necesarias para
entrar por la
puerta estrecha
10 SEPTIEMBRE, 2012 | Sugel Michelén
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Juan el Bautista se vio precisado a tratar con este mismo problema. Luego de invitar a
sus oyentes al arrepentimiento, se adelanta al razonamiento de ellos y dice: “Y no
penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque
os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras” (Mt. 3:9).
“No todos los que descienden de Israel son israelitas” – dice Pablo en Rom. 9:6. No
basta con tener una conexión racial o nacional con el Israel físico para ser contado
como hijo de Dios. El asunto no es haber nacido judío, o haber nacido católico o
evangélico, sino haber nacido de nuevo.
Una de las cosas que salta a la vista al leer el Sermón del Monte es que el Señor está
tratando de destruir la esperanza falsa de muchos de sus oyentes. “Si vuestra justicia
no fuere mayor que la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los
cielos” (Mt. 5:20). “Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el
fuego” (Mt. 7:19). “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de
los cielos” (Mt. 7:21).
Nadie entrará por la puerta estrecha si no viene primero al convencimiento de que está
fuera, fuera del reino, fuera de los caminos de Dios y de Su pueblo. Si no aceptamos
este hecho nunca procuraremos entrar.
¿Por qué voy a entrar sin necesidad por una puerta estrecha, sobre todo si puedo
hacerlo por una más ancha? ¿Por qué transitar por un camino angosto y difícil si me
encuentro en estos momentos transitando por uno amplio y cómodo? A menos que
veamos claramente que ese camino termina en destrucción no lo abandonaremos.
Algunas personas que escuchan el evangelio cada domingo saben que están fuera,
pero es posible que no hayan considerado seriamente el peligro que corren cada día.
En Amós 4:12está escrito: “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios”. Tarde o
temprano nos presentaremos delante de Él. Puede ser dentro de 10 años, de 15 o de
20, o puede ser hoy mismo. La pregunta es: ¿Estamos preparados para ese encuentro
con Dios, para presentarnos delante de Aquel que ha de juzgar al mundo entero
conforme al patrón perfecto de justicia revelado en Su ley, Aquel a cuyas ojos todas las
cosas están desnudas y abiertas?
Es esta realidad la que hace necesario entrar por la puerta estrecha. Esa es la única
puerta de escape; no existe otra. Es estrecha, pero es la única. Para que el pecador
entre por esa puerta debe estar persuadido primero de que necesita entrar, de que lo
necesita con urgencia. Es cierto que la invitación del evangelio es universal, pero
también es muy específica: se invita a los sedientos, a los cansados, a los que no tienen
con qué pagar, a los que tienen hambre, a los que quieren. Aunque la puerta sea
estrecha y el camino angosto, ellos quieren entrar por ella, porque saben que no existe
otro camino que conduzca a la vida.
Pero hay algo más implicado en este invitación y es que para entrar por esa puerta…
Al hacer esta invitación el Señor está presuponiendo que los pecadores son
responsables de responder al llamado contenido en el evangelio. El Señor está
apelando aquí al pecador e invitándole a tomar una determinación: “Entra por la
puerta estrecha”.
Hay algo aquí de lo que el pecador es responsable. Él debe entrar. No debe quedarse
fuera contemplando la puerta desde cerca, admirando su configuración, su diseño; no.
Él debe entrar por ella. En otro artículo diremos cómo, pero ahora me interesa
establecer el punto de que el hombre no es un robot, ni una máquina. En el hombre
existe lo que llamamos responsabilidad. El hombre es responsable de responder al
llamado de Dios; y si no lo hace recibirá el fruto de su rebeldía al despreciar la
invitación.
Pero así como la Biblia habla de una elección divina, así también enseña que Dios ha
proclamado una invitación a todo hombre a venir a Él en arrepentimiento y fe, y ha
prometido no desechar a nadie que acepte Su invitación. El mismo hombre que
escribió en Rom. 9:16 que esto “no depende del que quiere, ni del que corre, sino
de Dios que tiene misericordia”, predicando el evangelio a los atenienses dijo: “Pero
Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a
todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hch. 17:30).
Dios manda a todos los hombres, en todo lugar, que se arrepientan. No se trata de una
invitación solamente, es una orden. Dios lo manda y debe ser obedecido. Muchos
están esperando que algo ocurra, alguna experiencia mística, alguna señal de parte de
Dios para venir entonces al arrepentimiento, pero la señal divina ya fue dada: Dios
envió a Su Hijo a morir en una cruz, lo resucitó al tercer día y envió a Sus siervos a
proclamar que en Él hay perdón para todo aquel que cree. Y ahora, en base a lo que
Cristo hizo, Dios manda a los hombres que se arrepientan y crean en el Salvador.
Ese es el mensaje que el evangelio proclama: Que en Cristo hay perdón para todo
aquel que cree. Cuando proclamamos ese mensaje al mundo estamos hablando en
consonancia con la doctrina evangélica. Y Dios usará ese mensaje para atraer a Sus
elegidos. Hay un misterio envuelto en todo esto, pero por ser un misterio no deja de
ser cierto. Dios no sólo ha determinado quiénes se han de salvar, sino también el
medio a través del cual se salvarán y ese medio no es otro que la proclamación de esta
invitación universal del evangelio.
Pablo escribió en una ocasión a Timoteo, su hijo en la fe: “Por tanto, todo lo soporto
por amor a los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en
Cristo Jesús con gloria eterna” (2Tim. 2:10). Son elegidos, pero debemos hacer todo
lo que esté a nuestro alcance para que se expongan al bendito evangelio de nuestro
Señor Jesucristo, porque Dios no obrará en ellos aparte de ese medio.
Quizá no haya otro texto en el NT que exprese esta convicción de Pablo más
hermosamente que la declaración que encontramos en 2Cor. 5:20: “Así que somos
embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os
rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”. Cuando invitamos al
pecador a entrar por la puerta estrecha y ponemos todo nuestro empeño en
persuadirles a aceptar la invitación, es como si Cristo mismo rogase por medio de
nosotros. Debemos advertir al pecador y advertirle con vehemencia; debemos
exponerlos al evangelio, porque no se salvarán de ningún otro modo.
He aquí, entonces, tres persuasiones que preparan al pecador para entrar por la puerta
estrecha. Él debe estar persuadido de que está fuera, de que necesita urgentemente
entrar y de que es responsable delante de Dios de responder a esa invitación. Nunca
ha habido nadie que haya entrado por la puerta estrecha sin haber tenido previamente
estas convicciones. Si nunca te has visto fuera, entonces nunca has entrado.
Algunas personas dicen: “Yo siempre he tenido temor de Dios; toda mi vida he vivido
para Él; desde siempre Él ha sido lo más importante para mí”. Mi amigo, si piensas así
entonces nunca has entrado por la puerta estrecha. Nadie conoce a Dios desde que
nació. Todos nacimos fuera de la puerta y en un momento dado de nuestras vidas
tenemos que tomar la decisión de entrar (comp. Ef. 2:1-3).“Está bien, ya sé que estoy
fuera, que aun no pertenezco al reino de Dios y que necesito urgentemente resolver
este problema. Lo que quiero saber ahora es ¿cómo? ¿Cómo puedo entrar por la
puerta de acceso al reino de los cielos?” Eso es lo que veremos en el próximo artículo,
si el Señor lo permite.
© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir
este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo
su autor y procedencia.
¿Estás transitando
por el camino
ancho?
“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el
camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella;
porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y
pocos son los que la hallan” (Mt. 7:13-14).
Hay ciertas cosas que debemos hacer, según la enseñanza del Señor en
este mensaje; pero la primera de todas es asegurarnos de que hemos
entrado al reino por la puerta correcta: una puerta estrecha, que lleva a un
camino angosto. “Entrad por la puerta estrecha… porque estrecha es la
puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la
hallan”.
Existe el peligro de extraviarse y entrar por otra puerta, una puerta ancha
que lleva a un camino espacioso, pero que termina en destrucción y
perdición. Si en verdad estamos preocupados por el destino eterno de
nuestras almas debemos asegurarnos de que hemos entrado y de que
estamos transitando por la vía correcta. Un error en este asunto acarreará
sobre nosotros consecuencias eternas, porque un camino lleva a la vida y el
otro a la destrucción y sólo hay dos opciones que escoger.
Ahora bien, ¿a quiénes se refiere el Señor aquí? ¿Quiénes son estos que han
entrado por la puerta ancha y transitan por el camino espacioso? Algunos
dirán rápidamente que Cristo está hablando aquí de los incrédulos, de todos
aquellos que aun no han depositado su fe en Cristo y continúan en su
pecado. Y ciertamente toda persona que no cree en Cristo está transitando
por un camino que lleva a la perdición. No obstante, el texto sugiere que
Cristo está hablando de un grupo específico de personas dentro del amplio
universo de incrédulos.
¿Quiénes son, entonces, estos que corren el peligro de entrar por la puerta
ancha? Son personas que se han expuesto de un modo u otro al mensaje
del evangelio, fueron despertados en cierta medida por esa predicación y
poseen ahora cierto interés por los asuntos espirituales. Tal vez sus
conciencias les dicen que la vida debe ser algo más que levantarse todos
los días, salir a trabajar, hacer dinero, divertirse de vez en cuando, etc. Pero
no obstante, aunque han adquirido cierta luz de la Palabra de Dios, el
enemigo de sus almas les presentó una opción distinta para acallar la voz
de la consciencia, una opción más atractiva que la que Cristo ofrece, más
cómoda.
Los que aceptan esa oferta engañosa son los que Cristo describe aquí como
entrando por la puerta ancha y caminado por el camino espacioso. Personas
religiosas, que dicen conocer a Cristo y tener una relación estrecha con él,
como vemos en los vers. 21 al 23; creen estar en ruta hacia la Canaán
celestial, pero no están dispuestos a pagar el precio de ser cristianos. Dicen
ser seguidores de Cristo, pero no se someten a Su voluntad, sino que
establecen sus propias reglas de juego, sus propias normas de conducta.
Esa es su maldad. Dicen ser cristianos, pero viven como les place, conforme
a sus propios deseos y siguiendo sus propias inclinaciones.