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SOBRE LA ALIENACIÓN – BREVE COMENTARIO CRÍTICO

EN RESPUESTA A LOS MODERNOS DETRACTORES DE MARX


Lev Wasiliew

1. Qué es la alienación

La alienación, como concepto, parte de una premisa básica insoslayable como pilar del presente
modo de producción capitalista: la situación del trabajador relegado a ser una simple mercancía,
que, aunque peculiar, puede comprarse y venderse como tal. Esto significa que, si el trabajador debe
vender su fuerza de trabajo para poder ejercer, es porque carece, en primer lugar, de los medios con
los que ejercer su propio trabajo: carece de medios de producción.

Este es el núcleo del concepto de alienación: el trabajador no dispone de medios de producción, de


forma que tampoco dispone del resultado de su propio trabajo (pues este pertenece a quien compra
por un período de tiempo dado la fuerza de trabajo). Su propio trabajo queda separado de su
productor, porque la esencia del mismo como productor (es decir, poder ejercer su trabajo) está
separada de sí mismo dado el hecho de que carece de medios de producción. Esta separación del
fruto del trabajo respecto a los trabajadores que lo producen, siendo apropiado por el propietario
privado de los medios de producción para el que estos trabajadores ejercen; esto mismo se llama
“enajenación”. La enajenación del trabajo es la columna vertebral del modo de producción
capitalista, y el resultado de la alienación.

En resumidas cuentas: alienación es el extrañamiento del trabajador respecto a su “esencia”


productora (medios de producción), que deja de depender de él. Esta alienación “desvaloriza al
trabajador”, de acuerdo con Marx, debido a que en el sistema de trabajo asalariado se hace que la
contrata de este trabajador asalariado, de este proletario, sea más posible y frecuente cuanto menor
sea el precio de su fuerza de trabajo (expresión monetaria del salario). La única garantía de éxito del
proletario aislado pasa por rendirse a las condiciones del capital. El proletario, en tanto que
trabajador enajenado, tiene como condición única para existir el alienarse en el mercado ante el
capital.

Esta alienación en el proceso de producción, este extrañamiento del trabajador ante su esencia
misma, no puede ser sino la causa de alienación en otros campos, como por ejemplo el ideológico:
en lo referido a los intereses de clase.

Se define por intereses de clase aquéllas acciones que los miembros de una clase social emprenden
en pos de asegurar su existencia como individuos sociales. Según la base material de cada clase
social (es decir, su rol en las relaciones de producción: qué hacen para obtener la fuente principal de
su sustento), los intereses de clase variarán.

Los miembros de una clase social, así como los de toda la sociedad, por el mero hecho de existir no
son automáticamente conscientes de cómo funciona el mundo que les rodea. La simple experiencia
les hace aprehender nociones básicas y superficiales acerca de los mecanismos de la sociedad (por
ejemplo: recibo dinero por trabajar, ergo pagan mi trabajo). Pero de la observación no profundizada
a la realidad de los hechos observados hay un trecho. Únicamente la observación científica y
analítica de los fenómenos puede desentrañar cómo funcionan realmente los procesos sociales que
nos afectan y de los que formamos parte.

Los intereses de clase, en sus manifestaciones más sencillas, escapan a las explicaciones científicas
sobre la sociedad en que se vive. Nadie necesita saber que el salario es el valor de la fuerza de
trabajo de un grupo dado de proletarios para saber que si no llegas a fin de mes necesitas más
dinero: un salario mayor, o bien pluriemplearte, etc.

Estas manifestaciones sencillas del interés de clase suelen ser incompletas: no van contra la raíz del
mal que aqueja a una clase determinada. El interés de clase adquiere formas más complejas
conforme se desarrollen en el tiempo los problemas por subsistir de una clase social determinada (la
competencia entre obreros y la competencia entre burgueses, por ejemplo). En el caso de los
proletarios, la mejor ilustración de esto es el nacimiento del sindicalismo.

Cuando pluriemplearte por trabajos mal pagados no era una opción (especialmente cuando las
jornadas laborales eran tan extensas que el pluriempleo era poco corriente), se requiere que, como
siguiente paso para ganar un poco más de dinero y desasirte de ese grillete encarnado en deudas y
números rojos, el capitalista te pague un poco más en uno de esos trabajos que posiblemente
combines. Lo que parece una lucha individual (yo quiero que a mí me paguen más), resulta que
conviene a todos tus compañeros de trabajo, hundidos en la misma situación. Toda tu clase de
proletarios vive de un salario. Si este es insuficiente, el remedio que les queda a todos ellos es
procurar aumentar el salario.

Al principio no eres consciente del antagonismo con el capitalista. Le pides amablemente ese
aumento. Su rotunda negativa sienta como una puñalada en el pecho. ¿Por qué? ¿Por qué te niega el
derecho a vivir con dignidad, sin agachar la cabeza al pedir al panadero que por favor te fíe una
semana más? No lo sabes. Pero si el capitalista no quiere subirte el sueldo por las buenas, lo hará
por las malas. ¿Cómo presionarlo? ¿Qué tienes para presionarlo? Tu trabajo. Él comercia con lo que
tú produces. No sabes qué es la plusvalía. Pero sí sabes que si dejas de producir para el capitalista,
este verá su subsistencia como tal en riesgo. Y a lo mejor así cede, por miedo a perderlo todo ante el
empuje de la competencia de los demás capitalistas. La huelga se convierte en una realidad.
Este paso en la conciencia de clase fue el primer paso más importante. La conciencia de clase
espontánea, que carecía de ciencia alguna, pudo desarrollarse hasta aquí. Todo se reducía a luchar
cada cierto tiempo porque el capitalista te subiese el salario.

Esto tan básico es interés de clase. Y se desprende de algo totalmente minúsculo, como hemos visto.
Según qué hagas para conseguir el dinero con el que subsistir, te comportarás llevándote a acciones
encaminadas a mantener y mejorar dichas fuentes de ingresos. Si trabajas en el campo, cobrando
una miseria, pero también ganas mucho dinero porque tus dotes de pintor son fabulosas y tus obras
se venden a buen precio, a lo mejor no querrás meterte en problemas en una lucha sindical junto a
tus compañeros del campo. ¿Para qué?, pensarás. En este sentido, tus condiciones materiales de
existencia te hacen orientarte hacia mantener la estabilidad que te proporciona la fuente mayoritaria
de ingresos: el arte, en este caso, sin arriesgar lo demás, porque te basta y te sobra con lo que tienes
y no necesitas asumir tales riesgos. Las condiciones materiales de vida social de cada cuál lo
orientan en una serie de intereses, cuya agrupación con intereses homólogos conforma los distintos
intereses de clase que se dan cita en el campo de batalla de la sociedad actual.

Volvamos al sindicalismo. Este interés de clase espontáneo no puede salir del constante ciclo de
subidas y bajadas de salario: su lucha queda atrapada, por definición, en aquél. ¿Cómo solucionar el
problema de una vez por todas? Esta tarea es la que consiguieron resolver las investigaciones de
Karl Marx y Friedrich Engels. Ellos desarrollaron el interés de clase consciente para la clase que,
según sus descubrimientos, estaba llamada a derrocar las relaciones de producción actuales y
sustituirlas por otras nuevas: el proletariado.

Muchos eruditos burgueses, queriendo atacar al marxismo, identifican interés de clase espontáneo,
que no depende del conocimiento científico de la situación en que se vive, con el interés de clase
consciente, que es la máxima expresión de la conciencia de clase y que se dirige contra la raíz del
problema, de la contradicción, de la lucha de clases, de la que sólo el proletariado puede salir pues
es la única clase que puede acabar con su antípoda, la burguesía, que no puede acabar con el
proletariado porque vive de enajenar el trabajo de éste.

Nos dedicaremos a este problema en el epígrafe siguiente.

Hasta ahora hemos hablado de la alienación del proletariado, de las condiciones de su alienación. A
esto falta añadir que su situación económica le dificulta adquirir conocimientos científicos: el
tiempo para ello. A pesar de esto, grandes científicos y pensadores han salido de entre las filas del
proletariado, lo cuál es mil veces más meritorio que la ristra de científicos burgueses que se graduan
cómodamente gracias a su pudencia económica.

La ciencia pertenece a la burguesía, si no en tanto a quiénes la ejercen, sí formalmente (los


materiales para estudiar y aprender son simples mercancías, producidas por la enajenación del
trabajo asalariado y lanzadas al mercado únicamente porque y en cuanto rindan beneficio a los
capitalistas que las producen). Pero a pesar de esto, la burguesía también puede estar alienada.
Aunque de un modo completamente diferente.

La burguesía vive para y por el mercado, y no para sí. El mercado ejerce su tiranía sobre los
burgueses, tiranía que los burgueses hacen pesar en manos de su fuente de ingresos humana: el
trabajador asalariado, del que extraen la plusvalía (es decir, la diferencia entre el trabajo necesario
para que el trabajador subsista y todo el trabajo que éste puede producir en una jornada, siendo el
primero siempre menor al segundo, y cada vez en mayor proporción, conforme la productividad y la
mecanización avanzan en marcha aplastante).
A continuación, en los siguientes epígrafes, trataremos de la alienación ideológica del proletariado:
es decir, cuando obra en contra de sus intereses de clase no espontáneos (pues esto es imposible ya
que lleva a la muerte).

La alienación ideológica ocurre cuando el proletariado pierde de vista “la esencia” de sus intereses
generales; cuando se extraña de ésta. Es en este sentido en el que puede hablarse de “alienación”. El
fin de esta alienación es de naturaleza triple: por una parte, la agudización de la lucha de clases
espontánea en las crisis económicas. Por otra parte, la concienciación científica del proletariado. Y
por último, la destrucción de las condiciones materiales que llevan a la alienación (la enajenación,
el sistema de trabajo asalariado, la gran propiedad privada que la posibilita).

2. Qué se le objeta y crítica a las objeciones

Pero llegaron los críticos antimarxistas a intentar desmontar todo lo dicho hasta ahora. ¿Tendrán
alguna razón, además de, irónicamente, su interés de clase como biempagados del Capital?
Tomemos por ahora sólo un ejemplo: el sociólogo burgués Ernest van den Haag, que “argumentó”
contra la tesis de la alienación en su ridículo artículo “El marxismo como pseudociencia” (Marxism
as pseudoscience, Reason Papers, n.º 12, 1987)1, haciéndolo en dos direcciones: por una parte,
negando la objetividad de los intereses de clase y, por otra parte, rechazando la importancia de las
clases sociales en el desarrollo de la historia social.

“Hay a menudo fricciones entre intereses económicos objetivos dentro de una clase-
según-Marx. Por ejemplo, entre los obreros. Los conflictos ocurren en torno a
problemas como la migración, el comercio internacional, la religión o la cuestión
racial. Y los obreros pueden tener intereses objetivos en común con los burgueses y
en oposición a otros grupos de obreros. La clase social es menos decisiva que, por
ejemplo, la raza al determinar las opiniones políticas de cada cuál. […] Si se les
convence de que deben actuar de acuerdo a sus “intereses de clase”, pueden llegar a
hacerlo. La profecía se satisface a sí misma. Pero la acción proviene de la propaganda
racial, de clase, etc. y no de una raza o clase como conjuntos de hechos objetivos.”
(van den Haag, op. cit.)

El nivel de confusionismo al que se ha llegado en este párrafo tomado de la bufonada del Sr. van
den Haag no tiene parangón en la literatura reciente (si excluimos casos más famosos y análogos,
pero casi repetidos punto por punto, como son Popper y Bunge). Para empezar, está bien que señale
que puede haber momentos históricos en que los intereses de la burguesía y del proletariado
concuerden. Lo que le falta añadir (y este es su error fatal) es que esa comunidad de intereses no es
sino pasajera y que está llamada a explotar en lucha de clases tarde o temprano.

Pongamos un ejemplo histórico sencillo. En la Gran Bretaña de comienzos del siglo XIX,
proletarios y burgueses se daban cita en las filas del Partido Liberal, ya que tenían un interés común
en barrer los restos del feudalismo en el Imperio. Los burgueses lo necesitaban para quitarle al
comercio y a la circulación de capital todas las trabas nobiliarias que podían realentizarlo. Los
proletarios lo necesitaban porque estaban hartos de que los nobles los cargasen con más dificultades
materiales de aquéllas con las que ya tenían que cargar, de modo que esos nobles pudiesen costearse
una vida de lujos y apariencias en detrimento de la vida de los obreros.

Sin embargo, las crisis capitalistas de entre 1820 y 1840 comenzaron a escindir las filas de este
partido. Nació el movimiento cartista, luego dirigido por el célebre socialista utópico Robert Owen.

1 https://reasonpapers.com/pdf/12/rp_12_3.pdf
El movimiento obrero afloraba en busca de unas mejores condiciones de explotación, y toda la clase
burguesa no tardó en manifestarse en contra de los sindicatos, persiguiendo a sus líderes y trabando
su existencia a más no poder, situándose así (en tromba) del lado de los nobles contra el
proletariado. ¿Podemos decir que se mantuvo la comunidad de intereses entre la burguesía y el
proletariado? No: esta no es sino coyuntural, como ya hemos mencionado. Y desde ese momento
histórico, salvo casos normalmente asociados a las bonanzas económicas, esta escisión de intereses
ha sido inalterable en el fondo. ¿Qué cambió para que la dejase de haber? Las condiciones
materiales de vida social, término este que brilla por su ausencia en el texto de van den Haag.

El hecho que determina el interés de clase no es sino este: las condiciones de vida de sus miembros.
Pese a toda la variedad en las mismas que podemos hallar entre las filas del proletariado y sus
aliados de clase, hay al menos dos variables transversales determinantes (es decir, fenómenos que
les afectan a todos por igual). Primero, la miseria y la inseguridad de la vida que van atadas a las
crisis capitalistas cíclicas. Y segundo, y más importante como factor homogeneizador: una misma
forma de ganarse el pan; la venta de fuerza de trabajo, en el caso del proletariado.

Las condiciones en que esta venta tenga lugar determinan la actitud práctica inmediata de cada cuál.
Los bien pagados no tendrán problemas en seguir a su burgués hasta la tumba (o hasta que dejen de
estar bien pagados). Mientras, quienes están acosados por la temporalidad de su empleo y tienen
que alternar un trabajo con otro y con breves pero miserables períodos de paro, son menos
propensos a abandonar las oportunidades para forjar un conflicto laboral. Ellos necesitan forzar al
burgués a mejorar sus condiciones de vida, porque de lo contrario esta misma vida de cada uno de
esos proletarios se verá amenazada.

El error de van den Haag es, además, confundir opinión con interés. ¿No puede ocurrir que yo opine
en contra de mi interés? ¿Cuántas veces ocurre en la vida que se hace algo perjudicial para nosotros
mismos porque no se conoce la magnitud ni repercusiones de ese acto o, si se conocen, se les resta
importancia? Lo mismo ocurre con los intereses de clase y la opinión política.

Oigamos al propio van den Haag:

“Más aún: si asumimos que las clases sociales son tan importantes como Marx pensó
pero que las personas no actúan de acuerdo a lo que su clase les supone que hagan,
por el mero hecho de que no han leído a Marx […] si la conciencia de clase se
convierte en una variable independiente respecto a pertenecer a una clase y si la
pertenencia a una clase social no es ni suficiente ni necesaria para consecuir dicho
comportamiento esperado, entonces las clases sociales son únicamente uno de
muchos grupos que influencian las acciones del hombre en algunas ocasiones [y nada
más].” (ídem.)

El error es tan patente que duele describirlo. Cualquiera puede opinar en contra de sus intereses.
Pero cuando se trate de algo innegociable, como es la manutención de sí mismo: comer, vestirse,
pagar alquiler, etc. (cosas que en la clase obrera provienen de un salario y de su explotación diaria
por el capitalista), aquí la cosa cambia. Pongamos un ejemplo. ¿No recordamos a los curas católicos
de origen humilde luchar en la Guerra Civil española contra las hordas del fascismo internacional?
Su opinión hasta que su vida se vio amenazada era poner la otra mejilla, amar al prójimo, etc. ¡pero
poco después, cuando sus familiares eran masacrados, violados, obligados a emigrar, etc. se les vio
armados con fusiles a orillas del Jarama! La diferencia entre opinión e interés es, pues, obvia.

El interés de clase parte del modo en que cada cuál produce y reproduce su propia vida: es decir, de
cómo consigue los medios materiales para mantenerse vivo y acometer sus variopintos proyectos
vitales. Por encima de esto se encuentra, a modo de sombrilla hincada en la arena de lo anterior, la
opinión: la ideología. Esta puede armonizar con los intereses objetivos de clase o no. Lo que cambia
con la concienciación de clase que llevamos a cabo los marxistas-leninistas no es el interés de clase
en sí, sino la opinión que se desprende de él o pese a él.

El marxismo toma los momentos históricos de agudización objetiva de la lucha de clases como base
para la revolución porque es en estas situaciones cuando los intereses de clase objetivos arramblan
con toda opinión que se encuentren por delante: las reducen todas a lo mismo. Es la lucha por la
existencia, pero no de las especies, sino de dos épocas históricas radicalmente opuestas: una en
plena decadencia y la otra queriendo germinar pese a las plagas del pasado. Esto es lo que nos debe
quedar claro.

Finalizaré esta breve exposición con un ejemplo histórico: el nacimiento del Partido Bolchevique.
En sus primeras fases de desarrollo, este Partido ejemplar (hasta que las termitas tumbaron el roble)
tuvo que enfrentarse a muchos enemigos. Para nuestro tema nos interesan los “economistas”, que
confundían igual que van den Haag “interés de clase” con opinión o conciencia. Pero en vez de
negar la primera en función a la variabilidad alienada de la segunda, los “economistas”
propugnaban que la segunda era irrelevante mientras existiese la primera, a la que todo se reducía.
Stalin dirigió esta magnífica crítica a estos revisionistas en su crónica y análisis redactados y
publicados bajo el título: “Brevemente sobre las discrepancias en el Partido”.

“¿Qué hacían, pues, los ‘socialdemócratas’ [1] de entonces (se les llamaba
“economistas”)? Incensaban el movimiento espontáneo y repetían con toda
despreocupación: la conciencia socialista no es tan necesaria para el movimiento
obrero, también sin ella éste alcanzará felizmente su meta, lo esencia es el propio
movimiento. El movimiento lo es todo, y la conciencia, una nimiedad. Un
movimiento sin socialismo: a eso tendían. […] Había que exponer públicamente la
idea de que el movimiento obrero espontáneo sin socialismo equivale a un vagar en
las tinieblas, que si conduce algún día al objetivo, nadie sabe cuándo será ni a costa
de qué sufrimientos, y que, por consiguiente, la conciencia socialista tiene una
importancia muy grande para el movimiento obrero.

Había que decir también que la portadora de esta conciencia, la socialdemocracia,


está obligada a introducir la conciencia socialista en el movimiento obrero, a marchar
siempre a la cabeza del movimiento y no contemplar el movimiento obrero
espontáneo al margen de él, no ir a la zaga.

Había que expresar asimismo la idea de que la obligación directa de la


socialdemocracia de Rusia es reunir los diferentes destacamentos avanzados del
proletariado, agruparlos en un partido único y poner fin así de una vez para siempre a
la dispersión del Partido. Y fue ‘Iskra’ la que emprendió precisamente el
cumplimiento de estas tareas. He aquí lo que dice en su artículo programático (v.
“Iskra”, núm. 1):

“La socialdemocracia es la fusión del movimiento obrero con el socialismo”, es decir,


el movimiento sin socialismo o el socialismo al margen del movimiento es un
fenómeno indeseable contra el que debe luchar la socialdemocracia. Y como los
“economistas” y los partidarios de ‘Rabócheie Dielo’ se prosternaban ante el
movimiento espontáneo, como rebajaban la importancia del socialismo, ‘Iskra’
señalaba: ‘Separado de la socialdemocracia, el movimiento obrero se empequeñece y
necesariamente se aburguesa’. De acuerdo con ello, es obligación de la
socialdemocracia ‘señalar a este movimiento su objetivo final, sus tarea políticas,
salvaguardar su independencia política e ideológica […] De aquí se desprende por sí
misma –continúa ‘Iskra’- la tarea que está llamada a realizar la socialdemocracia rusa:
introducir en la masa del proletariado las ideas socialistas y la conciencia política de
sí mismo y organizar un partido revolucionario, indisolublemente ligado al
‘movimiento obrero espontáneo’, es decir, debe estar siempre a la cabeza del
movimiento y su obligación primordial es fundir en un solo partido las fuerzas
socialdemócratas del movimiento obrero.” (Iósif Stalin; “Brevemente sobre las
discrepancias en el Partido”, 1905).

Stalin continúa, y con esto resume la totalidad de este artículo nuestro hasta ahora:

“Los ‘economistas’ se prosternaban ante el movimiento obrero espontáneo, pero,


¿quién no sabe que el movimiento espontáneo es un movimiento sin socialismo, ‘es
tradeunionismo’ que no quiere ver nada más allá de los límites del capitalismo?
¿Quién no sabe que el movimiento obrero sin socialismo significa estancamiento en
el marco del capitalismo, un errar en torno a la propiedad privada, que si conduce
algún día a la revolución social, nadie sabe cuándo será ni a costa de qué
sufrimientos? ¿Acaso para los obreros es indiferente llegar a la ‘tierra prometida’ en
un plazo próximo o después de largo tiempo, por una vía fácil o por una vía difícil?
Está claro que todo el que exalte el movimiento espontáneo y se prosterne ante él,
independientemente de su voluntad abre un abismo entre el socialismo y el
movimiento obrero, rebaja la importancia de la ideología socialista, la proscribe de la
vida e independientemente de su voluntad somete a los obreros a la ideología
burguesa, pues no comprende que la ‘socialdemocracia es la fusión del movimiento
obrero con el socialismo’, que ‘todo lo que sea prosternarse ante la espontaneidad del
movimiento obrero, todo lo que sea rebajar el papel del elementos consciente”, el
papel de la socialdemocracia, equivale –en absoluto independientemente de la
voluntad de quien lo hace –a fortalecer la influencia de la ideología burguesa sobre
los obreros’.

Expliquémonos más detenidamente. En nuestro tiempo pueden existir sólo dos


ideologías: la burguesa y la socialista. La diferencia entre ellas consiste, entre otras
cosas, en que la primera, es decir, la ideología burguesa, es mucho más antigua, está
más difundida y ha arraigado más profundamente en la vida que la segunda; con las
concepciones burguesas tropezamos en todas partes y en todos los terrenos, en
nuestro propio ambiente y en el extraño, mientras que la ideología socialista empieza
a dar los primeros pasos, no hace sino empezar a abrirse camino. Huelga señalar que
si se trata de la difusión de las ideas, la ideología burguesa, es decir, la conciencia
tradeunionista, se difunde con mucha más facilidad y abarca mucho más ampliamente
el movimiento obrero espontáneo que la ideología socialista, que está dando tan sólo
sus primeros pasos. Esto es tanto más cierto cuanto que el movimiento espontáneo –
el movimiento sin socialismo- de todos modos ‘marcha precisamente hacia su
subordinación a la ideología burguesa’.Y la subordinación a la ideología burguesa
significa el desplazamiento de la ideología socialista, por cuanto ambas se niegan
recíprocamente.

¿Cómo -se nos preguntará-, acaso la clase obrera no tiende al socialismo? Sí, tiende al
socialismo. De no ser así, la actividad de la socialdemocracia sería infructuosa. Pero
también es cierto que a esta tendencia se opone, obstaculizándola, otra tendencia: la
tendencia a la ideología burguesa.

Acabo de decir que nuestra vida social está impregnada de ideas burguesas, por lo
que es mucho más fácil difundir la ideología burguesa que la socialista. No debe
olvidarse que, al mismo tiempo, los ideólogos burgueses no se duermen, se presentan
a su manera bajo la cobertura socialista y, sin cesar tratan de subordinar a la clase
obrera a la ideología burguesa. Y si además los socialdemócratas, a ejemplo de los
“economistas”, se tumban a la bartola y van a la zaga del movimiento espontáneo (y
el movimiento obrero es precisamente espontáneo cuando la socialdemocracia se
conduce así), cae por su peso que el movimiento obrero espontáneo seguirá ese
camino trillado y se subordinará a la ideología burguesa, por supuesto hasta que
largas búsquedas y sufrimientos le obliguen a romper los vínculos que le unen a la
ideología burguesa y a emprender la senda de la revolución social.” (ídem.)

3. La alienación, las drogas y las casa de apuestas

Para acabar este artículo, hemos creído conveniente tratar brevemente la alienación en relación a
dos problemas sociales especialmente contemporáneos; el consumo de drogas, por un lado, y el
peligroso auge reciente de las casas de apuesta y de juego entre la clase obrera.

Primero se tratará el asunto de las drogas. Las podemos dividir en drogas legales e ilegales, aunque
esto no obedezca a una división en tanto a sus efectos perjudiciales. En el primer tipo de drogas que
analizaremos en relación con la alienación encontramos fundamentalmente el tabaco, el café y el
alcohol.

El tabaco se ha visto siempre como un ejemplo clásico de alienación, ya que fue una costumbre
burguesa copiada por el proletariado en detrimento de sus intereses. Sin embargo, disentimos con
esta opinión. En tanto que ni el tabaco ni el café afectan al estado mental de quienes los consumen
(exceptuando los períodos de abstinencia), no podemos considerar que funcionen como
potenciadores o catalizadores de la alienación.

Con estas dos drogas ocurre de otro modo. Su función en la sociedad contemporánea es ser vías de
escape (infructuosas en un plano general pero aparentemente funcionales en un plano personal y
cortoplacista) para aguantar la carga del sistema de producción capitalista. Por ejemplo: se consume
café para mantenerse despierto durante los turnos de noche o cuando el descanso ha sido
insuficiente (algo normal en el presente sistema universitario y laboral, de pluriempleo y de empleo
en la industria del ocio). El consumo de tabaco, asimismo, es una costumbre copiada por los
jóvenes a sus mayores de referencia y que, desde que esto ocurre, se convierte en garante de su
concentración mental en la tarea que estén desarrollando en la producción o en el estudio.

Por esto decimos que el tabaco ha pasado de ser un vicio padecido por el burgués a ser un vicio
fundamentalmente padecido por el proletario2, vicio del que el Estado saca una buena tajada en
tanto a las tasas e impuestos con que se sanciona a los productos del tabaco más comunes 3. Esto es
otro impuesto con el que el Estado burgués se ceba a costa de las masas populares. Igualmente, el

2 Con esto no se quiere decir que el consumo de tabaco no sea normal entre los burgueses. Es un modo de aliviar
el estrés para la gente de cualquier clase social que ya se ha criado en ambientes propensos al consumo de esta
sustancia. Pese a todo, sus efectos nocivos son mayoritariamente esquivados por una burguesía con acceso a los
últimos avances médicos y a un estilo de vida saludable, para cuya consecución el proletario debería hacer
sacrificios extremos.
3 Los tabacos de mejor calidad, en tanto que más caros y por ende menos solicitados (cayendo casi en la
categoría de bienes de lujo, como lo son los puros habanos de calidad), carecen de impuestos. La burguesía, que es
la principal consumidora de estos tabacos (aunque el uso de cigarrillos prevalezca en todas las clases sociales), no
paga apenas tantos impuestos como el proletario por consumir tabaco debido al tipo de tabaco que consume,
mientras que el proletariado, confinado a los cigarrillos, debe cargar con este coste adicional sí o sí. Igualmente, el
dinero con el que la burguesía se paga sus vicios y sus impuestos no tiene otro origen que la plusvalía que le
exprime a sus trabajadores y a los de las empresas donde invierte en acciones.
proletariado y las masas trabajadoras no suelen tener ni tiempo ni un espacio para “disfrutar” del
tabaco de mejor calidad, que suele serle muy caro o bien suele carecer de tiempo para consumirlo
(por ejemplo, si fumase en pipa, actividad que suele ocupar de cuarenta minutos a un par de horas).
El proletariado, constantemente entrando y saliendo de edificios y locales donde las leyes antitabaco
sancionan que no se puede fumar, suele echar mano del único tipo de tabaco que permite emplear
cinco minutos o menos en consumirlo, que está ya preparado para fumarse en el momento y que no
requiere más ritual que usar el encendedor. Nos referimos a los cigarrillos, que son además la peor y
más nociva forma de consumo de tabaco (para que la sustancia se mantenga en combustión sin nada
que retenga el calor, como lo haría la cazoleta de una pipa de tabaco, se necesita que el tabaco se
mantenga prendido, hecho ante el que las tabacaleras pensaron la solución más rentable, insalubre y
nociva: el tabaco y el papel en que se enrolla contienen cantidades ingentes de aditivos, alquitranes,
venenos, etc.: todos liberados junto a lo peor del tabaco, que se consigue cuando la planta entra en
combustión y produce humo4).

El proletariado queda, pues, confinado a los impuestos y a los cigarrillos; a una vida de miseria y
enfermedades.

Antes de pasar a tratar el siguiente tipo de drogas, me detendré a explicar brevemente por qué
afirmo que el café y el tabaco no son tanto una fuerza propulsora del proceso de alienación como sí
una respuesta objetiva a estos efectos. El café y el tabaco son tales “vías de escape” porque activan
y relajan al organismo al mismo tiempo. Activan por los efectos objetivos de la nicotina y de la
cafeína, mientras que relajan por satisfacer la necesidad de estas sustancias que tiene un organismo
ya dependiente de las mismas. Ni se puede trabajar con este síndrome de abstinencia, ni se pueden
soportar los abusivos horarios de trabajo y el estrés desprendido de ellos sin un aporte extra de
“energía” que ayude a soportar la falta de horas de sueño.

En efecto. ¿Cómo reaccionamos cuando no hemos dormido bien y necesitamos prepararnos para
una larga jornada de trabajo al día siguiente? La respuesta normal es el consumo de café. Asimismo,
un consumidor de tabaco apenas podrá soportar un día sin hacer uso de alguna de las labores del
tabaco. Por todo esto decimos que estas drogas, en particular, se emplean para soportar la
alienación, la enajenación, pero no para producirlas (pues esto tiene su origen en la absorción de
plusvalía por el capitalista y en la pérdida de un estado mental de autoconsciencia).

Antes hemos dicho que estas drogas no funcionan tanto como otras como sustancias alienantes. Es
decir: funcionan como tales pero tan sólo en un margen muy reducido. El tabaco funciona como
alienante porque el coste económico que supone a su consumidor evita que dicho dinero pueda ser
gastado en el bienestar de aquél. [2] Asimismo, comparte con el café la característica alienante de
los efectos del síndrome de abstinencia. Durante este, las capacidades mentales de quienes lo
padecen disminuyen considerablemente, contribuyendo a la pérdida de su autoconsciencia como
miembro de una clase social.

Pasemos ahora al otro tipo de drogas. El ocio del que abusan muchos jóvenes de todas las clases
sociales hace que primen otras formas de drogadicción que sí funcionan como catalizadores de la
alienación, propulsando sus efectos al máximo. El consumo de alcohol y de drogas duras ha creado
una capa social de “yonkis” cuya vida gira en torno a poder conseguir hoy la dosis de mañana. El
alcoholismo destruye la mente, igual que todas las drogas duras (incluyendo incluso el abuso de
cannabis, pese a ser una droga con menos efectos nocivos que el tabaco, pero afectando
directamente al cerebro). Estas drogas son una anestesia que se inocula al proletariado y a las masas

4 La combustión de cualquier sustancia es más tóxica que el consumo de esta misma sustancia. Imaginemos
unas hojas de menta. Cuando las consumimos, si lo hiciésemos a través del humo que producen al quemarse, nos
intoxicaríamos tarde o temprano, mientras que nadie puede pensar en la posibilidad de intoxicarse consumiendo
menta de forma normal.
trabajadoras para que se evadan de su dura realidad, mientras que los burgueses que las consumen
lo hacen como todo: en un alarde de poderío económico.

El precio de estas drogas añade a la miseria que experimentan los jóvenes y adultos de clase obrera
que caen en su consumo. La deuda constante, los líos con los extorsionadores que controlan la red
de “camellos”, etc. Muchas veces estas situaciones acaban en ajustes de cuentas que van aparejados
con el asesinato y la violencia más demente y reaccionaria entre las filas de la clase obrera. La
droga es una lacra para el pueblo.

El mundo de las drogas es especialmente accesible a quienes no tienen una actividad laboral fija,
puesto que “tienen la noche para ellos” y necesitan evadirse de sus problemas económicos y
personales con mayor presteza. Sin embargo, a corto plazo sí podemos ver cómo se pueden
compaginar la actividad laboral con la fiesta y las drogas sin que éstas interfieran en lo primero,
pero consumiéndose esas sustancias por la misma razón: necesidad de evasión. La evasión de los
problemas, que no enfrentarlos, es una práctica absolutamente alienada y reaccionaria que facilita
que el sistema capitalista siga en pie.

Por último, dedicaremos unos párrafos a un problema que está superando a todos los ya
comentados: el auge de las apuestas y la ludopatía que la acompaña.

Este tipo de negocios se han desarrollado desde que el dinero apareció como tercera mercancía
universal para mediar el intercambio entre dos o más productos. Las apuestas tienen como finalidad
obtener dinero. Los juegos de azar ya eran muy conocidos hace siglos, siendo la base sobre la que
se desarrollaron algunos de nuestros modernos juegos de mesa.

La Lotería, por su parte, se desarrolló en base a este mismo esquema alienante: invierte 5 monedas
para tener la posibilidad de llevarte 100. La crítica a la lotería tendrá su cabida en una entrada
aparte en OCTE-MELSH. Por ahora, nos limitaremos a señalar que fue la “madre” de las apuestas
modernas.

El sector de las apuestas que ha experimentado este auge reciente ha sido el de las apuestas
deportivas. Diariamente nos asaltan agresivos anuncios repitiendo el mismo lema en tonos
dramáticos: APUESTA, GASTA, “GANA”, etc. Una vieja fórmula fraudulenta para hacerse rico.

Las apuestas deportivas responden a la importancia que el capitalismo otorga hoy al deporte, uno de
sus negocios más suculentos y millonarios. ¿Cómo hacerlo aún más jugoso? Engordando a las casas
de apuestas deportivas, haciendo que estas tengan una gran visibilidad en el deporte profesional y
patrocinen a los equipos o deportistas. Se consigue así cerrar un ciclo que se retroalimenta: las casas
de apuestas ganan dinero gracias a las apuestas por resultados y sucesos de un deporte, siendo
además que este dinero va a parar en parte a la publicidad de algunos de los equipos o deportistas
mismos, patrocinados por las casas de apuestas e igualmente los beneficios que estos consigan serán
percibidos en parte por estas casas de apuestas. Un negocio redondo.

Para potenciar este negocio del capital, las casas de apuestas han lanzado en los últimos años una
campaña publicitaria especialmente incisiva y omnipotente, así como han conseguido que los ídolos
deportivos de los jóvenes de origen humilde (que ven en el deporte su única manera de escalar
puestos en la sociedad estratificada del capitalismo) hagan una apología flagrante de las apuestas
deportivas. Pintan en colores simpáticos un mundo depravado de deudas y empobrecimiento.
Porque a ellos, grandes ricachones en chándal, este problema les queda muy lejos. De hecho se
nutren de este negocio esparcido como una plaga en detrimento de la clase obrera y el pueblo
trabajador.
Pero, ¿por qué es la clase obrera la que más incurre en las casas de apuestas? Porque es la que
menos tiene. Ocurre al contrario que en las apuestas ocurridas entre burgueses. Ellos apuestan
porque les sobra el dinero y no les vendría mal que el azar o la fortuna les diese un pequeño
empujoncito en favor de su personal acumulación de capital, en caso de ganar la apuesta. El
proletariado, por su parte, quiere probar suerte para tentar su salida de la miseria. Piensa que no
tiene nada que perder, pero en vez de lanzarse pues a romper los grilletes del capital que lo
dominan, se lanza a gastar lo poco que tiene (o lo que no tiene, endeudándose para ello) en las
apuestas, para conseguir un tentador dinero gratis en caso de salir victoriosa su suposición (“saldrá
rojo en la ruleta, será un as de picas, Barça-Madrid: X”, etc.).

Sus consecuencias son lamentables. El estado mental al que induce esta práctica es de una
alienación comparable con las drogas que actúan sobre las capacidades mentales de quienes las
consumen. Aquí, en el caso de las apuestas, se crea un agujero en los ingresos de la clase
trabajadora (ya de por sí mermados por la explotación y los impuestos). Endeudarse con el banco se
ve una posibilidad factible porque… ¿y si ganas la apuesta? ¡Tendrías para pagar los intereses que
te cobre el banco y, de rebote, la deuda contraída con éste y te sobraría para comprarle un bonito
regalo a tu hermano menor! Pero la posibilidad de que ocurra esto es minúscula.

Normalmente, el único resultado seguro de las apuestas entre proletarios es que unos pocos
miembros de la clase obrera se queden con el dinero que el resto de esta clase ha apostado y
perdido. Esto es, sencillamente, que unos escalen puestos sociales gracias al suave apoyo que les
proporciona la pila de muertos de hambre que va quedando a sus pies. Enfrenta a la clase obrera con
la clase obrera. Y esto es, naturalmente, lo más contrario a sus intereses de clase. Por eso
consideramos que la ludopatía es un cáncer actual, que debe ser extirpado junto al capitalismo que
lo posibilita.

¡Ni uno más lucrándose de la miseria de las masas!

Anotaciones

[1] Debe hacerse saber que el marxismo, hasta 1914, se denominaba a sí mismo
“socialdemocracia”, y que sólo durante y después de la I Guerra Mundial este término comenzó a
ser idéntico a reformismo, pacto con la burguesía, paz de clases, etc.

[2] https://www.who.int/tobacco/communications/events/wntd/2004/tobaccofacts_families/en/

– Datos sobre el consumo de tabaco en España según la clase social y el sexo

– Tabaco y desigualdades según género y clase social

OCTE, 11 de febrero de 2019

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