Los derechos humanos suponen que todos los seres somos iguales, esta igualdad se
sustenta en una ley natural que explica biológicas y genéricas que nos permiten acceder a esta
igualdad ideológica, pero al mismo tiempo crea los estereotipos opresivos que nos encasillan en el
papel de mujer servidora de todos. Uno de los mayores mitos en los que se funda esta “igualdad”
es el denominado instinto materno que nos responsabiliza de la creación, preservación y crianza.
La equidad y la diversidad se convierten así en los principios ético políticos en los que
podemos buscar una nueva cultura justa que permita una convivencia basada en la solidad real de
todas las personas englobadas en las categorías humanas de género. Ir más allá del deber ser y
convertirlo en hechos sin suponer que por contigüidad o por contagio nos hacemos acreedoras de
los atributos a los que los hombres acceden antes que nosotras.