2019
Capítulo IX. La época Alfonsí y el siglo XIV
En esta época, la lengua romance se mezcla con el latín. En las traducciones de obras árabes o hebreas
colaboraba un judío que hacía una versión oral romance y un cristiano que trasladaba, esta versión
romance, al latín.
La construcción de catecismos políticos morales y novelas, se hacía en oraciones simples enlazadas por
conjunción copulativa.
A mediados del siglo XIII la frase va haciéndose más variada, augurando el próximo florecimiento de la
prosa.
Por otro lado, en torno de Alfonso X, se congregaban juglares y trovadores, historiadores y hombres de
ciencia, lo que hacía de la corte un lugar lleno de saberes.
A pesar de esto, se seguía trabajando en conjunto, pero era más frecuente que la obra quedase en
romance y que el cristiano pusiese en un castellano más literario, la versión oral de su compañero. Un
dato importante, es que la preferencia por el texto en romance, en vez de latín, respondía al rey para la
difusión de la cultura, y así asegurarse de que llegara a todo el mundo.
Esta modalidad de escribir en parejas, también tuvo otros resultados; y fue que dada la cantidad de
colaboradores, los textos estaban escritos con reminiscencias leonesas, catalanas o provenzales, además
de estar llenos de arcaísmos.
A lo largo del reinado de Alfonso X pueden distinguirse los siguientes cambios en la lengua:
Los primeros capítulos de la “Crónica General” (1270), tienen arcaísmos que no aparecen con tanta
intensidad, en los capítulos restantes escritos más tarde. La parte más vieja de la Crónica presenta,
como los textos del siglo XII o principios del XIII, gran intensidad en la pérdida de la e final (trist,
quebrantest, recib, pued), que es muy general en los pronombres enclíticos (dim “dime”; tomét “te
tomé”; quet la dará, quem lo faze), y amalgamas fonéticas de palabras distintas (quemblo “que me lo”;
igual al nimbla “ni me la” de Mio Cid, mayuntasse “me ayuntase”; té perdudo “te he perdido”; marid e
mugier; poc a poco; tod esto). En la parte más reciente de la lengua de la Crónica posee mayor firmeza.
Disminuye la pérdida de la e final, y sin llegar a una regularidad completa. Domina el mantenimiento de
la vocal en las palabras que hoy la conservan; desaparecen las formas reducidas, “m”, “t” por “me”, “te”
enclíticos y amengua “s” por “se”, quedando solo como normal uso de “l” en lugar de “le”.
Alfonso X, suprimió por sí mismo, las repeticiones y enmendó la expresión hasta conseguir la corrección
pretendida.
El “castellano drecho” era refractario de la apócope extranjerizante, y respondía en general al gusto de
Burgos, pero con ciertas concesiones al lenguaje de Toledo y León.
Algunos rasgos burgaleses demasiado regionales, como el paso de f a h (fijo/hijo) o la reducción -iello a –
illo (castiello-castillo), quedaron todavía fuera de la lengua literaria, deslizándose en ella
subrepticiamente.
Se incrementó la interposición de palabras entre el pronombre y el verbo: “que no me den; se de mí
partió; que no me tú diziés”, menos desarrollada en Castilla y característica de León, Galicia y Portugal.
Toledo, había eliminado ya los rasgos más salientes de su anterior dialecto mozárabe. El habla toledana,
castellanizada, pero sin los exclusivismos de la de Burgos o la bureba, sirvió de modelo en la nivelación
lingüística del reino. Alfonso X ordenó que en los usos jurídicos el sentido de las palabras ambiguas o
regionales se determinase de acuerdo con el lenguaje de Toledo.
La grafía quedó sólidamente establecida; puede decirse que hasta el siglo XVI la transcripción de los
sonidos españoles se atiene a normas fijadas por la cancillería y los escritos alfonsíes.
La labor de Alfonso X capacitó al idioma para la exposición didáctica. Se abordaron los problemas
fundamentales: sintaxis, léxico.
La sintaxis ganaba flexibilidad y riqueza de matices. La conjunción “que” se repite cuando un inciso
interrumpe el curso de la frase: “dixo el rey Salomón…que el que hobiese sabor de facer bien, que se
acompañase con los buenos”.
Como en los más antiguos textos en prosa, la repetición de “et” es excesiva: “Et amistad de natura es la
que ha el padre et la madre a sus hijos, et el marido a la muger; et esta non tan solamiente la han los
homes”.
Alfonso X aprovecha las disponibilidades del castellano y las incrementa forjando derivados sobre la
base de palabras ya existentes, como ladeza “anchura, latitud”, longueza “longitud”, asmanza “opinión,
creencia”. Cuando se trata de ideas referentes al mundo antiguo, sustituye en unos casos la palabra
latina por otra romance que indique algo similar de la actualidad medieval.
Los tecnicismos insustituibles, como septentrión, horizón “horizonte”, equinoctial, precisos en los
tratados de astronomía, se incorporan decididamente al castellano, y lo mismo acontece con voces
latinas de fácil comprensión: húmido-húmedo, diversificar, deidat.
Alfonso el Sabio, no se salió de la línea trazada por la posibilidad de comprensión de sus lectores, y por
ello casi todas sus innovaciones lograron arraigo.
La prosa castellana quedaba definitivamente creada. La obra alfonsí la había convertido en el vehículo
de la cultura.
En las Cantigas y otras poesías, siguió el Rey Sabio la costumbre de usar gallego como lengua lírica. Su
vasta producción en prosa favoreció la propagación del castellano, elevado al rango de lengua oficial en
los documentos reales.
De todos modos, continuó el uso de una mezcla de leonés y castellano tanto en documentos como en
textos literarios.
El siglo XIV:
La prosa de Alfonso X se continúa y perfecciona en la obra de don Juan Manuel, que le da acento más
personal y reflexivo. Juan Manuel es el primer autor preocupado por la fiel transmisión de sus escritos.
También es el primero en tener conciencia de sus procedimientos estilísticos. El estilo de don Juan
Manuel, basado en la expresión selecta y concisa, era el que convenía a su espíritu moralista.
Otro gran estilista, de temperamento opuesto al de don Juan Manuel, es Juan Ruiz, Arcipreste de Hita.
Su lenguaje efusivo y verboso trasluce un espíritu lleno de apetencias vitales y de inagotable
humorismo. Escribe para el pueblo, y al pueblo deja su “Libro de Buen Amor”. Extraordinario observador
de la vida y la realidad, las plasma en escenas animadas y pintorescas enumeraciones, acumula frases y
palabras equivalentes, todas jugosas y espontáneas. Prodiga los diminutivos reveladores de afecto,
ironía o regodeo sensual. Su vocabulario realista, concreto, es provechoso ejemplo para el lector
moderno, acostumbrado a la expresión intelectual y abstracta.
“El Arcipreste de Hita” inicia un empleo de modismos y refranes (pastrañas, fablillas), que habían de
tener gran cabida en obras culminantes de nuestra literatura.
El castellano invade el terreno reservado al gallego: Alfonso XI escribe en castellano una linda poesía
trovadoresca, y a fines del siglo XIV, la mayoría de la total producción lírica está en castellano.
El influjo de la lírica gallega-portuguesa dejó huellas lingüísticas en el castellano: así coita, coitado se
usaron durante algún tiempo junto a cueita, cueta, cuita, cuitado, originariamente leoneses o
aragoneses. Se implementa en Castilla el uso de alguién, alguien, bajo la acción del portugués alguem.
En el transcurso del siglo XIV la lengua liquida alguna de sus más importantes vacilaciones, desecha
anteriores prejuicios respecto a fenómenos típicos de la fonética castellana y camina hacia su
regularización.
La apócope extrema de la e, tan intensa a fines del siglo XI hasta la época alfonsí, está ahora en plena
decadencia.
En el reino de Toledo el lenguaje del Arcipreste de Hita conserva como arcaísmo popular algo de lo que
antes había sido preferencia de señores y clérigos, y así se usa todavía: nief / nieve, trax, dix, conbit,
prometed / promete, yot / yo te, qued muestre / que te muestre, dam / dame, págan / pagame, etc. Las
reducciones y deformaciones de me y te, se dan con especial insistencia en boca de las serranas, como
caracterizado por su rusticismo.
En 1390 o 1400 era ya absoluto el restablecimiento de la -e, salvo, como hoy, cuando quedaban como
finales las consonantes d, l, n, r, s, z no agrupadas (bondad, sol, pan, señor, mes, luz). Aun dentro de
estos límites, la apócope nunca había sido general en la conjugación: aunque la regularidad fonética
apoyaba pid, pud, val, vin, vien, tien, quier, pudier, quis, pus, fiz, aduz, y similares, la regularidad
morfológica favorecía las correspondientes formas con -e; desde la segunda mitad del siglo XIV la
tendencia general prefiere claramente pide, pude, vine, quise, puse, aduze, y la alternancia se restringe
a vien-viene, tien-tiene, diz-dize, faz-faze, fiz-fize, quier-quiere, y algún raro caso más.
El diminutivo –illo, arraigado en Castilla desde tiempos remotos, pero rehusado por la lengua literaria,
que prefería la forma arcaizante –iello, se generaliza ahora. Desde el último tercio del siglo XIV apenas
aparece –iello en textos castellanos. Sin éxito tan grande, se propaga también el paso de f inicial a h, que
aparece ya en documentos oficiales; pero en la literatura sigue dominando la f, fazer, ferir, aunque en el
“Libro del Buen Amor” aparezacan hato, hadeduro, Henares, heda – fea y algún otro ejemplo.
Los imperfectos y condicionales sabiés, tenié, robariedes, frecuentes aun en el Arcipreste de Hita, son
reemplazados en la mayoría de los escritores por los terminados en –ía, entendía, veía, quería, fazía; la
desaparición de las formas –ie no fue completa, y en épocas posteriores surgen casos sueltos en la
lengua escrita. Comienza a omitirse la d en las desinencias verbales –des (enfiés, entendés, avedes,
olvidedes).
Por último los latinismos, que durante un período alfonsí habían mantenido relativamente pura su
forma originaria, vuelven después a alternarla, extendiéndose las incorrecciones procedentes de la
difusión oral descuidada, como astralabio, entinción, por astrolabio, intención. Esta costubre arrecia en
la segunda mitad del siglo. Los escritos de Fernández de Heredia usan soplenidades / solemnidades,
divigno / divino, abtupno / otoño. Los de Ayala, rebto / recto; en una poesía de Imperial inserta en el
cancionero de Baena, defirencia / diferencia, etc.
Capítulo X. Transición del español medieval al clásico
En el siglo XV los modelos que se imitaban y leían eran los provenientes de Italia y pertenecientes a
Dante, Petrarca y Boccaccio. Las costumbres cortesanas van apoderándose de la corte y el interés por el
mundo grecolatino está a la orden del día.
En esta época, la antigüedad es un ideal y pretenden resucitarla, por lo que se empieza a traducir obras
griegas al español.
El desarrollo del idioma español se ve truncado por la veneración de la lengua griega y latina,
desdeñando la lengua romance que Alfonso quiso hacer universal y accesible a todos.
Se hace un intento por trasplantar al romance usos sintácticos latinos, sin dilucidar antes, si encajaban o
no dentro del sistema lingüístico del español.
Aunque el latín que se pretendía manejar era pobre y mal escrito, ya que al ser por transmisión oral no
se correspondía con su correcto uso, las transformaciones lingüísticas en este período fueron
interesantes. Entre ellas puede valorarse:
El español preclásico
En la época de los reyes católicos, aumenta la traducción de libros clásicos y su difusión se hace posible
gracias a la imprenta.
Nebrija implanta los estudios helénicos mediante la reforma didáctica universitaria.
Se deja de forzar el lenguaje a la imitación latina y se es más consciente del propio lenguaje. A tal punto
que la inspiración ahora proviene de romanceros y canciones tradicionales. Los textos literarios se
desarrollan con más fuerza, dejando al descubierto varias adiciones como:
Literatura:
“El Amadís”, “La Cárcel del Amor”, “Celestina”. Libros que han sido traducidos a varios idiomas,
inauguraron los triunfos de nuestras letras en el extranjero. Luego, “Marco Aurelio” de Guevara,
“Lazarillo”, “La Diana” de Montemayor, Fray Luis de Granada, Santa Teresa y San Juan de la Cruz,
Cervantes, el teatro del siglo XVII, la novela picaresca, políticos, pedagogos y moralistas como Gracián,
fueron objeto de admiración de toda Europa, que los tradujo, imitó y recogió sus enseñanzas. Los dramas
y comedias de Lope, cosecharon aplausos en los más diversos escenarios.
De esta manera, la lengua española alcanzó una extraordinaria difusión. En Italia se tiene por gentileza y
galanía saber hablar castellano. En Francia ocurría algo similar.
Durante los siglos XVI y XVII, respondiendo a la apetencia general, fueron muchos los diccionarios y
gramáticas españolas que aparecieron en el extranjero. Como resultado de esta influencia, se produjo la
introducción de numerosos hispanos en otras lenguas, sobre todo en italiano y francés.
La segunda mitad del siglo XVI, impregnada por el espíritu de la Contrarreforma, se caracteriza por el
esplendor de la literatura religiosa.
Los escritores místicos nos hablan del proceso del alma que, despojada de todo apego a lo terrenal, se
encierra en sí para lanzarse en busca de Dios, alentada por el amor y guiada por la fe.
Los místicos se valen de símbolos, alegorías, metáforas y comparaciones, aplican al amor a Dios el lenguaje
más ardiente del amor humano.
Santa Teresa: le importa declarar las cosas del espíritu. El cuidado de la forma le parece un acto de
vanidad, por lo que emplea el lenguaje corriente en el habla hidalga de Castilla la Vieja, sin hacer uso de
palabras del gusto cortesano ni buscar galas cultas. Busca una expresión menos estimada. Pero, sin
pretenderlo, este lenguaje se torna artístico; las construcciones teóricas de Santa Teresa están basadas
en imágenes constitutivas de magistrales alegorías.
La feminidad afectiva de la autora mística se explaya en deliciosos diminutivos:
“esta encarceladita de esta pobre alma mía”
“esta motita de poca humildad”
Los tratados de San Juan de la Cruz aspiran a transformar en teoría objetiva la experiencia personal. El
hombre de letras busca la palabra justa acudiendo al cultismo técnico.
Los tratados son afirmaciones de fe como único asidero del alma sobre el abismo abierto por las renuncias
a todo lo que no sea pensar en el ser divino.
San Juan de la Cruz conoce y aprovecha el legado poético de Garcilaso, el de los villancicos y glosas a la
manera tradicional castellana; pero transfigura el sentimiento del la naturaleza y del amor al elevarlo a
las regiones donde sopla el divino “aire de la almena” y donde, entre azucenas celestiales, se olvidan los
cuidados. En las poesías de San Juan, como en los mejores momentos de Santa Teresa, se convertía en
realidad la frase de Carlos V: “el español era la lengua para hablar con Dios”.
Fray Luis de Granada fue quien descubre en las doctrinas platónicas “la principal parte de la filosofía
cristiana”; la sigue y perfecciona Fray Luis de León.
Fray Luis de Granada se esfuerza para lograr solemnidad y grandilocuencia, alargando el período y
aplicando a temas sagrados las elegancias retóricas de Cicerón. Es ante todo, orador, y sus tratados más
parecen compuestos con vista a la predicción que para la lectura, atentos a la forma y al amplio desarrollo
de los pensamientos.
Al buscar las huellas del creador, observa con cariño, la belleza de las criaturas; famosas son sus
descripciones del mar, plantas y animales. Se evidencia la encantadora sencillez espiritual.
Su prosa es la serenidad clásica, su poesía guarda el equilibrio del fondo-forma.
Luis de León es el artista exquisito que somete el lenguaje a una minuciosa selección: “Piensan que hablar
romance es hablar como se habla en el vulgo, y no conocen que el bien hablar no es común, sino negocio
de particular juicio (…)”.
Su innovación consiste en “poner número” en la prosa, esto es, dotarla de musicalidad mediante la hábil
disposición de ritmos de melodías tonales.
Si la prosa de Fray Luis de Granada es el dechado de más hermosa serenidad clásica, también su poesía
guarda el augusto equilibrio de fondo y forma. Valoriza las palabras usuales sin recurrir a cultismos
violentos y abunda en alusiones mitológicas. Pero la poesía de Fray Luis de León, aunque mantiene la
limpidez garcilasiana, no es manso fluir de aguas cristalinas, sino arrebato emocional que proyecta a las
alturas recuerdos clásicos, naturaleza, realidad ambiente, meditación filosófica y ansias de paz.
En Sevilla, Medina y Herrera, pretendían ennoblecer el lenguaje por caminos muy distintos a los seguidos
por Garcilaso y Fray Luis de León. Estos crearon belleza con palabras de uso común; Herrera buscó
diferenciarse del habla general (el apartamiento del vulgo).
“La erudición, placer de los doctos, es inasequible a la masa; la obra poética no será ya para todos, sino
para los escogidos”.
Herrera prodiga recuerdos mitológicos difíciles en los que muestra su familiaridad con los poetas
grecolatinos, y emplea gran número de cultismos: sublimar, concilio, aura, argentar, rutilar, venustidad.
Utiliza formas latinas como: pluvia, prora, impío.
La sintaxis reclama también libertades propias. Reproduce con atrevimiento el hipérbaton latino:
“de la prisión huir no pienso mía”
“tu afrenta i gimes bárbaros despojos”
La poesía de Herrera es sonora y magnífica, pero estudiada y artificiosa, implica la ruptura del equilibrio
clásico en beneficio de la forma.
Capítulo XII. El español del siglo de oro.
La literatura barroca
A fines del siglo XVI se vivía la máxima extensión del imperio español como orgullo nacional. Pero por
otro lado, mientras se batallaba en Europa, los reyes se cubrían de frivolidades y la moral del pueblo
comienza a bajar notablemente.
Mientras tanto, en el campo de las artes, las letras llegan a su apogeo y florecen grandes pintores.
En este caso, Cervantes será quien represente al renacentismo y dándole sentido a las obras y autores
que parten de su “ironía cervantina”. Así vemos la exaltación heroica en Lope de Vega, el escape hacia la
belleza irracional de Góngora y la cínica negación de valores en la literatura picaresca, como también en
Quevedo.
Los componentes que poseen las obras de Cervantes y que lo posicionan como renacentista son:
La siguiente generación de escritores, como Góngora y Lope de Vega, van en búsqueda de novedad
mediante reuniones en el círculo de escritores, una de estas novedades, fue la alusión por medio del
pronombre, lo que en el siglo XVI se usó intencionadamente; y el empleo de aposiciones equivalentes a
símiles o metáforas.
En el caso de Lope de Vega, los recuerdos cultos en sus escritos, tamizan la visión de la realidad e
introduce factores personales que hacen que no sólo sus personajes hablen, sino que él mismo lo hace a
través de ellos.
La amalgama de sensaciones, la sinestesia en sus escritos hace que la lectura apele a los sentidos del
público. Mediante sus obras, Lope, logra conectarse con el público y consolida los ideales españoles.
Algunos recursos con fines caricaturescos usados por Lope son:
Fabla antigua
Lenguaje villanesco (Leonés empleado por pastores)
Arcaísmos, giros vulgares e invenciones humorísticas
Habla española de vizcaínos, moriscos y negros
Burlas respecto al gongorísmo
En esta época, el renacimiento es sinónimo de perfección y se nota en la pintura. Por otro lado, el uso
de la mitología para ejemplificar virtud o vicio, llega a un punto en el que su uso repetitivo cansa y se
empieza a encontrar gusto por la abstracción, la prosopopeya y la alegoría.
Góngora, como precursor de la contemporánea “torre de marfil”, toma una dirección aristocrática en la
escritura con el fin de que el lenguaje poético aleje las cosas de su vulgar realidad, para lo que hará uso
de recursos como:
A medida que avanza el tiempo, crece la cultura literaria y ya no es sólo campo de intelectuales, sino
que también el vulgo se siente atraído.
Gracián, adepto de las doctrinas morales, culterano, conceptista y gongoriano, sostenía que el lenguaje
debe atraer con su novedad. Tenía una visión muy pesimista del entorno ya que pensaba que el mundo
es un continuo engaño, que lleva al hombre al despeñadero de la vida donde sólo la razón puede
redimirle de la perversidad.
El teatro de Calderón representa una época literaria en donde el pensamiento era profundo, sujeto a la
concepción escolástica del universo, pero también a las convenciones sociales; poesía y lenguaje
estilizados según el gusto gongorino y recortados en una disposición lírica de sumo refinamiento.
Para lograrlo se valió de introducir en sus obras recursos tales como:
Ya adentrados en el siglo XVIII, comienza la decadencia y las imitaciones de los escritores del siglo de oro
sólo afean el estilo.
Capítulo XIII. EL ESPAÑOL DEL SIGLO DE ORO.
La f desapareció sustituida por la aspiración h, que en Castilla la Vieja no se pronunciaba desde el siglo
XV.
Perduró la conservación de algunos grupos consonantes que en el habla llana se habían simplificado.
Valdés prefiere aún cobdiciar, cobdo, dubda a codiciar, codo, duda.
Por la misma época se vacilaba entre mil y mil, cien y cient, san y sant.
Mientras los sonidos g, j y x mantuvieron su carácter prepalatal, era frecuente confundirlos con la s
sonora y sorda, respectivamente. Existían pronunciaciones quijo, vigitar, relisiónn, colesio.
Los vocablos originarios se habían deshecho , al pasar del latin al español, de los grupos de consonantes
ct,gn, ks, mn, pt y otros análogos, obedeciendo a leyes fonéticas cuya actividad había caducado una vez
constituido el idioma.
Todo el periodo áureo es época de lucha entre el respeto a la forma latina de los cultismos y la
propensión de adaptarlos a los hábitos de la pronunciación romance. Ni siquiera a finales del siglo XVII
existía criterio fijo; el gusto del hablante y la mayor o menor frecuencia del uso eran los factores
decisivos.
La fonética en la frase.
El articulo la, considerado ya como característico del género femenino, sustituye lentamente a el como
femenino delante de palabras que empiezan por la vocal a.
En el futuro y potencia, como se advertía que su primer elemento era el infinitivo, se restableció este
integro en debería, en vez del medieval debría. También las formas porné, verné, terné sucumbieron,
tras un periodo de alternancia que duró hasta fines del siglo XVI, ante pondré, vendré, tendré más fieles
a la raíz de poner, venir, tener
La puntillosidad de nuestros antepasados relegó el tú a la intimidad familiar o al trato con inferiores y
desvalorizó tanto el vos que, de no de no haber gran confianza, era descortés emplearlo con quien no
fuese inferior
En otro caso había que tratar de vuestra merced o vuestra señoría; la repetición originó el paso de
vuestra merced a vuesa merced, vuesarced, vuesanced, etc, y finalmente a voacé, vucé, vuced, vusted,
usted.
Formas gramaticales.
En la primera mitad del siglo XVI la conjugación ofrecía muchas inseguridades. Coexistían amaís, tenéis,
sois, con amás, tenés, sos, que pronto quedaron anticuados. El imperativo cantad, tened, salid
alternaba con cantá, tené, salí. Se dudaba aún entre so,vo, estó, dó y soy, voy, estoy, doy. Más duró la
vacilación entre cayo, trayo y caigo, traigo. A principios del siglo XVII la lengua había elegido ya en casi
todos estos casos las formas que habrían de prevalecer.
En el pronombre se generalizan nosotros, vosotros. La forma ge de las combinaciones ge lo, ge la
desaparece bajo la acción conjunta de los trueques fonéticos entre s y g. los demostrativos seguían
contando con las formas dúplices aqueste-este , aquese-ese, aparte de estotro, esotro, que conservaban
pleno vigor. El relativo quien invariable antes, empezó a tomar plural; pero quienes parecía aún poco
elegante en 1622.
La lengua clásica conocía adverbios que han caído en desuso o han cambiado de significación. Cabe y so
se usaban corrientemente en el siglo XVII, y hoy sólo quedan como resabio de eruditos; estonces y ansí
fueron absorbidos por sus concurrentes entonces, así; luego conservaba el sentido de en seguida,
pronto y puesto que el de aunque. El empleo de las preposiciones difería a veces del actual: se decía
“viaje del parnaso” por “viaje al parnaso”, “vivir a tal calle”, “hablar en tal asunto”.
Sintaxis.
Los verbos haber y tener. Ambos se venían empleando como transitivos, con sentido de posesión o
propiedad. En efecto haber quedó reducido al papel de auxiliar. A mediados del siglo siguiente apenas si
hay ejemplos de soy muerto, eres llegado.
La repartición de usos entre ser y estar se hallaba ya configurada en sus líneas esenciales, pero era
mucho menos fija que en la lengua moderna.
Se extiende la inserción de a ante el acusativo de persona y cosa personificada.
Vocabulario.
Muchas voces extranjeras penetraron entonces en el habla española. Las relaciones culturales y políticas
con Italia dieron entrada a palabras referentes a muy varias actividades: A la guerra pertenecen
escopeta, parapeto, centinela, escolta, bisoño; de la navegación y el comercio dejaron, entre otras,
fragata, galeaza, mesana, piloto, banca; hay muchos términos de arte y literatura, como esbozo, esbelto,
fachada, estancia, madrigal, novela; a la vida de sociedad se refieren cortejar, festejar. Italianismos son
también manejar, pedante, bagatela, capricho.
De origen francés son nombres de prendas de vestir y modas como chapeo, manteo; de uso domestico
servilleta; términos militares trinchera, batallón. En la vida palaciega, los cargos de sumiller, panetier,
furrier-furriel, ujier. En el siglo XVII, la corte francesa fue modelo del trato social distinguido, se
introdujeron madama, damisela, rendibú y otras.
El portugués dejó, entre otros, payo, mermelada.
Las lenguas europeas no romances prestaron pocas palabras; del alemán proceden, entre otras, bigote,
trincar, brindis, chambergo. La conquista del nuevo mundo trajo muchos nombres de plantas y animales
desconocidos hasta entonces, así como otros relativos a creencias, usos y costumbres de los indios:
sirvan de ejemplo, tabaco, patata, chocolate, canoa, huracán, cacique.
La labor iniciada por Nebrija tuvo muchos proseguidores. Pero más interés ofrecen los intentos de
algunos autores que pretenden alcanzar, mediante la observación libre de prejuicios gramaticales
latinos, las verdaderas leyes que regían el funcionamiento del idioma. Ninguno de nuestros tratadistas
de entonces ponían en juego un método científico riguroso.
La postura de todos estos gramáticos fue, en general, más de preceptistas que de científicos. Pero el
dinamismo espiritual de sus contemporáneos se avenía mal a sujetarse a normas gramaticales. La
actividad creadora era superior a las posibilidades del análisis paciente.