Anda di halaman 1dari 2

“El camino de las lágrimas es, para Jorge Bucay, ‘el más duro de los caminos’.

El sendero del dolor,


del duelo y de las pérdidas. Aún así es un camino imprescindible. Porque no se puede seguir el
rumbo si no podemos dejar atrás lo que ya no está con nosotros”.
Durante el duelo, vamos conectando con el dolor que nos está causando la pérdida. El inicio de este
proceso se caracteriza por la creencia aprendida de que no vamos a soportar un sufrimiento que,
muchas veces, es demasiado extremo: ¿Cómo voy a vivir sin mi pareja? ¿Cómo voy a superar la
pérdida de mi hijo?

Debemos seguir una ruta que nos lleve a la liberación total y definitiva de aquello (persona fallecida,
salud, pareja después de un divorcio…) que ya no está, para poder continuar realizándonos como
personas. Es decir, el desapego en relación a la persona que nos dejó o aquello que perdimos
implicará la aceptación y adaptación a la nueva realidad. Este desapego solamente se producirá si
sentimos el dolor durante el duelo, si lo elaboramos activamente y, dándonos tiempo, recorremos una
serie de etapas en un camino cuya dureza no podemos evitar.
Al final de este camino, nos daremos cuenta de que la pérdida implica también ganancia: la ganancia
en crecimiento personal. Y es que, según el autor, es imposible crecer sin haber sufrido antes, es
imposible madurar y sentirse adulto sin haber conectado alguna vez con el vacío interno más
profundo, es imposible seguir el camino de la autorealización sin haber pensado en la muerte.“Es
horrible admitir que cada pérdida conlleva una ganancia”. Pero es así.
Al hacer su explicación de las etapas del duelo, Bucay recurre a la metáfora de la sanación natural y
saludable de una herida. Esta sanación pasa por diferentes etapas hasta que la herida ya no duele ni
sangra porque ha alcanzado su curación. Sin embargo, queda la marca del proceso vivido: la cicatriz.
Así, en la sanación de una herida normal se dan las etapas de vasoconstricción, dolor agudo,
sangrado, coágulo, retracción del coágulo, reconstrucción tisular y cicatriz. Bucay hace un paralelismo
con estas fases para hablarnos de las etapas del duelo:

 Incredulidad (vasoconstricción). Ante la pérdida la persona cree que no puede ser, que ha
habido un error, que está viviendo una pesadilla de la que va a despertar. Piensa que es demasiado
pronto, que no estaba previsto… En definitiva se niega la muerte que se ha producido y se la
cuestiona, por muy anunciada que estuviese. El afectado no nos escuchará porque está en estado
de shock por la noticia inesperada.
 Regresión (dolor agudo). Una vez superada la incredulidad, el sujeto conecta con el dolor agudo
del “darse cuenta” de lo que está sucediendo. Como dice Bucay: “Es como si nos alcanzara un rayo.
Después de todos los intentos para ignorar la situación, de pronto nos invade toda la conciencia
junta de que el otro murió. Y entonces la situación nos desborda, nos tapa; de repente el golpe
emocional tan grande desemboca en una brusca explosión”. Se llama etapa de regresión porque
parece que uno regrese a la etapa de la niñez: lloramos, gritamos, pataleamos, decimos cosas sin
sentido… En definitiva, explotamos con la sensación de no poder gestionar nuestras emociones,
como cuando éramos niños. En esta etapa el afectado todavía no nos escuchará, pues está
irracionalmente apresado por sus emociones que lo conectan con el dolor más profundo.
 Furia (sangrado). Llega una fase de enfado. ¿Con quién? Pues con aquellos que consideramos los
responsables de la muerte: el conductor del coche con el que chocó, el cirujano que no lo salvó, el
destino que nos lo arrebató, Dios que se lo llevó, el mismo difunto que nos abandonó dejándonos
justo ahora que tanto lo necesitábamos… Se busca a un culpable para responsabilizarlo de la
muerte del ser querido.
 Culpa (coágulo). Nos sentimos culpables con aquellos con los que nos hemos enojado en la etapa
anterior o con nosotros mismos por no haber podido evitar la muerte: “Lo tendría que haber
llevado al médico y me desentendí”, “Si no le hubiese dejado el coche…”. También nos sentimos
culpables por aquello que no le dijimos ni hicimos en vida: “No le dije cuánto lo quería”, “No la
cuidé lo suficiente”…
 Desolación (retracción del coágulo). La culpa va en aumento hasta que llegamos a esta fase, la
más dura, la de la verdadera tristeza que da nombre al libro de Bucay. Es una tristeza muy
dolorosa y destructiva, que nos provoca agotamiento. Aunque no tenemos una depresión, parece
que la tengamos pues ha llegado la desolación, la inapetencia y la desesperación más profunda.
Nos sentimos impotentes porque ya no podemos hacer nada: el otro murió y no volverá nunca
más, nos sintamos como nos sintamos y hagamos lo que hagamos. Aparece el fantasma de la
soledad al tener que continuar transitando por los espacios que la persona que murió llenaba y que
ahora han quedado vacíos. Un vacío físico que nos lleva a sentir un gran vacío interior y a
retraernos para dentro. Cuando acompañamos a alguien que se encuentra en esta etapa, al
empatizar, sufrimos con él pues, como afirma el autor, vemos en sus ojos que “algo se ha muerto
en ellos”.
 Identificación y fecundidad (reconstrucción tisular). Llega un momento en el que la persona
se da cuenta de que le gustan las espinacas (como le gustaban a ella) cuando antes ni las probaba,
que está mirando un partido de futbol (partidos que a él le entusiasmaban) cuando antes no los
soportaba… Se trata de una fase en la que el afectado se identifica de alguna manera con el que no
está: primero se da cuenta de la cantidad de cosas que tenían en común y, a continuación, se
identifica con alguna de ellas. En esta fase, el afectado puede llegar a idealizar transitoriamente
algunas características de la persona que murió, pasando más adelante a darse cuenta de esta
valoración exagerada de sus virtudes. En ocasiones, esta idealización no termina nunca, aspecto
que dificulta la elaboración del duelo. Además después de la identificación, se da una fase de
fecundidad, pues la persona transforma el duelo caracterizado únicamente por el dolor en una
historia que le da sentido a su propia vida. El afectado empieza a hacer algunas acciones dedicadas
a la persona que murió o inspiradas por el vínculo que tuvo con ella y, de esta manera, tiñe a la
pérdida de una congruencia y de un valor que antes no era capaz de ver.
 Aceptación (cicatriz). La persona se recoloca en la vida que sigue, comprendiendo que ella no ha
muerto a diferencia de la persona que sí que falleció. Es decir, después de la etapa anterior en la
que se identificaba con la persona que murió (él era como yo), pasa a diferenciarse de ella (pero él
no era yo). Sin embargo, esta diferenciación implica, a su vez, la integración e interiorización del
otro en uno mismo: algo de él quedo en mí y por eso las cosas que viví y aprendí con él siguen
vivas en mí.
Como nos dice el autor, al final del proceso queda una cicatriz que nos recuerda que la pérdida se
supera pero nunca se olvida. Cuando la elaboración del duelo es óptima, recordar la pérdida ya
no duele pero se recuerda porque ahí está: el padre que perdimos dejó algo en nosotros, la pareja de la
que nos divorciamos reconstruyó algún pedacito de nuestra persona, el hijo que no llegó a nacer
provocó algún cambio en nuestra identidad.

Anda mungkin juga menyukai