Antropología y sociedad
Presentado por:
Presentado por:
Hilderman Cardona Rodas
Universidad De Medellín
Departamento de ciencias sociales y humanas
Medellín
2014
Este trabajo es resultado del análisis de un espacio, en este caso, la Plaza la
América, que se encuentra en la comuna 12 La América, con dirección Cl 45 79 A-
100, Medellín, Colombia. Un espacio diferente dentro de un esquema urbanizado y
residencial. La plaza, en su perímetro, limita con una sede del ICBF (Instituto
Colombiano De Bienestar Familiar), una canalización y unas casas.
Entre buses, carros, motocicletas y transeúntes, la plaza tiene un ritmo acelerado
en las primeras horas del día y un ritmo cansino después del mediodía. Desde
visitantes usuales a nuevos exploradores que se embarcan en la búsqueda de
algunos productos, sabores, texturas, que no se encuentran comúnmente, que se
han visto desplazados por la fría facilidad de lo empacado y prefabricado.
“Un incendio fue el comienzo. Corría el año 1968 y la vieja Plaza de Cisneros quedaba reducida a cenizas. La
Alcaldía de Medellín ordenó construir cinco plazas satélites en Belén, Castilla, Guayabal, Campo Valdés y La
América, para que la gente no tuviera que ir hasta el centro a mercar.
Muchos pensaron que de las viejas plazas, donde se podía comprar una mata, un puñado de manzanilla para
una bebida o el espinazo para el sancocho, poco o nada iba a quedar. Pero la de La América, lejos de caer en
el letargo y la nostalgia del pasado, se renovó y le apostó a mejorarse para sobrevivir.”
Tomado de,
http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/L/la_america_tiene_una_plaza_renovada/la_america_t
iene_una_plaza_renovada.asp
José Albeiro Maya Uribe, propietario de un local de flores, de sesenta y cuatro años
tuvo la gentileza de dedicarnos unos minutos de su tiempo. Estábamos intrigados
por ese señor, tan tranquilo y a la vez controlador, desde una butaca manejaba todo
a su alrededor. Viéndolo sentado parecía una estatua, se fundía con la dinámica de
ese espacio, como si el estar ahí sentado fuera tan natural como respirar. Un señor
que lleva 45 años de su vida en este lugar, en este espacio, en este universo, uno
de los pocos fundadores de esta plaza que todavía la habitan.
Cuenta con gran orgullo que siempre ha sido poblador de este habitad, no sólo el
que nos convoca, si no de sus alrededores. Nos instruye de algunos de sus
movimientos en el espacio durante sus años de estadía. De un negocio de
legumbres a un negocio de flores debido a su gran dificultad y esclavismo, “hay que
levantarse a la una o dos de la mañana para poder surtir el negocio”, empezó a
trabajar a los diez y nueve años de edad en la plaza, en el negocio de un hermano
que después pasó a ser suyo.
Las flores se convirtieron en su compañía diaria, en su sustento, en su razón de
habitar un espacio, de apropiárselo y de en la razón de su vida.
Seguimos en la plaza, sí. Nuestra plaza es vecina de un gran vecino, del vecino que
a veces nos puede caer mal porque se cree más que otros. La facilidad permea la
actividad y las relaciones humanas de su vecina la plaza.
De la infinidad de olores, colores, dimensiones, texturas y un concepto de
organización diferente, pasamos a lo cuadriculado, a lo que nos vendieron como
organización y a un sistema en el que estamos inmersos. Todo en estantes, casi
milimétricamente organizado, olores casi nulos, vestimenta distinta, personas
distintas, expresiones frías y recelosas, eso encontramos en el vecino. Encontramos
a un ser humano “deshumanizado”, parco y con un objetivo claro. Comprar.
María es una señora sonriente, amable, un matiz de la plaza. Se dedica a vender
jugo de naranja y algunas frutas, trabajadora consagrada.
Quince años gravitando en este espacio, con ires y venires, nos cuenta con cierta
inseguridad acerca de ella, de su vida. No tiene hijos pero con este trabajo mantiene
a sus padres. Adultos mayores y con problemas de salud. Llegó a esta plaza porque
la frecuentaba cuando era niña, venía con su padre al antiguo Comfama y decidió
incursionar en este espacio.
Nos cuenta con resentimiento como ciertos planes de crédito, disfrazados de
ayudas para salir adelante, la han hundido poco a poco. Con rabia nos dice que
lleva cuatro años pagando plata que no ha visto, pero que tiene unos redentores
llamados paga diarios. “Yo tengo dos paga diarios a los cuales les pago cada día,
prefiero eso a los bancos ladrones”.
A pesar de que le han montado competencia ella tiene sus clientes fieles, los que la
mantienen ahí, y la ayudan a salir adelante. Fue un momento oscuro, a pesar del
sol que estaba en su máximo esplendor, un sabor amargo pero real.