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VIERNES, 11 DE MAYO DE 2012

Las travestis siempre estuvimos aquí


La sensación es la de estar viviendo un hecho histórico: se aprobó la ley reparatoria más importante para una de las
comunidades más discriminadas, más segregadas, más olvidadas, que padeció con todos los gobiernos regímenes
de amnesia programada.

Por Lohana Berkins

Nadie puede patentar este triunfo porque esta ley tiene una historia que arranca desde la creación
del Estado argentino. Las travestis no somos una cuestión de esnobismo, ni de posmodernismo, ni
de estudios culturales: estuvimos acá desde siempre. Estuvimos en todos los lugares y en todos los
hechos poniendo el cuerpo. Somos la escoria que nadie quiere ver y que se intenta ocultar a través
de zonas rojas, de “mándenlas a la orilla del río”, de la condena a la prostitución como única forma
de supervivencia. Somos una identidad cloacalizada que recibe la mierda del resto de la sociedad.
No podemos estar paradxs ahora donde estamos sacudiendo esta bandera de alegría inmensa sin
recordar todas esas sonrisas, esos golpes compartidos, todos los insultos que vertieron sobre
nosotras. La muerte de muchísimas compañeras por causas evitables es lo que más bronca me da
cuando miro para atrás. La discriminación cuando deja de ser sólo un verbo, una palabra, también
mata.

Cuando esta ley se aprobó en las dos comisiones conjuntas del Senado, festejamos, saltamos,
brindamos. Volví a mi casa muy emocionada. Pero recién cuando me senté en el sillón y todo
quedó en silencio, sentí una absoluta soledad. El vacío del cuarto. En ese momento me hubiese
gustado que sonara el teléfono y escuchar del otro lado a tantas amigas que no están. Que mi
amiga Valeria me llame y me diga en su tono salteño, como el mío: “¿Qué ha pasao, marica? ¿Qué
ha pasao?”. Estaba todo, pero me faltaba esa frase. Y me vino a la memoria otra amiga que seguro
hubiese empezado a gritar: “¡Copeteo! ¡Copeteo!”, que es el júbilo de las travas cuando
empezamos a embriagarnos. Me faltó la famosa frase: “¡Ahí viene la cana, marica!”, para salir
corriendo. Esas y tantas otras voces ausentes. Y los años pasaron sin que todavía pueda darme una
explicación de por qué nos encarcelaban, por qué fui expulsada de mi familia, por qué se me negó
el acceso a la escuela. En términos de militancia y lucha, no teníamos una formación o un grupo de
pertenencia que nos contuviera, como ahora. Eramos nosotras y nuestro cuerpo ahí puesto
recibiendo todo. Esto lo contamos, no para regodearnos en el sufrimiento sino para que tomemos
dimensión de cómo, desde el año 2003, nosotras vivíamos en un apartheid. La casa siempre se
reservaba el derecho de admisión o, si no, nosotras mismas nos autoexcluíamos antes de soportar
un vergüenzón. Sabíamos que iban a llamar a la policía para que nos llevara, mientras hoy
tenemos una travesti policía.

Que nosotras hayamos sido invitadas a la Casa de Gobierno a sentarnos a la mesa democrática
para saber de qué se trata era impensable (no tantos) años atrás. Es inmensa la satisfacción que
me produce saber que miles de niñxs travestis van a poder plantear su identidad sin ser
violentadxs. No porque la discriminación vaya a desaparecer pero, por lo menos, va a haber un
Estado que va a resguardar. Van a poder dialogar con otras sexualidades, construir su cuerpo sin la
violencia y la marginalidad que pasamos nosotras.

El travestismo, con esta ley, deja de ser un crimen. El Estado reconoce y tensiona, así, el concepto
de temporalidad, corporalidad, sexualidad, identidad. La ley provoca un cambio profundo porque,
históricamente, los medios masivos de comunicación nos han asignado sólo lugares como las
páginas policiales, los sensacionalismos, nos han usado siempre de forma bufonesca. Siempre se
resalta de manera peyorativa nuestra hiperfeminidad o nuestra genitalidad, comparándonos por
ejemplo con jugadores de fútbol. Siempre se cae en esos modos de discriminación. Esta ley es
parte de la batalla cultural que hay que dar. Creo que hasta puede ayudar a replantear el concepto
de “víctima” que circula en los medios con esa expresión tan infeliz como “murieron víctimas
inocentes”. En esa dicotomía, el lugar de las víctimas “culpables” quedaba reservado a los
negritos, las travestis, los villeros.

No es que a mí ahora se me dé por sentirme mujer. Yo soy Lohana Berkins. Siempre he sido y seré
Lohana con o sin DNI. No es una cuestión de coquetería o la formalidad de un papel. Es atacar una
cuestión medular: poner en la mesa la discusión sobre qué es la ciudadanía, quiénes componemos
el Estado-Nación y qué porosidades existen ahí. No es que la semana que viene voy a declararme
mujer, sino que voy a seguir teniendo un DNI que me va a poner dentro de la ficcionalidad
(exitosa) de la ley. Pero la ley no borra ni mis prácticas, ni mi historia, ni mis dolores, simplemente
me pone bajo cierto resguardo del Estado. Lo importante es que no perdamos por eso el valor
crítico de nuestra diferencia. Lo que va a cambiar es un status jurídico, pero la construcción de
nuestra identidad va a seguir pugnando en otros sentidos.

Otra cuestión fundamental es cómo esta ley ayuda a impedir a los fundamentalistas religiosos que
conviertan en crimen un pecado. En todo caso, que vayan a administrar el pecado para quienes
crean en esos dogmas religiosos, pero no para el conjunto de la sociedad. En realidad, la
beneficiaria de esta ley es la sociedad entera, que va a poder mirar con orgullo este avance de los
derechos humanos.
Uno intenta, ahora, anteponer la razón, pero el corazón siempre termina ganando, sobre todo en
un país donde todavía hay tantas heridas sin sanar. Poder tener un documento que diga quiénes
somos, que nos pongan un status de sujetxs políticxs es un avance muy profundo. Ese triunfo se
festeja con mucha insolencia: ¡mucho escándalo y mucha furia travesti!

Disponible en: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-2444-2012-05-11.html

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