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Tres persuasiones

necesarias para
entrar por la
puerta estrecha
10 SEPTIEMBRE, 2012 | Sugel Michelén

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En el artículo anterior hablamos del


peligro que corren algunos de entrar transitando por el camino ancho que lleva a la
perdición, creyendo que van camino al cielo. A la luz de la advertencia, alguien me
preguntó cómo podemos saber si vamos caminando por el camino angosto. Pero
antes de responder directamente la pregunta, permítanme detenerme a considerar
algunas cosas de las que debemos estar persuadidos antes de poder entrar por la
puerta estrecha. Nadie aceptará la invitación de Cristo en Mateo 7:13-14 a menos que
esté persuadido, plenamente convencido de estas tres cosas.

El pecador debe ser persuadido de que está fuera del reino

Solo puedo ser invitado a pertenecer a algo a lo que todavía no pertenezco. Y


recuerden que uno de los problemas que Cristo confrontó con muchos de Sus oyentes
era precisamente el hecho de que muchos de ellos creían estar dentro. Creían ser parte
del reino de Dios por el simple hecho de ser judíos. Para estos hombres y mujeres la
salvación era un asunto nacional, racial. Pero Cristo viene ahora y les dice: “Entrad por
la puerta estrecha”. En otras palabras, con todo y ser descendientes de Abraham están
fuera del reino de Dios.

Juan el Bautista se vio precisado a tratar con este mismo problema. Luego de invitar a
sus oyentes al arrepentimiento, se adelanta al razonamiento de ellos y dice: “Y no
penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque
os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras” (Mt. 3:9).
“No todos los que descienden de Israel son israelitas” – dice Pablo en Rom. 9:6. No
basta con tener una conexión racial o nacional con el Israel físico para ser contado
como hijo de Dios. El asunto no es haber nacido judío, o haber nacido católico o
evangélico, sino haber nacido de nuevo.

Una de las cosas que salta a la vista al leer el Sermón del Monte es que el Señor está
tratando de destruir la esperanza falsa de muchos de sus oyentes. “Si vuestra justicia
no fuere mayor que la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los
cielos” (Mt. 5:20). “Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el
fuego” (Mt. 7:19). “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de
los cielos” (Mt. 7:21).

Nadie entrará por la puerta estrecha si no viene primero al convencimiento de que está
fuera, fuera del reino, fuera de los caminos de Dios y de Su pueblo. Si no aceptamos
este hecho nunca procuraremos entrar.

En segundo lugar, para que el pecador acepte esta invitación…

Debe ser persuadido de que necesita desesperadamente entrar

¿Por qué voy a entrar sin necesidad por una puerta estrecha, sobre todo si puedo
hacerlo por una más ancha? ¿Por qué transitar por un camino angosto y difícil si me
encuentro en estos momentos transitando por uno amplio y cómodo? A menos que
veamos claramente que ese camino termina en destrucción no lo abandonaremos.

Algunas personas que escuchan el evangelio cada domingo saben que están fuera,
pero es posible que no hayan considerado seriamente el peligro que corren cada día.
En Amós 4:12está escrito: “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios”. Tarde o
temprano nos presentaremos delante de Él. Puede ser dentro de 10 años, de 15 o de
20, o puede ser hoy mismo. La pregunta es: ¿Estamos preparados para ese encuentro
con Dios, para presentarnos delante de Aquel que ha de juzgar al mundo entero
conforme al patrón perfecto de justicia revelado en Su ley, Aquel a cuyas ojos todas las
cosas están desnudas y abiertas?
Es esta realidad la que hace necesario entrar por la puerta estrecha. Esa es la única
puerta de escape; no existe otra. Es estrecha, pero es la única. Para que el pecador
entre por esa puerta debe estar persuadido primero de que necesita entrar, de que lo
necesita con urgencia. Es cierto que la invitación del evangelio es universal, pero
también es muy específica: se invita a los sedientos, a los cansados, a los que no tienen
con qué pagar, a los que tienen hambre, a los que quieren. Aunque la puerta sea
estrecha y el camino angosto, ellos quieren entrar por ella, porque saben que no existe
otro camino que conduzca a la vida.

Pero hay algo más implicado en este invitación y es que para entrar por esa puerta…

El pecador debe ser persuadido de que posee la responsabilidad moral de


responder al evangelio

Al hacer esta invitación el Señor está presuponiendo que los pecadores son
responsables de responder al llamado contenido en el evangelio. El Señor está
apelando aquí al pecador e invitándole a tomar una determinación: “Entra por la
puerta estrecha”.

Hay algo aquí de lo que el pecador es responsable. Él debe entrar. No debe quedarse
fuera contemplando la puerta desde cerca, admirando su configuración, su diseño; no.
Él debe entrar por ella. En otro artículo diremos cómo, pero ahora me interesa
establecer el punto de que el hombre no es un robot, ni una máquina. En el hombre
existe lo que llamamos responsabilidad. El hombre es responsable de responder al
llamado de Dios; y si no lo hace recibirá el fruto de su rebeldía al despreciar la
invitación.

Muchos se amparan en la doctrina de los decretos de Dios para continuar sumidos en


su impiedad. “La Biblia enseña que desde antes de la fundación del mundo Dios ha
elegido los que se salvarán, y que eso no depende del que quiere ni del que corre, sino
de Dios que tiene misericordia”. Sí, eso es verdad. Eso es lo que enseña la Biblia
(compare Rom. 9:14ss).

Pero así como la Biblia habla de una elección divina, así también enseña que Dios ha
proclamado una invitación a todo hombre a venir a Él en arrepentimiento y fe, y ha
prometido no desechar a nadie que acepte Su invitación. El mismo hombre que
escribió en Rom. 9:16 que esto “no depende del que quiere, ni del que corre, sino
de Dios que tiene misericordia”, predicando el evangelio a los atenienses dijo: “Pero
Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a
todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hch. 17:30).

Dios manda a todos los hombres, en todo lugar, que se arrepientan. No se trata de una
invitación solamente, es una orden. Dios lo manda y debe ser obedecido. Muchos
están esperando que algo ocurra, alguna experiencia mística, alguna señal de parte de
Dios para venir entonces al arrepentimiento, pero la señal divina ya fue dada: Dios
envió a Su Hijo a morir en una cruz, lo resucitó al tercer día y envió a Sus siervos a
proclamar que en Él hay perdón para todo aquel que cree. Y ahora, en base a lo que
Cristo hizo, Dios manda a los hombres que se arrepientan y crean en el Salvador.

El hombre es moralmente responsable delante de Dios. Y Dios sinceramente ofrece a


todos el perdón de los pecados a través de la fe en Su Hijo. Todo aquel que acepte la
invitación será perdonado. No tiene caso que el pecador se detenga ante la invitación
y se pregunte: “¿Seré yo uno de los elegidos?” ¡No! ¡Ese no es el punto aquí! El punto
es que si no te has arrepentido de tus pecados y confiado únicamente en Cristo para
salvación, vas camino a una condenación segura; y Dios te ha extendido una invitación:
“Entra por la puerta estrecha”. Si aceptas la invitación no serás desechado y escaparás
de la destrucción que te espera; pero si rehúsas entrar, tú serás responsable delante de
Dios por haber rehusado.

Ese es el mensaje que el evangelio proclama: Que en Cristo hay perdón para todo
aquel que cree. Cuando proclamamos ese mensaje al mundo estamos hablando en
consonancia con la doctrina evangélica. Y Dios usará ese mensaje para atraer a Sus
elegidos. Hay un misterio envuelto en todo esto, pero por ser un misterio no deja de
ser cierto. Dios no sólo ha determinado quiénes se han de salvar, sino también el
medio a través del cual se salvarán y ese medio no es otro que la proclamación de esta
invitación universal del evangelio.

Pablo escribió en una ocasión a Timoteo, su hijo en la fe: “Por tanto, todo lo soporto
por amor a los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en
Cristo Jesús con gloria eterna” (2Tim. 2:10). Son elegidos, pero debemos hacer todo
lo que esté a nuestro alcance para que se expongan al bendito evangelio de nuestro
Señor Jesucristo, porque Dios no obrará en ellos aparte de ese medio.

Quizá no haya otro texto en el NT que exprese esta convicción de Pablo más
hermosamente que la declaración que encontramos en 2Cor. 5:20: “Así que somos
embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os
rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”. Cuando invitamos al
pecador a entrar por la puerta estrecha y ponemos todo nuestro empeño en
persuadirles a aceptar la invitación, es como si Cristo mismo rogase por medio de
nosotros. Debemos advertir al pecador y advertirle con vehemencia; debemos
exponerlos al evangelio, porque no se salvarán de ningún otro modo.

Nosotros creemos en la gracia irresistible de Dios; pero esa gracia no destruye la


voluntad del pecador. No. La gracia más bien restaura la voluntad a su condición
original; la liberta de la esclavitud del pecado para que el pecador pueda libremente
aceptar la invitación divina. La gracia nos hace libres para que podamos obedecer a
Dios. En Cristo somos libres, dice Pablo. Dios no nos convierte en máquinas para que
podamos venir a Él. Simplemente restaura nuestra voluntad a su diseño original.

He aquí, entonces, tres persuasiones que preparan al pecador para entrar por la puerta
estrecha. Él debe estar persuadido de que está fuera, de que necesita urgentemente
entrar y de que es responsable delante de Dios de responder a esa invitación. Nunca
ha habido nadie que haya entrado por la puerta estrecha sin haber tenido previamente
estas convicciones. Si nunca te has visto fuera, entonces nunca has entrado.

Algunas personas dicen: “Yo siempre he tenido temor de Dios; toda mi vida he vivido
para Él; desde siempre Él ha sido lo más importante para mí”. Mi amigo, si piensas así
entonces nunca has entrado por la puerta estrecha. Nadie conoce a Dios desde que
nació. Todos nacimos fuera de la puerta y en un momento dado de nuestras vidas
tenemos que tomar la decisión de entrar (comp. Ef. 2:1-3).“Está bien, ya sé que estoy
fuera, que aun no pertenezco al reino de Dios y que necesito urgentemente resolver
este problema. Lo que quiero saber ahora es ¿cómo? ¿Cómo puedo entrar por la
puerta de acceso al reino de los cielos?” Eso es lo que veremos en el próximo artículo,
si el Señor lo permite.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir
este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo
su autor y procedencia.

¿Estás transitando
por el camino
ancho?
“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el
camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella;
porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y
pocos son los que la hallan” (Mt. 7:13-14).

Estas palabras nos introducen a la conclusión de uno de los sermones más


conocidos de nuestro Señor Jesucristo, el Sermón del Monte, en donde el
Señor nos explica detalladamente la naturaleza del reino que Él ha venido a
implantar. Y ahora, a modo de conclusión, dirige unas palabras de
exhortación a Su auditorio urgiéndoles a entrar al reino por la puerta
correcta. Mucha gente admira el Sermón del Monte y lo cita continuamente;
pero este Sermón no se predicó para ser admirado, sino para ser
practicado.

Hay ciertas cosas que debemos hacer, según la enseñanza del Señor en
este mensaje; pero la primera de todas es asegurarnos de que hemos
entrado al reino por la puerta correcta: una puerta estrecha, que lleva a un
camino angosto. “Entrad por la puerta estrecha… porque estrecha es la
puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la
hallan”.

Existe el peligro de extraviarse y entrar por otra puerta, una puerta ancha
que lleva a un camino espacioso, pero que termina en destrucción y
perdición. Si en verdad estamos preocupados por el destino eterno de
nuestras almas debemos asegurarnos de que hemos entrado y de que
estamos transitando por la vía correcta. Un error en este asunto acarreará
sobre nosotros consecuencias eternas, porque un camino lleva a la vida y el
otro a la destrucción y sólo hay dos opciones que escoger.

Ahora bien, ¿a quiénes se refiere el Señor aquí? ¿Quiénes son estos que han
entrado por la puerta ancha y transitan por el camino espacioso? Algunos
dirán rápidamente que Cristo está hablando aquí de los incrédulos, de todos
aquellos que aun no han depositado su fe en Cristo y continúan en su
pecado. Y ciertamente toda persona que no cree en Cristo está transitando
por un camino que lleva a la perdición. No obstante, el texto sugiere que
Cristo está hablando de un grupo específico de personas dentro del amplio
universo de incrédulos.

Noten, primeramente, que el texto habla de un camino al cual se entra por


una puerta. Toda esa gente que ahora transita por el camino espacioso
entró en un momento de sus vidas por la puerta ancha. Aunque todos los
hombres pertenecen por nacimiento al grupo de los perdidos, estos de los
que Cristo habla en nuestro pasaje tomaron una decisión y entraron por una
puerta en vez de otra.

Es importante señalar que el Sermón del Monte fue predicado originalmente


a personas que estaban, de un modo u otro, interesados en este asunto del
reino. Este tema era importante para estos judíos, algo por lo que tenían
especial interés. El Señor no está hablando aquí a un grupo de paganos
ignorantes, o a un grupo de personas abiertamente inmorales y hostiles a
los asuntos religiosos; este sermón no fue dirigido a un grupo de ateos. No.
El Señor se dirigió ese día a personas que tenían cierto interés en las cosas
espirituales. Por eso en los versículos siguientes vemos cómo el Señor les
advierte de los falsos profetas, de aquellos que se presentan vestidos de
ovejas, pero que son en verdad lobos rapaces (vers. 15). Y luego en el vers.
21 les advierte del engaño de sus propios corazones.
Muchos llegarán al final del camino engañados, creyendo que se dirigían al
reino de los cielos, cuando en realidad caminaban hacia su propia
destrucción (comp. Mt. 7:21-26). Estos hombres y mujeres escuchan a los
predicadores (por eso son advertidos de tener cuidado con los falsos
maestros), se encuentran envueltos en ciertas actividades religiosas (vers.
21-23), escuchan las palabras del reino (vers. 24ss).

¿Quiénes son, entonces, estos que corren el peligro de entrar por la puerta
ancha? Son personas que se han expuesto de un modo u otro al mensaje
del evangelio, fueron despertados en cierta medida por esa predicación y
poseen ahora cierto interés por los asuntos espirituales. Tal vez sus
conciencias les dicen que la vida debe ser algo más que levantarse todos
los días, salir a trabajar, hacer dinero, divertirse de vez en cuando, etc. Pero
no obstante, aunque han adquirido cierta luz de la Palabra de Dios, el
enemigo de sus almas les presentó una opción distinta para acallar la voz
de la consciencia, una opción más atractiva que la que Cristo ofrece, más
cómoda.

Satanás puso delante de ellos la opción de obtener los beneficios de la


puerta estrecha y el camino angosto, entrando por una puerta ancha y
transitando por un camino espacioso. “¿Estás inquieto por el estado de tu
alma y por todo este asunto de la vida eterna? He aquí mi oferta: te doy lo
mismo que Cristo ofrece, sin todos los inconvenientes que traen consigo la
oferta de Él”.

Cuando alguien escucha el evangelio y manifiesta cierto grado de interés


usualmente viene el enemigo de nuestras almas y le susurra al oído, “¿Por
qué tienes que ser tan austero? No hay que ser un fanático para servir a
Dios, no hay que poner las cosas tan difíciles. El camino que te ofrezco es
bien espacioso y la puerta de entrada es sumamente ancha. ¿Por qué vas a
escoger el otro camino que es tan impopular?”

Los que aceptan esa oferta engañosa son los que Cristo describe aquí como
entrando por la puerta ancha y caminado por el camino espacioso. Personas
religiosas, que dicen conocer a Cristo y tener una relación estrecha con él,
como vemos en los vers. 21 al 23; creen estar en ruta hacia la Canaán
celestial, pero no están dispuestos a pagar el precio de ser cristianos. Dicen
ser seguidores de Cristo, pero no se someten a Su voluntad, sino que
establecen sus propias reglas de juego, sus propias normas de conducta.
Esa es su maldad. Dicen ser cristianos, pero viven como les place, conforme
a sus propios deseos y siguiendo sus propias inclinaciones.

“Somos seguidores de Cristo, pero en nuestros propios términos; tenemos


una concepción más amplia de la fe cristiana; no somos tan cerrados como
algunos, somos más abiertos”. Profesan ser cristianos, pero entraron por la
puerta ancha y están transitando por el camino espacioso que lleva a la
destrucción.
© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y
distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su
contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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