diablo
ADVERTENCIA
I: El iceberg
III: El abismo
II
IV
Seis años antes de que el ángel cayera en mi jardín,
mamá comenzó a padecer calambres cada vez más fuertes
en los brazos. Se hizo los estudios correspondientes y le
diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica, una enfer-
medad sin cura. Cinco años después ya estaba definitiva-
mente postrada, sin poder hablar, y se alimentaba a través
de un botón gástrico. Solo era capaz de mover los ojos, su
única forma de comunicarse. Estaba lúcida –quizás eso
era lo peor– y se la pasaba todo el día mirando televisión.
Nunca conocí a mi padre, mis abuelos maternos estaban
muertos y yo no tenía hermanos –como mi madre tampo-
co los había tenido. A decir verdad, hasta que se le de-
claró la enfermedad, casi no existía relación entre noso-
tros. Yo vivía en la ciudad, a doce kilómetros de distan-
cia, y apenas nos veíamos para ciertas fechas. No me
quedó más remedio que regresar al pueblo, vivir con ella.
Más de una vez me había pedido que por favor no la saca-
ra de su casa, que no quería estar en ningún otro lugar.
Sonia había estado desde el principio, era una mujer en la
que mamá confiaba mucho pues habían sido amigas desde
la adolescencia. Todo el dinero de su jubilación y más se
nos iban en Sonia–.
Entré a la habitación. Mamá estaba despierta. Me
acerqué y la besé en la frente. Me senté en el sillón junto a
su cama. Le expliqué que Sonia no vendría a cuidarla,
aunque preferí ocultarle el porqué. Sin embargo, se enteró
de lo que pasaba en el mundo porque ni bien encendí el
televisor la noticia estaba allí, en cada canal. La noté in-
quieta y busqué palabras con que tranquilizarla. No estaba
tan sorda, por lo visto.
Hasta ese momento yo no había tomado conciencia
real de lo que sucedía. Unas criaturas extrañas, estaban
cayendo, como moscas, sobre la tierra. Entonces me for-
mulé las dos preguntas que se leían en el zócalo de la pan-
talla: desde dónde y por qué. Según la información brin-
dada por los satélites no parecía existir un espacio físico
desde el cual caían. Algunos pilotos de avión y también
pasajeros decían haber visto los cuerpos aparecer, mate-
rializarse, de la nada, para luego caer. Apenas habían pa-
sado seis horas del ángel de Chicago y ya existían infini-
dad de teorías sobre lo que estaba pasando: el apocalipsis
bíblico, una invasión extraterrestre, el choque de dos uni-
versos paralelos, etc. Alguien había hablado de una guerra
que se libraba en el cielo. Me quedé pensando en las mar-
cas en los cuerpos caídos. Me pregunté qué tipo de guerra
sería, contra qué.
Le avisé a Marina que iba a estar en casa todo el
día, que pasara cuando quisiera. Luego busqué un canal
donde no hablaran de los ángeles y lo dejé ahí. Me ase-
guré que mamá estuviese bien, y lentamente me fui que-
dando dormido.
VI