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9/V/2019

Toda enfermedad epidémica temida, pero especialmente las que se asocian con la licencia
sexual, genera una distinción preocupante entre los portadores putativos de la enfermedad
(que por lo general significa sencillamente los pobres y, en estas latitudes, personas de
piel oscura) y los que se definen como «la población general», según pautas dadas por los
profesionales de la salud y demás burócratas. Las mismas fobias y miedos de contagio
han resucitado el sida entre quienes, con respecto a esta enfermedad, caen bajo la
definición de «la población general»: heterosexuales blancos que no se inyectan drogas
ni tienen relaciones sexuales con quienes sí lo hacen (Sontag, El sida y sus metáforas).

La percepción de un mundo donde las distancias parecían haberse acortado y donde los
seres humanos se vislumbraban más conectados, más enredados; un mundo que
proporcionaba un efecto de proximidad sin precedentes, y la inquietante certeza de que
existimos en una trama infinita de relaciones de inevitable contagio (…). El sida aparecía
como la más singular falla del sistema: un daño social, de orden biológico, que venía a
subrayar otro en la legitimidad de lEstado y las posibilidades asistenciales del orden
internacional (Meruane, Viajes virales).

(«Estuviste en Ghana, pudo ser allí». Me atormentan los interrogatorios. En vez de ser un
enfermo soy un criminal y para más estoy obligado a incriminarme. –Me ubico en el papel
del acusado acosado–. ¿Ghana? ¿Qué sucedió en Accra en 1988? La prostituta se
introdujo en mi cuarto. Tenía el desespero de la miseria debajo de las prendas. No hicimos
nada; yo no podía pagarla. ¿Cómo tenía acceso a las habitaciones del hotel? Y siguen los
interrogatorios por ahí, porque debió ser en Accra, ya que no fue aquí. No fue, no fue.
Pero te estás muriendo) (Rodríguez Lastre, Anticipación de la nada)

-Las cosas están mal, Eugene. La gente ha puesto el grito en el cielo. Están aterrados.
Todo el mundo teme por sus hijos. Gracias a Dios que estás lejos. Los conductores de
autobús de las líneas ocho y catorce no quieren ir a Weequahic a menos que les den
mascarillas protectoras. Algunos no están dispuestos a ir de ninguna manera. (…) Los
forasteros pasan en coche con las ventanillas cerradas pese al calor que hace. Los
antisemitas dicen que es por culpa de los judíos el que la polio se propague en esa zona.
La culpa es de toso los judíos…, por eso Weequahic es el centro de la parálisis y por eso
habría que aislar a los judíos. Se diría que algunos creen que la mejor manera de librarse
de la epidemia de polio sería quemar Weequahic con todos los judíos dentro (Roth,
Némesis).

A dictámenes tan occidentales como oficiales, que de inmediato asignan responsabilidade


a extranjeros de toda índole -migrantes económicos, inmigrantes políticos, turistas
homosexuales y a más de algún azafato- se suma otras versiones, las científicas,
igualmente obsesivas, que aun sin comprender el síndrome, se disponen a cartografiar sus
rutas de contagio, trazar, hacia atrás el punto de inicio (Meruane, Viajes virales).

En la figura autorrefutadora de una guerra tendiente a evitar la guerra, lo negativo del


procedimiento de inmunidad se redobla sobre sí mismo hasta ocupar toda la escena: la
guerra ya no es el reverso siempre posible, sino la única realidad efectiva de la
coexistencia global, donde lo que importa no es tan solo la especularidad de que este
modo se determina entre adversarios que, sin embargo, se diferencia en cuanto a
responsabilidad y motivación iniciales, sino también el resultado contrafáctico que su
conducta necesariamente activo, esto es, la multiplicación exponencial de esos mismos
riesgos que se quería evitar, o al menos reducir, mediante instrumentos que
inevitablemente están destinados, en cambio, a reproducirlos intensificados (Esposito,
Bíos).

Cuando Carrie Buck, una muchacha de Virginia, débil mental al igual que su madre, fue
condenada a la esterilización, recurrió primero a la Corte del Condado, después a la
Cámara de Apelaciones y por último a la Corte Suprema Federal, denunciando la
violación de la XIV enmienda, según la cual «nadie puede ser privado de su vida, libertad
o propiedad sin un proceso justo». Este último recurso fue también rechazado, con esta
motivación aducida por el juez eugenista Oliver Wendell Holmes: «Es mejor para todo el
mundo que, en vez de ajusticiar por crímenes a los descendientes de degenerados, o
dejarlos morir de hambre por su imbecilidad, la sociedad pueda impedir la continuación
de su especie a aquellos que son manifiestamente inaptos. El principio que sostiene la
obligatoriedad de las vacunas es lo suficientemente amplio como para incluir la sección
de las trompas de Falopio [...] Tres generaciones de imbéciles son suficientes». La
muchacha, considerada como «pobre basura blanca» (poor white trash), fue esterilizada
junto con otros 8.300 ciudadanos de Virginia (Esposito, Bíos).

Se dice que los programas del tipo llamado «vacuna» que se empiezan a vender tienen
cierta eficacia; pero la única protección segura contra la amenaza de los virus
informáticos, según los expertos, es la de no compartir programas ni datos. No es
imposible que en realidad la cultura del consumo se vea estimulada por las
recomendaciones de que los consumidores de bienes y servicios sean más cautos, más
egoístas (Sontag, El sida y sus metáforas).

No nos protege tanto nuestra propia piel como algo que se extiende más allá de ella. Es
en este punto donde comienzan a desvanecerse las fronteras entre nuestros cuerpos: entre
unos y otros circulan donaciones de sangre y de órganos que dejan un cuerpo y pasan al
siguiente, y lo mismo sucede con la inmunidad, que es al mismo tiempo un fondo común
y una cuenta privada; aquellos que tomamos prestado de la inmunidad colectiva le
debemos nuestra salud a nuestro prójimo (Biss, Inmunidad).

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