Los poetas Magno Espinoza, Luis Olea y Alejandro Escobar y Carvallo se organizaron
bajo el periódico El Rebelde, medio que utilizaron como principal y primer soporte de
publicación de su trabajo poético y político. En las páginas de este diario, plantearon
un ideario anarquista propio, pero con bases ideológicas en el anarquismo europeo.
En el primer número de El Rebelde, publicaron: “¿Por qué somos anarquistas? Todo
obrero, todo hombre que tenga un poco de sentido común, estará descontento del
estado actual de cosas. Hai quien sufre porque no halla trabajo; quien se lamenta
porque está mal retribuido y el salario no le basta para aplacar su hambre; quien ve
con espanto el mañana incierto; quien con terror ve acercarse las enfermedades
producidas por un trabajo mortífero; i otros hai que precozmente viejos, se ven
arrojados de las fábricas y no tienen otra perspectiva que morirse de hambre en mitad
del arroyo” (El Rebelde, Año I, N°1, Santiago, 20 de noviembre de 1898).
La acracia se niega a ser calificada como una utopía, pero en la realidad lo fue: quiso
terminar con el Estado, la propiedad privada, la religión – como enajenación- en
base a una huelga revolucionaria: ni dios, ni amo. Para Bakunin, la Comuna de París
significaba la destrucción del Estado, la religión y la propiedad privada y, en su
reemplazo, la construcción de una sociedad libertaria y solidaria. El príncipe ruso
Pedro Kropotkin sostiene que sin igualdad no hay justicia y sin justicia no hay moral.
Su obra, La conquista del pan, fue un verdadero evangelio para los revolucionarios
antiestatistas. Para Malatesta, la sociedad es una sociedad de hombres libres y una
sociedad de amigos.
A comienzos del siglo XX, varias mujeres se constituyeron en líderes libertarias: para
sólo recordar a algunas, citaremos a Carmen Herrera, compañera de Magno
Espinoza, que se lució arengando a los obreros en la huelga de Valparaíso, en 1903;
María del Tránsito Caballero, fallecida en 1905, a causa de la caída de la galería, en
una de los famosos discursos del “pope” Julio Elizalde, quien atacaba a los curas y
a la iglesia por haber traicionado la herencia revolucionaria de Jesús; Hortensia
Quinio, pareja de el líder Voltaire Argandoña, murió a consecuencia de las torturas,
después de haber sido acusada de colocar una bomba en el convento de las
Capuchinas.
El arista Benito Rebolledo relata, en una carta, al escritor Fernando Santiván la vida
diaria de la comunidad anarquista, ubicada en la calle Pío Nono, cerca del Cerro
San Cristóbal. Los ácratas eran muy cultivados: podían disertar sobre muchos
temas, aun los más difíciles y obtusos, de cualquiera de las disciplinas del saber;
eran vegetarianos, no fumaban ni bebían, amaban la vida al aire libre y tenían un
voto de pobreza. El líder Alejandro Escobar Carvallo se ganaba la vida como médico
homeópata y naturista; Miguel Silva tenía su propio taller de tapicería; el francés
Aquiles Lemure era zapatero; Pedro Pardo, carpintero y un gran orador; el italiano
Tomaso Peppi, sombrerero y rechazaba toda invitación a cenar y rechazaba todo
regalo, pues creía que perdía su independencia. El policía Castro se arriesgaba a
afirmar que esta comunidad era muy poco peligrosa, “¡qué atentado van a fraguar
estos pobres; si no comen cazuela para no matar las gallinas; viven de lechugas y
zanahorias!”
Los anarquistas y el movimiento obrero