Padre?
Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés
“En varias ocasiones vemos a los amigos de Don Quijote simular la locura para curar a su vecino de
la suya; se lanzan a perseguirlo, se disfrazan, inventan mil hechizos y se elevan, grado a grado,
hasta la cima de la extravagancia en la que les ha precedido el héroe. Ahí es donde Cervantes les
ha dado cita. Se interrumpe un instante y finge asombrarse a la vista de esos médicos tan locos
como su paciente.”
René Girard. Mentira romántica y verdad novelesca
Introducción
El Nombre-del-Padre, es uno de los conceptos —en el sentido hegeliano (1)— más importantes de
Jacques Lacan, quien nos dejó, de una vez y para siempre, el gran misterio de su seminario
dedicado a «Los Nombres del Padre». La obra en progreso (work in progress) del pensamiento
lacaniano (“pensamiento”, ya que se trata de una “orientación”), proseguido con desigual fortuna
por muchos de sus “seguidores” o “continuadores”, la “disancia” lacaniana (J-A Miller dixit) o la
otra, más creativa, se deslizan (Lacan utiliza la palabra Glisser, deslizar, en las pocas veces en que
quiere expresar que ha cometido un error. Cf. Guy Le Gaufey) (2), en la actualidad, por diferentes
caminos.
La Asociación Mundial de Psicoanálisis va alejándose de los “nudos” del último Lacan y se dirige
hacia las configuraciones de lo Real. Los de la École Lacaniene de la Psycanalyse, se concentran en
el estudio de los puntos clave de la obra de Lacan: “no hay relación sexual”, el “no-todo”, “el
objeto a”, etc. Colette Soler de los “Foros de Psicoanálisis”, va casi en solitario con sus propios
temas. Todos, por supuesto, autorizándose en el linaje de Jacques Lacan, ahora bien, hay
verdaderas desviaciones —diríamos, sin mucho convencimiento del uso de esté término— como
por ejemplo las elucubraciones de Slavoj Zizek o la de Jean Allouch cuando quiere hacer que el
Psicoanálisis devenga (respondiendo a Michel Foucault) en un «ejercicio espiritual»: el
“Spycanálisis” (3).
Dentro de estas múltiples rutas que conforman, en conjunto, una especie de laberinto, existen
algunos hilos de Ariadna que pueden guiarnos hacia el Minotauro (¿Lacan?). En otras versiones del
mito, en lugar de un ovillo, Ariadna le había dado a Teseo una corona luminosa y gracias a su luz
había encontrado el camino en el oscuro laberinto (4).
El Nombre-del-Padre
Una de las hebras del ovillo con la que podemos transitar por el laberinto, persiguiendo su centro,
es el Nombre-del-Padre que ahora está siendo cuestionado, junto con el Edipo con el que guarda
una extraordinaria relación, se habla por ejemplo, de una “Histeria sin Nombre-del-Padre” (5).
En la única sesión del seminario siempre faltante —lo que siempre falta, funda el deseo— Jacques
Lacan comienza con las indicaciones precisas para acrecentar el agujero que produce en su
enseñanza que, hasta ese seminario, llevaba diez años, tiempo en el que había ido reuniendo
todos los materiales para hablar de los “Nombres del Padre”, en plural, título en el que
escuchamos el eco de los múltiples nombres de Dios del judaísmo. Quien tiene múltiples nombres
en realidad no posee ninguno, de ahí: «soy el que soy», lo inefable. “El despiadado Dios que no se
nombra” (6).
Lacan nombra los materiales que debía utilizar para desarrollar su seminario Los Nombres del
Padre, elementos que —a partir de esa introducción— produjo y sigue produciendo una esforzada
búsqueda de construir lo que hubiera desarrollado allí. Lacan dice:
“Este año pretendía enlazar para ustedes los seminarios de los días 15, 22 y 29 de enero y 5 de
febrero de 1958, que se refieren a lo que llamé la metáfora paterna, mis seminarios del 20 de
diciembre de 1961 y los que siguen, referidos a la función del nombre propio, los seminarios de
mayo de 1960 que se refieren a lo concerniente del drama del padre en la trilogía claudeliana,
finalmente el seminario del 20 de diciembre de 1961, seguido por los seminarios de enero de 1962
referidos al nombre propio.“ (Lacan, De Los Nombres del Padre) (7)
Al final de ésa única sesión del seminario Los Nombres del Padre del 20 de noviembre de 1963,
Lacan anuncia que no dejará a sus oyentes sin pronunciar por lo menos uno de los nombres del
padre, del que, además, se desprende la argumentación de la utilización del plural.
Se trata —dice— del primer nombre con el que hubiera introducido la incidencia que tiene la
tradición judeocristiana en el psicoanálisis y en la determinación del padre desde el dios de
Moisés, (Lacan había aprendido hebreo el año anterior). Sin embargo, Lacan, no sólo pronuncia el
primer nombre, sino otros más: «Shem», que sostiene que en realidad no tiene una sola
pronunciación y que significa “El Nombre”; «Elohim», que es el que habla desde una zarza
ardiendo y dice: «Soy el que soy»; «El Shaddai».
Soy, de acuerdo con Lacan, convoca a un enjambre, es un “séquito”, Soy es sólo para los oídos de
Moisés, pues dios no se presentó con este nombre a sus antepasados, hubieron otros nombres, en
plural, que Lacan debía elucidar en el seminario faltante. Lacan toca, entonces, en el punto exacto
donde su enseñanza entrará en otro espacio, uno tocado, a su vez, con su “excomunión” (Cf. La
Introducción a Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis), pero no sin antes
adelantarnos que un dios tal como lo refiere Pascal que apuesta a su existencia (Le pari de Pascal)
(8), se encuentra en lo real, por tanto es inaccesible, es lo que no engaña, la angustia. La
experiencia de dios es la angustia, encontramos aquí, las voces que hablan desde laTeología
Negativa de la edad media al que Lacan apelará más tarde en otros seminarios.
El dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es el dios en lo real, no el de la filosofía, es el que se dirigió
a estos con un nombre impronunciable: El Shaddai, que los griegos tradujeron por “Theos que es el
nombre que dan a todo lo que no traducen por señor, Kyrios, que se reserva al Shem, es decir, al
nombre que no pronuncio” (Lacan. De los Nombres del Padre, pág. 93)
El Shaddai es el que crea todas las cosas y, al mismo tiempo, el que pronuncia el lazo de la alianza,
es el mismo que, al tiempo que manda sacrificar a Isaac, determina —in extremis— su reemplazo
por el cordero, sus designios no mueven a la duda sino al cumplimiento. El Shaddai había sacado a
Abraham de sus pares y de sus hermanos y quien manda a sacrificar a su hijo Isaac pero, en el
momento preciso, manda a un ángel a que detenga su mano y manda reemplazar a Isaac con un
cordero con lo que crea una alianza.
“El Shaddai es el que elige, el que promete y hace pasar por su nombre cierta alianza que solo se
transmite por la baraka paterna. Es también quien hace esperar un hijo a una mujer hasta los
noventa años y quien hace esperar otra cosa más, como les hubiera mostrado.” (Lacan, De los
Nombres del Padre, pág. 97)
He ahí un padre: el que perversamente, (père-versión, padre-versión, versión-hacia-el-padre) hace
de una mujer la causa de su deseo. Pero, también, un padre está en el momento de la caída de un
sujeto, le transmite cierta ética, pone un límite a su caída, promueve una alianza con lo real del
goce, el padre es el que separa el goce del deseo. “Henos aquí con un hijo y, después, dos
padres.” (Lacan. De los Nombres del Padre. Pág. 98)
“¿Esto es todo?”, se pregunta Lacan, llevándonos a los cuadros de Caravaggio: “El sacrificio de
Isaac”, nos presenta la cabeza del carnero que, según el comentario de Rashi, un rabino del siglo
XI, se trata del carnero primordial, es el antepasado de la raza de Sem que une a Abraham con los
orígenes. El carnero se precipita al sacrificio en lugar de Isaac, sustitución que marca la división
entre el goce de Dios y su deseo. “Aquello cuya caída se intenta provocar es el origen biológico.
Esa es la clave de misterio (…)”. (Lacan, De los Nombres del Padre. Pág. 100)
¿No nos recuerda esta “caída del origen biológico”, la “caída del cuerpo” que celebrará como
solución en Joyce, en el Seminario XXIII, El Sinthome?