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porque pienso, como alguna vez ya pensé, que hay algo en la vida, en el

recuerdo, que trabaja con la escritura de una manera muy distinta que lo
ficticio, lo ficcional, y es una manera, que ni peor, ni mejor, merece, si bien
es cierto que en todo lo que escribí hay un gran componente autobiográfico,
explorarse decididamente, con decisión, y que la vida, entonces, puede ser
un tema de la escritura, es decir, que no haya ficción, que haya escritura de
vida, tomando a la vida como una ficción apenas maleable y lo primero que
pienso, cuando pienso en esto, como una idea paralela o, mejor, simultánea
es en Gabriel Omar y en Gustavo Adrián, en Gabriel Omar, Gustavo Adrián y
yo, en el extraño comportamiento que tiene el lenguaje cuando estamos
juntos y medio puestos, en su deformación, en los neologismos, en lo
onomatopéyico, en la apropiación de nombres propios para convertirlos en
gritos de guerra y sacarles, primero, su sentido, su significación, para que
gane otro, es decir, que quiera decir algo distinto a lo que quiere decir cuando
no estamos juntos o cuando estamos juntos pero no estamos medio puestos
para después, finalmente, perder, definitivamente, todo tipo de sentido, ni
lo que quería decir inicialmente, ni lo que quiso decir después, en esa
segunda instancia, la de estar juntos y medio puestos, para no querer,
entonces decir nada, vaciarse, ser lo que es, una palabra, palabra en sí
misma, sin aludir a nada, y siempre me pareció que ese fenómeno, imposible
sin geografía, imposible sin cotidianeidad, imposible sin repetición, era muy
similar al fenómeno literario o, tal vez, incluso, pensé, era una manifestación
del fenómeno literario, una experiencia literaria en sí misma, y entonces,
pensé, y pienso, puede ser interesante, aunque sea sólo para mí, escribir
sobre mis recuerdos con Gabriel Omar y Gustavo Adrián o, mejor, escribir
con mis recuerdos y no de mis recuerdos sino a partir de ciertos recuerdos
para escribir en ellos, eso es, ni con ni de sino en mis recuerdos pero a la vez
pienso que eso sólo tiene sentido para mí, que si quiero que alguien lea,
Gabriel Omar, Gustavo Adrián y yo mismo tendríamos que ser más que un
nombre y entonces, pienso, pensé, debiera también escribir a Gabriel Omar
y a Gustavo Adrián, escribirme también a mí, pero eso ya no creo que sea
prudente haciéndolo desde el recuerdo, primero porque no tengo recuerdos
de ellos, quiero decir, memorias de sus vidas, pues no soy ellos, ni fui ni voy
a serlo, entonces me pongo a pensar en momentos, situaciones, imágenes
que, para mí, los definan y eso se hace más sencillo, claro, y me alegro, como
cuando se descubre la solución a un problema matemático, me alegro, de
poner las cosas en su lugar y escribir en mis recuerdos, y escribir mi Gabriel
Omar y mi Gustavo Adrián aunque no un mi yo porque eso es imposible,
porque no puedo poseerme a mí mismo, no puedo usurparme y mirarme
como miro a Gabriel Omar y a Gustavo Adrián, no puedo, por eso, mi parte
está todavía en duda y prefiero empezar por otro lado, por ejemplo, por la
anécdota del bocha y aunque sé que es imposible escribir la cara de Bochini
cuando descubrió que lo saludaba Gabriel Omar y no quien esperaba que lo
saludase, sea quien fuere, aunque sé que nadie va a ver la decepción del
ídolo cuando unió el grito (¡bocha!) a Gab, cuando descubrió que el grito
venía de sala, para él, evidentemente, no sólo un desconocido sino también
un innecesario, un repetido, un desechable ser humano, aunque sé que todo
eso es imposible, igual escribo, porque no quiero escribir la cara de Bochini
sino otra cosa, no sé bien cuál, pero otra cosa, algo que no sé bien decir qué
es porque no se puede decir, no se puede pensar y, por ende, no se puede
escribir, pero que no se pueda escribir es lo menos relevante, lo relevante
es que hay cosas que no se pueden ni decir ni pensar, lo que equivale a decir
que hay un triple filtro para la escritura, es decir, que se puede escribir sólo
aquello que se puede, primero, pensar y, segundo, decir, recién ahí,
entonces, se puede escribir lo ya pensando o lo ya dicho aunque no se trate
de algo pensando o dicho en un antes del tiempo, es decir, un pasado, no,
porque puede escribirse lo que no se dijo ni se pensó pero sólo puede
escribirse lo susceptible de ser dicho o pensando, aunque no se haya dicho
ni pensando, y que lo que no sea susceptible de ser dicho ni pensado no
pueda, entonces, escribirse, es uno de los conflictos más intensos de la
literatura y hay quienes dicen que ahí, en esa imposibilidad de ir más allá del
lenguaje, está, en verdad, lo específicamente literario, aunque no es mi
opinión, no sé bien cuál es mi opinión pero sé que no es esa, la que asigna la
especificidad de la literatura a la imposibilidad de ir más allá del lenguaje,
más bien tiendo a pensar, ahora que lo pienso, escribiendo, que lo
específicamente literario puede estar en hacer desaparecer al lenguaje,
usándolo, es decir, que el fenómeno literario o la experiencia propiamente
literaria se dé cuando, a través del lenguaje, el lenguaje como tal desaparece
y sólo quedan palabras huecas, vacías, sin ningún tipo de alusión ni
reminiscencia o, en todo caso, tal vez, inventando una nueva, ahí va, es en
esos casos donde me caliento, donde percibo más que una ética, más que
una estética, una erótica del lenguaje y en esa erótica es, tal vez, donde esté,
para mí, el fenómeno literario y viéndolo así, pensándolo así, ahora que lo
escribo, con esa claridad, entonces empiezo a pensar en que esa experiencia
no la descubro con sala y con vega sino que la recuerdo, por ejemplo, con
mi hermana, tal vez con la primera persona con la que tuve ese vínculo
exclusivamente lingüístico, justamente, como ya he dicho, en función de las
dos variables necesarias, la geografía y la cotidianeidad, es decir, la cercanía
física pero también la constancia temporal, la repetición, cosa que nunca
sucedió, la comunicación no a través sino sobre el lenguaje, en el sentido de
por encima de con, por ejemplo, mis padres o, por así resumirlo, mi grupo
de amigos pero sí sucedió con F, primero, con Fogwill, después, y con R o
tiela, como la llamo internamente en un ejemplo exacto de lo que estoy
queriendo decir, pensar o escribir, es decir, con una palabra que no hay,
íntima, nuestra, de ella y mía y de nadie más, porque en tiela cabe lo que
nosotros queramos, es decir, tiela es un recipiente vacío y en ninguna
palabra existente está ese vacío, esa falta de reminiscencia, esa oquedad
para que uno la llene, para que dos la llenen, uno puede, sí, agregarle
significados, resignificar una palabra ya existente pero no puede, nunca,
borrarle uno previo y por eso, amor, por ejemplo, un apelativo clásico puede
querer decir todo lo que queremos decir con tiela, por ejemplo, pero no
puede dejar de querer decir todo lo quiere decir para otros y todo lo que
quería decir, antes de nosotros, para nosotros mismos, es decir, para tiela y
para mí, es una palabra cargada, que viene con pasado, no sólo de la especie
hispanoparlante sino también, particularmente, de ella y yo, de los tielos, y
la verdad es que yo no quiero palabras con pasado, no, no es eso lo que me
interesa del lenguaje, su historicidad, no, lo que me interesa es precisamente
lo contrario, un lenguaje nuevo, propio, y creo que eso es lo mejor que le
puede pasar a cualquier relación, prescindir del lenguaje convencional, de
los métodos comunicativos clásicos e inventar una lengua, propia, íntima,
privada y total, sí, eso sería para mí lo ideal en toda relación que se precie,
que se quiera conservar, la creación de un lenguaje íntimo y es más, me
atrevo a decir, que siempre que haya una relación que se imponga, siempre
que haya un vínculo profundo entre dos seres, siempre, por lo menos en mi
caso, va a terminar sucediendo, en algún momento, un lenguaje, no un
lenguaje completo, claro, porque eso habría que consensuarlo, decidirlo,
etcétera, pero sí, al menos, una jerga, un dialecto, un argot, lo que me lleva
a darme cuenta que, de ser así, en mi vida hay pocos seres con los que he
llegado a un vínculo semejante y son sala, vega, tiela, F, Fogwill y mi
hermana, lo que me tienta a preguntarme si no será la cotidianeidad
espaciotemporal lo que crea el argot pero rápidamente a responderme que
no, porque he tenido la misma o más cotidianeidad y repetición con otros
seres en los que nunca se llegó a tal cosa aunque es muy probable, también,
que sea una cosa mía, un condimento que pongo yo en las relaciones y a la
que, afortunadamente, algunos seres se van sumando aunque tampoco me
convence la idea pero en fin, lo importante, es que entonces esa relación
con el lenguaje, digamos, creacional o, no sé, supongo que ya se me ocurrirá
una descripción mejor, la he tenido con cinco seres y esos cinco seres,
entonces, tienen algo en común y que podría entonces, por ejemplo,
trabajar también en los recuerdos con esos cinco seres ya que algo deben
tener y entonces, pienso, primero, en F y en una capacidad que, creo, con el
tiempo, después de que yo me mudara, es decir, cuando perdimos la
cotidianeidad, cuando perdimos el compartir una misma geografía, fuimos
perdiendo, la de compartir un lenguaje nuestro pero, pienso, también ahí,
con él, en nuestro vínculo, hubo algo que merece ser escrito aunque no
pueda, como ya dije, ser escrito ni dicho ni pensado y tal vez, en la vida,
hablando siempre de la vida, ahí, en las cosas que no se pueden decir ni
pensar ni escribir pero se perciben y se quedan en uno, en esas cosas, de la
vida, repito, tal vez, haya que escribir, no de esas cosas sino, como dije, en
esas cosas y, en ese sentido, la cosa que con F no puedo decir ni pensar ni
escribir es una cosa que suele pasar, tal vez cada vez menos pero suele,
todavía, pasar y es un determinado momento en nuestras charlas, en
nuestros, como los llamamos una vez en alusión a un pelotudo, simposios, y
que, evidentemente, como dije, no puedo decir ni pensar ni escribir pero
igual, escribo, no de la cosa, no sobre la cosa, sino en la cosa, en la cosa,
entendiendo por cosa, tal vez, cierto acontecimiento que tiene algo, algo
que define tanto a F como a mí, en este caso, un algo que bien podría llamar,
incluso ya lo he hecho, instante que, a veces contiene un acontecimiento y
a veces no pero ahí, en el instante, está todo lo que puede ser escrito, lo que
debe ser escrito aunque, como dije, no se pueda, no ya sólo escribir sino
tampoco decir, como dije, ni pensar, como también dije, eso, el instante,
todo el universo está ahí, en el instante pero el error, el error común, incluso
mío, antes del monoimi es darle a ese instante, con o sin acontecimiento,
relevancia, importancia, no, claro, eso es lo que está mal, muy mal, por varias
razones de las que sólo podré, ahora, enumerar algunas porque otras,
muchas otras, las demás, todas las demás, primero, no me van a salir ahora,
seguro, y, segundo, porque muchas de ellas, de las demás, de todas las
demás, no pueden, tampoco, ser escritas, ni dichas, ni pensadas pero dentro
de las que sí, por ejemplo, puedo mencionar la que, creo, estoy convencido,
irremediablemente convencido, es la más importante y es que el instante,
de alguna manera, niega, le quita importancia, le resta valor, a la
continuidad, a la continuidad como sucesión de instantes porque el instante
es eso, un instante, nada más, y el sólo hecho de que exista, de que se
destaque, de que por algún motivo yo crea, por ejemplo, que hubo en los
simposios con F, un instante, o, mejor, que los simposios con F pueden
resumirse en un instante que define el acontecimiento, la suma de
acontecimientos, la esencia del acontecimiento y, por ende, también, mi
esencia y la de F, es decir, la esencia de lo que en ese momento fue, para mí,
tal vez también para F, el universo, el todo, la vida, pero, he ahí la paradoja,
la razón del error más común y, también, la razón, o al menos, la razón que
para mí es la más importante, de por qué está mal, muy mal,
ontológicamente mal, darle al acontecimiento, al instante, relevancia,
importancia y que es, como dije, una paradoja, la paradoja de que el instante
que se impone, primero, como algo separado de la realidad, se impone como
algo discontinuo a su vez, se sabe, será seguido por otro instante que, para
nosotros, por alguna razón, no tuvo relevancia, no tuvo importancia, no se
impuso pero aunque no se haya impuesto, aunque no haya tenido, para
nosotros, relevancia, el instante que sigue al instante existe, sucede, está ahí,
sucediendo, y ahí está la cosa, ahí está el error, el pifie, en creer que el
instante es válido por sí mismo, es interesante por sí mismo, es relevante por
sí mismo, no, no es, lo interesante, lo importante, lo relevante, es que el
instante se niega a sí mismo porque hay algo que, aunque el instante se
imponga, aparezca separado, aislado del tiempo y del espacio, en realidad,
no está, está inmerso en una cadena de instantes eterna o, al menos, hasta
ahora, creemos, eterna o al menos, no eterna sino, tal vez, si el universo
tiene fin, por lo menos, sí, inconcebible para nosotros, ahora, para mí, ahora,
hoy y entonces hay, decía, algo que une a ese instante con el siguiente, otro
instante en el que tal vez suceda un acontecimiento, tal vez no, tal vez se
imponga a alguien, tal vez no, pero sucede, está ahí, después o, antes,
incluso, del instante inicial y a su vez, después de este posterior o anterior
instante habrá otro posterior o anterior, etcétera, de lo que se deduce no
sin mucha dificultad que el instante se impuso, sí, tiene algo, se impuso, pero
del mismo modo que se imponen todos para todos, cada uno para cada
alguien y esto es por demás interesante porque significa, o al menos,
entiendo yo, que acá, en el fondo, de lo que está escribiendo, ahora, es de
la identidad contra el tiempo, un tiempo anónimo, genérico, universal, el
Tiempo, con mayúscula, un tiempo total, contra el tiempo personal, el de la
identidad, la Biografía que, precisamente, no es más que la azarosa o, peor,
voluntaria, selección de una serie de instantes de una vida particular y única
como todas y ahí, una vez más, digo, está la cosa, en esa diferencia porque
el tiempo universal, el Tiempo, avanza, avanza y punto, no hay más, en el
Tiempo, que es la sucesión de instantes irrelevantes, anónimos, ajenos, no,
ajenos no, anónimos en lo que no existe ni va a existir ni existió, nunca, nadie
y ahí está, entonces, el error, el error más común del ser humano, el mío, el
de todos, el de creer en los instantes, el de hacer de ciertos instantes,
recuerdos y el de hacer de los recuerdos un alguien, una identidad, una
biografía, nosotros, mientras el Tiempo avanza sin parar y nosotros nos
frenamos, pausamos la vida para armarnos, para hacernos, y es que toda
pausa, todo freno, toda detención de la sucesión eterna de instantes es,
claro está, un error, una falla, pero es una falla de la especie, es decir, parte
o tal vez toda la especificidad de ser humano, la de detener, la de no poder,
nunca, solamente, como los animales y las plantas, como, incluso, las cosas,
avanzar, sólo avanzar, como el Tiempo, no podemos, y en ese error,
entonces que descubro, ahora, escribiendo, que es la falla de la especie está,
como ya dije, la cosa, toda la cosa, la cosa que no se puede resolver viviendo
porque vivimos hablando o pensando y es precisamente el lenguaje, la
herramienta del hablar y del pensar, lo que nos separó para siempre de ese
Tiempo universal, natural, total, cósmico, Tiempo, lisa y llanamente, con
mayúsculas, sin artículo ni adjetivo alguno, Tiempo, y de ahí, del hecho de
que la cosa, la cosa posta del ser humano, el error, la falla de la especie, esté
en ese desprendimiento, esa ruptura que significa el lenguaje para el ser
humano respecto de Tiempo, de ahí que yo no pueda hacer literatura sino
apenas, con suerte, ahora, por lo menos, que me di cuenta, escribiendo, que
puedo, entonces, no hacer literatura sino apenas, afortunadamente,
escribir, escribir, no parar de escribir, no dejar de escribir, escribir pensando,
pensar diciendo, decir escribiendo, todo en gerundio, porque lo que pasa,
en verdad, lo que está pasando acá, en este monoimi es que yo estoy, en
verdad, siendo, siendo en la escritura, siendo escribiendo, porque estoy
escribiendo, no estoy haciendo ninguna otra cosa, no estoy pensando en
ninguna otra cosa, no estoy, de hecho, pensando, porque pensar también,
cada tanto, implica detenerse y en esta escritura yo, al menos, por ahora, no
me estoy deteniendo y el hecho de no detenerme me hace sentir Tiempo,
aquel Tiempo, el Tiempo, porque escribo, pienso, digo y soy hacia adelante
y esto es, para mí, esto y ninguna otra cosa, escritura, por eso es que no
puedo ni pude ni voy a poder, alguna vez, hacer literatura porque para hacer
literatura hay que dejar de escribir, hay que parar, hay que frenar lo que
implica una contradicción, primero, con Tiempo y después, con uno,
conmigo, en este caso aunque no conmigo porque yo no estoy parando,
estoy escribiendo, entonces no, conmigo no, pero sí con cualquiera que,
mientras escribe, para, y si, como muchas veces escuché y leí por ahí, se
escribe por y para la escritura, es decir, si es la escritura misma la que se
supone guía lo que se escribe, entonces, que alguien me pregunte para qué
se para, para qué se frena la escritura si frenarla es imponerle una pausa,
detener un proceso y se me ocurren dos respuestas, las dos igual de tristes,
las dos igual de tristes, sí, no hay otra palabra mejor, tristes, las dos posibles
respuestas porque una significaría que hay muchos que no pueden escribir
así, sin parar, como escribo yo ahora en este monoimi porque seguramente
tengan que hacer otras cosas que implicarían, sí o sí, dejar de escribir, lo cual,
ya de por sí, ahora que estoy, yo, en el monoimi, escribiendo sin parar, puedo
decir que sí, tener que dejar de escribir es de por sí, ya, una cosa muy triste
como también es triste, o sería, la segunda posible respuesta, a saber, que
cuando la escritura se pausa, cuando se detiene la escritura, se produce
entonces, el error, la falla de la escritura que es, precisamente, la literatura,
lo que yo no puedo hacer y ahora entiendo que esa imposibilidad se deba a
que yo no puedo, nunca pude, no sólo en la escritura sino en tantas cosas,
demasiadas como para pensarlas, decirlas, escribirlas, nunca pude, en
general, en todo aspecto, parar, porque, y eso es lo raro, lo que me ha
generado tantísimas confusiones, lo que me ha perdido durante años, y es
el hecho de que a pesar de estar de acuerdo con los alguien que he leído o
escuchado, por ahí, decir que la gracia está en que la escritura guíe lo que se
escribe, que mande la escritura, digamos, como algo con voluntad propia,
que nunca, en verdad, tuvo sino que lo que tiene, al menos en este monoimi
es, su tiempo, su propio tiempo alineado con el Tiempo, con Tiempo, porque
en verdad lo que tiene no es tiempo sino, lo que es el Tiempo, Tiempo, que
puedo llamar, ahora, con claridad, Duración, eso es, Tiempo es Duración,
duración de qué, facilísimo, de los instantes que no dejan de sucederse, es
decir, no de los instantes, porque los instantes no duran, ahí está su
especificidad, sino de lo que une a los instantes, de Tiempo, por eso, nunca
pude entender, por qué, quienes decían o escribían que la escritura es la que
motoriza lo escrito escriban lo que de hecho, comprobé una y otra y otra y
otra vez, es literatura, sabiendo que si uno escribiera, si uno de verdad
escribiera, como escribo yo ahora en mi monoimi, si uno escribiera no podría
haber, nunca, literatura no podría hacer, nunca, como no pude ni puedo ni
voy a poder, yo, hacer literatura porque uno estaría apenas, simplemente,
escribiendo escritura, haciendo escritura escribiéndola y, entonces, no se
podría, como, de hecho, no se puede, parar y sin embargo ellos, los que
dicen que la escritura etcétera paran, no sólo paran para escribir lo que
escriben, es decir, literatura, no ya, escritura, como ellos dicen, sino,
claramente, literatura, sino que además paran, incluso, para corregir lo que
escribieron y ahí sí que se pudre porque alguien que, como yo, ahora, en mi
monoimi, se pone a escribir en serio, es decir, a escribir, no puede ni va a
poder jamás entender ni, mucho menos, avalar un fenómeno tal como la
corrección que existe, evidentemente, para que siga existiendo literatura, la
literatura, la Literatura, un lugar, como todos los lugares hechos de pausas
en lugar de duraciones, para seguir siendo alguien, es decir, una suma de
instantes caprichosos que hacen una identidad, es decir, algo aislado y
separado de Tiempo, lo que es decir que, una vez ya desarraigados
forzosamente de Tiempo por el lenguaje se desarraigan, los que hacen
literatura, una segunda vez, incluso, voluntaria, porque en vez de escribir, de
escribir para ser, como yo ahora, soy, escribiendo, en mi monoimi, escriben
para hacer literatura, escriben para ser no ellos, no sí mismos, sino alguien,
alguien que incluso, tal vez, no sean sino, apenas, cuando escriben o, mejor,
cuando hacen literatura y eso es, para mí, lo extraño, lo que no puedo ni
pude entender, lo que siempre me hizo pensar que todo lo que escribía
estaba mal a la vez que sentía, irremediablemente, que todo lo que escribía
estaba bien porque lo que pasaba, ahora, claro, lo veo con muchísima
nitidez, es que lo que escribía estaba bien, porque había sido empezado a
escribirse y estaba mal, claro, porque había dejado de escribirse, porque
había terminado, porque había parado, a veces para finalizar, a veces para
releer, a veces para corregir, porque sí, yo también fui de esos, de los que
quieren hacer literatura pero ahora, por suerte, en mi monoimi, me doy
cuenta de que no, de que nunca pude, antes y, menos mal, ahora, de acá en
adelante, tampoco, nunca voy a poder, hacer literatura, porque lo que yo
quiero, lo que yo siempre quise, y tal vez nadie nunca pueda comprender lo
que me está pasando cuando pienso, me digo, escribo esto pero realmente
les deseo, a todos, que alguna vez tengan, con cualquier cosa, una sensación
semejante, lo que siempre quise, decía, yo, no era hacer literatura sino,
apenas, ni más ni menos, lo que siempre quise, lo que quise antes, quiero
ahora y, decididamente voy a querer, todavía más, en el futuro, es escribir,
nada más ni nada menos que escribir porque en escribir, en el gerundio, en
el estar escribiendo está, como dije, la cosa, la misma cosa que está, y no me
di cuenta hasta ahora, en el pensar y en el decir, porque así, escribiendo,
pensando o diciendo, nada se detiene, no hay pausa, hay, apenas, Tiempo,
una sucesión de cosas irrelevantes, una sucesión de instantes o palabras que
no ameritan detenerse, que no son importantes porque lo importante es,
únicamente, seguir pensando, seguir diciendo o, en este caso, seguir
escribiendo y es precisamente eso, la cosa que hay en el seguir de cualquier
cosa que se pueda gerundear, que pueda durar, la razón de mi total
incapacidad no sólo, ya, para hacer literatura sino también para hablar, no
para pensar porque pensar pienso sólo y yo sé, en el fondo sé, que nada de
lo que piense importa porque lo único importante es pensar, seguir
pensando, pero sí me impide hacer literatura o hablar porque, por ejemplo,
en el caso del diálogo, yo hablo del mismo modo que pienso, que es, ahora,
también del mismo modo en que escribo, es decir, sin parar, avanzando,
hablando, diciendo porque, en el fondo, para mí, nunca hubo nada que
pueda decirse sino que hay que decir, hablar, seguir hablando, pero cuando
uno habla con alguien no se puede seguir hablando porque el que habla
quiere entender y hacerse entender y ahí se cagó todo porque
evidentemente, como queda claro con mi escritura, yo hablo, y escribo,
como si pensara, es decir, preocupado únicamente por seguir avanzando,
seguir escribiendo, seguir pensando, seguir diciendo, y en esa preocupación
o, mejor, diría, ya, a esta altura, en esa necesidad está oculta la no-
preocupación por el otro, no sólo la no-preocupación porque el otro
entienda, lo que ya es, de por sí, una no-preocupación muy ofensiva para
quienes pretenden entender porque, evidentemente yo no estoy hablando
para que me entiendan sino para seguir hablando sino también, además, la
todavía más ofensiva no-preocupación por lo que dice el otro, no porque no
valga la pena lo que dice el otro, o sí, porque no vale la pena lo que dice el
otro pero porque tampoco vale la pena lo que digo yo o lo que diga nadie
porque lo único que importa es hablar, seguir hablando y, claro, cómo no se
van a ofender quienes hablen conmigo si yo no quiero hablar con ellos sino,
simplemente, hablar, si no me importan ellos, sus identidades, como
tampoco me importa la mía, sino que sigamos hablando, en plural, que
hablar sea como pensar pero a dos voces, seguir pensando, seguir hablando,
seguir escribiendo, seguir al Tiempo, sí, claro, ahora entiendo todo, entiendo
por qué no puedo, yo, hablar, dialogar, y entiendo también por qué no
puedo, como dije, hacer literatura aunque pueda, sin embargo, escribir
literatura, es decir, aunque pueda escribir, no parar de escribir, seguir
escribiendo y que en algún momento de esa escritura suceda, haya, escriba,
literatura, lo que se entiende por literatura aunque no pueda ser literatura
porque estaría, mi literatura, si está, dentro de mi escritura porque no
entiendo, ahora, ni voy a entender, ni quiero, otra forma de escribir que ésta,
así que seguramente, escribiendo, sin dejar de escribir, en algún momento,
como ya sucedieron un par, vayan sucediendo literaturas porque mi cabeza
está llena de literatura pero no sabía, yo, y por ende, no sabía, mi cabeza,
que para que esa literatura salga de ella, es decir, de mi cabeza, lo único que
había que hacer era escribir, pero no escribir como yo creía que escribía sino
escribir, escribir en serio, es decir, estar escribiendo, y dejar que la escritura
traiga la literatura, si es que hay, como la trajo, creo, ya en dos
oportunidades pero sabiendo, así, sabiendo y demostrando, que la literatura
no es importante, que lo único importante es escribir, es decir, seguir
escribiendo, y que la literatura es apenas uno de todos los instantes en
sucesión que hacen a la escritura, lo único importante porque si yo me
dedicara, por ejemplo, a hacer literatura en vez de a escribir no estaría, ya,
escribiendo, estaría haciendo otra cosa, muy otra cosa, es decir, estaría
haciendo literatura cosa que para mí, compruebo, es mucho menos
importante, afortunadamente, que escribir, lo que no implica, como dije,
que tal vez, escribiendo, haga literatura, porque hay literatura, claro que hay,
claro que pude haber pero si la hay, y realmente me da igual, a esta altura
que haya, la habrá, si la hay, escribiendo, es decir, tiene que salir, la
literatura, si la hay, si existe, de la propia escritura pero no se la puede,
después, no se la debe, sacar, recortar, amputar, de donde salió, es decir, de
la escritura, porque entonces no se estaría, como se suele decir o escribir,
haciendo una literatura guiada por la escritura sino, como siempre pensé,
yo, una escritura guiada por la literatura y entonces no, no voy a hacer yo,
literatura, voy a escribir, a seguir escribiendo, incluso, si hay, literatura, es
decir que escribiendo, incluso, puedo escribir literatura, pero sólo
escribiendo, sin dejar de escribir porque, entiendo, algo hay, algo hay, un
denominador común, exactamente eso, un denominador, un de-(derribar,
derruir, desunir)-nominador(el que nombra, el que le pone nombre a las
cosas, el que habla) común entre pensar, decir, escribir y ese lenguaje
original e íntimo desarrollado con ciertos seres, vega, sala, F, tiela, mi
hermana y Fogwill, cinco, por ahora, porque sólo cuando hablamos ese
lenguaje que no es el lenguaje, podemos, en verdad, sólo cuando hablamos
ése lenguaje, repito, podemos, en verdad, hablar, seguir hablando como yo
ahora estoy siguiendo escribiendo, hablar sin que ninguno de nosotros, yo y
sala, vega, F, tiela, mi hermana o Fogwill tenga que pausar el diálogo para
ser, en vez del diálogo mismo, en vez del lenguaje, otra vez yo, sala, vega, F,
tiela, mi hermana o Fogwill y entonces, tal vez, crea yo, tal vez, no estoy
seguro, que algo así, es decir, que ese denominador común, tiene que estar,
tiene que darse, para que haya literatura, si es que hay, tiene que darse, el
de-(derribar, derruir, desunir)-nominador(el que nombra, el que le pone
nombre a las cosas, el que habla) común, para que haya literatura, si es que
hay, escribiendo porque la experiencia me dice que ese denominador común
sólo aparece cuando se intima con algo, cuando verdaderamente se intima
con algo como intimé yo con sala, vega, F, tiela, mi hermana o Fogwill y con
qué otra cosa puede intimar uno, si está escribiendo, que con la escritura
misma, de qué manera puede uno propiciar un lenguaje nuevo sino
pensando, diciendo o escribiendo o, mejor, cuando pensar, decir y escribir
son lo mismo, es decir, cuando se dice, se piensa o se escribe con otro
lenguaje, uno distinto, nuevo, íntimo como el que hablo, en algunas
oportunidades, no pocas, afortunadamente, por ejemplo, con tiela, cuando
nos decimos tielos, por ejemplo, o cuando repetimos palabras que no
existen con cierta melodía, como si las cantásemos, como si la palabra en sí
trayera su canto, su modo de ser dicha, pronunciada, como si su modo de
ser dicha fuera tan importante para su significado, si es que lo tuviera, si es
que estuviera motivada, la palabra, para significar, como el propio
significado o, todavía mejor, como si en su modo ser dicha la palabra
escondiera su significado y cómo saber si no fue eso lo que pasó con las
primeras palabras, con el verdadero inicio del lenguaje, de las primeras
palabras, cómo saber si lo que, ahora, llamamos lenguaje no es,
precisamente, el exacto opuesto de lo que en verdad sería o hubiese sido,
en su instante inaugural, el lenguaje, cómo saber si no era precisamente
decir las cosas, no nombrarlas, decirlas, entonarlas, comunicar alguna cosa
a través del vocablo, de la sílaba, de la palabra sin significado, sin signo, la
verdadera razón, el verdadero sentido, la verdadera naturaleza del lenguaje,
cómo saber, por ejemplo, si el lenguaje no es, no fue, alguna vez, al principio,
una fuerza y no una norma, una energía, una pulsión y no un código, un
cierto repertorio de nombres, de palabras que quieren decir cosas pero que
no las dicen, que quieren decirlas, cómo saber si en verdad no habla más el
que no habla, es decir, el que no puede hacer discurso, el que no puede
articular una relación genérica y repetida entre las palabras y las cosas, es
decir, el que no puede, en definitiva, nombrar, es decir, el que no dice las
cosas, sino el que dice cosas, el que no habla pero habla y, si bien no sé la
respuesta, ni tampoco, sé en verdad, la pregunta, si es que hay, sé, eso sí
puedo asegurarlo, que algo de eso aparece cuando estamos juntos, y medio
puestos, sala, vega y yo, y que si eso que pasa, con sala y vega cuando
estamos juntos y medio puestos, es lo mismo que ha pasado con mi
hermana, cuando dormíamos en la misma pieza y nos despertábamos
temprano parar mirar televisión y comer galletitas e ir gestando, sin saberlo,
un lenguaje mezcla de argot familiar y cultura catódica y es también, eso que
pasa con sala y vega cuando estamos juntos y medio puestos y eso que
pasaba con mi hermana cuanto etcétera, es, también, lo que pasa, a veces,
cuando hablamos, también medio puestos, ya, con F o lo que pasa, a veces,
también, cuando interactúo con Fogwill, sobre todo cuando se recuesta en
mi pecho y mirándome se va quedando, progresivamente, dormido hasta el
suspiro final con el que se despide de mi pecho en procura de una superficie
más suave y amplia y hay, en esa partida, en esa despedida, algo que se dice
aunque no pueda decirse ni pensarse ni, mucho menos, escribirse, y que es
lo mismo, ese algo, que está también en el lenguaje de los tielos, ese algo
común, ese de-(derribar, derruir, desunir)-nominador(el que nombra, el que
le pone nombre a las cosas, el que habla) común tendría que estar, entonces,
también, en la literatura, en la escritura y por eso, por esa, digamos, creencia,
por esa, digamos, fe, me ha sido revelada, en el monoimi, la certeza de que,
si hay, en mí, literatura, es decir, si no es lo que hay, únicamente, escritura,
entonces, si hay, la literatura, toda la literatura que tengo en la cabeza, todo
lo que he escrito, ya, en algunos casos, incluso, más de una vez, toda esa
literatura, la que salió y la que no salió de mí pero de todos modos, aunque
hubiere salido, es decir, aunque hubiera sido escrita, en verdad, en el fondo,
no ha salido, lo que explica que esté, yo, ahora, no sólo en este monoimi sino
también, además, explica, toda esa literatura que aunque haya escrito no
haya, en verdad, escrito, todo lo que escribí pero también todo lo que no
escribí, explica, la permanencia, el arraigo de todo lo que he escrito pero
también de todo lo que no, como si no hubiera sido nunca, nada, en realidad,
escrito, todo eso, explica, probablemente, seguramente,
irremediablemente, que yo esté, ahora, no sólo, como dije, en mi monoimi,
sino también, además, precisamente, escribiendo porque en esta escritura,
sin parar, sin dejar de escribir como no dejo, nunca, de pensar ni dejaría, si
pudiera, si pudiera encontrar otro que quiera hablar como yo, es decir,
pensando de a dos, es decir, dejar que nos hablen, no dejaría, en caso de
encontrar un otro así, de pensar pero tampoco, entonces, ya, de hablar,
como no dejo ahora de escribir no esperando, no, no con esperanza ni con
fe porque eso reduciría esta escritura a la búsqueda de algo, convertiría a la
escritura en una prueba, en un intento, sino, en todo caso, resignado no a
que pase, como suele pensarse, algo desagradable o a convivir con una
realidad no del todo gozosa, es decir, lo que suele querer significarse cuando
se usa la palabra resignado, no, no en ese sentido, resignado, estoy
escribiendo, en el sentido en el que sé que, si hay literatura, en mí, y vaya si
la hay, o, al menos, yo, eso creo, si hay, entonces, literatura, se va a imponer,
mientras escribo, escribiéndose, se va a imponer y, de hecho, así,
seguramente, deben trabajar todos los que escriben, no lo dudo, así se
escribe, sí, claro, todos escriben, todos escribimos, de este modo, es decir,
escribiendo, sin parar de escribir, pero, y acá está, una vez más, la cosa, en
este caso, la cosa, en el sentido de, otra vez, el error, la falla de la especie
porque así como existe, como dije, ya, la paradoja del instante, existe,
también, es evidente, la paradoja, no diría ya, de la escritura, sino, sí, claro,
de la literatura, porque así como está mal, muy mal, ontológicamente mal,
darle al instante, al separarlo de la eterna o al menos inconcebible duración
de aquello que lo une, al instante, con todos los otros instantes, igual de mal,
de muy mal, de ontológicamente muy mal, está, cuando sucede, si es que
sucede, cuando hay, si es que hay, cuando aparece, si es que aparece, en
medio de la escritura, lo que llamamos, vulgarmente, literatura, igual de mal
está, cuando aparece, separarla, aislarla, arrancarla de la escritura de la que
forma parte, de la escritura que, si se quiere, la engendró, y presentarla, a
ella, a la literatura, como algo, es decir, ofrecerla, traerla, de alguna manera,
al mundo, es decir, sacarla de uno, ponerla en una hoja, en un libro, en
donde sea porque así, lo único que lograríamos, sería, en el caso de separar
a la literatura de la escritura en la que está inmersa, es lo mismo que
logramos al separar instantes anónimos de Tiempo para obtener lo que
llamamos, identidad o, como me gusta llamarla a mí, biografía y, claro, claro
que está mal, muy mal, ontológicamente mal, porque este modo de
proceder arrancando la literatura de la escritura nos hizo creer que eso, es
decir, la selección de la literatura que pueda, con suerte, aparecer mientras
se escribe, eso, es decir, el separar, el aislar, el seleccionar, es decir, la acción
más contradictoria y opuesta al flujo de Tiempo, es, en literatura, lo que
llamamos, vulgarmente, autor, y precisamente eso, el autor, es lo primero
que mata, no a la literatura, al contrario, pero sí a la escritura de la que se
supone que sale la literatura, si es que hay, así como el ilusorio instante, que
no es para nada ilusorio, sale de Tiempo, está en Tiempo, está inmerso en
un Tiempo lleno de instantes que no pueden separarse ni aislarse porque
justamente, en eso que los une, está Tiempo y tal vez, justamente, en eso
que une a los pedacitos de literatura que solemos aislar de la escritura
creyendo que ahí, en el pedacito, está, otra vez, la cosa, pero no, tal vez, no,
en verdad, justamente, en lo contrario, es decir, en lo que unía o unió, en su
momento, cuando se escribía, a los pedacitos de literatura que hoy, decimos,
son, nuestra obra, justamente, en lo que unía los instantes literarios, es
decir, en la escritura, justamente, así como en lo que une a los instantes está
la duración, Tiempo, en la escritura, lo que no se puede dejar de hacer, ahí,
entonces, tal vez, esté Arte

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