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La construcción de las humanas.

En 1789 los Representantes del Pueblo Francés, constituidos en Asamblea Nacional


declararon los Derechos del Hombre y del ciudadano. Dos años después, en 1791, Olimpia de
Gouges escribía la “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana” en la búsqueda de
visibilizar también a las mujeres como sujetas de derecho, lo cual la llevo a morir bajo la guillotina.
Doscientos años después Eleonor Roosevelt fue la fuerza impulsora para la creación de la carta de
los derechos humanos evidenciando la necesidad de incluir dentro de estos derechos vitales a las
mujeres otorgándoles una identidad legal e incorporando nuestro género en lo humano.

El lenguaje androcéntrico ha hecho que adoptemos al “hombre” como representante


universal de los humanos y las humanas. El tomar la figura simbólica del hombre para representar
a aquellos que son sujetos de derechos vitales en una igualdad idea listica e irreal, eliminamos la
diversidad de los seres que habitamos este planeta.

Vivimos en una sociedad en un tiempo donde la subyugación de las personas debido a


razones esencialistas que toman su diversidad (biológica, de raza, de preferencia sexual, etc.)
cada día es más notoria y más rechazada. Al hablar de derechos humanos como una manera de
englobar la igualdad genérica a la que todos deberíamos tener acceso permite hablar de
situaciones idealizadas de convivencia en una sociedad donde la desigualdad es un elemento
estructurador de la sociedad (Marx, 1844).

La humanización de las mujeres reconoce la particular humanidad de nuestro género, la


cual es muy diferente a la humanidad de los hombres. Sin embargo, el concepto de igualdad
generaliza las necesidades vitales de todos los humanos que habitamos este mundo borrando la
diversidad de condiciones que generan opresión por estas diferencias ante el ideal de lo humano
que sigue siendo el hombre. Las minorías y las mujeres son diferentes al ideal simbólico del
hombre que representa a toda la humanidad, estas diferencias nos vuelven desiguales.

Personas e instituciones de cultura moderna ven como un acto más de discriminación el


uso de un lenguaje incluyente que permita visibilizar a las mujeres como género. El usar “las y los”
les parece innecesario puesto que consideran que dentro de la igualdad de nuestra naturaleza
humana el hombre brinda suficiente representación. Pero lo que no se nombra no existe. Si no
podemos visibilizar a los diferentes y nombrar sus diferencias, ¿Cómo podríamos saber las
injusticias a las que están sometidos?

Los derechos humanos suponen que todos los seres somos iguales, esta igualdad se
sustenta en una ley natural que explica biológicas y genéricas que nos permiten acceder a esta
igualdad ideológica, pero al mismo tiempo crea los estereotipos opresivos que nos encasillan en el
papel de mujer servidora de todos. Uno de los mayores mitos en los que se funda esta “igualdad”
es el denominado instinto materno que nos responsabiliza de la creación, preservación y crianza.

Esta socialización de género, casi imperceptible, se ha pasado de generación en


generación por medio de la cultura, las normas sociales y la historia. El género marca pautas de
organización social, las diferencias biológicas son usadas como excusa para dividir el trabajo, el
control de recursos, la distribución de bienes y el acceso a los espacios políticos que permitan
tener una mayor representación de las mujeres y de esta manera más visibilización de las
necesidades específicas de nuestro género.

La equidad y la diversidad se convierten así en los principios ético políticos en los que
podemos buscar una nueva cultura justa que permita una convivencia basada en la solidad real de
todas las personas englobadas en las categorías humanas de género. Ir más allá del deber ser y
convertirlo en hechos sin suponer que por contigüidad o por contagio nos hacemos acreedoras de
los atributos a los que los hombres acceden antes que nosotras.

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