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LA MUJER EN LA GRECIA CLÁSICA Y EL CASO DE LISÍSTRATA

Grecia Márquez
En la actualidad, los estudios de género se han fortalecido. Ellos proponen analizar las prácticas y
costumbres tanto actuales como antiguas en pos de advertir la existencia y mantenimiento de roles
sociales en base al sexo y al género. Debido a la universalidad de este fenómeno, no solo es
pertinente sino necesario partir de una observancia histórica y antropológica. El mundo antiguo
sigue incidiendo en la modernidad y estudiarlo puede darnos pistas sobre nuestro presente. No cabe
duda de que la Grecia clásica ha modelado en muchas formas el pensamiento occidental, pero no
pocas veces el apelativo de “gran cultura antigua” impide a los estudiosos ver más allá de la
herencia artística, filosófica y científica positiva. En cada una de esas áreas, la mujer ha tenido un
papel secundario y así se refleja sutilmente en ellas.
Pocas figuras helénicas femeninas han alcanzado reconocimiento por parte de sus coetáneos
masculinos y llegado a trascender hasta nuestros días. Safo de Lesbos, Hipatia de Alejandría son
dos de las más reconocidas. No obstante ser la primera maestra de los versos líricos y amante de
mujeres, y la segunda filósofa y científica, ambas tuvieron que lidiar a los hombres de su tiempo
para granjearse su estatus. A continuación, hablaré sobre y cuestionaré un poco algunos aspectos
específicos de esa sociedad para explicar la aparición de una comedia tan singular como es
Lisístrata de Aristófanes.
El pensamiento griego –y su legado en occidente– es esencialmente dualista. Contrapone lo
elevado con lo bajo, lo bueno con lo malo, sofrosine con hybris, al héroe con el hombre común, a
la tragedia con la comedia, contrapone lo griego a lo bárbaro y al hombre con la mujer, así como a
lo masculino con lo femenino. Esta visión de binarismo se encontraba en todos los órdenes de la
vida, desde el comercio y las leyes, hasta las relaciones familiares y sexuales, es decir, el placer y
la reproducción también tenían una organización de este tipo. Para el griego clásico, estas
disposiciones no eran sino expresión de lo armónico y justo. El historiador y antropólogo francés
Jean Pierre Vernant (1914-2007) escribió al respecto:
La corriente aristocrática enfoca a la ciudad en la perspectiva de la eunomía soloniana, como un
kosmos constituido de partes diversas que la ley mantiene dentro de un orden jerárquico […] La
medida justa tiene que coordinar poderes naturalmente desiguales, asegurando una preponderancia
sin exceso de uno sobre otro. La armonía de la eunomía implica, por consiguiente, el reconocimiento,
tanto en el cuerpo social como en el individuo, de cierto dualismo, de una polaridad entre el bien
y el mal, la necesidad de asegurar la preponderancia de lo mejor sobre lo peor.1

1
Jean Pierre Vernant, Los orígenes del pensamiento griego. Paidós, Badajoz, 1992, pp. 108-9.
1
De esta manera, la posición de la mujer como ciudadana de segunda clase estaría justificada.
No obstante, habría que señalar que, justo por ser parte de un fenómeno universal, la división
comenzaría mucho antes del establecimiento consciente de estas “reglas” morales y políticas. El
mito de las amazonas, por ejemplo, representa el modelo antiguo de ginecocracia para los griegos.
También conocidas como eórpatas, mata-hombres, estas mujeres eran vistas como terribles,
movidas por la violencia e incapaces de seguir leyes.2 Además, a los recién nacidos varones les
romperían las piernas para que así quedaran lisiados y no pudieran revelarse contra ellas.
La antropóloga Francoise Heritier apoya la idea de que estos mitos surgen como una “imagen
invertida de la realidad [y que] el objetivo de esas invenciones era mostrar a quienes los escuchaban
la profunda injusticia del sistema matriarcal y dar legitimidad al patriarcado”.3 Las asambleístas,
también de Aristófanes, es una comedia justamente porque retoma esta imagen “contraria” a lo que
“debe ser”. Ahí, por medio de engaños, las mujeres toman el poder y establecen un gobierno
ultrademocrático, donde todas las cosas son de todos. Puede notarse la fantasía masculina, pues el
comediante escribe que también mujeres y niños serían bienes comunes, y para que fuera más
conveniente para éstas, los hombres, antes de tomar a una mujer hermosa, debían yacer con una
fea. El irreal absurdo es lo cómico. Por este medio radicalizado, se hace una crítica al entonces
actual gobierno ateniense que le parecía reprochable.
Según Werner Jaeger, Esquilo, seguidor de la filosofía soloniana, escribiría una tragedia
épica donde el héroe (hombre) sería el representante de los más altos ideales que lucharía en contra
de, pero sin vencer, el designio celestial. Es decir, este primer gran trágico, no cuestionaría lo ya
instituido, sino que lo alabaría y hablaría de ello como la verdad revelada por los dioses, casi del
mismo modo que la Odisea homérica: cántame musa. En cambio, el momento en que la mujer toma
un lugar junto y no detrás del hombre surge en los tiempos de Sófocles. Los personajes femeninos
de sus tragedias serían tan o más complejos que los masculinos e incluso, en ocasiones, más
elevados. Eurípides, por otra parte, no solo pondría a hombre y mujer en lugares semejantes, sino
que además ese lugar sería el fondo. Sus personajes poseen sentimientos nobles tanto como bajos,
y sin embargo, sus obras siguen siendo motivo de tragedia.
A pesar de haber coincidido algún tiempo con Sófocles y Eurípides, Aristófanes no seguiría,
ni apreciaría el estilo de ninguno de los dos, pues para él, los personajes viles no pueden ser sino

2
Herodoto iv, 110; Apolonio de Rodas ii, 987-9.
3
Entrevista a Franꞔ oise Héritier por Luisa Corradini, “El predominio de los hombres no tiene ningún
fundamento”, en La nación (9 de mayo, 2007) [En línea]: https://www.lanacion.com.ar/cultura/el-predominio-de-los-
hombres-no-tiene-ningun-fundamento-nid906916 [Consulta: 12 de abril, 2019].
2
motivo de risa –contrario a Eurípides–; y la mujer seguiría siendo inferior. Esquilo sería su escritor
modelo. Abogaría por una comedia de tesis la cual pusiera en entredicho las decisiones políticas y
el rumbo de Atenas. Los viejos valores serían lo que él buscase rescatar, mas, a diferencia de
Esquilo, no por medio de aristocráticos héroes de tragedia, sino utilizando al hombre común como
modelo, haciéndolo alcanzar sus objetivos contra todo hado,4 e invitando al ciudadano a verse
reflejado en aquellos absurdos. Lisístrata, es entonces una forma refinada de “un ataque político
concreto […] nacido de [lo que] desde su óptica conservadora y tradicionalista, [representaba] la
desesperanza de una larga guerra”.5
Si se analizan los roles femeninos de la época que Ricardo Vigueras incluye en su
introducción a la comedia en cuestión, nos daremos cuenta de la imposibilidad de las atenienses de
actuar de manera semejante, y más aun, de tener éxito con ello. El papel de la mujer no solo era
secundario en la sociedad, alejada ésta de toda decisión sobre la organización de la vida, incluso
incapaz de presentarse más que unas pocas veces en las fiestas que se llevaban a cabo dentro de su
propio hogar,6 además en el ámbito sexual también era vista como segunda elección: “Nos
hallamos ante una sociedad voluntariamente deserotizada. En ella, los aspectos eróticos del
matrimonio son ocultados […] Para el hombre, esta mujer desconocida e ignorante no podía en
general ser atractiva y más teniendo él, como tenía, otras alternativas”.7 La huelga de las esposas
era risible porque carecía de lógica. En realidad poco trato tenían ellas con sus parejas. Los varones
tenían a las esclavas, heteras y a otros hombres jóvenes como prospectos para el placer.
Si a eso se le suma la caracterización de los personajes, la protagonista, sin ir más lejos, como
féminas con voces potentes, difíciles de callar, utópicas, contestatarias y desvergonzadas, que se
tocan y observan los cuerpos entre sí, recordaremos que la realidad no podía ser más distante.
Mientras que los hombres podían andar y convivir desnudos en gimnasios, en público, a la mujer
“honrada” le estaba prohibido. A fin de cuentas, el teatro también estaba hecho para un público
masculino y esta forma sicalíptica no tenía otro fin que el de entretenerlo avivando sus fantasías.
Asimismo, sobre su capacidad discursiva: “«¿Hay alguien con quien hables menos que con tu
mujer?», pregunta un Sócrates reformista, que toma a Aspasia como modelo”.8 Esta “virtud” de la

4
Ricardo Vigueras, “Mujer comedia y utopía en la Atenas del siglo V a.C.”, en Aristófanes, Lisístrata (intr.,
trad., ns. Ricardo Vigueras). UACJ, Ciudad Juárez, 2012, p.18, 20.
5
Ibid., p. 20.
6
Ibid., p. 15.
7
Francisco Rodríguez Adrados, Sociedad, amor y poesía en la Grecia clásica. Alianza, Madrid, 1995, p.72
[Alianza Universidad, 826] apud op. cit., R. Vigueras, p. 14.
8
Op. cit., F. Rodríguez Adrados, p. 73.
3
mujer callada y sumisa no escaparía ni siquiera a Sófocles, quien cuestionaría la justicia aplicada
a cualquier individuo independientemente de su sexo en obras como Agamenón o Electra, al
enunciar máximas como “el silencio es un adorno para las mujeres”.9
Que Sócrates hablase de Aspasia, concubina de Pericles, tampoco resulta extraño en este
modelo de oposición de fuerzas. Si la mujer de casa debía ser abnegada, muda y casi inexistente,
en cambio, la mujer culta y digna de compartir una discusión no podía ser otra que la que había
sido educada especialmente para servir de compañera al hombre. Aquella que pudiera inspirarlo
sexualmente debidamente tenía que estar ilustrada en danza, música y diversas artes y ciencias.
Esto también explicaría el que las diosas femeninas fueran seres bellísimos e intelectuales, deseadas
tanto por hombres como inmortales, mas sometidas al fin al poder de los dioses masculinos y
muchas veces condicionadas a mantener su virginidad: Hera pocas veces triunfaba en venganza a
los engaños de Zeus, Afrodita sería atrapada en una red junto a Ares por yacer juntos, Perséfone
separada de su madre y raptada por Hades para desposarla a la fuerza en el inframundo; mientras
que las diosas más respetables, Artemis y Atenea, por ejemplo, serían diosas castas, y ni siquiera
la última, diosa de la estrategia militar, se salvaría de ser personalizada como vana al pelear por el
título de la más hermosa junto a Hera y Afrodita.
El único lugar que era propio de las damas no ha cambiado demasiado: su obligación era, y
todavía se pelea por que deje de ser, pasar de sus padres o sus hermanos a sus esposos y darles
hijos, educar a la progenie y entretenerse tan solo en el arreglo personal y maquillaje.10 Aristófanes,
como buen hombre conservador de su época, desarrolló una comedia con mujeres porque éstas son
el personaje común y bajo digno de ser risible, más todavía si están envueltas en tales situaciones
y con tales características. La crítica que hace tendría efecto sobre los espectadores porque los
obligaría a pensar: “si unas mujeres son capaces de tanta sensatez, ¿qué hemos estado haciendo
nosotros”. El mensaje pacifista tendría efecto en una ciudad machista, que “representa la
realización perfecta de un proyecto político que excluye a la mujer”11 por ser transmitido de forma
escabrosa, único modo de llegar a la catarsis cómica.

9
Idem.
10
Op. cit., R. Vigueras, pp. 14-5.
11
Eva Cantarella, La calamidad ambigua. Condición e imagen de la mujer en la antigüedad griega y romana.
Paidós, Barcelona, 7ª. Ri., 1994 apud op cit., R. Vigueras, p. 18.
4

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