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Los Empresarios del valle de El Fuerte

durante el porfiriato

María de Jesus Lopez Lopez*


Francisco Padilla Beltrán
Cobaes/Difocur, Culiacán, 1996

El autor es maestro en historia regional egresado de la Facultad de


Historia de la UAS, se desempeña como profesor e investigador de la
casa de estudios señalada. En 1993 publicó el libro Lo que el tiempo no se
llevó. Los conflictos agrarios en el sur de Sinaloa durante el periodo
cardenista 1935-1940. También ha realizado investigaciones en torno a la
vida cotidiana y ha publicado diversos artículos todos ellos enmarcados en
la Historia. Actualmente es director de Investigaciones de Difocur.
La temática sobre la vida empresarial desarrollada en Sinaloa ha sido
objeto de estudio de diversos investigadores desde diferentes actividades,
ópticas, periodos y espacios geográficos. Hubert Carton de Grammont a
través de la UNAM publicó Los empresarios agrícolas y el Estado. Un
buen número de tesis tanto de licenciatura como de maestría de la
Facultad de Historia se refieren al tema. El maestro Arturo Carrillo,
coordinó el proyecto de investigación “Grupos empresariales en Sinaloa
1900-1940”. También sobre el particular se han presentado numerosas
ponencias en los congresos de historia.
Padilla concibe la regionalización dinámica en el sentido de que no se
circunscribe exclusivamente a los acontecimientos de el Fuerte, sino que
—————
*
Profesora e Investigadora de la Facultad de Historia-UAS

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siguiendo su objeto de estudio amplía el espacio geográfico mas allá de las
fronteras de Sinaloa e inclusive del país.
Situación similar se observa en cuanto al concepto de región. En este
caso particular el periodo de estudio es el porfiriato, sin embargo, el autor
inicia su análisis en un subperiodo previo que va de 1830 a 1870
aproximadamente, esto para demostrar que los empresarios del Fuerte
realizaron una acumulación previa de capitales a través del comercio y
otras actividades.
El trabajo se basa en la llamada acumulación originaria de capital de
la teoría marxista. Con base en dicha teoría, Padilla explica y describe
cómo los empresarios fortenses pasaron de una etapa previa de
acumulación de excedentes económicos por una vía que no es la
reproducción del capital, sino a través de la producción de mercancías
para la obtención de ganancias.
El libro que nos ocupa trata por separado en cada uno de los capítulos
el desenvolvimiento de los empresarios que realizaron el mayor número
de inversiones en el periodo que va del último tercio del siglo XIX y
principios del XX. El trabajo está estructurado así: introducción, 7
capítulos, conclusión y anexo.
El primer capítulo corresponde a la familia Zakany, Esteban Zakany
llegó a El Fuerte a mediados del siglo XIX; posteriormente, en Ahome, se
dedicó al comercio y la agricultura, estableció la hacienda “La Florida”,
donde sembró caña de azúcar y la procesó en trapiches, En la década de
los ochenta, Zakany estuvo en posibilidad de incursionar en la producción
industrial de azúcar, así nació el ingenio “La Florida” equipado con
maquinaria de Alemania y San Francisco.
A pesar de que Zakany era uno de los empresarios más prominentes
de la época también fue de los más endeudados; en 1886, debía $ 50 000 a
la casa Hernández Mendía de Mazatlán, y a Teodoro Miranda $ 9 100. En
1888 Esteban murió y heredó a su familia una deuda de $ 15 879; seis
años después Serapia Ochoa viuda de Zakany y su hijo Juan iniciaron la
sociedad Zakany Sucesores con un capital social propio de $ 61 612.28, y

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a fines del siglo XIX esta compañía y la casa Wholeer Baartning
Sucesores formaron la empresa Destilería Savalle.
La empresa familiar se consolidó al integrarse con empresarios
importantes de la región e iniciar la Compañía Irrigadora de Ahome, SA,
con capital social de $ 60 000. En 1901 se asociaron con otros empresarios
y formaron un sindicato empresarial azucarero en el estado de Sinaloa,
donde los Zakany atenderían los mercados de Guaymas, Álamos, Ahome
y Sinaloa. La bonanza de los Zakany duró poco, las deudas y la
competencia de Johnston los obligó a vender la producción por abajo de
su costo, situación que provocó la quiebra de Zakany Sucesores,
rematándose todos sus bienes en marzo de 1910.
El segundo capítulo se refiere a la familia Orrantia Sarmiento,
formado por el matrimonio de Francisco Camilo y Antonina, quienes
vivieron en Mochicahui y procrearon varios hijos, de los cuales destacó
Francisco; se formó una empresa familiar a través del comercio, la
agricultura , la ganadería y la actividad financiera que en esa época
realizaban algunos comerciantes. En la década de los ochenta esta familia
se dedicó al comercio en una amplia zona que abarcó Sinaloa (Culiacán y
Mazatlán) y los estados de Sonora y Chihuahua. En 1881 se asoció con
José María Ortiz de Álamos, Sonora, y constituyeron la sociedad
Francisco Orrantia y Compañía; la sociedad compró el rancho Buenavista
en $11 500, la asociación incorporó importantes predios al cultivo de la
caña, motivo por el que Orrantia participó posteriormente en el
procesamiento de este producto.
En 1883, en sociedad con José María Ortiz y Hermanos fundó el
primer ingenio del Valle al que llamaron “La Constancia”, ubicado en
Mochicahui; con apoyo de los comerciantes prestamistas de Mazatlán y de
las leyes mercantiles que daban prioridad a los socios para autocomprarse,
logró ser dueño absoluto del ingenio. En 1895 compró la casa Ortiz, de
Álamos, y las haciendas Navojoa y Santa Rosa. También participó en la
actividad minera en el norte, asociado además con empresas extranjeras.
A fines del siglo XIX sus negocios declinaron y se fue deshaciendo
de sus bienes, de tal forma que para 1910 el ingenio y las tierras que le
quedaban pasaron a manos de Benjamin F. Johnston.

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El tercer capítulo está dividido en en dos partes, la primera se refiere
a la familia Ibarra Buelna y la segunda a la relación entre Blas Ibarra,
Albert K. Owen y Benjamin Carman. La familia Ibarra Buelna nació con
la unión de Cirilo y Josefa, ésta ultima sobrina de Eustaquio Buelna.
Tiempo después formaron la sociedad Ibarra Hermanos. El origen de la
riqueza familiar se fincó en el comercio, la minería, el otorgamiento de
préstamos, y la adquisición y aprovechamiento de la tierra. De la familia,
Blas Ibarra destacó como político y hombre de negocios, sin embargo a
partir de 1880 la sociedad Ibarra Hermanos empezó a declinar. Blas, en la
búsqueda de solventar la situación económica por la que pasaba, se asoció
con el cónsul de Estados Unidos en el denuncio de terrenos; para tal
efecto, formaron la sociedad Blas Ibarra-Carman y Compañía; la situación
empeoró de tal manera que para 1885 esta sociedad se declaró en
liquidación. Blas no fue la excepción del endeudamiento de los
empresarios fortenses, las deudas no le permitieron prosperar; en 1892
murió Blas y sobrevivieron en los negocios su hermano Leonardo e hijos.
El cuarto capítulo está dedicado a José María Becerra, originario de
Chihuahua, quien llegó a Sinaloa en 1882, y su riqueza surgió de la
minería, la agricultura y el deslinde de terrenos baldíos. En 1883 inició la
compañía deslindadora Becerra Hermanos cuya concesión abarcó los
distritos de El Fuerte, Sinaloa, Mocorito, Culiacán, Cosalá y San Ignacio.
En el valle de El Fuerte, Becerra fue propietario de 31 843 hectáreas,
terrenos de los que solicitó concesiones para explotar yacimientos
minerales; una de las transacciones que ubica su capacidad económica y
vinculación con capitalistas extranjeros, fue la venta del fundo minero a
William Thorton en $ 48 000 dólares y el haberse convertido en su
apoderado para futuras inversiones mineras en la región.
En el quinto capítulo se hace referencia a Zacarías Ochoa, originario
de Matacahui, alcaldía de Ahome, el cual participó en el establecimiento
de la paz porfiriana, situación que le permitió deslindar y adquirir terrenos
denunciados como baldíos; fundó en Ahome la hacienda “El Águila”,
dedicada al cultivo de caña y su trnsformación en panocha, estableció una
línea de diligencias; también, como otros empresarios del valle, se
financió con créditos de prestamistas mazatlecos, aunado a la sociedad

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con extranjeros como Benjamin F. Jhonston cuyo capital le permitió el
cambio del trapiche por un ingenio moderno.
Johnston y otros estadunidenses formaron la sociedad Sinaloa Sugar
Company, Jhonston como apoderado de ésta y Zacarías como socio
fundaron The Aguila Sugar Refinning Company con un capital de $250 000;
en 1896 el capital se incrementó a $ 1 000 000, asimismo se firmó un
contrato entre Zacarías y Jhonston con ventajas para este último. Lejos de
beneficiarse, Zacarías se endeudó; pese a las penurias continuó la sociedad
con Jhonston, situación que le impidió a él y a su familia desarrollarse
como capitalista independiente.
El sexto apartado se refiere a Benjamin F. Johnston, norteamericano
que llegó al valle del Fuerte en 1889, con el objetivo de acumular capital a
partir de la apropiación y suma de medios productivos regionales.
La llegada de Johnston se acomodó a los intereses delos empresarios
del valle quienes tenían la necesidad de transformar los trapiches en
ingenios azucareros. En 1892, asociado con otros estadunidenses,
formaron la Sinaloa Sugar Company y posteriormente con Zacarías Ochoa
inición la fábrica de azúcar denominada The Aguila Sugar Refinning
Company.
Johnston inició la adquisición de predios en la localidad; destacan los
comprados a Becerra Hermanos, de 8 365 hectáreas, a Luz Gaxiola de
5 863 hectáreas, a Streeter Land Company el terreno Santa Rosa en
$6 795.00 donde se edificó la fábrica de Los Mochis, también se apropió
del canal de Los Tastes construido por los colonos que llegaron con
Owen. Johnston fue ampliando su participación en las actividades
económicas y en particular en la producción de caña de azúcar y su
procesamiento, después de asociarse con empresarios dedicados a la
elaboración de azúcar, estuvo en posibilidad en 1905 de constituir una
oficina central de sus negocios a la que llamó United Sugar Company.
Para fines del porfiriato era dueño de más de doscientas mil
hectáreas, contó con lo más avanzado para producir azúcar, situación que
le permitió acumular y reproducir capital hasta 1939; para el autor, sólo
Cárdenas con la política de expropiación agraria resquebrajó el poderío

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económico creado por Jhonston. No obstante me pregunto: ¿acaso él
también careció de ese capital; de ser así, ello lo igualaría con aquellos
empresarios de El Fuerte.
El séptimo capítulo es “Los Mochis: sus orígenes”; aquí el autor hace
un recuento de la forma como nace la ciudad que actualmente conocemos
y liga su origen con el interés agrícola de este predio, que tuvo auge con el
establecimiento del ingenio azucarero.
Por último presenta un Anexo donde presenta un balance de cuentas
de los libros de la compañía Kansas Sinaloa Investment Company.
Finalmente hace un recuento mediante algunas conclusiones.
El autor explica los efectos de la política de acceso amplio al capital
extranjero. Muestra la manera como los empresarios se vieron obligados a
enfrentar la modernidad aunada a la relación con extranjeros. En el
trabajo, se aprecia que el desarrollo de los empresarios de El Fuerte estuvo
en parte determinado por la relación desventajosa con inversionistas
extranjeros, en su mayoría estadunidenses.
La información proporcionada por el autor evidencia que los
empresarios de la localidad a pesar de los progresos obtenidos no
sobrevivieron al siglo XIX; todos tienen en común haber contribuido en
mayor o menor medida al desarrollo de las principales actividades
económicas en los giros propios de la época: agricultura, ganadería,
minería, comercio-finanzas y agroindustria.
La investigación muestra el proceso mediante el cual los
estadunidenses se integraron a la economía del norte del país. Esta unión
significó la ruina para los empresarios locales y la bonanza para los
extranjeros con Benjamin Jhonston a la cabeza.
Los hombres de negocios de El Fuerte en su mayoría no saldaron sus
deudas con los prestamistas, y quienes lograron salir avantes debieron
soportar dos embestidas más: la revolucionaria y la de los
norteamericanos. Al parecer, el golpe mortal lo dio Johnston quien tenía
una capacidad económica y una visión empresarial diferente, al lado de la
situación desventajosa que padecían aquéllos de no contar con dinero para

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modernizarse y depender de los créditos usureros de los comerciantes de
la entidad.
El trabajo de Francisco Padilla está escrito de manera muy amena,
pero su deficiente edición, muestra por ejemplo, que no se revisaron
detalles como la escritura de algunos nombres mayos y extranjeros; no
obstante ello no demerita la calidad de la obra la cual es de lectura
obligada para los interesados en el tema.
Este esfuerzo es una muestra más de lo que se puede realizar
indagando en fuentes de primera mano, como son los protocolos del
Archivo General de Notarías del Estado de Sinaloa.

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