessively worried about. The war was prompted less by considerations
of present security and more by worries about how the balance might change later. The
problems of governments do not arise from their short time horizons. They see the long
shadow of the future, but they have trouble reading its contours, perhaps because they
try to look too far ahead and see imaginary dangers. In 1914, Germany feared Russia’s
rapid industrial and population growth. France and Britain suffered from the same fear
about Germany, and in addition Britain worried about the rapid growth of Germany’s
navy. In an important sense, World War I was a preventive war all around. Future fears
dominated hopes for short-term gains. States do not live in the happiest of conditions
that Horace in one of his odes imagined for man:
Robert Axelrod has shown that the ”tit-for-tat“ tactic, and no other, maximizes collective
gain over time. The one condition for success is that the game be played under the
shadow of the future.93 Because states coexist in a self-help system, they may, however,
have to concern themselves not with maximizing collective gain but with lessening,
preserving, or widening the gap in welfare and strength between themselves and others.
The contours of the future’s shadow look different in hierarchic and anarchic systems.
The shadow may facilitate cooperation in the former; it works against it in the latter.
Worries about the future do not make cooperation and institution building among nations
impossible; they do strongly condition their operation and limit their accomplishment.
Liberal institutionalists were right to start their investigations with structural realism.
Until and unless a transformation occurs, it remains the basic theory of international
politics.
1. For example, Richard Ned Lebow, “The Long Peace, the End of the Cold War, and
the Failure of Realism,” International Organization, Vol. 48, No. 2 (Spring 1994),
pp. 249–277; Jeffrey W. Legro and Andrew Moravcsik, “Is Anybody Still a Realist?”
International Security, Vol. 24, No. 2 (Fall 1999), pp. 5–55; Bruce Russett, Grasping
the Democratic Peace: Principles for a Post–Cold War Peace (Princeton, N.J.:
Princeton University Press, 1993); Paul Schroeder, “Historical Reality vs. Neorealist
Theory,” International Security, Vol. 19, No. 1 (Summer 1994), pp. 108–148; and
John A. Vasquez, “The Realist Paradigm and Degenerative vs. Progressive
Research Programs: An Appraisal of Neotraditional Research on Waltz’s Balancing
Proposition,” American Political Science Review, Vol. 91, No. 4 (December 1997),
pp. 899–912. International Security, Vol. 25, No. 1 (Summer 2000), pp. 5–41
2. Michael W. Doyle, “Kant, Liberal Legacies, and Foreign Affairs, Parts 1 and 2,”
Philosophy and Public Affairs, Vol. 12, Nos. 3 and 4 (Summer and Fall 1983); and
Doyle, “Kant: Liberalism and World Politics,” American Political Science Review,
Vol. 80, No. 4 (December 1986), pp. 1151–1169. International Security 25:1 6
248
3. Francis Fukuyama, “Liberal Democracy as a Global Phenomenon,” Political Science
and Politics, Vol. 24, No. 4 (1991), p. 662. Jack S. Levy, “Domestic Politics and
War,” in Robert I. Rotberg and Theodore K. Rabb, eds., The Origin and Prevention
of Major Wars (Cambridge: Cambridge University Press, 1989), p. 88.
4. Kenneth N. Waltz, “Kant, Liberalism, and War,” American Political Science Review,
Vol. 56, No. 2 (June 1962). Subsequent Kant references are found in this work.
5. Ido Oren, “The Subjectivity of the ‘Democratic’ Peace: Changing U.S. Perceptions
of Imperial Germany,” International Security, Vol. 20, No. 2 (Fall 1995), pp. 157ff.;
Christopher Layne, in the second half of Layne and Sean M. Lynn-Jones, Should
America Spread Democracy? A Debate (Cambridge, Mass.: MIT Press,
forthcoming), argues convincingly that Germany’s democratic control of foreign
and military policy was no weaker than France’s or Britain’s.
6. John M. Owen, “How Liberalism Produces Democratic Peace,” International
Security, Vol. 19, No. 2 (Fall 1994), pp. 87–125. Cf. his Liberal Peace, Liberal War:
American Politics and International Security (Ithaca, N.Y.: Cornell University Press,
1997).
7. Christopher Layne, “Kant or Cant: The Myth of the Democratic Peace,” International
Security, Vol. 19, No. 2 (Fall 1994), pp. 5–49.
8. Francis Fukuyama, The End of History and the Last Man (New York: Free Press,
1992), pp. 254–256. Russett, Grasping the Democratic Peace, p. 24.
9. For example, Leopold von Ranke, Gerhard Ritter, and Otto Hintze. The American
William Graham Sumner and many others shared their doubts.
10. Immanuel Kant, The Philosophy of Law, trans. W. Hastie (Edinburgh: T. and T.
Clark, 1887), p. 218.
11. John Mueller, “Is War Still Becoming Obsolete?” paper presented at the annual
meeting of the American Political Science Association, Washington, D.C., August–
September 1991, pp. 55ff; cf. his Quiet Cataclysm: Rflections on the Recent
Transformation of World Politics (New York: HarperCollins, 1995).
12. Edward Hallett Carr, Twenty Years’ Crisis: An Introduction to the Study of
International Relations, 2d ed. (New York: Harper and Row, 1946), pp. 129–132.
13. Quoted in Anthony Lewis, “The Kissinger Doctrine,” New York Times, February
27, 1975, p. 35; and see Henry Kissinger, The White House Years (Boston: Little,
Brown, 1979), chap. 17.
14. See, for example, Kenneth N. Waltz, “America as Model for the World? A Foreign
Policy Perspective,” PS: Political Science and Politics, Vol. 24, No. 4 (December
1991); and Mueller, “Is War Still Becoming Obsolete?” p. 5.
15. Quoted in Walter A. McDougall, Promised Land, Crusader State (Boston: Houghton
Mifflin, 1997), p. 28 and n. 36.
16. Doyle, “Kant, Liberal Legacies, and Foreign Affairs, Part 2,” p. 337.
17. Warren Christopher, “The U.S.-Japan Relationship: The Responsibility to Change,”
address to the Japan Association of Corporate Executives, Tokyo, Japan, March
11, 1994 (U.S. Department of State, Bureau of Public Affairs, Office of Public
Communication), p. 3.
18. Page quoted in Waltz, Man, t he State, and War: A T heoretical A nalysis (New
York: Columbia University Press, 1959), p. 121. Rusk quoted in Layne, “Kant or
Cant,” p. 46.
249
19. Quoted in Clemson G. Turregano and Ricky Lynn Waddell, “From Paradigm to
Paradigm Shift: The Military and Operations Other than War,” Journal of Political
Science, Vol. 22 (1994), p. 15.
20. Peter Beinart, “The Return of the Bomb,” New Republic, August 3, 1998, p. 27.
21. Quoted in Michael Straight, Make This the Last War (New York: G.P. Putnam’s
Sons, 1945), p. 1.
22. Hans J. Morgenthau, Politics among Nations: The Struggle for Power and Peace,
5th ed. (New York: Knopf, 1973), p. 248.
23. Gordon Craig and Alexander George, Force and Statecraft: Diplomatic Problems
of Our Time, 2d ed. (New York: Oxford University Press, 1990), p. 64.
24. Strongly affirmative answers are given by John R. Oneal and Bruce Russett,
“Assessing the Liberal Peace with Alternative Specifications: Trade Still Reduces
Conflict,” Journal of Peace Research Vol. 36, No. 4 (July 1999), pp. 423–442; and
Russett, Oneal, and David R. Davis, “The Third Leg of the Kantian Tripod for
Peace: International Organizations and Militarized Disputes, 1950–85,” International
Organization, Vol. 52, No. 3 (Summer 1998), pp. 441–467.
25. Richard Rosecrance, The Rise of the Trading State: Commerce and Coalitions in
the Modern World (New York: Basic Books, 1986); and at times Susan Strange,
The Retreat of the State: The Diffusion of Power in the World Economy (New York:
Cambridge University Press, 1996).
26. Norman Angell, The Great Illusion, 4th rev. and enlarged ed. (New York: Putnam’s,
1913).
27. Katherine Barbieri, “Economic Interdependence: A Path to Peace or a Source of
Interstate Conflict?” Journal of Peace Research, Vol. 33, No. 1 (February 1996).
Lawrence Keely, War before Civilization: The Myth of the Peaceful Savage (New
York: Oxford University Press, 1996), p. 196, shows that with increases of trade
and intermarriage among tribes, war became more frequent.
28. On states managing interdependence to avoid excessive dependence, see
especially Robert Gilpin, The Political Economy of International Relations
(Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1987), chap. 10; and Suzanne Berger
and Ronald Dore, eds., National Diversity and Global Capitalism (Ithaca, N.Y.:
Cornell University Press, 1996).
29. Cf. Kenneth N. Waltz, in Steven L. Spiegel and Waltz, eds., Conflict in World
Politics (Cambridge, Mass.: Winthrop, 1971), chap. 13.
30. Robert O. Keohane and Joseph S. Nye, Power and Interdependence, 2d ed. (New
York: Harper- Collins, 1989).
31. Keohane and Nye are on both sides of the issue. See, for example, ibid., p. 28.
Keohane emphasized that power is not very fungible in Keohane, ed., “Theory of
World Politics,” Neorealism and Its Critics (New York: Columbia University Press,
1986); and see Kenneth N. Waltz, “Reflection on Theory of International Politics: A
Response to My Critics,” in ibid. Robert J. Art analyzes the fungibility of power in
detail. See Art, “American Foreign Policy and the Fungibility of Force,” Security
Studies, Vol. 5, No. 4 (Summer 1996).
32. Kenneth N. Waltz, “The Myth of National Interdependence,” in Charles P.
Kindleberger, ed., The International Corporation (Cambridge, Mass.: MIT Press,
1970).
250
33. Strange, Retreat of the State, pp. 46, 189.
34. Ibid., pp. 25, 192.
35. Alexis de Tocqueville, Democracy in America, ed. J.P. Mayer, trans. George
Lawrence (New York: Harper Perennial, 1988), p. 446, n. 1.
36. See Kenneth N. Waltz, “International Structure, National Force, and the Balance
of World Power,” Journal of International Affairs, Vol. 21, No. 2 (1967), p. 219.
37. Glenn H. Snyder, Alliance Politics (Ithaca, N.Y.: Cornell University Press, 1997),
p. 192.
38. Kenneth N. Waltz, “The Emerging Structure of International Politics,” International
Security, Vol. 18, No. 2 (Fall 1993), pp. 75–76.
39. John Roper, “Shaping Strategy without the Threat,” Adephi Paper No. 257 (London:
International Institute for Strategic Studies, Winter 1990/91), pp. 80–81.
40. Joseph A. Schumpeter, writing of armies, put it this way: “created by wars that
required it, the machine now created the wars it required.” “The Sociology of
Imperialism,” in Schumpeter, Imperialism and Social Classes (New York: Meridian
Books, 1955), p. 25 (emphasis in original).
41. Gunther Hellmann and Reinhard Wolf, “Neorealism, Neoliberal Institutionalism,
and the Future of NATO,” Security Studies, Vol. 3, No. 1 (Autumn 1993), p. 20.
42. John Kornblum, “NATO’s Second Half Century—Tasks for an Alliance,” NATO on
Track for the 21st Century, Conference Report (The Hague: Netherlands Atlantic
Commission, 1994), p. 14.
43. Mark S. Sheetz, “Correspondence: Debating the Unipolar Moment,” International
Security, Vol. 22, No. 3 (Winter 1997/98), p. 170; and Mike Winnerstig, “Rethinking
Alliance Dynamics,” paper presented at the annual meeting of the International
Studies Association, Washington, D.C., March 18–22, 1997, at p. 23.
44. Cf. Alan S. Milward, The European Rescue of the Nation-State (Berkeley: University
of California Press, 1992).
45. Robert O. Keohane and Lisa L. Martin, “The Promise of Institutionalist Theory,”
International Security, Vol. 20, No. 1 (Summer 1995), p. 40.
46. James M. Goldgeier, “NATO Expansion: The Anatomy of a Decision,” Washington
Quarterly, Vol. 21, No. 1 (Winter 1998), pp. 94–95. And see his Not Whether but
When: The U.S. Decision to Enlarge NATO (Washington, D.C.: Brookings, 1999).
47. William D. Hartung, “Welfare for Weapons Dealers 1998: The Hidden Costs of
NATO Expansion” (New York: New School for Social Research, World Policy
Institute, March 1998); and Jeff Gerth and Tim Weiner, “Arms Makers See Bonan-
za in Selling NATO Expansion,” New York Times, June 29, 1997, p. I, 8.
48. See Michael E. Brown, “The Flawed Logic of Expansion,” Survival, Vol. 37, No. 1
(Spring 1995), pp. 34–52. Michael Mandelbaum, The Dawn of Peace in Europe
(New York: Twentieth Century Fund Press, 1996). Philip Zelikow, “The Masque of
Institutions,” Survival, Vol. 38, No. 1 (Spring 1996).
49. J.L. Black, Russia Faces NATO Expansion: Bearing Gifts or Bearing Arms?
(Lanham, Md.: Rowman and Littlefield, 2000), pp. 5–35, 175–201.
50. Ibid., p. 72.
51. Keohane and Martin, “The Promise of Institutionalist Theory,” pp. 42, 46.
52. Strange, Retreat of the State, p. xiv; and see pp. 192–193. Cf. Carr, The Twenty
Years’ Crisis, p. 107: “international government is, in effect, government by that
state which supplies the power necessary for the purpose of governing.”
251
53. Keohane and Martin, “The Promise of Institutionalist Theory,” p. 46.
54. Ibid., p. 42.
55. Mearsheimer, “A Realist Reply,” p. 85.
56. Keohane and Nye, Power and Interdependence, p. 251; cf. Keohane, “Theory of
World Politics,” in Keohane, Neorealism and Its Critics, p. 193, where he descri-
bes his approach as a “modified structural research program.”
57. Robert O. Keohane, International Institutions and State Power: Essays in
International Relations Theory (Boulder, Colo.: Westview, 1989), p. 15.
58. Robert J. Art, “Why Western Europe Needs the United States and NATO,” Political
Science Quarterly, Vol. 111, No. 1 (Spring 1996).
59. Quoted in ibid., p. 36.
60. Robert O. Keohane, “The Diplomacy of Structural Change: Multilateral Institutions
and State Strategies,” in Helga Haftendorn and Christian Tuschhoff, eds., America
and Europe in an Era of Change (Boulder, Colo.: Westview, 1993), p. 53.
61. Stephen D. Krasner, “Global Communications and National Power: Life on the
Pareto Frontier,” World Politics, Vol. 43, No. 1 (April 1991), p. 234.
62. Stephen D. Krasner, Structural Conflict: The Third World against Global Liberalism
(Berkeley: University of California, 1985), p. 263 and passim.
63. Stephen D. Krasner, “International Political Economy: Abiding Discord,” Review of
International Political Economy, Vol. 1, No. 1 (Spring 1994), p. 16.
64. Quoted in Robert Tucker, Intervention and the Reagan Doctrine (New York: Council
on Religious and International Affairs, 1985), p. 5.
65. Robert Gilpin explains the oddity. See Gilpin, “No One Leaves a Political Realist,”
Security Studies, Vol. 5, No. 3 (Spring 1996), pp. 3–28.
66. William C. Wohlforth, “The Stability of a Unipolar World,” International Security,
Vol. 24, No. 1 (Summer 1999), pp. 5–41.
67. Quoted in Ted Robert Gurr, “Persistence and Change in Political Systems, 1800–
1971,” American Political Science Review, Vol. 68, No. 4 (December 1974), p.
1504, from Robert G. Wesson, The Imperial Order (Berkeley: University of
California Press, 1967), unpaginated preface. Cf. Paul Kennedy, The Rise and Fall
of Great Powers: Economic Change and Military Conflict from 1500 to 2000 (New
York: Random House, 1987).
68. ”Cover Story: Communism’s Collapse Poses a Challenge to America’s Military,”
U.S. News and World Report, October 14, 1991, p. 28.
69. Michael Mastanduno, “Preserving the Unipolar Moment: Realist Theories and U.S.
Grand Strategy after the Cold War,” International Security, Vol. 21, No. 4 (Spring
1997), p. 88. See Josef Joffe’s interesting analysis of America’s role, ’”Bismarck’
or ’Britain’? Toward an American Grand Strategy after Bipolarity,” International
Security, Vol. 19, No. 4 (Spring 1995).
70. Waltz, “The Emerging Structure of International Politics,” p. 79.
71. Charles W. Kegley, Jr., “The Neoidealist Moment in International Studies? Realist
Myths and the New International Realities,” International Studies Quarterly, Vol.
37, No. 2 (June 1993), p. 149. 72. Jacques Delors, “European Integration and
Security,” Survival, Vol. 33, No. 1 (March/April 1991), p. 106.
73. Craig R. Whitney, “NATO at 50: With Nations at Odds, Is It a Misalliance?” New
York Times, February 15, 1999, p. A1.
252
74. The following four pages are adapted from Waltz, “The Emerging Structure of
International Politics.”
75. Nuclear parity is reached w hen countries have second-strike forces. I t does not
require quantitative or qualitative equality of forces. See Waltz, “Nuclear Myths
and Political Realities,” American Political Science Review, Vol. 84, No. 3
(September 1990).
76. David E. Sanger and Erik Eckholm, “Will Beijing’s Nuclear Arsenal Stay Small or
Will It Mushroom?” New York Times, March 15, 1999, p. A1.
77. Norman D. Levin, “Japan’s Defense Policy: The Internal Debate,” in Harry H. Kendall
and Clara Joewono, eds., Japan, ASEAN, and the United States (Berkeley: Institute
of East Asian Studies, University of California, 1990).
78. ”The Capability to Develop Nuclear Weapons Should Be Kept: Ministry of Foreign
Affairs Secret Document in 1969,” Mainichi, August 1, 1994, p. 41, quoted in Selig
S. Harrison, “Japan and Nuclear Weapons,” in Harrison, ed., Japan’s Nuclear
Future (Washington, D.C.: Carnegie Endowment for International Peace, 1996), p. 9.
79. David Arase, “US and ASEAN Perceptions of Japan’s Role in the Asian-Pacific
Region,” in Kendall and Joewono, Japan, ASEAN, and the United States, p. 276.
80. David E. Sanger, “In Face-Saving Reverse, Japan Disavows Any Nuclear-Arms
Expertise,” New York Times, June 22, 1994, p. 10.
81. Michael J. Green, “State of the Field Report: Research on Japanese Security
Policy,” Access Asia Review, Vol. 2, No. 2 (September 1998), judiciously
summarized different interpretations of Japan’s security policy.
82. Kenneth B. Pyle, The Japanese Question: Power and Purpose in a New Era (Was-
hington, D.C.: AEI Press, 1992), p. 26.
83. Andrew Hanami, for example, points out that Japan wonders whether the United
States would help defend Hokkaido. Hanami, “Japan and the Military Balance of
Power in Northeast Asia,” Journal of East Asian Affairs, Vol. 7, No. 2 (Summer/Fall
1994), p. 364.
84. Stephanie Strom, “Japan Beginning to Flex Its Military Muscles,” New York Times,
April 8, 1999, p. A4.
85. Richard Bernstein and Ross H. Munro, The Coming Conflict with China (New
York: Alfred A. Knopf, 1997); and Andrew J. Nathan and Robert S. Ross, The
Great Wall and the Empty Fortress: China’s Search for Security (New York: W.W.
Norton, 1997).
86. Michael J. Green and Benjamin L. Self, “Japan’s Changing China Policy: From
Commercial Liberalism to Reluctant Realism,” Survival, Vol. 38, No. 2 (Summer
1996), p. 43.
87. Stephanie Neuman, ed., International Relations Theory and the Third World (New
York: St. Martin’s, 1998).
88. Tellingly, John Lewis Gaddis comments that he has never known a time when there
was less support among historians for an announced policy. Gaddis, “History, Grand
Strategy, and NATO Enlargement,” Survival, Vol. 40, No. 1 (Spring 1998), p. 147.
89. Kenneth N. Waltz, “The Origins of War in Neorealist Theory,” Journal of
Interdisciplinary History, Vol. 18, No. 4 (Spring 1988), p. 628.
90. The point is made by Robert O. Keohane, After Hegemony: Cooperation and Discord
in the World Political Economy (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1984),
pp. 99, 103, 108.
253
91. Robert Axelrod and Robert O. Keohane, “Achieving Cooperation under Anarchy:
Strategies and Institutions,” in David Baldwin, ed., Neorealism and Neoliberalism:
The Contemporary Debate (New York: Columbia University Press, 1993). For
German leaders, they say, “the shadow of the future seemed so small” (p. 92).
Robert Powell shows that “a longer shadow . . . leads to greater military allocations.”
See Powell, “Guns, Butter, and Anarchy,” American Political Science Review, Vol.
87, No. 1 (March 1993), p. 116; see also p. 117 on the question of the compatibility
of liberal institutionalism and structural realism.
92. My revision.
93. Robert Axelrod, The Evolution of Cooperation (New York: Basic Books, 1984).
(*) Kenneth N. Waltz, former Ford Professor of Political Science at the University of
California, Berkeley, is a Research Associate of the Institute of War and Peace Studies
and Adjunct Professor at Columbia University. I am indebted to Karen Adams and Robert
Rauchhaus for help on this article from its conception to its completion. For insightful
and constructive criticisms I wish to thank Robert Art, Richard Betts, Barbara Farnham,
Anne Fox, Robert Jervis, Warner Schilling, and Mark Sheetz.
The MIT Press Journals
254
Actividades
255
256
FICHA DE EVAL
EVAL
ALUUACIÓN
MÓDULO 1
Sr. alumno/a:
CONSULTAS A TUTORIAS SI NO
2) Para que la próxima salga mejor... (Agregue sugerencias sobre la línea de puntos)
.......................................................................................................................................................................................................
.......................................................................................................................................................................................................
Evaluación: MB - B - R - I -
4) Otras sugerencias.............................................................................................................................................................
.......................................................................................................................................................................................................
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