P arte de la crítica más radical que surge en Occidente durante los años ochenta
fue el resultado de un deseo interesado por conservar al sujeto de Occidente,
o al Occidente como Sujeto. La teoría de los “efectos de sujeto” pluralizados
le creó con frecuencia una cubierta a este sujeto del conocimiento. A pesar de que
la historia de Europa como Sujeto es narrativizada por la ley, la economía política
y la ideología de Occidente, este Sujeto oculto pretende “no tener determinaciones
geopolíticas”. De este modo, la crítica al sujeto soberano, a la cual se le ha hecho
tanta publicidad, en realidad inauguraba un Sujeto. Argumentaré a favor de esta
conclusión, al analizar un texto producido por dos grandes practicantes de esa
crítica: “Los intelectuales y el poder: una conversación entre Michel Foucault y Gilles
Deleuze” (Foucault 1977a).2 En este caso, así como cierta crítica de las “mujeres
del Tercer Mundo” que romantiza la lucha unida de las mujeres obreras, estos
[intelectuales] radicales hegemónicos también conceden una subjetividad indivisa
[no escindida] a las luchas de los obreros. Mi ejemplo proviene de fuera de estos
dos circuitos. Por tanto, le dedicaré algún tiempo a estos radicales hegemónicos.
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Aunque uno de los principales presupuestos sea la crítica del sujeto soberano,
la conversación entre Foucault y Deleuze está enmarcada por dos sujetos-en-
revolución monolíticos y anónimos: “un maoísta” (Foucault 1977a:207) y “la lucha
obrera” (Deleuze, en Foucault 1977a:217).3 Sin embargo, los intelectuales son
nombrados y diferenciados; además, el maoísmo chino no está en ninguna parte
operativo. El maoísmo tan sólo crea en esta discusión un aura de especificidad
narrativa, por lo que resultaría una banalidad retórica inofensiva, si no fuera porque
la inocente apropiación del nombre “maoísmo” para el extravagante fenómeno
del “maoísmo” intelectual francés y, por tanto, para la “Nueva Filosofía”, vuelve a
“Asia”, sintomáticamente transparente.4
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Historia
5 Esto es parte de un síntoma mucho más grave, como argumenta Wolf (1982).
6 Foucault halla en Baudelaire el caso típico de la modernidad (1991:39-42).
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7 “Incluso si el don no fuera otra cosa que un simulacro, aún uno debe dar una explicación de
la posibilidad de este simulacro. Y también una explicación del deseo de dar una explicación.
Esto no puede hacerse en contra de o sin el principio de razón (principium reddendae
rationis), incluso si éste encuentra ahí tanto su limite como su fuente” (Derrida 1994:31).
8 Trad. esp.: El Anti-edipo (Deleuze y Guattari 2005: 33-34), [e.].
9 “¿Qué es la escritura? ¿En qué se la reconoce? ¿Qué certeza esencial debe guiar la
búsqueda empírica?... Sin aventurarnos hasta la peligrosa necesidad de la pregunta sobre
la archi-pregunta “¿qué es?”, nos protegeremos aún en el campo del saber gramatológico”
Derrida (1976:75) (trad. esp.: Derrida (2005:98) [e.]). En “Desistance”, Derrida (2007 [e].)
apunta que lo crítico está siempre contaminado por lo dogmático y hace, así, la distinción de
Kant, “especulativa”. En Glas (1986) los filosofemas están “reproducidos” tipográficamente,
más que “ex-teriorizados” en comportamiento intencional, como en la conversación que
estamos discutiendo.
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10 Sobre esto, consúltese también a Hall (1983: 3-16). Trad. esp., Foucault (1992a:155) [e].
11 Trad. esp., Foucault (1992b:91). En vista de la importancia de este párrafo para la discusión
de Spivak, he decidido colocar una cita más extensa, y así permitir una mejor comprensión.
La cita en inglés, es decir, su traducción, es más tajante que la original, en la cual no se señala
“But of course, we never desire against our interests” (Por supuesto, nunca deseamos en
contra de nuestros intereses): “C”est peut-être que, en termes d”investissements, aussi bien
économiques qu”inconscients, l”intérêt n”est pas le dernier mot, il y a des investissements
de désir qui expliquent qu”on puisse au besoin désirer, non pas contre son intérêt, puisque
l”intérêt suit toujours et se trouve là où le désir le met, mais désirer d”une manière plus
profonde et diffuse que son intérêt” (Foucault, Dits et écrits, 1182) [e.].
12 Para una interpretación más dedicada que intenta sobrepasar este riesgo, aunque nunca,
por supuesto, completamente, véase Spivak (1993). Hay Traducción al español para el
texto de Foucault (1992c) [e.].
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Historia
preciso estar dispuesto a escuchar a Reich: ¡no, las masas no han sido engañadas,
ellas han deseado el fascismo en un momento determinado” (Foucault 1977:215).13
¿Qué pasa con la crítica al sujeto soberano en estos pronunciamientos? Los límites
de este realismo representacional se alcanzan con Deleuze: “La realidad es lo que
pasa efectivamente hoy en una fábrica, en una escuela, en un cuartel, en una
prisión, en una comisaría” (Foucault 1977:212).17 Esta exclusión de la necesidad
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Estudios subalternos una cartografía a (des)tiempo
18 La versión de Althusser sobre esta situación en particular quizá sea demasiado esquemática;
sin embargo, parece estar programada de manera mucho más cuidadosa que el argumento
que aquí se analiza. “El instinto de clase”, escribió Althusser, “es subjetivo y espontáneo. La
posición de clase es objetiva y racional. Para adoptar posiciones de clase proletarias basta
educar el instinto de clase de los proletarios; por el contrario, el instinto de clase de los
pequeñoburgueses y de los intelectuales debe ser revolucionado”. Lenin and Philosophy
(trad. esp.: Althusser (1974:13) [e.]) El esforzado double bind, la aporía ya siempre cruzada,
de este cuidadoso programa, es lo que uno podría estar leyendo en la actual insistencia de
Derrida sobre la justicia como experiencia de lo imposible, sobre las decisiones que son
siempre categóricamente insuficientes para sus supuestas premisas.
19 “¿Es útil la repetición aquí?”, se pregunta mi anónimo lector. Cito uno entre cientos de ejemplos
al azar: una conferencia sobre “Disciplinary and Interdisciplinary: Negotiating the Margin”,
en la Universidad de Columbia el 7 de noviembre de 1997. Toda la conferencia despertó
simpatía entre diversas minorías de los Estados Unidos (léase Nueva York), entendida como
el fin del feminismo radical, un fin que parecía enteramente saludable frente al viciado
conflicto identitario que se libraba por debajo de la superficie. Un sujeto norteamericano
multicultural fortalecido, el rostro más nuevo de lo postcolonial, aún no hace nada por la
globalidad y puede causar daño. El argumento, lamentablemente, vale la repetición.
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Historia
Cuando se permite que los significantes hagan lo que quieran, es cuando las fallas
verbales tienen lugar. El significante “representación” es un buen ejemplo. En el
mismo tono excluyente, que rompe con la relación entre teoría y significante,
Deleuze declara: “No existe ya la representación, no hay más que acción, acción
de teoría, acción de práctica en relaciones de conexión o de redes” (1977:206-207).
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Lo que expone Marx aquí es que la definición descriptiva de una clase puede ser
una que establezca diferencias; una que defina aquello que separa y distingue
a esa clase de las otras: “En la medida en que millones de familias viven bajo
condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir,
por sus intereses y por su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo
hostil, aquéllos forman una clase” (Marx 1969:177).
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Historia
He aquí el pasaje de Marx que utiliza vertreten donde el inglés usa “represent”
(representar), a la hora de discutir al “sujeto” social cuya conciencia está dislocada
y es incoherente respecto de su Vertretung (tanto una sustitución como una
representación): los pequeños propietarios campesinos,
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Un modelo así, con falta de dirección social, es decir, con brechas entre la
fuente de “influencia” (en este caso, los pequeños propietarios campesinos),
el “representante” (Luis Napoleón), y el fenómeno histórico-político (el control
ejecutivo), no sólo implica una crítica al sujeto como agente individual, sino
incluso una crítica a la subjetividad de una agencia colectiva. La necesariamente
dislocada máquina de la historia se mueve porque “la identidad de los intereses”
de estos pequeños propietarios campesinos “no engendra entre ellos ninguna
comunidad, ninguna unión nacional y ninguna organización política”. El hecho de
la representación como Vertretung (en la categoría de retórica como persuasión)
se comporta como una Darstellung (o retórica-como-persuación), ocupando su
lugar en la brecha que existe entre la formación de una clase (descriptiva) y la
falta de formación de una clase (transformadora): “En la medida en que millones
de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen
por su modo de vivir […] forman una clase. Por cuando […] la identidad de
sus intereses no engendra entre [ellas] ninguna comunidad […] no forman una
clase” (Marx 1969:177).
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Historia
25 El “valor de uso” en Marx puede mostrar ser una “ficción teórica”, tanto como un posible
oxímoron, al igual que “intercambio natural”. He intentado desarrollar más esto en
“Scattered Speculations on the Question of Value” (Spivak 1985).
26 Desarrollado en Spivak (1995 y 1996), y, con referencia específica a la India, en Biju
Mathews, et. al., “Vasudhaiva Kutumbakan: the Hindu in the world”, en prensa.
27 “Linguistic Circle of Geneva” (Derrida 1982:143 y ss.), puede proveer un método para determinar
el irreducible lugar de la familia en la morfología de la formación de clase en Marx.
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28 Esto es sentido común. Marx después sobrepasa esto para mostrar que el valor implica una
abstracción tanto en el uso como en el cambio. Desarrollar esta lectura está fuera de lugar aquí.
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Historia
No se puede objetar este resumen minimalista del proyecto de Marx, así como
tampoco se puede ignorar que en algunos momentos de El Anti-Edipo, Deleuze y
Guattari construyen su posición desde un brillante aunque “poético” entendimiento
de la teoría sobre la forma dinero de Marx. Podríamos, pues, consolidar nuestra
crítica de la siguiente manera: la relación entre el capitalismo global (explotación
en economía) y las alianzas entre los Estados-nación (dominación en geopolítica)
es tan macrológica que no puede explicar la textura micrológica del poder.30 Las
micrologías subindividuales no pueden comprenderse en el terreno “empírico”.
Para proceder a una explicación de esta índole, se debe atender a las teorías de
la ideología, de formaciones de sujeto que micrológica, aunque erráticamente,
operan los intereses que cuajan en las macrologías. Teorías como éstas no pueden
pasar por alto que esta línea es errática y que la categoría de la representación en
sus dos sentidos es crucial. Deben observar cómo la escenificación del mundo en
la representación –su escena de escritura, su Darstellung– disimula la elección y
la necesidad de “héroes”, de apoderados paternales, agentes de poder: Vertretung.
Desde mi punto de vista, la práctica radical debería fijarse en esta doble sesión
de representaciones, en lugar de reintroducir al sujeto individual mediante
conceptos totalizantes de poder y deseo. También desde mi punto de vista,
cuando Marx decide mantener el ámbito de la práctica de clase en un segundo
nivel de abstracción, estaba, de hecho, dejando abierta la crítica hegeliana (y
kantiana) del sujeto individual como agente.31 Esta perspectiva no me hace
ignorar que, al definir implícitamente la familia y la lengua materna como el
nivel básico en que la cultura y la convención parecen la manera propia en que
la naturaleza organiza “su” propia subversión, Marx mismo practica un antiguo
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Estudios subalternos una cartografía a (des)tiempo
La reducción de Marx a una figura benévola pero anticuada casi siempre resulta útil
a los intereses de lanzar una nueva teoría de la interpretación. En la conversación
Foucault-Deleuze, el tema parece ser que no hay representación, que no hay
significante (¿habrá que suponer que el significante ya ha sido despachado? ¿No
hay, pues, ninguna estructura del signo que intervenga en la experiencia? ¿De
ser así, se debería dejar descansar a la semiótica?); La teoría es un relevo de la
práctica (y así se abandonan los problemas de práctica teórica), y los oprimidos
pueden saber y hablar por sí mismos. Esto reintroduce al sujeto constitutivo en,
al menos, dos niveles: el Sujeto del deseo y del poder como una presuposición
metodológica irreductible; y el parecido, si no idéntico a así mismo, sujeto de los
oprimidos. Es más, los intelectuales, que no son ninguno de estos dos S/sujetos,
se vuelven transparentes en la carrera de relevos, pues solo se dedican a informan
acerca del sujeto no representado y analizan (sin analizar) los procedimientos
del (el Sujeto innombrado irreductiblemente presupuesto por ellos) poder y el
deseo. La “transparencia” resultante indica el lugar del “interés”; éste se mantiene
mediante una vehemente denegación: “Ahora, este papel de árbitro, juez y testigo
universal es uno que rehúso absolutamente adoptar” (Foucault 2007:169). Una de
las responsabilidades del crítico debería ser el leer y escribir de tal manera que
la imposibilidad de estos rechazos individualistas e interesados de los privilegios
institucionales del poder otorgados al sujeto fueran tomados en serio. El rechazo
del sistema de signos obstruye el camino a una teoría desarrollada de la ideología
en lo “empírico”. Aquí también se escucha el peculiar tono de denegación. A
la sugerencia de Jacques-Alain Miller de que “la institución resulta, ella misma,
discursiva”, FoucauIt responde: “Si así lo quieres, pero por lo que respecta a mi
empleo del dispositivo no es muy importante decir: esto pertenece a lo discursivo,
esto otro no… [dado] que mi problema no es la lingüística” (Foucault 1985:131). ¿Por
qué este empalme de lenguaje y discurso en el maestro del análisis del discurso?
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Historia
Hasta hace muy poco, el más claro ejemplo disponible de esta violencia epistémica
era el remotamente orquestado, extenso y heterogéneo proyecto de constituir al
sujeto colonial como Otro. Este proyecto es también la cancelación asimétrica de la
huella de ese Otro en su precaria Su(b)jet-ividad. Resulta bien sabido que Foucault
localiza un ejemplo de violencia epistémica, una completa revisión de la episteme,
en la redefinición de la locura a finales del siglo dieciocho europeo (Foucault
1965:251,262,269). Pero, ¿qué pasaría si esta particular redefinición fuera sólo una
parte de la narrativa de la historia tanto en Europa como en las colonias? ¿Qué tal si
los dos proyectos de redefinición epistémica funcionaran como partes dislocadas y
no reconocidas de un motor de dos brazos? Tal vez no trate más que de pedir que
el subtexto de la narrativa palimpséstica del imperialismo sea reconocido como
“saber sometido”, “toda una serie de saberes calificados como incompetentes, o,
insuficientemente elaborados: saberes ingenuos, inferiores jerárquicamente al nivel
del conocimiento o de la cientificidad exigida” (Foucault 1980c:82).33
Esto no es describir “la forma en que son realmente las cosas” o privilegiar
la narrativa de la historia como imperialismo, en tanto la mejor versión de la
32 Este argumento está más desarrollado en Spivak (1985). Una vez más, El Anti-Edipo no ignoró
el texto económico, aunque su tratamiento fue tal vez demasiado alegórico. A este respecto,
el cambio del esquizo-análisis al rizo-análisis en Mil mesetas no fue, quizá,saludable.
33 Trad. esp., Foucault (1992e:129) [e].
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historia.34 Es, más bien, rendir cuenta de cómo una explicación y una narrativa de
la realidad fueron establecidas como la explicación y la narrativa normativas [...].
Permítasenos ahora considerar los márgenes (uno podría decir también el centro
silenciado, silencioso), del circuito marcado por esta violencia epistémica, hombres
y mujeres entre el campesinado iletrado, los aborígenes, los más bajos estratos
del subproletariado urbano. De acuerdo con Deleuze y Foucault (en el primer
mundo, bajo la estandarización y reglamentación del capital socializado, aunque
no parezcan reconocer esto), y, mutatis mutandis, la “feminista tercermundista”
metropolitana, sólo interesada en la resistencia dentro de la lógica del capital, los
oprimidos, si se les da la oportunidad (el problema de la representación no puede
aquí evadirse), y en el camino hacia la solidaridad mediante la política de alianzas
(una temática marxista está en funcionamiento aquí), pueden hablar y conocer sus
condiciones. Debemos enfrentar ahora la siguiente pregunta: en el otro lado de la
división internacional del trabajo respecto del capital socializado, dentro y fuera
del circuito de la violencia epistémica de la ley y la educación imperialistas que
proporcionan un temprano texto económico, ¿puede hablar el subalterno?
[...]
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Historia
Algunos miembros de la élite india son, por supuesto, informantes nativos para
intelectuales del Primer Mundo interesados en la voz del Otro. Pero, no obstante, uno
debe insistir en que el sujeto subalterno colonizado es irremediablemente heterogéneo.
Contra la elite indígena podemos establecer lo que Guha llama “la política del
pueblo”, tanto fuera (“esta era una esfera autónoma, dado que no se originaba
en la política de élite, ni su existencia dependía de ella”) como dentro (“continuó
funcionando vigorosamente, a pesar de este último [el colonialismo], ajustándose a
las condiciones imperantes bajo la soberanía británica y desarrollando, en muchos
sentidos, características enteramente nuevas, tanto formales como de contenido”)
del circuito de la producción colonial. No puedo respaldar por completo esta
insistencia en el vigor determinado y la total autonomía, pues las exigencias de la
historiografía práctica no permitirán que esos respaldos privilegien la conciencia
subalterna. Contra el posible reclamo de que su aproximación es esencialista, Guha
construye una definición del pueblo (el lugar de esa esencia) que sólo puede ser
la de una identidad-en-la-diferencia. Propone una red dinámica de estratificación
que describe la producción social colonial en gran escala. Inclusive el tercer grupo
en la lista, el grupo bisagra, por así decirlo, entre el pueblo y los grandes grupos
dominantes macroestructurales, es definido como un entre-lugar [in-betweenness].
La clasificación procede así: “grupos dominantes extranjeros” y “grupos dominantes
indígenas en toda la India, como también a escala regional y local”, que representan
la élite; y “[l]os grupos y elementos sociales incluidos [en los términos “pueblo” y
“clases subalternas”] [que] representan la diferencia demográfica entre la población
india total y todos aquellos que hemos descrito como “élite”” (Guha 1982:4-8).36
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[... ]
[...]
37 No creo que la reciente tendencia de romantizar cualquier cosa escrita por los intelectuales
154
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la insurrección, o de las reglas básicas de la división sexual del trabajo, para las
cuales hay “evidencias”. Es, más bien, que tanto como objeto de la historiografía
colonialista como sujeto de la insurrección, la construcción ideológica de género
conserva el dominio masculino. Si, en el contexto de la producción colonial,
el subalterno no tiene historia y no puede hablar, la subalterna está aún más
profundamente inmersa en la sombra.
[...]
155
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Historia
En “Can the Subaltern Vote?”, los tres autores aplican la pregunta a los riesgos del
“habla político”. Ésta me parece una vía muy fructífera de extender mi lectura del
discurso subalterno a una arena colectiva. El acceso a la “ciudadanía” (la sociedad
civil), mediante la conversión en votante (en la nación), es, de hecho, el circuito
simbólico de movilización de la subalternidad a la hegemonía. Este terreno, siempre
negociando entre la liberación nacional y la globalización, permite el examen de
la emisión del voto mismo como una convención performativa entendida como
“discurso” constatativo del sujeto subalterno. Parte de mis actuales preocupaciones
es ver cómo se manipula a este sujeto para legitimar la globalización; pero este
tema rebasa el alcance de este texto. Mientras, limitémonos al campo de la prosa
académica, y planteemos tres señalamientos:
1. No somos “subalternos” simplemente por ser postcoloniales o miembros
de una minoría étnica. Esa palabra está reservada para la heterogeneidad
pura del espacio descolonizado.
2. Cuando una línea de comunicación se establece entre un miembro de
grupos subalternos y los circuitos de la ciudadanía o la institucionalidad, el
subalterno se inserta en la larga carrera hacia la hegemonía. A menos que
queramos ser puristas románticos o primitivistas que desean “preservar la
subalternidad” –una contradicción en los términos–, esto es absolutamente
deseable. (Ni qué decir que el acceso museizado o curricularizado a los
orígenes étnicos –otra batalla por pelear– no es idéntico a una preservación
de la subalternidad). Recordar esto nos permite enorgullecemos de nuestro
157
Estudios subalternos una cartografía a (des)tiempo
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