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Autora: Beatriz Pérez Galán

Antropología Política. Textos Teóricos y Etnográficos


Beatriz Pérez Galán y Aurora Marquina Espinosa (eds), Barcelona: Bellaterra, 2011.

INTRODUCCIÓN

Antropología Política. Textos teóricos y etnográficos es el primer volumen de un


proyecto editorial más amplio que aspira a ofrecer al estudiante de antropología un
panorama introductorio a un conjunto de temas y perspectivas teóricas que han
dominado la antropología política desde su fundación en 1940 hasta la actualidad.

Este libro está compuesto por una selección de lecturas, de procedencia diversa,
representativas de la fase central de desarrollo de la antropología política en la que se
consolida un corpus teórico y un discurso propio a través de las aportaciones de
antropólogos políticos hoy considerados “clásicos” como E. Evans-Pritchard, Fortes,
Leach, Gluckman, Swartz, Turner, Tuden, Cohen, Bailey, Sahlins y Asad, entre otros.
Tomando como punto de partida la clasificación establecida por Joan Vincent (2002:2),
esta fase comienza en 1940 con las etnografías de los sistemas políticos africanos
elaboradas por E. Evans-Pritchard, Fortes y Meyer, Leach, Gluckman, desde la tranquila
atalaya proporcionada por el gobierno colonial británico, y finaliza en 1972 con los
cambios políticos derivados de los procesos de descolonización de dos quintas partes
del mundo, la incorporación de las sociedades tribales en organizaciones políticas más
amplias, el fracaso de la guerra de Vietnam y la revolución cubana. Este “cataclismo
político” se traduce en la aparición de una generación de antropólogos en los años
sesenta y comienzos de los setenta –V. Turner, A. Cohen, F.G. Bailey, M.J. Swartz-
que consolida un conjunto de nuevas aproximaciones al estudio transcultural del poder
y de la política que sustituyen el estructuralismo de la corriente anterior por el enfoque
procesual, la teoría de sistemas, la teoría de la acción y el simbolismo político. Los
nuevos intereses incluirán, entre otros, el estudio de las estrategias de los individuos en
su búsqueda por el poder, la situación de conflicto en las naciones recientemente
descolonizadas y la relación entre antropología y colonialismo. Aproximadamente dos

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tercios de las lecturas compiladas en este primer volumen ilustran temas, conceptos y
perspectivas teóricas de esta larga y convulsa fase de la antropología política,
incluyendo autores “clásicos”, que realizan sus aportaciones entre 1940 y 1972, y otros
que escriben en las últimas décadas sobre temas afines bajo nuevas perspectivas
teóricas.

La fase siguiente en el desarrollo de la antropología política comienza a principios de


los años setenta y se consolida durante las dos décadas posteriores. La teoría de la
dependencia y de los sistemas-mundo primero, y la influencia del postmodernismo y de
los paradigmas postestructuralistas después, afectan profundamente a todas las ciencias
sociales y humanas. Los movimientos de liberación de las naciones descolonizadas, la
crítica al imperialismo, al colonialismo y al capitalismo, la influencia de la historia y las
aportaciones centrales hechas por la teoría feminista, plantean nuevas interrogantes y
precisan de nuevos marcos de interpretación. Finalmente, en los años noventa, la
reconceptualización del poder y la crítica a la disciplina subsumen a la antropología en
una profunda crisis de representación en la que la antropología política primero fue
descentrada y después deconstruida (Gledhill, 1999:12 y ss.; Vincent, 2002:127 y ss.;
Lewellen, 2009:31 y ss.).

Los temas de estudio característicos de las últimas tres décadas en antropología política
tales como el estudio de las formas contemporáneas de dominación política y de
resistencia, las políticas de la identidad/alteridad, el feminismo, y los cruces entre
ciencia, tecnología y política, son materia del segundo volumen Antropología Política.
Temas contemporáneos, editado por Montserrat Cañedo y Aurora Marquina. En este
primero, son anticipados a través de las contribuciones de T. Asad y de J. Gledhill en las
que se aborda la relación entre la antropología y el poder.

En conjunto, ambos libros de lecturas surgen para proporcionar a nuestros estudiantes


de antropología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), una
selección asequible de materiales que amplíe los conocimientos y la formación que
obtienen a través de los libros de consulta y de los distintos materiales y recursos que
utilizamos en la enseñanza semi-presencial para facilitar el aprendizaje de las distintas
materias (cursos virtuales, clases de apoyo presenciales, videoconferencias y programas
de radio, entre otros).

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Teniendo en cuenta la vocación holística de la antropología y la acotación
irremediablemente amplia que define el campo de lo “político” hoy en día (Gledhill,
1999; Vincent, 2002), el estudiante encontrará que varios de los temas recurrentemente
tratados en estas lecturas tales como el liderazgo, los sistemas de dominación, las
estructuras de poder y autoridad y las formas de resistencia, son comunes a otros
campos de la antropología. Por esa razón, esta selección de textos complementa y
estimula el estudio de otras asignaturas del grado que, desde ámbitos específicos de
estudio, se interesan por la construcción cultural del poder y de la política. Es el caso de
la antropología del parentesco, antropología y colonialismo en África Subsahariana,
antropología de género, movimientos indigenistas y pueblos indígenas y antropología
del desarrollo.

Por otro lado, más allá del ámbito académico, este libro también puede resultar de
utilidad a todas aquellas personas interesadas en la perspectiva antropológica, en este
caso aplicada al estudio de la política. Concretamente, nos referimos a una forma de
“mirar” y de construir nuestros objetos de estudio que se nutre del relativismo cultural,
derivado de un método -el trabajo de campo-, de un objetivo -la comparación
intercultural-, que viene marcado por el énfasis en el estudio de las prácticas y los
discursos de los actores y por una permanente imbricación entre etnografía y teoría.

La procedencia de las lecturas compiladas en este libro es heterogénea. En primer lugar,


contamos con tres textos (Fortes y Evans-Pritchard, Abner Cohen, Marshall Sahlins)
procedentes del libro del profesor, recientemente fallecido, J.R. Llobera, editado por
Anagrama en 1979 y actualmente descatalogado. Un segundo grupo de lecturas
seleccionadas (Gabbert, Rostworoski, Fernández y Gledhill), estaba disperso en otros
libros editados más recientemente en España o en América Latina. Estas contribuciones
han sido revisadas y eventualmente ampliadas por sus autores para este libro. Por
último, incluimos tres textos que, a pesar de su contribución a la antropología política
en particular, nunca habían sido traducidos al castellano (Asad, 1973) o contenían
notables errores de edición y traducción que dificultaban su comprensión (Gluckman,
1965; Swartz, Turner & Tuden, 1966). Finalmente, nuestra pretensión al seleccionar
estos textos es poner en manos del estudiante de antropología, y por extensión de
cualquiera otra persona preocupada por el estudio del poder y de la política, un libro que

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le permita articular informaciones y conceptos básicos, extraídos del corpus canónico de
la antropología política, y un conjunto de reflexiones críticas sobre algunos de los
problemas epistemológicos desde las que repensar la contribución de la antropología
política a la comprensión y actuación frente a los problemas sociales contemporáneos.

Organización de contenidos
Teniendo en cuenta la distribución general de contenidos entre ambos volúmenes, en
este primero hemos agrupado las lecturas en tres secciones temáticas. Esta división ha
sido guiada por un doble criterio. Por un lado, el distinguir aquellos textos cuyas
aportaciones son más relevantes para comprender el corpus teórico de la antropología
política, de otros cuyo énfasis es de carácter más etnográfico y comparativo. Y, por otro,
ilustrar temas abordados desde y por antropólogos políticos que realizan sus
aportaciones entre 1940 y 1972, referidas al contexto colonial y poscolonial anglosajón,
al lado de otros autores más recientes, especialistas en el mundo colonial de influencia
hispana, que utilizan marcos de interpretación actuales en el tratamiento de temas
similares. No obstante, la distinción entre “textos teóricos” y “textos etnográficos”, que
lleva por subtítulo este libro, no supone una división tajante de contenidos. Se trata de
un recurso ordenador que empleamos de forma flexible, dado que prácticamente todos
las lecturas seleccionadas para este libro utilizan la etnografía como método de
aproximación al estudio de lo político al tiempo que realizan importantes contribuciones
teóricas. Así, por ejemplo, la introducción de Meyer Fortes y Evans-Pritchard al libro
African Political Systems (1940) contiene minuciosas descripciones etnográficas de
tipos de sistemas políticos, pero su contribución teórica resulta más relevante. De modo
análogo, la lectura de Max Glukman sobre la ley (1965), otro clásico de la antropología
política, si bien contribuye a consolidar las bases teóricas de la antropología jurídica, el
interés principal radica en la comparación transcultural desde la que el autor analiza el
funcionamiento y la naturaleza de los sistemas jurídicos y las formas resolución de
conflictos en un conjunto de sociedades nativas de África, el Pacífico y América del
Norte.

Utilizando esos criterios de forma combinada, la primera sección de este libro Situando
la antropología Política contiene tres lecturas que ilustran sendas perspectivas teóricas
centrales en el desarrollo de la antropología política: por un lado, el estructural-
funcionalismo, paradigma dominante durante los años cuarenta y cincuenta,

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representado por el texto de Fortes y E. Pritchard (1940), y por otro, la corriente
procesual y la del simbolismo político que irrumpen a fines de la década de los sesenta,
y cuyas aportaciones principales se resumen en las lecturas de Swartz, Turner y Tuden
(1966) y de Cohen (1969), respectivamente.

En la segunda sección Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y formas de resolución


de conflictos, hemos reunido a antropólogos que abundan en la ruptura con el
estructural funcionalismo clásico -caso de M. Gluckman y M. Sahlins-, junto a otros
contemporáneos –Fernández y Gabbert- y una etnohistoriadora dedicada al estudio de lo
político –Rostworowski-. Todos ellos abordan temas recurrentes en la historia de la
antropología política -el liderazgo y la sucesión política, el impacto de la colonización
en las formas de gobierno autóctonas, el pluralismo legal y la resolución de conflictos-
bajo marcos analíticos que hacen hincapié en la importancia de la historia y las
estrategias de los individuos en su lucha por el poder.

La sección III Políticas de la Antropología, nos introduce a través de dos autores,


cruciales en antropología política -Asad y Gledhill-, y sus respectivas lecturas, en el
análisis de las ideologías y las relaciones de poder en el contexto de las cuales los
antropólogos producimos nuestros objetos, interrogando al lector del por qué, el para
qué y el para quién de la investigación antropológica.

El libro se cierra con una contribución, a modo de contrapunto, ajena a la antropología


política estricto senso. Esta lectura está pensada como un alto en el camino y pretende
cumplir una doble función. De un lado desconcertar al lector al encontrase en un libro
de antropología política un texto de tintes filosóficos de un humanista -Silo- y, por otro,
provocar la reflexión sobre problemas contemporáneos desde una perspectiva
alternativa.

En el resto de este capítulo introductorio nos proponemos situar las lecturas


seleccionadas en su contexto respectivo y avanzar algunas de sus aportaciones.

I. Situando el desarrollo de la Antropología Política (1940-1972)


Si bien desde mediados del siglo XIX el estudio de los aspectos políticos de las
llamadas “sociedades primitivas” había estado presente en los escritos de los primeros

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antropólogos evolucionistas unilineales –Morgan, Maine, Lowie-, existe un consenso
generalizado en establecer en 1940 el inicio de la antropología política como un
subcampo tardío de especialización dentro de la antropología social y cultural. Ese año
se producen dos hechos fundamentales que dotarán de coherencia propia este campo:
por un lado, la publicación del libro The Nuer, de E. Evans-Pritchard, sobre la tribu del
mismo nombre ubicada al sur de Sudán. Y, por otro, la publicación de African Political
Systems, un estudio comparado de ocho sistemas políticos africanos “primitivos”,
editado por Meyer Fortes y E. Evans-Pritchard, alumnos de Malinowski y de Radcliffe-
Brown. En conjunto, ambas obras constituyen un parteaguas en el desarrollo de un
corpus teórico propio en antropología política.

Sus autores representan a una generación de antropólogos abocados al estudio y


clasificación de los sistemas políticos de las sociedades nativas coloniales: Evans-
Pritchard (1902-1973), Meyer Fortes (1906-83) Max Gluckman (1911-75) y Edmund
Leach (1910-89). Todos eran hombres, jóvenes y ciudadanos del imperio británico que
desarrollaron su trabajo de campo en los años treinta del siglo XX, en plena época
colonial. Tanto por la permanencia de su legado en el tiempo, como por el valor
formativo de sus aportaciones y por su contribución a consolidar las bases de la
antropología política, estos autores son considerados los “clásicos” de la antropología
política.

La introducción al libro African Political Systems escrita en 1940 por Meyer Fortes y
E. Evans-Pritchard, primera lectura de esta compilación, es un claro ejemplo de las
aportaciones mencionadas (Fortes y Evans-Prtichard, 1940). En primer lugar, los
autores pretenden establecer y delimitar las fronteras de la antropología política como
un campo propio y separado de otras ciencias como la filosofía política y la ciencia
política comparada, con las que comparte el mismo objeto. Entre las contribuciones
distintivas de la antropología al estudio de lo político, Fortes y E. Evans-Pritchard
mencionan tres: el trabajo de campo etnográfico, la perspectiva inductiva y el método
comparativo. En segundo lugar, este texto es uno de los ejemplos más claros del interés
por la clasificación y el estudio de las funciones de las instituciones políticas de las
sociedades coloniales africanas. Este interés, motivado por la política colonial británica
de mantener el gobierno indirecto, se extenderá en una plétora de taxonomías y
clasificaciones de sistemas políticos coloniales y dominará la antropología política

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durante prácticamente las dos décadas posteriores. En tercer lugar, el estructural-
funcionalismo se instala definitivamente como modelo de análisis sincrónico de las
sociedades, concebidas orgánicamente como entes aislados y relacionadas
funcionalmente para conseguir el mantenimiento del equilibro y del orden social.

Siguiendo un esquema centrado en el estudio del papel desempeñado por el parentesco


(filiación unilateral) y el territorio en la organización política, la densidad y distribución
de la población, el modo de subsistencia y el papel desempeñado por el uso de la fuerza
y la religión en el mantenimiento del orden social y político, los autores establecen una
tipología de sistemas políticos africanos. Por un lado, aquellos con autoridad
centralizada e instituciones jurídicas y administrativas (estados primitivos) cuya
organización administrativa rige las relaciones sociales de los grupos y base de la
estructura social -caso de los sulu, ngwato, bemba, banyankole y kede- y, por otro, los
que carecen de autoridad e instituciones (sociedades sin estado o acéfalas). En estos
últimos - los logoli, los nuer y los tallensi-, la toma de decisiones se organiza en grupos
de familias y en grupos corporativos de descendencia unilineal. Dado que el equilibrio
social se presupone como premisa, el principal objetivo para sus autores consiste en
demostrar como los diversos grupos mantienen un equilibrio de fuerzas que tiene como
resultado una estructura social estable a través de la religión, los rituales y los
intercambios económicos.

La antropología política, iniciada en los años cuarenta con Fortes y Evans-Pritchard y


orientada al análisis de los sistemas, pronto abrió el camino a sucesivas generaciones de
estudiantes. El final del colonialismo africano supuso un cataclismo político que mudó
el interés por el estudio de las características formales, las estructuras y la función de las
instituciones, hacia su dinamismo. En ese tránsito, tres figuras resultan clave: Edmund
Leach, Max Gluckman y Victor Turner. Los dos primeros se centran en el estudio del
proceso y del conflicto y denuncian los excesos de la corriente anterior. Defienden que
el conflicto no es la excepción sino más bien la norma por lo que, sólo desde un punto
de vista idealizado, se puede explicar la unidad social. La llamada “Escuela de
Manchester”, constituida por Max Gluckman y algunos de sus estudiantes -V. Turner y
F.G. Bailey-, recoge el interés por el estudio del conflicto y comenzó a desarrollar una
nueva interpretación en el estudio de lo político basada en el dinamismo de las
relaciones sociales y en el análisis situacional relativo a personas individuales (Gledhill,

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1999:209-210). Victor Turner, presentó su estudio sobre brujería y el proceso ritual de
la curación a través del análisis de distintos dramas sociales protagonizados por
individuos a los que acompañaba, lo que le llevó a crear un nuevo e influyente
paradigma en antropología política. En 1966 V. Turner edita junto a Marc Swartz y
Arthur Tuden, dos colegas norteamericanos, el libro Political Anthropology, cuya
introducción constituye la segunda lectura recopilada en nuestro libro (Swartz, Turner y
Tuden, 1966).

Este texto tiene un reconocido valor innovador y experimental al reflejar los cambios
teóricos producidos en el estudio de lo político desde fines de los años cincuenta y
comienzos de los sesenta, con el comienzo de los procesos de descolonización de las
sociedades primitivas de Asia, África y el Pacífico estudiadas por los antropólogos. Por
su énfasis teórico, esta introducción marca el inicio del enfoque procesual en
antropología política. Entre los cambios más notables respecto al estructural
funcionalismo, destaca la vocación interdisciplinar desde la que sus autores plantean el
estudio antropológico del poder y de lo político, discutiendo sobre la base de teorías
elaboradas por filósofos políticos, politólogos y sociólogos. Frente al énfasis en la
clasificación de los sistemas políticas de la corriente anterior, desde este enfoque se
define el ámbito de estudio de lo político como “el estudio de los procesos que
intervienen en la determinación y realización de objetivos públicos y en la obtención
por parte de los miembros del grupo implicados en dichos objetivos”. A partir de esta
definición, los autores introducen nuevos conceptos y nuevas unidades de estudio clave
en el estudio de lo político, cuya influencia persiste hasta la actualidad, tales como: el
terreno y la arena política, entendidos como niveles de interacción social, el poder,
cuya definición sobrepasa el tradicional papel ejercido por la fuerza física y el
monopolio de la violencia, la legitimidad y el apoyo.

Desde el horizonte procesual, pero centrado en el estudio de las actividades de los


individuos en su lucha por el poder dentro de unos marcos políticos referenciales más
amplios, se inscribe la contribución de Abner Cohen Antropología Política. El análisis
del simbolismo en las relaciones de poder (Cohen, 1969).

En este texto, su autor discute sobre la relación entre el campo simbólico y la arena
política, concretamente le interesa analizar la influencia de los símbolos en las

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relaciones de poder. Para Cohen, el hombre es, a la vez, hombre-símbolo y hombre-
político, funciones en interacción constante e inseparables. Siguiendo a Leach y
Gluckman, defiende que la contribución más valiosa de la antropología social al estudio
de lo político es la interpretación política de instituciones formalmente no políticas
(religión, parentesco, economía). A partir de la distinción entre forma y función
simbólica, el autor revisa las aportaciones de dos corrientes antropológicas que han
puesto de manifiesto la importancia de los símbolos en el análisis del poder: por un
lado, los teóricos de la acción -Bailey, Barth, Nicholas, Mayer, Boissevain-, entre los
que el mismo Cohen ocupa un lugar especial, y por otro, los estructuralistas del
pensamiento – Needham, Rugby, Douglas, Beidelman- influidos principalmente por
Levi-Strauss. De los primeros, critica el énfasis que ponen en el individuo (el hombre
político) cuando, desde una perspectiva simbólica, la estructura política y su
representación es antes que nada de naturaleza colectiva. De los segundos, su
interpretación de las representaciones simbólicas colectivas cuando se realiza al margen
de las relaciones sociales y de poder, esto es, la tendencia al estudio de los sistemas
simbólicos por sus propiedades formales más que por su función social.

Por último, el autor anima a extender el análisis de las representaciones colectivas y su


función social a las instituciones políticas a las sociedades industriales, sacando
provecho de los hallazgos teóricos y metodológicos extraídos del estudio de sociedades
de pequeña escala, a las que la antropología se había abocado en décadas anteriores.

II. Ejemplos de poderes, tipos de gobierno y formas de resolución de conflictos.

Esta sección proporciona una selección de cinco textos que destacan por su énfasis
etnográfico y comparativo. Todos ellos se ocupan de temas tradicionales abordados en
antropología política como la clasificación de sistemas políticos, el liderazgo, la
sucesión política, el origen y la organización del estado en sociedades preindustriales,
las formas de resolución de conflictos y el impacto político de los procesos de
colonización-descolonización.

Los dos primeros autores incluidos en esta sección son reconocidos antropólogos
procedentes del mundo anglófono –Max Gluckman y Marshall Sahlins-, que escriben
en los años sesenta sobre los sistemas jurídico-legales y sobre las formas de liderazgo

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en las sociedades colonizadas respectivamente. Los tres restantes -Nuria Fernández,
Wolfgang Gabbert y María Rostworowski- han desarrollado sus investigaciones en los
años ochenta y noventa sobre sociedades nativas situadas en la órbita del gobierno
colonial español (Guinea Ecuatorial, Perú y México), ámbito empírico menos conocido
entre nuestros estudiantes de antropología. En sus contribuciones destaca un minucioso
interés por la historia lo que permite a sus autores interpretar las transformaciones
experimentadas por las formas de organización política y de resolución de conflictos
desde la época precolonial hasta el surgimiento de los nuevos estados.

La sección se abre con un capítulo del libro Política, Derecho y Ritual en la sociedad
tribal, escrito en 1965 por Max Gluckman, uno de los clásicos en el desarrollo de la
antropología política y precursor de la antropología jurídica (Gluckman, 1965).
Concretamente el texto reproducido recoge varias secciones del capítulo “¿Qué es la
ley? Problema de terminología”, en el que se reflejan algunas de las aportaciones
centrales que desmarcan a Gluckman del enfoque convencional estructural-
funcionalista: por ejemplo, su énfasis en el conflicto y en el cambio como dos aspectos
fundamentales del orden político de las sociedades nativas africanas.

A partir de una minuciosa revisión de la literatura disponible en inglés hasta los años
sesenta sobre luchas políticas, orden, ley, control social y estabilidad y cambio en los
sistemas políticos de las sociedades tribales (entre los que se incluyen sus propios
trabajos sobre los barotse), el autor estudia el funcionamiento de las leyes, la costumbre
y las instituciones jurídicas en las sociedades tribales colonizadas por el imperio
británico.

Entre las múltiples contribuciones que contiene este texto nos interesa destacar cuatro:
primero, la ampliación de la noción “ley” para aplicarla a cualquier sociedad que en la
práctica tenga reglas, observadas por los miembros del grupo, para definir una conducta
correcta (aunque carezcan de instituciones legales al modo occidental, como sucede en
la práctica en muchas sociedades tribales); segundo, la “incrustación” social de los
comportamientos políticos y de las estrategias utilizadas para resolver conflictos e
imponer la ley, lo que supone que lo político no se pueda comprender al margen del
resto de las relaciones sociales; tercero, la relación intrínseca entre ley y costumbre
(derecho consuetudinario). Para Gluckman, a diferencia de otros autores que se habían

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ocupado previamente de este tema (Nadel, 1947; Bohannan, 1957), la ley entendida
como un conjunto de normas obligatorias incluye también a la costumbre; y, cuarto, su
propuesta metodológica de “estudios de caso” que utiliza en el estudio de las leyes y de
la costumbre, pleitos, disputas y acuerdos. Según la cual, propone partir de esquemas de
derecho que no dependan de un vocabulario técnico especial o particular de una tribu
para ser validados.

Abundando en el carácter etnográfico y comparativo del estudio antropológico de


distintas formas de gobierno, situamos la contribución de Marshall Sahlins “Hombre
pobre, hombre rico, gran hombre, jefe. Tipos políticos en Melanesia y Polinesia”.

Sahlins, uno de los antropólogos contemporáneos mas valorados, es conocido por sus
investigaciones sobre las sociedades nativas del Pacífico Sur en las que ha enfatizado el
estudio de la relación entre estructura e historia (1985), una interpretación de la
historicidad nativa de los hechos, o la dimensión simbólica e ideática de la cultura frente
al utilitarismo materialista (1976). Este texto, escrito en 1963, se inscribe en una etapa
temprana del autor en la que destaca su interés por la clasificación y la comparación de
sistemas políticos preindustriales, uno de los temas tradicionales dentro de la
antropología política. Para ello recurre a un análisis estructural de tipos de liderazgo
“ideales”, que le permite clasificar e interpretar la variabilidad política que encuentra en
las sociedades melanesias y polinesias de la etapa colonial.

El estudio de las características de cada tipo político le permiten afirmar que, mientras
que el jefe polinesio es un cargo político institucionalizado al cual se accede mediante la
pertenencia al linaje que detenta el poder, el gran hombre melanesio es, más que un
cargo político, un status, una posición que se construye socialmente a partir de las
acciones sobresalientes de una persona generalmente basadas en la redistribución de
riquezas (potlatch) y en sus cualidades personales (fuertes guerreros, líderes
carismáticos). Estos liderazgos se insertan en estructuras políticas fuertemente
diferenciadas. Las melanesias son segmentarias, las polinesias piramidales: en aquellas,
los bloques políticos son variados, concentran pocos miembros, poseen el mismo status
y se encuentran significativamente separados los unos de los otros; en las polinesias, los
grupos están integrados a una administración central mediante una jerarquía política y
su status está determinado por el lugar que ocupan en dicha jerarquía. En ese último

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caso, la cantidad de personas que pertenecen al grupo es mucho mayor y con ella, su
capacidad de movilización social, participación política y movilidad social.

La siguiente lectura de este selección abunda en el interés por los tipos de liderazgo
tribales, pero trasladando la reflexión a los estados-nación surgidos en África tras la
independencia colonial de la metrópoli española.

A partir de una investigación etnográfica realizada en los años noventa en Guinea


Ecuatorial, Nuria Fernández Moreno analiza las transformaciones experimentadas por
una estructura política local de jefaturas dispersas y relativamente acéfalas en Guinea
Ecuatorial, a la formación de incipientes estados, y finalmente, al control político del
gobierno colonial español. En el texto Resistencia, Decadencia y colonización en la isla
de Bioko. Análisis de la estructura política bubi la autora ilustra el impacto del proceso
político de colonización-descolonización en las estructuras políticas tradicionales,
constante desde mediados del siglo XX en numerosos pueblos africanos y con
importantes repercusiones en la configuración política contemporánea de África.

Entre las contribuciones que contiene esta lectura para el estudio transcultural de las
formas de gobierno destaca en primer lugar la propia elección del escenario empírico de
estudio, la sociedad bubi contemporánea. Frente a la abundancia de etnografías
realizadas en las zonas de influencia colonial anglófona y francófonas de África, apenas
contamos con registros etnográficos de otras áreas que nos permitan ampliar nuestro
conocimiento sobre los modelos coloniales experimentados y sus formas de
funcionamiento; frente a la mera constatación de la evolución política de esta sociedad,
en este texto resalta el minucioso trabajo histórico realizado por la autora al rescatar,
filtrar y contrastar la información sobre la organización nativa dispersa entre la
bibliografía, la mayoría procedente de viajeros y misioneros que conocieron la isla entre
fines del siglo XIX y comienzos del XX, caracterizada por su orientación colonialista,
sesgada y etnocéntrica. Esta labor sobre las fuentes permite deshacer errores de
interpretación sobre las formas de liderazgo bubi. Por último, relacionado con ese
énfasis metodológico en el pasado, interesa destacar el uso de una antropología de fuerte
contenido histórico que combina el análisis de las fuentes del pasado y el trabajo de
campo etnográfico sobre la sociedad del presente, desde el que Fernández sustenta una
de las hipótesis principales de su investigación: aquella que vincula la estructura política

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y social de la sociedad bubi del pasado con la situación poscolonial del presente, uno de
los debates transversales en antropología política desde comienzos de los años setenta
hasta la actualidad.

El interés por el análisis histórico de los sistemas de organización política y del poder en
las sociedades precoloniales y coloniales del pasado es aún más determinante si cabe en
la siguiente contribución. María Rostworowski, nos transporta al continente
suramericano en los siglos XV y XVI para analizar la organización social y política de
de uno de los estados preindustriales más originales, los incas o Tahuantinsuyu, voz
quechua que significa el “imperio de las cuatro regiones”.

La composición social del Tahuantinsuyu recoge varias secciones extraídas del libro
Historia del Tahuantinsuyu (1988), una de las obras de referencia para el conocimiento
del imperio inca, apenas conocida en España, razón por la cual consideramos de
especial interés incluirlo en esta compilación de textos.

En este capítulo la autora investiga la organización social y política de este grupo


étnico, antes del “cataclismo organizativo” impuesto por el gobierno colonial español.
El Tahuantinsuyu tuvo un desarrollo tardío que se remonta a comienzos del siglo XV,
apenas noventa años antes de que Pizarro llegase en 1532 a las costas del territorio
peruano. En ese corto espacio de tiempo los incas se expandieron por un área de una
extensión aproximada de 5.000 kilómetros – desde el sur de Colombia, todo Ecuador,
Perú y Bolivia, el norte y centro de Chile y el noroeste argentino- habitada por una
población estimada entre 3 y 15 millones de personas (Pérez, 2008: 248). La
originalidad de este imperio consistió en aprovechar y dotar de envergadura estatal un
conjunto de instituciones económicas y políticas de los pueblos subyugados
previamente. Entre ellas, la autora destaca el papel desempeñado por el ayllu, los
curacazgos o señoríos, la organización binaria, la religión y la lengua, y la reciprocidad
y la redistribución como sistemas de intercambio.

Otro aspecto de crucial importancia para la organización del imperio inca, se refiere a la
existencia de una lógica binaria que rige la concepción prehispánica del poder “hanan-
hurin” (arriba-abajo). Este principio impregnaba tanto lo organización del panteón de
divinidades, los ejércitos, los ayllus, los curacazgos, la división jerárquica del territorio

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y una forma de gobierno dual que se convertía en una cuatripartición, como se deriva de
la voz quechua utilizada para denominar la unidad territorial del imperio de las cuatro
regiones o “Tahuantinsuyu”.

Basándose en la información obtenida a través de una enorme cantidad y variedad de


fuentes (crónicas, tradición oral, libros de visitas, juicios, tasas de tributos y censos), la
autora interpreta este sistema dual en el orden político que presidió la expansión y el
posterior gobierno inca, uno de los debates que más controversia han generado en la
historiografía andinista moderna (Zuidema, 1964; Pease, 1991; Rostworowski, 1983 y
1988). Al menos dos elementos más resultan fundamentales para comprender la rápida
expansión política de este grupo étnico: la imposición de una lengua (el quechua o runa-
simi), y de una religión (basada en el culto al sol o inti) común a todos los pueblos
sometidos. Los gobernantes incas, los “hijos del Sol”, fueron de este modo reconocidos
como jefes legítimos de un vasto imperio.

Entre las múltiples contribuciones de este estudio destacamos el profundo conocimiento


de las fuentes, así como el reto permanente que la autora nos propone para no partir de
una perspectiva occidental en la interpretación social, económica y política del
Tahuantinsuyu. Solamente de ese modo, señala Rostworowski, es posible comprender la
diarquía del incanato, la existencia de señores esclavos (curacas yana), la propiedad
privada conviviendo con la reciprocidad y la redistribución, una forma selectiva de
registrar los sucesos históricos, y los modos de conquista y las pugnas internas al elegir
soberano.

La sección II se cierra con una contribución que nos devuelve a la época actual
retomando otro de los temas clásicos en antropología política, el estudio de la ley y de
su aplicación en sociedades nativas, con el que Gluckman iniciaba esta sección.

Si, como hemos visto, hasta los años sesenta del siglo XX un elevado número de
antropólogos inspirados por el funcionalismo y el estructural-funcionalismo (ver textos
de Fortes y Pritchard, Sahlins y Gluckman en esta compilación) encontraron un filón de
estudio en los aspectos relacionados con el estudio de la ley y el mantenimiento del
orden entre los pueblos tribales de África, Norteamérica y el Pacífico, en los comienzos

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del siglo XXI se produce un renovado interés por la antropología jurídica en el estudio
de situaciones de pluralismo legal en contextos poscoloniales. El aumento de la
condición multicultural de todas las sociedades, la creciente normatividad a nivel
internacional sobre el reconocimiento de los derechos políticos de los pueblos indígenas
y un aumento de la descentralización que favorece el respeto a los mecanismos locales
de administración y resolución de conflictos, son algunas de las circunstancias recientes
que explican ese renovado interés por la antropología jurídica.

En Estructura social, normas y poder. El pluralismo jurídico en América Latina,


Wolfgang Gabbert (2003) debate sobre la estrecha relación entre el derecho positivo
nacional y el derecho consuetudinario de las comunidades y pueblos indígenas de
América Latina. Utilizando numerosos ejemplos procedentes de las comunidades
indígenas mexicanas, este texto contribuye a desmitificar una serie de alegatos
culturalistas tanto sobre las comunidades indígenas: su supuesta homogeneidad cultural,
el origen prehispánico de sus formas de organización; como sobre el propio derecho
consuetudinario, a menudo asumido como un corpus coherente de normas, aceptado por
todos y fácilmente traducible y aplicable en cualquier ámbito como sustento de la
armonía social.

A diferencia de la antropología jurídica de la primera mitad del siglo XX, fijada


sobremanera en el estudio de las leyes (ver Gluckman en este libro), Gabbert se interesa
por los individuos en tanto que sujetos políticos y en sus estrategias de negociación en
su lucha por el poder. Para ello, resalta la fuerte imbricación del derecho
consuetudinario encajado en las relaciones sociales, situación de la que deriva su
heterogeneidad, su flexibilidad y su dinamismo. Como el autor ilustra en esta
contribución, la penetración del derecho nacional y del estado en las comunidades
indígenas, lejos de debilitar las prácticas consuetudinarias sirve para fortalecerlas y
adaptarlas a nuevos contenidos e intereses locales.

III. Políticas de la antropología

Para terminar este libro, la tercera sección Políticas de la Antropología busca plantear la
relación, siempre incómoda y siempre presente, entre antropología y política. Sin duda,
uno de los debates recurrentes en antropología política desde comienzos de los años

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setenta del siglo XX, en que la antigua forma de dominación político-administrativa
colonial ha sido reemplazada por unas nuevas relaciones neocoloniales.

Si, como nos recuerda Vincent (1990:2), no se puede afirmar que la antropología
política ha sido simplemente una forma de ideología colonial, como demuestran los
enfrentamientos a fines del XIX entre los primeros antropólogos evolucionistas con el
gobierno federal de Estados Unidos denunciando el régimen colonial y las
consecuencias de la dominación, o aquellos desarrollados en el Reino Unido sobre
comunidades rurales inglesas e irlandesas tratando de medir las consecuencias sociales
y políticas de la industrialización. No fueron las corrientes críticas del enfoque
antropológico de la política las que asumirían la hegemonía en el periodo en el que se
produce la institucionalización de la antropología política. La política del gobierno
indirecto por la que optaron la mayoría de los gobiernos coloniales fue, como hemos
visto, un estímulo para un buen número de antropólogos, especialistas en sistemas de
leyes y gobiernos autóctonos que, al servicio del gobierno colonial, se encargaron de
buscar la mediación de líderes o gobernantes títere en sociedades previamente
consideradas “acéfalas” por los antropólogos.

Esta tendencia se rompe en la década de los sesenta, en pleno proceso de


descolonización del imperio británico en África, cuando comienzan a surgir voces
disonantes sobre el funcionalismo en antropología social y sobre la respetabilidad de la
empresa antropológica. Como nos recuerda Talal Asad en Anthropology and the
Colonial Encounter (1973), la teoría de la dependencia, los procesos de
desconolonización y la emergencia de las historiografías indígenas y nacionales
asociadas a esos procesos, apuntaron abiertamente a la complicidad de la antropología
para garantizar la dominación indirecta de las colonias.

Talal Asad, uno de los antropólogos contemporáneos más relevantes y reconocidos,


irrumpe en 1973 con esta crítica mordaz sobre el papel político desempeñado por el
paradigma estructural-funcionalista en el desarrollo de la antropología social. Era la
primera vez que se discutía abiertamente en un ámbito académico del colonialismo en
antropología.

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La antropología y el encuentro colonial, traducida para esta compilación, es la
introducción a un libro del mismo nombre que recoge doce contribuciones, procedentes
de un seminario celebrado en la Universidad de Hull (Reino Unido) en 1972, que
documentan y analizan las formas en las que teoría y práctica antropológicas se vieron
afectadas por el colonialismo británico.

En este texto, pionero de los estudios coloniales en antropología, Asad nos invita a
reflexionar sobre el por qué de la obsesión antropológica en proclamar su neutralidad
política, a pesar del consenso generalizado que existe en reconocer sus profundas
relaciones con el colonialismo, fundamentales para explicar su surgimiento como
disciplina científica, su consolidación profesional y su contribución a la dominación
europea de sociedades no europeas. El autor describe la historia de dominación en la
que surge la antropología y se producen sus objetos de estudio, destacando el encuentro
de poder desigual entre Occidente y el Tercer Mundo que se remonta a la aparición de la
Europa burguesa, en la que el colonialismo es solo un momento histórico (ibid.,:31).

Para caracterizar las relaciones de poder entre Occidente y el Tercer Mundo, Asad
propone reflexionar sobre el estatus epistemológico de la antropología en tanto que
ciencia social burguesa, en las políticas de la antropología, que da título a esta sección:
qué estudia la antropología (la elección del objeto), cómo se define su objeto (bajo que
tratamiento teórico), quién define (quien paga la investigación), el para qué de la
investigación, en qué contexto (las condiciones prácticas políticas y económicas del
sistema colonial dentro del que se ubica), en qué lengua se expresa ese conocimiento
(lenguajes “científicos” occidentales de difusión) y bajo qué tipo de racionalidad
(tecnocrática-occidental). El hincapié en el contexto histórico colonial y poscolonial de
producción de los objetos de estudios se irán fortaleciendo en años posteriores con
autores como Edward Said con su noción de “orientalismo” (1968), y los más recientes
"estudios poscoloniales" que constituyen una de las más influyentes perspectivas de
reflexión e investigación transdisciplinaria (Bhabha, 1984; Guha y Spivak, 1988;
Mignolo, 2007).

Abundando en el debate sobre la relación entre teoría y práctica en antropología y el


papel político que desempeña la antropología y los antropólogos, como parte de un
conjunto más amplio de intelectuales que producen conocimiento, se sitúa la siguiente

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contribución de John Gledhill Antropología y política: compromiso, responsabilidad y
ámbito académico (1999).

Desde una aproximación hermeneútico-reflexiva Gledhill rescata en este capítulo el


viejo debate que analiza la relación entre ciencia y ética: ¿para quién se produce el
conocimiento antropológico?. Para responder a esta pregunta, el autor propone
distinguir entre varios niveles de análisis: la política de la producción del conocimiento
antropológico, analizando las relaciones de poder entre la institución que paga y el
investigador; ejemplos de antropología aplicada que plantea problemas éticos; y por
último, las relaciones de poder que se establecen entre el investigador y las personas
estudiadas durante todo el proceso de investigación, trayendo a colación el interesante
debate mantenido entre Nancy Scheper-Hughes y Roger D’Andrade en la revista
Current Anthropology (1995).

Su propuesta sobre la intervención política de los antropólogos, no se centra tanto en un


si o un no tajante ya que, como bien señala el autor, en ciertos contextos ésta es
inevitable, sino más bien en analizar las premisas y los efectos -deseados o no- que
plantea cualquier tipo de intervención, ya sea a través de la escritura o de la
representación y la acción política directa en el contexto, o cualquier otro campo de
actuación y militancia extra-académico y extra-territorial. Coincidimos plenamente con
el autor (ibidem.:19) cuando afirma que el verdadero problema que encara la
antropología política hoy es la herencia histórico de la dominación occidental, la
continuidad de la hegemonía mundial de las potencias del Norte y las manifestaciones
del dominio racial y colonial en la vida social y política interna de los países
metropolitanos. Ojala que este libro de lecturas contribuya, en alguna medida, a la tarea
pendiente de descolonizar la antropología.

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